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Oro frente a papel

Por Ludwig von Mises

(Publicado el 28 de septiembre de 2009)


Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí:
http://mises.org/story/3729.
[13 de julio de 1953]

La mayor parte de la gente da por hecho que el mundo nunca volverá al patrón
oro. El patrón oro, dicen está tan obsoleto como el caballo y la calesa. El sistema
de moneda fiduciaria emitida por el gobierno provee al tesoro los fondos
necesarios para una política de gasto a manos llenas que beneficia a todos, fuerza
hacia arriba los precios y salarios y hacia abajo los tipos de interés y así crea
prosperidad. Es un sistema que ha venido para quedarse.

Ahora bien, cualesquiera que sean las virtudes que uno pueda atribuir
(inmerecidamente) a la variedad moderna del patrón greenback, hay una cosa que
sin duda no puede conseguir. No puede convertirse en un sistema permanente y
definitivo de gestión monetaria. Sólo puede funcionar mientras la gente no se dé
cuenta de que el gobierno planea mantenerlo.

Los supuestos beneficios de la inflación

Las supuestas ventajas que los defensores de la moneda fiduciaria esperan de la


operativa del sistema que defienden son sólo temporales. Una inyección de una
cantidad definida de nuevo dinero en la economía de la nación empieza una
expansión al aumentar los precios. Pero una vez que se este nuevo dinero ha
gastado todas sus potencialidades para subir los precios y todos los precios y
salarios se hayan ajustado a la cantidad incrementada de dinero en circulación,
cesa el estímulo ofrecido a los negocios.

Así que aunque olvidemos las consecuencias indeseadas e indeseables y los


costes sociales de esas medidas inflacionarias y, por mantener el argumento,
incluso si aceptamos todo lo que los precursores del “expansionismo” apuntan a
favor de la inflación, debemos darnos cuenta de que los supuestos beneficios de
estas políticas son de corta duración. Si queremos que se perpetúan, es necesario
seguir y seguir incrementando la cantidad de dinero en circulación y expandir el
crédito a un ritmo cada vez más acelerado. Pero incluso así, el ideal de
expansionistas e inflacionistas, que es una expansión sin fin sin pasos atrás no
podría materializarse.

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Una inflación en moneda fiduciaria sólo puede llevarse a cabo mientras las masas
no se den cuenta del hecho de que el gobierno está realizando esa política. Una
vez que el hombre común descubre que la cantidad de dinero en circulación se
incrementará más y más y que en consecuencia su poder de compra bajará
continuamente y los precios subirán cada vez más, empezará a darse cuenta de
que el dinero se derrite en su bolsillo.

Entonces adoptará la conducta previamente practicada por aquéllos difamados


como especuladores: se dirigirá a valores reales”. Comprará productos, no para su
disfrute, sino para evitar las pérdidas que supone mantener dinero líquido. Suena
la campana del sistema monetario inflado. Sólo tenemos que recordar los muchos
precedentes históricos empezando por la moneda Continental de la Guerra de
Independencia.

Por qué es imposible la inflación perpetua

El sistema de moneda fiduciaria, como opera en este país y en algunos otros, sólo
podría evitar el desastre por una aguda crítica por parte de unos pocos
economistas alertase a la opinión pública y fuerce al gobierno a una cautelosa
restricción de sus aventuras inflacionistas. Si no hubiese sido para la oposición de
estos autores, normalmente etiquetados como ortodoxos y reaccionarios, el dólar
hubiera seguido hace tiempo el camino del marco alemán en 1923. La catástrofe
de la moneda del Reich se produjo precisamente porque no se hizo patente esa
oposición en el Alemania de Weimar.

Los defensores de la continuación del sistema de dinero fácil se equivocan cuando


piensan que las políticas que defienden pueden evitar a la vez las adversidades de
las que se quejan. Es sin duda posible continuar un tiempo en la rutina
expansionista de gastar a déficit pidiendo prestado a bancos comerciales y
apoyando el mercado de bonos gubernamentales.

Pero después de un tiempo es necesario parar. De otra forma, el público se


alarmará acerca del futuro del poder adquisitivo del dólar y le seguirá un pánico.
Sin embargo, tan pronto como pare se experimentarán las consecuencias
indeseadas de las repercusiones de la inflación Cuanto más dure el periodo
precedente de expansión, más desagradables serán las consecuencias.

La actitud de mucha gente en relación con la inflación es ambivalente. Saben, por


un lado, de los peligros que conlleva una continuación de la inyección de cada vez
más dinero en el sistema económico. Pero tan pronto como haga algo sustancial
para detener el incremento de dinero, empiezan a quejarse acerca de los altos
tipos de interés y el mercado bajista de acciones y productos. Se resisten a
renunciar a la querida ilusión que atribuye al gobierno y los banco centrales el
mágico poder de hacer feliz a la gente mediante el gasto sin fin y la inflación.

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Pleno empleo y patrón oro

El principal argumento que se emplea hoy contra el retorno al patrón oro cristaliza
en el eslogan “política de pleno empleo”. Se dice que el patrón oro paraliza los
esfuerzos para hacer que desaparezca el desempleo.

En un mercado libre de trabajo la tendencia prevalente es fijar tipos salariales para


cada tipo de trabajo hasta un nivel en que todos los empresarios dispuestos a
pagar esos salarios encuentran a todos los empleados que desean contratar y
todos los que buscan empleo listos para trabajar por esos salarios encuentran
empleo. Pero si la compulsión o la coerción por parte del gobierno o de los
sindicatos se usan para mantener los niveles salariales por encima de ese nivel de
mercado, inevitablemente se produce el desempleo de una parte de la fuerza
potencial de trabajo.

Ni los gobiernos ni los sindicatos tienen el poder a aumentar los niveles salariales
para todo los que quieren encontrar trabajo. Todo lo que pueden conseguir es
aumentar el nivel salarial de los trabajadores ya empleados, al tiempo que
incrementan el número de personas que querrían trabajar y no pueden encontrar
trabajo.. Una subida en el nivel salarial del mercado (es decir, el nivel al que todos
los demandantes de empleo encuentran finalmente trabajo) sólo puede
conseguirse aumentando la productividad marginal del trabajo. En l a práctica,
esto significa aumentar cuota per capita de capital invertido.

Los niveles salariales y de vida son hoy mucho mayores hoy de lo que eran en el
pasado porque bajo el capitalismo el incremento de capital invertido excede con
mucho el incremento de la población. Los niveles salariales en Estados Unidos
son muchas veces mayores que en la India, por la cuota de capital invertido per
capita en Estados Unidos en muchas veces mayor que la cuota de capital invertido
per capita en la India.

Sólo hay un método para una política exitosa de “pleno empleo”: dejar que el
mercado determine los niveles salariales. El método que Lord Keynes ha
bautizado “política de pleno empleo” también apunta a restablecimiento del nivel
que el mercado libre de trabajo tiende a fijar. La peculiaridad de la propuesta de
Keynes consistía en el hecho de que proponía erradicar la discrepancia entre el
nivel salarial oficial decretado y forzoso y el nivel potencial del mercado libre de
trabajo rebajando el poder adquisitivo de la unidad monetaria. Apuntaba a
mantener los niveles salariales nominales, es decir niveles salariales expresados
en términos de moneda nacional fiduciaria al nivel fijado por decreto del gobierno o
por presión de los sindicatos.

Pero a medida que la cantidad de dinero en circulación se haya incrementado y


consecuentemente desarrollado una tendencia hacia la caída en el poder
adquisitivo de la moneda, los niveles salariales reales, es decir, los niveles

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salariales expresados en términos de productos, caerán. El pleno empleo se
alcanzaría cuando la diferencia entre el nivel oficial y el de mercado de salarios
reales desaparezca.

No hay necesidad d examinar de nuevo la cuestión de si el esquema de Keynes


podría funcionar. Incluso si admitiéramos esto, no habría razón para adoptarlo. Su
efecto final en las condiciones del marcado laboral no diferiría de las que se
lograrían dejando actuar pos sí solos a los factores del marcado. Pero consigue
sus fines sólo a costa de serias perturbaciones en toda la estructura de precios y
por tanto en todo el sistema económico.

Los keynesianos rechazan llamar “inflación” al aumento en la cantidad de dinero


en circulación que se destina para luchar contra el desempleo. Pero eso es sólo
jugar con las palabras. Pues ellos mismos destacan que el éxito de su plan
depende de una subida general de los precios de los productos.

Es por tanto un cuento que la receta keynesiana del pleno empleo pueda lograr
algo en beneficio de los asalariados que un pueda alcanzarse bajo el patrón oro.
El argumento del pleno empleo es tan ilusorio como todos los demás aportados a
favor de aumentar la cantidad de dinero en circulación.

El espectro de un Balance Internacional Desfavorable

Una doctrina popular mantiene que el patrón oro no puede mantenerse en un país
con lo que se califica “una balaza de pagos negativa”. Es evidente que este
argumento no les vale a los estadounidenses opuestos al patrón oro. Los Estados
Unidos [en 1953] tienen un superávit muy considerable de exportaciones sobre
importaciones. No es una acción divina, n efecto de un malvado aislacionismo. Es
la consecuencia del hecho de que este país, bajo varios títulos y pretextos, da
ayuda financiera a muchas naciones. Estas ayudas por sí solas hacen que los
receptores extranjeros compren más en este país de lo que venden en sus
mercados.

En ausencia de dichos subsidios sería imposible para cualquier país comprar en el


extranjero algo que no podría pagar, ya sea exportando productos u ofreciendo
otros servicios como llevar bienes extranjeros en sus barcos a acogiendo a turistas
extranjeros. No hay artificio de política monetaria, por muy sofisticado y muy
implacablemente impuesto por la policía que pueda alterar en modo alguno este
hecho.

No es verdad que los países llamados subdesarrollados hayan obtenido ninguna


ventaja de su abandono del patrón oro. El repudio virtual de su deuda externa y la
expropiación virtual de las inversiones extranjera que implica, no les dio más que
un respiro momentáneo. El principal y perdurable resultado de abandonar el

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patrón oro, la desintegración del mercado internacional de capitales, golpea a
estos países mucho más duramente que a los países acreedores. La caída en las
inversiones externas es una de las principales causas de las calamidades que
sufren hoy en día.

El patrón oro no colapsa. Los gobiernos, ansiosos por gastar, aunque esto
suponga llevar a sus países a la bancarrota, han tratado de destruirlo
intencionadamente. Están comprometidos en una política antioro, pero han
fracasado lamentablemente en sus esfuerzos por desacreditarlo. Aunque
oficialmente prohibido, el oro a los ojos de la gente sigue siendo dinero, incluso el
único dinero genuino.

Cuanto más prestigio tengan los billetes de curso legal producidos por las distintas
imprentas de los diferentes gobiernos, más estable es su tipo de cambio con el
oro. Pero la gente no atesora papel, atesora oro. Los ciudadanos de este país, por
supuesto, no son libres de tener, comprar o vender oro.[1] Si se les permitiera
hacerlo, sin duda lo harían.

No se necesitan acuerdos internacionales, ni diplomáticos, ni burocracias


supranacionales para restaurar unas condiciones monetarias sólidas. Si un país
adopta una política no inflacionaria y se aferra a ella, el requisito de volver al oro
está presente. El retorno al oro no depende de cumplir ninguna condición material.
Es un problema ideológico. Sólo presupone una cosa: el abandono de la ilusión de
que el incremento de la cantidad de dinero crea prosperidad.

La excelencia del patrón oro puede verse en el hecho de que hace el por de
comprar de las unidades monetarias independiente de las políticas arbitrarias y
vacilantes de gobiernos, partidos políticos y grupos de presión. La experiencia
histórica, especialmente en las últimas décadas, ha demostrado claramente los
males que implica un sistema monetario nacional que pierde su independencia.

[1] El derecho a poseer oro fue restaurado a los ciudadanos de EEUU el 1 de


enero de 1975.

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