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La mayor parte de la gente da por hecho que el mundo nunca volverá al patrón
oro. El patrón oro, dicen está tan obsoleto como el caballo y la calesa. El sistema
de moneda fiduciaria emitida por el gobierno provee al tesoro los fondos
necesarios para una política de gasto a manos llenas que beneficia a todos, fuerza
hacia arriba los precios y salarios y hacia abajo los tipos de interés y así crea
prosperidad. Es un sistema que ha venido para quedarse.
Ahora bien, cualesquiera que sean las virtudes que uno pueda atribuir
(inmerecidamente) a la variedad moderna del patrón greenback, hay una cosa que
sin duda no puede conseguir. No puede convertirse en un sistema permanente y
definitivo de gestión monetaria. Sólo puede funcionar mientras la gente no se dé
cuenta de que el gobierno planea mantenerlo.
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Una inflación en moneda fiduciaria sólo puede llevarse a cabo mientras las masas
no se den cuenta del hecho de que el gobierno está realizando esa política. Una
vez que el hombre común descubre que la cantidad de dinero en circulación se
incrementará más y más y que en consecuencia su poder de compra bajará
continuamente y los precios subirán cada vez más, empezará a darse cuenta de
que el dinero se derrite en su bolsillo.
El sistema de moneda fiduciaria, como opera en este país y en algunos otros, sólo
podría evitar el desastre por una aguda crítica por parte de unos pocos
economistas alertase a la opinión pública y fuerce al gobierno a una cautelosa
restricción de sus aventuras inflacionistas. Si no hubiese sido para la oposición de
estos autores, normalmente etiquetados como ortodoxos y reaccionarios, el dólar
hubiera seguido hace tiempo el camino del marco alemán en 1923. La catástrofe
de la moneda del Reich se produjo precisamente porque no se hizo patente esa
oposición en el Alemania de Weimar.
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Pleno empleo y patrón oro
El principal argumento que se emplea hoy contra el retorno al patrón oro cristaliza
en el eslogan “política de pleno empleo”. Se dice que el patrón oro paraliza los
esfuerzos para hacer que desaparezca el desempleo.
Ni los gobiernos ni los sindicatos tienen el poder a aumentar los niveles salariales
para todo los que quieren encontrar trabajo. Todo lo que pueden conseguir es
aumentar el nivel salarial de los trabajadores ya empleados, al tiempo que
incrementan el número de personas que querrían trabajar y no pueden encontrar
trabajo.. Una subida en el nivel salarial del mercado (es decir, el nivel al que todos
los demandantes de empleo encuentran finalmente trabajo) sólo puede
conseguirse aumentando la productividad marginal del trabajo. En l a práctica,
esto significa aumentar cuota per capita de capital invertido.
Los niveles salariales y de vida son hoy mucho mayores hoy de lo que eran en el
pasado porque bajo el capitalismo el incremento de capital invertido excede con
mucho el incremento de la población. Los niveles salariales en Estados Unidos
son muchas veces mayores que en la India, por la cuota de capital invertido per
capita en Estados Unidos en muchas veces mayor que la cuota de capital invertido
per capita en la India.
Sólo hay un método para una política exitosa de “pleno empleo”: dejar que el
mercado determine los niveles salariales. El método que Lord Keynes ha
bautizado “política de pleno empleo” también apunta a restablecimiento del nivel
que el mercado libre de trabajo tiende a fijar. La peculiaridad de la propuesta de
Keynes consistía en el hecho de que proponía erradicar la discrepancia entre el
nivel salarial oficial decretado y forzoso y el nivel potencial del mercado libre de
trabajo rebajando el poder adquisitivo de la unidad monetaria. Apuntaba a
mantener los niveles salariales nominales, es decir niveles salariales expresados
en términos de moneda nacional fiduciaria al nivel fijado por decreto del gobierno o
por presión de los sindicatos.
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salariales expresados en términos de productos, caerán. El pleno empleo se
alcanzaría cuando la diferencia entre el nivel oficial y el de mercado de salarios
reales desaparezca.
Es por tanto un cuento que la receta keynesiana del pleno empleo pueda lograr
algo en beneficio de los asalariados que un pueda alcanzarse bajo el patrón oro.
El argumento del pleno empleo es tan ilusorio como todos los demás aportados a
favor de aumentar la cantidad de dinero en circulación.
Una doctrina popular mantiene que el patrón oro no puede mantenerse en un país
con lo que se califica “una balaza de pagos negativa”. Es evidente que este
argumento no les vale a los estadounidenses opuestos al patrón oro. Los Estados
Unidos [en 1953] tienen un superávit muy considerable de exportaciones sobre
importaciones. No es una acción divina, n efecto de un malvado aislacionismo. Es
la consecuencia del hecho de que este país, bajo varios títulos y pretextos, da
ayuda financiera a muchas naciones. Estas ayudas por sí solas hacen que los
receptores extranjeros compren más en este país de lo que venden en sus
mercados.
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patrón oro, la desintegración del mercado internacional de capitales, golpea a
estos países mucho más duramente que a los países acreedores. La caída en las
inversiones externas es una de las principales causas de las calamidades que
sufren hoy en día.
El patrón oro no colapsa. Los gobiernos, ansiosos por gastar, aunque esto
suponga llevar a sus países a la bancarrota, han tratado de destruirlo
intencionadamente. Están comprometidos en una política antioro, pero han
fracasado lamentablemente en sus esfuerzos por desacreditarlo. Aunque
oficialmente prohibido, el oro a los ojos de la gente sigue siendo dinero, incluso el
único dinero genuino.
Cuanto más prestigio tengan los billetes de curso legal producidos por las distintas
imprentas de los diferentes gobiernos, más estable es su tipo de cambio con el
oro. Pero la gente no atesora papel, atesora oro. Los ciudadanos de este país, por
supuesto, no son libres de tener, comprar o vender oro.[1] Si se les permitiera
hacerlo, sin duda lo harían.
La excelencia del patrón oro puede verse en el hecho de que hace el por de
comprar de las unidades monetarias independiente de las políticas arbitrarias y
vacilantes de gobiernos, partidos políticos y grupos de presión. La experiencia
histórica, especialmente en las últimas décadas, ha demostrado claramente los
males que implica un sistema monetario nacional que pierde su independencia.