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PONTIFICIA DE SALAMANCA

CAMPUS DE MADRID

FACULTAD DE TEOLOGÍA
SECCIÓN DE TEOLOGÍA PASTORAL

Trabajo final:
“Los jóvenes y la fraternidad”
Sobre la comunidad en la pastoral con jóvenes

Asignatura: Eclesiología pastoral


Alumno: Santiago Obiglio
Profesor: Juan Pablo García Maestro

Madrid – 2023
1 INTRODUCCIÓN

“En esto conocerán todos que son mis discípulos,


en el amor que se tengan los unos a los otros”

Juan 13:35

Si buscáramos una palabra clave en la eclesiología actual, “fraternidad” estaría entre


las principales. Pero no es un concepto simple, ni unívoco. ¿De qué fraternidad hablamos?
¿Cómo entender la fraternidad en una Iglesia que es diversa en roles y ministerios? ¿Qué
lugar ocupa la jerarquía en esta fraternidad? ¿Qué puede aportar la fraternidad a los
jóvenes en la Iglesia y qué pueden aportar ellos?

Del estudio de la materia “Eclesiología pastoral” y del trabajo reflexivo con dicho
libro de Juan Pablo García Maestro, extraigo, de entre muchos temas significativos, este
de la “fraternidad” como clave para mi trabajo teológico pastoral, especialmente en torno
al ámbito juvenil.

En la primera sección, presento valorativamente los contenidos de la obra


mencionada -“Eclesiología de la praxis pastoral”- la cual busco aterrizar luego,
enriquecida por los documentos del Sínodo de jóvenes, en una segunda sección en la cual
desmenuzo la categoría de “fraternidad” desde ciertas fortalezas, debilidades, peligros y
oportunidades en el campo de la pastoral juvenil.

La intuición de fondo, sobre la cual busco reflexionar teológica y pastoralmente, es


que revitalización de la pertenencia eclesial de los jóvenes y la conversión estructural de
la Iglesia, encuentran su cauce en la experiencia de una mayor fraternidad. En estos
tiempos, para los jóvenes, la Iglesia no tiene su autoridad en ser una fuente de sabiduría,
a la cual admirar, ni mucho menos en una pertenencia moralmente obligatoria en la cual
encontrar seguridad, como podría haberlo sido en otras épocas. Hoy la autoridad de la
Iglesia y decisión de pertenecer, aparentemente más frágil, ha entrado en un proceso de
vuelta hacia lo más esencial: se sostiene en los vínculos. Por un lado, con el mismo amor
personal de Dios -aunque algunos aluden poder vivir esto fuera de la Iglesia; pero sobre
todo, por la experiencia del amor interpersonal entre sus fieles. Me refiero a ello como lo
más esencial, porque el mismo Señor comenzó y construyó así su comunidad, cuyo amor
fraterno brillaría tanto como identidad interna como testimonio misionero: “en esto los
reconocerán, en el amor que se tengan”.

Veamos cómo los jóvenes de nuestros días serán también sensibles a esta esencia.

2
2 ECLESIOLOGÍA DE LA PRAXIS PASTORAL

Comenzamos nuestro trabajo presentando la obra de Juan Pablo García Maestro,


“Eclesiología de la praxis pastoral”. Intento en esta descripción, no tanto una reseña
estrictamente bibliográfica sino más bien una descripción valorativa, exponiendo lo que
más me ha llamado la atención de dicho escrito, lo que ha resultado novedoso y lo que he
descubierto enriquecedor para el pensamiento pastoral que intento desarrollar.

La obra de García Maestro aborda numerosos temas en torno a la Iglesia en el tiempo


actual, reflexionando agudamente acerca de una eclesiología vinculada estrechamente
con el campo pastoral -con la “praxis” pastoral, como su título bien lo indica.

Las principales cuestiones que atraviesan todos sus capítulos son: el lugar
preminente del Espíritu Santo en la Iglesia, la íntima relación y mutua necesidad de las
dimensiones intra y extra eclesial y la cuestión fundamental del ecumenismo y la unidad
de los cristianos.

Al comienzo, la introducción anticipa el punto de partida y el horizonte del autor:

“Hoy necesitamos una Iglesia que hable de Dios. La Iglesia como iniciadora en la
experiencia de Dios; pero no cualquier Dios, sino el Dios de Jesucristo.”1

Así, queda revelada una aceptación de la situación actual de la Iglesia, una Iglesia
necesitada de conversión, de recuperación de su esencia como anunciadora de Dios, cuya
misión fue encomendada por el mismo Jesús, al cual hemos de volver fuertemente.

En adelante, el libro se estructura en diez capítulos y una conclusión final. El hilo


conductor es claramente una eclesiología bien plantada en la historia, y no por ello menos
“dogmática” sino al contrario, haciendo teología de la Iglesia desde su misión. Así se van
sucediendo sus temas y perspectivas, alcanzando una amplitud de miras que considero
una de las mayores fortalezas del escrito.

En el primer capítulo se plantean los “retos para la Iglesia al comienzo del nuevo
milenio”. En él se recupera el contexto histórico, y la trayectoria, de la Iglesia en el último
siglo, clarificando la identidad que fue configurando hacia la actualidad.

“La Iglesia o comunidad de los creyentes sería así lo que dicen que está
llamada a ser: símbolo evocador y provocador del Reino.”2

Es acentuada la identidad de la Iglesia desde la misión que le fue encomendada de


adelantar el Reino. Esto implica que no es definida principalmente por sus estructuras ni

1 J. P. GARCÍA MAESTRO, Eclesiología De La Praxis Pastoral, PPC, Madrid 2012, 17.


2 Ibíd., 22.

3
por sus miembros, lo cual deberá reubicarse y convertiste continuamente según el fin que
le fue encomendada, para el cual fue creada.

Y de ello que la pregunta sobre la Iglesia pueda trasladarse a ¿cómo entender el Reino
de Dios? García Maestro insistirá en que, por una parte, el Reino se manifestará allí donde
los testigos de Cristo se disponen a servir a las víctimas de la historia, mostrando con sus
obras al Dios Padre y Madre que confiesan, como asimismo donde dichos sufrientes sean
olvidados queda cuestionada la misma profesión de fe y el futuro del cristianismo
amenazado.3 Pero también, por otro lado, afirma que el Espíritu Santo actúa más allá de
la institución eclesial, y que allí donde las personas construyen la hermandad y
contribuyen a la justicia y dignidad humanas, estará presente el Reino.4

Recojo de modo particular la siguiente cita, en la que descubrimos en la misma


convocatoria apostólica de Cristo una intención centrada en la inauguración del Reino de
Dios, por encima de una institución estructural:

“Dentro de ese proyecto del Reino, tal como lo vive, Jesús no piensa en fundar
una Iglesia. ¿Por qué? Porque él relaciona la venida del Reino -vinculada a su
persona, ciertamente- con la renovación de Israel. Es su meta inmediata. Y ese es
el sentido de la ‘institución’ de los Doce. Los Doce representan no un colegio
apostólico, fundamento de una futura jerarquía eclesiástica, sino las doce tribus
que, cuando Jesús nace, se hallan desintegradas, casi desaparecidas. Él desea
rehacer su pueblo, Israel, el pueblo elegido, para que realice las tareas
encomendadas por Dios.”5

El segundo capítulo mantendrá esta línea acerca de “La Iglesia que Jesús quería”. La
exposición aquí es una detallada eclesiología bíblica, la cual descubre las cualidades y
concepciones de la Iglesia desde las teologías de cada evangelista y desde las teologías de
Pablo y de la carta de Juan.

Considero que los siguientes rasgos cualifican fiel y sintéticamente las conclusiones
del autor acerca de esta eclesiología bíblica. Por un lado, descubrimos en el Nuevo
Testamento que las comunidades están apoyadas radicalmente en la persona de Jesús,
“marcadas por la vida y la enseñanza de Jesús”6, cuyo conocimiento vivo fue transmitido
por sus primeros testigos y compañeros. Por otra parte, son comunidades que “se

3 Cf. Ibíd., 23.


4 Cf. ibíd., 28.
5 Ibíd., 30.
6 Ibíd., 81.

4
caracterizaron por su pluralismo y no por el monolitismo”7, es decir, cuyas diferencias,
cuya diversidad es expuesta sin camuflajes, considerada como una riqueza y también
admitidas las dificultades y tensiones que ello implicó. También “que todas ellas son
comunidades vivas, en las que cada miembro se sabe llamado a participar”8 y donde sus
miembros se entienden como iguales, como hermanos, “comunidades fraternales, tanto
en el nivel estructural (…) como en el nivel de compartirlo todo con los más pobres”9; esto
último es especialmente importante ya que la estructura no ha absorbido aun los vínculos
comunitarios sino que está a su servicio, lo cual querrá recuperarse en nuestro tiempo
tan anhelante de una nueva sinodalidad.

El tercer capítulo coronará esta primera eclesiología más histórica, presentando “La
Iglesia que nos dejó el Concilio Vaticano II”. El acento, una vez más, está en la Iglesia como
comunidad de fieles, de bautizados, cuyo

“punto de partida es la igualdad, la horizontalidad, la pertenencia al discipulado


en la doble dinámica del seguimiento y de la imitación de Cristo. Por eso, el
sacramento sobre el que se funda la Iglesia es el bautismo (…).”10

Tal como se señala este punto de unidad, se abre también

“la catolicidad de la Iglesia, desde la que se captó la pluralidad de tradiciones,


liturgias y ritos, de teologías e instituciones. Surgió la demanda de un cristianismo
inculturado que no podía ser la imposición del modelo romano. Este era el gran
legado.”11

Quedan así planteados los dos temas, tal vez principales, de la eclesiología de nuestro
tiempo: la comunidad de bautizados y la relevancia de la unidad en la diversidad entre
cristianos.

Los siguientes tres capítulos abordan detalladamente el tema de “El ecumenismo


entre nosotros hoy”,. Allí se ofrece la historia, compleja y dolorosa, de las divisiones en la
Iglesia y de sus intentos, numerosos pero insuficientes, hacia una búsqueda de unidad. Es
conmovedor el estilo del autor, que con muchísimo respeto, con auto-crítica y pasión por
la reconciliación, va narrando cada uno de los pasos en esta historia del ecumenismo, los
errores y las limitaciones de la acción de la propia Iglesia católica y la minuciosa

7 Ibíd., 81.
8 Ibíd., 81-82.
9 Ibíd., 82.
10 Ibíd., 85.
11 Ibíd., 96.

5
diferenciación entre cada una de las confesiones cristianas, detalladas especialmente en
el capítulo quinto -“Nuestras Iglesias hermanas”. Este subconjunto -al menos en torno a
la misma temática- concluye con el capítulo sexto, “Los ortodoxos y el consejo mundial de
las Iglesias”, en el cual se presentan los antecedentes y el origen de dicho Consejo Mundial
de las Iglesias. Queda allí expreso aquel respeto fraternal que el autor demuestra,
reverente, hacia las demás comunidades:

“No es fácil para un católico tener que escribir sobre otra confesión cristiana,
pero lo hago con enorme respeto y como signo de unidad hacia nuestros hermanos
ortodoxos. Pienso que ellos fueron los pioneros en la creación del CMI.”12

En dicha lectura, me sorprende gratamente la afirmación de que

“fue una manifestación de la toma de conciencia de jóvenes laicos de diversas


Iglesias de la necesidad de que los cristianos, en las sociedades industrializadas,
dieran un testimonio unitario de su fe.”13

Y aunque son admitidos los fracasos y los esfuerzos insuficientes en dicho proceso
de unidad, se insiste en que “el primero y más importante [fruto] era el redescubrimiento
de la fraternidad entre los cristianos.”14 Esta palabra “fraternidad” que sigue resonando
con tanta fuerza y relevancia a lo largo de estas líneas.

En adelante, a mi entender, se abren una serie de capítulos acerca de la Iglesia y


algunos temas específicos en su campo pastoral.

El capítulo séptimo –“El sacerdocio común y el sacerdocio ministerial. La conciencia


de ser simplemente cristianos”- aterriza en la praxis aquella unidad bautismal afirmada
históricamente por el Concilio. Destaco de este capítulo la distinción conceptual entre una
realidad sustantiva que nos hace coincidir a todos como creyentes en Jesús y una realidad
relativa que nos diferencia y vincula unos con otros según nuestros diferentes
ministerios.15

A su vez, me complace la lectura acerca de la relevancia del laicado, y de la urgencia


de su corresponsabilidad, cuyo tema resultará principal en mi interés teológico-pastoral.
Entiendo que no es esta la idea central del libro, pero sí la reconozco subjetivamente como
aquella que a mí me resultó más significativa. Son muchas las citas que quisiera resaltar,

12 Ibíd., 135.
13 Ibíd., 137.
14 Ibíd., 157.
15 Cf. ibíd., 161-162.

6
aunque acepto que no es esa la finalidad de este trabajo; de entre todas elijo estas acerca
de la responsabilidad vocacional de los laicos en la comunidad eclesial:

“El bautismo y la confirmación como punto de partida. El fundamento último


de esta teología de los ministerios laicales está en el bautismo y en la confirmación
que recibimos los cristianos. Cuando se trata de estos sacramentos, la teología y la
catequesis tradicionales han insistido más en lo que suponen de don y gracias de
Dios que lo que comportan de exigencia y de compromiso. Y es importante insistir
en esto último, porque solo así comprenderemos lo que representan estos
sacramentos en la vida cristiana.”16

También las palabras, valientes, dirigidas hacia la justa exposición teológica del valor
del laicado, pero la insuficiente transformación estructural para promoverla:

“Pienso que la renovada teología del laicado promovida por el Vaticano II ha


fomentado la participación de los seglares en la vida de la comunidad parroquial,
pero apenas ha modificado su estructura tridentina. El clero sigue siendo el
protagonista absoluto en el que se encuentran todos los poderes y toma de
decisiones, de tal forma que la actividad de los laicos depende de su tolerancia y
disponibilidad.”17

Y finalmente, la condensación de la cuestión en este admirable planteo que implica


mutuamente la corresponsabilidad con la formación de los laicos:

“Nuestra Iglesia es clerical porque no tenemos laicos responsables, y no


tenemos laicos responsables porque nuestra Iglesia es clerical. Por ello, el único
camino es responsabilizar a los laicos promoviendo causes adecuados e
impulsando su formación.”18

En el capítulo octavo la perspectiva pasa a “La Biblia como fundamento de toda


actividad pastoral”, y en el contexto de esta obra eclesiológica, se abre un planteo
interesante acerca de la Palabra como fundamento de la verdadera fraternidad
evangélica, tanto como construcción interna como en cuanto testimonio hacia el exterior:
“No olvidemos que la verdadera fraternidad es un signo de credibilidad para que el
mundo crea.”19

16 Ibíd., 163-164.
17 Ibíd., 168-169.
18 Ibíd., 174
19 Ibíd., 185.

7
En el capítulo noveno –“La Iglesia del futuro: una Iglesia para los demás”- se anticipa,
bastante proféticamente, el planteo que traerá poco tiempo después el nuevo Papa
Francisco como una “Iglesia samaritana y en salida”. Esa es la Iglesia del futuro, sugerida
por García Maestro y confirmada luego por el nuevo pontífice.

Finalmente, el último capítulo aborda una cuestión muy particular, “Los


movimientos en la Iglesia según el pensamiento de Benedicto XVI”, que de un modo muy
equilibrado presenta esta realidad de los movimientos y las nuevas comunidades como
una nueva primavera del Espíritu Santo para la Iglesia, aunque con riesgos muy puntuales
en cuanto a la comunión con la jerarquía y con todo el Pueblo de Dios que se advertirá
para ser convertida y corregida en su proceso de integración.

Como podemos observar, los capítulos tratan con considerable amplitud diferentes
y variados aspectos en relación a la Iglesia y la realidad pastoral en la actualidad; creo
que allí se encuentra una de sus fortalezas más significativas. Asimismo, ya señalé en su
momento las intuiciones tan reveladoras para mi interés acerca de la corresponsabilidad
y formación de los laicos, y la increíble profecía de la Iglesia samaritana que el mundo
necesita y que García Maestro exponía con tanta seguridad apenas meses antes de la
elección del nuevo pontífice, el Papa Francisco, que vendría a confirmar con toda claridad
aquellos planteos.

Tal vez, como fragilidad, le reclamo a la obra una mayor categorización de sus
temáticas, especialmente en cuanto estructura general. Siendo un libro que afronta tantas
cuestiones, echo de menos un cierto recorrido más claro en sus contenidos principales.

Con todo, la historia de la eclesiología presente demuestra que las concepciones


desarrolladas son verdaderamente elocuentes, adecuadas y todavía tienen mucho para
enseñar a la Iglesia actual y del futuro.

3 LOS JÓVENES Y LA FRATERNIDAD

Luego de este basto acercamiento acerca de la eclesiología actual inmersa en la


realidad pastoral, quiero a continuación desplegar la temática en el contexto propio de la
praxis pastoral con jóvenes. Entre ellos la cuestión de la Iglesia y de lo comunitario es,
quizás, de las materias más importantes como facilitadora o como obstáculo para la fe.

Es inmenso el número de jóvenes que afirman “creer en Dios pero no en la Iglesia”;


para ellos la realidad eclesial se ha vuelto una amenaza para su fe. Pero también es
reconocida la influencia, el arrastre, que experimentan ellos allí donde encuentran que la
fe se comparte en un espíritu comunitario, entre dinámicas fraternales bien vivas, que tal

8
vez primero los atraen afectivamente desde su deseo de ser queridos, de pertenecer, pero
que ello concluye en una decidida pertenencia eclesial.

Sobre todo, quiero profundizar en esta última fortaleza. Allí donde hay experiencia
de fraternidad, en la realidad pastoral, resulta impulsada la vivencia eclesial, además de
confirmada la experiencia creyente, ya que como afirma Benedicto XVI: “la comprensión
de la fraternidad entre los hombres tan sólo se le concede a quien es capaz de ver en la fe
la paternidad plena de Dios”20.

La gran fortaleza: una Iglesia familiar

Miren cómo se aman. La experiencia de una Iglesia “familiar” es la experiencia de


una comunidad cristiana que acoge, que abraza a quien llega, a quien pertenece a ella. Los
jóvenes hoy tan heridos en sus hogares y estructuras familiares, encuentran en nuestros
ambientes, cuando en ellos se respira la fraternidad evangélica, un nuevo “hogar”, una
nueva “familia”, y es esa experiencia la que los va llevando a la identificación eclesial.

Es completamente comprensible que sea así, ya que la experiencia de la fraternidad


es una de las notas más esenciales que Jesús enseñó a sus discípulos: “En esto todos
reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los
otros” (Jn 13, 31).

Lo que me llama considerablemente la atención es que, mientras los adultos


agradecen la fraternidad pastoral y ello los motiva en su pertenencia comunitaria,
igualmente pueden sostener su fe y su participación cuando dicha pertenencia carece. Sin
embargo, para los jóvenes pareciera ser una condición mucho más fuerte, tanto en el
riesgo del abandono, cuando la comunidad flaquea, como en la adhesión, cuando la
encuentran viva. Este acento de pertenencia comunitaria, propia de su etapa evolutiva,
será un elemento al cual deberemos darle la atención que merece.

Así lo reconoce el Sínodo de jóvenes y lo reclama con claridad:

“Solo una pastoral capaz de renovarse a partir del cuidado de las relaciones y
del vigor de la comunidad cristiana será importante y atractiva para los jóvenes.
Así la Iglesia podrá presentarse ante ellos como un hogar acogedor, caracterizado
por un ambiente familiar, hecho de confianza y seguridad. El anhelo de
fraternidad, que emerge de la escucha sinodal de los jóvenes, pide que la Iglesia
sea «madre para todos y casa para muchos» (Francisco, Evangelii gaudium, 288):
la pastoral tiene el deber de realizar en la historia la maternidad universal de la

20 J. RATZINGER, “La fraternidad de los cristianos”, Ediciones Sígueme, Salamanca 2015, 71.

9
Iglesia, mediante gestos concretos y proféticos de una acogida alegre y cotidiana,
que hagan de ella un hogar para los jóvenes.”21

En la Arquidiócesis de Buenos Aires, la palabra “casa” fue frecuentemente utilizada


durante la última década en los lemas de las comunidades pastorales juveniles –“Niño
Jesús es casa”, “Somos casa de Dios”, “Esta es tu casa”, “En casa con Dios”. Y también lo es
en el lenguaje de los mismos jóvenes, tan frecuentemente escuchado entre ellos: “la
parroquia es como mi casa”, “en el grupo de jóvenes encontré una familia”; y el famoso
“hermano” que antecede todo trato entre colegas.

Buscar la oveja perdida. Esta fraternidad evangélica no queda, por cierto, en un


mero amor entre compañeros, entre hermanos, sino que ha de estirarse hacia los más
sufrientes y necesitados. Hermanarse del que más sufre, hermanarse del alejado,
hermanarse con el más pobre. También esta dimensión servicial hacia los más
desfavorecidos se vuelve tanto un testimonio como un signo de autoridad y credibilidad
para la Iglesia, y los jóvenes son sensibles a ello.

“Los jóvenes piden que la Iglesia brille por autenticidad, ejemplaridad,


competencia, corresponsabilidad y solidez cultural. A veces esta petición suena
como una crítica, pero a menudo asume la forma positiva de un compromiso
personal por una comunidad fraterna, acogedora, alegre y comprometida
proféticamente en la lucha contra la injusticia social.”22

En esta familia de la Iglesia, todos importan, más aun los que están más heridos.

“Cuando hablamos de “pueblo” no debe entenderse las estructuras de la


sociedad o de la Iglesia, sino el conjunto de personas que no caminan como
individuos sino como el entramado de una comunidad de todos y para todos, que
no puede dejar que los más pobres y débiles se queden atrás: «El pueblo desea que
todos participen de los bienes comunes y por eso acepta adaptarse al paso de los
últimos para llegar todos juntos».”23

En este sentido, la fraternidad no es solo un bello sentimiento de acogida y


pertenencia, sino que trae intrínsecamente un llamado a hacerse hermano de todos.

Una amenaza conocida: el clericalismo

21 Documento Final de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos "Los jóvenes, la fe y el
discernimiento vocacional", Roma 2018, 138. En adelante: DF.
22 DF 57
23 PAPA FRANCISCO, “Exhortación apostólica postsinodal Christus vivit”, Roma 2019, 231. En adelante: CHV.

10
Si hay algo que atenta contra esta fraternidad es el clericalismo, que como insiste el
Papa Francisco, es tentación tanto de los clérigos como de los laicos -y de los jóvenes.

“No hay que excluir a nadie, ni dejar que nadie se autoexcluya. Esta es la
manera de evitar tanto el clericalismo, que excluye a muchos de los procesos de
decisión, como la ‘clericalización’ de los laicos, que los confina en lugar de
impulsarlos hacia el compromiso misionero en el mundo.”24

El clericalismo amenaza la fraternidad ejerciendo desordenadamente la autoridad


que el ministerio da a los sacerdotes. Como pastores de la comunidad, tienen en sus
manos la toma de decisiones en el ámbito pastoral, como también una fuerte influencia
ya que, en la mayoría de los casos, todo lo que sucede en el ámbito pastoral por ellos
acompañado queda beneficiado o perjudicado por su figura. La persona del sacerdote no
es imparcial en la comunidad, mucho menos en la comunidad juvenil. Cuando el pastor es
acogedor, creativo, paciente, cercano… los jóvenes no tardan en aparecer y permanecer;
pero cuando su figura es autoritaria o despectiva hacia ellos, lamentablemente son los
primeros en marcharse, entendiendo que ya no hay lugar para ellos en la comunidad.

“El clericalismo es una permanente tentación de los sacerdotes, que


interpretan «el ministerio recibido como un poder que hay que ejercer más que
como un servicio gratuito y generoso que ofrecer; y esto nos lleva a creer que
pertenecemos a un grupo que tiene todas las respuestas y no necesita ya escuchar
ni aprender nada». Sin dudas un espíritu clericalista expone a las personas
consagradas a perder el respeto por el valor sagrado e inalienable de cada persona
y de su libertad.”25

La responsabilidad es de ambas partes, claro está; tanto la fragilidad de la


pertenencia eclesial de los jóvenes como el peso excesivo del sacerdote en las
comunidades hacen que la desunión acontezca.

También el clericalismo en los jóvenes es una amenaza. Esto puede manifestarse, por
una parte, como una dependencia absoluta de la figura del sacerdote, lo cual limita
enormemente la autonomía -y la vida- de las comunidades juveniles al recaer todo el peso
en el pastor, que debe conducir una comunidad -o varias- más allá de ellos. Por otra parte,
puede manifestarte también como una “clericalización” en la que los jóvenes se encierran
en roles o estructuras eclesiales, distanciándose del mundo, cerrándose sobre sí y por ello

24 DF 123.
25 CHV 98.

11
amenazando la fraternidad evangélica que reclama apertura; los jóvenes de fuera en
seguida experimentan estos ambientes clericalizados con extrañeza y los rechazan.

Al mismo tiempo, así como la conversión de los ministros y de las estructuras


favorecen la fraternidad en la comunidad eclesial, también los jóvenes, con su
espontaneidad y con su transparencia, podrán contribuir con ella:

“Pero los jóvenes podrán ayudar mucho más si se sienten de corazón parte
del «santo y paciente Pueblo fiel de Dios, sostenido y vivificado por el Espíritu
Santo», porque «será justamente este santo Pueblo de Dios el que nos libre de la
plaga del clericalismo, que es el terreno fértil para todas estas abominaciones»”.26

Vale añadir que el clericalismo no es solo una amenaza para los jóvenes, también lo
es para los mismos sacerdotes, muchas veces agobiados con la sobrecarga pastoral, o con
la soledad del ministerio. Asimismo, los mismos sacerdotes son beneficiados -afectiva y
efectivamente- con la fraternidad evangélica recuperada en la comunidad. Si bien
“fraterno” equivale directamente al trato entre hermanos, lo cual es cierto también con
los sacerdotes por el bautismo, muchas veces esta sana fraternidad dará frutos también
en una sana paternidad, como también en una justa amistad, todo ello experimentado
como bendición.

Un nuevo peligro: la orfandad pastoral.

Emancipar a los jóvenes. Hay un nuevo peligro en la vinculación de los jóvenes con
la comunidad eclesial que yo llamo “la orfandad pastoral”. Comienza, a mi parecer, como
una honesta búsqueda de dar lugar y protagonismo a los jóvenes, pero acaba en un
abandono pastoral, por el cual se comprende erróneamente que son los jóvenes los que
deben decidir todo sobre sus comunidades juveniles, minimizando la presencia del adulto
hasta una figura ficticia que no hace más que asentir o consentir los deseos juveniles.

Esta manera de vincularse en la comunidad eclesial, aunque parezca de una


confianza muy generosa en los jóvenes, no es más que una deformación del anhelado
protagonismo juvenil. Reconocemos los excesos de autoridad que muchas veces los
adultos -y los ministros- ejercieron para con ellos, pero la forma de rebatirlos no es la
desaparición de la autoridad. Esa emancipación, ese falso “empoderamiento”, es también
peligroso tanto para los jóvenes como para toda la comunidad eclesial, ya que los jóvenes
necesitan una sana autoridad -paternal/maternal. Lo expresa bellamente el Papa
Francisco, partiendo de una imagen muy inspiradora:

26 CHV 102.

12
“En el Sínodo, uno de los jóvenes auditores proveniente de las islas Samoa, dijo que
la Iglesia es una canoa, en la cual los viejos ayudan a mantener la dirección interpretando
la posición de las estrellas, y los jóvenes reman con fuerza imaginando lo que les espera
más allá. No nos dejemos llevar ni por los jóvenes que piensan que los adultos son un
pasado que ya no cuenta, que ya caducó, ni por los adultos que creen saber siempre cómo
deben comportarse los jóvenes. Mejor subámonos todos a la misma canoa y entre todos
busquemos un mundo mejor, bajo el impulso siempre nuevo del Espíritu Santo.”27

Una Iglesia sin Eucaristía. Otra expresión de este peligro de abandono pastoral
tiene que ver con la oposición entre novedad y tradición. Y me quiero referir
puntualmente a la tentación actual de intentar una pastoral juvenil indiferente -cuando
no despectiva- hacia los sacramentos, de modo más habitual hacia la Eucaristía.

Es constatable y válido el reclamo de que nuestras formas litúrgicas actuales no


facilitan la cercanía de los jóvenes a la Eucaristía -entre otras causas. Pero esto no es razón
para descartarla como si de algo accidental se tratara. Recordemos la famosa afirmación
de De Lubac: “La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia”. Y aun así, duele
reconocer que es lo primero que se pierde en muchas comunidades juveniles, porque “los
jóvenes no entienden la Misa” o “no contestan, no cantan, no comulgan”, etc. Insisto: es
cierta la dificultad, y no se trata de medir el éxito o la fecundidad de nuestra pastoral con
jóvenes en su participación eucarística, pero tampoco podemos caer en el facilismo de
abandonarla.

“Pidamos al Señor que libere a la Iglesia de los que quieren avejentarla, esclerotizarla
en el pasado, detenerla, volverla inmóvil. También pidamos que la libere de otra
tentación: creer que es joven porque cede a todo lo que el mundo le ofrece, creer que se
renueva porque esconde su mensaje y se mimetiza con los demás. No. Es joven cuando es
ella misma, cuando recibe la fuerza siempre nueva de la Palabra de Dios, de la Eucaristía,
de la presencia de Cristo y de la fuerza de su Espíritu cada día. Es joven cuando es capaz
de volver una y otra vez a su fuente.” CHV 35

Es tan peligroso el abandono que deja a los jóvenes solos en la pastoral como su
distanciación de los sacramentos, todas esas desviaciones de la fraternidad evangélica
que se construye familia eclesial, alimentada en torno a la mesa eucarística de Cristo.

El desafío de ser “co-workers”: jóvenes corresponsables

Finalmente, el desafío de la corresponsabilidad de los jóvenes en la Iglesia.

27 CHV 201.

13
Durante los últimos años el ámbito de los “co-workings” se volvió una moda
profesional. Se trata de espacios colaborativos, en su mayoría instalaciones a modo de
oficinas abiertas, en las que cada cual va a trabajar en sus empresas, secciones o proyectos
pero todos compartiendo un mismo espacio. Esto se volvió beneficioso tanto
económicamente, ya que los gastos de oficina se comparten, pero mucho más aun por la
riqueza de la mutua inspiración y colaboración en trabajos que buscan compartirse y
desarrollarse en conjunto.

Así, esta imagen del “co-working” puede ser reveladora para el rol de los jóvenes en
la Iglesia, que no vienen a anular otros ministerios o carismas, pero sí a participar
activamente, enriqueciendo y enriqueciéndose en el trabajo compartido.

El mismo concepto es utilizado por la Conferencia de Obispos de los Estados Unidos


en su documento sobre el laicado: “Co-Workers in the vineyard of the Lord”28.

Aunque el tema de la “corresponsabilidad” viene sonando hace años en relación a la


participación del laicado, todavía estamos aprendiendo qué significa y cómo vivirlo. Pero
estos ensayos son de por sí un progreso en la fraternidad eclesial. Y los jóvenes van
descubriendo que tienen mucho por hacer desde el interior de la Iglesia, mucho por
aportar; que la Iglesia los necesita y, aunque no sabe -no sabemos- todavía bien cómo
darles lugar, lo queremos intentar.

“Un rasgo característico de este estilo de Iglesia es la valorización de los


carismas que el Espíritu concede según la vocación y el rol de cada uno de sus
miembros, mediante un dinamismo de corresponsabilidad. Para activarlo hace
falta una conversión del corazón y la disponibilidad a la escucha recíproca, que
construya un sentimiento común efectivo. Animados por este espíritu, podremos
encaminarnos hacia una Iglesia participativa y corresponsable, capaz de valorizar
la riqueza de la variedad que la compone, que acoja con gratitud el aporte de los
fieles laicos, incluyendo a jóvenes y mujeres, la contribución de la vida consagrada
masculina y femenina, la de los grupos, asociaciones y movimientos. (…) El Sínodo
pide que sea efectiva y ordinaria la participación activa de los jóvenes en los
puestos de corresponsabilidad de las Iglesias particulares, como también, en los
organismos de las Conferencias Episcopales y de la Iglesia universal.”29

28 UNITED STATES CONFERENCE OF CATHOLIC BISHOPS, “Colaboradores en la viña del Señor”, diciembre 2005
disponible en https://www.usccb.org/upload/co-workers-vineyard-lay-ecclesial-ministry-2005.pdf
[23/3/2023].
29 DF 123.

14
Su participación activa podrá incomodar o desacomodar la dinámica eclesial que
venimos teniendo, pero en la medida en que vivamos el proceso evangélicamente, será
una transformación a favor de una mayor fraternidad, tanto hacia el interior del Pueblo
de Dios como hacia nuestra misión y fraternidad universal.

Al final, esta “fraternidad” será una de las manifestaciones de la Iglesia sinodal tan
promovida en estos tiempos. Así lo atestiguan los padres sinodales del Sínodo de jóvenes:

“En este Sínodo hemos hecho experiencia de que la corresponsabilidad vivida


con los jóvenes cristianos es una fuente de gran alegría también para los obispos.
En esta experiencia reconocemos un fruto del Espíritu que renueva
continuamente la Iglesia y la llama a practicar la sinodalidad como modo de ser y
de actuar, promoviendo la participación de todos los bautizados y de las personas
de buena voluntad, cada uno según su edad, su estado de vida y su vocación. En
este Sínodo hemos visto que la colegialidad, que une a los obispos cum Petro et
sub Petro en el interés por el Pueblo de Dios, debe articularse y enriquecerse
mediante la práctica de la sinodalidad en todos los niveles.”30

Y lo aterriza pastoralmente el teólogo-pastoral Gustavo Cavagnari, admitiendo las


actitudes que este proceso requiere de parte de todos e insistiendo en que esta dinámica
sinodal -y fraterna- no es opcional sino “requerimiento de Dios” ineludible:

“La paciencia, la prudencia, la resolución y la osadía son necesarias. Se podrá


avanzar o retroceder, caer y levantarse, pero la orientación sinodal no podrá
dejarse abandonada en cuanto representa un requerimiento de Dios que no es
posible eludir.”31

4 CONCLUSIONES

“Como el terebinto y la encina que, al ser abatidos, conservan su tronco talado,


así ese tronco es una semilla santa.”
Is 6, 13.

Cuando pienso en los jóvenes y la comunidad eclesial viene a mí la imagen del


“tocón”, del tronco de Israel, en el Antiguo Testamento, del libro de Isaías, entre otros.

Es cierto, lo constatamos, el distanciamiento entre los jóvenes y la Iglesia. Pero igual


de cierto es que una fraternidad evangélica vivida entre los que, por gracia de Dios, han
permanecido, se vuelve “semilla santa” para llegar a muchos más.

30 DF 119.
31 G. CAVAGNARI, “Id y haced discípulos a todos los jóvenes”, Editorial CCS, Madrid 2021, 141.

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A lo largo de estas páginas pudimos ir desentrañando diferentes elementos
influyentes en la relación entre la Iglesia, la realidad pastoral actual y, de modo especial,
con los jóvenes. Llama alegremente la atención, como lo indicábamos con anterioridad,
que muchas de las afirmaciones de la eclesiología pastoral propuestas por García Maestro
anticipan y preparan grandes claves confirmadas en nuestros días; entre ellas rescato: la
corresponsabilidad en la Iglesia -especialmente de los laicos y de los jóvenes, y la
sinodalidad, expresada en un caminar todos juntos como comunidad eclesial, podríamos
agregar, redundando el término, construir esta sinodalidad desde la fraternidad
desentrañada en estas páginas.

Abordamos la fortaleza de una fraternidad “afectiva” experimentada por un


ambiente “familiar” y “hogareño”, por el cual el vínculo de calidez y valoración, vínculo de
amor evangélico, pasa a ser determinante.

Abordamos también la necesidad de una fraternidad “esencial”, por la cual tratarnos


todos como hermanos en el bautismo, hermanos en el Señor, cuya amenaza principal es
el clericalismo.

Reclamamos una fraternidad “integrada” en la amplia comunidad eclesial, dado el


nuevo peligro de la lastimosa emancipación de los jóvenes, tanto en su vinculación a los
adultos como a los sacramentos y tradiciones de la Iglesia.

Y quedamos desafiados a una fraternidad “activa y participativa”, que anima a los


jóvenes -y a todos- a sentirse parte de la identidad y de la misión de la Iglesia a través de
la corresponsabilidad mutua.

Confiados y comprometidos en custodiar esta fraternidad -afectiva, esencial,


integrada y participativa- en el pequeño resto de jóvenes que permanece en la Iglesia,
seremos cimiento seguro y brote vivo para abrirnos a los que se han alejado o a quienes
todavía no han sido alcanzados por la fraternidad de Cristo que quiere a todos alrededor
de su mesa.

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5 BIBLIOGRAFÍA

CAVAGNARI, GUSTAVO, “Id y haced discípulos a todos los jóvenes”, Editorial CCS, Madrid
2021.

Documento Final de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos "Los
jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional", Roma 2018.

GARCÍA MAESTRO, JUAN PABLO, “Eclesiología de la praxis pastoral”, PPC, Madrid 2012.

PAPA FRANCISCO, “Exhortación apostólica postsinodal Christus vivit”, Roma 2019.

RATZINGER, JOSEPH, “La fraternidad de los cristianos”, Ediciones Sígueme, Salamanca


2015.

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