Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Tanto para la novela como para los demás géneros, la Guerra Civil supuso una fractura total
con la literatura anterior. Irrumpe en un momento en que la novela se decanta hacia posturas
sociales y comprometidas, abandonando las experiencias vanguardistas anteriores. La propia
guerra acentúa ese carácter ideológico, de manera que la mayoría de los novelistas escriben en
defensa de sus ideales: republicanos (Sender, Arconada) o nacionales (Foxá, García Serrano).
Tras la guerra, en los años cuarenta muchos de los escritores partidarios de la República o, en
cualquier caso, enemigos del nuevo régimen, se exilian. Esto supondrá en ellos desarraigo,
nostalgia y el recuerdo de España como tema central de su obra. Los principales novelistas
exiliados son Ramón J. Sender, Max Aub, Francisco Ayala, Rosa Chacel, donde continúan su
labor literaria, afectada a la nueva situación en la que viven.
Sin embargo, la publicación de La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela (novela que
narra un cúmulo de crímenes y de atrocidades que parecen verosímiles por el tipo de
protagonista y por el ambiente) y de Nada de Carmen Laforet (cuya trama recoge hechos
cotidianos de su vida, inmersa en la incomunicación y el desencanto), abre un nuevo camino a
la novela española, la narrativa existencial y tremendista (reflejan los aspectos más
desagradables y brutales de la realidad para efectuar una reflexión profunda sobre la condición
humana), en la que los problemas sociales y políticos, que no pueden abordarse directamente
a causa de la censura, aparecen como trasfondo de la problemática personal de los personajes.
La desorientación, la hostilidad de la vida y la angustia marcan los motivos de parte de la
novela de estos años. A esta línea se adscriben autores como Delibes (La sombra del ciprés es
alargada: novela impregnada de preocupaciones existencialistas, como la obsesión por la
muerte y por la infelicidad.) o Torrente Ballester. Se dan también otras tendencias, como la
novela fantástica y humorística (Wenceslao Fernández Flórez: El bosque animado) o el
realismo clásico (Ignacio Agustí: Mariona Rebull).
A partir de los sesenta comienzan a verse los primeros signos de cansancio del realismo que
hasta entonces había dominado la novela española. Este agotamiento, unido a la influencia
cada vez más notable de las innovaciones de la narrativa extranjera (Proust, Kafka, Joyce,
Faulkner, Dos Passos…) y, sobre todo, de la nueva novela hispanoamericana (Vargas Llosa,
Cortázar, García Márquez), llevará a los autores de esta época a explorar nuevas formas
narrativas. Surge así la novela experimental. La novela se hace más abierta, y el lenguaje
abandona el prosaísmo y el compromiso militante para optar a una crítica más personal.
Esta nueva narrativa implica transformaciones en todos sus elementos: punto de vista múltiple
de la historia a través de varios narradores, narración en segunda persona, uso del monólogo
interior, ruptura del tiempo cronológico, límites entre lo real y lo ficticio fusión de géneros
literarios, protagonista en conflicto con su entorno y consigo mismo, usos de distintos registros,
etc. La obra clave es Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos –más el gran impacto que
supuso La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa y Cien años de soledad, de Gabriel García
Márquez– Otros títulos importantes son Señas de identidad de Juan Goytisolo, Cinco horas con
Mario de Miguel Delibes, Volverás a Región de Juan Benet y Últimas tardes con Teresa de Juan
Marsé.