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Como hemos señalado en el Capítulo 1, la función de garantía de este principio es fruto del
triunfo de las ideas liberales, reflejadas en la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano de la Revolución Francesa de 1789, cuyo artículo 8 declara: “Nul ne peut être puni,
qu’en vertu d’une loi établie et promulguée antérieurement au délit et légalement appliquée”. O,
conforme resumía magistralmente BECCARIA: “Sólo las leyes pueden decretar las penas de los
delitos y esa autoridad debe residir únicamente en el legislador, que representa a toda la
sociedad unida por el contrato social”.2
Desde entonces el principio de reserva legal ha pasado a ser universalmente admitido y sólo
los regímenes dictatoriales procuran desconocer, a través de leyes retroactivas, de la
incriminación de hechos imprecisos, mediante la utilización de la analogía o negando la
subordinación del juez a la ley. Es claro que dicho principio permite, en ocasiones, que “un
hecho especialmente refinado y socialmente dañoso, claramente merecedor de pena, quede
sin castigo, pero éste es el precio (no demasiado alto) que el legislador debe pagar para que
los ciudadanos estén a cubierto de la arbitrariedad y dispongan de la seguridad jurídica (esto
es, que sea previsible la intervención de la fuerza penal del Estado)”. 3
Por tanto, la única fuente inmediata y directa del derecho penal es la ley propiamente tal, esto
es, aquella que se ha dictado conforme a las exigencias materiales y formales de la
Constitución.4 De este modo, el principio de legalidad excluye no sólo la posibilidad de que
fuentes del derecho generalmente admitidas en otros dominios del orden jurídico, como la
costumbre, la ley del contrato o la jurisprudencia puedan crear delitos o penas; también
quedan excluidos como fuente directa del derecho penal aquellas regulaciones de inferior
jerarquía a la de la ley, esto es, los decretos supremos, los reglamentos y las ordenanzas. Esto
significa que actos de la autoridad pública de jerarquía inferior a la ley no pueden crear delitos
ni penas. Lo que no impide que ellos operen de manera complementaria en el sistema penal, a
veces en materia de la mayor importancia, como sucede particularmente con el Reglamento
sobre Establecimientos Penitenciarios (D.S. Nº 518, publicado en el DO el 21 de agosto de
1998).