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Las comunidades y colectivos que plantean grietas a la colonialidad del saber y del ser,
poniendo en práctica horizontes otros de relaciones sociales en las realidades concretas que
habitan, corazonándose -pensando en común desde el corazón y la memoria (Cusicanqui
2018), o sentipensándose, están habilitando, sin más, otros mundos posibles; y la escuela
debe ser un espacio al servicio de la comunidad y sus sueños y sus entreveros, proponiendo
y acompañando en proyectos culturales, ambientales, económicos, etc; que producen Bien
Común. De ahí que la construcción de comunidad en torno a Bienes Comunes pueda
entenderse entre las misiones fundamentales de quienes queremos construir sociedades
más solidarias, libres y justas; en tanto constituyen procesos de aprendizajes y
elaboraciones colectivas en los entornos próximos, al alcance de la mano, que transforman
realidades y las mejoran.
La precariedad generalizada de las Escuelas Públicas se genera no sólo por las
políticas que la permiten y hasta la provocan, sino también por el poco involucramiento y la
carencia de espíritu colectivo y solidario de quienes trabajamos en ellas. Muchas realidades,
y de ahí la esperanza certera, hablan de lo contrario y al observarlas se constata que las
personas que allí habitan son más felices, más queridas y se encuentran más cuidadas y
protegidas por ese entramado de vínculos que genera conocimiento, relación y conflicto
constantemente. No por casualidad están coartadas las posibilidades de generar trabajo
colectivo desde las escuelas, a pesar de slogans vacíos del trabajo en equipo, al no existir
las condiciones -espacios, tiempos, etc- que lo permitan ni mucho menos que lo estimulen.
En este sentido, es con la escuela y la universidad creando y habitando comunidades y
colectivos con proyectos de Bien Común que tenemos la capacidad de potenciar las
condiciones de posibilidad para la descolonización de espacios, subjetividades, modos de
hacer política y de recrear también modos distintos de luchar y resistir, y más que resitir,
proponer otros caminos.
Así como nuestra época está echando luces sobre los modos diversos en que se
impuso como natural este sistema-mundo, también echó luces sobre narrativas individuales
y colectivas que ratifican los potenciales de la acción colectiva -por fuera de lógicas estatales
o del mercado- para recrear construcciones con sentidos comunitarios que restituyen valores
y prácticas que interpelan cuerpos, relaciones, economías, espacios públicos y privados;
constituyéndose quizás en formas otras de revoluciones, posibles hoy día, en tanto generan,
cuando esos colectivos pueden reinventarse y perdurar algún tiempo, condiciones de vida
que gestionan sus relaciones sociales desde otras cosmovisiones y paradigmas.
Tal vez este aspecto sea una de las causales de esa ineficacia de nuestras luchas. El
año pasado ante el proceso de lucha con la participación de la comunidad surgido por la
explosión en la escuela de Moreno y la muerte de una maestra y un auxiliar, una maestra fue
torturada con una escritura de punzón en su panza que decía “OLLAS NO”. Las escuelas de
Moreno aún no fueron arregladas, pero el proceso de lucha comunitario sí fue coartado.
Podríamos pensar, por lo tanto, que de generarse transformaciones que hagan de la
escuela un verdadero espacio de ejercicio democrático y político, esos procesos vendrán de
un trabajo sí o sí en comunión con construcciones comunitarias disruptivas con relaciones
sociales que plantean realmente paradigmas otros de sociabilidad puedan ser un paso
ineludible en las trayectorias de todxs lxs investigadorxs y educadorxs paradxs en enfoques
críticos y transformadores
Tanto el bajage de saberes producidos en el campo de la educación, desde enfoques críticos,
descoloniales, queer; como los aportes que hicieron las investigaciones que observaron el devenir de políticas
educativas estatales en distintos períodos, o las realidades concretas de “escuelas en los márgenes” surgidas de
la mercantilización y fragmentación de los sistemas educativos, como así también las experiencias de lucha y
disruptivas en distintos campos de la sociedad pero en especial de la lucha por la educación pública; nos exigen
una revisión de nuestras formas de entender nuestras formas de lucha. Y hasta podríamos reelaborar la idea de
“revolución”, ¿qué revolución es posible en el mundo neoliberal? Al observar los rumbos de nuestras
sociedades hacia la desigualdad, el individualismo, la violencia en sus múltiples expresiones, la colonialidad del
ser y del saber, ¿podríamos pensar que cualquier producción colectiva en torno a un Bien Común que avanza en
su misión constituye un hecho revolucionario? Tal vez puede resultar conformista o reaccionario, sin embargo
sostener la idea de revolución de hace 100 años observando la gran fragmentación de las luchas trabajoras,
entre sí y en relación a movimientos sociales, y los avances concretos de esas luchas, sí puede ser un artilugio
para caer en la pasividad ante la lejanía de una revolución como aquéllas famosas...Quizás hay más
revoluciones hoy en día de lo que creíamos, ya que son bien otras -más chiquitas, sin liderazgos personales sino
más bien colectivos- las que tienen lugar hoy de las que conocimos, distintas claro que sí, pero no por eso sin
espíritu revolucionario desde un jiwasa; que sí transforma mundos y humanidades.
nos podrían facilitar la reflexión en torno a la ineficacia de las formas de lucha y resistencia practicadas
desde lxs trabajadorxs, y en especial lxs del campo educativo y los efectos que tuvo y tiene la lucha por la
educación pública, que lejos de hacernos avanzar en el reconocimiento de la escuela como primer espacio
público y democrático para la comunidad, y de este modo podrían constatarnos que a pesar de diferencias
sustanciales en torno a políticas educativas que trajeron cierto fortalecimiento de la Escuela Pública -en las
interrupciones a los períodos neoliberales-; las transformaciones en cuanto a los sentidos de la escuela y la
consiguiente construcción de propuestas que constuyen otros horizontes, relaciones y subjetividades se deben,
casi siempre, al accionar de comunidades que interfieren en sus realidades colectivamente alrededor de
necesidades y Bienes Comunes.
No es que las políticas no han tenido la capacidad de transformar la educación pública, es sencillamente
que no fue ése su objetivo, al menos en los sentidos que entendemos quienes educamos desde posturas
críticas, dialógicas, problematizadoras, etc. Los regímenes políticos que en la primera década del nuestro siglo
promovieron desde el estado políticas públicas que ampliaron derechos, fortalecieron la educación y la salud
públicas y pugnaron por cierta soberanía política y económica, no fueron capaces de generar un fortalecimiento
sustancial de la Escuela Pública -al menos en lo edilicio, ni modificaron factores que degradan la labor educativa
como la naturalización del “doble turno”, aulas superpobladas, etc; ni mucho menos otros modelos educativos
más comprometidos con sus comunidades, más democráticos y generadores de pensamiento crítico, ni
tampoco instituciones o espacios que en los territorios actúen en paralelo a la escuela para desarrollar
proyectos culturales y educativos que construyan comunidad en torno a Bienes Comunes. , (Cusicanqui 2018).
La Escuela Pública es un territorio en pugna entre los mandatos y violencias neoliberales y mercantiles y lxs
educadorxs, investigadorxs y comunidades que pretenden habitarla con sentidos emancipatorios y colectivos.
De esta manera, bien podría ser uno de las misiones urgentes que en cada escuela surjan condiciones de
posibilidad para la construcción de comunidades que se asumen como sujetos activos de su historia y por lo
tanto, condicionadxs pero no determinadxs por esa historia (Freire 2012).
Estas construcciones de comunalidades que tanto en ámbitos rurales como urbanos vienen surgiendo sean
probablemente las acciones más temidas por los poderes que pugnan por la desigualdad, la injusticia y la
violencia, en tanto son realmente llamativas las reacciones y campañas que estimulan en ciertas circunstancias
en que esas comunalidades adquieren cierta visibilidad o empoderamiento que visibiliza sus narrativas y
verdades ocultas. Dos ejemplos, entre tantos, son los hechos ocurridos alrededor de los casos de Santiago
Maldonado y el posterior asesinato de Rafael Nahuel, por un lado, y la tortura recibida por una maestra el año
pasado en medio del proceso de lucha que se generó a partir de las muertes por la explosión en la escuela de
Moreno. “OLLAS NO” le escribieron en la panza a una de las maestras que estaban realizando una huelga activa,
dando comida y tareas a lxs estudiantes que no estaban asistiendo a clases.