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La increíble historia del profesor que perdió su bolígrafo rojo

Como cada domingo a las seis de la tarde, el Profesor López se sentaba frente a su
escritorio para disponerse a corregir los exámenes que había realizado durante la semana a
sus alumnos. Era un ritual que se había mantenido inalterable desde hacía
innumerables cursos. Al igual que la casa en la que vivía con su madre, el escritorio del
Profesor López era austero, tan austero que sólo tenía una lámpara que había sido testigo de
miles y miles de correcciones. La soledad de la lámpara sólo se veía trastocada los
domingos a las seis de la tarde cuando el Profesor López sacaba de su cartera los exámenes
y su bolígrafo rojo. Pero aquel domingo algo cambió para siempre la rutina del Profesor…

Faltaban menos de cinco minutos para las seis de la tarde, cuando el Profesor López se
dispuso a sacar de su cartera los exámenes de la semana. Tras colocarlos encima de su
escritorio al lado de su lámpara, volvió a coger su cartera para sacar su bolígrafo rojo. Y
entonces sucedió algo inesperado. Su bolígrafo rojo había desaparecido. Faltaban pocos
minutos para las seis de la tarde…

La relación del Profesor López con su bolígrafo rojo era una relación muy especial. Bolígrafo
rojo en mano del Profesor se sentía poderoso e importante. Con él había corregido miles y
miles de exámenes. Al Profesor López le encantaba corregir los errores que los alumnos
curso tras curso cometían en sus exámenes. El Profesor López era muy meticuloso en sus
correcciones y su bolígrafo rojo era implacable. No había un sólo error que se le escapara.El
Profesor no sólo corregía exámenes: tachaba párrafos erróneos, rodeaba con círculos las
palabras mal escritas, ponía signos de exclamación e interrogación en respuestas
equivocadas o mal expresadas. No había un solo error que el Profesor López no detectara
en un examen. No había una sola equivocación que la tinta de su bolígrafo rojo no dejara
impregnada en un examen.

Faltaba poco para las seis de la tarde. No podía ser. Era imposible. Su bolígrafo rojo había
desaparecido. Buscó una y mil veces en su cartera, en sus pantalones, en su ropa. Pero
nada. No había rastro de su bolígrafo y el tiempo jugaba en su contra. ¿Cómo iba a corregir
los exámenes? ¿Qué les diría a sus alumnos cuando entrara por la puerta del aula?. El
Profesor se sentía perdido, confuso. ¿Quién era él sin su bolígrafo rojo? ¿Cómo sería capaz
de resaltar los errores en los exámenes de sus alumnos? Había que hacer algo y rápido.

Sin tiempo que perder, empezó a buscar un bolígrafo rojo. Seguro que tenía alguno
escondido en algún cajón. Busco en el salón, en su dormitorio, en el comedor, pero no fue
capaz de encontrar ninguno. Entonces se acordó de que tal vez podría encontrar uno
en el cajón de la cocina. Rápidamente, se dirigió a la cocina y abrió el cajón. Con sus manos
iba palpando todos los objetos que en ese cajón se habían acumulado desde su infancia:
cerillas, pilas, abrelatas, imanes y… ¡No era posible! ¡Había encontrado un bolígrafo! ¡Por fin
podría sentarse frente a la mesa de su escritorio y corregir los exámenes! No había tiempo
que perder. Un centenar de exámenes le estaban esperando. Ya tenía lo que quería, ya
podía volver a ejercer su poder. Con el bolígrafo en la mano el Profesor López se sentía el
hombre más poderoso del mundo.
Sólo pasaban cinco minutos de las seis de la tarde cuando el Profesor López se sentó frente
a su escritorio para proceder a la corrección de exámenes. Encendió la lámpara, cogió el
primer examen con su mano izquierda mientras que con la derecha sostenía el bolígrafo
felizmente hallado en el cajón de la cocina. El ritual sólo se había demorado unos minutos. El
Profesor López empezó a leer las respuestas del primer examen ávido de encontrar un error.
Y ahí estaba. Una respuesta incorrecta, el primer error de aquella tarde de domingo. Sin
tiempo que perder cogió su bolígrafo y se dispuso a marcar con una cruz el error al que
pensaba a acompañar con algunos signos de exclamación y una nota en el margen que
rezara lo siguiente: ¡Qué disparate! ¡No has entendido nada!

El bolígrafo que sostenía el Profesor López con su mano derecha se dirigió entonces con
vuelo presto hacia la respuesta incorrecta. Todo estaba a punto para que en el momento en
el que la punta del bolígrafo hiciera contacto con la hoja de examen, una raya marcara la
primera diagonal de la equis que aquella respuesta incorrecta se merecía. Y así lo hizo el
Profesor. Cogió su bolígrafo y, en el mismo instante que marcaba la primera diagonal, un
grito de horror salió de su boca. Fue entonces cuando se acordó de su madre. La madre del
Profesor López era una madre diferente al resto de madres. Ella siempre tuvo la firme
convicción de que la enseñanza debía hacerse desde el acierto y no desde los errores. De
niño, el Profesor López había tenido muchos problemas para aprender a escribir. Todas las
tardes llegaba a su casa llorando y sosteniendo en sus manos una ficha repleta de
correcciones en rojo que su maestra le había dado para que viera lo atrasado que iba con
respecto a sus otros compañeros.

Cuando la madre veía esa ficha y los ojos de su hijo, se le rompía el corazón. Y fue ese dolor
lo que le hizo tomar una decisión que cambiaría la vida de su hijo. Ese día decidió comprar
un bolígrafo verde con el que ayudaría a su hijo a mejorar su escritura. Cada tarde se
sentaba con él en la mesa de la cocina y practicaban ejercicios de escritura durante quince
minutos. Cuando su hijo acababa los ejercicios, su madre cogía el bolígrafo verde del
cajón de la cocina y rodeaba con un círculo todos los aciertos que había cometido su hijo.

Con el tiempo su hijo fue mejorando no sólo su escritura, sino su autoestima y autoconfianza.
Hasta que llegó el día de guardar el bolígrafo verde en el cajón de la cocina, el bolígrafo
verde en el que su hijo había aprendido la importancia de los aciertos, el valor del refuerzo
positivo incondicional. Pasaban pocos minutos de las seis de la tarde y el Profesor López
sostenía el bolígrafo verde con el que su madre le había enseñado en valor de reforzar los
aciertos por encima de los errores. En el centro de su escritorio estaba el primer examen por
corregir de la tarde, un examen con una raya en diagonal de color verde, una raya
que Profesor decidió que se quedaría sin la compañía de la otra diagonal que debía marcar
con una equis el error de una respuesta incorrecta.

Pasaban pocos minutos de las seis de la tarde y el Profesor López agarró con fuerza el
bolígrafo verde con el que su madre le enseñó a valorar los aciertos por encima de los
errores y se dispuso a seguir leyendo el primer examen de la tarde. Tardó poco en encontrar
una buena respuesta. Y, al encontrarla, cogió su bolígrafo verde y su rostro esbozó una
sonrisa, la misma sonrisa con que su madre le obsequia con cada acierto reflejado en el
bolígrafo verde…
FIN

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