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ISBN: 9798486779992
Esta historia es pura ficción. Sus personajes no existen y las situaciones
vividas son producto de la imaginación. Cualquier parecido con la
realidad es coincidencia.
L
Gala benéfica finales de noviembre, Londres, Inglaterra
C
Principios de febrero, Tijuana, México
arolina abrió la puerta de la
cafetería decidida a terminar con
la relación que mantenía con su
prometido. Una semana atrás se enteró por su mejor amiga Ángela, que
Rodrigo la engañaba. Se lo encontró en un bar acompañado de varios
hombres jóvenes y en un arranque detectivesco, lo siguió sigilosamente
hasta el baño. Ahí fue cuando lo miró mientras en un cubículo uno de los
jovencitos le practicaba sexo oral.
Sin pensarlo lo grabó el tiempo suficiente para que a su amiga no le
quedaran dudas de lo que ese maldito estaba haciendo, y luego se marchó.
Para Carolina fue doloroso ver y oír al hombre con el que planeaba
vivir el resto de su vida, como gemía, mientras otro se atragantaba con su
pene, pero agradeció a su amiga por abrirle los ojos. Inclusive si no le
hubiera mostrado ninguna prueba, igual le habría creído.
Ángela y ella eran amigas desde el colegio, era como su hermana.
Fue la única constante en su vida luego de la muerte de sus padres y la
apoyó cuando su familia le dio la espalda. Se fue a vivir con ella y su
madre, ya que nadie quiso hacerse cargo de un niño de diez años y una
adolescente de dieciocho.
Rodrigo no solo era un infiel mentiroso, también era un cabrón
abusivo que estuvo sangrándola económicamente todo ese tiempo. No lo
pensó dos veces y lo enfrentó mostrándole las pruebas irrefutables de su
engaño. Ahora necesitaba cerrar ese capítulo, y seguir adelante.
Carolina trabajaba jornadas laborales excesivas por los horarios tan
dispares que debía cumplir, su puesto era de ingeniero ambiental, en una
empresa alemana que construía partes para automóviles. Su jefe estaba en
Berlín, y por el cambio horario trabajaba en horas poco adecuadas.
Consiguió ese trabajo gracias a que hablaba perfecto alemán, ya que,
durante su infancia, Hanna una vecina y amiga de su madre de origen
alemán se encargó de enseñarle el idioma.
Aunque su trabajo era agotador, su consuelo era que la paga era
excelente, todo gracias a que hablaba inglés, alemán y español, aparte de
estar certificada para realizar las auditorías ambientales necesarias para
exportar hacia la comunidad europea.
Cuando Carolina llegó hasta la mesa donde aguardaba Rodrigo,
pudo observar sus profundas ojeras. A pesar de seguir viviendo juntos,
después de la pelea, la había evitado pensando que si el tiempo pasaba no
haría nada al respecto y todo quedaría en un simple encontronazo.
«¡Está muy equivocado si piensa que podemos seguir juntos!»,
pensó la mujer apretando la correa de su bolso resuelta.
Su aspecto preocupado y hasta de angustia, no la conmovió en lo
más mínimo. Ella sabía que lo que más le inquietaba eran las grandes
deudas que el hombre tenía y que con su separación tendría que afrontar
solo.
En siete meses cumpliría treinta y tres años, y en todo ese tiempo
nunca tuvo la necesidad de tener hijos a su lado, ahora agradecía no haberlo
hecho. Estuvo tan ocupada trabajando para sacar a su hermano adelante,
que fue tan ciega y no vio lo que pasaba con su pareja.
—Buenas tardes —exclamó con un tono contenido.
Estaba furiosa porque recibió una llamada de su abogado,
informándole que Rodrigo quería vender la casa. Tomó asiento y colocó el
bolso sobre sus piernas.
Era complicado mirar a la cara al hombre con el que vivió por más
de cinco años y creía conocer. Le carcomía en el corazón, que no fue capaz
de ser sincero. Lo consideraba su amigo, ya que era consciente de que la
pasión nunca jugó un papel fundamental en su relación.
—Te agradezco que vinieras, quise platicar contigo aquí, en lugar de
hacerlo en casa porque ahí está Estela —respondió en tono civilizado.
Estela, era la mujer que se encargaba de las labores domésticas y de
mantener todo en orden.
—Está bien, pero no tengo mucho tiempo, debo volver al trabajo —
anunció colocando el móvil sobre la mesa, tenía una reunión muy
importante por la tarde.
—Quiero arreglar esta situación. ¿Por qué no nos damos un tiempo
para pensar en nuestro futuro? Estoy consciente de que te engañé, pero si
vamos a terapia de pareja, tal vez podamos descubrir nuestros errores y
podamos solucionarlos —anunció en tono conciliador y deslizó una tarjeta
de presentación sobre la mesa.
Carolina levantó la tarjeta y leyó el nombre de un terapeuta de
parejas. Parpadeó sin poder creer lo que acababa de escuchar y abrió la
boca tan grande, que pensó que era mejor cerrarla antes de que se tragara
una mosca. Sacudió la cabeza y sonrió con total incredulidad. Pasó un dedo
por su frente procesando lo que debía contestarle ante tal descaro.
—A ver —exclamó con una ligera sonrisa en los labios —. Vamos
aclarando algo… nada más —dijo e hizo una pausa sopesando sus palabras
—. ¿Me estás diciendo que es mi culpa, que te hayas buscado un
muchachito de veinte años para que te hiciera una mamada en el baño de un
bar? Explícame, porque creo que te estoy entendiendo mal —replicó con
ironía.
—No es que sea tú culpa, pero necesitamos ayuda profesional.
—Mira, Rodrigo. Creo que el tiempo de buscar soluciones ya pasó.
No me interesa solucionar nada, ni saber porque te da igual dar que recibir
—manifestó con cansancio.
—¡Te dije que nunca me he acostado con un hombre! —replicó con
los dientes apretados mirando para todos lados, porque el tono de Carolina
no fue precisamente moderado.
—Si me mentiste diciendo que ibas a jugar bolos, cuando en
realidad te largabas para acostarte con quien sabe quién, ahora no me pidas
que crea de nuevo en ti. Esto no tiene solución, te deseo lo mejor en la vida
y espero que encuentres lo que estás buscando, pero es evidente que no
puedo dártelo.
—¡Vez cómo tú frialdad e indiferencia me orilló a hacer lo que hice!
—insistió con reproche.
«¡Increíble, sencillamente increíble que sea tan cínico!», pensó
Carolina, cansada de la actitud de Rodrigo, que nunca admitía sus culpas.
—¿Qué quieres que haga? ¿Qué te arme un escándalo? ¿Qué
ganaría con eso? Tal vez sea demasiado pragmática, pero te aseguro que es
mejor dar por terminada nuestra relación de una vez por todas.
—¿Así de fácil? Todo lo que hemos construido juntos se irá a la
mierda.
—No me vengas con pendejadas. Tú fuiste el que lo arruinó —lo
acusó molesta.
—Está bien —dijo y se cruzó de brazos enarcando una ceja —. Si
esto se acabó, saca tus cosas de mi casa y regrésame las llaves —demandó
con un brillo de maldad en sus ojos.
—Esa casa es mía —exclamó con las manos hechas puños —. He
pagado mes tras mes por ella, porque dejaste de aportar por pagar tus autos
y lujos —le recordó exasperada.
Carolina volcó todo su esfuerzo en crear un hogar con lo que creía
necesario, aunque casi no estuviera para disfrutarlo. Se convenció de que
forjaba un patrimonio para cuando llegaran los hijos.
—Con la pena, pero la casa está a mi nombre.
—¡¿No eres capaz?! —chilló abriendo los ojos, Rodrigo siempre le
dijo que la casa era suya.
—Si no quieres perderla, vamos a arreglar nuestra relación —le
amenazó sin remordimientos.
—¡Qué poca madre! En serio. No puedes hacerme eso —replicó
Carolina dando un golpe a la mesa volcando el salero y agitando los
cubiertos.
Los ocupantes de la mesa de enseguida los miraron cuchicheando
por su pelea.
—Sí que puedo hacerlo —admitió con una sonrisa descarada.
No podía creer que fuera tan rastrero, después de todo lo que hizo
por él.
—¿Sabes qué? Metete la casa por el culo. ¡Ah no!, prefieres que te
metan otra cosa. ¡Maldito cabrón! —gritó con repulsión.
Las personas que estaban alrededor le miraron escandalizadas, pero
no le importó. Se levantó y caminó llena de frustración e impotencia hacia
la salida, porque tenía tantas ganas de retorcerle el cuello, que prefirió
largarse del lugar.
Si creía que podía forzarla a hacer algo que no quería, estaba muy
equivocado. En cuanto subió a su modesto auto, pegó un grito encolerizada
y antes que pudiera seguir desahogándose su móvil comenzó a sonar.
Revisó la pantalla y la foto de su hermano pequeño apareció
anunciándole que le llamaba. Cerró los ojos y recordó el evento al que
estaba invitada, días atrás puso mil pretextos para no asistir.
—¿Cómo fui tan estúpida de pedirle opinión a ese grandísimo hijo
de su puta madre?, y todavía se atreve a juzgar a Alex por ser homosexual.
¡Pendejo reprimido! —masculló sacudiendo la cabeza.
Tragó saliva y agarró aire para que la voz sonara serena. No como si
estuviera a punto de romperse.
—Hola, enano —lo saludó con emoción y una auténtica sonrisa
curvó sus labios.
—¿Nunca dejarás de llamarme así? —replicó su hermano con una
risita.
El joven se encontraba sentado en una de las mesas de la terraza del
restaurante donde trabajaba, tomaba un descanso mientras admiraba el mar
que no se hartaba de disfrutar, a pesar de tener más de un año de vivir en
ese paraíso.
Le insistió en más de una ocasión a Carolina para que se tomara
unos días libres, porque conocía como de matada era su hermana en su
trabajo. La amaba y le agradecía todo lo que le ayudó durante años para que
pudiera tener su carrera. Ella sacrificó todos sus ahorros y pidió un
préstamo para pagarle la matrícula en Le Cordon Bleu en París, y cubrir
todos sus gastos.
Por ese motivo el imbécil de su novio lo odiaba, porque para él su
carrera era un capricho, pero estaba equivocado y ahora se lo demostraría.
—Nunca —admitió con ironía. Su hermano era lo más importante
en el mundo.
—Te recuerdo que mides veinte centímetros menos que yo —le
advirtió bromeando. Su hermana era ocho años mayor pero siempre se
comportó como una madre sobreprotectora.
—No me importa, pero un día fuiste un pequeño enano, así que no
te quejes. —Carolina escuchó su risa que tanto adoraba y eso le dio
fortaleza para seguir adelante.
—¿Estás lista? Tienes una hermosa suite con vistas al mar que te
está esperando —le insistió el joven con la esperanza de que asistiera.
La última vez que habló con ella, le dio una serie de pretextos y aún
no perdía las esperanzas. Levantó su pequeño expreso y le dio un ligero
sorbo disfrutando de ese elíxir, que le daba batería para continuar con sus
jornadas.
Carolina cogió un pañuelo de la guantera y se limpió las lágrimas
que corrían por sus mejillas.
—Por supuesto que iré —anunció decidida.
—¡No juegues conmigo! ¿En serio vas a venir? —exclamó
escupiendo su bebida de la sorpresa que le causó escuchar la noticia.
—Claro, no me perdería ese día por nada del mundo. Tengo todo
preparado, te pensaba llamar más tarde para darte la noticia, pero te me
adelantaste —mintió descaradamente.
Recargó la cabeza sobre el respaldo del asiento del piloto y puso su
mano sobre su frente. Su hermano no debía saber que su hermana mayor era
prácticamente “homeless”.
«¡Debí comprar la casa a mi nombre, pero mi historial crediticio en
ese momento era pésimo, ya ni llorar es bueno! ¡Esto ya no tiene remedio!»
se lamentó en silencio.
Ella no pudo comprar, porque seguía pagando el préstamo que pidió
para enviar a su hermano a Europa. Así que no le podía contar nada, porque
Alex se atormentaría por sentirse culpable.
Ahora tenía que conseguir un boleto de avión para viajar en un par
de semanas, pero no le importaba si sobregiraba su tarjeta de crédito, su
hermano lo valía.
—Y, ¿qué pasa con Rodrigo? —le preguntó sacándola de sus
cavilaciones.
—Tu hermana es nuevamente soltera y se tomará unas merecidas
vacaciones. Además, por una vez en la vida quiero hacer algo espontáneo.
—¿Por fin dejaste a ese pendejo, no es una broma? —replicó
incrédulo.
Muchas veces le insinuó que ese tipo no la quería, pero nunca quiso
ser tan directo con ella, porque su hermana se aferraba a la estabilidad de su
vida y no quería causarle dolor señalando lo obvio. Ella debía darse cuenta
y tomar la decisión de dejar a esa imbécil, que la menospreciaba.
—Vaya, parece que no te caía bien —señaló lo evidente y Alex bufó
con sorna.
—Soy prudente, hermana.
Carolina estalló en carcajadas, porque su hermano era todo menos
prudente, pero no entendía que por ella podía serlo.
—Tengo muchas ganas de verte, hace más de un año que no te
abrazo —dijo con agobio y un nudo en la garganta.
—Porque no quieres dejar de trabajar. Te he dicho hasta el
cansancio, que aquí eres bienvenida.
—Lo sé, y no sabes cómo me arrepiento —admitió con pesar.
Su plan era largarse a los Cabos y ya después vería que hacer
cuando volviera. Le llamaría a su amiga Ángela para pedirle posada,
mientras conseguía un lugar propio.
Recordó que tendría que ir a recoger sus cosas, pero solo de
pensarlo se le aflojaron las piernas.
—Yo también, muero porque me cuentes que pasó con el imbécil de
tu exnovio —lo mencionó con una satisfacción infinita.
El joven de inmediato recordó al primo de su novio, ese hombre
encajaría perfecto con su hermana, si tenía una relación con ella, tal vez
podían irse todos juntos. Se mordió un labio y comenzó a maquinar un plan
para presentarlos, ya se lo contaría a Claude.
—Para eso necesitaré una botella de vino.
—Tengo una cava a tú disposición —le informó y sonrió con
ternura.
—Te quiero Alex, nos vemos en unos días.
—Yo más, si necesitas algo, avísame, no estás sola —destacó y
Carolina apenas pudo contener el llanto.
Es como si intuyera que algo no estaba bien, pero era tan terca que
no le diría la verdad.
«¡Dios! Cinco años de mi vida tirados a la basura con un imbécil, y
para rematarla en la calle», se recriminó y todos sus sentimientos cayeron
como un vendaval derramándose sin control. Sin poder evitarlo comenzó a
llorar y recargó la cara contra el volante.
Capítulo 3
Una emboscada en el paraíso
E
Finales de febrero, Los Cabos, México
l joven resopló hastiado, tenían
más de catorce horas de vuelo.
Todo por el capricho de su
padre. En lugar de estar en Dubái revisando el proyecto de construcción del
nuevo casino, iba rumbo a México para un evento simbólico de su hotel en
los Cabos, y no es que pensara que no era un logro relevante, pero no
consideraba que su presencia fuera necesaria.
Que le otorgaran a uno de los restaurantes, el reconocimiento
internacional de tres estrellas Michelin era digno de celebrarse, pero en su
opinión era más urgente revisar el proyecto del casino que seguía sin
arrancar. Tenía en su nuca al maldito de Yuri, que pugnaba por los mismos
permisos que ellos necesitaban. Era primordial su presencia en Dubái, para
poder mover sus influencias y resolver esos contratiempos en persona, así
se hacían los negocios.
Estaba listo para ser nombrado CEO del conglomerado, y que su
padre soltara la correa que tenía alrededor de su cuello. Ya que siempre que
no estaba de acuerdo con algo, le frenaba, porque, aunque dirigía todo, él
tenía la última palabra. Hasta podía ser removido de su puesto si a su padre
se le antojaba.
Por eso mismo estaba soportando la mierda de vuelo hacia un lugar
al que no quería ir, en compañía de la mujer que detestaba.
El rompimiento con Irina fue un total drama digno de cualquier
novela. La modelo lo tomó tan mal, que llegó al hospital por una
sobredosis, pero solo fue un intento de chantaje en el que nunca caería. No
la quería y eso le quedó claro a la rubia, cuando no le regresó las llamadas.
La prensa lo tachó de monstruo insensible, y su familia le reprochó
el escándalo. Así que después de ese penoso episodio, su madre no aceptó
un no por respuesta, se alejarían de Londres por unas semanas y dejarían
que se calmaran los ánimos.
Apenas levantó la vista en dirección a una de las sobrecargos, esta
se acercó de inmediato para atenderlo.
—Dígame, señor Waldorf —le preguntó con una reluciente sonrisa.
Era una asistente de vuelo habitual que se le había insinuado en
varias ocasiones, y la última vez que usó el avión de su padre, cometió el
error de cogérsela en una de las habitaciones y horas antes volvió a cometer
la misma estupidez. Ahora notaba como batía sus pestañas y le sonreía con
coquetería, no necesitaba más problemas de los que ya tenía en ese
momento, pero él solo los buscaba.
Su madre le sacaría los ojos a la pobre chica y la tiraría en medio del
mar, si se enteraba de lo que había ocurrido en uno de los baños. Así que
debía cortar su mierda antes que se diera cuenta.
—Un whisky en las rocas —le ordenó con indiferencia. La mujer
quiso tocarle una mano, pero este levantó una ceja, zanjando todo intento de
acercamiento.
Con una mirada severa, la joven entendió el mensaje y se marchó
con la cabeza gacha. De reojo miró a su padre esperando que no se diera
cuenta de la situación, y para su buena suerte no lo hizo.
Cuando le dejó el vaso con licor, levantó la mirada y se percató que
sus padres lo observaban con reproche, pero no dijeron una palabra, porque
estaban desayunando junto con sus dos hermanas menores y la odiosa de
Madison Grosvenor.
«¡Sí, apenas son las malditas nueve de la mañana, pero necesito un
jodido trago!», farfulló para sus adentros.
Soportar a esa mocosa insensata todas esas horas, era una total y
absoluta pesadilla.
De saber que ella vendría a este viaje, nunca se habría subido al
maldito avión por más mierda que le hubiera tirado su madre.
Lo convencieron de que sería un viaje familiar a playas mexicanas,
para librarse del puto escándalo. Luego de la celebración se quedarían unos
cuantos días y si les apetecía, viajarían unos días en un yate.
Por supuesto que no esperaba la sorpresa de aguantar a esa niñata,
que seguía encaprichada con él, haciendo caso omiso a las palabras
hirientes que le profería cada vez que podía.
«¡Un poco de maldita dignidad!», pensó cansado.
Ignorando al resto de los tripulantes, continúo con su lectura. Era el
anteproyecto de las modificaciones que sufriría el hotel, ahora tenía que
revisarlos a conciencia.
En apenas un par de horas llegarían. Su amigo David ya lo esperaba
en el hotel, por solidaridad viajó directamente de Berlín para acompañarlo.
Aunque no lo admitiera, su padre lo tenía de los huevos, y no podía librarse
de sus deseos.
C
Suite del Caesars Palace, después de medio día…
arolina se encerró en el baño en
cuanto Michael lo abandonó.
Necesitaba una ducha reparadora,
que le despejara la mente y le ayudara con el terrible dolor de cabeza,
aunque tomó un par de analgésicos, era urgente sentir el agua correr por su
piel, que limpiara sus poros.
«Apesto a sexo y mucho alcohol. ¡Dios como me duele el trasero y
estoy rosada!, parece que festejamos con ganas. Vaya con el inglesito, con
la cara de mustia que tiene», dijo entre dientes.
Cada paso que daba le recordaba la noche de sexo que tuvo. Lavó su
cabello varias veces y talló su piel con cuidado. Una vez libre de espuma,
recargó las manos sobre la pared de la enorme ducha e hizo un repaso
mental de todo lo ocurrido la noche anterior.
—¡Dios, mi hermano me va a matar! ¿Qué demonios voy a hacer?
¿Cómo voy a decirle que estoy casada? ¿Cómo voy a decirle a mi amiga
Ángela? ¿En qué momento pensé que era una buena idea? —gruñó y
sacudió la cabeza.
Se calló por un momento y siguió con su monólogo quejumbroso.
—La verdad es que no lo pensaste, acéptalo, pero es que ese hombre
es un maldito encantador de serpientes. ¿Y cómo no lo va a ser? Sí es el
hombre más guapo que habías visto en tu pinche vida. ¡Ah, pero viste tu
oportunidad y te bajaste los calzones sin pensarlo!, así de fácil. ¡Eres una
puta! —soltó un largo suspiro al recordarlo —. No solo está buenísimo,
aparte coge con maestría el desgraciado. ¡Hasta en eso eras pendejo,
Rodrigo! —despotricó y blasfemó.
Hizo una pataleta y lloriqueó, porque no sabía cómo enfrentaría lo
que había hecho.
—Vaya, no sabía que hablaras contigo misma en la ducha. Aunque
no entiendo mucho español, entendí una que otra frase, gracias por eso de
que soy bueno para coger, traté de esforzarme. No todos los días me caso —
clamó Michael desde la puerta.
Pegó un grito y casi se cae de nalgas sobre el piso resbaloso, si no es
porque se agarró del dispensador de jabón ahora estaría tirada.
—¡Solo me falta que me caiga y me rompa un hueso! —clamó
horrorizada —. ¿Por qué entras sin avisar? ¡Me estoy bañando! —le
reclamó y se llevó las manos intentando cubrirse.
Se giró y lo miró parado con las manos en los bolsillos de sus
pantalones, contemplándola con descaro.
—Ya te vi desnuda, ¿cuál es el problema? —le aseguró con una
sonrisa ladina, y entrecerró los ojos.
—Pero no es lo mismo, no estoy borracha —recalcó avergonzada.
«Aunque no tan borracha como para no recordar lo que hice, pero ya
no tengo el coraje de ser atrevida», pensó con ganas de tener más seguridad
en sí misma, pero era difícil serlo, luego de saber con la clase de mujeres
con las que Michael se relacionaba.
Le volvieron a su mente los recuerdos de como ella prácticamente se
abalanzó, sobre su ahora esposo con demasiada efusividad.
—No pensé que fueras tan pudorosa, anoche apenas pude…
—No digas una palabra más, sobre lo de anoche —le amenazó y se
sonrojó.
—No me estoy quejando, solo es un recordatorio. A mí me gustó, no
me digas que a ti no —le dijo enarcando una ceja.
—Claro que me gustó, ¡pero no son cosas que se platiquen así,
como así! —masculló escandalizada —, y gírate no me mires.
—Mi esposa es tímida —señaló burlón.
—¡Hazlo y dime qué quieres, o salte del baño! —Le cortó el rollo y
gruñó sonando desesperada.
—Tranquila, solo es para informarte que tenemos que regresar. Mi
padre me acaba de llamar —miró su reloj e hizo una mueca —. Llegaremos
para la cena. Le dije que les daré una sorpresa —anunció con una sonrisa de
oreja a oreja, al tiempo que se giraba y se cruzaba de brazos.
—¿Y cómo saldré del hotel? No tengo nada que ponerme, mi
vestido está destrozado —se quejó. Aprovechó para cerrar la llave y buscar
una toalla.
—Lo siento. Es que tardabas mucho en quitártelo —admitió con
descaro —, pero no te preocupes, David fue de compras y te trajo lo
necesario. En cuanto te cambies nos marchamos, desayunaremos en el
avión. Me hubiera gustado llevarte a pasear, pero no tenemos tiempo, en
otra ocasión será.
—No te preocupes, conozco las Vegas —replicó.
Se comenzó a secar el cuerpo, se enrolló una toalla en la cabeza y
otra alrededor del torso. Era ridículo cubrirse si era obvio que ya la había
visto el culo a detalle porque lo sentía bastante magullado, pero no podía
evitarlo.
—Vaya, eres una mujer de mundo.
—Deja de burlarte. —Se defendió apretando los dientes.
—Parece que amaneciste de malas, y yo que estoy de tan buen
humor. Es más, te podría decir que estoy feliz —dijo hilarante.
Se acercó a ella y para desconcierto de Carolina pasó su dedo sobre
su hombro, deslizándolo lentamente.
«¡Cristo bendito! ¡Su aroma es delicioso!», pensó y tragó saliva
cuando lo olisqueó. Lo tenía grabado en su mente.
—¿Ahora resulta que eres un cascabelito de felicidad? —arremetió
recomponiéndose por su cercanía.
—Coger pone de buenas a cualquiera, y más cuando el sexo es tan
jodidamente bueno —manifestó con cinismo.
—¡Ya por Dios! ¡En un momento salgo! —le dijo levantando una
mano.
—Te estaremos esperando —anunció con una sonrisa ladeada y se
fue.
Cuando se quedó sola, sin poder evitarlo sonrío como tonta, aunque
se sentía echa un lío, tenía que admitir que tenía razón.
Carolina cerró los ojos, estaba agotada y sin darse cuenta se quedó
dormida por unos minutos.
—¿Quieres acostarte? —le susurró Michael.
Carolina despertó y se encontró a su esposo a su lado.
—Perdón, me quedé dormida —masculló con la voz pastosa y
bostezó.
Michael se levantó y le tendió una mano, se notaba agotada. Apenas
habían tenido unas horas de sueño y al despertar todo ocurrió muy rápido.
—Acompáñame, necesitas descansar porque nos espera una noche
agitada —le recordó, Carolina asintió y tomó su mano.
Caminaron por un pasillo y al llegar al fondo, abrió una puerta. Era
una de las habitaciones, específicamente la que él siempre usaba.
«¡Es una locura!», pensó Carolina al entrar.
Había una cama king size, con un edredón color crema y múltiples
almohadas acomodadas artísticamente. Ese lugar no dejaba de sorprenderle.
—¡Wow, esta habitación es increíble! —exclamó.
—Mi avión no es tan grande, pero me gusta más —le informó
Michael orgulloso.
Ese avión fue pensado por su padre, para dar cabida a toda la
familia, pero el necesitaba un avión personal ya que viajaba mucho, no solo
por placer. Su madre y hermanas pasaban la mayor parte del tiempo en
Londres y si viajaban mayormente era para ir de compras.
—¡¿Tienes tu propio avión?! —replicó.
En realidad, no era una pregunta, pero no dejaba de sorprenderle.
—Por supuesto.
—¿No has oído hablar de la huella de carbono?
Michael sacudió la cabeza e ignoró su pregunta.
—Vamos a quitarte la ropa —le indicó y Carolina lo miró con
desconfianza.
—Alto ahí, ¿por qué tengo que quitarme la ropa? —replicó
levantando una mano.
—Porque si te acuestas con ella, se llenará de arrugas y llegaremos
directo a la cena. Mi padre está impaciente.
Tenía razón, pero el hecho de desnudarse frente a él la puso
nerviosa.
—¿No tendrás una bata de pura casualidad?
—Lo siento, pero bajaron mi equipaje, si te quedas en ropa interior
es como si estuvieras en bikini.
Rodó los ojos y sacudió la cabeza.
—Yo no uso ese tipo de trajes de baño —admitió incómoda.
En su vida se pondría un bikini, mantenía un peso saludable, pero no
como para pasearse enseñando sus atributos. Carolina estaba convencida
que tenía unos buenos diez kilos de más según los estándares actuales de
belleza, que no estaba dispuesta a perder, amaba demasiado la comida.
—¿Por qué no? —le preguntó Michael sin entender.
«¿En serio me pregunta eso, luego de salir con modelos?» pensó
incómoda.
—No me siento a gusto, no soy una persona que haga mucho
ejercicio...
—Gírate para desabrocharte la blusa —le ordenó interrumpiendo
sus justificaciones.
Michael sacudió la cabeza, claro que sabía a lo que se refería, pero
no estaba de acuerdo. Era cierto que ella tenía mucho más carne en los
huesos de lo que estaba acostumbrado, pero no le molestaba, al contrario.
Lo encontró bastante estimulante y satisfactorio.
—Eres un mandón.
—Tú no te quedas atrás, querida —le devolvió con sarcasmo.
Carolina soltó una risita e hizo lo que le pidió.
«¡Maldito acento moja bragas!» dijo entre dientes en español, tenía
la ventaja de que no entendía el idioma.
Además, la ropa interior era bastante decente, no era como si usara
una tanga. Se quitó la ropa y el la dobló perfectamente, la colocó sobre una
silla que estaba a un costado.
Michael era muy ordenado, pero era una costumbre arraigada por la
disciplina de los colegios a los que asistió desde pequeño.
Carolina se acostó con rapidez y se metió bajo de las sábanas, tomó
una almohada y se abrazó a ella. Michael se acercó y le plantó un beso en
los labios.
—Descansa, faltan algunas horas.
—Gracias —respondió aturdida y cerró los ojos, para caer dormida.
Capítulo 10
Las ventajas de estar casado
D esembarcaron después
medianoche porque nadie quiso
dormir en altamar, prefirieron
de
Luego de pelear toda la mañana con Mateus, por fin terminaron las
compras. Sus consejos eran acertados, pero para su gusto, demasiado
osados. Lo más loco que se permitió fue un bolso rojo de Tous, que era un
poco llamativo.
Pero es que cada vez que miraba algo, el hombre la sermoneaba
diciendo que se vestía como una anciana de sesenta años. No entendía que
era un poco recatada.
Caminó al lado del moreno que no dejaba de hablar y entraron al
elevador. La cazadora de Michael la cambió por un abrigo acolchado, pero
muy ligero, con muchos bolsillos, eso sí, costaba una fortuna para su gusto.
Pero es que el lugar era excesivamente caro, luego de asustarse
varias veces por los precios no quiso discutir más con Mateus, así que dejó
de preguntar lo que costaban las cosas. Cada vez que lo hacía las
dependientas la miraban como si estuviera loca.
—Vamos por un té y sándwiches, para que tengas la experiencia
londinense de Harrods —declaró Mateus emocionado.
Apretó la bolsa que llevaba colgada sobre su hombro.
—No me gusta el té —le confesó.
El joven la miró horrorizado y luego entrecerró los ojos.
—Entonces tomaremos champaña —dijo con una risita de
complicidad —Aquí hay un restaurante de Tiffany, que es un sueño hecho
realidad para una tarde de chicas —le confesó llevándose la mano al pecho.
Carolina sonrió y sacudió la cabeza. Tenía que admitir que era muy
divertido. Mateus se transformó en cuanto su esposo los dejó solos, perdió
su fachada de seriedad.
—Está bien, tengo un poco de hambre —aceptó, ya pasaba de medio
día.
Entraron al lugar y la joven se quedó con la boca abierta. Era como
estar en una película. Los sillones eran del color azul clásico, y las lámparas
simulaban tener incrustados diamantes.
—Esto es increíble, me gustaría tener mi móvil para tomar
fotografías —dijo en voz alta. Su amiga Ángela enloquecería.
«¡Dios, Ángela! Soy horrible, no la he llamado», recordó con
remordimientos.
Cuando se sentó, Mateus sacó su enorme celular de su chaqueta.
—Entonces yo te tomaré unas fotos, y luego se las enviaré a tu
esposo.
—Gracias —agregó.
—No tienes por qué agradecerlo, pero ¿qué le pasó al tuyo?
Carolina se humedeció los labios e hizo una mueca. Ni siquiera se
había preocupado por conseguir uno nuevo. En el fondo era porque no
quería llamarle a su amiga, era demasiado doloroso recordar lo que había
vivido.
—Se me perdió —masculló y bajó la vista hasta sus manos.
Esa noche no fue lo único que perdió, tampoco tenía el anillo de
bodas. Ni siquiera recordaba donde lo había perdido.
—Pues es importante que tengas uno, saliendo vamos a conseguirlo.
—Gracias otra vez —le dijo con sinceridad.
—Aunque es un placer, es mi trabajo. Ahora vamos a pedir unas
copas de champaña y unos emparedados.
—Para mí un latte por favor, no quiero tomar alcohol —declaró
seria. Esa bebida le traía recuerdos horribles.
Les sirvieron de inmediato y Carolina comió con ganas, por primera
vez desde que llegó a Londres, realmente se sentía hambrienta. Se comió un
sándwich y luego de una torre de platitos, escogió un trozo de pastel de
queso con una capa de chocolate.
Se llevó la cucharilla a la boca y le dio un trago a su latte.
—¿Te puedo hacer un comentario?
—Por supuesto —contestó y se limpió la boca con la servilleta
blanca.
—Nunca pensé que llegaría el día que miraría a Michael casado.
Ella sonrió y sacudió la cabeza. Si supiera que se casó porque su
padre lo orilló a hacerlo, no estaría tan sorprendido.
Que ella llegara a su vida, fue totalmente circunstancial.
—Sé que era un mujeriego incorregible y anduvo con cada modelo
que se le puso enfrente —admitió ella con sinceridad.
Mateus abrió la boca contestar, pero no pudo, porque se dio cuenta,
que fue muy imprudente al sacar el tema.
—Es la verdad, pero eso fue antes de conocernos, así que no soy
nadie para juzgarlo —confesó.
Carolina creía en el compromiso que hizo cuando se casaron y
aunque tenía claro que no la amaba, era un hombre sincero.
—Debes estar orgullosa, porque tu fuiste la afortunada que lo cazó,
y mira que muchas lo intentaron. Ni siquiera Irina lo logró —dijo enarcando
una ceja.
A cada paso que dieron en la tienda, había una foto de la rubia.
—Es la rubia que está por todas partes, ¿verdad?
—Sí —admitió con una mueca el joven.
—Es preciosa —expuso ensimismada.
—Eres hermosa y tienes un cuerpo increíble —le aseguró.
Ladeó la cabeza y dejó escapar una risa un poco escandalosa.
—¡Ay, eres un amor! —dijo y le lanzó un beso.
—Te digo la verdad. No estás tan flaca como esas modeluchas que
no comen ni una arveja, pero se atiborran de cocaína. Como hombre yo
prefiero agarrar algo más apetitoso —susurró inclinándose sobre la mesa
con la copa de champaña en la mano.
Carolina se sorprendió por su declaración.
—Pero tu…
—Querida, no te confundas, amo a mujeres y hombres por igual, y
si voy a acostarme con una, no quiero agarrar solo piel y huesos.
—No cabe duda de que tengo que aprender muchas cosas.
—Pudiera enseñarte, pero no creo que a tu esposo le guste —dijo
con sorna.
Mateus sonrió de oreja a oreja, por la cara de estupor de Carolina.
Giró la cabeza, y cuando miró a Michael caminando directo hacia ellos, se
atragantó con el líquido en su garganta y comenzó a toser. La joven se
levantó preocupada y le dio un golpecito en la espalda. El hombre sacudió
la cabeza y alzó una mano, para indicarle que estaba bien.
Michael traía una bolsa negra con letras doradas en su mano, con el
logo de la tienda. A Carolina se le iluminó el rostro en cuanto lo miró. Este
le sonrió y se acercó. En un impulso la jaló a sus brazos y le dio un beso
apasionado que todos miraron boquiabiertos.
—Te extrañé —declaró y a Carolina se le hizo un nudo en la
garganta. Sus palabras le afectaron y provocaron que su corazón se
conmoviera.
—Yo también —dijo en un susurro.
Mateus los observó sin poder creerlo. Si tenía alguna duda sobre los
sentimientos de su jefe, sus acciones le dejaron bien claro que la amaba. Por
un momento le pareció bastante raro, que un hombre como Michael, que
tuvo amoríos interminables con modelos, todas cortadas con el mismo
patrón físico, estuviera casado con una mujer como ella, que, aunque le
parecía hermosa, era la antítesis de las mujeres con las que se le
relacionaba.
—Mateus, ¿me cuidaste a mi esposa?
—Por supuesto, nos hemos divertido muchísimo —mencionó
recompuesto.
La tomó de la mano y se sentaron en el sillón en forma de
medialuna.
—¿Quieres café? —le preguntó Carolina y Michael asintió. Cogió
su taza y le dio un trago.
—Gracias —contestó y dejó la taza sobre el platillo.
—¿Tienes hambre?
El asintió, le puso el pequeño sándwich en un plato y se lo ofreció.
Michael le dio un mordisco y luego sacó una caja de la bolsa.
—Te compré un nuevo móvil.
—Muchas gracias —dijo con ilusión.
Era la última versión del iPhone y lo sacó de la caja.
—Intentaremos recuperar tu información —declaró de inmediato y
Carolina agradeció que lo recordara.
Mateos sacó una tarjeta con sus datos, y se la entregó a la joven.
—Envíame un mensaje para compartirte las fotos, para tu amiga.
Se levantó de la mesa con una sonrisa, muy complacido. Nunca
esperó que su jefe se les uniera y menos que se pusiera en plan tan amoroso
delante de tanta gente.
—Muchas gracias otra vez, me la pasé muy bien.
Se acercó a ella y le dio dos besos.
—Cuando quieras estoy a tus órdenes, fue un verdadero placer. —Se
despidió de ambos y se marchó.
Michael deslizó el brazo detrás de la espalda de su esposa, y la
atrajo a su costado.
—Podemos aprovechar para comprar otro anillo, así podrás
escogerlo —le propuso tomando su mano donde debía estar la argolla.
Ella se puso rígida, pero no le contestó. Bajó la vista y se quedó en
silencio. Él se dio cuenta de inmediato y quiso abofetearse por eso. Le tomó
la cara con las dos manos y giró su rostro para que lo mirara. Los ojos
mostraban un brillo de dolor.
—Será cuando estés lista. ¿Está bien?
Ella se conmovió al ver su preocupación y le sonrió, se esforzaría
por dejar en el pasado lo que le ocurrió.
—Sí, no te preocupes, podemos ir a verlos —le aseguró.
Carolina notaba raro a Michael, desde que se presentó en la
cafetería. No era normal que fuera tan amoroso en público, la tomó de la
mano y no la soltó ni siquiera para subir al auto porque llevaba chofer, pero
eso no fue todo, sentía que la miraba de forma extraña.
Fueron a una joyería de Tiffany y con toda la paciencia del mundo
estuvieron más de dos horas escogiendo anillos. Donde también estuvo de
lo más cariñoso, tanto así, que hasta las mujeres que los atendieron se
dieron cuenta, y soltaban risitas cada vez que lo miraban darle un beso o
hacerle un mimo.
Un par de horas después, estaban en el restaurante de comida
argentina Gaucho. Ubicado sobre Chancery Lane en el distrito legal. La
decoración era negra, desde la alfombra, hasta las mesas y paredes. El toque
diferente lo daban la sillas forradas en piel blanca con machas negras. A
Carolina le pareció divertida la alusión a las vacas, ya que la especialidad
eran las carnes. Tomaron una mesa, que estaba sobre el área de sillones y
Michael se sentó a su lado.
Carolina admiraba cada detalle del lugar.
—Me gusta —admitió con una sonrisa.
—¿Quieres vino?
—Que no sea muy seco por favor —le pidió.
—¿Malbec?
—Sí, gracias, suena perfecto —respondió.
Un mesero se aproximó y les tomó la orden. Michael pidió una
botella de vino y un Gaucho sampler, la especialidad de la casa. Incluía un
buen trozo de cada corte de carne que estaba en el menú, además de una
ensalada verde.
Carolina extrajo de su bolso el nuevo celular para tomar una foto.
Michael se lo quitó de las manos, y la abrazó para tomar una selfie.
—Ahora tienes un nuevo fondo para tu celular —declaró y sonrió de
lado emocionada.
—Me encanta.
—Cuando estés lista llama a tu hermano. Me ha estado preguntando
por ti. Le dije que perdiste tu celular y estuviste un poco resfriada, que por
eso no le habías llamado, pero que lo harías pronto.
—Gracias por no preocuparlo.
Les llevaron el vino y de inmediato dejaron pan en rodajas en una
cestita. Tomó un trozo y lo metió a un platito con chimichurri.
Apenas había comido los días pasados y Michael se alegró de verla
recuperar el apetito.
La ayudaría a olvidar lo ocurrido en Dubái, ahora solo tenía que
convencerla de que se quedara a su lado de forma indefinida.
—No tenía caso que lo hiciera, y no quería que te agobiara. Ya sabe
que ya no estamos en Dubái.
—¿Te preguntó por qué dejamos la ciudad? —le cuestionó
preocupada.
—Le dije que hubo un cambio de planes, y regresamos por
cuestiones de trabajo a Londres. Que nos veremos en su boda —admitió y
Carolina, no objetó nada.
La boda se celebraría en París en cinco meses.
Un mesero llegó con una tabla llena de carne, varios platos con
salsas y entradas. Era muchísima comida.
—¡Esto es demasiado! —exclamó viendo como acomodaban todo
en la mesa.
—Podemos llevarlo. No me di cuenta de que el refrigerador está
vacío —aceptó con una mueca de culpabilidad.
Solo tenía cosas muy básicas en la nevera, porque le pidió al
servicio que no los molestara, pero eso cambiaría.
—Solo necesito café y leche —dijo encogiéndose de hombros.
Los últimos días, estuvo tomando cafeína a todas horas. Michael
sacudió la cabeza negando, no podía seguir con esa alimentación.
—Necesitamos comida de verdad.
—No sé si diré una tontería, pero ¿vas al mercado?
Michael soltó una carcajada porque Carolina, mantenía esa
inocencia, ya que aún no dimensionaba lo que era su vida.
—No, alguien me hace las compras.
—Mmm, sería interesante llevarte —confesó con una risita.
Ya se lo podía imaginar de traje empujando el carrito del mercado.
—Tal vez en algún momento. Por cierto, hablé con David. Te manda
muchos saludos —le informó y Carolina no le quiso preguntar si estaba
enterado del incidente, aunque sabía que no tenía secretos con él.
Michael en un arranque de desesperación luego de ver el funesto
video, le llamó. Necesitaba el consejo de su amigo, o cometería una locura.
Le sirvió bastante, porque ahora estaba más calmado, pero no por eso
olvidaría ese asunto.
—¿Cómo está? Hace mucho que no sabemos de él.
—Bien, escondiéndose de su madre en Tailandia.
David no era bueno enfrentando a su madre, así que prefería
escaparse por meses sin que nadie supiera su paradero, al único que le
contestaba era a Michael.
—¿Su abuelo sigue igual?
—Por desgracia —dijo con pena.
Carolina cortó un trozo de carne, se lo llevó a la boca y emitió un
gemido de placer.
—¿Te gustó?
—Sí, está delicioso. Lo único que yo agregaría es guacamole —
confesó con una sonrisa.
—Sabía que lo extrañarías.
Un mesero llegó con un platito con un guacamole improvisado. No
lo servían en el restaurante, pero lo prepararon a petición de Michael.
—Eres un amor —expresó abriendo los ojos.
—Así que, por un guacamole, ¿me quieres un poquito más? —le
cuestionó juguetón.
Sonrió y se limpió los labios, conteniendo la emoción. Si supiera
todo lo que lo amaba, saldría corriendo por la puerta.
—Y ni te cuento si me hubieras conseguido una salsa asada —
replicó bromeando.
Tomó un trago de vino para ocultar lo roja que se puso.
—Me esforzaré más la próxima vez —le contestó.
Le tomó la mano y le dio un beso en los nudillos.
De nuevo llevaba un anillo. No era tan extravagante como el que
compró David, pero era hermoso. Un diamante en un corte ovalado
montado en una argolla de platino, acompañado de la sortija de matrimonio.
Michael aprovechó para comprar la propia a juego que ahora la lucía en su
mano.
Le dijo a Carolina, que en su próxima junta de consejo no quería
que nadie tuviera dudas de su estado civil, pero la verdad es que era un
mensaje claro para las mujeres a las que se encontrara en su estancia en
Londres.
M
a la terraza y tomó la llamada de Darko.
ichael caminó hacia la
habitación, se paró en la
puerta corrediza para acceder
—Tenemos un problema.
—¿Qué es lo que pasa?
—Acabamos de sacar del hotel a la señorita Grosvenor. Atacó a
Ángela afuera de la puerta para quitarle las llaves e ingresar —dijo con
desdén.
—Esa mujer está loca, ¿qué es lo que quería?
—Exige hablar contigo.
—No quiero verla, además no puedo hacer nada por ella y aunque
pudiera no lo haría.
—Pues ella cree lo contrario.
—¿Sabe que nosotros filtramos las fotografías?
—No, no lo sabe. Culpa a Stuart Grant.
—¿Entonces para qué demonios quiere hablar conmigo?
—No me lo dijo.
Resopló molesto y se sentó en uno de los sillones del exterior.
—Lo que me gustaría saber es cómo llegó hasta el último piso.
—Eso pregúntaselo a tu seguridad, fueron los que le dieron acceso.
Michael se pasó la mano por la cabeza y lanzó una maldición, su
padre tuvo que haber dado la orden.
—Voy a arreglar esa situación.
—Mis hombres van a vigilar el último piso. Afuera hay muchísima
prensa, salir a la calle no es lo más recomendable. La visita de esa mujer
trajo la atención.
—Está bien, no pienso salir en todo el día.
—Por la seguridad de tu esposa no debe dejar el hotel. Luzhkov está
furioso. Recibió una llamada de su suegro para decirle que se olvidara del
flujo de dinero.
—¡Maldito perro!
—Ese hombre buscará venganza. Tenemos la ventaja de que no sabe
quién filtró las fotografías, pero debemos estar preparados para lo peor.
—Entiendo. ¿Qué sugieres que haga?
—Esperar hasta que Luzhkov no sea una amenaza.
—¿Y cómo diablos vamos a lograrlo?
—Tengo que hablar en persona con Segej Michajlovo.
—¿Qué te hace pensar que eso detendrá a Luzhkov?
—No puedo decirte más, solo debes de saber que eso lo hará. Te voy
a pedir un favor.
—Dime.
—Ángela debe moverse a una de las habitaciones. Estará más
segura.
Ya eran dos veces que nombraba a la amiga de Carolina por su
nombre, con demasiada familiaridad.
—Está ahí porque así lo quiso, pero ¿por qué tan interesado en ella?
—Es personal —dijo cortante.
Michael hizo una mueca y entendió a que se refería. Esa mujer
podía ser pequeña de tamaño, pero intuía que era un enorme reto hasta para
Darko.
—Hablaré con mi esposa.
—Franco se quedará a cargo, es un hombre de toda mi confianza.
—Gracias por ayudarme.
—Será un verdadero placer.
Darko colgó y Michael se quedó desconcertado, sin comprender sus
palabras, pero lo que no sabía es que le estaba brindando la oportunidad de
vengarse de un hombre que se creía intocable.
Para Darko había iniciado la guerra. Viajaba en una limosina que lo
llevaría para reunirse con la cabeza de la familia Michajlovo después de
cinco años de no verlo. Regresaría para saldar cuentas.
días.
E ntraron al despacho donde
Michael se instaló para seguir
trabajando remotamente esos
C
estaba su amiga, todavía inconsciente.
arolina abrió los ojos con un dolor
de cabeza insoportable. El lugar
estaba en penumbras, a su lado
E n la terraza de la habitación
Carolina estaba sentada mirando
la costa. Desde lo alto del
castillo se podía apreciar el mar. Amanecía, y la brisa fría despeinaba su
cabello. Vivieron emociones demasiado fuertes en muy pocos días, por lo
que ahora la calma en la que se encontraba parecía irreal.
Pasó una noche muy agitada, porque su amiga estuvo en vela al lado
de Darko. El hombre perdió muchísima sangre, por lo que el médico tuvo
que realizarle una transfusión después de sacarle las balas de su cuerpo.
Apoyó a su amiga hasta que Darko fue llevado a su habitación para
su recuperación. Nunca vio a Ángela tan angustiada y ahora sufría por ese
hombre, y eso le prendió alarmas que la inquietaron.
Estaba perdida en sus pensamientos, mientras revisaba su celular
buscando noticias de lo ocurrido el día anterior. Las redes explotaron con
imágenes de la noticia de la muerte del millonario Yuri Luzhkov y el
incendio de su enorme mansión.
—¿Pensé que dormirías más horas? —exclamó Michael ingresando
a la terraza.
Carolina se apretujó en la manta de lana en la que estaba envuelta.
—Estoy preocupada por Ángela —admitió con un suspiro.
Se sentó a su lado, y ella se recargó sobre su pecho.
—Deja de preocuparte, es una mujer adulta.
—Pero ese hombre no me da confianza —refunfuñó torciendo los
labios.
—Se que es como tu hermana, pero debes dejar que ella tome sus
propias decisiones.
—¿Y si le hace daño?
—Dale un voto de confianza. Está claro que tu amiga lo trae
perdido, casi se muere por no dejarla durante el vuelo.
—Escuché que David te lo recomendó, tal vez él sepa más sobre su
vida —declaró entrecerrando los ojos.
—Preciosa, no te metas en su relación, porque temo que, si tiene que
elegir entre los dos, no te gustará el resultado. No la presiones —le advirtió.
—Está bien —aceptó molesta.
—¿Cómo está tu tobillo?
—Mucho mejor, ya no está tan inflamado, tal vez…
—Ni se te ocurra. El doctor dijo que necesitas reposo y hasta que no
diga lo contrario, tienes que descansar —le recordó.
Carolina resopló molesta pero no lo contradijo, tendría que
tomárselo con calma.
Michael salió hacia París apenas colgó la llamada con David, estaba
muy preocupado por Carolina. Llamó a su piloto y pidió que alistaran su
avión. Ocho horas de vuelo después, subió al auto que lo llevaba al hotel
donde estaba su esposa.
Hasta ese momento le llamó a Darko, no quiso hacerlo antes por la
diferencia de horario, aunque aún era temprano.
—Hola, Darko. Buen día —saludó.
—Me imagino que te enteraste —anunció perturbado.
—Así es, estoy llegando a la ciudad, estaba en Nueva York.
—La noticia está circulando en los sitios de chismes, porque
siempre siguen a Olga, pero no saben exactamente qué fue lo que pasó.
—¿Qué es lo que quería?
—Mi padre me contó que encontró unas fotos en la portátil de Yuri,
parece que tenía una obsesión enfermiza con tu esposa.
—¿Qué nadie le dijo que el hijo de puta de su esposo abusó de ella?
—No. Olga creyó que fue su amante y se puso furiosa.
—¡Jodidamente increíble!
—Hablé con mi padre y tendrá una larga charla con ella, no
volverá a molestarla. Tienes mi palabra.
—¿Qué pasará con las fotografías?
—Me aseguró que Olga quemó la laptop después de verlas, así que
ya no existen.
Michael dejó salir un sonoro suspiro.
—Gracias por tu equipo de seguridad.
—Somos familia. Carolina es una hermana para mi esposa no tienes
por qué preocuparte, seguirán cuidándola permanentemente. Te dejo,
porque cuando despierte Ángela y se entere de lo que le ocurrió, querrá
salir a París, aunque quisiera esperar un par de días para dejar la ciudad
—admitió.
Michael sonrió de lado y sacudió la cabeza, ese hombre estaba en
serios problemas.
—Los estaremos esperando —declaró, la verdad era que no creía
que pudiera detenerla.
—De acuerdo —farfulló y cortó la llamada.
Era muy temprano, pero la ciudad ya estaba en todo su apogeo. Se
bajó del auto y entró al hotel con pasos apresurados. En la suite estaban las
luces apagadas.
Fue directo a la habitación donde encontró a Carolina y a su amigo
dormidos en la cama. David seguía con la ropa puesta, que estaba bastante
arrugada y ella estaba envuelta en una manta gruesa.
Sonrió porque le prometió que no se separaría de ella, y lo cumplió.
Se acercó al lado de Carolina y acarició su mejilla, gesto que la despertó.
—¿Cómo estás?
Abrió los ojos y sonrió sin ganas.
—Mucho mejor, ya tuve tiempo de procesar lo ocurrido ayer.
—Lamento que tengas que seguir pasando por esto.
—No te preocupes, en el fondo la entiendo —reconoció.
—¿A qué te refieres? —dijo extrañado.
—Aunque su esposo fue un ser despreciable, lo amaba y estaba
celosa—admitió y se mordió los labios.
Ella sabía lo que era estar celosa de otra mujer, y era un sentimiento
que te carcomía las entrañas. Se oyeron los ronquidos de David y Michael
sacudió la cabeza.
—¿Cómo dormiste con semejante ruido a un lado?
Ella soltó una risita y se incorporó despacio para no despertar al
rubio.
—Te juro que no lo escuché roncar, dormí como una piedra —dijo y
se estiró con un bostezo.
Michael abrió los brazos y ella lo recibió gustosa.
—Esa mujer no volverá a molestarte, hablé con Darko —susurró en
su oído.
—Me dijo que tenía fotos donde aparecía desnuda y él estaba
conmigo, por eso creyó que era su amante…
—Esas fotos fueron destruidas —le explicó para tranquilizarla.
—¿Estás seguro?
—Totalmente.
Soltó un suspiro de alivio e hizo una mueca.
—Vamos a tomar un baño, para liberarnos de este mal sabor de
boca. Luego necesitamos un buen desayuno. Tenemos una cita con un
agente de bienes raíces que nos mostrará varias casas —declaró.
Entraron al cuarto de baño que era inmenso y ella aprovechó para
lavarse los dientes, mientras Michael se comenzó a sacar la ropa.
Carolina tomó una toalla, se limpió los labios y miró a su marido
quedarse solo en bóxers.
—Cambiarse de casa no será algo rápido —le advirtió y se recargó
sobre el lavabo pensativa.
—Lo sé, pero tendremos mucha ayuda. Ahora lo importante es tener
un hogar donde crecerá nuestro hijo —anunció.
Se acercó, la atrajo entre sus brazos y le dio un beso que le robó el
aliento.
—¿Tan seguro estás de que estoy embarazada?
—Te apuesto todo lo que tengo, a que en nueve meses tendremos un
hermoso bebé, que nos robará nuestras preciadas horas de sueño. Sonrió
emocionada y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Si eso ocurre, seré la mujer más feliz del mundo. Te amo —
confesó un poco llorosa.
—Yo también te amo y te amaré toda la vida, por la maravillosa
mujer que eres y porque me encanta todo de ti —clamó con un gemido
cuando agarró sus caderas para pegar su cuerpo deseoso.
—Es un chismoso —se quejó del joven que roncaba a pierna suelta.
—Es la verdad, amo todo de ti, pero más allá de tu cuerpo que me
fascina, te amo por el ser humano que eres y no quiero que te agobies
pensando lo que no es. Entiendo que es difícil, pero te pido que dejes mi
pasado atrás y no te preocupes, porque nunca podré amar a otra mujer que
no seas tú —declaró mirándola fijamente a los ojos y ella asintió
—Gracias por decirme algo tan hermoso.
—Es la verdad, es lo que siento en mi corazón.
Animada le dio un beso sujetando sus mejillas, hasta que necesito
recuperar el aliento. Agitado pegó su frente contra la suya y soltó un
gemido.
Los ánimos se caldearon y comenzaron a acariciarse, pero la detuvo
porque primero tenía que hacer algo.
—Dame un momento, porque voy a sacar a ese oso de mi cama, y
luego voy a hacerte el amor. Tengo unas ganas desesperadas de estar dentro
de ti —bramó excitado.
—Apresúrate y saca a patadas a ese traidor —chilló en la misma
sintonía, solo de escucharlo su cuerpo se había encendido.
Era evidente que lo puso al tanto de todo lo que había ocurrido un
día antes, y luego decían que las mujeres eran las comunicativas. Michael
volvió a la recámara, donde su amigo seguía sin inmutarse. Cogió una
almohada y se la estrelló en la cara.
—Levántate, bello durmiente.
—Sabía que te parecía hermoso —anunció con la voz pastosa y una
sonrisa, se rascó la cabeza desperezándose.
—Lárgate de mi cama y ve a tomar una ducha que la necesitas.
Pobre de mi esposa, que te aguantó toda la noche.
—Eres muy molesto —se quejó.
Michael regresó al cuarto de baño y dejó a su amigo lanzando
improperios. Ahora lo más importante era estar con su esposa.
FIN
Epílogo