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© 2022 Lorena Salazar

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sin la autorización escrita de los titulares
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total o parcial de esta obra por cualquier
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mediante alquiler o préstamo públicos.

ISBN: 9798486779992
Esta historia es pura ficción. Sus personajes no existen y las situaciones
vividas son producto de la imaginación. Cualquier parecido con la
realidad es coincidencia.

Aclarando esto, los eventos narrados en la presente obra no


necesariamente deben ser considerados reales o ajustados a los que llevan
adelante personas o agrupaciones mencionadas.

Las marcas y nombres pertenecen a sus respectivos dueños,


nombrados sin ánimo de infringir ningún derecho sobre la propiedad en
ellos.

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la autorización escrita y legal de los titulares del "Copyright", bajo las
sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta
obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el
tratamiento informático.
CONTENIDO
SINOPSIS
Capítulo 1
Un error imperdonable
Capítulo 2
Un acto despreciable
Capítulo 3
Una emboscada en el paraíso
Capítulo 4
Confesiones incómodas
Capítulo 5
Una proposición descabellada
Capítulo 6
Una noche desenfrenada
Capítulo 7
Acciones desesperadas
Capítulo 8
El recuento de los daños
Capítulo 9
De vuelta a casa
Capítulo 10
Las ventajas de estar casado
Capítulo 11
Conmoción total
Capítulo 12
Un universo paralelo
Capítulo 13
Un encuentro desafortunado
Capítulo 14
Medidas extremas
Capítulo 15
El contrato
Capítulo 16
Disfrutando de una tarde espectacular
Capítulo 17
El sexo se puede volver adictivo
Capítulo 18
Las noticias vuelas
Capítulo 19
Cambio de planes
Capítulo 20
Dubái, una ciudad de ensueño
Capítulo 21
Te extraño mi amor
Capítulo 22
La trampa
Capítulo 23
Atrapado
Capítulo 24
Una pesadilla sin salida
Capítulo 25
Los milagros existen
Capítulo 26
Un nuevo comienzo
Capítulo 27
Verdades que duelen
Capítulo 28
Los demonios siempre están al acecho
Capítulo 29
Pesadillas
Capítulo 30
De nuevo a ver un cielo gris
Capítulo 31
Un reencuentro maravilloso
Capítulo 32
Desnudando mi alma
Capítulo 33
Un amor al que aferrarme
Capítulo 34
Un encuentro con el diablo
Capítulo 35
Te entrego mi alma
Capítulo 36
Un escándalo de altos vuelos
Capítulo 37
Todos en peligro
Capítulo 38
El rapto
Capítulo 39
No todo tiene perdón
Capítulo 40
Primero muerta
Capítulo 41
En ruinas
Capítulo 42
La fortaleza
Capítulo 43
Una historia de amor en costa de la Marmma
Capítulo 44
Una noticia impactante
Capítulo 45
Noticias inesperadas
Capítulo 46
Una familia completa
Capítulo 47
La ciudad de la luz
Capítulo 48
Haciendo bebés
Capítulo 49
Un día de chicas
Capítulo 50
Un encuentro inesperado
Epílogo
ACERCA DEL AUTOR
SINOPSIS
Michael es el heredero de la fortuna Waldorf, dueños de una
de las cadenas hoteleras más grandes del mundo. Sin embargo, no
todo será tan sencillo como espera, porque su padre tiene planes
para su futuro, mismos que él no comparte.
Un contrato.
Un chantaje.
Una entrometida.
Una boda.
Una trampa.
Son los elementos que integran una historia de amor y de
odio, lleno de traidores y traicionados.
Capítulo 1
Un error imperdonable

L
Gala benéfica finales de noviembre, Londres, Inglaterra

a larga fila de limosinas


esperaba a que cada invitado
ingresara por el portón
emblemático del Hotel Corinthian, uno de los más antiguos de Londres,
donde se celebraba la gala de recaudación de la fundación Global Gift. Los
hombres de negocios más importantes, parte de la nobleza inglesa y algunos
famosos asistieron al evento. El costo por asiento ascendía a las dieciséis
mil libras, además de las donaciones que estaban obligados a realizar.
Aunque la causa era noble, lo más importante era la presencia y los
reflectores que les proporcionaba dicho evento.
El hotel fue adquirido apenas un año atrás, por el oligarca ruso Yuri
Luzhkov, un hombre implacable para los negocios y que poco a poco,
comenzó a adueñarse de hoteles importantes alrededor del mundo. Desde
Dubái hasta el mediterráneo. Ahora ni más ni menos que en pleno corazón
de la capital más poderosa del mundo. Donde tenían propiedades más del
sesenta por ciento de las familias más ricas del planeta.
Michael Waldorf descendió y se giró para dar la mano a la
impactante modelo rusa Irina Grigorieva. Se rumoraba era amante ocasional
de Yuri, aunque estaba casado desde hacía más de diez años, no era con la
única modelo con la que se le relacionaba, la lista era bastante larga.
Michael era el heredero del imperio Waldorf, una de las cadenas
hoteleras más antiguas y con más renombre. A pesar de que el primer hotel
se inauguró en Nueva York, la familia Waldorf prefería radicar en Londres.
La rivalidad entre Michael y Yuri era bien conocida, así que
presentarse con Irina del brazo no pasaría desapercibido para nadie. Esa
pugna por ostentar el mejor hotel se había trasladado a Dubái, donde
Luzhkov tenía en la mira la expansión del resort Shagri-La.
En cuanto pusieron un pie en la acera, los flashes de las cámaras los
cegaron. Michael se sabía apuesto y con un porte envidiable, así que sonrió
mostrando su reluciente dentadura.
—Sonríe, querida —masculló a la mujer que llevaba del brazo.
La rubia ojiazul, con un cuerpo escultural y una belleza exquisita, se
humedeció los labios antes de aferrarse al brazo del hombre que hasta el
momento le cumplía todos sus caprichos.
Caminaron por el suntuoso salón, que mostraba enormes ramos de
flores colocados con precisión. Mesas elegantemente montadas con
manteles de seda, platos de la porcelana más fina y cubiertos de plata con
baño de oro.
Mientras los guiaban a su mesa, se encontró con la mirada severa de
su padre y su madre, que se encontraban acompañados de Jacob Frederick
Grosvenor VII, duque de Westminster, amigo íntimo de la familia, su
esposa y su hija mayor Madison.
Eran dueños del grupo inmobiliario Grosvenor, fundado en 1677 por
el tercer duque de Grosvenor, uno de los pocos nobles que supo administrar
sus activos en el transcurso de los siglos, y por lo que ahora eran una de las
familias más ricas de Europa, por eso para el padre de Michael unir a las
dos familias solidificaría el poder en bienes raíces que requería para
expandir aún más su negocio, pero su hijo no pensaba igual
Las miradas reprobatorias de su familia y compañía, solo hizo que
Michael sonriera, porque, aunque no aprobaban su comportamiento en el
plano amoroso, no podían negar que, gracias a su gestión como
vicepresidente del conglomerado, su fortuna se había incrementado
sustancialmente.
Pero Michael solo tenía un objetivo en mente esa noche: joder a
Yuri, que le estaba tocando las pelotas, metiéndose en sus negocios.
—Creo que tus padres no están muy contentos de verme —susurró
la joven.
Decir que no estaban contentos era quedarse cortos.
—Lo superarán —declaró, restándole importancia a la reacción de
sus progenitores.
Esa noche mataba dos pájaros de un tiro, llegaba con la mujer que le
había causado problemas al matrimonio de los Luzhkov y de paso, les
dejaba claro a sus padres y al viejo duque, que nunca entablaría una
relación con su hija. Una mujer insufrible, que se creía sobrina de la reina
de Inglaterra, por más sangre azul que tuviese.
Sin preocuparse por las miradas de los presentes, con total descaro
se detuvo en la mesa y retiró la silla para su acompañante.
—Buenas noches, les presento a Irina, aunque creo que ya la
conocen —anunció petulante.
La joven era el rostro de los almacenes Harrods, y sus fotografías
estaban por toda la ciudad.
—Mucho gusto —pronunció la modelo con un acento muy
marcado, ladeando la cabeza con gracia. Gesto que no pasó desapercibido
para los señores que ocupaban la mesa y para desagrado de sus parejas.
Madison la miró con desprecio, como si no fuera digna de respirar
su mismo aire y a Michael lo oteó con rencor. No era la primera vez que le
hacía un desplante público, y aunque Lorraine Waldorf, era la principal
interesada en que ese matrimonio se consumara, la joven estaba harta de la
indiferencia de Michael. Ella era hermosa, rica y pertenecía a la nobleza.
Ese desaire era un agravio que no dejaría pasar.
Un hombre alto, rubio y de ojos azules pasado de los cuarenta, se
acercó a la mesa. Yuri era el anfitrión de la velada y no pudo dejar de notar
la presencia de Irina. Desde que la vio ingresar, fue como si le dieran un
puñetazo en el estómago, pero no podía hacerle una escena, porque su
esposa estaba a su lado y le juró que entre ellos ya no había nada.
—Buenas noches, gracias por acompañarnos —dijo con amabilidad
y una sonrisa fingida cuando se percató de que Michael mantenía un brazo
detrás de la espalda desnuda de la mujer que seguía atormentándolo.
—Fue muy generoso de su parte cubrir el total de los gastos de la
gala —halagó la duquesa de Grosvenor que pertenecía a la fundación de
Global Gift, que esa noche era la beneficiada.
—Solo deseo que el total de lo recaudado se destine a la fundación,
y no a pagar el costo del evento —aceptó el empresario.
—Como siempre, tan magnánimo —señaló con sarcasmo Michael,
ya que era bien conocido que Yuri no hacía nada sin recibir algo a cambio.
—Voy a tomar eso como un cumplido, espero que no sigas resentido
por lo que ocurrió en Turquía —mencionó con satisfacción.
El rostro de Michael se endureció y su padre lo miró alzando una
ceja, percatándose de la rivalidad entre los dos. Michael dejó clara la
intimidad que había entre él y la modelo, con un movimiento calculado
deslizó su mano por la espalda de la rusa hasta tocar su trasero, gesto que
Irina festejó con un ligero ronroneo. La reacción de molestia de Yuri fue
más que evidente.
—Al contrario, me salvaste de realizar un mal negocio —expresó
Michael encogiéndose de hombros y tomó su copa de champaña con la
mano libre.
Yuri se despidió echando chispas ya que no consiguió que Michael
cayera en su juego y este se sintió victorioso, por lograr que el muy hijo de
puta se largara furioso.
Michael no tenía ningún interés en Irina, se la estaba tirando, pero
solo fue por una temporada, que estaba a punto de terminar. A esa mujer
solo le interesaba el dinero y buscaba quién se lo proporcionara. Gastaba
demasiado y aun con el éxito que tenía como modelo, no era suficiente lo
que ganaba para pagar los lujos y excentricidades a las que estaba
acostumbrada.

Al terminar el evento, se retiró con la rubia del brazo. Sus padres se


marcharon temprano alegando que su madre no se sentía bien, pero sabía
que era un mero pretexto. La mujer detestaba a su pareja.
A Michael le hubiera gustado aclararle que no debía tener cuidado
porque no se convertiría en su nuera, pero no lo hizo porque no quería darle
esperanzas a Madison, que, aunque se había portado como un cabrón con
ella, seguía insistiendo en que podían tener una relación. Era hermosa, no
podía negarlo, pero también era déspota, arrogante e intrigosa, que solo
causaba conflictos a su paso.
Le abrió la puerta del auto para que Irina entrara y esperó paciente.
Estaba cansado y lo único que deseaba era regresar, porque debía planear su
traslado a Dubái, para continuar con el proyecto de la construcción del
casino con el que tenía meses obsesionado. Su amigo Hussain Sajwani,
dueño de una de las inmobiliarias más prestigiosas en medio oriente, estaba
adecuando sus oficinas y un pent-house donde viviría los próximos cinco
años, tiempo que esperaba pasar fuera de Londres y lejos de su familia.
Cuando la puerta se cerró, la mujer se le fue encima.
—Te deseo, no sabes cómo me excitó que te enfrentaras a Yuri por
mi —admitió con un ronroneó, mientras deslizaba su palma sobre el pene
de Michael y comenzó a frotarlo.
Este sonrió y casi tuerce los ojos, por supuesto que su
enfrentamiento no fue por ella, pero no tenía ni el tiempo, ni las ganas de
explicárselo, aunque le sacaría provecho.
—Es tiempo que me agradezcas en forma —declaró y bajó el cierre
de sus pantalones liberando su erección.
La mujer sensualmente se pasó la lengua por los labios y de
inmediato bajó la cabeza para llevarse el pene a la boca. Michael subió el
vidrio que los separaba del chofer y le ordenó que los llevara a su
apartamento. La noche apenas empezaba y la aprovecharía.
Capítulo 2
Un acto despreciable

C
Principios de febrero, Tijuana, México
arolina abrió la puerta de la
cafetería decidida a terminar con
la relación que mantenía con su
prometido. Una semana atrás se enteró por su mejor amiga Ángela, que
Rodrigo la engañaba. Se lo encontró en un bar acompañado de varios
hombres jóvenes y en un arranque detectivesco, lo siguió sigilosamente
hasta el baño. Ahí fue cuando lo miró mientras en un cubículo uno de los
jovencitos le practicaba sexo oral.
Sin pensarlo lo grabó el tiempo suficiente para que a su amiga no le
quedaran dudas de lo que ese maldito estaba haciendo, y luego se marchó.
Para Carolina fue doloroso ver y oír al hombre con el que planeaba
vivir el resto de su vida, como gemía, mientras otro se atragantaba con su
pene, pero agradeció a su amiga por abrirle los ojos. Inclusive si no le
hubiera mostrado ninguna prueba, igual le habría creído.
Ángela y ella eran amigas desde el colegio, era como su hermana.
Fue la única constante en su vida luego de la muerte de sus padres y la
apoyó cuando su familia le dio la espalda. Se fue a vivir con ella y su
madre, ya que nadie quiso hacerse cargo de un niño de diez años y una
adolescente de dieciocho.
Rodrigo no solo era un infiel mentiroso, también era un cabrón
abusivo que estuvo sangrándola económicamente todo ese tiempo. No lo
pensó dos veces y lo enfrentó mostrándole las pruebas irrefutables de su
engaño. Ahora necesitaba cerrar ese capítulo, y seguir adelante.
Carolina trabajaba jornadas laborales excesivas por los horarios tan
dispares que debía cumplir, su puesto era de ingeniero ambiental, en una
empresa alemana que construía partes para automóviles. Su jefe estaba en
Berlín, y por el cambio horario trabajaba en horas poco adecuadas.
Consiguió ese trabajo gracias a que hablaba perfecto alemán, ya que,
durante su infancia, Hanna una vecina y amiga de su madre de origen
alemán se encargó de enseñarle el idioma.
Aunque su trabajo era agotador, su consuelo era que la paga era
excelente, todo gracias a que hablaba inglés, alemán y español, aparte de
estar certificada para realizar las auditorías ambientales necesarias para
exportar hacia la comunidad europea.
Cuando Carolina llegó hasta la mesa donde aguardaba Rodrigo,
pudo observar sus profundas ojeras. A pesar de seguir viviendo juntos,
después de la pelea, la había evitado pensando que si el tiempo pasaba no
haría nada al respecto y todo quedaría en un simple encontronazo.
«¡Está muy equivocado si piensa que podemos seguir juntos!»,
pensó la mujer apretando la correa de su bolso resuelta.
Su aspecto preocupado y hasta de angustia, no la conmovió en lo
más mínimo. Ella sabía que lo que más le inquietaba eran las grandes
deudas que el hombre tenía y que con su separación tendría que afrontar
solo.
En siete meses cumpliría treinta y tres años, y en todo ese tiempo
nunca tuvo la necesidad de tener hijos a su lado, ahora agradecía no haberlo
hecho. Estuvo tan ocupada trabajando para sacar a su hermano adelante,
que fue tan ciega y no vio lo que pasaba con su pareja.
—Buenas tardes —exclamó con un tono contenido.
Estaba furiosa porque recibió una llamada de su abogado,
informándole que Rodrigo quería vender la casa. Tomó asiento y colocó el
bolso sobre sus piernas.
Era complicado mirar a la cara al hombre con el que vivió por más
de cinco años y creía conocer. Le carcomía en el corazón, que no fue capaz
de ser sincero. Lo consideraba su amigo, ya que era consciente de que la
pasión nunca jugó un papel fundamental en su relación.
—Te agradezco que vinieras, quise platicar contigo aquí, en lugar de
hacerlo en casa porque ahí está Estela —respondió en tono civilizado.
Estela, era la mujer que se encargaba de las labores domésticas y de
mantener todo en orden.
—Está bien, pero no tengo mucho tiempo, debo volver al trabajo —
anunció colocando el móvil sobre la mesa, tenía una reunión muy
importante por la tarde.
—Quiero arreglar esta situación. ¿Por qué no nos damos un tiempo
para pensar en nuestro futuro? Estoy consciente de que te engañé, pero si
vamos a terapia de pareja, tal vez podamos descubrir nuestros errores y
podamos solucionarlos —anunció en tono conciliador y deslizó una tarjeta
de presentación sobre la mesa.
Carolina levantó la tarjeta y leyó el nombre de un terapeuta de
parejas. Parpadeó sin poder creer lo que acababa de escuchar y abrió la
boca tan grande, que pensó que era mejor cerrarla antes de que se tragara
una mosca. Sacudió la cabeza y sonrió con total incredulidad. Pasó un dedo
por su frente procesando lo que debía contestarle ante tal descaro.
—A ver —exclamó con una ligera sonrisa en los labios —. Vamos
aclarando algo… nada más —dijo e hizo una pausa sopesando sus palabras
—. ¿Me estás diciendo que es mi culpa, que te hayas buscado un
muchachito de veinte años para que te hiciera una mamada en el baño de un
bar? Explícame, porque creo que te estoy entendiendo mal —replicó con
ironía.
—No es que sea tú culpa, pero necesitamos ayuda profesional.
—Mira, Rodrigo. Creo que el tiempo de buscar soluciones ya pasó.
No me interesa solucionar nada, ni saber porque te da igual dar que recibir
—manifestó con cansancio.
—¡Te dije que nunca me he acostado con un hombre! —replicó con
los dientes apretados mirando para todos lados, porque el tono de Carolina
no fue precisamente moderado.
—Si me mentiste diciendo que ibas a jugar bolos, cuando en
realidad te largabas para acostarte con quien sabe quién, ahora no me pidas
que crea de nuevo en ti. Esto no tiene solución, te deseo lo mejor en la vida
y espero que encuentres lo que estás buscando, pero es evidente que no
puedo dártelo.
—¡Vez cómo tú frialdad e indiferencia me orilló a hacer lo que hice!
—insistió con reproche.
«¡Increíble, sencillamente increíble que sea tan cínico!», pensó
Carolina, cansada de la actitud de Rodrigo, que nunca admitía sus culpas.
—¿Qué quieres que haga? ¿Qué te arme un escándalo? ¿Qué
ganaría con eso? Tal vez sea demasiado pragmática, pero te aseguro que es
mejor dar por terminada nuestra relación de una vez por todas.
—¿Así de fácil? Todo lo que hemos construido juntos se irá a la
mierda.
—No me vengas con pendejadas. Tú fuiste el que lo arruinó —lo
acusó molesta.
—Está bien —dijo y se cruzó de brazos enarcando una ceja —. Si
esto se acabó, saca tus cosas de mi casa y regrésame las llaves —demandó
con un brillo de maldad en sus ojos.
—Esa casa es mía —exclamó con las manos hechas puños —. He
pagado mes tras mes por ella, porque dejaste de aportar por pagar tus autos
y lujos —le recordó exasperada.
Carolina volcó todo su esfuerzo en crear un hogar con lo que creía
necesario, aunque casi no estuviera para disfrutarlo. Se convenció de que
forjaba un patrimonio para cuando llegaran los hijos.
—Con la pena, pero la casa está a mi nombre.
—¡¿No eres capaz?! —chilló abriendo los ojos, Rodrigo siempre le
dijo que la casa era suya.
—Si no quieres perderla, vamos a arreglar nuestra relación —le
amenazó sin remordimientos.
—¡Qué poca madre! En serio. No puedes hacerme eso —replicó
Carolina dando un golpe a la mesa volcando el salero y agitando los
cubiertos.
Los ocupantes de la mesa de enseguida los miraron cuchicheando
por su pelea.
—Sí que puedo hacerlo —admitió con una sonrisa descarada.
No podía creer que fuera tan rastrero, después de todo lo que hizo
por él.
—¿Sabes qué? Metete la casa por el culo. ¡Ah no!, prefieres que te
metan otra cosa. ¡Maldito cabrón! —gritó con repulsión.
Las personas que estaban alrededor le miraron escandalizadas, pero
no le importó. Se levantó y caminó llena de frustración e impotencia hacia
la salida, porque tenía tantas ganas de retorcerle el cuello, que prefirió
largarse del lugar.
Si creía que podía forzarla a hacer algo que no quería, estaba muy
equivocado. En cuanto subió a su modesto auto, pegó un grito encolerizada
y antes que pudiera seguir desahogándose su móvil comenzó a sonar.
Revisó la pantalla y la foto de su hermano pequeño apareció
anunciándole que le llamaba. Cerró los ojos y recordó el evento al que
estaba invitada, días atrás puso mil pretextos para no asistir.
—¿Cómo fui tan estúpida de pedirle opinión a ese grandísimo hijo
de su puta madre?, y todavía se atreve a juzgar a Alex por ser homosexual.
¡Pendejo reprimido! —masculló sacudiendo la cabeza.
Tragó saliva y agarró aire para que la voz sonara serena. No como si
estuviera a punto de romperse.
—Hola, enano —lo saludó con emoción y una auténtica sonrisa
curvó sus labios.
—¿Nunca dejarás de llamarme así? —replicó su hermano con una
risita.
El joven se encontraba sentado en una de las mesas de la terraza del
restaurante donde trabajaba, tomaba un descanso mientras admiraba el mar
que no se hartaba de disfrutar, a pesar de tener más de un año de vivir en
ese paraíso.
Le insistió en más de una ocasión a Carolina para que se tomara
unos días libres, porque conocía como de matada era su hermana en su
trabajo. La amaba y le agradecía todo lo que le ayudó durante años para que
pudiera tener su carrera. Ella sacrificó todos sus ahorros y pidió un
préstamo para pagarle la matrícula en Le Cordon Bleu en París, y cubrir
todos sus gastos.
Por ese motivo el imbécil de su novio lo odiaba, porque para él su
carrera era un capricho, pero estaba equivocado y ahora se lo demostraría.
—Nunca —admitió con ironía. Su hermano era lo más importante
en el mundo.
—Te recuerdo que mides veinte centímetros menos que yo —le
advirtió bromeando. Su hermana era ocho años mayor pero siempre se
comportó como una madre sobreprotectora.
—No me importa, pero un día fuiste un pequeño enano, así que no
te quejes. —Carolina escuchó su risa que tanto adoraba y eso le dio
fortaleza para seguir adelante.
—¿Estás lista? Tienes una hermosa suite con vistas al mar que te
está esperando —le insistió el joven con la esperanza de que asistiera.
La última vez que habló con ella, le dio una serie de pretextos y aún
no perdía las esperanzas. Levantó su pequeño expreso y le dio un ligero
sorbo disfrutando de ese elíxir, que le daba batería para continuar con sus
jornadas.
Carolina cogió un pañuelo de la guantera y se limpió las lágrimas
que corrían por sus mejillas.
—Por supuesto que iré —anunció decidida.
—¡No juegues conmigo! ¿En serio vas a venir? —exclamó
escupiendo su bebida de la sorpresa que le causó escuchar la noticia.
—Claro, no me perdería ese día por nada del mundo. Tengo todo
preparado, te pensaba llamar más tarde para darte la noticia, pero te me
adelantaste —mintió descaradamente.
Recargó la cabeza sobre el respaldo del asiento del piloto y puso su
mano sobre su frente. Su hermano no debía saber que su hermana mayor era
prácticamente “homeless”.
«¡Debí comprar la casa a mi nombre, pero mi historial crediticio en
ese momento era pésimo, ya ni llorar es bueno! ¡Esto ya no tiene remedio!»
se lamentó en silencio.
Ella no pudo comprar, porque seguía pagando el préstamo que pidió
para enviar a su hermano a Europa. Así que no le podía contar nada, porque
Alex se atormentaría por sentirse culpable.
Ahora tenía que conseguir un boleto de avión para viajar en un par
de semanas, pero no le importaba si sobregiraba su tarjeta de crédito, su
hermano lo valía.
—Y, ¿qué pasa con Rodrigo? —le preguntó sacándola de sus
cavilaciones.
—Tu hermana es nuevamente soltera y se tomará unas merecidas
vacaciones. Además, por una vez en la vida quiero hacer algo espontáneo.
—¿Por fin dejaste a ese pendejo, no es una broma? —replicó
incrédulo.
Muchas veces le insinuó que ese tipo no la quería, pero nunca quiso
ser tan directo con ella, porque su hermana se aferraba a la estabilidad de su
vida y no quería causarle dolor señalando lo obvio. Ella debía darse cuenta
y tomar la decisión de dejar a esa imbécil, que la menospreciaba.
—Vaya, parece que no te caía bien —señaló lo evidente y Alex bufó
con sorna.
—Soy prudente, hermana.
Carolina estalló en carcajadas, porque su hermano era todo menos
prudente, pero no entendía que por ella podía serlo.
—Tengo muchas ganas de verte, hace más de un año que no te
abrazo —dijo con agobio y un nudo en la garganta.
—Porque no quieres dejar de trabajar. Te he dicho hasta el
cansancio, que aquí eres bienvenida.
—Lo sé, y no sabes cómo me arrepiento —admitió con pesar.
Su plan era largarse a los Cabos y ya después vería que hacer
cuando volviera. Le llamaría a su amiga Ángela para pedirle posada,
mientras conseguía un lugar propio.
Recordó que tendría que ir a recoger sus cosas, pero solo de
pensarlo se le aflojaron las piernas.
—Yo también, muero porque me cuentes que pasó con el imbécil de
tu exnovio —lo mencionó con una satisfacción infinita.
El joven de inmediato recordó al primo de su novio, ese hombre
encajaría perfecto con su hermana, si tenía una relación con ella, tal vez
podían irse todos juntos. Se mordió un labio y comenzó a maquinar un plan
para presentarlos, ya se lo contaría a Claude.
—Para eso necesitaré una botella de vino.
—Tengo una cava a tú disposición —le informó y sonrió con
ternura.
—Te quiero Alex, nos vemos en unos días.
—Yo más, si necesitas algo, avísame, no estás sola —destacó y
Carolina apenas pudo contener el llanto.
Es como si intuyera que algo no estaba bien, pero era tan terca que
no le diría la verdad.
«¡Dios! Cinco años de mi vida tirados a la basura con un imbécil, y
para rematarla en la calle», se recriminó y todos sus sentimientos cayeron
como un vendaval derramándose sin control. Sin poder evitarlo comenzó a
llorar y recargó la cara contra el volante.
Capítulo 3
Una emboscada en el paraíso

E
Finales de febrero, Los Cabos, México
l joven resopló hastiado, tenían
más de catorce horas de vuelo.
Todo por el capricho de su
padre. En lugar de estar en Dubái revisando el proyecto de construcción del
nuevo casino, iba rumbo a México para un evento simbólico de su hotel en
los Cabos, y no es que pensara que no era un logro relevante, pero no
consideraba que su presencia fuera necesaria.
Que le otorgaran a uno de los restaurantes, el reconocimiento
internacional de tres estrellas Michelin era digno de celebrarse, pero en su
opinión era más urgente revisar el proyecto del casino que seguía sin
arrancar. Tenía en su nuca al maldito de Yuri, que pugnaba por los mismos
permisos que ellos necesitaban. Era primordial su presencia en Dubái, para
poder mover sus influencias y resolver esos contratiempos en persona, así
se hacían los negocios.
Estaba listo para ser nombrado CEO del conglomerado, y que su
padre soltara la correa que tenía alrededor de su cuello. Ya que siempre que
no estaba de acuerdo con algo, le frenaba, porque, aunque dirigía todo, él
tenía la última palabra. Hasta podía ser removido de su puesto si a su padre
se le antojaba.
Por eso mismo estaba soportando la mierda de vuelo hacia un lugar
al que no quería ir, en compañía de la mujer que detestaba.
El rompimiento con Irina fue un total drama digno de cualquier
novela. La modelo lo tomó tan mal, que llegó al hospital por una
sobredosis, pero solo fue un intento de chantaje en el que nunca caería. No
la quería y eso le quedó claro a la rubia, cuando no le regresó las llamadas.
La prensa lo tachó de monstruo insensible, y su familia le reprochó
el escándalo. Así que después de ese penoso episodio, su madre no aceptó
un no por respuesta, se alejarían de Londres por unas semanas y dejarían
que se calmaran los ánimos.
Apenas levantó la vista en dirección a una de las sobrecargos, esta
se acercó de inmediato para atenderlo.
—Dígame, señor Waldorf —le preguntó con una reluciente sonrisa.
Era una asistente de vuelo habitual que se le había insinuado en
varias ocasiones, y la última vez que usó el avión de su padre, cometió el
error de cogérsela en una de las habitaciones y horas antes volvió a cometer
la misma estupidez. Ahora notaba como batía sus pestañas y le sonreía con
coquetería, no necesitaba más problemas de los que ya tenía en ese
momento, pero él solo los buscaba.
Su madre le sacaría los ojos a la pobre chica y la tiraría en medio del
mar, si se enteraba de lo que había ocurrido en uno de los baños. Así que
debía cortar su mierda antes que se diera cuenta.
—Un whisky en las rocas —le ordenó con indiferencia. La mujer
quiso tocarle una mano, pero este levantó una ceja, zanjando todo intento de
acercamiento.
Con una mirada severa, la joven entendió el mensaje y se marchó
con la cabeza gacha. De reojo miró a su padre esperando que no se diera
cuenta de la situación, y para su buena suerte no lo hizo.
Cuando le dejó el vaso con licor, levantó la mirada y se percató que
sus padres lo observaban con reproche, pero no dijeron una palabra, porque
estaban desayunando junto con sus dos hermanas menores y la odiosa de
Madison Grosvenor.
«¡Sí, apenas son las malditas nueve de la mañana, pero necesito un
jodido trago!», farfulló para sus adentros.
Soportar a esa mocosa insensata todas esas horas, era una total y
absoluta pesadilla.
De saber que ella vendría a este viaje, nunca se habría subido al
maldito avión por más mierda que le hubiera tirado su madre.
Lo convencieron de que sería un viaje familiar a playas mexicanas,
para librarse del puto escándalo. Luego de la celebración se quedarían unos
cuantos días y si les apetecía, viajarían unos días en un yate.
Por supuesto que no esperaba la sorpresa de aguantar a esa niñata,
que seguía encaprichada con él, haciendo caso omiso a las palabras
hirientes que le profería cada vez que podía.
«¡Un poco de maldita dignidad!», pensó cansado.
Ignorando al resto de los tripulantes, continúo con su lectura. Era el
anteproyecto de las modificaciones que sufriría el hotel, ahora tenía que
revisarlos a conciencia.
En apenas un par de horas llegarían. Su amigo David ya lo esperaba
en el hotel, por solidaridad viajó directamente de Berlín para acompañarlo.
Aunque no lo admitiera, su padre lo tenía de los huevos, y no podía librarse
de sus deseos.

Apenas llegaron, se dirigió directo a su habitación dejando a su


familia atrás. Necesitaba poner distancia de Madison y sobre todo de su
madre. Le marcó a David y acordaron verse en el restaurante donde se
realizaría el evento. Públicamente su madre le besaría el culo a Claude
Dubois, el chef que obró la magia. Era muy famoso en Londres, tenía varios
restaurantes y su madre fue capaz de convencerlo de mudarse por un año a
México, para dirigir los restaurantes del resort, y colocarlos en la mira del
mundo gastronómico.
Debía reconocer, que, aunque su cocina era excelente no creyó que
lo lograría en tan poco tiempo.
Se revisó en el espejo y acomodó su cabello castaño peinado hacia
atrás. Estaba un poco largo y debía cortarlo, pero esperaría hasta regresar a
Londres.
Tomó de la mesilla su móvil y lo metió en el bolsillo interno del
saco, cogió la tarjeta electrónica y la guardó en su pantalón.
Cuando estaba listo para salir, escuchó que tocaron la puerta. Abrió
y se encontró a su padre, con las manos dentro de los bolsillos. Estaba
duchado y vistiendo un traje de color claro. Podía verse a sí mismo en unos
treinta años, aunque él era un poco más alto.
—Necesito hablar contigo —anunció, y no tuvo más remedio que
dejarlo pasar.
No es que fuera desconfiado, pero cada vez que su padre quería
hablar con él, no era para nada bueno.
El señor Waldorf atravesó la sala con parsimonia y se desabrochó el
saco. Con total calma tomó asiento y lo instó a que hiciera lo mismo, pero
Michael no cedió, se quedó parado cruzado de brazos.
—¿Qué es lo que pasa, padre? —le preguntó ansioso.
—Siéntate por favor —respondió señalando el sillón.
Armándose de paciencia, hizo lo que le indicó. Se cruzó de piernas
esperando con ansias que le explicara, qué se traía entre manos.
—¿Por qué tanto misterio? Mi madre nos está esperando —alegó,
pero el patriarca de la familia Waldorf tenía mucho que contarle.
—Tenemos tiempo, muchacho —anunció con autoridad y Michael
apretó la mandíbula.
Que le dijera muchacho, a sus veintinueve años le enfurecía, porque
no dejaba de verlo como un crío y tratarlo como tal.
—Vamos al grano, ¿a qué viene esto?
—¡Cómo siempre tan desesperado! —dijo con sorna y extrajo un
sobre del saco, que dejó sobre la mesilla —. Esta carta es un compromiso
contigo —expuso con una mirada depredadora.
El viejo era hábil para hacer negocios y más para embaucar a los
demás, pero su hijo lo conocía demasiado bien.
—¿Qué es esto? —preguntó tomando el sobre.
—Es lo que me has pedido hasta el cansancio el último año —
admitió con una sonrisa y enarcó una ceja.
Michael tragó saliva entendiendo a lo que se refería. La jodida
presidencia que tanto había peleado ante el consejo, pero el único que tenía
el poder de concedérsela era su padre. Tomó el sobre y sacó la hoja. Leyó
con atención y cuando terminó fue como si le hubieran dado un mazazo en
el estómago.
—¿Qué mierdas es esto? —replicó colérico.
—Cuida tu lenguaje conmigo, que no se te olvide que soy tu padre.
—Esto es realmente bajo. ¡Me estás desheredando!
—¿Por qué tienes que ver el lado negativo? Te estoy dando una
opción de tener lo que quieres —aceptó con total descaro.
—¡Me tengo que casar en menos de una semana!
—Si cumples con los términos, te daré más de la mitad de mis
acciones y te entregaré la presidencia que tanto anhelas. Solo tienes que
tomar una decisión, que está al alcance de tu mano —le hizo ver con una
sonrisa socarrona.
Fue como si un rayo iluminara su cerebro, y de pronto sumó dos
más dos.
—¡Oh no! De ninguna manera me voy a casar con esa estúpida
caprichosa —replicó alterado.
«¡Por eso la trajeron con ellos!, hasta para mi padre es rastrero»,
pensó desconcertado.
—Es la mejor opción para todos.
—¡Estás desquiciado!
—Tu madre fue la de la idea —le confesó con una serenidad que lo
dejó pasmado.
—¿Por qué demonios pensaron que es lo mejor para mí?
—Ya es hora de que sientes cabeza y dejes de tener amantes. El
último escándalo nos hizo mucho daño, sin olvidar el sufrimiento que le
causaste a tu madre.
—¡Qué les importa mi vida personal! Los últimos cinco años he
trabajado como un poseso para demostrarte que puedo hacerme cargo de
todo, ¿por qué tienes que condicionarme casándome con una mujer que me
hará infeliz?
—Tengo que reconocer tu dedicación, pero necesitamos crear
alianzas con una familia con el dinero y las influencias que nos convengan.
Eres el heredero de un imperio, es tu deber seguir con mi legado —le dijo,
para el hombre eran argumentos válidos para un matrimonio.
—¿Por qué casarme en este momento?
Hizo un gesto con la boca y movió un hombro.
—No te pasaré el control si eres un soltero que no sale de un
escándalo para entrar en otro, ser un hombre casado te dará el respeto
necesario ante el consejo.
—¿Me estás sobornando?
Su padre se levantó sin prisas y se abrochó el saco de vuelta.
—Llámalo como quieras. Aquí está la oportunidad que exigías,
depende de ti, si la tomas o no.
Se dio la media vuelta y se largó dejándolo con un palmo de narices.
Michael quiso salir corriendo y mandar todo a la mierda, pero no podía
hacerlo y su progenitor lo sabía.
«¡Maldita sea!», gritó y le dio una patada a la mesa de centro
destrozándola.
Se le acababan de amargar sus días de descanso. Sería una tarde
incómoda, porque la muy estúpida de Madison ya debía estar enterada de
los planes de su padre. La única forma de librarse de ese matrimonio era
que ella se negara, y era precisamente lo que quería. Por supuesto que no lo
haría, y menos después de soportar tantos desprecios. Sería su puta
venganza.
Salió del cuarto y le llamó a su amigo.
—Tenemos que vernos antes de la comida —le dijo agitado,
mientras caminaba desesperado.
—¿Qué te pasa, hombre?
—Ich stehe bis zum Hals in der Scheiße [i]—farfulló en alemán. Era
el idioma que usaban cuando no querían que la mayoría les entendiera.
—¿Tan malo es?
—¡Más que eso!
—¡Scheiß![ii] Dame quince minutos y nos vemos en el bar.
Michael se fue directo al lugar donde encontraría a su amigo, en ese
momento no quería ver a nadie de su familia.
Capítulo 4
Confesiones incómodas

E l hotel se vistió de gala. Como el


evento iniciaría a las dos de la
tarde, optaron por celebrarlo en
la terraza del restaurante galardonado. Se servirían pequeños bocadillos y
bebidas, mientras un grupo de jazz amenizaría. Todo a petición del chef
Claude. Era bien conocido que se cumplían todos sus caprichos, porque por
un favor especial aceptó dirigir los restaurantes del resort.
Carolina no podía parar de sonreír. Ver a su hermano feliz,
acompañando al hombre del que estaba perdidamente enamorado, la llenó
de dicha. Apenas dos años atrás comenzó a trabajar profesionalmente luego
de graduarse de chef. Ahora se sentía en los cuernos de la luna.
Una noche antes le dio la noticia que se casaría en unos meses en
París y le pidió que lo acompañara, a lo que Carolina aceptó con lágrimas
en los ojos, aunque fue una sorpresa porque ella juraba que Alex odiaba con
todas sus fuerzas a su jefe, pero no lo dijo frente a Claude. Sin embargo, le
dio varias miradas de complicidad recordándole todas las palabras de odio
que despotricó en su contra. Ahora que lo conocía, se dio cuenta que era un
hombre encantador que bebía los vientos por su hermanito.
«¡Simplemente es increíble!», pensó sacudiendo la cabeza.
Caminó alejándose del bullicio y se sentó en la barra del bar lejos de
la mayoría de los invitados. Tardeaba y el mar estaba en calma, cerró los
ojos y dejó salir un suspiro. La brisa marina agitó su cabello y se permitió
disfrutarla por un momento.
El mar siempre le daba paz y las vistas eran increíbles.
Sacó su móvil de su pequeño bolso en el que traía la tarjeta de su
habitación, un polvo compacto y un lápiz labial. Revisó un mensaje, Ángela
le envió una selfie, donde aparecía con su bebé canino en brazos, mientras
le daba un lengüetazo en la mejilla y sonrió.
Le hubiera gustado traerla, pero no aceptaban mascotas en el hotel.
—Eres una pequeña ladina —susurró con una sonrisa, extrañaba a
esa pequeña bolita de pelos.
Sentía remordimiento porque no pudo contarle todo a Alex, pero no
quiso empañar su felicidad. Lo suyo no tenía remedio, para que estropear
ese momento tan dichoso, y si era sincera, no quería que le tuviera lástima.
Regresaría a casa, estaría un par de semanas con su amiga que le había
ofrecido alojamiento, y, mientras, buscaría un departamento amueblado
cerca de su trabajo. Seguiría con su vida sin mirar atrás y sin
arrepentimientos.
—Me das un mojito por favor con ron añejo —le pidió a uno de los
jóvenes que atendían la barra.
De inmediato el joven colocó un vaso sobre una servilleta con el
logo del hotel y le sonrió, todos eran exageradamente amables. El servicio
era muy eficiente y de primera calidad, por algo cobraban por día casi lo
que ella ganaba en un mes de trabajo. Así que, decidió disfrutar de ese
hermoso lugar. No sabía en cuanto tiempo podría darse otro lujo parecido y
menos ahora que se encontraba sin casa.
Le dio un buen trago. Degustó la mezcla de ron, azúcar y el frescor
de las hojas de menta.
—Dios, como necesitaba esto —declaró con un suspiro y se quedó
con un trozo de hielo dentro de la boca.
Levantó el móvil y se tomó una foto a lado del trago con el
atardecer de fondo para que su mejor amiga viera que estaba intentando
pasarla bien. Cuando la llevó al aeropuerto, le prometió que se divertiría y
que, si encontraba a un tío bueno, se iría con él a la cama, por supuesto que
no pensaba hacerlo, pero no le diría que no para que guardara esperanzas.
Su amiga creía que tenía que sacar a su ex de su sistema, pero la
verdad es que no le afectaba ni siquiera y era lo más penoso. En ese
momento no quería saber nada de hombres.
Unos cuatro tragos más tarde se sentía animada y un poco
achispada. La barra estaba llena, así como las mesas altas que estaban a lo
largo del barandal de la terraza de piedra. De pronto le llamó la atención
escuchar una maldición en alemán y con disimulo miró de reojo para ver de
quién se trataba. Aunque la gran mayoría de los huéspedes eran extranjeros,
el idioma común era el inglés. Oír a un par de hombres hablando en alemán,
le generó curiosidad.
—Esto es una verdadera mierda. Mi padre está completamente loco,
perdió la razón, no hay otra explicación —se quejó uno de ellos que tenía
un vaso de whisky en la mano.
—Cálmate, te va a dar un infarto —le dijo el rubio en tono
conciliador.
Los observó de lado acomodando su cabello usándolo como barrera
protectora para ocultarse. Eran muy guapos, uno rubio y el otro con el
cabello oscuro. Estaban recargados sobre la barra y sobresalían del resto.
—¿Cómo quieres que me calme? Estoy que me lleva el demonio.
Mi vida se fue a la mierda, y no encuentro una solución para salir de este
puto desastre —se quejó Michael, que había huido de sus padres dejando la
mesa principal.
Estaba harto de Madison, se sentó a su lado y estuvo tirando
indirectas, incluso tuvo la osadía de pasar su mano debajo de la mesa y
tocar su pierna de forma sugerente.
—Casarte no puede ser tan malo, solo ignórala —exclamó David
divertido.
—Te reto a que pases más de una hora con esa mujer. Desde que
llegamos no ha hecho más que quejarse. No quiero ni imaginar lo que
tendría que tolerar si me caso con ella, le encanta ser el centro de atención,
se la pasa entre fiestas y eventos.
—¿No estás exagerando?
—¡Por supuesto que no! Aunque no la soporto, mi madre y mis
hermanas la aman —admitió fastidiado.
Sus hermanas también dejaban mucho que desear, ninguna se
interesó por hacer nada de provecho, solo se preocupaban por las
apariencias y las fiestas, por eso Madison se llevaba tan bien con ellas. Eran
un par de jovencitas caprichosas que creían que se merecían todo, sin mover
un solo dedo.
Mientras que él estuvo siempre alejado en internados donde se
preparó para tomar las riendas de sus negocios. Fue un estudiante modelo y
si ahora de adulto era un poco mujeriego, se lo merecía después de tantos
años partiéndose el culo, pero nunca era suficiente para sus padres.
—Es de la realeza y su padre es muy rico —le recordó su amigo, y
aunque tenía razón, no era motivo suficiente para compartir su vida al lado
de una mujer vacía, carente de valores y que viviría por las apariencias.
A Michael lo que la gente pensaba, le importaba una mierda. Le
gustaba vivir bien eso era innegable, pero también disfrutaba de su trabajo y
de los retos que le traía.
—¡Eso no le da derecho a portarse como una pedante pretenciosa,
que cree que caga trufas! —exclamó con exageración.
Su comentario le pareció tan gracioso a Carolina, que hizo que
soltara una carcajada olvidando que estaba escuchando a escondidas.
Michael y David de inmediato se dieron cuenta de su presencia y se giraron
indignados para ver quien demonios osaba en estarlos espiando. La miraron
ladeando la cabeza y la mujer se ahogó con la bebida al verse descubierta,
tomó la servilleta y se limpió los labios.
Se enderezó sobre el banco en el que estaba sentada y miró hacia el
frente en un punto fijo en la pared haciéndose la tonta, esperando que
funcionara.
Sus mejillas se tiñeron de rojo y la sensación de bochorno se instaló
en su pecho.
—Disculpa. ¿Qué te parece tan gracioso? —le reclamó Michael con
una mirada dura y los dientes apretados.
Carolina sabía que no podía hacer como que no entendía, porque el
hombre estaba inclinado mirándola fijamente. Soltó un suspiro y se giró
para verlo a los ojos, chasqueó la lengua y se acomodó en el banco
cruzando las piernas cubiertas por el vestido.
«¡Ya me cacharon, pues ya qué!», pensó entre molesta y acojonada.
Sonrió y le dio otro trago a su bebida. Lo observó con descaro, era
muy guapo el condenado, tenía unos ojos azules hermosos que armonizaba
en un rostro masculino, una nariz recta y afilada, pómulos altos y una
mandíbula cuadrada. Un traje a la vista costoso y un reloj que solo había
visto en revistas ridículamente caro. Eso sí, con una mirada severa y cara de
encabronado.
«¡A la mierda! No voy a quedarme callada», pensó envalentonada
por el alcohol.
—Me estoy riendo de un hombre que está lloriqueando por su mala
suerte en la vida, por Dios. No sabes lo que es mala suerte —replicó en
alemán.
Ella le podía dar lecciones de lo que era tener una suerte de mierda.
—Eres una insolente, ¿quién te crees que eres para meterte en lo que
no te importa? —le espetó Michael indignado llevándose las manos a la
cintura, enfrentándola.
A Carolina casi se le caen las bragas cuando ese hombre explotó,
podrían pensar que estaba loca, pero ver esa vena aguerrida le fascinó.
Sin amilanarse y con una ligera sonrisa, que intentó reprimir se
inclinó un poco hacia Michael que la miraba como si quisiera sacarle los
ojos.
—Me declaro culpable de escuchar —admitió levantando las manos
con un gesto gracioso —, pero estaban prácticamente gritando. ¿Pensaron
que nadie les entendería? ¡Sorpresa!, les entiendo. Además, tú fuiste el que
me preguntó, ahora no te quejes por mi respuesta —contestó encogiéndose
de hombros.
Michael se acercó más y bajó la mirada hacia su escote sin poder
evitarlo.
«¡Dios! ¿Qué demonios estoy haciendo, viéndole las tetas a esta
chismosa?», se amonestó, perdiendo el hilo de sus pensamientos por un
instante.
Sacudió la cabeza y levantó la mirada obligándose a verla a los ojos.
—¡No puedes juzgarme si no me conoces! —declaró apretando la
mandíbula, bastante tenso.
«¡Uy, sí que tiene malos modos este tipo!», pensó Carolina, le
hubiera gustado gritárselo a la cara, pero tenía mucho que discutir.
—Eso es cierto, pero solo tengo que mirarte para darme cuenta de
que eres un hombre con el dinero suficiente para vestirte como lo haces y
tener el reloj que llevas —apuntó acertada cruzándose de brazos —. Así que
no vengas a quejarte que tu vida se ha ido a la mierda, porque no tienes ni
puta idea de lo que es tener problemas. Mierda es enterarte que a tu
prometido le gusta que muchachitos le hagan mamadas. Mierda es perder la
casa que estuviste pagando por cinco años e irte con las manos vacías antes
de ceder y perdonar a un hijo de puta infiel. Amigo, eso sí es una mierda —
proclamó sin importarle que fuera un desconocido.
Michael se quedó desconcertado por la vehemencia con la que la
mujer recitó la serie de mierda por la que estaba atravesando. Abrió la boca
sin saber que decir dejándolo mudo. Carolina aprovechó para volverse hacia
la barra y pedir otro trago.
Capítulo 5
Una proposición descabellada

L uego de la confesión que dejó


pasmados tanto a Michael como
a David, Carolina pidió una
ronda de tragos para los hombres, que tomaron el whisky con
desesperación. Se disculpó con los dos y les aseguró que no fue su
intención ser entrometida, pero le ganó la curiosidad.
Comenzaron a charlar y terminaron sentados en una mesa con una
botella de whisky entre ellos.
Michael no supo si fue por desesperación ante su situación o porque
le causó empatía lo que les contó Carolina, pero ahora los acompañaba.
—Recapitulemos, me dices que eres el vicepresidente del
conglomerado dueño de la cadena de hoteles desde hace cinco años y tienes
miedo de que tu padre te deje en la ruina.
—Él puede despedirme sin que la junta directiva se meta, es el
presidente y tiene el poder —señaló Michael molesto, porque era la verdad,
si su padre lo decidía lo podía remover de su puesto sin contemplaciones.
—Pero el trabajo prácticamente lo has hecho tú estos años, la
compra de este hotel fue tu idea, y mira, acertaste en el giro que le diste —
se quejó incrédula, porque era injusto.
Su hermano le explicó en alguna ocasión, que el hotel era propiedad
de otro grupo, pero cuando fue adquirido por la cadena, lo convirtieron en
un lugar exclusivo. Por lo que Michael le contó, él fue el que se encargó de
la compra, su propósito era la búsqueda de hoteles que pudieran agregar a la
cadena, la modernización de los que ya tenían y la construcción de nuevos
complejos de ser necesario.
—No conoces al padre de Michael, desde que estuvimos en el
colegio fue un cabrón con él.
Carolina resopló indignada y entrecerró los ojos, pensando en una
maldita solución.
—¡Ya sé! —exclamó emocionada —. Se me acaba de ocurrir una
solución y bastante simple, tienes que casarte —afirmó Carolina con una
sonrisa ladeada.
La mujer se recargó sobre el respaldo de la silla y levantó su vaso
para tomar otro sorbo. Michael pasó su mano sobre la frente y bufó
exasperado. Se sentía acorralado y ahora ella le decía que su problema era
fácil de solucionar. Eso lo molestó mucho y torció los ojos en un gesto de
desesperación.
—Parece que perdí mi tiempo contigo. Si lo que no quiero es
casarme con esa mujer, ¡qué solución tan brillante! —expresó frustrado.
Carolina descansó sus manos sobre la mesa y se agachó en
complicidad, cada vez que hacia ese movimiento los dos le miraban el
escote sin poder evitarlo, no era atrevido, pero se le bajaba un poco
mostrando sus pechos. David carraspeó y le dio una patada a Michael que la
miraba con la boca abierta.
—Estás perdiendo el contexto del problema. Él te pidió que estés
casado, pero no te dijo con quién. Esa mujer que parece ser la hija de satán,
según tus palabras, es una opción, pero no la única, ¿verdad?
—En el documento no lo especifica en realidad.
—Ves, ahí está la solución. Cásate con otra persona para cumplir
con ese requisito. Reclamas la presidencia a tu padre, te hereda en vida,
luego te divorcias y todo arreglado —anunció como si fuera lo más sencillo
del mundo.
—¿Y con quién demonios me voy a casar?, y ¿dónde?
—Puedes hablarle a Irina, ella se casaría sin pensarlo —le propuso
su amigo, que estaba sentado a su costado.
—¿Perdiste la razón? —exclamó abriendo los ojos, para Michael
Irina todavía era una peor opción.
—Saliste con ella y es buena en la cama. ¿Qué más quieres? —
objetó David levantando los brazos.
Carolina los miró sin entender de quién hablaban, y se cruzó de
brazos esperando que le dieran más pistas, porque la habían dejado fuera de
la plática.
—¿Qué Irina?
—La modelo —anunció David.
—¿Saliste con esa modelo rusa que anuncia ese perfume carísimo
de Chanel? —replicó incrédula, y David asintió afirmando lo anterior.
—Mi amigo, es todo un galán —dijo con sorna, pero no tenía ni que
decirlo.
El hombre aparte de ser guapísimo tenía dinero y pertenecía a una
familia respetada. Una fórmula difícil de conseguir para las modelos y
famosas con las que se relacionaba.
—Esa mujer me sangraría hasta dejarme en la ruina, y no tengo
tiempo de hacer un contrato matrimonial, tengo el tiempo limitado.
—No pues ahora sí, no eres nada confiable. No me gustan las
mujeres, no me malinterpreten, pero esa mujer es hermosa —recalcó
Carolina con un chillido.
—Esa mujer se ha acostado con medio Londres —admitió
sacudiendo la cabeza.
—Con la parte que tiene dinero —le recordó David y Michael
gruñó.
—¿Así que eres un machista que quieres una mujer pura para
llevarla al altar? No estamos en el siglo pasado, si quieres una virgen,
amigo, ve y apártala al kínder —le dijo burlándose.
—No es mala idea —masculló David y Carolina refunfuñó
exasperada.
—Por supuesto que no soy un machista —se defendió —. No quiero
tirarle mierda porque soy un caballero, y los caballeros no tenemos
memoria, pero ella es una buena pieza. Fue mi amante y de otros dos al
mismo tiempo. En ese momento no me importó porque fue solo una
aventura, pero de eso, a hacerla mi esposa, ni en un millón de años.
—Vaya. ¡Qué quisquilloso me saliste! Pero tú, de seguro eres un
golfo, tienes toda la cara…
David soltó una risotada y asintió.
—Te tienen calado.
—No importa que yo sea un golfo, pero no voy a poner en riesgo mi
reputación casándome con alguna de las mujeres con las que salí.
—Ahora entiendo a tu padre —farfulló y Michael la miró enarcando
una ceja —. ¡Está bien, está bien! Fue solo un comentario.
—Por eso no es tan fácil buscar a alguien para casarme así de
repente —expresó fastidiado.
—¡No, pues está cabrón con este! —dijo en español Carolina y la
miraron.
—Sabes que no hablo español —se quejó Michael que no le
entendió una palabra.
—Pues muy mal. Sentono l'ombelico del fottuto mondo [iii]—
masculló Carolina y la miraron asombrados —¿Qué?, también hablo
italiano, me encantan los idiomas —confesó.
—Enfoquémonos, mi problema es que no quiero casarme con esa
mujer. Entonces, ¿qué hago?
De pronto los miró con suspicacia, primero a David y luego a
Michael y de regreso.
—¡Ya se me ocurrió algo!
—¿Qué?
—Cásate con David en las Vegas —apuntó a su amigo que la miró
abriendo los ojos y luego soltó una carcajada.
—¿Estás loca?
—¿Quieres quedarte en la calle?
—¿Cómo crees que me voy a casar con este? —declaró con
desagrado.
—Solo será en papel. No te emociones, a menos que te gusten los
rubios —le guiñó un ojo y le sonrío a David —. A mí sí me gustas, eres
muy guapo —declaró con descaro, estaba ebria y podía decir lo que le
pasaba por la cabeza.
—Gracias, una mujer inteligente y con buen gusto. —La elogió con
una sonrisa de oreja a oreja —. Me ofendes Michael, pensé que te parecía
atractivo —exclamó con sorna.
—Esto es muy serio, y ustedes están tirándome mierda, ¡vaya
ayuda!
—Mira, es la solución más rápida. Los matrimonios entre personas
del mismo sexo son permitidos en Nevada para tu buena suerte. ¿Imagínate
la cara de tu padre, cuando le digas que estás casado? ¡Y con un hombre!
Se llevó las manos a la boca y acalló una carcajada.
—Se va a cagar —agregó Michael, enarcó una ceja y sonrió con
malicia —. Tienes una mente maquiavélica, le concedió a Carolina por su
ocurrencia.
Su padre lo que quería era que formara una familia, así que se irían a
la mierda sus planes.
—¿Ves como no es tan mala idea? Ahora pregúntale a David si
quiere casarse contigo —demandó mirándolos con una sonrisa boba a la
expectativa.
—Quiero que te hinques y me lo pidas en forma, y quiero un anillo
de Cartier —le exigió su amigo con tono demandante haciendo un puchero
—¡Déjate de pendejadas! —bufó exasperado y pasó su mano
desordenándose el pelo —. Y tú, ¿traes tu pasaporte?
—¡Ah, no!, yo mañana pienso descansar todo el día y tomar
margaritas escarchadas. No me necesitan —alegó cruzándose de brazos.
—No pensé que fueras una cobarde —se quejó retándola.
—No lo soy, pero apenas los conozco, ¿cómo quieres que me vaya
con ustedes así nada más?
—Lo que pasa es que eres una miedosa que no toma riesgos en su
vida, por eso no dejabas a ese novio de mierda que te ponía los cuernos,
¿verdad? O dime si estoy equivocado, señorita que da consejos, pero no los
pone en práctica —le acusó Michael con una sonrisa de satisfacción.
—¡Eres un cabrón! —espetó Carolina mirando furiosa a Michael,
que había logrado lo que quería, y era sacarla de sus casillas.
Lo peor es que tenía razón y eso la alteró más de lo que quería
demostrar.
—Pero estoy en lo cierto —insistió mirándola fijo.
—Chicos no se peleen —intervino David, porque el ambiente se
tornó bastante ríspido.
—Demuéstrate que por una vez puedes hacer algo atrevido.
Carolina se mordió el labio sopesando las palabras que Michael le
lanzó e hizo una mueca.
«¿Qué me diría Ángela?», se preguntó y tuvo su respuesta en el
acto. Levantó su vaso y le dio un gran trago terminándoselo.
—Estoy dentro —respondió con una sonrisa.
—Muy bien, vamos a hacer esto —declaró Michael y sacó el móvil
del saco.
Llamó al piloto y le informó que salían de inmediato a las Vegas,
Carolina le miró atenta y abrió los ojos.
—¿Así de fácil? Solo fue: alista el avión, y ya —replicó
chasqueando los dedos.
—Créeme que no será fácil —admitió Michael y soltó un gruñido.
—Necesito ir a la habitación por mi bolso —anunció Carolina y se
levantó tambaleándose.
—Te esperamos en el lobby, apúrate —le ordenó Michael nervioso.
—¡Eres un mandón! —replicó y se giró para ver a David sonriente
—. Vaya marido que te conseguí —le dijo con sorna.
—Ya estoy acostumbrado —admitió el rubio con una risotada.
Carolina salió corriendo y dejó salir un gritito de emoción, nunca
pensó que llegaría a cometer una locura como esta.
—Esto será un escándalo —le advirtió a su amigo, en tono serio.
David era el que se tomaba la vida más relajada de los dos, porque
no tenía ninguna responsabilidad, más que viajar y pasar largas temporadas
alejado de todo.
Pero tenía razón, si la noticia se filtraba a la prensa provocaría un
alboroto entre el círculo de amistades de sus padres.
—Me importa una mierda, pero dime si estás de acuerdo. Te estoy
metiendo en un problema bastante gordo.
—Somos amigos, sabes que te apoyo incondicionalmente y si de
paso jodo a mi madre, seré feliz —aceptó llevándose las manos a la cabeza.
Esperaba que no tuvieran que celebrar dos funerales más tarde.
Carolina para no darle muchas explicaciones a su hermano, le envió
un mensaje argumentando que se fue del evento porque se le pasaron las
copas, que ella lo buscaría. Fue a su habitación, cambió su bolso por uno
más grande y metió sus identificaciones. Como tomó sus cosas cuando
abandonó su casa, por pura suerte no dejó su pasaporte. Corrió al lobby
donde ya la esperaban.
En menos de una hora llegaron al hangar donde el avión aguardaba
con la tripulación lista para despegar.
—Vaya, este avión es impresionante —manifestó Carolina con la
boca abierta cuando se asomó por la ventana del auto.
—Tienes que verlo por dentro —declaró Michael, ese avión fue un
lujo que quiso darse su padre, era como viajar en un hotel.
—Estoy jodida, y yo que no puedo cambiar mi Honda Accord por
uno más nuevo, la vida es tan injusta —exclamó con una mueca.
En cuanto subieron los recibió la asistente y se acomodaron en la
sala. David pidió una botella de tequila, todos necesitaban valor, pero más
su amigo.
Aunque era una farsa casarse era un gran paso, incluso con David.
Que conocía desde que tenían diez años cuando ambos los enviaron a Suiza
a un internado y donde estuvo hasta los quince, cuando regresó a Londres
para ingresar en otro jodido internado.
Capítulo 6
Una noche desenfrenada

C arolina se llevó las manos a la


cabeza, se sentía tan mal, que
creía que se moriría, pero era
urgente levantarse porque tenía que usar el baño, le entró una desesperación
que la hizo brincar de la cama. Cuando sus pies tocaron la alfombra, sintió
la calidez de las suaves fibras acolchadas.
La habitación estaba en penumbras. Como no pudo distinguir nada,
caminó arrastrando los pies y abrió la puerta del baño a tientas. Ya dentro
sintió el frío del mármol en sus plantas y sin prestar demasiada atención se
fue directo al retrete. Sentada descansó la cabeza sobre sus manos, echando
los hombros hacia el frente.
«¡Mátenme por favor!», rogó en silencio.
Al orinar un ardor hizo que hiciera un gesto de molestia. No nada
más le dolía la cabeza, le dolía cada centímetro del cuerpo y para ella eran
bastantes centímetros. Resopló con sufrimiento y sin muchas ganas se
incorporó.
Se dirigió al lavabo para cepillarse los dientes porque la boca le
sabía a centavo, por el alcohol que tomó sin control la noche anterior.
«¡Guácala! ¡Qué asco!», farfulló sacudiendo la cabeza.
Al verse abrió los ojos horrorizada, su cabello estaba desordenado y
sus risos alborotados. Extrañada observó el espejo que tenía un marco
dorado y los grifos eran del mismo tono, con un lavabo de granito negro. Se
dio cuenta que no estaba en su habitación en Los Cabos. Miró su cara e hizo
un gesto de desagrado, lucía como panda, el rímel y delineador estaban
corridos formando círculos oscuros alrededor de los ojos.
—¿Dónde demonios estoy? —expresó en voz alta, mientras
observaba el enorme cuarto de baño, que tenía un jacuzzi para unas seis
personas.
De repente, un flashazo regresó a su memoria.
La boda.
La capilla.
Una limosina, y, mucho, mucho tequila.
«¡Estoy en Las Vegas!», recordó con un gemido.
Agarró una de las toallas y se encontró con el logo de Caesar’s
Palace. Cerró los ojos cuando una punzada atravesó su cráneo,
provocándole un dolor agudo.
«¡Cómo odio el maldito tequila!», masculló y juró que no volvería a
tomar.
Analizó su atuendo y se percató que solo vestía un fino camisón
transparente. Definitivamente no era suyo, nunca en la vida se compraría
algo tan atrevido. Sintiéndose expuesta cogió una bata blanca de baño que
estaba en una de las repisas y se la puso.
Se preguntó con dolor por qué tomó tanto, los recuerdos eran
brumosos en su cabeza.
«¡Perdóname, señor por todos mis pecados!», rezó con agonía.
Cepilló sus dientes, limpió su cara con crema que encontró y se
retiró los restos de maquillaje. Estaba tan absorta por lo que había ocurrido,
que cuando terminó de lavar sus manos se dio cuenta que llevaba un
enorme diamante que brillaba escandalosamente.
—¿Qué demonios significa esto?, debe ser un error —clamó con
angustia.
Su corazón comenzó a latir con fuerza y una sensación de sofoco se
estacionó en su pecho.
«Cálmate, Carolina, ¡no caigas en pánico!», se reprendió a sí misma.
Inclinó su cuerpo hacia enfrente y descansó sus manos sobre sus
rodillas. Respiró una y otra vez por la nariz exhalando el aire por la boca,
para tranquilizarse.
Ya más calmada, dejó el baño y entró a la habitación. Al prender la
luz para su total sorpresa, había un hombre completamente desnudo
acostado boca abajo sobre la cama.
«¿Qué jodidos hice?» chilló en su mente y abrió los ojos
sorprendida.
Lo que más le aterró fue encontrar su vestido y un traje doblado
sobre un sofá. Eso no era obra suya, que era la más desordenada del mundo.
No solo se cogió a un desconocido, eligió a un tipo con un trastorno
obsesivo compulsivo. No cabía duda, que era única en la toma de
decisiones. Resopló, dejó caer la cabeza y se llevó las manos a la cara. No
quería enfrentar la realidad.
—Apaga la luz, me duele la puta cabeza horrores —gruñó una voz
pastosa con un fuerte acento inglés.
El hombre giró la cabeza y pudo ver su rostro contorsionado que la
veía con un ojo cerrado, y una mueca en los labios.
—¿Qué haces en mi habitación desnudo? —chilló llena de pánico.
—Dormir —declaró y sonrió. Luego se talló los ojos y se volteó
quedando boca arriba, mostrándose como Dios lo trajo al mundo con una
erección matutina.
—¡Déjate de babosadas! Y tápate —le exigió. Michael jaló la
sábana y se la puso sobre su regazo —. ¿Por qué no estás con tu esposo? —
le reclamó.
—¿No lo recuerdas?
Carolina sacudió la cabeza de un lado al otro con los ojos abiertos.
—No pude casarme con David.
—¿Cómo qué no? Entonces, ¿no te casaste?
—Por supuesto que me casé, pero no con él.
—¿Qué pasó?
Michael quitado de la pena, se levantó y se sentó en la orilla de la
cama, se pasó la mano por el cuello rascándose la cabeza con una mueca de
culpabilidad, con la sábana enredada alrededor de su cintura.
—¿No recuerdas que cuando llegamos a la capilla, nos dijeron que
necesitábamos tramitar un permiso especial por ser una pareja del mismo
sexo?
—Pero eso es una estupidez. Eso es discriminación —alegó
indignada cruzándose de brazos.
—Fue lo que les dijiste, pero, aun así, no nos pudimos casar.
—Entonces, ¿qué significa esto? —levantó su mano y le enseñó la
monstruosa piedra sobre su dedo.
—Pues como ya estábamos ahí, y como habíamos hecho el viaje,
decidí cambiar tu nombre por el de David.
—¿Así de fácil? ¿No te preguntaron como cambiaste de gustos
sexuales en cinco minutos? —se quejó exasperada.
—Oye, no fue fácil. Me costó un buen soborno. Además, gracias a
que David se puso tan contento por no casarse conmigo, arregló esta suite,
un juego de anillos de Cartier, un baby doll para mi esposa y una botella de
champagne para celebrar.
—¡¿Es una puta broma?! —chilló y se llevó las manos a la cabeza
por el dolor.
—Cuida tu lenguaje, querida. Ahora eres una Waldorf —anunció y
se levantó fastidiado tirando la sábana al piso. Despreocupado la miró de
arriba abajo con una sonrisa perezosa. Se le acercó y Carolina se llevó las
manos sobre el pecho cerrándose la bata.
—Lo siento, creo que me dejé llevar —admitió y movió su cabello
del cuello, deslizó su pulgar, provocándole un escalofrío que le erizó la piel.
Ella ladeó la cabeza sin comprender y se llevó una mano sobre el
punto que acababa de tocar para sentir una pequeña protuberancia.
—¿Quieres acompañarme a tomar una ducha? —le propuso y ella
negó con la cabeza, y él siguió caminando, hasta entrar al cuarto de baño.
Como desquiciada, buscó en su bolso un espejo y pegó un chillido al
ver la enorme mordida.
Cerró los ojos y todos los acontecimientos de la noche anterior
vinieron a su memoria de golpe. Recordó con claridad en el momento justo
en que Michael le pegó ese mordisco, y gimió llevándose la mano a la
frente.
La mordió mientras la sujetaba por detrás cuando se clavaba
profundamente dentro de su cuerpo.
«¡Santa madre de Dios! ¿Qué pendejada hice?» susurró con la
mirada perdida.
Las piernas le fallaron y se sentó en la cama, respirando
aceleradamente.
Capítulo 7
Acciones desesperadas

Unas horas antes…


El viaje fue placentero, les sirvió a los dos hombres para conocer
mejor a Carolina, que no dejó de hablar, mientras tomaban tragos
preparados y cenaron algo ligero. Cuando estaban casi por aterrizar,
Michael recibió un mensaje de su madre. Hizo una mueca de desagrado al
terminar de leerlo.
—¿Qué te pasa? —indagó David interesado, no debían ser buenas
noticias porque el semblante de su amigó cambió en el acto, de estar
sonriente por una ocurrencia de Carolina, ahora estaba molesto.
—No puedo creer que hicieran esto a mis espaldas —admitió con
dolor y guardó el móvil en su saco —. Mi madre me envió un mensaje,
exigiéndome que mañana me presente, porque llegan los padres de
Madison. Está furiosa porque desaparecí —aceptó con un gruñido.
—Vaya, sí que lo tienen todo planeado. Creo que vas a regresar a
celebrar tu boda —exclamó Carolina que se sentó a su lado —. Pero, no
entiendo, ¿por qué tantas ganas de casarte? Si te entregan el control de los
hoteles, no tendrás tiempo ni para limpiarte el culo, menos de encargarte de
una familia.
Michael soltó una carcajada, David se sirvió otro trago y la miró
sonriente.
—Como se nota que eres pobre —escupió David con sorna.
—Gracias por humillarme, mamón. Creí que éramos amigos. —Se
quejó y torció los ojos.
Nunca se habían topado con una mujer como ella, sin pelos en la
lengua y que se comportara como un amigo más. Sin coqueteos o
insinuaciones hacia ninguno de los dos y eso era una novedad.
—No es por ofenderte, pero el concepto de familia de una persona
millonaria es muy diferente a la tuya. Un padre ausente, una madre
indiferente y muchas nanas, fue mi vida desde que tengo uso de razón —
admitió David.
—¡Qué mierda de gente! y yo que me quejaba porque mis padres no
me compraron mi hornito —dijo entre dientes y la miraron como si hubiera
perdido la razón —. Olvídalo, nunca lo entenderías —agregó y sacudió la
mano para que prosiguiera.
—Mi familia siempre ha estado en contra de todas mis decisiones.
Quería ser arquitecto y no estuvieron de acuerdo, así que tuve que ir a
Cambridge y estudiar negocios. Luego hice un master en hotelería por
presión de mi padre. Ahora que quiero tomar el control del corporativo que
me prometieron desde que entré a la universidad, me lo niegan. Siguen
jodiéndome, queriendo dirigir mi vida —confesó con frustración.
—Mientras no seas un pendejo y los lleves a la ruina, creo que
tienes el derecho de tomar tus propias decisiones —manifestó Carolina y
asintió con convicción.
—Ahí donde lo vez, es un hombre brillante, aunque no lo parezca.
—Lo defendió David y Michael gruñó por el comentario.
—Salud por eso —anunció Carolina que levantó un caballito de
tequila.
Los tres se tomaron un trago y escuchó el carraspeó de David que
sacudió la cabeza un poco atontado por el alcohol.
—No caigas inconsciente, o perderé a la novia antes de la boda.
—Amigo, no te equivoques, aquí la novia eres tú —balbuceó
afectado.
—¡Cállate el puto…!
—¡Ay! ¡qué lindos! Hasta parecen una pareja de recién casados —
exclamó con burla interrumpiéndolos.
—Basta de hablar de mí, ¿qué pasa con el hijo de puta de tu ex? —
le cuestionó.
—Ni me lo recuerdes. Aparte de engañarme y dejarme en la calle, el
pendejo todavía tiene el descaro de pedirme a Frida —mencionó enojada.
—Pensé que no tenías hijos —dijo Michael mosqueado.
Ella lo miró y soltó una sonora carcajada.
—Por supuesto que no tengo hijos. Frida es mi perra-hija, es una
schnauzer miniatura. En este momento está con mi amiga Ángela, porque
en tu hotel no aceptan animales —le aclaró.
—Vaya, y para ¿qué quiere un perro?
—Nada más por joder, para que más, si nunca le ha importado. Es
más, la odiaba porque no se llevaban bien.
—¿Cómo puede alguien llevarse mal con un perro? —argumentó
David. Ella enarcó una ceja y se cruzó de brazos.
—Ese pendejo al parecer se llevaba mal con todo mundo, y yo sin
darme cuenta. ¡Dios, qué engañada estaba! —declaró y dejó caer su cabeza
—. ¿Y tú, David? Cuéntanos algún puto trauma que tengas por favor, que
aquí mi amigo y yo, estamos en total desventaja —le suplicó.
—¿Yo qué?, yo no tengo problemas. Vivo como quiero, y donde
quiero. Mi madre puede ser una arpía, pero nunca me desheredaría. Soy su
único hijo, y el que ellos creen que continuará con el apellido Forschner.
Carolina casi escupió su trago ahogándose.
—¿Qué demonios te pasa? —Michael le dio una palmada en la
espalda, ella levantó un dedo y le pidió un momento, para componerse.
—¿Eres dueño de la empresa Forschner? ¿La que hace partes para
autos?
—Técnicamente, lo seré. La empresa la fundó mi abuelo después de
la segunda guerra mundial.
—Mierda. Trabajo en la planta que está en México.
—¿En serio? ¿Qué haces?
—Soy ingeniero ambiental, mi trabajo es vigilar que se sigan con las
regulaciones internacionales por medio de auditorías. No cabe duda de que
el mundo es un pañuelo —manifestó con sorpresa.
—¿Y te gusta lo que haces? —le preguntó interesado.
—Sé que se oye aburrido —admitió haciendo una mueca —, pero la
mayor parte del tiempo disfruto lo que hago, además la paga es buena —
aceptó encogiéndose de hombros —. Siempre he sido demasiado
predecible, me gusta tener orden y control.
—Pues ahora tendrás una anécdota que contar —le hizo saber
Michael con una sonrisa.
—Salud por eso —anunció David levantando su caballito de tequila
y lo acompañaron.
Eran las tres de la mañana y estaban en la capilla Toscana del hotel
Caesar’s Palace. Aunque no eran horarios normales, cincuenta mil dólares
consiguió un ministro para celebrar una boda.
Una mujer joven que no pasaba de los veinticinco, vestida con un
atuendo un tanto gótico, se acercó con un libro en la mano para registrar los
datos de los novios.
—¿Cuál es el nombre de la señorita? —preguntó mirando a Carolina
que tenía una copa de champaña en la mano.
Michael se aclaró la garganta, la miró con seriedad y le entregó las
identificaciones.
—No me voy a casar con ella. El novio es él. ¿Hay algún problema?
—le cuestionó apuntando a su amigo David.
La mujer abrió la boca incrédula. Ese par de hombres eran
guapísimos.
—Por supuesto que no señor, pero no puedo casarlos hoy, tenemos
que esperar que abran el City Hall para pedir una licencia especial —
anunció apenada.
Carolina que estaba junto a David, se acercó con el ceño fruncido.
—¿Cómo que especial? ¿Especial por qué?
—Bueno, es que no hace mucho que se legalizaron los matrimonios
del mismo sexo, y pues…
—Estás discriminando a mis amigossss —arremetió arrastrando las
palabras. Los tres estaban bastante borrachos, tenían horas tomando.
—No, por supuesto que no, pero…
—Entonces, ¿qué demonios es eso de la licencia especial?
—Entiéndame, no es por nosotros, así son las leyes.
—Tal vez, pudiera ser más tarde… —sugirió Michael.
Carolina le interrumpió: —Vinimos a casarnos y vamos a casarnos
—declaró y miró amenazante a la pobre mujer.
—Señorita, cálmese por favor…
—Óigame bien —clamó Carolina que comenzó una alegata sobre
los derechos de la comunidad LGTB.
Michael se alejó para hablar con su amigo.
—No podemos casarnos —anunció.
—Entonces, ¿vamos a esperar?
Le dio un trago a la copa y sacudió la cabeza. Solo de pensar que
debía acatar los deseos de su padre, se le revolvieron las tripas.
—Esto es una puta locura, tengo que regresar casado y enfrentar a
mi padre.
David sonrió y fue como si un rayo de sabiduría lo golpeara de
pronto.
—¡Ya sé!, cásate con ella —agregó como si fuera lo más brillante.
—No creo que acepte —admitió pesimista.
—Pero fue su idea que te casaras.
—Sí, pero contigo —le recordó.
—Pregúntale, no pierdes nada, pero siendo realistas no tienes otra
opción, a menos que quieras volver a los brazos de tu adorada Madison.
Michael bramó y se llevó las manos a la cabeza. Regresó con la
mujer que tenía cruzados los brazos, sin entender los argumentos que
Carolina le ofrecía.
—Está bien, ponla a ella en su lugar —le indicó y la rubia le miró
como si estuviera loco.
—No es normal que cambie de novio así, como así —alegó la mujer
entrecerrando los ojos.
—¿Cuánto quiere para casarme con ella? —apuntó a Carolina que
se dirigió a conseguir más champaña, un poco tambaleante.
Sacó la billetera y le entregó un fajo de dólares. Ella los tomó de
inmediato y tachó el nombre de David y agregó a Carolina.
—Todo perfecto, podemos empezar —sonrió muy contenta.
Michael les llamó a sus amigos para que se acercaran.
—Vamos a casarnos —anunció, juntó las manos y se las talló
repetidamente.
—¿Quiénes? —le cuestionó la morena desconcertada. Se acercó y la
tomó del rostro, ella le miraba con los ojos achispados.
—Nosotros. Casarme contigo es la única opción que tengo —le
explicó despacio.
—Conmigo, ¿estás seguro?
—Sí, preciosa, ¿me harías ese favor?
—Pero no me conoces…
Le quitó un riso de la frente y la miró fijamente.
—Se que no es lo que una mujer hubiera soñado, pero te necesito,
realmente lo hago, de ti depende mi futuro y no quiero que suene como un
chantaje, pero es la verdad.
Ella se mordió el labio y arrugó la nariz, bajó la mirada como si lo
meditara.
Esperaba que no se negara o estaba totalmente jodido.
Carolina soltó un suspiro y le miró de nuevo.
—Está bien, lo haré, pero lo único que te pido es que nunca me
engañes.
Michael notó el dolor en sus palabras. Se dio cuenta que la traición
de su ex era más dolorosa de lo que había querido admitir.
—Nunca, siempre seré sincero contigo. Somos amigos ¿verdad?
—Creo que ya lo somos.
—Ahora dime si estás consiente de lo que vamos a hacer.
Se mordió el labio y asintió.
—Estoy borracha, pero sé lo que hago —suspiró y cerró los ojos por
un momento, luego le miró decidida —. ¡Vamos a casarnos! Mi amiga
Ángela se va a ir de nalgas —confesó y soltó un chillido.
La tomó de la cintura y la pegó a su costado. Como no traía zapatos,
su cabeza apenas llegaba a su pecho. En cuanto el ministro entró, los tres se
pararon frente al altar. La ceremonia fue corta y en menos de quince
minutos eran oficialmente marido y mujer.
—Puede besar a la novia —declaró el juez que los miró, como si
estuvieran locos y no estaba tan equivocado.
Michael pasó sus brazos por su torso e inclinó su cabeza, con
intenciones de besarla.
—¿No era de mentira? —le dijo con sorpresa.
—¿No quieres que te bese? —le preguntó con tono seductor muy
cerca de su oído, ella se tensó y su piel se erizó.
La verdad es que le apetecía besarla, y mucho. Carolina asintió
sacudiendo la cabeza nerviosa, sonrió y entonces la besó.
Un beso que empezó suave y delicado se convirtió en fuego puro.
Un carraspeo hizo que se separara de sus labios.
—Tienen que firmar —les indicó la mujer que estaba parada junto a
su amigo.
La rubia les entregó el libro. David lo tomó y firmó como testigo,
luego lo hizo Michael y por último Carolina. Terminaron y le entregaron
una copia al novio, que guardó en su saco.
—¿Ahora a dónde vamos? —preguntó la novia y Michael la tomó
de la mano.
«¡Estoy casado, chúpate esa padre! Pueden irse a la mierda, tú y
Madison junto con su aristocrático culo», quiso gritar de felicidad.
—Vamos a festejar, querida.
—Sí, quiero más champaña —dijo animada.
—Tendrás toda la que quieras —le aseguró y dejaron la capilla
rumbo a la suite del hotel, donde pasarían el resto de la noche.
Capítulo 8
El recuento de los daños

C
Suite del Caesars Palace, después de medio día…
arolina se encerró en el baño en
cuanto Michael lo abandonó.
Necesitaba una ducha reparadora,
que le despejara la mente y le ayudara con el terrible dolor de cabeza,
aunque tomó un par de analgésicos, era urgente sentir el agua correr por su
piel, que limpiara sus poros.
«Apesto a sexo y mucho alcohol. ¡Dios como me duele el trasero y
estoy rosada!, parece que festejamos con ganas. Vaya con el inglesito, con
la cara de mustia que tiene», dijo entre dientes.
Cada paso que daba le recordaba la noche de sexo que tuvo. Lavó su
cabello varias veces y talló su piel con cuidado. Una vez libre de espuma,
recargó las manos sobre la pared de la enorme ducha e hizo un repaso
mental de todo lo ocurrido la noche anterior.
—¡Dios, mi hermano me va a matar! ¿Qué demonios voy a hacer?
¿Cómo voy a decirle que estoy casada? ¿Cómo voy a decirle a mi amiga
Ángela? ¿En qué momento pensé que era una buena idea? —gruñó y
sacudió la cabeza.
Se calló por un momento y siguió con su monólogo quejumbroso.
—La verdad es que no lo pensaste, acéptalo, pero es que ese hombre
es un maldito encantador de serpientes. ¿Y cómo no lo va a ser? Sí es el
hombre más guapo que habías visto en tu pinche vida. ¡Ah, pero viste tu
oportunidad y te bajaste los calzones sin pensarlo!, así de fácil. ¡Eres una
puta! —soltó un largo suspiro al recordarlo —. No solo está buenísimo,
aparte coge con maestría el desgraciado. ¡Hasta en eso eras pendejo,
Rodrigo! —despotricó y blasfemó.
Hizo una pataleta y lloriqueó, porque no sabía cómo enfrentaría lo
que había hecho.
—Vaya, no sabía que hablaras contigo misma en la ducha. Aunque
no entiendo mucho español, entendí una que otra frase, gracias por eso de
que soy bueno para coger, traté de esforzarme. No todos los días me caso —
clamó Michael desde la puerta.
Pegó un grito y casi se cae de nalgas sobre el piso resbaloso, si no es
porque se agarró del dispensador de jabón ahora estaría tirada.
—¡Solo me falta que me caiga y me rompa un hueso! —clamó
horrorizada —. ¿Por qué entras sin avisar? ¡Me estoy bañando! —le
reclamó y se llevó las manos intentando cubrirse.
Se giró y lo miró parado con las manos en los bolsillos de sus
pantalones, contemplándola con descaro.
—Ya te vi desnuda, ¿cuál es el problema? —le aseguró con una
sonrisa ladina, y entrecerró los ojos.
—Pero no es lo mismo, no estoy borracha —recalcó avergonzada.
«Aunque no tan borracha como para no recordar lo que hice, pero ya
no tengo el coraje de ser atrevida», pensó con ganas de tener más seguridad
en sí misma, pero era difícil serlo, luego de saber con la clase de mujeres
con las que Michael se relacionaba.
Le volvieron a su mente los recuerdos de como ella prácticamente se
abalanzó, sobre su ahora esposo con demasiada efusividad.
—No pensé que fueras tan pudorosa, anoche apenas pude…
—No digas una palabra más, sobre lo de anoche —le amenazó y se
sonrojó.
—No me estoy quejando, solo es un recordatorio. A mí me gustó, no
me digas que a ti no —le dijo enarcando una ceja.
—Claro que me gustó, ¡pero no son cosas que se platiquen así,
como así! —masculló escandalizada —, y gírate no me mires.
—Mi esposa es tímida —señaló burlón.
—¡Hazlo y dime qué quieres, o salte del baño! —Le cortó el rollo y
gruñó sonando desesperada.
—Tranquila, solo es para informarte que tenemos que regresar. Mi
padre me acaba de llamar —miró su reloj e hizo una mueca —. Llegaremos
para la cena. Le dije que les daré una sorpresa —anunció con una sonrisa de
oreja a oreja, al tiempo que se giraba y se cruzaba de brazos.
—¿Y cómo saldré del hotel? No tengo nada que ponerme, mi
vestido está destrozado —se quejó. Aprovechó para cerrar la llave y buscar
una toalla.
—Lo siento. Es que tardabas mucho en quitártelo —admitió con
descaro —, pero no te preocupes, David fue de compras y te trajo lo
necesario. En cuanto te cambies nos marchamos, desayunaremos en el
avión. Me hubiera gustado llevarte a pasear, pero no tenemos tiempo, en
otra ocasión será.
—No te preocupes, conozco las Vegas —replicó.
Se comenzó a secar el cuerpo, se enrolló una toalla en la cabeza y
otra alrededor del torso. Era ridículo cubrirse si era obvio que ya la había
visto el culo a detalle porque lo sentía bastante magullado, pero no podía
evitarlo.
—Vaya, eres una mujer de mundo.
—Deja de burlarte. —Se defendió apretando los dientes.
—Parece que amaneciste de malas, y yo que estoy de tan buen
humor. Es más, te podría decir que estoy feliz —dijo hilarante.
Se acercó a ella y para desconcierto de Carolina pasó su dedo sobre
su hombro, deslizándolo lentamente.
«¡Cristo bendito! ¡Su aroma es delicioso!», pensó y tragó saliva
cuando lo olisqueó. Lo tenía grabado en su mente.
—¿Ahora resulta que eres un cascabelito de felicidad? —arremetió
recomponiéndose por su cercanía.
—Coger pone de buenas a cualquiera, y más cuando el sexo es tan
jodidamente bueno —manifestó con cinismo.
—¡Ya por Dios! ¡En un momento salgo! —le dijo levantando una
mano.
—Te estaremos esperando —anunció con una sonrisa ladeada y se
fue.
Cuando se quedó sola, sin poder evitarlo sonrío como tonta, aunque
se sentía echa un lío, tenía que admitir que tenía razón.

Michael regresó a la sala, donde David se encontraba tomándose un


café. Se acercó al carrito de servicio y agarró una taza, no era un desayuno,
pero necesitaba cafeína.
—¿Cómo está? —indagó David interesado.
Al principio estuvo más que dispuesto a casarse con su amigo, pero
los inconvenientes en la capilla le resultaron favorables. Tal vez era menos
osado de lo que creía.
—Mejor de lo que esperaba, aunque cuando entré al cuarto de baño,
creí que había perdido la razón. La encontré hablando consigo misma en
voz alta, y en español —le informó haciendo énfasis.
—No puedes culparla, la trajimos como madrina de nuestra boda y
se terminó casando contigo. No digo que sea malo casarse contigo, mira
que hay mujeres que estarían felices de hacerlo, pero nunca pensé que
Carolina fuese capaz.
—Ni yo tampoco me creí capaz de revelarme ante los designios de
mi familia, tengo que confesarlo —expresó calmado.
Se frotó la frente, enarcó una ceja y miró fijamente el líquido
humeante. Nunca fue un hijo rebelde, cedió en todo lo que le impusieron,
solo hizo cosas para molestar a su familia, pero fueron detalles irrelevantes
como tomar café en lugar de té. Aunque eso sí que jodía a su madre. Se
acomodó en el sillón reclinable y le dio un trago al café.
—Por otro lado, por los gritos que pegaron toda la madrugada, es
evidente que consumaron el matrimonio en varias ocasiones —dijo
socarrón.
—Fue una noche estupenda —admitió con una media sonrisa.
—Pensé que no tendrías sexo en este matrimonio. —David señaló
extrañado.
—No te equivoques, no tendría sexo contigo —torció los labios y le
guiñó un ojo.
—Eres un perro, ¿no podías dejar de cogértela?
—He tenido sexo con mujeres que acabo de conocer y no he tenido
ningún pudor en hacerlo, ¿por qué demonios no tendría sexo con mi
esposa? Además, los dos llegamos bastante calientes a la habitación,
simplemente fue algo que pasó.
—¿Y qué tal está?, tú me entiendes —preguntó con una sonrisa de
complicidad.
—¡No te pases! —lo amenazó mirándolo a los ojos.
—Antes no fuiste tan quisquilloso, siempre nos hemos contado todo,
hasta hemos compartido a la misma mujer —le recordó su amigo
entrecerrando los ojos.
Michael sabía que David tenía razón, en más de una ocasión
terminaron en un trío, pero fueron tiempos de locura, donde las drogas
fueron el detonante. Ahora era distinto, no era una aventura de una noche,
se trataba de su esposa.
—Le debo mi lealtad y mi respeto, es mi esposa, que no se te olvide.
Ella no se ha metido en la mierda que tú y yo hemos estado, y así seguirá.
Michael era un hombre de palabra y pensaba cumplir con lo único
que Carolina le pidió antes de casarse. La puerta se abrió y ella apareció
vestida con el conjunto de coctel color marfil, que le compró David. Era un
fashionista, aunque lo negara.
A Michael se le iluminó el rostro al verla, le gustaba lo que miraba y
recordaba con detalle lo ocurrido la noche de bodas. Se acercó y la tomó de
los hombros desnudos, para darle un beso en los labios.
—Luces preciosa —le aseguró y ella se sonrojó.
Era difícil no hacerlo, porque Michael era un hombre muy guapo
que imponía y con una voz que hipnotizaba.
—Gracias, la ropa es maravillosa y los zapatos son increíbles —
comentó emocionada.
Era una blusa halter que se amarraba al cuello, los pantalones eran
anchos y vaporosos.
—El crédito es de David. —Michael aceptó, su amigo se tomó
muchas molestias ayudándolo.
—He aprendido uno que otro truquito —respondió David
encogiéndose de hombros, restándole importancia.
—Hasta el maquillaje me quedó perfecto para mi tono de piel,
pensaste en todo. —Lo alagó con una sonrisa.
—Tienes una piel hermosa, un poco apiñonada y ese color te
favorece —añadió.
—Amigo, ya estoy dudando de tu hombría —se burló Michael, pero
David no tenía ningún problema con su sexualidad, era un hombre que le
encantaban las mujeres.
Se levantó y se abrochó el saco.
—Me gusta vestirme bien y tú no te quedas atrás —replicó.
Michael le entregó un café a Carolina que gimió en cuanto tomó un
buen trago y cerró los ojos disfrutándolo. El hombre tragó saliva cuando la
escuchó y reaccionó con un cosquilleo en el pene.
—¡No sabes cómo necesitaba esto! —declaró agradecida.
El dolor de cabeza estaba remitiendo, pero todavía se sentía como
zombi. Michael se aclaró la garganta y la instó a apurarse.
—Ya nos esperan en el lobby, en cuanto abordemos el avión
desayunaremos en forma.
—Quiero hot cakes con mucha miel, por favor —solicitó Carolina
con una mueca, dejó la taza sobre la mesilla, cogió su bolso y se dirigió a la
salida.
—Puedes pedir lo que desees —anunció Michael que la miró salir
contoneándose.
David le propinó un golpe en la espalda cuando se dio cuenta de la
forma en que su amigo escudriñaba a su esposa, que gruñó en respuesta.
Capítulo 9
De vuelta a casa

A l subir al avión se sentaron en el


suntuoso comedor para diez
personas con sillones acojinados.
Ahora que Carolina estaba completamente sobria, podía admirar con detalle
todo lo que le rodeaba. El lujo era impresionante, desde las paredes con
luces montadas a lo largo y ancho, hasta las persianas automatizadas que
abrían y cerraban las decenas de ventanillas del enorme avión. Los muebles
eran de madera oscura muy pulida, con mezclas de piel en color crema y
cojines en tonos azules.
Una de las asistentes se acercó con una jarra de café. En el comedor
ya estaba dispuesto un servicio completo hasta con diferentes tipos de
copas.
—Buenas tardes, señor Waldorf. Bienvenido a bordo, ¿en qué puedo
servirle? —preguntó la joven solícita, dirigiéndose específicamente a
Michael.
Carolina no pasó desapercibido ese hecho y rodó los ojos, solo
faltaba que le frotara las tetas en la cara. El día anterior cuando subieron al
avión, la misma joven se mostró bastante entusiasmada cuando lo miró,
evidencia de que algo tuvo o tenía con él, no eran imaginaciones suyas.
Leyó su placa con su nombre: Monique.
No es que pudiera estar celosa, porque, aunque estaban casados,
solo era por un favor que le pidió Michael. No había involucrados
sentimientos de por medio, de parte de ninguno de los dos. Era cierto que le
gustó desde que lo miró en el bar, pero lo acababa de conocer, sin embargo,
esta joven estaba pasándose de encimosa.
—Quiero un bagel con queso crema y salmón. Un jugo de naranja y
un tazón un con frutos rojos. Para mi esposa: pancakes acompañados de
salchichas, tocino y huevos revueltos —le indicó con voz demandante sin
ponerle atención a la chica, que atenta anotaba el pedido.
Michael giró hacia Carolina con una máscara de seriedad esperando
que le informara si quería algo más, pero ella lo que vio fue la cara de
desconcierto de la mujer, que lo observaba con los ojos abiertos.
«Esos dos tienen historia», pensó con suspicacia, era bastante
evidente por la forma en que Michael evitaba mirarla.
—¿Su esposa? —exclamó con sorpresa perdiendo la sonrisa del
rostro.
Carolina por otro lado, sonrió e inclinó la cabeza, para mirarla con
satisfacción.
«¡Así es perra, su esposa! No es que sea vengativa, pero esta, ya me
cayó de a madres, mirándome como si fuera un insecto», dijo para sus
adentros.
Michael que preparaba su café, detuvo la cucharilla y levantó la
cabeza.
—Sí, mi esposa. ¿Hay algún problema? —respondió con severidad.
Monique miró a Michael y sacudió la cabeza negativamente.
Ahora no solo estaba desilusionada, estaba asustada, porque acababa
de traspasar una línea bastante delicada.
Carolina la observaba sin decir una palabra, hasta le dio un poco de
pena ver su rostro que parecía una remolacha.
—No señor, discúlpeme —agachó la cabeza y se viró hacia David
—. ¿Usted que desea de desayuno, señor Forschner? —preguntó azorada
porque acababa de meter la pata.
—Un platón con quesos, embutidos y croissants, gracias —le pidió
con amabilidad el rubio, para el que no pasó desapercibido el ánimo de la
joven.
Comenzaron a moverse, aunque el avión era tan grande que casi no
se sintió que rodaban por la pista para despegar.
—Fuiste un poco brusco, ¿no crees? —le acusó Carolina, cuando la
joven salió corriendo.
—No sé a qué te refieres —respondió Michael con un acento
británico bastante estirado y borde, pero que a Carolina le encantó oírlo,
aunque no se lo diría.
—¡Por favor! La pobre llegó como perrito moviendo la cola y la
mandaste al demonio —entrecerró los ojos y sonrío con sorna —Te la
cogiste, ¿verdad? —aseveró sin titubear.
David se ahogó con el café y escupió a un lado.
—¿Por qué dices eso? —le preguntó Michael que arrugó el
entrecejo.
—Es evidente, ¿no miraste su cara cuando le dijiste que soy tu
esposa? —. Sacudió la cabeza negativamente y ella rodó los ojos —. ¡Por
Dios! Si se quedó lívida, no me digas que no lo viste. Te juro que hasta me
dio un poco de pena —manifestó, pero la verdad es que no era cierto.
—¡Amigo, estás jodido! —Se burló David, que le encantaba meterse
con Michael
—¡Cállate la puta boca! —lo reprendió entre dientes y miró hacia el
fondo del avión, donde desapareció Monique.
—Oye, no tienes por qué ponerte a la defensiva, digo, no es como si
hubieras engañado a nadie, apenas ayer eras libre —admitió encogiéndose
de hombros, pero dejándole bien claro que no iba a soportar mierda de
nadie. Aunque era un matrimonio arreglado, no soportaría el engaño.
—Fue un vuelo muy largo —siseó en voz baja admitiéndolo.
—¿Te la cogiste cuando venías a México con toda tu familia a
bordo? —replicó David asombrado.
—Fue una estupidez de mi parte —confesó.
—Relájate, no te estoy juzgando, pero te digo que esa chica te puede
meter en un problema —señaló Carolina cruzándose de brazos.
—Lo sé, pero la verdad que no lo pensé, solo actué impulsivamente
—aceptó y se pasó la mano por la frente.
Cometió una estupidez en un momento de insensatez, pero eso era
lo que su padre le causaba.
—Tienes que ser más sensato, porque se nos viene una tormenta de
mierda cuando lleguemos al hotel, por tu bien debes mantenerte sereno,
ahora tú tienes el sartén por el mango, no te dejes provocar —le hizo ver y
tenía toda la razón.
—No pudiste elegir una mejor esposa. —David señaló y palmeó la
espalda de su amigo.
—Trabajo con unos hijos de puta, que me han hecho la vida
miserable los últimos tres años, tengo que ser más inteligente y no caer en
provocaciones —admitió con una mueca.
Los compañeros de Carolina eran unos envidiosos, porque su sueldo
era muy superior pero no se daban cuenta que dominaba tres idiomas, solo
se fijaban en que ganaba el doble que ellos gracias a una chismosa de
recursos humanos.
Al poco rato, otras dos mujeres salieron con un carrito con el
desayuno y lo sirvieron con eficiencia. Toda la comida estuvo deliciosa y al
terminar de comer se fueron a los sofás para descansar.

Carolina cerró los ojos, estaba agotada y sin darse cuenta se quedó
dormida por unos minutos.
—¿Quieres acostarte? —le susurró Michael.
Carolina despertó y se encontró a su esposo a su lado.
—Perdón, me quedé dormida —masculló con la voz pastosa y
bostezó.
Michael se levantó y le tendió una mano, se notaba agotada. Apenas
habían tenido unas horas de sueño y al despertar todo ocurrió muy rápido.
—Acompáñame, necesitas descansar porque nos espera una noche
agitada —le recordó, Carolina asintió y tomó su mano.
Caminaron por un pasillo y al llegar al fondo, abrió una puerta. Era
una de las habitaciones, específicamente la que él siempre usaba.
«¡Es una locura!», pensó Carolina al entrar.
Había una cama king size, con un edredón color crema y múltiples
almohadas acomodadas artísticamente. Ese lugar no dejaba de sorprenderle.
—¡Wow, esta habitación es increíble! —exclamó.
—Mi avión no es tan grande, pero me gusta más —le informó
Michael orgulloso.
Ese avión fue pensado por su padre, para dar cabida a toda la
familia, pero el necesitaba un avión personal ya que viajaba mucho, no solo
por placer. Su madre y hermanas pasaban la mayor parte del tiempo en
Londres y si viajaban mayormente era para ir de compras.
—¡¿Tienes tu propio avión?! —replicó.
En realidad, no era una pregunta, pero no dejaba de sorprenderle.
—Por supuesto.
—¿No has oído hablar de la huella de carbono?
Michael sacudió la cabeza e ignoró su pregunta.
—Vamos a quitarte la ropa —le indicó y Carolina lo miró con
desconfianza.
—Alto ahí, ¿por qué tengo que quitarme la ropa? —replicó
levantando una mano.
—Porque si te acuestas con ella, se llenará de arrugas y llegaremos
directo a la cena. Mi padre está impaciente.
Tenía razón, pero el hecho de desnudarse frente a él la puso
nerviosa.
—¿No tendrás una bata de pura casualidad?
—Lo siento, pero bajaron mi equipaje, si te quedas en ropa interior
es como si estuvieras en bikini.
Rodó los ojos y sacudió la cabeza.
—Yo no uso ese tipo de trajes de baño —admitió incómoda.
En su vida se pondría un bikini, mantenía un peso saludable, pero no
como para pasearse enseñando sus atributos. Carolina estaba convencida
que tenía unos buenos diez kilos de más según los estándares actuales de
belleza, que no estaba dispuesta a perder, amaba demasiado la comida.
—¿Por qué no? —le preguntó Michael sin entender.
«¿En serio me pregunta eso, luego de salir con modelos?» pensó
incómoda.
—No me siento a gusto, no soy una persona que haga mucho
ejercicio...
—Gírate para desabrocharte la blusa —le ordenó interrumpiendo
sus justificaciones.
Michael sacudió la cabeza, claro que sabía a lo que se refería, pero
no estaba de acuerdo. Era cierto que ella tenía mucho más carne en los
huesos de lo que estaba acostumbrado, pero no le molestaba, al contrario.
Lo encontró bastante estimulante y satisfactorio.
—Eres un mandón.
—Tú no te quedas atrás, querida —le devolvió con sarcasmo.
Carolina soltó una risita e hizo lo que le pidió.
«¡Maldito acento moja bragas!» dijo entre dientes en español, tenía
la ventaja de que no entendía el idioma.
Además, la ropa interior era bastante decente, no era como si usara
una tanga. Se quitó la ropa y el la dobló perfectamente, la colocó sobre una
silla que estaba a un costado.
Michael era muy ordenado, pero era una costumbre arraigada por la
disciplina de los colegios a los que asistió desde pequeño.
Carolina se acostó con rapidez y se metió bajo de las sábanas, tomó
una almohada y se abrazó a ella. Michael se acercó y le plantó un beso en
los labios.
—Descansa, faltan algunas horas.
—Gracias —respondió aturdida y cerró los ojos, para caer dormida.
Capítulo 10
Las ventajas de estar casado

M ichael regresó a lado de David


y se sentó en el sillón
contiguo. Su amigo hablaba
por móvil en alemán y se notaba tenso, parecía consternado, casi lívido.
Además, tenía unas ojeras bastante marcadas que lo hacían lucir jodido.
Desde muy joven tuvo problemas para dormir, y con el paso del tiempo su
insomnio fue empeorando.
—Se quedó dormida de inmediato —le informó Michael, levantó la
taza de café y le dio un sorbo.
—Te veo y no te conozco, ¿podría ser que por fin te enamores? —le
cuestionó David y el sacudió la cabeza, eso no era posible.
—No te equivoques, tú sabes lo que pienso del amor y eso nunca
pasará —admitió y soltó un gruñido.
Siempre lo utilizaban esperando algo a cambio, dinero o influencias.
En su experiencia el amor no existía, era solo una transacción. Lo vivió toda
su vida con sus padres y su círculo de amistades. David corrió con la misma
suerte, por eso a raíz de sus malas experiencias, pasaban de una mujer a otra
sin remordimientos. Les daban lo que querían y después seguían adelante.
—Ella es diferente, es cierto que la acabas de conocer, pero puede
ser el tipo de mujer que necesitas —insistió convencido que su amigo debía
darse una oportunidad real. En el fondo era un romántico y aunque no lo
confesaba, anhelaba una familia que le diera lo que nunca tuvo: amor de
verdad.
—Siento un compromiso muy grande con Carolina. Aunque es una
mujer adulta, es muy inocente para nuestra forma de vida.
—Tus padres se la van a comer viva —apuntó David y Michael
sabía que tenía razón.
—No lo voy a permitir. Una de las cosas que me encanta de ella es
su trasparencia y sinceridad, no quiero que salga lastimada, no se lo merece.
—¿Te gusta?
—No voy a mentirte, es divertida, ocurrente y admito que me
encantó tener sexo con ella, pero esto es temporal. La veo como a una
amiga que me está haciendo un enorme favor, que sabré recompensar
cuando llegue el final.
—Deberías darte una oportunidad, nunca se sabe —insistió David.
—Soy demasiado cínico para creer en esas mierdas igual que tú,
pero me considero un hombre de palabra. Le prometí que sería honesto con
ella y pienso cumplirlo. No habrá otras mujeres mientras estemos juntos.
—Es un paso muy grande, desde que te conozco, nunca le has sido
fiel a nadie.
—Nuestra relación está basada en la amistad, es diferente —aceptó
convencido.
David asintió sin continuar con ese tema, bajó la mirada y apretó los
labios. Tenía que contarle las malas noticias que recibió momentos antes.
—Mi madre me llamó, mi abuelo está en un hospital en Ginebra, se
sometió a un tratamiento experimental y no funcionó, parece que está
muriendo.
—Lo siento, hombre.
—Yo también, puede que sea un hijo de puta, pero no deja de ser
familia.
—¿Qué vas a hacer?
—No te voy a dejar, me marcharé después de que enfrentes a tu
familia. Al viejo todavía le quedan unos días, al menos eso me dijeron, no
lo desconectarán hasta que mi madre lo autorice.
—Gracias, amigo.
—Siempre nos hemos apoyado.
—Desde el internado —le recordó y sonrió.
Michael necesitaba comunicarse con el abogado que contrató a
espaldas de su padre, para enviarle los documentos y su acta de matrimonio.
—¿Cómo crees que reaccionará tu padre?
—Lo he pensado, y espero que sea de la mejor manera, pero lo
conozco. Así que tengo que estar preparado —farfulló.
—Tal vez por una vez te apoye —le animó David con una mueca de
esperanza. Michael lo dudaba, hacía tiempo que dejó de tener fe en sus
padres.
Sacó el móvil y le llamó al abogado para ponerlo al tanto de lo que
estaba ocurriendo.

Michael entró en la habitación donde dormía plácidamente Carolina.


Estaba en penumbras con solo una iluminación tenue. Se deshizo de su traje
y lo dejó sobre la silla. Se quedó solo en bóxers y se metió debajo de las
sábanas a su lado. Estaba duro y con ganas de desahogarse. Antes de llegar
a recibir mierda quería perderse en los brazos de su esposa.
Su esposa, le parecía de lo más raro pensar en esa palabra, pero no
le desagradaba del todo.
Dejó un beso sobre su hombro y ella se removió dejando salir un
ligero gemido. Sonrío con satisfacción, porque solo debía tocarla para que
reaccionara a sus caricias.
—Falta una hora para aterrizar —susurró en su oído y mordió su
oreja. Deslizó su mano, bajó la copa de su brassiere y tomó uno de sus
senos.
Era grande, tan grande que llenaba su palma y se sentía suave. No se
consideraba un hombre que le obsesionaran los senos, pero los de Carolina
le encantaban.
—¿Qué haces? —replicó con un quejido.
—Devorarte —respondió con una risita cínica.
La jaló para tenerla más cerca y bajó su boca directo a su pezón, que
succionó con ánimo. Era tan intenso lo que Carolina sintió que pasó sus
dedos entre su cabello animándolo a que siguiera. Lamió y besó sus senos
hasta que consideró que tenía suficiente, al menos por el momento.
Se colocó sobre su cuerpo y la besó con ímpetu, los gruñidos y
gemidos llenaron la habitación, perdiéndose en lo que Michael la hacía
sentir. Encajó sus caderas contra su centro restregando sus cuerpos
encendidos, su pene despertó furioso y abrió sus piernas. Todo lo que
necesitaba era a él.
Sus manos se agarraron de sus hombros y chocó su cadera
desesperada, en sincronización con los movimientos del hombre que tenía
encima.
—Te necesito dentro de mí —exclamó agitada como nunca nadie la
había hecho sentir.
—Tus deseos son órdenes —agregó y se incorporó para sentarse
sobre sus talones, metió los dedos en la cinturilla de sus calzones que
parecían bóxers y los deslizó por las piernas, para dejarla desnuda. Los miró
con el ceño fruncido, demasiada tela para su gusto.
—Son útiles, no sexys —admitió y se mordió el labio inferior,
apenada.
—Bueno no me importa, no los necesito —agregó y los tiró al piso.
Después hablaría con su amigo para preguntarle, por qué diablos le
compró lencería como de abuela.
La agarró de las caderas para traerla sobre su regazo y Carolina
soltó un grito de sorpresa. Sin perder el tiempo liberó su erección y se
encajó en ella. Estaba húmeda y lista para recibirlo.
—¡Oh, Dios! —gritó al sentirlo hasta el fondo, cerró los ojos y
arqueó la espalda.
—No soy Dios, pero puedes llamarme daddy —expresó arrogante
con una sonrisa de satisfacción.
—¡Eres un jodido engreído! —clamó con la voz ronca.
Encendido estrelló sus caderas con fuerza y Carolina pegó otro
grito.
—Te vas a dar cuenta lo engreído que soy —le advirtió y se dejó
llevar.
Comenzó a penetrarla con ímpetu. Sus gemidos llenaron la
habitación. El sexo sin protección y a la hora que le apetecía era una ventaja
que no había considerado. No debía preocuparse por un embarazo no
deseado, porque su esposa llevaba un implante.
«¡Jodidamente inteligente de su parte!», pensó mientras se deslizaba
en su interior.
Lo abrazaba como un guante y era tan caliente, que parecía que lo
derretiría. La sensación de estar dentro de ella sin condón era increíble.
Definitivamente era todo lo que necesitaba. Así que tiró la cabeza hacia
atrás y se entregó al placer de coger con desenfreno.
Capítulo 11
Conmoción total

C arolina seguía acostada boca


abajo y respiraba aceleradamente.
Michael estaba sobre su espalda
con su cara pegada al cuello. El sudor corría entre sus cuerpos, que seguían
unidos. Cuando su esposo abandonó su interior, un líquido caliente se
deslizó entre sus piernas.
Estaba sin aliento y sin palabras, disfrutando de la languidez que le
dejaron los orgasmos que experimentó.
«Aunque es un mamón engreído, debo reconocer que es un maestro
para el sexo», pensó con satisfacción.
Quería quedarse ahí hasta mañana, pero por desgracia no era
posible. Necesitaba un par de ibuprofenos urgentemente, porque se sentía
muy adolorida. En este momento le pesaba más que nunca, el tener cero
condición física.
Michael se levantó y dejó un reguero de besos por su espalda.
—Tenemos que bañarnos, aterrizaremos en poco tiempo —le
informó y Carolina se quejó con un gruñido.
—No quiero —refunfuñó con voz pastosa.
—Arriba —insistió y de pronto azotó su trasero con la palma
abierta.
—¡Ayy! ¡No vuelvas a pegarme! —le advirtió furiosa. El picor
pulsante le atravesó el culo.
Escuchó las carcajadas de Michael y se levantó perdiendo la paz que
le inundaba. Se le arrojó encima como gata furiosa, pero él se rio y la
abrazó para calmarla.
—Eres de armas tomar —declaró con una sonrisa de oreja a oreja,
ver a Carolina perder el control era adorable.
—¡No sabes lo que me encabrona que me nalgueen! —dijo furiosa
levantando la cabeza para mirarlo amenazante.
—Ya me di cuenta. ¿ahora sí nos bañamos? —le propuso y la calló
con un beso, que la dejó sin aliento.
Carolina dejó de protestar y se entregó a sus brazos.
«¡Dios mío! ¿Cómo voy a seguir adelante cuando esto se acabe?»,
se lamentó.
A simple vista era una pareja de recién casados, que disfrutaba de su
amor en plena luna de miel.

Una vez duchados y cambiados, fueron a la sala para esperar el


descenso. Carolina estaba hecha un manojo de nervios, le envió un mensaje
a su hermano, pero no tuvo el valor de hablar con él. Por supuesto que le
esperaba una larga charla con Alex para explicarle la locura que cometió la
noche anterior. Su móvil tenía muchísimas llamadas perdidas, tanto de su
hermano como de su amiga.
Descansó su cabeza en el respaldo y cerró los ojos, el ruido del tren
de aterrizaje la estremeció. El choque de los neumáticos contra la pista le
sacó un ligero gemido.
No había vuelta atrás. Respiró profundamente y se giró para encarar
a Michael.
—¿Cuál es la agenda? —le cuestionó en plan proactivo, este le miró
y arrugó la frente.
—¿Agenda?
—Sí, la agenda. ¿Qué acciones vamos a tomar paso a paso? —
señaló, para ella no era posible que no lo hubiera pensado.
—Pues ir a la cena y reaccionar según lo que se presente —admitió
cruzándose de brazos.
—¿No tienes un plan b, en caso de que todo se vaya al demonio?
—La verdad, no —aceptó con una mueca.
—Amigo, tu esposa tiene razón. —David protestó desde su asiento.
—Tienes que pensar en el peor de los escenarios. ¿Qué es lo peor
que podría pasar?
—Que mi padre me corra y tenga que llevarlo a los tribunales —
expresó el mayor de sus temores.
Tampoco quería una escándalo, no le convenía a los negocios.
—¡Qué congele tus cuentas! —dijo David.
—¿Puede hacer eso?
—Tengo una cuenta privada, pero las que utilizo normalmente son
del corporativo.
—¿Entonces no te quedarías en la calle? —le preguntó azorada.
—Claro que no. Tengo una casa en Londres, un piso en Nueva York
y un departamento en Dubái que están por entregarme. ¿Te preocupa que tu
esposo se quede sin dinero? —le dijo y Carolina sacudió la cabeza.
—No seas ridículo, me preocupas tú, porque eres un niño mimado.
Sería muy triste verte caer en desgracia. Imagínate lo doloroso que sería
viajar en un vuelo comercial con las piernas dobladas, sobre todo con tu
estatura —señaló Carolina con sorna.
David soltó una carcajada.
—Eres un jodido snob amigo, me das asco —replicó disfrutando de
la broma de Carolina.
—Cállate ¡Tú eres igual! —lo reprendió la mujer.
—Definitivamente no llegaré a esos extremos, pero puede
desmoronarse mi futuro, podría perder todo por lo que he trabajado.
Aunque al principio no era lo que quería, ahora no sé qué haría, si dejara los
negocios de la familia —admitió pensativo.
—Confiemos en que no llegarás a hasta esa situación —expresó y
tomó su mano la joven dándole valor.
Una limosina los esperaba en la pista que los llevaría directo al
hotel. Era hora de la verdad.
Una hilera de palmeras iluminadas los recibió. Se dirigieron directo
a la suite en la que se hospedaban sus padres. Se encontraba en el punto
más alto del resort, parecía un amplio departamento con una vista
impresionante.
Llegaron hasta los elevadores tomados de la mano, Michael quería
hacerle sentir que juntos eran un frente común. Él podía con el escrutinio
público, pero ella no estaba acostumbrada. Sentían el peso de las miradas de
los empleados sobre ellos, era obvio que conocían a Michael Waldorf, unas
caras eran de asombro y otras de incredulidad.
Carolina le mandó un mensaje a su hermano diciéndole que lo
buscaría, pero Alex le contestó que no podrían verse esa noche, porque
tenía que trabajar. El hotel estaba lleno y las reservas agotadas, por lo que le
pidió encontrarse hasta el día siguiente, durante el desayuno. Sugerencia
que le cayó de perlas, porque tendría más tiempo.
La puerta se abrió por un mayordomo que los recibió con una
sonrisa. Escucharon voces y música que provenían de la terraza.
Michael caminó, pero ella se detuvo por instinto. La jaló de la mano
y la pegó a su costado.
—No temas, estamos juntos —le aseguró y le dio un beso en la sien.
Ella lo siguió con pasos temblorosos y dio gracias por los zapatos
bajos que llevaba puestos.
Para sorpresa de los recién llegados, apenas los miró el grupo que
estaba reunido comenzó a aplaudir y se quedaron paralizados de la
impresión.
Había ramos con flores blancas esparcidos por todo el lugar y
faroles bellamente decorados iluminaban el espacio. Una mesa larga
montada con velas y flores formaban un camino.
La madre del novio se acercó con una sonrisa de oreja a oreja y
abrazó a su hijo.
—¡Muchas felicidades! —exclamó, lo tomó de la cara y luego le
plantó un par de besos en las mejillas.
Michael se quedó mudo y conmocionado. Su madre no era nada
efusiva y esa demostración de cariño, era simplemente una locura.
Su padre llegó y le dio un abrazo también, y fue lo más inverosímil
que pudo pasarle.
—Los estábamos esperando —anunció William Waldorf.
—¿Qué significa esto? —Michael preguntó, sin poder creerse el
recibimiento.
Era demasiado extraño que sus padres estuvieran tan felices, algo en
sus instintos le dijo que no estaba bien. Que no podía ser cierta tanta dicha.
—Es una pequeña cena para celebrar su matrimonio —les aclaró su
madre que miraba con curiosidad de arriba abajo a Carolina, que soportaba
estoica las miradas de todos los presentes.
—Pero ¿cómo se enteraron?
—Hijo, te llevaste mi avión a Las Vegas, ¿no crees que me daría
cuenta de que te casaste? —Su padre dijo lo obvio y sin embargo nunca
pasó por su mente que estuvieran enterados.
—Preséntala, queremos conocer a tu esposa —le pidió una mujer
rubia, bastante impresionante que parecía modelo. Al darse cuenta de que
Michael seguía sin poder hablar, se acercó a Carolina —. Mucho gusto, soy
Madison amiga de la familia —le dijo y extendió su mano con amabilidad.
«¿Esta es la mujer que me dijo que era la hija de satán?», se
preguntó Carolina sin comprender lo que ocurría.
Estaban preparados para lo peor, no para que los recibieran con una
cena en su honor.
—Es Carolina, mi esposa —interrumpió Michael que protector la
abrazó, todavía sin poder creer la reacción de los presentes.
Carolina correspondió el saludo, antes que todo, tenía educación,
por más incómoda que fuera la situación.
—Mucho gusto —respondió.
—Felicidades —exclamó Madison y tomó su mano para mirar la
enorme sortija —. Este anillo es precioso, déjame decirte que tu esposo
siempre ha tenido un gusto exquisito —agregó y le sonrió a Michael.
Las otras chicas se acercaron sonrientes y se presentaron, para luego
unirse a Madison admirando el enorme diamante, que en realidad David
compró, pero que ellas no sabían.
De pronto se encontró alejada de Michael y David, rodeada de todas
las mujeres. Se sintió perdida y sin entender que era lo que demonios estaba
pasando.
Capítulo 12
Un universo paralelo

M ichael se quedó como idiota


sin comprender lo que en
realidad ocurría. Miró como
Carolina fue arrastrada por sus hermanas que comenzaron a bombardearla
con preguntas, pero estaba tan sorprendida como él.
«¿Qué diablos está ocurriendo? ¿Dónde está la reacción de mis
padres, recriminándome por casarme con una desconocida? ¡Esto no es
normal! ¿Tanto me habré equivocado con ellos?», mil pensamientos
cruzaron por su mente.
—¡Qué bien te lo tenías guardado! —manifestó su padre y tragó
saliva con su comentario —¿Cómo la conociste? No pensé que tuvieras a
un prospecto de esposa, pero estoy feliz porque cumpliste con lo que te pedí
—declaró sonriente. Levantó su copa de champaña para darle un trago.
—Qué bueno que te agrade la noticia —expresó mosqueado todavía.
—Por supuesto, ahora formalmente podrás tomar posesión del
corporativo como te lo prometí —le informó.
No lo podía creer. Era como si hubiera caído en un agujero de
gusano y estuviera en una realidad paralela.
—Gracias —respondió titubeando.
Aun cuando se creía un hombre independiente, en el fondo quería
recibir la aceptación de su padre por más que lo negara.
—Pero esto debemos festejarlo en grande, esto es una pequeña
muestra de lo feliz que nos sentimos. Tu madre está muy contenta, está
deseosa de tener nietos —anunció sonriente y Michael perdió el color del
rostro.
«¡Nietos! ¿Es una maldita broma?»
Su amigo David se ahogó con su trago y giró para mirarlo
enarcando una ceja.
—Padre, no nos adelantemos, apenas nos casamos, para eso falta
mucho tiempo. Todavía somos jóvenes —agregó suavizando la efusividad
de su padre.
—Ni tanto, muchacho. Un niño siempre es una bendición —alegó el
padre de Madison entrometiéndose.
—Aquí mi amigo, quiere disfrutar de su esposa antes de dar un paso
tan importante, ¿verdad? —se adelantó David para sacar a su amigo del
atolladero.
—Por supuesto, no es el momento adecuado eso lo veremos en el
futuro —declaró Michael, luego pidió otro trago a uno de los meseros
porque sentía que su boca estaba seca.
Era evidente que su padre no se detendría con lo que quería.
—Pero cuéntame, ¿cómo la conociste? Siempre creí que sería difícil
que te comprometieras con una mujer.
—Trabaja para mi familia —agregó David con premura.
—¿En dónde? —le cuestionó su padre interesado.
—En una de las plantas de México. Es ingeniero ambiental, y pues
ya sabe, en una de las visitas que me acompañó su hijo la conoció por
casualidad, fue amor a primera vista —manifestó con convicción a los
presentes, que asintieron sonrientes y conmovidos.
Era una mentira convincente, porque era una verdad a medias. Miró
a su amigo como si le hubiera salido otra cabeza, porque no había visitado
México desde hacía un par de años.
—Vaya, no sabía que habías venido a México.
—Fue un viaje relámpago. Después de eso, seguimos en contacto.
Cuando me hablaste del matrimonio, pensé en ella de inmediato —se
justificó y frunció el ceño, mirando hacia Carolina que seguía conversando
animadamente.
—¿Así que es ingeniera?
—Sí, es una mujer brillante —admitió con una sonrisa fingida —.
Permítanme un momento, necesito hablar con mi esposa —se excusó y
aprovechó para alejarse.
Caminó apurado y se acercó a Carolina. Tenía que ponerse de
acuerdo con ella antes de que se descubriera la mentira. Esquivó a sus
hermanas que la acaparaban sin dejar de parlotear como era su costumbre.
Pamela era la menor de los tres y la más agradable para su gusto,
porque su hermana Helen era una estirada, precisamente por eso era tan
amiga de Madison.
—Lo siento, chicas, pero necesito hablar con su cuñada —les
informó. Carolina se sintió agradecida por salvarla del interrogatorio.
La tomó de la mano y se la llevó al interior de la suite donde no
podían oírlos. Cuando llegaron al final del pasillo, Michael soltó el aire
contenido en los pulmones.
—¡Santa mierda! —expresó y se pasó las manos por la frente.
—¿Qué es lo que está pasando? Me dijiste que tu madre, tus
hermanas y Madison eran unas brujas. ¿Cómo es que nos recibieron con
una recepción para celebrar nuestro matrimonio? —le cuestionó incrédula
ante los acontecimientos.
—¡No tengo la más puta idea! —confesó azorado.
David se acercó con una botella de champaña y con el cabello
alborotado.
—No entiendo a tu familia. ¿No fueron abducidos por
extraterrestres y reemplazados por impostores? Esto es una mierda loca —
señaló David y les sirvió más champaña.
—Estoy igual que ustedes. ¿No entiendo qué está pasando?
—Tal vez exageraste la reacción de tu padre, y pensaste lo peor —
comentó Carolina y le dio un trago a su copa.
Michael sacudió la cabeza y se cruzó de brazos.
—No estoy loco, algo ocurrió. Créeme que no es una reacción
normal, hasta la perra de Madison y sus padres están actuando de manera
extraña. No te ofendas, pero eso de recibirte con una sonrisa y con los
brazos abiertos, es espeluznante —aceptó con una mueca.
—Quizá se dieron cuenta de que, con sus imposiciones, perderían a
tu hijo. Esto demuestra que te aman —dijo Carolina que miró a su esposo
con ternura, para ella era imposible pensar que los padres de Michael no
pudieran amarlo.
—Yo sigo pensando que les comieron el cerebro —exclamó David.
—David, esto es serio.
—¿Qué vamos a hacer? No tiene sentido que sigamos con esta farsa.
Hasta me da pena con ellos, creen que nos casamos porque estamos
locamente enamorados —admitió afligida.
—Ahora más que nunca, vamos a seguir adelante con nuestra
historia. Por cierto, David les dijo que nos conocimos porque trabajas para
su familia.
—¡Pero es mentira! —replicó Carolina llena de remordimientos.
—Técnicamente, no lo es —agregó David levantando una ceja.
—Hay que seguir con el plan, vamos a cenar y luego vemos como
continúa la noche.
—Propongo que mantengamos nuestros celulares a mano, si pasa
algo nos enviamos un mensaje —sugirió David y les pareció buena idea.
Hicieron un grupo en whatsapp y se enviaron un mensaje para estar
todos en la misma sintonía.

La cena fue todo un éxito, su padre brindó por la felicidad del


matrimonio de su hijo. Su madre quedó encantada con Carolina, que estuvo
a la altura en todo momento. Ahora Michael estaba sentado en la terraza de
su habitación contemplando el mar, amanecía y en unas horas pasearían en
yate al lado de su familia y la del duque. Todavía le parecía de locos toda
esa situación.
Estaba lleno de culpa y pensamientos confusos, sopesando las
palabras de Carolina. Evaluando si realmente se había comportado como un
adolescente haciendo una rabieta juzgando a su padre como su enemigo y
tal vez no lo era, después de todo.
Regresó a la cama al lado de Carolina que dormía plácidamente,
estaba desnuda, después de hacer el amor quedó agotada.
«Nuestro acuerdo tendrá que durar más tiempo de lo que pensaba»,
se dijo convencido.
Ahora menos que nunca podría admitir que su matrimonio era una
farsa. Que actuó impulsivamente solo por enfrentarse a su padre. Tendría
que convencer a Carolina de que su relación, debía durar un poco más,
después de todo en medio de los problemas, la estaban pasando de
maravilla.
Capítulo 13
Un encuentro desafortunado

C arolina tomó el sombrero y los


lentes oscuros Fendi, que le
compró David. Los adoró en
cuanto se los puso. Eran los lentes más fashion que había tenido en su vida.
Se cambió para ir al encuentro con Alex, en la terraza del hotel. Tenía que
explicarle todo el circo en el que estaba involucrada, porque anoche los
padres de Michael se enteraron de que su hermano trabajaba para ellos, y no
sería difícil que llegara a sus oídos. Deseaba darle la noticia ella misma y no
que se enterara por otros.
Lorraine, como pidió que la llamara, era admiradora del trabajo del
novio de su hermano, así que en cualquier momento podía descubrirse toda
la mentira.
Por lo pronto tanto ella como sus hermanas se quedaron
convencidas de que el matrimonio fue por amor y no solo por contradecir a
su padre. No fue difícil convencerlos, ya que Michael toda la noche estuvo
de lo más atento y cariñoso con ella.
Era demasiado peligroso para sus sentimientos, porque cada beso y
caricia hacía que se olvidara de que era solo un teatro.
La puerta se abrió y su flamante esposo salió envuelto solo en una
toalla con el cabello húmedo.
Carolina tragó saliva, al admirar el cuerpo tonificado de Michael,
que fácilmente podía trabajar como modelo de ropa interior masculina.
—¿Ya te vas?
—Sí, Alex y su novio me están esperando. Me envió un mensaje
avisándome que ya están en la terraza.
—¿Qué vas a decirle sobre nuestro matrimonio?
—No puedo mentirle a mi hermano —admitió, quería ser sincera.
Michael se acercó y tomó uno de sus risos entre sus dedos. Cada vez
que la tocaba su corazón latía desbocado, y eso a Carolina no le gustaba,
porque perdía su capacidad de razonar y se sentía en desventaja.
—Pídele que sea discreto por favor. Mi padre quiere hablar
conmigo, creo que vamos a tener que viajar a Londres —le informó con una
mueca.
—Perdón, ¿hablas de nosotros, o sea, tú y yo? —replicó
escandalizada.
—Sé que nunca consideramos la posibilidad de que te mudaras
conmigo unos meses, pero no puedo dejar a mi esposa en México y
marcharme al otro lado del mundo.
Dio un paso hacia atrás, librándose de su agarre y caminó de un lado
a otro, nerviosa.
—Entiendo que todo se complicó en el momento que tus padres
enloquecieron, pero no puedo acompañarte. Tengo que regresar al trabajo,
recibí un mensaje de mi jefe y necesita que me presente, al parecer les harán
una visita de Alemania…
—David puede arreglar ese problema —le interrumpió levantando
una mano para que lo escuchara.
Carolina sacudió la cabeza, no era posible lo que él le proponía, por
más que le entusiasmara la idea.
—No puedo darme el lujo de perder mi empleo, ni siquiera tengo
una casa donde vivir. Dejé mis problemas atrás, pensando que los resolvería
cuando volviera…
—Por favor, piénsalo. No vas a perder tu trabajo, es más, puedo
conseguirte que te den un aumento, David puede hacerlo —le ofreció
Michael, pero para ella no era una opción.
—No quiero favores especiales, solo necesito conservar mi empleo.
—Voy a hablar con David, no te preocupes y piensa que estos meses
serán como unas vacaciones totalmente pagadas —le planteó.
—¿Estás loco, meses? —manifestó y se llevó la mano a la frente.
—¿Es tan malo pasarla conmigo? —le cuestionó con voz grave.
Tiró de su cintura y se pegó a su cuerpo.
«¡Madre del amor hermoso!»
Entrecerró los ojos, y gimió cuando se frotó con solo una maldita
toalla de por medio. Todavía le escocían sus partes nobles, había tenido más
sexo en ese par de días, que en los últimos seis meses con su exnovio.
—¡No estás jugando limpio! —dijo con la voz entrecortada cuando
sintió sus brazos alrededor de su cuerpo.
—Nunca dije que lo haría —admitió y antes de darse cuenta, cayó
sobre el colchón.
Michael levantó su vestido. Le bajó la ropa interior y deslizó su
lengua entre sus piernas. Cerró los ojos, pasó sus manos por el cabello
húmedo de su esposo y comenzó a gemir como loca.

Todavía en estado de ingravidez, Carolina caminó hacia la mesa


donde Alex y su prometido estaban esperándola. Se acercó y su hermano se
levantó para darle un abrazo apretándola con fuerza.
—Basta, me vas a quebrar un hueso —se quejó con un chillido, pero
el muy canijo le estampó dos sonoros besos.
—Es que me da mucho gusto verte.
—No seas ridículo, me viste antier —le dijo abrumada.
—Estaba muy preocupado porque no apareciste ayer —mencionó
Claude que se levantó y le dio dos besos también, muy al estilo francés.
Hablaba un perfecto español con su acento tan característico.
—Déjame sentarme, necesito tomar un café bien cargado —admitió.
Una mesera llegó con eficiencia y colocó un servicio completo, le
sirvió un café de olla, que, aunque estaba endulzado con piloncillo[iv] y
tenía mil calorías, le encantaba. Le puso un chorro de leche y le dio un buen
trago, haciendo un ruido de satisfacción.
Mientras que los hombres la miraban esperando que hablara.
—Empieza a hablar, ¿a dónde madres te largaste ayer? —le reclamó
su hermano perdiendo la paciencia.
Carolina se rio de nervios y tomó una servilleta imaginando como
empezaría su relato.
—Es una historia super loca, te lo juro. Es más, hasta te parecerá
fantástica —admitió afirmando con un movimiento frenético y agitando la
mano donde llevaba puesto el anillo de bodas.
Miró como Alex abrió los ojos y este agarró con brusquedad el dedo
que lo portaba.
—¿Qué diablos es esto? —le increpó entrecerrando los ojos con el
brazo estirado.
—¡Suéltame, me estás lastimando! —le exigió y retiró la mano para
sobarse el dedo que le apretó con demasiada fuerza.
—Cálmate, cariño —le pidió Claude y su hermano se cruzó de
brazos molesto.
—Obviamente es un anillo de compromiso, y este —señaló la
argolla de a un lado —, es un anillo de bodas.
—¡Qué graciosita, hermana! ¿Ahora eres comediante?
—Por eso te dije que es una historia super loca —replicó con una
mueca —, está bien, dame un momento para explicarte —dijo y levantó un
dedo pidiendo tiempo. Dejó salir el aire contenido en los pulmones y
prosiguió —. Ayer me casé —le confesó de golpe y sin más rodeos.
—¿Cómo que te casaste? No me dijiste que dejaste al imbécil de
Rodrigo.
—No me casé con ese pendejo —respondió indignada.
—¿Entonces con quién chingados te casaste, si acabas de dejar a tu
novio con el que viviste por más de cinco putos años? —clamó elevando la
voz.
—No grites, que nos están viendo —masculló entre dientes sin dejar
de sonreír —. Te tengo que platicar desde el principio, pero no me dejas.
—Más te vale que lo hagas, porque ese anillo es simplemente
ridículo, ¿de cuántos kilates es ese diamante?
—No soy experta. ¿Cómo diablos voy a decirte eso, ni si quiera sé si
es un diamante de verdad?
—Definitivamente es un diamante, y uno enorme —señaló Claude
que había visto anillos de compromiso.
—¿Te casaste con un narcotraficante? —expresó de pronto Alex
como si le fuera a dar un infarto.
«¿Pero qué demonios le pasa a mi hermano?, ¿Por qué tiene que ser
tan exagerado?»
—¿Eres tonto? ¿Cómo se te ocurre?
—¡Entonces explícame de una maldita vez! —le recriminó furioso.
Claude se levantó como si hubiera visto al diablo y su hermano
cerró la boca de golpe.
—Buen día, espero no interrumpir. —La voz de Michael llegó de
sus espaldas.
Sintió unas manos sobre sus hombros. El roce de unos labios sobre
su cuello, le pusieron la piel de gallina. Para sorpresa de los hombres que lo
miraban como si fuera una broma. Su esposo se sentó en la silla de a un
lado, tomó su mano y le dio un beso sobre sus nudillos.
—¿No me dijiste que desayunarías con tu padre? —le cuestionó en
un susurro.
—¿Qué significa esto, Carolina Rodríguez? —clamó Alex sin
comprender, que hacía su hermana con el heredero de la cadena de hoteles
en la que trabajaba.
—Soy tu cuñado, así que ya no es Carolina Rodríguez, es Carolina
Waldorf —le comunicó con toda tranquilidad, auto presentándose.
—¡Te pedí tiempo para hablar con mi hermano! —le recordó.
—Lo siento, pero tu hermano se puso un poco pesado.
—¿Me estabas espiando? —se giró y lo miró con censura, mientras
que su hermano los observaba atónito con la boca abierta.
—Me preocupa mi esposa —dijo frunciendo el entrecejo.
—Unglaublich, dass es dich scheißegal macht, was wir vereinbart
haben [v]—protestó.
—¡No hables en alemán, que sabes que no te entiendo una maldita
palabra! Tienes mucho que explicarme. ¿Cómo es que te casaste con este
hombre? ¿Te has vuelto loca? —le dijo Alex enojado en español.
—Y tú no hables en español, porque no entiendo nada —le reclamó
Michael a Alex, levantando la voz.
«¡Por el amor de Dios! ¡Qué hombres más dramáticos!», quiso gritar
Carolina, pero era suficiente con el drama que tenían Michael y su
hermano.
Capítulo 14
Medidas extremas

M ichael no permitiría que


Carolina le dijera a su
hermano que todo era un
arreglo. Estaba demasiado en juego, prefería que creyera que cometieron
una locura antes que confesarle que solo se casó con ella para engañar a su
padre.
No se arrepintió de seguirla, porque para ser un hombre liberal que
se casaría con otro hombre, estaba tirándole demasiada mierda a su
hermana, que además era mayor que él. Le molestó sobremanera verlo
jalonear y gritarle a Carolina.
—Ahora si podemos hablar en un idioma común, como hombres
civilizados. Te informo que anoche nos casamos —anunció y masajeó la
mano de su esposa.
Hecho que no pasó desapercibido para los dos hombres.
Sin importarle la respuesta de Alex, miró a Carolina a los ojos.
—¿Estás bien? —le preguntó con genuina preocupación.
—Claro que sí, nos llevamos un poco brusco, no te preocupes —le
aseguró.
Los hombres los miraban sin creer lo que veían sus ojos. Claude lo
conocía perfectamente, igual que a su familia.
—Hola Claude, ¿cómo estás? Carolina me comentó que se casarán
en unos meses —agregó para limar asperezas. El chef asintió con una
sonrisita de satisfacción.
—En seis meses nos casaremos en París —le respondió, Claude era
un hombre apuesto, blanco de ojos verdes pardos y con el cabello negro.
—Felicidades, programaré la fecha para no olvidarla. Te va a
encantar París —le dijo a Carolina con una sonrisa.
—Explícame, hermana. ¿Cómo te casaste con el hijo del dueño de la
cadena de hoteles en la que trabajo, si ni siquiera lo conocías? ¿Estás
demente? —arremetió de nuevo contra su esposa, pero lo hizo en inglés.
«¡Qué tipo tan insistente!», pensó Michael.
—Alex, es lo que pretendía explicarte…
—Por lo menos no debes preocuparte porque a tu hermana un
vendedor de drogas, le compró un anillo de cinco quilates de Cartier —la
interrumpió con sorna.
Carolina le pegó una patada debajo de la mesa y este soltó un
quejido.
—No estás ayudando —le reprendió.
—Nos conocimos el día que les dieron el reconocimiento. Nos
encontramos en el bar, y sí, tal vez fue una decisión impulsiva tomar el
avión de mi padre para ir a las Vegas a casarnos en una capilla del Caesars
Palace, pero a veces las cosas surgen así—anunció con un tono molesto.
—¿Crees que fue una decisión impulsiva? —clamó y negó con la
cabeza —. Se casaron borrachos en las Vegas, y ¿todavía dudas que fue una
decisión impulsiva? ¡Increíble, esto es jodidamente hilarante!
—Ya está bueno, Alex. Soy una mujer adulta que puede tomar sus
propias decisiones —contestó sacando las uñas.
—Pues no lo parece. Primero estuviste con ese imbécil que se
aprovechaba de ti y ahora cometes esta locura. De verdad, pensé que eras
una mujer inteligente, pero veo que me equivoqué, porque no dejas de
cometer pendejadas.
Michael gruñó cuando la insultó, ese hijo de puta se estaba pasando
de cabrón con su hermana.
—Entiendo que estés molesto y que te preocupes por ella, pero no
tienes derecho de tratarla así —le reclamó.
—Para ustedes los ricos todo es sencillo, tomas un avión y te largas
al otro lado del mundo, pero ella. ¿Qué hará cuando te canses y te des
cuenta de que cometiste un error? ¿Quién recogerá los pedazos rotos
cuando la mandes a la mierda, o cuando tu familia la haga pedazos? Porque
por lo que los conozco, son unos mamones estirados. Además, ¿qué tienes
en común con ella?, yo te lo diré, absolutamente nada. Ni siquiera la
conoces —dijo sin morderse la lengua.
—Alex, estás pasándote de la raya —murmuró Claude, tomando la
mano de su novio que estaba lleno de furia.
—Estás muy equivocado, es un hombre maravilloso.
Alex la miró detenidamente, no tenía que ser vidente para
imaginarse que había hecho. La mordida en su cuello se lo confirmó, enarcó
una ceja y soltó una sonrisa torcida.
—Claro, se nota que es maravilloso para cogerte. Eres una ingenua.
¡Qué fácil se te nubló el juicio! —escupió indignado.
—No tienes derecho de hablar de mí, como si fuera una estúpida y
aparte una puta. Yo siempre te he apoyado y no es justo que me
menosprecies. ¿Por qué no habría de aceptarme su familia, soy tan poca
cosa que no lo merezco? —le increpó llena de dolor.
—No los conoces, esa gente no se mezcla con personas como
nosotros…
—Pues para tu información, anoche nos dieron la bienvenida con
una cena fabulosa, y se portaron más que bien conmigo. Así que, parece
que el que no me considera digna de casarme con un hombre como él eres
tú, hermano —le reprochó con la voz afectada. Se levantó y tomó sus cosas
—. Me retiro, porque estás siendo un pendejo que no quiere entender
razones —declaró y se marchó con lágrimas en los ojos.
En cuanto se fue, Michael se incorporó molesto y se recargó sobre la
mesa con las manos hechas puños.
—Sé que Carolina te ama, pero no voy a permitir que la insultes.
Estás equivocado si piensas que estoy aprovechándome de ella y más vale
que cambies tu puta actitud o te vas a arrepentir. Es mi esposa y me importa
una mierda lo que pienses —siseó amenazante.

Michael recorrió las albercas en busca de Carolina, pero no la


encontró. Hasta que decidió pedir ayuda. Se acercó a uno de los hombres de
seguridad para preguntar por ella.
—Estoy buscando a mi esposa, ¿me puedes ayudar? —le dijo al
joven que tenía una radio en las manos.
Le explicó con detalle el vestido que llevaba puesto, los zapatos, el
sombrero y hasta los lentes ridículos que tanto le gustaron. El hombre habló
por el radio y a los pocos minutos le contestaron.
—Miraron a esa señorita en la playa, cerca de las rocas del sur.
—Realmente te lo agradezco.
—Estoy para servirle, señor.
Bajó hasta la playa y se quitó los zapatos. Caminó unos cuantos
metros cuando la miró sentada en la orilla del mar.
Se sentó a su lado y escuchó los sollozos contenidos, pasó su brazo
sobre su espalda y la atrajo en un abrazo.
—No llores, preciosa. Tu hermano está ofuscado solamente, pero te
ama más de lo que piensas, se calmará.
—Me siento tan imbécil en este momento, estuve a punto de
contarle toda la verdad, si no hubieras llegado lo habría hecho, y mira como
reaccionó. Ahora estoy convencida que habría pegado el grito en el cielo,
haciendo un escándalo —admitió dolida.
—Dale tiempo y luego lo buscas de nuevo, ahora deja que lo
asimile.
Asintió y soltó un sollozo.
—Gracias por defenderme.
—Ahora somos amigos. Tú has sido más leal que la mayoría de las
personas que he conocido en mi vida. A excepción de David, además,
estamos juntos en esto, ¿lo recuerdas?
—Estamos juntos —repitió convencida.
—Vamos a desayunar, porque tenemos un paseo en yate, me dijeron
que en esta época del año se pueden ver ballenas. ¿Te gustaría pasar una
tarde relajada con el mar de fondo?
—Me encantaría.
—Pues hay que ponernos en marcha, antes de zarpar hay que
despedir a David porque parece que su abuelo se puso peor.
—¡Ay, no! Pobrecito —exclamó y se puso de pie.
Le tendió la mano a Michael, pero este la jaló para que cayera a sus
brazos, chilló asustada, pero la recibió sobre su cuerpo, recostándose sobre
la arena fresca.
—Es una delicia tenerte así.
—Me asustaste —admitió agitada.
—Nunca te haría daño.
—Lo sé —aceptó e hizo una mueca. Luego le preguntó algo que no
dejaba de dar vueltas en su cabeza —. ¿Por qué estás tan seguro de que mi
hermano me ama? —le cuestionó intrigada.
—Porque debe tener unos huevos enormes para insultar a mi familia
por proteger a su hermana.
Carolina sonrió y lo entendió perfectamente.
¿Quién en su sano juicio insultaba a toda la familia dueña del lugar
donde trabajaba? Le dio un beso y le giró dejándola sobre su espalda.
Capítulo 15
El contrato

L uego de despedir a David


tomaron un desayuno ligero. Al
terminar se fueron a la marina,
donde la embarcación los esperaba. Los padres de Michael y sus hermanas
estaban abordo acompañados de la familia de Madison. El Blue Bird era un
yate de más de setenta metros de longitud, con tres pisos y una terraza. El
dueño era un inversor de Dubái, amigo de su padre. Enviaron el barco a
México, porque en unas semanas vendría con su familia de vacaciones,
precisamente al hotel Waldorf, en una de las villas privadas.
Caminaron por la baranda hasta llegar a cubierta. Carolina optó por
un vestido largo un poco transparente en tonos verdes turquesa con flores,
bastante llamativo que contrastaba con su piel morena. Debajo llevaba un
traje de baño de una sola pieza color verde, que acentuaba sus curvas.
Se acercaron al grupo que disfrutaba de una bebida en el lounge,
sobre el nivel donde se encontraba una piscina rectangular y un enorme
jacuzzi. Las hermanas de Michael estaban sentadas junto con Madison, con
bebidas en mano.
Carolina miraba hacia todos lados y desde que subieron no dejaba
de soltar exclamaciones de admiración, porque el enorme yate era un hotel
de lujo flotante, que gritaba opulencia por donde lo miraras.
—¡Dios santo!, me siento como una tonta —masculló bajo y apretó
la mano de Michael.
Las chicas lucían bikinis tan pequeños que apenas se podían leer las
letras de Dior en ellos. Era imposible no darse cuenta de la calidad de la
ropa que vestían, llevaban marcas carísimas de pies a cabeza. Mientras ella
había comprado sus atuendos en outlets y tiendas en línea. Ropa con rebajas
de hasta el cuarenta por ciento, lo más caro eran los lentes.
Michael se percató de la inseguridad de Carolina y le susurró: —
Luces increíble, no tienes nada que envidiarles —manifestó dándole valor,
porque sus hermanas y esa perra de Madison podían ser intimidantes.
—Hola, hijo. Estábamos esperándote —expresó Lorraine Waldorf y
le dio un beso en la mejilla, hecho que no dejaba de sorprenderlo.
Esas manifestaciones de afecto no eran comunes en su familia.
—Hola, madre, se nos hizo un poco tarde porque fuimos a despedir
a David, tuvo que viajar a Ginebra de emergencia. Su abuelo se puso peor
—admitió, aunque su amigo no se miraba afectado, el reencontrarse con su
madre era un trago amargo que debía enfrentar.
—Es una pena, pero es parte de la vida —agregó Lorraine y luego
miró a Carolina de arriba abajo —. Te ves maravillosa, querida. Tu piel es
hermosa y con ese color resalta más —alagó a la esposa de su hijo —. Me
encantaría que nos acompañaras, porque las chicas desde que llegamos nos
dejaron tiradas por disfrutar de la piscina —le explico.
A Carolina se le iluminó el rostro. Aunque era una mujer fuerte, le
afectaba demasiado el rechazo.
—Por supuesto, será un placer —contestó.
Pasó su lengua mojando sus labios con nerviosismo. Michael se
acercó y le dio un beso, que no pasó desapercibido para nadie.
—Ve y disfruta de un trago. Voy a charlar con mi padre de negocios.
Carolina se marchó detrás de su madre para Michael fue
sorprendente lo fácil que la aceptaron, pero le dio tranquilidad. Mientras
que él ingresó a la cubierta, para encontrarse con William Michael Waldorf
y a Jacob Frederick Grosvenor VII duque de Westminster, padre de
Madison.
Miró una botella de whisky Macallan de cuarenta años de
antigüedad, el favorito de su padre.
Cada uno tenía un vaso bajo con al menos tres dedos de licor, y
conversaban animados.
—Hijo, acércate y tómate un trago con nosotros —le propuso con
una sonrisa.
—Gracias, padre —respondió.
Por una vez en su vida quiso ser positivo luego de varios reveces,
que recibió por parte de su progenitor en el pasado. Le entregó un vaso con
whisky y le pegó un trago.
—Tengo curiosidad sobre tu boda. Debido a que en unos pocos días
tomarás posesión de la presidencia y asegurarás una fortuna billonaria, me
preguntaba: ¿cuáles fueron las condiciones de tu matrimonio? —le
cuestionó mirándolo fijamente.
Michael carraspeó y dejó el vaso sobre la barra.
—Debo confesar que todo sucedió de forma apresurada en medio de
un impulso —aceptó, aunque no quería parecer un imbécil inmaduro.
—A todos se nos pueden salir las cosas un poco de control —
aseveró Jacob y palmeó la espalda de Michael.
La realidad es que estaba tan encabronado que ni siquiera pensó en
un acuerdo prenupcial cuando se casó borracho en una capilla a las dos de
la mañana, lo que significaba que a su esposa le corresponderían la mitad de
los bienes cuando se separaran.
—Pero no todo está perdido, hijo —le aseguró, y dejó un sobre lleno
de papeles.
—¿Qué es esto?
—Mi abogado redactó un contrato prenupcial con fecha de dos días
antes de tu matrimonio. Solo es cuestión de que ambos lo firmen y será
válido. Jacob y yo, somos testigos.
Sacó los documentos y los leyó, básicamente ella renunciaba a todos
los bienes en caso de una separación, se iría con las manos vacías e
inclusive en caso de engañarlo la pasaría bastante mal.
—Este acuerdo es bastante desventajoso y hasta diría injusto para
Carolina.
—Si confías en tu esposa, y está tan enamorada de ti como parece,
no debería tener ningún problema por firmar.
Lo retó su padre con una sonrisa de inocencia.
—No se trata de eso.
—Tienes que comprender que voy a entregarte un patrimonio que
hemos amasado por generaciones —le recordó y se sirvió otro trago.
—¿Estás seguro de que no tendremos problemas por firmar un
documento después de la boda?
—Ninguno, porque nadie debe de saberlo, seremos muy discretos —
le advirtió enarcando una ceja.
—Está bien, hablaré con ella cuando regresemos al hotel, pero
quiero que se modifique la cláusula donde dice que no recibirá un centavo.
No la dejaré desprotegida en caso de que algo ocurra —replicó, porque,
aunque no lo admitiría su matrimonio tenía fecha de caducidad.
Capítulo 16
Disfrutando de una tarde espectacular

E n la parte trasera de la terraza,


había una sala gris claro con
grandes almohadones color azul
turquesa y una mesa baja donde reposaba un arreglo de flores. Un toldo
replegable, proporcionaba una sombra espectacular, que protegía del sol
intenso.
Carolina se sentó en uno de los sofás individuales y apenas le dio un
trago a su Mai Tai cuando comenzó el bombardeo entre la madre de
Michael y la madre de Madison.
Intuyó que ocurriría algo así, porque las madres siempre querían
saberlo todo, no importaba de qué nacionalidad fueran.
—¿Dónde piensan vivir? ¿Se van a mudar al departamento de Hyde
Park en Londres? —la cuestionó Barbará.
La mujer lucía como de cuarenta, pero debería tener mucho más
edad, aunque con tanto bótox su expresión era casi nula. Era rubia de ojos
azules, Madison era una copia fiel de su madre.
—No hemos hablado de eso aún —se excusó, pero la verdad era que
no habían tocado ese tema, porque no tenían intenciones de vivir juntos.
Ella esperaba terminar sus vacaciones y regresar a su vida normal,
pero ya no estaba segura de nada.
—Recuerda que están por entregarle el piso en Dubái, mi hijo tiene
intenciones de supervisar la construcción del casino y eso llevará un par de
años —explicó Lorraine que le hizo señas al joven que las atendía, para que
les llevara algunos bocadillos.
Dubái era un país que Carolina nunca visitaría, primero porque no
tenía el dinero suficiente para costearlo y segundo porque le enfurecía la
forma en que trataban a las mujeres. Principalmente porque tenía miedo de
romper alguna de sus arcaicas leyes y meterse en un lío.
Continuó la cháchara interminable entre esas dos señoras, con
preguntas y suposiciones sobre su matrimonio, mismas que evadió lo mejor
que pudo, dando respuestas ambiguas y sin comprometerse.
Hasta que no pudo más y se levantó con la excusa de meterse en la
piscina, porque tenía mucho calor. Se disculpó y se retiró para quitarse el
vestido. Michael seguía desaparecido, pero era tiempo de poner distancia de
su madre.
Hacía rato que dejaron el muelle y ahora estaban en pleno mar
abierto, aunque a lo lejos todavía se apreciaba el arco de los Cabos tan
representativo del puerto.
Dejó el vestido sobre uno de los camastros y subió las escaleras para
sumergirse en el agua. Se sintió cohibida al ver a las chicas de cerca. Al
comparar sus cuerpos con el suyo, notó lo ancho de sus caderas, lo grueso
de sus muslos y el tamaño desproporcionado de sus senos.
Las chicas eran delgadas como palillos y ella por su lado, se veía
enorme. Las hermanas de Michael eran bastante altas, por lo menos medían
un metro setenta y cinco y debían pesar cincuenta kilos a lo mucho.
Mientras que ella, no superaba el metro sesenta y pesaba un poco más de
sesenta y cinco kilos.
Para su sorpresa el agua le llegaba a la cintura, era tibia y agradable.
Caminó hasta donde estaban sentadas, en una especie de barra, con bancos
dentro del agua.
—Pensamos que nunca saldrías corriendo de las garras de mi madre,
y la tía Bárbara —dijo en tono de broma Pam, la menor de las hermanas de
Michael.
—¿Qué quieres tomar? —le preguntó Helen la hermana mayor, que
estaba recargada sobre la barra y un joven tomaba su pedido.
—Los Martinis de Cherry escarchados, están deliciosos —le
aseguró Madison que le indicó que se sentara a su lado.
Carolina con desconfianza tomó asiento y trató de no ser tan obvia
al sonreírle.
—Se escucha tentador, está bien uno para mí.
—¡Qué lindo tu traje de baño! —le dijo Madison, que alargó la
mano para tomar uno de los olanes que cruzaba su pecho y Carolina se
replegó hacia atrás por un acto reflejo —. Tranquila, no te voy a hacer nada
—anunció levantando las manos. Carolina se quiso patear por ser tan
paranoica.
—Perdóname, fue una reacción —aceptó con una risita, sintiéndose
estúpida y se acomodó uno de sus mechones de su cabello nerviosa.
—Deja de tocar a mi cuñada, Madison —le advirtió jugando Pam
—. No ves que es un poco tímida. Ya sé que te da envidia ese par de tetas
desbordantes. Te advertí que le pidieras al cirujano una copa más, pero no
me hiciste caso. A la mayoría de los hombres les encantan los senos
enormes. A mi hermano esas tetas lo traen babeando —expresó con sorna y
miró a Carolina de arriba abajo.
Hicieron varias bromas al respecto que la hicieron sentir incómoda,
pero sin el valor de decir una palabra, solo se dejó llevar y les siguió la
corriente.
Ahora se arrepentía de haber dejado a Lorraine y Bárbara, por lo
menos ellas no se enfocaron en cosas tan banales como su apariencia y su
cabello.

Michael regresó una hora después con un bañador color azul de


varios tonos y sin camisa. Se metió en la alberca y se dirigió directo a
Carolina, que no hablaba solo escuchaba las jóvenes que no dejaban de
parlotear.
—Hola, chicas —anunció y tomó la mano de su esposa para alejarla
de sus hermanas y Madison, a la que miró enarcando una ceja.
Era evidente su rechazo hacia la joven que por su lado sonrió con
una mueca, la actitud de Michael le causaba molestia, pero disimuló la ira
que despertaba su rechazo.
—Estamos charlando, Mick —se quejó Pam, al ver que se llevaba a
Carolina. Michael resopló al escucharla, era la única que le decía así,
porque era con la que se llevaba mejor.
—Lo siento, necesito a mi esposa.
—Vuelvo en un momento —dijo Carolina girándose, pero Michael
la jaló hacia la esquina contraria lejos de las miradas curiosas.
Se plantó frente a ella cubriéndola con su cuerpo, la joven lo miró
embelesada y sonrió achispada.
—Veo que te has tomado varios tragos, estás un poco sonrojada —
declaró y pasó la mano fría por su mejilla.
—Unos cuantos —admitió con una risita.
—No has comido nada, ¿verdad?
Carolina arrugó la nariz y sacudió la cabeza.
—No podría, estoy demasiado nerviosa.
La observó de arriba abajo y se detuvo en sus pechos.
—Así que esto traías debajo —dijo. Deslizó uno de sus dedos
recorriendo el canalillo del escote y Carolina tragó saliva. Esa simple
caricia hizo que sus pezones se pusieran duros y una ola de calor recorrió su
cuerpo, estacionándose en su entrepierna —. Me encanta como lucen tus
senos en este traje de baño, aunque es demasiado revelador para mi gusto.
—Tus hermanas traen unos trocitos de tela que apenas les cubren los
pezones —dijo con la voz afectada.
—Pero ellas no tienen nada que mostrar —le aseguró con un gemido
—. Sabes, me estás tentando enfrente de mi madre —masculló y la agarró
de la cintura para pegarla a su cuerpo.
Estaban debajo del agua, pero la piscina era de paredes
transparentes, parecida a una gran pecera.
—Pórtate bien, porque pueden ver lo que estamos haciendo —le
advirtió nerviosa y miró hacia donde estaban las mujeres, que los veían a lo
lejos un tanto sorprendidas por las muestras de cariño del hombre.
—No creo que mis padres no sepan que tengo sexo con mi esposa
—alegó con cinismo.
Se hundió un poco más en el agua llevándosela con él. Carolina dejó
salir un gemido al sentir la dureza rosando su intimidad, se sentía pletórica
entre sus brazos y muy caliente, pero no podía olvidar que estaban a la vista
de muchas personas.
—Una cosa es suponerlo y otra verlo, así que debes ser un niño
bueno o dormirás en el sofá —le advirtió jugando con un ligero jadeo.
Pero no le hizo caso. Besó su cuello y bajó sus manos hacia su
trasero cubierto solo por la delgada tela. Aprovechó para darle un beso en
los labios bastante decente, pero luego deslizó su boca hacia el escote que
lo había encendido. Cuando sintió la succión, lo detuvo.
—¡Michael, contrólate! —farfulló.
Este gruñó y se alejó mirándola fijamente.
—Es como si estuviéramos de luna de miel —se justificó con sorna.
—Sí, con seis pares de ojos observándonos, sin olvidar al personal
del bar que está sirviendo los tragos —le recordó Carolina.
Michael levantó la mirada y se encontró con la cara de su madre, sus
ojos eran como dagas que lanzaba directo a la espalda de su esposa. Tuvo la
urgencia de sacarla de ahí y llevarla a un lugar donde pudieran estar solos.
Un joven larguirucho de origen australiano se acercó con una
sonrisa de oreja a oreja y le preguntó a Carolina si quería otro trago, pero
Michael le dijo al hombre que no y lo despachó.
—¡Oye, quería otro trago con mango! Están buenísimos —protestó
con un gemido.
—Sí, y con demasiado ron. No más alcohol para ti, hasta que comas
algo o te voy a sacar a cuestas de la piscina.
—Exagerado.
—Vamos a tomar un baño y a descansar.
—Me caería de maravilla un baño, creo que he tomado demasiado
sol —aceptó arrugando la nariz y pasó su mano sobre su frente que se sentía
tibia.
Al salir de la piscina, se pegó a la espalda de su mujer sin dejar de
toquetearla, escuchó las quejas de sus hermanas, pero las ignoró.
Capítulo 17
El sexo se puede volver adictivo

E n cuanto se encerraron en uno de


los camarotes, Michael sin poder
soportarlo más, bajó el frente del
traje de baño de Carolina. Sus pezones estaban erectos. Desde que vio ese
gran escote, deseó bajar las copas de sus pechos y dejarlos expuestos para
su gozo, pero eso sería bastante inapropiado, además no le daría un
espectáculo a los hombres que circulaban por la cubierta.
Carolina era veinticinco centímetros más baja que él, por lo que se
inclinó y tomó uno de sus pechos con desesperación, mientras la cogía de
las caderas. Se llevó uno de los pezones a los labios y succionó con fervor.
—Michael —gimió su nombre cuando la asaltó con más ferocidad
—. Dijiste que nos bañaríamos —replicó jadeante.
—Y lo vamos a hacer, pero después de aprovechar esta enorme
cama.
La arrastró hacia el colchón y se dejó caer sobre su cuerpo. Estaba
hambriento y desesperado. Se deshizo de los shorts y se quedó desnudo.
—Vaya, estás más que listo —dijo ella admirando la erección que se
alzaba vigorosa.
—Ahora tú te vas a sentar y quiero que juntes esos senos, porque
voy a jodértelos.
—Eres un degenerado —exclamó entrecerrando los ojos con una
sonrisa ladeada.
Michael se paró frente a la cama donde ella se sentó e hizo lo que le
pidió. Juntó sus senos, y aprovechó el canal que se formó para deslizar su
pene entre ellos.
—¡Oh, maldita sea! —masculló y sin perder el tiempo comenzó a
balancearse hacia enfrente y hacia atrás, usando ese túnel para darse placer.
Carolina al verlo tan entregado y disfrutando de lo que estaba
haciendo, hizo que le hirviera la sangre.
—Es como tu fantasía, ¿verdad? —le dijo entre gemidos, porque su
cuerpo estaba respondiendo ante el espectáculo de ver a ese hombre
desnudo en todo su esplendor.
—Puedes apostarlo, ahora baja tus preciosos labios y chúpame, por
favor —le pidió con la voz rasposa.
—Eres exigente —se quejó, pero hizo lo que le pidió.
Se sintió atrevida y el alcohol la desinhibió. Cada vez que la punta
de su pene salía entre sus senos, abría la boca para recibirlo y chuparlo
animada, era jodidamente bueno para ella, aunque él era el que recibía el
placer.
—¡Oh, sí! Así, sigue, por favor —gruñó y sus movimientos se
volvieron acelerados.
Hasta que ella bajó sus manos y sujetó sus caderas, para atrapar su
pene por completo dentro de su boca, Michael dejó caer la cabeza hacia
atrás y comenzó a joderla, enterrando sus dedos en su cabello.
—¡Fick, lutsch meinen Schwanz![vi] —clamó Michael en alemán.
Como se lo pidió siguió una y otra vez, hasta que sacó el pene de
sus labios, cuando sintió que estaba a punto de eyacular. Derramó su semen
entre sus pechos y tomó su pene restregándolo entre sus pezones. Se sentía
excitado, pero no del todo saciado. Quería enterrarse dentro de su esposa,
solo de recordar lo que le hacía sentir al estar hasta el fondo de su sexo,
provocó nuevos espasmos en su pene.
Controlando su respiración, se hincó al pie de la cama y colocó su
cabeza sobre su regazo.
—Tiene una boca muy sucia, señor Waldorf —le censuró juguetona
después de escuchar sus demandas.
Carolina pasó los dedos entre sus cabellos acariciándolo. Michael
cerró los ojos respirando pausadamente disfrutando de sus mimos.
«¿Qué demonios me está pasando? No tengo suficiente de su
cuerpo», pensó.
Esos sentimientos de apego le asustaban, pero se convenció que
disfrutaría de su tiempo juntos y su matrimonio lo terminarían como dos
buenos amigos. En su opinión, era una mujer sensata y confiable. No debía
preocuparse por sentirse atrapado.
—Ahora sí tenemos que tomar una ducha, necesito terminar de
nuevo, pero ahora dentro de ti, de preferencia por detrás —confesó con
descaro sin mirarla.
—Eres como un adolescente cachondo.
—Recuerda que eres mayor que yo, no puedo resistirme a una mujer
con experiencia —espetó para hacerla enojar.
Carolina era casi cuatro años mayor, pero a su lado era una inexperta
en muchos sentidos, no solo en el plano sexual.
—¡Cállate, sin vergüenza!
Escuchó su risa y depositó un beso en su cabeza.

Luego de hacer el amor en la ducha, por fin salieron de nuevo a la


cubierta a cenar un par de horas después. Conociendo a su madre, solo
sirvieron bocadillos de salmón y caviar, por eso Carolina no comió nada en
todo el día.
Su esposa se quedó en el camarote, haciendo llamadas a su amiga y
a su hermano, por lo que él se adelantó.
—¿Qué hay para cenar? —le preguntó al camarero cuando se acercó
a dejarle un trago.
—De primer plato vieiras y espárragos sobre un espejo de salsa
chantarelle[vii], de segundo plato róbalo negro en salsa de macadamias y
ensalada de arúgula.
Lo miró incrédulo y dejó salir un resoplido poco elegante.
—Quiero dos filetes al punto, con una guarnición de verduras
salteadas y de primer plato una ensalada caprese y espárragos con
prosciutto. Trae una tabla de quesos y una botella de vino tinto mientras
esperamos —le ordenó.
El joven asintió y se marchó. El cambio de menú no sería un
problema porque la cocina estaba muy bien surtida con alimentos de
altísima gama.
—Lo siento por el retraso, me tardé más de lo pensado —anunció
Carolina.
—Acabamos de pasar a la mesa, estábamos en el bar —le explicó
Michael.
—Gracias —dijo cuando su esposo le sirvió una copa de vino.
Carolina charló con Ángela por casi media hora y después con su
hermano.
—Ahora ¿por qué se enojó? —indagó haciendo alusión a Alex.
—¿Es tan notorio? —exclamó. Tenía los ojos un poco enrojecidos y
este asintió. Suspiró con cansancio por la actitud de su hermano, que volvió
a tirarle un sermón en toda regla —. Sigue molesto, pero por lo menos no
me colgó —le confesó con una mueca.
—Dale tiempo —le dijo con suavidad y tomó una de sus manos.
El padre de Michael llegó acompañado del duque y se sentaron a la
mesa, donde estaba el resto.
—Hijo, veo que están bastante descansados. Tu madre me dijo que
bajaron al camarote —hizo hincapié enarcando una ceja.
—A Carolina le dolía un poco la cabeza, así que dormimos un rato y
luego tomamos una ducha —contestó sin darle oportunidad de hacer más
comentarios.
El mismo joven regresó con una charola llena de carnes frías,
quesos, frutos secos y rebanadas de pan, todo con una pinta deliciosa. La
dejó sobre la mesa y a Carolina se le iluminó el rostro.
—Muero de hambre —admitió, tomó un pequeño plato y se sirvió
de todo un poco.
Agarró un cuchillo para embarrar queso crema en una de las
rebanadas de pan y le dio un mordisco que le supo a gloria.
Las chicas la miraron horrorizadas, por la forma en que gimió
cuando se lo llevó a la boca. Michael sabía que ellas nunca comerían pan,
aunque murieran de hambre.
—La cena está a punto de servirse —comentó Lorraine viendo el
espectáculo desde su lugar.
—Nosotros esperaremos un poco más —contestó Michael a su
madre.
—Pero que dices, pedí un pescado especial…
—A mi esposa no le gusta el pescado. ¿No lo recuerdas? —
manifestó echándole una mirada de advertencia.
En la cena del día anterior, Carolina le explicó a su madre que no
comía pescados, cuando le ofreció un canapé de salmón.
—¡Qué descuido de mi parte!, te juro que lo olvidé —admitió y se
llevó la mano al pecho —Lo siento, querida —anunció con una pena
fingida.
—No se preocupe, señora —agregó Carolina sacudiendo la cabeza.
—Hay que cambiar el menú entonces —expuso levantando una
mano, pero Michael la detuvo.
—Ya ordené algo diferente para nosotros. Ustedes pueden cenar
tranquilamente —agregó con una sonrisa.
Estaba casi seguro de que su madre lo había hecho solo por joder.
Era lo suficientemente inteligente para olvidar un detalle como ese.
Los meseros comenzaron a servir la cena y a Carolina se le encogió
el estómago con el olor de la comida.
—No te quedes callada. Eres una mujer bastante sincera, como para
decir lo que no te agrada. No te sientas intimidada por mi familia —le pidió
y ella se mordió el labio.
Fue por pena que no dijo nada, pero él tenía razón.
—No volverá a pasar.
Para su sorpresa la ensalada llegó con el resto de los platos, y no
tuvieron que esperar más que los demás.
—Esta ensalada me encanta —anunció con alegría al ver la ensalada
caprese que además de pesto tenía un hilo de vinagre balsámico, era su
favorita.
Amaba la comida italiana, el queso y la albahaca eran una
combinación a la que no podía resistirse.
—Tenemos más cosas en común de lo que piensa tu hermano —
añadió y le guiñó un ojo.
Michael no quitaría el dedo del renglón, con las razones que
argumentó su hermano del porqué no debían estar juntos. Le dio un beso en
la mano y la instó a seguir comiendo.
Capítulo 18
Las noticias vuelan

D esembarcaron después
medianoche porque nadie quiso
dormir en altamar, prefirieron
de

volver. Al llegar a la habitación todo lo que deseaba Carolina era descansar.


Estar bajo el escrutinio de la familia de Michael le drenó las energías.
Buscó en su maleta algo cómodo, deseaba una pijama suave al tacto
y que le permitiera dormir fresca.
—Estás demasiado callada —escuchó la voz de Michael como un
susurro.
—Estoy cansada —admitió con un suspiro y siguió revolviendo
entre su ropa.
Cuando por fin encontró lo que estaba buscando, la tomó para
dirigirse al baño. Quería desmaquillarse, lavarse los dientes y la cara, para
dormir a pierna suelta.
—Tengo que hablar contigo de algo importante.
—¿Podría ser mañana? —le pidió en tono suplicante.
—Claro, vamos a dormir. También estoy cansado —aceptó, pero era
imperativo que ella estuviera informada del acuerdo.
—Me voy a poner la pijama, te alcanzo en un momento.
Las manos de Michael agarraron las caderas y luego besó su cuello.
—¿Qué te parece que mejor nos dormimos sin nada? —le preguntó
con la voz grave.
—¡Definitivamente, quieres matarme! —clamó con un gemido
cuando sus manos tomaron sus senos adoloridos.
Tenía los pezones sensibles y un poco rosados.
—Prometo que solo dormiremos, mañana será otro día —declaró y
le dio un beso.
El sonido del timbre que identificaba a su amiga Ángela sonó
rompiendo el silencio de la mañana. Carolina estaba desnuda recostada
sobre el pecho de Michael. El muy mentiroso dijo que solo dormirían, y
unas horas después la despertó al sentir su lengua húmeda entre las piernas.
Tampoco era como si pudiera quejarse, y menos luego del par de orgasmos,
que la hicieron caer en un sueño profundo.
—Espero que sea algo realmente importante o la voy a matar —
refunfuñó y se levantó de la cama.
Michael gruñó y se llevó la almohada sobre la cabeza.
La joven tomó la bata de baño que estaba sobre el sillón y se la
puso, agarró su celular que no dejaba de sonar y caminó hacia la terraza
para contestar.
—Hola, amiga, ¿qué pasa? —replicó atribulada y se dejó caer en
una silla del comedor exterior.
Estaba amaneciendo y el mar se miraba precioso, el viento fresco
movió su cabello alborotándolo.
—¿Por qué no contestas el puto teléfono?, he marcado como diez
veces —le reclamó entre gritos.
—¡Qué pinche genio te cargas! Estoy super desvelada, te oí de puro
milagro, así que no me estés chingando —bramó con la mano en la cabeza.
—¡Mira, cabrona! Te llamo porque estás en internet junto con tu
puto marido —le dijo alterada y Carolina se enderezó en la silla, ¡no podía
creerlo! —. Ayer hablé contigo y pura madre me dijiste que te casaste, y se
supone que somos super compas. Tu mejor amiga, ¡sí! ¡cómo no! —le
reclamó dolida.
Ella fue la que la apoyó cuando su ex la botó a la calle, la que secó
sus lágrimas y le dio ánimos para salir adelante, y no le confesó que estaba
casada, Ángela se sintió traicionada al darse cuenta por una página de
chismes en internet.
—Deja te explico lo que pasa, Angie, no te encabrones —le suplicó.
—¿Te casaste o no te casaste? —dijo tajante.
—Sí me casé, pero no te conté nada porque no sabía cómo lo ibas a
tomar. Mi hermano se emputó y casi me manda a la mierda. Decirte así
nomás por teléfono, no me pareció lo más acertado. De por si no me
bajabas de pendeja por no dejar antes a Rodrigo, no pude decirte que me
casé con un tipo el mismo día que lo conocí, perdóname pero me acobardé.
Fui a las Vegas, pero no tenía intenciones de casarme con él, pero todo se
complicó —admitió con un chillido, luego se llevó las manos a la frente.
—Te podré insultar y decir mil cosas, pero no por eso dejarás de ser
mi amiga, sabes que te quiero y me preocupo por ti. Me duele que después
de todo, no me tengas confianza —le reclamó.
—Lo siento amiga, pero ni yo entiendo que fue lo que me poseyó
para tomar una decisión así.
Una risotada llenó la línea y Carolina se mosqueó por la reacción de
su amiga.
«¿Acaso se está burlando de mí, luego que estoy abriendo mi
corazón?»
—¿No sé qué me poseyó? —arremedó a su amiga —. ¡Hazte
pendeja! Sí ya miré las fotos del hombre con el que te casaste, y está
buenísimo. ¡Qué puto hombre! ¿Es tan alto como parece? ¿Cuánto mide:
metro ochenta y ocho? —preguntó alborotada, Ángela se derretía con los
hombres altos y ella apenas pasaba del metro cincuenta.
Carolina sonrío de lado y se limpió las lágrimas con la manga de la
bata.
—Bueno eso no puedo negarlo, y no nada más está buenísimo. Coge
como un demonio. Creo que me hice adicta a él —admitió con un gemido y
recargó su cabeza entre sus manos.
—¿A él, o a su verga?
—¡Ángela, eres una corriente! —la amonestó, pero soltó una
risotada.
Solo su amiga podía ser tan cruda, directa y hasta vulgar, pero así la
amaba.
—¡Cállate, puta! Tan pinche puritana que te portabas y nada más te
encontraste un hombre todo buenote de ojos azules, rostro varonil y te
lanzaste como perra en celo.
Carolina se rio a lágrima viva y Angie lo hizo con ella.
—Gracias por insultarme.
—Ya en serio amiga, me preocupaste. Me metí al portal de chismes
que reviso cuando me tomo mi café en la mañana al volver de correr, y ahí
leí tu nombre. Aunque es un nombre común, lo que me convenció que se
trataba de ti, fue que hablaban de una mujer hospedada en un hotel en los
Cabos, el mismo donde trabaja tu hermano. Las fotos están pixeladas, pero
reconocería ese vestido negro de lunares y esas greñas tuyas a kilómetros.
—¡No me chingues! ¿Cómo que hay fotos? —clamó histérica.
—Te mando la liga para que lo veas por ti misma.
Carolina leyó el encabezado de la nota y abrió los ojos
desmesuradamente.
—¡Ahora soy la mujer más rica de América Latina! Están, pero si
bien pendejos.
—Dicen que te casaste en las Vegas con el heredero de la cadena de
hoteles Waldorf, y no firmaron ningún contrato prenupcial.
Cerró los ojos y se llevó las manos a la frente desconcertada.
—¿Cómo se dieron cuenta? No lo entiendo.
—Son gente que tiene mucho dinero y siempre hay alguien al que le
interesa su vida. ¿No me digas que estabas acostada con ese hombre
cuando te llamé? —le cuestionó cambiando de tema abruptamente.
Torció los ojos y le contestó: —Sí, anoche regresamos muy tarde de
un paseo en yate con su familia. Estuvo muy estresante —le confesó.
—¡Tienes que contarme todo con lujo de detalle!
—Te prometo que lo haré, pero por favor no le digas nada a nadie.
Si alguien te pregunta, dile que no soy yo, que estoy enferma en casa.
—No eres divertida, hasta que tengo algo interesante que contar y
me cortas el rollo —le acusó con un quejido.
—Te lo suplico, hay demasiado en juego.
Ángela resopló molesta y soltó un gruñido.
—Está bien, pero no te pierdas. Aunque sea envíame un puto
mensaje por whatsapp para saber que estás bien. ¿Vas a regresar al
trabajo?
—Sí, pero tomaré unos días para arreglar este desmadre.
—Cuídate amiga, te lo digo en serio. Eres demasiado confiada y
solo miras lo bueno de la gente, ponte a las vivas o te van a joder, bueno
eso ya es muy tarde…
—¡Eres una perra! —la insultó, escuchó un ladrido por la línea y un
jadeo. Se la imaginó con la lengua de fuera —Y hablando de perras, ¿cómo
está mi bebé?
—Aquí la tengo a la canija, se ha cagado por toda la casa.
—¡Le estás levantando falsos a mi niña! —se quejó Carolina.
—Es broma, pero pobre de ella que se le ocurra hacer algo así, o la
tiro por la ventana —manifestó y un ladrido se escuchó de fondo, era su
perrita.
—Eres una malvada, deja de amenazarla. Pónmela al teléfono para
hablarle.
—¡No seas ridícula!
—¡Cállate!, y ponme a mi princesa.
Ángela bufó y puso el altavoz.
—Ahí está.
—Hermosa, ¿cómo está la nena de mamá?
Su amiga soltó una carcajada, pero Frida ladró efusivamente y
comenzó a brincar en dos patas al oír la voz de su dueña.
—¡Vez, sí entiende! Pórtate bien con la tía, para que no esté
jodiendo —clamó Carolina.
—Madre desnaturalizada, tu cogiendo a gusto y ella sola.
—No está sola, está con su tía Angie.
—Creo que necesitas hijos, ya estás delirando.
—Por eso tengo un perro. Cuídala, amiga, sabes que amo a esa
chiquitina.
—Siempre, sabes que es más lo que me gusta quejarme —admitió su
amiga que miró como la perrita se fue a su cama.
Era muy tranquila y ya le había cogido cariño. Ahora corría con ella
todas las mañanas y la perezosa llegaba a tomar una siesta.
—No se te olvide darle solo de esa marca que tiene el perrito
saltando porque se enferma de su pancita.
—Ya sé, ya sé, pinche perra delicada —se quejó.
—Gracias, te quiero.
—Yo también…
Colgó y se quedó mirando al horizonte, el rugido del mar era
definitivamente terapéutico.
—Amanecimos de buen humor —declaró Michael.
Carolina volteó hacia la puerta y lo encontró con los brazos
cruzados, solo con los bóxers puestos.
«¡Cristo del amor hermoso! Mi amiga tiene razón, me voy a ir al
infierno», pensó.
—Siéntate que tenemos un problema —le comentó y levantó su
móvil con la foto de los dos entrando al Caesar’s Palace.
Michael le arrebató el aparato y miró la foto siguiente, cuando salían
tomados de la mano, pero aparte de su nombre, no entendió una palabra.
—¡Esto está en español! —expresó molesto.
—Si está en español, con mayor razón está en inglés. Solo hay que
buscar la noticia —le explicó y extendió una mano para que le regresara el
celular.
La observó buscar en las noticias y al escribir su apellido encontró
la nota. Le devolvió el aparato y comenzó a leer.
Se sentó a su costado y se llevó las manos a la cabeza. Estaba
jodido, esa noticia podía arruinar su futuro. Las acciones del conglomerado
podían verse afectadas.
—¿Qué es lo que pasa? Cuéntame por favor.
—Nos casamos sin un acuerdo prematrimonial, y eso hace que
tengas derecho a la mitad de mi patrimonio. Tomaré el control de la
empresa en un par de semanas y con ello, también de los activos.
—Cuando nos divorciemos renuncio a todo, y ya.
—No es así de sencillo —le explicó.
—¿Qué quieres decir?
—Por ley tendré que dividir mi fortuna contigo.
Carolina se cruzó de brazos y lo miró ladeando la cabeza.
—¿Hay algo que podamos hacer, tomando en cuenta que ya se
enteraron?
—Mi padre preparó un documento —se aclaró la garganta —, un
convenio prenupcial.
—Pero eso ya pasó.
—Tiene fecha de antes de casarnos, si lo firmamos nadie podría
decir que no es válido, incluso tiene testigos.
—Vaya, después de todo, los ingleses también son unos tranzas —
dijo entre dientes en español y luego sonrió —. Está bien, firmemos ese
acuerdo —declaró con una mueca.
—Dejarás de ser la mujer más rica de Latinoamérica —se mofó y
enarcó una ceja.
—¡Ay, por favor!, no digas tonterías.
—Voy a informarle a mi padre que firmaremos el contrato.
Carolina se levantó, pero Michael la sujetó de la mano y la trajo
sobre su regazo.
—Gracias —dijo con sinceridad y le dio un beso en los labios —.
Vamos a desayunar.
—Por favor, muero de hambre, quiero chilaquiles —declaró
Carolina.
—Entonces desayunaremos chilaquiles.
—¿Seguro? No quiero ser la culpable de que tengas dolor de
estómago —agregó con sorna.
—Mujer de poca fe, me encanta la comida india y tiene mucho
picante.
—Bueno, eso tengo que verlo.
De un brinco se levantó y Michael la siguió. Esperaba que la mierda
no salpicara su nombramiento como CEO.

A petición de Carolina ingresaron al restaurante Capella, eran las


once de la mañana y el lugar estaba lleno. Era un buffet abierto con varias
planchas para preparar huevos y omelets. El ruido del choque de platos y
cubiertos inundaba el lugar.
Una mujer los recibió con una sonrisa y los llevó a una mesa
alejada, dándoles privacidad. Los hombres y mujeres que atendían el lugar
los miraban atentos a cada paso que daban, consientes de quien era
Michael. En todas las visitas que había hecho al hotel, nunca desayunó en
ese lugar. Siempre pedía servicio a la habitación, pero no podía negarse a
los deseos de Carolina.
Unos momentos antes subieron a la suite de sus padres y ella firmó
sin siquiera leer el contrato. Aunque su padre se puso furioso al enterarse de
que su matrimonio circulaba por las redes, el tener el contrato firmado lo
apaciguó. Además, estuvo más que complacido, porque no tuvo que
cambiar ninguna cláusula, pero no era como si Michael fuera hacerlo
válido.
Cuando se separaran le daría una fuerte compensación para que
pudiera comprarse una casa donde quisiera y el dinero suficiente para que
no tuviera que preocuparse por nada, pero no era tiempo de decírselo ya que
le dejó bien claro que no se casó con él por dinero, sino porque creyó que le
estaba haciendo un favor y eso tenía más valor.
Así que estaba decidido, el tiempo que estuvieran juntos lo
disfrutaría y le daría todo lo que estuviera en sus manos para que Carolina
se marchara con un buen recuerdo.
—Enseguida envío para que les atiendan, señor Waldorf, no tienen
que levantarse—agregó la chica y giró las tazas que estaban sobre la mesa
para que les sirvieran café.
—Gracias, eres muy amable —respondió Carolina.
De inmediato llegó un joven con una jarra de café en cada mano y
les preguntó qué tipo de café querían. Ella comenzó a charlar con él y le
hizo varias preguntas que Michael no entendió porque hablaron en español.
—¿De qué hablaron? —le cuestionó mirando el lugar.
A pesar del caos que parecía que ocurría todo funcionaba como un
reloj sincronizado. El personal era realmente eficiente.
—Le pedí que me recomendara lo más rico para desayunar.
—¿Y qué te sugirió?
—Chilaquiles y birria. ¿Qué quieres comer? —le preguntó Carolina
ya con su taza de café en la mano, le dio un buen trago que la hizo volver a
la vida.
—Me dijiste que quieres chilaquiles, pide por mí, quiero probar lo
que te gusta.
—En ese caso iré por pan y un poco de fruta, de paso le echaré un
vistazo a lo que Fernando me recomendó —le contó con una sonrisa.
—Nos traerán todo lo que necesitemos, solo debemos pedirlo.
—No seas snob, esto es un buffet. Es divertido buscar tu propia
comida, de la vista nace el amor —le aseguró.
Michael se rio por su aseveración, le dio un trago al café y dejó la
servilleta sobre la mesa.
—No quiero perderme la experiencia, te acompañaré.
—¿Puedo subir una foto tuya haciendo fila con un plato en la mano?
—le cuestionó con cara de inocencia.
—Muy graciosa, señora Waldorf —protestó con una mueca.
—No te quejes. Tus acciones subirían si ven al próximo CEO,
comer como un simple mortal en uno de sus restaurantes.
—Puede que tengas razón —admitió.
Se encaminaron hacia la fila de platillos donde Carolina habló con
cada una de las personas que atendían la barra.
Capítulo 19
Cambio de planes

Una señora que estaba detrás de una plancha de acero inoxidable le


entregó un par de tortillas de maíz hechas a mano. Todo el personal era muy
educado y amable. No era solo porque sabían quién era Michael, así eran
con el resto de los huéspedes.
—Esto huele riquísimo. Muchas gracias y espero que a tu hija le
vaya muy bien en su examen —exclamó Carolina y le dejó una propina en
un tarrito de cristal que tenía en un costado.
—Yo también, gracias, señorita —contestó Bertha.
En los pocos minutos que había esperado, ya le había preguntado
santo y ceña de su vida, pero así era Carolina, tenía un don para conectar
con la gente. Regresó a la mesa donde Michael ya estaba comiendo.
—Aquí están dos tortillas y un par de quesadillas —anunció y dejó
los platos sobre la mesa.
—La comida está deliciosa —admitió tomando una de las
quesadillas.
Hasta el mismo se sorprendió por la cantidad de comida que había
ingerido, pero todo lo que Carolina le llevó estaba delicioso.
—Claro que está deliciosa, pero vienes a México y sigues comiendo
lo mismo como si no dejaras Londres. Visita tus propios restaurantes, y
come lo que te ofrecen. No hagas peticiones especiales —le recomendó.
Carolina recordó la comida que ordenó Lorraine y le dio escalofríos,
todo era frío e insípido, nada apetitoso.
—Es difícil cambiar de hábitos.
—Si yo tuviera la oportunidad de visitar tantos lugares como tú,
probaría de todo. No significa que todo será de mi agrado, pero por lo
menos ya tuve la experiencia —manifestó con emoción.
—¿Así que tienes espíritu aventurero?
—Me encanta viajar, pero obviamente está fuera de mi alcance
hacerlo tanto como quisiera. Siempre he creído que cuando te mueres no te
llevarás nada, solo los recuerdos y la satisfacción de haber vivido.
—Viéndolo desde ese punto, tienes razón, pero el dinero es muy
importante.
—Por supuesto que es importante, si no creyera que es importante
no trabajaría doce horas diarias. Estar en un lugar así —señaló a su
alrededor —, cuesta una fortuna. Disfrutar de vacaciones en sitios como
estos se atesoran para siempre, así que la próxima vez piensa en esas
personas para las cuales no es tan sencillo pagar estos lujos, porque te
aseguro que será la mejor propaganda para tus hoteles.
Michael comprendió las palabras de Carolina, la verdad es que sus
estándares en sus hoteles eran muy altos y solo se preocupaban por las
personas que podían pagarlo.
—Tomaré en cuenta tus comentarios para un futuro. Y ya que te
gusta tanto viajar, estarás contenta, porque mañana partimos a Dubái —le
avisó sonriente.
Mientras su esposa platicaba largo y tendido con la mujer que hacia
las quesadillas. Recibió un mensaje de la empresa encargada del proyecto
de construcción, era urgente su presencia para autorizar los planos e iniciar
con los trámites para obtener los permisos.
—¡Qué! ¿A Dubái? —exclamó con los ojos abiertos.
—Tengo pendiente una reunión con la empresa que construirá el
nuevo casino, que posicionará a nuestro hotel como el más visitado de la
ciudad.
—¿Por qué tengo que ir a Dubái contigo?
—Por varias razones: primero porque eres mi esposa, en segundo
porque no puedo dejarte aquí desprotegida para largarme al otro lado del
mundo y en tercer lugar ¿por qué no? ¿No es suficiente motivo?
—Sé que Dubái es una ciudad cosmopolita y que es visitada por
gente rica, pero no me da confianza —admitió con una mueca.
—Es una ciudad increíble. Te va a encantar.
—Eso lo puedes decir tú, que eres hombre, pero yo soy mujer. ¿Se
te olvida ese pequeño detalle?
—Créeme que tengo bien presente que eres mujer —dijo levantando
las cejas con una mirada lasciva.
—Te estoy hablando en serio. Es un país machista que trata a las
mujeres peor que objetos, y todo está en nuestra contra.
—Eso es un mito —alegó Michael y sacudió la cabeza.
—Hay muchísimas historias de terror de mujeres que su vida se fue
al carajo en un país como ese, y mira, yo tengo una boca enorme y una
pésima suerte.
—No digas tonterías, es un lugar seguro.
—No es por ser prejuiciosa, pero hace algunos años mi amiga
Ángela, quiso experimentar vendiendo ropa. —le explicó y Michael enarcó
una ceja sin entender el comentario, pero ella levantó una mano para que la
dejara continuar —. Bueno, pues fuimos a fashion district en Los Ángeles,
ahí están las fábricas que confeccionan ropa. El asunto es que por
casualidad nos topamos con un hombre con turbante evidentemente de
medio oriente. Pues al pobre lo atropellamos con un carrito que llevábamos
y aunque nos disculpamos se enfureció, para nuestra desgracia media hora
más tarde, por accidente volvimos a encontrarlo y de nuevo lo golpeamos
con una de las llantas, por supuesto nos disculpamos. Cuando lo golpeamos
por tercera vez, nos comenzamos a reír por la situación tan absurda. El
señor se puso furioso, y nos insultó en su idioma levantando los brazos
amenazándonos.
Michael soltó una risotada y se llevó una servilleta a la boca para
limpiarse.
—¿Estás jodiéndome?
—Claro que no. Te juro que pensé que sacaría un sable y nos haría
cachitos. Al final parece que lo que le molestó fue que nos riéramos, no que
lo atropelláramos. Nos dijo un montón de groserías solo por ser mujeres.
Salimos corriendo y sin ganas de volver a verlo.
Solo de recordarlo todavía se le ponía la piel de gallina.
Le tomó la mano y la miró infundiéndole confianza.
—Se que hay historias rondando por ahí, pero en nuestro hotel
estamos muy preocupados porque las mujeres sean tratadas con respeto, su
seguridad es vital. Sabemos que viajan personas que no conocen las leyes
locales y no queremos que se metan en un problema. No seas cobarde, es un
lugar maravilloso, además viajas con tu esposo. Te daré permiso de hacer lo
que quieras —declaró con una sonrisita burlona.
—Vaya, ¡qué magnánimo!
—Eso sí, nada de escotes como esos que luces, ni faldas cortas, y,
debes caminar detrás de mí, mirando al piso —dijo con seriedad.
—¿Es una broma? —exclamó ofendida.
Michael rompió el silencio riendo a carcajadas.
—Deberías de ver tu cara en este momento. Eres demasiado
expresiva —se burló sacudiendo la cabeza.
—¿Así que tienes sentido del humor? —replicó entrecerrando los
ojos.
—Estoy aprendiendo.
Michael tomó la taza de café y le dio otro trago. Charlar mientras
compartían los alimentos, le gustó más de lo que podía admitir.
—¡Qué conste! Si termino en la cárcel, será tu responsabilidad
sacarme de ahí —le advirtió con un tono juguetón.
—Prometo que no te dejaré en la cárcel —anunció y se llevó la
mano al corazón.
Carolina agarró la servilleta de tela y se limpió los labios. El
restaurante estaba tranquilo, sin darse cuenta tenían más de dos horas
sentados conversando.
—Tu madre dijo que compraste un apartamento.
—Es verdad, en un mes estará listo. Planeo vivir en la ciudad por
varios años, pero seguiré viajando cuando lo necesite, pero quiero alejarme
de Londres —admitió con una mueca.
Esperaba que estando lejos se olvidaran de sus andanzas.
—¿Cuánto tiempo estaremos ahí?
Michael se lamió los labios, descansó los codos sobre la mesa y unió
sus palmas, sopesando lo que le diría a Carolina. Lo pensó mucho y estaba
convencido que era lo mejor.
—Con respecto al tiempo, creo que lo mejor será estar juntos por
varios meses para no levantar más sospechas.
—¿De cuántos meses estamos hablando?
—Creo que, si permanecemos juntos un año, y luego nos separamos,
será más creíble para mi familia —dijo en tono bajo.
Carolina abrió los ojos sorprendida.
—¡Un año es muchísimo tiempo! —se quejó.
—Lo sé, pero si nos separamos antes, levantaré sospechas con mi
padre y la junta directiva —admitió y se llevó las manos a la cabeza.
Todavía no era nombrado oficialmente, así que tenía que caminar
con pies de plomo.
—¿Y mi trabajo? David estuvo de acuerdo en darme vacaciones,
pero un año completo es demasiado fuera.
—Por eso no te preocupes, imagina que estás tomándote un año
sabático.
—Claro que me preocupo, además tendré que regresar a casa de
Ángela a recoger a Frida, no puedo dejarla tirada —le explicó.
—Frida es tu mascota, ¿verdad?
—Sí, está solita. Bueno, está con mi amiga, pero nunca la dejé por
tanto tiempo.
—Por el momento me temo que no será posible llevarla con
nosotros. Nos marchamos mañana, y para ingresar a Dubái con un animal,
tenemos que llenar una serie de requisitos que duran en aprobar.
—Pero ella tiene todas sus vacunas, puede entrar a Estados Unidos
sin problema —se quejó.
—No es que no quiera que te la lleves, pero podemos iniciar los
trámites y luego mandamos por ella —le explicó.
Hizo una mueca y descansó su mentón sobre su mano.
—Olvídate, si no viaja con alguien conocido se estresaría.
—Te propongo que le pidas a tu amiga, que nos alcance en Dubái y
tome unas vacaciones.
Carolina sonrió de oreja a oreja.
—Se va a poner loca de contenta, le preguntaré si puede pedir
vacaciones en su trabajo.
—¿Vas a decirle a tu hermano?
—Si, tengo que avisarle.
Michael asintió y le dio un beso en los labios. Terminaron su café y
luego se marcharon a la habitación para descansar, Carolina buscaría a
Alex, porque lo del viaje era muy en serio.

Alex pegó el grito en el cielo cuando Carolina le dijo que se


marcharía a Dubái con Michael, pero al final entendió la situación. Ellos
también se enteraron de que su matrimonio estaba en las redes sociales y
sitios de chismes. Así que quedarse no era una opción viable, Claude le
aseguró que Michael era un buen hombre y cuidaría de ella, pero, aun así,
estaba preocupado por su hermana.
Carolina se despidió y le prometió que asistiría a su boda en París en
seis meses, que no se preocupara por ella. Se abrazaron y derramaron unas
cuantas lágrimas. El joven se mostró más comprensivo por lo que Carolina
se marchó contenta, hasta hicieron planes para festejar su despedida de
soltero cuando se volvieran a ver.
En el aeropuerto internacional de Dubái, una limosina los recogió
para llevarlos al hotel, que sería su residencia hasta que el apartamento
estuviera listo.
La construcción del Casino y la remodelación del hotel duraría entre
dos a tres años, por eso la decisión de hacer de la ciudad su dirección
permanente.
Pam, la hermana menor de Michael insistió en acompañarlos, a
pesar de que Michael se opuso, su madre le convenció que sería buena
compañía para Carolina, ya que una vez que regresara al trabajo, se
quedaría prácticamente sola todo el día. Este cedió con la condición de que
su hermana se alojaría en una suite contigua, porque no estaba dispuesto a
perder la privacidad con su esposa.
Michael se quitó el saco y lo dejó sobre el respaldo del diván de la
recámara.
—Estoy muerta —gimió Carolina y se dejó caer sobre el colchón.
Estaba atardeciendo y el sol bajaba sobre la bahía. La suite estaba en
los últimos pisos del hotel, por lo que las vistas eran majestuosas.
—¿No pensé que tuvieras miedo de volar?
—No es miedo, es que fueron más de veinte malditas horas de vuelo
entre tormentas y vientos huracanados —se quejó y levantó los brazos sobre
la cabeza.
Hubo una aviso de tormenta apenas despegaron de Los Ángeles, por
lo que el vuelo fue caótico. Llegaron a ese aeropuerto, porque ahí rentó un
avión privado que los llevó a Dubái, ya que su avión seguía en Londres.
Michael soltó una risa y sacudió la cabeza, él estaba acostumbrado a
vuelos accidentados. Se quitó la camisa, los pantalones y se acostó a su
lado. Cogió una de las almohadas y se la puso detrás de la cabeza.
—Entonces hoy podemos retozar toda la tarde, casi es hora del té y
nos pueden traer una degustación de postres —le propuso.
Sonrió con picardía y contestó: —Consígueme un latte y comeré
todo lo que traigan, ahora necesito una ducha.
Carolina se incorporó y comenzó a deshacerse de la ropa.
—Suena bien una ducha —aceptó Michael mirando con lujuria
como se desnudaba.
—¿Qué pasa con tu hermana? —preguntó preocupada por Pam.
—Dormirá hasta mañana, y si no, que se entretenga sola —dijo con
un movimiento de manos restándole importancia.
—Tu madre me pidió que la cuidara.
—¡Por Dios! Tiene veinte años, es una mujer que sabe lo que hace,
y ha viajado sola desde los quince. Mi madre está exagerando —clamó con
un dejo de molestia.
—Sí, pero yo tengo casi treinta y tres. Creo que he vivido más
tiempo.
—Vaya, eres una cougar. Yo apenas tengo veintinueve —expuso con
sorna.
Carolina, tiró la blusa al piso y le miró torciendo los ojos.
—Pues te ves bastante traqueteado.
—Me estás acabando —dijo en tono exagerado.
A Carolina le gustaba el Michael bromista que solo aparecía cuando
estaban solos.
—A mí no me heches la culpa, eso se debe a tu vida de hedonista y
tu larga lista de conquistas —le aseguró.
—¿Estuviste stalkeándome? —replicó enarcando una ceja.
Se cruzó de brazos y levantó los hombros con indiferencia.
—Mi amiga Ángela me mandó algunas ligas interesantes, parece
que las preferías rubias y de ojos azules. Si las juntas a todas parecen
hermanas, ¿no te confundías? —le dijo con sarcasmo.
—No sabía que hubiera tanta información de mi en internet —
contestó omitiendo la pregunta.
—Cuando eres un golfo, das mucho material a los paparazis —le
acusó torciendo los ojos.
Michael desfilaba por eventos y cenas, con una mujer diferente del
brazo, y por eso lo seguían en cuanto llegaba a Londres. Este levantó las
manos en son de paz ante las acusaciones de Carolina.
—Recuerda que el pasado no importa, ahora soy un hombre casado
—dijo con dramatismo.
—¡Cállate, ridículo!
Ladeó la cabeza y enarcó una ceja.
—Le debes respeto a tu hombre, o te mandaré azotar ese culo
esponjoso que tienes —le advirtió en tono teatral.
—¡Por supuesto que mi culo te parece esponjoso! Si salías con
modelos talla cero.
Carolina se encaminó hacia el baño, Michael la alcanzó y la abrazó.
—Y este culo me encanta —aceptó y apretó sus nalgas con fuerza.
—Eres de los que no hay.
La besó con devoción y se metieron al baño. Esa ducha se puso
interesante, nada como coger en la regadera, se estaba haciendo un férreo
aficionado.
Capítulo 20
Dubái, una ciudad de ensueño

C arolina quedó maravillada con la


ciudad. Admitió abiertamente que
sus miedos estaban infundados.
Mientras Michael trabajaba, ella y Pam salían a recorrer los sitios más
emblemáticos y se estaban divirtiendo a lo grande.
Las dos mujeres se llevaban de maravilla. Aunque al principio Pam
era un poco acartonada, poco a poco se fue relajando a su lado. Un chofer
las llevaba a todos los sitios a los que deseaban ir. Incluso fueron a esquiar a
un centro comercial y visitaron un parque acuático, además cuando no
salían del hotel caminaban por la playa y pasaban la tarde en la piscina, o se
iban al spa.
Carolina miraba a Pam como su hermana menor. Se dio cuenta que
lejos de la influencia de su madre y su hermana, era una chica sensible que
le encantaba la aventura.
Michael regresaba siempre después de las ocho de la noche y lo
esperaba con ansias, para contarle en la cena todo lo que habían hecho
durante el día. Cenaban solos en la suite, y por lo regular terminaban
haciendo el amor.
Ese día se encontraban en Dubái Mall. Recorrieron Fashion Avenue,
una sección super exclusiva del centro comercial. Donde no había tanta
gente deambulando. Ahí entraron a la boutique Louis Vuitton, porque Pam
quería comprar unos tenis nuevos.
Carolina mientras esperaba miraba los diferentes estilos de zapatos
de los aparadores. Ella no compró mucho, la mayoría de la ropa que llevó a
los Cabos le sirvió perfectamente. El clima era bastante parecido y estaban
a unos agradables veinticuatro grados centígrados.
—¡Esos zapatos cuestan dos mil dólares, y están horribles! —
masculló Carolina llena de horror cuando miró el precio de unos zapatos
que parecían de Frankenstein.
En su vida se pondría algo como eso.
Pam se acercó con unos zapatos deportivos en la mano, eran blancos
con unas letras enormes por un costado, que anunciaba la marca.
—Ya los encontré, ¿qué te parecen? —declaró sonriente
mostrándoselos a su cuñada, esta los observó y arrugó la nariz.
—Vaya, pues no tienen nada del otro mundo, ni siquiera tienen aire
—mencionó.
—Eso no es lo importante.
—¿Cómo no va a ser importante, si quieres correr con ellos?
—La imagen lo es todo —replicó con una mueca.
—Entiendo que tienes dinero, pero el precio es ridículo, si de por si
son caros, aquí lo son más. Pagar por unos tenis más de siete mil dirhams,
es obsceno —alegó escandalizada, al tipo de cambio eran más de dos mil
dólares —. Es más, parecen skechers si no fuera por las letras.
Pam abrió los ojos ofendida y levantó un zapato apuntándola.
—Retira lo que acabas de decir —clamó con un acento británico,
que le causó gracia.
Pero Carolina no se retractó, sacó el móvil y entró al portal de
skechers donde encontró los zapatos y se los enseñó.
—¿Ves?, se parecen un montón y cuestan sesenta dólares —le hizo
ver.
—Pero la calidad es infinitamente inferior —le dijo ceñuda
cruzándose de brazos convencida.
—Mira, por mí, compra lo que quieras, solo te estoy dando mi
opinión porque me la pediste.
Pam no desistió, en cuanto llegó una dependienta le pidió unos de su
talla para medírselos. Así que se sentaron en uno de los sofás para esperar.
Carolina dejó su bolso sobre la mesilla y tomó una botella de agua
que estaba dispuesta para los clientes. Si lo querías, te servían café, té o un
refrigerio. Con lo que costaba todo, no le extrañaba que fueran tan
bondadosos.
—¿Deberías de comprar otro bolso? —le sugirió la rubia cruzándose
de piernas.
—¿Qué tiene de malo el mío? —miró su bolso marca Guess. Lo
compró porque le encantó y estaba un super precio.
—Hay unos crossbody super prácticos, ideales para nuestras visitas
por la ciudad. Ese bolso es de asa y tienes que sostenerlo —le aseguró y de
inmediato fue por el bolso al que se refería y se lo entregó.
Carolina entrecerró los ojos y comenzó a revisarlo. Era cuadrado de
color negro y con la L y la V, bordadas al frente. Tenía muchos bolsillos
para guardar el móvil, la cartera y hasta el lápiz de labios. La correa era de
tela y parecía cómoda, si la cruzabas de lado sobre tu cuerpo.
Tenía que admitir que era práctica y estaba bonita. Soltó un suspiro
y la volteó para mirar el precio. Abrió los ojos espantada. Costaba la
ridícula cantidad de seis mil dólares.
—¡Cristo bendito! Entiendo que son de piel, pero la piel es de vaca,
¿qué acaso son vacas sagradas de la India? —expresó con horror.
Pam soltó una risotada llevándose las manos a la boca. Si su madre
la miraba en ese momento perdiendo la compostura, le diría que era una
mujer sin clase. Pero estaba libre, haciendo cosas que nunca había hecho
antes. En compañía de Carolina se sentía relajada sin preocuparse por nada
más.
—No creo que sean vacas sagradas, pero no es para tanto —dijo
despreocupada.
—Para ti, pero si yo compro esto, me iré derechito al infierno y me
quedaré en la ruina —clamó y la mujer de a un lado la miró de arriba abajo.
Luego le sonrió casi con lástima.
«¡Debe pensar que soy una pobretona, pero es que lo soy!», farfulló
en español, Pam odiaba que hiciera eso porque no le entendía, en eso era
parecida a su hermano.
—No seas pesada, yo he hecho cosas que nunca pensé que haría,
pero te he seguido el juego. Ahora hazlo tú, y cómpralo. Traes una tarjeta
que te entregó Michael, te aseguro que ni siquiera se dará cuenta.
—¡Oye! Sí he comprado cosas —se defendió ofendida.
—De marcas comunes que nunca usaría, y el resto son cosas para mi
hermano —le recordó enarcando una ceja.
—Eres una snob.
—¡Por supuesto que lo soy! —dijo ofuscada.
—Está bien, pero nos compraremos una dona y un latte de postre en
dunkin donuts, que está en el piso de abajo —la retó con una sonrisa
diabólica.
—Eres un ser despreciable —expuso con indignación.
—Una dona rellena de crema pastelera. ¡Yumi, yumi! Sé que te
encantan, admítelo.
—Solo por eso me pagarás los tenis.
—¡Oye no te pases!, ¿tu papi no te dio tu propia tarjeta de crédito?
—le cuestionó burlándose.
Aunque Carolina pensaba que Pam era medio mamona, se llevaban
muy bien. Al final la comprendía, estaba acostumbrada a gastar sin frenos.
—Por supuesto, pero es que quiero comprar este reloj —le dijo
levantando su manga. Era un smartwatch que acababa de lanzar.
—¡Eres una compradora compulsiva! —la acusó.
—Lo necesito para monitorear mi ritmo cardiaco —se justificó y
Carolina ladeó la cabeza incrédula.
Luego de medirse los tenis, fueron a pagar a la caja.

Cuando Michael volvió del trabajo un par de horas antes de lo


normal se encontró en la sala de estar a Carolina acompañada de su
hermana. Había un servicio de café en la mesa de centro y cada una tenía un
vaso de cartón en las manos.
Si Lorraine viera que Pam ya no tomaba té como era su costumbre,
le daría un infarto, y de paso acusaría a su esposa de estarla corrompiendo.
—Vaya, ¿así que ahora preferimos un latte en lugar de un té Earl
Grey? Hermana, casi no te conozco —la criticó y se sentó a un lado de
Carolina que bebía su café quitada de la pena.
—Puedo tomar otras bebidas, hermano. O dime tú, que preferiste
cambiar de gustos por unos menos ingleses —replicó con sarcasmo.
—En eso te concedo razón. Es bueno cambiar de sabor para variar
—le contestó enarcando una ceja y le dio un beso en el hombro a Carolina,
que los miró entrecerrando los ojos.
Dejó su café en la mesilla y tomó una cajita de cartón con el logo de
dunkin donuts.
—Porque presiento que ya no estamos hablando de bebidas.
—No te hagas películas en la cabeza, cuñada.
—Pero díganme, luego de pedir en Miller’s el desayuno árabe,
¿todavía se compraron unas donas?
Carolina abrió la caja y el olor a canela golpeó la nariz de Michael.
Ella tomó una pequeña bolita de masa frita y se la ofreció.
—Tu mujer es peligrosa, ¡me hizo comer donas! —se quejó como si
fuera un pecado capital.
—Déjame probar eso —le pidió y abrió la boca para recibirla. La
masticó cerrando los ojos y soltó un suspiro.
—No puedo creerlo, también sucumbiste a sus artimañas.
—¡Ay, por favor! ¿A quién no le gusta la masa frita? Además,
hemos hecho muchísimo ejercicio —se justificó —. Pero dime esposo,
¿cómo diablos sabes que desayunamos en Miller’s? —preguntó con
curiosidad. Dejó la caja sobre la mesa y se limpió las manos llenas de
azúcar.
—Eres tan lista y tan tonta para otras cosas —declaró Pam y sacudió
la cabeza.
Carolina la miró sin entender y Michael al verla perdida, le tomó las
manos para explicarle: —Aparte del chofer, hay dos hombres siguiéndolas
de forma discreta.
—¿Por qué?
—Por seguridad.
—Tengo que reconocer que tenía mis reservas, pero debo admitir
que aquí es muy seguro.
—No importa, Pam tiene su propia seguridad en casa, mi padre no
la dejaría sola y ahora tampoco puedes andar sin seguridad.
—¿Por eso supiste que me caí en la pista de patinaje? —voceó y se
llevó las manos a la boca sorprendida.
—Hasta me enviaron un video —admitió con descaro.
Se cruzó de brazos enojada y la atrapó en un abrazo.
—No es porque no te tenga confianza, pero si te pasa algo me
dolería demasiado —susurró en su oído y Carolina, sintió una sensación de
calidez que le recorrió el cuerpo.
Sonrió tontamente y se pegó a su costado disfrutando de su cercanía.
Se estaba enamorando y le daba mucho miedo pensar en el futuro, porque
cuando todo terminara iba a sufrir demasiado.
—Entiendo —susurró.
Al levantar la mirada, Michael se encontró con el rostro de su
hermana cruzada de brazos que lo veía con desaprobación. No comprendió
porque estaba incómoda con la cercanía con su esposa, y eso le molestó.
—Pam es mejor que te marches a tu suite, porque voy a aprovechar,
que regresé temprano para pasar la tarde con mi esposa. Si me entiendes,
¿verdad?
Carolina le miró reprendiéndole por ser grosero, pero le importó una
mierda. La joven se levantó haciendo una pataleta y se marchó azotando la
puerta.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué la corriste así?
—Quiero estar solo contigo, es todo.
Por desgracia no quiso decirle que su hermana tenía algunas
actitudes que no le gustaban, porque podían ser paranoias suyas, y no quería
arruinar su amistad.
Carolina sonrió y acarició la mandíbula de su esposo que cerró los
ojos, y la abrazó con fuerza.
No podía creer que se ablandara con tan solo una caricia tan
inocente, era como si estuviera necesitado de cariño. Era maravilloso tener
a una mujer que lo tratara con esa ternura que nunca había experimentado
antes.
Estaba de malas, cansado de reuniones interminables, de revisar
presupuestos y discutir con los gestores de los permisos de construcción.
Quería llegar y que su esposa estuviera solo para él.
—Hay forma de pedir las cosas, estaba a punto de irse —le aseguró
Carolina conciliadora.
—Discúlpame, es que vengo un poco molesto —le confesó y dejó
salir un suspiro.
—¿Qué ocurre?
—Tengo que viajar a Londres, mi padre me pidió que vaya a firmar
los papeles que oficialmente me dejan a cargo.
—Pero esas son buenas noticias, ¿qué no?
—Por supuesto, pero me jode que no me consulte, quiere que salga
corriendo en cuanto me truena los dedos. Además, me hubiera gustado que
fueras conmigo.
—No podría, es el cumpleaños de Pam —le recordó.
—No comprendo por qué demonios quieren festejar aquí.
—Tu hermana quiere ir a cenar a un restaurante muy exclusivo y las
reservaciones son muy complicadas de conseguir —le explicó.
—Te diría que la mandes al diablo, pero viene mi madre, es como si
estuvieran confabuladas en mi contra.
—No digas sandeces. Pam está emocionada porque ya tendrá
veintiuno.
—Como si eso fuera un impedimento para emborracharse y hacer
cosas indecentes —declaró entre dientes.
—No seas malo —lo reprendió, pero el hombre solo torció los ojos.
Si Carolina supiera a las fiestas que su hermanita asistía en casa, no
estaría defendiéndola.
—Pues ya que te quedas, el lunes entregan el departamento.
¿Podrías ir a revisarlo?, y si hay algo que no te guste, informarle a la
decoradora —le pidió.
—¿Confías en mi gusto?
—Por supuesto.
—Será un honor supervisar tu loft.
—¿Qué te parece que regresando nos tomamos unos días libres? —
le propuso.
—¿En serio?
—Recuerdo que alguien quiere conocer Santorini y Creta —anunció
Michael y ella pegó un alarido de la emoción, se giró y le besó emocionada.
—Necesitaré ir de compras.
—Compra lo que necesites, haremos un recorrido en yate.
—Gracias, vas a cumplir uno de mis sueños —dijo con entusiasmo.
El viaje de Ángela se pospuso porque no le dieron permiso en su
trabajo, así que tendría que esperar hasta la boda de su hermano para verla a
ella y a su princesa. Eso sí, todos los días le llamaba y hablaba con las dos.
Capítulo 21
Te extraño mi amor

C arolina se sentía patética, apenas


habían transcurrido dos días
desde que Michael se marchó, y
estaba sufriendo por su ausencia. Le llamó en cuanto aterrizó y aunque era
de madrugada estuvo esperando que lo hiciera. No podía creer que fue
capaz de estar pegada al teléfono ocho largas horas, y solo hasta que
escuchó su voz pudo dormir.
Estar lejos de él, era como si le faltara el aire y por eso quería
abofetearse. No tenía que apegarse a su presencia, pero por desgracia no
pudo evitarlo. En su defensa podía decir, que Michael era el culpable,
porque se portaba tan amoroso y cariñoso, que se creyó todo el cuento de
que eran un matrimonio feliz.
Era su príncipe encantador, que llegó para darle lo que toda mujer
quería. No solo el mejor sexo de su vida, tenían una conexión que todos los
días se fortalecía.
Estaba sentada frente el tocador de la habitación. Aunque no se
sentía de ánimos, iría con ellas a cenar al hotel Burj Al Arab. Pam no se
merecía un desaire de su parte.
Se levantó y se miró en el espejo por última vez. El vestido era
bastante corto. Un poco incómoda jaló el dobladillo, era negro de
lentejuelas con tirantes delgados y un escote pronunciado.
La rubia tomó otro igual, pero de color plateado, porque alegó que
irían iguales. Las mujeres eran como el agua y el aceite, pero quiso darle
gusto.
Aunque no hacía frío, compró un saco negro cruzado, porque ni loca
saldría así del hotel mostrando esa cantidad de piel.
Para su sorpresa, en la sala además de Pam y Lorraine, también
estaba Helen acompañada de Madison.
«¡Perfecto, solo esto me faltaba!», pensó, pero sonrió ampliamente.
—Buenas noches —saludó al acercarse sin hacer contacto físico.
Ella estaba acostumbrada a saludar de beso a todos sus conocidos,
pero esas mujeres eran bastante secas.
—Buenas noches —respondió su suegra y el resto la miraron de
arriba a abajo.
—Mírate, luces ardiente. Tal vez esta noche tengas suerte —anunció
Madison y le guiñó un ojo con una sonrisa de complicidad.
Carolina frunció el entrecejo sin entender su comentario.
—Soy una mujer casada, ¿qué no lo recuerdas? —se quejó por lo
desafortunado de su insinuación.
—¡Es una broma, relájate! —declaró Pam, pero no le gustó el tono
burlón de ninguna de las dos.
—Niñas dejen de molestar a Carolina. Les aseguro que a su
hermano no le gustaría enterarse, que su esposa va a ligar a un club,
mientras no está en la ciudad —expuso Lorraine.
La realidad era que las tres juntas eran bastante pesaditas, adiós a la
Pam divertida que le hizo compañía por casi un mes.
—Vaya, no sabía que vendrían las dos —admitió desconcertada y se
cruzó de brazos.
—Fue de último momento, vinimos en el avión de papá —le
informó Helen.
Pam le dijo que Helen no asistiría a su cumpleaños porque tenía un
evento en Milán, donde acompañaría a su amiga Madison, pero ahí estaban.
Tanto Madison como Helen, llevaban un vestido diminuto listas para
ir al club. Esperaba que no se quisieran saltar la cena, porque casi no
comían, pero bebían como cosacos.
Abrió un cajón de la credencia y sacó un regalo. Lo compró con
mucha ilusión para Pam, no era muy costoso, pero sabía que le gustaría.
—¡Feliz cumpleaños! —dijo con entusiasmo y le entregó el paquete
ansiosa por que lo abriera.
—Muchas gracias, no te hubieras molestado —respondió la joven
mirando a las otras mujeres presentes.
—Espero que te guste.
—Rómpelo, muero por saber que te regaló Carolina —insistió
Madison.
Pam desbarató el envoltorio y sacó la pulsera de oro que por medio
de una cadenilla del mismo material conectaba con un anillo. La vieron en
el mercadillo, y aunque le gustó no quiso comprarla.
—Gracias —contestó tartamudeando y miró a su madre de reojo.
—Parece que estuvieron bastante ocupadas estas semanas —
mencionó Lorraine. Se acomodó el cabello de forma sistemática y la chica
tragó saliva nerviosa.
—Es mejor que nos marchemos porque tenemos la reserva las ocho
—les recordó Pam quitándole hierro al asunto.
Carolina tomó el saco, cogió el móvil y lo metió en un pequeño
bolso de mano, después de eso todas abandonaron la suite en un silencio
incómodo.

El restaurante Al Mahara era espectacular, las mesas estaban


dispuestas alrededor de una enorme pecera cilíndrica ubicada en el centro
del lugar. Ingresaron por una especie de túnel dorado que simulaba una
ostra gigante. La especialidad eran los mariscos.
Las sentaron y de inmediato les llevaron una botella de champaña
que descorchó el mesero.
Helen aprovechó para hacer un brindis.
—Porque mi hermanita por fin podrá beber y jugar sin restricciones
en las Vegas —anunció —. Carolina puede ser nuestra guía, ya que conoce
la ciudad de madrugada, ¿verdad?
La morena casi se ahogó con el líquido burbujeante, porque la muy
canija hizo referencia a su boda.
—Por supuesto, chicas. Cuando quieran —dijo disimulando su
incomodidad.
Pidieron la cena. Como aperitivos les llevaron ostras que colocaron
al centro y un poco de caviar en pequeños platitos dorados, que Carolina
contempló con repulsión.
—Así que cuéntame, querida. ¿Has hablado con mi hijo?
—Hace unas horas. Me dijo que irá a una cena.
Madison soltó una risita burlesca y Carolina la miró enarcando una
ceja.
«¡Esta estúpida, ya me cayó de a madres!», pensó apretando los
dientes.
La rubia solo había hecho comentarios odiosos, parece que Carolina
juzgó a la ligera la repulsión que le tenía Michael.
Lorraine carraspeó para que se dejaran de reír y las fulminó con una
mirada de advertencia.
—Sí, lo recuerdo, no podía dejar de ir. Es un evento de beneficencia,
son compromisos en nombre de la familia.
—Entiendo.
—Esos eventos son muy aburridos —agregó Pam.
—Pero son importantes, tenemos una responsabilidad con la
sociedad —recalcó su suegra y sus cuñadas torcieron los ojos —. Espero
que la cena se de tu agrado —declaró condescendiente.
—Me encantan los camarones —contestó educada y sacó su móvil
para revisar los mensajes.
El resto de la velada Lorraine se la pasó interrogando a Pam, que
contestaba con evasivas a su madre. Carolina realmente no entendió porque
tanto jodido problema y hasta se sintió mal por ella.
Apenas terminaron de cenar Carolina propuso que le llevaran un
trozo de pastel a Pam con una velita, pero las mujeres la miraron con horror,
así que dejó el asunto por la paz.
Cuando Carolina regresó del servicio, se dio cuenta que su suegra ya
no estaba en la mesa.
—¿Dónde está tu madre?
—Le comenzó a doler la cabeza y se marchó —le informó Pam.
—¡Oh, podría haberla acompañado!
—¡Claro que no! No seas tonta, ahora es cuando vamos a
divertirnos —anunció Madison con una sonrisa de oreja a oreja.
Estuvo a punto de contestarle que la tonta era ella, pero se contuvo,
no quiso hacer una escena. En un par de horas regresaría al hotel, y nunca
saldría con ellas otra vez.
Tomaron el elevador y llegaron al club Sky, llamado así porque
estaba ubicado en la parte más alta de la torre.
Ahora estaban en una sala lounge privada en una especie de balcón,
de donde se miraba todo el lugar. La música era escandalosamente alta. Los
rayos láser que apuntaban en todas direcciones sobresalían en esa
penumbra, junto con el humo que inundaba el espacio.
Madison anunció que iría al servicio y cuando regresó no lo hizo
sola. Cuatro hombres llegaron con ella riéndose como si le hubieran
contado un puto chiste.
Carolina se removió incómoda y se replegó en el sofá para que
pudieran sentarse.
—Chicas, estos son unos amigos que me encontré, vienen de
Londres —gritó y las hermanas de Michael asintieron complacidas.
Los hombres se presentaron. Uno de ellos era el hijo de un lord y el
resto formaba parte del círculo de amigos de sus padres.
A Carolina no le cayeron nada bien, así que los saludó con un gesto
distante.
«¡Definitivamente no fue la mejor idea venir aquí!» farfulló.
En su opinión todos tenían cara de cabrones y las manos demasiado
largas, porque miró como un tipo agarraba por la cintura a Helen con
demasiada familiaridad, y para su sorpresa ella ni siquiera se quejó. Al
contrario, parecía estar encantada.
Uno de ellos se acercó a Carolina y le ofreció otra copa de
champaña, pero ella declinó su oferta. Era suficiente alcohol por una noche.
—¿Así que eres la flamante esposa de Michael Waldorf? —le
preguntó burlón y se sentó a su lado sin siquiera preguntar si podía hacerlo.
Carolina se cruzó de brazos y se alejó un poco, porque su tonito no
le gustó nada. Era rubio con ojos castaños, atractivo, pero era evidente que
era un pendejo pretencioso.
—Sí, ¿cuál es el problema? —replicó a la defensiva.
—Solo tenía curiosidad por conocer a la esposa del heredero de los
Waldorf. No es que tenga una buena relación con él, pero nos movemos en
los mismo círculos y, no eres precisamente su tipo.
Ella se encogió de hombros y le restó importancia, la verdad era que
le importaba una mierda la opinión ese idiota.
—Que puedo decirte, todos podemos cambiar de opinión —dijo con
ironía.
—¿Estás segura? —le increpó y ella sacudió la cabeza.
«¿A qué viene ese comentario?»
Por supuesto que tenía bien claro que no era el tipo de mujer con el
que Michael se relacionaba, pero tampoco era agradable que se lo
restregaran en la cara. Por primera vez en su vida, no le importó ser grosera
y lo ignoró olímpicamente, cambiándose de lugar.
Sacó su móvil y grabó un video corto donde aparecían las chicas y
los imbéciles que estaban como moscas sobre ellas, luego se lo envió a
Ángela junto con varios mensajes.
Madison se acercó y levantó su móvil para que lo mirara.
—Mira, tu adorado esposo no perdió el tiempo —alardeó
levantando una ceja.
Se reprodujo un video donde aparecía Michael saliendo de un
restaurante con una rubia a su lado.
—Él me dijo que saldría a cenar —respondió molesta.
Todos le miraron expectantes y se sintió acosada. Era como si la
estuviera provocando.
—Ir acompañado con una de sus examantes, no es de muy buen
gusto que digamos —insistió Madison.
—No puedo juzgarlo por que una mujer camina a su lado, aunque
haya sido su amante. Ahora si me disculpan, voy al servicio —expuso y le
levantó para alejarse de esos cabrones.
Estaba decidido, se marcharía de ese sitio. No recibiría mierda de
nadie.
Capítulo 22
La trampa

C arolina se despertó desorientada.


Sus extremidades se sentían laxas
y entumecidas. La cabeza le
palpitaba y sus ojos estaban muy sensibles a la luz. Cuando intentó
levantarse, un cuerpo se lo impidió y eso la llenó de pánico.
—¿Qué es lo que está pasando aquí? —un grito inundó la
habitación, que sacó a Carolina de su nube de estupor.
Alguien le agarró con violencia del cabello, enterrándole los dedos
dolorosamente y gritó cuando su cara impactó contra las baldosas del suelo.
Sollozó sin entender qué era lo que estaba pasando. Sin poder
moverse, yacía desnuda a la vista de los hombres, que ingresaron a la
habitación desconocida donde se encontraba.
Levantó ligeramente la cabeza y pudo ver al padre de Michael, junto
con otros tres sujetos vestidos con uniforme color café, eran oficiales.
Ella no lo sabía, pero estaba en una suite del hotel Burj Al Arab,
donde pasó la noche.
«¡No entiendo por qué estoy desnuda y por qué me están
agrediendo!», gritó en su mente sin poder emitir sonido alguno.
Se encontró con la mirada desaprobatoria del padre de William y en
su desesperación hizo lo único que podía hacer, pedir ayuda.
—Ayúdeme —suplicó en un susurro ahogado por un sollozo, pero
para su total sorpresa, el hombre se acercó y la miró con desprecio.
—¡Eres una basura! ¿Cómo fuiste capaz de engañar a mi hijo? —
vociferó con encono.
No comprendió su acusación, su mente estaba confusa y su cuerpo
seguía semiparalizado.
—No… no sé dónde estoy —balbuceó desorientada entre lágrimas.
El anciano que creyó que era gentil, la sujetó del cuello con furia y
la levantó con brusquedad para que mirara sobre la cama al hombre que
estaba sentado con una sonrisa burlona, exponiendo su propia desnudez.
Abrió los ojos y pegó un grito de horror. Era el rubio que se le acercó en el
club, amigo de Madison.
—Nooo, yo noo… —balbuceó llena de vergüenza, intentando
cubrirse los senos, pero fue inútil.
—¡Eres una puta que te acostaste con ese hombre después de que
saliste borracha del club, dejando a mis hijas solas! —le reclamó lleno de
ira y la tiró de nuevo sobre el suelo.
Su corazón latió acelerado.
Tenía miedo, muchísimo miedo.
«¡Esto no puede estar pasándome!», gimió de dolor y se hizo un
ovillo.
—No recuerdo nada, se lo juro, yo no hice nada malo —clamó, pero
ninguno de los hombres hizo nada por ayudarla.
—No somos desconocidos, señor Waldorf —declaró el hombre con
descaro —. Carolina vino conmigo de buena gana, se nos pasaron las copas
y una cosa llevó a la otra…
—¡Eso es mentira! —bramó.
—¿Admites que te acostaste con él?
No podía recordar lo que había ocurrido, aunque estaba desnuda no
quería creer que tuvo relaciones con ese hombre. Era imposible, al menos
no por su gusto. ¿Cómo podría? si estaba inconsciente.
—Lo único que admito es que lo que ocurrió aquí, no fue con mi
consentimiento —clamó entre sollozos, sin levantar la cabeza.
Comenzó a rezar y se llevó las manos a su pecho, balanceándose
llena de desesperación. El dolor que sintió era tan intenso, que no podía
respirar. Solo quería desaparecer y estar en un lugar diferente.
—¡Dios, no! Esto no puede estar pasando —farfulló con horror.
El cuadro era terrible, se sintió perdida. Era como estar en medio de
una pesadilla. Estaba tan ensimismada ocultándose de la vista de todos, que
no se dio cuenta que un par de hombres entraron con una túnica en las
manos.
—Ahí tienen, esa mujer tuvo relaciones sexuales con ese hombre —
anunció William a los oficiales que tomaron nota de la escena.
—¿Es su esposo? —preguntó en inglés uno de los hombres que se
acercó, con un acento marcado.
—¡Por supuesto que no! —gimió desgarrada.
—Señora, está arrestada por adulterio.
—¿Están locos? Ni siquiera sé cómo llegué aquí, ese hombre me
hizo algo —señaló con un bramido, pero eso no era importante para ellos,
ante la ley era culpable.
La sujetaron entre dos de los policías. Le pusieron una bata negra y
luego cubrieron su cabeza.
William se dio la media vuelta y dejó la habitación entre los gritos
de Carolina, cuando salió al corredor se encontró con otro de los oficiales.
—Quiero mucha discreción en esto, es una mancha para mi familia.
No quiero que aparezca nuestro apellido —le indicó al oficial que asintió.
Le entregó una copia de su pasaporte, uno de los documentos que
usó para el registro del contrato que firmó con Michael y un sobre con una
fuerte suma de dinero para que resolvieran todo.
Al sacarla a rastras miró a su suegro y perdió la poca cordura que le
quedaba.
—¡Es un maldito desgraciado! —vociferó resistiéndose.
Un golpe en el estómago le sacó el aire y dejó de gritar.
William se alejó con una sonrisa de satisfacción. Todo salió a la
perfección. Esa mujer ya no sería un problema para su familia.
La sacaron por el área de servicio del hotel, para que no se hiciera
un escándalo. En el estacionamiento la subieron a una patrulla, pero como
opuso resistencia uno de los hombres impactó su cabeza contra el vehículo
y perdió la consciencia.

La llevaron a la prisión de mujeres y la metieron en una celda. Unas


horas después abrió los ojos y se encontró en un lugar oscuro, con paredes
grises sin una sola ventana. La celda solo tenía una cama, un baño en una
esquina y un pequeño lavabo.
Seguía cubierta de pies a cabeza y no podía moverse con libertad. Al
estirar las piernas se dio cuenta de que estaba encadenada a la cama. Se
incorporó con dificultad y se llevó la mano sobre la frente, le dolía horrores.
Percibió algo pegajoso sobre su sienes, pero no pudo tocarse, porque su
cara continuaba cubierta por la tela.
El ruido de la puerta hizo que levantara la cabeza. Un oficial con
uniforme marrón entró con unas hojas en la mano. Era moreno, con bigote y
no muy alto.
—Tienes que firmar esta declaración.
Solo recordaba ir al baño y el resto era como si lo hubieran borrado
de su mente. Solo unas luces como flashazos volvían a su memoria.
—Yo no hice nada malo, alguien me drogó —insistió.
—Sus delitos son tomar alcohol y fornicar con un hombre que no es
su esposo —le acusó con el ceño fruncido.
Lo miró incrédula, era como si estuviera en una realidad paralela.
Las palabras del hombre le parecieron insensatas y estúpidas.
—¡Quiero un abogado! —exigió.
—Su familia no quiere saber nada de usted —le aseguró y Carolina
sacudió la cabeza. Un nudo se formó en su garganta y contuvo el llanto.
—Quiero hablar con alguien de mi embajada, es mi derecho.
El hombre asintió y dejó caer el sobre al piso. Cuando se quedó sola,
gritó llena de dolor.
Capítulo 23
Atrapado

E l día fue una verdadera


pesadilla, después de varias
reuniones larguísimas todavía
tuvo que asistir a un evento de caridad. Ahí entregó un donativo bastante
generoso a nombre de la familia Waldorf a petición de su padre.
Mientras caminaba por uno de los corredores para marcharse, se
encontró con Natasha, una modelo con la que tuvo una relación fugaz un
año atrás. La joven acompañaba a un hombre de negocios, pero le suplicó
que la llevara a su departamento, porque su cita terminó muy mal.
No pudo negarse, porque esa noche había una tormenta y la ciudad
era un caos. No sería fácil conseguir un trasporte, así que le pidió a su
chofer que primero fueran a dejar a la rubia.
Casi a las tres de la mañana llegó a su propio apartamento y se fue
directo a la ducha. Fue un baño rápido pero necesario. Carolina lo había
contagiado con sus baños nocturnos, y ahora no podía dormir si no tomaba
uno.
Al salir de la ducha, se enrolló la toalla en la cintura y tomó otra que
colocó sobre su cuello. Quitó el vapor del espejo del baño, y pasó su mano
sobre su mandíbula, era hora de rasurarse, pero no lo haría en ese momento.
En cuanto estuvo listo se fue directo a la cama, su móvil estaba
descargado así que lo conectó. Le hablaría a Carolina antes de salir al
aeropuerto, aunque eran tres horas más en Dubái, no había motivos para
despertarla. Debía seguir dormida, luego de salir de fiesta con su hermana.
A la mañana siguiente, el timbre de su móvil lo despertó. La
habitación estaba en penumbras con las cortinas cerradas. Levantó el
aparato para darse cuenta de que eran las diez de la mañana.
Lanzó una maldición y contestó al ver la foto de su amigo.
—¿Qué pasa David? ¿Cómo va todo? —le preguntó cansado.
Su abuelo no murió como todos pensaban, cayó en coma y así lo
mantenían por orden de su madre. No estuvo de acuerdo, porque pensaba
que solo alargaban la agonía de una persona que no tenía esperanzas de
recuperarse. Lo que más le molestaba a David, era que su madre no lo hacía
por amor a su padre, era por la empresa y su temor de que fuera afectada.
—Todo igual, pero no te hablo por mí. Te llamo por algo inquietante
que llegó a mis manos.
Se incorporó y abrió las cortinas. Seguía nublado y afuera llovía con
fuerza. Su apartamento se encontraba en el piso treinta y cinco, en un
edificio de lujo con vistas al Támesis. Su madre odiaba ese lugar, porque le
parecía carente de clase, al ser demasiado moderno para su gusto.
—¿De qué mierdas hablas? —le reclamó.
Pasó los dedos entre sus cabellos y cerró los ojos.
—¡Anoche saliste con Natasha! Prometiste que no le serías infiel a
tu esposa.
—No digas pendejadas. No salí con ella, solo le hice el favor de
llevarla, porque anoche se quedó atorada en la gala en la que coincidimos
—le explicó con molestia.
—Pues está circulando la noticia de que estás engañando a tu
esposa con esa mujer.
—¡Malditos periodistas! Eso es mentira.
—¿Ya hablaste con Carolina?
Revisó el reloj y miró la hora. Aunque en Londres eran las diez de la
mañana, en Dubái pasaba de la una.
—¡Por supuesto que no! Si no te diste cuenta, me despertaste.
Además, debe estar descansando, anoche fueron a cenar para festejar el
cumpleaños de Pam.
—¿Fuiste capaz de dejarla sola con tu familia? —exclamó David.
—Te recuerdo que esa familia la recibió con los brazos abiertos, y
mi hermana le ha estado haciendo compañía desde que llegamos a Dubái —
defendió a su madre y hermana, algo que nunca creyó posible.
—Llámale antes de que vea la noticia, puede que no te arme un
escándalo porque al fin de cuentas no hay amor entre ustedes, pero me
sentiría como la mierda si creo que me están traicionando.
—Lo haré. Gracias por avisarme, amigo.
—Para eso estamos. Te dejo porque tengo que subirme a un avión,
me largo a Tailandia, mi madre se puede ir a la mierda.
Le confesó asqueado, lo mejor era poner tierra de por medio. Su
madre lo tenía hasta los huevos, ahora recordaba porque no estaba cerca de
ella por mucho tiempo.
—No te pierdas —manifestó y cortó la llamada.
En cuanto entró a las redes miró la foto donde aparecía a lado de la
modelo. Era un ángulo engañoso, parecía que la estaba besando en los
labios, y solo fue un beso en la mejilla.
—¡Mierda, mierda, mierda! —vociferó
Se sintió estúpido. Debió imaginar que los medios estarían
acechándola, porque estaba en medio de una campaña publicitaria de
lencería.
Abrió el whatsapp y buscó la cuenta de su esposa. Se encontró con
que horas antes le envió una selfie. Llevaba un pequeño vestido negro, y
lucía un escote descomunal, además de la foto había un mensaje en español.
Como no entendía mucho, lo copió y lo pegó en el traductor.
Por error Carolina le envió ese mensaje a Michael, porque era para
su amiga Ángela.
“Estoy en un club con mis cuñadas, aunque no quiero estar aquí.
Preferiría estar en el hotel descansando, extraño muchísimo a Michael.
¡Ay, amiga! Tengo tanto que contarte. Me vas a matar, hice lo que me
dijiste que no hiciera, estoy enamorada como una tonta. Ahora que se fue,
todo ha sido desastroso. No sé qué le pasa a Pam, se ha portado muy mal
conmigo, y sus amigos son una mierda. Está actuando como una perra
junto con Madison y Helen. Así que me largo de aquí, te llamo cuando
llegue al hotel y para que no digas que yo soy la aguafiestas, te envío un
video con la cara de esos pendejos pomposos, para que lo veas por ti
misma”
Leyó varias veces la confesión de Carolina y abrió los ojos
sorprendido.
«¡Maldito infierno! ¡¿Está enamorada de mí?!».
—¡Mi jodida hermana es la responsable de ese puñetero vestido! —
refunfuñó en voz alta.
Descargó el video y lo reprodujo. En el aparecían Madison, Helen,
Pam y cuatro imbéciles, que, aunque no recordó sus nombres, le parecían
conocidos. Horrorizado vio como a su hermana menor un hijo de puta le
toqueteó las tetas y ella ni si quiera se quejó.
Gruñó encabronado y llamó a Carolina.
Sonó varias veces, pero no contestó, así que le llamó a su madre y
tampoco atendió.
—¿Qué diablos está ocurriendo? —masculló y caminó hasta la sala,
para buscar su laptop.
Llamó directamente al hotel para que lo comunicaran a la suite.
—Soy Michael Waldorf, quiero hablar con mi esposa.
—Señor, su familia abandonó la suite hace unas horas —le informó
la recepcionista.
—¿Cómo que abandonaron la suite? —preguntó confundido.
—Sí, trasladamos a sus padres y hermanas al aeropuerto.
—¿Y mi esposa?, ella debe estar ahí.
—Ella no estaba con ellos.
—¿Cómo que no estaba?
—No señor, su padre nos informó que se retiró anoche.
—Eso no puede ser, ella no pudo retirarse. Necesito que vayan y
verifiquen si sus pertenencias siguen en la suite —clamó desesperado.
—Enviaré a un empleado a revisar la habitación.
—Gracias —exclamó. Activó el altavoz y escuchó la música de
espera.
Tenía muchas preguntas.
¿Qué hacía su padre en Dubái cuando le dijo que iría a Nueva
York?, pero lo más importante, ¿dónde estaba Carolina?
—Señor Waldorf, la ropa sigue en el closet y sus cosas también —
contestó la mujer al teléfono.
—¿Está segura?
—Sí, señor.
—Entonces no pudo retirarse. Quiero que revisen las cámaras.
Busquen en las últimas veinticuatro horas, necesito saber si mi esposa
regresó al hotel —le ordenó.
—Sí, señor. Le llamaré cuando terminen de revisar las cámaras.
Algo no estaba bien. Colgó mortificado y se llevó las manos a la
frente.
Llamó a su padre, pero tampoco contestó. Era imposible que no
escucharan sus llamadas.
«¿Por qué mierda no contesta el puto celular?»
Gritó de frustración y de pronto recordó que guardó el número de la
sobrecargo a la que se cogió durante el vuelo. Así que en un acto de
desesperación le llamó y rezó para que le atendiera, luego de portarse como
un hijo de puta con ella.
—Dime —respondió en un susurro.
—¿Estás en el avión de mi padre? —le preguntó agobiado.
La mujer se recargó en la pared escondiendo su móvil entre sus
manos y verificó que nadie la miraba.
La otra sobrecargo regresaría en cualquier momento, y no les
permitían usar móviles durante el vuelo.
A pesar de que le dolió el rechazo de Michael le gustaba demasiado,
nunca había estado con un hombre así, aunque fue algo fugaz. Para
desgracia de Monique, quedó encandilada en cuanto lo miró y por eso no
dudó en tirarle los tejos. Así que cuando se dio cuenta de que se trataba de
él, sin poder evitarlo se emocionó como una adolescente.
—Sí, vamos de vuelta a Londres.
—¿Quiénes están en el avión?
—Tus padres, hermanas, la señorita Madison y cuatro hombres.
—¿Cuatro hombres?
—Son amigos de la señorita Madison.
—Quiero hablar con mi padre.
—Me metes en un grave problema, puede despedirme —replicó la
azafata.
Se encontraba dentro de la cabina donde preparaban los alimentos.
Estaban sirviendo la comida.
—Te prometo que te lo recompensaré con creces.
—Está bien, dame un momento —cerró los ojos, agarró aire y salió
directo al comedor.
Michael escuchó las voces de sus hermanas. Identificó la risa de
Madison y sintió que le hervía la sangre.
Monique se armó de valor y se acercó.
—Es su hijo —dijo nerviosa y le entregó el aparato sin darle
oportunidad de negarse.
El hombre lo tomó, ante la mirada de los presentes.
—¿Qué quieres? —replicó con molestia su padre.
Todos en la mesa guardaron silencio. Lorraine abrió los ojos y su
esposo la miró negando con la cabeza, no era momento de decir nada.
—¿Qué hiciste con mi mujer? ¿Por qué demonios me dicen que
abandonó el hotel? —le reclamó furioso.
—Cálmate. Nosotros no tenemos la culpa de lo que ocurrió. Todo
fue tan vergonzoso, que tuvimos que salir de la ciudad.
—¿De qué me hablas? ¿Por qué no contestaste mis llamadas?
—No quise contestarte, porque preferí hablar contigo en persona.
—¿Y cuándo pensabas hacerlo?
—Vamos de vuelta a Londres, ahí podremos hablar con calma.
—¿Crees que esperaré sentado en Londres sin salir a buscarla?
—Tú no tienes ningún compromiso con ella —soltó con rabia.
Estrelló el puño sobre la mesa, derramando una de las copas, por lo
que otra de las asistentes corrió para contener el desastre y miró a Monique
con recelo, que estaba parada en segundo plano observando a todos los
demás.
Las hermanas de Michael bajaron la mirada y se llevaron las manos
a su regazo, mientras que Madison sonreía abiertamente, disfrutando del
espectáculo.
—¡Por supuesto que lo tengo! ¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Dónde
está? ¡Explícate! —le exigió.
—Se puso borracha en el club donde estaba con tus hermanas, y se
comportó de una forma indecente. Hasta golpeó a Madison cuando intentó
detenerla. Es una salvaje que no puede pertenecer a nuestra familia.
Michael sacudió la cabeza y soltó una carcajada irónica.
—¡Eso es pura mierda! ¿Por qué no arrestaron a tus hijas si estaban
juntas?
—Más respeto para tus hermanas. Eso te pasa por casarte con una
cualquiera que fue capaz de casarse borracha y todo por tu dinero. ¿Crees
que me tragué el cuento de que la conociste meses atrás? Tenías años sin
viajar a México.
—¿Así que eso es motivo suficiente para mentir sobre ella?
—No te estoy mintiendo, ¿por qué crees que la detuvieron las
autoridades por el delito de adulterio y tomar alcohol sin la presencia de su
esposo? —le gritó con indignación.
—¿Y no hiciste nada?
—Nunca regresó con ellas, la detuvieron en otro hotel.
—¿Entonces cómo te enteraste de que la detuvieron?
—Porque las escoltas estaban en el lobby cuando se la llevaron.
—¿Qué hacían en el puto lobby? Tenían que cuidarla.
—¿Querías que se metieran con tu esposa para que fueran testigos
de cómo te era infiel?
Era imposible que Carolina hiciera lo que él aseguraba.
—Debiste ir a ayudarla, pudo ser un malentendido.
—Ella no es mi problema, y ahora tampoco el tuyo. Violó el
contrato prenupcial y eso te desliga de ella, puedes anular el matrimonio —
manifestó con emoción.
—Me importa una mierda ese contrato, no voy a anular nada que te
quede claro. Es imposible que acepte lo que me dices. Si me entero de que
son responsables de lo que le pasó a mi esposa, estarán muertos para mí.
—¡Eres estúpido, es tu oportunidad de deshacerte de ella y corregir
tu error!
—¿Quién te dijo que quiero deshacerme de mi esposa?
—No puedes darle la espalda a tu familia por una mujer sin valores
y acostumbrada a vivir en la miseria. Cuando recapacites, te espero en
casa.
—Espera sentado y te advierto que no descansaré hasta saber la
verdad.
Colgó y se sentó en la alfombra. Se llevó las manos al cuello y bajó
la cabeza. Un dolor indescriptible se estacionó en su pecho.
«¡Dios mío!, ¿qué demonios le hicieron?»
La voz de David regresó a su mente, advirtiéndole sobre su familia.
Se golpeó la frente sintiéndose estúpido.
Su móvil comenzó a sonar y al reconocer el número de Monique en
la pantalla, de inmediato respondió.
—¡Michael! —expresó agitada entre sollozos.
La situación se tornó violenta en cuanto se terminó la llamada. El
padre de Michael lanzó el móvil contra el suelo, pero por suerte este no se
dañó. El hombre se levantó y a gritos la echó amenazándola con arruinarla.
Monique salió corriendo y se metió en uno de los baños de servicio. Solo
faltaban un par de horas para aterrizar y en cuanto lo hicieran, saldría
pitando de ahí.
—¿Qué ocurre?
—Estoy encerrada en el baño. Tu padre se puso furioso y me
amenazó —balbuceó alterada.
Todavía seguía asustada, ese hombre tenía mucho dinero e
influencias.
—No te preocupes, Te voy a enviar el número de mi abogado para
que te contactes con él. Te dará una compensación por esto.
—Gracias.
—Te pido un último favor —declaró Michael y exhaló
profundamente.
—Por supuesto —aceptó gustosa.
Lo ayudaría, al fin y al cabo, ¿Qué más podía hacer para enfurecer
al señor Waldorf?, se preguntó.
—Envíame fotos de los hombres que están con Madison, por favor.
—En un momento.
—Gracias por tu ayuda, y discúlpame por lo que sucedió —
manifestó con sinceridad. La mujer nunca esperó que lo mencionara y
menos que se disculpara.
—Aprecio tus disculpas.
Cortó la llamada y le marcó a su abogado. Le explicó todo lo que
había sucedido y le pidió que investigara el paradero de Carolina. Se
levantó decidido. Saldría de inmediato a Dubái. Tenía muchos favores que
cobrar.
Capítulo 24
Una pesadilla sin salida

P asaron horas de agonía, hasta que


un médico fue a la celda y le
revisó el golpe en la cabeza. Le
limpió la herida y colocó unas banditas para cerrar una cortada sobre la
ceja, pero no le dio ningún analgésico por lo que el dolor de cabeza era
insoportable. Después le permitieron darse un baño en las regaderas
comunes, pero no pudo evaluar su aspecto porque no tenía un espejo donde
revisarse.
No le permitieron llamar a nadie, pero aún tenía la esperanza de que
Michael la buscara. Confiaba en él, lo consideraba un hombre de palabra y
le prometió que nunca la abandonaría.
Estaba sentada y miraba un punto fijo en la pared, no sabía qué hora
era, solo dormía cuando el cansancio la vencía, pero por lo menos ya no
estaba amarrada a la cama.
La puerta de la celda se abrió y un guardia se asomó sin entrar.
—Un abogado quiere hablar con usted. Debe venir conmigo —le
informó.
Carolina se levantó con algo de esperanza. Las lágrimas se
derramaron de sus ojos y una sonrisa llorosa llenó su rostro, aunque
estuviera cubierta de pies a cabeza. La llevó hasta una celda de
interrogatorios, donde un hombre con un traje gris oscuro y lentes de pasta
negra la esperaba.
Se sentó y el guardia esposó sus manos a la mesa.
—¿Esto es necesario? —le preguntó el hombre al custodio.
—Es el procedimiento.
—Déjenos solos, por favor —le pidió y el guardia salió, cerrando la
puerta —. Soy Joe Sinclair, abogado de su esposo.
Sinclair, voló desde Roma para hacerse cargo del problema, ahí se
reunió con un equipo de abogados locales para que lo asesoraran, porque
eran leyes que no conocía.
—Pensé que nadie lo haría —admitió con dolor.
—En cuanto su esposo se enteró que no estaba en el hotel.
Empezamos a buscarla, luego supimos que la trajeron aquí, pero no nos
permitieron verla hasta hoy.
—Gracias —dijo con un nudo en la garganta.
—¿Qué fue lo que pasó exactamente?
—Me encontraron desnuda con un hombre en una habitación del
hotel de Burj al Arab, pero no recuerdo como llegué ahí, se lo juro —le
explicó con un sollozo y tomó aire.
—Disculpa que te lo pregunte, pero tengo que hacerlo. ¿Tuviste
relaciones sexuales con ese hombre?
—No, no creo...la verdad que no lo sé. No estoy segura, no estoy
segura de nada. Les dije que no conocía a ese sujeto, que tuvo que
drogarme porque no sentía mi cuerpo. Pero ellos dijeron que tuvimos sexo y
aseguraron que fue consensuado, por eso lo dejaron ir. Solo me arrestaron a
mí —narró horrorizada.
—¿No tienes idea de cómo terminaste en esa habitación?
Sacudió la cabeza angustiada.
—No tengo la menor idea. Una noche antes estuve con las hermanas
de Michael en un club. Lo último que recuerdo fue ir al baño, porque
pretendía irme.
—¿Estuvo tomando?
—Un par de copas de champaña, pero nada más. No me emborraché
como para no recordar lo que sucedió. Tuvieron que darme algo, pero no
me imagino qué.
—¿El hombre lo habías visto antes?
—Sí, es amigo de Madison, pero solo crucé un par de palabras con
él.
—Necesitamos que Michael llegue para que hable con el juez, según
sus leyes él tiene poder sobre su esposa.
Bajó la mirada sobre la mesa y confesó con la voz entrecortada.
—El señor Waldorf me encontró en la habitación —soltó un sollozo
y respiró con dificultad —. Es lo más humillante que he vivido en mi vida.
Mi propio suegro me miró desnuda, me agredió y me trató como si fuera
una puta —agregó con rabia.
—¿Él estuvo durante tu arresto?
—Sí.
—Vamos a investigar qué fue lo que realmente ocurrió —le
prometió.
—Gracias…
—¿Cómo te sientes?
—Me duele la cabeza, un médico me curó una herida sobre mi ojo,
pero no me dieron ningún medicamento para el dolor —admitió llevándose
la mano al área afectada.
El abogado miró su ojo derecho un poco inflamado, pero no se
apreciaba bien por la burka que tenía sobre la cabeza. Solo se veían sus
ojos, que estaban hinchados y rojos.
—¿Te golpearon durante el arresto? —Carolina asintió y Joe apretó
la mandíbula molesto —. Voy a meter una queja para que te den atención
médica adecuada.
A Michael no le iba a gustar nada escuchar lo que había descubierto.
La puerta se abrió y el custodio entró para llevársela de nuevo a la
celda.
Al volver se quedó dormida. Despertó de un sueño agitado unas
horas después, era como si se ahogara. Quiso descubrirse la cabeza. Sudaba
y el dolor le taladraba los ojos. Apenas podía ver con el ojo lastimado.
Estaba caliente, tenía la herida inflamada y le punzaba.
No le importó y se descubrió la cara.
Comenzó a respirar agitadamente y se sentó en el piso a un lado de
la cama. Recargó su cabeza sobre el colchón por el lado que no tenía el
corte. Respiró y exhaló una y otra vez, hasta que su cuerpo se relajó. Cerró
los ojos y comenzó a rezar.

Michael tuvo problemas para dejar Londres por cuestiones


climáticas. Esperó un par de días, por lo que en cuanto fue posible
abandonó la ciudad. Apenas llegó a Dubái, se fue directo al hotel, donde se
reuniría con su abogado y los consultores que estaban asesorándolos para
sacar a su esposa de la cárcel. Era lo único que le importaba y no
descansaría hasta lograrlo. Mientras tanto revisó los videos de vigilancia del
hotel del día que salieron a cenar, por desgracia no encontró nada.
Un par de horas más tarde, tocaron a la puerta. Era el abogado, pero
para su sorpresa, venía solo.
—Hola, Joe.
—¿Qué tal el viaje?
—Demasiado largo —le confesó —. ¿Cómo está mi esposa?
¿Hablaste con ella? ¿Qué fue lo que pasó?
—Sí, ayer por la tarde conseguí que me dejaran verla. —Estuvo
esperando más de seis horas en la cárcel hasta que logró entrar. Que
pusieran tantos obstáculos, no era nada bueno —. El panorama no es
alentador, no te puedo mentir.
—Quiero verla —demandó impaciente.
—Estoy tramitando una visita, pero lo importante es meter una
apelación, porque ya la declararon culpable.
—¡Pero si no han hecho un juicio!
Sacó una hoja, la dejó sobre la mesa lentamente y lo miró
preocupado.
—El hombre declaró que ella accedió a tener relaciones sexuales.
—¡Eso es mierda y lo sabes! —exclamó colérico.
—Por desgracia su palabra no vale nada. En las leyes locales es
penado con cien latigazos y hasta siete años de cárcel por tener relaciones
sexuales fuera del matrimonio, pero que esté casada todavía lo hace peor,
porque la están acusando de adulterio, pueden darle hasta veinte años de
prisión.
—¡Eso no puede pasar! —se levantó y se llevó las manos a la
cabeza, de pronto giró parar mirar fijamente a Jon —. ¿Ese hijo de puta la
violó? —le cuestionó con temor.
Es algo que había pasado por su mente en varias ocasiones, pero que
no quería enfrentar, sería devastador para Carolina.
—Ella me aseguró que no, pero en realidad no lo recuerda.
—Entonces, ¿cómo la llevó ahí?
—Por lo que me contó, la drogaron.
—¡Dios mío! —clamó lleno de furia y recordó el video que le envió
por whatsapp.
—Queremos que la sentencia sea solo por conducta indecorosa y
poder pagar una fianza…
Michael levantó el móvil y se lo entregó.
—Este video me lo envió ella por error la noche que estuvieron en el
club.
El abogado lo miró atento.
—Este hombre es el mismo que encontraron con ella en la
habitación —expresó incrédulo.
—Ella le dijo a su amiga, que eran amigos de Madison.
—Esto no te va a gustar nada —le confesó y se pasó la mano por la
barbilla.
—Dime lo que sea.
—Tu padre fue el que la acusó de adulterio.
—¿Mi padre? —exclamó incrédulo.
Sabía que su padre era mezquino, pero tanto como para planear el
arresto de una mujer inocente, le parecía infame.
—Sí, estuvo durante el arresto, por eso la procesaron tan rápido.
—Hablé con mi padre y me dijo que la escolta fue la que se dio
cuenta de su aprensión, porque estaban en el lobby del hotel.
—Eso es imposible, porque la sacaron por el estacionamiento, nunca
pasaron por el lobby como el asegura —le explicó con un gesto negativo.
—¿Cómo sabes eso?
—Tengo a alguien dentro, pero no hay registros en su expediente.
—¿Qué podemos hacer? No es posible que siga encerrada.
—Vine solo, porque tenía que decirte abiertamente, que, si no
compramos a alguien dentro de la prisión, no vamos a sacarla, por la vía
legal no creo que podamos hacer nada.
—¡Dios, esta es una jodida pesadilla!
El abogado asintió y Michael, se llevó las manos a la frente
sopesando sus palabras.
—Por desgracia es así —admitió el hombre.
—¿Cómo está?, hablo de físicamente, porque anímicamente debe
estar devastada —le preguntó preocupado.
—No le vi la cara, porque tenía puesta una burka, pero me preocupa
su estado físico, no la han atendido adecuadamente —le informó molesto.
—Quiero que la revise un médico. Si algo le pasa voy a hacer un
escándalo. Estoy invirtiendo millones de dólares en este puto país, no
pueden tratar a mi esposa como a una delincuente, cuando ella es la víctima
—replicó colérico.
—Si muevo unos contactos dentro, te costará una fortuna y no podrá
regresar nunca —le explicó.
—No me importa el dinero, haz lo que tengas que hacer, y con eso
me refiero a lo que sea. Solo quiero sacarla de la cárcel.
Michael se sintió traicionado por su padre y su familia. Ahora debía
investigar qué fue lo que realmente ocurrió, aunque no sería nada sencillo.
El abogado recibió un mensaje y sacó su móvil para leerlo.
—Tengo que ir a la prisión de inmediato.
—¿Qué es lo que pasa?
—Carolina colapsó en su celda, puede ser nuestra oportunidad —le
explicó y lo miró a los ojos.
—No me importan los métodos, sácala de ese infierno.
—Entonces prepárate para dejar el país.
—Los estaré esperando.
El abogado dejó la suite y Michael hizo varias llamadas.
Capítulo 25
Los milagros existen

C arolina se removió en la cama


agitada, se llevó la mano a la
cabeza y sintió un apósito sobre
su ojo. Su cara estaba descubierta, milagrosamente su cabeza ya no le dolía
y eso le sorprendió. Lo que ella no recordaba es que se desmayó y fue
encontrada por el guardia cuando le llevó comida. Dio la alerta y la
trasladaron al centro médico para atenderla.
Deslizó su mano sobre la amplia cama en la que estaba acostada,
para estar en la cárcel era demasiado cómoda. Las sábanas eran suaves y
una brisa fresca enfriaba su cuerpo. Abrió los ojos con temor y se encontró
en una habitación extraña, pero lujosa. Aunque estaba en penumbras, un
haz de luz iluminaba la parte inferior de las paredes.
Había una puerta angosta que parecía un panel deslizable. Una
sacudida la puso alerta, era como si el suelo se estremeciera.
Trató de sentarse, pero su cuerpo estaba demasiado débil para
hacerlo. Una oleada de náuseas le causaron escalofríos. Dejó caer la cabeza,
cerró los ojos y respiró pausadamente para alejar las ganas de vomitar.
«¿Dónde estoy? ¿Qué fue lo que me hicieron? ¡Me drogaron otra
vez!», gritó dentro de su cabeza, pero solo pudo soltar un chillido de
frustración, porque no tenía pleno control de sus movimientos. Los ojos se
le llenaron de lágrimas y se deslizaron por sus mejillas.
«¡No quiero ser débil, no puedo!», empuñó las manos y tembló de
rabia.
Se sentía indefensa y a merced de un desconocido otra vez.
Desde el día que despertó inmersa en ese infierno, todas las noches
sufría de terrores nocturnos y cuando abría los ojos, lloraba porque seguía
en esa pesadilla. Pasaron unos minutos y poco a poco sintió como su cuerpo
comenzó a recuperarse.
En lo único en lo que podía pensar, era en huir de ahí, hasta que el
sonido de una cerradura la llenó de pánico. Se tensó a tal grado que apretó
los párpados con fuerza.
Al sentir el peso de un cuerpo sobre el colchón, tembló de terror y
emitió un gemido.
—Tranquila —anunció una voz conocida le susurró y abrió los ojos
de nuevo. A su lado estaba Michael,
—¡Regresaste! —declaró con un sollozo de alivio,
—Siempre, preciosa. Perdóname por dejarte sola con una manada de
hienas —masculló con arrepentimiento.
—Nos engañaron a los dos —admitió agitada —. Estoy muy
cansada, ¿por qué me siento así?
—Tuvieron que sedarte para sacarte de la cárcel, fue una droga muy
fuerte, pero en unas horas pasará por completo.
—¿Me sacaste de la cárcel? —clamó.
Michael la trajo a sus brazos con cuidado de no lastimar su cabeza.
Carolina olisqueó su colonia y se llenó de alivio, muchas veces pensó que
nunca volvería a estar así con él.
—Fue la única solución. Sobornamos al director y te sacaron con el
pretexto de llevarte al hospital. Te encontraron desmayada en tu celda y
cuando nos avisaron, decidimos que era nuestra oportunidad.
—Te juro que yo no hice nada malo, no te engañé con ese hombre
—confesó con la voz ahogada.
—¡Shsss! No tienes que jurarme nada. Te creo, nunca me tragué ese
cuento de que te pusiste borracha y te fuiste con un hombre —expresó con
ternura.
—Tuve tanto miedo, creí que nunca saldría de ese lugar.
—Aunque probáramos tu inocencia, ante sus leyes nunca serías
inocente. Así que como por la vía legal no conseguiríamos nada, usamos
otros métodos.
—No entiendo, ¿cómo pueden ser tan inhumanos? —declaró con
rabia.
—Son sus leyes y no se puede hacer nada.
—Es lo más humillante que he vivido en mi vida. Fui muy ingenua
al pensar que tu familia me había recibido con los brazos abiertos —musitó
con tristeza.
—Yo soy culpable por no darme cuenta de que me estaban
manipulando. Tengo que confesar, que, en mi necesidad de aceptación,
confié ciegamente en ellos, cuando en el fondo sabía que algo no estaba
bien —reconoció decepcionado y, cómo no podría estarlo toda su familia
eran unos hijos de puta doble cara.
Carolina estaba dolida, se sentía traicionada, confió en Pam,
realmente creyó que su amistad era sincera, pero la engañó.
Una turbulencia sacudió con violencia la aeronave y Carolina pegó
su rostro sobre el pecho de Michael con temor.
—No tengas miedo, estamos volando —le reveló y le dio un beso en
la cabeza, para tranquilizarla.
—¿Estamos en un avión?
—Sí, dejamos Dubái. Nunca podrás regresar, oficialmente Carolina
Rodríguez murió en la cárcel —le informó con un dejo de amargura.
—No me importa no volver a poner un pie en ese espantoso lugar —
masculló con dolor.
—Ni a mí tampoco.
Su confesión le sorprendió y se retiró un poco para verlo a los ojos.
—¡Pero tienes que volver! Vas a construir un casino —le recordó.
—Nunca regresaré, por mí el proyecto puede irse a la mierda. Tengo
suficientes hoteles en el mundo, como para preocuparme por uno.
—Gracias —exclamó emocionada con un sollozo.
—Necesitas dormir y descansar, pronto estarás bien —le aseguró.
Carolina lo abrazó con fuerza y dejó que el sueño la envolviera. Su
corazón latía descontrolado, mientras estuvo presa, solo podía pensar en
Michael.
Aterrizaron en un aeropuerto privado en Londres, donde tenían un
hangar para alojar a los diferentes aviones con los que contaba el
conglomerado. El clima no daba tregua, el mal tiempo los acechó la mayor
parte del viaje, pero por fin estaba en casa.

Michael se despertó y se dio cuenta de que Carolina no estaba a su


lado. Aún era de madrugada, por lo que le extrañó encontrar la cama vacía.
Salió de la habitación y la encontró sentada en la sala mirando fijamente al
horizonte. Hacía tres días que habían llegado y se refugiaron en ese lugar.
Quería darle tiempo para que se recuperara. Aunque su cabeza y su cuerpo
estaban mejor, anímicamente se sentía desolada.
Estaba preocupado por ella.
No eran normales sus silencios y su actitud taciturna. A pesar de que
deseaba que se abriera y le contara con detalle, no quería presionarla. Sentía
una enorme culpa por lo que sufrió, y ni siquiera se atrevía a tocarla de
forma sexual, pensaba que eso podía dispararle recuerdos traumáticos que
le harían más daño.
Incluso estaba considerando la posibilidad de llevarla con un
psicólogo, si no podía hablar con él, tendría que hacerlo con alguien.
Aunque muy en el fondo, temía conocer la verdad.
Nunca fue un hombre sobreprotector con sus parejas, pero ahora no
podía dejarla sola un momento.
Sin embargo, no se quedó de brazos cruzados. Su abogado, localizó
a los cuatro hombres que estuvieron esa fatídica noche. El hijo de puta que
aseguró haberse acostado con su esposa lo pagaría muy caro. Solo esperaba
que le dieran toda la información para tomar acciones en su contra, no le
importaba que no fuera por la vía legal, ya que ninguna ley podía juzgarlo.
Carolina apenas escuchó el ruido del suelo de madera, giró su
cabeza y se encontró con Michael que tenía el pelo revuelto y un aspecto
somnoliento. Al verlo con solo un pantalón de pijama sin camiseta, se le
hizo un nudo en el estómago.
Le parecía el hombre más guapo del mundo. De hecho, era su
mundo. Lo amaba con locura y no sabía en qué momento había perdido la
cabeza por él, pero ya no había retorno.
Le daba gracias a Dios porque la sacó de ese infierno, pero le
costaba procesar todo lo ocurrido. Un par de noches atrás comenzó a tener
pesadillas con un hombre que le susurraba al oído en un idioma que no
entendía, pero sabía que estaba en peligro.
Ese mal sueño la despertó y dejó la cama todavía temblando,
prácticamente en shock.
Con una frazada en las manos Michael se acercó a Carolina que
tenía los pies sobre el sofá y los brazos alrededor de sus piernas. Estaba
amaneciendo y el cielo plomoso dibujaba el horizonte de la ciudad.
Se sentó a su lado y la rodeó con su brazo. Usó la manta para
cubrirlos y Carolina se refugió sobre su pecho.
—¿Por qué te levantaste? —le cuestionó con calma.
—Me desperté y ya no pude dormir —le mintió, no quería hablar de
su pesadilla, de ese hombre.
Tenía que ser una alucinación y no deseaba preocuparlo. Nunca lo
había visto, pero sus ojos fríos estaban grabados en su mente.
—¿Te sientes bien?
Ella apretó los labios y asintió levemente. Michael dejó un beso en
su cabeza y no insistió más. Era obvio que algo le pasaba.
—En unas horas debo que ir a las oficinas. Tengo una cita con los
abogados.
—Entiendo.
—¿Qué te parece si salimos a cenar?
—No sé...
—No has abandonado el departamento desde que llegamos.
—Es que no me siento lista para salir a cenar, no tengo ánimos de
vestirme con nada elegante —le confesó.
Michael suspiró y pensó que algo más relajado, le vendría bien.
Además, ahí no corría peligro de encontrar a nadie conocido. No había visto
a su familia y no quería hacerlo, aunque tarde o temprano enfrentaría a su
padre.
—No te voy a pedir que te vistas de noche. Te propongo ir a un
lugar informal. Vamos a comer a mi restaurante argentino favorito —
expuso como un plan.
—¿Te gusta la comida argentina?
—Me encanta, y te va a gustar también. La comida es deliciosa.
Se mordió el labio inferior y se quedó callada por unos minutos
sopesando sus opciones. Al final decidió, que salir no sería tan malo, y
menos si podía usar unos pantalones de mezclilla con un suéter.
—Está bien, vamos, pero tendrás que prestarme un abrigo —le
explicó.
Cuando bajó del avión usó un abrigo de Michael, ya que él siempre
estaba preparado, porque viajaba a lugares con climas distintos.
—Por supuesto, pero no te preocupes, iremos de compras. Necesitas
ropa para el frío de Londres, las próximas semanas se esperan algunas
lluvias. Luego podemos visitar la ciudad, sé que te encanta conocer lugares
nuevos.
Cerró los ojos y se armó de valor para decir lo que deseaba en
realidad.
—No será necesario, quiero regresar a casa —lo interrumpió.
Carolina lo pensó una y otra vez, creía fervientemente que lo mejor
era volver.
Londres tampoco era su casa, necesitaba a un lugar conocido y
lamer sus heridas, para poder seguir adelante con su vida.
Se giró para mirarla a los ojos, que estaban llenos de lágrimas
contenidas.
—¿Quieres marcharte? —indagó con temor.
—Es que… yo no… —soltó un ligero suspiro y tomó valor para
expresarse. Bajó sus piernas y sujetó una de sus manos —. No…, no me
siento en casa —admitió con un nudo en la garganta.
Extrañaba a su amiga y a su hermano, la única familia con la que
podía contar. Echaba de menos a su pequeña princesa.
Michael era egoísta por retenerla, pero si Carolina regresaba a
México, todo seguiría igual en su vida, y no lo deseaba. No quería perderla
todavía, no estaba preparado. Tenía que convencerla de quedarse, al menos
el tiempo acordado. Era una locura, porque estaba confundido, su relación
era temporal, pero ahora el solo pensarlo le causaba desasosiego.
La miró fijamente a los ojos y sacudió la cabeza.
—¿Y dónde está tu casa? Te recuerdo que no tienes a donde regresar
—decretó con dureza y en cuanto soltó esas palabras se sintió como un
maldito, porque sabía que la lastimó profundamente.
—Puedo irme con Alex, mientras regreso al trabajo —respondió
dubitativa.
—Tu hermano se irá a vivir con su esposo a París. El contrato de
Claude se terminará un mes antes de la boda, debe atender sus restaurantes.
—No me dijo nada —admitió desanimada.
Una semana atrás habló con Alex y nunca le comentó sus planes de
dejar el país, pero no sería una carga. Ella contuvo un sollozo y una lágrima
se deslizó por su mejilla. Michael la tomó del rostro y le dio un beso en la
frente.
—No tienes que marcharte, podemos pasar este trago amargo juntos.
En pocos meses será la boda de Alex y luego puedes decidir qué quieres
hacer —le propuso con el deseo de que aceptara.
—Está bien —susurró, no tenía muchas opciones. Permanecería
hasta la boda de su hermano, ya después volvería a casa con su amiga,
ahora necesitaba conseguir un nuevo móvil, porque el suyo se perdió —.
Necesito comprar un nuevo celular.
—A donde iremos hay todo lo que necesites —le aseguró.
Carolina cerró los ojos y asintió. Complacido Michael sonrió y le
dio un beso en los labios, que correspondió.
Capítulo 26
Un nuevo comienzo

M ichael solo conocía las tiendas


que frecuentaban sus
hermanas, así que decidió ir a
Harrods, le envió un mensaje a su personal shopper, Mateus para que los
guiara. No conocía bien el lugar, ya que pocas veces la visitó cuando era
muy joven y no quería que Carolina se agobiara.
Cuando entraron por la puerta, el joven estaba esperándolos cerca de
los elevadores. Vestía un traje azul con líneas blancas, camisa abierta y
zapatos tenis. Michael se sentía cómodo con él, porque era joven y entendía
lo que le gustaba vestir.
—Hola, Mateus.
—Buen día, señor Waldorf —contestó con una sonrisa. Era moreno
de ojos oscuros, que revelaba su origen portugués.
—Te presento a mi esposa —anunció Michael, Carolina estaba
parada a su lado y la tenía tomada de la mano.
—Mucho gusto. —El joven levantó su mano y Carolina la aceptó
con amabilidad.
—Carolina, un placer —respondió.
—¿Qué es lo que necesita?
—Ropa casual, un abrigo, zapatos, un bolso y un móvil nuevo —le
indicó Michael.
—Bien, sé a donde tenemos que ir.
Michael asintió y se giró hacia su esposa que los miraba expectante.
—Tengo que ir a la oficina, regresaré en un par de horas y luego
iremos a comer, ¿te parece bien? —le preguntó y se inclinó para mirarla de
cerca.
No quería dejarla, pero su abogado fue muy insistente.
Mateus se alejó dándoles espacio, porque notó la incomodidad de
Carolina.
—De acuerdo —contestó no muy convencida mirando con temor a
las personas que pasaban a su lado.
La jaló en un abrazo, le dio un beso y acomodó uno de sus rizos
—Estarás bien, Mateus es un buen chico y tiene un gusto impecable.
Escucha sus consejos.
—¿Tu lo haces? —le preguntó la joven, el aludido hizo una mueca y
sonrió abiertamente.
—Casi siempre. Pásatela bien, él va a pagar todo lo que compres. —
Carolina abrió la boca para quejarse, pero Michael sacudió la cabeza —. Es
parte de su trabajo.
Dejó salir el aire y contestó: —De acuerdo.
Caminó hasta donde se encontraba el joven y metió las manos a los
bolsillos de la cazadora que le quedaba enorme.
—Creo que lo primero que buscaremos es un buen abrigo —señaló
con una risita y ella le sonrió de vuelta.
—Es de Michael —aceptó.
—Lo sé, yo la compré.
—Me gusta —admitió y pasó su manos sobre la tela, era ligera y
muy suave.
—Entonces buscaremos una de tu tamaño.
Entraron al elevador y subieron hasta el tercer piso.

Michael entró a el edificio del corporativo, y se dirigió a su oficina.


Joe le pidió una reunión de emergencia porque le aseguró que tenía
información muy importante sobre la noche que drogaron a Carolina.
Se sentó detrás de su escritorio y la secretaria ingresó con una taza
de té.
—Gracias, en cuanto llegue el licenciado Sinclair, déjalo pasar.
—Como usted diga —le contestó y se retiró.
Recibió un mensaje y tomó su móvil para revisarlo. Era una
fotografía de Carolina sonriente con un pantalón negro de talle alto, un
suéter de cachemira en color burdeos que dejaba ver un escote en v que
mostraba la parte superior de sus senos.
Estaba maquillada y sus risos lucían sueltos bien perfilados. Sonrió
y sacudió la cabeza, esa era obra de Mateus. Se alegró de verla contenta,
solo quería que fuera feliz de nuevo.
La puerta se abrió y Joe se acercó con un maletín en su hombro. Su
rostro sombrío no le auguró nada bueno.
—Hola, ¿cómo está tu esposa? —dijo el hombre.
Era dueño de uno de los bufetes de abogados más reconocidos en
toda Europa que heredó de su padre. Aunque no hacía mucho tiempo que lo
conocía, le tenía la confianza suficiente para manejar esos asuntos.
—Recuperándose. ¿Por qué tanta premura?
Le indicó que tomara asiento.
—Era importante vernos. Stuart Grant me entregó un video, que
puede aclararte muchas cosas.
—¡Ese hijo de puta! —explotó y golpeó el escritorio. Resopló con
violencia y miró al abogado a los ojos—. ¿Qué es lo que quiere?
—Dinero. Me aseguró de que será muy revelador, te envía una
parte, pero si quieres ver el resto, tendrás que pagar.
—Maldito perro, no me sorprende. Hay rumores de que su familia lo
desheredó.
—Está desesperado.
—¿Ya lo miraste?
El hombre bajó la vista porque no era sencillo admitirlo, ese video
mostraba lo que le hicieron a Carolina esa noche.
—Solo una parte —admitió.
No quiso decirle que se detuvo cuando la desnudaron. Carolina le
aseguró que no le habían hecho nada, pero luego de escuchar la droga que
le dieron era normal que no lo recordara y era lo mejor.
Michael se llevó las manos a la cabeza y soltó una maldición.
Joe asintió y sacó el portátil del maletín, donde tenía el video que
recibió en un USB.
—Al parecer tiene algunos problemas de juego, pero esto va más
allá de intereses económicos.
—¿Por qué lo dices?
El abogado prendió el equipo y lo giró para que Michael lo mirara.
—Voy a darte privacidad y regresaré más tarde —anunció y
abandonó la oficina.
Michael presionó el botón de play y el video comenzó a
reproducirse. Se desabrochó varios botones de la camisa y recargó los codos
sobre la mesa, descansando su mentón sobre las manos.
La imagen de la habitación de un hotel apareció apenas comenzó a
correr el video. La cámara estaba colocada en una esquina, dando una vista
panorámica del lugar. Por la calidad de la cinta se trataba de un equipo
profesional. Lo que era evidente. que todo estaba preparado.
La puerta se abrió y aparecieron Madison, Pam, Helen, Benedict,
Oliver, Leonard, seguidos por Stuart que llevaba a rastras a Carolina.
Escuchó incrédulo cómo se burlaban de ella.
—¿Es demasiado pesada esa vaca gorda? —preguntó con desprecio
Madison al hombre que sujetaba de la cintura el cuerpo abatido.
—No deberíamos estar aquí. Se supone que era una broma y
Carolina viene completamente drogada —se quejó Pam.
—¿Eres estúpida? Esto no es una broma, es para que Michael deje
a esa perra, que vino a arruinar nuestras vidas —replicó Helen
señalándola.
Michael miraba el video, poniendo atención a cada palabra que salía
de la boca de esas víboras. Se avergonzó de que fueran sus hermanas y a esa
maldita perra de Madison ahora la odiaba con todas sus fuerzas.
Stuart caminó para dejar a Carolina recostaba sobre un sillón al pie
de la cama. Tenía los ojos cerrados y movía la cabeza, mientras balbuceada
frases ininteligibles. Le dieron una droga de violación que la haría perder la
memoria y la dejaría fuera de combate por unas horas.
—¿Cómo vamos a lograr que Michael la deje? No los has visto
juntos. Nuestro hermano está enamorado —le aseguró Pam levantando las
manos al cielo.
Escuchar de la voz de su hermana que estaba enamorado de
Carolina, lo dejó perplejo.
—¡No es posible que Michael esté enamorado de esa puta! —bramó
Madison molesta y se acercó hasta donde se encontraba Carolina acostada.
Horrorizado miró como mientras su esposa estaba indefensa, la
rubia la sujetó del cabello y le propinó un par de bofetadas. Como una
muñeca desmadejada cayó al piso golpeándose la cabeza.
—¡Maldita hija de puta! —gritó. Aunque solo era una grabación,
ver como la maltrataba lo llenó de rabia.
Pausó la grabación y controló su respiración. Ver ese video era
realmente difícil. Se levantó de un salto, se dirigió por una botella de
whisky que guardaba en uno de los muebles del librero y tomó un vaso. Lo
llenó de líquido y le dio un trago, que quemó sus entrañas. Colocó las
manos sobre el aparador y descansó su cabeza sobre la madera.
Su hermana tenía razón, la amaba.
¿Cómo pudo estar tan ciego para no darse cuenta?, se preguntó
dominando las ganas de vengarse de todos. Eran unos miserables y se
avergonzaba de la que se decía su familia.
Volvió y se sentó de nuevo detrás del escritorio para reiniciar el
video. Era necesario llegar hasta el final y conocer exactamente lo que
había pasado. Tenía que recordar que Carolina estaba bien y ya no le harían
daño.
—¿Estás loca? —gritó Pam abriendo los ojos, al ver el grado de
violencia del que era capaz Madison.
La hija del duque estaba llena de rabia y envidia, todo lo que quería
era hacerla sufrir. La humillación por la que pasó, cuando Michael regresó
de las Vegas casado con esa mujer, nunca la olvidaría. La fiesta que ellos
creyeron era para celebrar su boda, en realidad era de compromiso, pero se
adelantó a sus planes y la dejó en ridículo.
—¡El culpable es Michael! Solo tenía que casarse conmigo, pero
no, prefirió hacerlo con esa cerda asquerosa —confesó enardecida y
comenzó a patear a Carolina en el estómago, que soltó varios gemidos
estando inconsciente.
Stuart llegó y la levantó alejándola, mientras gritaba improperios y
pataleaba molesta.
—¡Cálmate! Nunca dijiste que la golpearías —masculló
sujetándola.
—Suéltame maldito hijo de puta. Tu harás lo que yo te diga —le
amenazó y el hombre la dejó sobre el piso.
—Si la golpeas, el plan se joderá. No voy a hacerme responsable
por golpear a una mujer.
—En este país las leyes son una mierda, no les importará si la
violas o la golpeas. Así que deja tu postura moralista que no te queda. No
tienes salida, seguirás con el plan o tu papi se va a enterar que su hijo
apostó su casa de campo en Bath, y la perdió —clamó iracunda. Stuart
bufó harto, pero no tenía opción, si la ayudaba se anularía la apuesta y su
familia nunca se enteraría.
—¿De qué plan hablan? —preguntó Pam, aun cuando estaba
colaborando con ellos, realmente se preocupaba por Carolina. El tiempo
que estuvo con ella, se dio cuenta que no era una mala persona como su
madre le aseguró.
—Es mejor que no lo sepas. Vamos, nos están esperando para
regresar al hotel —anunció Helen cruzándose de brazos.
—¡No podemos dejarla así! —exclamó Pam, que pensaba que
habían llegado demasiado lejos.
—Has lo que te digo, mi padre nos está esperando —insistió su
hermana.
—¿Nuestro padre está en Dubái?
—Por supuesto, está enterado de todo —admitió torciendo los ojos.
Su hermana era demasiado ingenua, por eso la usaron para que se ganara
la confianza de Carolina.
Pam miró al suelo donde yacía su cuñada y sintió el peso de la
culpa, pero no podía contradecir a su padre. Sacudió la cabeza y se dirigió a
la salida detrás de Helen. En la habitación se quedaron los cuatro hombres
acompañados de Madison que los miraba disgustada, porque Stuart la
detuvo.
—Quiero que se larguen —les ordenó Madison a los hombres que
buscaban licor en el minibar.
—Nos prometiste que nos divertiríamos —le reclamó Benedict que
miraba a Carolina con lujuria.
—Me importa una mierda lo que te prometí, tengo otros planes.
—Vámonos hombre, esto se está complicando demasiado —expresó
Oliver y caminó a la salida.
Stuart se cruzó de brazos y miró a Madison.
—Tú también tienes que irte —le advirtió señalando la puerta.
—¿Entonces nuestro trato ya no es necesario? —le inquirió y
Madison sacudió la cabeza.
—Regresa antes del amanecer, el plan sigue en pie.
—¿Y mientras dónde voy a dormir?
—Ese no es mi problema —declaró y le dio la espalda para sacar
una botella de vodka del minibar.
Los hombres salieron cabreados de la habitación porque la noche
había terminado. Stuart lanzó una maldición y azotó la puerta. Madison lo
estaba chantajeando, por lo que no tenía opción. La rubia sonrió con
satisfacción y envió un mensaje de texto. Se quitó los zapatos, cogió su
bolso y sacó un pequeño envoltorio de donde extrajo cocaína que esparció
por la mesa de centro. Aspiró una línea, cerró los ojos y dejó caer la cabeza
hacia atrás. Tocaron a la puerta y se levantó emocionada para abrir.
Ahí estaba Yuri Luzhkov en el umbral de la puerta y detrás estaban
tres de sus guardaespaldas. El rubio vestía un traje color negro, con camisa
del mismo tono y un par de botones desabrochados. Tenía las manos dentro
de los bolsillos y sonreía con cinismo.
Por fin iba a vengarse de ese hijo de puta de Michael Waldorf, no
olvidaba lo que le hizo con Irina y los problemas que le causó con su
esposa, a la que no podía dejar porque si lo hacía, perdería la mayor parte
de su fortuna y hasta su vida.
—Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? —espetó mientras entraba a la
habitación y observaba el cuerpo en el suelo de Carolina.
—¿No vas a saludarme? —le reclamó Madison con un puchero.
El hombre torció los ojos y se giró para ver a Madison con una
sonrisa fingida. Ya lo tenía harto, pero después de esa noche no tendría que
soportarla. La estaba utilizando solamente para joder a Michael, aunque
tenía que reconocer que era buena en la cama. Estaba tan desesperada
porque alguien le hiciera caso, que era capaz de hacer lo que fuera.
—Por supuesto, ven aquí princesa —le dijo y abrió los brazos.
La joven corrió para darle un beso. Yuri la agarró de las nalgas y la
levantó. Madison soltó un gemido emocionada y le enroscó las piernas
alrededor de la cintura. La dejó caer sobre el suave colchón y luego se quitó
el saco. Se abrió los puños de la camisa y comenzó a desabrocharse uno a
uno los botones, con una sonrisa retorcida.
—¿Qué hace ese hijo de puta con Madison? —replicó Michael sin
poder salir de su asombro.
Estupefacto observó como Yuri se arrodilló a un lado de su esposa y
apretó las manos. Estaba seguro de que no era nada bueno que ese
malnacido estuviera en la misma habitación.
—Las fotografías no le hacen justicia —declaró y pasó su dedo por
los labios de la joven inconsciente.
—¡No puedes estar hablando en serio! —se quejó la rubia que se
bajó de la cama y tomó un vaso donde se sirvió un trago de vodka.
Pero el hombre no le hizo caso. Levantó a Carolina del suelo y la
tendió sobre el colchón. Se quitó los pantalones y se quedó solo en unos
bóxers negros ajustados. Se sentó a horcajadas sobre la cadera de Carolina y
le bajó el vestido exponiendo su brassiere negro. Sus ojos brillaban con una
combinación de lujuria y deseo. Con impaciencia retiró las copas
desnudando sus senos.
Madison enfurecida al darse cuenta como Yuri miraba el cuerpo de
Carolina. En un arranque de celos dejó el vaso de vodka, se acercó por
detrás y jaló su brazo para que se alejara de la mujer que odiaba. Sin
contemplaciones el ruso se giró, la sujetó del cuello y le dio una bofetada
que la lanzó al piso. Madison gritó de dolor y se llevó las manos al rostro.
—¡Qué sea la última vez que haces algo así! ¿Entendiste? —clamó
con el rostro descompuesto.
Yuri era un hombre violento que no le gustaba que nadie le dijera lo
que podía, o no hacer, pero Madison no lo conocía bien. Erróneamente
creyó que podía controlarlo usando el sexo, pero estaba muy equivocada.
—Sí —dijo entre lloriqueos, pasando su mano por la mandíbula
adolorida.
—Ahora no quiero que me molestes —le advirtió con rabia, y
Madison asintió sollozante.
Se volvió hasta el cuerpo de Carolina y bajó su rostro hacia su
cuello. Lamió su mandíbula e inhaló profundamente, extasiado.
—Ty potryasayushchaya, i ya budu trakhat' tebya, poka ne ustanu ot
tebya, chertova shlyukha [viii]—clamó en ruso enardecido.
Agarró sus senos con sus manos y los apretó. Encendido comenzó a
restregarse sobre su torso y deslizó su boca dejando un camino de
lametones, hasta llegar a sus pezones. Tomó uno entre sus labios y lo chupó
emitiendo un sonido de satisfacción.
Aterrado Michael miró como el video se terminó y bramó de
frustración.
Capítulo 27
Verdades que duelen

D esesperado Michael sacó su


móvil y le llamó al abogado. Era
peor de lo que pensaba. Ese
malnacido de Yuri lo pagaría muy caro. Joe al ver el número de Michael
aparecer en su móvil, lanzó un suspiro.
—¡Quiero ver todo el puto video! —bramó en la línea.
—El señor Grant pide quinientas mil libras, para enviar el resto —
admitió en voz baja, porque en ese momento se encontraba rodeado de
personas en el elevador. Se dirigía hacia la oficina de nuevo para hablar
con Michael.
—¡No me importa el dinero, quiero verlo! —gritó. Su pecho subía y
bajaba sin control. El corazón le palpitaba a toda velocidad.
—Sinceramente no creo que sea necesario ver el resto…
—Por supuesto que es necesario. ¡Voy a matar a ese desgraciado
hijo de puta!
—Recuerda que ella está bien.
—¡No está bien! —afirmó con vehemencia.
Tocaron la puerta y se encontró a Joe con el móvil en la mano.
Apenas entró, Michael cortó la llamada.
—Te lo digo en serio, no puedes ir a amenazar a ese hombre. A
ninguno de los dos, puedes meterte en un problema muy grave —le
advirtió.
—¿Me pides que me quede cruzado de brazos, cuando mi esposa
tiene pesadillas todas las noches? Ahora entiendo porque no está bien. Es
una aberración lo que le hicieron —espetó con rabia.
Joe apretó la mandíbula con frustración, porque si eso le hubiera
ocurrido a la mujer que amaba, no descansaría hasta hacerlos pagar, pero no
podía decirle eso a Michael.
—No te pido que te quedes de brazos cruzados, pero darle el dinero
que pide es caer en su juego.
—Quiero tener todas las pruebas en mis manos para joderlos.
—El señor Grant me aseguró que no quiere problemas contigo. Me
dijo que no le hizo nada, que Madison y tu padre lo chantajearon.
—Para mí es tan culpable como el resto, porque no movió un dedo
para ayudarla. No me importa el dinero, dáselo, que crea que se salió con la
suya, el muy imbécil no sabe que su padre tiene negocios con nosotros y
ahora soy el que toma las decisiones.
—Está bien, haré lo que me pides. En cuanto tenga el resto,
regresaré.
—Quiero el USB.
—Aquí esta —anunció el abogado que deslizó el pendrive sobre el
escritorio.
Michael lo tomó y lo guardó en su caja de seguridad.
—Borra la copia de tu computadora, no quiero que se vaya a filtrar.
—Por supuesto.
—Y dile, que, si me entero de que se quedó con una copia, lo mato
—expresó con convicción.
—Esas palabras son muy fuertes…
—Díselo, no me importa. Ah, y otra cosa.
—¿Qué necesitas?
—Quiero a mi padre fuera del concejo y de la empresa.
—Será una guerra. Es un asesor que tiene injerencia —le advirtió.
—El me cedió el control, así que está despedido. Si es necesario
convoca a una reunión extraordinaria.
El abogado se levantó y asintió. Michael se sentó detrás de su
escritorio.

Luego de pelear toda la mañana con Mateus, por fin terminaron las
compras. Sus consejos eran acertados, pero para su gusto, demasiado
osados. Lo más loco que se permitió fue un bolso rojo de Tous, que era un
poco llamativo.
Pero es que cada vez que miraba algo, el hombre la sermoneaba
diciendo que se vestía como una anciana de sesenta años. No entendía que
era un poco recatada.
Caminó al lado del moreno que no dejaba de hablar y entraron al
elevador. La cazadora de Michael la cambió por un abrigo acolchado, pero
muy ligero, con muchos bolsillos, eso sí, costaba una fortuna para su gusto.
Pero es que el lugar era excesivamente caro, luego de asustarse
varias veces por los precios no quiso discutir más con Mateus, así que dejó
de preguntar lo que costaban las cosas. Cada vez que lo hacía las
dependientas la miraban como si estuviera loca.
—Vamos por un té y sándwiches, para que tengas la experiencia
londinense de Harrods —declaró Mateus emocionado.
Apretó la bolsa que llevaba colgada sobre su hombro.
—No me gusta el té —le confesó.
El joven la miró horrorizado y luego entrecerró los ojos.
—Entonces tomaremos champaña —dijo con una risita de
complicidad —Aquí hay un restaurante de Tiffany, que es un sueño hecho
realidad para una tarde de chicas —le confesó llevándose la mano al pecho.
Carolina sonrió y sacudió la cabeza. Tenía que admitir que era muy
divertido. Mateus se transformó en cuanto su esposo los dejó solos, perdió
su fachada de seriedad.
—Está bien, tengo un poco de hambre —aceptó, ya pasaba de medio
día.
Entraron al lugar y la joven se quedó con la boca abierta. Era como
estar en una película. Los sillones eran del color azul clásico, y las lámparas
simulaban tener incrustados diamantes.
—Esto es increíble, me gustaría tener mi móvil para tomar
fotografías —dijo en voz alta. Su amiga Ángela enloquecería.
«¡Dios, Ángela! Soy horrible, no la he llamado», recordó con
remordimientos.
Cuando se sentó, Mateus sacó su enorme celular de su chaqueta.
—Entonces yo te tomaré unas fotos, y luego se las enviaré a tu
esposo.
—Gracias —agregó.
—No tienes por qué agradecerlo, pero ¿qué le pasó al tuyo?
Carolina se humedeció los labios e hizo una mueca. Ni siquiera se
había preocupado por conseguir uno nuevo. En el fondo era porque no
quería llamarle a su amiga, era demasiado doloroso recordar lo que había
vivido.
—Se me perdió —masculló y bajó la vista hasta sus manos.
Esa noche no fue lo único que perdió, tampoco tenía el anillo de
bodas. Ni siquiera recordaba donde lo había perdido.
—Pues es importante que tengas uno, saliendo vamos a conseguirlo.
—Gracias otra vez —le dijo con sinceridad.
—Aunque es un placer, es mi trabajo. Ahora vamos a pedir unas
copas de champaña y unos emparedados.
—Para mí un latte por favor, no quiero tomar alcohol —declaró
seria. Esa bebida le traía recuerdos horribles.
Les sirvieron de inmediato y Carolina comió con ganas, por primera
vez desde que llegó a Londres, realmente se sentía hambrienta. Se comió un
sándwich y luego de una torre de platitos, escogió un trozo de pastel de
queso con una capa de chocolate.
Se llevó la cucharilla a la boca y le dio un trago a su latte.
—¿Te puedo hacer un comentario?
—Por supuesto —contestó y se limpió la boca con la servilleta
blanca.
—Nunca pensé que llegaría el día que miraría a Michael casado.
Ella sonrió y sacudió la cabeza. Si supiera que se casó porque su
padre lo orilló a hacerlo, no estaría tan sorprendido.
Que ella llegara a su vida, fue totalmente circunstancial.
—Sé que era un mujeriego incorregible y anduvo con cada modelo
que se le puso enfrente —admitió ella con sinceridad.
Mateus abrió la boca contestar, pero no pudo, porque se dio cuenta,
que fue muy imprudente al sacar el tema.
—Es la verdad, pero eso fue antes de conocernos, así que no soy
nadie para juzgarlo —confesó.
Carolina creía en el compromiso que hizo cuando se casaron y
aunque tenía claro que no la amaba, era un hombre sincero.
—Debes estar orgullosa, porque tu fuiste la afortunada que lo cazó,
y mira que muchas lo intentaron. Ni siquiera Irina lo logró —dijo enarcando
una ceja.
A cada paso que dieron en la tienda, había una foto de la rubia.
—Es la rubia que está por todas partes, ¿verdad?
—Sí —admitió con una mueca el joven.
—Es preciosa —expuso ensimismada.
—Eres hermosa y tienes un cuerpo increíble —le aseguró.
Ladeó la cabeza y dejó escapar una risa un poco escandalosa.
—¡Ay, eres un amor! —dijo y le lanzó un beso.
—Te digo la verdad. No estás tan flaca como esas modeluchas que
no comen ni una arveja, pero se atiborran de cocaína. Como hombre yo
prefiero agarrar algo más apetitoso —susurró inclinándose sobre la mesa
con la copa de champaña en la mano.
Carolina se sorprendió por su declaración.
—Pero tu…
—Querida, no te confundas, amo a mujeres y hombres por igual, y
si voy a acostarme con una, no quiero agarrar solo piel y huesos.
—No cabe duda de que tengo que aprender muchas cosas.
—Pudiera enseñarte, pero no creo que a tu esposo le guste —dijo
con sorna.
Mateus sonrió de oreja a oreja, por la cara de estupor de Carolina.
Giró la cabeza, y cuando miró a Michael caminando directo hacia ellos, se
atragantó con el líquido en su garganta y comenzó a toser. La joven se
levantó preocupada y le dio un golpecito en la espalda. El hombre sacudió
la cabeza y alzó una mano, para indicarle que estaba bien.
Michael traía una bolsa negra con letras doradas en su mano, con el
logo de la tienda. A Carolina se le iluminó el rostro en cuanto lo miró. Este
le sonrió y se acercó. En un impulso la jaló a sus brazos y le dio un beso
apasionado que todos miraron boquiabiertos.
—Te extrañé —declaró y a Carolina se le hizo un nudo en la
garganta. Sus palabras le afectaron y provocaron que su corazón se
conmoviera.
—Yo también —dijo en un susurro.
Mateus los observó sin poder creerlo. Si tenía alguna duda sobre los
sentimientos de su jefe, sus acciones le dejaron bien claro que la amaba. Por
un momento le pareció bastante raro, que un hombre como Michael, que
tuvo amoríos interminables con modelos, todas cortadas con el mismo
patrón físico, estuviera casado con una mujer como ella, que, aunque le
parecía hermosa, era la antítesis de las mujeres con las que se le
relacionaba.
—Mateus, ¿me cuidaste a mi esposa?
—Por supuesto, nos hemos divertido muchísimo —mencionó
recompuesto.
La tomó de la mano y se sentaron en el sillón en forma de
medialuna.
—¿Quieres café? —le preguntó Carolina y Michael asintió. Cogió
su taza y le dio un trago.
—Gracias —contestó y dejó la taza sobre el platillo.
—¿Tienes hambre?
El asintió, le puso el pequeño sándwich en un plato y se lo ofreció.
Michael le dio un mordisco y luego sacó una caja de la bolsa.
—Te compré un nuevo móvil.
—Muchas gracias —dijo con ilusión.
Era la última versión del iPhone y lo sacó de la caja.
—Intentaremos recuperar tu información —declaró de inmediato y
Carolina agradeció que lo recordara.
Mateos sacó una tarjeta con sus datos, y se la entregó a la joven.
—Envíame un mensaje para compartirte las fotos, para tu amiga.
Se levantó de la mesa con una sonrisa, muy complacido. Nunca
esperó que su jefe se les uniera y menos que se pusiera en plan tan amoroso
delante de tanta gente.
—Muchas gracias otra vez, me la pasé muy bien.
Se acercó a ella y le dio dos besos.
—Cuando quieras estoy a tus órdenes, fue un verdadero placer. —Se
despidió de ambos y se marchó.
Michael deslizó el brazo detrás de la espalda de su esposa, y la
atrajo a su costado.
—Podemos aprovechar para comprar otro anillo, así podrás
escogerlo —le propuso tomando su mano donde debía estar la argolla.
Ella se puso rígida, pero no le contestó. Bajó la vista y se quedó en
silencio. Él se dio cuenta de inmediato y quiso abofetearse por eso. Le tomó
la cara con las dos manos y giró su rostro para que lo mirara. Los ojos
mostraban un brillo de dolor.
—Será cuando estés lista. ¿Está bien?
Ella se conmovió al ver su preocupación y le sonrió, se esforzaría
por dejar en el pasado lo que le ocurrió.
—Sí, no te preocupes, podemos ir a verlos —le aseguró.
Carolina notaba raro a Michael, desde que se presentó en la
cafetería. No era normal que fuera tan amoroso en público, la tomó de la
mano y no la soltó ni siquiera para subir al auto porque llevaba chofer, pero
eso no fue todo, sentía que la miraba de forma extraña.
Fueron a una joyería de Tiffany y con toda la paciencia del mundo
estuvieron más de dos horas escogiendo anillos. Donde también estuvo de
lo más cariñoso, tanto así, que hasta las mujeres que los atendieron se
dieron cuenta, y soltaban risitas cada vez que lo miraban darle un beso o
hacerle un mimo.
Un par de horas después, estaban en el restaurante de comida
argentina Gaucho. Ubicado sobre Chancery Lane en el distrito legal. La
decoración era negra, desde la alfombra, hasta las mesas y paredes. El toque
diferente lo daban la sillas forradas en piel blanca con machas negras. A
Carolina le pareció divertida la alusión a las vacas, ya que la especialidad
eran las carnes. Tomaron una mesa, que estaba sobre el área de sillones y
Michael se sentó a su lado.
Carolina admiraba cada detalle del lugar.
—Me gusta —admitió con una sonrisa.
—¿Quieres vino?
—Que no sea muy seco por favor —le pidió.
—¿Malbec?
—Sí, gracias, suena perfecto —respondió.
Un mesero se aproximó y les tomó la orden. Michael pidió una
botella de vino y un Gaucho sampler, la especialidad de la casa. Incluía un
buen trozo de cada corte de carne que estaba en el menú, además de una
ensalada verde.
Carolina extrajo de su bolso el nuevo celular para tomar una foto.
Michael se lo quitó de las manos, y la abrazó para tomar una selfie.
—Ahora tienes un nuevo fondo para tu celular —declaró y sonrió de
lado emocionada.
—Me encanta.
—Cuando estés lista llama a tu hermano. Me ha estado preguntando
por ti. Le dije que perdiste tu celular y estuviste un poco resfriada, que por
eso no le habías llamado, pero que lo harías pronto.
—Gracias por no preocuparlo.
Les llevaron el vino y de inmediato dejaron pan en rodajas en una
cestita. Tomó un trozo y lo metió a un platito con chimichurri.
Apenas había comido los días pasados y Michael se alegró de verla
recuperar el apetito.
La ayudaría a olvidar lo ocurrido en Dubái, ahora solo tenía que
convencerla de que se quedara a su lado de forma indefinida.
—No tenía caso que lo hiciera, y no quería que te agobiara. Ya sabe
que ya no estamos en Dubái.
—¿Te preguntó por qué dejamos la ciudad? —le cuestionó
preocupada.
—Le dije que hubo un cambio de planes, y regresamos por
cuestiones de trabajo a Londres. Que nos veremos en su boda —admitió y
Carolina, no objetó nada.
La boda se celebraría en París en cinco meses.
Un mesero llegó con una tabla llena de carne, varios platos con
salsas y entradas. Era muchísima comida.
—¡Esto es demasiado! —exclamó viendo como acomodaban todo
en la mesa.
—Podemos llevarlo. No me di cuenta de que el refrigerador está
vacío —aceptó con una mueca de culpabilidad.
Solo tenía cosas muy básicas en la nevera, porque le pidió al
servicio que no los molestara, pero eso cambiaría.
—Solo necesito café y leche —dijo encogiéndose de hombros.
Los últimos días, estuvo tomando cafeína a todas horas. Michael
sacudió la cabeza negando, no podía seguir con esa alimentación.
—Necesitamos comida de verdad.
—No sé si diré una tontería, pero ¿vas al mercado?
Michael soltó una carcajada porque Carolina, mantenía esa
inocencia, ya que aún no dimensionaba lo que era su vida.
—No, alguien me hace las compras.
—Mmm, sería interesante llevarte —confesó con una risita.
Ya se lo podía imaginar de traje empujando el carrito del mercado.
—Tal vez en algún momento. Por cierto, hablé con David. Te manda
muchos saludos —le informó y Carolina no le quiso preguntar si estaba
enterado del incidente, aunque sabía que no tenía secretos con él.
Michael en un arranque de desesperación luego de ver el funesto
video, le llamó. Necesitaba el consejo de su amigo, o cometería una locura.
Le sirvió bastante, porque ahora estaba más calmado, pero no por eso
olvidaría ese asunto.
—¿Cómo está? Hace mucho que no sabemos de él.
—Bien, escondiéndose de su madre en Tailandia.
David no era bueno enfrentando a su madre, así que prefería
escaparse por meses sin que nadie supiera su paradero, al único que le
contestaba era a Michael.
—¿Su abuelo sigue igual?
—Por desgracia —dijo con pena.
Carolina cortó un trozo de carne, se lo llevó a la boca y emitió un
gemido de placer.
—¿Te gustó?
—Sí, está delicioso. Lo único que yo agregaría es guacamole —
confesó con una sonrisa.
—Sabía que lo extrañarías.
Un mesero llegó con un platito con un guacamole improvisado. No
lo servían en el restaurante, pero lo prepararon a petición de Michael.
—Eres un amor —expresó abriendo los ojos.
—Así que, por un guacamole, ¿me quieres un poquito más? —le
cuestionó juguetón.
Sonrió y se limpió los labios, conteniendo la emoción. Si supiera
todo lo que lo amaba, saldría corriendo por la puerta.
—Y ni te cuento si me hubieras conseguido una salsa asada —
replicó bromeando.
Tomó un trago de vino para ocultar lo roja que se puso.
—Me esforzaré más la próxima vez —le contestó.
Le tomó la mano y le dio un beso en los nudillos.
De nuevo llevaba un anillo. No era tan extravagante como el que
compró David, pero era hermoso. Un diamante en un corte ovalado
montado en una argolla de platino, acompañado de la sortija de matrimonio.
Michael aprovechó para comprar la propia a juego que ahora la lucía en su
mano.
Le dijo a Carolina, que en su próxima junta de consejo no quería
que nadie tuviera dudas de su estado civil, pero la verdad es que era un
mensaje claro para las mujeres a las que se encontrara en su estancia en
Londres.

Dos noches más tarde, Carolina se despertó agitada de nuevo. Ahora


no solo escuchó la voz de ese hombre, también sintió los golpes que recibió
en su cuerpo. Tenía sentido que hubiera recibido golpes, porque al ducharse
en la cárcel, se miró varios hematomas en su estómago y aunque no se pudo
ver también por detrás, los pudo palpar en su espalda baja.
Cogió una botella de agua del refrigerador y se recargó sobre la fría
encimera de granito de la isla. Era horrible no recordar con claridad, porque
solo podía hacer conjeturas, especulando los hechos.
Tomó un trago de agua y lo dejó dentro del fregadero. Se llevó las
manos heladas sobre su frente y exhaló sacudiendo los hombros.
Cuando le preguntó el abogado si fue asaltada sexualmente le
aseguró que no, pero ahora no estaba tan segura, y esas pesadillas la
atormentaban poniendo a prueba su cordura.
Miró el reloj, eran las tres de la mañana. Michael despertaba a las
seis y bajaba al gimnasio a correr. Después volvía a tomar una ducha.
Desayunaban juntos y se iba a la oficina. Regresaba después de las dos, y se
pasaban la tarde acurrucados viendo películas.
Carolina no podía salir ni siquiera a caminar, porque llovía a
cantaros, y a pesar de que el departamento era muy grande, sentía que se
asfixiaba.
Volvió a la cama y metió sus piernas debajo del edredón. Se acostó
de lado y abrazó la almohada. Sintió el cuerpo cálido de Michael pegarse a
su espalda. Cerró los ojos y se armó de valor. Se volteó y miró a Michael
que la observaba con anhelo.
Deslizó su pierna sobre la cadera de Michael y rozó su pubis contra
el suyo.
—¿Estás segura? —le preguntó con cautela, pero lo calló con un
beso demandante.
Tomó su cara con las dos manos y devoró su boca sin darle tregua.
Lo deseaba con desesperación y se lanzó sin pensarlo. Si no lo hacía, él no
la tocaría.
—Sí, por favor —respondió entre jadeos, cuando se separó de sus
labios.
Michael se quitó la camiseta de la pijama y los pantalones. Se sentía
duro y palpitante. Carolina se incorporó sobre la cama y sacó por su cabeza
el camisón largo que vestía. No llevaba brasier y solo usaba unos pantis tipo
bóxers.
Él se acostó sobre su espalda y se deshizo de los bóxers. Estaba
totalmente desnudo, con el pene erecto esperando que ella diera el primer
paso. De pronto se encontró agitado y expectante.
—Adelante, soy todo tuyo —declaró enarcando una ceja.
Carolina se mordió un labio y asintió. Retiró sus pantis y luego se
subió sobre Michael, que la acomodó en su regazo y la sujetó de las
caderas.
Bajó su cara hasta rozar sus labios y comenzó a mecerse con un
ritmo cadencioso. Su respiración se aceleró y abrió los labios para recibirlo.
El roce de sus cuerpos se sentía maravilloso y la humedad lubricó sus
pieles.
Dejó su boca y agarró aire. Los dos estaban agitados y con la
respiración entrecortada.
Sonrió con picardía y se deslizó hacia abajo, manteniendo el
contacto de su pecho contra su cuerpo. Hasta que llegó a su meta. Tomó el
pene y empezó a masturbarlo. Luego se lo llevó a la boca. Michael arqueó
su espalda al sentir el calor y la succión que aplicó a su glande.
El hombre masculló palabrotas en alemán, pero se contuvo de
sujetarla de la cabeza. Carolina lo recibió lo más profundo que pudo y
chupó con ahínco. Aferrándose a sus muslos.
—¡Dios, se siente tan bien! —clamó Michael con el pecho henchido
de placer.
Cuando sintió los espasmos en su pene se detuvo, o lo haría
terminar. Se subió de nuevo sobre su regazo y lo acogió, estaba muy
húmeda y excitada. Hacerle sexo oral la ponía muy caliente.
—Así hermosa, muévete por favor —le pidió cuando inicio un
bamboleo de caderas.
—¡Oh, sí! —exclamó con fervor y dejó caer la cabeza hacia atrás,
entregada al placer. Su cabello largo rozaba sus nalgas y para él era un
espectáculo del que no se cansaría nunca.
Michael la afianzó de las nalgas embravecido. Elevó su pelvis para
que las acometidas fueran más profundas. Desesperado lo hizo una y otra
vez, hasta que con un grito de satisfacción terminaron al mismo tiempo.
Era como tocar el cielo y se dio cuenta de lo mucho que lo
extrañaba. Carolina dejó caer su cuerpo sobre el suyo jadeante. La rodeó
con los brazos, y le dio un beso en la cabeza. Dispuesto a disfrutar de la
intimidad que compartieron.
Capítulo 28
Los demonios siempre están al acecho

C arolina sintió un beso en su


espalda desnuda. Estaba bocabajo
sobre el colchón, con la cabeza
sobre la almohada. Al percibir los labios sobre una de sus nalgas, dio un
pequeño gritito y se giró de pronto.
—¿No fuiste a correr? —le cuestionó somnolienta.
—Hicimos suficiente ejercicio. Vamos a la ducha y luego tomamos
un buen desayuno —le sugirió juguetón.
—Ahora que lo dices, tengo mucha hambre —admitió.
Michael se levantó de la cama y le tendió la mano, que ella cogió.
—Podemos ir a los Cotswolds. Bueno, específicamente a Kingham.
Está a dos horas de distancia, es un área muy hermosa, con el encanto de la
campiña inglesa. Muchos famosos tienen mansiones de descanso en los
alrededores.
—Sabes, me encantan las novelas de época, sobre todo de la época
de la regencia.
La atrapó entre sus brazos y le dio un beso.
—Pues te va a fascinar el lugar. Hay galerías y cafés donde podemos
pasar la tarde.
—Suena maravilloso.
—Entonces, ¿qué te parece si nos quedamos un par de días? —le
propuso mirándola con una sonrisa.
—Pero apenas es miércoles, recuerdo que me dijiste que mañana
tendrías una junta importante.
Michael se encogió de hombros y sacudió la cabeza.
—Puedo posponerla, es más importante que estemos juntos.
—¿Seguro?
—Por supuesto.
—En ese caso, me encantaría.
Entraron al enorme cuarto de baño y se metieron a la ducha. Donde
volvieron a hacer el amor.

Después de su desayuno, bajaron al estacionamiento en busca del


auto. Michael llevaba dos bolsas de viaje y Carolina los abrigos, además de
un paraguas por si llovía.
—Me gusta tu auto —declaró al ver el todo terreno Land Rover
Defender, color acero.
Los interiores eran de color crema, en piel con aplicaciones en
varias partes que imitaban a la madera. Con un techo deslizable que podía
dejar una vista panorámica completa en cristal, una edición limitada que
compró en cuanto salió al mercado. El volante estaba del lado derecho,
como todos los autos en Inglaterra.
—A la orden, cuando lo necesites.
—Olvídalo. Manejar en sentido contrario es demasiado complicado.
Causaría muchos accidentes —aceptó con una carcajada.
—Es una suerte que manejaré yo.
—Para qué negarlo, así que como buena copiloto, me encargaré de
la música y de lo que necesites durante el viaje.
Dejó su bolso entre sus pies, junto con una bolsa de lona de color
beige con el logo verde de Whole Foods, que encontró en uno de los
cajones. La usó para llevar snacks, frutas y bebidas que cogió del
refrigerador.
—¿Me darás todo lo que necesite? —manifestó Michael que bajó su
mano a la entrepierna de Carolina, mientras se incorporaba a la avenida.
—¡Eres incorregible! —Soltó una risotada y le pegó un manotazo
—. Tu vista en la carretera, o vamos a tener un accidente —le reprendió,
pero él solo se rio y sujetó el volante con las dos manos —. Bien, ¿qué
música quieres escuchar?
Sacó su móvil y lo conectó al bluetooth al auto. Luego abrió Spotify.
—Pon lo que te apetezca.
—Mmm, no creo que te guste la música en español.
—Pruébame.
—Está bien, pero si canto no te burles de mí.
—Lo prometo.
Seleccionó su lista de música que siempre usaba cuando salía de
viaje y escogió la primera canción. Una melodía con acordes de guitarra
sonaron por los altavoces, sin poder evitarlo comenzó a cantar a coro.
Ya casi al llegar, se encontraron en su camino con pastos verdes y
cercas de piedra, donde pastaban caballos y ovejas. Luego se encontraron
con un pueblito lleno de casas muy juntas, construidas de ladrillos con un
aspecto muy antiguo, con techos de tejas oscuras y chimeneas que
desprendían humo.
Michael rentó un cottage llamado de Old House, perteneciente a un
hostal llamado The Wild Rabbit. Era una casona construida a finales del
siglo XVII, alejada del resto, con su propio jardín privado, en dos plantas
con tres habitaciones, una cocina totalmente equipada, sala con chimenea y
un comedor para diez personas.
Recorrieron el camino hasta la entrada de la casa. Carolina quedó
fascinada con las edificaciones. Al fondo se podía ver el restaurante que
también servía como recepción y registro.
—¡Wow, esto es increíble! Siento que estoy en una novela de Jane
Austen —clamó con admiración.
No llovía, aunque hacía frío. El cielo estaba azul y el sol brillaba en
todo lo alto. Atrás quedó el cielo grisáceo de Londres.
—Hay unos jardines muy hermosos donde podemos pasar la tarde.
—Suena adorable.
—Pero primero vamos al restaurante a almorzar, porque tengo
hambre. Ahí recogeremos las llaves de nuestro alojamiento.
—¿Tienes hambre? —Michael asintió y lo miró entrecerrando los
ojos —. Todo el camino comimos snacks —le dijo protestando.
Gracias a los víveres que llevó consigo, tuvieron que beber y comer,
pero al parecer el sexo le abría el apetito a su marido.
—Barras energéticas, nueces y frutas no es suficiente. Además, casi
es la una —se justificó.
—Está bien, vamos a comer —aceptó.
Carolina tomó su cazadora, una bufanda y se abrigó antes de bajar
del auto. En cuanto abrió la puerta, sintió como si miles de agujas se
clavaran en sus mejillas. La temperatura no superada los diez grados
centígrados.
—¡Dieses Wetter ist Scheiße! [ix]—exclamó y se llevó las manos a la
boca. Las ahuecó y sopló un poco de aire caliente.
Michael se carcajeó. Solo llevaba un suéter y el abrigo lo dejó en el
auto.
—Mujer, cuida tu lenguaje.
—No exageres, no hay nadie. ¿Cómo pueden andar tan tranquilos
con este puto frío?
—Te acostumbrarás. Vamos adentro, pediremos una sopa para que
entres en calor.
Asintió y le tomó de la mano. Al abrir la puerta de madera
envejecida, los recibió la calidez de una chimenea encendida.
—¡Aquí dentro está calientito! —manifestó con gusto.
El hostess los llevó a una mesa cerca del fuego. Las mesas eran de
madera negra, con sillas en el mismo color y con cojines en tonos rojos.
Dominaba una decoración rústica, con vigas de madera en el techo y
ladrillos blanqueados en las paredes.
—Espero que te guste, mi favorito es el cordero a las hierbas.
Carolina miró la carta y abrió los ojos.
—¡De verdad sirven conejo! No podría comer algo así —espetó
incrédula.
—Te comes otros animales.
—Sí, pero los conejos son tan tiernos, que me parece criminal
comerte un animalito tan bonito —admitió con un gesto de ternura.
—Pero son deliciosos.
Sacudió la cabeza horrorizada.
—No para mí, quiero un buen trozo de carne —declaró Carolina,
que leía la carta con atención, sin darse cuenta de la forma que Michael la
miraba.
—Eso puedo solucionarlo más tarde —anunció con malicia,
reprimiendo una risita.
—Eres un engreído —dijo entrecerrando los ojos con un gesto
juguetón.
—Pero te encanta —masculló pagado de sí mismo. Se acercó y le
dio un beso que Carolina correspondió.
Pidieron una botella de vino y una degustación de quesos, mientras
preparaban su comida. Apenas probó el vino Carolina, sus mejillas se
pusieron rosadas. Llevaba el pelo suelto y sus rizos oscuros le caían por la
espalda.
—El vino es delicioso, pero está muy fuerte —admitió llevándose la
mano a una mejilla.
Sintió como el licor recorrió su sistema de inmediato, trayéndole
calidez al cuerpo.
—Es una cosecha muy antigua. Come un poco de pan con queso —
le sugirió y le puso en uno de los platitos un trozo de pan de centeno y
varios trozos de queso. Había siete tipos de quesos, desde los suaves hasta
los más intensos.
—Eso espero, porque apenas es la una de la tarde, no me gustaría
terminar dormida en un sillón. Quiero recorrer el pueblo —replicó.
Cogió el trozo de pan y sobre este encimó varios rebanadas delgadas
de queso. Le dio un mordisco y luego tomó otro trago de vino. Soltó un
gemido de satisfacción al degustar los sabores en su boca.
—Veo que te gustó.
—Está delicioso —aceptó masticando lentamente, tomó la servilleta
y se limpió los labios —¿Cuántos días quieres estar aquí? —le preguntó
arrugando la nariz.
—Ya veremos. Aquí me siento tranquilo —aceptó con una mueca.
Había olvidado el horrible video. Tal vez era cobardía, pero estar
lejos de Londres era como alejarse de conocer toda la verdad. La realidad es
que no estaba listo para ver el resto.
El mesero llegó con sus platos y los dejó sobre la mesa. A Carolina
le pareció curioso que los platos blancos tuvieran el logo del restaurante, la
silueta de un conejo.
La comida lucía muy bien, aunque carecía de cualquier aderezo o
salsa para acompañarlo. Comieron mientras charlaron de los lugares que
visitarían. Tenían varias opciones: una exposición en la galería Fosse, un
paseo por el río en pequeñas embarcaciones, así como un recorrido a villas
y castillos medievales.
A unos cuantos kilómetros se encontraba la finca de la familia.
Donde solía pasar las vacaciones de verano, cuando su madre se acordaba
que tenía un hijo y no lo dejaba tirado en el internado.
Era una mansión victoriana con una cuadra de caballos pura sangre,
que ocupaba varias hectáreas, pero no se pararía de nuevo en ese lugar,
hasta que tomara posesión completa de los activos. Su padre cometió un
error muy grande al entregarle la herencia en vida. Ahora era dueño de la
mayor parte de sus propiedades y albacea de la herencia de sus hermanas.

Carolina caminaba mirando con atención los cuadros que se


exhibían en la galería, que decidieron visitar luego del té de la tarde. La
obra de Christopher Johnson le pareció maravillosa.
Uno en especial, le llamó mucho la atención. Mostraba una mujer
desnuda sentada en una silla, sin rostro con el cabello largo sobre su pecho
que enseñaba apenas sus pezones y tenía una pierna flexionada, con su sexo
desdibujado. A pesar de que no tenía un rostro, la tristeza que transmitía ese
cuadro era abrumadora.
Michael se paró a su lado y la sacó de sus pensamientos.
—Toma un poco de agua mineral —le ofreció y ella se giró con una
sonrisa.
—Gracias —respondió y tomó el vaso.
—Veo que te ha impactado la pintura.
Carolina se giró y de nuevo observó a la mujer fijamente.
—Me parece demasiado triste. Es como si esa mujer estuviera vacía
—le dio un trago y saboreó las burbujas —. Como si hubiera perdido su
alma —agregó.
Michael miró la pintura y no le gustó, ni tampoco le agradó la forma
en que Carolina la veía.
—Vamos a la siguiente sala, me gustaría escoger un cuadro para la
oficina, siempre he tenido fijación por los campos de tulipanes —
argumentó para sacarla de ese lugar.
—¿Te gustan los tulipanes?
—Me recuerdan a Ámsterdam —manifestó enarcando una ceja.
Todo lo que quería era hacerla sonreír, ese cuadro la afectó
demasiado y aunque sabía que no recordaba nada de lo ocurrido durante esa
noche, era como si su subconsciente gritara desde lo profundo de su mente.
—Ya me imagino que recuerdos son esos —masculló sacudiendo la
cabeza, entrecerrando los ojos y apretando los labios, con una sonrisa
ladeada.
La tomó de la mano para sacarla de ahí. Era preferible ver paisajes y
jarrones.
Ya casi habían recorrido todas las secciones, cuando Carolina sintió
la necesidad de ir al baño.
—Vengo en un momento, necesito ir al baño. —le informó.
Se acercó, le dio un beso en la mejilla y caminó a los servicios.
Estaba cansada, caminaron toda la tarde y ahora moría por tomar un baño,
para luego irse a la cama. Su día no pudo iniciar mejor, buen sexo, comidas
deliciosas y la visita a ese lugar hermoso. Era como si hubieran viajado en
el tiempo.
Siguió las indicaciones y encontró los servicios. Abrió la puerta e
ingresó a un baño amplio, con tres retretes y una hilera de lavabos. Entró
directo a hacer lo que tenía que hacer, y cuando terminó, salió a lavarse las
manos.
Agachó la cabeza y abrió el grifo. Se lavó las manos y luego tomó
una toalla para secarse. Al mirar al espejo, abrió los ojos asustada. Un
hombre estaba detrás de ella mirándola fijamente.
Era rubio y muy alto, con un rostro severo.
—¡Este es el baño de mujeres, no debe estar aquí! —espetó
sacudiendo la cabeza, reprobando su presencia.
Tomó su bolso, lo pegó contra su pecho y se dispuso a salir. Caminó
hacia la puerta, pero el hombre le bloqueó el acceso.
Yuri la mirada con intensidad. Cuando supo que Michael la sacó de
Dubái, sintió la necesidad de verla de nuevo. No era un hombre de
impulsos, pero estar ahí fue una decisión totalmente visceral.
—Perdón, entré por error —dijo levantando las manos, pero ella lo
miró con desconfianza.
Eso no lo creyó ni por un momento, no estaba ahí por error, pero no
se pondría a discutirlo.
—Con permiso —exclamó titubeante.
Dio un paso para rodearlo y cuando le dio la espalda, Yuri la tomó
de los brazos, arrastrándola contra su torso y pegó su nariz en su cabello
que llevaba suelto. La olisqueó y emitió un gemido. Carolina trató de
zafarse, pero no la dejó.
—Moya malen'kaya bryunetka [x]—le susurró en el cuello y
asustada se paralizó.
Fue como si el mundo se hubiera detenido. Un sentimiento de terror
la atrapó y comenzó a temblar. Trataron de abrir la puerta y eso la hizo
reaccionar. Antes que pudiera gritar, una mano enguantada cubrió su boca.
El hombre la sujetó con fuerza y pegó su cuerpo sobre su espalda.
Horrorizada sintió la dureza de su pene. Intentó liberarse de su agarre, pero
solo la aprisionó con más ímpetu.
—YA vizhu, ty ne zabyla obo mne, suka—[xi]masculló y luego le
dio un chupetón en su cuello descubierto.
Carolina se sacudió oponiendo resistencia y al zafarse de sus manos,
calló de rodillas sobre los fríos azulejos. Los sollozos ahogados salieron sin
control. Se giró sobre el suelo y se dio cuenta que el rubio ya no estaba.
«¡Esa voz es la de mis pesadillas! ¡Dios mío! ¿Cómo es posible?»,
se preguntó rebasada por ese encuentro.
Tocaron de nuevo a la puerta y se incorporó temblando. Levantó su
bolso del piso y quitó el seguro de la chapa. Se topó con una mujer
esperando que abriera, pero no podía quedarse más tiempo. Salió corriendo
y desesperada buscó la salida. Necesitaba aire, sentía que se ahogaba.

Michael se sentó en uno de los sillones. Su móvil comenzó a timbrar


con insistencia. Era su abogado.
—Hola, Joe.
—Buenas tardes, ya tengo el resto del video.
Apretó las quijadas y sintió una sacudida en sus entrañas.
—¿Pidió algo más?
—Hasta el momento no.
—¿Estás seguro de que no tiene una copia de ese video?
Su mayor preocupación era que el material se divulgara y Carolina
saliera perjudicada. No permitiría que se enterara de nada, no le haría nada
bien, ahora debía olvidarlo y seguir adelante.
—Me garantizó que destruyó todo el material, pero lo hice firmar un
contrato de no divulgación a las redes sociales o prensa, y en caso de que lo
haga se quedará en la ruina.
—Estamos fuera de Londres, regresaremos en un par de días.
Guarda ese video hasta que vuelva, nadie debe verlo —le ordenó firme.
—Por supuesto. —Joe entendió a la perfección a Michael.
Cuando cortó la llamada, revisó la hora. Carolina tardaba demasiado
así que fue a buscarla. Al llegar a los servicios se encontró con una mujer
que salía.
—Disculpe, adentro no está a una joven con el cabello castaño y
rizado.
—No, no hay nadie dentro.
—Gracias.
Sacó su móvil y le llamó, era raro que no regresara todavía.
—Hola —contestó con la voz ronca.
—¿Dónde estás? Vine a buscarte a los servicios.
—Lo siento, tuve que salir. Estoy en la parte trasera.
—Voy para allá.
Se metió el móvil al bolsillo y caminó a su encuentro. Llegó hasta
donde estaba y la encontró sentada en una banca de piedra abrazando su
cuerpo con la mirada fija en una fuente al final del jardín. Carolina apenas
logró calmar su cuerpo, al dejar de sentir la adrenalina del encontronazo con
ese hombre, la dejó exhausta y con mil preguntas sin respuesta que la
atormentaban.
—Preciosa, está muy frío para que estés aquí.
—Necesitaba aire —contestó y sonrió sin ganas.
—Vamos a tomar un café con pastelillos —le ofreció —. Mañana
podemos ir al río, ya está oscureciendo.
Le tendió la mano que tomó y asintió. No estaba preparada para
contarle a Michael, pero lo tendría que hacer.
Capítulo 29
Pesadillas

A l regresar a la casa, Carolina se


dirigió a la habitación. Quería
darse una ducha, la necesitaba. El
olor del perfume de ese hombre lo tenía impregnado en sus fosas nasales.
Se deshizo de la ropa y se metió debajo de la regadera, que era como un
remanso de paz. Mientras Michael se encargaba de cargar con madera la
chimenea. Había un radiador en la habitación, pero no era suficiente.
El agua caliente mojó su cabeza y bajó su frente permitiendo que se
llevara todos sus temores. Esparció suficiente champó para lavar su cabello,
cuando sintió las manos de Michael sobre su cuero cabelludo.
—¡Dios, esto se siente increíble! —admitió con un gemido. Cerró
los ojos inclinando su cuello hacia el frente y levantó su cabello para
enjabonarlo.
Michael deslizó un dedo por su nuca y encontró lo que parecía un
chupetón. Esa marca no estaba en la mañana, ya que recordaba
perfectamente su cuello, cuando la tomó por detrás y agarró en un puño su
cabello.
«¿En qué momento se lo hicieron?», se cuestionó.
Todo el tiempo estuvo con él. De pronto abrió los ojos y recordó el
tiempo que estuvo en el baño, pero no dijo nada.
Michael se enjabonó y luego de enjuagarse el uno al otro, salieron
de la ducha. Carolina no comentó nada sobre su cuello y él tampoco le
preguntó. Se envolvieron en una bata de baño y se colocó una toalla en la
cabeza.
—Vamos a tomar un vaso de leche caliente junto a la chimenea.
—Suena maravilloso —manifestó con satisfacción.
Se sentaron en el sofá de la habitación frente a la chimenea y
Carolina comenzó a secar su cabello, prefería hacerlo de esa forma que usar
un secador o sus rizos serían un desastre incontrolable.
Michael la miraba, mientras intentaba encontrar las palabras
adecuadas para preguntarle, ¿qué demonios había pasado?
Entregaron del restaurante una charola con una tetera con leche
caliente, un plato de escones, mantequilla y mermelada de melocotón.
Carolina le dio un pequeño trago y lo colocó sobre la mesilla, para
continuar con su cabello. Michael, sin poder esperar por más tiempo, le
preguntó.
—¿Qué fue lo que ocurrió en la galería?
—¿A qué te refieres? —respondió arrugando la nariz y desviando la
mirada.
Suspiró y se pasó una mano por su cabello húmedo.
—Sabes a lo que me refiero. Saliste corriendo asustada, ¿con quién
te encontraste?
Carolina abrió los ojos asustada y se llevó las manos a la frente.
—¿Cómo sabes que me encontré con alguien? —masculló.
Se acercó y la tomó de la cara mirándola a los ojos.
—En estos momentos estoy pensando mil locuras y no quiero perder
el control —le advirtió y Carolina contuvo un sollozo, pero no podía
decírselo —. ¡Dime quién te hizo el chupetón que tienes en la nuca!
Por instinto se llevó las manos a su cuello y recordó lo que ese
hombre le hizo. Se alejó de sus manos y se replegó en el sillón, levantó sus
piernas a modo de protección, bajó su frente y negó con la cabeza.
—No, no puedo decirte —alegó sacudiendo la cabeza ensimismada
en sus recuerdos —. Es una pesadilla. ¡Se supone que no es real! ¡No puede
ser real! —repitió una y otra vez con un sollozo ahogado.
El recuerdo de la voz de sus pesadillas, la hizo temblar llena de
pánico. Michael la observaba desconcertado por su reacción.
—¿Qué no es real? ¿Quién no es real? —le preguntó y la giró para
que lo mirara.
Carolina tenía el rostro bañado en lágrimas y una mueca de dolor en
los labios. Negó con la cabeza y cerró los ojos afligida. Exteriorizar sus más
horribles temores, la tenía al límite.
Sentía un miedo atroz, solo de aceptar lo que no se podía quitar de la
cabeza. Que ese hombre abusó de ella, y no estaba preparada para
procesarlo, porque bloqueó todo lo relacionado con esa noche.
—Dime que te pasa, por favor —le suplicó angustiado.
Agarró la toalla y se limpió el rostro descompuesto. Se levantó y
comenzó a pasearse de un lado a otro por la habitación, sin poder mirarlo a
los ojos.
—Desde hace un par de días, he tenido pesadillas. Siempre sueño lo
mismo —le explicó con la voz ahogada —. Estoy paralizada y no puedo ver
nada, pero lo escucho. Lo escucho —clamó y se llevó las manos a la sienes
con desesperación —. Sé que alguien está sobre mi cuerpo y me susurra
palabras que no entiendo.
Las palabras regresaron a su mente. Las mismas que el hombre de la
galería de dijo al oído. Se dejó caer al suelo y pegó su frente sobre el tapete.
Michael se asustó y corrió a su lado para abrazarla. La sintió temblar entre
sus brazos y los lloriqueos inundaron la habitación.
—¿Qué palabras?
—Ti moya chiluca o ishluca. No sé cómo pronunciarlo, porque no
reconozco el idioma —confesó acongojada.
Al escuchar las palabras burdas en ruso, Michael perdió el color de
su rostro. Carolina recordaba a Yuri.
«¡Ese hijo de puta!»
Con la respiración acelerada le preguntó, lo que ya conocía.
—¿Era un hombre rubio como de unos cuarenta años?
Abrió los ojos sorprendida y asintió sacudiendo enérgicamente la
cabeza.
—Sí. Cuando fui al baño y salí a lavarme las manos, estaba ahí. Me
habló de nuevo y cuando intenté irme, me acorraló. Me sujetó por detrás y
fue cuando me hizo esto —aceptó con un sollozo y se llevó la mano al
cuello. Se dobló sobre su estómago y comenzó a llorar.
¿Cómo se atrevió ese malnacido a buscarla? y lo más importante,
¿cómo sabía que estaban ahí?
—Todo va a estar bien, te lo prometo preciosa.
La abrazó con fuerza y le dio un beso en la frente.
Debían volver a Londres. Yuri llegó demasiado lejos y no permitiría
que lo hiciera de nuevo.
Apenas Carolina se durmió, Michael salió al jardín. Joe debía
enterarse del ataque que sufrió su esposa. Era casi la una de la mañana, pero
no importaba la hora.
Cada vez que respiraba desprendía vapor de su cuerpo. Necesitaba
un buen trago. Algo más fuerte que una botella de vino, pero no lo tenía a la
mano.
Buscó el contacto de su abogado y marcó.
—Michael, ¿qué se te ofrece? —preguntó Joe con la voz pastosa.
—Perdón por la hora, pero es muy importante lo que tengo que
decirte.
—¿Qué ocurre?
No era común que Michael lo molestara a deshoras, si no se trataba
de algo delicado. Se talló los ojos y se sentó en la orilla de la cama. Su
esposa estaba dormida a su lado, por lo que se levantó y prefirió dejar la
habitación para no despertarla.
—Yuri atacó a mi esposa en una galería en los Cotswolds.
—¿Estás seguro? ¿Lo miraste? —espetó.
El abogado caminó directo a la cocina, para sacar una botella de
agua del refrigerador.
—No lo miré, pero me describió al hombre que la abordó en el baño
—resopló y pegó un gruñido —. El muy hijo de puta, la acorraló y le dio un
chupetón en el cuello —clamó lleno de rabia.
—¡Cálmate!
—¿Cómo quieres que me calme? Viste el video y escuchaste las
atrocidades que le dijo mientras estaba inconsciente. Ha tenido pesadillas
con la voz de ese malnacido. ¡Voy a destruir a ese perro! —bramó alterado.
—¿Te llevaste seguridad?
—No creí que fuera necesario.
—Pues es evidente que lo es.
—Nos debieron seguir desde Londres. Alguien le tuvo que informar
que estamos aquí. No quiero dejarla sola ni un momento. No me fio de que
no trate de hacerle algo de nuevo. El muy idiota no sabe que lo tenemos
grabado, si lo supiera, no se habría acercado a ella.
—¿Regresarán a Londres?
—Mañana por la tarde, pero no volveré al pent-house. Nos
moveremos al hotel. Llamaré para que me preparen una suite, quiero
seguridad en los pasillos.
—¿Vas a decirle que sabes lo que le pasó?
—Todavía no, está demasiado afectada. Se que no recuerda lo que le
hizo ese maldito, pero su subconsciente, sí. No quiero que sufra más.
—Ten mucho cuidado. No entiendo porque buscarla, después de
todo, tuvo lo que buscaba, vengarse de ti.
Michael cerró los ojos y fue un golpe duro escucharlo. Yuri, se
desquitó con Carolina por su culpa, por usar a Irina. Tendría que vivir con
ese cargo de conciencia para toda la vida.
—Ni yo tampoco, pero me da la impresión de que volverá a hacerlo
y no voy a arriesgarla.
Colgó y volvió a la casa. Se paró frente al fuego para entrar en calor
y luego se metió debajo del edredón de plumas de ganso. Se pegó a su
espalda y arrimó su rostro sobre su nuca. Cerró los ojos, y profundamente
aspiró el olor de su perfume.
Amaba como olía, la suavidad de su piel y la voluptuosidad de su
cuerpo. Estar con ella en la cama abrazados, era delicioso. La verdad era
que la amaba, y saber que estuvo a la merced de ese malnacido, casi lo
vuelve loco.

Carolina se despertó y se encontró sola en la cama. Se levantó, tomó


una bata afelpada y salió en busca de Michael. Lo encontró en el comedor
disponiendo de varios platos que cogía de un carrito de servicio.
—Buenos días —anunció y Carolina asintió con una sonrisa tímida.
—Buen día —respondió.
—Ven siéntate, nos trajeron el desayuno.
—Te levantaste muy temprano.
—Tenía que hacer algunas llamadas.
Se acercó y jaló una silla para que se sentara.
—Con respecto de lo que pasó ayer…
—No tienes que decirme nada. Hasta que estés lista —le
interrumpió con una señal de su mano.
Ella sintió un nudo en la garganta y asintió.
Se humedeció los labios y contestó: —Gracias.
—Ahora vamos a comer.
Se sentó a su lado y le sirvió una taza de café con leche, como le
gustaba. Carolina tomó una servilleta y la puso sobre su regazo.
—Huele delicioso —declaró con una sonrisa.
—La mantequilla y la mermelada son artesanales. Los escones están
recién horneados.
Levantó la tapa de su plato, y descubrió un par de huevos
benedictinos montados sobre dos rebanadas de jamón grueso, acompañado
de espárragos salteados y papas fritas cortadas en pequeños cuadros. A un
costado estaba una pequeña vasija, con crema holandesa.
—¿Vamos a volver? —le interrogó, luego de lo sucedido ayer no
sabía cómo reaccionaría.
—Regresaremos mañana. Hoy vamos a dar un paseo en Stratford, te
va a encantar. Hay un río y la villa es como estar en una novela de
Shakespeare.
—Vaya, no sabía que te gustaban los clásicos.
Enarcó una ceja juguetón e hizo una mueca. Le gustaba leer, pero no
era el tipo de libros que acostumbraba.
—Es que eso dice en la publicidad de los tours que ofrecen —
admitió con una sonrisa ladeada.
Carolina soltó una carcajada, por la sinceridad de Michael y se
conmovió a partes iguales. Que quisiera distraerla, era algo que agradeció.
—Me gusta la idea.
Capítulo 30
De nuevo a ver un cielo gris

L uego de dos días maravillosos,


regresaron a Londres. La ciudad
los recibió con el cielo gris y
lloviznando. Estaba anocheciendo y las luces comenzaban a encenderse.
Michael le dijo por la mañana que no regresarían al departamento. Se
hospedarían en el hotel Waldorf ubicado en el corazón de la ciudad.
Argumentó que estaría muy ocupado en la oficina, que prefería estar
cerca del corporativo, porque sería más fácil estar juntos. Solo tendría que
caminar unos cuantos metros para llegar al trabajo, pero era una verdad a
medias.
Sin pasar por el lobby, se dirigieron a los elevadores. El hotel no
estaba a su máxima capacidad, pero, aun así, había un flujo de personas
constante.
Salieron a un corredor, donde solo había una puerta. Esa suite, solo
la usaba la familia o la prestaba a los amigos cercanos.
Contaba con una recámara principal, baño privado con tina y un
enorme vestidor, además de dos recámaras de invitados con su propio baño,
una sala de estar, una biblioteca, un comedor para ocho personas y una
cocina completa para que un chef preparara los alimentos.
Tenía acceso a una terraza privada, con una pérgola y una sala
exterior, también había un sauna y un jardín acristalado, capricho de su
madre.
Michael sacó la llave de su bolsillo y abrió la puerta, para que
Carolina ingresara. El lugar estaba listo. La ropa fue trasladada de su casa y
el personal surtió el refrigerador y la alacena. Aunque podían pedir servicio
a la habitación en cualquier momento.
—¡Wow! —exclamó al caminar por la sala, mirando cada detalle.
La decoración era estilo Luis XV, pero moderno. Había molduras en
los techos abovedados y paneles en las paredes. Un enorme candil colgaba
del techo, con decenas de cristales. Estaba cargado de cuadros, cortinas
bordadas, esculturas y muebles con telas en brocados, en tonos plateados y
rosados, que suavizaban lo saturado del lugar.
Aun así, le pareció demasiado ostentoso para su gusto, era como
estar en un museo. De hecho, el estilo era muy diferente al resto del hotel.
Aunque era un edificio muy antiguo, fue renovado y las habitaciones
decoradas con un estilo más contemporáneo.
—Lo sé, mi madre escogió la decoración —aceptó.
—Me siento como en la casa de los Bridgerton —manifestó con una
sonrisa.
—¿De los quién? —preguntó sin comprender.
—Es una serie de Netflix, tendremos que ver un capítulo más tarde,
para que comprendas —declaró torciendo los ojos.
—Ven, te voy a mostrar el resto.
—¿Para qué quieren un lugar tan grande, si tienen casa cerca de aquí
y tú tienes un pent-house? —le preguntó intrigada.
—Este lugar fue concebido para que mi tatatara-abuelo, lo usara
como su departamento de soltero —admitió con una sonrisa pícara y
continuó con el recorrido.
—Vaya, así que lo donjuán te viene de familia —masculló entre
dientes.
—Me siento ofendido, me he portado muy bien —le reclamó
fingiendo indignación.
—Yo no he dicho lo contrario, pero tu fama te precede. Lo siento —
recalcó con una mueca.
Michael se acercó y le dio un beso que le robó el aliento.
—Creo que, en lugar de darte el tour, lo vamos a dejar para más
tarde.
La levantó de la cintura y Carolina pegó un grito de sorpresa. La
metió a la recámara principal. La cama era enorme y muy alta. Tenía cuatro
postes labrados y lo cubría un edredón en tonos dorados y beige, con
almohadones en diferentes tamaños. La dejó sobre la cama y tiró al suelo
todas las almohadas.
—Pensé que deseabas descansar.
—Cambié de opinión. ¿Qué te parece si tomamos un largo baño?
—Me parece perfecto, porque huelo horrible —dijo convencida.
Michael subió a la cama. Reptó por el cuerpo de Carolina, que lo
miraba sonrojada y el cabello desparramado.
—Nunca hueles horrible —le aseguró y le dio un beso en el cuello.
Descansó su cuerpo sobre el de ella. Tomó sus manos para subirlas
sobre su cabeza, y se acomodó entre sus piernas.
—¡Michael! —gimió cuando su boca mordió uno de sus senos.
—Podría comerte entera.
—¡Por Dios, vamos a bañarnos! —le suplicó.
Emocionado, se sentó sobre su regazo y se quitó la camisa. Carolina
levantó la mano y tocó su pecho marcado, con un ligero vello rubio.
—Me da gusto que te emocione verme sin camisa.
—Siempre —admitió con una sonrisa ladeada.
Nunca se cansaría de verlo desnudo, era tan guapo y con un cuerpo
increíble, que cada vez que estaba con él, se preguntaba que miraba en ella,
que no se parecía ni remotamente a las mujeres de su pasado.
Michael se incorporó y se comenzó a desnudar.
—Me gustaría tener música en este momento —confesó Carolina
apreciando el cuerpo de su esposo.
—Si cantas, puedo bailarte —le propuso juguetón al ver que se lo
comía con los ojos.
—Nunca te haría eso de nuevo —admitió con vergüenza.
—Amo como cantas, aunque no entienda una palabra. Amo todo de
ti. Te amo —declaró con vehemencia liberado porque por fin lo admitía en
voz alta.
A Carolina se le borró la sonrisa del rostro de la impresión y
Michael volvió sobre su cuerpo, tomó su cara y la besó con todas sus ganas
contenidas. Ella cerró los ojos y pasó sus manos sobre su espalda,
correspondiéndole.
Era increíble, que le confesara que la amaba. Cuando ella no había
podido decírselo en voz alta, por el temor de perderlo.
Se separó de sus labios y pegó su frente contra la de ella, respirando
con dificultad. Armándose de valor lo miró con los ojos llorosos y
pronunció esas palabras que le parecieron imposibles de decir en voz alta.
—Yo también te amo.
Michael, sonrió ampliamente, él ya lo sabía, pero le encantó
escucharlo de sus labios. Comenzó a arrancarle la ropa con premura.
—Dejaremos el baño para después —decidió Michael con un
gemido.
Desabrochó y bajó los pantalones de Carolina, arrastrando la ropa
interior en el trayecto. Ella asintió y sacó su suéter por su cabeza. Al verla
con solo el sostén puesto, sacó sus senos de las copas y la tumbó de nuevo
sobre la cama.
Degustó con placer sus pezones, lamiendo y chupando con éxtasis.
—Me encantas —proclamó con un gruñido.
Carolina agarró su cabello y lo sujetó con fuerza para que
continuara. Estaba excitada y con rapidez sintió como la humedad se filtró
entre sus piernas.
—Sí, así, no te detengas —le exigió con un chillido.
Michael deslizó sus manos por sus caderas, se asió de sus nalgas y
entró en su cuerpo de una sola estocada, ella arqueó la espalda y lo rodeó
con sus piernas para acogerlo por completo.
Estaban haciendo el amor con desesperación y deseo desenfrenado.
Solo se escuchaban los jadeos y gemidos de ambos, aparte del choque de
sus cuerpos.
Entró en ella una y otra vez, con movimientos profundos y
sincronizados. Hasta que Carolina sintió como su cuerpo comenzaba a
convulsionarse. Con un grito liberador permitió que el orgasmo la arrasara.
En consecuencia, sus espasmos hicieron que Michael la siguiera y terminara
con un gemido profundo.

Luego de un magnífico sexo, Carolina y Michael estaban desnudos


dentro de la amplia tina llena de agua caliente. Recargada sobre su pecho
cerró los ojos disfrutando de las caricias de su esposo. Se sentía completa y
por primera vez en muchos días, se olvidó de Dubái y de los horrores que
sufrió.
—Quisiera quedarme aquí para siempre —admitió con un suspiro.
—Podemos quedarnos el tiempo que quieras —le dijo tocando
suavemente sus senos y dejó un beso en su hombro.
—Seré feliz, mientras pueda estar contigo —anunció convencida de
que estaba en el lugar donde estaba su corazón.
—Estoy de acuerdo contigo, eres una mujer muy sabia.
—Por supuesto, te casaste con una mujer sensata —exclamó y luego
soltó una risotada, porque las condiciones de la boda no fueron
precisamente las más adecuadas.
—Es la mejor decisión que he tomado en mi vida. Admito que
nunca imaginé que podría enamorarme de ti, es más no creí que pudiera
enamorarme de nadie, pero no me arrepiento. De verdad, tengo la
convicción de que no fue casualidad que te burlaras de mi en ese bar, y
estuvieras de entrometida escuchando nuestra conversación.
Carolina se giró y lo miró entrecerrando los ojos.
—¿Me estás diciendo metiche?
—Estabas muy atenta escuchándonos.
—Bueno, en mi defensa debo decir que estaban gritando, ¿qué podía
hacer? —confesó con descaro y lo miró con ojos de inocencia. Carolina
recargó su mejilla contra su pecho y sonrió complacida.
—Pero gracias a tu curiosidad, estás aquí conmigo y es lo único que
me importa —dijo y le dio un beso suave en la frente, Carolina se giró y
Michael arregló su cabello sobre sus senos —. Por cierto, mañana llega
David. Me dijo que nos extrañaba, por eso viene de visita.
—Me alegro de que vuelva, siento que David es un hombre perdido
y no se ha dado cuenta, por eso viaja tanto. Pero en realidad, necesita
encontrar su lugar en la vida.
—Lo tienes bien analizado.
Se encogió de hombros y admitió: —Es fácil hacerlo, y me da pena
porque es muy buena persona. Lástima que le tocó una familia tan jodida.
Los padres de Carolina por desgracia fallecieron. Aun así, el tiempo
que estuvieron juntos fueron unos padres maravillosos que los amaron
incondicionalmente.

Carolina dormía a pierna suelta, con una camiseta y unos pequeños


calzones. Luego de hacer de nuevo el amor en la tina, se ducharon y se
fueron a la cama. Tenía el cabello rizado alborotado, que se secó durante la
noche de forma descontrolada.
Abrió un ojo con dificultad y se encontró en penumbras. Solo se
tomó un par de copas de vino, pero le dolía la cabeza.
Dejó salir el aire contenido en los pulmones, se estiró y gimió con
dolor. No deseaba levantarse, pero necesitaba un buen café y un par de
analgésicos. Así que era inevitable moverse del lugar donde estaba tan a
gusto.
Se fue al baño, lavó sus dientes y su cara. Parecía como si una
bomba hubiera explotado en su cabeza. Pasó sus dedos entre sus rizos, pero
sería imposible domarlos, necesitaba una ducha para eso.
—Dios mío, luzco terrible, pero valió la pena —farfulló con una
sonrisa de satisfacción.
Se puso las pantuflas y salió para buscar a Michael. En caso de que
se hubiera marchado a trabajar, pediría servicio al cuarto.
Al doblar por el corredor, miró a su esposo sentado leyendo el
periódico. Estaba vestido con un traje gris y una corbata de rayas azules. Se
acercó y le dio un beso en los labios sonriendo como boba.
—Buen día, preciosa.
—¡Vaya amiga! Ese hombre sí que te ama. Pareces loca con esas
greñas alborotadas —clamó una voz en español a sus espaldas y Carolina se
giró de inmediato.
Pegó un chillido y brincó levantando las manos, no podía creer lo
que miraban sus ojos. Corrió para abrazar a su amiga y sus ojos se llenaron
de lágrimas. Un torrente de emociones cayeron con un vendaval empapando
su rostro.
—¿Cómo es que estás aquí? —le preguntó con su mejilla recargada
en su hombro, con un sollozo.
De pronto un ladrido hizo que rompiera a llorar en toda regla. Bajó
la mirada para encontrar a su perrita que le movía la cola y brincaba para
alcanzarla.
Se arrodilló y la recibió con los brazos abiertos. La perrita le
comenzó a lamer las lágrimas de sus mejillas y cuello.
—Mi preciosa niña, tu mami te extrañaba mucho —clamó entre
sollozos.
Ángela caminó directo al comedor y se sentó.
—Nunca entenderé como puedes ser tan cursi con esta pequeña
ladina.
Michael miraba atentamente a Carolina que seguía en el suelo
acariciando al animalito que estaba loco de contento.
—No le hagas caso a tu tía Angie, ella te ama tanto como mamá,
pero es demasiado agria para aceptarlo —clamó con voz infantil como
siempre lo hacía, cuando le hacía cariños.
Su amiga torció los ojos y se cruzó de brazos.
La verdad era que cuidó con mucho cariño a esa pequeña, que ya
consideraba su compañera, pero no sería fácil aceptarlo ante Carolina, ahora
entendía porque la quería tanto.
Se levantó y la llevó en brazos para ocupar una silla a un lado de
Michael. La bajó al piso y la perrita se acomodó en su camita. Carolina se
conmovió al ver que Ángela la trajo consigo, porque era su lugar favorito.
Michael se levantó y le dio otro beso en los labios.
—Me marcho al trabajo. David llegará por la tarde. Ya pedí el
desayuno, en un rato lo traerán —le dijo
—Gracias.
—Me alegra verte tan feliz —declaró y le acarició la mejilla.
—Es la mejor sorpresa que pudiste darme —confesó con emoción.
Ángela los miraba atenta, pero no dijo una palabra, esperaba que se
quedaran solas. Michael fue muy amable y atento.
—Si necesitas algo envíame un mensaje, pueden usar todos los
servicios del hotel—les explicó y se marchó.
Su abogado lo esperaba en la oficina, para mostrarle el resto del
video. Miró la espalda de su esposo desaparecer por el pasillo y soltó un
suspiro.
—Nunca pensé ver esa mirada estúpida en tu rostro, por el amor de
Dios. ¡Mírate! Se te nota a leguas que te pegaron un cogidón épico —
manifestó con una risotada.
Carolina se atragantó con el café que estaba tomando y escupió sin
poder evitarlo.
«¿Tanto se me nota?», pensó mortificada.
—¡Cállate!
Tomó una servilleta, se limpió la barbilla y se comenzó a reír con
ganas.
—Amiga, no te juzgo, con un hombre así, me la pasaría de rodillas.
—¡Eres una puta! —Abrió la boca escandalizada y luego sonrió con
picardía —Te atragantarías —declaró y se llevó las manos a la cara con
vergüenza.
—Te dejó de ver unos meses, y te me haces ninfómana.
—Lo amo amiga, lo amo, como nunca pensé amar a nadie —aceptó
feliz.
Ángela se movió de lugar y se sentó a su lado. Agarró su manos y le
dio un abrazo.
—Te lo mereces —masculló sobre su hombro conmovida.
—Es increíble que estés aquí. ¿Cuándo llegaste? ¿Cómo trajiste a
Frida contigo? —le preguntó atropelladamente.
—Cálmate, deja me sirvo un café y te cuento —soltó con una risita
divertida.
Carolina era medio desesperada y quería saber todo de forma
detallada. Esta resopló y se pasó las manos por el cabello desordenado.
Le dio un trago a su café, luego de colocar tres cubos de azúcar.
—Esto se lo debes a tu esposo. Nos trajo a la bigotona y a mí.
Llegamos hace un par de horas.
La schnauzer miniatura levantó las orejas y ladeó la cabeza, como si
supiera que estaban hablando de ella.
—Pero ¿cómo te contactó? Cuéntamelo todo.
—Fue tu hermanito el que lo hizo. No vez que tu marido no habla
español.
—¿Cuándo? —preguntó extrañada.
—Hace dos días, todo fue precipitado. Alex me dijo que me
necesitabas, aunque tampoco sabe que te pasó realmente, pero fue
suficiente para que me decidiera a venir. Michael se puso en contacto
conmigo por mensajes y coordinamos nuestro traslado, hizo mucho
hincapié en que trajera a la bola de pelos. Tengo que confesarte que fue
todo una experiencia, eso de viajar en avión privado es una pasada. Esa
correteo por todas partes y les ladró a las azafatas.
—Es que mi niña sabe que esas son unas pajuelas —dijo
entrecerrando los ojos.
Ángela soltó una risita y miró hacia Frida que descansaba. En eso
tocaron la puerta.
—Debe ser el desayuno.
—Anda, porque muero de hambre.
—Ni loca me asomo así, ve tú —le pidió.
—Estás loca. Me voy a quedar muda.
—Amiga, debes aprender inglés —le recriminó.
—Como si fuera tan fácil. Recuerda, chango viejo no aprende
maroma nueva —se excusó con la frase que usaba para todo, cuando
alegaba que estaba demasiado vieja para aprender algo nuevo.
Sacó una liga de su chamarra y se la entregó. Carolina torció los
ojos y recogió su cabello en un moño desordenado. Fue a abrir la puerta y
dejó pasar al botones que llevaba un carrito con el desayuno. El hombre se
marchó cuando terminó de trasladar los platos a la mesa, acomodando los
alimentos. Ángela miró maravillada la comida y se sentó de inmediato.
—Vaya, tu marido sí que pidió comida.
—Es un poco exagerado. Prueba los escones, son deliciosos con
mantequilla y jalea de fresa —le sugirió.
Llenaron sus platos y Carolina se sirvió más café, miró su taza y
bajó la mirada avergonzada, por cobardía no se comunicó con su amiga
antes. Porque no quería enfrentar la realidad.
—Quiero pedirte disculpas porque no volví a llamarte —le confesó.
—Amiga, todos tenemos secretos, pero ahora me tienes que contar
todo lo que te pasó —le exigió.
Carolina asintió y se mordió los labios. Debía sincerarse con
Ángela, en realidad ella lo necesitaba.
—Desayuna, porque no será nada sencillo —admitió.
Capítulo 31
Un reencuentro maravilloso

M ichael dejó a Carolina con


Ángela. Al ver la reacción de
su esposa se terminó de
convencer que traer a su amiga y a su mascota, fue la mejor decisión que
pudo tomar. Esa perrita era una ternura. En el pasillo afuera de la suite,
estaban apostados dos guardias que la vigilarían las veinticuatro horas. Así
que se marchó tranquilo.
Cruzó la calle y se adentró en el edificio histórico que adquirió para
instalar el corporativo que administraba todos los hoteles que tenían por el
mundo. Entró a la oficina y aunque eran apenas las once de la mañana se
sirvió un trago de whisky.
Su asistente Amelia entró con un servicio de té y su tableta debajo
del brazo. Miró el vaso repleto de líquido ámbar sobre el escritorio, pero no
dijo nada.
—Buen día, señor. Su abogado ya viene para acá.
—Gracias —respondió.
Dejó la bandeja sobre el gran escritorio de madera y prendió la
tableta, esperando indicaciones.
—Su padre le llamó el día de ayer y le informé que estaba fuera de
la ciudad. De hecho, llamó hace un rato nuevamente. Insistió en hablar con
usted, se quejó porque no le contesta sus llamadas
Michael apretó la mandíbula y contestó: —Si vuelve a llamar le
dices que no estoy —le advirtió enarcando una ceja.
—Como usted diga —respondió.
Tocaron a la puerta y la mujer miró nerviosa a Michael.
—Hazlo pasar, más tarde revisaremos los pendientes.
Asintió y se dirigió a la puerta para recibir al abogado. La cara de
Joe demostraba molestia, con un movimiento de cabeza saludo a la rubia y
se sentó frente al escritorio.
—¿Su amiga llegó bien?
—Sí, gracias por arreglar todo tan rápido.
Sacó una tableta de su portafolio y la dejó sobre el escritorio.
—Localizamos a Yuri Luzhkov. Vamos a seguirlo para saber dónde
está en todo momento, por lo pronto sabemos que está aquí en uno de sus
hoteles.
—¿Viste el video?
—Me dijiste que no lo hiciera. Tengo el contrato de
confidencialidad firmado por el señor Grant.
—Gracias.
—Te dejaré a solas.
Michael asintió y Joe abandonó la oficina. Por unos minutos estuvo
sentado con los brazos cruzados, hasta que se armó de valor y prendió la
tableta.
Encendió el video y este continuó donde lo había dejado. Ver a
Carolina desnuda con Yuri pasando sus sucias manos sobre su cuerpo, le
provocaron arcadas.
De pronto otro hombre entró a la habitación y vio como Yuri se
levantó de la cama y tomó una pequeña bolsa llena de polvo blanco.
Lo esparció por la mesilla y Madison se arrastró por la alfombra
para aspirar varias rayas más. Se notaba totalmente drogada. Con una
sonrisa estúpida en los labios. Se acercó, se llevó el pene del ruso a la boca
y comenzó a succionarlo. Era un espectáculo desagradable. El otro rubio se
desnudó y mientras ella le hacia la felación a Yuri, el sujeto se deshizo de
los pantalones, se arrodilló detrás de ella y la penetró.
Michael estaba asombrado, nunca pensó que Madison estuviera
involucrada a ese nivel y tuviera ese tipo de relaciones sexuales. Por
desgracia a los pocos minutos, Yuri se quitó de encima a la rubia y regresó a
la cama sobre Carolina.
Sus peores temores se hicieron realidad.
El malnacido tomó cocaína, la esparció por su pene, se colocó un
condón y se empaló en un solo movimiento. Gritó eufórico mientras el
cuerpo de su mujer permanecía lánguido, recibiendo sus embestidas.
Bajó la cabeza sobre el escritorio y cerró los ojos. Un sentimiento de
impotencia, ira y frustración se estacionó en su cuerpo. Sin poder soportarlo
más adelantó el video hasta que los tres salieron de la habitación. Esperó
paciente hasta que Stuart regresó, encontrando a Carolina inconsciente,
como una muñeca de trapo desmadejada.
El hombre miró directo a la cámara y sacudió la cabeza. Sabía que
había una cámara grabando. Desapareció por una puerta, que supuso era el
baño y volvió con una toalla en las manos. Giró a la joven y comenzó a
limpiarla.
Sin darse cuenta Michael derramó las lágrimas contenidas en sus
ojos, se llevó las manos al rostro y comenzó a sollozar. Ni siquiera
recordaba cuando fue la última vez que había llorado.
Cuando el hombre terminó, la acomodó cubriendo su cuerpo con
una sábana. Luego se desnudó y se metió en la cama. Era un teatro, porque
tenían que encontrarlo con ella para que la arrestaran, pero nunca la tocó.
En ese momento el video marcaba las cuatro de la mañana. Con las
manos temblorosas Michael adelantó de nuevo la grabación hasta el
momento en que la puerta se abrió, y observó como su padre entró a la
habitación gritando insultos a su esposa que se despertó desorientada y
asustada.
Aterrado presenció como la sujetó del cabello y la tiró al piso,
mientras ella suplicaba que la ayudara. Sin embargo, en lugar de hacerlo le
propinó varias bofetadas y siguió insultándola. Stuart se sentó en la cama
con un gesto de indiferencia y afirmó que había tenido relaciones sexuales,
lo cual era una vil mentira.
De inmediato entraron dos oficiales y la cubrieron con una burka,
para luego esposarla y sacarla arrastras de la habitación.
Sin poder soportarlo más, Michael se levantó descontrolado y
comenzó a destrozar la oficina. Era mucho peor de lo que se imaginaba.
—¡Malditos bastardos! —gritó y arrojó la licorera regalo de su
padre contra la pared, estrellándose en el acto.
Cayó al suelo de rodillas, pegó la frente al piso y comenzó a bramar
desde lo más profundo de su alma.

Al salir del aeropuerto David le llamó a Michael, pero este no


atendió, así que decidió dirigirse a su oficina. En cuanto le informó del
problema que tuvieron en Dubái y que el ruso estaba involucrado, buscó
ayuda. Su amigo no tenía idea del problema real que representaba ese hijo
de puta.
Consiguió información alarmante, no solo tenía hoteles de forma
legal, también tenía negocios ilegales y lavaba dinero para la mafia rusa.
Era un hombre muy peligroso, por eso viajó a Londres para hablarlo
personalmente.
Aconsejado por el investigador, contactó a Darko Brankovich un
hombre que estuvo dentro de la bratva, pero ahora brindaba protección.
—Hola, señor Forschner.
—Buen día, Amelia —saludó con familiaridad a la asistente de
Michael.
Era una mujer de mediana edad, que trabajaba con Michael desde
que tomó la vicepresidencia.
—Deje pregunto si puede recibirlo, porque me dijo que no lo
molestara.
David asintió y cuando Amelia se levantó de su silla, escucharon el
ruido de vidrios rompiéndose y muebles cayendo al piso. El joven levantó
la mano y la detuvo. Corrió hacia la puerta y la abrió intempestivamente
cerrándola detrás para encontrar a su amigo de rodillas sobre el suelo, con
la oficina destrozada.
Se arrodilló a su lado y puso su mano sobre su hombro.
—Michael, ¿qué es lo que pasa?
Su amigo levantó la cara y se limpió el rostro con el brazo.
—¡Lo quiero muerto, no me importa lo que me cueste!
—¿De qué hablas?
—Yuri. Ese hijo de puta tiene que morir —clamó, nunca había visto
a su amigo llorando de esa forma.
—¡Cálmate!, no puedes decir eso en voz alta. Te puedes meter en
problemas —le advirtió.
—Voy a hundir a ese malnacido, y a la puta de Madison le arruinaré
la vida.
—Terminaste de ver el video —declaró con angustia.
—Sí, y es peor de lo que imaginé. Es espantoso, mi propia familia
coludida con esa perra le hicieron eso. Se limpió las lágrimas con la manga
de la camisa y sacudió la cabeza.
David asintió, se levantó y le tendió la mano.
—Vamos. Hay que salir de aquí, necesitamos un trago. Tengo
noticias y no son buenas.
Michael se levantó. Caminó directo al escritorio, tomó la tableta y
cogió el saco de la silla. Se puso los lentes oscuros, salió de la oficina y se
acercó al escritorio de su asistente.
—Amelia, necesito que envíen a alguien de mantenimiento, tuve un
pequeño accidente.
—Sí, señor —respondió sin preguntar nada al respecto.
David le envió un mensaje de texto a Darko avisándole que se
reuniría con él. Este le contestó mandándole la ubicación.
Capítulo 32
Desnudando mi alma

C arolina tomó un largo baño para


recuperarse de la fatiga
emocional que sufrió al contarle
todo a su amiga. Se vistió con un suéter de lana de cuello alto de Michael
que le quedaba bastante grande, pero le encantaba. Se puso unos leggins
gruesos, unos calcetines de lana, con sus botines forrados y afelpados por
dentro.
Para despejarse salieron a la terraza. Se sentaron cada una en un
sofá, debajo de la pérgola, arropadas con una manta y un té de manzanilla
en la mano. Pasaban de las dos de la tarde y Michael todavía no regresaba,
ni le había enviado ningún mensaje.
El aire helado corría con moderación, pero lo suficiente para
enfriarte ya que apenas alcanzaban los diez grados centígrados.
Para Frida era un clima perfecto, correteaba alrededor del jacuzzi y
por toda la terraza persiguiendo mariposas, que buscaban las flores de las
maceteras que adornaban toda una pared lateral.
—Sé que puede ser una pregunta estúpida, pero ¿cómo te sientes en
este momento?
Carolina sonrió desganada y sacudió la cabeza.
—Abrumada, pero si me preguntas si cambiaría algo de mi relación
con mi esposo, la respuesta es no. Me queda claro que los eventos que me
ocurrieron las última semanas, fueron los que me trajeron a este punto —
confesó ladeando la cabeza y dejando escapar un pequeño suspiro.
—¿Qué sabes del hombre que te atacó en el baño? ¿Crees qué?
Pues… ya sabes —indagó titubeante, porque no quería herirla.
—No mucho. Estoy convencida que estuvo conmigo en esa
habitación, porque recuerdo su voz, pero no recuerdo mucho más. La droga
que me dieron me entumeció y duró un par de días en salir de mi sistema —
confesó mirando el humo de la taza, mientras su amiga la escuchaba con un
nudo en la garganta —. Estando en la cárcel con esas ropas cubriendo mi
cuerpo, te juro que no tuve noción de mis heridas. Me dolía todo, con un
corte en la cabeza, golpes en el cuerpo y raspones, me sentía como si un
tren me hubiera arrollado. Así que, aunque lo negué categóricamente, no lo
descarto.
—¿Has pensado ir a un ginecólogo para que te revise?
Sacudió la cabeza y cerró los ojos.
—La verdad que no me pasó por la mente —aceptó.
—Sería conveniente, ¿no crees?
—Ahora que lo mencionas tienes razón. He tenido relaciones
sexuales con Michael y no usamos protección —masculló preocupada.
Ángela se levantó y se acomodó a su lado, acurrucándose con
Carolina.
—Eres la mujer más resiliente que conozco, saldrás adelante.
Además, ese hombre te ama. Deja que te ayude a sanar, sé que es difícil
para ti luego del pendejo que tenías de novio, pero no todos los hombres
quieren que seas su madre.
Ella soltó una carcajada y asintió.
—Es más difícil de lo que crees. Estaba acostumbrada a que alguien
dependiera de mí, pero no a depender de nadie, y eso me da miedo.
—Ya no regresarás a casa, ¿verdad?
—¿A qué casa? —dijo con tristeza —Recuerda que me quedé en la
calle.
—Ese maldito hijo de puta, ni siquiera he podido pasar por la casa,
porque me darían ganas de quemarla —dijo con rencor.
Nunca le agradó y menos después de despojar a su amiga de la casa
que tanto le costó.
—Me daría mucha pena verla hecha cenizas, y a ti en la cárcel —
admitió y se encogió de hombros.
—Definitivamente, eres demasiado buena.
Miró al horizonte, milagrosamente no estaba nublado.
—¿Tienes hambre?
—La verdad que sí, pero a ti te veo muy inapetente.
—¡Ja, si cómo no! ¿Qué no has visto mi trasero? Sigue igual de
prominente.
—Por favor, siempre tan traumada con eso. No veo que a tu marido
le importe tu trasero. Te aseguro que se agarra muy bien de ahí mientras…
—¡Cállaaate! —chilló y le golpeó con el hombro.
Ángela se carcajeó y sacudió la cabeza.
—¿Entonces que quieres comer?
—Muero por comer comida mexicana —dijo con un quejido —. La
comida no está nada mal, pero no sé, le hace falta sabor.
—Después de todo no has perdido tus antojos.
Angie sacó su móvil. Buscó restaurantes mexicano cerca y encontró
varios que tenían una pinta estupenda.
—Claro que no, pero Michael no ha regresado.
—Envíale un mensaje.
Se mordió el labio y agarró el móvil de la mesilla. Le envió un
mensaje de texto preguntándole la hora a la que regresaría, porque querían
salir a comer y le explicó en dónde.
Michael se alejó de la mesa y se apresuró a llamarla.
—Hola
—Hola, ¿qué están haciendo? —indagó interesado.
—Estamos en la terraza.
—Está muy frío ahí afuera.
—No te preocupes, te robé tu suéter de lana —confesó con una
risita.
—Entonces ¿quieres salir a comer comida mexicana?
—Sí, pero no quiero molestarte, podemos tomar un taxi no está lejos
de aquí.
—No, no quiero que salgas sola. Estoy con David, vamos para allá
e iremos juntos. Nosotros tampoco hemos comido.
—¿Cuándo llegó?
—Hace unas horas.
—Está bien, me encantará verlo.
—Te amo, preciosa.
—Yo también.
Se cortó la llamada y Carolina seguía sonriendo en las nubes.
—No entendí mucho, pero veo que estás enlelada —replicó su
amiga.
—Vamos a ir a comer, voy a cambiarme y maquillarme un poco,
para taparme los ojos hinchados.
—Te sigo, yo también ocupo una manita de gato.
—Más bien un zarpazo de tigre —se burló, cogió la manta y se
marchó hacia el interior.
Ángela abrió los ojos ofendida y corrió detrás de ella.
—Serás cabrona —le gritó.
Frida comenzó a ladrar y las siguió dando brincos.
Capítulo 33
Un amor al que aferrarme

L a reunión fue en el bar Beaufort,


que se encontraba en el hotel
Savoy. La decoración era
glamurosa en color negro, pisos, paredes y muebles. Solo los candelabros
eran de cristal. Una barra dominaba dando luz en la oscuridad.
A esa hora del día, estaba medio vacío. En una de las mesas, estaba
sentado un hombre de cabello negro y de ojos gris claros. Su traje oscuro
ocultaba los tatuajes, aunque algunos se mostraban en los dedos de sus
manos.
Era un hombre guapo, pero con una oscuridad inherente. Con un
movimiento de cabeza, les indicó que se sentaran.
—Mucho gusto, soy Michael Waldorf.
—Se quién es, señor Waldorf —respondió Darko con un grueso
acento.
—Dime Michael, por favor, ¿sabes cuál es mi problema?
—David me puso al tanto cuando nos reunimos en Cracovia.
Michael arrugó el entrecejo, ya que su amigo le dijo que se
encontraba en Tailandia, pero eso se lo preguntaría después.
—Quiero verlo muerto —espetó con cólera —. No le bastó con lo
que le hizo en Dubái. Ese maldito nos siguió y la atacó de nuevo.
Si antes lo odiaba, ahora lo aborrecía y no descansaría hasta joderlo.
—¿Dónde se encuentra tu esposa?
—En uno de mis hoteles.
Darko sacudió la cabeza.
—Luzhkov es un hombre muy peligroso. Es el yerno incómodo de
Segej Michajlovo, uno de los líderes de la mafia rusa. De ese matrimonio
obtuvo su dinero para comprar todas las propiedades que hoy tiene.
—Conozco a su esposa, es una mujer muy celosa —admitió
Michael.
—Por eso no tendremos que matarlo, al menos, no en el estricto
sentido de la palabra —le aclaró.
Darko no tenía problemas con hacerlo, pero no quería empezar una
guerra contra la bratva ya que a todos les costaría la vida.
Michael dejó la tableta sobre la mesa y la empujó en su dirección.
—Haz lo que tengas que hacer, pero no quiero que mi esposa se vea
involucrada. Quiero que esos malnacidos paguen por lo que le hicieron.
Darko agarró el dispositivo y Michael puso su mano deteniéndolo.
El serbio enarcó una ceja, nadie lo tocaba, pero entendía que era un hombre
desesperado.
—Tienes mi palabra.
—Nadie puede verlo aparte de ti. Luego que obtengas lo que
necesites, destrúyelo.
—Cuenta con ello. Voy a enviar a un grupo de hombres para que la
escolte las veinticuatro horas.
—No es necesario, ya me encargué. Tiene seguridad
resguardándola.
El hombre sonrió y sacudió la cabeza cruzándose de brazos.
—No tienes ni idea de lo que puede pasarle. Piénsalo por un
momento. ¿Si ya obtuvo lo que quería, por qué tendría que buscarla de
nuevo? —exclamó.
Recargó los brazos sobre la mesa y entrecerró los ojos. Michael
apretó la mandíbula., al recordar las escenas grotescas que presenció en ese
maldito video.
—En el video repite una y otra vez las palabras: malenca cucla —
confesó entre dientes.
—Eso no es nada bueno —admitió Darko.
—¿Por qué lo dices? —intervino David.
—Malen'kaya kukla —repitió en voz alta —. Significa mi pequeña
muñeca. ¿Tú crees que su esposa no sabe de sus amantes? —hizo una
mueca, levantó el vaso con agua mineral con hielo y le dio un trago —. La
única condición que le puso su suegro es que debía ser discreto y no
provocar un escándalo que ensuciara a su querida hija.
Michael enfurecido se levantó y golpeó la mesa con el puño,
tambaleando las bebidas.
—¡Mi esposa no es su amante! Ese perro abusó de ella mientras
estaba drogada y completamente inconsciente —explotó.
David lo sujetó del brazo para que se calmara, pero Darko levantó
su mano y asintió con la cabeza.
—Comprendo tu furia, pero si quieres proteger a tu mujer vas a
seguir mis indicaciones. ¿Me entiendes? —manifestó y se levantó de su
asiento.
—Entendemos que ese hombre es peligroso, lo único que queremos
es que Carolina esté a salvo —respondió David.
—No vas a dejarla sola, ni un momento. Los días siguientes serán
muy importantes.
Michael asintió y replicó: —¿Cómo voy a cubrir tus honorarios?
—No es necesario que me pagues un centavo por eso, este trabajo
será un placer —aceptó con una sonrisa ladeada y se abrochó el botón del
saco. —Ve con ella y no te preocupes por mis hombres, son profesionales.
Te mantendré al tanto de las acciones que vamos a tomar.
—Gracias —exclamó Michael y Darko abandonó el bar ante sus
miradas atónitas
Michael se sentó y se llevó las manos a la frente.
—Esta situación es una verdadera putada —anunció David.
—Mi familia es una mierda. Mi hermana menor se hizo pasar por su
amiga y yo me tragué el cuento —admitió y sacudió la cabeza, por lo
estúpido que fue—. Mi madre me mintió en mi cara.
—No te atormentes —le pidió y pasó su brazo por su espalda.
—Soy responsable por no darme cuenta de lo que tenían planeado.
Mi propio padre la arrastró de la cama donde un maldito la violó una y otra
vez. Ella le suplicó que le ayudara, ¿y sabes que hizo? La abofeteó y la
entregó para que la metieran a la cárcel —dijo con remordimientos.
David nunca pensó que el padre de su amigo llegaría tan lejos, pero
Michael lo miró con sus propios ojos. Después de eso, le perdió el respeto
que le tenía. Nunca pensó que fuera capaz de cometer una injusticia tan
cruel.
—Si ella no recuerda, es mejor que siga sin hacerlo —agregó David.
—Pero yo lo sé, y nunca me lo voy a perdonar —confesó con
amargura.
—Tal vez es mejor que regrese a México, si pone tierra de por
medio…
—No, no puede irse —lo interrumpió tajante.
—¿Por qué?
—Porque la necesito —admitió con vehemencia.
—Ya tienes la empresa, no hay riesgo de que tu padre te quite…
Michael sonrió y sacudió la cabeza.
—¡Escúchame de una puta vez! —clamó y su amigo lo miró sin
entender nada —No quiero que se vaya, porque estoy enamorado de ella.
—Pero ¿cómo? —David abrió los ojos y Michael asintió con la
cabeza.
—Solo pasó. Recuerdo las sabias palabras que alguien me dijo, que
ella podría ser la mujer que yo necesitaba —declaró Michael con una
sonrisa que iluminó sus ojos.
Era de lo único que no se arrepentía, de haberla encontrado. David
levantó la mano, un mesero se aproximó a la mesa y le pidió un par de
tragos de whisky.
—Admito que Carolina me gustó en cuanto la conocí.
—Qué no se te olvide que es mi esposa —le gruñó a David.
—No de esa manera y lo sabes. Sentí que era una mujer honesta en
la que podíamos confiar plenamente.
—Y lo es, y ahora que le encontré, no voy a permitir que se vaya.
Se tomaron varios tragos. Michael debía aclarar su cabeza, tenía que
mantenerse fuerte por ella. Sintió que su móvil vibró y lo sacó del bolsillo.
Era un mensaje de su esposa que ya estaban listas.
—Es Carolina, vamos por ellas para ir a comer —anunció y se
levantó.
—¿Qué tal es su amiga?
—Un poco impetuosa, pero se nota que la quiere mucho.
—Es increíble verte así.
—Así, ¿cómo?
—Con esa cara de imbécil.
—Jódete, ya me burlaré de ti cuando te vea con esta misma cara.
—Espero que algún día puedas burlarte de mí —admitió con
tristeza.
Michael sacudió la cabeza y se levantó de la mesa. Necesitaba verla,
y cerciorarse que estaba bien.
Llegaron al restaurante Bodega Negra, cerca del puente de Londres.
El lugar era una especie de taberna antigua un poco lúgubre, pero la comida
prometía. Carolina siguió las recomendaciones de Ángela, que siempre se
basaba en un sitio donde expertos calificaban a todos los restaurantes del
mundo.
Les dieron una mesa con velas encendidas y todos se acomodaron
expectantes.
—Este lugar es raro —susurró Carolina, mirando todo a su
alrededor.
—Espera, y no estés chingando —masculló en español Ángela.
Los hombres las miraban como interactuaban entre ellas, pero
ninguno entendía. Ángela ahora le daba la razón a su amiga, debía de haber
aprendido inglés, pero es que no era un idioma que le gustara. Sin embargo,
acompañó a su amiga a clases de italiano y se convirtió en una alumna
avanzada. Todo porque le encantaba como se escuchaban las groserías.
—¿Qué pasa preciosa? ¿Hay algún problema? —le cuestionó
mientras Carolina miraba la carta con atención.
—No, no, lo que pasa es que es un lugar nuevo.
La miró a los ojos y enarcó una ceja. Ella se miraba dudosa y la
emoción que veía en su rostro se acabó en cuanto entraron al lugar. En
definitiva, no era lo que estaba esperando.
—Te conozco, ¿qué ocurre?
—Es que no sé, no me esperaba un lugar así. Es demasiado funesto,
esto no parece un restaurante mexicano —masculló a su oído.
Se lo dijo bajito porque no quería ofender a nadie. Michael se dio
cuenta, soltó una carcajada y le dio un beso en el cuello.
—Vamos a pedir, y si no te gusta siempre podemos regresar al hotel
por un buen filete —le sugirió encogiéndose de hombros.
—¿Dónde está el hombre rígido de hace unas semanas?
—Alguien me hizo más aventurero.
—Tienes razón —admitió con una amplia sonrisa.
—Dejen de hacerse arrumacos. Hay que pedir la comida —les
reprendió David con sorna.
No podía creer el comportamiento de su amigo, que bebía los
vientos por Carolina.
—Aquí el werito, tiene razón —agregó en español y señaló a David
que la miró con un signo de interrogación —. Me está cargando la chingada
de hambre y no dejan de besuquearse —manifestó Ángela y los tres la
miraron sorprendida, inclusive su amiga.
—¿No que no hablas inglés? —le reclamó Carolina en español.
—No hay que ser brillante para darse cuenta de lo que está diciendo,
además entenderlo no significa que lo hable —admitió encogiéndose de
hombros.
—Lo que pasa es que eres una floja. Bien que aprendiste italiano.
—Amo parlare italiano, soprattutto le maledizioni, è molto facile da
pronunciare[xii] —manifestó con una sonrisa —. Ahora céntrate que tengo
hambre, y no te preocupes, habla en inglés, entiendo perfecto —le
respondió y Carolina sacudió la cabeza.
—Está bien, yo quiero tacos. Tienen buena pinta —confesó, las
fotografías que su amiga le mostró se veían apetitosas.
Cuando llegó la mesera ordenaron la comida y sus bebidas.

Salieron del lugar gratamente sorprendidas, la comida estuvo


deliciosa, aunque tuvieron sus dudas al principio. Regresaron al hotel y
entraron los cuatro a la sala.
—No se ustedes, pero yo quiero un trago —anunció David que
levantó el teléfono fijo de la habitación.
Estaban sentados en la sala estilo victoriana. El cielo estaba
encapotado y la temperatura descendió drásticamente, pero dentro la
calefacción mantenía templado el lugar. Carolina tenía a Frida sobre sus
piernas y acariciaba su cabeza.
—Yo quiero un mojito —pidió Carolina.
—Deberíamos estar tomando el té de la tarde, no bebiendo —replicó
Michael y pasó sus dedos por las orejas de la perrita, que comenzó a mover
la cola.
—Mírala, igualita que su dueña —masculló Ángela y enarcó una
ceja.
Carolina entrecerró los ojos y articuló sin voz: —¡Perra!
—¿Quieres algo de tomar? —le preguntó David.
—No gracias, estoy bien así.
—Vaya, pensé que querrías una margarita —le dijo Carolina
extrañada.
A Ángela le encantaban las bebidas preparadas, aunque no tomaba
hasta emborracharse, esos tiempos quedaron en el pasado.
—No, prefiero descansar —manifestó Ángela y se levantó.
Se dirigió a la entrada para buscar sus maletas y su amiga la siguió.
—Te hará bien dormir un rato, estás pálida.
—Debe ser el cambio de horario.
—Puedes tomar cualquiera de las recámaras del fondo —señaló por
el pasillo. Ángela sacudió la cabeza con una mueca.
—No amiga, no me voy a quedar en la suite con tu marido y
contigo.
—Angie, este el lugar es enorme —insistió.
—Gracias, pero no, gracias. Tengo una habitación en el piso de
abajo, creo que tu esposo pensó igual que yo.
—Y según tú, ¿qué pensó?
—Que no le gustaría coger, estando yo aquí —admitió con una
risotada.
—Te pasas.
—Le das las gracias, pero prefiero dormir. Tómate ese mojito a mi
salud.
—¿En qué habitación estás?
—En la 480.
Carolina le dio un abrazo sentido.
—Eres como mi hermana, lo sabes ¿verdad?
—Sí, también pienso lo mismo.
—Llámame si necesitas algo, ya tienes mi número.
—Ya tranquilízate, solo estoy a unas puertas.
Ángela dejó la habitación y Carolina regresó al sofá con su esposo.
Recargó su cabeza sobre su hombro.
—Me dijo que te diera las gracias, se marchó a descansar. ¿Pensé
que se quedaría aquí? —manifestó afligida.
Aunque estaban en el mismo edificio, sintió que su amiga ponía
distancia entre ellas.
—Cuando me puse en contacto con ella para traerla a Londres, una
de sus peticiones fue quedarse en una habitación por separado.
—Mmm. ¿Y tú también te vas a marchar? —le cuestionó a David
que revisaba sus mensajes.
—Por supuesto que sí. Ni loco me quedo aquí. Son bastante
escandalosos, no volveré a pasar otro calvario, con las Vegas fue suficiente.
Recuerda que preferí irme de compras que seguir escuchando sus gemidos y
gritos.
Carolina agarró una almohada y se la lanzó. David esquivó el
proyectil y sonrió.
—Si serás pesado. Mejor dinos a que se debe el honor de tu visita.
Me dijo Michael que andabas perdido en Tailandia.
Michael miró a su amigo que se puso nervioso. No podía decirle que
no era una visita social, ya que ella no estaba al tanto de nada de lo que
estaba ocurriendo.
—Me cansé de las playas exóticas con cielos azules, extrañaba el
espantoso clima londinense —dijo con ironía.
—Pues no parece que estuvieras en ninguna playa, estás más blanco
que la última vez que te vi. O tu bloqueador es buenísimo, o te la pasaste
debajo de una palmera.
David se aclaró la garganta y Michael lo miró fijamente, era un
hecho que su amigo no estuvo en Tailandia.
—Aunque te burles, no hay forma de que me bronceé, pero no
dejaré de intentarlo. Por eso odio esta ciudad.
—Siempre tuve la ilusión de conocer Londres, pero que el cielo
siempre esté gris y que sea tan frío, me está deprimiendo.
—El clima mejorará en unos meses, y siempre podremos viajar a
donde queramos —le aseguró Michael.
Tocaron a la puerta y David se levantó para recibir el servicio.
Michael miraba constantemente su móvil, en espera de alguna
noticia de Darko, aunque apenas habían pasado unas pocas horas, le
aseguró que actuaría de inmediato.
Capítulo 34
Un encuentro con el diablo

Á ngela se despertó casi a medianoche. Se


levantó de la cama y entró al baño. Unas
horas antes se tomó un par de analgésicos,
y aunque cumplieron con su objetivo, seguía inquieta. El cambio de horario
le estaba pasando factura.
Así que decidió que bajaría al bar a despejarse un poco. Se lavó los
dientes y su cara, luego cepilló su cabello lacio color negro que llevaba
hasta los hombros. Era morena con unos ojos negros almendrados, rodeados
de unas largas pestañas y un rostro dulce que le hacía parecer mucho más
joven de lo que realmente era, sobre todo por su talla petit. Su amiga
siempre se burlaba por ello, ya que tenía un carácter bastante fuerte en
contraste con su estatura.
Tomó su estuche de maquillaje y sacó lo necesario: polvo, rubor,
rímel y lápiz labial. Al terminar, se miró al espejo satisfecha y decidió que
necesitaba esa margarita que mencionó su amiga antes. El bar cerraba hasta
las tres de la mañana, así que tranquilamente podía tomarse un par de copas.
El lugar estaba lleno, tenía una atmosfera del clásico pub inglés, las
paredes estaban forradas de paneles de madera oscura con vistas de formas
cuadradas. En contraste con el mobiliario que lucía más moderno. Había
mesillas bajas redondas con butacas de terciopelo gris oscuro, con una barra
de mármol al fondo del lugar.
Se acomodó en una esquina de la barra y se subió en uno de los
bancos altos. Demasiados altos para su tamaño.
Un bartender se acercó para atenderla. Era rubio de ojos azules con
una linda sonrisa. Le hizo varias preguntas desplegando todo su encanto de
donjuán, ese tipo era de cuidado. Se sabía guapo y encantador. Aunque
entendió todo lo que le dijo, solo le sonrió sin decir una palabra, y sacudió
la cabeza.
El chico comprendió que no hablaba el idioma, así que le guiñó un
ojo y le dejó la carta de bebidas. En definitiva, tenía que tomar lecciones en
línea, y más ahora que su amiga estaba casada con un inglés.
—Vaya, nadie te gana en hacer el ridículo, Ángela —se reprendió en
voz alta y subió la carta cubriendo su cara.
Le hizo señas al joven y le pidió lo que deseaba. Al final se decidió
por un martini de manzana. El bartender le preparó con eficiencia la bebida
y ella le dejó una buena propina.
Sacó su móvil y se tomó una foto con su bebida con una gran
sonrisa, que le envió a su amiga, no quería que se preocupara. Le dio un
trago a su copa, e hizo una mueca.
—Esperaba algo mejor —masculló y se giró para observar al resto
de las personas que estaban en el lugar.
Una pareja caminó tomada de la mano hasta una de las mesas.
Ángela suspiró al verlos, parecían muy enamorados. Ella tenía más de un
año sin una relación amorosa, su última pareja fue bastante decepcionante.
Un hombre egoísta e inmaduro, que solo pensaba en sí mismo, pero que no
quería tener ningún compromiso. Nada más le preocupaba su aspecto físico.
Después de seis meses, lo mandó al demonio porque esa relación no tenía
ningún futuro.
Se volvió, recargó sus codos sobre la barra y descansó el mentón
sobre sus manos unidas.
—Parece que te la estáis pasando en grande —manifestó con
sarcasmo una voz en español a su costado.
Ángela levantó la cabeza, bajó las manos y se giró sorprendida. El
hombre habló con acento español de España y el clásico seseo. Lo miró
detenidamente, era muy alto, con los ojos grises. Tenía el cabello negro y lo
llevaba cortado casi al ras, pero eso no le restaba lo atractivo. Una sombra
de barba cubría una mandíbula cuadrada y dominante. Nariz grande y recta,
con unos labios gruesos en forma de corazón. Sus rasgos eran fuertes pero
armoniosos. Vestía un traje negro y debajo del saco, un suéter de cuello
alto.
Tragó saliva, pero luego sonrió.
—¡Oh sí!, dos tragos más y me subo a bailar sobre la barra —
contestó siguiendo el juego con una mueca.
La verdad es que el ambiente era bastante aburrido. No sabía si era
el lugar o simplemente no estaba animada.
El hombre soltó una carcajada que le provocó un escalofrío. Se
recargó para mirarla de arriba abajo.
Ángela no podía dejar de mirarlo, era imposible no hacerlo. Esa
combinación entre atractivo y peligroso, le gustó mucho.
—Os aseguro que sería un espectáculo digno de admirarse —
declaró y levantó su trago.
La morena se percató de que tenía los nudillos tatuados. Se mordió
el labio inferior imaginando si debajo de ese sobrio traje, tendría más
tatuajes.
Se aclaró la garganta y se terminó su copa.
—Necesito otro trago —anunció.
—¿Queréis otro martini? —le preguntó.
—Bueno, me estás invitando un trago y ni siquiera sé cómo te
llamas —replicó Ángela entrecerrando los ojos.
—Vale, tenéis razón. —El hombre extendió la mano y ella la tomó
en automático, en lugar de estrecharla se la llevó a los labios y le dejó un
beso —Soy Darko Brankovich, un placer —le dijo mirándola con fijeza.
Una corriente eléctrica la recorrió de arriba abajo y sintió que las
piernas le fallaron.
—Mi nombre es Ángela Manjarrez —balbuceó y luego se aclaró la
garganta. Jaló su mano y se acomodó el cabello, visiblemente nerviosa.
—¿Ahora si puedo invitarte una copa?
—Si insistes, pero quiero un mojito, por favor.
Darko le llamó al mismo joven que la atendió y le pidió las bebidas.
—¿Qué hace una mujer sola, y sin hablar una palabra de inglés?
Ángela abrió la boca, pero luego la cerró.
—¿Cómo te diste cuenta?
—Te he estado observando desde el otro lado del bar, y me pareció
curioso. Además, eres una mujer muy hermosa.
Se sonrojó con su afirmación y para su buena suerte dejaron su vaso
con agua mineral, hierbas, azúcar y ron, que se llevó de inmediato a la boca.
Estaba riquísimo y gimió cuando lo degustó.
—¿Así que eres un acosador?
—No es un delito ver algo que te gusta —insistió Darko.
Esa mujer le gustó apenas la miró. Era diferente, tenía unos rasgos
hermosos y delicados. Había tenido muchas amantes de diferentes
nacionalidades, pero la mayoría eran modelos o aspirantes a serlo, así que
esa pequeña mujer era distinta. No encajaba en el molde del resto.
Aunque se sonrojaba con facilidad y se ponía nerviosa, se notaba
que era una peleonera.
—Tú también me gustaste, eres diferente a todo los hombres que he
conocido.
—Eso espero.
Ángela se animó y levantó su mano para tocar sus nudillos. Su piel
se sintió áspera como si tuviera callos.
Se inclinó en su dirección y se animó a confesarle: —Nunca había
entablado una conversación con un hombre, así como tú —le dijo con toda
la inocencia.
—¿Y cómo soy yo? —le cuestionó con una sonrisa inquietante.
—Pues luces como el malo de una película, con tatuajes y un aire de
misterio. Que te atrae y a la vez te aterra —mencionó con sinceridad.
Darko soltó una carcajada, parece que la mujer tenía buenos
instintos. Nunca nadie se había atrevido a decirle lo que pensaba
directamente.
—Me halaga ser el primer villano que conoces —dijo con voz
profunda en tono juguetón.
—Tienes sentido del humor, me agrada.
Darko sacudió la cabeza y se tocó el cuello, él podría ser todo,
menos un hombre con sentido del humor.
—Vamos a un lugar más cómodo —le propuso y la cara de sorpresa
de Ángela fue evidente, pero Darko lo tomó con humor —. Te estoy
pidiendo que nos movamos a una mesa, para que el bartender deje de verte
como idiota y podamos charlar mejor —le explicó y ella se llevó las manos
a la cara, por segunda vez en la noche había hecho el ridículo.
—Discúlpame, es que me sorprendiste.
Darko asintió y le tendió la mano. Ángela vaciló por un segundo,
pero luego la tomó. Ella siempre animaba a su amiga a hacer cosas
atrevidas, pero ella tampoco las hacía, así que esta era su oportunidad. La
llevó a una de las mesas libres y sacó una silla para que se sentara.
Dejó su trago en la pequeña mesa. Sacó su móvil y revisó los
mensajes. En la entrada, estaban dos de sus hombres apostados
monitoreando el lugar. Tenía varias horas antes que todo explotara y las
aprovecharía.
—Ya que estamos más cómodos, cuéntame ¿qué hacéis aquí? —le
cuestionó y recargó sus codos sobre la butaca.
La miraba sin perder un solo detalle de sus expresiones.
—Estoy aquí por una amiga.
—¿Y dónde está tu amiga?
—Arriba durmiendo con su marido, y como no me gusta hacer mal
tercio vine por un trago. Además, apenas llegué ayer y el jet lag me tiene
jodida —admitió con una mueca.
—Os comprendo.
—Así que no eres español, aunque tienes el acento.
—¿Cómo estás tan segura de que no lo soy?
—Algo me lo dice, llámalo sexto sentido —declaró encogiéndose de
hombros.
—Pues tenéis razón. No lo soy, pero ahí aprendí el idioma hace
algunos años.
—¿De dónde eres?
—Nací en Georgia, aunque algunos dicen que soy serbio. He
viajado tanto que ya ni sé realmente de donde soy —le confesó.
—Wow, es un país hermoso.
La miró con sorpresa, no era un país muy conocido, pero opinaba lo
mismo de la ciudad donde nació.
—¿Y tú, de que parte de México eres? —le preguntó directamente.
—¿Es tan evidente?
—El acento es inconfundible.
—Mi familia es de Jalisco, de un pequeño pueblo, pero llegué a
Tijuana desde los diez años con mi madre —sonrió y torció los ojos —Te
preguntarás, ¿cómo viviendo en una ciudad tan cercana a Estados Unidos,
no hablo inglés?
El hombre asintió, él hablaba varios idiomas y cada vez que llegaba
a un país diferente aprendía uno nuevo.
—No me justifico, pero me choca el idioma, me hace sentir tonta
porque mi pronunciación es pésima. Digamos que mi nivel de inglés es para
ir de compras, ya sabes, apunto lo que quiero y pido el número, la talla, el
color y cosas así. Cuando necesito más ayuda, llevo a Carolina, que ella es
una prodigio con los idiomas. Habla alemán, inglés, un poco de francés e
italiano.
—Carolina es tu amiga.
—Sí, es como mi hermana, nos conocemos desde pequeñas, ella me
recibió en el primer día en escuela y desde entonces somos inseparables.
—¿Así que viajaste desde tan lejos para acompañarla?
—Sí, ha pasado por cosas terribles, pero ya está mucho mejor —
declaró con un asentimiento y una fina línea en los labios.
—¿Y a ti te espera alguien en casa?
—Eres bastante insistente —levantó su trago y le dio un pequeño
sorbo.
—No tienes idea.
—No. No tengo a nadie. Ni siquiera un empleo —deslizó un dedo
por el cristal húmedo y se encogió de hombros.
—Pero eso tu amiga no lo sabe.
—Tiene demasiados problemas para agobiarla con más. Así que, ya
que estoy aquí, aprovecharé la oportunidad para recorrer varias ciudades.
—Lo tienes todo planeado —expuso enarcando una ceja y se llevó
una mano sobre la barbilla, escuchándola con atención.
—No todo, pero luego de ver a mi amiga con su esposo, sé que no
tengo nada de qué preocuparme. El hombre la adora y solo seré una tercera
rueda.
—¿En qué trabajabas?
—Dando terapia a niños pequeños con problemas auditivos —
declaró con una sonrisa amarga.
Fue despedida por un nuevo socio de la clínica en la que trabajaba,
el tipo se puso pesado al pedirle permiso para viajar. Le advirtió que si se
marchaba no tendría trabajo al que regresar, por lo que decidió firmar su
carta de renuncia.
—Vaya, algo muy loable.
—¿Y tú en qué trabajas, si se puede saber?
—Tengo una empresa que provee protección a quien lo necesita.
—Eso suena peligroso.
—A veces.
Pidieron varios tragos más, donde Darko siguió con el
interrogatorio. Al ver que serían las dos de la mañana Ángela decidió
marcharse.
—Bueno, Darko. Fue un placer, pero tengo que irme —anunció.
El hombre le tomó del brazo y la detuvo.
—No quiero que te vayas —le confesó.
Ella miró su mano que agarraba su codo. Cuando levantó la mirada
sin previo aviso, le tomó la mejilla con el brazo libre y le plantó un beso
que la hizo perder todo sentido de cordura.
—Quiero pasar la noche contigo —dijo resuelto y la miró a los ojos.
Ella parpadeó sin creer lo que escuchaba.
Se consideraba una mujer adulta y libre de acostarse con quien ella
quisiera, aunque en el fondo era más prudente. Nunca se había ido con un
hombre que hubiera conocido en un bar solo para tener sexo.
—Yo…
—Dime que sí, y no te arrepentirás. Os daré la mejor noche de sexo
de tu vida.
Sin poder evitarlo echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—¿Tan seguro estás de tus habilidades en la cama?
—No solo de mis habilidades —mencionó enarcando una ceja.
—¡Es una locura! Nos acabamos de conocer.
—Nos conoceremos mejor. Dime que no sientes esta atracción que
hay entre los dos.
Ángela asintió un poco agitada. Estar con este hombre calentó su
sangre, y ahora estaba a punto de ebullición. Solo con el coqueteo y los
pequeños roses que habían tenido hasta ahora.
—No puedo negarlo.
—Entonces, dejadme acompañarte a tu habitación.
—Pero…
—Se que no me conoces, pero no corréis ningún peligro conmigo.
Michael Waldorf el esposo de tu amiga, es uno de mis clientes actuales —
admitió.
—¿Cómo sabes eso?
—Yo lo sé todo. Entonces, ¿qué me dices? —dijo con arrogancia y
ella sonrió enarcando una ceja.
Dejó salir un ligero suspiro, estaba en una encrucijada. Se pasó la
lengua por los labios secos y asintió. El hombre se levantó y la tomó de la
mano para sacarla del lugar. Necesitaba llegar a la habitación cuanto antes.
Recorrieron el bar, que seguía lleno y pasaron al par de guardias que
hicieron una señal a su jefe.
Capítulo 35
Te entrego mi alma

Á ngela, se sentía muy nerviosa. Deseaba a


Darko, pero a la vez había algo que le
hacía temerle. No solo por su aspecto, era
algo oscuro en su mirada que se vislumbraba.
Subieron al elevador y el hombre la tomó de la mano, pero no hizo
ningún movimiento. Ese contacto, era como una brasa ardiendo que
quemaba todo su ser.
Así de intenso era lo que sentía.
Al salir al pasillo se encontró con dos hombres apostados afuera de
su puerta y se paró en seco, sorprendida.
—No te asustéis, ellos son parte de mi escolta personal.
—¿Por qué necesitas una escolta?
—Es parte de mi trabajo.
Un poco asustada sonrió y con las manos temblorosas sacó la tarjeta
de su bolso, para abrir la puerta. Al verla le quitó la tarjeta de las manos y
abrió. Apenas entró Ángela, él se dio la vuelta hacia los hombres.
—No quiero que me molesten, no importa lo que pase —les advirtió
y los hombres asintieron.
Cerró la puerta y se dio la vuelta para buscar a la mujer que lo tenía
desesperado, aunque pareciera que estaba en completa calma.
La habitación era una suite, así que era un espacio amplio, aparte de
la cama había una un sofá y una mesa con dos sillas. Ángela caminó hasta
el tocador y dejó su bolso.
Darko se retiró el saco, extrajo del bolsillo su móvil, cartera y su
reloj, para dejarlos sobre la mesa.
Ella recargó su cadera en el mueble y se cruzó de brazos, esperando
por lo que el hombre haría. Se acercó y se paró frente a Ángela y la miró
con ansias, con hambre de devorarla por completo. Era demasiado grande y
ella apenas llegaba al pecho. Era como una pequeña muñeca. La levantó de
la cintura y la sentó sobre el mueble.
Bajó la cabeza para llegar hasta sus labios y comenzó a besarla.
Pasó sus manos detrás y jaló suavemente su cabeza hacia atrás, para lamer
su cuello.
Su olor era delicioso.
—Quiero desnudarte, ¿puedo? —le dijo con la voz entrecortada.
—Sí, hazlo.
Sacó su blusa por su cabeza y le arrancó el sostén. Luego la levantó
encajando sus piernas en su cintura. A Ángela se le escapó un pequeño grito
de asombro.
—No te voy a dejar caer, eres demasiado ligera para mí.
La agarró de las nalgas y se dirigió a la cama, donde la depositó. Se
despojó con rapidez de su ropa y se quedó desnudo.
Ella lo miraba con la boca abierta, porque su cuerpo era
impresionante. Lucía mucho mejor de lo que había imaginado. Su pecho
estaba lleno de tatuajes igual que sus brazos y muslos.
—Wow, eres como una obra de arte viviente —masculló embobada.
Sus músculos estaban definidos y su estómago mostraba líneas y
ondulaciones que se veían más pronunciadas, por la tinta que tenían encima.
Él sonrió y se acercó para jalarla de las caderas y deshacerse de sus
pantalones. Quedó maravillado al ver su cuerpo, aunque era de talla petit,
tenía una silueta de reloj de arena, con una cintura estrecha y unas hermosas
piernas.
—Eres hermosa —manifestó con deseo.
Como un depredador, subió escalando con las manos sobre el
colchón y reptando sobre su cuerpo. Ella dejó caer su cabeza y lo miró con
la adrenalina corriendo por sus venas. Sus senos no eran enormes como los
de su amiga, pero bastante voluptuosos para su angosta espalda.
Sin meditaciones Darko volvió a sus labios y cogió sus muñecas, las
elevó sobre su cabeza y luego metió entre sus labios uno de sus pezones.
Al sentir como chupaba y mordisqueaba, arqueó la espalda elevando
su pelvis que rozó contra su estómago.
La joven cerró los ojos y comenzó a gemir de placer.
Con adoración, lamió y chupó sus senos, mientras se balanceaba
sobre su cuerpo como si de un baile erótico se tratara, ella lo acompañó y
abrió sus piernas dándole cabida.
—Sí, por favor —suplicó.
Excitado, se retiró y se sentó sobre sus pantorrillas. La elevó de las
caderas para devorar su sexo. Sintió como la despegó de la cama y sin
piedad, atacó su clítoris con lametones y succiones acompasados.
Ángela estiró los brazos y pegó grititos de placer. Sentía que su
cabeza iba a explotarle, llegó al orgasmo con un largo gemido y espasmos.
Con un movimiento, Darko se enterró en su cuerpo y ella perdió la
poca cordura que le quedaba.
—¡Oh, Dios! —gritó.
—Ty prekrasna, moya malen'kaya nimfa [xiii]—clamó.
La asió con fuerza de las nalgas y comenzó a penetrarla, con
estocadas fuertes y profundas. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
Hacía muchísimo tiempo que no sentía esa pasión, ese ardor al estar adentro
de una mujer, pero esta pequeña ninfa lo estaba devorando, exprimiéndolo
en un pequeño puño apretado.
El ruido de su cadera golpeando contra su pubis y los gemidos que
salían de sus gargantas, eran una sinfonía erótica que lo elevaba cada vez
más. El éxtasis en el que se encontraba era como la droga más potente que
había experimentado y no quería que terminará.
La atrajo sobre su regazo y la sujetó del cabello, para poseer sus
labios mientras seguía moviéndose con desenfreno.
Ángela llevó los brazos al cuello de Darko, y le permitió que la
poseyera, no solo físicamente, era como si le estuviera entregando su alma.
El grito de la mujer que se movía a la voluntad del hombre llenó la
habitación y este sonrió.
Cerró los ojos y dejó caer su cabeza sobre su hombro, saciada, pero
con ganas de que no parara.
El hombre se acostó con ella entre los brazos y se puso de lado, la
giró y levantó una de sus piernas sobre su cadera, para penetrarla desde
atrás. Se aferró a sus senos con una mano y con la otra comenzó a estimular
su clítoris.
De nuevo ella gritó y pegó su cabeza contra su pecho. Era lo más
ardiente que había sentido nunca. Sin piedad, se deslizó una y otra vez,
mientras que ella solo pudo dejarse llevar.
Era como si la estuviera devorando por completo.
La giró para dejarla boca abajo y desde atrás separó sus nalgas y se
incrustó de nuevo. Ríos de sudor corrían entre sus cuerpos, pero él no
cesaba.
Dejó besos por sus hombros y cuello. Enjaulando su cuerpo, empezó
de nuevo con las estocadas que sacudían la cama.
Hasta que, sin poder resistirse volvió a gritar. Lo que le animó a
seguir hasta que ya no pudo más. Antes de terminar, se salió y se arrancó el
condón para derramarse sobre sus nalgas, con ligeros golpecitos de su pene
punzante. No quiso hacerlo en el látex, quiso sentir su piel desnuda.
Se dejó caer a su lado y la atrajo en un abrazo.
—Dios mío, siento que morí y estoy en el cielo —expresó
enterrando su cabeza en su pecho.
—Lamento desilusionarte, pequeña, pero conmigo solo podéis ir al
infierno.
Ella se sonrió y cerró los ojos.
—¿Así que eres un demonio? —preguntó jugando, siguiendo su
lógica.
—Seré lo que quieras que sea.
La encerró entre sus brazos y la besó. Era como si no tuviera
suficiente de ella. Esa noche estaba lejos de acabar.

Ángela se despertó y se sentó sobre la cama. El ruido del baño le


llamó la atención. La puerta se abrió y Darko apareció. Ella creía que ya se
había marchado, pero no, seguía ahí.
—Buenos días —anunció el hombre con una sonrisa y el cabello
húmedo.
—Buenos días, pensé que…
—Me había marchado.
—Sí —admitió mordiéndose el labio inferior.
No era raro que un hombre consiguiera lo que quería y luego se
largara sin mirar atrás.
—Nunca me iría sin despedirme.
—Bueno, cumpliste tu promesa —exclamó con una sonrisa boba.
—Siempre cumplo mis promesas, pero ahora debo irme. Tengo
mucho que hacer. Deberías tomar un baño y subir con tu amiga.
—¿Por qué?
—Solo puedo decirte que te necesitará.
Abrió los ojos y la boca, pero él levantó un dedo y lo colocó sobre
sus labios.
—Todavía no puedo decirte más, pero todo estará bien. Sabes,
estuve pensando sobre el viaje que piensas hacer y no creo que sea
conveniente…
—Soy una mujer adulta que sabe cuidarse sola, ya no soy una
adolescente alocada, puedo tomar un tren y recorrer Europa sin que me
secuestren —proclamó cruzándose de brazos.
La miró con el rostro endurecido, porque ella no sabía de lo que
estaba hablando, miles de mujeres desaparecían anualmente y lo sabía de
primera mano. La bratva tenía decenas de casas con mujeres secuestradas
que las prostituían, por toda Europa.
—Lo que iba a decir es que no creo que sea conveniente que hagas
el viaje sin un guía que te muestre lo mejor de cada ciudad.
—Ohh, yo pensé…
—Me ofrezco como guía de turista —le dijo interrumpiéndola.
—Tal vez no tenga dinero suficiente para pagar tus servicios —
expuso encogiéndose de hombros.
—No creo que necesites dinero —replicó con una sonrisita en los
labios.
—Mmmm —hizo un ruido con la garganta y se cruzó de brazos. Se
acercó y le dio un beso en los labios.
—Tienes mi número en tu móvil grabado, estaré en contacto.
Ella asintió y lo miró desaparecer por la puerta. Se levantó de un
salto directo a la ducha, tenía que ir con su amiga.
Capítulo 36
Un escándalo de altos vuelos

M ichael se puso una bata, se


calzó unas pantuflas y caminó
hacia la terraza con el móvil
en la mano. El nombre de su madre apareció, tenía más de veinte llamadas
perdidas, pero no había escuchado el sonido del timbre porque seguía en la
cama con su esposa.
—¿Qué es lo que quieres?, madre —dijo con hartazgo, no quería
saber nada de su familia.
—¡Es inconcebible lo que está ocurriendo!
—¿A qué te refieres?
—¡Acaban de salir unas fotografías espantosas de Madison y están
involucrando a tu hermana! ¿Sabes lo que eso significa? Debes hacer algo
—clamó con pánico.
—¿Y yo qué debo hacer? Según tú.
—El hombre que sale con Madison es Luzhkov, debe estar
involucrado en ese montaje. Debemos apoyar a la familia del duque. Esto
es un escándalo sin precedentes —manifestó horrorizada.
Sonrió con satisfacción y se cruzó de brazos.
—Yo no me voy a hacer responsable por el comportamiento de esa
insensata, que su padre se encargue.
—Nuevamente nos estás dando la espalda. ¡Todo por esa maldita
mujer! Esa sí que es una puta.
—Cuida lo que dices, estás hablando de mi esposa. Ella es la única
víctima…
Cerró los ojos y se mordió la lengua, porque no podía decirle todo lo
que realmente quería. El plan apenas estaba empezando.
—Pues deberías preocuparte por lo que está ocurriendo, porque
puede afectarte. Que no te sorprenda, que se destape que estuvo presa.
—No me amenaces y mejor cuida a tus hijas, porque parece que la
tal Madison es una puta drogadicta consumada.
Fue como si su alma se liberara, era algo que estaba atascado en su
garganta y no pudo callarlo más.
—Eres un desgraciad…
Furioso cortó la llamada. No soportaría los insultos ni, aunque fuera
su madre. Se recargó en el barandal y soltó un resoplido.
«¿Cómo es posible que siga defendiéndola?», se preguntó afligido,
por desgracia su madre no dejaba de decepcionarlo.
—¿Por qué estás afuera? Te vas a enfriar —preguntó Carolina.
Se dio la vuelta y la encontró parada a unos pocos pasos, en el
umbral de la puerta. Lucía el cabello revuelto y la mirada perezosa. Michael
guardó su móvil en el bolsillo y le sonrió. Se acercó, la atrajo y la envolvió
con la bata gruesa.
—Tú me calientas —admitió y le dio un beso en los labios.
La recién llegada, pegó un grito al sentir sus manos heladas debajo
de su blusa, pero no la dejó escapar.
—Vamos adentro. ¡Estás loco por estar aquí!
Entraron hasta la sala y Michael se sentó en uno de los sofás,
mientras Carolina fue por una manta. Sacó de nuevo su móvil y buscó la
nota, de inmediato encontró las fotografías. Aparecieron tres: en una ella
aparecía Madison inhalando cocaína de una mesa, en otra le estaba
haciendo una mamada a Yuri que tenía con los ojos cerrados y en la última
estaban los tres en plena acción. El sujeto desconocido la penetraba por
detrás mientras ella seguía con el pene del ruso en la boca.
Miró una liga de un periódico Londinense y lo abrió. El título
proclamaba: La aristocracia y la burguesía festejando en Dubái entre drogas
y sexo. Ahora entendía porque su madre estaba histérica. Narraban como se
divertían las herederas de las familias más ricas de Inglaterra. Haciendo
hincapié en los excesos en los que recurrían.
Además de las fotos que Darko filtró, había otras que fueron
tomadas en el club. Esas no eran de ninguna cámara de seguridad, eran
selfis donde aparecían con copas en la mano. Carolina no aparecía en ellas,
claramente fue apartada del grupo y ahora era una bendición que esos hijos
de puta la hicieran a un lado.
Carolina volvió muy sonriente con un par de calcetines y una manta.
Ese día especialmente estaba frío y prefería mantener la calefacción
controlada, porque le afectaba a su alergia. No se pasaría otra vez con la
nariz tapada y los ojos irritados, así que era mejor una manta. Pero se le
borró la sonrisa al ver la cara de Michael, algo no estaba bien.
Se sentó a su lado y le entregó los calcetines.
—Gracias, preciosa.
—¿Qué es lo que pasa?
Le entregó su móvil y le pidió: —Lee la nota, por favor.
Mientras ella leía con atención, se quitó las pantuflas y colocó los
calcetines.
—Este es el hombre que me atacó en el baño —balbuceó mirando
con atención la imagen donde aparecía con Madison.
—Es Yuri Luzhkov.
—¿Lo conoces?
—Sí, es dueño de varios hoteles y mi más férrea competencia —
admitió.
—¿De dónde sacaron estas fotos? —preguntó estupefacta. Fue como
si una ráfaga de imágenes regresaran a su memoria —. ¡Oh, Dios mío! Yo
estuve en esa habitación —espetó con horror. Azorada agrandó la imagen y
se la mostró, señalando las figuras del suelo.
—¿Estás segura?
Aunque el conocía la verdad, su primer instinto fue preguntarle.
Michael con cuidado le quitó el móvil de las manos y lo dejó sobre la
mesilla.
—Por supuesto que estoy segura. Recuerdo el piso, era frío y… —
exclamó perdida en sus pensamientos y se llevó la mano a la mejilla, el
primer lugar donde se golpeó cuando la sacaron de la cama. Se levantó
alterada del sofá y comenzó a dar vueltas, tallándose la frente. De pronto se
detuvo y lo miró asustada —. Significa que mientras ellos estaban haciendo
eso…, yo estaba ahí —manifestó alterada.
Michael la miró preocupado. Nunca pensó que pudiera afectarle
tanto.
—Cálmate. No hay de que preocuparse.
Se detuvo y ladeó la cabeza.
—¿No te das cuenta? Si tienen fotos de ellos, pueden tener mías. Yo
estaba en esa habitación inconsciente y desnuda —dijo convencida.
Se llevó las manos a la cabeza desconcertada y soltó un sollozo. Si
sus fotos salían a la luz, sería una mancha que nunca podría superar.
Alarmado se levantó para tranquilizarla. Ella pasó sus brazos sobre
sus hombros y enterró su cara en su pecho.
—Amor, por favor no llores. No tienen nada tuyo, eso te lo prometo.
Le dio un beso en la cabeza y cerró los ojos. La tormenta mediática
que se venía sería dolorosa. La llevó al sillón, donde se acurrucaron
cubriéndose con la manta.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —dijo entre sollozos.
—No puedo decírtelo, pero confía en mí. Lo sé.
Ella asintió y se aferró a la seguridad que le proporcionaba estar con
el hombre que amaba.
—Escuché que hablabas con tu madre.
—Sí, ella me informó de las fotos.
—¿Qué vamos a hacer?
—Por lo pronto no saldremos de aquí y le hablaré a mi abogado para
estar preparados.

Ángela salió de la ducha y se puso ropa cómoda. Secó su cabello


lacio, mientras se maquillaba, escuchó los sonidos de la alarma de su
celular. Lo tomó y encendió la pantalla.
Era una noticia de un sitio de chismes que seguía a los famosos.
Leyó la nota y luego miró las fotos que en algunos casos estaban
pixeladas.
—¡Puta madre! —exclamó con los ojos como platos —. ¡Es la perra
de Madison y la hermana de Michael la noche de su cumpleaños!
Apresurada guardó los cosméticos y dejó el baño. Agarró el
pequeño bolso colgante que estaba sobre la mesilla de noche, las llaves de
la habitación y corrió a la salida. Tenía que ver a Carolina y saber si se
encontraba bien.
Recordó las palabras de Darko.
«¿Qué demonios tiene que ver él, con todo esto?», se preguntó
agitada mientras recorría el pasillo para llegar al elevador.
Presionó el botón con desesperación una y otra vez, pero como no
abrió rápido, prefirió subir por las escaleras, al fin y al cabo, solo era un
piso. Las recorrió lo más veloz que pudo hasta que alcanzó el pasillo. Solo
estaba la puerta de la suite. Abrió su bolso para agarrar la llave que su
amiga le dio, y aunque se negó en tener una llave al principio, le aseguró
que el lugar era demasiado grande para encontrarlos en una situación
comprometedora, por eso la aceptó.
Antes de que pudiera abrir alguien la jaló del cabello por la espalda
y trataron de arrebatarle la llave, pero no se dejó, apretó la llave en un puño
oponiendo resistencia. Al girarse se encontró con la mismísima Madison en
persona.
La muy perra fue la que jodió a su amiga, era evidente por las
malditas fotos, porque, aunque no apareciera esa noche Carolina estuvo ahí.
—¡Suéltame, maldita puta arrastrada! —le gritó y la empujó para
quitársela de encima.
Madison la miró de arriba abajo y alzó una ceja.
Ángela tenía que admitir que la mujer le sacaba más de una cabeza,
pero era flaca como un palo. Solo le hacía bulto el par de tetas falsas.
—You must be friends with the whore, you fucking midget scum[xiv]
—clamó colérica.
Ángela entendió perfectamente sus insultos. La rubia levantó la
mano para pegarle una bofetada y esta se cubrió la cara, pero no llegó a
tocarla, porque otra mano la detuvo.
—Entra a la suite —le ordenó Darko mientras controlaba a la mujer,
que gritaba improperios.
Ángela abrió la puerta y corrió por el pasillo todavía agitada.
Encontró a su amiga sentada frente al fuego, en los brazos de su marido y
los ojos llorosos.
—¡No vas a creer lo que me acaba de pasar! —exclamó y fue a
sentarse en una de las butacas.
—¡Dios mío, Ángela! ¿Qué te pasó? —preguntó Carolina y se
incorporó. Michael se levantó alerta al ver a la mujer jadeante.
—La perra de Madison me atacó en la puerta.
—¿Qué? ¿Cómo que estaba en la puerta? ¿Te hizo algo?
—No te preocupes. Solo fue un jalón de greñas la cabrona me
agarró desprevenida, pero no pudo hacer más, porque Darko llegó para
controlarla.
—¿Quién es Darko?
Se llevó las manos al cabello y se lo alisó. Se mojó los labios con
una sonrisita de complicidad.
—Un hombre que conocí ayer en el bar. Trabaja para tu marido —le
informó nerviosa.
Michael abrió los ojos al escuchar ese nombre y su móvil comenzó a
sonar. Era Darko precisamente, así que contestó y se marchó.
—Viste la noticia, ¿verdad?
—Sí, por eso vine corriendo, pero no quise decirte nada por
teléfono.
—¡Es horrible!
—¡Esa mujer está desquiciada! ¿Qué pretendía al entrar a
hurtadillas?
—No lo sé, no la había vuelto a ver desde esa noche.
—Pues te aseguro que sus intenciones no eran buenas.
Ángela miró a Carolina agobiada y fue a darle una abrazo.
—No estás sola, tienes un hombre que te cuida y una amiga que,
aunque un poco enana como me dijo la muy puta, te defenderá con uñas y
dientes —declaró mientras la abrazaba.
Carolina sorprendida se retiró y la miró incrédula.
—¿Te dijo eso?
Ángela asintió y enarcó una ceja.
—Y a ti puta —aceptó aguantando la risa.
—¡Qué hija de la chingada!
—Por cierto, maldita vieja, mide como uno ochenta —exclamó
incrédula. Carolina se carcajeó y asintió dándole la razón.
—Es como una barbie viviente, lástima que sea una horrible
persona.
Se miraron fijamente y soltaron una carcajada. Ángela se llevó las
manos al estómago y sacudió la cabeza.
—Debo aceptar que, si no la hubiera detenido el papacito de Darko,
me da en la madre amiga.
—¿Y quién es ese hombre misterioso?
—Dios, tengo tanto que contarte —exclamó con un suspiro.
—Voy a cambiarme de ropa y luego me contarás con detalle, parece
que será un día agitado.
—Está bien. Aquí te espero, pero apúrate, porque tengo mucha
hambre. La adrenalina del momento me abrió el apetito.
En realidad, tenía tanta hambre por el maratón sexual que tuvo la
noche anterior y no había desayunado.
—Revisa el menú y pide lo que quieras, por favor ordena un
servicio completo de café.
—¿Es el que lleva pastelitos y esos sandwichitos tan deliciosos? —
le preguntó con un gemido.
—Ese precisamente.
—Bueno, lo intentaré —admitió encogiéndose de hombros.
—Hablan español, así que no te cortes.
—Me hubieras dicho antes, y yo pensando que no me entenderían
—se quejó la morena.
Carolina sacudió la cabeza y se marchó a la habitación. Ángela
tomó el teléfono inalámbrico de su base y revisó la carta para ordenar.
Capítulo 37
Todos en peligro

M
a la terraza y tomó la llamada de Darko.
ichael caminó hacia la
habitación, se paró en la
puerta corrediza para acceder

—Tenemos un problema.
—¿Qué es lo que pasa?
—Acabamos de sacar del hotel a la señorita Grosvenor. Atacó a
Ángela afuera de la puerta para quitarle las llaves e ingresar —dijo con
desdén.
—Esa mujer está loca, ¿qué es lo que quería?
—Exige hablar contigo.
—No quiero verla, además no puedo hacer nada por ella y aunque
pudiera no lo haría.
—Pues ella cree lo contrario.
—¿Sabe que nosotros filtramos las fotografías?
—No, no lo sabe. Culpa a Stuart Grant.
—¿Entonces para qué demonios quiere hablar conmigo?
—No me lo dijo.
Resopló molesto y se sentó en uno de los sillones del exterior.
—Lo que me gustaría saber es cómo llegó hasta el último piso.
—Eso pregúntaselo a tu seguridad, fueron los que le dieron acceso.
Michael se pasó la mano por la cabeza y lanzó una maldición, su
padre tuvo que haber dado la orden.
—Voy a arreglar esa situación.
—Mis hombres van a vigilar el último piso. Afuera hay muchísima
prensa, salir a la calle no es lo más recomendable. La visita de esa mujer
trajo la atención.
—Está bien, no pienso salir en todo el día.
—Por la seguridad de tu esposa no debe dejar el hotel. Luzhkov está
furioso. Recibió una llamada de su suegro para decirle que se olvidara del
flujo de dinero.
—¡Maldito perro!
—Ese hombre buscará venganza. Tenemos la ventaja de que no sabe
quién filtró las fotografías, pero debemos estar preparados para lo peor.
—Entiendo. ¿Qué sugieres que haga?
—Esperar hasta que Luzhkov no sea una amenaza.
—¿Y cómo diablos vamos a lograrlo?
—Tengo que hablar en persona con Segej Michajlovo.
—¿Qué te hace pensar que eso detendrá a Luzhkov?
—No puedo decirte más, solo debes de saber que eso lo hará. Te voy
a pedir un favor.
—Dime.
—Ángela debe moverse a una de las habitaciones. Estará más
segura.
Ya eran dos veces que nombraba a la amiga de Carolina por su
nombre, con demasiada familiaridad.
—Está ahí porque así lo quiso, pero ¿por qué tan interesado en ella?
—Es personal —dijo cortante.
Michael hizo una mueca y entendió a que se refería. Esa mujer
podía ser pequeña de tamaño, pero intuía que era un enorme reto hasta para
Darko.
—Hablaré con mi esposa.
—Franco se quedará a cargo, es un hombre de toda mi confianza.
—Gracias por ayudarme.
—Será un verdadero placer.
Darko colgó y Michael se quedó desconcertado, sin comprender sus
palabras, pero lo que no sabía es que le estaba brindando la oportunidad de
vengarse de un hombre que se creía intocable.
Para Darko había iniciado la guerra. Viajaba en una limosina que lo
llevaría para reunirse con la cabeza de la familia Michajlovo después de
cinco años de no verlo. Regresaría para saldar cuentas.

Michael entró en la ducha luego de hablar con David. Su amigo


llegaría en una hora para acompañarlo. Necesitaba bajar para poner en su
lugar al jefe de seguridad, pero no dejaría a Carolina sola, aunque afuera
estuvieran los hombres de Darko.
La puerta de la ducha se abrió e ingresó Carolina. Se paró detrás, lo
rodeó con los brazos y recargó su mejilla sobre su espalda húmeda. El agua
los cubrió con una lluvia vigorizante, mojando su cabello alborotado.
—También necesito un baño.
Michael tomó el jabón líquido y dejó un buen chorro en su palma.
—Tendré que tallarte la espalda entonces.
Se volteó. Esparció jabón por su cuerpo, pasando sus manos por sus
senos que sujetó con firmeza y comenzó a masajear efusivamente. Carolina
se mordió el labio al sentir sus caricias.
—Esa no es precisamente mi espalda.
—¡Ups, mi error! —le dijo y le dio un beso en los labios.
—Hay que salir, porque Angie pidió un servicio de café, con esos
pastelitos que tanto me gustan.
—Ahora que lo mencionas, tengo hambre. Me estás matando, con
tanto sexo —declaró teatralmente.
—No tienes vergüenza.
Michael pegó una risotada y la jaló abruptamente contra su pecho.
—No, no la tengo, así que ya que estamos aquí.
La giró sorpresivamente y ella chilló entre risas, la llevó contra la
pared, inclinó sus caderas y se alineó para unir sus cuerpos resbalosos.
Carolina gimió al recibirlo y como si tuvieran mucho tiempo sin tocarse,
comenzaron a hacer el amor debajo del chorro de agua la regadera.

Un hombre con cara de pocos amigos escoltó al mayordomo.


Llevaba un carrito con el servicio que solicitó Ángela. Después de montar
la mesa dejaron el comedor. Le dijo que volvería con el desayuno para el
señor y se marchó.
Ella sacudió la cabeza y se sirvió una taza de café con crema,
además de varios cubitos de azúcar, a los que le había agarrado el gusto.
Había pasado más de una hora y su amiga aún no regresaba. Ya se
imaginaba que estaba haciendo. Ese par no perdía el tiempo.
Pero no podía culparlos, luego de la noche anterior su idea de que el
sexo estaba sobrevalorado quedó en el pasado.
Decidió que desayunaría, al diablo con la ninfómana de su amiga.
Moría de hambre.
Decidida levantó una jarrita con miel y bañó sus wafles. Era un
plato muy bien presentado con salchichas, un par de tiras de tocino y un
omelette de champiñones, que desprendía un olor delicioso.
Su móvil que estaba con la pantalla hacia abajo sobre la mesa
comenzó a timbrar. Al cogerlo leyó las iniciales DS. Era él, el hombre al
que todavía sentía en su piel. Contestó de inmediato y se llevó el celular al
oído.
—Hola pequeña. ¿Cómo estás? ¿Esa mujer te hizo daño?
—Hola. No, para nada. Estoy bien.
—¿Segura?
—Por supuesto, le hubiera partido en su madre, pero te metiste —
dijo envalentonada.
El hombre sonrió de oreja a oreja y sacudió la cabeza. El chofer lo
miró por el retrovisor mientras manejaba. Nunca lo había visto sonreír de
esa forma y le pareció sumamente extraño.
—Preferí no averiguarlo.
—¿Sabes?, pasó lo que me dijiste con Carolina. ¿Cómo lo supiste?
—Es mi trabajo. No dejes la suite, van a llevarte tus cosas para que
tomes una habitación, ya hablé con Michael.
—Pero…
—No está a discusión —le interrumpió y ella frunció el ceño.
Resopló y recargó sus codos sobre la mesa mirando la taza de café.
—¿Cuándo volverás?
—Pronto.
—Cuídate.
—Estoy ansioso por estar contigo otra vez —anunció.
La mujer se sonrojó y torció los labios. En ese momento su amiga
entró al comedor y la miró enarcando una ceja.
—Yo también —admitió con una risita. Colgó y dejó el móvil sobre
la mesa, levantó la taza de café y le dio un trago.
—Vaya, ¿tienes algo que contarme?
—Pensé que te habías perdido en la dimensión desconocida.
—No te hagas pendeja, María Ángela Manjarrez.
—¡Me choca que me digas María! —chilló apretando la servilleta
en un puño.
—Entonces empieza a hablar —le exigió.
Se recargó sobre la silla y se cruzó de brazos.
—Anoche conocí a un hombre en el bar.
—¿Pero te fuiste a dormir temprano?
—Me desperté a medianoche y como no podía dormir más, bajé a
tomarme una copa.
—No quieres recibir el servicio, pero bajas al bar a levantarte un
hombre sin hablar inglés.
—El habla español. Bastante curioso, por cierto.
—Así que es español.
—Nop, pero vivió varios años en España —le explicó y sonrió
mirando un punto fijo sobre la mesa, recordándolo. Nunca le había gustado
tanto un hombre.
—Wow, y ¿cómo es el tipo, que tiene esa sonrisa estúpida en tus
labios?
—¡Ay, amiga, es un Dios! —clamó efusivamente —. Un poco más
alto que tu marido, blanco con el pelo negro, con unos ojos grises que te
hipnotizan y con un cuerpo para morirse. Con todos los músculos definidos,
pero lo que me mató, es que está lleno de tatuajes, por todas partes —
confesó con un gemido.
—¿Te acostaste con él? —exclamó abriendo los ojos.
Hizo una mueca con una sonrisa y asintió.
—¡Es que no pude resistirme! —se justificó.
—¡Eres una descarada!
—Pensé que no lo volvería a ver, ¿cómo iba a desperdiciar esa
oportunidad? Fue como si diosito me lo hubiera enviado.
—Cállate, pecadora. No metas a Dios en esto.
—No te hagas la santa, tú también te acostaste con Michael a las
horas de conocerlo.
—Pero era una mujer casada —manifestó con una sonrisa burlona.
—¡Mamona, te casaste de pura chingadera!
—¿Y qué tal, cumplió con tus expectativas? —preguntó levantando
las cejas sonriente.
—Más de lo que esperaba. Ahora el único problema es que sí lo voy
a volver a ver, porque trabaja con tu marido.
—Vaya. El mundo es un pañuelo.
—Pues veremos a donde nos lleva.
—Pero si vas a volver a México, ¿cuántos días de vacaciones te
dieron? Ni siquiera te pregunté —agregó Carolina.
Ángela bajó la mirada y comenzó a partir sus wafles en pedacitos
pequeños.
—Es que…ya no tengo trabajo —admitió en voz baja.
—¿Cómo que no tienes trabajo? —chilló su amiga sorprendida.
Dejó los cubiertos y unió sus manos para mirar a Carolina que la
miraba con la boca abierta.
—El nuevo socio del doctor, me dijo que si me marchaba no
volviera, así que lo mandé a la mierda y firmé la renuncia —confesó
encogiéndose de hombros.
—Pero ¡qué cabrón! Siempre has sido una profesional en tu trabajo
y la más cumplida que conozco.
—Es que eso fue solo un pretexto —aceptó.
—¿Qué te hizo?
—Desde que llegó empezó a coquetearme y me invitó a salir, pero
lo rechacé. Sabes que nunca he salido con un compañero de trabajo y
menos con un doctor, son unos putos. Así que le cayó como patada en los
huevos mi negativa y comenzó a portarse mamón conmigo.
—Pero que hijo de puta. Tú no te preocupes puedes quedarte
conmigo el tiempo que quieras.
—Gracias, pero no. Quiero hacer un viaje por tren y recorrer varios
países.
—Estás loca, es peligroso que andes tu sola.
Ángela torció los ojos, otra que le decía lo mismo.
—No te preocupes, no voy a estar sola. Darko me dijo que sería mi
guía. Quiere acompañarme.
—Ese no pierde el tiempo. Voy a preguntarle a Michael de donde lo
conoce y si es una persona confiable, no sabes ni que hace.
—Tiene su propia empresa de seguridad, por eso lo contrató tu
esposo.
Michael entró al comedor con una sonrisa de oreja a oreja y
Carolina lo miró entrecerrando los ojos.
—Parece que alguien me debe muchas explicaciones —masculló
mirando a su esposo que tenía cara de inocencia.
Sin entender de lo que estaban hablando se sirvió una taza de café.
En ese momento regresó el mayordomo con su desayuno y el de Carolina.
Colocó los platos con eficiencia, destapándolos uno a uno.
—Gracias, Tomas —anunció, este inclinó la cabeza hacia el frente y
se marchó.
Ángela enarcó una ceja y le dio otro trago a su taza de café. Ese
señor no le caía nada bien, era un estirado.
—Así que tengo un equipo de seguridad personal, y no me habías
dicho nada —replicó y Michael se ahogó con el café.
Ya se imaginaba quien le contó. Luego de escuchar la solicitud de
Darko, de que la mujer se alojara con ellos, estaba claro que algo había
pasado entre los dos.
—Fue sugerencia de David.
Como si lo hubieran invocado, el rubio entró al comedor con una
sonrisa matadora, con la vista puesta en Ángela.
—¿Están hablando de mí? Tengo hambre, no he desayunado en
forma.
—Deja de ver de esa forma a la amiga de mi esposa, o alguien te
pateará el culo —le advirtió.
Se sentó a un lado de Ángela, tomó una taza de café y cogió un
platito para agarrar algunos postres de la torre que estaba en frente.
—¿Quién me pateará el culo?
—El hombre que me sugeriste que contratara para protegernos.
David se atragantó con el trozo de pan que tenía en la boca y la miró
abriendo los ojos.
—¿Darko? Pero si ese sujeto es enorme y ella es un poco pequeña
—argumentó haciendo una seña con la mano haciendo referencia a la
estatura de Ángela —. ¿No es cómo un delito? —alegó asombrado.
Michael soltó una risotada y Ángela lo miró con irritación. Era la
segunda persona que le decía enana en el mismo día.
—Dile al werito este, que enana será su ching…
—¡Angie!, no digas eso.
—¡Qué, él empezó! —refutó entrecerrando los ojos.
—Mi amiga dice que te entiende, y dejes de tirarle mierda.
—Disculpa, hermosa —contestó zalamero.
—Y si ese hombre es la mitad de aterrador de lo que dicen, yo
dejaría de coquetear con ella. Lo trae loquito —lo interrumpió Carolina
mientras embarraba mantequilla a sus escones.
—Como no queremos hacer enojar a nadie, vas a comportarte —le
advirtió Michael a su amigo que levantó las manos y le guiñó un ojo a
Ángela. No tenía remedio.
—¿Qué haremos todo el día?
—Después de desayunar tengo un asunto pendiente con el jefe de
seguridad del hotel y después regresaré a trabajar aquí en el despacho.
—Entonces seré la niñera. Podemos pasar una tarde de chicas —
propuso burlón.
—No seas ridículo. Ángela y yo vamos a planear su viaje por
Europa.
Su amiga la miró enarcando una ceja. Ahí estaba la Carolina a la
que le gustaba organizar todo.
—¿Quién viajará por Europa? —preguntó Michael interesado.
—Ángela —contestó Carolina.
David tosió y se limpió los labios.
—Suerte con eso —agregó con sorna.
—Será divertido —masculló Ángela y le sonrió a su amiga.
Terminaron de desayunar, mientras Carolina hacía de intérprete de
su amiga. Más tarde Michael y David se marcharon al despacho. Tenía
varios mensajes de su padre, diciendo que eran urgentes.
Capítulo 38
El rapto

días.
E ntraron al despacho donde
Michael se instaló para seguir
trabajando remotamente esos

—Así que nuestro amigo Darko, tuvo un affaire con la pequeña


duende —declaró y se sentó en el sofá frente al escritorio de roble oscuro.
Se cruzó de piernas y descansó los codos uniendo sus manos con una
sonrisa pícara.
—Más vale que no te escuche Carolina que le dices así —le advirtió
enarcando una ceja, hizo una pausa y dejó salir el aire contenido —. Ahora
con respecto a que sea una aventura, no estaría tan seguro. Está demasiado
preocupado por ella.
—Esa mujer es muy valiente o realmente estúpida. Ese hombre
perteneció a la mafia rusa y por la cantidad de cruces en sus nudillos diría
que debe tener un cementerio lleno de cadáveres.
—Y, ¿por qué me lo recomendaste como una persona confiable?
—No dije que no sea confiable, digo que es peligroso. Además, para
tratar a un hijo de puta como Yuri, necesitamos a alguien que pertenezca a la
misma familia.
—¿Qué significa eso?
—Darko es el hijo no reconocido del suegro de Yuri.
—¡Mierda! ¿Cómo lo sabes?
—Me lo dijo el investigador que me lo recomendó.
—Parece que no es un secreto entonces.
—Créeme cuando te digo que si lo es. Sí nos está ayudando es por
motivos muy personales.
—Quiere joder a Yuri —farfulló Michael asombrado.
—Exacto, así que yo no preguntaría más, solo debemos dejar que
haga lo que tenga que hacer y luego salga de nuestras vidas.
El móvil de Michael vibró sin parar, así tenía la última media hora.
—Es mi padre de nuevo.
—Es demasiada insistencia, contéstale de una maldita vez —
demandó David.
—Está bien —dijo con hastío y tomó la llamada.
—Hasta que por fin te dignas en contestar —le reclamó colérico.
—¿Qué demonios ocurre ahora?
—Eres un desconsiderado, tu madre tiene más de una hora
intentando localizarte.
—Se directo, padre —le exigió sin contemplaciones.
—Secuestraron a Pam.
—¿Estás seguro? Tal vez decidió marcharse a montar a Bath.
—Mataron a su escolta y me llamaron hace una hora, pero solo
quieren hablar contigo.
—¿Cuánto dinero te pidieron?
—No me lo dijeron. Tienes que venir a casa, me aseguró de que me
llamará en cuanto llegues —expuso. Los gritos de su madre se oían de fondo
—. Tu madre está muy alterada.
—Está bien, voy para allá —respondió con cansancio.
Colgó y recargó su cabeza sobre el sillón.
—¿Qué pasa?
—Secuestraron a Pam.
—¿Es una puta broma?
—No, mataron a sus guardaespaldas y se la llevaron.
—¡Maldito infierno!
—Tengo que ir a la casa de mis padres, parece que solo quieren
hablar conmigo.
David se levantó y tomó su abrigo.
—Voy contigo.
—No, prefiero que te quedes aquí. No quiero que Carolina se quede
sola, y menos ahora.
—Está bien, pero llámame en cuanto sepas algo y llévate a los
hombres de Darko.
—No, Carolina es más importante.
—Amigo, tenemos la seguridad del hotel. Debes estar protegido,
presiento que Luzhkov está involucrado. Pueden atacarte de camino a casa
de tus padres.
—También lo creo.
Michael regresó a la sala donde encontró a Carolina y a su amiga
frente a una laptop. Ya estaban planeando un viaje en tren para recorrer
varios países.
Ella se dio cuenta que algo no estaba bien. Se levantó y fue a
encontrarlo. Llevó las manos al rostro de su esposo y lo miró preocupada.
—¿Qué es lo que ocurre?
—Mi padre me llamó para informarme que secuestraron a Pam.
—¡Qué! ¿Cuándo?
—Hace unas horas.
—¡Dios mío! —exclamó y lo abrazó con fuerza.
—Solo quieren negociar conmigo. No me queda más remedio que ir
—aceptó y ella asintió comprensiva.
—Por favor, cuídate mucho —le suplicó llena de temor.
—No salgan ni siquiera a la terraza. David se quedará con ustedes.
—Márchate tranquilo, estaremos bien —le aseguró.
—¿Qué te parece dejar el país, e ir a un lugar más cálido? —le
propuso.
Tal vez lo mejor era dejar Inglaterra y mudarse una larga temporada.
—Lo hablaremos cuándo vuelvas, ahora lo importante es que
encuentren a tu hermana, debe estar asustada —admitió con los ojos
llorosos.
—Volverá sana y salva.
Ángela los miró con un vuelco en el corazón, ese par estaba muy
enamorado y no lo disimulaban.
—Cuídate, te lo digo en serio. Voy a estar esperándote.
—No llores, preciosa. Todo estará bien.
Le dio un abrazo y lo apretó con angustia. El imaginar que le hicieran
algo a Pam, le dolía en el alma. Aunque todo terminó mal entre ellas, no le
deseaba ningún mal. Desconsolada vio cómo se marchó y regresó para
sentarse al lado de su amiga.
—Secuestraron a Pam.
—¿A la perra traidora?
—¡Angie, no seas rencorosa! Aunque se haya portado tan mal, me
aflige lo que le pasó.
Ángela ladeó la cabeza y torció los ojos. Esa desgraciada conspiró en
contra de su amiga y no lo olvidaba, aunque reconocía que era una situación
horrible.
—¿Ya pidieron rescate?
—Pidieron hablar con Michael, por eso se fue a la casa de sus padres
—le explicó.
Recargó sus codos sobre las rodillas y se llevó las manos a la cabeza
consternada.
—Amiga, vas a ver que van a soltar el dinero, y tu cuñada va a
regresar sana y salva.
—Eso espero.
—Vamos a seguir planeando mi viaje, nos servirá para distraernos.
—Asintió y jaló la laptop.
David entró con una botella de vino en la mano.
—¿Qué hacen señoritas?
—Planeando el viaje de Angie.
—¿No necesita supervisión parental?
—David, no estés jodiendo —le advirtió Carolina.
—¿Así que quiere viajar por tren ella sola?
—Esa es la idea —dijo Carolina.
—Pues muy mala, por cierto.
—¿Por qué dices eso? —preguntó interesada.
Colocó la botella de vino sobre la mesa y sacudió la cabeza.
—No es muy inteligente, que una mujer viaje sola sin dominar el
inglés.
—Bueno, a lo mejor me animo y la acompaño —contestó nada más
por ver su reacción, porque era obvio que no lo haría.
El rubio dejó caer la cabeza hacia atrás y soltó una sonora risotada.
—Eso me gustaría verlo. No creo que le guste a Michael.
—Ese es un comentario bastante machista.
—Soy realista, además no creo que la esposa de un hombre tan rico
pueda viajar tan tranquila sin llevar seguridad a cuestas.
Carolina resopló, tomó una copa y se la entregó a Ángela.
—¡Hör auf, meine Eier zu berühren![xv]
—Amiga, no tienes que decir palabrotas en alemán, se lo puedo decir
en español a este mamón entrometido —anunció. Lo miró fijamente y se
cruzó de brazos —. ¡Deja de estar chingando cabrón! —le advirtió molesta.
—Primera vez que me insultan en dos idiomas —replico con ironía
—. Señoritas, vamos a llevar la fiesta en paz. Voy a ayudarlas, he recorrido
todos los países así que puedo aconsejarlas. Ya veremos que dice mi amigo
cuando se entere —expuso con sarcasmo.

Michael le envió un mensaje tres horas después, avisándole que


pasaría la noche en la casa de sus padres. Habló con los secuestradores y
esperaban la hora del intercambio al día siguiente. Les pidieron cinco
millones de libras y tenía que conseguir el dinero, algo en lo que el abogado
estaba trabajando.
Luego de varias botellas de vino, de comer los quesos y carnes frías
que pidió David, no quisieron cenar nada.
Ángela insistió en dormir con ella. Así que ahora estaban acostadas y
arropadas en la enorme cama.
—Nunca imaginé que mi vida daría un giro tan drástico —admitió
mirando el techo perdida en sus pensamientos —. Y no solo por esto —
señaló lo obvio.
—Te entiendo. Nunca te había visto tan feliz amiga y me da mucho
gusto porque por fin encontraste el amor de tu vida —le dijo guiñándole un
ojo.
—Me encantaría tener un bebé —confesó con una sonrisa en los
labios.
—¿Quieres tener un hijo?
—Me encantaría. Antes ni siquiera me pasó por la mente, pero ahora
siento que estoy lista. En cuanto hable con Michael, iré con el ginecólogo
para que me haga una revisión y que me retire el implante.
—¡Qué emoción! Voy a ser tía.
—¿Crees que quiera tener un hijo? ¿No crees que me estoy
apresurando? —preguntó llena de dudas.
—Por supuesto que no, creo de todo corazón que adorará tener un
bebé contigo.
—Hablé con Alex. Después de la boda se quedará a vivir en París.
Está planeando una boda de ensueño con ese chef francés. Quiere que sea la
madrina y dijo que tú puedes ser la niña que lleva la canasta de las flores —
le dijo con una risita burlona.
Alex siempre se metía con Ángela por su tamaño desde que eran
adolescentes.
—Mira que cabrón —espetó entrecerrando los ojos —¿Y los dos van
a usar smoking, o alguien se pondrá vestido? Por favor pregúntale para
hacerme uno igualito que el suyo —dijo enarcando una ceja.
—Si serás rencorosa.
—Tu hermanito empezó, que se joda.
Carolina revisó el piso y no miró a la perrita echada en su cama
improvisada.
—¿Y Frida?
—Se largó con el werito, esa perra traidora.
—Parece que David a todas encandila, menos a ti.
—Reconozco que es un hombre muy guapo, parece el novio de
barbie, pero me cae gordo porque es demasiado pagado de sí mismo.
—No lo juzgues solo por su actitud, parece un tipo arrogante y medio
mamón, pero tiene un corazón de oro.
—De todas formas, no es mi tipo —mencionó acomodando su
almohada.
—¿Por qué no es rudo y está lleno de tatuajes?
—Para empezar por eso, pero también porque no tenemos una
química que me hace ponerme a cien con solo verlo. No te puedo hablar de
amor, pero Darko me gusta muchísimo.
—Puede resultar algo de ahí.
—No digo que no me gustaría, pero es algo pasajero. Volveré a
México. Mi madre me dijo que regresará a la ciudad —susurró con
esperanza.
Carolina la miró con compasión, no era la primera vez que su madre
le prometía que regresaría a casa y no lo hacía.
—Puedes quedarte conmigo —le ofreció.
—Gracias, pero debo encontrar mi propio camino amiga. Ahora
cierra esos ojitos y a dormir.
—Voy a intentarlo.
Ángela cerró los ojos y se quedó dormida antes que su amiga lo
hiciera. Carolina seguía mirando al techo y giró su cabeza hacia la puerta.
Estaba preocupada por Frida. Siempre regresaba a dormir, era raro que no lo
hiciera.
Estuvo aguardando hasta que no pudo más. Se levantó sin despertar a
su amiga, agarró su bata afelpada y se puso las pantuflas acolchadas.
Recorrió el pasillo y escuchó un ligero gemido, corrió de puntillas porque
todas las luces estaban apagadas. Miró la cortina del comedor ondear por el
aire que se colaba por el balcón y le pareció extraño, juraba que había
cerrado la puerta.
Deslizó la tela y salió a buscar a su mascota.
—Princesa, ¿dónde estás? Ven con mami —le suplicó.
Creyó ver una sombra y la siguió, rodeando la terraza.
—No estoy jugando, debes entrar o se te congelará tu culito peludo
—le reprendió y continuó caminando.
Se tropezó con algo en el piso y cayó de bruces contra el suelo.
Estaba muy oscuro. Se sentó y al girarse miró a su pequeña en el suelo
inerte.
—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Noooo! —pegó un grito ahogado —¡Mi
princesa! ¿Qué te pasó? —clamó entre sollozos —. Te pondrás bien, vamos
a buscar un veterinario —balbuceó.
La cogió en los brazos y sintió que se cuerpecito seguía caliente. Le
dio un beso en la cabeza. No podía perder más tiempo así que con las manos
temblorosas intentó levantarse, pero no pudo porque se encontró con un par
de hombres.
No pudo verles el rostro, vestían trajes tácticos totalmente negros y
llevaban pasamontañas. Fue como si todo se aclarara, ellos atacaron a su
bebé.
La colocó sobre el piso y se replegó asustada.
—¡Malditos hijos de puta! ¿por qué la lastimaron? —les gritó
desgarrada apretando los puños con las lágrimas cayendo a raudales por su
mejillas.
Uno de ellos la cogió del cabello y le tapó la boca. Pegó su cara
contra su cuello y le susurró:
—Le rompí el cuello, porque no cerraba el puto hocico. Así que, si
no quieres terminar igual, te quedarás callada —le amenazó.
De inmediato pensó en su amiga y en David, que estaban adentro
dormidos.
El sujetó la levantó sin dejar de taparle la boca, pero ella se resistió
pataleando y lanzando golpes. Hasta que sintió un golpe sobre la nuca, y
perdió el conocimiento.
—Vamos a sacarla en el carro de servicio —dijo uno de ellos en ruso.
—¿Qué hacemos con los otros dos?
—Al hombre amárralo, y mételo al closet para que no lo encuentren
tan rápido. La otra mujer nos la llevamos también.
El tipo asintió y caminó hacia las habitaciones llevándose consigo a
otros dos. El que era el líder sacó su móvil y envió un mensaje. Estaba
hecho, y por eso le pagarían una fortuna.
Capítulo 39
No todo tiene perdón

M ichael estaba parado en la


ventana del salón de sus
padres. Toda la noche estuvo
en vela esperando que le llamaran. Retirarían el dinero del rescate en cuanto
abrieran la bóveda del banco. Estaba amaneciendo y en lo único en lo que
pensaba era en regresar con su esposa. Revisó su móvil por enésima vez,
pero no tenía ningún mensaje. Ni de Carolina, ni de David, ni de Darko.
El tiempo era desesperantemente lento. Los minutos le parecían
horas. El dinero no importaba, lo que quería era que su hermana regresara a
casa para poder dejar Londres.
Se cruzó de brazos y miró el horizonte. Permaneció en el mismo
lugar, hasta que finalmente amaneció.
—Veo que no pudiste dormir —anunció la voz de su padre desde la
puerta.
Se dio la vuelta para encararlo. Tenía grabada en su mente las
imágenes de como lastimaba a Carolina, por lo que ahora no podía verlo más
que con rencor y decepción.
—Estoy esperando que me traigan el dinero, ya di la orden de que lo
retiren —le explicó y miró su reloj.
Faltaban diez minutos para las ocho de la mañana.
—¡Pam está aquí! —gritó su madre desde el pasillo.
Michael salió para encontrarse con las dos mujeres, que caminaban
abrazadas. Ver a su hermana le desconcertó.
—¿Por qué te soltaron? —le cuestionó incrédulo.
—Eso que importa. Lo importante es que estoy aquí. Creí que me
matarían —dijo entre sollozos abrazada de su madre.
—Nos pidieron cinco millones y accedimos a dárselos, y de pronto
regresas caminando por la puerta —alegó señalando hacia la entrada —No
tiene lógica no cobrar el rescate… —masculló y todas las piezas cayeron en
su lugar —. ¡Carolina! —exclamó abriendo los ojos.
—¿Qué tiene que ver esa mujer en todo esto? —le preguntó su
madre.
Michael levantó su mano interrumpiéndola. Marcó el número de
David y se llevó el móvil al oído.
—¡Contesta maldita sea! —bramó desesperado. Colgó y llamó a la
seguridad del hotel y le contestaron de inmediato. —¡Quiero que revisen la
suite!
—Los guardias siguen en la puerta señor —respondió el hombre.
—Me importa una mierda. Entren y revisen que mi esposa esté bien
—gritó fuera de sí.
Volvió al salón a recoger su abrigo, necesitaba regresar al hotel y no
podía perder más tiempo.
—¿A dónde vas? No ves que tu hermana nos necesita —le reclamó
su madre caminando detrás, pero él ya bajaba las escaleras.
—¡Madre, no me toques los huevos! Pamela está en casa y es lo
único que debe interesarte —dijo sin detenerse.
—¡Te largas corriendo por esa maldita perra, sin importarte lo que le
pase a esta familia! —vociferó su padre iracundo desde lo alto de la escalera.
Detuvo su paso y se volvió para mirarlo con rabia. Sin pensarlo subió
de nuevo hasta alcanzarlo para tomarlo del cuello. Los gritos de su madre
escandalizada por la reacción violenta de su hijo se escucharon por toda la
casa, pero a Michael no le importó.
—¡Qué sea la última vez que te refieres a mi esposa de esa forma! —
le advirtió furioso—Lo sé todo padre. Se que la drogaron y le pusieron una
trampa para que la apresaran. Tus hijas se coludieron con la zorra de
Madison, para dejarla a merced del hijo de puta de Luzhkov —le confesó. El
hombre mayor abrió los ojos sorprendido y comenzó a balbucear —. Y
fuiste tan despreciable de lastimarla, cuando solo te pidió ayuda —le dijo
con desprecio y lo soltó.
—Todo fue por tu culpa, por no cumplir nuestros deseos. Arruinaste
una alianza muy valiosa.
—No tenían el derecho de destruir la vida de una mujer inocente, que
su único error fue confiar en gentuza como ustedes.
—No puedes darnos la espalda —le amenazó.
—Crees que no sé, qué me entregaste la presidencia y los activos, por
todos los problemas que tienes con el juego, porque temiste llevarnos a la
ruina.
Su madre se llevó las manos a la boca para acallar un sollozo.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó su padre con sorpresa.
—Tengo un despacho legal que te ha investigado por meses. No soy
un títere que manejarás a tu antojo, desde este momento estás despedido
como asesor —le advirtió.
—Michael, no puedes ser tan cruel.
—No me hables de crueldad, madre —replicó sacudiendo la cabeza
—. Lo más doloroso de la traición, es que no viene de tus enemigos. Al
menos, nunca los había considerado mis enemigos —expuso con dolor.
Se dio la vuelta y dejó la casa de su familia, para nunca volver entre
los sollozos de Lorraine.
Los hombres de Darko estaban en el estacionamiento alertas.
—¿Quién trajo a mi hermana?
—Se bajó de un taxi, pero el hombre no sabe nada. Ya verificamos
sus datos y está listo.
—Me temo que todo fue un engaño. No contestan en la suite —le
explicó a Franco.
—Uno de mis hombres está en el estacionamiento del hotel.
—Mándalo arriba, que revise que mi esposa se encuentre bien —le
pidió.
El moreno asintió y sacó su celular. Apresurado Michael subió a su
auto y llamó de nuevo al hotel. El chofer arrancó y dejó la mansión. Después
de varios timbrazos, contestó el jefe de seguridad. Ese hombre tenía los
minutos contados.
—¿Qué pasa con mi esposa?
—No hay nadie señor.
—¿Cómo que no hay nadie?
—Fueron a revisar y no encontraron a nadie. —El hombre carraspeó
aclarándose la garganta —. Solo encontraron en la terraza a la mascota de
su esposa muerta.
—¡Son unos imbéciles! Quiero que revisen las cámaras de seguridad
desde que me marché ayer —le gritó encolerizado y colgó.
Asustado le llamó a Darko para informarle, era el único que podía
hacer algo porque ir a la policía, no era una opción.
—¿Qué pasa?
—No hay nadie en la suite. Ni mi esposa, ni Ángela ni David —le
confesó alterado.
—Estoy en camino —respondió Darko y giró para mirar a
Michajlovo que tenía un vaso de vodka en la mano. Estaba en el yate de su
padre.
El hombre voló de San Petersburgo a Londres en cuanto supo de las
fotos comprometedoras del esposo de su hija, pero no se quedaba en tierra,
prefería hospedarse en un super yate que estaba preparado para huir a aguas
internacionales de ser necesario. Tenía demasiados enemigos detrás de su
espalda, incluidos a la Interpol.
—¿Qué es lo que pasa? —le preguntó interesado.
—Lo que pasa es que Yuri firmó su sentencia de muerte.
—¿Qué hizo esta ves? —exclamó burlón.
—Secuestró a mi mujer.
—Esas son declaraciones muy fuertes.
—¿Qué la haya secuestrado?
—No, hijo. Que asegures que sea tu mujer, creí que nunca te
escucharía decir esas palabras. ¿No será un pretexto para vengarte?
Tania fue una mujer de la que Darko se enamoró años atrás, pero
Yuri la hizo su amante y antes de casarse con su media hermana, apareció
muerta. Todos dijeron que se suicidó porque no pudo soportar que el hombre
que amaba se casara con otra, pero estaba convencido de que Yuri la mató a
petición de su media hermana.
Darko se cruzó de brazos y sonrió de lado.
—No he olvidado lo que hizo, pero acaté tus órdenes porque era el
prometido de Olga, pero si toca Ángela, tengo el derecho de reclamar su
sangre —le advirtió.
Como en aquel entonces no tenía una relación con la mujer, no pudo
enfrentar a Yuri. Su padre no lo respaldó y si lo hubiera matado, pediría su
cabeza, aunque fuera su hijo.
El hombre mayor sacudió la cabeza y le dio un trago a su bebida
terminándosela.
—¡Da budet tak! —[xvi]declaró
—¿No tengo que preocuparme por tu hija?
—Tu hermana —recalcó haciendo hincapié en su parentesco, ya que
Darko no se consideraba de la familia —. Está lista para tomar el luto —
admitió con una sonrisa.
Olga estaba furiosa con Yuri. La dejó en ridículo ante la sociedad,
que su marido le fuera infiel con Madison Grosvenor, fue humillante. La
conocía y se movían en el mismo círculo de amistades. Era una afrenta que
no le perdonaría jamás.
Asintió y se dio la vuelta.
—Hijo, ¿vas a volver? —le preguntó con esperanza.
—No, lo siento, pero no quiero tener más problemas. Te fui leal
desde mi adolescencia, pero creo que pagué mi cuota de muertos con creces.
No me interesa ser tu sucesor.
Tuvo que cenar con él un día antes, condición para poder hablar del
problema de Yuri. Su padre quería que regresara y manejara la organización,
pero Darko no estaba dispuesto.
—¿Esa mujer sabe, que eres inmensamente rico? —le preguntó y
dejó el vaso sobre la barra del bar exterior del yate.
La madre de Darko, le heredó diversas propiedades en Rusia, una de
ellas fue una casa de campo que Michajlovo le regaló cuando era muy joven
para convencerla de que se convirtiera en su amante, veinte años después, se
dieron cuenta que había un yacimiento enorme de oro que comenzaron a
explotar con ayuda de su tío Iván, hermano de su madre.
—Lo sabrá en su momento.
—Ten cuidado, sus hombres no lo traicionarán —le advirtió.
—No esperaba menos —anunció con una mueca.
Se abrochó el botón de su saco, y se fue a tomar el helicóptero que lo
llevaría al centro de Londres.

Michael entró como loco al hotel. Corrió hasta la suite donde un


médico atendía a David. El hombre de Darko lo encontró amordazado,
amarrado e inconsciente en uno de los closets, con un golpe en la cabeza.
—¿Qué fue lo que pasó? —le preguntó.
David tenía una bolsa de hielo sobre su ojo derecho.
—Me atacaron mientras estaba en la cama. No me dio tiempo de
reaccionar, eran tres hombres vestidos de negro con el rostro cubierto.
El médico le dio una caja de analgésicos y se marchó.
—Me sacaron de aquí para atacarlos y como estúpido caí —espetó y
comenzó a dar vueltas como un león enjaulado.
—¿Pidieron el rescate?
—Sí, pero solo fue para hacer tiempo, porque mi hermana regresó a
la casa de mis padres sin ningún rasguño antes de poder hacer el cambio.
—Todo esto fue demasiado orquestado, esos hombres eran
profesionales.
—Lo que no entiendo es, ¿cómo diablos las sacaron? —bramó
Michael y empuñó las palmas de las manos.
El jefe de seguridad entró a la sala temeroso y con el rabo entre las
patas. Era la segunda vez que sus hombres fallaban. Además, él fue el que le
dio acceso a Madison, para que ingresara, por eso no la detuvieron.
—Señor, creo que sabemos cómo se llevaron a su esposa —balbuceó
con las manos juntas.
Michael se giró para ver al hombre sudoroso. Embravecido lo tomó
del cuello y lo sacudió con violencia.
—Suéltalo, Michael —le gritó a su amigo.
—¡Por culpa de este imbécil inepto se llevaron a Carolina! —lo
acusó enardecido.
El hombre agarró sus manos intentando liberarse.
—Fue por el área de servicio —farfulló boqueando.
Una mano lo detuvo y se giró para ver de quien se trataba.
—Eso ya no es importante. Se quién las tiene, y donde están.
El hombre se alejó unos pasos para tomar aire.
—¿Pensé que saldrías del país? —exclamó y se olvidó del jefe de
seguridad.
—No fue necesario —miró al tipo que se masajeaba el cuello —. Tú
lárgate, y no vuelvas. —Darko le ordenó y el hombre salió corriendo.
«¡Maldito cobarde!», pensó con rabia.
—¿Quién fue?
—Luzhkov
—¿Cómo vamos a recuperarlas?
—Tú no vas a ir a ningún lado. Quiero que prepares tu avión, y nos
esperes listo para despegar.
—¿Por qué?
—Tendremos que dejar el país por un tiempo.
—A Yuri lo respalda la bratva, si le haces algo nos perseguirán —
manifestó David.
—Eso está arreglado —admitió Darko con una sonrisa espeluznante.
Los hombres lo miraron y asintieron.
—Entonces, ¿por qué tenemos que irnos?
—Porque volaré la propiedad completa —admitió con un tono
sombrío.
—¡Mierda! ¿Lo dices en serio?
Darko asintió y se cruzó de brazos.
—Por eso no deben relacionarnos con Yuri.
—¿A dónde viajaremos? —indagó Michael con un sonoro suspiro.
—Grosseto, Italia. Es un lugar seguro —revisó su reloj y agregó —.
Saldremos después del asalto.
—¿Cuánto tiempo estaremos ahí?
—Lo necesario. Tienes que estar preparado para lo peor, ¿me
entiendes? —dijo apesadumbrado, porque Angela también estaba en peligro
y pasarían horas antes de poder rescatarlas.
Michael apretó los labios y asintió. Darko dejó la suite, porque tenía
mucho que preparar.
—Esto es una jodida pesadilla —admitió Michael, y se sentó en el
sofá. Agachó la cabeza y lanzó una serie de maldiciones.
—Lo sé, ese hombre está loco—exhaló profundamente y se llevó los
dedos a la nuca —. Por cierto, mataron a la mascota de Carolina.
Michael se llevó las manos a la cara y pegó un grito de furia.
—Si Darko no lo mata, te juro que buscaré quien lo haga —espetó
lleno de rabia.
—Hay que prepararnos para salir —le sugirió David, que tenía un
dolor de cabeza espantoso.
Michael tomó el teléfono y habló a la recepción. Necesitaba preparar
su equipaje y encargarse de la pequeña perrita que yacía en la terraza.
Capítulo 40
Primero muerta

C
estaba su amiga, todavía inconsciente.
arolina abrió los ojos con un dolor
de cabeza insoportable. El lugar
estaba en penumbras, a su lado

—Angie, despierta —le dijo sacudiéndola.


—¿Qué pasa? —respondió somnolienta.
—Despabila, nos secuestraron. Tenemos que salir de aquí —clamó
alterada.
Ángela abrió los ojos y se sentó sobre el colchón todavía desubicada.
Se llevó las manos a la cabeza y gimió.
—Mierda, ¿dónde estamos? —preguntó mirando el lugar lúgubre.
—No lo sé. Anoche entraron y mataron a Frida —clamó con
lágrimas en los ojos.
Todavía podía ver a su compañera de tantos años tirada sobre el suelo
helado. No tenía sangre, pero era tan frágil que no debió ser ningún
problema para esos malnacidos.
—¡¿Quéééé?! ¿Cómo que la mataron?
—Salí a buscarla a la terraza porque escuché un ladrido y la encontré
ya sin vida.
—Pero ¿por qué la mataron? Era un animal indefenso.
—Porque se puso a ladrar, no querían que nos despertáramos.
Salieron de las sombras varios hombres, uno de ellos me sujetó y me
golpearon en la cabeza —admitió tocándose la nuca y sintió una
protuberancia.
La puerta se abrió y las dos mujeres se sobresaltaron.
Era el hombre que le causaba pesadillas. El hombre que la atacó en el
baño de la galería.
—¿Qué tenemos aquí? —exclamó y caminó con las manos dentro de
los bolsillos mirándolas como un león acechando a su presa. Les sonrió con
un brillo macabro en los ojos.
—¿Dónde estamos? ¿Por qué nos trajeron aquí? —preguntó Carolina
demandante.
—Estás aquí, por culpa de tu marido —anunció y se paró a los pies
de la cama. Lo miró confundida sin entender a que se refería —. ¡Sacha! —
gritó y la puerta se abrió.
Otro hombre rubio ingresó a la habitación.
«¡Es el hombre del trío!», pensó asustada.
—Llévatela y prepárala, ya la están esperando —le indicó señalando
a Ángela que sacudió la cabeza aterrorizada.
Carolina abrazó a su amiga llena de pánico y se replegaron contra la
pared. Sacha se acercó y jaló de una pierna a la pequeña morena que empezó
a patalear.
—¡Déjala, maldito desgraciado! —le gritó Carolina y se le arrojó
encima para atacarlo.
Con facilidad el hombre la tiró al suelo, levantó a Ángela y la sacó de
la habitación entre forcejeos. Yuri tenía planes para las dos mujeres. Se
acercó y levantó a Carolina con brusquedad regresándola a la cama.
—Moya malen'kaya kukolka [xvii]—dijo en ruso.
—Estuviste conmigo en Dubái —susurró asustada.
—Veo que no me has olvidado —anunció con burla —. Ni yo
tampoco —admitió y reptó por la cama.
Encerrándola entre la pared de la cabecera y su cuerpo. Carolina
empezó a gritar y levantó los brazos para protegerse.
—¡Noo, déjame en paz!
La agarró del cuello y la arrastró hasta el medio del colchón. La giró
bocabajo fijándola con firmeza. Ella gritó, pataleó y tiro golpes, pero no
sirvió de nada. Yuri se regocijó con su miedo. Era un subidón de adrenalina
que una mujer luchara contra él.
—Grita todo lo que quieras, nadie te ayudará —le advirtió al oído.
Se sentó sobre su espalda y recargó sus piernas sobre su columna, era
tan pesado que creía que la rompería.
Con parsimonia se quitó el cinturón y lo usó para sujetarle las
muñecas. Enterró su cara contra su cuello y aspiró su aroma. Gimió al
percibir el olor que lo había vuelto loco. La tendría por última vez y luego la
destrozaría. Le tomaría una sesión de fotos y desaparecería su cuerpo.
Sospechaba que Michael estaba detrás del escándalo del internet, así que lo
jodería para siempre.
No tenía mucho tiempo porque debía regresar a Moscú por órdenes
de su suegro. Las imágenes que inundaban la red jodieron su matrimonio, y
era hora de dar cuentas.
La enganchó a los barrotes de hierro de la cama. Se reclinó de nuevo
y le dijo al oído: —Te voy a joder por todos los orificios de tu cuerpo, otra
vez —al escucharlo fue como recibir un golpe en su estómago y cerró los
ojos con dolor —. Cuando me canse de mancillar y destrozar tu cuerpo,
tomaré unas fotos que le llegarán a tu esposo, pero nunca te encontrará.
Su móvil comenzó a sonar y lo sacó de su pantalón.
Era su suegro.
Se levantó molesto por su interrupción, pero tenía que responderle.
Con una orden suya sus hombres lo matarían sin siquiera dudarlo. Lo odiaba
con todas sus fuerzas, pero tenía todo el poder.
—¡Eres un imbécil! —bramó apenas tomó la llamada.
—¿Ahora qué demonios pasa? —inquirió pasándose las manos por el
cabello.
—¡Te llevaste a la mujer equivocada!
—¿Qué te importa a ti, la mujer de Waldorf? Esos son mis putos
negocios.
—¡Mira pedazo de mierda, a mí no me vas a gritar o voy a meterte
una bala por el culo! Estoy más cerca de lo que piensas —lo amenazó.
Apretó los labios y miró hacia la cama.
—Lo que haga con esa puta, no debe de preocuparte.
—No hablo de ella, hablo de su amiga.
—¿Qué tiene que ver su amiga?
—¡Es la mujer de Darko!
—Eso es imposible —espetó.
—Si le tocas un pelo, ni siquiera yo voy a intervenir para salvarte el
pellejo otra vez.
—No sabía que esa mujer tenía algo que ver con ese bastardo —
alegó tartamudeando, se dio la media vuelta para ver hacia la puerta.
Si Darko no lo había matado después de lo que hizo años atrás, fue
por su suegro y si este ahora no intervenía, estaba jodido.
—Ya me cansé de tus estupideces. Le diste el pretexto que estaba
buscando —soltó una risa irónica —. Tal vez sea lo mejor —admitió y le
colgó.
Yuri miró el móvil y lo guardó en sus pantalones.
Cerró la puerta de la habitación con llave donde dejó amarrada a
Carolina. No la perdería por segunda vez, pero ahora tenía que arreglar ese
problema. Corrió por el pasillo y de pronto escuchó las detonaciones.
Se encontró a uno de los guardias que llevaba un arma larga.
—¿Qué demonios está pasando? —le cuestionó.
—Nos están atacando —farfulló acelerado.
La mansión era una fortaleza, era imposible que los estuvieran
atacando. Corrió hasta llegar a la sala principal de la mansión. El ruido de
vidrios rompiéndose podían escucharse desde todas partes y una explosión lo
arrojó al piso. Ese no era otro que Darko, ese maldito bastardo. Tenía que
haberlo matado junto con la puta de su madre.

Con grandes zancadas Sasha llegó hasta la habitación donde debía


entregar a la mujer. La llevaba sobre el hombro, mientras ella le golpeaba la
espalda y lanzaba improperios. Un guardia vigilaba afuera, por lo que le
abrió para que entrara.
El hombre al que le vendieron a la pequeña fiera ya estaba en la
propiedad. El rubio la bajó sobre sus piernas y Ángela cayó sobre un tapete.
Ese lugar no era nada parecido a donde despertó.
Era una habitación lujosa, con una cama grande con postes labrados
en madera. Cubierto por un edredón en un brocado dorado. Había una
ventana, pero un par de cortinas pesadas en color burdeos bloqueaban el
exterior. Las paredes eran color crema y tenían molduras doradas.
Sasha tomó una bolsa que estaba sobre una mesilla. Sacó un par de
prendas: una pequeña falda de cuadros y una camisetita blanca.
—Cámbiate —le ordenó señalando la ropa.
—¡Jódete! —respondió y corrió hacia la puerta.
Estaba loco si creía que se vestiría como puta. Agarró la manija, pero
estaba cerrada, aun así con desesperación la sacudió sin éxito. Mientras que
Sasha la miraba divertido. Era muy pequeña, con un cuerpo curvilíneo y un
rostro dulce. El tipo de muchachas que le gustaban al conde de Devon, el
problema es que ninguna sobrevivía a más de un encuentro, por eso pagaba
una fortuna por cada mujer que le conseguían.
Se acercó y la levantó de la cintura.
—Vas a cambiarte de ropa, o yo mismo te desnudaré. ¡Entendiste! —
le gritó mientras le agarraba los hombros.
Asintió y se agachó para tomar la ropa del suelo.
Se dio la vuelta y pasó la pequeña falda por sus piernas con las
manos temblorosas. Una lágrima se deslizó por su mejilla, pero no emitió
ningún sonido. No le daría la satisfacción de verla quebrarse.
Sacó la camiseta de la pijama por su cabeza y se puso la pequeña
blusa que dejaba su ombligo al descubierto.
Le arrojó un par de calcetas blancas para completar el atuendo de
colegiala. Se sentó sobre la cama y las deslizó cubriendo sus piernas, hasta
las rodillas. La falda de cuadros apenas ocultaba su trasero.
«Debe ser la fantasía de algún pervertido», masculló asqueada.
—Vaya, ahora entiendo su obsesión contigo —agregó mirándola de
arriba abajo.
—Vete a la mierda —respondió la morena.
Las groserías en cualquier idioma le salían del alma. Sasha dejó la
habitación y Ángela corrió a la ventana, abrió la cortina y pudo observar el
cielo estrellado, era de noche.
Pegó la frente contra el vidrio helado y cerró los ojos, estaban
jodidas.
«¡Maldita sea! ¿Cuántas horas habrán pasado desde que llegamos
aquí?», se preguntó desconcertada.
Era un lugar enorme y no se miraba que hubiera vecinos cerca.
Estaba en un segundo piso y se dio cuenta que sería imposible salir de ahí, a
menos que se quisiera matar.
Escuchó un rechinido de la puerta y se dio la vuelta a la defensiva.
Vio como ingresó un hombre de mediana edad, con un cuerpo
larguirucho y con indicios de calvicie. Una nariz prominente y ojos oscuros
un poco saltones. Este la observó apreciativamente, y sonrió con lascivia.
Ángela miró hacía todos lados, pero no tenía a donde correr. Si ese
cerdo se le acercaba no se iría en blanco. Caminó embelesado para tocarla y
ella rodeó la mesa usándola como barrera.
—¡No te me acerques, maldito asqueroso! —clamó mientras buscaba
algún objeto con que golpearlo.
El conde no entendió sus palabras, pero sabía que lo estaba
insultando por la forma en que lo miraba.
—¿Así que la pequeña gatita tiene garras?
Ángela descansó las manos sobre la mesa preparada para esquivarlo.
—¡Jódete, imbécil! —le dijo con ira mirándolo a los ojos y con una
postura de ataque.
—Sasha —bramó el hombre al ver que sería complicado acercársele,
era una pequeña guerrera.
La puerta se abrió y el hombre rubio entró.
—¿No puede con ella, conde? —le cuestionó con ironía.
—Agárrala —le ordenó con los dientes apretados, visiblemente
molesto.
Ángela abrió los ojos al ver al enorme sujeto abalanzarse sobre ella,
una cosa era el flacucho ese, pero el rubio era diferente. La atrapó con
facilidad y la acercó al hombre que la miraba luchar.
—¿Qué hago con ella? —le preguntó.
El otro hombre se acercó y como si estuviera hipnotizado, tocó su
cabello negro. Ángela no lo pensó, se giró y lo escupió. Al sujeto se le borró
la sonrisa y le dio una bofetada tan fuerte que le hizo sangrar la nariz. Luego
la cogió del cabello para que lo mirara.
—Pequeña puta, voy a disfrutar joderte hasta que sangres por ese
pequeño culo —le confesó con desprecio —. Amárrala al poste de la cama y
luego lárgate —le indicó, pero el rubio resopló inconforme.
El muy maldito debilucho no podía con una mujer que pesaba
cincuenta kilos y no pasaba del metro cincuenta y cinco.
—Soprotivlyat ʹ sya[xviii] —susurró mirándola con seriedad —.
¡Chertov angliyskiy! [xix]—farfulló molesto y sacó de su bolsillo unas bridas
de plástico para sujetarla.
—¡Nooo, por favor! —le suplicó.
Sasha sacudió la cabeza con una mueca en la boca. Sin escucharla, la
llevó hasta donde le indicó el conde.
La giró y alzó sus manos, esposándola a la madera. Luego volteo
para ver al hombre que se desabotonaba los puños de la camisa.
—Ahora lárgate y no me molestes. Pagué demasiado por esta perra
—dijo sin verlo siquiera.
Ángela se arrodilló frente al poste y se hizo un ovillo.
—Toda tuya —anunció el ruso con una reverencia burlona y salió de
la habitación.
—Por supuesto —masculló y sonrió triunfante.
Llevó sus manos a su bragueta y tocó su entrepierna punzante. El
hombre se paró detrás de la mujer atemorizada y la levantó del cabello. El
grito de Ángela se escuchó hasta el pasillo. Separó sus piernas con una
rodilla, levantó la pequeña falda y le bajó la ropa interior hasta los tobillos.
Comenzó a gritar y el hombre azotó su cabeza contra el poste de la
cama. Todo se volvió negro, aparecieron unos puntos luminosos titilantes en
sus ojos y un líquido caliente corrió por su frente. Aprovechó para levantarla
y acostarla sobre el colchón.
Capítulo 41
En ruinas

D arko aguardaba afuera de la


mansión de Yuri, localizada a las
orillas de Londres. La familia era
sagrada y el maldito le debía una vida, que no pudo cobrar porque no tuvo
las pruebas suficientes para hacerlo pagar. Pero el día de su venganza había
llegado y no le temblaría la mano para hacerlo. Reclutó más de veinte
hombres, todos armados y listos para ingresar a la propiedad. La prioridad
era encontrar a Carolina Waldorf, pero sobre todo poner a salvo a Ángela, no
se repetiría nuevamente la historia.
Tenía un informante dentro de la organización. Un primo lejano que
era su mejor amigo se encargaba de espiar todos los movimientos de Yuri,
desde hacía dos años. Se mantenía oculto hasta que llegara el momento que
Darko lo necesitara.
Su móvil vibró, era un mensaje del topo.
Era tiempo de actuar.
—Tenemos que entrar —dijo a un auricular y se bajó del todo
terreno.
Un grupo de hombres lo rodearon.
—Estamos listos, señor —manifestó uno de ellos con un acento
italiano, con una mano en la oreja —Los equipos están ubicados.
Darko asintió y dio la señal para perpetrar el asalto. En un par de
horas todo se reduciría a cenizas.

Sasha salió de la habitación azotando la puerta.


—Es bonita la muchacha —dijo el sujeto que vigilaba la puerta,
haciendo una señal al interior —Espero que no la deje tan estropeada como a
las demás, tal vez todavía podamos usarla —declaró.
—Da[xx] —masculló y envió un mensaje.
Hizo una mueca de furia al oír el grito de Ángela, que resonó en el
pasillo. Estaba asqueado de servir a Yuri, pero eso se acabaría pronto.
—Ese hombre es un hijo de puta enfermo —admitió el guardia.
Era tan alto como un roble y tan ancho como la puerta.
El móvil vibró con la respuesta a su mensaje y sonrió al leerlo. Por
fin se acabaría la pesadilla. Se llevó la mano a la cintura de los pantalones y
sacó su arma.
—Igual que tú, ublyudok [xxi]—exclamó y con un rápido movimiento
le disparó en el rostro.
El hombre cayó al suelo con la cara destrozada.
Abrió la puerta, para encontrar a la mujer con la cara llena de sangre,
la ropa rasgada y el conde con los pantalones en las rodillas.
—¡Maldito perro! —espetó.
El conde lo miró con asombro al percatarse que le apuntaba con un
arma. Soltó un grito atemorizado y antes que pudiera bajarse de la cama,
Sasha cortó cartucho y le metió un tiro entre los ojos. El hombre se
desplomó sobre el piso y con ira se acercó al cuerpo sin vida, le propinó una
patada en la entrepierna y lo escupió con asco.
Era solo cuestión de tiempo, para que se llenara de guardias luego de
escuchar los disparos.
Apurado bloqueó todos los accesos para ganar tiempo. Sacó su móvil
y marcó un número.
—Está hecho, estoy en el ala norte —anunció.
—Voy para allá, ¿dónde está la otra mujer? —preguntó la voz ronca
de Darko.
—En el sótano, Yuri se quedó con ella.
—Aguanta hasta que lleguen mis hombres.
—Apúrate —farfulló.
Se acercó a Ángela, que yacía inconsciente. La observó con
detenimiento. Su cuerpo estaba expuesto y el rostro lleno de sangre. No
permitiría que Darko la encontrara así. Agarró una navaja de sus pantalones
y cortó las bridas que la sujetaban.
Maldijo entre dientes por no poder hacer nada antes, si atacaba al
conde se darían cuenta los hombres de Yuri y los necesitaban agarrarlos
desprevenidos.
Levantó la pijama que se quitó, y la vistió de nuevo. Ingresó al
servicio y cogió una toalla que humedeció para revisarle la herida.
De pronto el pasillo se llenó de gritos. Intentaron abrir la puerta, pero
estaba atrancada con una silla.
—¡Sasha! Ublyudok, ya ub'yu tebya, sobaka.[xxii]
Era Igor el jefe de la guardia de Yuri, un hombre despiadado.
—¡Blyád[xxiii]! —exclamó cuando una ráfaga de disparos impactaron
contra la puerta y uno de ellos le pasó muy cerca de la cabeza.
Estaba en serios problemas. Levantó a la mujer inconsciente y la
metió dentro del baño para acomodarla en la bañera protegiéndola.
Sintió como una explosión golpeó el edificio. Ese era Darko, que por
fin había entrado. Cerró la puerta, se sentó sobre las frías baldosas, sacó su
arma y apuntó a la entrada. Aguantaría hasta que su amigo llegara.

Mientras que el avión de Michael aguardaba en la pista. Los dos


hombres esperaban a bordo, en espera de que Darko les enviara un mensaje.
—¡Esta espera me está matando! —clamó Michael impaciente.
Habían pasado horas desde que habló con Darko y no le dio más
explicaciones, solo mensajes escuetos.
—Ese hombre debería estar en la cárcel —mencionó David,
revisando las noticias.
La familia de Madison abandonó Londres en su avión privado, y se
especulaba donde podían haber ido.
—No sería suficiente. Lo que le hizo ese malnacido…ni si quiera
puedo decirlo en voz alta. Ese hijo de puta es escoria —recalcó y levantó un
vaso lleno de whisky.
Su móvil emitió una alarma y lo tomó para leer el mensaje. Tenían
horas arriba del avión, pero es que ya no podía seguir esperando en el hotel.
—¿Quién es?
—Es Darko, están entrando al aeropuerto. Viene para acá.
Ansioso por ver a su esposa y abrazarla, se levantó del sillón, tomó el
abrigo y se dirigió hacia la puerta del avión. El móvil de David emitió una
alerta, colocó su huella y miró la noticia que le acababa de llegar.
—¡Santa mierda! —espetó estupefacto.
De un brinco corrió detrás de su amigo. Michael se acercó a una de
las azafatas, pero David se le adelantó.
—Dile al piloto que hay que despegar, ¡pero ya!
La mujer asintió y se dirigió a la cabina.
—¿Qué pasa? —preguntó extrañado por la desesperación que
mostraba el rubio.
—Lo hizo el cabrón, explotó la mansión —chilló y le mostró una
imagen en la que se veía una de las mansiones de Yuri en llamas y
parcialmente destruida.
—¡Heilige Scheiße![xxiv] —clamó tan sorprendido como su amigo.
Sin perder más tiempo. Bajó las escaleras, esperando a la camioneta
que avanzaba por la pista hasta que se estacionó.
De la puerta del copiloto salió un hombre alto y rubio. Lo reconoció
de inmediato. Era el tipo que estaba en el video junto con Yuri.
«¿Qué hace ese hijo de puta aquí?», pensó con rabia.
El hombre abrió la puerta trasera y de ahí salió Carolina a la que
sujetó porque tenía un tobillo lastimado. Al verla se olvidó de todo y corrió
para ayudarla.
La estrechó entre sus brazos y le dio un beso en la frente. Carolina
levantó la mirada, para observarlo.
—¡Estás bien!
Soltó un sollozo y asintió, con su cara pegada a su pecho.
—Fue espantoso… —admitió entre lágrimas, su cuerpo todavía
estaba en shock, procesando todo lo que había ocurrido.
Michael le tomó la cara para mirarla. No tenía ningún golpe a la vista
y eso lo tranquilizó.
—Ya todo acabó —le aseguró y acarició su mejilla.
—No sé dónde está Ángela —le explicó asustada.
—Viene para acá —declaró Sasha y Michael lo miró entrecerrando
los ojos.
Otra camioneta negra con los vidrios polarizados se estacionó. Darko
bajó con Ángela en brazos inconsciente.
—Hay que salir de aquí —indicó Darko.
Sasha se acercó y se percató que estaba herido.
—Estás sangrando —señaló su costado.
—No es nada, cuando lleguemos me atenderá un médico —
argumentó.
—Ángela ¿está bien? —preguntó Carolina afligida.
—Lo estará —respondió con los dientes apretados.
Michael cogió a Carolina por la cintura para ayudarla a subir las
escaleras. El grupo abordó el avión que despegó de inmediato.
Capítulo 42
La fortaleza

C arolina se removió y abrió los


ojos. Se quedó dormida varias
horas, pero es que luego de que la
adrenalina abandonó su cuerpo, fue como un bajón de glucosa que la dejó
exhausta.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó Michael con interés y le dio un
beso en la sien.
El que estuviera en sus brazos sana y salva, era un milagro. Solo
tenía una pequeña torcedura, pero en un par de días se recuperaría, ahora
todo lo que necesitaba era descansar. Al salir huyendo el rubio la tiró al
suelo para protegerla cuando comenzaron a dispararles.
—Mucho mejor —anunció sin dejar de observar a su amiga que
estaba acostada al lado de ese hombre que le parecía aterrador.
Desde que subieron al avión, seguido de un séquito de guardias, se
fue al fondo donde ocupó un sillón y no la soltó. Un asistente de vuelo le
llevó un botiquín, limpió la sangre y desinfectó su herida de su frente.
Apenas Ángela abrió los ojos, le dio un par de analgésicos que le hicieron
dormir profundamente.
Michael protestó por la presencia de Sasha, pero Darko le dejó claro
que, gracias a él, tanto Carolina como Ángela estaban vivas.
Una mujer se acercó con un servicio de café, que dejó sobre una
mesa lateral.
—Gracias —contestó Michael. Carolina se enderezó en el sillón e
intentó bajar la pierna —. Despacio —le advirtió.
—Ya no me duele tanto —se justificó, pero su tobillo seguía
inflamado.
Tomó una taza de la charola y le dio un sorbo. Era un latte con leche
espumosa. Había bagels, queso crema y jalea de duraznos, su favorita.
—Aterrizaremos en veinte minutos —dijo su esposo.
—¿A dónde vamos? —indagó Carolina.
—A Grosseto, una ciudad en Italia. —Michael les informó.
De ahí se trasladarían a un propiedad de Darko, pero todo era
demasiado misterioso.
—¿Por qué tuvimos que dejar la ciudad? Ellos fueron los que
cometieron un delito, deberían arrestarlos a todos —se quejó Carolina.
—Porque aquí, John Wick —dijo David, señalando a Darko que
seguía ensimismado mirando a la joven —. Voló a Yuri y a cincuenta
hombres más. O sea, que no quedó nadie para meter a la cárcel. En las
noticias dicen que había varios nobles, al parecer tenían una fiesta privada.
Se especula que había un conde que era muy cercano a la casa real y no se
quedarán tranquilos.
—Por eso preferimos irnos, para que no nos involucren en las
investigaciones—explicó Michael.
—No entiendo porque ese hombre está aquí. Ese rubio se llevó a
Ángela por órdenes del hombre que nos secuestró —recordó apretando los
dientes —. Escuché que le pidió que la preparara, que la estaban esperando
—susurró mirando a su amiga —. Lo que no comprendo es porqué me salvó
al salir de la propiedad.
—Estaba infiltrado, por eso pudieron atacar el lugar. Tengo que
admitir, que, si Darko no hubiera intervenido nunca las habríamos
recuperado —farfulló sacudiendo la cabeza.
—Pero las bajas son demasiadas como para que la policía no tome
cartas en el asunto —agregó David, que cogió también una taza de café.
—Por mi pueden arder en el infierno —masculló Carolina sin
remordimientos.

Carolina miraba a Darko con intensidad, él sabía que la mujer estaba


preocupada por su amiga, pero no estaba dispuesto a separarse de ella.
Estaba sentado en un sofá largo y Ángela a su costado con la cabeza sobre
una almohada. Sasha lo convenció que la depositara sobre el sofá, porque
estaría más cómoda, pero también pensaba en él, ya que recibió dos
disparos: uno en su costado derecho a la altura de la cadera y el otro en el
hombro.
—El médico está esperando en el castillo, tiene todo listo —le
explicó Sasha que tenía un balazo en una pantorrilla.
No les fue tan mal, porque salieron vivos de ese infierno, y Yuri
estaba muerto, ya no podría dañar a nadie más.
—Parece que te estabas acostumbrando a la buena vida, esto es un
pequeño rasguño —manifestó con sorna.
—He recibido balas desde que eras un crío que mojaba sus
pantalones —argumentó con sarcasmo —Ahora que, si lo dices por las fotos,
estás muy equivocado. Estaba asqueado de las fiestas, las drogas y de ver
tantos malditos cerdos abusar de niñas que luego terminaban mutiladas en
una fosa —expuso con una mueca de disgusto.
—¡Malditos hijos de puta pervertidos! Esos hombres merecían morir
—dijo Darko con convicción.
—¿Qué te dijo tu padre?
—Se sorprendió al enterarse de Ángela.
—¿Le dijiste?
—Tenía que hacerlo o no podría reclamar la cabeza de Yuri.
—Esa mujer no puede dejarte. Lo sabes ¿verdad?
El invocar la ley que protegía a su pareja, automáticamente la
convertía en su esposa para toda la vida. Si Ángela se marchaba, Olga podía
matarla por el agravio de su esposo.
—No lo hará, solo tengo que convencerla. Además, le dije a mi padre
que no volveré a la bratva.
—¿Lo entendió?
—Le quedó claro que no hay nada que me obligue a regresar. Dimitri
será su sucesor, es lo mejor. Olga siempre ha deseado que su hijo dirija la
organización, así que es mi mejor aliada para que me deje en paz.
—Esa mujer es una psicópata —le aseguró.
No solo Yuri tenía gustos retorcidos, esa mujer participó bastante
activa.
—Por eso estaba casada con ese hijo de puta.
Ángela se removió, soltó un ligero quejido y se llevó la mano a la
cabeza. Tenía un apósito sobre la frente cubriendo una herida pequeña, pero
sangró demasiado.
—Estáis a salvo —le susurró y le dio un beso en la sien.
La mujer abrió los ojos, lo miró con alivio y una media sonrisa, pero
cuando giró la cabeza y vio a Sasha, pegó un grito aterrador desde lo más
profundo de su pecho.
—¿Qué hace este maldito cabrón aquí? —bramó con un sollozo. Se
sentó de golpe y Darko la jaló para abrazarla.
—Calma pequeña, él te salvó la vida —le aseguró, pero ella sacudió
la cabeza convencida que no era cierto.
Darko miró el rostro descompuesto de su amigo.
—¡Nooo, él me hizo que me vistiera como puta y me entregó a ese
cerdo! —clamó con dolor.
Cuando Carolina escuchó los reclamos de Ángela, llegó cojeando
hasta donde estaba su amiga, con su esposo detrás.
—¿Amiga, estás bien? Me tenías muy preocupada, te trajeron
inconsciente.
—Estoy bien, pero ese hombre ¿qué madres hace aquí?, era cómplice
del hijo de puta del ruso —lo señaló con encono.
—Él nos ayudó a salir, Darko dice la verdad, recibió una bala por mí,
cuando me sacó de ese lugar —insistió Carolina.
Ángela agobiada sacudió la cabeza y se llevó las manos a la cara.
Carolina se sentó y la jaló en un abrazo.
—Ya acabó todo, sé que fue espantoso, pero estamos bien —
argumentó a su amiga que la abrazó con fuerza —. No pasó nada, nos
sacaron a tiempo. No llores, que me partes el corazón. Todos esos
malnacidos están muertos —le dijo al oído a Ángela.
La morena se separó de su amiga y la miró llena de dudas. Todavía
tenía la imagen de ese hombre en su mente. Darko tomó su mano y se giró
para verlo con los ojos anegados de lágrimas.
—Te lo juro por mi vida, que no te hicieron nada. Sasha lo mató,
pero cuando te golpeó te desmayaste —le explicó con la voz afectada.
Los labios le temblaron, se aferró a sus brazos y sollozó abrumada.
Al apretar el costado de Darko este soltó un ligero gemido de dolor.
—¡Dios mío, estás herido! —clamó al sentir la humedad en sus
manos.
—No es nada, un médico me atenderá cuando lleguemos a nuestro
destino.
David llegó con una toalla y se la dio a Darko para que hiciera
presión sobre su costado. Con un ligero asentimiento la cogió y presionó la
herida.
—Estamos a punto de aterrizar, ven preciosa hay a regresar a nuestro
asientos —le pidió Michael ofreciéndole la mano a su Carolina, se levantó y
se apoyó en su marido.
—Lamento no haber intervenido antes, pero no podía hacerlo o el
plan se vendría abajo. —Sasha masculló avergonzado y se pasó una mano
por el cabello.
Ángela lo miró con desconfianza y se abrazó a Darko. Este le dio un
beso en la cabeza y le susurró al oído que todo estaría bien. El rubio prefirió
darles espacio, se levantó y se marchó al fondo del avión con el resto de los
hombres.
En la pista de aterrizaje cuatro vehículos esperaban para llevarlos al
castillo. Recorrieron el paisaje Toscano hasta que llegaron a la costa de la
Marmma, del mar de Tirreno. En la colina de Castiglione se erigía un
enorme castillo medieval que dominaba el horizonte.
Era una edificación muy grande de piedra, fortificada y cercada de
murallas, con una torre principal desde donde se podían admirar vistas
espectaculares a la costa y la llanura. Rodeado de hectáreas de tierra que
albergaban hileras interminables de viñedos y olivos. Al pie de la montaña,
había una pequeña villa para acoger a los empleados y las bodegas donde se
almacenaba la cosecha de vino que se producía cada temporada.
Carolina admiraba el paisaje a su paso. Era realmente hermoso y el
mar de fondo lucía imponente con un azul muy claro. Las camionetas
subieron hasta el patio del castillo donde se detuvieron. Una decena de
sirvientes salieron a recibirlos.
Un hombre mayor se acercó apenas Darko puso un pie sobre el suelo
empedrado. Era el médico que los esperaba con un quirófano listo donde
atendería sus heridas.
—¡Signor Brankovich! [xxv]—chilló en italiano, cuando vio que se
tambaleaba.
Ángela despeinada y en pijama, bajó de un brinco del auto, para
sujetarlo del torso, pero pesaba horrores.
—Ha perso molto sangue—[xxvi]clamó asustada.
El médico gritó órdenes y varios de sujetos, lo agarraron para llevarlo
dentro. Entraron con el gran hombre a cuestas y ella detrás de ellos. No lo
dejaría solo.
Carolina miró desde la camioneta como su amiga corrió detrás del
tipo que le parecía el más aterrador del mundo, pero que a su lado era como
un manso corderito. Un empleado les abrió la puerta y Michael ayudó a
Carolina a bajar, porque todavía tenía un poco inflamado el tobillo.
Los tres quedaron asombrados por el lugar. Era un castillo medieval
en toda regla.
—Esto es increíble, es como si estuviéramos en una maldita película
—anunció David con un ligero silbido analizando la estructura.
Michael estaba de acuerdo con su amigo. La propiedad era inmensa y
según su experiencia en bienes raíces, valdría fácilmente más de cuarenta
millones de euros.
—¿Cómo es que alguien que se dedica a la seguridad tiene un
castillo? ¿No será un narcotraficante? —preguntó Carolina levantando las
manos.
Estaba preocupada por su amiga, la veía muy enganchada a ese tal
Darko, que lucía como personaje de novela de la mafia. Era muy guapo, pero
también aterrador e intimidante.
Michael miró a David elevando una ceja, ya que fue él, el que lo
recomendó, pero Sasha que estaba detrás de ellos se aclaró la garganta
interrumpiéndolos en sus conclusiones. Los tres voltearon para ver al rubio
con el entrecejo fruncido.
—No te preocupes. Su dinero es lícito, lo heredó de su madre, pero
eso él puede explicártelo cuando se recupere. Síganme para mostrarles sus
habitaciones —anunció y caminó cojeando hacia el interior.
Carolina se mordió un labio, mortificada por haber metido la pata.
Capítulo 43
Una historia de amor en costa de la Marmma

E n la terraza de la habitación
Carolina estaba sentada mirando
la costa. Desde lo alto del
castillo se podía apreciar el mar. Amanecía, y la brisa fría despeinaba su
cabello. Vivieron emociones demasiado fuertes en muy pocos días, por lo
que ahora la calma en la que se encontraba parecía irreal.
Pasó una noche muy agitada, porque su amiga estuvo en vela al lado
de Darko. El hombre perdió muchísima sangre, por lo que el médico tuvo
que realizarle una transfusión después de sacarle las balas de su cuerpo.
Apoyó a su amiga hasta que Darko fue llevado a su habitación para
su recuperación. Nunca vio a Ángela tan angustiada y ahora sufría por ese
hombre, y eso le prendió alarmas que la inquietaron.
Estaba perdida en sus pensamientos, mientras revisaba su celular
buscando noticias de lo ocurrido el día anterior. Las redes explotaron con
imágenes de la noticia de la muerte del millonario Yuri Luzhkov y el
incendio de su enorme mansión.
—¿Pensé que dormirías más horas? —exclamó Michael ingresando
a la terraza.
Carolina se apretujó en la manta de lana en la que estaba envuelta.
—Estoy preocupada por Ángela —admitió con un suspiro.
Se sentó a su lado, y ella se recargó sobre su pecho.
—Deja de preocuparte, es una mujer adulta.
—Pero ese hombre no me da confianza —refunfuñó torciendo los
labios.
—Se que es como tu hermana, pero debes dejar que ella tome sus
propias decisiones.
—¿Y si le hace daño?
—Dale un voto de confianza. Está claro que tu amiga lo trae
perdido, casi se muere por no dejarla durante el vuelo.
—Escuché que David te lo recomendó, tal vez él sepa más sobre su
vida —declaró entrecerrando los ojos.
—Preciosa, no te metas en su relación, porque temo que, si tiene que
elegir entre los dos, no te gustará el resultado. No la presiones —le advirtió.
—Está bien —aceptó molesta.
—¿Cómo está tu tobillo?
—Mucho mejor, ya no está tan inflamado, tal vez…
—Ni se te ocurra. El doctor dijo que necesitas reposo y hasta que no
diga lo contrario, tienes que descansar —le recordó.
Carolina resopló molesta pero no lo contradijo, tendría que
tomárselo con calma.

Ángela dormitaba en un sofá a un lado de la cama donde se


encontraba Darko, desde que salió de la cirugía no había recuperado la
conciencia. Su torso estaba desnudo, tenía una venda ancha alrededor de la
cintura y un apósito en su hombro izquierdo.
—¿Qué haces ahí? —preguntó con voz pastosa, cuando la miró
acurrucada con las piernas dobladas sobre el sillón en el que estaba.
La morena escuchó su voz y abrió los ojos sobresaltada. Se
enderezó y talló sus ojos, pero antes de cualquier cosa comenzó con
preguntas.
—¿Cómo te sientes? ¿Quieres tomar agua? ¿Tienes frío? —
balbuceó y se levantó apresurada.
Darko sonrió y levantó su brazo derecho señalando hacia la morena.
—Ven acá, acuéstate conmigo —le pidió con la voz áspera.
—No quiero lastimarte —dijo con temor, sacudiendo la cabeza con
las manos unidas.
Cuando salió de la cirugía estaba pálido como el papel, por la
pérdida de sangre y su presión cayó estrepitosamente.
—No lo harás, por favor, ven a la cama —proclamó ladeando la
cabeza.
A la mujer se le llenaron los ojos de lágrimas y le tembló el labio
inferior, aguantando un sollozo.
—Pensé que te perdería… —confesó con la voz ahogada.
—¡Ey, no llores! Acércate por favor, no puedo moverme mucho —
admitió acomodándose en la cama para hacerle espacio.
Ella asintió y caminó hasta tomar su mano, la jaló y le dio un beso
suave en la palma.
—Es en serio, me asusté muchísimo, pensé que morirías. Te pusiste
pálido y luego te desplomaste —clamó y se sentó a su costado.
La obligó a que se acostara de lado y recargó su cabeza sobre el
hombro de la morena.
—Hierba mala nunca muere —dijo con sorna.
—No vuelvas a decir eso —refutó indignada con un sollozo, no le
hizo gracia su comentario.
—¡Shhh, estoy bien! Solo debo descansar unos pocos días —le
aseguró y le dio un beso en la frente —. Yo sí que me asusté, pensé que
llegaría tarde —murmuró con los dientes apretados.
Sasha no le dio demasiada información de lo que le ocurrió a
Ángela, solo que la rescató de las manos de ese hombre antes de que le
pudiera hacer más daño.
—Dios, todo ha sido caótico, primero con la pobre de mi amiga y
ahora esto, es como una pesadilla.
—Pero ya no tiene que preocuparse por nada. Solo tendremos que
quedarnos un par de semanas para recuperarnos.
—Creo que lo mejor será volver a casa, parece que viajar sola en
estos momentos no es lo más conveniente —exclamó con sarcasmo en un
tono bajo.
—Estoy de acuerdo —la interrumpió, y a Ángela se le cayó el alma
al piso —. No puedes salir a hacer turismo, pero con respecto a volver, creo
que no estoy de acuerdo con eso.
—Se que me quieres proteger, pero llegará el momento en el que
tenga que volver.
—Sabes, sonará increíble, pero ante los ojos de la bratva y mi padre,
ya eres mi esposa.
—¿Cómo que tu esposa? —replicó con un chillido.
—Solo pude entrar y destruir a Yuri, porque proclamé una ley que
me da derecho de cobrarme con sangre si mi pareja es atacada por otro
miembro sin motivo.
—Pero eso no puede ser. No puedes amarrarte a una relación solo
porque usaste esa estrategia para salvarnos —balbuceó y de pronto, algo
hizo click en su cabeza al darse cuenta lo que Darko le dijo —. ¿Perteneces
a la mafia rusa? —clamó estupefacta.
—Mi padre es uno de los jefes. Estos tatuajes que llevo en mi
cuerpo, me los hicieron cuando me iniciaron, pero he pagado con años de
trabajo y más muertes de los que me gustaría admitir, aunque todos ellos se
lo merecían. Nunca maté a nadie inocente.
—Pero ¿cómo es posible que te dejaran abandonar esa organización,
así como así? La única forma de salir de ahí es muerto.
—Veo que estás bien enterada.
—He leído novelas románticas sobre la mafia rusa —alegó
restándole importancia.
—En mi caso, es porque soy el hijo bastardo de Segej Michajlovo y
se siente culpable por la muerte de mi madre, por eso me concedió alejarme
de todo.
—Vaya, eso sí que es inesperado.
—Mi madre trabajaba en la casa de Segej. Llegó cuando tenía
quince años huyendo de su país. A pesar de estar casado, en cuanto la miró
se obsesionó con ella. Cuando por fin fue mayor de edad, la hizo su amante.
—Mira, que decente —declaró torciendo los ojos.
Darko sonrió y continuó con su relato: —La sacó de trabajar, y
compró para ella, una finca a las afueras de San Petersburgo. Un año
después quedó embarazada. Cuando cumplí catorce me dijo que yo sería su
sucesor. Eso enfureció a su esposa y mandó matar a mi madre.
—¡Oh, Dios mío!
—Duré años trabajando bajo sus órdenes, hasta que un día me
enteré, del nombre de la culpable de su muerte y ahí fue cuando decidí
abandonarlo. Él lo sabía y no le importó. Siguió con su vida como si mi
madre fuera menos que nada. Me largué a España y me alejé de todo.
La esposa de su padre se encargó de matar a su madre y no movió
un dedo, ni siquiera fue a su funeral.
—¿Cómo conseguiste este lugar? —le preguntó y se mordió un
labio con una mueca.
El castillo era impresionante y tenía que valer muchísimo dinero.
Ahora que conocía un poco de su pasado, era imposible no pensar que fue
comprado con dinero ilícito.
—Cuando mi madre murió, un administrador se encargó de seguir
operando la finca y solo me reportaba las pocas ganancias que obtenía.
Mientras estaba en Canarias, una mañana alguien por casualidad al perforar
un pozo encontró oro. Desde entonces comencé a explotarlo. Es uno de los
yacimientos más grandes de Rusia.
—¡No juegues!
—Entiendo tus dudas, pero mi dinero no es dinero sucio. Todo lo
que tengo lo he ganado con la mina y luego con la compra de otras
empresas. Este castillo lo compré en ruinas. Lo único que medio
funcionaban eran los viñedos, sin embargo, le vi potencial. Nadie lo quería
porque está en una zona un poco olvidada. Traje un buen enólogo y en seis
meses estábamos exportando vino a otros países. Ahora es un buen negocio.
—Vaya, eso es increíble.
—Así que, por eso tenemos que casarnos lo antes posible.
—¿Lo estás diciendo en serio? —replicó, pero él solo sonrió —.
¡Estás loco, se te zafó un tornillo definitivamente!
—Pero por ti malen'kaya nimfa[xxvii].
—¡No, no! Eso no puede ser, no quiero que luego te arrepientas de
tomar una decisión precipitada, porque pienses que una loca psicópata
vendrá por mi cabeza —chilló consternada.
—No es solo por eso, y nunca me arrepentiré por hacerte mi esposa.
—No me conoces bien, puedo ser una mujer horrible que te haga la
vida miserable. Podría tener secretos inconfesables de mi pasado —dijo con
vehemencia.
El hombre soltó una carcajada y quitó el cabello de su rostro.
—Eres demasiado honesta y expresiva, para guardar secretos. Dime
la verdad, ¿no quieres casarte conmigo?
—No es eso, es que siempre he tenido una pésima suerte con los
hombres, cada novio que he tenido, en cuanto escuchaban la palabra
compromiso salían huyendo y tú así de fácil, ¿me propones matrimonio?
—No me importan los otros hombres, solo importamos nosotros. La
vida es demasiado corta para no hacer lo que nos grita nuestro corazón.
Muchas veces he estado al borde de la muerte, y no voy a dejarte escapar
ahora que te encontré.
—¡Sí que eres decidido!
—Lo soy. No le tengo miedo al compromiso y no saldré corriendo.
Entonces ¿qué dices, te casas conmigo? —le cuestionó mirándola a los ojos.
«¡Oh, Dios mío! ¿De verdad está pidiéndome que me case con él?»
gritó en su mente sopesando la propuesta.
Pensó en su amiga Carolina, estaba realmente enamorada de un
hombre del que solo sentía una enorme atracción cuando lo conoció.
«¡A la mierda con todo! ¡No te acobardes ahora!» se reprendió, sería
una aventura como de las que siempre había imaginado.
Tragó saliva, agarró aire y contestó: —Sí, me casaré contigo.
En un descuido la jaló sobre su estómago, estampó un beso en sus
labios amasándole el trasero y soltó un gemido de satisfacción.
—¡Eres un inconsciente, estás herido! —se quejó entre chillidos y se
sentó en la cama alejándose del hombre que tenía una imponente erección
mañanera.
—¡No me importa! Estoy feliz, una herida no va a detenerme —dijo
y trató de agarrarla de nuevo.
Ella le pegó un manotazo y levantó un dedo advirtiéndole.
—¡Compórtate! No quiero que el novio cuelgue los tenis antes de la
boda, así que nada de nada, hasta que el médico te dé de alta.
—¿Todavía no eres mi esposa y ya me das órdenes?
—Es para que sepas a lo que atenerte, estás a tiempo de arrepentirte.
Darko sacudió la cabeza con una sonrisa.
—Eso no va a pasar, esta noche celebraremos una cena para
anunciar nuestro compromiso.
—No señor, por lo menos esperaremos unos días y luego vemos, por
lo pronto iré a buscarte de desayunar, porque debes comer algo para que
puedas tomarte las pastillas que te prescribió el médico.
El resopló y dejó caer su brazo sobre la cama con un gesto
contrariado.
—Está bien, pero en cuanto el médico lo autorice, haremos la cena.
Ella sonrió y se acercó para darle un beso en los labios que él
correspondió.
—De acuerdo, ahora duerme un poco más, regreso en un momento
—anunció la mujer y salió de la habitación.
Darko buscó su móvil para llamarle a Sasha. Esa pequeña no lo
detendría. El rubio entró por la puerta, duchado y con ropa cómoda, no
parecía que hubiera recibido una bala.
—Veo que estás mucho mejor —manifestó Darko al ver a su amigo
caminar para tomar una silla.
—Fue solo un rasguño, pero tú, ¿cómo te sientes? Pensé que no la
librarías, perdiste demasiada sangre.
—Pues aquí estoy, y es la última vez que me arriesgo de esa forma.
—Te lo he dicho muchas veces, no tienes necesidad de hacerlo, pero
dime, ¿qué te hizo cambiar de opinión?
No era la primera vez que casi moría en un asalto, y sin embargo
siempre dijo que eso no lo detendría, que, si su destino era morir de esa
forma, sería bienvenido.
—Porque ahora alguien depende de mí —admitió ladeando la
cabeza.
—¿Así qué la convenciste?
—Siempre consigo lo que quiero —masculló con orgullo, aunque
Ángela no estaba muy segura, por eso no le daría tiempo para arrepentirse.
Sasha soltó una carcajada.
—Amigo, ten cuidado. Esa mujer puede cortarte las pelotas.
—No tienes que advertírmelo, lo sé, por eso me gusta tanto. Es la
mujer que estaba esperando.
—No sabía que fueras masoquista.
—No es masoquismo, pero si una mujer no tiene el suficiente poder
sobre ti, entonces no es la indicada —agregó pensativo.
Sasha sacudió la cabeza y se cruzó de brazos. Él no estaba
preparado para embarcarse en un relación y no sabía si alguna vez lo
estaría.
—¿Qué quieres que haga?
—Se negó a celebrar una cena el día de hoy para anunciar nuestro
compromiso, así que celebraremos una boda este fin de semana.
—Definitivamente estás demente.
—No le daré espacio para que lo piense dos veces. Consígueme hoy
mismo a una organizadora de bodas. Si es necesario vuela a Milán, porque
me caso el próximo sábado —demandó.
—¿Y el anillo?
—Mandaré por un lote a Piaget.
—¿Vas a traer anillos de compromiso desde París?
—Si no podemos ir, ellos vendrán y lo harán de muy buena gana,
eso te lo aseguro.
—Está bien, tendré lo que necesitas. Me pondré en ello de
inmediato.
—Gracias —respondió Darko.
Sasha dejó la habitación.
Apenas se quedó solo, le llamó a Lefebvre le dijo que necesitaba
anillos de compromiso para su prometida y joyas para la boda, el hombre le
aseguró que enviaría esa misma tarde a un empleado de toda su confianza.
Capítulo 44
Una noticia impactante

Á ngela bajó por la escalera de piedra


bordeado por un barandal de hierro
forjado con formas de vides que llevaba al
comedor para ser un castillo de piedra antigua, la decoración era muy cálida
de estilo toscano. Los pisos estaban cubiertos por tapetes con patrones
florales en tonos verdes y rojizos.
Era un salón amplio y muy alto, con vigas de madera oscura en los
techos, de donde colgaba un enorme candelabro. Una gran chimenea de
piedra caliza le daba calor al ambiente, llena de grabados de escudos y un
par de columnas.
El comedor era hermoso. La mesa era de madera envejecida en tono
oscuro con vetas visibles y las sillas de tipo isabelino con tapizados en
brocados como de enredaderas florales.
La joven se quedó con la boca abierta, eso no era obra de un
hombre, definitivamente era el trabajo profesional, de un decorador de
interiores.
—Wow, estoy sin palabras —expresó Ángela al llegar hasta el
comedor donde se encontraba Michael y su amiga Carolina desayunando.
—Este lugar es increíble, ¿verdad? —agregó Carolina cuando se
percató de la sorpresa en su amiga.
—Por fuera todo parece tan frío, pero la decoración es maravillosa.
—Estoy enamorada de este lugar. ¿No sé cómo hicieron todo esto en
esta estructura? —se preguntó su amiga.
—Pues con un chorro de lana, un buen decorador de interiores y un
chingo de gente —declaró Angela.
Michael le pidió a Carolina que le tradujera las palabras de Angie.
—Vez, te lo dije —clamó en tono pretencioso, porque momentos
antes le dijo lo mismo a su esposa, pero no por eso no admitía, que el lugar
era increíble.
—¿Cómo amaneció tu hombre? —le cuestionó Carolina con un
retintín de sarcasmo, pero Ángela entrecerró los ojos porque la conocía.
—Mucho mejor. Ya despertó, pero debe descansar todavía está muy
débil.
—Pues como se ve tan malote todo tatuado, pensé que era casi
invencible.
—Caro, déjate de mamadas. Es un hombre maravilloso. No seas
prejuiciosa.
—Es que parece peligroso —se defendió arrugando la nariz.
—Precisamente por eso me gusta —le confesó mirando a David que
bajaba por las escaleras, con un suéter gris y unos pantalones de lana,
parecía modelo —. Me gustan los hombres interesantes, con un aire de
misterio y que sean un poco dominantes en la cama, y cumple con todo lo
que había soñado. Además, gracias a él estamos vivas, que no se te olvide.
—Ya lo sé, y estoy muy agradecida, pero es que eres demasiado
dulce para un hombre así —se quejó.
Ángela soltó una sonora carcajada y le dio un golpe a la mesa.
—¿En serio? No seas mamona. Una cosa es como me veo y otra
cosa es como soy, y tú me conoces mejor que nadie. Así que déjate de
ponerle peros a mi prometido —le advirtió.
Carolina escupió el café que tenía en la boca y comenzó a ahogarse.
Michael abrió los ojos preocupado, y le pegó unos golpecitos en la espalda.
—Tranquila, respira —le susurró.
Una mujer con un mandil atado a la cintura llegó desde la cocina.
—Buona giornata signorina. ¿Cosa vuoi per colazione? [xxviii]—le
dijo dirigiéndose a Ángela.
—Per me un caffè con il latte. Ho bisogno della colazione per salire
nella stanza del Signore, ma so che normalmente mangio.[xxix]
—A colazione prende regolarmente caffè nero, frutti rossi, farina
d'avena e del pane.[xxx]
—Va bene, aggiungi un paio di uova strapazzate per lui, e io voglio
una frittata di peperoni e funghi, per favore.[xxxi]
La mujer inclinó la cabeza y se marchó.
—¿Ya dejaste de ahogarte?
Carolina tomaba un vaso de agua, levantó una mano, se limpió la
boca con una servilleta y se giró para encararla.
—¿Es una puta broma?
Ángela sacudió la cabeza.
—No lo es, hoy me pidió matrimonio y acepté.
Carolina la jaló para decirle al oído.
—No sabemos si es un delincuente —susurró mirando para todos
lados, siempre había algún sirviente rondando.
—Técnicamente ya no lo es —admitió farfullando.
—¿Y lo aceptas así nomás?
Cogió a su amiga de las manos y la miró ladeando la cabeza.
—Lo conozco más de lo que piensas. No es un hombre malo, solo le
tocó un padre que es un capo de la mafia rusa, pero él está libre de ese
mundo —admitió como si no fuera algo importante.
—¿Cómo sabes que no volverá? No es tan sencillo salirse de eso —
insistió a su amiga.
—Porque su madre pagó con su vida su salida.
Carolina abrió la boca y la cerró de golpe, y emitió un gemido.
Ángela la abrazó y le pasó la mano por la espalda.
—No te digo que sé lo que estoy haciendo, pero es lo que quiero y
tienes que apoyarme, porque eres como mi hermana.
Las dos mujeres se separaron y Carolina se limpió las lágrimas con
la manga y asintió con cara de puchero.
—Por supuesto que te apoyaré, pero tengo miedo por ti.
—¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué están llorando? —indagó David
que las miraba alucinado.
—Porque Ángela se acaba de comprometer con Darko.
Michael casi escupe el café y las miró abriendo los ojos.
—¡Basta de ahogarse con el maldito café! No quiero que nadie se
muera antes de tiempo —clamó la morena.
Sasha entró al comedor y los miró con una sonrisa.
—Señoritas, veo que están mucho mejor.
—Gracias —contestaron ambas.
—Os felicito por su compromiso —expresó solemne y se sentó del
lado contrario de la mesa.
Era cuadrada muy grande, con lugar para doce comensales.
—¿Ya te lo dijo?
—Después de que salisteis me pidió que fuera a verlo.
A Ángela no le pasó desapercibido que Sasha hablaba español con
el mismo acento que Darko, lo que quería decir que estuvieron juntos en
España.
—Voy a subirle el desayuno, lo están preparando. Tiene que tomarse
su medicación y descansar.
—Suerte con eso, puede ser un paciente un poco difícil.
—Pues se va a joder, porque no se levantará de esa cama hasta que
el médico no lo autorice.
—No os quiero desanimar, pero en este momento debe estar en la
ducha —dijo con ironía.
Ella abrió los ojos y se levantó repentinamente.
—¡Maldito hombre necio! —clamó.
Se giró hacia su amiga y le dio un beso en la mejilla.
—Dile a la mujer que me envíe mi café arriba, por favor.
—No te preocupes. Ve y patéale el culo a ese inconsciente.
—No dudes que lo haré —contestó y se marchó a toda prisa.
—Veo que mi amigo se topó con la horma de su zapato.
—No lo dudes, además de terapeuta es enfermera. Tiene esa vena
dictatorial.
—¿Ahora sí, me pueden explicar que está pasando? —pidió David.
—Celebraremos una boda este fin de semana —le explicó Sasha
cambiando al idioma inglés.
—¿Tan rápido? —replicó estupefacta.
—Sí, tengo que ir por una organizadora a Milán.
—¿Por qué tiene tanta prisa? Pueden esperar a que se recupere por
completo.
—Está decidido y no esperará. Cuando algo se le mete en la cabeza,
no hay quien le haga cambiar de opinión. No te preocupes por tu amiga,
Darko es un hombre de honor y si está dando este paso tan importante, es
porque su compromiso será para toda la vida. El matrimonio es sagrado
para él.
Sabía lo que le afecto a su primo, que su padre tratara a su madre
como una puta que uso y desechó sin miramientos, por lo que juró sobre su
tumba que nunca haría algo igual.
—Te quiero pedir una disculpa, porque fui injusta contigo —
anunció Carolina.
El rubio levantó la mirada para ver a Michael que sacudió la cabeza
ligeramente, Sasha sabía lo que Yuri le hizo, porque por desgracia estuvo
ahí.
—No tienes que disculparte. Era parte de un plan que inició dos
años antes, y no podía arruinarlo, para bien o para mal, por fin terminó.
Ahora soy libre de hacer lo que quiera.
—¿Y por qué sigues aquí?
—Porque Darko es mi primo y pronto seremos familia. —señaló. La
mujer llegó con un vaso térmico de acero inoxidable y se lo entregó a Sasha
—Grazie —respondió con amabilidad, se levantó y se dirigió a Carolina —.
Me gusta que estes tan maravillada con la decoración, porque yo me
encargué personalmente de supervisar la renovación. Me marcho, tengo un
vuelo a Milán, con su permiso —manifestó a los presentes.
Los tres se quedaron sin palabras y lo vieron salir por la puerta.
—¡Mierda santa! Esto sí que es descabellado.
—¿No puedo creer que Angie se vaya a casar con ese hombre en
una semana?
—Nosotros nos casamos en un día, ¿no sé por qué tanto alboroto?
—alegó Michael.
—No estás ayudando —le reclamó su esposa.
—Es la verdad, si se quieren la mitad de lo que nosotros nos
queremos, serán muy felices.
—¡Ay, dices cosas hermosas! —dijo emocionada y le dio un beso.
—Parece que todos consiguen pareja menos yo —masculló David.
—Bueno, tal vez Sasha esté interesado y así seremos una gran
familia.
—¿De qué mierda hablas?
—No ves que decoró este lugar, y amigo, hizo un trabajo
espectacular.
—Recuerda que era el compañero de juerga de Yuri —manifestó
escandalizado, fue el que se cogió a Madison y a saber a cuantas mujeres
más.
—¿Y eso que tiene que ver?, puede ser bisexual —agregó Carolina
que agarró una bruschetta de pomodoro con albahaca de un platón, y le
puso aceite de oliva por encima.
—Gracias, pero no. Me gustan demasiado las mujeres para cambiar
mis preferencias —dijo convencido.
Michael levantó su móvil, leyó un mensaje e hizo una mueca. Era de
su abogado.
—En dos semanas tendré que viajar a Nueva York —expuso y torció
los labios.
—¿Para qué demonios? —indagó David.
—Mi padre está convocando a una reunión extraordinaria.
—¿Será seguro irte en este momento? —le cuestionó David que
encargó una ceja.
—No, pero tendré que hacerlo, aunque primero iremos a París, y te
quedarás con Carolina en lo que regreso —le dijo a su amigo —. Luego con
calma buscaremos una casa donde vivir —apuntó.
Tomó un trozo de focaccia, le puso queso crema y unas láminas de
prosciutto.
—¿Por qué en París? —indagó curiosa.
—Porque tu hermano se mudará en un par de meses y me pareció
buena idea que estés cerca de él.
Ella asintió con un nudo en la garganta.
—Gracias, eso me recuerda que tengo que hablar con él.
—Tómatelo con calma, sabes que es un poco intenso, por cierto,
esto está delicioso —agregó Michael desviando el tema.
—Sí, pero son puros carbohidratos, me van a sacar con grúa de este
lugar —se quejó Carolina entre dientes.
—Disfrútalo, es uno de esos placeres de la vida —le recordó David
con una sonrisa.
Capítulo 45
Noticias inesperadas

Á ngela no encontró a Darko acostado.


Resopló molesta y se fue al otro lado de la
enorme habitación. Ese hombre la iba a
escuchar. Abrió la puerta del baño, que era tan grande como el cuarto de su
casa en México, y lo encontró debajo de la ducha.
—¿Por qué no estás en la cama?
Le reclamó afuera de la puerta acristalada, pero sin poder evitarlo
admiró su cuerpo desnudo y se dio cuenta que estaba mejor de lo que
recordada.
—Necesitaba bañarme, apestaba a pólvora y sangre —se quejó y
dejó caer la cabeza para enjuagarse la espuma.
—Pero no te puedes mojar la herida.
—Cuando salga me desinfectáis y me ponéis una venda nueva —
dijo con la voz ahogada por el ruido del agua. Tomó una bata de baño y
deslizó una toalla en el colgador de la puerta.
—Apresúrate ya te remojaste lo suficiente —clamó.
Darko cerró la llave y se volvió. Las gotas de agua se resbalaban por
su torso tatuado y ella tragó saliva, no podía obviar el pene que se levantaba
orgulloso. Enarcó una ceja y bajó la mirada. Le pasó la bata para que se
envolviera en ella.
—Gracias, pequeña.
Se escuchó que tocaron. Ángela giró en dirección a la puerta y soltó
un suspiro. Tenía que dejar de pensar cosas indecentes, estaba
convaleciente.
—Debe ser el desayuno. Voy a recibirlo.
—Está bien, en un momento salgo.
Era un joven que llevaba una charola que dejó sobre la mesa del
pequeño comedor.
Arregló los platos y cubiertos. Cogió los botes de pastillas
colocándolos en medio de la mesa para que las tomara después de comer.
Darko salió del cuarto de baño con unos pantalones de chándal y
una camiseta de tirantes en la mano. Ella se sentó y apuntó hacia el sillón
reclinable, que arrastró para que ocupara el lugar de una de las sillas.
—Veo que redecoraste un poco —dijo burlón.
—Lo siento, rayé un poco la madera del piso, pero tuve que
arrastrarlo.
—Puede pulirse y quedará como nuevo.
—¿Cómo es que en esta habitación tienes pisos de madera y una
decoración totalmente diferente al resto?
La cama era king size, con una cabecera acolchada muy alta y la
base en madera oscura, en un estilo moderno. Había un tapete blanco que
parecía la piel de un animal. Las paredes eran lisas pintadas en un tono gris
claro. Inclusive el baño tenía mármol negro con una ducha que lanzaba
chorros por todos lados y conectaba con un vestidor.
—Porque escogí la decoración a mi gusto.
—¿No se supone que, si es un sitio histórico, no se le pueden hacer
cambios tan radicales?
—Eso no aplica aquí, si hubiese querido podía demolerlo y construir
de nuevo.
—Me alegra que no lo hicieras, el resto del castillo es hermoso —
admitió.
Darko dejó que lo guiara a sentarse sobre el sofá y lo reclinó para
que no se hiciera daño. Corrió por una manta y la puso sobre su piernas.
—¿Eso significa que no os gusta mi habitación?
—Demasiado masculina para mi gusto —reveló con una risita.
Cogió el botiquín y se arrodilló para curarle la herida. Tenía el
material listo.
—Bueno, eso puede cambiarse, puedes redecorarla a tu antojo.
—¿Y aquí vives permanentemente?
—No, solo vengo cuando quiero escapar de todo. Es un lugar
bastante aislado. Tengo otro castillo a las afuera de París y un piso en el
centro —reconoció.
—Parece que tienes una fijación por los castillos —exclamó
enarcando una ceja.
—En realidad a la que le gustaban era a mi madre. Adoraba todo lo
relacionado con princesas y castillos desde que era una niña. Crecí
escuchando cuentos cada noche, por eso los compré —confesó con una
mueca.
—Eso es muy tierno de tu parte —manifestó conmovida.
Darko se atormentaba porque su madre murió antes que pudiera
librarse para siempre de su padre que la hizo tan infeliz.
—Ese hombre es un artista —masculló Ángela mirando fijamente la
sutura de su costado.
—Es un cirujano muy reconocido en Italia.
Ella abrió los ojos al escucharlo —¿En serio?
—Sí.
—¿Cómo lograste que viniera hasta aquí?
—Con dinero, no es la primera vez que me atiende y ahora solo
necesita recibir un mensaje para estar listo con todo su equipo.
—Pues espero, que ya no sean necesarios sus servicios —dijo
atropelladamente y bajó la mirada para continuar con su labor.
Tomó el antiséptico y una gasa para limpiarlo. Darko le detuvo la
mano para que lo mirara.
—Os juro por la memoria de mi madre, que es lo más sagrado para
mí, que no tendrás por qué preocuparte de nuevo. No volveré a exponerme,
a menos que sea en defensa propia y vuestra vida corra peligro.
Ella asintió y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Vamos a curarte y a vendarte para que puedas desayunar.
Como la enfermera eficiente que era, le puso los vendajes de nuevo,
le colocó la camiseta sin mangas con cuidado y le dio su café, que
milagrosamente seguía caliente.

Ángela convenció al necio de su prometido que regresara a la cama.


Aunque el sofá reclinable estilo butaca era cómodo, lo mejor era que se
acostara. Apenas se tomó las pastillas luego de arrasar con el desayuno, se
quedó dormido.
El médico lo conocía bastante bien, porque el medicamento que le
dio era tan fuerte como para noquear a un caballo. Con lo poco que lo
conocía, era evidente que si no se dormía intentaría levantarse y comenzaría
a deambular, cuando debía descansar.
—Aprovechando que el bello durmiente se quedó tranquilo, tomaré
un largo baño —farfulló y se fue a buscar su maleta en el enorme closet.
Se decantó por ponerse unos leggins, unas calcetas gruesas y un
suéter de cuello alto un poco holgado. Se dio una ducha, tomándose su
tiempo. El agua caliente cayó sobre su cabeza y hombros golpeando con
fuerza y gimió de placer, cuando se sintió lo bastante relajada, cerró la
llave.
Tuvo que secarse el cabello con una toalla porque su secador no
funcionaba con los enchufes que tenía el baño.
Dejó su pequeña bolsa rosa con estampados de comics, donde
guardaba sus cosméticos, cremas y lociones. La colocó sobre el lavabo de
mármol negro y sonrió, porque rompía estrepitosamente con el tono
monocromático de la habitación.
Le llamó a su amiga que le respondió.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó a Carolina.
—Aquí estoy sentada en la terraza con el pie arriba de un taburete,
porque se me inflamó un poco por subir y bajar las escaleras, y no vieras el
pedo que me armó Michael, se puso como energúmeno.
—No te quejes, lo hace porque te ama, ese hombre es un santo.
—Traidora, ahora vas a darle la razón porque tienes a ese hombre
enclaustrado en su habitación.
—Son unos pacientes horribles, tienes que dejar que tu cuerpo se
recupere. Ni que fueras hija de Wolverine, agarra la onda. No te
reconstruyes —exclamó con ironía.
—¡Ja, ja, ja! ¡Qué chistosita!
—Lo siento si no quieres escuchar la verdad, es más, le voy a enviar
un mensaje a tu marido para decirle que te ponga hielo en el tobillo y que
no deje que te levantes. Tienes un esguince severo y si no te cuidas durará
mucho en recuperarse por completo.
—Estoy aburrida —bufó exasperada.
—Tienes muchas opciones: lee un libro, escucha música relajante y
aprecia el paisaje que es hermoso, y si de plano no te entretiene nada, dile a
tu marido que te pegue un cogidón épico. Eso sí, que se ponga tus piernas
sobre los hombros no te vayas a lastimar —expuso con una risotada.
—¡Eres una cabrona, burlesca!
—Ya me conoces.
—Bueno, pensé que tu sugerencia sería que te ayudara con la
organización de la boda. Eso sí me mantendrá entretenida.
—¿Qué boda?
—¿Así que no sabes? —replicó con sorna —. Vaya, es una novedad
que tu prometido no te haya dicho nada.
—Ya, déjate de pendejadas y cuéntame —le exigió.
—Sasha se fue a Milán para traer a una organizadora de bodas,
porque este fin de semana te casas.
—¡¿QUEEEÉ?!
—Como lo oyes. Eso nos dijo muy amablemente durante el
desayuno.
Entrecerró los ojos y salió del baño, para encontrar a Darko
roncando.
—Deja que este inconsciente se despierte y me va a oír. Tiene dos
balazos que casi lo matan y anda organizando bodas. ¡Es increíble! —clamó
y se llevó las manos a la boca, afectada.
—¡Hay amiga, perdón! No pensé que te lo tomarías así —admitió
con remordimientos.
—Es que realmente creí que se había muerto cuando no salían a
decirnos nada, y parece que se lo está tomando como un chiste.
—Angie, no es que lo defienda, pero tal vez por eso la prisa.
La pequeña morena lanzó un suspiro y asintió, entendía el punto de
su amiga.
—Discúlpame, pero es que he andado muy sensible —le confesó
con lágrimas en los ojos, ella no era así de sentimental.
—¿No estarás embarazada?
—¡Cállate! No digas tonterías —chilló sacudiendo la cabeza.
—Siempre es una posibilidad.
—Es imposible, usamos condón.
—Nada es infalible, y tú lo sabes —insistió.
Ángela se sentó en uno de los sofás cerca de la chimenea y se llevó
la mano a la frente.
—No me atormentes, por favor.
—¿Qué tendría de malo? Siempre has querido un hijo.
—No es por eso, pero han pasado tantas cosas que me siento muy
abrumada, y ahora con una boda tan apresurada, no quiero salir corriendo
despavorida.
—No lo harás, te conozco y aunque no te des cuenta, estás
enamorándote de ese hombretón que tienes acostado en la cama.
Ángela recargó los codos sobre sus rodillas y dejó caer la cabeza
entre sus piernas.
—¿No sé qué haría sin ti?
—Lo mismo que yo, amiga. Ahora si viene esa mujer, disfruta el
momento y no te olvides de mí, que ver a una organizadora profesional,
sería como un sueño hecho realidad.
Soltó una risita y contestó: —Nunca me olvidaría de ti, te mandaré
un mensaje para que tu marido te lleve cargando.
—Pobrecito, le voy a romper la espalda.
—No seas boba. Está bastante grandote para que le pase algo.
—Te quiero, relájate y no le tires mierda al pobre hombre, ya hasta
me dio lástima.
Exhaló cansada y dejó su celular sobre la mesilla.
—¿Es verdad? —preguntó la voz profunda de Darko.
Ángela levantó la cabeza para mirar su sonrisa de oreja a oreja.
—¡Es verdad! ¿Qué? —repitió y se levantó del sillón para acercarse
a la cama.
—¿Puedes estar embarazada?
—¿Estabas escuchando?
—Tú y tu amiga son un poco escandalosas, pequeña. Ahora dime,
¿qué tan probable es que estés embarazada?
Ángela se limpió las manos sobre los costados de sus pantalones,
nerviosa.
—Carolina solo está especulando. Tú sabes que usamos protección
—le recordó y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Darko quiso levantarse, pero ella, se acercó de prisa para que no lo
hiciera y se sentó en la cama.
—Ningún método es totalmente seguro, ¿tomas pastillas
anticonceptivas?
Ella sacudió la cabeza negándolo.
—Eso no significa que esté embarazada, simplemente estoy así de
sensible por todo lo que pasó… —balbuceó y se llevó las manos a la boca.
Darko la abrazó sin importarle la herida, la verdad es que casi no le
dolía.
—Si estuvieras embarazada, sería una alegría enorme para mí —
confesó.
Ángela no lo sabía, pero tener una familia era una de las cosas que
anhelaba. El sentirse siempre como un bastardo relegado lo marcó en su
adolescencia.
Levantó la cara con lágrimas rodando sobre sus mejillas y lo miró
fijamente.
—Dime, ¿cuántas probabilidades hay de que un condón falle?
—Pocas.
—¡Menos del cinco por ciento! ¿Por qué tendría que estar
embarazada? —le explicó alterada.
El soltó una carcajada y le dio un beso.
—Ahora más que nunca vamos a casarnos este fin de semana, mi
hijo no será un bastardo, como yo…
—No vuelvas a decir eso —lo interrumpió con el ceño fruncido —.
No eres un bastardo. Eres un hombre maravilloso que amó profundamente a
su madre y que tiene un corazón enorme —le aseguró conmovida.
Descansó su cabeza sobre su hombro. La rodeó con sus brazos y
besó su cuello.
—La organizadora viene para acá, y también un joyero para que
elijas un anillo de compromiso —le susurró al oído.
Ella se sonrió, porque Darko era bastante incisivo. Se separó de sus
brazos para limpiarse la nariz.
—Está bien.
Capítulo 46
Una familia completa

C arolina colgó la llamada con su


amiga y sonrió conmovida con
lágrimas en los ojos. Un bebé le
traería mucha alegría a Ángela, que, aunque no lo admitiera amaba estar
rodeada de niños a los que les daba terapia. Sufría y se atormentaba, por la
suerte que les había tocado en la vida, por eso se esforzaba tanto en su
trabajo. Esperaba mejorar la vida de esos pequeños.
Michael se acercó con un par de copas en una mano y una botella de
vino tinto en la otra. Había un platón de embutidos y quesos, sobre la
mesilla.
Se dio cuenta que estaba bastante afectada y entrecerró los ojos.
—¿Qué ocurre preciosa? ¿Por qué estás llorando?
Ella sonrió y sacudió la cabeza.
—Estoy emocionada, parece que Ángela está embarazada.
—Vaya, esa sí que es una noticia impactante —dijo con un silbido.
Sirvió las copas de vino y le ofreció una a Carolina, que lo miró con
el ceño fruncido.
—¿No quieres tener hijos? —preguntó un poco desanimada
—No lo había pensado, si te soy sincero.
—¡Ohh! —espetó claramente desilusionada.
Se llevó la copa a los labios y bajó la cabeza. No quería crear un
problema donde no había, y no le quería confesar que los pensamientos de
un bebé corrían por su mente.
El hombre se lamió los labios y jaló una silla para sentarse a su lado.
Su esposa era transparente. Era evidente que la posibilidad de que su amiga
estuviera embarazada fue algo que le afectó. Le quitó la copa de las manos
para tomárselas.
—¿Te gustaría tener un hijo? —le preguntó interesado.
Carolina se encogió de hombros y sonrió tímidamente. Se mordió el
labio y respondió:
—Es algo que pensé hace unos días atrás, pero no te había dicho
nada. Tenía intenciones de ir al ginecólogo para que me quite el implante y
de paso que me revise —resopló y con un nudo en la garganta prosiguió —,
porque pues ya sabes... tenía la duda de que ese hombre me hubiera
violado…
Admitió con dolor y las lágrimas se desbordaron de sus ojos.
—No es necesario que te atormentes.
Michael sintió la culpa sobre sus hombros, él sabía lo que le había
ocurrido.
—Sí lo es, hemos tenido relaciones y no usamos protección, el
hecho de que no salga embarazada no significa que no pueda contraer algún
tipo de enfermedad. Y ahora más que nunca tengo que hacerme análisis por
la seguridad de los dos.
—¿Por qué estás tan segura? —le preguntó asustado.
Carolina soltó un sollozo y sacudió la cabeza. Cerro los ojos y
apretó los dientes. Solo de recordar le destrozaba —. ¿Por qué estás tan
segura? —insistió.
Abrió los ojos rebosadas de lágrimas y con los labios temblorosos le
explicó: —Me dijo que me usaría de nuevo todos los orificios de mi cuerpo
hasta destrozarme y luego te enviaría las fotografías, pero que nunca
encontrarías mis restos —le confesó y rompió en llanto.
Michael la abrazó y dejó que llorara sobre su hombro.
«¡Ese maldito perro, espero que arda en el infierno!», quiso gritar
impotente.
Lo que más temía había ocurrido y aunque no lo recordaba, con el
solo hecho de saberlo era suficiente.
—Iremos para que te revisen si eso te deja más tranquila, pero no
debes preocuparte por alguna enfermedad.
Carolina se envaró con la declaración de Michael.
—¿Cómo lo sabes?
Michael se levantó de la silla y le llevo papel, para que se limpiara
el rostro. De paso se alejó para tomar el valor de confesarle lo que hizo.
Regresó y se sentó de nuevo a su lado.
—Stuart, me vendió un video de esa noche.
—¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío! —clamó alterada y se llevó las manos
a la cabeza. De pronto bajó sus brazos y levantó la mirada para encontrar a
su esposo con un gesto sombrío —¿Lo miraste? —le preguntó horrorizada.
Él no contestó con palabras, pero no fue necesario, lo confirmó al
bajar la mirada avergonzado.
—Lo siento, amor. No quería que sufrieras.
—Tú filtraste las fotos a la prensa —señaló abriendo los ojos.
—¡Se lo merecían! ¡Esa maldita perra fue la que orquestó todo junto
a mi padre! No podía quedarme con los brazos cruzados. Ese idiota quería
dinero por el video que grabó a sus espaldas y me contactó. No podía
permitir que cayera en otras manos, por eso le pagué —explotó.
La agarró de los hombros y le miró apesadumbrado.
—¡Ese hombre podría tener una copia! —alegó asustada.
—No es estúpido, tiene mucho que perder. Firmó un contrato de
confidencialidad. Si lo viola, pagará millones por daños y perjuicios, pero
no tiene dinero para hacerlo. Con la muerte de Yuri, todo terminó, ya no
podrá hacerte daño, y mi familia tampoco —le aseguró.
—¿Qué hiciste?
—Tomé las medidas necesarias para que no puedan meterse con
nosotros.
—No entiendo porque tanto odio. Yo no les hice nada.
La estrechó con fuerza y sin poder soportarlo más, soltó un sollozo
profundo.
—Todo fue mi culpa, tú no eres culpable de nada. Lo que hizo mi
familia no tiene nombre, y ese hombre quería vengarse de mí —clamó con
dolor. Escucharlo llorar fue desgarrador —. Por eso te juro, que viviré para
que seas feliz.
—No quiero que me prometas algo por remordimiento —dijo con
tristeza.
Se separó para verla y sacudió la cabeza.
—Claro que no es solo por eso. No voy a negarte que me siento
culpable, pero quiero estar contigo y hacerte feliz, porque te amo. Deseo
dejar atrás todo y formar una familia de verdad. Me gustaría tener un hijo,
es más, quiero tener muchos hijos —anunció entre lágrimas.
—Y no los enviaremos a ningún internado —expuso llorosa.
—Nunca, preciosa. Tendrán una madre maravillosa —exclamó con
una sonrisa.
Buscó un pañuelo y secó sus lágrimas, se quedaron abrazados hasta
que juntos se tranquilizaron.
El móvil sonó y Carolina lo agarró para ver un mensaje de su amiga.
—En una hora viene la organizadora, Ángela me pide que la
acompañe.
—¿Qué te parece tomar un baño?
—Me parece maravilloso, lo necesito —admitió.
—Tenemos tiempo de sobra para recostarnos un momento —dijo y
la abrazó
—Ni se te ocurra.
—Podemos empezar a practicar para que nos salga una niña igual de
hermosa que su madre —dijo zalamero y le mordió el lóbulo de la oreja.
—No puedes dejarme embarazada todavía.
—Eso no significa que no podamos intentarlo —alegó con un tono
picaresco.
Ella soltó una risotada y Michael se alegró de verla sonreír de
nuevo. Se levantó y le tendió la mano para llevarla a la ducha. Carolina se
paró emocionada y la jaló de la cintura.
—Nunca dudes que te amo. Eres lo mejor que me ha pasado.
—También te amo.
—Ahora que tu amiga se va a casar, tal vez debamos festejar una
boda nosotros también, ni siquiera tenemos fotos de esa noche.
Ella sacudió la cabeza.
—Ni las quiero, esa noche estaba demasiado borracha —le recordó
con un gesto de tragedia —. Ángela se merece una boda inolvidable —
señaló feliz por su hermana.
—Será cuando tú lo desees y donde quieras, preciosa.
Ingresaron al cuarto de baño y Michael la desnudó para hacerle el
amor dentro de la regadera.

Aún con las objeciones de Ángela, Darko se cambió. Se puso un


suéter negro de cuello v y caminó hasta la salita que estaba a un lado de la
habitación. Ahí recibirían al asistente de Lefebvre, que fue enviado apenas
un par de horas después en el avión privado, con un lote completo de
anillos, y varios juegos de collar y aretes. Una carga extremadamente
valiosa.
Un hombre de mediana edad entró por la puerta. Sasha envió un
equipo para llevarlo hasta el castillo.
—Le agradezco que viniera tan rápido —le dijo Darko y le ofreció
asiento.
Ángela estaba a su lado y lo miraba expectante. Entraron con varias
valijas que colocaron sobre una mesa.
—Es un placer, señor Brokovich —anunció el joven.
—Ella es Ángela, mi prometida —la presentó.
—Un gusto señorita, y muchas felicidades. Espero que encuentren
lo que están buscando —manifestó con un gesto amable.
Hablaba español, pero se notaba que su lengua era el portugués. Lo
enviaron, porque Darko les dijo que su prometida solo hablaba español e
italiano. Nunca había atendido una cita para un cliente tan importante, y si
realizaba una buena venta las comisiones que se llevaría serían muy altas,
de ahí provenía su entusiasmo.
—Gracias —respondió Ángela y Darko apretó su mano.
—Estoy seguro de que así será, Lefebvre nunca me decepciona —
agregó Darko.
Abrió uno de los maletines con alfombrillas que contenían los
anillos. Ángela miraba impresionada, cada uno era más hermoso que el
anterior.
—Son hermosos —declaró la mujer mirando el brillo de los
diamantes.
—Todos son de su talla, veo que tiene unas manos hermosas, son
pequeñas y delgadas.
El hombre la alagó y ella se sonrojó. Nunca pensó en sus manos
como bonitas, solo como pequeñas.
—Me gustaría un anillo de compromiso engarzado con el de
matrimonio —pidió Darko y el hombre asintió.
—Estos anillos todos son de más de cinco kilates, la piedra principal
es de cuatro y el resto es por los pequeños diamantes que los rodean —les
explicó.
Darko escogió un anillo con un diamante central en corte esmeralda
en solitario, con las argollas limpias. El resto de los anillos eran bastantes
más cargados, pero de menor costo.
——Excelente elección —dijo el vendedor sonriendo, era el más
costoso —. Este es un diamante blanco puro, de color de D, de corte …
Darko enarcó una ceja y el joven detuvo su explicación. Tomó la
mano de Ángela y se lo colocó, le quedó perfecto era una talla cinco.
—Es hermoso y sencillo, me gusta —dijo con inocencia.
—Puede añadirse una banda de compromiso con diamantes
incrustados
Ella sacudió la cabeza.
—No quiero nada caro, una banda sencilla será mejor.
—Lo que tú quieras, pequeña —dijo complacido.
Asintió sonriente y los hombres se miraron con complicidad. Ese
diamante costaba más que el castillo en el que se encontraban, pero lo que
le sobraba a Darko era dinero. Cada día su fortuna crecía con la extracción
de su minas y negocios.
—Ahora muéstrame las joyas por favor —le pidió.
—¿Para qué quieres joyas? —replicó la morena.
—Para el día de la boda.
—Recuerda que es algo sencillo —dijo Ángela, señalándolo con un
dedo y enarcando una ceja de advertencia.
—Por supuesto —declaró con una sonrisa y tomó su mano para
darle un beso en los nudillos.
El vendedor miró las manos tatuadas de Darko, y tragó saliva. Era
bien sabido quien era ese hombre, además de rico era peligroso. Miró a la
pequeña mujer que parecía demasiado inocente para un sujeto así, pero ella
lo encaraba sin reparos y se mojó los labios con nerviosismo.
Con eficiencia guardó los anillos y ella lo detuvo.
—¿Y qué pasa con el anillo del novio? —le cuestionó.
—Tengo justo lo que necesita —dijo el joven y le entregó un anillo
a juego para él.
Luego les mostró juegos de aretes, collar y brazalete. Ella eligió uno
que le encantó y varios pendientes más, eran pequeños como a ella le
gustaban, pero lo que no adivinó, es que esos que consideraba pequeños
eran sumamente caros.
Una hora después el muchacho salió con una venta varios millones
de euros. Les deseó un matrimonio feliz y les entregó su tarjeta quedando a
sus órdenes por si necesitaban algo en el futuro.
Ángela le informó que en unos meses se casaría el hermano de su
mejor amiga en París, por lo que le dijo que no dudara en llamarlo si
necesitaba algo para ese día.
Capítulo 47
La ciudad de la luz

C arolina lloró cuando su amiga


dijo sí acepto, debajo de una
pérgola de flores en el jardín del
viñedo. Apenas fueron a visitarlo, quedaron enamoradas. Antonella Fiore
fue la organizadora de bodas que llevó Sasha, y quedaron fascinadas con su
trabajo.
Aunque solo asistieron veinte invitados a la ceremonia, fue perfecta.
El único que voló desde Moscú, fue el tío del novio porque Darko no invitó
a su padre, solo le informó de su boda un día antes. Segej se encontraba en
Mónaco junto con su hija, que estaba de luto luego del deceso de su esposo.
La novia lució hermosa con un vestido en cuello V profundo, de
gasa con flores labradas en la tela. Antonella les dijo que era lo más
adecuado para una boda en un jardín o en este caso, en un viñedo. Le
hicieron ondas en su cabello y lo dejó suelto, con una sencilla trenza que
simulaba una diadema. Lo que le dio vida fueron los aretes en forma de
gota con un aro alrededor con un brazalete ancho a juego.
Mientras que Carolina, como su dama de honor optó por un vestido
púrpura de tul de seda con hombros caídos con escote de princesa y una
cinta en la cintura.
Congeniaron tremendamente con la organizadora, ya que la joven en
solo dos días tuvo todo solucionado. Desde las flores, el mobiliario y los
vestidos. Del banquete se encargaría el chef del castillo.
La fiesta no pudo alargarse mucho, porque el novio estaba
convaleciente, pero aun así fue maravillosa. Su amiga se merecía ser feliz.
Esa noche Carolina se despidió de Ángela, porque al día siguiente se
marcharía a París. Ella prometió que asistirían a la boda de Alex.
Emocionada Carolina le dio la bienvenida a Darko oficialmente a la
familia.
Él le dijo que, en un par de semanas, los alcanzarían para que
estuvieran cerca la una de la otra. Michael le agradeció al hombre, por ello
y se despidió con un abrazo.
Al día siguiente por la tarde, salieron rumbo al aeropuerto, donde el
avión de Michael esperaba.
—Vamos preciosa, es hora de marcharnos.
—Pensé que la vería antes de irnos —masculló afligida.
—Estará bien, ya viste que es feliz, además en unas semanas se
mudarán a París, y así estarán cerca.
—Tienes razón, estoy haciendo demasiado drama.
Le dio un beso y caminaron hacia una de las camionetas.
—¡Espera un momento! —gritó una voz desde dentro y Carolina se
giró.
Era Ángela, que salió corriendo y llevaba una bolsita en las manos.
Llegó y le dio un gran abrazo.
—No quise molestarte —le dijo con un sollozo.
—Perdón, me quedé dormida amiga. Toma, es un detallito que se
me olvidó darte anoche —le entregó una bolsita de terciopelo.
—¿Qué es?
—Una igual a esta —señaló levantando la pulsera que tenía varios
dijes.
Carolina la sacó y tomó entre sus dedos. Se encontró con un dije de
un corazón, un árbol de navidad, una muñeca, una cruz y cuando miró un
pequeño schnauzer soltó un sollozo.
—¡Dios, mi pequeña princesa!
—Lo sé, amiga, pero siempre estará en nuestro corazón. Amaba a
esa cabrona bigotona —admitió con un puchero y se llevó las manos a la
boca.
—Cuídate y mantente en contacto.
—Lo mismo te digo a ti. En cuanto Darko esté recuperado, iremos a
París y recorreremos la ciudad, como siempre soñamos.
—Suena como un plan para mí.
Le dio un beso y un abrazo antes de subirse a la camioneta. Dejaron
el castillo y no dejó de mirar atrás, hasta que se perdió en el horizonte.
Arribaron al aeropuerto Le Bourget, que se encontraba a media hora
del hotel Four Seasons George V en París, donde se hospedarían hasta que
consiguieran una lugar permanente.
El hotel era hermoso, con una clásica decoración francesa y
preciosas composiciones florales que llegaban directamente de Holanda.
Ingresaron a la suite Torre Eiffel y Carolina caminó directo al
balcón privado, que tenía una vista privilegiada. El piso exterior estaba
formado por tablones de madera que estaban húmedos por la brisa y unos
pequeños arboles en forma de esferas adornaban la terraza.
—¡Esto es impresionante! —exclamó mirando la icónica torre que
se erguía sobre el horizonte, aunque era todavía de día, había tanta neblina
que no se miraba la punta.
—Aunque he visitado París demasiadas veces, es una ciudad que
tiene un encanto muy especial —admitió David.
—Es un lugar mágico. Es la ciudad favorita de Ángela, desde que
éramos adolescentes, hacíamos planes de cómo sería venir de vacaciones —
recordó con una sonrisa.
Estaban en el séptimo piso, por lo que el viento frío golpeaba sus
mejillas.
—Todo listo, en un momento llegará el mayordomo —anunció
Michael y la atrajo en un abrazo, para dejar un beso en los labios.
—Ya empezaron los pajaritos del amor.
—Es la ciudad, ¿no dijiste que tiene un encanto muy especial?
David sacudió la cabeza y torció los ojos.
—No sean ridículos, para ustedes todo es especial, hasta el baño del
avión —les dijo con malicia y Carolina abrió la boca sorprendida.
—Un hombre tiene que satisfacer a su esposa en cualquier momento
—alegó Michael y soltó una risotada al recordar el interludio que tuvieron
apenas despegaron.
Carolina sacó su móvil, se giró y levantó el aparato para tomarse
una foto con la vista que tenían de fondo. Él le ayudó y tomó la selfie
mientras le daba un beso en la mejilla.
—Gracias, se la enviaré a Ángela.
—Espero que Darko no salga corriendo a Siberia con esa pequeña
sargento —se burló David y Carolina enarcó una ceja.
—Deja en paz a mi amiga. En el fondo es una chica muy dulce y
cariñosa, ese hombre se sacó la lotería con ella.
David no perdía oportunidad de meterse con esa pequeña morena,
pero en el fondo lo hacía porque le gustó mucho, fue una lástima que
perdiera su oportunidad.
—¿Quieres salir a comer o pedimos servicio al cuarto? —le
preguntó Michael.
—Como tú quieras, amor —respondió con dulzura.
—Vez, por eso es importante mantener satisfecha a tu esposa, para
que se porte dócil como un pequeño gatito —expuso Michael y le guiñó un
ojo a su amigo.
Carolina entrecerró los ojos con malicia. Se acercó a su esposo y
agarró su pene con fuerza, por lo que el hombre pegó un gritito nada
varonil.
—Compórtate, esposo mío, o dejaré de ser una gatita dócil —le
advirtió.
David levantó las manos y se los llevó a los ojos.
—¡No puedo ver esto! —bramó y corrió al interior.
La chica le dio un beso en los labios con una sonrisa de triunfo y
este le correspondió.
—Ten cuidado con las partes nobles de tu marido o me dejarás
incapacitado, recuerda que queremos tener hijos.
—Fue un apretoncito de nada —agregó con cara de haber hecho una
travesura.
—Y antes de que me dejes como un eunuco. Me gustaría llevarte al
ginecólogo antes de irme a Nueva York la próxima semana.
—¿Conoces de algún médico que pueda revisarme?
—No, pero para eso está el mayordomo —le recordó y ella sacudió
la cabeza.
Le parecía bastante snob tener a una persona pendiente en cada
momento.
Carolina se mordió un labio y se animó a preguntar: —¿Por qué nos
quedamos en este hotel y no en uno de los tuyos? ¿No sería más barato
alojarnos en uno de tu cadena? Sé que hay uno bastante cerca —admitió.
Entró a un portal para revisar alojamientos en su móvil, para buscar
el hotel que mencionó David, por curiosidad y ahí miró el hotel Waldorf.
—Por el dinero no te preocupes, puedo pagar la estancia en el hotel
que quiera. Además, este está mejor ubicado…
—¿En serio? —manifestó ladeando la cabeza.
Michael se pasó una mano por el cabello y soltó un suspiro, no
estaba diciéndole la verdad.
—No quiero que te encuentres con mis hermanas y a mi madre —
admitió.
—¿Están en París?
—La próxima semana se llevará a cabo un evento de modas que se
celebra cada año, así como una gran baile que hacen en un castillo a las
afueras de la ciudad, y siempre asisten —le explicó.
—Entiendo —masculló.
La verdad, es que no se sentía preparada para encontrarse con esas
mujeres.
—Estaremos aquí por lo menos un mes y es probable que te las
encuentres en algún momento. Preferiría no volvieras a verlas, pero será
difícil de evitar.
—Está bien, no te preocupes —lo tranquilizó.
—Mejor olvidémonos de cosas desagradables. Mi restaurante
favorito es Le George, es comida mediterránea, el chef Zanoni es un genio,
te va a encantar.
—Bueno, confiaré en tu recomendación.
Le tomó la mano y le dio un beso en los nudillos. Observó la pulsera
que le regaló su amiga, específicamente el dije que representaba a su
mascota.
—Sabes, no quise comentarte antes, pero Frida fue cremada.
—¿En serio?
—Sí, las cenizas están en resguardo, cuando te sientas preparada,
dime que quieres hacer con ellas. Sé lo importante que era para ti.
Tragó saliva y asintió.
—Gracias por encargarte de ella.
—Ahora vamos, que tengo mucha hambre.
Carolina caminó con su marido de la mano, pero no dejaba de
pensar en la familia Waldorf. La sombra de lo que le hicieron era demasiado
dolorosa para olvidarla de la noche a la mañana.
Capítulo 48
Haciendo bebés

T res días atrás, fueron con el


ginecólogo en uno de los hospitales
privados más reconocidos de
Francia. La doctora Bonnet los atendió y retiró el implante que tenía
Carolina en el brazo derecho esa misma tarde. Como le informaron de sus
deseos de tener un hijo, le pidió que se hiciera diversas analíticas y estudios,
además de recetarle vitaminas para ir preparando su cuerpo. A la mañana
siguiente le habló para informarle que estaba en perfecto estado de salud, y
que era totalmente seguro tener un bebé.
Carolina estaba muy emocionada, deseaba ser madre, pero no quería
obsesionarse con ello. Podían pasar meses para concebir y una desilusión la
deprimiría, por lo que se lo tomaría con calma.
Regresaron de cenar del Palais Royal, un restaurant con dos estrellas
Michelin, su especialidad era la langosta. Aunque Michael dijo que la
comida era deliciosa, a ella no le gustó tanto. David se marchó apenas
terminaron de cenar porque quedó con unos amigos en un bar, pero ellos no
quisieron acompañarlo.
Al día siguiente Michael viajaría a Nueva York durante una semana,
por lo que prefirieron pasar las últimas horas juntos. Entraron a la
habitación y Carolina se deshizo de los zapatos de tacón y soltó un suspiro.
Le dolían los pies, hacía mucho que no usaba zapatos tan altos, pero el
pareció apropiado por el lugar.
—¡Quiero un mojito con desesperación! —confesó Carolina.
Tomaron vino blanco con la cena y al final prefirió tomar un cappuccino.
—Próximamente no podrás tomar alcohol en mucho tiempo —le
advirtió.
—No me importa, valdrá la pena si tengo un pequeño Mickey —
admitió con una sonrisa y levantó su cabello, para que le bajara el cierre del
vestido.
Michael cogió el cierre con sus dedos y lo deslizó con cuidado.
—Tal vez será una pequeña tan hermosa como su madre —
manifestó complacido, le emocionaba tener un bebé tanto como a ella, pero
también tenía miedo porque su concepto de familia era un desastre.
Dejó caer el vestido al piso y dio un paso a un costado. Michael lo
levantó de inmediato y lo dejó sobre la cómoda.
—Ahí está mi hombre obsesivo compulsivo del que me enamoré —
manifestó con una sonrisa burlona.
—Ven acá porque voy a demostrarte que tan obsesionado estoy
contigo. Esas medias te quedan jodidamente bien.
—¿Hasta con los calzones que me dijiste que eran de abuela?
Sacudió la cabeza, se aflojó la corbata, se quitó la camisa y se quedó
desnudo del torso. Bajó los pantalones hasta los tobillos y se sentó en el
sillón de dos plazas.
—Necesito una motivación para irme por una semana, porque voy a
extrañarte muchísimo —anunció con sinceridad.
Carolina sonrió. Se arrodilló y descansó sus manos sobre sus
piernas.
—Tendré que esforzarme entonces —recalcó juguetona.
Abrió un botón de la cremallera de sus bóxers para liberar su pene, y
cogerlo con la mano. Deslizó su lengua de arriba abajo por su eje y luego se
lo llevó lo más profundo que pudo. Cerró los ojos y recargó su espalda
sobre uno de los almohadones.
Soltó un gemido profundo de placer, por lo que ella con entusiasmo
subió y bajó la cabeza, una y otra vez. Se agarró con fuerza de sus muslos
para apalancarse.
—Detente —clamó agarrando sus mejillas, cuando sintió que estaba
a punto de estallar.
Ella lo miró sin entender, tenía los labios hinchados y el cabello
alborotado.
—Estoy a punto de terminar, y quiero hacerlo dentro d ti. Siéntate
sobre mi regazo —le pidió y la levantó.
Carolina se deshizo de sus pantys e hizo lo le pidió. Se deslizó
lentamente, hasta que estuvo dentro de ella.
—¡Oh, Dios!
—Estás muy caliente y apretada.
—Puede que esté ovulando —le reveló en un susurro.
—Entonces vamos a hacer un hermoso bebé —exclamó eufórico.
Ella le tomó la cara con las manos y lo besó con desesperación.
Comenzó a moverse y Michael agarró sus caderas para controlar la
profundidad de las envestidas.
Ese movimiento lo repitieron una y otra vez, hasta que los dos
explotaron en un orgasmo que pareció sincronizado. El sexo cada vez era
mejor porque conocían que le gustaba el uno al otro.
Carolina dejó caer su cabeza sobre su hombro recuperando el
aliento. Michael desabrochó su sostén y acarició su espalda.
—Deja que me recupere —le rogó con un gemido y se abrazó a su
cuello, disfrutando del momento.
—No puedo, tengo que irme y dejarte embarazada.
Ella soltó una carcajada y le dio un golpecillo: —Eres un engreído
—le acusó.
La tomó de los brazos y la separó de su pecho, para retirar su sostén
con una sonrisa ladeada.
—Y por eso me amas —sentenció convencido.
Carolina asintió y él se llevó un pezón a los labios para chupar con
empeño. Les esperaba una larga noche antes de su partida.
Capítulo 49
Un día de chicas

D avid y Carolina estaban sentados


en una mesa del Café de París, a
unos pocos metros de la boutique
de Dior que estaba sobre los famosos campos Elíseos. El rubio insistió en
visitar ese lugar en especial porque necesitaba varios trajes a medida, ya
que en cuanto regresara Michael, partiría a Ginebra al velorio de su abuelo.
Todavía seguía conectado, pero su madre desistió de la idea de mantenerlo
en coma y por fin lo dejaría descansar en paz.
Así que, ya que estaban ahí, David le sugirió que miraran los
vestidos para la boda de su hermano, aunque a ella le pareció precipitado
porque todavía faltaban más de cuatro meses.
Lo único que le gustó fue un abrigo tipo gabardina, ya que en París
no hacia tanto frío como en Londres y su abrigo era demasiado grueso,
además de unas gafas de sol rectangulares color marrón.
—No entiendo. ¿Qué no se supone que las mujeres aman salir de
compras? —se quejó David y cogió su taza de café.
Eran las tres de la tarde y como siempre la calle estaba muy
transitada. Llegaron a comer porque salieron muy temprano del hotel y
recorrieron diferentes tiendas.
—¿Por qué me criticas? Compré estos lentes —dijo tocándolos —, y
la gabardina.
—No pareces mujer.
—¡Qué graciosillo!, pues te equivocas. Soy una mujer, pero una que
compra solo cuando lo necesita o se amerite —puntualizó y tomó la
cucharilla de su sopa y le dio un sorbo.
—¿Hablaste con Michael? —le cuestionó, olvidando su día de
compras fallidas.
—Sí, por la mañana tuvimos una charla muy larga, y cada quince
minutos me envía un mensaje —admitió con una sonrisa ladeada.
Giró su cabeza y apreció el Arco del Triunfo que se encontraba a
pocos metros de donde estaban sentados. David pidió un filete que parecía
de un kilo, servido con una guarnición de papas gratinadas y una ensalada
de arúgula.
—Qué bueno, porque yo también hablé con él, y me dijo que debes
de dejar de tomar tanto café y comer mejor —le reprendió y se le borró la
sonrisa de la boca.
—Estoy comiendo bien, la mayoría son ensaladas…
—Tienes que comer otra cosa aparte de esa sopa —le advirtió. Eran
las tres de la tarde y solo tomó un café porque tenían prisa.
Ella se cruzó de brazos y torció los labios.
—Quiero bajar un poco de peso, recuerda que en unos meses se casa
mi hermano.
El joven soltó una risotada y la miró enarcando una ceja.
—No seas ridícula, faltan cuatro meses.
—Mira, no quiero ser pesimista pero no creo que sea tan fácil salir
embarazada, y mientras, puedo perder unos diez kilos.
—Estás loca, ¿por qué demonios quieres perder tanto peso?
—¿Viste a la rubia en el cartel cuando entramos en la tienda? —le
recordó y se cruzó de brazos.
David sacudió la cabeza y la miró a los ojos.
—Sé quién es esa perra y no tiene nada que ver contigo, así que
déjate de estupideces. Estás casada con un hombre que te ama y que adora
como eres y lo que eres. Pensé que eras más inteligente.
—No se trata de inteligencia, pero por Dios, ve las mujeres con que
se acostaba y mírame a mí. ¿Cómo no quieres que me sienta insegura? —
clamó y se le humedecieron los ojos de lágrimas.
La mujer del cartel era Natasha, una de las modelos de la última
colección de Dior, con la misma que se encontró Michael cuando voló a
Londres.
—Esas mujeres no significan nada para él.
—¿Sabes? En el cumpleaños de Pam, Madison me mostró fotos de
Michael y esa mujer saliendo de una cena juntos. Se miraban muy
acaramelados —masculló, sabía que esa mujer lo hizo para dañarla y trató
de fingir que no le importaba, pero no fue así.
—¿Por qué evocarlo en este momento?
—Cuando la miré, lo recordé de pronto —confesó y bajó la mirada a
sus manos.
Fue doloroso mirar a esa mujer, era realmente hermosa con un
cuerpo envidiable, su cintura era tan angosta que era ridícula.
Le tomó la mano y la apretó suavemente para consolarla, también se
molestó mucho con Michael cuando miró las fotografías, pero luego que
habló con él se dio cuenta que todo fue un montaje de las revistas de
chismes.
—Fue una terrible coincidencia, él no llegó ahí con ella, solo le dio
un aventón porque esa noche había una tormenta, pero en cuanto la dejó
donde le pidió, volvió a su apartamento.
—No es que dude de mi esposo, pero no puedo olvidar en qué
condiciones nos casamos, y aunque ahora sé que me ama, es obvio que no
soy parecida a las mujeres con las que salía, al menos no físicamente.
El frunció el entrecejo y la miró molesto.
—Es evidente que tuvo amoríos con mujeres hermosas, no te lo voy
a negar. La mayoría son modelos y ahora las puedes ver en una valla
publicitaria, pero tú eres hermosa y no te lo diría si no lo creyera. La
diferencia es que eres una mujer real que no vives en un mundo que vive de
apariencias, donde usan drogas y tienen desórdenes alimenticios para
mantener esos pesos insanos. No te engañes, no todo lo que brilla es oro.
Así que deja de meterte ideas en la cabeza o me veré en la penosa necesidad
de delatarte.
Una lágrima se deslizó por la mejilla, pero Carolina le sonrió a su
amigo.
—Está bien, pero no le digas nada a Michael, no quiero que se
preocupe —le suplicó y cogió una servilleta para limpiarse las lágrimas.
—Es un trato, pero en la noche vamos a salir a cenar a un
restaurante chino que es delicioso, es viernes y no pienso pasar otra tarde
viendo Netflix contigo.
—Me ofendes, creí que te gustaba mi compañía —se quejó.
—Y me gusta, pero hemos estado encerrados toda la semana, creí
que querías recorrer París.
Ella se mordió el labio y se encogió de hombros.
—Es que estoy esperando a Ángela, y si se entera que hice turismo
sin ella, me mata.
—Ahora yo me siento ofendido.
—Estamos en paz, vamos a cenar donde me sugieres, ahora voy a
pedir un mojito y no quiero que me digas nada —le advirtió levantando su
dedo índice.
—¿Y de comer? —insistió y Carolina levantó la carta, pero estaba
en francés y no entendió mucho.
—Pídeme una hamburguesa con papas fritas, pero quiero que me
traigan kétchup y no mayonesa —le indicó con una mueca.
David sonrió y le habló al mesero, ordenó el mojito y la comida.
Carolina se puso los lentes oscuros, apuntó su móvil para tomarse
una selfie con una sonrisa. Se la envió a Michael, con un mensaje: “my last
mojito, pinky promess”

Esa noche estaba especialmente frío. Carolina se puso unos


pantalones negros de talle alto con de piernas anchas, lo acompañó con un
suéter cruzado de cuello v color negro y unos aretes pequeños.
Se maquilló y peinó su cabello que ya casi le llegaba a media
espalda, con ondas estilizadas. Sintió que se miraba bien y sonrió.
Cogió el abrigo negro y salió a la sala donde David la esperaba.
—Luces increíble, pero con ese escote te va a dar una pulmonía —
dijo jugando.
Ella bajó la mirada hacia su pecho y vio cómo se asomaban sus
senos.
—Estoy cubierta de pieza a cabeza, no seas ridículo.
El rubio tomó su bufanda negra con gris que tenía un patrón de
letras F, por ser de la marca Fendi. Se acercó a la joven, pasó la bufanda por
su cuello y le hizo un nudo bastante chic.
—Así está mejor, esto te mantendrá calientita.
—Gracias.
—Vamos, porque muero por un delicioso kung Pao.
El lugar estaba cerca del hotel, apenas a unos diez minutos sobre la
avenida Kléber. Era un edificio como cualquier otro de los que había en la
ciudad, la única pista que te daba de que era un restaurante de comida
china, era el par de estatuas de piedra en forma de dragón tan
representativos de esa cultura, que estaban en la entrada.
Pero al entrar la decoración era cien por ciento oriental, en colores
negros y rojos oscuros. Dominados por paisajes de garzas al vuelo, bonsáis
decorando cada rincón y jaulas usadas como asientos para algunas mesas,
dándole un toque exótico al lugar.
—Quiero sentarme en una de esas sillas como jaula de pájaros —
dijo Carolina animada.
Esos asientos estaban en los rincones y con unos sillones que
complementaban la mesa.
—Ahí nos sentaremos entonces —declaró su amigo.
Un anfitrión los recibió y los llevó a la mesa que ella pidió, les dejó
un par de cartas y les dejaron de inmediato una pequeña jarrita de acero
inoxidable con agua.
—¿No sabía que tuvieras este tipo de gustos?
—¿Por qué lo dices?
—No sé, pensé que eras de gustos más sencillos.
—Ya vez que no, me gusta probar de todo y este lugar es mi
favorito, inclusive sobre restaurantes de China y Shanghái.
—¿Ya fuiste a China?
—Varias veces, es un lugar muy interesante —admitió.
—Me imagino que es increíble.
—Son sitios que debes visitar por lo menos una vez en tu vida. Voy
a pedir una degustación para que pruebes de todo.
—Me gusta la idea.
—¿Qué quieres tomar?
—Un té de jazmín, me encantan esas teteras de porcelana con los
vasitos pequeños en los que te la sirven.
—Excelente elección —alagó el joven.
Carolina se deshizo de la bufanda porque adentro estaba cálido.
—Necesito ir a los servicios vuelvo en un momento.
—Correcto, ordenaré la comida.
—Nada de pescados, a menos que estén rebosados y con salsa
agridulce encima —le pidió con una risita.
—Confía en mí, te va a encantar la comida.
Ella asintió, se levantó y se dirigió a los sanitarios. Estos se
encontraban en el otro extremo del restaurante. Los baños tenían pisos de
mármol negro con vetas blancas y los lavabos contrastaban en piedra caliza
blanquizca, con múltiples orquídeas blancas que decoraban el ambiente.
El restaurante contaba con dos estrellas Michelin y era muy
reconocido en la ciudad, por eso era tan solicitado. Usó el servicio y luego
salió a lavarse las manos.
Cuando volvió a la mesa, miró que estaba lleno de platillos
montados en una base de cristal giratoria.
—Wow, esto huele delicioso —admitió.
Se sentó con un brillo en los ojos. Los aromas que desprendía la
comida eran cautivantes. Le colocaron un plato hondo con una cuchara
típica china y unos palillos de color negro montados en una base para que
no tocaran la mesa a un lado de un plato blanco con relieves rojos y unas
letras negras en el centro, también en chino con el nombre del lugar.
—Me encantan los palillos que no son desechables —manifestó y
los tomó.
David abrió una de las cestas de bambú y agarró varias piezas de
dumplings al vapor.
—Estos están deliciosos —le recomendó y lo sumergió en una salsa
de soya especial.
—Provecho, todo luce delicioso. Gracias por este día de chicas.
El asintió y comenzaron a comer animadamente.
Capítulo 50
Un encuentro inesperado

L a joven depositó los palillos


sobre su plato vacío. Había
comido como hacía mucho no lo
hacía, en su defensa podría decir que todos los platillos estaban deliciosos.
No pudo decidirse entre el wonton, los camarones al coco o la sopa de
noodles.
—Ya no puedo más —declaró Carolina con un suspiro.
—No seas exagerada, casi me comí todo solo.
David era bastante tragón, pero el hombre comparado con ella era
enorme.
—Claro que no, probé de todo un poco. Era demasiado. Tengo que
reconocer que es el mejor pato pekinés que he probado.
—Te lo dije. ¿Qué te parece ir a Le Carmen para bajar la comida?
—exclamó con una sonrisa.
—¿Qué es eso?
—Es un club.
Ella sacudió la cabeza y se cruzó de brazos.
—Por supuesto que no voy a ir a un club contigo, déjame en el hotel
y te vas, entiendo que quieras salir a divertirte.
—Podemos tomar unos tragos y luego regresar al hotel.
—En serio, estoy cansada —admitió llevándose las manos al
vientre.
—Está bien, voy al servicio y regreso para pedir la cuenta.
—Gracias, necesito quitarme estos zapatos y dormir.
—Te va a dar una congestión —masculló con una sonrisa ladeada.
Carolina hizo una mueca de indignación y David soltó una risotada.
—Luego dices que no comí mucho.
—Estoy jodiéndote nada más. Tu obsesivo marido, estará
complacido porque su esposa está alimentándose.
—Chistosito.
—¿Estás segura de que no quieres ir un ratito? —insistió. David
dejó la servilleta sobre la mesa y se levantó.
—No, no quiero —respondió segura.
—Tú ganas, no te insistiré —anunció y se marchó al servicio.
Mientras, sacó su móvil y le envió un mensaje a su amiga.
Esperaban que se cumplieran tres semanas para hacerse una prueba de
embarazo y ambas estaban desesperadas.
La silla se abrió y cuando levantó la mirada se encontró con una
mujer rubia de mediana edad con el cabello recogido en un moño
desordenado, vestida de negro.
Era muy hermosa, pero se notaba que tenía más de un
procedimiento estético, empezando por los labios llenos de colágeno.
La mujer se cruzó de brazos y la miró enarcando una ceja.
—Así que eres la puta con la que mi marido estaba tan obsesionado
—espetó con ironía.
—Perdón, ¿no entiendo de qué me está hablando? Creo que se ha
equivocado de persona...
—Por supuesto que no me equivoqué, ¡estúpida! —gritó y golpeó la
mesa interrumpiéndola
Carolina se sobresaltó y miró alrededor, estaban rodeadas de varios
hombres con traje que parecían guardaespaldas.
—Mire, señora. No tengo idea de quién es su esposo, pero yo no soy
amante de nadie. Soy una mujer casada. Así que si me disculpa…
Intentó marcharse para buscar a David, pero alguien la tomó del
hombro y la empujó de nuevo a la silla. La mujer soltó una carcajada y
ladeó la cabeza, sin creer lo que ella le dijo.
—Pues él te conocía muy bien, tanto que encontré en su portátil
personal una serie de fotos tuyas, que al parecer miraba muy seguido —
insistió la rubia que se recargó sobre la mesa, claramente furiosa.
—Discúlpeme, pero no tengo idea de quien es su esposo, y mucho
menos porque tiene fotos mías —persistió indignada.
—¡No te hagas la estúpida conmigo! Fuiste su amante. Si no,
entonces, ¿por qué tendría fotografías donde apareces desnuda?, además él
estaba en la cama contigo —le acusó y fue como si todos sus temores se
hubieran materializado.
El hombre al que se refería era Yuri.
Carolina sintió un nudo en el estómago y agarró con fuerza el
descansabrazos de la silla con ambas manos. Se pasó la lengua por los
labios secos y negó categóricamente. Respiró profundo y la miró fijo.
Ese hombre le causó pesadillas, que apenas estaba superado y venía
esa mujer a acusarla de ser su amante, era una estupidez.
—Está muy equivocada si piensa que fui su amante. Su esposo
abusó de mi mientras estaba inconsciente. Gracias a Dios no lo recuerdo por
las drogas que me dieron —confesó con lágrimas en los ojos, Olga abrió la
boca, pero Carolina sacudió la cabeza —. Así que no me acuse de algo que
no hice. ¿Por qué tenía esas fotos? No se lo puedo decir, tal vez para
recordar las perversidades que me hizo, porque era un enfermo, y lo que
menos quiero es tener que estar reviviendo algo tan traumático —explotó
con rabia.
Cuando Olga encontró el portátil de Yuri y se dio cuenta de que
tenía muchísimas fotografías de esa mujer, que además miraba
constantemente se enfureció. Aunque tuvo muchas amantes, nunca le tomó
fotografías a ninguna, y menos las tenía tan a la vista de cualquiera.
Ahora que escuchó lo que había pasado, tuvo su respuesta.
—Señora Luzhkov, tiene una llamada de su padre —anunció
Franco, uno de los hombres de Darko que vigilaba a Carolina.
La rusa a regañadientes tomó el móvil. El hombre al otro lado de la
línea le ordenó que la dejara en paz y que regresara a Mónaco, donde
tendrían una larga charla con su hija.
Se levantó y la miró con desprecio.
—YA ne ponimayu, chto on mog v tebe uvidet' [xxxii]—masculló.
Su esposo siempre tuvo predilección por modelos rubias muy
jóvenes que podían ser sus hijas, pero esta mujer no era así y por eso le
ganó la curiosidad de conocerla en persona, pero estuvo lejos de encontrar
la respuesta que buscaba. Era una mujer normal y corriente sin nada único o
especial ante sus ojos, bonita pero demasiado tonta e inocente para su gusto.
Resopló poco elegante molesta, su padre le dio una orden y debía
cumplirla.
La escolta de la mujer salió detrás de ella, pero tres hombres además
de Franco se quedaron custodiando a Carolina. Apenas se fueron David se
acercó para corroborar como se encontraba su amiga.
Ella seguía mirando al piso con lágrimas corriendo por sus mejillas,
era como una maldición de la que parecía no poder librarse. La jaló en un
abrazo y acongojada no pudo controlarse.
—Todo estará bien —le susurró al oído y le dio un beso en la
cabeza.
—Lo siento, señor. No pudimos detener a la escolta de la señora,
tuve que comunicarme con el señor Brokovich para que le hablara a su
padre.
Desde que la vieron ingresar sabían que habría problemas, y aunque
actuaron rápido, no pudieron evitar que no se acercara a Carolina. David
comprendió que tampoco podían hacer nada para provocar un conflicto con
la hija del dirigente de la mafia rusa.
—Gracias, ahora nos retiraremos al hotel.
Franco asintió, y se alejó para preparar su salida.
Las personas que estuvieron en el lugar se dieron cuenta de quien
era la rubia, ya que siempre atraía mucha atención mediática y más ahora
que su esposo tenía pocas semanas de haber muerto, así que para el
momento que salieran los paparazzis los estarían esperando.
—Vamos a descansar —agregó, le puso el abrigo y tomó la bufanda
para pasarla por su cuello, cuando terminó de arreglarla le dio un beso en la
frente.
Como esperaban su salida del lugar no fue sencilla, y sabían que ese
encuentro se esparciría como la pólvora en los medios. Apenas llegaron al
hotel ella se marchó a su habitación, se deshizo de la ropa y se metió a la
ducha.
Afuera David, llamó a Michael que seguía en Nueva York.
—Hola, David.
—Tenemos un problema.
—¿Qué es lo que ocurre?
—Carolina tuvo un encuentro con la viuda de Yuri.
—¿Qué quería? Si el bastardo de su esposo ya está muerto —clamó
con rabia.
—No lo sé, Carolina no me contó que fue lo que esa mujer le dijo,
cuando pude llegar a ella la encontré llorando muy afectada.
—Maldita sea, ¿qué fue lo que te dijo Franco?, ¿qué pasó con la
seguridad?
—No pudieron evitarlo, o provocarían un conflicto muy grave, pero
de inmediato le llamó a Darko, que a su vez se contactó con su padre, por
eso la sacaron de ahí.
—¿Dónde está?
—Se fue a su habitación a tomar una ducha.
—Voy a regresar de inmediato, no la dejes sola ni un minuto por
favor. Asegúrate que está bien.
—No te preocupes, no me voy a mover de su lado.
—Gracias, amigo —dijo con frustración, parecía que todo lo malo
le pasaba a su esposa cuando estaba fuera de la ciudad.
David preocupado fue a revisarla una hora después y la encontró
acostada sobre la cama en posición fetal, en silencio.
—Hablé con Michael, regresará en unas horas —le explicó, pero no
contestó.
Permaneció callada, mientras las lágrimas no dejaban de escurrirse
por sus sienes. David se sacó los zapatos y se acostó a su lado.

Michael salió hacia París apenas colgó la llamada con David, estaba
muy preocupado por Carolina. Llamó a su piloto y pidió que alistaran su
avión. Ocho horas de vuelo después, subió al auto que lo llevaba al hotel
donde estaba su esposa.
Hasta ese momento le llamó a Darko, no quiso hacerlo antes por la
diferencia de horario, aunque aún era temprano.
—Hola, Darko. Buen día —saludó.
—Me imagino que te enteraste —anunció perturbado.
—Así es, estoy llegando a la ciudad, estaba en Nueva York.
—La noticia está circulando en los sitios de chismes, porque
siempre siguen a Olga, pero no saben exactamente qué fue lo que pasó.
—¿Qué es lo que quería?
—Mi padre me contó que encontró unas fotos en la portátil de Yuri,
parece que tenía una obsesión enfermiza con tu esposa.
—¿Qué nadie le dijo que el hijo de puta de su esposo abusó de ella?
—No. Olga creyó que fue su amante y se puso furiosa.
—¡Jodidamente increíble!
—Hablé con mi padre y tendrá una larga charla con ella, no
volverá a molestarla. Tienes mi palabra.
—¿Qué pasará con las fotografías?
—Me aseguró que Olga quemó la laptop después de verlas, así que
ya no existen.
Michael dejó salir un sonoro suspiro.
—Gracias por tu equipo de seguridad.
—Somos familia. Carolina es una hermana para mi esposa no tienes
por qué preocuparte, seguirán cuidándola permanentemente. Te dejo,
porque cuando despierte Ángela y se entere de lo que le ocurrió, querrá
salir a París, aunque quisiera esperar un par de días para dejar la ciudad
—admitió.
Michael sonrió de lado y sacudió la cabeza, ese hombre estaba en
serios problemas.
—Los estaremos esperando —declaró, la verdad era que no creía
que pudiera detenerla.
—De acuerdo —farfulló y cortó la llamada.
Era muy temprano, pero la ciudad ya estaba en todo su apogeo. Se
bajó del auto y entró al hotel con pasos apresurados. En la suite estaban las
luces apagadas.
Fue directo a la habitación donde encontró a Carolina y a su amigo
dormidos en la cama. David seguía con la ropa puesta, que estaba bastante
arrugada y ella estaba envuelta en una manta gruesa.
Sonrió porque le prometió que no se separaría de ella, y lo cumplió.
Se acercó al lado de Carolina y acarició su mejilla, gesto que la despertó.
—¿Cómo estás?
Abrió los ojos y sonrió sin ganas.
—Mucho mejor, ya tuve tiempo de procesar lo ocurrido ayer.
—Lamento que tengas que seguir pasando por esto.
—No te preocupes, en el fondo la entiendo —reconoció.
—¿A qué te refieres? —dijo extrañado.
—Aunque su esposo fue un ser despreciable, lo amaba y estaba
celosa—admitió y se mordió los labios.
Ella sabía lo que era estar celosa de otra mujer, y era un sentimiento
que te carcomía las entrañas. Se oyeron los ronquidos de David y Michael
sacudió la cabeza.
—¿Cómo dormiste con semejante ruido a un lado?
Ella soltó una risita y se incorporó despacio para no despertar al
rubio.
—Te juro que no lo escuché roncar, dormí como una piedra —dijo y
se estiró con un bostezo.
Michael abrió los brazos y ella lo recibió gustosa.
—Esa mujer no volverá a molestarte, hablé con Darko —susurró en
su oído.
—Me dijo que tenía fotos donde aparecía desnuda y él estaba
conmigo, por eso creyó que era su amante…
—Esas fotos fueron destruidas —le explicó para tranquilizarla.
—¿Estás seguro?
—Totalmente.
Soltó un suspiro de alivio e hizo una mueca.
—Vamos a tomar un baño, para liberarnos de este mal sabor de
boca. Luego necesitamos un buen desayuno. Tenemos una cita con un
agente de bienes raíces que nos mostrará varias casas —declaró.
Entraron al cuarto de baño que era inmenso y ella aprovechó para
lavarse los dientes, mientras Michael se comenzó a sacar la ropa.
Carolina tomó una toalla, se limpió los labios y miró a su marido
quedarse solo en bóxers.
—Cambiarse de casa no será algo rápido —le advirtió y se recargó
sobre el lavabo pensativa.
—Lo sé, pero tendremos mucha ayuda. Ahora lo importante es tener
un hogar donde crecerá nuestro hijo —anunció.
Se acercó, la atrajo entre sus brazos y le dio un beso que le robó el
aliento.
—¿Tan seguro estás de que estoy embarazada?
—Te apuesto todo lo que tengo, a que en nueve meses tendremos un
hermoso bebé, que nos robará nuestras preciadas horas de sueño. Sonrió
emocionada y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Si eso ocurre, seré la mujer más feliz del mundo. Te amo —
confesó un poco llorosa.
—Yo también te amo y te amaré toda la vida, por la maravillosa
mujer que eres y porque me encanta todo de ti —clamó con un gemido
cuando agarró sus caderas para pegar su cuerpo deseoso.
—Es un chismoso —se quejó del joven que roncaba a pierna suelta.
—Es la verdad, amo todo de ti, pero más allá de tu cuerpo que me
fascina, te amo por el ser humano que eres y no quiero que te agobies
pensando lo que no es. Entiendo que es difícil, pero te pido que dejes mi
pasado atrás y no te preocupes, porque nunca podré amar a otra mujer que
no seas tú —declaró mirándola fijamente a los ojos y ella asintió
—Gracias por decirme algo tan hermoso.
—Es la verdad, es lo que siento en mi corazón.
Animada le dio un beso sujetando sus mejillas, hasta que necesito
recuperar el aliento. Agitado pegó su frente contra la suya y soltó un
gemido.
Los ánimos se caldearon y comenzaron a acariciarse, pero la detuvo
porque primero tenía que hacer algo.
—Dame un momento, porque voy a sacar a ese oso de mi cama, y
luego voy a hacerte el amor. Tengo unas ganas desesperadas de estar dentro
de ti —bramó excitado.
—Apresúrate y saca a patadas a ese traidor —chilló en la misma
sintonía, solo de escucharlo su cuerpo se había encendido.
Era evidente que lo puso al tanto de todo lo que había ocurrido un
día antes, y luego decían que las mujeres eran las comunicativas. Michael
volvió a la recámara, donde su amigo seguía sin inmutarse. Cogió una
almohada y se la estrelló en la cara.
—Levántate, bello durmiente.
—Sabía que te parecía hermoso —anunció con la voz pastosa y una
sonrisa, se rascó la cabeza desperezándose.
—Lárgate de mi cama y ve a tomar una ducha que la necesitas.
Pobre de mi esposa, que te aguantó toda la noche.
—Eres muy molesto —se quejó.
Michael regresó al cuarto de baño y dejó a su amigo lanzando
improperios. Ahora lo más importante era estar con su esposa.
FIN
Epílogo

Cuatro meses después a las afueras de París…

L a boda se realizaría en el castillo


Saint-Savin, que fue construido
en el siglo dieciocho. Tenía más
de dos mil metros cuadrados de construcción en cuatro plantas, que
albergaba a veinticuatro habitaciones, una biblioteca, un estudio, una cocina
profesional, un comedor para fiestas con una enorme mesa para treinta
invitados, un salón para bailes donde fácilmente cabrían doscientas
personas y varios saloncitos que usaban en la antigüedad para tomar el té.
Más todas las áreas de servicio, sin olvidar los jardines que eran
impresionantes con un laberinto incluido perfectamente cuidado con una
fuente monumental en el centro. Todo esto en once hectáreas de terreno,
donde había un lago y hasta un helipuerto.
Alex y Claude se enamoraron del lugar, era el sitio perfecto para su
boda. Lo mejor de todo fue que no tuvo ningún costo, porque el dueño era
Darko.
Los invitados más allegados a los novios, se instalaron un par de
días antes y según la tradición de la familia Legrand, realizaron un
desayuno y una cena en su honor.
Ángela y Carolina se encontraban en uno los tantos salones listas y
arregladas para asistir a la ceremonia que oficiaría un ministro de paz en la
capilla del castillo.
Los invitados que faltaban comenzaron a llegar desde medio día y
los recibieron con una recepción al aire libre en los jardines, aunque el
evento principal sería debajo de una enorme carpa que montaron desde un
día antes, con más de cuarenta mesas de diferentes tamaños y formas, para
los cuatrocientos invitados confirmados.
—Todo quedó hermoso —manifestó Ángela sentada en uno de los
sofás descansando. La mañana fue una locura y ahora necesitaba relajarse
un poco. Su esposo apenas desayunó, se marchó en helicóptero a tratar un
asunto en París, pero regresaría a tiempo para la boda.
—No puedo creer que mi hermanito va a tener una boda de cuento
de hadas —admitió con una risita.
—Lo sé, pero yo no me puedo quejar porque mi boda, fue
maravillosa y Antonella hizo un trabajo precioso, pero con la boda de Alex
se lució.
Carolina les convenció de contratarla para organizar el evento, la
chica voló desde Milán y atendió todas las necesidades de los novios.
—Es como un sueño hecho realidad. Alex y Claude, están muy
agradecidos contigo y tu marido.
—Entiendo porque Darko compró varios castillos, pero para mí es
dinero desperdiciado —manifestó encogiéndose de hombros.
Aparte del castillo de Italia, era dueño de otro más en Escocia y no
solo los compraba, también los remodelaba y en cada uno colocaba un
enorme cuadro que mandaba pintar de su madre como un homenaje.
—¿No piensas vivir aquí?
—Ni loca, ¿imagínate esto vacío? Es como una película de terror,
olvídalo. Estoy muy contenta en el piso del centro, además está cerca de tu
casa —admitió y miró el estómago prominente de Carolina, que acababa de
cumplir cuatro meses de embarazo.
Resultó que Ángela no estaba embarazada, pero salió unos meses
después de intentarlo con esmero, ahora tenía apenas seis semanas, pero
todavía no se le notaba nada, a diferencia de su amiga.
—No entiendo porque tengo el vientre tan grande, si solo es un niño
—se quejó.
—Amiga, su padre mide casi uno noventa. ¿Qué querías?
—¡Cállate, hipócrita! A ti te va a ir peor, es como si cruzaras a un
chihuahua con un gran danés —manifestó con burla.
—Eres una cabrona, pero tienes razón, y no tienes idea de lo que
esta chihuahua se divierte cuando se la cogen de perrito —manifestó con
orgullo.
—¡Eres una puta!
—¡Igual que tú, perra!
Después de insultarse se miraron con una sonrisa de oreja a oreja y
se comenzaron a reír con ganas. La puerta se abrió y Michael entró seguido
de David.
Los dos se miraban muy guapos, vestían un smoking clásico color
negro con moño del mismo tono.
—¿Ustedes de que tanto se ríen?
—Estamos hablando de lo divertido que será organizar el baby
shower —mintió Carolina con una sonrisa.
—Pero si son hombres, ¿no les avisaron que no pueden tener hijos?
—dijo David burlón.
—Hablan de mi hijo, imbécil —dijo Michael y se sentó a un lado de
Carolina.
—Lo sé, es solo una broma —declaró y se abrió el saco para
sentarse.
Sonrió con sorna y miró a Ángela, le encantaba meterse con ella.
Inclusive estaba tomando clases de español, solo para joderla en su propio
idioma.
—¿Dónde está el marido de Polly Pocket? —preguntó con una risita
burlona.
—Dile a este pendejo…
—Buenas tardes —anunció la voz de Darko al abrir la puerta.
—Ahí está —completó Michael y Carolina le dio un codazo.
—Buenas tardes, que bien llegas —respondió en español David.
—Veo que estáis mejorando con el español —manifestó Darko con
una sonrisa.
—Sí, solo le falta conjugar bien los verbos a este hijo de su…
—Ángela —la reprendió Carolina con una mirada matadora.
—Él empezó —dijo con un puchero.
Darko se acercó a su esposa, le dio un beso en los labios y le tocó el
estómago, como siempre hacia desde que se enteró que estaba embarazada.
—Tranquila pequeña, porque nuestro hijo no debe hacer corajes —
agrego el hombre lleno de tatuajes, que no dejaba de parecer peligroso.
David se levantó y se arregló el saco de nuevo.
—Me voy, porque en esta habitación, hay demasiada progesterona
—manifestó con desdén.
—Anda, ve a que te presenten a un amigo los novios, capaz que lo
que necesitas es que te inyecten testosterona, pero por el…
—Qué te vaya bien David, en un momento te alcanzamos —
manifestó Carolina con voz cantarina interrumpiendo a su amiga.
El hombre soltó una risotada y levantó una mano despidiéndose para
dejar el lugar, sin sentirse ofendido.
—No le hagas caso —le dijo su esposo.
—¿Sabes cómo me dijo? —dijo ofendida.
Carolina torció los ojos y se recargó al lado de su marido que le dio
un beso en la cabeza.
Darko negó categóricamente y apretó los labios, tenía que admitir
que el rubio era bastante creativo con los apodos a su pequeña ninfa, como
le decía de cariño.
—Dime.
—¡Me dijo Polly Pocket! —clamó ofendida.
—Eso no puede ser, porque Polly es rubia —señaló su amiga.
—Cierra el pico tú también, por eso no me deja en paz, porque le
festejas sus pendejadas —anunció molesta.
—Pero es una muñequita muy linda —dijo su marido.
—¿Cómo sabes quién es Polly Pocket? —replicó cruzándose de
brazos.
—Le busqué en Google —admitió Darko con una media sonrisa, no
era la primera vez que le llamaba así, pero no se había dado cuenta.
—Definitivamente, cada día me cae mejor tu marido.
—Gracias, cuñada —le dijo el hombre con una sonrisa.
Su vida cambio para bien en esos pocos meses y ahora era un
hombre diferente, atrás quedó su pasado sombrío que no le permitía sonreír.
—Por cierto, aunque falta mucho tiempo. queremos pedirles que
sean los padrinos de nuestro hijo —les informó Carolina emocionada.
—¡Oh, por Dios! ¿Es en serio?
—Por supuesto, amiga.
—Será un honor, pero no soy católico —aceptó Darko.
—No importa, ni Michael tampoco, pero iremos a una iglesia en
Milán donde no nos pedirán ningún papel. Antonella me dijo que ella se
puede encargar de todo.
—Será perfecto —chilló Ángela.
La puerta se abrió y entró el novio arreglándose los puños, se notaba
nervioso.
—Ya estamos listos, solo faltan ustedes —les informó Alex.
Los hombres se levantaron y les ofrecieron la mano a sus
respectivas esposas.
—Gracias por todo, nunca pensé que mi boda sería en un lugar tan
maravilloso. Este fue el sueño de Claude y me alegra que pudiera realizarlo,
aunque también estoy fascinado —admitió frotándose las manos
dirigiéndose a los hombres.
Ángela se acercó y le dio un abrazo.
—No tienes que darlas, espero que seas muy feliz, y pobre de ti que
me quieras dar la canasta de las flores, porque te mato —le susurró al oído.
Alex soltó una carcajada y le dio un beso en la mejilla.
—Los espero en la capilla —dijo y salió de la sala.
—Eres una rijosa —la reprendió Carolina.
—Tu hermano que me traía jodida con la canastilla de las flores el
muy cabrón.
—Vamos chicas, ustedes son parte del cortejo —les recordó Darko,
tomó a Ángela de la mano y le dio un beso.
Salieron de la habitación y dejaron atrás a Michael y a Carolina, que
sonreía con lágrimas en los ojos.
—¿Qué te pasa, preciosa?
—Pienso en mis padres, les hubiera encantado ver a su hijo ser feliz
—admitió y se tocó el estómago con tristeza.
También pensaba en los nietos que nunca conocerían, pero era
inmensamente feliz y, por eso agradecía a Dios todos los días.
—Desde donde estén, lo saben —le aseguró y le dio un beso suave,
sacó un pañuelo y le limpió las lágrimas —. Lo estuve pensando, ¿qué te
parecería celebrar nuestra boda el día que bauticemos a nuestro hijo?
Ya sabían el sexo del bebé y Carolina estaba muy ilusionada.
—Sería maravilloso —aceptó con una sonrisa llorosa.
Le dio un beso en los labios y luego un beso en el vientre.
—Vamos, que tienes que entregar al novio y no quiero que se
desmaye antes de la boda —exclamó con una sonrisa.
Ella asintió y salieron para iniciar la ceremonia.
ACERCA DEL AUTOR
Siempre ha sido una apasionada de la lectura. Aficionada a las
novelas románticas, de ciencia ficción y fantasía. Comenzó a escribir a
principios del año 2014, motivada por la inquietud de contar una historia.
Su primera novela fue: ¿Crees en el Destino? Después siguió la trilogía de
Siempre te amaré, más un cuarto libro de Spin off con la historia del
antagonista y la serie de Exilio: Ángel Traicionado, Ángel Atormentado y
Ángel Perdido.

Todas estas novelas, fueron del género de novela romántica


contemporánea. El libro de Muerte a Medianoche de la Saga de Caballeros
Malditos es la primera novela de ficción y fantasía, en la que ha
incursionado.

Además de su participación en la antología de Dioses que dejan


Huella, con el relato: El Retorno de una Diosa, del mismo género.

Vive en Mexicali, Baja California, México, e intenta escribir entre


su trabajo como administradora de proyectos de software y madre de dos
pequeños niños.

Actualmente trabaja en el cuarto libro de la serie de Exilio y el


segundo libro de la saga de Caballeros Malditos y la nueva serie de
Millonarios.
[i] ¡Estoy hasta el cuello de mierda!
[ii] ¡Mierda!
[iii] Se sienten el ombligo del puto mundo
[iv] El piloncillo es un tipo de endulzante natural que nace del jugo de caña de azúcar. Es
típico en países latinoamericanos, y se utiliza tradicionalmente para endulzar postres y bebidas. Tiene
un sabor parecido al de la azúcar morena con tintes parecidos al del anís.
[v] No puedo creer que te importe una mierda lo que acordamos
[vi] ¡Joder, chúpame la polla!
[vii] Salsa a base de crema y champiñones chantarelle. Estas setas son muy caras y se usan
en la comida gourmet.
[viii] Eres increíble y te voy a follar hasta que me canse de ti, maldita puta
[ix] ¡Este clima es una mierda!
[x] Mi pequeña morena.
[xi] Veo que no te has olvidado de mí, putita.
[xii] Me encanta hablar italiano, sobre todo maldiciones, es muy fácil de pronunciar.
[xiii] Eres hermosa mi pequeña ninfa.
[xiv] Debes ser amiga de la puta, maldita escoria enana.
[xv] ¡Deja de tocarme las pelotas!
[xvi] ¡Qué así sea!
[xvii] Mi muñequita.
[xviii] Resiste
[xix]¡Maldito inglés!
[xx] Sí.
[xxi] bastardo
[xxii]¡Sasha! Cabrón, te mataré perro.
[xxiii] Mierda
[xxiv] ¡Mierda santa!
[xxv]¡Señor Brokovich!
[xxvi]Ha perdido mucha sangre
[xxvii] Pequeña ninfa
[xxviii]Buen día señorita. ¿Qué quiere para desayunar?
[xxix]Para mí un café con leche. El desayuno necesito que lo suban al cuarto del señor,
pero no sé qué normalmente coma.
[xxx]Para el desayuno toma regularmente café negro, frutos rojos, avena y pan.
[xxxi]Muy bien, agregue un par de huevos revueltos para él y yo quiero un omelette de
pimientos y champiñones, por favor.
[xxxii]No entiendo que pudo ver en ti.

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