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Juniper Bell Mis tres Amos

Serie Señores y Amos 02 1


Juniper Bell Mis tres Amos

Juniper Bell

Mis tres Amos

Serie Señores y Amos 02

Serie Señores y Amos 02 2


Juniper Bell Mis tres Amos

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Sinopsis
Han pasado años desde que el Marqués de Beaumont, el libertino
más famoso de Londres, sintió algo más que necesidad sexual. Pero algo
sobre la misteriosa niñera, Miranda Brown, llama su atención. ¿Por qué
su cara está tan terriblemente marcada? ¿Por qué su discurso se desliza
en la cadencia de la clase alta? ¿Por qué lo está acechando en sus
sueños?

Miranda está acostumbrada a esconderse a plena vista. Después


de huir de su vicioso guardián, desconfía de todo el mundo,
especialmente del Marqués, que protagoniza sus fantasías nocturnas
más secretas. Pero ni siquiera sus fantasías pudieron prepararla para la
verdad sobre el Marqués, el Duque, el Conde y la Condesa… o para la
intensa pasión que estalla entre ellos. Cuando los secretos de su pasado
comienzan a salir a la luz, teme que su frágil vínculo no sobreviva, y que
ni siquiera sus tres amos sean capaces de salvarla de un destino cruel.

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Prólogo
Érase una vez, yo era una chica con futuro. Brillaba en el horizonte
como un regalo un día con nombre esperando a ser desenvuelto, más
maravilloso de lo que jamás podría imaginarme. Si lo pensaba -y rara vez
lo hice, ya que mi presente contenía toda mi atención fascinante- asumí
que contendría las maravillas habituales. Caballeros apasionados, bailes
brillantes, crepúsculos azules, rocío fresco en un pétalo de rosa por la
mañana, besos dulces, bebés gorditos.

No tenía conocimiento de cómo estaban conectadas tales cosas. Si


me hubieran preguntado, habría dicho que los besos deben contener
algún tipo de magia, una magia del corazón que, a su debido tiempo,
florecía en una nueva vida. Tal inocencia llegó a su fin el día que cumplí
los dieciséis años. El día que un látigo, en las manos de mi guardián, me
cortó la mejilla, marcando mi cara para siempre y desgarrando el mundo
que yo conocía.

¿Cómo puede un latigazo destruir tanto y sin embargo lanzar un


viaje que transforma la inocencia en éxtasis más allá de toda
comprensión? Tal vez yo tenía razón, y existe una magia del corazón…
Por no hablar de otras partes de la anatomía…

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Capítulo Uno
Beaumont House
Octubre 1812
La Marquesa de Beaumont se estaba muriendo. Su casa siguió su
estricta orden de ocultar este hecho de la sociedad en general; de lo
contrario, invitaría a la cruel venganza en la que sus amantes se
especializaban. Todos los sirvientes continuaron como de costumbre. Las
criadas quitaban el polvo, la cocinera preparaba cenas de diez platos, la
fregona lavaba las ollas, los lacayos estaban listos para servir, los
caballerizos cuidaban de los caballos, el mayordomo abría la puerta. Si
nadie comía las comidas, si el mayordomo tenía que transmitir más y
más razones creativas para la retirada de la Marquesa de la sociedad, era
simplemente un desarrollo extraño más, en un hogar ya de por sí inusual.

Sólo un sirviente fue admitido en presencia de la Marquesa.

El infame Marqués de Beaumont se tumbaba en un sillón en el


rincón de la alcoba de su esposa y miraba con ojos semi-cerrados
mientras Miranda Brown entraba silenciosamente en la habitación con
una bandeja. Sobre ella había un cuenco. De sus profundidades surgía
un agradable vapor que olía a pollo y acogedoras noches de invierno. Él
la vio respirar, vio que sus párpados temblaban.

La enfermera de su esposa podría vestirse como un gorrión; podría


tener el pelo del color de una espinosa silla de piel de caballo; ella podría
no decir más palabras que las requeridas; podría tener una horrible
cicatriz por una herida en el rostro; pero el Marqués sabía la verdad sobre
ella. Miranda Brown era una persona sensual.

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—Señora —murmuró, acercándose a la cama de la Marquesa. La


mujer enferma abrió los ojos con la más mínima rendija. La certeza
iridiscente brillaba a través de ella. Los hombres se habían batido en
duelos a muerte por esos ojos. Se decía que el Duque de Annan había
huido al Nuevo Mundo para olvidarla. Había roto corazones desde
Escocia hasta Italia, incluso en la India, durante una breve estancia en
el otro mundo. Se había follado a más hombres, de maneras y
combinaciones diferentes, de los que cabían en el Parlamento. Había
atravesado por la sociedad londinense como si fuera un cometa
sexualmente recalentado, y ahora se estaba muriendo en una cama
solitaria, atendida por una simple muchacha y su muy despreciado
esposo.

Ciertamente hacía que uno reflexionara.

La Marquesa agitó una esquelética mano.

—No podría —dijo ella—. Posponlo.

—Por favor —dijo Miranda con firmeza—. Lo hice especial. Tiene


hierbas que os darán alivio y comodidad.

La Marquesa abrió los ojos otra rendija más, interesada. En este


punto, Beaumont sabía que la comodidad era todo lo que ella podía
esperar. Abrió la boca y dejó que Miranda goteara una cucharada de sopa
entre sus labios.

El Marqués entrecerró los ojos y se fijó en el regordete labio inferior


de Miranda, que estaba atrapado entre sus blancos dientes mientras se
concentraba en su tarea. Algo no sonaba muy verdadero en Miranda. Su
manera de hablar era el de la clase sirviente... excepto cuando no lo era.
De vez en cuando se escabullían unas pocas palabras que eran
puramente aristocráticas. Cuando estaba cansada, sonaba más como

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una joven señorita a punto de salir, que como una enfermera-compañera


a disposición de un monstruo.

—Mmmhh —dijo la Marquesa, una leve sonrisa curvando sus


gloriosos labios. Era extraño que solo su boca y sus ojos no mostraran
signos de que la enfermedad estaba agotando su cuerpo—. Horrible, pero
calmante.

—Sí, señora.

—¿Eres tú, Gerard? —Miranda levantó la vista. Ah, así que ella no
lo había notado. No estaba tan atenta a su presencia como él a la de ella.
Una lástima. O un desafío. El caldo se derramó en el tazón. Ella estabilizó
el cuenco con un rápido gesto—. Me pareció oler tu sucia y asquerosa
persona —continuó la Marquesa.

—Me pregunto por qué me tomo la molestia de bañarme. Parece no


tener ningún efecto.

—Algunas cosas no se pueden lavar —dijo oscuramente la


Marquesa.

—Ciertamente. Un hecho que debe estar muy presente en tu mente


en estos días.

El pecho gris de Miranda se elevó y cayó con un largo aliento. El


Marqués, a través de una observación atenta, sabía cómo la relación
corrosiva entre sus empleadores la molestaba. Ella no era miembro de la
Haut Ton1, que consideraba sus dardos vitriólicos un deporte muy
agradable para los espectadores.

—De hecho, lo es. Quiero hacer un testamento.

1
N. T.: Alta sociedad.

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—¿Puedo señalar que el ritual de castración de los machos en su


vecindad no te confiere masculinidad?

—Las mujeres hacen testamentos.

—Si tienen posesiones de las que deshacerse. Todo lo que tú tienes


me pertenece.

Ella había venido a él sin nada. Ella no había sido nadie, menos
que nadie. Había sido una actriz reducida a representar escenarios
sexuales en burdeles franceses cuando él se había obsesionado con ella
y se casó con ella para fastidiar a su familia. En vez de estar agradecida,
ella procedió a desatar toda la fuerza de su ira sobre él y la sociedad en
la que vivía.

—¿O tal vez tienes algunos pequeños recuerdos de tu vida anterior?


¿Esposas? ¿Un látigo?

Miranda dio un pequeño respingo, invisible, salvo para alguien tan


observador como el Marqués.

—¿Debéis…? —Ella cortó, y luego volvió a caer en su invisibilidad


habitual.

—No es asunto tuyo. —Le dijo bruscamente la Marquesa—. Tengo


la intención de transmitir lo que he sido, ni mejor, ni peor. La única
cualidad de mi marido que siempre he apreciado, aparte de su talentosa
polla, es su honestidad. No espero menos ahora.

Una lenta ola de carmesí se deslizó por las delicadas mejillas de


Miranda. Ella apartó su cara. Desde este lado, se veía como el más
perfecto de los ángeles, una Madonna en muselina de color pardo. Desde
el otro lado, Gerald lo sabía, parecía un ogro horriblemente malformado.

—¿Tienes que avergonzar a la chica? —murmuró Gerard.

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—A mí servicio, ella ya ha visto y escuchado más que la mayoría de


las putas de Covent Garden.

Miranda se ocupó con el cuenco y la cuchara. Gerard habría


pagado por sus pensamientos en ese momento. Fuera lo que fuera, le
temblaban las manos y se le aceleraba el pulso. Podía sentirlo desde el
otro lado de la habitación.

Como experimento, se puso de pie y se acercó perezosamente. La


Marquesa levantó una mano dominante.

—Un poco de distancia, por favor.

El Marqués se detuvo. No tenía necesidad de acercarse; tuvo su


respuesta. El pulso de la chica se movía como el de un ratón atrapado.
Así que él la ponía nerviosa. Apenas una sorpresa. Él desconcertaba a la
mayoría de la gente, excepto a su querida esposa, que pronto se
marcharía.

Y los tres amantes que se habían convertido en el verdadero hogar


de su corazón.

Volvió al sillón y apoyó la cabeza en una mano.

—¿Puedo recordarte, mi viciosa, que pediste mi presencia aquí


hoy?

La Marquesa le hizo un gesto a Miranda para que le diera un sorbo


de agua. La chica se lo puso en los labios. Cuando ella retiró la taza, los
labios de la Marquesa brillaban de un rojo rubí y estaban mojados.

—No tuve elección. Eres, a pesar de mis más decididos esfuerzos


por engañarte de la forma más humillante posible, mi marido.

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Gerard apenas parpadeó. Los días en que ella podía herirlo con su
traición habían pasado hace mucho tiempo.

—Tu señor y amo, de hecho.

Ella enseñó sus dientes.

—¿Sabes, Gerard, que puedo determinar la fecha exacta en que


dejaste de preocuparte por lo que yo hice?

—Me sorprende que incluso notaras tal evento.

Ella se acarició la boca con un pañuelo de encaje.

—Arruinó mi diversión. Por supuesto que me di cuenta. Siempre


quise saber exactamente qué pasa en Warrington House.

El Marqués sonrió sombríamente.

—¿Lo haces ahora?

—No hay necesidad de secretos ahora, ¿verdad? Incluso le pagué a


un lacayo para que me informara de cualquier cosa inapropiada.

—Entonces sabes todo lo que hay que saber.

—De hecho, no. Aparentemente él recibió una oferta mejor.

El Marqués resopló. El Duque de Warrington no era un tonto, ni


tampoco su amada, lady Alicia, ni tampoco el marido de lady Alicia, el
Conde de Dorchester, el heredero del Duque.

—Frustrada de nuevo, ya veo.

—Supongo que no te someterías a la petición de una mujer


moribunda, y lo revelarías todo, ¿verdad?

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Fuego infernal.

—No —dijo brevemente. Incluso en su lecho de muerte, no confiaba


en su esposa. Y sus secretos no le pertenecían sólo a él.

—Señora —dijo Miranda en voz baja—. Debo ir a buscar vuestro té


de corteza de sauce.

—Entonces, vete —dijo ella con su acostumbrada irritación—. No


necesitas informarme de todas y cada una de las cosas que haces en el
transcurso de un día.

—No, señora. —Miranda cuidadosamente colocó el tazón sobre la


mesa auxiliar, colocó la bandeja debajo de su brazo y se dirigió
silenciosamente hacia la puerta.

—¿Puedes hacer que esa bazofia sepa mejor? —dijo la Marquesa.

—Veré qué se puede hacer. —La tranquila voz de Miranda flotaba


desde el pasillo. Desconcertó a Gerard que lograra retener ese aire de
frágil serenidad bajo el constante aluvión de la maldad de la Marquesa.

—No te mereces a esa chica. —Le dijo a su esposa—. Me sorprendo


que no se haya vuelto loca.

—¿A dónde iría? ¿Quién más contrataría a alguien tan monstruoso


como ella? Aún así, estoy de acuerdo en que ella ha sido un gran consuelo
durante este último año. Su desesperación y la mía han sido de mutuo
beneficio.

¿Desesperación? A Gerard no le gustaba oír una palabra así


aplicada a la gentil Miranda. ¿Pero por qué no iba a estar desesperada?
¿Cuántos hogares estarían dispuestos a contratar a una chica con una
marca tan terrible en la cara?

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—Me gustaría asegurarme de que ella no sea maltratada cuando


me haya ido.

Gerard miró a su esposa con asombro. No podía recordarla nunca,


en los quince años que habían estado casados, expresando cualquier
preocupación por el bienestar de cualquier otra criatura a menos que la
beneficiara a ella.

—Pero estarás muerta —Le señaló.

—Ciertamente.

—Su gratitud no te aportará ningún beneficio.

—Tal vez confío en que este último pensamiento me ayude a ir al


cielo.

—Es una pesada carga para poner en un solo pensamiento.

La Marquesa se puso en posición sentada. Por un momento, Gerard


se sorprendió por cuanta más carne había perdido desde la última vez
que la vio. Parecía un esqueleto envuelto en una piel casi transparente.
Se veía pequeña en la enorme cama de cuatro postes con su lujosa
abundancia de almohadas bordadas en oro. Su alcoba, decorada en tonos
eróticos de escarlata y bronce, siempre había tenido el aire de un harén
otomano. La única diferencia que podía ver ahora era la ausencia del
espejo que una vez ella había instalado sobre la cama.

Verse follar a uno mismo era probablemente mucho más divertido


que verse morir.

—Gerard. Presta atención. —Ella chasqueó sus dedos hacia él—.


Estamos discutiendo mis últimos deseos. Muestra un poco de respeto.

Él inclinó la cabeza.

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—Como ordenéis.

—Estoy hablando de mi enfermera, Miranda. La razón por la que


nunca me ha dejado es porque ella me debe la vida. La encontré en un
burdel. —El cuerpo entero del Marqués se tensó—. Su trabajo consistía
en atender a las putas que enfermaban. Estoy segura de que ella habría
contraído algo tarde o temprano. La convencí de que sus posibilidades de
supervivencia serían mucho mayores si se convertía en mi enfermera
privada.

—Una Marquesa de Beaumont contra un burdel lleno de putas.


Algunos dirían que ella tomó una extraña elección.

Un destello de una sonrisa apareció en su pálida cara.

—Dado que, según tú, no puedo hacer un testamento, haré una


petición. Quiero que le encuentres un puesto decente cuando yo me haya
ido. No quiero que regrese al burdel, ni a las leproserías, ni al hospital,
ni a ninguno de los lugares que pueda ver como su única opción. Ella
tiene un don para traer el consuelo. Muchas veces me he despertado en
el estado de ánimo más negro, preparada para cometer un asesinato o
algo peor, solo para encontrar mi estado de ánimo aliviado por un toque
o una palabra de esa chica.

El Marqués se quedó en silencio por el puro desconcierto. Había


esperado quince años por la evidencia de un corazón bajo el helado
exterior de su esposa. ¿Quién hubiera imaginado que una sencilla y
tranquila enfermera lo traería a la palestra?

—En muchos sentidos —reflexionó la Marquesa, tocando el encaje


de su funda de almohada—, este último año ha sido uno de los más
dulces que recuerdo, gracias a ella. Me ha dado más amabilidad de la que
probablemente me merezco.

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Al Marqués no se le ocurrió una buena respuesta a eso.

—Me desprecias. ¿Por qué confías en que yo haga algo por ti una
vez que te hayas ido?

—Una excelente pregunta. Sí, te desprecio. Pero no a ti, en y por ti


mismo. Desprecio lo que representas. Poder. Arrogancia. Gratificación de
las propias necesidades.

—A menos que sean las tuyas.

—¿Dije que no me despreciara a mí misma? Me he glorificado en


mi propio egoísmo, me he deleitado en ello. Pero esa pobre chica se ha
dedicado a mí en cuerpo y alma durante el último año. Se lo debo.

Los brillantes ojos iridiscentes se suavizaron. Sus párpados


cayeron y de repente se veía extremadamente cansada. El Marqués se
levantó de un salto, listo para ajustar una almohada, o alguna otra tarea,
pero una vez más ella levantó una mano decidida.

—No te amo. Pasé mis años de casada desahogando mi odio en ti.


Pero sé que eres un hombre de honor. Puede que seas el libertino más
infame de Inglaterra, pero también eres alguien que no prevarica. Y así
estoy depositando mi confianza en ti. ¿Honrarás mi último deseo? —Ella
dio una leve tos, que casi enmascaró el ligero golpecito en la puerta que
señaló el regreso de Miranda—. Entra —dijo ella, todavía tosiendo.

Miranda se apresuró a entrar, la bandeja cargada con otro plato


humeante. Se detuvo en seco al oír la tos de la Marquesa.

—Milady, os pido perdón, uno de los lacayos me golpeó por


accidente, por supuesto, y me vi obligada a preparar otra tetera de corteza
de sauce. Por favor, no hable más. Por favor, mi señor, ella debe
descansar. —Su alarma era tan grande que se giró y se encontró con la

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mirada del Marqués. Grandes y claros ojos marrones, el color del mejor
té Earl Grey, enmarcados con gruesas pestañas de marta, le suplicaron.

—Tu palabra —insistió la Marquesa, mientras Miranda llevaba el


té a sus labios.

Él asintió a regañadientes. ¿Qué estaba prometiendo,


precisamente?

—Señora, por favor, beba. Os lo ruego.

Satisfecha, la Marquesa tomó un largo trago de té de corteza de


sauce, y luego hizo una mueca.

—Horrible. Absolutamente horrible. Chica, se lo he hecho


prometer. Él es bueno para eso. Cuando yo me vaya, él cuidará de ti.

—Sí, milady —dijo distraídamente Miranda, atrapando una gota de


té con la punta de su dedo antes de que machara el encaje del cobertor.

La Marquesa agarró su muñeca.

—¿Me oyes? Él se ocupará de ti. Él será tu amo. Él... —Indicó a


Gerard con un grácil movimiento de su cabeza. De repente, Miranda se
enderezó. Unos ojos marrones aterrorizados giraron en su dirección. Él
té caliente cayó en cascada sobre el borde del plato. El jadeo de la
Marquesa resonó a través del repentino silencio.

—¿Él?

Gerard inclinó su cabeza con su aire más sarcástico.

—Una promesa es una promesa.

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Capítulo Dos
Beaumont House, el vestidor de la Marquesa
Estar despierta por la noche en un estado de preocupación no era
inusual para mí. Desde que huí de mi tutor, el Vizconde Vicioso, como lo
llamaba, me había encontrado con una situación peligrosa tras otra, cada
vez más grave que la siguiente. La Marquesa parecía un indulto, por poco
probable que parezca. Sabía que era una mujer amargada y horrible.
Sabía que ella sacaba placer del sufrimiento de los demás. Sabía que
algún tipo de dolor monstruoso infectaba su alma. Pero una vez que la
empecé a cuidar, se convirtió en mi paciente y dejé de juzgarla. Nos
llevábamos bastante bien en general.

Pero, ¿podría ser que ella hubiera estado guardando toda su


crueldad para un acto final?

¿El notorio Marqués de Beaumont, mi amo?

En la oscuridad, me ardía la cara al recordar algunas historias de


la Marquesa sobre su marido. En Eton lo habían atrapado en la cama
con tres estudiantes y un profesor, al mismo tiempo. Era igualmente
voraz con hombres y mujeres, y sus apetitos sexuales no tenían límites.
Una vez secuestró a la amante de otro hombre, la encadenó en una
mazmorra y la atormentó hasta que ella se arrastró hasta él de rodillas,
rogando por él… Me sonrojé incluso al pensarlo. No podía ver cómo se
podría arrastrar una cuando estaba encadenada. Pero no me
correspondía a mí cuestionar. Si le preguntaba, ella podría parar sus
historias, y eso… no podría soportarlo.

Me avergüenza admitir que vivía para esas historias. Por muy


impactantes y excitantes que fueran, cuando me metía en mi pequeño

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catre en el vestidor de mi señora, no pensaba en otra cosa. Era como si


me transportaran a otro mundo. Una mazmorra, tal vez, donde colgaba
impotentemente encadenada, con los brazos extendidos por encima, con
el cuerpo desnudo expuesto a la mirada negra y despiadada del
mismísimo diablo. Con ese giro sarcástico de su boca, me daba cuenta
de que se acercaba, se acercaba más y más, levantaba una mano
enguantada, me tocaba el pezón con el dedo, y una sensación de
escalofrío zumbaba por mí. Me dejaría caer contra las cadenas, jadeando
y rogando por… No sabía qué.

Yo me metía la mano entre las piernas, donde mis dedos se


sumergían en un suave deslizamiento líquido. Había un lugar allí, justo
allí. Si lo frotaba de cierta manera, una semilla de sensación se
encendería. Mi corazón comenzaba a latir con fuerza, mi aliento se
aceleraba y pronto la alegría gritaba a través de mí. Mientras me
arqueaba y sostenía mi mano contra mi cuerpo palpitante, el horror del
mundo desaparecería.

Tal vez estaba mal... probablemente era incorrecto... pero cuando


todo ha sido arrancado de ti, esas consideraciones no tienen mucho peso.

El Marqués no había dejado Beaumont House. Había decidido


quedarse por la noche. Los sirvientes siempre saben tales cosas, y yo lo
habría sabido en cualquier caso. El mismo aire se sentía diferente cuando
él estaba presente. Incluso ahora, sentía su oscura existencia tirando de
mí como si fuera una fuerza magnética. ¿Cómo podría trabajar para él si
me desconcertaba tanto? Sería imposible.

La solución era simple. Tenía que decirle que no tenía intención de


entrar en su casa. Y no tenía una razón para esperar a otro momento. El
Marqués era un famoso búho nocturno. Sin duda estaría en la sala de
billar o tal vez en la biblioteca.

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Me levanté y me puse un sencillo vestido casero marrón que usaba


durante mi turno. Dejé de lado mis zapatos porque hacían demasiado
ruido para la tranquila casa nocturna. Me deslicé a través de la
habitación de mi ama y corrí silenciosamente por las escaleras.

No tuve que buscar mucho. La puerta de la biblioteca estaba


ligeramente entreabierta y la luz del fuego parpadeaba en su interior. Fui
de puntillas a la puerta y miré. El Marqués estaba sentado recostado en
un sillón de cuero frente a la chimenea. Debió pedirle a un lacayo que lo
moviera, o tal vez él mismo lo había hecho, el hombre era impredecible.
Una mano colgaba a un lado, una copita de brandy sostenida
descuidadamente en su suelto agarre. Me preguntaba si estaba dormido,
o simplemente bebido.

Esa pregunta fue respondida muy pronto.

—¿Quién está ahí? —pronunció densamente, la “s” y la “t”


uniéndose en su lengua.

Bebido, decididamente.

Con cautela me acerqué. Había visto al Marqués en estado de


ebriedad y sabía que no se había convertido en una amenaza. Pero
siempre era un hombre de quien desconfiar.

—Soy yo, la Señorita Brown, la enfermera de vuestra esposa.

—Miranda —murmuró, y yo supe en un momento de conmoción


que sabía mi nombre de pila—. No te escondas detrás de mí. Ven por aquí
—señaló con su vaso.

Me acerqué como si él fuera un jabalí. Paso a paso, me guió hasta


el punto en el que me quería, que era justo delante de él, entre el hombre
y la chimenea. El calor del fuego bajo me acarició la espalda. El calor de
la mirada del Marqués quemó mi parte frontal.

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Me miró con ojos negros, de párpados pesados. No estaba


acostumbrada a tal escrutinio. La mayoría de la gente apenas me veía,
una simple e intrascendente sirvienta vestida de marrón. Una sensación
de pesadez cargaba sobre mis extremidades, y por un largo momento
olvidé a qué había venido.

—Así que voy a ser tu nuevo amo —dijo, un lado de su boca


rizándose en una burlona media sonrisa.

Sí, eso es lo que era, el tema que yo venía a discutir. Abrí la boca,
pero él se me adelantó.

—Tengo muchos malos hábitos, chérie, pero emplear inocentes


nunca ha sido uno de ellos. Habría que hacer algo.

El hecho de que yo hubiera pensado exactamente lo mismo se me


escapó de la cabeza.

—Creo que sería una empleada excelente.

Sonrió, esa brillante y complicada sonrisa por la que era famoso.

—No tengo ninguna duda. He visto cómo de lealmente has servido


a mi esposa. ¿Pero serías tan fiel sirviente de alguien como yo? Tal vez
conozcas mi reputación.

El color inundó mi cara. Conocía su reputación tal vez mejor que


él mismo. Estaba fascinada por ello.

Una vez, en un momento de espectacular audacia, le pregunté a la


Marquesa por qué se había casado con él si era tan pecador. Se rió hasta
que empezó a toser y tuve que ir a buscarle un poco de verbasco2. Cuando
los espasmos se calmaron, ella respondió:

2
N. T.: Planta que en España se llama también Candelaria o Gordolobo.

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—Éramos dos de una misma especie, o eso creía yo. Pero el


bastardo me decepcionó. Me dejó en el infierno, completamente sola.

¿Habría ella prohibido a su marido en su cama? Nunca presencié


ningún momento de intimidad física entre ellos. Nunca le había visto
entrar a su habitación antes de la conversación final. ¿Por qué permitió
que tantos otros participaran de sus favores cuando se los negó a su
legítimo esposo? El marido, cuyas hazañas de dormitorio proporcionaron
forraje para mil historias durante el año que la cuidé. El marido que
perseguía mis sueños e hizo que ese lugar entre mis piernas ardiera de
necesidad.

Puse mis manos en mis mejillas ardientes.

—Sí —admití con firmeza.

—Y aún así, ¿estás dispuesta a entrar en mi casa?

No. Por supuesto que no. Por eso me aventuré a entrar en la


biblioteca. Pero me encontré asintiendo. Movió las piernas para que la
rodilla rozara mi vestido. Su cabeza estaba inclinada hacia atrás, de
modo que descansaba sobre el respaldo del sillón de cuero rojizo. Se veía
totalmente despreciable y absolutamente fascinante.

—No estoy seguro de creerte. —No dije nada. Me sentí culpable,


como si me hubieran atrapado en una mentira—. Me temo que necesitaré
alguna prueba.

—¿Prueba?

—Prueba de que eres apta para trabajar para mí. Requiero cierta
comodidad con la naturaleza sexual. No puedo tener mojigatos en mi
casa. ¿Eres una mojigata, señorita Miranda Brown?

Serie Señores y Amos 02 21


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El brillo diabólico de sus ojos hizo que mis rodillas se debilitaran.


Así era como siempre lo había imaginado en mis fantasías de
medianoche. Por un momento salvaje me pregunté si estaba soñando
todo este encuentro. Me balanceé de un lado a otro.

—Querida, te ves un poco débil —dijo el Marqués—. Tal vez


deberías apoyarte contra esa repisa de atrás.

Miré detrás de mí. Una hermosa repisa de mármol rosa sobresalía


del hogar. Mi ama tenía un gusto por el diseño italiano ornamentado.
Podía apoyarme cómodamente en mis hombros contra ella, pero eso me
alejaría más del Marqués, y descubrí que no quería eso. Agité la cabeza.

—Entonces, ven aquí y ponte entre mis piernas. Prometo


mantenerte erguida —dijo la palabra erguida con una ligera ironía, como
si se refiriera a algo más que a mi postura.

Lo miré con los ojos muy abiertos. Quizás ahora era el momento de
decirle que no trabajaría para él. En vez de eso, di un paso adelante, luego
otro, hasta que me paré entre sus dos largas piernas vestidas de fino
terciopelo granate. Sus botas brillaban a la luz del fuego. Su chaleco
estaba ligeramente abierto, su corbata colgaba a un lado. Su cabello
oscuro caía sobre su frente en olas rebeldes. Nunca había visto al
impecable Marqués en tal desorden.

—¿Os encontráis bien, milord? ¿Queréis que os traiga un tónico?

—No malgastes tu preocupación en mí. Simplemente estoy


brindando por mi pronta esposa fallecida. —Levantó su vaso y tragó más
brandy—. Además, no quiero que te vayas todavía. Aún no he recibido mi
prueba.

—Realmente, milord…

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—No es nada demasiado difícil. No tomará mucho tiempo, es


cuestión de un mero momento.

Emocionados escalofríos recorrieron mi espalda. ¿A qué se refería?


La forma en la que estaba hablando, y mirándome con esos ojos negros
y perezosos tenía que ser traviesa. Otra vez me balanceé, pero me atrapó
entre sus fuertes piernas. A través de mi vestido, a través de sus
pantalones de terciopelo, sentí el calor de él, e hizo que mi cabeza nadara
como si yo hubiera estado bebiendo brandy.

—¿Qu… qué? —susurré.

—Déjame mirarte.

Me estaba mirando. De cerca. Con fuerza. Confusamente.

—Pero, señor, vos estáis…

—Levántate el vestido.

Las palabras tranquilas cayeron en la biblioteca como piedras en


un pozo. Levantar mi vestido. El Marqués quería que le expusiera mi área
privada. Y esa misma región de mi cuerpo parecía latir con el deseo de
hacer precisamente eso. El calor me hormigueaba entre las piernas. Lo
miré fijamente, sintiéndome sonrojada y helada en olas alternas.

Me devolvió la mirada y supe el mensaje. Si quisiera dejar la


biblioteca o su empleo, ahora sería el momento perfecto para hacerlo. Si
decidiera quedarme, bueno, la oscura promesa en su malvada cara no
dejaba ninguna duda de que estaría viajando por un camino hacia nuevos
horizontes sensuales.

El silencio nos retuvo durante largos y punzantes momentos. Sólo


el fuego se inmiscuyó, su chisporroteo resonando en el tumulto que había
dentro de mí.

Serie Señores y Amos 02 23


Juniper Bell Mis tres Amos

Luego bajé las manos a los muslos y agarré la monótona forma de


mi vestido. Él relajó sus piernas, dándome espacio. Amontoné el material,
sacando el dobladillo del suelo. Lentamente, centímetro a centímetro, la
levanté, sintiendo cómo el aire calentado por el fuego tocaba mis tobillos,
luego mis pantorrillas y después mis rodillas. Vi al Marqués devorar cada
nuevo descubrimiento con su mirada hambrienta. Seguramente esto
debía ser un sueño. Seguramente no me estaba desnudado frente al
libertino más notorio de Londres.

Bajo esa mirada insistente y avariciosa, no me detuve hasta que la


mitad de mis muslos quedaron expuestos. Entonces me paré.

—Oh, no —dijo el Marqués con voz áspera—. No te detengas ahí.


Veo ante mí una carne tan formada y tierna, como si una ninfa griega
hubiera invadido mi biblioteca y decidiera atormentarme con su belleza.
Por favor, continúa.

¡Belleza! Habían pasado tantos años desde que alguien había


usado esa palabra conmigo. Era casi tan seductora como el elenco
lujurioso de sus oscuros rasgos, el color oscuro de sus mejillas.

Una sensación de poder me recorrió. En este momento, el Marqués


estaba a mi merced. Apilé más manojos de tela en mis manos y levanté
mi vestido, y mi camisa junto con él, hasta mi cintura. Yo estaba desnuda
bajo eso. El aire agitó el pequeño nido de rizos que ocultaba mis secretos.
Cerré los ojos con fuerza, refugiándome en la bendita oscuridad. Pero
todavía podía sentir su mirada acalorada dirigiéndose a mis regiones
inferiores.

Mi vientre se apretó con una excitación feroz. Sentí que la humedad


se elevaba entre mis piernas. Me moví de un pie a otro en una agonía de
anticipación.

—Voy a tocarte ahora —dijo con firmeza.

Serie Señores y Amos 02 24


Juniper Bell Mis tres Amos

Asentí con la cabeza, a pesar de que él no me había pedido permiso.


Sabía que si quería, podía soltar mis faldas y huir. Pero había estado
esperando tanto tiempo su toque, tantas noches sin dormir me había
imaginado una escena muy parecida a esta. Respiré profundamente y
esperé lo que parecía una eternidad.

Luego un dedo ardió en el mismo lugar que pedía a gritos, que


clamó, por liberarse. Salté y casi dejo caer las faldas.

—Tranquila ahora —murmuró—. Justo lo que sospechaba. Estás


tan mojada y satinada. Cómo me encantaría lamerte hasta que grites. —
¿Lamerme? Mis manos temblaban—. Por no mencionar todas las otras
cosas que tengo en mente. —Pasó sus manos por encima de mis muslos,
mis caderas y el valle tembloroso entre ellas—. Pero no debería
mencionárselas a oídos tan inocentes como los tuyos. —Devolvió su mano
a mi montículo y deslizó su pulgar por el lugar que me hizo saltar—.
¿Alguna vez incluso te has tocado aquí?

Cerré los ojos todavía más fuerte. ¿Cómo había sabido eso?

—Veo que lo haces. Así que sabes la maravilla que sucedería si sigo
frotando tu delicado clítoris. —Así que así es como se llamaba—. ¿Alguna
vez te ha tocado un hombre aquí? Sé sincera ahora. —Me pellizcó el
“clítoris” y di un grito ahogado por el penetrante placer de eso.

—No.

—Una virgen, de pies a cabeza. Las posibilidades son fascinantes.


—El movimiento de su pulgar aumentó. Me tambaleé, pero él me mantuvo
firme con su otra mano—. Quiero verte correrte, justo frente a mí. Será
mi primer acto como tu amo. ¿Me entiendes?

Jadeé ante el cambio en su voz, de calmante a en mando. Asentí


rápidamente. Había escuchado el término “correrse” en la habitación de

Serie Señores y Amos 02 25


Juniper Bell Mis tres Amos

la Marquesa, pero nunca había estado completamente segura de a qué


se refería. Fuera lo que fuera, yo estaba más allá de negarle nada. Mis
miembros temblaban mientras brillantes olas de sensaciones ondulaban
de mi cabeza a mis pies. Mi cuerpo parecía haber tomado el timón,
negándose a escuchar a mi mejor juicio. El hambre y una especie de ávida
curiosidad me dominaban. Yo quería más, lo quería a él, quería las
sensaciones que él estaba despertando con tanta habilidad.

Un dedo sondeó dentro de mí, la sensación tan extraña e intrigante,


sentí que mis tejidos se apretaban contra él.

—Qué dulce eres —murmuró—. Como una fruta tierna que espera
a que la abran. Creo que podría ser el amo perfecto para ti después de
todo.

Con un movimiento rápido y seguro de su pulgar, me caí por el


borde en esa dulce y temblorosa carrera que me proporcionó el único
refugio en mis tristes días. Pero esto era mucho más, mucho más
profundo, más largo y más… extravagante que cualquier otra cosa que
yo pude concederme a mí misma. Agarrada entre sus piernas, me
estremecí y jadeé durante largos e interminables momentos contra su
mano.

—Así es, mi dulzura, córrete para mí, largo y duro, ese es el camino
—canturreó el Marqués.

A medida que descendía de ese increíble pico de placer, la realidad


también descendía como un oscuro velo de vergüenza. Me había
levantado las faldas y me había complacido ante el despreciable Marqués
de Beaumont. ¿Qué clase de persona era yo?

Me aparté de su agarre y huí hacia la puerta, que todavía estaba


abierta. Cualquiera podría haber entrado, y yo no me habría dado cuenta,
perdida en mi ilícita pasión.

Serie Señores y Amos 02 26


Juniper Bell Mis tres Amos

El Marqués me llamó, pero yo lo ignoré. Me lancé por el pasillo y


subí las escaleras. No se atrevería a entrar en la alcoba de la Marquesa
sin invitación, así que sabía que estaba a salvo en mi pequeño cubículo.
Tan pronto como la puerta se cerró detrás de mí, empecé a recoger mis
cosas. Me quedaría hasta que la Marquesa muriera, y luego me iría. Si
tuviera suerte, nunca tendría que ver al Marqués, nunca tendría que
enfrentarme al lado lujurioso de mí misma que él había expuesto tan
despiadadamente.

*****

Dorchester House, sala de estar de Lady Alicia


Una semana después
Lady Alicia, la Condesa de Dorchester, sostuvo a su bebé de seis
meses de edad sobre una rodilla y la hizo rebotar de arriba abajo.

—¿Seguro que no quieres besarla? Es una mujer, después de todo.


—Ella le dio a su huésped una sonrisa deslumbrantemente traviesa.

El Marqués de Beaumont se estremeció.

—No lo creo, querida, aunque admito que tu nueva hija ha traído


un resplandor todavía mayor a tu hermoso rostro.

—Nunca pensé que sería tan feliz —dijo ella simplemente—. Ojalá
todos pudieran serlo.

—Puedes tacharme de esa lista en particular —dijo amargamente.

—No has mencionado la muerte de la Marquesa —continuó Lady


Alicia.

—¿No lo he hecho?

Serie Señores y Amos 02 27


Juniper Bell Mis tres Amos

—No, no lo has hecho. Y lo encuentro extraño. —Alicia nunca había


sido una persona que se avergonzara de la verdad. Su franca honestidad
había llamado su atención cuando ella era poco más que un aniña. Ella
no había cambiado ni un ápice desde entonces.

—¿Por qué deberías encontrar algo extraño en mí después de todo


lo que hemos pasado?

—¿Te entristece su muerte? ¿Te alegra? Vamos, Gerard, no tienes


por qué tener pelos en la lengua conmigo.

El Marqués se puso de pie y se acercó a una botella de coñac que


esperaba en una bandeja bien ordenada.

—¿Debes extraer siempre las emociones de un hombre como si


estuvieras sacando un diente podrido?

—Si necesitas brandy para amortiguar la sensación, sírvete tú


mismo.

—Excelente idea. —Se sirvió una copa llena y miró el líquido ámbar.
Los ojos de Miranda eran unos pocos tonos más marrones que este
brandy, y su pelo… Con repentina claridad, él sabía que su pelo no era
marrón como el cuero. Ella lo tiñó. Se giró para enfrentarse a Alicia—.
Estoy perplejo.

—¿Perplejo? —Alicia tiró de la campana. Un momento después


apareció una niñera canosa. Alicia le entregó la niña y ella se fue
cojeando.

—Un poco demasiado mayor para estar cuidando a un bebé, ¿no


es así?

—¿Estás intentando distraerme? No funcionará. ¿Por qué estás


perplejo?

Serie Señores y Amos 02 28


Juniper Bell Mis tres Amos

—Porque parece que he heredado algo de mi esposa. A alguien, para


ser exactos. Una chica.

—Una chica. ¿Una niña?

—Nada de eso. —Tenía razones para saber que Miranda había


crecido de la manera más completa y deliciosa—. Ella cuidó a la
Marquesa durante su enfermedad final y apenas la escuché decir diez
palabras en todo el tiempo. Y sin embargo…

—¿Y sin embargo? —Lady Alicia levantó una ceja. Todos ellos
sabían que ella y el Marqués tenían un vínculo especial, que iba de la
mano de su afinidad sexual.

—Ella me fascina. Hay un secreto ahí, quizás más de uno. Tiene


una aterradora cicatriz que se extiende a lo largo de su cara, desde la
línea del cabello hasta la mandíbula. Es casi del púrpura de una
berenjena, y está levantada, cruel e hinchada. Al principio era difícil
mirarla. Casi no me di cuenta del dulce cuerpo que se esconde bajo su
uniforme de enfermera. Pero…

Alicia estalló en una alegre carcajada.

—Sólo tú, Gerard. Sólo tú podrías codiciar a la enfermera del lecho


de muerte de tu esposa.

Gerard no se molestó en parecer avergonzado.

—No sólo la deseo. Estoy intrigado. Quiero saber sus secretos.


¿Quién la marcó? No puede tener más de veinte años. ¿Por qué una mujer
tan joven trabaja como enfermera? ¿Cómo fue capaz de inspirar lealtad
en una mujer tan dura como Angelique?

—Veinte… —murmuró Alicia.

Serie Señores y Amos 02 29


Juniper Bell Mis tres Amos

—Si acaso. Ella es dolorosamente joven, pero tiene una mirada en


sus ojos como si hubiera vivido diez vidas. Y sin embargo, no veo ninguna
amargura allí. A pesar de lo malhumorada y caprichosa como Angelique
podría ser, nunca la vi perder la paciencia, ni decir una palabra cortante.
¿De dónde viene ese temperamento?

—Estás fascinado.

—Supongo que lo estoy. Pero sobre todo, quiero protegerla. Me


alegré cuando la Marquesa me pidió que la cuidara. Pero ella… Bueno,
huyó de mí. —Extrañamente, descubrió que no quería compartir el
recuerdo de ese encuentro en la biblioteca, borroso por la bebida tal como
estaba. Quería reflexionar un poco más y revivir la deliciosa forma en que
ella se había corrido a través de su mano—. Ella probablemente piensa
que soy un villano libertino.

Alicia se puso de pie y se acercó a él. Le ahuecó la cara en sus


manos. Inhaló el aroma de la hierba del prado que siempre flotaba sobre
el cabello de ella.

—Sé que tus días más pecaminosos han quedado atrás. Porque no
has corrompido a una virgen desde mi luna de miel.

Su pulso se aceleró. ¿Había vuelto el lujurioso apetito de Alicia? No


habían disfrutado de sus actividades escandalosas en bastante tiempo.
Él le agarró la muñeca.

—No juegues conmigo, chérie. Estoy demasiado privado para


tolerarlo.

—No jugueteando. Ven a vernos esta noche. El Duque regresará de


su viaje a Sussex. El Conde está de cacería en Northumberland, así que
sólo seremos nosotros. —Se frotó la cabeza, como un gato, contra su

Serie Señores y Amos 02 30


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solapa, ronroneando bastante mientras lo hacía—. Y puede que yo tenga


una solución para ti.

Serie Señores y Amos 02 31


Juniper Bell Mis tres Amos

Capítulo Tres
Dorchester House, dormitorio principal
Esa noche
Si sólo la sociedad supiera realmente lo que pasaba tras las puertas
cerradas de la alcoba de la Condesa de Dorchester. Los rumores eran
abundantes, por supuesto. Parecía que el Duque pasaba más tiempo en
la residencia del Conde que en la suya propia. El hecho de que fueran
primos lejanos, y el Duque de Warrington hubiera nombrado heredero al
Conde de Dorchester hace mucho tiempo, no hizo nada para responder
a los persistentes susurros.

Dicen que el Conde ama a su nueva esposa casi tanto como a sus
establos.

Y su cama está más ocupada que los establos.

Con tres señores yendo y viniendo, no es de extrañar. ¿Pero de quién


es el niño?

Apostaría por el Duque.

Diez libras por el Conde.

El Marqués es una posibilidad remota, por supuesto.

Ofrezco mil libras a cualquier hombre que se atreva a hacerle esa


pregunta a cualquiera de los tres señores.

¿Cuántos chismosos de la sociedad pagarían mil libras por ver el


interior de la alcoba de Lady Alicia ahora? La enorme cama estaba
arrugada, su ropa de cama totalmente desordenada. Alicia estaba puesta

Serie Señores y Amos 02 32


Juniper Bell Mis tres Amos

a cuatro patas, a horcajadas sobre el cuerpo del Duque de Warrington.


Completamente desnuda y jadeando, ella se retiró el cabello dorado y
húmedo de su cara. Se estaba interponiendo en el camino de su ávida
lengua, que lamía la polla del Duque de Warrington de una manara voraz
que hizo que la vara del Marqués se endureciera todavía más. Los ojos
del Duque estaban medio cerrados, revelando solo una pequeña franja
de color verde que se mostraba a través de ellos.

El Marqués comía la vista de los ondulantes músculos del Duque


y de la poderosa y sobresaliente polla, tan grande que Alicia no podía
contenerla en su pequeña boca. Él había deseado al Duque durante tanto
tiempo; pero sólo una vez que Alicia se había enamorado del Duque, y él
de ella, el Marqués había podido vivir su fantasía.

Unas gotas de sudor salpicaban la frente del Duque, sin duda


debido al esfuerzo de contenerse para no explotar en la dulce boca de
Alicia.

—Cristo, mi amor —gimió—. Ha pasado mucho tiempo. No puedo


durar.

—Marqués —murmuró Alicia a través de su boca llena de


virilidad—. Date prisa, te lo ruego.

¿A qué estaba esperando? El Marqués se acomodó en el colchón


detrás de ella, admirando sus piernas separadas y el coño que lloraba
por atención. Suavemente tocó los rosados y tiernos labios. Ella saltó en
respuesta, su trasero tembloroso, el agujero arrugado haciéndole señas.
Este era su territorio, y él se deleitaba en él. Le tocó el coño, sintiendo
que sus dulces jugos se calentaban y su cuerpo se tambaleaba. Dios, ella
estaba lista, más que lista. Aumentó el ritmo de su frotamiento mientras
ella gemía y le empujaba hacia él el trasero.

Serie Señores y Amos 02 33


Juniper Bell Mis tres Amos

—¿Qué quieres, gatita? Has estado anhelando esto, ¿no es así,


pedacito codicioso?

Su frenesí solo aumentó con su tono oscuro y sucio. Él la azotó en


una deliciosa mejilla, y luego en la otra. Un ruido agudo vino del área de
la polla del Duque. El Duque apretó la mandíbula, su cuerpo se volvió
rígido. El Marqués conocía las señales; el Duque estaba tan cerca que
una succión fuerte lo haría volar.

Alicia también lo sabía; levantó su cabeza de la polla del Duque,


que sobresalía enorme y reluciente en el aire vacío. El Duque emitió un
profundo gemido de sufrimiento. Alicia miró por encima del hombro al
Marqués con unos ojos grandes y suplicantes. Esos ojos… De repente vio
la cara de Miranda donde debería estar Alicia. Unos ojos teñidos de té, y
pestañas aferradas de marta, rogándole que la follara fuerte, que la
hiciera gritar.

La chica lo estaba acechando.

Sumergió dos dedos en el coño de Alicia, y luego usó su propia


crema para lubricar su agujero posterior. Insertó un dedo dentro,
sintiendo que el borde se tensaba y luego se relajaba. No había pasado
tanto tiempo, después de todo.

—Adelante —ordenó Alicia y, temblando, ella se movió más arriba


sobre el cuerpo del Duque, de modo que su polla en alza, tan fuerte que
las venas sobresalían, alcanzó su coño. Las manos del Duque temblaban
al agarrarle las caderas y presionar su pequeño y caliente nudo con su
pulgar.

Ella gritó, explotando al toque del Duque. El Marqués se encontró


con la mirada del Duque sobre el temblor de Alicia.

—No la dejes ir hasta que esté a medio camino del olvido —dijo.

Serie Señores y Amos 02 34


Juniper Bell Mis tres Amos

El Duque agitó la cabeza con un tembloroso intento de reírse.

—Yo lo sé mejor. Ahora hazlo, hombre.

La penetraron simultáneamente. Como dos hombres con un solo


pensamiento, perforaron su cuerpo caliente y tembloroso. Alicia hizo un
sonido ahogado; su pecho se derrumbó sobre el del Duque. Gerard siguió
adelante, sintiendo la renuncia de sus músculos traseros. Sintió el
deslizamiento del pene del Duque a través de sus paredes, sintió cómo
los locos temblores corrían por el pasaje de Alicia. Sus cortos y agudos
gritos le llegaron a través del rugido de sangre en sus oídos.

—Tan bueno —seguía sollozando ella—. Tan bueno, tan bueno.

—Jódenos —gruñó el Marqués—. Fóllanos duro.

Un rugido se arrancó de la garganta del Duque. Su cuerpo se


arqueó en una curva tan tensa y desgarradora que hizo gemir al Marqués.
Su propio orgasmo estalló en una eyaculación incontrolable mientras se
enterraba hasta las pelotas. Se aferró a sus hombros, dejando que el
cálido pulso del éxtasis lo bañara, lo llevara a través de brillantes olas y
nubes que se elevaban a una tierra lejana y pura. En sus orillas esperaba
una figura, quieta e inocente. Ella se volvió para saludarlo y él vio su
cicatriz.

A la mañana siguiente, llegó un mensajero con la noticia de que la


señorita Miranda Brown había desaparecido.

*****

Las calles de Londres, dos días después

No estaba segura de por qué se había ido en medio de la noche.


Seguramente el Marqués de Beaumont se sentiría aliviado de que ella no

Serie Señores y Amos 02 35


Juniper Bell Mis tres Amos

sería su responsabilidad. Tal vez él se había sentido repelido por lo que


había sucedido entre nosotros. ¿Qué temía yo, que viniera a por mí? ¿Que
me tomara en sus brazos y me hiciera más cosas malas?

¿O era “miedo” la palabra equivocada? ¿Deseaba en secreto


exactamente eso?

Sabía cómo desaparecer en las oscuras calles de Londres, cómo


mantenerme en los callejones y encogerme contra las paredes. Esa
primera noche lo hice, pero después de eso me di una estricta
conferencia. El Marqués no te persigue. Está en su club, o apostando, o
en un burdel, o lo que sea que hagan los nobles disolutos cuando sus
odiadas esposas mueren. O quizás las acusaciones de la Marquesa eran
ciertas y él estaba haciendo cosas inimaginables con otros tres miembros
de la ruin aristocracia.

Mi tutor había sido miembro de esa clase, al igual que yo, así que
tenía buenas razones para usar tales palabras.

Dormí dos noches en la puerta de una carnicería y una botica,


respectivamente. Quería guardar mis preciosas monedas para una
pensión una vez que decidiera dónde vivir. Mi pequeño alijo no duraría
mucho tiempo, así que tendría que encontrar un nuevo empleo lo antes
posible. Al día siguiente, envuelta en mi capa marrón, escondiendo mi
cara, me dirigí al Hospital para los Criminalmente Locos. Había oído que
era tan terrible que contrataban a casi todo el mundo, tal vez incluso a
una chica con una cicatriz lo suficientemente fea como para asustar a un
fantasma, y mucho más a un lunático.

La capacidad de atender a los pacientes para que volvieran a sanar


proporcionó el único propósito de mi vida. El Marqués no necesitaba una
enfermera, a menos que fuera para curar su alma ennegrecida. Pero eso
requería más que una simple chica.

Serie Señores y Amos 02 36


Juniper Bell Mis tres Amos

El hospital estaba ubicado en uno de los barrios más sucios de


Londres. El hedor a fruta podrida y orina surgió de las calles. Los niños
mendigos correteaban de un lado a otro, convergiendo ocasionalmente en
un recién llegado. Me rodearon hasta que les expuse mi cicatriz con un
gruñido, y luego se dispersaron.

Mi defecto tenía sus usos.

Esperé a que pasara un jinete y luego un multitud de jóvenes


chillando y gritando. Al otro lado de la calle asomaba un gran edificio de
ladrillos con rejas de hierro en las ventanas. Tal vez fue mi imaginación,
pero me pareció oír voces gimiendo y aullando en el interior. Incluso los
criminales dementes merecen sanadores, me dije, y enderecé mi columna
vertebral. Sólo ve, da un paso adelante, llama a la puerta y pide ver al
director. Levanté un pie, respiré profundamente y me encontré girando
en la dirección opuesta gracias a una mano firme en mi brazo.

Me quedé boquiabierta al ver al Marqués.

—¿Qué crees que estás haciendo? —Me gruñó.

—Bu... buscando empleo —tartamudeé.

—Bobadas. Tú vienes conmigo. —Todavía no me había soltado el


brazo, y ahora procedió a tirar de mí hacia su carruaje, un brillante coche
negro con un par de caballos igualmente negros.

Clavé mis tacones en los adoquines rotos.

—No, no lo hago. —Traté de apartar mi brazo de su agarre, pero su


fuerza era demasiado para mí.

El Marqués se giró para mirarme. Me miró de arriba a abajo con


los ojos entrecerrados que me hicieron temblar.

Serie Señores y Amos 02 37


Juniper Bell Mis tres Amos

—Prometí cuidarte. Nunca rompo mis promesas. Todo el mundo lo


sabe.

—No pedí ninguna promesa.

—Eso es irrelevante.

—¿Cómo puede ser irrelevante? —En mi indignación, usé mi voz


normal, en la que había sido criada, en lugar de mi voz de sirviente—.
Podéis considerar que vuestro deber ha sido cumplido, ya que tengo la
intención de cuidar de mí misma. No tenéis por qué preocuparos.

Si se dio cuenta de mi acento arrogante, no dio ninguna indicación.

—Me temo que no puedo aceptar eso, ya que te encuentro a punto


de entrar en el Hospital para los Criminalmente Locos. Yo no llamaría a
eso cuidar de ti misma. Aunque debo decir que el tiempo que dedicaste a
cuidar a mi esposa puede calificar para tal trabajo.

Ignoré el insulto a mi antigua ama. Sabía que probablemente ella


se lo merecía, y que ella se habría reído alegremente de su ocurrencia.

—He estado en situaciones peores.

—Como bien sé.

—No me refiero a vuestra esposa.

—No, eres demasiado amable para hacer eso. Por eso no puedo
dejarte entrar en ese edificio.

—¿Perdón?

El Marqués levantó una mano hacia mi mejilla buena. Yo retrocedí.


Pero no me lastimó, sólo me ahuecó la cara con su mano. Fijó sus
brillantes ojos negros en mí. La intensidad de su mirada hacía temblar

Serie Señores y Amos 02 38


Juniper Bell Mis tres Amos

mis rodillas. Al Marqués no se le podía llamar un hombre guapo, pero a


mí siempre me había resultado imposible ignorar su presencia.

—Tú, querida —dijo en voz baja—, tienes un corazón bondadoso y


una inocencia que me niego a ver destruida. Puedes pensar en mí como
el más negro de los villanos, pero ahora mismo considérame tu defensor
y guardián.

Guardián.

Poco sabía él de la mala elección de palabras que había hecho. Me


di la vuelta y me lancé por la calle en dirección opuesta. Él maldijo en voz
alta y sus pasos resonaron detrás de mí en la áspera superficie de la calle.
No tenía oportunidad de escapar, pero di todo lo que tenía. Esquivé entre
la multitud, esperando desaparecer entre las sucias masas. Corrí hacia
callejones retorcidos, estrechos y apestosos. Y aún así, esos pasos me
persiguieron.

Finalmente me alcanzó en una esquina húmeda y llena de basura.


Los gatos callejeros aullaban y saltaban de la basura. Una rata corrió
hacia la oscuridad. Y un elegante caballero puso su mano sobre mi
hombro y me giró para enfrentar su rostro jadeante.

—No estoy acostumbrado a trabajar tan duro por una mujer —dijo,
casi tan sin aliento como yo.

—Yo… no puedo… ir con vos —jadeé.

—¿Por qué no?

—Porque… tengo miedo.

—Estoy seguro de que lo tienes. —Sacó un pañuelo y se limpió la


frente oscura—. Y yo no ayudé con mis acciones en la biblioteca. Sí, soy
un réprobo. Mis apetitos sexuales son legendarios. Me deleito con el

Serie Señores y Amos 02 39


Juniper Bell Mis tres Amos

potencial sensual de las mujeres y los hombres. He follado alegremente y


sin piedad desde los doce años. No me disculpo por nada de eso. Pero,
¿crees que estoy mucho más allá de la redención, que tocaría a una mujer
que no me desea? —Mi mirada vaciló. No era eso, precisamente—. Sabes
que nunca rompo mis promesas. Y prometo que nunca volveré a tocarte
a menos que tú quieras que lo haga.

Ahí estaba. El verdadero problema. Yo ya quería que lo hiciera, pero


no podía dejar que él lo supiera. No sabía lo que decía mi deseo de mí,
pero me asustaba.

—Además —continúo—. ¿Qué te hace pensar que trabajarías para


mí? No necesito una enfermera.

Mi cabeza se levantó de golpe ante eso. Pensé exactamente lo


mismo, y de alguna manera llegué a la conclusión de que terminaría en
el harén de iniquidad del Marqués.

—¿Qué…? ¿Dónde…?

—Mis queridos amigos, el Conde y la Condesa de Dorchester tienen


un nuevo bebé cuya nodriza está a punto de criar malvas. Son devotos
de la vieja bruja, pero necesitan refuerzos. Piensa en ello. Allá atrás
estarías atendiendo a un número incalculable de peligrosos
energúmenos. Si vienes conmigo, tendrás a cargo a una niña muy dulce.
No siempre tiene un olor dulce, pero sí más fragante que cualquiera en
esta zona.

Se llevó el pañuelo a la nariz con exagerado disgusto. El encaje cayó


de sus muñecas; parecía la imagen de un aristócrata ofendido. Uno
nunca diría que hace varios minutos había estado corriendo por las calles
como un futbolista.

Serie Señores y Amos 02 40


Juniper Bell Mis tres Amos

Me reí. Sí, me reí. Yo, que no me había reído desde los dieciséis
años, me reí al ver el gesto de exquisita repulsión del Marqués.

Un destello impío iluminó sus ojos, y de repente éramos


conspiradores. Igual que nuestra apreciación de lo absurdo. Nunca había
tenido tal sentimiento en presencia de un hombre, y ciertamente nunca
esperé sentirlo con el Marqués. Él me sonrió, con una sonrisa completa
y directa, a diferencia de su habitual sonrisa cínica.

Se me ocurrió, en ese momento, que su mirada no se había


desviado ni una vez hacia mi cicatriz, como lo hacía la de la mayoría de
la gente. De hecho, yo lo había olvidado hasta ese momento.

Dejé de reírme.

—Tenéis unas muy buenas razones, mi señor. Tal vez me precipité


un poco en mis acciones.

—¿Entonces vendrás conmigo a Sussex?

—¿Sussex?

—Se han ido a su finca campestre por el resto de la Temporada.

Pensé en su oferta. Me vinieron imágenes a la mente: un bebé


cacareando de risa, el aroma puro del agua de baño corriendo por un
cuerpo regordete, la suavidad plumosa de una manta de bebé recién
lavada. No sabía de dónde venían esas imágenes; no había tenido
experiencia con bebés desde que dejé la guarida del Vizconde Vicioso, y
ninguno que recordara antes. Quizás mi propia infancia me habló en ese
momento.

—Sí. Iré.

Serie Señores y Amos 02 41


Juniper Bell Mis tres Amos

—Bien —dijo enérgicamente—. Entonces no habré arruinado mis


botas e incurrido en la ira eterna de mi ayuda de cámara por nada.

Me reí de nuevo. Señor todopoderoso, se estaba convirtiendo en


una epidemia para mí.

—Tengo dos cosas más, por así decirlo —añadió el Marqués


mientras extendía el codo para ayudarme como si yo fuera una dama de
verdad.

—Muy bien. —Coloqué tímidamente mi mano en la curva de su


brazo, sintiendo que los músculos duros se movían bajo mi tacto. Mi
repentina conciencia de su físico me mareó un poco.

—Primero, debes saber que Dorchester y su Condesa son muy


buenos amigos míos. Estoy lejos de ser un extraño en su casa. Así que si
tu objetivo es evitar verme para siempre, quizás quieras reconsiderar tu
elección.

Me quedé callada durante unos pasos.

—¿Y la otra cosa?

—Me gustaría pedirte que te abstengas de asumir el acento de las


clases bajas. No es que yo tenga ninguna objeción, pero claramente no es
tu discurso natural. Te prometo que los Dorchester no harán preguntas.
Ni el Duque de Warrington.

La rareza de la inclusión del Duque se vio ensombrecida por mi


confusión al haberme traicionado a mí misma tan profundamente.

—Yo… Eso es…

Él levantó una mano.

Serie Señores y Amos 02 42


Juniper Bell Mis tres Amos

—No estoy pidiendo explicaciones. Si decides compartir tus


secretos conmigo, ten en cuenta que siempre estarán a salvo. Pero no
tengo la intención de entrometerme en tu privacidad. Ahora. ¿Todavía
estás dispuesta a aceptar un empleo en Sweetbriar?

Sweetbriar3. Incluso el nombre sonaba como un paraíso


increíblemente precioso. Pero aún así te encontrarías con el Marqués,
advirtió mi lado sensato. Sí, seguiré viendo al Marqués, otra parte de mí
se regocijaba.

Siempre he sido una chica atrevida. Mis problemas comenzaron


con el incumplimiento de las reglas. Una vez que me obligaron a
abandonar mi hogar, mi audacia fue la cualidad que me mantuvo viva.
Una vez más, gobernó mis acciones.

—Sí, me encantaría aceptar vuestra oferta de empleo.

—Excelente. —Chasqueó los dedos y, aparentemente de la nada,


su carruaje se adentró en el callejón, el carruaje que me llevaría hasta mi
nuevo amo.

*****

Sussex, Sweetbriar Manor


Dos días después
Lady Alicia entró en la sala de estar y cerró cuidadosamente la
puerta detrás de ella.

—¿Y bien? —El Marqués no estaba acostumbrado a estar tan


nervioso.

Él captó su mirada especulativa.

3
N. T.: Rosa de cuatro pétalos, también llamada Eglanteria.

Serie Señores y Amos 02 43


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—Ella no es tu tipo habitual.

—No tengo un tipo habitual —gruñó—. Y no está aquí para llevarla


a la cama. Está aquí por tu mocosa. ¿Se llevaron bien entre ellas?

Ella respondió lentamente.

—Podría ver que ella estaba nerviosa. Me dijo que no había pasado
mucho tiempo con bebés, aunque había ayudado a que nacieran algunos.
Me sorprende el alcance de su experiencia para una chica de diecinueve
años que fue claramente criada suavemente.

—¿Diecinueve? ¿Ella te dijo eso?

—En efecto. Es una pregunta perfectamente razonable para un


nuevo empleador.

—Supongo que lo es.

Alicia se dirigió a la silla donde había dejado su bastidor de


bordado. Ahora que ella tenía un hijo, a menudo la pillaba haciendo
tareas domésticas que antes despreciaba.

—¿Qué sabes de ella?

—Muy poco. Sólo lo que me dijo Angelique, y la mayor parte de eso


probablemente sea falso.

—Ella es muy cautelosa. ¿Alguna vez te ha explicado la cicatriz?

—No a mí. Y, Alicia, prométeme que no sacarás el tema.

—Ella ya lo hizo.

La boca del Marqués se retorció sin gracia, lo que habría aturdido


a los miembros de su club.

Serie Señores y Amos 02 44


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—¿Qué dijo ella?

—Estaba aterrorizada de que el bebé llorara al verla.

Algo se agitó en lo profundo del pecho del Marqués. Rabia o piedad,


o alguna mezcla; aunque se recordó a sí mismo que Miranda nunca había
pedido piedad.

—¿Y?

—Ni una palabra. La corderita le sonrió como si fuera un ángel que


pasaba por allí.

—¿Y Miranda?

—La abrazó como si fuera el propio querubín de Dios. Creo que es


una pareja hecha en el cielo.

El Marqués se relajó contra el respaldo acolchado de la silla. De


repente, todo en la habitación se veía más clara. El ramo de narcisos que
había traído para Alicia brillaba como el sol de verano. Las pastorcitas
danzantes del papel pintado lila se volvieron caprichosas en lugar de
tontas. Una sonrisa apareció en sus labios.

—Estoy aliviado. Ya fue bastante difícil conseguir que ella viniera


aquí. No sé qué habría hecho si el bebé se hubiera apartado de ella, o
viceversa.

—Pero, querido —dijo Alicia, con el ceño fruncido y arrugado,


perpleja—. ¿Por qué te importa tanto? Siempre puedes dotarla con una
suma de dinero y dejarla ir. Ese sería el curso lógico de acción.

—Una suma de dinero no la cuidaría. No cuidaría de que nadie la


lastime o insulte. No abrirá ese corazón cerrado y revelará sus secretos.

Alicia lo miró.

Serie Señores y Amos 02 45


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—¿Sientes algo por esa chica?

—Por supuesto que no.

—Mientes.

—Tengo… sentimientos de protección hacia ella. Ella es… frágil.


Vulnerable.

Alicia resopló sin delicadeza.

—Se ha estado cuidando muy bien sin ti.

—Sí, pero… está fuera de lugar. No debería ser la esclava de gente


desagradecida como mi esposa. Ella es mejor que eso. Más sensible.

—Me rindo —dijo Alicia, dejando a un lado su bordado.

—Me pareció que eso se veía bastante bien.

—Eso no, idiota. De ti. Dices que no tienes sentimientos, luego


dices que tienes sentimientos protectores, no algo por lo que eres
conocido, y luego hablas de ella como si fuera un pedazo de cristal de
valor incalculable. ¿Qué voy a pensar?

—Piensa lo que quieras. Pero necesito tu ayuda.

—¿Cómo es eso?

—Trabajará para ti. La verás en los momentos más desprotegidos.


Puedes… ablandarla hacia mí. Hacerle ver que no soy Barba Azul y Atila
el Huno juntos.

Alicia se llevó un dedo a los labios.

—Quieres que la seduzca para ti.

Serie Señores y Amos 02 46


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—No dije nada por el estilo.

—Pero te conozco, querido Gerard. Nunca te he visto comportarte


con una mujer como lo haces con ella. La miras con una especie de sed,
como si pudiera lavar todos tus pecados. Veo la mirada en tus ojos. La
quieres.

—Basta. Le prometí que no la tocaría a menos que ella lo deseara.

Una amplia sonrisa cruzó la cara abierta y los ojos muy amplios de
Alicia.

—Todo aclarado. Deseas que yo haga que ella lo desee.

—¿Podrías?

Se echó a reír a carcajadas.

—Oh, mi querido e iluso hombre. Algún… instinto me dice que ella


ya lo hace.

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Capítulo Cuatro
Sweetbriar Manor, la habitación de la niñera.
La cámara que la Condesa de Dorchester me asignó era similar a
mi idea del cielo. En Beaumont House dormí en la recámara de Milady,
sobre un palé de madera dura. Aquí me dieron una cama adecuada en
una habitación contigua a la guardería. Estaba cubierta por un colchón
de plumas tan grueso que deseaba saltar sobre él como un niño. Fue
difícil para mí prestar atención al resto de las palabras de la Condesa.

—Cualquiera que llegue a nosotros a través del Marqués es un


amigo —decía ella mientras ponía a Rose, su bebé, en su cadera. Yo sabía
poco sobre el cuidado de bebés, pero siempre pensé que las mujeres de
alta alcurnia dejaban ese trabajo para las sirvientas. La Condesa de
Dorchester parecía ser inusual en muchos sentidos.

—Oh, pero yo no…

—Tengo entendido que trabajabas para su difunta esposa. —Una


expresión casi como de lástima cruzó su cara—. Una mujer fascinante,
que en paz descanse.

—Sí, milady.

Se dirigió a la pequeña ventana que daba a los jardines formales, a


un lado de la casa. Este fue un regalo que me prometí a mí misma una
vez que estuviera sola. Quería contemplar el tumulto de rosas rosadas y
el intrincado seto de boj hasta llenar mi corazón.

—No somos una familia común, Miranda. Tenemos nuestras


propias maneras de hacer las cosas. No nos quedamos mucho en las
ceremonias, aunque cuando estamos en Londres nadie encontraría

Serie Señores y Amos 02 48


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motivos para quejarse. Pero aquí, en el campo, en este hermoso lugar,


nos permitimos rendirnos a la belleza en todas partes de alrededor y de
dentro de nosotros.

Asentí con la cabeza, aunque no estaba segura de a qué se refería.


Rendirse, qué extraña elección de palabras. Pero “extraño” parecía ser el
tema de la casa de los Dorchester. Extraño pero entrañable. Tan pronto
como vi a la Condesa, descarté los rumores que la Marquesa me había
repetido. No se veía tan escandalosa. Su cabello, la sombra del trigo
otoñal, estaba peinado con un estilo sencillo y práctico. Llevaba un
vestido de muselina melocotón con punto de cruz blanco alrededor del
escote. La hacía parecer fresca como un paseo por el campo. Su cara
abierta, en forma de corazón y los ojos tan grises que se encontraban con
los míos tan directamente la hacían parecer totalmente digna de
confianza. Todo en ella era franco, abierto, cálido… honesto. Si la hubiera
conocido antes de mi huida, la habría admirado como a una prima mayor
o algo así.

Ella no había mencionado el hecho de que yo hablaba como ella.


Intenté hablar lo menos posible para que ella no se diera cuenta de que
no sonaba como una sirviente. Si lo hizo, no dijo nada.

—¿Tienes alguna pregunta que quieras hacerme? —preguntó,


levantando la vista desde la ventana.

Me quedé boquiabierta. El ama de llaves debería mostrarme el


lugar y explicarme mis deberes. La idea de que una niñera le hiciera
preguntas a una Condesa parecía absurda.

—No, milady.

—Siempre puedes preguntarle a Graham, por supuesto. Ella lo


sabe todo y estará realmente agradecida por una mano amiga. Pero
quiero que te sientas libre de hablar conmigo también. —Me ofreció una

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sonrisa íntima y confiada—. Crecí con nada más que hermanos varones,
y siempre estoy agradecida por la compañía femenina aquí en el campo.

Simplemente asentí como si fuera un autómata. ¿De qué demonios


podría estar hablando? No íbamos a tomar té juntas y a chismorrear
sobre la nobleza local. ¿Íbamos a hacerlo?

La rareza de la casa de los Dorchester me llegó a la mente en las


próximas semanas. El Conde, que técnicamente era mi amo, rara vez
residía en el lugar. Cuando apareció, sopló en la casa como una ráfaga
de viento del norte, sano y vigoroso, gritando pidiendo a su caballerizo o
anunciando la noticia de su última adquisición de caballos. Era un tipo
guapo, con los ojos azules más brillantes que jamás había visto. Parecía
que él y la Condesa se trataban como viejos amigos; yo habría dicho como
hermano y hermana, salvo que vi al Conde con su mano en el trasero de
ella. Sin embargo, nunca se quedó más de una noche antes de irse a una
partida de caza o a una subasta de caballos.

En mi vida anterior, los caballos habían sido mi pasión, así que


sentí cierta afinidad con el Conde. Y como empleador, difícilmente se le
puede culpar. Sus únicas palabras fueron:

—Bienvenida a Sweetbriar y sigue con el buen trabajo. —Apenas


un amo estricto.

El Duque de Warrington, por otro lado, parecía estar en compañía


de la Condesa la mayoría de las veces. Sabía que no era probable que los
matrimonios aristocráticos fueran compatibles con el amor. Pero, ¿cómo
de usual era que la esposa pasara más tiempo con otro que con su
esposo? ¿O con dos nobles? El Marqués y el Duque estaban presentes
más que el Conde, aunque al principio vi poco al Marqués.

Si dudaba de los sentimientos del Conde por Lady Alicia, no podía


confundir los del Duque. Claramente estaba completamente enamorado

Serie Señores y Amos 02 50


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de la Condesa, y ella de él. Otros podrían no haber notado todas las


pequeñas sonrisas, toques y susurros. Pero yo, tan a menudo en estrecha
relación con ellos, no podía perderme el flujo constante de comunicación
entre ellos. También pasó mucho tiempo con la pequeña Rose, y parecía
completamente familiarizado con la rutina de la guardería. A menudo
recibía órdenes de él. ¿Eso lo convirtió en mi amo más que al Conde?

El Duque era tan guapo como el Conde, aunque diez años mayor.
Tenía el pelo castaño grueso y unos ojos devastadores, el verde profundo
del musgo en un claro del bosque. Ciertamente podía ver por qué la
Condesa estaba tan embelesada con él, aunque para mí en secreto,
admití que el Marqués era el que siempre captaba mi atención.

Qué pedazo de tonta era yo. Como si importara cuál de los tres
finos nobles me gustara más. Yo estaba allí para servir, ya sea a un amo
o a tres.

*****

Las extrañas actividades de la casa se me aclararon unas cuantas


veladas más tarde. Yo estaba meciendo a la pequeña Rose en su cuna. El
bebé parpadeó contenta hacia mí, como lo hacía cuando estaba luchando
contra el sueño con todas sus fuerzas.

Le pasé un dedo por debajo de su barbilla y canté suavemente.

—Donde crece la hierba del prado, sólo el ratón del campo sabe,
donde se reúne el ganso verde, sólo el cazador dice…

Lentos pero seguros, los párpados de Rose se cerraron. Cuando


estuvo dormida, le coloqué la manta a su alrededor. Entonces oí la voz
de Lady Alicia hablar en voz baja desde la puerta.

—¿De dónde sacaste una canción de cuna tan inusual?

Serie Señores y Amos 02 51


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Levanté la vista, sorprendida de su silencioso acercamiento.

—Creo que yo misma debí oírla, cuando era niña. Puede que no
recuerde las palabras correctamente. Lo del ganso verde parece poco
probable.

El Marqués habría estado satisfecho; hablé con mi acento natural,


el que me habían enseñado. Ni un solo miembro de la familia lo había
comentado.

—¿Dónde te criaste? —preguntó Milady.

Por mucho que la adorara, prefería mantener ciertas cosas en


privado.

—En el norte —dije, tan abruptamente, para no alentar más


preguntas—. ¿La dejamos dormir una siesta, milady?

—Sí, por favor. Tengo un regalo para ti.

Mis ojos se abrieron de par en par, me puse en pie.

—No necesito regalos.

—No debes discutir con tu ama —regañó con una sonrisa—. Ven a
mi habitación, por favor. —Obedientemente, la seguí fuera de la
guardería y bajé las escaleras—. Espero que sepas lo encantados que
estamos de que hayas venido a nosotros. Eres justo lo que Rose
necesitaba; incluso Graham está muy aliviada, aunque nunca lo diría.
Todo el mundo aquí te tiene gran estima. El Marqués me habló de tus
habilidades curativas, así que sé que podrías encontrar fácilmente un
puesto en otra parte, algo que tal vez sea más de tu agrado, que pasar
todo el tiempo con un bebé.

—Oh, no, milady —protesté.

Serie Señores y Amos 02 52


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Pero Lady Alicia simplemente sonrió y me hizo una seña para que
entrara en su habitación. No pude evitar suspirar al entrar, tan cómoda
y acogedora, las cubiertas de la cama de un matiz lila, las paredes
parecían crema batida. Sobre su cama había dos vestidos de mañana,
uno de ellos de un punto suizo cremoso y punteado, y el otro una
muselina de un rosa de concha pálido.

—Mi criada estaba limpiando el guardarropa y encontró estos dos


vestidos, ninguno de los cuales he usado nunca y los cuales te quedarían
a la perfección.

Miré los vestidos como si fueran pasteles que quería engullir.

—¿Queréis decir…?

—Sí, quiero decir que son tuyos, si te gustan. Ten. —Tomó el suizo
punteado y lo sostuvo contra mi parte frontal, volviéndome para que
quedara mirando a un espejo que había en el frente de un armario—. Lo
sabía. ¡Perfecto! Debes probártelo.

—Pero… no puedo…

Lady Alicia me miró con curiosidad.

—¿Es por modestia o por aversión al vestido?

—¡Me encanta el vestido! Pero miradme. No está hecho para mí —


Dejé caer la cabeza avergonzada, inclinando el lado de mi cicatriz hacia
mi ama. Quizás se hubiera olvidado de eso, se hubiera olvidado del
horrible defecto que se convirtió en una burla de los bonitos vestidos.

—Oh, querida. —Con una mano, volvió a poner el vestido en la


cama y con la otra me tocó la barbilla, empujando mi cara hacia arriba
hasta que nuestros ojos se encontraron en el espejo—. ¿Te refieres a esto?
—Me rozó la cicatriz con el toque más ligero.

Serie Señores y Amos 02 53


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Aturdida por la quietud, me quedé mirando fijamente, las lágrimas


me pinchaban en los ojos.

—Eres una chica encantadora, querida —murmuró Lady Alicia—.


Mírate. —Ella trazó la línea de mi mandíbula—. Una exquisita estructura
ósea. Y tu piel es tan suave como la de Rose. Especialmente aquí, en la
curva de tu cuello. ¿Alguna vez has sentido tu propia piel?

Agité la cabeza rápidamente. No tenía tiempo para tales


indulgencias, excepto en la oscuridad de la noche, pero eso no podía ser
de lo que hablaba la Condesa.

—Nunca pensé en cómo debemos sentirnos para nuestros hombres


hasta que yo… Bueno, hasta que fui iniciada en los secretos del lecho
matrimonial.

Mi respiración se aceleró. Alicia me dio delicados toques como


plumas en el cuello. Me preguntaba si ella podía sentir mi pulso rápido,
y si había alguna forma de reducirlo.

—Eso te intriga, ¿no? Sabía que eras un espíritu afín. —En el


espejo, Alicia me dio una sonrisa íntima, que yo estaba demasiado
confundida como para devolverla. Alicia extendió sus manos sobre la
parte superior de mis hombros de una manera acariciante. Me pasó las
manos por la parte superior de los brazos, y luego volvió a subir. Mi
corazón estaba en la garganta, excitada, mortificada, sentí que mis
pezones se elevaban y recé para que ella no pudiera ver los picos
empujando contra mi corpiño—. El Marqués no te habría traído aquí de
otra manera.

Salté ante la mención de ese nombre.

—¿El… Marqués?

Serie Señores y Amos 02 54


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—Sí, mi querido amigo, Gerard. Supongo que la Marquesa te contó


cosas terribles sobre él. —Con sus pulgares encontró los músculos tensos
junto a mis omóplatos y los frotó suavemente. Se me escapó un pequeño
suspiro y mi cabeza se inclinó hacia atrás; no puede evitarlo. Su tacto era
absolutamente delicioso.

—Bueno, sí, bastantes, en realidad. No sé cuánto es la verdad.

—Hice una costumbre el no creer nada de lo que decía la Marquesa,


pero eso no quiere decir que el Marqués no sea terriblemente malvado.
Lo es, a su manera particular. Yo debería saberlo, ya que él me desfloró.

Me tomó un momento completo para que mis ojos medio cerrados


se abrieran de golpe.

—¡Milady!

Alicia se rió.

—¿Qué más se suponía que debía hacer cuando sabía que mi


propio marido haría un desastre de eso? No quería que diera la espalda
a todo el placer que él sabía que me esperaba si tan sólo yo pudiera abrir
los ojos a ello.

Me di la vuelta. Mis propios ojos deben haber parecido platos. Su


mirada se desvió hacia mi parte frontal, donde supe que la verdad de mi
cuerpo estaba escrita en dos pequeños y duros picos.

Alicia sonrió a sabiendas, como si fuéramos iguales o incluso


amigas. Se estiró para ahuecar la cicatriz en mi mejilla.

—Siento que eres un espíritu afín, y por eso me siento libre de


compartir mi filosofía contigo. Las reglas de la sociedad nos dejan a
algunos de nosotros en el frío. ¿Por qué se debería permitir que esas
reglas dicten nuestra vida? Todo lo bueno de mi vida, todo, sin excepción,

Serie Señores y Amos 02 55


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ha venido de seguir mi propia regla… la del amor. —Acarició la cicatriz,


la piel levantada y dura bajo la carne de su pulgar—. No sé quién te hizo
esto, pero espero que no dejes que esto te quite tu feminidad, tu
capacidad de placer, tu capacidad de amar y ser amada. —Ligeramente,
Alicia liberó mi cara. Al caer su mano, rozó, por accidente y muy
ligeramente, contra mi pezón.

Suprimí un grito ahogado cuando una onda de reacción se


estremeció a través de mí. Recé para que Lady Alicia no se diera cuenta,
y de hecho, no hizo ningún comentario mientras continuaba hacia la
puerta.

—Sé que somos totalmente escandalosos, y si decides dejarnos, lo


entenderé completamente. Pero en verdad, me entristecería mucho. —
Desde la puerta, miró a los vestidos—. Y esos te pertenecen sin importar
lo que pase. Te dejaré ahora para que puedas probarlos. O reflexionar
sobre las extrañas formas de la Condesa de Dorchester. —Con una
sonrisa irónica, salió de la alcoba, cerrando suavemente la puerta para
darme privacidad.

Tan pronto como ella se fue, puse mi mano en el pezón que todavía
palpitaba con una excitación casi dolorosa. ¿Sabía ella que había tocado
mi pecho? ¿Sabía que mis pezones temblaban y pedían a gritos una
caricia? Sus manos habían sido tan suaves cuando tocaron mi cara. No
pude evitar preguntarme cómo se sentirían en el resto de mi cuerpo.

Oh, era una chica malvada. Me quedé allí, de frente al espejo, y


apreté mis manos en el frente. Me aplasté los pechos con las dos manos.
Me sentí mejor y peor. Alivió la comezón y, sin embargo, me hizo anhelar
más. Sintiéndome acalorada y confundida, me quité el vestido hasta que
me quedé sólo con mi camisa. Me miré el cuerpo en el espejo y descubrí
que me gustaba lo que veía. Mi cara puede ser horrible, pero mi cuerpo

Serie Señores y Amos 02 56


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era… Bueno, bastante atractivo. Esbelto pero curvado en las caderas y el


pecho. Mis pezones eran redondos, sombras redondas bajo mi camisa.

Me pregunté qué pensaría el Marqués si me viera así. ¿Desearía


desflorarme como lo hizo con la Condesa? ¿Presentarme toda la gama de
placeres carnales? No estaba completamente segura de lo que eso
significaba, pero sí sabía cómo respondía mi cuerpo a la idea. Olas de
calor brillaban desde mi cabeza a mis pies, y parecían centrarse
particularmente en esa parte entre mis piernas, la parte que el Marqués
había disfrutado. ¿Se arrodillaría y pondría su cabeza entre mis muslos,
presionaría su cínica boca contra mi montículo?

Me arranqué del espejo. ¿De dónde salieron esos pensamientos?


¿Qué me había hecho la Condesa con sus palabras seductoras y su
sonrisa inocente? Cada cosa buena en mi vida ha venido de seguir una
regla… la del amor. Esas palabras resonaban en mi mente con una
especie de candencia burlona.

Enterré mi cara en el vestido de muselina rosa mientras la cara


áspera de mi guardián flotaba ante el ojo de mi mente.

—Yo gobierno esta casa, nadie más. Lo que sea que os diga que
haga, eso es lo que debéis hacer. ¿No os dije que os mantuvierais alejada
de ese muchacho?

—Pero él me ama. Y yo lo amo. Quiere casarse conmigo tan pronto


como me deis permiso, aunque tengamos que esperar hasta que yo cumpla
los dieciocho años. Mirad, me dio un anillo de compromiso por mi
cumpleaños. —Lo alcé, y él me lo arrebató de la mano. Lo lanzó al otro lado
de la habitación. Se deslizó hacia un rincón con un triste sonido deslizante.

—La respuesta es no.

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Juniper Bell Mis tres Amos

—Pero… pero, ¿por qué no? Es el hijo del terrateniente, sería un


excelente partido para mí aunque no lo amara. Sabe que no tengo dote.
¿Por qué no estáis contento? Ya no sería una carga para vos, ni para
vuestra casa. —Completamente confundida, dejé que mi angustia se
manifestara, algo que normalmente no hacía en presencia de mi tutor.
Siempre fue mejor no mostrar emociones.

—Tengo otros planes para vos.

—¿Qué queréis decir? ¿Hay alguien más con quien queréis que me
case? Nunca habéis mencionado a nadie.

Nunca había discutido nada como la Temporada de Londres o


cualquier otro método para encontrarme un marido.

—No, el matrimonio no está en vuestro futuro. —Una gruesa y oscura


mirada se posó sobre su cara hinchada y rubicunda. Sus ojos, perdidos en
pliegues de carne, me miraban de arriba a abajo. El horror se apoderó de
mí. No sabía de qué me estaba hablando, pero lo conocía, sabía que no le
importaba mi felicidad. Y me olvidé de mí misma. Le grité, desafiándole,
diciéndole que no había forma de que él pudiera detenerme, que sólo era
mi guardián hasta que yo cumpliera los veintiún años, y que un día yo
controlaría mi propia vida, mi propio futuro, y encontraría a mi propio
marido…

—¿Lo haréis ahora? —Él había tomado algo de su escritorio, yo ni


siquiera podía ver qué, y se dirigió hacia mí. Estaba tan atrapada en mis
apasionadas diatribas que apenas me di cuenta cuando él separó la
mano—. ¿Y si ningún hombre os quiere? —Y luego vino una mancha
oscura, una fuerte ráfaga de viento, una terrible quemadura y un dolor
horrible, espantoso, que me arrastró a la oscuridad.

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Capítulo Cinco
Sweetbriar, la habitación de la Condesa.
Unas noches después.
El Duque y el Marqués se estiraron junto a la Condesa, uno a cada
lado de ella. Sus muñecas estaban atadas sobre su cabeza, la cinta sujeta
a uno de los cuatro postes. Todos se extendían en diagonal a través de la
cama en una maraña de transpiración y carne desnuda. Las velas
parpadeantes llenaban la habitación. Una brizna de humo se deslizó por
el aire; una vela había sido apagada por una ráfaga de viento generada
por una sacudida.

El Marqués conocía muy bien los cuerpos de sus amantes. Sabía


lo que significaba ese rubor en el pecho de la Condesa. Apretó los dientes
alrededor del pezón de ella.

—Señor, Gerard —jadeó.

—Tengo un regalo para ti.

—¿Lo haces? —En la unión de sus muslos, el Duque rastrilló sus


uñas por la parte interior del interior de su muslo. Ella empujó las
caderas frenéticamente hacia él—. Mi amor, me atormentas.

—Y lo adoras —murmuró el Duque entre sus muslos. Con una


mirada diabólica en sus ojos verdes, pasó la lengua por su clítoris, una
larga lamida que hizo temblar incluso al Marqués.

Alicia lloriqueó y se rindió mientras el Duque tomaba su clítoris


entre sus labios.

El Marqués continuó.

Serie Señores y Amos 02 59


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—Has estado defendiendo bien mi caso. Estoy agradecido.

Se acercó a la pequeña mesa junto a la cama y agarró una caja de


terciopelo. Cuando la abrió, dos pequeñas joyas centellearon en una base
de terciopelo color zafiro.

—Guarda eso —dijo Alicia, repentinamente rígida por la


indignación—. No soy tu alcahueta. —Ella tiró de sus manos contra la
cinta que las aseguraba—. ¿Cómo te atreves?

El Marqués asumió su voz más dominante, la que él sabía que


hacía que Alicia se derritiera en sus brazos.

—Me temo que no tienes otra opción en el asunto. Estos son tuyos.
No le quedan bien a nadie más en el mundo, y cuando los vi pensé en ti.

—Son unos aretes que cualquier mujer podría usar. No los quiero.
Los tiraré o se los daré a mí doncella.

—Más tarde, puedes hacer con ellos lo que quieras. Pero ahora, van
a tu cuerpo. Quédate quieta.

Giró la parte superior de su cuerpo hacia adelante y hacia atrás, el


movimiento haciendo que sus pechos rebotaran deliciosamente.

El Duque levantó la cabeza e hizo una pregunta silenciosa al


Marqués, quien le dio un guiño secreto. Un juego, sólo un juego. Uno que
todos conocían y disfrutaban.

—¿Estás lista para aceptar tu regalo como una joven dama,


Condesa?

—Mantén esas cosas lejos de mí.

—¿Debo atarte todavía más?

Serie Señores y Amos 02 60


Juniper Bell Mis tres Amos

La sugerencia hizo que un jadeo más saliera y provocó un rubor


más profundo en las mejillas de ella.

El Marqués alcanzó el suelo, donde su bata había caído. Encontró


el cinturón de seda y envolvió la mayor parte alrededor de su muñeca.

—Pero primero, debes ser castigada por tu inapropiada exhibición.


—Golpeó el extremo del cinturón contra un pecho, notando lo hermosa
que se veía la seda granate contra su piel pálida como la nieve. Su pezón
se hinchó mientras la sangre corría a la superficie. Ella gemía y
murmuraba algo que él no podía oír.

Hizo hinchar el otro pezón hasta que también se elevó


orgullosamente sobre su pecho, hinchado y erguido, y listo para su boca.
¿Cómo serían los pezones de Miranda? ¿Serían pequeños, tiernos,
rosados, como botones de doncella? ¿O serían oscuros y eróticos, tal vez
del mismo tono granate de este cinturón de seda? Cada vez que la veía,
luchaba contra la necesidad de colgarla contra la pared más cercana y
bajar el corpiño de ese nuevo vestido rosa que ella había empezado a
usar. Si tuviera a Miranda debajo de su cuerpo, las cosas que le haría a
ella…

Quería que todos los pensamientos de ella se fueran.

Aplicó su lengua a uno de los tensos pezones de Alicia y rodeó el


otro con el cinturón de seda, calmándolo y bromeando. Tan fuerte, tan
sensible, tan jugoso. Tan listo.

—Ahora, tu regalo.

Alicia dio un último espasmo de protesta, pero estaba demasiado


ida para ser más que vagamente consciente de lo que él estaba haciendo.
Tomó las dos joyas de la caja y las puso en su mano.

Serie Señores y Amos 02 61


Juniper Bell Mis tres Amos

—Una pequeña muestra de mi obsesión, querida. —Nunca decía la


palabra amor, al menos, no en inglés. Cuidadosamente, sujetó un clip al
pezón derecho. Era un pequeño anillo de bronce que rodeaba el pezón y
lo apretaba suavemente, dejando el pico disponible para su tacto.
Mientras aseguraba el cierre, Alicia soltó un grito largo y desgarrado.

—Es demasiado, Gerard, no puedo soportarlo, por favor…

Pero ella no usó la única palabra en la que todos estaban de


acuerdo. No dijo “plaisir”, la casa solariega donde habían formado su
precioso vínculo.

Así que colocó el segundo anillo y rozó sus dedos contra las suaves
puntas de carne que asomaban a través del metal. Eran objetos
realmente hermosos, con un patrón de olas trabajado en el bronce. Los
había encontrado en una tienda de curiosidades e inmediatamente se
había imaginado a Miranda… No, a Alicia, se dijo a sí mismo. No debería
estar pensando en la inocente Miranda de esta manera.

El Duque lo hizo a un lado y colocó su enorme polla entre los


muslos de Alicia.

—¿Tu mente está divagando, Gerard? —murmuró.

El Marqués salió rodando de la cama y observó al Duque enterrar


su vara pulsante en el cuerpo de su verdadero amor. Alicia se arqueó
para encontrarse con él, el colosal orgasmo sacudiendo su cuerpo.
Sonrió, satisfecho con la culminación del deseo que él había alimentado.
Y, curiosamente, por primera vez se dio cuenta de que estaba solo. No
importaba lo que pasara antes, no importaba que los tres, y
ocasionalmente los cuatro de ellos hicieran juntos en la cama, al final
siempre era el Duque de Warrington y Lady Alicia Dorchester, esposa de
su heredero, madre de su hijo.

Serie Señores y Amos 02 62


Juniper Bell Mis tres Amos

Su polla, todavía totalmente excitada, se movió ante él, pero sabía


que no conseguiría ninguna satisfacción esta noche. No tenía apetito por
los deportes de cama a menos que se tratara de Miranda, desnuda y
maliciosa. Ella venía a él por la noche, lo arrastraba a su abrazo, le ofrecía
sus pechos, se arrodillaba a sus pies, le lamía la polla, le abría su
garganta a él… Se entregaba a él de todas las maneras posibles. Y él
aceptaría todo lo que ella le ofrecía y más. Puso la mano en su pene, con
los ojos cerrados para evocar mejor la imagen.

En ese momento, un frenético golpeteo en la puerta los sobresaltó


a todos. El Duque apenas tuvo el tiempo de tapar a Alicia antes de que
se abriera la puerta. Miranda, que llevaba un simple camisón blanco,
estaba de pie en la entrada, pálida, con el pelo castaño cayendo por su
espalda. Su mirada se deslizó de uno a otro de ellos, aterrizando en el
pulsante eje del Marqués. Por un momento él pensó que ella podría
desmayarse. Entonces ella se compuso visiblemente.

—Milady, debéis venir. El bebé tiene manchas rojas por todas


partes, y no puedo despertar a Graham. Alguien debe ir a llamar a un
médico.

Con la mayor dignidad, Alicia dijo:

—Nos ocuparemos de ello, querida. Nos hemos encontrado con ello


antes, sin duda un inofensivo sarpullido. Danos un momento, por favor.

Miranda se dio la vuelta y huyó por el oscuro pasillo. Sin pensarlo,


el Marqués tomó una toalla de la mesita de noche y corrió tras ella.

*****

Estoy segura de que podéis imaginaros mi conmoción. Pero, ¿os


imagináis la embriagadora excitación que la acompañó? Las imágenes del
sensual retablo que había visto en la alcoba de Milady me persiguieron

Serie Señores y Amos 02 63


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por el pasillo junto con unos pasos apresurados y maldiciones apagadas.


Aumenté mi ritmo, pero en ese momento reconocí esos pasos.

Cuando llegué a la escalera, pasé corriendo por delante de la


acogedora sala de estar situada junto a la escalera de mármol. Tal vez el
Marqués podría continuar subiendo las escaleras o salir por la puerta
principal. No me importaba. Me acurruqué en un diván de dos plazas
cubierto de chintz, agachándome para que nadie se fijara en mí desde la
puerta. A través de las puertas que conducían a la terraza, los pozos de
luz de luna emitían formas plateadas sobre el suelo pulido. Seguramente
yo estaría a salvo aquí.

Pero, como debería haber predicho, a él no se le disuadió tan


fácilmente.

—Miranda. —Su voz áspera ladró desde la puerta—. De todas las


cosas, sé que no eres una cobarde.

Me mordí el labio. No dejaría que me incitara a revelarme, aunque


las palabras me picaron.

—Muy bien. —Con un juramento impaciente, me siguió. Tal vez él


siguió un olor, como un perro de caza. En un momento estuvo sobre mí,
apoyando las manos en la parte posterior del sofá y asomándose sobre
mí, todavía desnudo, pero con un paño metido alrededor de su cintura—
. Siento que tuvieras que ver eso.

Volví la cara. Su cercanía era casi insoportable. La luz de luna


marcaba los saltos y crestas de los músculos de su pecho desnudo.
Sinuosos y poderosos, podría haber sido una visión del sueño febril de
una doncella. El aroma de lujuria y lavanda se aferraba a su piel.
¿Lavanda de las bolsitas de Milady? El pensamiento reforzó mi coraje.

—Sois malvado.

Serie Señores y Amos 02 64


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—Todos estábamos allí por nuestra propia elección.

—¡Sois disoluto!

—Disfruto de mis placeres.

—¡Sois un libertino!

—Hace años que no.

—Sois… sois… repulsivo. —Me estremecí. Sin importar sus


acciones, era un noble muy por encima de una humilde niñera.

—Y tú eres una mentirosa.

La firme declaración me hizo girar la cabeza para enfrentarme a él.

—¿Cómo os atrevéis?

—Mírame a los ojos y dime que te repugnó lo que viste —ordenó.

Miré esos oscuros y convincentes ojos y abrí la boca. No surgió


nada. Los hormigueos se extendieron a través de mí, llevando mis
pezones a unos picos duros.

—Yo… yo…

—Estabas excitada. Emocionada. Todavía lo veo en tu cara. Los


centros de tus ojos están oscuros. Tus mejillas sonrosadas. Tu pulso se
está acelerando, justo ahí, en tu adorable garganta.

Su mirada se desvió hacia mi cuello. Intenté tragar, pero parecía


haber algún tipo de constricción en mi garganta. Tosí para aclararla.

—No —dije débilmente—. Sois el diablo.

Serie Señores y Amos 02 65


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—Oh, soy muy humano. Si te atrevieras a mirarme más de un


segundo cada vez, verías lo humano que soy.

Un reto. ¿Cómo sabía que yo nunca podía resistirme a un reto? La


palabra me devolvió a los felices días de mi infancia, cuando los niños de
la aldea y yo nos retábamos a subirnos a un árbol, bañarnos en el arroyo
o correr a través de un campo de amapolas. Me senté derecha,
sorprendiéndolo, y lo miré audazmente de arriba a abajo, cuidando de no
permanecer sobre el prominente bulto que había debajo de su
improvisado taparrabos. ¿Fue mi imaginación o la protuberancia se
incrementó bajo mi mirada? Me acordé de cómo se había visto, alzándose
orgullosamente en el aire.

Sus ojos se entrecerraron.

—No me engañas, Miranda. Eres una descarada. ¿De qué color es


tu cabello? —Lo tocó, enviando un pequeño terremoto de temblores a
través de mí.

—Castaño, como vos lo sabéis muy bien.

—Lo que sé es que es todo menos castaño. —Curvó su mano


alrededor de mi mejilla. No podía moverme por el temblor—. Si yo tuviera
que adivinar, diría que es un rubio fresa. Oro despreocupado mezclado
con un rojo de felino salvaje. Y te escondes con el obediente marrón.

No dije nada. Él había golpeado en la marca bastante cerca;


inquietantemente.

—¿Por qué escondes tu verdadera naturaleza, encantadora niña?


No me refiero a tu identidad. Sé muy bien que no eres Miranda Brown4.
Buscas refugio en el marrón a cada paso.

4
N. T.: El apellido también significa marrón.

Serie Señores y Amos 02 66


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Tenía que detenerlo, desviar la atención.

—¿Por qué os importa mi color de pelo? Tal vez el marrón me sienta


mejor.

—No es así. Lo que te conviene sería deshacerte de toda esa


pretensión de aburrido y obediente. Libera tus verdaderos deseos. Tus
verdaderas necesidades.

Me levanté del sofá y lo empujé. No podía pensar con claridad


cuando estaba tan cerca.

—¿Y convertirme en vos? ¿Complaciéndome a cada paso? ¿Incapaz


de resistir la tentación?

Él dio una risa oscura.

—Si yo no fuera capaz de resistir la tentación, estarías ahora mismo


en mi cama, con tus faldas sobre tu cabeza y mi polla tan profundamente
en tu vagina que pensarías que estabas dividida en dos. —La conmoción
de sus palabras me arraigó al lugar—. Nunca me disculparé por mis
deseos, ni por cómo los aplasto con mis amantes que consienten. Ofrezco
placer y tomo lo que se me ofrece. El Duque, la Condesa y yo nos traemos
alegría, consuelo y la satisfacción sensual con la que la mayoría sólo
puede soñar. ¿Estás tan unida con tu destino elegido en la vida que no
puedes permitirte lo mismo?

—¿Pe... perdón?

—Si decides lo contrario, que sepas que te deseo a ti, señorita


Miranda Cualquier-cosa-menos-Brown. Arderé por ti. Si me permites, si
te permites, te mostraré tu verdadera naturaleza sensual, la parte de la
que no puedes esconderte, al igual que yo.

Serie Señores y Amos 02 67


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Me estudió tanto tiempo y tan fuerte que pensé que podría estallar
en llamas. Luego se dio la vuelta con un movimiento brusco, liberándome
de su hechizo.

—Pero nunca, nunca, jamás te forzaré como lo haría un hombre


más “disoluto”. Y ciertamente nadie te obligará a quedarte en esta casa
si te sientes incómoda aquí. Puedo ayudarte a encontrar otro puesto, uno
en el que seas tratada apropiadamente, con toda consideración a tus
escrúpulos.

Se alejó de la habitación, dejándome sin fuerzas y sin aliento.

*****

Sala del desayuno.


Al día siguiente.
La Condesa aceptó una taza de café de un lacayo. Añadió tres
cucharaditas de azúcar y removió hasta que se deshizo. El Duque estaba
ocupado en el aparador, apilando arenques y tostadas con mantequilla
en un plato. Ella lo miraba, deleitándose en su poderosa forma y sus finas
manos, seductoras ya fuera acariciando su cuerpo, o maniobrando
pequeños peces sobre un plato.

Cuando estuvieron solos en la habitación, él se sentó junto a ella,


dejó su plato y agarró su barbilla.

—No te atrevas a preocuparte por esto —le dijo con firmeza, fijando
sus ojos profundamente verdes en ella—. De una forma u otra, estaremos
bien.

Ella le dio una sonrisa temblorosa.

Serie Señores y Amos 02 68


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—Nos somos nosotros los que me preocupan. Es nuestro querido


Marqués. Me temo que su corazón está bastante dominado por la chica.
Si ella se va, se le romperá el corazón.

—Seguramente él no ha llegado tan lejos.

—Creo que sí lo ha hecho. Viste la forma en la que salió corriendo


de la alcoba anoche. Nunca lo he visto apresurarse tanto por nadie más.
Incluso por nosotros.

—Parecía muy sorprendido por el incidente. —El Duque la liberó y


le preparó el desayuno—. Pobre tonto.

Ella se mofó.

—Tú fuiste igual de tonto no hace mucho tiempo.

—Culpable de todos los cargos. —Le guiñó el ojo a ella—. Y ni un


solo arrepentimiento. Excepto, quizás, que no fui lo suficientemente sabio
como para casarme contigo primero.

Ella sonrió con nostalgia sobre el borde de su taza de té.

—Somos muy afortunados, no lo olvidemos nunca.

Un largo momento de silencio, y luego él le preguntó:

—¿Ya has visitado la guardería esta mañana?

—Me detuve antes, pero Rose todavía estaba dormida. Las


manchas han desaparecido casi por completo. Creo que Graham tiene
razón, y debemos ser más cuidadosos con el lavado. No vi ninguna señal
de Miranda, pero tampoco de que se hubiera ido.

—Ella no se irá —declaró el Marqués desde la puerta.

Serie Señores y Amos 02 69


Juniper Bell Mis tres Amos

—¡Por qué, te ves, positivamente de mala reputación! —exclamó


Alicia—. ¿No has dormido nada?

—¿Debo despedir a mi criado? Le dije que me hiciera ver como


melocotón y crema o perdería su puesto.

—El propio Beau Brummel no podía hacer seda con la oreja de esa
cerda —dijo el Duque, señalando a su amigo.

El Marqués se acercó. Oscuros rastrojos tachonaban su mandíbula


y profundos surcos marcaban sus mejillas.

—Ella no se irá —repitió—. No puede.

—Por supuesto que puede. No vamos a retenerla como rehén. Ella


es libre de irse. Me aseguraré personalmente de que tenga suficiente
dinero para viajar y encontrar una nueva posición. —Alicia dejó su taza
con un tintineo—. ¿La perseguiste sólo para pelearte con ella?

—Mejor aún. La tenté. —Caminó hacia el aparador y comenzó a


levantar las tapas de los distintos platos—. Si no hay una vena rebelde
dentro de esa chica, no conozco al género femenino. Y ambos reconoceréis
que eso es imposible.

El Duque inclinó la cabeza.

—Tal vez no conozcas a este miembro en particular del género


femenino tan bien como crees.

—Admito algunas lagunas en mi conocimiento, que estoy tratando


de rellenar. —El Marqués le dirigió una mirada aguda por encima del
hombro—. ¿Has descubierto algo?

—No creerás que dejaría que alguien se ocupara de mi hija sin


investigarla a fondo, ¿verdad?

Serie Señores y Amos 02 70


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El Marqués abandonó las pinzas de selección de salchichas y se


apresuró hacia la mesa.

—¿Qué averiguaste?

—Espera. Yo respeto su privacidad. ¿Por qué debería contarte sus


secretos?

—Porque saltaré sobre esta mesa y te estrangularé si no lo haces.

Alicia jadeó, pero el Duque sólo le dirigió una mirada triste.

—Tienes razón, querida. De hecho, está loco por ella.

El Marqués apoyó sus manos sobre la mesa y se inclinó sobre él


con un gruñido en su rostro oscuro.

—No estoy de humor para que jueguen conmigo.

—Te fuiste… er, colgando anoche, ¿verdad?

Alicia puso su mano en el brazo del Duque.

—No atormentes al pobre hombre, querido. Si sabes algo que


puedas revelar, por favor hazlo antes de que él tenga una apoplejía.

—Muy bien. He desenterrado el nombre de su familia. Su verdadero


apellido.

—Y… —Una vena palpitaba en la frente del Marqués.

—Debes prometerme que mantendrás esta información en privado,


y no la usarás para coaccionarla para que se quede o cualquier otra cosa
de ese estilo. Si nuestras formas son demasiado extravagantes para ella,
es libre de irse.

—Sí, sí.

Serie Señores y Amos 02 71


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—¿Tengo tu solemne promesa?

—Warrington, te juro que…

—Hampton. Su apellido es Hampton.

—Hampton. Pero ese es uno de los apellidos más antiguos de


Inglaterra. Debe haber docenas de ramas. ¿Cuál? ¿Northumberland?
¿Sussex? ¿Tiene alguna relación con el Duque actual?

—Te he dicho todo lo que sé. Lo juro.

El Marqués abandonó su desayuno y se dirigió a las puertas


francesas que daban a la terraza. Parecía ciego a las rosas trepadoras
que caían sobre las paredes de la terraza como rizos sobre la frente de
una doncella.

—Nunca he estado tan acosado por una chica de esta manera. Y


parece que no tengo esperanzas de ganarme su confianza. Alicia, ¿qué
dice de mí? Merde5, sueno como un colegial suspirando por una belleza
local. ¡Y ella tiene cicatrices!

—Es hermosa, sin embargo —dijo el Duque pensativamente. Alicia


levantó una ceja hacia él—. Debes admitir que tiene algo inusual en ella.
Un tipo de ensoñación, como si ella tuviera un pie en nuestro mundo y
el otro en otro lugar completamente diferente.

El Marqués se encogió de hombros ante esa fantasía.

—Alicia, te lo ruego, ¿has encontrado alguna pista que pueda


ayudarme?

—Bueno… —Alicia se mordía el labio inferior con los dientes—. Ella


es cautelosa, sin duda. Pero no se volvió cuando le dije que me quitaste

5
N. T.: Mierda en francés.

Serie Señores y Amos 02 72


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la virginidad. Ni cuando le di una charla sobre cómo éramos diferentes


de la mayoría de los hogares. Creo que la intrigamos, a menos que
hayamos logrado asustarla completamente. Creo que hay más en ella de
lo que parece. Tal vez has estado tomando el enfoque equivocado.

—¿Qué enfoque? No he hecho una maldita cosa.

—Precisamente. Puede que hayas sido demasiado amable. Tal vez


ella no quiera que la traten como a una porcelana fina que temas que se
rompa. Como muchos de nosotros, tal vez ella quiera ser… Bueno…

El Marqués frunció el ceño.

—¿Qué? ¿Qué podría querer?

—Ser dominada.

Él se enderezó como si se hubiera quedado mudo.

—¿Dominada?

—Sabes muy bien cómo. Tú eres el amo, si me permites decirlo.


Una cosa más —añadió Alicia, golpeando con un dedo pensativo en su
mejilla—. Creo que le gustan los caballos.

—¿Caballos?

—La vi en los establos en su tarde libre. No cabalgando, sólo


acariciando y murmurando a Nymph, la yegua castaña que está a punto
de parir. Tal vez, asumiendo que ella no corra hacia las colinas, deberías
llevarla a dar un paseo.

Serie Señores y Amos 02 73


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Capítulo Seis
Sweetbriar Manor.
Unos días después.
Tal vez otra chica hubiera hecho las maletas y se habría ido
inmediatamente. Lo consideré, honestamente lo hice. Me quedé despierta
el resto de la noche pensando en mi futuro y en la espantosa verdad que
se me había revelado. No la escena que yo había presenciado. Sino el
conocimiento que me había impresionado en el momento en que vi el
poderoso cuerpo desnudo del Marqués y esa vara feroz y oscura entre sus
piernas. Deseaba al Marqués. Lo quería con cada fibra de mi ser. Nadie
en toda mi vida me había mirado y visto hasta el fondo de mi alma de la
manera que él lo hizo.

Peor aún, más chocante que eso, quería saber qué se sentía al ser
Lady Alicia. Estar desnuda y adorada, ser el centro de tanto deseo y
atención amorosa.

¿Irse? Imposible.

Durante los días siguientes, retomé mi vida cotidiana como de


costumbre. Ninguno de nosotros hizo referencia a lo que había ocurrido.
La Condesa y yo no experimentamos ninguna incomodidad, por lo que
estuve sumamente agradecida. Volví a cuidar de Rose. El Marqués
regresó a Londres, lo que me dio tiempo para componerme.

Cada dos semanas me daban una tarde libre, y a todos los


sirvientes de la casa igual. La mayoría usaba el tiempo para visitar a sus
familias o caminar hasta la aldea. Yo no tenía ningún deseo de dejar
Sweetbriar. En vez de eso, exploré el terreno. Caminé por los jardines,
visité los establos e incluso me aventuré en los campos. A veces me

Serie Señores y Amos 02 74


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imaginaba que era la chica que debería haber sido, viniendo a visitarlos
como invitada de honor. Imaginé juegos de cricket en el amplio césped,
picnics en el río, recoger fresas en las colinas cercanas.

Una de esas tardes, descubrí un pequeño pabellón más allá de los


jardines. Sus columnas estaban entrelazadas por clemátides de color
púrpura real y bancos alineados en su interior. Demasiado inquieta para
sentarme, pasé por una columna envuelta en flores a otra y me imaginé
a un pretendiente descansando en el banco, llamándome con sus oscuros
y malvados ojos. Ojos sospechosamente como los de…

—No eres fácil de encontrar, mi niña.

El Marqués.

Me di la vuelta. Estaba apoyado en una de las columnas, una


extravagante flor de clemátide rozando su cara. El color se apoderó de mi
cara.

—Sólo estaba… Milady dijo que podía…

—Hey, hey, sin pánico, por favor. Vine a darte una sorpresa.

La alarma me llenó. Aunque ya no creía todas las cosas malas que


su esposa me había contado sobre el Marqués, todavía me fascinaba, de
la misma manera que una serpiente hechiza a un ratón.

—¿Una buena?

Él levantó una ceja; quizás lo había sorprendido.

—Creo que sí. Tú, por supuesto, serás la jueza final. ¿Vendrás?

Una ráfaga de pensamiento voló a través de mi mente. ¿Cuáles eran


sus intenciones? ¿Por qué pensaría tanto en mí como para darme una

Serie Señores y Amos 02 75


Juniper Bell Mis tres Amos

sorpresa? ¿Y si fuera algo travieso, algo delicioso, inapropiado, o


peligrosamente perverso?

Me liberé de mis fantasías.

—Muy bien. —Usé mi mejor tono de chica de mansión.

—Excelente. —Ofreció su brazo. Yo temblé al tomarlo—. ¿Te


asusto, Miranda? —preguntó en voz baja—. Esperaba que ya hubieras
llegado a confiar un poco más en mí.

—¡Oh! No, no es eso, os lo prometo. El terror se ha desvanecido.

Sonrió irónicamente.

—Me alegra oírlo. Y aún así te estremeciste cuando te tomé del


brazo.

—Un escalofrío. —¿Cómo podía decirle que mi reacción no fue de


miedo, sino de anticipación porque me había imaginado tocándolo tantas
veces? La realidad era aún más emocionante que la fantasía. Su brazo
era duro por los músculos, y cuando presionó mi mano contra su
costado, el calor de su cuerpo irradió hacia mí.

—¿En un cálido día de verano?

No contesté. Fue descortés por su parte presionarme, pero


igualmente descortés sería señalar su grosería. El cambio en mis
circunstancias no me había robado mi conocimiento de la etiqueta.

Él cambió de tema, como debía ser.

—Menciono el calor del día porque inspiró mi sorpresa. —Llegamos


al camino que conducía de vuelta a la casa principal—. Tienes unas horas
libres hoy, ¿no?

Serie Señores y Amos 02 76


Juniper Bell Mis tres Amos

—Sí.

—No quiero robarte tu tiempo personal, pero pensé que podrías


disfrutar de la oportunidad de… —Se detuvo y miró en dirección a los
establos. Dos mozos se nos acercaban, llevando a dos magníficos
caballos. Uno era Devil, el semental negro del Marqués. La otra era una
delicada yegua ruana con una mancha blanca en el pecho. Se detuvo
ante mí y me miró con grandes ojos oscuros. Así de fácil, me enamoré.

—Esta potranca necesita ejercicio. Ya tengo suficiente con Devil


aquí, y Alicia no ha tenido tiempo para montar desde que nació el bebé.
Esperaba que estuvieras dispuesta a acompañarnos. Es decir a Devil, a
Candy y a mí.

Apenas podía decir una palabra. Cuando era niña, estaba loca por
los caballos. Correr por los campos con mi amada Kitty había sido lo más
cerca que había estado del paraíso. Luego, después de que mis padres
fueron asesinados, mi guardián había vendido a Kitty y limitado mi
cabalgatas a los dullets6 más aburridos de los establos. Y ahora… este
raro, aterrador hombre, extrañamente tierno me estaba invitando a
montar la yegua más perfecta que se puede imaginar.

Una neblina de lágrimas nublaba mi visión y mi garganta se


cerraba. No sabía decir ni una palabra, ni siquiera “gracias”. Extendí una
mano y le di una palmadita en el cuello a la yegua. Ella relinchó y agachó
la cabeza como si fuera un saludo. El olor celestial de piel de caballo,
cálido y terrenal, con un toque de cuero de la silla de montar, llenaba mis
fosas nasales.

El Marqués sonrió.

—Parece que estáis hechas la una para la otra. ¿Vamos?

6
N. T.: Caballos con la espalda hundida, normalmente viejos.

Serie Señores y Amos 02 77


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Asentí, parpadeando mis lágrimas.

Él puso su pie en el estribo y se subió a la silla, el movimiento fácil


como música para mis ojos. Sólo que ahora me di cuenta de que llevaba
botas de montar. Pero yo todo lo que tenía era el vestido que me había
regalado Lady Dorchester. Por supuesto que no tenía un traje de montar.
Las niñeras no necesitaban tal cosa.

El Marqués pareció leer mis pensamientos.

—Vamos. No te preocupes por la falda de montar. Es sólo un viaje


corto. Si tu vestido se estropea, te compraré uno nuevo. Valdrá la pena,
lo prometo. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que has estado a caballo?

Mi garganta todavía estaba llena de emoción y sólo podía responder


con un movimiento de la cabeza.

—Ven entonces. ¿Quieres que Ned te ayude a montar?

Llevaba mis zapatos de madera; completamente inadecuados para


montar a caballo, y subir a él sería el momento más difícil. Asentí con la
cabeza. Ned se acercó y dejó una caja de manzanas como un bloque para
montar improvisado. Puse el pie sobre ella, luego el otro. Le susurré a
Candy, dándole suaves golpecitos, viendo los músculos de debajo de su
piel ondularse en respuesta.

Y entonces algo llamó la atención de Devil y comenzó a inquietarse.


Relinchó, y luego se elevó en el aire, pateando con sus patas delanteras.
El Marqués tiró bruscamente de las riendas y ladró una orden.

—Será mejor que tome esto, milord —Su caballerizo se acercó tanto
como se atrevió y le entregó algo. Mientras el Marqués se inclinaba y
extendía la mano hacia el hombre, el objeto que tenía en la mano me
llamó la atención, fascinada y horrorizada.

Serie Señores y Amos 02 78


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Una fusta de montar.

Salté hacia atrás, tropezando con el bloque de montar. Ned trató


de atraparme, pero no me alcanzó a tiempo. Caí en el camino, mis faldas
volando a mí alrededor. Horrorizada, las empujé hacia abajo y me di la
vuelta, luchando por ponerme en pie.

—¿Qué pasó? —rugió el Marqués—. ¡Ayúdala, hombre!

Ned se inclinó a mi lado, pero yo lo aparté. Me sentí mal, enferma,


como si pudiera perder el contenido de mi estómago. Prácticamente podía
oír el silbido de la fusta a través del aire, la picadura cuando aterrizaba
en los flancos de los caballos. Mi mejilla se estremeció y mi cicatriz ardió.
Grité confundida. Todo parecía arremolinarse a mí alrededor: el rostro
joven y preocupado de Ned, los majestuosos robles que bordeaban el
sendero, el césped verde, la grava que había debajo de mí. Tomé grandes
tragos de aire, luchando por la cordura.

Corre, corre, mi sangre cantaba, igual que el día que sucedió. Ponte
de pie y corre.

De alguna manera mi cuerpo obedeció. Tropezando con mis faldas,


más arruinadas de lo que hubieran estado por un inocente paseo a
caballo, me puse en pie.

—Déjame. —Logré decirle a Ned. Y luego corrí. No a la casa,


demasiada gente. Corrí hacia el lago, donde estaría a salvo, donde… Pero
yo estaba más allá de la razón. Corrí porque eso es todo lo que sabía.

Detrás de mí, oí al Marqués jurar. Le oí llamar al caballerizo,


bajarse del caballo, oí sus pesadas botas caer en el suelo. Pasos me
persiguieron.

Corrí a través de los bosques, hacia una arboleda de abedules que


parecían delgadas doncellas blancas. Oí pasos por detrás de mí, y el

Serie Señores y Amos 02 79


Juniper Bell Mis tres Amos

sonido del Marqués maldiciendo. Yo tenía la ventaja del terror, pero él


tenía la ventaja de la rapidez. Me tropecé con la raíz de un árbol y caí de
cabeza al suelo. Aunque me puse de rodillas al instante, él me alcanzó.
Se arrodilló y agarró una de mis piernas para evitar que me escapara.

—No lo sabía —jadeó—. No pensé. Lo siento.

Me quedé inmóvil, como lo hace un zorro al olfatear el aire para


decidir cuál es el mejor camino. Entonces grité:

—Déjeme. —Y traté de alejarme de él. Sólo apretó más la mano.


Sollocé y volví a patear—. ¡Suélteme! ¡Suélteme, bestia!

—No voy a hacerte daño, Miranda. Nunca te haría daño.

¿Debería creerle? ¿Le creí? Al momento siguiente, nada de eso


importaba, porque él cubrió mi cuerpo con el suyo y reclamó mi boca.
Temblé violentamente ante la feroz sensación de carne caliente e
invasora. Todos los pensamientos se derretían en un infierno de deseo.
Cuando me clavó su lengua en mi boca, mis rodillas se convirtieron en
miel. Sentí el latido de su corazón bajo su chaqueta de montar. Me hizo
pensar en músculos, tendones y oscuras posibilidades. Apreté mis
muslos juntos, sintiendo un latido ansioso que animaba mis partes de
mujer.

Él soltó una dura exclamación.

—Eres una bruja —murmuró—. Cuando estoy cerca de ti no puedo


pensar en otra cosa que en quitarte la ropa de tu cuerpo y acariciarte con
mi lengua.

Gemí en respuesta. Él puso su mano en el modesto escote de mi


vestido rosa.

Serie Señores y Amos 02 80


Juniper Bell Mis tres Amos

—Si pudiera, te arrancaría esto. —En vez de eso, trazó el borde con
su dedo mientras me atravesaba un escalofrío. Luego puso su mano
sobre mi pecho y me sobresalté. La punta se volvió tan dura, que
inmediatamente me pregunté si podría atravesar la tela.

Me frotó con la palma de la mano y grité. Cuando llenó ambas


manos con mi pecho, mi espalda se arqueó en la hierba.

—Eso se siente bien, ¿verdad? Oh, si pudiera tenerte tendida ante


mí, atada de pies y manos, cómo me daría un festín contigo. —Lo dijo
como si fuera para sí mismo, pero las palabras quemaron un camino a
través de mi confundido cerebro. El tono caliente de su voz, sus
provocativas palabras, desencadenaron un clamor dentro de la necesidad
y del deseo desnudo.

Lo miré a través de mis pestañas, emocionada por la forma en que


sus ojos se iluminaron con un fuego negro. Con otra maldición apagada,
me agarró las muñecas en una mano y las clavó en el suelo sobre mi
cabeza. La otra mano, sin ceremonia, la metió en mi corpiño y descubrió
mi pecho. Llenos y carnosos, mis pechos cayeron al aire libre, sus picos
apretados y ansiosos. El aire los rozó, una brisa perfumada por la niebla
mezclada con el aliento caliente del Marqués. Al principio él sólo los
miraba fijamente, pero incluso eso despertó su excitación hasta nuevas
alturas.

—Qué pezones tan bonitos y gruesos tienes —dijo con voz grave.
Pasó su pulgar por la punta de uno. Me retorcí ante la salvaje sensación,
mis muñecas tirando de su agarre de hierro—. Quédate quieta —ordenó.

¿Quieta? Parecía imposible con la forma en que estaba


consumiendo mi cuerpo con sus ojos y su tacto. Pero me aferré a la
autoridad en su voz, a la fuerza tranquila y a la convicción de que todo lo
que me hiciera sería sublimemente placentero.

Serie Señores y Amos 02 81


Juniper Bell Mis tres Amos

Agachó la cabeza hacia mi pezón y lo lamió. Dejé escapar un grito


de asombro, pero me las arreglé para quedarme quieta. Giró su lengua
alrededor de su circunferencia, lenta, lujuriosamente, dejando chispas
de alegría a su estela. Todo mi ser pareció derretirse y expandirse. Todos
los pensamientos se fueron volando, excepto los que le concernían a él y
a las cosas milagrosas que estaba haciendo a una parte tan privada de
mi anatomía. Todo mi mundo parecía estrecharse a esos dos puntos
gemelos de sensación mientras él tiraba y jugaba con ellos.

—Mi señor, mi señor, se siente… Oh, Dios mío, se siente…

—Shhh —dijo levantando la cabeza brevemente de su trabajo. Sus


labios parecían húmedos y rojos, a juego con los pezones que aún
suplicaban por su toque.

—¡No! No os detengáis.

Se rió entre dientes.

—Eres un tesoro, querida. ¿Sabes que nunca te dejaré ir después


de esto? Y esto es sólo el comienzo. Abre las piernas.

¡Sí! Sí, iba a darme placer de nuevo, aquí mismo, en el bosque de


Sweetbriar. Era algo incorrecto, perversamente indiscreto y debería
negarlo, pero alguna parte de mí debió haber reconocido a mi amo,
porque no importa cómo mi mente intentara protestar, me excitó
obedecerle.

Volvió a poner su boca en mi pecho, me levantó la falda y puso su


mano caliente en la parte superior de mi muslo. Me quemó a través de
mis calzones. Me moví inquietamente, buscando la mano que me llevó a
una vida salvaje y anhelante.

Succionó profundamente en mi pecho, arrancándome un grito roto.

Serie Señores y Amos 02 82


Juniper Bell Mis tres Amos

—Por favor, por favor. —Le rogué, por qué, no lo sabía. Me retorcí
contra su boca, que continuó atormentándome perversamente.

Y lentamente, su mano se acercó más al corazón palpitante de mi


deseo. Aguanté la respiración. El mundo entero parecía ralentizarse,
magnificándose todo mil veces. Un zorzal rozó el sotobosque cercano. El
agua corría sobre rocas cubiertas de musgo. El sol golpeó en mi cara y
mi pecho expuesto. Y cuando su mano exploradora encontró la abertura
en mis calzones, entró a hurtadillas y tocó ese punto en particular, el
pequeño trozo de carne que me hacía jadear en la noche, aspiré mi aliento
y el mundo se aceleró a un ritmo frenético.

Todo giraba a mi alrededor en un remolino salvaje. Al principio, él


frotó con delicadeza, jugando conmigo como un gato con su presa, trazos
largos, lentos y enloquecedores. Cuando era sólo yo, me metía la mano
entre los calzones y hacía el trabajo. No tenía tiempo para la lentitud, ni
inclinación alguna a que fuera más placentero. Y no estaba segura de que
lo fuera. Lo odiaba por su lentitud. Arranqué mis manos de su agarre y
golpeé su hombro.

Él se rió y pellizcó mi carne entre sus dedos. Oh, me dolió, y sin


embargo no lo hizo. El placer se elevó como el vuelo salvaje de un águila.

—¿Quién es el amo aquí? —preguntó, su boca caliente contra mi


cuello, y luego tomó mi pezón entre sus dientes. Oh, la maravillosa
sensación agridulce, como un chillido de la piel.

—Vos —jadeé—. Vos.

—Entonces, vuelve a poner tus manos en su sitio. Ahora —ordenó


mientras yo dudaba. Como por su propia voluntad, mis manos volaron
sobre mi cabeza, con las muñecas cruzadas.

Serie Señores y Amos 02 83


Juniper Bell Mis tres Amos

Él lamió el pezón que acababa de morder, con pinceladas largas y


relajantes como una gata a su gatito. Gemí largo y fuerte y me moví con
impaciencia contra su mano. Sabía que no debía hacerlo, pero mi control
no llegaba más lejos. Él no dijo nada, sólo tomó mi montículo en su mano
y frotó, duro, más duro, deslizando un dedo dentro de mí, dentro de mi
área más privada, donde el calor y la humedad le esperaban. Mi pasaje
se aferró a su penetrante mano. Apreté los músculos a su alrededor,
deseando que fuera lo que necesitaba. Eso no era… yo quería algo más
grande, algo más duro, algo que borrara cada uno de mis pensamientos.

Sabía dónde estaba. Mi salvación yacía entre sus piernas, una


gruesa protuberancia cubierta por sus pantalones de montar. Como si él
supiera lo que yo quería, castigó a su miembro oculto contra mi
montículo. Me recosté hacia atrás, ciega de deseo. El tejido de sus
calzones se frotó contra mi clítoris, oh Dios, mi clítoris tierno, sensible y
voraz. Yo quería más, más, quería algo dentro de mí, quería algo que me
rompiera y me destrozara. Lloriqueé lastimeramente y golpeé mi cabeza
de un lado a otro.

Raspó sus dientes contra mi pezón, movió sus caderas burlonas, y


una conflagración estalló dentro de mí. Ondas salvajes de sensaciones
cayeron en cascada sobre mí, brillando como una cascada al sol. Me
arqueé en el aire, igualando la presión de su miembro engrosado. Bombeó
contra mí, trabajando conmigo hasta que mi última pizca de dignidad
desapareció en una ráfaga de gritos, súplicas, ruegos y empujones de mi
cuerpo.

No me importaba. Lo único que importaba era el éxtasis que me


destrozaba el cuerpo y el alma. Miranda Brown nunca habría permitido
que algo así pasara. Miranda Brown ya no existía.

En su lugar yacía la sencilla Miranda, la lasciva, la sirvienta


suplicando a mi amo, el Marqués de Beaumont. Una mujer que anhelaba

Serie Señores y Amos 02 84


Juniper Bell Mis tres Amos

placer, que no sentía más vergüenza, no tenía secretos. Que vivía en


armonía con su verdadero yo.

Me hizo bajar lentamente de ese pico loco. Sus manos cambiaron


mágicamente de excitantes a calmantes. Me apaciguó como si fuera un
caballo lleno de espuma; la parte de la espuma era ciertamente real. La
transpiración me cubrió la piel y no pude frenar mis grandes y
embarazosos jadeos.

Serie Señores y Amos 02 85


Juniper Bell Mis tres Amos

Capítulo Siete
La polla del Marqués latía con una necesidad febril, pero la
expresión en la cara de Miranda hizo que el dolor desapareciera. Por
mucho que deseara satisfacerse dentro de su cuerpo, ella todavía no
confiaba en él. Mientras observaba cómo las nubes se reunían en su
húmedo rostro de Madonna, supo que había hecho lo correcto al negarse
a sí mismo. Habría tiempo. Ella vendría a él cuando estuviera lista.

Se incorporó, colocó su exuberante pecho dentro de su corpiño y


fijó sus grandes ojos café en él.

—¿Qué soy yo para vos, mi señor?

Ella había hecho la pregunta más difícil de todas, una que ni él


mismo había averiguado.

—Tú eres mi… protegida. Juré protegerte. Fracasé cuando te


asusté con esa fusta. Fue descuidado y me disculpo.

Ella agitó la cabeza con impaciencia.

—¿Creéis que soy una simplona? Se lo jurasteis a vuestra esposa,


a quién despreciabais. ¿Por qué deberíais mantener esa promesa?

—Creo que eres todo menos una simplona. Creo que eres
extraordinaria.

Una lágrima se le deslizó por la cara, pero el Marqués no sabía si


se debía a las secuelas de su pasión o a sus palabras.

—En cuanto a mi promesa, no tiene nada que ver con mi difunta


esposa. Siempre cumplo mis promesas. Pregúntale a cualquiera, te lo

Serie Señores y Amos 02 86


Juniper Bell Mis tres Amos

dirán. Hasta mis peores enemigos saben que soy un hombre de palabra.
Y tengo a más de uno corriendo por ahí.

Esperaba que su tono seco la relajara. Hizo lo contrario. Ella le


frunció el ceño.

—¿Qué queréis de mí, mi señor? ¿Deseáis reclamar mi virginidad,


como mi amo? ¿Deseáis demostrar con qué facilidad podéis influir en mi
cuerpo a vuestro antojo?

Todo lo anterior, a su tiempo. Pero por ahora…

—Solo quiero una cosa en este momento, y no tiene nada que ver
con mi furiosa erección. Quiero saber qué te pasó.

Ella respiró con dificultad. Su mirada se agudizó, se intensificó,


como si fuera realmente la primera vez que lo mirara de verdad. Ser el
foco de esos ojos claros era embriagador.

—Y eso no es todo. ¿Quién eres? ¿Cuál es tu verdadero nombre?


¿Dónde naciste? ¿Cómo te convertiste en lo que eres hoy? ¿Quién te ha
atemorizado? ¿Fue intencional? ¿Dónde están para que pueda matarlos
con mis propias manos?

Su mano voló hacia su mejilla.

—¿Por qué?

—¿Por qué a qué pregunta?

—¿Por qué te preocupas por eso? Sólo soy una niñera. No soy nada.

—No para mí —dijo simplemente.

Un pequeño ceño fruncido plisó la fina piel de su frente. Sus


grandes ojos escudriñaron en su rostro. Él se mantuvo quieto bajo su

Serie Señores y Amos 02 87


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escrutinio, temiendo hacer un movimiento. Los suaves sonidos del


bosque se alzaban a su alrededor. Un pichón cantó en algún lugar en las
copas de los árboles. Una ráfaga de viento agitó las hojas de abedul como
una canción de cuna. Los dos se miraron el uno al otro por lo que pareció
una eternidad.

Entonces, ella habló, sus labios temblando al separarse.

—Mi guardián me pegó con el látigo. Yo quería casarme, y él tenía


algo diferente en mente. Deseaba hacerme no casadera.

Una extraña ola de calor atravesó el cuerpo del Marqués y lo dejó


luchando por respirar. Se incorporó, tratando de contener el sentimiento.
No funcionó. Quería arrancar los árboles con sus propias manos. Quería
gruñir como la bestia que ella le había llamado. Quería cazar, matar y
tirar el cadáver del hombre a los perros.

—¿Quién es él? —Su voz salió en una ahogada y áspera voz que no
reconoció.

Ella se estremeció.

—No os lo diré. No volveré con él. Sigue siendo mi tutor. Si me


encuentra…

—Él debería ser el que se preocupara, no tú.

Pero se dio cuenta de que ella se estaba retirando de él. Ella se


arrodilló en el suelo, mirándole con desesperada intensidad en sus ojos
marrones.

—No quiero problemas. Sólo quiero que me dejen en paz. No más


preguntas, os lo ruego.

Serie Señores y Amos 02 88


Juniper Bell Mis tres Amos

El Marqués luchó consigo mismo. Sacudirle la verdad, como él


medio deseaba hacer, no la inspiraría a confiar en él.

—Muy bien —dijo finalmente—. Haré lo que quieras. No más


preguntas. No más planes para encontrar al bastardo y matarlo. Pero a
cambio, ¿puedo pedirte un nuevo favor?

Ella frunció los labios. El gesto le hizo notar la elegante forma de


su boca. Era una obra de arte, esa boca, la obra de un escultor inspirado,
y con gusto por lo ornamentado. Después de la pasión, sus curvas
hinchadas eran totalmente eróticas. ¿Por qué nunca les había prestado
atención antes?

—Muy bien —dijo ella, volviendo a llamar su atención—. Un favor.

—No te vayas de aquí sin decírmelo. Si voy a protegerte, debo tener


alguna idea de dónde estás.

—No lo haré —dijo ella, sonriendo—. Me gusta estar aquí.

—Bien. Y una cosa más.

Ella levantó una ceja.

—¿Siempre sois tan exigente?

Un rayo cayó en su ingle. Buen Señor. ¿Estaba coqueteando con


él? Se aclaró la garganta.

—Interesante pregunta. —El color subió por su cara. Recordó lo


que Alicia había dicho, que ella quería ser dominada. De lo más
fascinante—. Cuando se trata de ciertas cosas, soy muy exigente. —El
color aumentó a un rojo prímula. De hecho, más que fascinante—. Pero
respeto tu privacidad. Así que la segunda petición que tengo es
simplemente esta. Que sepas que si eliges revelar más, no importa lo que

Serie Señores y Amos 02 89


Juniper Bell Mis tres Amos

sea, estoy ansioso por oírlo. —Se puso de pie de un salto, se cepilló las
ramitas y se sacudió los pantalones, luego ofreció su mano para ayudarla
a levantarse. No le dio otra opción, simplemente la agarró y la puso en
pie, exigiendo su aquiescencia.

¿Seguro que era un brillo de excitación lo que parpadeaba en sus


ojos? Rápidamente se puso a su lado para que ella no notara el
endurecimiento en sus pantalones. Dios, cómo la deseaba.

*****

Cuando era pequeña, antes de que todas las cosas malas


empezaran a suceder, antes de que mis padres murieran y el Vizconde
Vicioso se hiciera cargo de mi vida, me encantaba el movimiento por
encima de todo. Como bebé, siempre me podía calmar el balanceo de una
cuna. De niña pasaba cada momento libre en el columpio que colgaba en
un manzano del huerto. Me columpiaba tan alto como podía, hasta que
mis dedos extendidos se enredaban en las ramas superiores. Pensé que
si me balanceaba lo suficientemente alto, sería capaz de volar. Cuando
aprendí a montar, los caballos se convirtieron en mi gran escape.
Galopando a través de un campo abierto, saltando por encima de
portones, ¿qué podría estar más cerca del paraíso?

Cuando el Marqués tiró de mí para ponerme en pie con ese


magistral movimiento, esa hermosa y libre sensación de ingravidez volvió
a mí. Como un golpe en el estómago, me dejó sin aliento. Esta vez, en
lugar de volar hacia los manzanos rosados en flor, volé hacia el abrazo
del hombre que había llegado a dominar cada uno de mis pensamientos.
Me atrapó ligeramente, me puso de pie y nos dirigimos hacia la casa.

—Mi señor —dije de repente, cuando estábamos a mitad de camino


de la casa—. ¿Realmente desflorasteis a Lady Alicia?

Serie Señores y Amos 02 90


Juniper Bell Mis tres Amos

Inmediatamente me sonrojé tanto que debí parecer como una baya


de saúco.

El sonido de la risa del Marqués no ayudó.

—¿La Condesa está compartiendo nuestros secretos?

—Solo ese —murmuré—. Por favor, perdonad mi grosería.

—Oh, no. A mí me gusta. No perdonaré porque no hay nada que


perdonar, y no lo olvidaré porque es demasiado delicioso. Sí, alivié a la
Condesa de su virginidad.

—¿Por qué?

—¿Por qué? Porque es preciosa para mí, como lo es su naturaleza


sensual. Estaba convencido, todos lo estábamos, de que el Conde no era
el hombre adecuado para esa tarea. Deseaba presentarle los placeres de
ser una mujer.

—Ya veo —rechiné—. Y todavía… Es decir, ¿vos…? —Pero no pude


terminar. Era demasiado chocante, no algo que pudiera decir en voz alta.

—¿Todavía disfruto presentando a las hermosas jóvenes a los


placeres de la sensualidad? Sí.

Sentí su mirada caliente en mi mejilla buena. Desde ese lado yo no


era tan horrible. El Marqués debe estar refiriéndose a mí, implicando que
él y yo podríamos…

Floté el resto del camino hasta la casa.

No recuerdo si se dijeron más palabras antes de que llegara a mi


pequeña habitación. Estaba demasiado ocupada reviviendo todo lo que
había pasado entre nosotros. Nunca antes había sentido que yo tenía un
campeón. Tom, el hijo del Terrateniente local, había huido horrorizado

Serie Señores y Amos 02 91


Juniper Bell Mis tres Amos

cuando llegué tropezando a su casa. El ama de llaves me había enviado


directamente a la cocina, donde el cocinero me había untado la cara con
algo espantoso. En mi delirio sentí el asco de Tom como si fuera otro golpe
de látigo. Con fiebre, angustiada, corrí de nuevo. Hasta el día de hoy no
recuerdo todo lo que ocurrió en los días siguientes. Pero sé que no tenía
a nadie que luchara por mí.

Durante toda la tarde, mientras jugaba a Patty-Cake7 con la


pequeña Rose, sentí el calor de su cuerpo desde que lo rocé. El agarre de
su mano fuerte se sintió marcado en mi brazo. Me imaginé la expresión
de su cara cuando le hablé de mi tutor. Y sentí que mi cara se suavizaba
con una sonrisa tonta.

La pequeña Rose se dio cuenta. Ella gorgoteó y me sonrió,


rebotando en mis brazos, empujando sus pequeñas piernas contra mi
cintura.

Lady Alicia también se dio cuenta.

—Estoy contenta de ver que te has recuperado de la excursión de


esta tarde —dijo al entrar en mi habitación.

—Sí, milady. —¿Cuánto sabía ella?

—El Marqués dijo que te habías asustado, pero que se necesitaría


mucho más que un caballo caprichoso para que te echaras a un lado.

Así que guardó mis secretos. Por supuesto. Creía que estaba
empezando a entender al Marqués.

—Es muy amable por su parte.

7
N. T.: Juego de Palmas.

Serie Señores y Amos 02 92


Juniper Bell Mis tres Amos

—No le digas eso a los chismosos de Londres. Si su tierna


naturaleza se hiciera conocida, se reirían de él en sus clubes. —Ella le
guiñó un ojo y le quitó el bebé de los brazos. Instalándose en la mecedora,
colgó a la niña en sus rodillas—. La llevaré yo a la cama. Un momento
tan dulce con mí Rosy-Posy.

Las dejé a las dos riéndose juntas, dos guisantes en una vaina con
sus alegres sonrisas.

*****

Por más que lo intenté, no pude dormir esa noche. Una especie de
fuego corría por mis venas. Fuera, el murmullo de los grillos parecía
atraerme a alguna tierra prometida. Anhelaba correr en la hierba mojada,
bailar bajo la luna, cubrirme con pétalos de rosa. ¿Estaba la noche
inusualmente caliente, o era yo la única que sufría de esta inquietud?

Enterré mi cabeza bajo una almohada y me encontré mirando a los


brillantes ojos del Marqués. No te tocaré a menos que tú lo desees… Soy
exigente cuando se trata de ciertas cosas… ¿Quiénes son ellos para poder
encontrarlos y matarlos con mis propias manos…?

Rodé hacia un lado y levanté la mano a la luz de la luna. Justo ahí,


ahí es donde la había tocado. Podría jurar que los pequeños pelillos
seguían todavía de punta. Todavía podía sentir su toque en mi cuerpo, la
forma en que sabía exactamente cómo acariciar mis pliegues secretos, la
forma en que había amamantado las puntas de mis pechos, la forma en
que se había movido sobre mí, tan decidido, tan fuerte, tan implacable.
No podía olvidar la sensación de dulce rendición que se apoderó de mí
cuando me puso las manos sobre la cabeza.

¿Cómo es posible que algo que debería parecer tan aterrador, y que
así sería si lo hiciera otra persona, fuera tan deliciosamente estimulante

Serie Señores y Amos 02 93


Juniper Bell Mis tres Amos

cuando lo hacía el Marqués? ¿Poseyó algún don mágico? ¿O me estremecí


al pensar que sentía algo especial por él?

Por supuesto que lo hacía. He estado soñando con él durante


meses. Lo deseaba. Lo anhelaba. Pero fue más allá de eso. El nuevo
mundo que él me había abierto, el mundo dentro de mí misma, me hizo
una seña, y no pude resistirme.

Me recosté en mi cama, preguntándome dónde estaba él en este


momento. Sabía lo excitado que había estado. Sentí la evidencia contra
mi muslo, y él no hizo ningún esfuerzo por ocultármela. ¿Quizás había
decidido saciar su sed con la Condesa y el Duque? ¿Quizás incluso ahora
estaba clavando esa varonil vara en un cuerpo que no era el mío? ¡No!
Todo en mí protestó. Yo lo deseaba. Quería su atención, su tacto, su
deseo. No pertenecía a nadie más que a mí.

Él quería protegerme, como un buen amo debería proteger a su


siervo, pero yo no era una sierva de nacimiento. Era una dama, o lo había
sido. Tenía sirvientas y personal doméstico a mí disposición. Y yo había
sido una mujer atrevida y aventurera, de las que no dudaban en desafiar
las reglas y arriesgarse. Tal vez enterré esa parte de mí demasiado
profundamente. Tal vez la honorable Miranda Hampton necesitaba volver
a la vida.

Me levanté y me puse un chal alrededor de los hombros. Entré de


puntillas en el cuarto oscuro del bebé y revisé una vez más a Rose. Estaba
profundamente dormida, su aliento agitaba sus ropas de noche de encaje.
Ella no se despertaría en horas, muy probablemente hasta media
mañana. La tapé de una forma más segura, y luego salí de la habitación.

Corrí en silencio por las escaleras. ¿Dónde encontrar al Marqués?


Sabía dónde estaban sus aposentos, pero, ¿cuáles eran las posibilidades
de que estuviera allí? Si estuviera en la cama con la Condesa,

Serie Señores y Amos 02 94


Juniper Bell Mis tres Amos

simplemente volvería a mis aposentos. No me atrevía a interrumpir el


juego de cama de mis jefes.

Llamé a la puerta del Marqués, pero no obtuve respuesta. Debería


regresar, eso es lo que pretendía, pero en vez de eso giré el pomo y me
deslicé dentro de la oscura habitación. El aroma a clavo y cuero me
saludó, la misma fragancia que había olido cuando me llevó a la cima de
la alegría. Inhalé profundamente, bebiendo en el aire que el Marqués
había habitado recientemente. Miré la cama, todavía perfectamente
hecha, como si nadie hubiera dormido en ella.

Así que el Marqués estaba en otro lugar. La idea me molestó más


de lo que esperaba. No tenía ningún derecho sobre él, por supuesto, pero,
¿cómo podía ir tan rápido de un encuentro a otro? No parecía apropiado.

Me reí para mí misma en la oscuridad. “Apropiado”, había


desaparecido hace algún tiempo. Como estaba siendo tan inapropiada,
decidí aprovechar el momento. Me dirigí al tocador donde sus corbatas
estaban cuidadosamente lavadas y dobladas. Un par de anillos yacían
despreocupadamente desparramados, pero no tantos como hubiera
esperado para un hombre de la elegancia del Marqués. Él siempre había
estado meticulosamente preparado, pero tal vez no tan vano como uno
podía penar. Me incliné sobre las corbatas y las toqué con los dedos como
si pudiera tocar al Marqués de esta manera.

Y luego, de repente, mi brazo fue arrastrado detrás de mi espalda


y un cuerpo duro me presionó contra el tocador.

Serie Señores y Amos 02 95


Juniper Bell Mis tres Amos

Capítulo Ocho
—¿Quién eres? —gruñó una voz oscura. La caliente excitación
subió en espiral dentro de mí. Era el Marqués, amo y poderoso, la forma
en que había acudido a mí en mis sueños nocturnos. Sentí su dura cresta
presionar contra mis nalgas. Inmediatamente me mojé. Mi respiración se
aceleró como si estuviera corriendo por un campo.

—Soy… una… una intrusa —dije desafiante—. Soltadme.

—Diablos, no. ¿Qué has robado, intrusa?

Por la forma en la que dijo la palabra, supe que se daba cuenta de


quién era yo.

—¿Por qué tendría que decíroslo?

—¿Le hablas así a tu amo?

—Lo siento, señor. Pero sí. Yo hablo como hablo.

—Estás pidiendo tener problemas, ¿verdad?

No sabía lo cierto que era eso. O tal vez lo hizo.

Me alzó y me llevó a la gran cama de cuatro postes con sus antiguos


tapices. Manteniendo un fuerte agarre en mi brazo, me dobló sobre el
borde de modo que mi mejilla quedó presionada contra el cobertor. La
fricción hizo palpitar mi cicatriz.

—Porque si no me dices lo que has hecho, tendré que castigarte.

—¡Pero, Amo, no he hecho nada malo!

Serie Señores y Amos 02 96


Juniper Bell Mis tres Amos

—Ya mientes. Se supone que no deberías estar aquí, así que has
hecho algo malo, ¿no? Ahora quédate quieta mientras te quito la ropa.

—¿Quitarme la ropa? —Lloriqueé mientras todo en mí se


regocijaba.

—¿De qué otra forma se supone que voy a saber si robaste algo?
Rápido, ahora. Te soltaré para que puedas ponerte en pie y quitarte el
camisón y esa… esa cosa que tienes encima. Si tienes suerte, no lo tiraré
al fuego de la cocina.

Me soltó el brazo. Me enderecé, jadeando. Sentí que su mirada me


quemaba, de pies a cabeza. Me quité el chal y lo tiré al suelo. Luego vino
mi camisa de dormir. Alcancé el dobladillo y lentamente tiré de él sobre
mi cabeza, sintiendo el aire frío tocar mis muslos, mis nalgas, mi vientre,
mis pechos. Mis pezones se tensaron. Los miré, a esos botones oscuros
contra mi piel, plateados por la luz de la luna. No me veía como yo misma
en absoluto. Se había ido la sirvienta marrón. Era una ninfa plateada,
una tentadora.

Detrás de mí, el Marqués respiró hondo. ¿Le he complacido? Eso


esperaba. Mi cuerpo en todo caso, nunca había sido marcado, nunca
había sido tocado por nadie más que por él.

—Pon las manos detrás de tu cabeza —dijo su voz ahogada. Me


emocionaba pensar que yo le había hecho eso a él. Hice que su voz se
volviera espesa y cargada de lujuria—. Baja los ojos al suelo. Entonces,
date la vuelta lentamente. Debo inspeccionar cada parte de ti.

Mi garganta se apretó. No podía imaginarme estar más expuesta.


Una oscura anticipación se tensó bajo mi vientre. Yo había empezado
esto, después de todo. Y sabía que podía irme si quería.

Serie Señores y Amos 02 97


Juniper Bell Mis tres Amos

Pero no lo hice. Hice lo que me dijo. Puse las manos detrás de la


cabeza, miré hacia abajo y empecé a girar lentamente bajo la mirada
hirviente del notorio Marqués de Beaumont. Me alegré de que estuviera
oscuro, pero al mismo tiempo, una poderosa sensación se apoderó de mí,
como si yo fuera una diosa y él estuviera adorando a mis pies. Enderecé
mi columna vertebral, permitiendo que mis senos se movieran hacia
adelante. Se sentían pesados y doloridos... quizás anhelantes era la
palabra correcta. Anhelaban al hombre que estaba a unos pasos de
distancia, el hombre cuya quietud sólo añadía poder al que ya exudaba.

Cuando me giré lo suficiente como para estar cara a cara con él, lo
espié desde debajo de mis pestañas. Su cara estaba en la sombra, un
completo mapa de surcos profundos y ángulos agudos. Todavía vestía su
ropa de noche, una chaqueta exquisitamente cortada y unos pantalones
ajustados de un color más claro, aunque a la luz de la luna todo parecía
de varios tonos de plata y gris. Mi desnudez al lado de su inmaculada
sastrería agregó un escalofrío de emoción. Y aunque yo no podía ver su
expresión, la tensión en su postura, la forma en que mantenía toda su
atención, hacía que el calor subiera entre mis piernas.

Él debió haberlo notado.

—Separa tus piernas —ordenó—. Lo suficientemente abiertas para


que pueda ver tu pequeño y sabroso coño.

Su orden desató otra ola de calor. Separé mis piernas, pero tuve
que cerrar los ojos cuando la vergüenza me golpeó. ¿Y si la mayoría de
las chicas no se mojaran tanto en sus partes íntimas? ¿Y si yo fuera una
desenfrenada? ¿Y si mi tutor hubiera ideado el destino adecuado para mí
todo ese tiempo?

—No tienes idea del tesoro que eres, ¿verdad? —dijo el Marqués.
Suspiré, un dulce escalofrío de alivio. No le daba asco. Todo lo contrario.

Serie Señores y Amos 02 98


Juniper Bell Mis tres Amos

Le complací. Abrí más las piernas, manteniendo las manos por detrás de
la cabeza, con la mirada hacia abajo.

—Estaba atendiendo una correspondencia en la biblioteca —


murmuró—. Pero si hubiera sabido que estaba siendo objeto de
vandalismo, habría corrido a la escena del crimen mucho antes. Sólo
regresé porque olvidé esto. —Me enseñó una pluma larga hecha de una
pluma de faisán—. Todo sucede por una razón, supongo.

Tragué con fuerza. Sea lo que sea que pretendiera hacer con ella,
mi cuerpo ya estaba respondiendo. Observé, fascinada, cómo se acercaba
cada vez más. Entonces la pluma se asentó suavemente contra mi coño
con delicados y enloquecedores golpes. La sensación era exquisita, pero
también algo parecido a la tortura. Se burló, pero no ofreció ninguna
esperanza de liberación. Atraía como una voz que llamaba desde lejos,
llamándome hacia adelante y hacia arriba, pero nunca me llevaba a mi
destino.

Intenté empujar contra ella, pero él me gritó una orden brusca.

—Quédate quieta. —Me congelé. Continuó con su diminuta


aplicación de la pluma en mi montículo, rozando los pelos y el pequeño
núcleo de necesidad. Cerré los ojos con desesperación. Esto era peor que
cualquier castigo que pudiera haber ideado. Prefería cadenas y una
paleta a esta burla constante e insoportable. Me escondí en la oscuridad
detrás de mis párpados cerrados mientras perdía todo el sentido de que
el tiempo pasaba.

Entonces, cambió. Algo duro raspó contra ese punto vital. Tomé
una respiración profunda.

—Sé que ya conoces bien tu propio clítoris, niña traviesa.

Serie Señores y Amos 02 99


Juniper Bell Mis tres Amos

Oh, lo hacía. Pero no de la forma en la que se sentía ahora, como


si pudiera saltar de mi cuerpo y estallar en llamas.

—Sí —rechiné.

La cosa dura, se me ocurrió que era la punta de la pluma, jugando


con mi clítoris. Suprimí un aullido indecoroso.

—Bueno. Ninguna mujer debe ser ajena al funcionamiento de su


cuerpo. ¿Has sentido los jugos que produce tu delicioso coño? —Aquí dejó
que la pluma vagara libremente, incluso metiéndose un poco en mi pasaje
de mujer.

—Yo… lo he notado.

—Existen por una razón. Para darle la bienvenida a mi polla en tu


cuerpo.

Volví a chillar. Era todo lo que podía hacer. La intensa sensación


entre mis muslos capturó toda mi atención.

—Me resistí a entrar antes para evitarte un embarazo. Pero ya no


puedo resistirme más, y como has entrado en mi habitación sin permiso
y te has quitado la ropa sin protestar, tengo la intención de tomarte
ahora.

Se detuvo, y yo sabía que era mi oportunidad de protestar. No lo


hice.

—Pero todavía tengo la intención de protegerte. Hay maneras de


evitar tener un niño. ¿Has oído hablar de una carta Francesa8?

El extremo plumoso estaba ahora de vuelta, rozando ligeramente


de un lado a otro contra la punta excitada de mi clítoris. Oh, era

8
N. T.: Forma antigua de decir condón.

Serie Señores y Amos 02 100


Juniper Bell Mis tres Amos

diabólica, esa pluma. Seguramente yo moriría si él no me hubiera hecho


esa misma cosa dulce que me había hecho antes.

Luché por recordar su pregunta. Carta Francesa.

—No.

—Es una bolsa para mi miembro. Guardará mi semilla para que no


entre en tu cuerpo. Ahora continúa tu vuelta. Quiero ver tu trasero.

Tragué y junté las piernas para poder rotar de nuevo. Se sentían


pesadas, como si estuvieran cargadas por mi deseo. Cuando le di la
espalda, la pluma bailó a lo largo de mi columna vertebral, por la grieta
entre mis nalgas, y de un lado a otro entre mis muslos. Los escalofríos se
estremecían a través de mí: era divino.

Luego su mano grande y caliente se apoyó en la parte baja de mi


espalda y me dobló firmemente para que mis pechos descansaran
nuevamente en la cama. Mis manos temblaron, pero las mantuve detrás
de mi cabeza hasta que él me dijera lo contrario. Si antes me había
sentido expuesta, ahora lo estaba todavía más, con mis vulnerables
nalgas desnudas. Apreté los muslos, tanto como para protegerme como
para sentir el dulce calor. Pero él detuvo mi movimiento, poniendo ambas
manos firmemente en la parte posterior de mis muslos y separándomelos.
Ahora mi coño yacía abierto ante él. Abierto, mendigando y pulsando.

—Ahh —murmuró, como si acabara de tomar un largo trago de una


bebida relajante—. Tan tierno y jugoso como me lo imaginaba. —Lo
confirmó con sus dos pulgares, usándolos para extender mis pliegues y
presionar contra mi clítoris.

Gemí en el cobertor y apreté las manos en puños. Creo que hasta


sentí un poco de baba goteando sobre la tela. Moví mi trasero contra sus
manos. Mientras lo hacía, mi clítoris se frotó contra el cobertor,

Serie Señores y Amos 02 101


Juniper Bell Mis tres Amos

desatando más tormentas salvajes de ansia. Necesitaba más, ahora, o iba


a expirar.

—Por favor, Amo… —Estaba tan confundida que no podía recordar


su título. Todo lo que sabía era que él era el amo de mi cuerpo en este
momento.

Se inclinó sobre mí, su aliento caliente en mi oído, y extendió mis


brazos a los lados. Tenían hormigueos; no me había dado cuenta de que
se habían acalambrado, pero él sí. Ahora los acarició, desde el omóplato
hasta las yemas de los dedos, y luego volvió a subir y bajar por mi
temblorosa espalda.

—No te preocupes, mi cachorra. Tendrás lo que necesitas. —Me


quitó una mano. Le oí hurgar en sus pantalones. Comenzó un canto en
mi mente. Por favor, ahora, por favor, con fuerza, ahora, por favor.

—Esto podría doler por un momento —dijo mientras se calmaba


sobre mí. Me puse rígida, no estaba segura de lo que iba a pasar. Empezó
a murmurar en mi oído mientras acariciaba mi húmedo sexo—. Pero
puede que hayas conseguido romper tu virginidad con todas tu
cabalgadas, así que puede que no. Tomará un momento para que tu
cuerpo se ajuste a la sensación de que estoy dentro de ti. Sólo sigue
respirando. Ten fe en que al final será todo lo que has anhelado, y más.

Algo ensanchó mi abertura y comenzó a presionar hacia dentro.


Por el grosor y la dureza, sabía que debía ser su miembro masculino.
Mientras se abría paso dentro de mí, mantuvo su flujo de charla.

—Siempre supe que tenías una vena apasionada al acecho bajo ese
exterior obediente. Quiero que la dejes salir. No te preocupes por nada de
lo que puedas decir o hacer mientras estemos siendo íntimos. Siempre
he creído que el acto sexual debe ser un lugar de completa seguridad

Serie Señores y Amos 02 102


Juniper Bell Mis tres Amos

contra el juicio y la duda. Sólo déjate sentir. Déjate llevar por la libertad.
Estoy aquí contigo, mi dulce.

Con eso, empujó en mí hasta el fondo. Grité, pero en realidad fue


más por la sorpresa ante el estallido de estrellas que creó su intrusión
que por el dolor. Me moví, confundida por el torrente de sensaciones, la
sensación de estar desbordada, estirada y tapada.

—¡Ma... Ma... Marqués! —exclamé—. Qué extraño… —Pero mi voz


temblaba y no podía terminar de pensar, porque él había empezado a
moverse dentro de mí. No sólo eso, sino que su mano se abrió camino de
regreso por debajo de mí para poder tocar mi clítoris—. ¡Oh!
¡Ohhhhhhhhh! —Seguí jadeando. ¿Cómo pudo…? ¡Qué locura…! ¡Qué
delirio! Luego hizo algo con el pulgar contra mi clítoris mientras se movía
dentro de mi cuerpo, y una espiral de deleite me arrastró hacia arriba
como si estuviera siendo sostenida por una fuente. Los temblores
sacudían mi cuerpo; no podía contenerlos. Pero el Marqués me había
dicho que no lo hiciera, así que dejé de lado mi precaución y me entregué
a la tormenta.

Empujé contra el duro invasor que había dentro de mí, y cada vez
más chispas de alegría danzaban a través de mi vientre.

—Cuando te retuerces tanto, no puedo contenerme —gruñó. No


sabía lo que él quería decir, aunque sabía que yo no tenía ningún deseo
de que dejara de hacer nada. Luego dio un último y enorme empujón y
lanzó un aullido primitivo en la noche. Los espasmos se mecían a través
de él... los sentí como si fueran mis propias y encantadoras convulsiones.
Me quedé con él, queriendo mostrarle el mismo cuidado que él me había
mostrado a mí. Me aferré a él con mis músculos internos, ordeñándolo
ferozmente.

—Oh, mi dulce —gimió, colapsando sobre mi cuerpo.

Serie Señores y Amos 02 103


Juniper Bell Mis tres Amos

Sentí como si todavía estuviera volando en algún lugar de las


regiones superiores del cielo. Yo gimoteaba.

—Tan encantador. Tan encantador. —Las lágrimas vinieron a mis


ojos y se derramaron, goteando sobre el cobertor y sobre su mano.

—¿Estás bien? —gritó alarmado, rodándose hacia mí y mirándome


a la cara—. ¿Te lastimé?

—No… no —sollocé—. Simplemente nunca imaginé que algo tan


hermoso pudiera existir.

Él cayó de nuevo sobre la cama.

—Oh, sí eso es todo lo que es.

—Sí. —Me limpié la cara para no mojar su cobertor. Pero no parecía


preocupado. Me levantó y me acosté en una acogedora pelota entre sus
brazos.

—¿Siempre es tan… tan... arrebatador?

—Rara vez —dijo, acariciando tiernamente un mechón de mi


cabello lejos de mi cara húmeda—. Solo para algunas personas
afortunadas que se permiten ese placer, y que se abren a la confianza y
se rinden.

—Milord.

Con el tono intenso de mi voz, se calmó.

—¿Sí?

Enterré mi cabeza en su pecho, así que mis palabras fueron


amortiguadas. Tenía algo que decir, algo que ardía en mi alma, que pedía
ser liberado.

Serie Señores y Amos 02 104


Juniper Bell Mis tres Amos

—Mi señor —susurré—. Mi señor y amo. Soy suya para mandar. —


Una parte de mí esperaba que no me oyera. Esa parte de mí se decepcionó
rápidamente.

—En efecto.

*****

La primera orden llegó a la tarde siguiente. Mientras calentaba la


leche para Rose, un lacayo me entregó un mensaje del Marqués. Me
ordenaba presentarme en los establos inmediatamente. La Condesa
aparentemente ya me había concedido unas horas de descanso esa tarde.
Subí volando las escaleras con la leche y se la di a Graham.

—Tengo una tarea urgente que cumplir —le dije, todavía sin aliento
por mi carrera por los pasillos de Sweetbriar—. ¿Dormirás a Rose para
su siesta?

—Adelante, niña. Rose y yo estaremos bien.

Me apresuré a mí habitación, donde encontré otra sorpresa. Un


vestido de montar verde bosque colgaba en la puerta del armario, una
nota clavada en él. “No hagas esperar a tu amo”, decía. La densa
excitación pesaba en mis extremidades e hizo temblar mis dedos cuando
me quité la ropa y me puse el vestido de montar. Él también me había
proporcionado cuidadosamente de un par de botas de media caña.
Cuando estuve vestida, me miré a mí misma y vi a un fantasma. Al
fantasma de la honorable Miranda Hampton.

No me atrevía a pensar en lo que dirían los otros sirvientes cuando


me vieran vestida así, como si estuviera fingiendo ser una dama. Pero
nadie me vio cuando salí de la casa y me dirigí hacia los establos. Los
encontré inquietantemente vacíos. El carruaje no estaba. Alicia debía
haber ido de visita y se llevó al caballerizo. Ni siquiera el mozo de cuadra

Serie Señores y Amos 02 105


Juniper Bell Mis tres Amos

estaba aquí. Vi varias fustas colocadas en las paredes, pero mi miedo


anterior no regresó. Casi parecía absurdo ahora. La culpa debía ser
echada en la puerta del Vizconde Vicioso, no a un objeto inanimado.

¿Dónde estaba el Marqués? ¿Había tardado demasiado en


vestirme? En un estado de casi pánico, corrí de puesto en puesto,
sorprendiendo a los caballos, pero sin encontrar a ningún oscuro
Marqués y de mala reputación hasta que llegué al último. Me asomé
dentro. El olor a hierba de heno me hacía cosquillas en la nariz. Por la
rendija de una ventana, un rayo de sol convirtió el polvo en polvo de
hadas danzando a la luz. Ningún caballo estaba en ese establo, sólo el
Marqués.

Se había quitado la chaqueta de montar y la había colgado de un


clavo. Su camisa blanca que hinchó a su alrededor y vi un poco de cabello
oscuro y rizado debajo. Era tan guapo que solté un suspiro ingenuo. Sin
embargo, no parecía estar nada contento de verme. Frunció el ceño de
una manera espantosa.

—Llegas tarde —declaró.

—Tenía que llevarle la leche a Rose, luego tuve que vestirme. Vine
tan rápido como pude, señor. —De hecho, todavía estaba jadeando por
mi alocada carrera.

Levantó una mano firme.

—Ya está bien. Como amo, no debería tener que esperar a mi propio
sirviente, ¿verdad? Especialmente cuando me quemo por ella. —
Deliberadamente puso su mano en la caída de sus pantalones y frotó ese
enorme bulto. Recuperé el aliento. El recuerdo de cómo se había sentido
esa vara dentro de mí había perturbado mi sueño de anoche en gran
medida.

Serie Señores y Amos 02 106


Juniper Bell Mis tres Amos

—No, milord. No deberíais.

Se frotó de nuevo, esas manos fuertes y magistrales acariciándose


entre los calzones. Sus ojos se cerraron a medio camino mientras parecía
perderse en una solitaria excitación. Eso no estaba bien.

—Por favor, milord. ¿Puedo… tocaros?

Inclinando la cabeza hacia un lado, pareció considerar mi petición


mientras continuaba acariciándose.

—Muy bien —decidió finalmente—. Con una condición. Debes


hacer exactamente lo que te diga.

Asentí con la cabeza. Debajo de mis faldas, mis partes femeninas


se llenaban de calor.

—Acércate y arrodíllate ante mí —dijo en una voz tan oscura como


la medianoche, cargada de una intención traviesa que parecía encontrar
su camino hacia lo más recóndito de mi cuerpo.

Hice lo que me dijo. Caminé hacia adelante y me arrodillé en el


suelo cubierto de heno. Justo delante de mis ojos, a cinco centímetros de
mi cara, se alzaba el enorme bulto que cubría sus calzones.

—Pon las manos detrás de la espalda y desabrocha mi pantalón


con la boca y los dientes.

Una emoción oscura me hizo temblar. Me agarré las manos por


detrás de mi espalda, lo que hizo que mis pechos avanzaran hacia
adelante. El Marqués se inclinó hacia mi parte frontal y atacó los botones
haciendo que mis tetas se derramaran. Le dio a mis pezones un pellizco
afilado que me hizo gritar. Entre mis piernas, mi clítoris ardió. Juntó mis
pechos, y luego volvió a abotonar mi corpiño para que los apoyara hacia
delante en una desvergonzada exhibición.

Serie Señores y Amos 02 107


Juniper Bell Mis tres Amos

—Ah, así está mejor —dijo—. Tu tarea ahora. Continúa con ello.

Me incliné hacia adelante y mis labios tocaron sus calzones.


Tropezando, encontré un botón y usé mis dientes para tirar de él a través
de su ojal. La áspera abrasión de la tela contra mi lengua me hizo
temblar. No sólo eso, sino que no pude evitar que las puntas de mis
pechos rozaran sus pantalones. Cada vez que eso ocurría, se volvían más
rígidos y prominentes, hasta que sentí como si el plomo pesado pesara
sobre mis pezones.

Tres botones, cuatro, cinco. Para cuando los seis fueron liberados,
mi respiración era rápida y superficial.

—Acércate con la boca, y saca mi polla —ordenó el Marqués.

No tuve que llegar muy lejos. Estaba rígido y erguido contra su


pelvis. El morado oscuro de un moratón, parecía crecer y palpitar ante
mis ojos. A decir verdad, me intimidó con su poderosa presencia. Pero me
recordé a mí misma que había estado dentro de mí la noche anterior y
que me trajo la liberación más exquisita. Delicadamente, como una
especie de exploración, lamí toda su longitud. Cálido, suavemente
satinado, vivo y ligeramente salado. Lo encontré bastante a mi gusto.

Llena de energía apasionada, maniobré la enorme cabeza dentro de


la cavidad de mi boca y giré mi lengua alrededor de ella. Hice un sonido
de sorbo incómodo, que pareció divertir al Marqués.

—Muy bien. Muy bueno de verdad. Ahora toma todo el pene en tu


boca y apunta hacia la parte posterior de tu garganta.

Torpe, moví mi cabeza hacia arriba y hacia abajo para maniobrar


su polla de la forma que pedía. No fue fácil, y por un momento casi me
atraganté.

Serie Señores y Amos 02 108


Juniper Bell Mis tres Amos

—Relaja los músculos de tu garganta. Eso es. —Él acarició los


músculos tensos a lo largo de mi cuello y luego bajó hasta mis
prominentes pezones. Se burló de ellos durante un tiempo, quizás para
distraerme de mis esfuerzos. Funcionó. Mientras avivaba el fuego dentro
de esos duros picos, yo luchaba por llevar su verga a la posición que me
había dictado. En un momento dado, sus manos dejaron mis pezones y
se fueron a su boca. Cuando regresaron, mojadas y resbaladizas,
atormentaron mis pezones con pellizcos largos y profundos hasta que
gemí.

Cuando hice el sonido, mi garganta se abrió y de repente estaba su


polla completamente empalada dentro de mí. Mis ojos se abrieron con
pánico, pero él me calmó con susurros calientes. Dejó mis pezones y
ahuecó mi cara entre sus manos.

—Estarás bien, mi dulce. Respira por las fosas nasales. No te


asfixiarás. Y piensa en el asombroso placer que me estás brindando ahora
mismo. Mueve tu cabeza hacia atrás y hacia adelante en mi eje, así de
fácil. Ahora puedes sacar tus manos de detrás de la espalda y ponérmelas
en las pelotas.

¿Mis manos? Me había olvidado de que tenía manos, concentrada


como estaba en mi boca desbordante y mis pezones húmedos y excitados,
que ahora palpitaban con cada corriente de aire contra su carne expuesta
y húmeda.

Sin embargo, solté mis manos de su firme agarre en mi espalda y


las llevé a su verga. Encontré las suaves y apretadas bolas de carne y las
sostuve tiernamente en las palmas de mis manos.

—Eso es, agradable y ligero al principio. Acostúmbrate a la


sensación. Quiero que adores a mi pene como si fuera tu señor y amo. Te
gobierna a ti. Gobierna tu cuerpo, tu boca, ese lugar caliente entre tus
piernas.

Serie Señores y Amos 02 109


Juniper Bell Mis tres Amos

Mi cabeza nadaba como si me estuviera ahogando en una gruesa


cuba de miel oscura. Todo mi cuerpo temblaba y se estremecía. La
humedad goteaba de mi coño.

—Voy a follarte la boca ahora. —Su voz era salvaje y casi


irreconocible. Empujó su polla contra la parte de atrás de mi garganta.
Luché para mantener el canal abierto y relajado. Yo era suya, después de
todo. Suya para hacer lo que le plazca. En ese momento existí para
servirle con mi boca. Moriría antes de decepcionarlo.

Con sus fuertes manos, sostuvo mi cara y dirigió los movimientos


de mi mandíbula y mi cabeza. Arriba y abajo, arriba y abajo. Mi mundo
subió y bajó, caliente y duro, empujar y retirar, acariciar y aceptar.
Aceptar, aceptar. Aceptar su feroz carne en mi suavidad, sus deseos
oscuros en mi alma.

Aceptar el fluido caliente que irrumpió en mi garganta. Tragué una


y otra vez mientras su esencia llenaba las grietas de mi boca y se
deslizaba por mi garganta. Parte de ella goteaba por mis mejillas, junto
con lágrimas que yo no pude contener. Me llenó de alegría sentirlo
correrse en mi boca de esa manera. Incluso después de que su empuje
había cedido a sacudidas, le limpié la polla con mi lengua, buscando
hasta la última gota de picante sal.

Soltó mi cabeza de su apretado agarre y sacó su pene de mis labios.


Me caí al suelo de rodillas, exhausta, fatigada, agotada, llena de gloria.
Completamente vencida, cerré los ojos. Lo sentí acariciar la curva de mi
mejilla, secar los rastros de lágrimas y semen.

—Me agradas mucho, querida.

Las dulces palabras se deslizaban sobre mí como una brisa en un


día soleado. Cuán bendecida me sentí en ese momento.

Serie Señores y Amos 02 110


Juniper Bell Mis tres Amos

—Pero me temo que el mozo de cuadra acaba de entrar en los


establos. Debemos encontrar nuestras monturas y marcharnos.

Me puse en pie.

—Pero…

Él ladeó la cabeza mientras abotonaba su bragueta y se la colocó


bien.

—¿Sí?

¿Cómo podía decirle que todo mi cuerpo ardía por satisfacción?


¿Qué no podría montar un caballo en estas condiciones? Incluso mis
pezones… miré su vergonzosa exposición. Él también lo hizo. La mirada
fue seguida por sus labios, mientras se inclinaba y tomaba primero a
uno, luego al otro en su boca para una larga y agonizante succión.

Oh Señor, oh Señor en el cielo, ¿cómo podría sentirse algo tan


dolorosamente placentero?

El silbido del mozo de cuadra penetró en mi neblina. Se me


abrieron los ojos cuando el Marqués metió mi pecho en el corpiño de mi
vestido y lo volvió a abotonar rápidamente. Puede que estuviera más
cubierto, pero estaba igual de excitado. Me retorcí cuando mis pezones
presionaron contra el suave algodón de mi camisa y el paño rígido del
vestido.

Me susurró al oído.

—Te ordeno que no te corras hasta que lleguemos a nuestro


destino. —Lo miré con desesperación. Así que él sabía el estado en el que
yo estaba. Por supuesto que lo hacía.

Serie Señores y Amos 02 111


Juniper Bell Mis tres Amos

Me giré lejos de él y atendí a mi cabello y la cara. No podía permitir


que el mozo de cuadro me viera tan desarreglada.

A pesar de la incómoda fricción entre mis piernas, me sentía en la


gloria de estar en una silla de montar. Me sentí poderosa, libre y llena de
alegría mientras puse a Candy en un galope detrás del Marqués y su
semental negro. Cabalgamos, salvajes y libres, a través de praderas y
vallas hasta llegar a un hermoso arroyo. Allí el Marqués tiró de las riendas
y su caballo se detuvo.

—Ven aquí. —Alcanzó la brida de Candy y la instó a que se


acercara. Ella obedeció. ¿Todas las hembras cedían al toque del amo?—.
Más cerca. Ven ahora.

Maniobró mi caballo para que estuviéramos uno al lado de otro, lo


más cerca posible sin apretar mis piernas en su silla de montar. Con
ambas bridas en una mano, se inclinó y me acunó la mejilla con la otra.
Fuerte y cálida, con una ligera rugosidad en la palma, esa mano inclinó
mi cara hacia él. Su intencionada mirada negra estudió cada centímetro
de mi semblante.

—La bella Miranda —murmuró. Me sonrojé. Sabía muy bien lo poco


hermosa que era—. ¿No me crees? Me has hechizado desde el primer
momento en que te vi, a pesar de tu vestimenta marrón y tus intentos
deliberados de permanecer invisible. Admito que funcionó durante un
tiempo. Me llevó más tiempo de lo habitual fijarme en ti. Al menos un día.

Una esquina de mi boca se levantó. Busqué en su rostro pero no vi


nada más que deseo y concentración en ese rostro oscuro.

—¿Y mi cicatriz?

—¿Qué hay de ella?

—¿También es hermosa? —Lo desafié.

Serie Señores y Amos 02 112


Juniper Bell Mis tres Amos

—Como es parte de ti, la declaro tan hermosa como el resto de ti —


Y con eso trajo sus firmes labios a los míos, todavía húmedos e hinchados
por sus esfuerzos.

Serie Señores y Amos 02 113


Juniper Bell Mis tres Amos

Capítulo Nueve
Miranda sabía aún más maravillosa de lo que el Marqués había
soñado. Esos labios llenos, eróticamente curvados, contenían el sabor de
las moras silvestres, la suavidad del plumón de plumas, la indomabilidad
de un caballo salvaje. Su respuesta fue totalmente satisfactoria. Sorpresa
por la repentina intrusión de su boca, luego una ansiosa bienvenida que
casi lo hace caer de su caballo. Una ardiente llama de deseo lo hizo
hundir su lengua en la boca de ella, saboreando las paredes interiores,
la ligera aspereza de su lengua. A pesar de que había sido tan
recientemente chupado hasta secarlo, su polla se tensó contra sus
pantalones. Su sangre rugió en sus oídos. Dios, él podría tomarla ahí
mismo.

Se alejó, mirando a sus alrededores para asegurarse de que no


había granjeros o pastores vagando en las inmediaciones.

—Ven —dijo—. Te llevaré a uno de mis lugares favoritos.

Ella asintió y se llevó la mano a la boca en un gesto tembloroso que


hizo saltar su corazón.

—¿Te he hecho daño?

Ella agitó la cabeza.

—Nadie más me ha besado así —dijo francamente.

—¿Así que ya te habían besado antes? —Su rápida puñalada de


decepción le sorprendió. Él había estado con cientos de mujeres. ¿Qué le
importaba un simple beso?

—Hace años —dijo ella despectivamente—. Por un chico.

Serie Señores y Amos 02 114


Juniper Bell Mis tres Amos

—Si fue hace años, debías haber sido una simple niña. —Agarró a
su semental y ambos caballos empezaron a moverse. Puso un paso lento
para poder controlar su lujuria.

—Quince.

Él levantó una ceja. Si ella era una Hampton, de buena familia y


besaba chicos a los quince años, su curiosidad se despertó todavía más.

—¿Tus padres lo permitieron?

—Mis padres murieron cuando yo tenía doce años. Y sólo lo besé


una vez, porque quería asegurarme de que era el chico adecuado para
casarme.

—¿Casarte? —No le gustaba escuchar esa parte. Parecía que él


tenía fuertes sentimientos sobre su matrimonio de ella. Debería casarse
con alguien que entendiera su verdadera naturaleza, no con alguien a
quien solo había besado una vez.

—Teníamos la intención de casarnos tan pronto como pudiéramos


obtener el consentimiento. Pero eso nunca sucedió. —Ella apretó los
labios como si fuera a contener más confidencias. La vista de sus
exuberantes labios en línea recta hizo que él quisiera bajarla del caballo
y besarla hasta que se olvidara de todas sus preocupaciones.

—Menos mal —dijo alegremente él—. Odiaría tener que alejarte de


un marido celoso.

Ella le lanzó una mirada de sorpresa, como si debatiera si debía


ofenderse, y luego estalló en un alegre repique de risa.

—¿Nada es sagrado para vos?

Serie Señores y Amos 02 115


Juniper Bell Mis tres Amos

—De hecho lo es —respondió con prontitud—. Tengo la sagrada


obligación de traer un indecible placer a cualquiera que sea lo
suficientemente valiente como para acostarse conmigo. —Le guiñó un
ojo—. Considero sagrado el derecho a hacer lo que elija con mi persona,
siempre y cuando nadie resulte perjudicado.

—¿Perjudicado? ¿No querréis decir herido?

—No precisamente, no. Algunas cosas pueden doler, pero no hacen


daño.

—Como… ¿qué clase de cosas?

La miró sorprendido. Con los ojos abiertos y fascinada, se encontró


con su mirada. Vaya, vaya, vaya. Y él pensó que enseñarle a hacer una
mamada a su polla era suficiente para un día. Ella estaba demostrando
ser una alumna entusiasta.

—Me temo que esas cosas son mejores siendo demostradas que
descritas.

Si es posible, sus ojos se abrieron todavía más.

—Pero…

—Pero nada. Si insistes en interrogarme, tendré que considerar la


consecuencia apropiada. —La miró de reojo, totalmente satisfecho por la
forma en que ella se sonrojó y su respiración se aceleró.

Los guió por el camino a lo largo del arroyo que fluía a través de la
propiedad. Los terrenos de Sweetbriar eran extensos, y los bosques se
extendían por acres en todas direcciones. El sol los bañaba con un suave
calor, el susurro de una brisa agitaba las hojas de los álamos.

Serie Señores y Amos 02 116


Juniper Bell Mis tres Amos

Finalmente el murmullo del agua aumentó a un rugido. El lecho


del arroyo se volvió más rocoso y vieron pequeñas truchas que se abrían
paso a través de las rocas. Al girar una curva final hasta su destino, el
Marqués oyó un grito ahogado detrás de él. La boca de Miranda se abrió
cuando una espectacular vista apareció ante ellos.

Una cascada caía sobre piedras musgosas en un profundo


estanque a la sombra de los sauces. La luz del sol salpicó un banco de
hierba espolvoreado de trébol blanco. El aire olía a tierra y a frescura,
como si los elementos se hubieran combinado en perfecta armonía para
formar este lugar en particular.

La mirada en el rostro de Miranda hizo que el Marqués quisiera


bailar un jig, algo tan fuera de lugar que los chismosos londinenses se
habrían desmayado al verlo. Se bajó de su caballo y lo llevó al estanque,
luego se volvió para ayudar a Miranda. Pero ella ya estaba en el suelo,
con los brazos abiertos, su cara levantada hacia el sol, girando en un
pequeño círculo.

—¡Este debe ser el lugar más hermoso de la creación! —exclamó


ella.

Él sonrió ampliamente.

—Eres fácil de complacer.

—¿Pero quién no se sentiría igual? —Se agachó para recoger una


flor estrella—. Mira, brilla como si las hadas hubieran estado aquí.

—Qué grosero de su parte. Quizás deberían limpiar detrás de sí


mismas.

—No estropearéis mi humor, mi señor. Esto es demasiado bonito


para malhumorados.

Serie Señores y Amos 02 117


Juniper Bell Mis tres Amos

—Nunca querría estropear tu estado de ánimo.

Ella levantó la vista con una tímida sonrisa.

—Es muy amable de vuestra parte.

—Amable. —La palabra le repugnaba—. Lo último que soy es


amable.

—¿Es eso cierto? —Ella se irguió, con las manos llenas de delicadas
flores blancas, y se puso a su lado. Con cuidado, ella colocó un delicado
tallo en su corbata—. Lamento discrepar, mi señor. Hasta una sirvienta
tiene derecho a opinar, ¿no?

—Una opinión informada, tal vez.

—Estoy informada. ¿No os he estado observando durante más de


un año? ¿No os he visto visitar a vuestra esposa a pesar de su maldad?
¿No os habéis esforzado mucho para cuidarme? Yo no soñaría con…

—¿Con qué?

Ella sacudió la cabeza y se dio la vuelta.

—Estoy hablando demasiado. No estoy acostumbrada a hablar,


pero cuando estoy con vos es diferente. No os importa si hablo. La
mayoría de la gente quiere que los sirvientes sean invisibles, o que estén
cerca de ellos.

Le agarró el brazo.

—No eres una sirvienta. No quiero que pienses así de ti misma.

—¿Perdón?

Serie Señores y Amos 02 118


Juniper Bell Mis tres Amos

—Eres más que una sirvienta. —Dio marcha atrás rápidamente,


para no revelar que conocía su verdadero nombre—. Eres una sanadora.
Elegiste trabajar para la Condesa, pero no eres una sirvienta.

Una extraña mirada se posó sobre su rostro, como si él le hubiera


regalado un cachorro o algo igualmente sentimental. Aunque aborrecía
el barato sentimiento, adoraba la forma en que su rostro se suavizaba y
la risa temblaba en las comisuras de sus labios. Ella inclinó la cabeza
hacia él, dejando al descubierto su largo cuello.

—¿Y vamos a hablar de sirvientes y amos toda la tarde?


Seguramente eso sería un desperdicio de un hermoso día y todo esta —
Señaló alrededor del hermoso claro—, privacidad.

Una sonrisa se extendió por la cara de él. Sabía lo que la pequeña


descarada quería. El Señor sabía que ella se lo había ganado. Bueno,
como su amo tenía responsabilidades, después de todo.

—Es hora de que te ganes tu sustento. Te quiero desnuda, a la


cuenta de tres. Uno…

Su boca se abrió de la manera más deliciosa. Aún más agradable


fue la forma en la que ella se apresuró a obedecer. Sus manos volaban a
los botones de su vestido de montar. En cuestión de segundos se lo quitó.

—Dos…

Allí se fue la camisa, volando por los aires para aterrizar en un


parche de hierba dulce. Debajo de eso, llevaba medias de punto marrón
lisas que llegaban justo hasta por encima de las rodillas, junto con
medias botas. En ella eran las cosas más eróticas que había visto en su
vida. Aspiró su aliento al ver por primera vez a Miranda totalmente
desnuda e iluminada por el sol. Su forma firme y curvilínea habría

Serie Señores y Amos 02 119


Juniper Bell Mis tres Amos

fascinado a Botticelli, al igual que la forma en que su cabello se había


soltado durante el paseo y ahora envolvía la parte superior de su cuerpo.

—Puedes dejar tus medias y botas donde están. Mantén el cabello


lejos de tu cara.

Con ambas manos, ella amontonó el pelo castaño teñido sobre su


cabeza. Sus pezones todavía estaban distendidos de sus juegos
anteriores. Mirando hacia abajo, vio que su clítoris se asomaba a través
de sus rizos, rojo, hinchado y suplicando. Su boca se hizo agua.

—Separa tus piernas.

Como ya se había acostumbrado a esa orden, rápidamente separó


sus piernas cubiertas de medias. La humedad manchó la superficie lisa
de la cara interna de sus muslos. Ella debía estar en un fermento de
deseo. Justo como él la quería.

Pero él quería otra cosa todavía más, descubrió.

—Deseas liberarte, mi dulce.

Aunque no era una pregunta, ella contestó, su cara sonrojándose


de la manera más entrañable.

—Si os complace, mi señor.

—Me complace, aunque después te pediré otra cosa.

—Lo que sea, mi señor. Vuestros deseos son órdenes. —La nota
ferviente en su voz le hizo sonreír.

—Como debe ser. Arrodíllate sobre la hierba, sobre tus codos y


rodillas, con tu trasero apuntando en mi dirección.

Serie Señores y Amos 02 120


Juniper Bell Mis tres Amos

El calor inundó su cara. Sus ojos se clavaron en los de él, como


preguntando si eso podría estar bien. Mantuvo su cara en líneas firmes
y al mando, sin darle lugar a dudas. Vio el momento exacto en que ella
se rindió, quizás el más dulce de su vida. Ella soltó su cabello, que fluyó
sobre su espalda mientras se ponía de rodillas. Moviéndose para que su
espalda estuviera hacia él, se inclinó hacia delante para descansar sus
codos sobre el césped. Su trasero se elevaba hacia el aire soleado, sin una
pulgada de su superficie en la sombra. Pasó su mano por la suave piel de
ella, por el pliegue, a lo largo del borde del agujero trasero.

—Algún día romperé este agujero —Le dijo, probándolo suavemente


con el pulgar—. Lo abriré, lenta pero seguramente, hasta que pueda
aceptarme tan fácilmente como lo hizo tu boca.

Él movió su cabello hacia un lado para que le colgara por encima


de su hombro, dejando su espalda desnuda. La línea de su columna
vertebral era absolutamente exquisita.

—¿Tienes alguna objeción a esto? —La azotó ligeramente.

—No, milord —dijo su temblorosa respuesta—. Estoy para vuestras


órdenes.

—Bien. Pero como no tenemos aceites ni ungüentos para facilitar


mi paso, tendremos que contentarnos con esta parte de tu anatomía —
Pellizcó el caliente clítoris que sobresalía de sus rizos. Ella se sacudió
hacia delante y dio un grito que resonó en el claro. Dios, era buena.
Apretada, caliente y toda suya. Se inclinó sobre ella, un animal que
reclamaba su pareja, y tomó el mando de su clítoris, frotándolo y
burlándose hasta que ella se estremecía. Pero sabía exactamente dónde
estaba el borde, y la mantuvo bailando sobre él hasta que su trasero se
balanceó de un lado al otro y ella le rogó muy piadosamente que la
liberara.

Serie Señores y Amos 02 121


Juniper Bell Mis tres Amos

—Pero yo soy el amo aquí. Te corres cuando te lo diga, no un


momento antes.

—Sí, pero…

—Una palabra más y no permitiré que llegues a la cima.

Ella cerró la boca para que sólo se escaparan lloriqueos y gemidos.

Desabrochó su bragueta, recordando con intenso placer cómo se


había sentido cuando lo atendió con su boca. Su polla, que nunca se
había bajado del todo desde su última unión, saltó ávidamente a su
mano. Antes de penetrarla, le dio otra nalgada ligera, viendo cómo el rosa
subía a la superficie, sintiendo el suave calor de su coño con su otra
mano. Esa mano, la que estaba plantada entre sus piernas, ahondaba
más, separando tejidos y pliegues, abriendo el camino para su verga.

Con un fuerte empujón, se sumergió en su cuerpo, mientras


aumentaba la presión sobre su clítoris. Ella se inclinó hacia delante, su
cabeza cayendo sobre sus manos.

—Oh, mi señor, eso se siente tan maravilloso. —Las palabras


parecían surgir de lo más profundo de su sr—. Fólleme, mi señor.
Fólleme, os lo ruego.

La sintió temblar en sus brazos, la sintió apretarse alrededor de su


pene, luchando por contener su orgasmo. Recordó lo dulcemente que se
había puesto de rodillas, con qué facilidad se había deshecho de su ropa.
Una ráfaga de dulzura recorrió todo su cuerpo.

—Puedes correrte ahora.

Mientras lo decía, usó la palma de su mano contra el clítoris y clavó


su polla en ella, dureza por debajo, dureza por detrás. Ella se rompió en
sus brazos con un largo, agradecido y agudo grito. Siguió y siguió,

Serie Señores y Amos 02 122


Juniper Bell Mis tres Amos

convulsiones sacudiendo su cuerpo, sus paredes internas agarrando su


verga. Sacó el clímax de su cuerpo con toda la habilidad y paciencia que
había pasado desarrollando toda su vida.

Entonces, él también llegó, y en el torrente de dulce y creciente


felicidad, supo que todos esos años habían sido para ella. Para ellos, y
todo lo que explorarían juntos.

Después, se estiró sobre la hierba, dejando que el sol calentara su


cuerpo. Tan pronto como su respiración se había desacelerado y él había
guardado su polla, ella le hizo una mueca cómica por verla marchar, le
habló enérgicamente.

—Ahora, tú promesa de darme lo que quiero.

—Me tenéis desnuda ante vos, dispuesta a ofreceros cualquier


cosa. —Se pasó una mano por el torso, pareciendo una sirena totalmente
satisfecha en vez de una monótona criada.

—Y eres un espectáculo encantador. Pero mis deseos van en otra


dirección. Deseo… un secreto. Cualquier secreto servirá.

Ella frunció el ceño.

—Esto es un secreto, por lo que a mí respecta. Ciertamente no


tengo intención de contárselo a nadie.

—No, no, querida. Uno de tus secretos privados. Aquellos que


acechan en tus grandes ojos marrones y pesan sobre tus encantadores
hombros. Deseo uno de esos.

Ella tembló como si una nube hubiera pasado sobre el sol, y se


sentó, abrazando sus rodillas dobladas.

—¿Cómo qué?

Serie Señores y Amos 02 123


Juniper Bell Mis tres Amos

—Por ejemplo, ¿por qué tu tutor deseaba que no te casaras? O, tal


vez, ¿cómo escapaste de él? ¿Cómo llegaste al lecho de muerte de la
Marquesa? Quiero saberlo todo, pero he jurado no hacer preguntas. Pero
seguramente puedes darme un secreto de tantos.

Ella se mordió el labio inferior. Odiaba causarle angustia, pero ella


necesitaba revelar sus secretos. La incomodidad momentánea sería
reemplazada por alivio.

—Te lo pondré más fácil. Responde a mi primera pregunta. ¿Por


qué tu tutor no quería que te casaras?

—De acurdo. Mi tutor no quería que me casara porque no recibiría


ningún beneficio si yo encontraba un marido rico. Tenía la intención de
venderme en su lugar. Una noche cada vez, a sus amigos.

La negra rabia inundó al Marqués. Sus manos temblaron. Su visión


se nubló.

—¿Quién es ese canalla? Debo conocerlo. Conozco a todos los


libertinos disolutos de Inglaterra.

—Puede que lo conozcáis, pero no es probable. No viaja a Londres.


Mantiene una reputación respetable al mantener sus vicios ocultos en el
norte del país.

—Norte del país… —El Marqués ordenó mentalmente los Hampton


que se le ocurrieron, pero ninguno de ellos habitaba en el norte.

—Por favor, no intentéis adivinar. —Miranda se puso de rodillas y


apoyó sus manos sobre sus muslos. El rubor en su hermosa cara le dio
una profunda satisfacción. Él había sido el primero en tocar su sedoso
coño, el primero en hacerla estremecer de placer.

Serie Señores y Amos 02 124


Juniper Bell Mis tres Amos

Ahora sólo podía pensar en cazar al hombre malvado que había


prostituido a su chica.

¿Su chica?

El pensamiento lo hizo sentir incómodo. No se encariñaba. Por eso


su acuerdo con la Condesa, el Duque y el Conde era tan perfecto para él.
Pero no podía negar los nuevos y extraños sentimientos que Miranda
despertó en él.

—¿Cómo sabías que eso era lo que tu tutor pretendía?

—Mi criada me lo dijo. Los sirvientes lo saben todo, como puedo


dar fe ahora. —Una esquina de su deliciosa boca se alzó hacia arriba,
haciendo que su cicatriz se deslizara por su cara. Ella se dio cuenta, con
un sobresalto, de que se había olvidado de la cicatriz hasta ese ligero
movimiento. Ahora era parte del paisaje de su rostro.

Él decidió tentar su suerte.

—¿Ella te ayudó a escapar?

—Sí. Me llevó con su madre, una curandera de un pueblo cercano.


Su novio me escondió debajo de la paja en su carro. Yo estaba… todavía
sangrando.

Esa intensa rabia lo atravesó de nuevo.

—¿Dieciséis? —dijo con voz ahogada.

—Era mi decimosexto cumpleaños.

—Miranda…

Por un momento ella no respondió, y él se preguntó si tenía un


nombre diferente. Tal vez había cambiado todo cuando huyó de casa.

Serie Señores y Amos 02 125


Juniper Bell Mis tres Amos

Pero su mirada se dirigió inmediatamente hacia la suya, y en esos


grandes ojos color té no vio ningún indicio de vacilación o de evasión.

—¿Sabías que tienes derecho a cambiar de tutor? —Le preguntó


con suavidad.

Sus ojos se ensancharon.

—Pero mis padres lo nombraron mi tutor hasta que yo tenga


veintiún años. Para eso faltan dos años más.

—Sí, pero cualquier menor de edad mayor de trece años puede


solicitar a la Corte de la Cancillería un nuevo tutor. ¿Tienes algún otro
pariente cercano o amigo de la familia?

Se pilló su labio inferior entre los dientes.

—No lo creo. Seguramente mis padres habrían elegido a otra


persona si alguien estuviera disponible. Lord… Es decir, mi tutor era
primo hermano de mi padre.

Lord. Ella había dicho “Lord”. Un Hampton. Si pudiera encontrar


un Debrett’s9, tal vez podría resolver el rompecabezas.

*****

Biblioteca de Sweetbriar.
Esa noche
—Mi querido Marqués, te has vuelto completamente obsesionado.

—No exageres, chérie.

9
Libro donde vienen todos los títulos nobiliarios de Inglaterra asociados a las familias
y las personas que lo ostentan.

Serie Señores y Amos 02 126


Juniper Bell Mis tres Amos

El Marqués se inclinó sobe el grueso texto de La Guía de Debrett


sobre los Pares Británicos. Recorrió con la mano las entradas.

—Los Hampton reclaman unas buenas veinte páginas de esto. Mi


familia apenas merece una mención.

—¿Permiten que los deLaValles entren en Debrett’s? —Alicia


chasqueó la lengua, moviéndose detrás del Marqués para frotar los
tensos tendones de su cuello.

—Impactante, ¿no? Me sorprende que no tengan un borde negro


alrededor de nuestra pequeña y discreta mención. Pero los Hampton, la
familia se remonta a la Guerra de las Rosas. El título ha estado en la
misma familia desde entones. Un racimo fértil también. Múltiples hijos
en cada generación, cada uno de ellos haciendo brotar nuevas ramas en
el árbol genealógico. Me pregunto qué habría pensado Angelique si
hubiera sabido que un miembro de una de nuestras familias más ilustres
estaba vaciando su orinal.

—Y ahora cambiando el pañal de Rose. ¿Deberíamos relevarla de


sus obligaciones? Explicarle que no podemos permitir que alguien de
sangre tan azul cuide a nuestra hija. —Ella movió sus manos hacia los
hombros de él, cubiertos por una chaqueta de terciopelo de color
burdeos. Le resultaba divertido y perturbador ver al Marqués tan
atrapado en el destino de una joven. Aunque, se recordó a sí misma, que
Miranda no era una joven normal. Una chica de buena crianza que había
huido de su casa y se las arregló para valerse por sí misma, algo muy
inusual, por no hablar de admirable.

—No. Eso solo la alarmará. Su disfraz le trae seguridad. Ella está


aterrorizada de este misterioso guardián. Supongo que si la encontrara
de nuevo, estaría dentro de su derecho de llevarla de regreso al Norte y
hacer lo que quisiera con ella.

Serie Señores y Amos 02 127


Juniper Bell Mis tres Amos

—Las mujeres tienen tan pocas opciones en lo que les sucede. Es


vergonzoso. Pero ahora tiene amigos, él no podrá actuar tan
precipitadamente, aunque lograra encontrarla.

—Dudo que siga buscando. Ella tiene diecinueve años, y se fue de


su casa a los dieciséis.

—Buen Señor. Qué chica tan extraordinaria es.

—Ciertamente. —Miró más de cerca la página—. Aquí hay una


oscura rama que reside en Northumberland.

—Querido, ¿estás planeando seguir investigando toda la noche? He


venido a rescatarte de los libros y a llevarte a la cama. Me siento
particularmente traviesa esta noche. Encontré un viejo corsé en un baúl
e inmediatamente pensé en todo tipo de posibilidades eróticas. Pensamos
que las generaciones anteriores eran de miras mucho más estrechas,
pero quizás tenían la idea correcta. El confinamiento puede ser tan
inspirador.

—Me encantan los corsés. —Se inclinó hacia atrás para que su
cabeza descansara entre los pechos de Alicia—. Deja las nalgas accesibles
para todo tipo de travesuras.

Pero ella podía ver que su corazón no estaba en ella.

—Supongo que te estás imaginando a Miranda en uno en este


mismo momento —dijo, sin rencor.

—Tiene los pezones más deliciosos. Ciruelas maduras en un campo


de crema dulce —murmuró el Marqués.

Alicia miró hacia la parte delantera de sus pantalones y notó el


inconfundiblemente endurecimiento en ellos.

Serie Señores y Amos 02 128


Juniper Bell Mis tres Amos

—Veo que las cosas han progresado.

—En algunas direcciones muy interesantes. Es una sorpresa


constante. Un espíritu afín, se podría decir...

—¿Desearías que ella no fuera más de lo que parece?

—Deseo que sea exactamente como es —se quejó—. Yo no


cambiaría nada.

—¿Ni siquiera su cicatriz?

—Rara vez me doy cuenta de ella. Estoy tan atrapado por la


profundidad de sus ojos y la forma de sus labios. Un poco de piel
endurecida no hace para mí ninguna diferencia. Es una prueba positiva
de su triunfo sobre el sufrimiento. Me hace respetarla todavía más. E
inspira el deseo más incómodo de protegerla de cualquier daño.

—Siempre supe que eras un hombre de honor. Además, es la


niñera de Rose y no toleraré que nada ocurra en contra de su voluntad.

—Me parece justo.

—Y… —Ella volvió a mirar sus calzones—. Siempre puedes


encontrar alivio a tu frustración con nosotros. ¿Tal vez una buena
azotaina es lo que necesitas? Me imagino que corsés y nalgadas podrían
ir muy bien juntos. —La imagen la inflamó y se inclinó para susurrar al
oído del Marqués—. Me agarraría al poste de la cama, aferrándome a él
como una damisela en apuros, mis nalgas desnudas para tu vista y a la
paleta. ¿O preferirías tu mano esta vez? Me encanta la sensación de tu
mano caliente que me pica en las nalgas desnudas. Y sé que te encanta
ver el rosa salir a la superficie. Te encanta verme bailar para evitar el
golpe, y luego suspirar de deleite cuando llega a su destino.

Él se puso de pie de un salto.

Serie Señores y Amos 02 129


Juniper Bell Mis tres Amos

—Maldita seas, mujer. Tentarías al mismísimo Papa.

Ella sonrió afectuosamente al hombre que se había convertido en


su amante y amigo. A pesar de su voraz sexualidad, sabía que el Marqués
era una de las personas más solitarias que conocía. Ya era hora de que
encontrara a alguien a quien llamar suyo, alguien que no lo destripara
como lo había hecho su esposa.

—¿Pero por qué es una cuestión de tentación? Todos somos de la


misma opinión cuando se trata de las actividades de nuestro dormitorio.

—Porque… —Se detuvo brevemente, y luego pasó una mano


distraídamente por su pelo—. No puedo. Estoy ocupado en este momento.

—Es muy tarde en la noche. Casi todo el mundo está dormido.

—¿Casi todos?

—Bueno, el bebé ha estado molesto, así que Miranda


probablemente esté despierta. Supongo que no le importará tener
compañía en la guardería. Siempre puedes decirle que te pedí que fueras
a ver cómo está Rose.

Sus ojos se entrecerraron mientras la abrasaba con una mirada.

—¿Por eso viniste aquí? Después de todo, ¿no tienes planes para
mí?

—Querido, sabes que siempre eres bienvenido. Pero tu felicidad


significa mucho para mí. Algo me dice que en Miranda podrías haber
encontrado a tu pareja.

Él dio un resoplido de disgusto.

—¿Mi pareja?

Serie Señores y Amos 02 130


Juniper Bell Mis tres Amos

—Sí, tu sensual alma gemela. Y antes de que te pongas


condescendiente, acuérdate de mí y del Duque.

—No todos están destinados a tal felicidad.

—No. Pero, ¿quién puede decir que tú no lo estás? Creo que lo


estás. Es una posibilidad que vale la pena explorar, ¿no crees? —Ella tocó
tiernamente su mejilla, y luego se deslizó hacia la puerta—. En cualquier
caso, el Duque y yo jugaremos a la doncella y al secuestrador, así que si
pierdes el valor, ponte una espada de pirata y únete a nosotros.

—Tengo mi espada lista, milady —dijo con una irónica reverencia.

Ella le dio un chasquido y luego desapareció por la puerta.

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Capítulo Diez
Durante varias noches me metí en la alcoba del Marqués e hicimos
el amor hasta alta horas de la madrugada. Aprendí tantas cosas. Aprendí
sobre la dulce puñalada de una polla en mi agujero posterior. Aprendí a
permitirle lamer y chupar mi clítoris. Aprendí a dar la bienvenida a la
picadura de una dura palma en mi trasero. Nunca me había imaginado
tal dicha. Parecía imposible que yo, Miranda Hampton/Brown, pudiera
recibir tanta felicidad.

Yo tenía razón.

Una noche, un ruido exterior llamó nuestra atención. Sonaba como


ruedas sobre la grava. Acabábamos de terminar de hacer el amor, y
estábamos flotando en esa deliciosa neblina que anhelaba. El Marqués
sacó las piernas de la cama y se dirigió hacia la ventana. Tenía una vista
de todo el terreno. Yo tenía una vista maravillosa de sus esculpidas
nalgas y los fuertes músculos de su espalda. No se molestó en cubrirse,
y yo tampoco. Salté para unirme a él en la ventana, acurrucándome
contra su cálida dureza. Él puso un brazo alrededor de mí.

—Parece el cabriolé del Conde. Sólo un látigo experto como el


Conde consideraría conducir un vehículo tan peligroso por la noche. Y
también tiene un pasajero.

Miré por la ventana. De hecho, se parecía al Conde de Dorchester,


su fuerte y robusto cuerpo cubierto con un abrigo de varias capas contra
el frío. No pude ver al otro hombre, que se sentaba al otro lado del
cabriolé.

Serie Señores y Amos 02 132


Juniper Bell Mis tres Amos

Me estremecí. El Conde estaba en casa. Podría ir a la guardería a


ver cómo estaba Rose… poco probable, pero nunca se sabía. Yo debería
estar a salvo en mi propia habitación, no aquí con el Marqués.

—Debo irme.

Él no discutió. Me vestí apresuradamente y me peiné los dedos a


través del cabello. Desde afuera venía la voz del Conde y la somnolienta
del caballerizo. Corrí hacia la puerta.

—Miranda —dijo el Marqués—, no tienes de qué preocuparte


conmigo. De nada.

Asentí con la cabeza, llena de una especie de paz que nunca había
conocido, y me deslicé por el oscuro pasillo.

*****

Sala del desayuno.


La mañana siguiente
El Marqués entró en la sala de desayuno a la mañana siguiente con
la sensación de estar en armonía con el mundo. Ni siquiera la visión del
extraño sentado con el Conde de Dorchester podía destruir su estado de
ánimo.

—¡Beaumont! —El Conde se puso de pie de un salto y estiró su


mano a Gerard—. Me alegro de verte, amigo mío. Déjame presentarte al
Vizconde Smythe. Lo conocí en una partida de caza y lo convencí para
que viniera a pescar. ¿Cómo está el arroyo de truchas?

El Marqués tuvo un destello de los pechos de Miranda al sol.

—Muy satisfactorio. Smythe. —Asintió al hombre que, a primera


vista, no tenía mucho que lo recomendara. Ojos pequeños, de cerdo, fijos

Serie Señores y Amos 02 133


Juniper Bell Mis tres Amos

en una cara dura. Pero el Conde juzgaba a sus amigos principalmente


por su gusto por los caballos, así que lo más probable es que él tuviera
una montura magnífica.

—¿Cómo encuentra a Hampshire? —preguntó cortésmente.

—Encantador. Muy acogedor. Magníficos establos. Estoy buscando


una yegua como la deliciosa potranca que tiene el Conde.

El Marqués, divertido, escondió una sonrisa. Su viejo amigo era tan


fácil de predecir. Los caballos eran un vínculo tan poderoso. El Duque y
la Condesa llegaron, por supuesto, por separado, ya que había un extraño
presente. Se intercambiaron más delicadezas, pero los pensamientos del
Marqués se alejaban a la noche anterior, a esos momentos
transcendentes en los que Miranda se inclinaba sobre su cama, tomando
sus fuertes empujones en su precioso coño, logrando el clímax con dulces
gritos que atravesaron su alma. Oh, las cosas que él esperaba hacerle a
ella… con ella. No había límite para las formas en las que pretendía
usarla.

Pero, ¿sería suficiente para él usar su cuerpo para su placer


combinado? Sospechaba que no. No era ajeno a los sentimientos más
suaves, ya que se había enamorado apasionadamente de Angelique
cuando era un joven ingenuo. Pero ella se los había sacado sin piedad
hasta que pensó que habían desaparecido.

Hasta ahora. Hasta Miranda.

—Miranda —escuchó decir a la Condesa. Llamó su atención para


poder seguir la conversación. Estaba hablando con un lacayo—. Al Conde
le gustaría ver al bebé. Por favor, pídele a Miranda que se una a nosotros
en la sala del desayuno.

Serie Señores y Amos 02 134


Juniper Bell Mis tres Amos

—¿Miranda? —El Vizconde alzó la vista con una expresión de leve


curiosidad.

—Nuestras niñera —explicó la Condesa—. Es una joya.

Pero las campanas de alarma sonaban en la cabeza del Marqués.


El tiempo parecía ralentizarse cuando el Vizconde frunció el ceño
pensativamente, y los nombres del Debrett’s volvieron de la sesión de la
biblioteca de anoche. Vizconde, vizconde. ¿No había un Vizconde S-y-algo
en algún lugar del norte?

El Marqués estaba abriendo la boca para hacer una pregunta sobre


el origen de la familia del Vizconde: “¿Sois parte de la familia Hampton
cuyo asiento está en Northumberland?”, cuando Miranda apareció en la
puerta. Sostenía a Rose acunada en sus brazos y la estaba mirando,
haciendo callar al bebé inquieto. Al Marqués le pareció absolutamente
hermosa, su rostro redondo, sereno y parecida a una Madonna, y su
cuerpo bien formado que al instante puso a su polla en alerta.

Luego ella levantó la vista, vio al grupo en la mesa del desayuno y


la sangre abandonó su rostro. Contra el repentino color blanco de su piel,
su cicatriz brilló de color rojo furioso. El sonido de una silla cayendo al
suelo interrumpió a la Condesa. El Marqués se volvió para ver al Vizconde
de pie, con la cara tan roja como la cicatriz de Miranda.

—Niña desgraciada, ¿cómo te atreves a engañar a esta gente?


Entrega a ese niño y ven aquí inmediatamente.

Miranda se quedó paralizada, agarrando al bebé. El color entraba


y salía de sus mejillas.

—¿Qué significa esto? —preguntó el Duque, también poniéndose


de pie.

El Vizconde apuntó con un dedo tembloroso a Miranda.

Serie Señores y Amos 02 135


Juniper Bell Mis tres Amos

—Esa chica es la señorita Miranda Hampton, mi pupila. Ella ha


estado desaparecida por tres años. La busqué por todas partes, pero
nunca pensé que ella se rebajaría a aceptar un empleo como niñera. Que
ella permitiría que una buena familia como ustedes pusiera en peligro a
su hijo. ¿No tienes conciencia, chica?

Con un rugido, el Marqués se lanzó en dirección al Vizconde.

—¡Tú! Tú eres el que le pegó con un látigo en la cara. Juré que te


mataría y lo haré.

Pero unos fuertes brazos lo retenían. El Conde lo abrazó en un


abrazo de oso.

—¿Qué estás haciendo, hombre? Este es mi invitado.

El Marqués luchó contra sus garras.

—¡Suéltame, maldita sea!

—No lo haré. No hasta que me expliques qué diablos está pasando.

El Marqués miró por encima de su hombro a Miranda, quien se


quedó tan quieta como la esposa de Lot se convertía en una estatua de
sal. La Condesa se puso a su lado y la convenció de soltar al bebé en sus
brazos. Miranda la dejó ir con un gesto de desamparo que desgarró el
corazón del Marqués.

—Nunca dejaremos que vuelva contigo —escupió el Marqués al


Vizconde—. Ningún hombre que azota a una chica tiene derecho a
cuidarla.

—¡Yo estaba en mi derecho! —gritó el Vizconde—. Soy su tutor


legal. No sólo eso, soy su víctima.

—¿Qué?

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Juniper Bell Mis tres Amos

—Así es. No soy el único que la busca. Contraté a un detective de


Bow Street que está a punto de ser despedido. Esta chica, querida
Condesa, es una víbora en vuestro nido.

La Condesa abrazó a su bebé con fuerza contra su pecho.

—Por favor, deje de despotricar, querido señor, y díganos lo que


tiene que decir.

—Muy bien. Esa chica, Miranda Hampton, es una ladrona.

*****

Me quedé como si me hubieran plantado en la puerta, como si toda


mi vida hubiera sido vivida en ese lugar, con esa acusación sonando en
mis oídos. No podía moverme, ni siquiera para hablar. Mis brazos
colgaban sin fuerza a mi lado; me di cuenta vagamente de que la Condesa
me había arrebatado al bebé de los brazos. Por supuesto. Yo era una
ladrona y una mentirosa, y no tenía derecho a sostener a su hija.

En medio del caos... el Conde sosteniendo al Marqués con apuros


en un abrazo de oso, la Condesa tranquilizando a Rose, que había
empezado a llorar... el Duque se adelantó y tomó el mando de la
situación.

—Explíquese, por favor. Esa es una acusación seria.

—Nada más que la verdad. Huyó de mi casa en medio de la noche


con unos pendientes de perlas que no tenía derecho a tocar. Pertenecían
a mi difunta esposa y valían bastante dinero.

En realidad, no habían valido mucho en términos monetarios. Pero


cuando se trataba de darme lo justo para mantenerme a flote hasta que
pudiera ganar mi propio sueldo, no tenían precio.

Serie Señores y Amos 02 137


Juniper Bell Mis tres Amos

—¿Se parece a alguien que tiene un centavo a su nombre? —gruñó


el Marqués. Se liberó del Conde—. Cuando salió de tu casa, ¿cómo estaba
su cara? ¿Cuánto sangraba por tu látigo?

Temblé, temiendo que me derrumbaría al suelo en un montón. Mi


cicatriz ardía como si acabara de ser infligida unos instantes antes. Él
saltó hacia el Vizconde, que se tambaleó hacia atrás. El Marqués lanzó
un golpe, justo en la mejilla, antes de que el conde lo sacara del cuerpo
caído de mi tutor.

—¡Os demandaré a todos ustedes! —gruñó el Vizconde,


sosteniendo su mejilla magullada. Admití con cierta satisfacción que
sintió un poquito de lo que yo había sufrido.

—Eso es todo —gritó el Conde—. Atacaste a mi amigo. ¡Fuera! —Y


arrastró al Marqués, todavía temblando de una rabia apasionada, por las
puertas francesas que daban a la terraza.

—Déjame adivinar. —El Vizconde lanzó una mirada malvada—.


Has vendido tus favores al señor más pervertido de Londres. Yo lo habría
hecho mucho mejor contigo.

Enterré mi cara en mis manos, segura de que la humillación no


podría ser peor.

—¡Señor, esto es más que suficiente! Hay mujeres y niños aquí.


¿Cómo os atrevéis? —gritó la Condesa—. Ven, Miranda, retirémonos al
salón.

En ese momento, la amé.

—Ella no sale de esta habitación —El Vizconde se puso a gritar con


voz áspera. Que rompió el aire como un látigo hecho de sonido—. Es una
ladrona. Tengo testimonios jurados de testigos. Ella viene conmigo. Soy
su tutor legal y cualquiera que interfiera irá en contra de la ley del país.

Serie Señores y Amos 02 138


Juniper Bell Mis tres Amos

No lo toleraré. Miranda, ven aquí. Tus amigos no pueden ayudarte. La ley


es la ley. El robo es un asunto serio en este país.

El Duque entrecerró sus ojos verdes. No se veía contento de tener


este desastre en su sala de desayuno.

—Calmaros, hombre. Hablemos de una manera razonable.


Sabemos que la Señorita Brown es una buena persona y una cuidadora
confiable de nuestra… de Lady Rose. Si se trata de pagar el costo de unos
pendientes, tal vez se pueda arreglar algo.

—No —dijo rotundamente—. Han pasado tres años. Ningún


reembolso es posible ahora. Su única opción es venir conmigo. Soy su
tutor por otros dos años, y tengo la intención de cumplir con mi deber
hacia mi primo fallecido, por tan difícil como ella lo haga. Ven, Miranda.

La Condesa me lanzó una mirada desesperada. Pero, ¿cómo podía


esperar que vinieran en mi ayuda, cuando nunca les había dicho mi
verdadero nombre? Sólo vi dos opciones. Ir con el Vizconde Vicioso o…
me giré sobre mis talones y corrí.

Corrí y salí a toda prisa, por la puerta principal, donde un lacayo


me miraba confundido, por encima de un seto que me arañó los brazos y
las piernas, a través de las hierbas ondulantes de un campo de cebada,
sin parar hasta que llegué a un camino que parecía benditamente vacío.
No sabía dónde estaba ni a dónde me llevaba el camino, pero ya no podía
moverme, así que me senté en el tronco de un árbol y cerré los ojos,
rezando porque un amable granjero en una carreta no se sorprendiera
demasiado al ver a una chica con una cicatriz, en uniforme de niñera y
nada más.

Debí quedarme dormida, porque lo siguiente que supe es que las


ruedas chirriaron hasta detenerse frente a mí y una voz me despertó de
mi sueño agotado.

Serie Señores y Amos 02 139


Juniper Bell Mis tres Amos

—Entra. A menos que quieras que tu otra mejilla quede marcada.

*****

—¿Qué quieres decir con que ella se ha ido? —El Marqués se


balanceó en un círculo salvaje como si pudiera ver a la Miranda
desaparecida detrás de una cortina en la sala de estar. El Conde lo había
llevado a los establos, donde se habían involucrado en unos cuantos
puñetazos, el único lenguaje que entendía el Conde, y el Marqués
finalmente había sido capaz de hacerle entender el verdadero sentido de
la situación a través de su grueso cráneo.

Luego se apresuraron a volver a la casa principal, sólo para


encontrarla vacía de todo el mundo excepto del Duque y la Condesa, que
caminaban inquietos con Rose que ahora dormía.

—Ella se escapó y fuimos a buscarla. El Vizconde se fue enfadado.


No sabemos dónde están ninguno de los dos —explicó Lady Alicia.

—Él la tiene. Lo sé. Lo sé. Puedo sentirlo. Voy a ir tras ella, y cuando
encuentre que…

—No lo entiendo —interrumpió el Conde—. ¿Cómo se fue él? Yo lo


traje en mi cabriolé. Ni siquiera tenía un caballo aquí.

El Duque le dijo una palmada en el hombro.

—No estoy muy seguro de cómo decirte esto, pero él está en tu


cabriolé. Un vehículo muy fino, por cierto. No tuve la oportunidad de
decírtelo antes.

Una lenta ola de rojo se extendió por el cuello del Conde hasta su
frente.

Serie Señores y Amos 02 140


Juniper Bell Mis tres Amos

—¿Tomó mi cabriolé? Vaya, el cerdo podrido. Y pensar que lo


defendí. ¿Qué clase de hombre toma el cabriolé de otro hombre? ¿Qué
hay de mis caballos?

—Esos también, me temo. Dudo que la plataforma llegara lejos sin


ellos.

—El sucio bastardo. Por supuesto que vamos tras él.

El Marqués no pudo evitar una sensación de indignación. Apuntó


con una mirada mortífera en la dirección del joven.

—Ah, ahora que sabes que tus caballos están en juego, ves las
cosas de otra manera.

—Sí, lo sé. Cualquier hombre que tome el coche de otro hombre sin
siquiera una advertencia es un canalla y no se puede confiar en él.
¿Quién sabe qué le hará a la moza ahora que la tiene? —Se dirigió a las
puertas de la terraza una vez más—. ¿Quién está conmigo?

—No me lo perdería por nada del mundo. —La Condesa tocó la


campana—. Dile a Graham que la necesito en la sala de desayunos —le
dijo al lacayo que apreció instantáneamente—. ¿Qué hay de ti, mi amor?
—Le preguntó al Duque, mientras le daba un último beso a los rizos de
Rose.

—No. Quiero escribir algunas cartas. Me intriga esa historia de las


perlas. Quiero llegar al fondo de esto.

—Si piensas… —comenzó el Marqués.

—No pienso nada —dijo el Duque bruscamente—. Pero te aconsejo


que lo hagas tú. No está bien jugar al primitivo furioso con el Vizconde
Smythe. Es mejor que pases el viaje en carruaje buscando un método

Serie Señores y Amos 02 141


Juniper Bell Mis tres Amos

mejor. Dorchester, mantén tu cabeza también. No más puñetazos.


Querida, vigilarás a los dos, ¿verdad?

—Claramente, soy la única que sabe cómo pensar lógicamente en


una crisis —dijo ella, y luego inclinó una mirada burlona a su esposo y a
su amante—. Los hombres siempre están fuera de control. Es bueno que
tengáis a una mujer cerca.

Pero el Marqués estaba demasiado ansioso por salir a la carretera


para ofenderse por su insulto.

—Nos vemos en los establos.

Poco después se fueron, el Marqués y la Condesa en el calesín de


Dorchester, y el Conde a caballo. Afirmó que estaba demasiado furioso
para sufrir el confinamiento de un carruaje. El Marqués se vio obligado a
no pegarle un puñetazo en su preocupada cara rubio. Esa preocupación
debería ser para Miranda, no por un par de castaños, no importa cuán
importantes fueran.

—¿Estás bien? —preguntó la Condesa, poniendo una suave mano


en su rodilla.

—Estaré mejor cuando la vea y me asegure de que el bastardo no


le ha hecho más daño —dijo con severidad—. Maldito Dorchester por
agarrarme así. Si ella está herida…

—Ahora mismo está tratando de encontrarla y hacer todo lo posible


para alejarse de aquí —dijo la Condesa—. No tendrá tiempo para hacerle
daño. Y no es la inocente que era hace tres años. Se las arreglará para
sobrevivir todo ese tiempo. ¿Cuántas jóvenes de dieciséis años de buena
crianza podrían hacer eso?

—Pero, ¿viste su cara cuando lo vio? Apenas podía mover un dedo.


Ella está aterrorizada de él.

Serie Señores y Amos 02 142


Juniper Bell Mis tres Amos

—No subestimes a tu chica. —La Condesa le dijo una palmadita en


el brazo.

—¿Mi chica?

—Claramente estás enamorado de ella. ¿Tengo que ser yo quien te


lo explique todo?

—No estoy enamorado —gruñó—. Estoy preocupado por su


bienestar.

—Así que no estás enamorado, estás preocupado.

—Claro. O tal vez con “afecto” hacia ella. Eres demasiado libre con
la palabra amor.

—Y tú no eres lo suficientemente libre. ¿No me amas?

—En la medida en la que soy capaz de una emoción tan absurda,


sí.

—Oh, Gerard. No sólo eres capaz de hacerlo, sino que estás en


condiciones de explotar con él después de la larga pesadilla con
Angelique. Si no fueras un hombre cariñoso, ¿crees que te habría dejado
tocarme esa noche? ¿O todas las noches después?

—Tan pocas mujeres pueden resistirse... —comentó, olvidando su


tensión lo suficiente como para guiñarle un ojo.

—Puede que te sorprendas —dijo ella con ternura—. ¿Crees que


Miranda hubiera sucumbido ante ti, después de sus años de cautela y
todo lo que sufrió a manos de ese hombre, si no sintiera un corazón
amoroso bajo el cínico exterior?

—¿Cómo sabes…?

Serie Señores y Amos 02 143


Juniper Bell Mis tres Amos

—Lo sé. Vi su cara. Vi tu cara. Ambos sois preciosos para mí. —


Ella se inclinó hacia adelante y le dio un suave tirón a su oreja—. Ahora
ten cuidado de no volver a ensuciar las cosas.

Castigado, agarró la mano de ella y se la llevó a los labios.

—Como siempre, eres una mujer extraordinaria, mi querida Alicia.


Todos somos afortunados de tenerte —añadió una mueca, lo que la hizo
reír.

Un grito desde delante los interrumpió. El Marqués se giró para


mirar por la ventana.

—¡Los tiene! Dorchester está bloqueando el camino del cabriolé.


¡Vamos, hombre! —Golpeó el techo de su calesín con su bastón—. Acelera
el ritmo. ¡No podemos dejarlos escapar!

—El Conde no dejará que eso suceda. Aunque el Vizconde intente


huir, esos caballos saben de qué lado está el pan con mantequilla.

Pero el Marqués apenas la oyó.

—¡Ahí está ella! Saltó del cabriolé. Está corriendo hacia nosotros.
¡Oh, mi atrevido amor! —Abrió la puerta del calesín, que estaba sonando
a ritmo de azotes y saltó.

Serie Señores y Amos 02 144


Juniper Bell Mis tres Amos

Capítulo Once
Nunca me alegré tanto de ver a otra persona como cuando vi
primero al Conde, que llegaba como un ángel vengador a caballo, y luego
a mi querido Marqués, saliendo de un carruaje como si le hubieran
brotado alas. Corrí hacia él y me arrastró a sus bazos.

—Lo siento mucho, mi dulce. Nunca debieron dejar que te llevara.


—Me besó por toda la cara, y se sintió maravilloso.

—Ellos no lo hicieron. Yo me escapé. Fue mi error, debí haber


confiado en ellos. Pero el Vizconde es tan astuto que no sabía…

—No dejaré que te haga daño, lo juro.

Mi corazón se hinchó. Así que esto es lo que se siente al tener a


alguien peleando por ti.

—Sé que lo haréis. Yo... yo os amo.

Sus ojos ardieron en los míos. Pero el Vizconde, maldita su alma


negra, eligió ese momento para llegar a nuestro lado. El conde, guiando
su caballo, lo siguió a pie.

—Suéltala —ordenó el Vizconde—. No tienes derecho a tocar a mi


pupila. Es una dama, lo parezca o no, y no debería estar en presencia de
alguien como tú.

—¿Estás seguro? ¿No la tenías destinada a hombres exactamente


como yo?

Mi tutor palideció.

—¿Qué mentiras te ha estado diciendo?

Serie Señores y Amos 02 145


Juniper Bell Mis tres Amos

—Esa cicatriz en su cara le da bastante credibilidad —dijo el


Marqués.

—Y el hecho de que robaste mi cabriolé significa que tú no tienes


ninguna —agregó el Conde.

—No lo robé. Simplemente lo tomé prestado para la búsqueda de


mis legítimos intereses.

—Legítimos, ¿eh? —Nubes de tormenta se reunieron en los negros


ojos del Marqués. Su brazo se apretó a mí alrededor—. Si estamos
manteniendo las cosas legítimas, déjame decirte esto. Me gustaría pedir
humildemente la mano en matrimonio de la Honorable Miranda
Hampton.

Se me abrió la boca.

—¡Oh, Gerard, qué maravilla! —La Condesa había llegado, sus


manos entrelazadas en aparente alegría—. Sabía que la amabas.

Él no lo negó, ni lo confirmó. Simplemente miró a los ojos de mi


tutor, desafiándole a rechazar al poderoso Marqués de Beaumont.

—Tu anterior esposa ha estado muerta, ¿cuánto? ¿Un mes? ¿Si


acaso?

—Esperaremos un tiempo apropiado, pero podemos hacer que el


compromiso sea oficial de inmediato. No exijo dote y mi propia situación
financiera es más que satisfactoria.

—Él puede comprarte y venderte diez veces más —dijo el Conde


con toda naturalidad. Me sentí mareada ante el giro de los
acontecimientos.

Serie Señores y Amos 02 146


Juniper Bell Mis tres Amos

—Pero, Marqués —susurré—. ¿Habéis perdido el juicio? No queréis


casaros conmigo.

—Tonterías. Ahora que lo he pensado, creo que es una idea


espléndida —respondió susurrando.

Pero mi tutor tenía la terquedad de una mula.

—Su propuesta no es aceptada, mi señor —anunció—. Eres


demasiado viejo para ella y eres viudo. Mi amigo y vecino, el Terrateniente
local, ha expresado interés en Miranda en nombre de su hijo Tom, si es
que logro encontrarla. Ya he dado mi consentimiento.

Tom. Me balanceé y el Marqués me agarró el brazo para


mantenerme erguida. ¿Tom todavía quería casarse conmigo, después de
todos estos años? ¿Y ahora mi tutor había dado su consentimiento? No
entendí nada de eso. Pero yo sabía una cosa.

Ya era demasiado tarde.

Ahora nunca podría casarme con Tom. Ya no era virgen. No sólo


eso, amaba al Marqués, aunque él no me había dicho nada parecido.

—No —dije—. Lo siento mucho, pero debo declinar la oferta de


casarme con Tom.

—No tienes voz en el asunto —dijo el Vizconde—. El acuerdo


matrimonial ya está redactado. Y si haces demasiado alboroto, no he
olvidado esos pendientes. ¿Prefieres ir a la cárcel o casarte con Tom?

Presioné mis labios juntos. ¿Cómo podía anunciar mi falta de


virginidad ante la Condesa, el Conde y el Vizconde Vicioso?

—Te sugiero que lo reconsideres —dijo el Marqués, en un tono


tranquilo y peligroso.

Serie Señores y Amos 02 147


Juniper Bell Mis tres Amos

—Te sugiero que lo escuches —dijo el Conde—. Cuando él habla


así, es mejor que te cuides.

—Soy su tutor, y hasta que ella cumpla veintiún años, necesita mi


consentimiento para casarse. —Una sonrisa de total suficiencia se
extendió por su bulbosa cara. Parecía una cebolla sonriente—. Y vos,
señor, nunca lo tendréis. Entregádmela.

El Marqués me apretó el brazo.

—No tengo la intención de entregarla. Es una mujer adulta que ha


sido gravemente dañada por ti. No dejaremos que te salgas con la tuya.
—El Marqués dio un paso hacia el Vizconde, empujándome detrás de él.

—Quédate donde estás —advirtió el Vizconde en voz alta.

Mi estómago se tensó. Yo conocía ese tono. Sabía de lo que era


capaz. Me agarré del abrigo del Marqués.

—Tened cuidado. —Le insté, aferrándome a él para que no se


acercara más a mi tutor loco.

Dio un paso más, y luego un sonido ensordecedor me hizo gritar y


soltar el abrigo del Marqués. Este se tambaleó, y me di cuenta de que
algo mojado me había rociado. Me limpié la cara y vi que era rojo.

Aún así, no lo entendí, hasta que el Marqués se derrumbó frente a


mí. Me quedé boquiabierta ante el Vizconde que estaba de pie ante mí
con una pequeña pistola de marfil, de la que salía humo. El hedor a
azufre llenaba el aire.

—¡Dios mío, hombre, le has disparado al Marqués! —El Conde se


arrodilló junto a mi héroe caído. Yo también quería, pero el Vizconde me
apuntó con la pistola.

Serie Señores y Amos 02 148


Juniper Bell Mis tres Amos

—Ven aquí, Miranda. Eso es. Estará bien, es sólo una herida
superficial en el hombro. El mejor lugar para una herida de bala. Estoy
seguro de que no es la primera. Ahora camina hacia mí, chica.

Tuve que esquivar al Marqués para hacerlo. Agonizando, le eché un


vistazo. Estaba sosteniendo su brazo y maldiciendo ferozmente, lo que
me hizo sentir bastante tranquila. Conocía las heridas lo suficientemente
bien como para saber que los más gravemente heridos rara vez tenían los
medios para jurar de una manera tan locuaz.

Pero entonces, aparentemente de la nada, la Condesa apareció


detrás del Vizconde, el bastón del Marqués estaba en alto. Lo golpeó en
el cráneo de mi tutor con un fuerte golpe. El Vizconde se tambaleó, soltó
la pistola y cayó de rodillas.

—¡Vamos, Miranda! ¡Toma el caballo del Conde y cabalga tan


rápido como puedas! Nosotros nos encargaremos del Marqués, puedes
estar segura de eso.

El Vizconde maldijo todavía más que el Marqués y comenzó a


ponerse de pie.

No esperé más tiempo. Volé hacia el caballo del Conde, me subí a


su grupa y le clavé los talones en los flancos. Lo último que escuché
cuando me alejé galopando fue al Conde diciendo:

—Oh, digo yo, Alicia. ¿No hemos tenido suficientes robos de


caballos para un día?

*****

Sweetbriar Manor.
Una semana después.

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Juniper Bell Mis tres Amos

Rose simplemente no podía sr consolada. Sus tristes gritos


resonaron en Sweetbriar Manor, expresando perfectamente la sensación
de pérdida que sentía el Marqués. Yacía en su habitación mientras la
Condesa y varias sirvientas se preocupaban por él, trayendo más
almohadas, caldo de res y un bálsamo horriblemente feo para su herida.

—Es un insulto añadido a la herida —refunfuñó—. Huele como un


barril de vino echado a perder y mezclado con estiércol de los establos.
¿Qué contiene, ojo de tritón?

—Oh, quédate quieto —espetó la Condesa, su propia paciencia


agotada—. ¿Por qué no admites la verdadera causa de tu espíritu
miserable?

—¿Recibir un disparo en el hombro no es suficiente?

—Si Miranda estuviera aquí, preocupada por tu brazo, estarías


dispuesto a enfrentarte a un pelotón de fusilamiento.

—Eso es una absurda exageración.

—¡Ajá! —Ella se abalanzó—. Exageración, quizás. Pero, ¿dónde está


la negación absoluta?

—Extraño sus habilidades de curación, eso es todo —gruñó el


Marqués—. Si ella estuviera aquí, no tendría ningún dolor del que hablar.
El personal de tu cocina hace un buen faisán asado, pero se quedan
cortos en el departamento de las heridas putrefactas.

—No está putrefacta —dijo la Condesa con los dientes apretados—


. Se está curando bastante bien. El médico parecía contento. Además,
¿realmente querrías que Miranda volviera cuando eso la pondrá en las
garras del Vizconde? Está más segura mientras huye.

El Marqués cerró los ojos.

Serie Señores y Amos 02 150


Juniper Bell Mis tres Amos

—Sigo diciéndome eso. Ayudaría si supiera con certeza que ella


está a salvo. ¿Alguna noticia del Duque?

—No, pero lleva casi una semana en Londres. Volverá pronto.

—Tan encantador para ti.

La Condesa se fue con un remolino de sus faldas de muselina


rosada, dejando que el Marqués reflexionara sobre el hecho de que sería
mucho más fácil ser feliz por Alicia y Warrington si él tuviera lo que
quería.

Ya no podía mentirse a sí mismo. Quería a Miranda, especialmente


ahora que había tomado su virginidad y sintió la gloria de poseer su suave
cuerpo. Su propuesta de matrimonio había sido totalmente espontánea,
pero tan pronto como dijo las palabras, supo que era lo que más deseaba.

Lo único que lamentaba era no haber incluido ninguna referencia


al amor en su declaración. Lo habría hecho, si hubiera estado a solas con
Miranda. Pero diablos si él iba a desnudar su corazón ante el demonio de
su tutor, sin mencionar al Conde y a la Condesa. Seguramente ella sabía
cómo se sentía él. ¿Por qué si no él habría llegado tan lejos como para
rescatarla de sus garras? Se había lanzado delante de una bala por ella.
¿Habría hecho algo así por Angelique?

Tal vez, pero sólo para salvar su propio honor. Esto había sido por
Miranda y sólo por Miranda.

Se tocó la frente. Seguro que tenía fiebre. Tal vez la fiebre existía
antes del disparo. ¿Qué más podía explicar la manera en que Miranda,
con sus grandes y claros ojos y la manera tranquila que enmascaraba
tan fuertes pasiones, se había infiltrado en sus pensamientos? No sólo
en sus pensamientos, sino en todo su sistema. Se sintió hambriento sin
ella cerca. No tenía sentido.

Serie Señores y Amos 02 151


Juniper Bell Mis tres Amos

Se quedó dormido a la deriva, como lo había hecho con frecuencia


desde que esa bala le había atravesado la carne. Pero ni siquiera dormir
era un alivio. Ella también bailó a través de sus sueños, libre y salvaje
como él sabía que estaba destinada a ser. Vestía de blanco y estaba
girando en círculos, así que su largo cabello volaba detrás de ella. Pero
ya no era un marrón mate, era un glorioso oro apagado, el tono alegre de
un pétalo de caléndula. O la cicatriz de su mejilla había desaparecido o
no la notó mientras ella daba vueltas y saltos, flotando en el aire. Se
acercó a él, así que sintió el calor de su cuerpo, incluso escuchó el latido
de su corazón. Sus ojos brillaban de amor por él, y él sabía que no era
demasiado tarde para revelar lo que había en su propio corazón.

—Te amo, Miranda —murmuró, y extendió la mano a su mejilla.

Tan suave, para ser un sueño. Esos eróticos labios se curvaron en


una sonrisa, y ella parecía tan besable que no pudo resistirse a atraerla
hacia él.

—Oh, no, no lo haréis —Le regañó, rompiendo el momento—. No es


momento para besos. Y yo también os amo, mi escandaloso señor.

Sus ojos se abrieron una grieta. Los sueños de la fiebre de sus


primeros días debían haber regresado; ¿qué más podía explicar el hecho
de que ella sonara tan real?

—¿Qué…? ¿Qué?

—Lo siento, tuve que dejaros tanto tiempo, Gerard. —Ella le puso
una toalla en la frente—. Estaré siempre agradecida a la Condesa por
cuidaros tan bien. Aunque ella podría haberos dado un poco de té de
corteza de sauce. Eso os habría curado en cuestión de horas.

—Estás aquí. —El conocimiento se hundió. Miranda estaba


sentada en el borde de su cama. Llevaba un vestido de muselina blanco,

Serie Señores y Amos 02 152


Juniper Bell Mis tres Amos

adecuado para la debutante más recatada de Londres. Se había quitado


el castaño de su cabello, lo que resultó ser un glorioso color dorado
rosado. Su cara también se veía diferente. La miró durante largos
momentos en un esfuerzo por determinar la diferencia. No era la cicatriz;
eso no había cambiado. Era algo más sutil.

Su expresión de desconfianza había desaparecido. En cambio,


parecía… libre.

—Regresaste.

—Por supuesto que regresé. Debería haber estado aquí antes, pero
a la Corte de la Cancillería le llevó unos días hacernos un hueco.

—¿A nosotros?

—Al Duque y a mí. Pedí a la corte un nuevo tutor, como dijisteis


vos que debería haber hecho hace años. Yo… nunca lo supe.

—Entonces, ¿se ha ido? ¿El Vizconde Smythe? —Su cerebro debía


estar operando a un ritmo más lento de lo normal. Todo parecía moverse
al doble de la velocidad habitual. No podía quitarle los ojos de la
encantadora y nivelada mirada de Miranda.

—Estoy segura de que está tratando de atormentar a algunos


sirvientes o armando algún escándalo con algunos réprobos. Pero él está
fuera de mi vida.

—Pero… los pendientes. Vendrá a por ti y hará que te arresten… —


Luchó por sentarse—. Si lo intenta de nuevo, yo seré el primero en
disparar. Tal vez debería retarlo a un duelo, ahora que lo pienso.

—Shhh, no seáis absurdo. Tendríamos que llevaros en un carro.


En cualquier caso, los pendientes han sido devueltos.

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Juniper Bell Mis tres Amos

—¿Qué? —Tal vez todavía estaba soñando. Nada de esto tenía


sentido—. ¿No los tomaste?

—Por supuesto que sí. Necesitaba algo con lo que huir. Eran ligeros
y se convertirían fácilmente en monedas. Además, pensé que tenía un
derecho justo sobre ellos, ya que pertenecían a mi madre. —Una sonrisa
flotaba sobre sus sensuales labios—. Me gusta pensar que mi madre me
cuidó todos estos años.

El Marqués nunca había sido llamado sentimental en su vida, pero


podría haber jurado que se le estaba formando una lágrima en su ojo
izquierdo. Culpó a la fiebre.

—¿Pero cómo los encontraste?

—Mi nuevo tutor los encontró. —Ella le guiñó el ojo—. Ya está


haciendo un trabajo mucho mejor que el anterior.

—¿Nuevo tutor? —El Marqués frunció el ceño, sin que le gustase


cómo sonaba eso. Él debería ser quién cuidara de Miranda, nadie más—
. ¿Lo conozco?

—Íntimamente. —Ella estalló en una sonrisa completa.

—¿El Duque de Warrington?

—Resulta que es un pariente lejano por parte de mi madre. Solicité


que fuera mi nuevo tutor, y viendo que es el Duque de Warrington, el
Tribunal aceptó de inmediato. Su primer acto como mi tutor fue seguir el
rastro de los pendientes, y luego comprarlos a la Duquesa de Blaine, que
había perdido interés en ellos el verano pasado cuando las perlas pasaron
de moda. Que hizo entregar al Vicioso… a Smythe junto con una fuerte
advertencia. No creo que ninguno de nosotros tenga que preocuparse por
ese gusano nunca más.

Serie Señores y Amos 02 154


Juniper Bell Mis tres Amos

El Marqués se recostó sobre las almohadas. Todo eran buenas


noticias, y sin embargo… y sin embargo…

—Esto no es del todo satisfactorio, me parece. Estoy encantado por


ti, mi amor, pero decepcionado de no haber hecho nada más.

Sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Más? ¿En qué sentido más?

—Yo debería haber sido el que te salvara ese día. Y sin embargo,
no hice nada más que ser disparado a quemarropa.

—Y pedir mi mano en matrimonio.

—Bueno, sí, por supuesto, pero…

—Hablando de eso, tengo una nota para ti de mi tutor. —Metió la


mano en su corpiño. Su mirada siguió el movimiento de sus manos
mientras buscaban en los hermosos montículos bajo su ropa.
Increíblemente, sintió que su polla se movía bajo el cobertor.

Ella sacó un trozo de papel doblado con el escudo de Warrington y


lo colgó ante él.

—Hay dos partes en la nota. Debo decidir cuál mostraros primero


en base a cuánto parece que os afecta la fiebre.

Él frunció el ceño, confundido.

—¿Y?

—Bueno, veamos. Le daremos una oportunidad a la primera nota


—Abrió el tríptico de papel y le mostró un garabato de una sola palabra
con la letra del Duque.

Serie Señores y Amos 02 155


Juniper Bell Mis tres Amos

Sí.

—¿Qué demonios?

Ella suspiró y agitó la cabeza.

—Debí haber sabido que no estabais listo. Si tan sólo hubierais


tomado té de corteza de sauce, ya seriáis más vos mismo y…

—Miranda, te lo advierto.

Ella desplegó, el último tercio de la nota y la leyó en voz alta.

Repetirás tu petición de la mano a mi pupila, la Honorable Miranda


Hampton, en mi presencia, o te veré con las pistolas al amanecer en una
fecha de tu elección. Saludos, Warrington.

La atrajo hacia él y ella se echó a reír en sus brazos.

—¿Eso fue realmente necesario? —murmuró él en su cálido


cuello—. Soy un hombre de honor. Una vez que hago una propuesta, la
cumplo. Además… —Firmemente, la dejó a un lado, decidido a hacerlo
bien esta vez—. La primera vez que te vi, algo en mí tiró de mi viejo
corazón malvado. No supe lo que era hasta que echó raíces y floreció en
algo que nunca pensé ver en mi vida. Quiero seguir descubriendo los
secretos de tu alma. Juntos, no hay límites a la alegría que podemos
conjurar. Te quiero, Miranda. ¿Quieres casarte conmigo?

Un rubor rosado se extendió por su cara. Las lágrimas brotaron de


sus ojos. Ella levantó la primera nota con su audaz letra “Sí”.

—Dejando que el Duque hable por ti, ya veo. —Le asfixió la cara
con besos—. Tal vez tenga que idear algún castigo por esa conducta tan
recatada.

—Sí, mi amo.

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Juniper Bell Mis tres Amos

Epílogo
El matrimonio con el Marqués tiene altibajos. Es decir,
aprovechamos tanto el ático como los sótanos, y todos los espacios
intermedios, incluida la escalera. Una noche a la semana, a todos los
sirvientes se les da la noche libre, y en esos momentos, me encuentro
tendida en la mesa del comedor, adornada con dulces que el Marqués
prueba con su lengua diabólicamente astuta.

O tal vez sorprendo a un extraño con capa y encapuchado en el


vestíbulo. Me lleva hasta el ático y me hará quitarme cada pieza de ropa,
una por una, mientras él observa, golpeando sus guantes de cuero contra
su pierna con botas. Una vez que estoy desnuda, él ata mis manos en un
gancho especial instalado en el techo y se pone los guantes. Pasa sus
manos vestidas de cuero sobre cada parte de mi cuerpo, prestando
especial atención a mi palpitante clítoris y a mis nalgas. Me da nalgadas
hasta que el hormigueo se dispara hasta mis pies, hasta que el dolor
brilla en placer, hasta que mi cuerpo duele por él.

Hay una palabra, una palabra de escape, pero nunca he tenido que
usarla. El Marqués y yo estamos totalmente en sintonía. Sabe que anhelo
una cierta cantidad de sensaciones intensas. Tal vez siempre lo he
anhelado, siempre lo he estado buscando.

Luego mete un dedo enguantado en mi trasero y otro en mi coño.


Sollozando le pido que me libere. Pero él me mantiene en el borde,
acariciando lenta, tentadoramente, y luego golpeando con sus dedos
hasta que los dulces espasmos me sacuden hasta la médula.

—Agarra tus rodillas —dice con una voz tan llena de lujuria que
me enciendo de nuevo—. Mantente abierta para mí.

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Juniper Bell Mis tres Amos

Yo obedezco, por supuesto. Hacerlo, sin importar cuál sea su


orden, crea una sensación de derretimiento dentro de mí. Soy como una
adicta al opio cuando se trata de mi Marqués. A pesar de que mi sexo se
divide, extendido, él lo ignora y se arrodilla sobre mi cabeza. Abre los
pantalones para que su pesado sexo cuelgue sobre mi boca. Le lamo la
polla con avidez hasta que está rígida como una estaca de hierro. Trazo
las venas que se curvan a su alrededor, pruebo la suave sal en su piel
caliente. Cuando su aliento se vuelve rápido y áspero, lo tomo
completamente en mi boca e inhalo el agudo y coriáceo olor de su
excitación, junto con el toque de jabón y olor de clavo y finos cerezos. El
olor de mi Marqués.

Sé que no le llevará mucho tiempo, así que saboreo cada momento


que su verga gruesa pasa en mi boca, a pesar de que mi pobre vagina
está palpitando contra el aire vacío. Mientras gime y se asienta más
profundamente en mi garganta, se me acerca y presiona mi clítoris con
el pulgar.

Oh, dulce Señor, el toque va directamente a mis sentidos. Estar tan


expuesta, tan abierta, y sentir que el centro preciso de mi necesidad
recibe el peso de su fuerte dedo, es embriagador.

—No te corras —ordena con dureza—. Todavía no.

Así que me retuerzo y gimoteo, luchando por detener la inevitable


detonación. Estoy bailando al borde de un acantilado, anhelando
elevarme y caer en el éxtasis que me llama. Pero como amo tanto al
Marqués, me contengo hasta que me la saca de la boca y me la clava en
mi coño. Entonces no tengo control. Grito de asombro y arqueo la espalda
para atraparlo profundamente. Empuja mis muslos más cerca de mi
cara, apretándolos tan fuerte que sé que tendré moratones al día
siguiente. Bombea en mí, una y otra vez, mientras yo mantengo mis
rodillas separadas para él y le ofrezco el núcleo mismo de mi ser.

Serie Señores y Amos 02 158


Juniper Bell Mis tres Amos

Nos reunimos en un aullido estridente de satisfacción primigenia.

Y finalmente llega la noche por la que he estado rogando. Mi turno


para agradecerles, al Duque, a la Condesa y al Conde por salvarme. Mi
Marqués los ha preparado para la ocasión. Todos ellos lo han discutido
entre ellos y se han asegurado de que están dispuestos a incluirme en su
círculo. El Marqués me ha dicho que nadie tenía ninguna objeción,
excepto el Conde, que todavía estaba molesto por su propio mal juicio
sobre el Vizconde y temía que yo se lo echara en cara.

Sabiendo esto, hago que mi querido y cabezota Conde sea el primer


receptor de mi gratitud. Vestida con un manto de terciopelo rojo que se
va separando en el frente a media que me muevo, revelando piel desnuda
a cada paso, me deslizo por la majestuosa alcoba que el Marqués y yo
compartimos. El Marqués está a mi espalda, sujetando con firmeza mi
nuca. El mensaje es claro; él es el amo de la escena, el amo de mí.

A través de la máscara que cubre la parte superior de mi cara,


siento sus ojos sobre mí. No estoy tratando de ocultar mi cicatriz, sino
simplemente añadir una nota de intriga a la escena.

—El Emperador nos ha enviado un regalo —anuncia el Marqués—


. Una esclava dispuesta de su harén. Es encantadora y extremadamente
bien entrenada. —Él retira el borde de mi capa para revelar el lado
derecho de mi cuerpo. Mis pezones ya están duros y palpitantes. Los
otros dos señores, ambos con sus ropas de noche, se paran cerca de la
cama, que parece tan ancha como un océano. Lady Alicia está
acurrucada de costado, con nada más que la liga y medias de seda. Se
está tocando su propio pezón de una manera distraída.

La vista trae un pulso rápido a mis regiones inferiores.

El Marqués ahueca mi pecho izquierdo y aprieta el pezón entre el


pulgar y el índice hasta que se hincha para alcanzar el tamaño de un

Serie Señores y Amos 02 159


Juniper Bell Mis tres Amos

dedal. Un hilo de seda de excitación tira de mi coño. Siento aire fresco en


la parte posterior de mis muslos mientras el Marqués levanta la capa por
detrás y agarra firmemente un globo de mis nalgas. Los dedos que se
clavan en mi carne hacen que la humedad brote entre mis piernas.

—Sepáralas, chica —ordena el Marqués—. Que vean qué belleza


escondes entre tus muslos.

Muevo mis piernas para que mi carne reluciente pueda contar la


historia de mi excitación. Desde detrás de la máscara, veo la flecha de los
ojos verdes del Duque sobre mí, y cómo la mano del Conde se dirige a su
polla. Hago un movimiento infinitesimal que el Marqués entiende al
instante.

—Esclava, la polla de tu joven amo necesita ser drenada hasta


secarla. ¿Lo entiendes?

Asiento con la cabeza, la emoción cierra mi garganta. Los brillantes


ojos azules del Conde me siguen mientras me acerco. Se abre la bata.
Admiro su cuerpo firme y joven, el pecho musculoso y espolvoreado con
pelo dorado rojizo, la vena sobresaliente y de cabeza púrpura. Me pongo
de rodillas, el manto fluye detrás de mí, mis pechos se mueven mientras
me acomodo en el suelo. Con ambas manos, guío su carne hinchada
hacia mi boca.

El Conde gime de una manera muy satisfactoria. Comienzo con


una mamada lenta y continua, viajando a lo largo de su verga con mi
lengua.

Por el rabillo del ojo, veo la mano de Lady Alicia deslizarse hacia su
sexo. Sonrío para mí misma, contenta de no ser la única que se complace
a sí misma de vez en cuando. El Duque ha visto lo mismo que yo y se
sube a la cama para poder anidar detrás de ella. Al pasar, veo su pene
desenfrenado elevándose en el aire. Mi aliento se atrapa con la necesidad

Serie Señores y Amos 02 160


Juniper Bell Mis tres Amos

de ser llenada, de ser colmada. Miro de reojo mientras una de sus manos
cubre las de ella, mientras la otra se agarra a un pecho. Ella suspira y
trabaja su trasero contra las caderas de él.

Ambos mantienen sus miradas fijas en mí. Esta inspección me


inspira. Voy tras la polla del Conde como si fuera la última comida en la
tierra. Toco su tierno saco, tirando de sus bolas de la forma en que el
Marqués me entrenó. Mi lengua se vuelve tan salvaje como un loco de
remate, lamiendo y chupando su carne.

—En tus manos y rodillas —Ordena el Marqués. Obedezco al


instante, pero sin perder el ritmo de mis atenciones al Conde. Ahora se
está agarrando al poste de la cama que hay detrás de él con ambas
manos, jadeando y resoplando como una tetera.

El Marqués me pone la capa sobre la espalda y me separa los globos


del trasero. Arqueo la espalda para darle al Marqués un mejor ángulo, e
incluso ese movimiento enciende una ráfaga de emoción dentro de mí.
Arrastro más profundo la vara del Conde, abriendo mi garganta para que
pueda empujar profundamente. Y luego, delicia de delicia, estoy siendo
violada por detrás. La carne húmeda y pegajosa de mi pasaje cede ante
el enfoque decidido del eje del Marqués. Con maestría, me reclama,
penetrando profundamente en mi cuerpo, como si pudiera encontrarse
con la polla del Conde en algún lugar de mi medio.

Y así es como se siente, como si fuera una niña en un asador


atravesada por ambos extremos por ardientes virilidades. No se necesita
más que un giro de las caderas del Marqués para desencadenar una
pequeña detonación. Un pequeño orgasmo para saciar el borde de mi
necesidad.

Me azota, sus largos dedos persistentes contra mi clítoris.

—¿Qué crees que estás haciendo?

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Juniper Bell Mis tres Amos

—Lo siento, amo —jadeo alrededor de la exigente carne del Conde.

El Marqués pellizca el centro de mi placer, donde el ansia ya salta


a la vida, y vuelve a nalguearme. Oh, Dios, va a pasar de nuevo. No tengo
defensas contra la forma en que sus dedos fuertes e inteligentes me
manejan. Me retuerzo para evadir su toque, pero él sigue cada uno de
mis movimientos. Mis senos se balancean hacia adelante y hacia atrás,
los pezones sensibilizados con la explosión, y de repente el Conde está
eyaculando en mi boca. Me lo trago todo por la garganta, agradecida por
la distracción del tormento que hay entre mis piernas.

El Conde se derrumba sobre un sillón en la esquina.

—Con talento, pero sin disciplina —dice el Marqués, con un último


retoque a mi sexo—. Voy a atarla a la cabecera, por así decirlo. Todos
vosotros debéis tener vuestro camino con ella.

En la cama el Duque y la Condesa se mueven juntos de una manera


sinuosa y familiar pero todavía oyendo las palabras del Marqués.

—Tú eres el amo, después de todo —dice Lady Alicia


descaradamente—. Estamos aquí para servir.

—No. Ella está aquí para servir.

Me pone de pie y me quita la capa. Desnuda y excitada hasta la


locura, me paro ante ellos, sonrojada y temblorosa. El Marqués me lleva
al poste de la cama de la esquina delantera y me azota allí, con las manos
sobre la cabeza y los pies juntos. Desearía que mis pies estuvieran
separados, para no sentir esta fricción constante. Pero no tengo voz en el
asunto.

Unas manos pequeñas y frescas se deslizan alrededor de mi torso,


dedos ágiles rodeando mis pezones. Quiero llorar. Tan bueno, tan bueno.

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Juniper Bell Mis tres Amos

El Duque se acerca a mi parte frontal para poder trazar mi forma con una
mano lenta y acariciadora.

—Tienes razón, ella es deslumbrante —le dice al Marqués—. Más


aún cuando se corra, me imagino.

Sé, sin que me lo digan, que el Duque no irá más allá de unas
cuantas caricias. Está completamente dedicado a Lady Alicia. Me siento
honrada por el golpe impersonal de su mano en mis caderas.

—No te imagines más. Pásame ese cepillo.

Los cepillos con el dorso plateado que recibí como regalo de bodas
brillan en la parte superior del tocador. El Duque camina hacia ellos, le
lanza uno al Marqués, y luego se vuelve a subir a la cama.

—Ya que no puedes ver detrás de ti, puedo informarte que el Duque
le está haciendo lo mismo, que yo te estoy haciendo a ti, a Lady Alicia,
con la adición de una polla en su vagina —dice el Marqués mientras baja
el cepillo a mi sexo.

Tiemblo, mi cuerpo se tensa por el miedo. ¿Cómo se sentirán esas


cerdas, por muy suaves que sean, contra mi tierno clítoris? Lenta,
deliberadamente, el Marqués arrastra el cepillo contra mi coño, trayendo
sollozos de alegría a mis labios. Se siente como si alguien hubiera
desgarrado una capa de protección de mi cuerpo y expuesto una capa
más profunda de sensación. Jadeo cuando el cepillo me deja, anhelando
desesperadamente más.

—Alicia, querida, engrasa su culo, ¿quieres? El aceite está allí,


junto al Conde.

El Conde despierta de su estupor para alcanzar un pequeño bote


de ungüento que está colocado junto a los cepillos. Se lo arroja al Duque,

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Juniper Bell Mis tres Amos

que se lo da a Alicia. Su aliento viene en jadeos rápidos, sus dedos todavía


trabajando en mis pezones en un estado de insoportable sensibilidad.

Mis pezones son abandonados en favor del aceite. Ellos pulsan en


un aislamiento desesperado, hasta que el Marqués trae las suaves cerdas
al rescate. Jadeo al pasarlas a través de cada pezón, un poco de tacto es
suficiente como para ponerme frenética. Apenas noto que los rápidos
dedos de Alicia se desparraman más allá del poste de la cama hacia mi
parte trasera. Un ligero frescor, una delicada humedad, un canto de
presión en la roseta, y luego…

—Está lista.

El cepillo para el pelo deja mis pezones entonces. Retorciéndome


para mirar, veo que el mango de madera desaparece tras de mí, luego
siento su dureza invadiendo mi estrecho pasaje. Gimo bajo la extraña
sensación: sin calor, sin carne. Después de pasar el borde exterior, mis
músculos lo aceptan lo suficientemente bien, y la quemadura ya conocida
toma el lugar de la resistencia.

Las manos de Alicia vuelven a mis pezones. Dejo escapar un largo


y agudo grito. Llena desde atrás, necesito más. Necesito la polla del
Marqués dentro de mí. No es exagerado decir que vivo para las nalgadas
del Marqués, su pene duro y su diabólica imaginación.

Le ruego que lo haga.

—Por favor, amo. Fólleme ahora. Haré lo que sea.

—Sí, lo harás. Para todos nosotros.

—Sí.

Se quita la túnica, toma su gran pene en la mano y me lo mete


dentro. Es todo lo que necesito, todo lo que quiero en la vida. Rudos

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gruñidos masculinos, el olor acre del sudor, los gemidos de Lady Alicia
siendo embestida por el Duque, mi hermoso Marqués presionando contra
mí, todo se arremolina en un loco torbellino de placer.

—Tres amos y una ama para nuestra esclava —gruñe el Marqués.

—Sí —gimo—. Tres amos.

—¿Por qué nos sirves?

—Porque… porque… se siente tan bien… —Mientras él me sacude


fuerte y la luz brillante explota detrás de mis párpados.

—¿Y?

—Estoy muy agradecida.

—¿Y?

—Y os amo —susurro mientras me lanzo al aterciopelado espacio


donde sólo viven la alegría y la libertad. A través de una tenue neblina lo
oigo gritar mientras vierte su semilla en mi cuerpo atado. Detrás de mí,
Lady Alicia también grita, pellizcándome los pezones en su momento de
clímax. El Duque da un rugido. La misma habitación tiembla con nuestro
éxtasis.

Parece que dura una eternidad, esa loca felicidad. A medida que
mis sentidos regresan, me siento completa y perfecta. Mi corazón está tan
lleno como varios de mis orificios. El pasado no es más que tierra fértil
para el presente. El presente contiene a mi Marqués y a mi felicidad. El
futuro florece ante mí, una flor más exótica que cualquier cosa que mi
inocente imaginación haya podido conjurar.

Mientras el Marqués desata tiernamente mis brazos y los devuelve


a la vida, sé que mi verdadero amo ha llegado. Mi amo no es un señor, ni

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Juniper Bell Mis tres Amos

un Vizconde vicioso, ni un Marqués mágico, ni siquiera un amo. El


verdadero amo de todos nosotros es el amor.

Fin

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Juniper Bell Mis tres Amos

Staff
Traductora: Mdf30y
Correctora: Auxa
Diseño: Lelu y Auxa
Lectura Final: Auxa

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Serie Señores y Amos


01 – Mis tres Señores
¿Cómo puede una inocente campesina elegir entre
un Duque, un Marqués y un Conde? ¿Debe
hacerlo?
Cuando la señorita Alicia Siverwood se casa con
el conde de Dorchester se la lleva a Notre Plaisir,
una casa de campo donde le esperan sorpresas
eróticas en compañía de tres poderosos señores.
El joven Conde necesita una esposa y un
heredero. El cínico Marqués de Beaumont
necesita una compañera de juegos. Y el
dominante Duque de Warrington necesita una
razón para vivir. En cuanto a la nueva Lady
Dorchester, está a punto de descubrir la
verdadera naturaleza de sus propias necesidades
sensuales. Además, se está enamorando.
Puede ser necesario un milagro para que Lady
Alicia y sus tres señores lleguen a un acuerdo que los haga felices a todos.
O tal vez todo lo que se requiere es un poco de escandalosa rotura de
reglas.

02 – Mis tres Amos


Han pasado años desde que el Marqués de
Beaumont, el libertino más famoso de Londres, sintió
algo más que necesidad sexual. Pero algo sobre la
misteriosa niñera, Miranda Brown, llama su
atención. ¿Por qué su cara está tan terriblemente
marcada? ¿Por qué su discurso se desliza en la
cadencia de la clase alta? ¿Por qué lo está acechando
en sus sueños?
Miranda está acostumbrada a esconderse a plena
vista. Después de huir de su vicioso guardián,
desconfía de todo el mundo, especialmente del
Marqués, que protagoniza sus fantasías nocturnas
más secretas. Pero ni siquiera sus fantasías pudieron
prepararla para la verdad sobre el Marqués, el
Duque, el Conde y la Condesa… o para la intensa
pasión que estalla entre ellos. Cuando los secretos de
su pasado comienzan a salir a la luz, teme que su
frágil vínculo no sobreviva, y que ni siquiera sus tres
maestros sean capaces de salvarla de un destino
cruel.

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Juniper Bell Mis tres Amos

Acerca de la autora
Jennifer Bernard es una de las autoras
más vendidas del USA Today de romance
contemporáneo. Sus libros han sido
llamados "una experiencia de lectura
irresistible" llena de "ingenio rápido y
escenas de amor chisporroteantes".
Graduada de Harvard y ex productora de
noticias, dejó la vida de la gran ciudad de
Los Ángeles por un amor verdadero en
Alaska, donde ahora vive con su esposo y
sus hijastras. Todavía no se ha adaptado
al frío, por lo que la mayoría de las veces se la puede encontrar
acurrucada con su portátil y una taza de té. No es ajena al éxito de los
libros, también escribe romance erótico bajo el nombre de Juniper Bell.

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