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Juniper Bell
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Sinopsis
Han pasado años desde que el Marqués de Beaumont, el libertino
más famoso de Londres, sintió algo más que necesidad sexual. Pero algo
sobre la misteriosa niñera, Miranda Brown, llama su atención. ¿Por qué
su cara está tan terriblemente marcada? ¿Por qué su discurso se desliza
en la cadencia de la clase alta? ¿Por qué lo está acechando en sus
sueños?
Prólogo
Érase una vez, yo era una chica con futuro. Brillaba en el horizonte
como un regalo un día con nombre esperando a ser desenvuelto, más
maravilloso de lo que jamás podría imaginarme. Si lo pensaba -y rara vez
lo hice, ya que mi presente contenía toda mi atención fascinante- asumí
que contendría las maravillas habituales. Caballeros apasionados, bailes
brillantes, crepúsculos azules, rocío fresco en un pétalo de rosa por la
mañana, besos dulces, bebés gorditos.
Capítulo Uno
Beaumont House
Octubre 1812
La Marquesa de Beaumont se estaba muriendo. Su casa siguió su
estricta orden de ocultar este hecho de la sociedad en general; de lo
contrario, invitaría a la cruel venganza en la que sus amantes se
especializaban. Todos los sirvientes continuaron como de costumbre. Las
criadas quitaban el polvo, la cocinera preparaba cenas de diez platos, la
fregona lavaba las ollas, los lacayos estaban listos para servir, los
caballerizos cuidaban de los caballos, el mayordomo abría la puerta. Si
nadie comía las comidas, si el mayordomo tenía que transmitir más y
más razones creativas para la retirada de la Marquesa de la sociedad, era
simplemente un desarrollo extraño más, en un hogar ya de por sí inusual.
—Sí, señora.
—¿Eres tú, Gerard? —Miranda levantó la vista. Ah, así que ella no
lo había notado. No estaba tan atenta a su presencia como él a la de ella.
Una lástima. O un desafío. El caldo se derramó en el tazón. Ella estabilizó
el cuenco con un rápido gesto—. Me pareció oler tu sucia y asquerosa
persona —continuó la Marquesa.
1
N. T.: Alta sociedad.
Ella había venido a él sin nada. Ella no había sido nadie, menos
que nadie. Había sido una actriz reducida a representar escenarios
sexuales en burdeles franceses cuando él se había obsesionado con ella
y se casó con ella para fastidiar a su familia. En vez de estar agradecida,
ella procedió a desatar toda la fuerza de su ira sobre él y la sociedad en
la que vivía.
Gerard apenas parpadeó. Los días en que ella podía herirlo con su
traición habían pasado hace mucho tiempo.
Fuego infernal.
—Ciertamente.
Él inclinó la cabeza.
—Como ordenéis.
—Me desprecias. ¿Por qué confías en que yo haga algo por ti una
vez que te hayas ido?
mirada del Marqués. Grandes y claros ojos marrones, el color del mejor
té Earl Grey, enmarcados con gruesas pestañas de marta, le suplicaron.
—¿Él?
Capítulo Dos
Beaumont House, el vestidor de la Marquesa
Estar despierta por la noche en un estado de preocupación no era
inusual para mí. Desde que huí de mi tutor, el Vizconde Vicioso, como lo
llamaba, me había encontrado con una situación peligrosa tras otra, cada
vez más grave que la siguiente. La Marquesa parecía un indulto, por poco
probable que parezca. Sabía que era una mujer amargada y horrible.
Sabía que ella sacaba placer del sufrimiento de los demás. Sabía que
algún tipo de dolor monstruoso infectaba su alma. Pero una vez que la
empecé a cuidar, se convirtió en mi paciente y dejé de juzgarla. Nos
llevábamos bastante bien en general.
Bebido, decididamente.
Sí, eso es lo que era, el tema que yo venía a discutir. Abrí la boca,
pero él se me adelantó.
2
N. T.: Planta que en España se llama también Candelaria o Gordolobo.
—¿Prueba?
—Prueba de que eres apta para trabajar para mí. Requiero cierta
comodidad con la naturaleza sexual. No puedo tener mojigatos en mi
casa. ¿Eres una mojigata, señorita Miranda Brown?
Lo miré con los ojos muy abiertos. Quizás ahora era el momento de
decirle que no trabajaría para él. En vez de eso, di un paso adelante, luego
otro, hasta que me paré entre sus dos largas piernas vestidas de fino
terciopelo granate. Sus botas brillaban a la luz del fuego. Su chaleco
estaba ligeramente abierto, su corbata colgaba a un lado. Su cabello
oscuro caía sobre su frente en olas rebeldes. Nunca había visto al
impecable Marqués en tal desorden.
—Realmente, milord…
—Déjame mirarte.
—Levántate el vestido.
Cerré los ojos todavía más fuerte. ¿Cómo había sabido eso?
—Veo que lo haces. Así que sabes la maravilla que sucedería si sigo
frotando tu delicado clítoris. —Así que así es como se llamaba—. ¿Alguna
vez te ha tocado un hombre aquí? Sé sincera ahora. —Me pellizcó el
“clítoris” y di un grito ahogado por el penetrante placer de eso.
—No.
—Qué dulce eres —murmuró—. Como una fruta tierna que espera
a que la abran. Creo que podría ser el amo perfecto para ti después de
todo.
—Así es, mi dulzura, córrete para mí, largo y duro, ese es el camino
—canturreó el Marqués.
*****
—Nunca pensé que sería tan feliz —dijo ella simplemente—. Ojalá
todos pudieran serlo.
—¿No lo he hecho?
—Excelente idea. —Se sirvió una copa llena y miró el líquido ámbar.
Los ojos de Miranda eran unos pocos tonos más marrones que este
brandy, y su pelo… Con repentina claridad, él sabía que su pelo no era
marrón como el cuero. Ella lo tiñó. Se giró para enfrentarse a Alicia—.
Estoy perplejo.
—¿Y sin embargo? —Lady Alicia levantó una ceja. Todos ellos
sabían que ella y el Marqués tenían un vínculo especial, que iba de la
mano de su afinidad sexual.
—Estás fascinado.
—Sé que tus días más pecaminosos han quedado atrás. Porque no
has corrompido a una virgen desde mi luna de miel.
Capítulo Tres
Dorchester House, dormitorio principal
Esa noche
Si sólo la sociedad supiera realmente lo que pasaba tras las puertas
cerradas de la alcoba de la Condesa de Dorchester. Los rumores eran
abundantes, por supuesto. Parecía que el Duque pasaba más tiempo en
la residencia del Conde que en la suya propia. El hecho de que fueran
primos lejanos, y el Duque de Warrington hubiera nombrado heredero al
Conde de Dorchester hace mucho tiempo, no hizo nada para responder
a los persistentes susurros.
Dicen que el Conde ama a su nueva esposa casi tanto como a sus
establos.
—No la dejes ir hasta que esté a medio camino del olvido —dijo.
*****
Mi tutor había sido miembro de esa clase, al igual que yo, así que
tenía buenas razones para usar tales palabras.
—Eso es irrelevante.
—No, eres demasiado amable para hacer eso. Por eso no puedo
dejarte entrar en ese edificio.
—¿Perdón?
Guardián.
—No estoy acostumbrado a trabajar tan duro por una mujer —dijo,
casi tan sin aliento como yo.
—¿Qué…? ¿Dónde…?
Me reí. Sí, me reí. Yo, que no me había reído desde los dieciséis
años, me reí al ver el gesto de exquisita repulsión del Marqués.
Dejé de reírme.
—¿Sussex?
—Sí. Iré.
*****
3
N. T.: Rosa de cuatro pétalos, también llamada Eglanteria.
—Podría ver que ella estaba nerviosa. Me dijo que no había pasado
mucho tiempo con bebés, aunque había ayudado a que nacieran algunos.
Me sorprende el alcance de su experiencia para una chica de diecinueve
años que fue claramente criada suavemente.
—Ella ya lo hizo.
—¿Y?
—¿Y Miranda?
Alicia lo miró.
—Mientes.
—¿Cómo es eso?
Una amplia sonrisa cruzó la cara abierta y los ojos muy amplios de
Alicia.
—¿Podrías?
Capítulo Cuatro
Sweetbriar Manor, la habitación de la niñera.
La cámara que la Condesa de Dorchester me asignó era similar a
mi idea del cielo. En Beaumont House dormí en la recámara de Milady,
sobre un palé de madera dura. Aquí me dieron una cama adecuada en
una habitación contigua a la guardería. Estaba cubierta por un colchón
de plumas tan grueso que deseaba saltar sobre él como un niño. Fue
difícil para mí prestar atención al resto de las palabras de la Condesa.
—Sí, milady.
—No, milady.
sonrisa íntima y confiada—. Crecí con nada más que hermanos varones,
y siempre estoy agradecida por la compañía femenina aquí en el campo.
El Duque era tan guapo como el Conde, aunque diez años mayor.
Tenía el pelo castaño grueso y unos ojos devastadores, el verde profundo
del musgo en un claro del bosque. Ciertamente podía ver por qué la
Condesa estaba tan embelesada con él, aunque para mí en secreto,
admití que el Marqués era el que siempre captaba mi atención.
Qué pedazo de tonta era yo. Como si importara cuál de los tres
finos nobles me gustara más. Yo estaba allí para servir, ya sea a un amo
o a tres.
*****
—Donde crece la hierba del prado, sólo el ratón del campo sabe,
donde se reúne el ganso verde, sólo el cazador dice…
—Creo que yo misma debí oírla, cuando era niña. Puede que no
recuerde las palabras correctamente. Lo del ganso verde parece poco
probable.
—No debes discutir con tu ama —regañó con una sonrisa—. Ven a
mi habitación, por favor. —Obedientemente, la seguí fuera de la
guardería y bajé las escaleras—. Espero que sepas lo encantados que
estamos de que hayas venido a nosotros. Eres justo lo que Rose
necesitaba; incluso Graham está muy aliviada, aunque nunca lo diría.
Todo el mundo aquí te tiene gran estima. El Marqués me habló de tus
habilidades curativas, así que sé que podrías encontrar fácilmente un
puesto en otra parte, algo que tal vez sea más de tu agrado, que pasar
todo el tiempo con un bebé.
Pero Lady Alicia simplemente sonrió y me hizo una seña para que
entrara en su habitación. No pude evitar suspirar al entrar, tan cómoda
y acogedora, las cubiertas de la cama de un matiz lila, las paredes
parecían crema batida. Sobre su cama había dos vestidos de mañana,
uno de ellos de un punto suizo cremoso y punteado, y el otro una
muselina de un rosa de concha pálido.
—¿Queréis decir…?
—Sí, quiero decir que son tuyos, si te gustan. Ten. —Tomó el suizo
punteado y lo sostuvo contra mi parte frontal, volviéndome para que
quedara mirando a un espejo que había en el frente de un armario—. Lo
sabía. ¡Perfecto! Debes probártelo.
—Pero… no puedo…
—¿El… Marqués?
—¡Milady!
Alicia se rió.
Tan pronto como ella se fue, puse mi mano en el pezón que todavía
palpitaba con una excitación casi dolorosa. ¿Sabía ella que había tocado
mi pecho? ¿Sabía que mis pezones temblaban y pedían a gritos una
caricia? Sus manos habían sido tan suaves cuando tocaron mi cara. No
pude evitar preguntarme cómo se sentirían en el resto de mi cuerpo.
—Yo gobierno esta casa, nadie más. Lo que sea que os diga que
haga, eso es lo que debéis hacer. ¿No os dije que os mantuvierais alejada
de ese muchacho?
—¿Qué queréis decir? ¿Hay alguien más con quien queréis que me
case? Nunca habéis mencionado a nadie.
Capítulo Cinco
Sweetbriar, la habitación de la Condesa.
Unas noches después.
El Duque y el Marqués se estiraron junto a la Condesa, uno a cada
lado de ella. Sus muñecas estaban atadas sobre su cabeza, la cinta sujeta
a uno de los cuatro postes. Todos se extendían en diagonal a través de la
cama en una maraña de transpiración y carne desnuda. Las velas
parpadeantes llenaban la habitación. Una brizna de humo se deslizó por
el aire; una vela había sido apagada por una ráfaga de viento generada
por una sacudida.
El Marqués continuó.
—Me temo que no tienes otra opción en el asunto. Estos son tuyos.
No le quedan bien a nadie más en el mundo, y cuando los vi pensé en ti.
—Son unos aretes que cualquier mujer podría usar. No los quiero.
Los tiraré o se los daré a mí doncella.
—Más tarde, puedes hacer con ellos lo que quieras. Pero ahora, van
a tu cuerpo. Quédate quieta.
—Ahora, tu regalo.
Así que colocó el segundo anillo y rozó sus dedos contra las suaves
puntas de carne que asomaban a través del metal. Eran objetos
realmente hermosos, con un patrón de olas trabajado en el bronce. Los
había encontrado en una tienda de curiosidades e inmediatamente se
había imaginado a Miranda… No, a Alicia, se dijo a sí mismo. No debería
estar pensando en la inocente Miranda de esta manera.
*****
—Sois malvado.
—¡Sois disoluto!
—¡Sois un libertino!
—¿Cómo os atrevéis?
—Yo… yo…
4
N. T.: El apellido también significa marrón.
—¿Pe... perdón?
Me estudió tanto tiempo y tan fuerte que pensé que podría estallar
en llamas. Luego se dio la vuelta con un movimiento brusco, liberándome
de su hechizo.
*****
—No te atrevas a preocuparte por esto —le dijo con firmeza, fijando
sus ojos profundamente verdes en ella—. De una forma u otra, estaremos
bien.
Ella se mofó.
—El propio Beau Brummel no podía hacer seda con la oreja de esa
cerda —dijo el Duque, señalando a su amigo.
—¿Qué averiguaste?
—Sí, sí.
5
N. T.: Mierda en francés.
—Ser dominada.
—¿Dominada?
—¿Caballos?
Capítulo Seis
Sweetbriar Manor.
Unos días después.
Tal vez otra chica hubiera hecho las maletas y se habría ido
inmediatamente. Lo consideré, honestamente lo hice. Me quedé despierta
el resto de la noche pensando en mi futuro y en la espantosa verdad que
se me había revelado. No la escena que yo había presenciado. Sino el
conocimiento que me había impresionado en el momento en que vi el
poderoso cuerpo desnudo del Marqués y esa vara feroz y oscura entre sus
piernas. Deseaba al Marqués. Lo quería con cada fibra de mi ser. Nadie
en toda mi vida me había mirado y visto hasta el fondo de mi alma de la
manera que él lo hizo.
Peor aún, más chocante que eso, quería saber qué se sentía al ser
Lady Alicia. Estar desnuda y adorada, ser el centro de tanto deseo y
atención amorosa.
¿Irse? Imposible.
imaginaba que era la chica que debería haber sido, viniendo a visitarlos
como invitada de honor. Imaginé juegos de cricket en el amplio césped,
picnics en el río, recoger fresas en las colinas cercanas.
El Marqués.
—Hey, hey, sin pánico, por favor. Vine a darte una sorpresa.
—¿Una buena?
—Creo que sí. Tú, por supuesto, serás la jueza final. ¿Vendrás?
Sonrió irónicamente.
—Sí.
Apenas podía decir una palabra. Cuando era niña, estaba loca por
los caballos. Correr por los campos con mi amada Kitty había sido lo más
cerca que había estado del paraíso. Luego, después de que mis padres
fueron asesinados, mi guardián había vendido a Kitty y limitado mi
cabalgatas a los dullets6 más aburridos de los establos. Y ahora… este
raro, aterrador hombre, extrañamente tierno me estaba invitando a
montar la yegua más perfecta que se puede imaginar.
El Marqués sonrió.
6
N. T.: Caballos con la espalda hundida, normalmente viejos.
—Será mejor que tome esto, milord —Su caballerizo se acercó tanto
como se atrevió y le entregó algo. Mientras el Marqués se inclinaba y
extendía la mano hacia el hombre, el objeto que tenía en la mano me
llamó la atención, fascinada y horrorizada.
Corre, corre, mi sangre cantaba, igual que el día que sucedió. Ponte
de pie y corre.
—Si pudiera, te arrancaría esto. —En vez de eso, trazó el borde con
su dedo mientras me atravesaba un escalofrío. Luego puso su mano
sobre mi pecho y me sobresalté. La punta se volvió tan dura, que
inmediatamente me pregunté si podría atravesar la tela.
—Qué pezones tan bonitos y gruesos tienes —dijo con voz grave.
Pasó su pulgar por la punta de uno. Me retorcí ante la salvaje sensación,
mis muñecas tirando de su agarre de hierro—. Quédate quieta —ordenó.
—¡No! No os detengáis.
—Por favor, por favor. —Le rogué, por qué, no lo sabía. Me retorcí
contra su boca, que continuó atormentándome perversamente.
Capítulo Siete
La polla del Marqués latía con una necesidad febril, pero la
expresión en la cara de Miranda hizo que el dolor desapareciera. Por
mucho que deseara satisfacerse dentro de su cuerpo, ella todavía no
confiaba en él. Mientras observaba cómo las nubes se reunían en su
húmedo rostro de Madonna, supo que había hecho lo correcto al negarse
a sí mismo. Habría tiempo. Ella vendría a él cuando estuviera lista.
—Creo que eres todo menos una simplona. Creo que eres
extraordinaria.
dirán. Hasta mis peores enemigos saben que soy un hombre de palabra.
Y tengo a más de uno corriendo por ahí.
—Solo quiero una cosa en este momento, y no tiene nada que ver
con mi furiosa erección. Quiero saber qué te pasó.
—¿Por qué?
—¿Por qué te preocupas por eso? Sólo soy una niñera. No soy nada.
—¿Quién es él? —Su voz salió en una ahogada y áspera voz que no
reconoció.
Ella se estremeció.
sea, estoy ansioso por oírlo. —Se puso de pie de un salto, se cepilló las
ramitas y se sacudió los pantalones, luego ofreció su mano para ayudarla
a levantarse. No le dio otra opción, simplemente la agarró y la puso en
pie, exigiendo su aquiescencia.
*****
—¿Por qué?
Así que guardó mis secretos. Por supuesto. Creía que estaba
empezando a entender al Marqués.
7
N. T.: Juego de Palmas.
Las dejé a las dos riéndose juntas, dos guisantes en una vaina con
sus alegres sonrisas.
*****
Por más que lo intenté, no pude dormir esa noche. Una especie de
fuego corría por mis venas. Fuera, el murmullo de los grillos parecía
atraerme a alguna tierra prometida. Anhelaba correr en la hierba mojada,
bailar bajo la luna, cubrirme con pétalos de rosa. ¿Estaba la noche
inusualmente caliente, o era yo la única que sufría de esta inquietud?
¿Cómo es posible que algo que debería parecer tan aterrador, y que
así sería si lo hiciera otra persona, fuera tan deliciosamente estimulante
Capítulo Ocho
—¿Quién eres? —gruñó una voz oscura. La caliente excitación
subió en espiral dentro de mí. Era el Marqués, amo y poderoso, la forma
en que había acudido a mí en mis sueños nocturnos. Sentí su dura cresta
presionar contra mis nalgas. Inmediatamente me mojé. Mi respiración se
aceleró como si estuviera corriendo por un campo.
—Ya mientes. Se supone que no deberías estar aquí, así que has
hecho algo malo, ¿no? Ahora quédate quieta mientras te quito la ropa.
—¿De qué otra forma se supone que voy a saber si robaste algo?
Rápido, ahora. Te soltaré para que puedas ponerte en pie y quitarte el
camisón y esa… esa cosa que tienes encima. Si tienes suerte, no lo tiraré
al fuego de la cocina.
Cuando me giré lo suficiente como para estar cara a cara con él, lo
espié desde debajo de mis pestañas. Su cara estaba en la sombra, un
completo mapa de surcos profundos y ángulos agudos. Todavía vestía su
ropa de noche, una chaqueta exquisitamente cortada y unos pantalones
ajustados de un color más claro, aunque a la luz de la luna todo parecía
de varios tonos de plata y gris. Mi desnudez al lado de su inmaculada
sastrería agregó un escalofrío de emoción. Y aunque yo no podía ver su
expresión, la tensión en su postura, la forma en que mantenía toda su
atención, hacía que el calor subiera entre mis piernas.
Su orden desató otra ola de calor. Separé mis piernas, pero tuve
que cerrar los ojos cuando la vergüenza me golpeó. ¿Y si la mayoría de
las chicas no se mojaran tanto en sus partes íntimas? ¿Y si yo fuera una
desenfrenada? ¿Y si mi tutor hubiera ideado el destino adecuado para mí
todo ese tiempo?
—No tienes idea del tesoro que eres, ¿verdad? —dijo el Marqués.
Suspiré, un dulce escalofrío de alivio. No le daba asco. Todo lo contrario.
Le complací. Abrí más las piernas, manteniendo las manos por detrás de
la cabeza, con la mirada hacia abajo.
Tragué con fuerza. Sea lo que sea que pretendiera hacer con ella,
mi cuerpo ya estaba respondiendo. Observé, fascinada, cómo se acercaba
cada vez más. Entonces la pluma se asentó suavemente contra mi coño
con delicados y enloquecedores golpes. La sensación era exquisita, pero
también algo parecido a la tortura. Se burló, pero no ofreció ninguna
esperanza de liberación. Atraía como una voz que llamaba desde lejos,
llamándome hacia adelante y hacia arriba, pero nunca me llevaba a mi
destino.
Entonces, cambió. Algo duro raspó contra ese punto vital. Tomé
una respiración profunda.
—Sí —rechiné.
—Yo… lo he notado.
8
N. T.: Forma antigua de decir condón.
—No.
—Siempre supe que tenías una vena apasionada al acecho bajo ese
exterior obediente. Quiero que la dejes salir. No te preocupes por nada de
lo que puedas decir o hacer mientras estemos siendo íntimos. Siempre
he creído que el acto sexual debe ser un lugar de completa seguridad
contra el juicio y la duda. Sólo déjate sentir. Déjate llevar por la libertad.
Estoy aquí contigo, mi dulce.
Empujé contra el duro invasor que había dentro de mí, y cada vez
más chispas de alegría danzaban a través de mi vientre.
—Milord.
—¿Sí?
—En efecto.
*****
—Tengo una tarea urgente que cumplir —le dije, todavía sin aliento
por mi carrera por los pasillos de Sweetbriar—. ¿Dormirás a Rose para
su siesta?
—Tenía que llevarle la leche a Rose, luego tuve que vestirme. Vine
tan rápido como pude, señor. —De hecho, todavía estaba jadeando por
mi alocada carrera.
—Ya está bien. Como amo, no debería tener que esperar a mi propio
sirviente, ¿verdad? Especialmente cuando me quemo por ella. —
Deliberadamente puso su mano en la caída de sus pantalones y frotó ese
enorme bulto. Recuperé el aliento. El recuerdo de cómo se había sentido
esa vara dentro de mí había perturbado mi sueño de anoche en gran
medida.
—Ah, así está mejor —dijo—. Tu tarea ahora. Continúa con ello.
Tres botones, cuatro, cinco. Para cuando los seis fueron liberados,
mi respiración era rápida y superficial.
Me puse en pie.
—Pero…
—¿Sí?
Me susurró al oído.
—¿Y mi cicatriz?
Capítulo Nueve
Miranda sabía aún más maravillosa de lo que el Marqués había
soñado. Esos labios llenos, eróticamente curvados, contenían el sabor de
las moras silvestres, la suavidad del plumón de plumas, la indomabilidad
de un caballo salvaje. Su respuesta fue totalmente satisfactoria. Sorpresa
por la repentina intrusión de su boca, luego una ansiosa bienvenida que
casi lo hace caer de su caballo. Una ardiente llama de deseo lo hizo
hundir su lengua en la boca de ella, saboreando las paredes interiores,
la ligera aspereza de su lengua. A pesar de que había sido tan
recientemente chupado hasta secarlo, su polla se tensó contra sus
pantalones. Su sangre rugió en sus oídos. Dios, él podría tomarla ahí
mismo.
—Si fue hace años, debías haber sido una simple niña. —Agarró a
su semental y ambos caballos empezaron a moverse. Puso un paso lento
para poder controlar su lujuria.
—Quince.
—Me temo que esas cosas son mejores siendo demostradas que
descritas.
—Pero…
Los guió por el camino a lo largo del arroyo que fluía a través de la
propiedad. Los terrenos de Sweetbriar eran extensos, y los bosques se
extendían por acres en todas direcciones. El sol los bañaba con un suave
calor, el susurro de una brisa agitaba las hojas de los álamos.
Él sonrió ampliamente.
—¿Es eso cierto? —Ella se irguió, con las manos llenas de delicadas
flores blancas, y se puso a su lado. Con cuidado, ella colocó un delicado
tallo en su corbata—. Lamento discrepar, mi señor. Hasta una sirvienta
tiene derecho a opinar, ¿no?
—¿Con qué?
Le agarró el brazo.
—¿Perdón?
—Dos…
—Lo que sea, mi señor. Vuestros deseos son órdenes. —La nota
ferviente en su voz le hizo sonreír.
—Sí, pero…
—¿Cómo qué?
¿Su chica?
—Miranda…
*****
Biblioteca de Sweetbriar.
Esa noche
—Mi querido Marqués, te has vuelto completamente obsesionado.
9
Libro donde vienen todos los títulos nobiliarios de Inglaterra asociados a las familias
y las personas que lo ostentan.
—Me encantan los corsés. —Se inclinó hacia atrás para que su
cabeza descansara entre los pechos de Alicia—. Deja las nalgas accesibles
para todo tipo de travesuras.
—¿Casi todos?
—¿Por eso viniste aquí? Después de todo, ¿no tienes planes para
mí?
—¿Mi pareja?
Capítulo Diez
Durante varias noches me metí en la alcoba del Marqués e hicimos
el amor hasta alta horas de la madrugada. Aprendí tantas cosas. Aprendí
sobre la dulce puñalada de una polla en mi agujero posterior. Aprendí a
permitirle lamer y chupar mi clítoris. Aprendí a dar la bienvenida a la
picadura de una dura palma en mi trasero. Nunca me había imaginado
tal dicha. Parecía imposible que yo, Miranda Hampton/Brown, pudiera
recibir tanta felicidad.
Yo tenía razón.
—Debo irme.
Asentí con la cabeza, llena de una especie de paz que nunca había
conocido, y me deslicé por el oscuro pasillo.
*****
—¿Qué?
*****
*****
—Él la tiene. Lo sé. Lo sé. Puedo sentirlo. Voy a ir tras ella, y cuando
encuentre que…
Una lenta ola de rojo se extendió por el cuello del Conde hasta su
frente.
—Ah, ahora que sabes que tus caballos están en juego, ves las
cosas de otra manera.
—Sí, lo sé. Cualquier hombre que tome el coche de otro hombre sin
siquiera una advertencia es un canalla y no se puede confiar en él.
¿Quién sabe qué le hará a la moza ahora que la tiene? —Se dirigió a las
puertas de la terraza una vez más—. ¿Quién está conmigo?
—¿Mi chica?
—Claro. O tal vez con “afecto” hacia ella. Eres demasiado libre con
la palabra amor.
—¿Cómo sabes…?
—¡Ahí está ella! Saltó del cabriolé. Está corriendo hacia nosotros.
¡Oh, mi atrevido amor! —Abrió la puerta del calesín, que estaba sonando
a ritmo de azotes y saltó.
Capítulo Once
Nunca me alegré tanto de ver a otra persona como cuando vi
primero al Conde, que llegaba como un ángel vengador a caballo, y luego
a mi querido Marqués, saliendo de un carruaje como si le hubieran
brotado alas. Corrí hacia él y me arrastró a sus bazos.
Mi tutor palideció.
Se me abrió la boca.
—Ven aquí, Miranda. Eso es. Estará bien, es sólo una herida
superficial en el hombro. El mejor lugar para una herida de bala. Estoy
seguro de que no es la primera. Ahora camina hacia mí, chica.
*****
Sweetbriar Manor.
Una semana después.
Tal vez, pero sólo para salvar su propio honor. Esto había sido por
Miranda y sólo por Miranda.
Se tocó la frente. Seguro que tenía fiebre. Tal vez la fiebre existía
antes del disparo. ¿Qué más podía explicar la manera en que Miranda,
con sus grandes y claros ojos y la manera tranquila que enmascaraba
tan fuertes pasiones, se había infiltrado en sus pensamientos? No sólo
en sus pensamientos, sino en todo su sistema. Se sintió hambriento sin
ella cerca. No tenía sentido.
—¿Qué…? ¿Qué?
—Lo siento, tuve que dejaros tanto tiempo, Gerard. —Ella le puso
una toalla en la frente—. Estaré siempre agradecida a la Condesa por
cuidaros tan bien. Aunque ella podría haberos dado un poco de té de
corteza de sauce. Eso os habría curado en cuestión de horas.
—Regresaste.
—Por supuesto que regresé. Debería haber estado aquí antes, pero
a la Corte de la Cancillería le llevó unos días hacernos un hueco.
—¿A nosotros?
—Por supuesto que sí. Necesitaba algo con lo que huir. Eran ligeros
y se convertirían fácilmente en monedas. Además, pensé que tenía un
derecho justo sobre ellos, ya que pertenecían a mi madre. —Una sonrisa
flotaba sobre sus sensuales labios—. Me gusta pensar que mi madre me
cuidó todos estos años.
—Yo debería haber sido el que te salvara ese día. Y sin embargo,
no hice nada más que ser disparado a quemarropa.
—¿Y?
Sí.
—¿Qué demonios?
—Miranda, te lo advierto.
—Dejando que el Duque hable por ti, ya veo. —Le asfixió la cara
con besos—. Tal vez tenga que idear algún castigo por esa conducta tan
recatada.
—Sí, mi amo.
Epílogo
El matrimonio con el Marqués tiene altibajos. Es decir,
aprovechamos tanto el ático como los sótanos, y todos los espacios
intermedios, incluida la escalera. Una noche a la semana, a todos los
sirvientes se les da la noche libre, y en esos momentos, me encuentro
tendida en la mesa del comedor, adornada con dulces que el Marqués
prueba con su lengua diabólicamente astuta.
Hay una palabra, una palabra de escape, pero nunca he tenido que
usarla. El Marqués y yo estamos totalmente en sintonía. Sabe que anhelo
una cierta cantidad de sensaciones intensas. Tal vez siempre lo he
anhelado, siempre lo he estado buscando.
—Agarra tus rodillas —dice con una voz tan llena de lujuria que
me enciendo de nuevo—. Mantente abierta para mí.
Por el rabillo del ojo, veo la mano de Lady Alicia deslizarse hacia su
sexo. Sonrío para mí misma, contenta de no ser la única que se complace
a sí misma de vez en cuando. El Duque ha visto lo mismo que yo y se
sube a la cama para poder anidar detrás de ella. Al pasar, veo su pene
desenfrenado elevándose en el aire. Mi aliento se atrapa con la necesidad
de ser llenada, de ser colmada. Miro de reojo mientras una de sus manos
cubre las de ella, mientras la otra se agarra a un pecho. Ella suspira y
trabaja su trasero contra las caderas de él.
El Duque se acerca a mi parte frontal para poder trazar mi forma con una
mano lenta y acariciadora.
Sé, sin que me lo digan, que el Duque no irá más allá de unas
cuantas caricias. Está completamente dedicado a Lady Alicia. Me siento
honrada por el golpe impersonal de su mano en mis caderas.
Los cepillos con el dorso plateado que recibí como regalo de bodas
brillan en la parte superior del tocador. El Duque camina hacia ellos, le
lanza uno al Marqués, y luego se vuelve a subir a la cama.
—Ya que no puedes ver detrás de ti, puedo informarte que el Duque
le está haciendo lo mismo, que yo te estoy haciendo a ti, a Lady Alicia,
con la adición de una polla en su vagina —dice el Marqués mientras baja
el cepillo a mi sexo.
—Está lista.
—Sí.
gruñidos masculinos, el olor acre del sudor, los gemidos de Lady Alicia
siendo embestida por el Duque, mi hermoso Marqués presionando contra
mí, todo se arremolina en un loco torbellino de placer.
—¿Y?
—¿Y?
Parece que dura una eternidad, esa loca felicidad. A medida que
mis sentidos regresan, me siento completa y perfecta. Mi corazón está tan
lleno como varios de mis orificios. El pasado no es más que tierra fértil
para el presente. El presente contiene a mi Marqués y a mi felicidad. El
futuro florece ante mí, una flor más exótica que cualquier cosa que mi
inocente imaginación haya podido conjurar.
Fin
Staff
Traductora: Mdf30y
Correctora: Auxa
Diseño: Lelu y Auxa
Lectura Final: Auxa
Acerca de la autora
Jennifer Bernard es una de las autoras
más vendidas del USA Today de romance
contemporáneo. Sus libros han sido
llamados "una experiencia de lectura
irresistible" llena de "ingenio rápido y
escenas de amor chisporroteantes".
Graduada de Harvard y ex productora de
noticias, dejó la vida de la gran ciudad de
Los Ángeles por un amor verdadero en
Alaska, donde ahora vive con su esposo y
sus hijastras. Todavía no se ha adaptado
al frío, por lo que la mayoría de las veces se la puede encontrar
acurrucada con su portátil y una taza de té. No es ajena al éxito de los
libros, también escribe romance erótico bajo el nombre de Juniper Bell.