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Sarah McAllen
La vida casi nunca es como planeamos.
Pero qué aburrido sería vivir
sin esa emocionante incertidumbre.
Agradecimientos
Quiero agradecer como siempre a toda mi familia.
Gracias por haberme apoyado y alentado a conseguir mi sueño de
ser escritora. Gracias por haber creído siempre en mí.
Gracias a Lidia S. Balado (Mal de ojillo), por su increíble trabajo
como ilustradora. Eres una profesional y una persona maravillosa.
También a mi extraordinaria correctora, Sonia Martínez Gimeno.
Me hace muy feliz que estés casi tan enganchada a esta serie como yo.
Esta vez también quiero hacer una mención especial a mis dos
compañeros felinos, que siempre me acompañan pacientemente
durante mis largas horas de escritura. Ellos también forman parte de mi
familia.
Y por supuesto, a todas mis fieles lectoras, que están haciendo mi
camino muy dulce. Sin vosotras mi sueño no se hubiese hecho
realidad.
Sarah McAllen
PROFECÍA
Una media hora después, Frida les informó de que ya podían alojarse
en su cuarto. También les invitó a cenar con ellos aquella noche, junto a las
otras dos parejas que allí se alojaban.
Nikolai aceptó, pese a no apetecerle, ya que les vendría bien intimar
con aquellas personas para poder sacarles algo de información.
La habitación era bonita y, como el resto de la casa, estaba muy
limpia. Tenía una cama de madera maciza que dominaba la estancia y que
puso sumamente nerviosa a Keyla.
El guardián dejó sus bolsas de viaje en el suelo y colocándose las
manos en las caderas, miró hacia la cama también. Estaba claro que por su
mente pasaban los mismos pensamientos que por la cabeza de la joven.
Sería una tortura compartir aquella cama, que cada vez parecía más y más
pequeña.
Nikolai carraspeó, desviando la mirada.
―¿Qué te parece si nos cambiamos de ropa para la cena?
―Sí, será una buena idea ―reconoció Keyla, acercándose a rebuscar
entre la ropa que se había llevado. Necesitaba estar distraída para no
centrarse en que estaba a solas con aquel hombre.
―Si no te importa, me ducharé primero.
La doctora volvió la cabeza, mirándole por encima del hombro.
―¿Vas a… a ducharte? ―preguntó, con el cerebro cortocircuitado al
saber que estaría desnudo a escasos metros de ella. No pudo evitar
imaginarlo con el agua corriendo por su duro cuerpo.
Se pasó lentamente la lengua por los labios de modo inconsciente.
Nikolai pudo oler como Keyla acababa de excitarse, por lo que soltó
un ronco gruñido.
―Sí, es necesario para mí ducharme cuanto antes ―respondió,
tomando su bolsa de viaje y encerrándose en el baño, antes de que no
pudiera evitar abalanzarse sobre ella.
Tras aquella ducha fría, que no consiguió el efecto deseado, pues fue
incapaz de dejar de desear a Keyla, se vistió con un tejano negro y una
sencilla y ajustada camiseta con cuello de pico del mismo color.
Keyla, por su parte, se había puesto una falda plisada en tono ocre
sujeta con un estrecho cinturón marrón oscuro, del mismo tono que sus
mocasines, y una liviana camisa azul. Llevaba el pelo aún húmedo y se lo
había dejado suelto, retirándoselo de la cara con una fina diadema también
marrón.
Aquella mujer representaba una imagen encantadora y dulce, que
tentaba a Nikolai a darle un buen bocado para probar cuan acaramelada
podía llegar a saber.
Sus ojos se cruzaron y Keyla sonrió con nerviosismo.
―Estoy lista ―le dijo, pues era incapaz de permanecer en silencio.
―Pues adelante, vayamos a representar nuestros papeles ―respondió
el guardián, abriendo la puerta para que saliera de la habitación.
Keyla así lo hizo y al pasar por su lado, su característico olor llenó sus
fosas nasales, haciendo que se le alargaran los colmillos al instante.
Cuando entraron en el salón, allí ya estaban las otras dos parejas que
se hospedaban en aquella casa de huéspedes.
Una de ellas se componía de un matrimonio de unos setenta años. La
mujer tenía el cabello teñido de rojo intenso y vestía con colores estridentes.
Mientras que el hombre era completamente calvo y lucía una llamativa
camisa de flores.
Los otros dos eran una pareja homosexual de cerca de cuarenta años,
que estaban abrazados y mirándose de forma acaramelada. Uno de ellos era
moreno y corpulento, y una espesa barba cubría su cuadrada mandíbula. El
otro era bajito y delgado, y poseía unos bonitos rizos rubios que
enmarcaban sus atractivas y algo afeminadas facciones.
―Pasad y sentaos ―les ofreció Frida, poniendo una enorme bandeja
de salmón al horno en el centro de la mesa.
Nikolai y Keyla hicieron lo que les pedía.
―Buenas noches ―saludó la joven con una sonrisa encantadora.
―¿Pero quién es esta muñequita? ―dijo el hombre de los rizos
rubios―. Yo soy Nils y él es mi marido, Runar ―añadió señalando al
hombretón de la espesa barba.
―Encantada ―respondió Keyla―. Mi nombre es Key y él es mi
recién estrenado esposo, Nik.
Nikolai aplaudió su sensatez al no haber dado sus nombres completos.
―¿Key? Que nombre tan original ―apuntó la anciana del pelo
rojo―. Y recién casados. ¿Has oído, Berdon? Cincuenta años hace que
nosotros pasamos por eso. ―Les miró a ambos con una radiante sonrisa―.
Mi nombre es Gydda, por cierto.
―Un placer conocerla, Gydda.
―¿Y el bomboncito no dice nada? ―añadió Nils, mirando a Nikolai
con coquetería.
―No seas descarado, cariño ―repuso su esposo, riendo por lo bajo.
Keyla se volvió hacia el guardián para ver su reacción, pero este
simplemente sonrió, mientras se recostaba contra el respaldo de la silla.
―El bomboncito es de pocas palabras ―respondió, refiriéndose a sí
mismo usando el apelativo por el que Nils se había referido a él.
Este pareció satisfecho con su respuesta, pues sonrió de oreja a oreja.
―Vaya, guapo y con sentido del humor. ―Volvió sus ojos azules y de
largas pestañas hacia Keyla―. Nena, has sabido elegir muy bien.
La doctora rio. Aquel hombre le resultaba muy divertido.
―Lo sé ―contestó, volviéndose a mirar a Nikolai, que la abrasó con
su ardiente mirada.
Tras aquello, comieron entre risas y conversaciones amenas.
Nils y Gydda eran los que llevaban la voz cantante de aquellas
conversaciones, hasta que en un momento dado, Nikolai decidió sacar el
tema por el que estaban allí.
―Acabo de recordar que tu amiga Annie también se ha hospedado
aquí en varias ocasiones, ¿no es cierto, cariño? ―le preguntó a Keyla.
―Sí, es cierto ―la joven hizo como si acabara de caer en la cuenta―.
Creo que la última vez fue hace menos de un año.
―¿Annie? ―preguntó Frida, haciendo memoria.
―Sí, fuimos juntas al instinto ―continuó diciendo la joven―. Annie
Smith, igual la recuerdan.
―¡Smith, claro! ―exclamó la mujer―. Te refieres a la preciosa Anne.
¿Te acuerdas de ella, Rolf?
―Sí, es la chica que trabajaba como bailarina, ¿no?
―Sí, la misma ―asintió Frida.
Nikolai y Keyla se miraron entre sí. Aquella era la mujer a la que
buscaban.
―Es ella ―continuó diciendo la joven doctora―. Siempre que viene
a Noruega se aloja aquí.
―Y eso que ha hecho bastantes viajes, pero no hay manera de que
cambie de lugar y no me extraña, con lo bien que se come ―la halagó el
guardián para que continuara hablando.
―Muchas gracias ―respondió Frida, con una sonrisa de
agradecimiento―. Anne viaja a Noruega bastante a menudo para recibir sus
tratamientos médicos. Pobre criatura. Aunque ahora que lo mencionáis,
hace bastantes meses que no ha vuelto, ¿verdad, Rolf?
―Hará más de medio año ―convino su esposo.
―¿Sabéis si consiguió recuperarse? ―les preguntó a ellos Frida.
―Sí ―contestó Nikolai.
―No ―dijo Keyla a la misma vez.
El matrimonio frunció el ceño, confusos por aquellas contradictorias
respuestas.
―Es decir, no se ha recuperado del todo, pero han conseguido dar con
un tratamiento que puede llevar de manera más controlada ―respondió
Nikolai con rapidez―. Así que, en cierto modo, se ha recuperado, pese a
que siempre necesite tomar su medicación.
―Cuánto me alegro por ella ―agregó Frida―. Es una joven muy
bonita y agradable como para vivir toda su vida conectada a una máquina.
¿Conectada a una maquina? Creían que solo era donante de sangre,
pero por lo que decía la dueña del hostal, quizá hubiera algo más que no
supieran.
―No sé exactamente el tratamiento al que se sometía cuando venía
aquí ―terció Keyla―. Trataba de no sacarle demasiado el tema para no
hacérselo recordar.
―Según me dijo, tenía que someterse a continuas trasfusiones de
sangre tratada.
―Frida, no seas cotilla ―la regañó su esposo.
―No digas tonterías, Rolf, que son sus amigos.
El hombre gruñó, haciéndole saber que no estaba de acuerdo con que
aireara aquella información sobre la supuesta Anne.
―¿Tratada? ―preguntó de nuevo Nikolai―. No sabía…
―¿Por qué no pasamos a temas más alegres? ―le interrumpió Nils,
harto de haber dejado de ser centro de atención por un momento.
Tras aquello, dejaron de hablar de la tal Anne Smith, cosa que fastidió
profundamente al guardián. Estaba seguro de que hubiera podido conseguir
más información si no hubiera sido por aquella molesta intervención.
Keyla oyó que la puerta del sótano se abría y como unos tacones
repiqueteaban en las viejas escaleras.
―Hola, bonita ―la saludó Myra, apareciendo ante ella con su sensual
figura enfundada en un sexy vestido negro.
Era preciosa, sin ninguna duda, con su largo y rubio cabello rizado
cayéndole por la espalda, y sus oscuros y fríos ojos clavados en Keyla.
―¿Me echabas de menos? ―le preguntó, plantándose delante de ella
con las manos en las caderas y una sonrisa de suficiencia.
―¡Muérete! ―le soltó con rabia, aún sentada en el suelo.
Myra soltó una carcajada, tomó la cadena y la obligó a ponerse en pie.
―Lo siento mucho, bonita, pero vendí mi alma hace siglos por ser
inmortal. ―Arrugó la nariz con gracia―. Justo morirme es una de las cosas
que no puedo hacer. ¿Draven no te ha hablado de mí?
―¿Qué tiene que ver Draven contigo?
―¿No lo sabes? ―Hizo un fingido puchero―. Qué tierno, aún le
duele hablar de mí.
Tiró fuertemente de la cadena, haciendo que Keyla se acercase más a
ella.
―Draven estaba locamente enamorado de mí en nuestra vida como
mortales, pero por desgracia, él murió y no sé cómo fue exactamente, pero
volvió y ya no era el hombre de siempre. Era inmortal y yo no podía
soportar pensar que iba a envejecer mientras él siempre estaría igual de
joven y sano, y le odié por ello. Por hacerme sentir que ya no valía nada y
que él era mucho mejor que yo.
―Draven no tuvo la culpa de morir, ni de que le convirtieran en un
guardián ―le defendió la doctora.
―¡Tenía que haber permanecido muerto! ―gritó, perdiendo los
estribos―. Él murió y yo lloré su muerte. Me rompió el corazón para luego
volver convertido en un hombre al que no podía tener. No lo podía tener
porque yo me marchitaría hasta morir. Así que busqué a los Berrycloth,
tratando de encontrar una cura para mi mortalidad, pero por desgracia, me
pidieron un precio muy alto a cambio de ella.
Keyla alzó el mentón.
―Parece ser que de todos modos aceptaste.
Myra sonrió de nuevo.
―Acepté y volvería a hacerlo de nuevo ―le aseguró―. El amor está
muy sobrevalorado, la verdad.
―¿Qué diste a cambio de la inmortalidad?
Los ojos oscuros de la bruja se clavaron en los suyos.
―Le entregué a él ―confesó, sin un ápice de arrepentimiento en la
voz―. Le entregué para que le torturaran. Aún puedo recordar su mirada en
el momento que se dio cuenta de mi traición.
―Eres una puta sin sentimientos ―le dijo entre dientes, dolida por el
daño que le había causado a Draven.
La sonrisa de Myra se borró de su rostro.
―Vas a comprobar lo puta que puedo llegar a ser, bonita. ―Tras
aquellas palabras, le soltó un revés que la arrojó al suelo.
Acto seguido la pateó en el estómago, haciendo que Keyla expulsara
de golpe todo el aire de sus pulmones.
―Creo que vamos a divertirnos mucho tú y yo.
Acercándose a ella con paso decidido, le clavó el tacón en la mano que
tenía apoyada en el viejo suelo del sótano, haciéndola soltar un alarido de
dolor.
―Cómo me pone cuando gritáis de este modo ―murmuró, mientras
se pasaba la lengua por los labios con sensualidad, justo en el momento en
que le soltaba otra patada en el rostro.
Keyla cayó de espaldas, sintiéndose un tanto aturdida a causa del
golpe.
―Veo que te estás divirtiendo sin mí, preciosa. ―Oyó la voz de Drew,
pero fue incapaz de enfocarle.
―¿Quieres unirte a la fiesta, cariño? ―preguntó la bruja, acercándose
a él y besándole con pasión.
―Creo que ya ha tenido suficiente, sabes que no podemos matarla,
cariño ―le recordó Drew, agarrando uno de los llenos pechos de la bruja.
―Lo sé ―asintió con aburrimiento―. Pero eso no impide que pueda
divirtirme un rato más. ―Alargó su mano señalando a la joven doctora y
susurró un hechizo, haciendo que Keyla se retorciera de dolor.
―Eres tan sádica ―le dijo Drew contra su oído―. Es una de las cosas
que más me gustan de ti ―reconoció, antes de volver a besarla.
―¿Qué quiere mi padre de mí? ―consiguió decir Keyla, cuando la
corriente eléctrica que sacudía su cuerpo remitió.
―¿Tú qué crees, preciosa? ―le preguntó el hombre del que había
creído estar enamorada en el pasado―. Usarte para ayudarnos con la causa.
―No pienso ayudarle en nada ―negó, mirándole con asco.
―¿Estás segura? ―le preguntó Myra, antes de volver a hacerla
retorcerse de dolor.
Continuaron torturándola durante un par de horas más, mientras ellos
hacían el amor delante de ella, excitados al ver su sufrimiento.
Hubo un momento en que Keyla creyó que había muerto, pero por
suerte, solo había perdido el conocimiento.
Cuando abrió los ojos de nuevo estaba sola, pero fue incapaz de
moverse, pues le dolían todos y cada uno de los músculos de su cuerpo.
Capítulo 13
Cuando llegaron a la apartada casa de la playa que Roxie les había
indicado, ya era bien entrada la madrugada.
Todo parecía tranquilo y en silencio, pero dentro de Nikolai hervía una
rabia creciente, que hacía que sus manos hormigueasen a causa de los
deseos que tenía de matar a todo aquel que se hubiera atrevido a tocar a
Keyla.
―No podemos estar seguros de que no haya suero del que nos deja sin
poderes en el ambiente, por lo que he traído las máscaras de gas. ―Elion
fue pasando una a una las máscaras a sus hermanos, que procedieron a
ponérselas.
―La prioridad es rescatar a Keyla, así que no quiero que hagáis
ninguna temeridad ―les advirtió Nikolai―. Lo importante es sacarla de
aquí sana y salva, todo lo demás pasa a un segundo plano.
―Para eso estoy aquí ―enfatizó Thorne, empuñando una de sus
largas dagas, con las que tanto le gustaba pelear―, para que no la caguéis.
―Golpeó el hombro del guardián ruso e inició la marcha hacia la casa con
paso firme.
―Creo que podemos irnos olvidando de una entrada discreta
―comentó Draven, con una sonrisa de medio lado.
―¡Joder! ―maldijo Nikolai, apresurándose a seguir al vikingo, que
podía ser de todo, menos discreto y silencioso.
Como todos habían sospechado, Thorne tiró la puerta abajo de una
patada, haciendo que los Groms que había en su interior se precipitaran
sobre él. De todos modos, el vikingo se los quitó de encima sin mucha
dificultad.
―Id a por la doctora, yo me encargo de estos putos vampiros zombies
―bramó Thorne, girando sobre sí mismo y cortando la cabeza a uno de
aquellos engendros.
―Yo buscaré a Myra ―siseó Draven entre dientes, deshaciéndose de
otro Grom más que trataba de cortarle el paso.
Nikolai y Elion no esperaron más y se dirigieron a la puerta que daba
al sótano, como les había indicado Roxie, sorteando a aquellos zombies que
trataban de impedírselo.
El guardián ruso abrió la puerta de un puntapié, pues la tenían cerrada
con llave, y bajó las escales a toda prisa, pero se quedó paralizado cuando la
vio colgando del techo por las muñecas, que le sangraban a causa de la
presión que los grilletes ejercían en su suave piel.
Se quitó la máscara antigás y la arrojó al suelo, sintiendo que le
costaba respirar a causa de la ansiedad que le había provocado ver el cuerpo
golpeado de Keyla.
Cuando salió de su aturdimiento y se dispuso a reaccionar, Elion se le
adelantó, tomando a la doctora por la cintura y rompiendo las cadenas que
la retenían.
―Por los Dioses, Key, ¿qué te han hecho? ―preguntó para sí mismo,
mientras también rompía el grillete que tenía alrededor del cuello y que le
había dejado un impresionante moretón.
―¿Está… viva? ―consiguió preguntar Nikolai, sin poder moverse ni
apartar sus ojos del pálido rostro de la joven.
Elion asintió, con la angustia reflejada en sus ojos.
―Solo está inconsciente.
―¿Nik? ―susurró, luchando por apartarse de Elion, asustada.
―Tranquila, Key, no te haré daño, soy yo ―le dijo el guardián
escocés, tomándola con firmeza por los hombros para que no se hiciera
daño y se levantó la máscara para mostrarle su apuesto rostro.
―¿Elion? ―preguntó, centrando la vista en él.
―El mismo, preciosa ―respondió, dedicándole una sonrisa.
Entonces la joven desvió la mirada hacia un lado, fijando sus
preciosos ojos azul grisáceo en Nikolai. Nada más verle, no puedo evitar
romperse por completo. Comenzó a jadear, mientras lágrimas
descontroladas corrían por sus mejillas.
Creyó que no volvería a verle nunca más.
―Nik ―repitió de nuevo su nombre, entre sollozos.
El guardián se limitó a mirarla y a parpadear varias veces, incapaz de
saber cómo comportarse en una situación como aquella.
―Nikolai, acércate ―le pidió su hermano, señalando con la cabeza a
la doctora.
Como un autómata caminó hacia ella, se arrodilló en el suelo y
acarició con suavidad el dorado cabello de Keyla.
Tenía el rostro golpeado y su labio inferior estaba partido. Además,
parecía dolerle a cada movimiento que trataba de hacer.
―Ojalá pudiera absorber tu dolor del mismo modo en que lo hiciste tú
conmigo en tantas ocasiones ―le dijo, refiriéndose a cuando la difunta
hermana de la joven, Yasmina, le tuvo retenido y le torturó durante varios
días.
Elion la ayudó a acercarse más a Nikolai, que abrió los brazos
acurrucándola contra su regazo.
Keyla no dijo nada, simplemente se limitó a llorar contra su pecho,
mientras el guardián sentía que se le partía el corazón con cada lágrima
derramada por la joven.
―Llevémosla a casa ―sugirió Elion poniéndose en pie y
sacudiéndose de los pantalones el polvo que se había impregnado en ellos.
―¿Todo bien por ahí abajo? ―les interrumpió Thorne, asomando la
cabeza por la puerta del sótano.
―Todo lo bien que cabía esperar ―respondió Elion, mirando de reojo
a la pareja que permanecía abrazada―. ¿Te has desecho de todos los
Groms?
―La duda ofende, bror ―repuso el vikingo, guardando su daga en la
parte de atrás de la cinturilla del pantalón.
―Entonces, vámonos de aquí cuanto antes ―dijo Nikolai, tomando a
Keyla en brazos y poniéndose en pie.
Subieron a la planta principal de aquella casa justo en el momento en
que Draven bajaba del piso superior.
―¿Qué hay de Myra? ―preguntó Elion―. ¿Ha habido suerte?
El cazador negó, malhumorado.
―Esa zorra se ha esfumado ―contestó lleno de rabia―. Es una
víbora realmente escurridiza.
―Drew ―murmuró Keyla, con la cara oculta en el cuello del
guardián ruso.
―¿Cómo dices? ―le preguntó Nikolai, agudizando el oído.
La joven alzó la cabeza con dificultad, pues sentía todo su cuerpo
dolorido, y le miró a los ojos.
―Drew, el hombre de confianza de mi padre, estaba aquí con ella
―aclaró.
―¿Fue quien te hizo daño? ―quiso saber Nikolai.
―Si lo que preguntas es si me golpeó con sus propias manos, la
respuesta es no, pero disfrutó de cada golpe y hechizo que esa mujer lanzó
contra mí.
El guardián asintió apretando los dientes. Deseaba matarlos en aquel
mismo momento y no de forma rápida, sentía deseos de torturarlos
lentamente hasta que sus desgraciadas vidas llegasen a su fin.
―Daremos con ellos, pero ahora vayámonos de esta pocilga.
Trabajar con Fiona era muy sencillo, ya que ella era extremadamente
inteligente e intuitiva. Keyla sentía que ambas podrían convertirse en
buenas amigas, pues tenían unas personalidades bastante parecidas.
―¿Entonces no crees que sea la sangre de Nikolai la que forma parte
de este ADN? ―le preguntó la rubia, con el ceño fruncido.
―Puede ser su sangre, pero solo si antes la hubieran tratado de algún
modo que yo desconozco ―apuntó Fiona, recolocándose las gafas que se le
habían escurrido por el puente de la nariz―. Dentro de la cadena hay
diferencias significativas con la sangre del guardián. He detectado genes
femeninos, así que lo más lógico sería que esta sangre fuera de algún
familiar directo de Nikolai.
―Nikolai no tiene familia viva ―dijo Thorne, que mantenía la
distancia con el resto, apoyando su hombro en el marco de entrada.
―Pueden ser de nuestra donante misteriosa ―apuntó Elion.
―¿La bailarina? ―preguntó el vikingo.
―¿De quién si no? ―Se encogió de hombros el guardián escocés.
―Seguiré haciendo más pruebas y os diré cuántas cadenas de ADN
están entremezcladas dentro de esta sangre, pero necesito que me deis un
poco más de tiempo.
―¿Qué tipo de pruebas? ―quiso saber Keyla, muy interesada.
―Trataré de aislar las diferentes cadenas de ADN que encuentre, así
podré deciros cuantos tipos de sangre se han usado para crearla. También
podré daros una descripción aproximada del aspecto físico de esas personas.
―Eso sería maravilloso ―convino la doctora, admirada de lo que era
capaz de hacer aquella mujer.
―Sabía que podrías ayudarnos, Fifi, eres la mejor.
―Soy única, ya lo sabes ―bromeó con él.
―Me encantaría que pudiéramos seguir en contacto ―le dijo Keyla.
―Sería genial ―exclamó la genetista, encantada―. Pídele a Eli que
te dé mi número de teléfono. Me ha encantado conocerte.
―Igualmente ―respondió la otra joven, abrazándola.
―Sois una visión muy sugerente, no se puede negar ―comentó Elion,
divertido.
―Más te gustaría a ti estar entre nosotras dos ―bromeó Fiona―. ¿Tú
no dices nada, grandullón?
Thorne gruñó.
―Digo que será mejor que nos marchemos cuanto antes ―refunfuñó,
con su habitual carácter hosco―. No es seguro que estemos aquí tanto
tiempo.
―Menudo aguafiestas ―murmuró la pelirroja, pero por el modo en
que se pronunciaba el ceño fruncido del vikingo, supo que la había
escuchado.
―Muchas gracias, Fifi, te debo un favor. ―Elion la abrazó
afectuosamente.
―Me debes bastantes más de uno.
El guardián soltó una carcajada.
―Prometo volver pronto para resarcirte ―le guiñó el ojo, con
picardía.
―Pues te estaré esperando. ―Sonrió Fiona, de forma coqueta.
Capítulo 17
Fiona seguía trabajando con la sangre del Grom, completamente
intrigada por todos los misterios que esta contenía, cuando oyó un ruido.
Se giró hacia la puerta, quitándose las gafas.
―¿Hola? ―Se puso en pie―. ¿Eres tú, Eli?
Escuchó una risa masculina que le pareció que pertenecía a su buen
amigo.
―¿Así que quieres jugar? ―Lentamente salió del laboratorio, con su
móvil en la mano y una sonrisa traviesa en los labios―. ¿Dónde puedes
estar escondido?
Continuó caminado pasillo adelante, hacia donde había oído la risa,
pero entonces oyó otro sonido de pasos a sus espaldas. Las luces de
emergencia eran lo único que iluminaba el corredor a esa hora de la noche y
no pudo evitar que se le erizara el vello de la nuca cuando un escalofrío de
miedo la recorrió.
―Eli, me estás asustando, sal ya ―le pidió, reculando de nuevo hacia
su laboratorio.
Con las manos temblorosas marcó su número de teléfono, a la espera
de oír sonar el móvil.
―Hola, bella ―respondió el guardián, de buen humor―. ¿Has
cambiado de opinión y quieres que estrenemos tu laboratorio?
―¿No estás aquí? ―le preguntó con el corazón acelerado.
―No, ¿por qué?
Fiona se mantuvo en silencio con el oído agudizado a la espera de
escuchar cualquier ruido. Y lo oyó. De nuevo oyó pasos, que cada vez
parecían estar más cerca.
―¿Fifi? ―insistió Elion, al no recibir respuesta.
―Hay alguien aquí, Eli ―susurró, agachándose tras uno de los
mostradores donde solía trabajar―. Oigo sus pasos acercándose.
―Tranquila, voy para allá. No cuelgues, ¿de acuerdo?
―Tengo miedo ―reconoció la joven, con la voz entrecortada.
―No dejaré que te pase nada, lo prometo ―le aseguró el hombre
dando media vuelta con el coche y volviendo hacia Genétic a toda prisa.
―Fiooona ―dijo una voz masculina alargando las sílabas en tono
meloso, mientras entraba en el laboratorio.
―Está aquí ―susurró la genetista apretando el móvil fuertemente
contra su oreja.
―Te encontré ―exclamó Drew asomando la cabeza por encima del
mostrador, haciendo que la joven soltara un grito y tratara de escabullirse de
él.
―¡Fifi! ―gritó Elion desde el teléfono.
―Es muy divertido, guardián, ver el modo en que tu amiga intenta
huir de mí ―repuso el hombre mientras perseguía a Fiona, disfrutando del
pánico que embargaba a la joven―. Ven conmigo, querida Fifi, lo
pasaremos bien.
Fiona corrió fuera de su laboratorio tratando de llegar a la calle.
Llevaba el móvil en la mano y miró hacia atrás para ver si el hombre la
perseguía, pero este caminaba con tranquilidad, con las manos metidas en
los bolsillos y una sonrisa siniestra dibujada en su atractivo rostro.
Apretó más su carrera bajando las escaleras de dos en dos. Necesitaba
llegar a la calle para poder pedir ayuda.
Cuando llegó al piso inferior y vislumbró la puerta de entrada sintió
cierto alivio, pero por desgracia, no pudo llegar. Un hombre pálido, sin pelo
y con los ojos inyectados en sangre, la placó, arrojándola al suelo de
espaldas. Se golpeó la cabeza con fuerza contra el suelo y aquel golpe la
dejó un tanto aturdida.
―¡Fifi! ―seguía gritando Elion―. ¡Fiona!
La joven giró la cabeza hacia el móvil, que había caído a unos metros
de ella. Una lágrima corrió por su mejilla, sabiendo que iban a matarla.
El hombre que había entrado en su laboratorio llegó cerca de ella y se
agachó a tomar el teléfono en la mano.
―Tendrías que verlo, guardián, es una escena maravillosa ―dijo,
poniendo el manos libres.
―Si le haces algo, juro que te mataré ―le amenazó Elion, entre
dientes.
El hombre se agachó delante de Fiona, mirándola con una sonrisa
cruel.
―¿Tienes miedo, preciosa? ―le preguntó, sacando una navaja de su
bolsillo.
―Por favor… ―sollozó la genetista, aterrada.
―¿Por favor, qué, linda?
―No me hagas daño.
Drew amplió aún más su sonrisa.
―Lo siento, pero ese deseo no puedo concedértelo. ―Acto seguido la
tomó por la muñeca, alzó la navaja y la clavó en la palma de la mano de la
joven.
Fiona soltó un alarido de dolor.
―¡Hijo de puta! ―gritó Elion desde el teléfono―. Voy a eviscerarte
en cuanto te ponga las manos encima.
―Me gustaría mucho que lo intentaras, guardián ―se jactó Drew―.
¿Está mi querida Keyla contigo?
―Vete al infierno ―le dijo entre dientes.
El hombre soltó una carcajada.
―De acuerdo, vete despidiendo de tu amiguita. ―Acercó la navaja al
cuello de la joven, que abrió desmesuradamente los ojos.
―No quiero morir ―se lamentó entre lágrimas―. Haré lo que
quieras, pero por favor, no me mates.
―Eres un encanto ―se burló de ella―. Pero lo siento, no me interesa
nada de lo que puedas ofrecerme. ―Sin más, le rajó el cuello.
―¡Fiona! ―gritó Elion, esperando respuesta.
―Si nos entregáis a Keyla por las buenas, esta será la última persona
que muera por ella, pero si no lo hacéis, iré yendo a por vuestros amigos,
hasta acabar con todos ellos ―le advirtió―. Tenéis veinticuatro horas para
pensarlo o id pensando en quien será el siguiente en caer. ―Cortó la
llamada.
FIN
Los guardianes del sello
LA LEY DE LA SANGRE
Hace un año que Roxie ha comenzado a tener extraños sueños, en los que
ve lugares misteriosos, marcados con un singular símbolo. Lo más
chocante, es que todos aquellos sueños están relacionados con un guapo y
misterioso desconoció, que además posee… ¡Colmillos!
Cuando por casualidad descubre que la piedra de sus sueños es real, decide
ir en busca de respuestas y averiguar qué está pasando.
Es así como entrará en un mundo sobrenatural, hasta entonces, desconocido
para ella.
Será una aventura peligrosa, en la que al parecer, ella es la clave.
Varcan debía seguir a aquella pelirroja sin que le viera, para asegurarse que
estuviera a salvo. La Diosa le había dicho a Roxie durante un viaje astral
que Max era una parte muy importante de la profecía, pero aún no sabían
porque.
Entre los dos, había una tensión sexual impresionante, que les lleva a
mantener un tórrido encuentro. Sin saber porque, aquel revolcón hizo que
sobre la piel de Max apareciera el sello de los guardianes, despertando a
una bestia que parecía dormir en el interior de la joven.
¿Serían capaces de descubrir que era lo que le pasaba a Max antes de que
aquella bestia tomara el control de su cuerpo?