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LA SANADORA

Sarah McAllen
La vida casi nunca es como planeamos.
Pero qué aburrido sería vivir
sin esa emocionante incertidumbre.
Agradecimientos
Quiero agradecer como siempre a toda mi familia.
Gracias por haberme apoyado y alentado a conseguir mi sueño de
ser escritora. Gracias por haber creído siempre en mí.
Gracias a Lidia S. Balado (Mal de ojillo), por su increíble trabajo
como ilustradora. Eres una profesional y una persona maravillosa.
También a mi extraordinaria correctora, Sonia Martínez Gimeno.
Me hace muy feliz que estés casi tan enganchada a esta serie como yo.
Esta vez también quiero hacer una mención especial a mis dos
compañeros felinos, que siempre me acompañan pacientemente
durante mis largas horas de escritura. Ellos también forman parte de mi
familia.
Y por supuesto, a todas mis fieles lectoras, que están haciendo mi
camino muy dulce. Sin vosotras mi sueño no se hubiese hecho
realidad.

Sarah McAllen
PROFECÍA

Dice la profecía que habrá una bruja, renacida de un tiempo lejano,


que podrá reinar sobre todos los reinos, humanos o sobrenaturales. Cuando
el oráculo haga acto de presencia, la bruja renacida se alzará, haciendo
que el mundo que conocemos hasta ahora desaparezca. El oráculo maligno
será el conductor para conseguir este objetivo, quedando destruido sin
remedio y enviado a los infiernos, donde arderá por toda la eternidad.
Sin embargo, la portadora del sello será la única que pueda mantener
las fuerzas del mal a raya, ayudando a la sanadora a proteger a los seis
guerreros que velan por el cumplimiento de la ley de la sangre. Cuando la
reina perdida aparezca, se abrirá el camino para encontrar la llave del
bien y del mal, que abrirá la puerta a la elegida, decidiendo de qué lado
caerá la balanza. El juego de la sangre ha comenzado, ¿te atreves a
participar?
GUARDIANES DEL SELLO

Seis guerreros mitológicos que velan por que la ley de la sangre se


cumpla.
Una ley suprema, donde todos los elementos, terrenales o mágicos,
deben estar en equilibrio. Los protectores del sello se encargan de
controlar que nadie trate de hacerse poderoso, a cambio de esclavizar al
resto de especies.
Existen desde hace milenios, cuando una bruja llamada Sherezade
decidió que quería reinar sobre todos los seres que existían en la tierra.
Por ello, la Diosa Astrid dotó de poderes a seis de los guerreros más fieros
y los convirtió en los guardianes del sello. Un sello que todos ellos llevan
marcado en su pecho, sobre el corazón.
Pero de algún modo, un grupo de brujos han conseguido despertar de
nuevo a Sherezade y la profecía se ha puesto en marcha, ¿de qué lado
caerá la balanza?
Capítulo 1
Dobra estaba de parto y no había nadie para ayudarla a pasar por
aquel trance.
Corría el año 153 y era una simple esclava eslava, por lo que su vida
no era importante. Nadie sufriría si perdía la vida durante aquel parto.
Tenía dieciséis años y no estaba casada.
El bebé que llevaba en su vientre era hijo del jefe de su poblado,
prácticamente era considerado un rey entre los aldeanos. Había
engendrado aquel niño tras varias violaciones y abusos, pero Dobra lo
quería de todas formas, ya que el pequeño que había crecido en su vientre
no tenía ninguna culpa del tipo de monstruo que era su padre.
Tumbada sobre el heno y rodeada de caballos, soltó un grito
desgarrador mientras empujaba con todas sus fuerzas.
Un llanto de bebé rasgó el aire, por lo que Dobra se apresuró a
tomarlo en brazos. Era precioso, pequeño, pero se veía fuerte por la
potencia con la que lloraba. Tenía un fino cabello rubio, prácticamente
blanco, y sus ojos eran de un extraño color gris muy claro.
Dobra no pudo evitar llorar, sintiendo alivio por haber podido traer
completamente sano a aquel bebé al mundo, pese a no poder darle el
porvenir que a ella le hubiera gustado.
―Voy a quererte más que a mí misma, te lo prometo ―le dijo,
mientras le acariciaba su pequeña cabecita rubia.
El bebé comenzó a rebuscar en su escote, así que la jovencita se
descubrió el pecho, dejando que mamara de él.
No era capaz de apartar sus ojos de su pequeño hijo, deseando con
todas sus fuerzas poder protegerlo de toda la maldad que había en el
mundo.
―Te llamaré Nikolai, como tu abuelo. ¿Te gusta ese nombre, mi
pequeño?
El bebé continuó mamando con ganas, mientras abría y cerraba su
manita contra el pecho de su madre.
Dobra le acarició su sonrosada mejilla con amor y sonrió como
llevaba sin hacer durante tanto tiempo, que ya no recordaba cuando había
sido la última vez.
El pequeño Nikolai, de cinco años, corría hacia la casa de su padre,
pues había recibido la noticia de que su hermano estaba a punto de nacer.
Pese a que su padre lo despreciara y jamás le hubiera mostrado un
ápice de cariño por el hecho de ser hijo de una esclava, él tenía la certeza
de que con su hermano sería diferente.
Con cuidado de que no le descubrieran, se asomó a la ventana donde
sabía que estaba la habitación principal. Allí pudo ver a Vesela, la esposa
de su padre, que parecía sostener un pequeño bulto entre sus brazos.
Alargó más el cuello para poder verlo mejor, pero justo en aquel momento,
la joven clavó sus azules ojos en él, descubriéndolo.
Nikolai contuvo la respiración, pues temía ser castigado por su
desfachatez al espiar a la esposa de su padre. Vlad Skolov era un hombre
duro y estricto, que no toleraba ningún comportamiento que se escapara de
lo rigurosamente correcto, pese a que él no acataba aquella norma.
Sin embargo, Vesela le sonrió y le hizo señas con la mano para que
entrara en la casa.
Nikolai hizo lo que su ama le había pedido y entró tímidamente a la
habitación, donde la joven descansaba en el lecho.
―¿Cómo estás, Nikolai? ―le dijo con voz suave y agradable―. Ese
es tu nombre, ¿verdad?
El crío asintió, aún mirando las puntas de sus raídos zapatos.
―¿Querías conocer a tu hermanita?
Aquella pregunta hizo que Nikolai alzase sus ojos grises hacia ella,
sorprendido.
Pese a ser un bastardo, hijo de una esclava, todos los habitantes del
poblado sabían de sobra quién era su padre, y es que nadie podía negarlo,
ya que tanto su cabello rubio pálido como sus ojos, de un extraño color gris
muy claro, eran iguales a los de él.
―¿Es una niña? ―preguntó el pequeño, algo disgustado.
Se suponía que aquel bebé debía ser un niño para que ambos
pudieran ser los mejores amigos.
―Así es ―respondió la bella joven―. ¿Quieres acercarte a verla más
de cerca?
El niño dudó, pero con paso vacilante se acercó a la cama, mirando a
aquel bebé con el cabello tan blanco como él mismo.
―Su nombre es Brunella ―continuó diciendo la jovencita, de tan solo
quince años, con una sonrisa.
―Brunella ―repitió Nikolai, sintiendo que le gustaba aquel nombre.
―Ahora eres su hermano mayor y debes cuidar de ella.
Nikolai procesó aquellas palabras, que arraigaron con fuerza en su
corazón.
―¡Dios mío! Lo lamento mucho, ama.
Dobra, que había visto a su hijo desde la ventana, entró a por él,
temiendo que le golpeasen por aquella afrenta. Un esclavo jamás entraba
en la casa de sus señores, a no ser que fuera estrictamente necesario y por
mandato directo de su amo, y ni siquiera en esas circunstancias era
apropiado entrar en la habitación estando la señora en la cama.
―No te preocupes, Dobra, he sido yo quien le he pedido que entre
―contestó la jovencita.
―De todos modos, no debería haber entrado. ―Miró a su hijo con
expresión severa―. Ya conoces las normas del amo, Nikolai.
―Quería conocer a mi hermana, madre ―protestó el niño.
Dobra abrió sus ojos desmesuradamente y tomó del brazo a su hijo.
―No digas eso, ella no es tu hermana ―le susurró, asustada de que
aquella afirmación pudiera llegar a oídos de Vlad, ya que le azotaría por
eso.
―Claro que es su hermana ―aseguró Vesela.
―Pero, ama, si el amo se entera de esto…
―No tiene por qué enterarse ―la interrumpió la joven―. Me han
dicho que seguramente no pueda tener más hijos y para Brunella sería
bueno saber que tiene un hermano con el que contar. Creo que es justo que
puedan mantener una relación.
Dobra bajó sus ojos al suelo.
―Lo siento mucho, ama, pero solo somos esclavos. Para nosotros no
existe la justicia.
―Ojalá eso pudiera cambiar ―repuso Vesela con total sinceridad.
La mirada de ambas jóvenes se cruzó y por extraño que pareciera,
dadas sus diferencias, sintieron que quedaron unidas de algún modo más
allá de la lógica.
―Debo proteger a mi hijo, ama.
―Lo comprendo y te ayudaré a hacerlo ―le aseguró la joven―. Y te
pido, por favor, que me llames Vesela cuando estemos a solas. No soporto
que me llamen ama. No quiero ser el ama de nadie, todo el mundo merece
ser libre.
Dobra dudó unos instantes. Aquello era un juego demasiado
peligroso.
―Por favor, madre ―intervino entonces Nikolai―. Me gustaría
mucho poder proteger a Brunella como su hermano mayor.
Dobra miró la hermosa carita de su hijo, la única persona que tenía
en el mundo, y no pudo decirle que no.
―Pero debemos hacerlo con cuidado.
Nikolai sonrió ampliamente, abrazándose a la cintura de su madre.
En ese momento oyeron la puerta de la casa abrirse.
―Rápido, salid por la puerta de atrás ―les apremió Vesela.
Dobra tomó a su hijo de la mano y se apresuró a hacer lo que la joven
le había pedido.
Hasta ella llegó la profunda voz de Vlad a lo lejos y agradeció para
sus adentros que no les hubiera descubierto, pues conocía de primera mano
el tipo de castigos que aplicaba ante la desobediencia.

Nikolai tiraba piedrecitas a la ventana de la habitación de su


hermana.
Brunella asomó su rubia cabeza por ella, con una sonrisa radiante.
Era una niña de cinco años, preciosa y muy alegre. Poseía el corazón
bondadoso de su madre y tenía la suerte de tener totalmente obnubilado a
su padre, pues con ella se comportaba completamente diferente que con el
resto. Era comprensivo y casi amoroso, pese a su carácter hosco y frío.
La pequeña se escabulló por la ventana y se acercó a su hermano.
―Tenía ganas de verte, hacía muchos días que no me visitabas ―le
dijo, con un toque de reproche en su suave voz.
―No he podido venir antes ―respondió el jovencito de diez años―.
He estado demasiado ocupado. Además, mi madre no se encuentra muy
bien y he hecho parte de sus tareas para que ella no tuviera que hacerlas.
La niña observó la extrema delgadez de su hermano. Se veía pálido y
ojeroso, además de tener una exagerada expresión de cansancio en el
rostro.
―¿Tú estás bien? ―le preguntó, con el ceño fruncido.
Nikolai forzó una sonrisa.
―Muy bien ―mintió, porque lo cierto es que se sentía extenuado―.
Sentémonos ―le dijo, mientras él mismo se acomodaba en el suelo.
Brunella le imitó, dejándose caer sobre la hierba con las piernas
cruzadas.
―Tengo algo para ti ―comentó entonces el chiquillo, con una
sonrisa satisfecha.
―¿Para mí? ―repuso emocionada―. ¿Qué es, Kol? ―Le llamaba
así desde que era un bebé, pues por aquel entonces no era capaz de
pronunciar su nombre completo.
Nikolai le mostró un precioso collar hecho con cuerda del que
colgaba una bonita piedra tallada.
―¡Es precioso! ¡Me encanta! ―exclamó la niña, cogiendo la piedra
con su pequeña manita―. Pónmelo ―le pidió, dándole la espalda.
Nikolai lo colocó en su fino cuello y lo anudó fuertemente para que no
lo perdiera.
―Listo.
Brunella se volvió hacia él, sonriendo feliz.
―¿Me queda bien?
―Estás lindísima, Brunie.
La niña amplió aún más su sonrisa, pero se le borró de golpe cuando
un fuerte porrazo tiró a su hermano al suelo. Alzó la mirada hacia su
padre, que clavó aquellos fríos ojos grises, iguales a los de sus hijos, sobre
ella.
―¿Qué estás haciendo, Brunella? ―bramó Vlad, furioso.
―Yo… yo… ―No era capaz de decir nada más, ya que el terror la
tenía paralizada. Su padre jamás se había mostrado así de enfadado con
ella y le daba mucho miedo.
―No es culpa suya, amo, he sido yo el que le ha pedido que salga
aquí fuera ―contestó Nikolai, que había conseguido ponerse en pie
después del fuerte puñetazo que había recibido en el pómulo, que ya
comenzaba a hinchársele.
Vlad se acercó a él y le tomó del cuello, alzándolo del suelo.
―¿Quién eres tú para pedirle nada a mí hija? ―espetó con furia.
―Lo… siento… ―consiguió decir, con voz entrecortada, mientras se
quedaba sin aire.
―Padre, suéltalo ―le pidió Brunella, tirando de su camisa―. Es mi
hermano.
Vlad volvió la vista hacia ella, sorprendido por que supiera aquello.
―¿Quién te ha dicho eso?
―Calla, Brunie ―le rogó Nikolai.
Vlad lanzó al muchachito al suelo con fuerza.
―¿Acaso te he pedido que hables?
Fue a patearle, pero se detuvo cuando la niña se tiró sobre el cuerpo
de su hermano, protegiéndole.
―No le hagas daño, padre, por favor.
―Levanta, Brunella ―le ordenó―. No es más que un esclavo.
―No es cierto, es mi hermano.
Vlad apretó los puños y la tomó por el cabello, poniéndola en pie.
La pequeña gritó y Nikolai se abalanzó contra su padre para que la
soltara.
―¡No le hagas daño! ―gritó, golpeando al hombre con todas sus
fuerzas.
―¡Maldito despojo! ―Le derribó de un solo golpe y se abalanzó
sobre él, sin dejar de darle puñetazos.
Cuando el muchacho no pudo moverse, Vlad sacó su cuchillo y
descubriéndole el pecho, grabó una V en él.
―¡Nikolai! ―Dobra llegó hasta ellos y tomando un palo que había
en el suelo, asestó un golpe en la cabeza de Vlad, haciéndole sangrar.
―¡Maldita sea!
Se puso en pie, con la mano sobre la brecha de su cabeza y mirando a
Dobra con ira reflejada en sus ojos casi blancos.
La esclava se puso a temblar, pero mantuvo el palo en alto para tratar
de defenderse.
―Madre… ―jadeó Nikolai, sin fuerzas para levantarse del suelo.
―Todo está bien, cielo ―le dijo su madre, con la voz entrecortada―.
Te quiero muchísimo.
Una lágrima rodó por la mejilla de Nikolai, que ya apenas podía ver,
pues sus ojos se estaban hinchando tanto que le obstaculizaban la visión.
Dobra trató de golpear a Vlad cuando este se acercó más a ella, pero
el hombre, mucho más fuerte que la joven, detuvo el golpe, arrancándole el
palo de las manos. Tras aquello la abofeteó, enviándola al suelo y
colocándose sobre ella. Puso sus grandes manos sobre su cuello y apretó
con fuerza.
―Solo eres una ramera ―le dijo con rabia―. Debí haberos matado a
ti y al despojo de tu hijo hace años.
El aire no llegaba a los pulmones de Dobra, que comenzó a enrojecer.
Sus labios se amorataron y algunas venas se marcaron en el blanco de sus
ojos.
Brunella, horrorizada, se acurrucó contra su hermano cubriéndose
los ojos con las manos y llorando desconsolada.
Vlad continuó apretando el cuello de la esclava hasta que los ojos de
la mujer se quedaron sin vida. Entonces se puso en pie y volvió a clavar su
cruel mirada sobre el crío que había tirado en el suelo, el cual había
perdido la consciencia.
―¿Qué está ocurriendo? ―Vesela había salido de la casa, alarmada
por las voces.
Sus ojos se dirigieron hacia el cuerpo sin vida de la mujer que había
tirada en el suelo y se llevó una mano a sus labios, conteniendo el llanto.
―Dobra ―murmuró angustiada.
―Coge a Brunella y vete de aquí ―le ordenó su esposo.
Desvió su mirada hacia su hija, que lloraba sobre lo que parecía el
cuerpo sin vida de su hermano.
―¿Qué has hecho, Vlad?
Se arrodilló junto a los niños y abrazó a su hija. Después alargó la
mano colocándola sobre el pecho de Nikolai, cerciorándose de que seguía
respirando.
―¿Acaso no me has oído, Vesela? He dicho que vayas con Brunella
dentro de la casa.
Su esposa dirigió sus ojos llorosos hacia él.
―¿Para qué? ¿Para qué puedas hacerle a Nikolai lo mismo que le
has hecho a su madre?
Vlad apretó los dientes.
―Vesela…
―Si vas a hacerlo, que sea delante de tu hija y de mí ―le cortó,
haciendo que la pequeña se irguiera para mirarle―. Si de verdad estás
decidido a matar a tu propio hijo, que sea en nuestra presencia, para que
podamos comprobar el tipo de monstruo que eres.
―Este esclavo no es nada mío ―la contradijo.
―¿Lo dices en serio? ―le preguntó con sarcasmo ―Nikolai es igual
a ti, no puedes negarlo.
―¡No le llames por su nombre! ―bramó, acercándose a ella con
paso amenazador.
Brunella escondió la cabeza en el pecho de su madre, pero Vesela le
mantuvo la mirada a su esposo, sin amilanarse. En el fondo estaba
aterrada, pero no estaba dispuesta a que Vlad lo notara, ya que aquello le
daría poder. Lo sabía porque su padre la había maltratado durante toda su
infancia y cuanto más temor demostraba, más se había envalentonado él.
―¿Por qué no? Es una persona, tiene nombre y pienso usarlo cada
vez que me dirija a él.
―Podría matarte ahora mismo, mujer ―dijo entre diente, con la ira
reflejada en su tono de voz.
Vesela alzó su mentón, sin desviar sus ojos azules de él.
―Hazlo ―contestó sin más―. Si es lo que deseas, hazlo, pero eso no
cambiará el hecho de que acabas de perpetrar algo atroz. Y si de todos
modos insistes en matar a tu hijo, no creo que nada pueda librarte de la ira
de los Dioses.
Vlad no temía a nada terrenal, pero sí sentía un miedo atroz a los
Dioses y a su furia divina.
―Aunque no le dé un nuevo golpe, ese despojo no va a sobrevivir a
esta noche.
―Por lo menos, dale la oportunidad de intentarlo.
Vlad gruñó y tomó a su hija de la mano.
―Entremos a casa ―le ordenó a su esposa.
―Enseguida voy.
Vlad le echó una última mirada. Estuvo tentado a tomarla por el pelo
y arrastrarla tras él para hacerla entrar en razón a golpes, pero para su
desgracia, estaba completamente encaprichado de su hermoso rostro de
rasgos aniñados, ya que aunque Vesela tenía veintiún años, aún no había
perdido sus rasgos un tanto infantiles y por nada del mundo querría
estropear con algún golpe aquella belleza que le traía de cabeza.
―No tardes o vendré a buscarte y no te dejaré salir de casa en días
―le advirtió, antes de marcharse, llevándose a su hija tras él.
Entonces Vesela volvió su mirada hacia Nikolai y no pudo contener
por más tiempo las lágrimas al ver el desfigurado rostro del chiquillo. Sus
ojos estaban amoratados y complemente cerrados a causa de la
inflamación que presentaban. Su nariz, que antaño había estado recta,
ahora se veía desviada hacia el lado derecho, haciéndole saber que estaba
rota. Salía sangre de su boca y Vesela rezó para que fuera a causa de algún
diente roto y no de un daño más grave.
Tomó al delgado niño de diez años en brazos, haciendo acopio de
todas sus fuerzas, y caminó con él hasta llamar a la puerta de una de sus
vecinas, con la que tenía más confianza.
―Vesela, ¿qué ha pasado? ―le preguntó la viuda, mirando con los
ojos desorbitados a Nikolai―. Pobre muchacho.
―¿Podemos pasar, Rada?
La mujer se retiró de delante de la puerta.
―Por supuesto, adelante.
Vesela entró a la casa.
―¿Podría acomodar a Nikolai en algún lugar?
―Déjalo en mi cama ―ofreció la mujer, abriendo la puerta para que
la joven pudiera pasar.
Vesela así lo hizo, volviéndose después hacia su amiga.
―Necesito pedirte un favor.
―Por supuesto, querida, lo que necesites.
―Necesito que cuides de Nikolai hasta que se recupere ―le pidió
entre lágrimas―. Sé que es demasiado lo que te pido, pero no tengo otro
lugar al que llevarlo.
La mujer frunció el ceño.
―Pero ¿y Dobra?
Vesela negó con la cabeza, llorando con más congoja.
―Vlad la ha matado ―consiguió decir la joven al fin.
Rada miró de nuevo al chiquillo, que continuaba inconsciente.
―¿Esto se lo ha hecho Vlad?
Vesela asintió.
―Le encontró junto a Brunella y estas han sido las consecuencias
―gimió, sintiendo que le faltaba el aire―. Quizá me equivoqué al insistir
en que los hermanos tuvieran relación. Todo es culpa mía.
La mujer le puso una mano en el brazo, mostrándole su apoyo.
―Hiciste lo que creías mejor para los niños ―le recordó Rada―.
Brunella y Nikolai se quieren muchísimo y eso, sin duda, es gracias a
Dobra y a ti.
―Debo volver antes de que Vlad se enfurezca aún más.
―Por supuesto, vete ―la animó Rada―. Yo cuidaré del niño.
―No sé si pueda sobrevivir ―dijo, sintiendo el corazón roto.
―Haré lo posible para que lo haga ―le aseguró su amiga, sonriendo
para tranquilizarla.
Nikolai despertó dos días después.
Se sentía muy dolorido y aturdido. Se asustó cuando no pudo abrir los
ojos, pero notó una mano amiga que se apoyaba en su hombro.
―Tranquilo, muchacho, todo está bien.
―¿Qué me pasa? ¿Por qué no puedo abrir los ojos?
―Porque están hinchados, pero poco a poco irá bajando la
inflamación, no te preocupes ―le dijo la buena mujer―. Soy Rada, Vesela
te trajo aquí para que me ocupara de ti.
―¿Y mi madre?
Tras aquella pregunta se hizo el silencio.
El corazón del muchachito comenzó a latir con fuerza, sabiendo cual
era la respuesta. Vlad la había matado por golpearle para salvarle a él. Su
madre estaba muerta por su culpa.
Comenzó a jadear, sintiendo que era incapaz de respirar con
normalidad.
Su madre no podía estar muerta. ¡Ella no!
―Relájate, muchacho, y trata de respirar con normalidad.
Nikolai lo intentaba, pero era incapaz de llevar aire a sus pulmones.
Rada se sentó en la cama junto a él y le abrazó con afecto.
―Todo irá bien ―le susurró contra su oído.
―Es por mi culpa ―sollozó.
―El único culpable de esta atrocidad es Vlad, nadie más. Ni tú, ni
Vesela, ni Brunella. Solo él.
Nikolai alzó sus ojos casi blancos hacia la viuda, a pesar de no poder
ver nada, sintiendo como una rabia arrolladora nacía en su interior.
―Voy a matarlo por esto ―decretó entre dientes.
―No te precipites, muchacho…
―¡Era mi madre! ―la interrumpió, lleno de dolor―. Ahora no me
queda nada. Ni siquiera la libertad ―jadeó, roto por dentro.
―Lo sé y te entiendo, pero ella se sacrificó por ti, así que no
desperdicies tu vida por una revancha que en estos momentos no podrás
ganar.
Nikolai entendía que lo que decía Rada era lo más coherente, pero en
aquellos momentos le costaba pensar con claridad.
―¿Y qué hago entonces?
La mujer se puso en pie, acercando un plato de guiso humeante hacia
él.
―Lo primero, comer para poder recuperarte de tus heridas.
―No tengo hambre. ―Sentía el estómago cerrado.
―Me da lo mismo. ―Acercó la cuchara a su boca―. Vas a comer de
todos modos.

Nikolai, gracias a los cuidados de Rada, se recuperó con rapidez.


Seguía odiando a su padre, pero la viuda le había hecho entender que, de
todos modos, era el padre de su hermana y el rey de su poblado. Él solo era
un esclavo y aunque pudiera perpetrar su venganza contra Vlad, el resto
del poblado lo vengaría.
Lo que tenía claro es que no iba a poner a nadie más en peligro, por
lo que debía mantenerse alejado de Vesela y Brunie.
La niña hizo bastantes esfuerzos para volver a acercarse a él, pero
Nikolai se mantuvo firme. No quería cargar con otra muerte a sus espaldas.
Por su parte, Vlad continuó tratándolo como el despoja que creía que
era, pero sin tomar ninguna represalia más por haberlo sorprendido junto a
su querida hija.
Cierto día, al acabar su larga jornada, Vesela se acercó a él.
―¿Puedo hablar contigo, Nikolai?
―No es buena idea, ama ―respondió, dándose media vuelta para
alejarse.
―Quiero mostrarte donde está tu madre.
Aquellas palabras paralizaron el corazón del chiquillo. Se volvió
lentamente a mirar a la joven, que le sonreía con ternura.
―Pedí a otro de los esclavos que la enterrara en el bosque
―continuó diciéndole―. Puedo llevarte hasta allí, para que sepas donde
puedes llorarla, cariño.
Nikolai tragó saliva y asintió con la cabeza, incapaz de decir una sola
palabra.
La joven amplió aún más su sonrisa.
―Pues aprovechemos ahora que Vlad está reunido con algunos de los
aldeanos y Brunella está jugando en casa de una de sus amigas.
Ambos se pusieron en marcha.
Nikolai se mantuvo en silencio y con la mirada baja, sintiéndose
avergonzado por todo lo ocurrido el día del ataque. Pese a que Rada le
había dicho por activa y por pasiva que nada de aquello había sido culpa
suya, él no era capaz de acabar de creerlo.
Se adentraron en el bosque, hasta que Vesela se detuvo frente a un
enorme árbol. Bajo él había plantadas flores de diferentes colores y al
chiquillo los ojos se le llenaron de lágrimas al verlo.
―Sabía que a Dobra le gustaban las flores ―comentó Vesela, con la
voz tomada por la emoción.
Nikolai se arrodilló frente a aquella improvisada tumba y lloró en
silencio.
―Lo siento, madre ―susurró entre lágrimas.
―Ella no te hubiera culpado de nada, así que no lo hagas tú. No
dejes que sea Vlad el que gane ―le dijo Vesela.
El chiquillo alzó sus claros ojos hacia la joven.
―Se despidió de mí ―jadeó, acongojado―. Me dijo que me quería.
Vesela se arrodilló junto a él y le abrazó contra su pecho.
―Ella te quería más que a nada en el mundo.
―No debí haber mantenido relación con Brunie, ella sabía lo
peligroso que era.
―Si debes culpar a alguien por eso, que sea a mí ―objetó la joven―.
Fui yo la que insistí en que eso ocurriera, pero de verdad sabía que os
haría bien a ambos.
―No voy a volver a verla, no pondré en peligro a nadie más.
Vesela lo entendía, pero no por eso le dolía menos.
―A Brunella se le partirá el corazón.
―Prefiero que así sea a que ocurra algo peor.
La joven se separó un poco del muchachito para mirarlo a los ojos.
―No rompas la relación del todo.
―Pero…
―Comprendo que tengas miedo ―continuó diciendo,
interrumpiéndole―. No te estoy pidiendo que todo sea como antes, solo
que, por lo menos, le hagas saber que sigues sintiendo lo mismo por ella.
Nikolai dudó, pero finalmente asintió. Él tampoco quería que su
hermana pensara que había dejado de quererla, ya que, en aquellos
momentos, era su única familia.
Fueron pasando los años durante los cuales Brunella y Nikolai
apenas habían mantenido relación.
De todos modos, como le había prometido a Vesela, el muchacho fue
dejando regalos para su hermana en el alfeizar de la ventana para que
supiera que él seguía ahí, queriéndola en secreto. Había hecho animales
tallados en madera, alguna pulsera o colgante, ramos de flores, e incluso
había conseguido encontrar una preciosa piedra, que sabía que a Brunie le
encantaría, pues siempre las había coleccionado.
Aun así, no habían vuelto a hablar y ambos se echaban
tremendamente de menos.
Aquella era una mañana como cualquier otra, durante la cual Nikolai
trabajaba sin descanso.
Ya tenía diecisiete años y gracias a los buenos guisos de Rada, con la
cual seguía conviviendo, se había convertido en un joven alto y fuerte.
Cargaba un montón de leña, para que sus amos pudieran mantenerse
calientes durante el invierno, cuando escuchó un agudo grito proveniente
de los establos.
Tiró los troncos y corrió hacia allí, pero jamás hubiera esperada
encontrarse con aquella espantosa escena.
Brunella estaba tirada en el suelo, boca arriba, con las faldas alzadas
y su padre sobre ella, que claramente trababa de violarla. La jovencita de
doce años luchaba contra él con todas sus fuerzas, pero Vlad era mucho
más fuerte y corpulento, por lo que no tenía ninguna posibilidad de zafarse
de él.
Nikolai, tratando de no hacer ruido, tomó entre sus manos una pala
que había cerca y con todas sus fuerzas, golpeó al hombre en la cabeza,
que se quedó inconsciente al instante. Quitó el pesado cuerpo de encima de
su hermana y la ayudó a ponerse en pie.
―¿Estás bien? ―le preguntó, mirándola de arriba abajo. Tenía una
mejilla enrojecida, por lo que seguramente la habría abofeteado.
Brunella asintió, aún tremendamente asustada.
―¿Está… muerto? ―preguntó con la voz entrecortada.
―No lo sé ―reconoció, mirando el enorme corpachón del hombre―.
Creo que no, pero no estoy seguro.
―¿Qué ha pasado? He oído que gritabas ―le dijo a su hija, antes de
reparar es su inconsciente esposo―. ¿Pero, que…?
―Padre ha… él ha… ―La jovencita no pudo continuar y se puso a
llorar.
―Ha intentado propasarse con ella. ―Fue Nikolai el que terminó la
frase.
Vesela abrió los ojos desmesuradamente, comenzando a temblar.
―Siempre he sabido que le gustaban las mujeres demasiado jóvenes,
pero no creí que se atreviera a… ―En aquel momento, llegaron hasta ellos
las voces de otros aldeanos, que también habían oído el grito―. Debéis
marcharos ―les ordenó Vesela.
―¿Qué? ―preguntó su hija alterada―. ¿Adónde?
―A donde sea, pero lejos de aquí. ―Los tres salieron del establo
apresuradamente, adentrándose en el bosque―. Si Vlad despierta matará a
Nikolai y volverá a intentar terminar lo que ha empezado contigo ―le
explicó a su hija―. Le conozco y no parará hasta tenerte, como hizo
conmigo.
―Pero tú eres su esposa ―le recordó Nikolai.
Vesela le miró con ojos tristes.
―Pero no lo era aún cuando me violó en un claro del bosque, a pocos
pasos de mi casa.
Brunella comenzó a llorar.
―Ven con nosotros, madre.
―No puedo, debo despistarles para daros tiempo a huir. ―Se acercó
a acariciar el hermoso rostro de su hija―. Te quiero muchísimo, mi
pequeña, y deseo que seas muy feliz.
―Madre… ―jadeó, acongojada.
―No perdáis tiempo, marchaos ―les apremió. Acto seguido miró al
jovencito―. Cuida mucho de mi pequeña.
Nikolai asintió, apretando los puños.
―Agradece a Rada de mi parte todo lo que ha hecho por mí durante
estos años ―le pidió a la mujer.
―Así lo haré ―le aseguró―. Ahora, marchaos.
―No, madre ―jadeó la jovencita, abrazándose a ella.
Nikolai, sabiendo lo que tenía que hacer, la tomó de la mano y la
arrastró tras él.
―¡No! ―Forcejeó Brunella―. ¡Madre! ¡Madre!
Vesela se limitó a sonreír con tristeza, mientras se llevaba una mano
al corazón, haciéndole saber cuánto la quería.
Nikolai no se detuvo. Caminó a paso ligero con su hermana a rastras.
―Para, Kol, no quiero marcharme.
―Ya has oído a tu madre, no podemos quedarnos.
―No puedo abandonarla.
―No tienes otra opción ―le recordó el joven, que en aquellos
momentos estaba casi tan asustado como ella, pese a no demostrarlo.
―¿Adónde iremos? ―insistió la jovencita―. No tenemos dinero, ni
comida. Tampoco hemos traído ropa, no podemos llegar muy lejos de este
modo.
―Algo se me ocurrirá.
―Me niego a ir contigo a ninguna parte, apenas te conozco.
Nikolai se detuvo y se volvió a mirarla.
―¿Lo dices en serio, Brunie? ¿Apenas me conoces?
―Eso he dicho, apenas te conozco porque decidiste alejarte de mí de
manera repentina ―le echó en cara―. Tus obsequios no cambian el hecho
de que me abandonaste.
―Jamás te abandoné, solo traté de protegerte como no pude hacer
con mi madre ―le dijo con voz calmada―. Del mismo modo en que acabo
de hacerlo ahora mismo. ¿Qué crees que le ocurriría a un esclavo como yo
por golpear a su amo?
La muchachita abrió los ojos desmesuradamente, haciéndole saber
que había caído en la cuenta de que le matarían si daban con él.
―Eso es, Brunie, pero de todos modos, no me lo pensé dos veces y
decidí ayudarte porque eres mi hermana y te quiero ―reconoció con
sinceridad―. Pero si tú no deseas venir conmigo, no te obligaré, yo no soy
como Vlad.
Nikolai se dio media vuelta y comenzó a caminar, rezando porque
Brunella finalmente decidiera seguirle.
―Necesitaremos un caballo o no llegaremos muy lejos ―dijo la joven
finalmente, caminando junto a él.
Nikolai asintió.
―Por lo pronto, alejémonos lo máximo que podamos y roguemos
porque Vesela pueda despistarles.

Consiguieron llegar al siguiente poblado y una vez allí, subieron a


una carreta y se ocultaron bajo el heno que transportaba.
Ambos jovencitos rezaron para que la carreta se dirigiera a algún
lugar alejado de su hogar y, por suerte para ellos, así fue.
Cuando se hizo la noche, ambos se ocultaron en un establo para
poder descansar.
―¿Crees que les habremos despistado? ―preguntó Brunella, con los
ojos enrojecidos por la cantidad de lágrimas que había derramado.
―No lo sé, pero necesitamos alejarnos más.
La muchachita asintió con expresión triste.
Nikolai tomó una de las manos de su hermana.
―Prometo protegerte, no te preocupes.
―No estoy preocupada ―reconoció―. Me siento apenada por
alejarme de mi madre. Espero que padre no le haga daño. ―Sollozó,
cubriéndose la cara con las manos.
―Vesela es inteligente, sabrá qué hacer ―le aseguró el jovencito.
―¿Podré volver a verla algún día? ―le preguntó a su hermano,
esperanzada.
―Quizá ―respondió él, pese a estar convencido de que la respuesta
sería negativa.
La muchachita asintió.
En ese momento se puso en pie y tomó entre sus manos una pequeña
hoz, volviendo de nuevo junto a Nikolai.
―Hagamos un juramento.
―¿Qué juramento? ―Frunció el ceño, viendo como la jovencita se
hacía un profundo corte en la palma de la mano―. ¿Qué haces?
―exclamó, quitándole la hoz de la mano y mirando horrorizado su herida
sangrante.
―Es tu turno.
―¿Mi turno de qué? Lo que necesitas es que te vende la mano.
―Primero hagamos el juramento. ―Negó con cabezonería, retirando
la mano.
―¿Te has vuelto loca? ―le reprochó.
―Quiero que hagamos un juramento de sangre, porque no sé si puedo
fiarme de que no vuelvas a desaparecer de nuevo, la verdad. Pero si no te
atreves…
Al escuchar su reto, Nikolai se cortó la palma de su mano, igual que
ella lo había hecho.
―Ya está. ―Le mostró su herida ―. Y ahora, ¿qué?
Brunella tomó la mano de su hermano con la suya, uniendo ambas
heridas y entremezclando sus sangres.
Le miró con sus ojos grises, iguales a los de él.
―A partir de ahora, nuestra sangre y nuestras vidas están unidas
para siempre ―comenzó a decir la muchachita―. Juro que jamás te
abandonaré y pese al paso de los tiempos, mi alma permanecerá unida a la
tuya.
Nikolai la miraba extrañado, oyendo atentamente sus palabras.
―Venga, ahora tú, es tu turno ―le insistió Brunella.
―¿Mi turno? ―Frunció el ceño.
―Repite lo que acabo de decir ―pidió, sin soltarle la mano.
El joven suspiró, pero si aquello hacía que su hermana se sintiera
mejor, lo haría.
―Está bien. ―Tomó aire, haciendo memoria de las palabras de su
hermana anteriormente dichas―. Juro que jamás te abandonaré y pese al
paso de los tiempos, mi alma permanecerá unida a la tuya. También
prometo protegerte e intentar que no te falte de nada, ya que soy tu
hermano mayor y tu protector ―aquellas últimas palabras fueron de
cosecha propia, pues las sentía de corazón.
Brunella sonrió.
―Unidos para siempre.
Nikolai soltó la mano de su hermana y rompiendo un trozo de su
camisa, comenzó a vendársela para que dejara de sangrar.
―Ahora será mejor que tratemos de dormir ―sugirió, preocupado
por lo que harían a partir de aquel momento.
―De acuerdo, estoy cansada ―reconoció, acurrucándose contra su
costado.
Nikolai se vendó su propia mano con otro trozo de camisa y acto
seguido cerró los ojos para tratar de dormir, pero su mente no se lo
permitió, pues solo podía pensar en que no sabía cómo iban a sobrevivir
dos jovencitos como ellos sin ningún lugar a donde ir.

―¡Eh! ¿Qué hacéis ahí? ―Un hombre de avanzada edad zarandeó a


Nikolai con el pie, mirándolo con el ceño completamente fruncido y un
hacha entre las manos.
Nikolai se puso en pie de golpe, cubriendo con su cuerpo a su
hermana.
El hombre que tenían enfrente era alto y corpulento. Lucía una larga
cabellera plateada y una espesa barba, que cubría sus pronunciadas
facciones.
―Lo siento, señor, solo necesitábamos un lugar donde descansar, ya
nos marchamos.
El hombre miró a la jovencita que se escondía tras el muchacho. No
era más que una cría y parecía estar asustada.
―¿Quién es? ―preguntó el hombre, señalándola con la cabeza.
―Es mi hermana, señor.
El desconocido asintió, apreciando el parecido de ambos.
―¿Adónde os dirigís?
―No tenemos ningún lugar a donde ir ―contestó Brunella de forma
impulsiva.
El hombre suspiró y les dio la espalda.
―Anda, venid ―les pidió, saliendo del establo―. Os daré algo de
comida y agua.
Los dos jóvenes hicieron lo que les pedía y entraron tras él a la casa.
―Tomad asiento ―les dijo, mientras colocaba pan y queso en un
plato―. Mi nombre es Milosz Vòlkov.
―Yo soy Brunella Skolov, señor ―contestó la jovencita, llevándose
un pedazo de queso a la boca.
El hombre miró entonces a Nikolai, que permanecía en pie, con la
mirada baja.
―¿Y tú, chico? ¿Cuál es tu nombre?
―Mi nombre no importa, señor.
Milosz alzó una ceja.
―¿No importa? ―repitió.
―No ―insistió de nuevo.
El hombre asintió.
―Por lo menos, siéntate a comer.
―No sé si es buena idea que me siete a vuestra mesa. ―Miró de reojo
hacia la comida.
En aquel momento, Milosz entendió lo que estaba pasando.
―¿Eres un esclavo, muchacho?
Brunella alzó los ojos asustada. Si lo descubrían, podía tratar de
devolverlo junto a su amo.
―No, claro que no ―negó la jovencita―. Pero acabamos de
quedarnos huérfanos y no tenemos a donde ir.
―¿Te he hecho una pregunta, chico? ―insistió el hombre―. Y
mírame a los ojos.
Nikolai obedeció, alzando sus claros ojos hacia él.
―Sí, soy un esclavo.
―¡Kol! ―exclamó su hermana, horrorizada porque lo hubiera
confesado.
―Eres valiente, chico ―le reconoció el hombre, que dándose la
vuelta, le mostró las marcas de latigazos que tenía en la espalda.
Nikolai se quedó sorprendido.
―¿Fuisteis un esclavo? ―preguntó, sin poder acabar de creérselo.
―Lo fui ―asintió, cubriéndose de nuevo con la camisa―. Pero eso
no me convierte en alguien indigno de sentarme a una mesa y comer, ¿no
crees?
Nikolai parpadeó varias veces, confuso ante aquel descubrimiento.
¿Aquel hombre era un esclavo y había conseguido su libertad? Nunca
creyó que aquello fuera posible.
En ese momento se oyó el sonido de cascos acercándose. Brunella se
puso en pie de golpe, refugiándose en los brazos de su hermano.
―¿Os buscan? ―les preguntó Milosz.
Nikolai, incapaz de mentir a aquel hombre que les había ofrecido
comida y agua, asintió.
―Pero os pido por favor que ocultéis a mi hermana, yo me entregaré,
pero ella necesita protección.
―¡No, Kol! ―exclamó la muchachita, horrorizada.
―Aquí nadie va a entregarse ―negó el hombre, abriendo una
trampilla oculta en el suelo―. Entrad ahí ―les pidió.
Ambos jovencitos se apresuraron a hacer lo que les pedía. Era un
simple recoveco entre los cimientos de la casa, por lo que ni siquiera
podían ponerse en pie. Se arrastraron hacia una de las esquinas, por donde
se podía ver parte de la calle.
Vieron los pies de Milosz, que se detuvo frente a los hombres a
caballo.
―¿Puedo ayudaros en algo, señor? ―le oyeron preguntar.
―Estaba buscando a mi hija ―aquella era la voz de Vlad―. Ha sido
raptada por uno de mis esclavos y sospechamos que puedan haber venido
en esta dirección.
Ambos hermanos contuvieron el aliento. ¿Y si Milosz se creía que era
cierto aquello que decía Vlad?
―No he visto a nadie nuevo en el poblado, pero me mantendré alerta
―contestó el otro hombre.
―¿Quién sois vos? ―volvió a preguntar su padre.
―Mi nombre es Milosz, soy el herrero del pueblo.
―Os agradezco vuestra cooperación, Milosz. ―Tras aquello, se
oyeron de nuevo los cascos alejándose.
El herrero entró de nuevo a su casa y abrió la trampilla.
―Podéis salir.
Ambos muchachos hicieron lo que les pedía.
Nikolai miró de frente al hombre.
―Os juro que no la he secuestrado, solo trato de protegerla de él.
―No hace falta que trates de convencerme, chico, a leguas se ve que
también eres su hijo ―repuso Milosz―. Ahora comed y ya pensaremos en
qué decir a la gente del pueblo sobre vosotros.
―¿Nos dejará quedarnos con vos? ―le preguntó Brunella,
esperanzada.
―No puedo dejaros a vuestra suerte, ¿no crees?
Lo cierto es que podría hacerlo perfectamente. Sin duda, es lo que
hubiera hecho la mayoría de las personas que se encontraran en aquella
situación.
―Es demasiado peligroso para vos, señor ―intervino Nikolai.
―Ya he vivido demasiado para preocuparme por los peligros, chico
―rebatió, sentándose a la mesa―. Ahora comed ―insistió de nuevo.
Brunella obedeció al instante, pero Nikolai se sentó a la mesa
sintiéndose extraño. Miró a Milosz, que le sonrió, dándole la confianza
suficiente como para tomar un pedazo de queso y llevárselo a la boca.
―Os mantendréis ocultos unos días, los suficientes para que a los
aldeanos se les olvide la visita de vuestro padre. Después diremos que sois
mis sobrinos y que habéis perdido a vuestros padres y os quedareis
conmigo, ¿de acuerdo?
―Me parece una buena idea ―aseguró Brunella.
―Pero no podéis llamaros por vuestros auténticos nombres
―continuó diciendo el herrero―. Confió en la gente de mi pueblo, pero
siempre es mejor prevenir.
―Seremos Ella y Kol ―se apresuró a decir la jovencita―. Mi padre
nunca relacionará estos apelativos con nuestros nombres.
―¿Estás segura? ―insistió Milosz.
―Completamente ―asintió Brunella, con una sonrisa.
―De acuerdo, que así sea. ―Entonces volvió su mirada castaña
hacia Nikolai―. Te enseñaré el oficio de herrero, ¿te parece bien?
―Haré lo que usted me ordene, señor.
―No ―negó el hombre―. No eres un esclavo, Kol, y no lo serás
nunca más. Puedes decidir qué deseas hacer.
Nikolai respiró hondo, pues nunca en su vida imaginó poder ser libre.
―Entonces, me agradaría aprender el oficio de herrero.

Como en un sueño, los años fueron pasando, diez concretamente.


Nikolai aprendió el oficio de herrero, que con tanto mimo le enseñó
Milosz, y se hizo cargo de la herrería cuando este comenzó a resentirse de
su hombro. Mientras que Brunella se dedicaba a las tareas de la casa y era
feliz, pese a que continuaba echando mucho de menos a su madre.
Los aldeanos del pueblo habían aceptado la versión de que eran los
sobrinos de Milosz sin cuestionar nada y si alguno sospechaba que no era
cierto, no lo había mencionado por el respeto y cariño que sentían hacia el
anciano.
Nikolai, a sus veintisiete años, estaba enamorado de una de las
jóvenes del poblado. Se llamaba Mila y era preciosa. Tenía un bonito
cabello rubio rojizo y unos enormes ojos verdes. Era cariñosa y dulce, una
de las mejores personas que él hubiera conocido nunca.
Deseaba poder casarse con ella, pero no podía hacerlo sin antes
revelarle su verdadera naturaleza.
―¿Qué hacemos aquí, Kol? ―le preguntó la joven, sonriendo de
forma encantadora.
El hombre se acercó a acariciarle el rostro con el dorso de sus dedos.
―Necesitaba decirte que eres la mujer más bella que he conocido
nunca. ―La besó con suavidad en los labios.
Mila soltó una risita cantarina.
―¿Y para eso debíamos venir tan lejos?
Nikolai respiró hondo.
―La verdad es que también quería decirte algo más.
La joven se llevó las manos a la boca, emocionada.
―Creí que nunca te atreverías.
―No es lo que crees, Mila.
La muchacha frunció el ceño.
―¿No vas a pedirme matrimonio?
―No. Bueno, sí.
―¿Sí o no? ―se impacientó Mila.
Nikolai rio y no pudo evitar besarla de nuevo.
―Por supuesto que quiero que te cases conmigo, nada me haría más
feliz ―reconoció―. Pero antes he de contarte una cosa, para que decidas
si soy el esposo que mereces.
―No me importa nada de lo que tengas que decirme, Kol ―le
aseguró la joven―. Te amo y nada podrá cambiar eso.
―Yo también te amo ―se declaró, tomando el rostro de Mila entre
sus grandes manos―. Mi nombre auténtico es Nikolai y he sido un esclavo
la mayor parte de mi vida ―dijo al fin, después de tantos años ocultándolo.
Los ojos verdes de Mila se agrandaron.
―¿Qué? ¿Un esclavo? ―preguntó confundida, alejándose de él,
como si lo viera por primera vez―. ¿Estás tratando de tomarme el pelo?
―No, Mila, estoy siendo completamente sincero contigo.
―¿Y cómo… cómo conseguiste tu libertad?
―No lo hice ―reconoció, apretando con fuerza los puños―. Me
escapé junto a mi hermana.
―¿Ella también es una esclava? ―repuso, sin poder creer que su
amiga, tan resuelta y alegre como era, hubiera podido ser una esclava.
―No, ella era libre.
―¿Cómo es posible?
―Soy el hijo bastardo de nuestro padre ―continuó explicándole―.
Mi madre era una esclava, pero la madre de Ella era la esposa de Vlad,
nuestro padre.
―¿Vlad Skolov? ―preguntó cada vez más asustada.
Nikolai asintió.
―Él es nuestro padre.
―¿Te das cuenta de lo peligroso que es esto que me cuentas? ―dijo,
pasándose las manos por el pelo―. Vlad Skolov es considerado un rey
para nuestros pueblos y de todos es conocido que lleva años buscando a su
hija, raptada por un esclavo. ―Abrió los ojos desmesuradamente―. ¡Dios
mío, eres ese esclavo!
―No, no. ―Tomó a Mila por los hombros―. Es decir, soy el esclavo
al que se refiere, pero jamás secuestré a mi hermana, la salvé de él.
―¿Qué quieres decir?
―Él trato de propasarse con Brunie… es decir, con Ella.
―Pero si cuando llegasteis aquí no era más que una niña.
―Lo sé.
Mila suspiró.
―Es demasiada información de golpe.
―Sigo siendo la misma persona ―le recordó.
―Necesito pensar, Kol.
Nikolai la soltó y asintió.
―Lo entiendo, pero quiero que sepas que te quiero muchísimo.
―Me pides que ponga mi vida en peligro.
―Por eso quería que supieras toda la verdad antes de que tomaras
una decisión.
La joven continuó con sus preciosos ojos verdes clavados en él, pero
Nikolai sintió que algo en su forma de mirarle había cambiado.
―He de irme ―dijo Mila, claramente incómoda.
―De acuerdo.
La muchacha se alejó y Nikolai sintió como su corazón se partía.

―Has hecho bien en contarle la verdad ―le decía Milosz en aquellos


momentos.
―No podía casarme con ella si hubiera sido de otra forma. Aunque
creo que después de saberlo, esa boda jamás llegará ―murmuró,
pasándose las manos por el rostro.
―No digas sandeces, Kol ―espetó su hermana, que se había
convertido en una preciosa joven de veintidós años―. Mila te quiere y no te
va a dejar escapar, te lo aseguro.
―Tú no viste cómo me miró ―la contradijo.
―Debes reconocer que fue una sorpresa para ella enterarse de
nuestro pasado, pero cuando lo asimile, todo volverá a la normalidad
―dijo de nuevo Brunella.
―Démosle tiempo ―convino también Milosz, que bostezó―. Iré a
dormir, que a mis años ya no es bueno estar despierto hasta tan tarde
―comentó, levantándose de la silla con dificultad, pues hacía unos meses
que le dolía una de sus rodillas.
―Yo recogeré la cocina y me acostaré también ―añadió Brunella,
acercándose a besar a Milosz en la mejilla.
Los tres habían formado una preciosa familia.
―Yo iré a la herrería a trabajar un poco.
―No te castigues demasiado, chico ―comentó el anciano, antes de
desaparecer tras la puerta de su alcoba.
―No tardes en volver ―le pidió su hermana.
―No lo haré ―prometió Nikolai, antes de salir de la casa.
La herrería estaba cerca, por lo que llegó en pocos minutos.
Trabajar le ayudaba a deshacerse del estrés y, de paso, adelantaba
faena que tenía acumulada.
Llevaba como una hora trabajando cuando un resplandor rojizo captó
su atención.
Tomó un trapo para limpiarse el sudor y se asomó a la ventana. Lo
que vio le dejó helado. Era su casa y estaba completamente en llamas.
Echó a correr todo lo que pudo, con los latidos de su corazón
acelerados repiqueteando contra sus oídos, temiendo por la vida de su
hermana y Milosz.
La casa estaba completamente cubierta de llamas cuando se detuvo
frente a ella.
―¡Brunie! ¡Milosz! ―gritó, tratando de entrar en la casa, pero era
completamente imposible.
―Sabía que vendrías.
En cuanto oyó aquella voz, su sangre se heló en sus venas.
Se volvió hacia el hombre que era como un reflejo de sí mismo con
unos años más, y que le miraba con odio, manteniendo sus ojos de frente,
pues él ya no era el esclavo asustado y apocado que se escapó de su
mandato.
―¿Pensabas que no iba a encontrarte, despojo?
―Tenía la esperanza de que por fin entendieras que no queremos que
nos encuentres.
Vlad dibujó en su rostro una sonrisa plagada de odio.
―Recuerda que llevas mi marca en el pecho. Eres mío y jamás te
dejaré vivir después de haberme arrebatado a mi hija.
―¿Te refieres a esa hija a la que pretendías violar si no te hubiera
detenido?
Vlad apretó los puños.
―¡Traedlos! ―gritó, y sus hombres aparecieron arrastrando a
Brunella, que le miró con los ojos cargados de lágrimas, y a un Milosz
cruelmente maltratado.
―Kol ―sollozó su hermana.
―¿Qué les has hecho, malnacido? ―dijo Nikolai entre diente.
―No querían decirme dónde estabas, así que tuve que usar un poco
de mi bien conocida capacidad de persuasión. ―Se crujió los nudillos,
satisfecho consigo mismo.
―¡Eres un bastardo! ―le soltó Nikolai con rabia.
―No, te recuerdo que el bastardo eres tú, despojo ―refutó con calma,
sabiéndose ganador―. Debí haberos matado a tu madre y a ti en cuanto
supe que llevaba mi semilla en su asqueroso vientre de esclava.
Nikolai gritó y se abalanzó contra él, golpeándolo con todas sus
fuerzas. Vlad era alto y musculoso, pero ahora también lo era su hijo, por
lo que no pudo quitárselo de encima.
Dos de los hombres que acompañaban a Vlad tomaron a Nikolai por
los hombros, separándole de su padre, que se puso en pie mientras se
limpiaba con el dorso de la mano sangre que manaba de su boca a causa
de uno de los golpes de su hijo.
―Te has vuelto bastante fuerte, despojo. ―Sonrió de medio lado.
―Y tú un cobarde que no es capaz de enfrentarse a mí sin sus
matones.
Uno de los hombres que le tenían retenido le golpeó en el estómago,
haciendo que se le cortara la respiración.
―Despojo, despojo… ―le dijo con condescendencia―. ¿Cómo se te
ocurre golpearme? ¿No sabes que todos los actos tienen consecuencias?
―Se acercó con lentitud a Brunella y la cogió por el mentón, acariciando
sus labios llenos con el pulgar―. Eres aún más hermosa de lo que lo fue tú
madre.
―¡No la toques! ―gritó Nikolai, tratando de liberarse, sin éxito.
―¿Cómo está mi madre? ―preguntó la joven, queriendo saber de
Vesela.
―Muerta, por supuesto ―respondió Vlad con total indiferencia,
ignorando a su hijo por completo―. En cuanto me enteré de que os había
ayudado a escapar, le rebané el cuello.
Brunella comenzó a jadear, sin apenas poder respirar. Su madre
estaba muerta y había sido por su culpa.
―Madre ―sollozó, con el corazón roto.
Vlad le soltó una fuerte bofetada.
―No lloriquees, no lo soporto.
―¡Hijo de perra! ―volvió a gritar Nikolai, con rabia―. Voy a
matarte si vuelves a golpearla.
El enorme hombre, que era tan rubio como sus dos hijos, se detuvo
ante Milosz y le tomó por el pelo, para alzarle el rostro. El anciano trató de
enfocar su mirada, pero estaba bastante aturdido por los golpes que había
recibido. Vlad se sacó una daga de la parte trasera de su pantalón y la
colocó contra el cuello del anciano.
Nikolai contuvo la respiración, con el corazón completamente
desbocado.
―No lo hagas, por favor ―pidió Brunella, acercándose a su padre
con lentitud y posando una de sus pequeñas manos sobre el antebrazo de
este―. No lo hagas ―repitió de nuevo.
Vlad clavó sus claros ojos sobre el precioso rostro de su hija, que pese
a tener veintidós años, seguía conservando aquella belleza aniñada que
también había poseído su madre y que a él tanto le atraía.
―¿Por qué debería no hacerlo? ―preguntó, alzando una ceja,
mientras recorría el cuerpo de la joven de arriba abajo.
Brunella tragó saliva de forma compulsiva, pues veía con claridad lo
que su padre le estaba pidiendo.
―Porque… ―Su generoso pecho subía y bajaba, a causa de su
respiración acelerada―. Porque haré lo que quieras si les perdonas la vida
a ambos.
―¡No, Brunie! ―gritó Nikolai, tratando de zafarse del agarre de los
hombres que lo retenían.
Uno de ellos le golpeó de nuevo con fuerza.
―Quieto, despojo ―bramó, llamándole del mismo modo en que su
padre siempre lo hacía.
―No lo hagas. ―Oyeron la débil voz de Milosz, que parecía haber
recuperado parte de su consciencia―. No por mí. Yo ya he vivido
demasiado, Ella. No permitiré que te sacrifiques por mí.
―No tienes nada que permitirle a mi hija, viejo ―rugió Vlad,
apretando con más fuerza la hoja de su daga contra el cuello del
anciano―. Además, no necesito hacer ningún trato contigo, hija, pues te
tendré de todas maneras. ―Y tras aquellas palabras, rebanó la garganta
del que durante diez años había sido como un padre para ellos.
―¡No! ―Brunella se lanzó contra Milosz, tratando de detener la
hemorragia con sus propias manos. Sin embargo, era imposible detener
aquel torrente de sangre.
El hombre que sostenía el cuerpo de Milosz lo arrojó al suelo, como si
no fuera más que basura. La joven se lanzó sobre él, llorando
desconsolada, mientras la vida de aquel buen hombre abandonaba su
cuerpo.
Nikolai comenzó a gritar, cargado de ira.
Consiguió darle una patada a uno de los hombres que le retenían,
haciéndole perder el equilibrio. Tras aquello le arrebató la espada,
ensartando con ella al otro hombre, que no tuvo tiempo ni para
desenvainar su propia arma.
Otros dos hombres se abalanzaron sobre él, pero Nikolai se había
convertido en un hombre fuerte y gracias a Milosz, bien entrenado. Peleó
contra ellos diestramente, consiguiendo desarmarlos y acto seguido los
mató, pues no podía permitir que siguieran con vida e informaran al resto
de su poblado de que estaban allí. Tenía que mantener a su hermana a
salvo.
Cuando finalmente alzó los ojos hacía Vlad, este sonreía con
condescendencia. Tenía a Brunella cogida con una de sus grandes manazas
sobre el cuello de la joven, mientras que con la otra, que sostenía la daga
de hoja larga con la que había matado a Milosz, la sostenía por la cintura.
―Si no fueras un despojo, estaría orgulloso del modo en que luchas
―le dijo su padre, sin dejar de sonreír.
―¡Suéltala! ―le exigió, con rabia.
―¿Y perderme la diversión? ―ironizó, mientras pasaba su húmeda
lengua por el cuello de su hija―. Creo que no.
―Eres un malnacido ―repuso Nikolai entre dientes.
―Posiblemente, pero tú sabes mucho de malnacer, ¿no es cierto,
despojo?
El joven apretó los puños, pero no dijo una palabra más, temiendo
que si le provocaba, pudiera hacer daño a su hermana.
―Sabes una cosa, tengo una sorpresa para ti ―continuó diciendo
Vlad―. ¿Quieres verla?
Nikolai respiraba con dificultad a causa de la rabia que a duras penas
contenía, pero se mantuvo en silencio.
Su padre amplió aún más su sádica sonrisa.
―Me tomaré tu silencio como un sí ―convino con satisfacción―.
Puedes salir.
De entre los arboles apareció Mila. Estaba tan hermosa como
siempre, pero en sus ojos pudo ver un atisbo de culpabilidad.
―Lo siento ―le dijo con un hilo de voz a Nikolai.
―¿Qué has hecho? ―murmuró el joven, sabiendo cual era la
respuesta.
―¡Eres una desgraciada! ―le gritó Brunella, sin poder evitar que las
lágrimas corrieran por sus mejillas―. Mi hermano confió en ti porque te
amaba y tú nos has traicionado a todos.
―Yo no… ―Se detuvo para tomar aire―. No podía arriesgarme a
que me mataran por ocultaros. Vlad Skolov es un rey para los nuestros.
¡Debéis entenderme!
―Lo único que entiendo es que eres una perra egoísta, que no sabe lo
que es el amor ―le soltó Brunella, sintiéndose impotente.
―Todo ha sido culpa mía ―dijo entonces Nikolai, mirando a su
hermana―. Ojalá pudiera volver el tiempo atrás sabiendo lo que sé ahora.
No se puede confiar en nadie, mucho menos en una mujer que jura amarte.
―No digas eso, Kol ―añadió Brunie entre lágrimas―. Nada de esto
es culpa tuya. Lo que has hecho durante toda tu vida es tratar de
protegerme. Eres un buen hombre y no permitas que nadie jamás pueda
cambiar eso.
Ambos hermanos se mantuvieron la mirada emocionados, sabiendo
que muy probablemente, había llegado el momento de que sus vidas se
separasen para siempre.
―Todo esto es muy conmovedor, pero ya estoy cansado ―espetó
Vlad, molesto por la complicidad que había visto entre los dos jóvenes―.
Voy a acabar con tu desgraciada vida, despojo, y después me llevaré a
Brunella y haré con ella lo que me plazca hasta que me aburra. Quiero que
mueras imaginando todas y cada una de las cosas que haré con ella, sin
que tú ni nadie pueda rescatarla.
―Eso no va a pasar ―dijo entonces Brunella, tomando desprevenido
a su padre y arrebatándole la daga, que clavó en el costado de este.
―¡Perra! ―gritó el hombre, tomándola por el pelo y lanzándola con
fuerza al suelo―. ¿Qué has hecho? Tú eras mi reina perdida.
En la caída, la joven se golpeó la frente con una roca con mucha
fuerza.
―¡Brunie! ―Nikolai se lanzó a comprobar si estaba bien.
Tenía una profunda brecha, de la que manaba mucha sangre, y se
sentía un poco mareada.
―Kol ―dijo su hermana con voz débil, llevándose las manos
temblorosas a la herida. Se sentía muy aturdida y veía luces brillantes
revoloteando ante ella.
―Te pondrás bien ―le aseguró con el corazón encogido al ver la
cantidad de sangre que estaba perdiendo. Le apartó el cabello
ensangrentado de la cara y pudo percibir su preocupante palidez.
―¡Cuidado! ―gritó entonces su hermana al ver acercarse a Vlad
espada en mano.
Se había desclavado la daga, arrojándola al suelo, y se acercaba a
sus hijos con la mirada inyectada en cólera.
―Has firmado tu sentencia de muerte, ramera.
Nikolai se puso en pie con la enorme piedra con la que se había
golpeado Brunella entre las manos, deteniendo el mandoble de la espada
de su padre con ella.
Vlad volvió a atacar y pese a que Nikolai esquivó la estocada, le hirió
en su brazo izquierdo.
Arrojó la piedra contra él, golpeándolo en la pierna, mientras
aprovechaba para coger la espada de otro de los caídos. Se puso en
guardia, mirando a ese hombre que le había engendrado de frente.
―No tienes nada que hacer contra mí, despojo.
―Eso lo veremos ahora ―respondió Nikolai, atacando con destreza,
como bien le había enseñado Milosz.
Vlad también era un experto con la espada, pero estaba herido y era
más lento, por lo que Nikolai consiguió arrinconarle contra una serie de
gruesos árboles.
Con un rápido movimiento le desarmó, manteniendo la espada
apuntando a su mentón.
―Eres un ser despreciable ―le dijo entre dientes―. Quiero que
sepas que esto es por mi madre, por Vesela, por Milosz y por todas las
personas que han perecido a tus manos.
Vlad abrió los ojos, horrorizado, sabiendo que su muerte estaba
cerca. Pero justo antes de que Nikolai le diera el toque de gracia, notó un
lacerante dolor en su espalda. Gritó, volviéndose hacia atrás y se quedó
petrificado al ver a Mila con la daga de su padre en las manos, la cual le
había clavado en su pulmón, teniendo en cuenta que le costaba respirar.
―¿Por qué? ―le preguntó entre resuellos.
―No puedo arriesgarme a que todos sepan lo que he hecho
―respondió, alzando el mentón―. No puedes vivir, Kol, lo siento.
Aquellas palabras atravesaron el corazón de Nikolai como si le
hubiera clavado de nuevo la daga. La mujer de la que estaba enamorado
era una persona egoísta, cruel y sin ningún tipo de escrúpulos.
Fue entonces cuando se vio ensartado por la espada de Vlad, que
había entrado por su espalda y salía por su estómago. La espada se le cayó
de las manos, a causa de aquel lacerante dolor.
Mila gritó horrorizada y salió corriendo, arrojando la daga a los pies
de Nikolai, que cayó de rodillas, jadeando dolorido cuando Vlad sacó la
espada de su vientre.
―Ha sido un auténtico placer atravesarte con mi espada ―reconoció
su padre a sus espaldas―. Y lo será aún más cortarte la cabeza, despojo.
Con las últimas fuerzas que le quedaban tomó la daga y volviéndose
con rapidez, la lanzó contra Vlad, clavándola justo en el medio de su frente.
El hombre abrió los ojos desmesuradamente antes de desplomarse en
el suelo, sin vida.
Nikolai se dejó caer de espaldas sobre la tierra. Volvió la cabeza
hacia su hermana, que le miraba tendida en el suelo, con un charco de
sangre bajo su cabeza. No tenía fuerza para moverse, pues se sentía muy
débil.
Como pudo, Nikolai se arrastró hacia ella, tomándola de la mano
cuando estuvo lo suficientemente cerca. Esas manos que ambos se habían
cortado para hacer aquel juramento de sangre que parecía haberse hecho
realidad, pues ambos se marcharían de aquel mundo juntos.
―No tengas miedo, Brunie ―le pidió, estremeciéndose por los
dolores que sentía.
―Si tú estás conmigo, no le temo a nada, hermano ―respondió ella
con un hilo de voz.
―Te quiero, hermana ―declaró él, sonriendo con pesar.
―Yo también te quiero, Kol ―dijo ella, antes de cerrar los ojos y
dejarse llevar por el cansancio que sentía.
Nikolai miró al cielo, sin soltar la mano de su hermana, dejándose
llevar también por aquel hoyo en el que sintió que se hundía.
Sin embargo, segundos después se vio transportado a un templo de
columnas doradas, donde todo el dolor había desaparecido.
―Bienvenido, mi querido guardián.
Nikolai se volvió en guardia hacia la voz de aquella hermosa mujer,
que tan solo iba vestida con una túnica semitransparente.
―¿Quién eres? ―Miró a su alrededor―. ¿Dónde está mi hermana?
―Brunella permanece en el mundo terrenal, mi adorado Nikolai, pero
por poco tiempo, me temo.
―¿Cómo sabes mi nombre? ―Se miró el vientre―. ¿Y por qué ya no
estoy herido?
―Déjame que te lo explique todo ―trató de tocarle el brazo, pero el
hombre dio un paso atrás, alejándose de ella―. Está bien ―concedió la
Diosa―. Has sido uno de los elegidos para formar parte de mis guardianes
del sello.
―¿Tus guardianes? ―Frunció el ceño.
―Has muerto, Nikolai, y yo te he reclamado para que formes parte de
mi guardia ―continuó diciendo la mujer―. Mi nombre es Astrid y soy la
Diosa protectora de la magia terrenal.
―¿Diosa? ―preguntó de nuevo, completamente confundido.
―Déjame que te muestre todo. ―Con rapidez posó su mano sobre la
frente del hombre, que como por arte de magia tuvo todos los
conocimientos de aquel mundo oculto grabados en su mente.
―No puede ser, esto es una locura.
La Diosa retiró la mano, mirándole con una sonrisa comprensiva.
―Lo puede parecer, pero sé que te adaptarás rápido a tu nueva vida.
Abdiel ha elegido bien.
―¿Qué ocurrirá con mi hermana?
―Ella debe continuar su transición, mi querido guardián, su vida ha
llegado a su fin.
Nikolai apretó los puños, sintiéndose más solo que nunca. ¿Cómo
podría continuar con su vida sin ella a su lado?
―Lo harás ―le aseguró la Diosa, como si le hubiera leído la
mente―. Te costará, pero lo conseguirás. Eres fuerte y confío en ti tanto
como en el resto de mis guardianes. Ahora vuelve a la tierra y haz el
trabajo para el que se te ha elegido. ―Entonces sonrió complacida ―. Por
cierto, he oído tu deseo y he decidido concedértelo. Podrás volver el tiempo
atrás o adelante un plazo máximo de dos horas, pero bajo ninguna
circunstancia eso hará que nadie pueda recuperar la vida.
―¿Mi deseo? ―preguntó confundido.
―Deseaste poder volver el tiempo atrás para no haberle contado
nada a esa traicionera de Mila, ¿recuerdas?
Era cierto, lo había deseado.
Asintió con la cabeza.
La Diosa se acercó más a él y, poniéndose de puntillas, le miró
fijamente a los ojos.
―Sé feliz, Nikolai. Disfruta de la libertad con la que nunca has
contado. ―Le besó en los labios, enviándolo junto a sus hermanos
guardianes―. El futuro tiene destinadas grandes cosas para ti ―susurró
con satisfacción cuando se quedó a solas.
Capítulo 2
Irlanda, época actual.

Keyla llevaba unos meses viviendo en aquel castillo, oculto por un


hechizo, en un lugar alejado de Irlanda.
Durante aquel tiempo, tanto ella como Roxie habían practicado sus
habilidades con los hechizos, con la inestimable ayuda de Talisa, que se
había convertido en una persona muy importante para ella.
Ambas se habían cogido mucho cariño, ya que compartían torre y
mucho tiempo la una en compañía de la otra.
Hacía unos días que Draven había vuelto de San Francisco, ya que no
habían detectado nada anormal en torno a Sasha, la antigua compañera de
piso de Max, a parte de sus pinturas, que podían indicar que no era más que
una simple vidente. Así que la había dejado bajo la vigilancia de Mauronte
y el resto de los demonios que formaban parte de su clan.
Por su parte, Max y Varcan acaban de llegar de Brasil, donde hacía
unos días la joven pelirroja había percibido que alguien trataba de romper
uno de los sellos de la Diosa, así que ambos habían volado hacia allí para
ocuparse del problema.
Ahora, de nuevo, volvían a estar todos juntos.
Keyla estaba trabajando en aquellos momentos en el laboratorio que
había construido para ella, donde trataba de averiguar con que componente
estaban creando a los Groms, pues cada vez eran más. Incluso se habían
vuelto más fuertes y agresivos, y ya casi no trataban de ocultarse, poniendo
en peligro el equilibro de aquel mundo oculto en el que ellos vivían.
―Buenos días, Key ―la saludó Elion, entrando en el laboratorio con
aquella sonrisa afable que siempre le acompañaba.
―¿Qué tal? ―respondió la joven, devolviéndole la sonrisa.
Elion, de todos los guardianes, era con el que más conversaciones
había compartido. Era divertido y tranquilo, y siempre estaba dispuesto a
escuchar sus teorías y sus descubrimientos sobre los Groms.
―Venía a ver si conseguía hacer que salieras de este agujero en el que
te empeñas en enclaustrarte ―contestó, sentándose en uno de los taburetes
y apoyando el codo sobre el mostrador de aluminio donde Keyla trabajaba.
―Sé que paso demasiadas horas aquí, pero he de descubrir el origen
de los Groms ―le dijo, dejando las probetas que había estado estudiando
dentro de la nevera para que no se estropeasen las muestras―. Es el único
modo de pagar mi estancia aquí.
―No tienes nada que pagarnos, Key ―le aseguró el guerrero―.
Bastante haces con sanarnos cada vez que esos engendros nos clavan sus
apestosos colmillos.
―Sabes que eso lo hago encantada ―le aseguró, sonriendo más
ampliamente.
Elion creyó quedarse sin aliento. Aquella mujer era
extraordinariamente hermosa y a él le tenía robado el corazón.
―Key, yo…
―Varcan y su hembra ya se han alimentado y quieren hablar con
todos sobre lo que ha ocurrido el Brasil. Nos esperan en el salón ―les cortó
Thorne, que acababa de irrumpir en el laboratorio, clavando sus ojos sobre
la doctora rubia.
―De acuerdo, me lavo las manos y subo ―respondió Keyla,
procediendo a hacer lo que había dicho―. ¿Ibas a decirme algo, Elion? ―le
preguntó al guardián del cabello castaño dorado.
―Yo… eh… ―Dudó, mirando a su hermano de reojo―. No recuerdo
qué era.
Thorne le miró, frunciendo el ceño, pues acababa de oler que su
hermano estaba mintiendo.
―A mí también me pasa ―rio la joven rubia―. Muchas veces pierdo
el hilo de mi propia conversación.
―Si quieres ir yendo hacia el salón, Thorne ―le sugirió Elion a su
hermano―. Yo acompañaré a Key hacia allí cuando termine.
El vikingo se cruzó de brazos plantándose ante su hermano.
―Me han mandado a mí a buscarla, así que seré yo el que la
acompañe ―sentenció, decidido―. Puedes irte adelantado tú mejor.
Elion sonrió burlón.
―¿Desde cuando eres tan obediente, bror? ―le soltó con ironía―.
Empiezas a recordarme a un perro bien adiestrado.
―No me jodas, Elion, o tendré que darte una paliza ―bramó el
enorme vikingo.
―Nadie va a dar una paliza a nadie en mi presencia, ¿de acuerdo?
―intervino Keyla, interponiéndose entre ellos―. Estoy lista, así que los
tres podemos ir juntos al salón.
Thorne gruñó a modo de respuesta, mientras que Elion le dedicó una
sonrisa encantadora.
―Las señoritas primero ―indicó con su mano el camino hacia las
escaleras, por las que la doctora comenzó a ascender.
Sin poder evitarlo, ambos hombres fijaron su vista en el redondo
trasero de la joven cuando comenzaron a subir tras ella.
―Hueles como un jodido perro en celo ―murmuró Thorne entre
dientes, para que solo su hermano le oyera.
―¿Acaso te crees que yo no puedo oler tus ganas de aparearte con
ella? ―contraatacó Elion.
―Sí, esta hembra me gusta ―reconoció, clavando sus ojos verdes
oscuros en el otro guardián―. ¿Qué problema hay?
―Que a mí también me gusta y no voy a dejarte el camino libre ―le
aseguró Elion.
Thorne sonrió ampliamente.
―Entonces, que gane el mejor ―sentenció, seguro de que sería él
quien conseguiría llevarse el gato al agua.
Entraron al salón, donde el resto de los habitantes del castillo ya les
esperaban.
―Buenos días ―les saludó la joven doctora.
Desvió sus ojos por unos segundos hacia el guardián de cabello rubio
claro que permanecía con la vista fija en la ventana, como si hubiera algo
muy interesante que admirar desde allí.
Siempre que estaba cerca de él sentía que se ponía nerviosa, pese a
que Nikolai se mostraba esquivo y distante con ella. Parecía mantener
estrictamente las distancias cuando estaban juntos y no podía entender por
qué.
―Puedes sentarte aquí ―le ofreció Thorne, retirando una silla al lado
de donde él pensaba acomodarse.
―Creo que aquí se sentirá más cómoda ―objetó Elion, señalando un
mullido sillón situado junto a la chimenea.
Varcan alzó una ceja y los miró divertido, sobre todo cuando Keyla
dijo las siguientes palabras:
―Preferiría ponerme junto a la ventana. He pasado demasiado tiempo
en el laboratorio bajo tierra y me apetece que me dé un poco el sol
―comentó con una sonrisa de disculpa, acercándose a una silla que había
junto a la de Nikolai―. ¿Te importa? ―le preguntó, señalando la silla.
El guerreo eslavo alzó sus claros ojos hacia ella y, sin decir una sola
palabra, negó con la cabeza.
―Gracias ―respondió Keyla, carraspeando incómoda bajo aquella
penetrante mirada casi blanca.
Thorne y Elion tomaron asiento de mala gana, sin decir nada más,
pero francamente defraudados con que la joven hubiera decidido sentarse
lejos de ellos.
―¿Hay demasiada testosterona en el ambiente o es solo cosa mía?
―repuso Varcan, sarcástico.
―En fin ―intervino Abdiel, no queriendo entrar en el tema de que
sus hermanos parecían dos pavos pavoneándose ante una hembra
hermosa―. Contadnos qué os encontrasteis en Brasil.
―Pues nos encontramos un montón de esos asquerosos Groms, junto
con una bruja del clan Berrycloth, tratando de romper otro de los sellos
―comenzó a decir Max―. Parece que no aprenden.
―Por suerte, mi aniquiladora llegó y pese a ser más de una treintena,
se encargó de ellos ―apuntó Varcan, mirando a su pareja con satisfacción y
deseo a partes iguales.
―El tema es que ya no tratan de ocultarse ―continuó diciendo la
joven pelirroja―. Actúan como si no les importase que la gente descubriera
que existen. Quizá incluso ese sea su objetivo.
―Eso se está convirtiendo en uno de los mayores problemas ―Abdiel
estuvo de acuerdo con ella―. Últimamente son cada vez menos discretos.
―Por no hablar de que son más cada día ―señaló Roxie,
acertadamente.
―Hemos de dar con el modo de acabar con todos ellos ―decretó
Nikolai―. Si supiéramos cómo consiguen crearlos…
―Es lo que estoy intentando, pero no soy tan buena como mi hermana
con esto ―respondió Keyla, sintiéndose un tanto inútil, pues no conseguía
los avances que le gustaría en ese aspecto―. Lo mío es curar a la gente, no
el trabajo de laboratorio ―se justificó.
―Haces más que de sobra, polluela ―le aseguró Talisa―. Nadie te
está reprochando nada.
Keyla lo sabía, pero era ella misma la que se recriminaba no poder ser
de mayor ayuda.
Como siempre, Nikolai parecía molesto con ella y no encontraba otro
motivo para ello salvo que pensara que su presencia allí no servía para
nada. Aquellas palabras ya se las había repetido su padre en innumerables
ocasiones y, por desgracia, habían hecho mella en ella.
―¿Estás de acuerdo con lo que acaba de decir Talisa? ―Aquella
pregunta dirigida a Nikolai salió de entre sus labios antes de poder
contenerla.
El aludido la miró de frente.
―Mi opinión no tiene por qué importarte.
―Pero me importa ―le aseguró, aguantándole la mirada pese a tener
el corazón desbocado.
El guardián rubio pareció pensarse mucho las palabras que utilizar
antes de hablar.
―Creo que haces todo lo que puedes, dentro de tus conocimientos
―dijo al fin.
Aquello no satisfizo a Keyla, pues veía implícito un «dentro de tus
limitadas capacidades», pero prefirió no seguir insistiendo. Aquel hombre
era demasiado hermético como para sonsacarle nada más que eso.
―A mí me parece que estás haciendo un trabajo excelente, Key ―la
animó Elion, que se ganó una sonrisa agradecida por parte de la doctora.
―¿Así que Key? ―murmuró Varcan, con guasa.
Elion levantó el dedo corazón hacia él, haciendo que soltara una
carcajada.
Entonces fue el turno de Thorne para adularla, cosa que no era muy
habitual en él.
―Además, eres una excelente doctora. Pese a que odio las agujas, tú
las clavas como nadie.
―Humm, eso tengo que probarlo ―volvió a decir el guardián de la
cicatriz, dirigiendo sus ojos grises verdosos hacia el rostro de la joven con
una ceja alzada―. ¿Es cierto eso de que las clavas como nadie, doctorcita
bombón? ―le preguntó a Keyla con descaro.
La joven rubia se sonrojó, sin saber muy bien qué contestarle.
―Deja de molestarla, chulito, si no quieres que tenga que patearte el
culo ―le soltó su esposa, dándole un codazo en las costillas y haciéndole
soltar otra carcajada.
―Debemos volver a los lugares donde estaban los laboratorios para
tratar de recabar alguna información que se nos hayan pasado por alto
―convino Abdiel volviendo al tema, ya que era lo único que podían hacer
en aquellos momentos.
―Entonces, lo mejor será que nos alimentemos antes de embarcarnos
en una nueva misión ―sugirió Draven, que se moría de hambre. Y sin saber
por qué, la imagen del bonito rostro de Sasha le vino a la mente.
Capítulo 3
Habían salido a alimentarse a uno de los locales del centro de Dublín.
Había muy buen ambiente y bastantes chicas atractivas donde elegir,
pese a que Nikolai solo podía pensar en una preciosa rubia de felinos ojos
azul grisáceo y un cuerpo lleno de sensuales curvas.
Se le hacía la boca agua solo de pensar en poder beber de ella, aunque
aquello fuera algo totalmente impensable para él.
―¿Ya habéis elegido de quién os alimentaréis? ―les preguntó
Draven, mirando a su alrededor.
―Hace meses que lo elegí, pero aún estoy haciendo méritos para
ganármelo ―comentó Elion, con su habitual buen humor.
―Calma, muchacho, que esa hembra va a ser para mí ―bramó
Thorne, con el ceño fruncido.
―Habláis de la guapa doctora, ¿verdad? ―rio Draven, burlándose de
ellos―. Parecíais dos perros a punto de mear alrededor de ella para marcar
vuestro territorio.
Nikolai prestaba plena atención a lo que decían, a pesar de fingir estar
muy interesado en una morena de generosos pechos, que había unos metros
más allá.
Le molestaba que sus hermanos parecieran obsesionados con Keyla,
pero ¿cómo iba a reprochárselo si a él le pasaba exactamente lo mismo?
Y lo peor de todo era que la preciosa doctora se sentía atraída por él.
Podía olerlo en ella y aquello hacía que le fuera aún más complicado
resistirse a besarla como siempre deseaba cuando estaban cerca. Sin
embargo, él ya sabía perfectamente lo que era sentir deseo hacia una
persona, incluso el haber estado enamorado, y que dicho amor fuera la
causa de la destrucción de su única familia. Era por eso mismo que él jamás
volvería a entregarse de ese modo a ninguna mujer. En las únicas personas
en las que confiaba plenamente en el mundo eran sus hermanos y pretendía
que continuara siendo así durante toda su vida.
―Este jodido crío me toca las pelotas ―refunfuñó Thorne
refiriéndose a Elion, totalmente ajeno a los pensamientos de Nikolai―.
Andas todo el día revoloteando alrededor de la hembra con esos ojos de
cordero degollado. Argg, me dan ganar de azotarte.
―¡Quién va a hablar! Tú no paras de lanzarle miradas como si
quisieras desnudarla ―le echó en cara el highlander.
―Es que quiero desnudarla ―afirmó.
―Pues ponte a la cola, porque te aseguro que conseguiré tenerla en mi
cama antes de que te des cuenta, vikingo ―le picó Elion, sonriendo con
aires de superioridad.
―No habléis de ese modo de una mujer delante de mí ―les pidió
Nikolai, conteniendo las ganas que tenía de partirles la cara. ¿Cómo se les
ocurría alardear de llevarse a Keyla a la cama de esa manera?
Draven comenzó a carcajearse, haciendo que sus tres hermanos se
volvieran a mirarle con gesto hosco.
―¿De qué cojones te ríes, celta? ―le soltó Thorne con su
característica brusquedad.
―No me puedo creer que no os hayáis dado cuenta de que la doctora
solo tiene ojos para Nikolai ―respondió el cazador, con una sonrisa de
oreja a oreja.
―¡Pero si Nikolai ni la mira! ―objetó Elion, mirando
alternativamente a sus hermanos.
―Eso no quiere decir que no la desee, ¿cierto, bror? ―insistió
Draven, volviéndose con una ceja alzada hacia el guardián ruso.
―Dejaos de gilipolleces y dediquémonos a alimentarnos, que para eso
hemos venido ―respondió Nikolai, acercándose a la morena que no paraba
de lanzarle miraditas, para poder eludir aquel tema tan incómodo para él.
―Joder, es cierto que la desea ―cayó en la cuenta Elion, tras percibir
la incomodidad de su hermano.
―Es más que evidente ―apuntó Draven, con una sonrisa de medio
lado y dando un trago a su bebida.
―Pero si no está dispuesto a pelear por ella, lo haré yo ―sentenció el
vikingo, acercándose a una bonita rubia de sensuales curvas, que en cierto
modo le recordaba a ella.
Otras dos bonitas chicas altas y esbeltas bailaban entre ellas al fondo
del local, mientras les lanzaban coquetas miradas a Elion y Draven.
―Pues creo que ya tenemos cena para esta noche ―dijo el cazador,
con una mirada de depredador, mientras se acercaba junto a su hermano a
las dos atractivas mujeres.
Acababan de alimentarse y Elion había borrado la memoria de las
cuatro jóvenes que les habían servido de comida.
Salieron del motel donde estaban y caminaron hacia su coche cuando
fueron sorprendidos por un grupo de unos veinte Groms.
Al pillarles por sorpresa, uno de esos engendros consiguió abalanzarse
sobre Elion, clavándole sus dientes en el cuello y desgarrándoselo. El
guardián cayó al suelo, cubriéndose la grave herida con la mano y
esforzándose por respirar.
―¡Joder, han herido a Elion! ―bramó Thorne, quitándose de encima
a dos de aquellos vampiros zombies y cortándoles la cabeza con una de sus
dagas largas, que siempre llevaba ocultas a su espalda.
Nikolai se puso junto al cuerpo de su hermano herido, para evitar que
ningún Grom llegara hasta él.
―¿Estás bien, bror? ―le preguntó, sin dejar de arrancar corazones en
ningún momento. Sin embargo, Elion fue incapaz de contestar, pues se
estaba ahogando con su propia sangre, ya que las heridas que les infringían
los Groms en ellos no sanaban a causa del suero creado por la hermana de
Keyla.
Nikolai quiso hacer uso de su poder volviendo el tiempo atrás, pero no
pudo, cosa que le indicaba que la herida de su hermano era mortal, ya que él
no podía manipular el tiempo cuando la muerte de alguien cercano fuera
inminente. Sabía que si no hacían algo rápido, Elion se desangraría ante sus
ojos.
―Estos cabrones son peor que padecer una enfermedad venérea
―comentó Draven, deshaciéndose de otros dos de aquellos engendros.
―Elion no está bien ―exclamó Nikolai, manteniendo la calma―. Si
no lo llevamos pronto con Keyla, morirá.
―Llévatelo, nosotros nos encargamos de estos jodidos zombies
―rugió el vikingo, sin dejar de aniquilar Groms.
―Son demasiados ―declaró el guardián ruso, arrancándole la cabeza
a otro de ellos.
―Nos las apañaremos, tú márchate ―insistió Draven.
Nikolai miró alrededor. Aún había unos diez Groms en pie y sabía que
eran demasiados incluso para sus hermanos, pero por otro lado, si no hacía
algo cuanto antes, Elion moriría.
Sin pensarlo más, pues no tenía tiempo que perder, tomó el cuerpo
agonizante de su hermano y lo cargó al hombro.
Thorne y Draven les cubrieron hasta que alcanzaron el todoterreno
negro, donde Nikolai depositó el enorme cuerpo del highlander en la parte
trasera. Acto seguido se sentó en el asiento del conductor.
―Nos vemos en casa ―les dijo a sus hermanos, aún dubitativo por
dejarlos.
―Déjate de jodidos sentimentalismos y llévate a Elion de una puta
vez ―soltó el vikingo, forcejeando con dos más de aquellos zombies.
Nikolai no esperó más y arrancó el vehículo, atropellando a dos
Groms al hacerlo.
Condujo a toda velocidad y de vez en cuando, miraba a su hermano,
que parecía cada vez más pálido, por lo que estaba seguro de que si no
hubiera sido un guardián del sello, ya estaría muerto.
Quince minutos después aparcó el coche frente al castillo, invisible
para todos excepto para los que vivían en él.
Salió del todoterreno y cogió de nuevo a su hermano en brazos.
―Aguanta, bror, ya hemos llegado ―le susurró, mirando los ojos casi
sin vida de Elion.
Abrió la puerta del castillo de una patada y comenzó a llamar a gritos
a Abdiel, sin detener sus pasos, que se dirigían hacia el cuarto de Keyla.
―¿Qué ha ocurrido? ―le preguntó el líder de los guardianes, que
apareció seguido por Roxie, que iba envuelta en una fina bata de seda
negra.
―Los Groms nos sorprendieron y desgarraron la garganta de Elion
―le explicó, subiendo las escaleras de la torre de dos en dos.
―¿Dónde están Thorne y Draven? ―quiso saber Abdiel.
―Tuvieron que quedarse peleando con los Groms, yo debía traer a
Elion o no hubiera sobrevivido ―declaró, apretando los dientes con
frustración―. Todo era un trampa, y no me hubiera gustado dejarles, pero
no tuve alternativa.
―¿Qué son esos gritos? ―preguntó Varcan, asomando la cabeza por
el hueco de las escaleras.
―Vamos, Varcan, tenemos que ir a ayudar a Thorne y Draven ―le
dijo Abdiel, tomando el control de la situación, como siempre hacía.
―¿Qué le ocurre a Elion? ―preguntó el guardián de la cicatriz,
preocupado por su hermano.
―Te lo explicaré por el camino ―prometió su líder, mientras se
alejaban juntos.
―Voy con vosotros ―dijo Max, que había aparecido tras su esposo y
llevaba sus anaranjados rizos revueltos.
Nikolai llegó hasta la habitación de la doctora y la abrió de un portazo.
Keyla, sobresaltada, se sentó en la cama mirando a su alrededor con
los ojos muy abiertos.
―Necesitamos que cures a Elion ―le pidió el guardián rubio sin más,
colocando el cuerpo de su hermano sobre la cama de la joven.
Keyla dirigió sus ojos azul grisáceo hacia el cuello abierto de Elion.
―¡Dios mío! ―exclamó horrorizada, mientras se colocaba de rodillas
sobre la cama, apoyando sus manos sobre la grave herida de la garganta del
hombre.
―¿Se pondrá bien? ―preguntó Roxie a sus espaldas.
Nikolai se volvió hacia ella. Le había seguido hasta allí y parecía
sumamente preocupada.
―Unos segundos más y hubiera estado muerto ―comentó la doctora
alzando sus ojos hacia Nikolai―. Acabas de salvarle la vida.
El guardián ruso no pudo evitar fijarse en lo preciosa que estaba
Keyla. Tenía el cabello rubio revuelto y los ojos algo hinchados a causa del
sueño. Llevaba un pijama de dos piezas, con una Hello Kitty dibujada en la
camiseta. Su pantalón era corto y dejaba entrever unas bonitas y torneadas
piernas, que hicieron que a Nikolai se le secara la boca.
―Eres tú la que lo está salvando, yo no he hecho nada ―la contradijo,
desviando con rapidez la mirada de la hermosa joven.
―¿Qué ocurre? ―Talisa llegó hasta ellos, alarmada.
―Han herido a Elion y Keyla lo está sanando ―le explicó Roxie,
acercándose a la anciana y tomándola por los hombros.
―Casi conseguís que me dé un infarto ―les regañó―. Cuando
escuché un estruendo, creí que nos estaban atacando.
―Todo está bien ―le aseguró Roxie, con una sonrisa comprensiva―.
¿Quieres que te prepare una tila? ―se ofreció.
―No estaría mal, polluela, ya que no podré volver a dormir en toda la
noche.
Ambas mujeres comenzaron a bajar las escaleras cogidas del brazo,
dejando a solas a Keyla, Nikolai y un inconsciente Elion.
La doctora seguía con sus manos sobre el cuello del hombre, que ya
apenas tenía un rasguño marcando su carne anteriormente desgarrada. Cerró
los ojos con fuerza, absorbiendo los últimos coletazos del dolor del
guardián. Aquello le ocurría cada vez que usaba su poder sanador, que
todos los dolores de los demás llegaban hasta ella como una losa emocional
tremenda.
Cuando finalmente estuvo completamente recuperado, Keyla se separó
de él, tratando de levantarse de la cama, pero se tambaleó. Nikolai la tomó
por los hombros, evitando que cayera al suelo.
―¿Estás bien? ―le preguntó, mirándola con intensidad.
Keyla asintió.
―Solo un poco cansada, pero es normal, ya lo sabes ―respondió
sonriendo y haciendo alusión a cuando él estuvo secuestrado y ella se
dedicaba a curar las heridas de las torturas que su hermana ejercía sobre él.
Nikolai sintió unos increíbles deseos de besarla, por lo que se separó
de ella al instante y carraspeó, volviendo la vista hacia su hermano, que
seguía inconsciente.
―¿Por qué no despierta?
―Estaba al borde de la muerte, por eso necesita unos minutos para
recuperarse del todo ―respondió la doctora―. Lo he visto más veces
cuando trabajaba en el hospital, así que no debes preocuparte. Está bien.
―Tenemos que averiguar cómo crean a esos Groms ―comentó el
guardián rubio, sin apartar sus ojos de su hermano, que parecía dormir
apaciblemente―. Si hubiera estado solo, habría muerto.
―Pero por suerte, estabas junto a él ―apuntó, posando una de sus
pequeñas manos sobre el brazo de Nikolai.
El hombre miró aquella pálida mano, la cual le gustaría tomar entre las
suyas para besar todos y cada uno de sus dedos.
Se volvió hacia la joven, que le miraba alzando sus ojos hacia él.
Podía oler que estaba completamente receptiva y sabía que si la besaba, ella
no le rechazaría.
Subió una de sus manos de forma acariciadora por el cuello de Keyla,
que cerró los ojos, disfrutando de la caricia.
―¿Por qué me haces esto? ―le preguntó en un susurro con su voz
ronca.
―No sé a qué te refieres ―contestó Keyla, parpadeando varias veces
y acercándose aún más a él.
―Keyla, yo…
―Nikolai ―la voz de Elion llegó hasta ellos, lo que hizo que se
separaran de repente.
―¿Cómo estás, bror? ―le peguntó el guardián ruso, acercándose a él.
Elion se sentó en la cama, frotándose la nuca y haciéndose de nuevo el
moño desecho que siempre llevaba. No le gustaba llevar su largo pelo
suelto, pues le recordaba demasiado a su época como mortal, sin embargo,
estaba demasiado apegado a él como para cortárselo.
―Bien, solo un poco aturdido ―reconoció―. Recuerdo que me
atacaron y sentir un dolor terrible en el cuello. ―Llevó su mano a la zona
donde minutos antes había estado la mordedura.
―Un Grom se abalanzó sobre ti y te desgarró la garganta ―le explicó
Nikolai, tratando de no prestar atención a la mujer que tenía detrás y que
tanto deseo despertaba en él―. Keyla te ha sanado.
―¿Key? ―Elion desvió la vista, centrando su atención en la aludida.
―Sí, estoy aquí ―contestó la doctora, acercándose a él con una
sonrisa agradable.
―Acabas de salvarme la vida ―dijo el guardián, tomando una de las
manos de Keyla entre las suyas y besándola con veneración.
―Os dejaré a solas ―repuso Nikolai, dispuesto a darles algo de
intimidad.
Antes de que abandonara el cuarto de la joven, esta le dedicó una
mirada cargada de anhelo, que sabía que le perseguiría toda la noche.
Cuando Nikolai bajó a la planta inferior, vio llegar a sus cuatro
hermanos y a Max. Todos parecían estar bien.
Entonces le miraron de forma interrogante y Nikolai se limitó a
responder que Elion estaba bien antes de marcharse a toda prisa.
Se encerró en su cuarto y maldijo por lo que había estado a punto de
hacer. No pensaba jugar con Keyla y tampoco podía unirse a ninguna mujer,
porque no confiaba en el género femenino. Por otro lado, jamás ataría a
nadie a él y a su forma de vida. Ellos eran guardianes del sello, estaban
rodeados de peligros y por mucho que Keyla le tentara, se mantendría bien
alejado de ella.
Capítulo 4
Thorne, Elion, Nikolai y Keyla habían volado hasta Noruega para
volver a registrar los antiguos laboratorios que habían usado Abe y sus
esbirros antes de que ellos mismos los asaltaran.
Querían que Keyla revisara una vez más todo lo que allí quedaba por
si encontraba alguna pista sobre el modo en que estaban creando a los
Groms. Ella sabía que usaban sangre para ello, pero no cómo o qué tipo de
sangre.
Elion también intentaría probar suerte para tratar de encontrar algo en
aquellos ordenadores destrozados. Estaban seguros de que, antes de
abandonar aquellos laboratorios, habían arrasado con todo para tratar de no
dejar pistas, pero tenían la esperanza de que se les hubiera pasado algo por
alto.
Todo se encontraba abandonado y lleno de polvo, dando muestras de
que hacía mucho tiempo que nadie había estado allí.
―Vaya montón de mierda ―comentó Thorne, dando una patada a una
de las camillas que había tiradas por allí.
Elion colocó una silla y una mesa, para acto seguido poner un portátil
medio destrozado sobre ella. Tomo asiento y sacó sus herramientas.
―Trataré de arreglar alguno de estos ordenadores ―les dijo―.
Veremos si tenemos suerte.
―Yo buscaré entre los papeles que hay esparcidos por todas partes
―convino Keyla, agachándose a recoger algunos de ellos.
―Te ayudo ―se ofreció Thorne, haciendo lo mismo que ella―. Deja
que yo te pase los papeles para que tú puedas revisarlos.
Nikolai alzó una ceja y miró a Elion, que sonreía guasón. ¿Desde
cuándo aquel vikingo se había convertido en un hombre tan colaborador y
amable?
Con un suspiro, el guardián ruso desvió la mirada y se alejó para
revisar otras estancias de aquellos laboratorios del horror.
Estuvieron buscando durante horas, pero no parecía haber allí nada de
relevancia.
En aquel momento Nikolai entró en otra de las habitaciones, pero en
esa ocasión, su corazón comenzó a latir aceleradamente. Allí mismo, hacía
cerca de un año, había sufrido durante horas las constantes torturas de
aquella sádica zorra persa.
―¿Estás bien?
El guardián se volvió hacia la dulce voz de Keyla, que le miraba con
compasión desde la puerta, cosa que le desagradó. No quería despertar la
compasión de nadie, ya había tenido bastante de eso en su vida como
mortal.
―¿Por qué no iba a estarlo? ―respondió de manera brusca, desviando
la mirada.
―No tienes por qué fingir conmigo, Nik ―le dijo con
comprensión―. Sé perfectamente lo que mi hermana te hizo, no hace
falta…
―No quiero hablar sobre eso ―la interrumpió, abriendo uno de los
cajones para mirar dentro.
―¿Hay algo de mí que te moleste?
Nikolai clavó sus ojos claros en ella.
―¿A qué viene esa pregunta?
La joven doctora se mordió el labio inferior, mostrando algo de
inseguridad, cosa que hizo que el hombre deseara poder morder ese labio
del mismo modo y besarla hasta dejarla sin sentido.
―Parece que te sientas incómodo en mi presencia e imagino que, en
cierto modo, tiene sentido ―comenzó a decirle―. Supongo que te recuerdo
a mi hermana y no puedo culparte por ello…
―No tienes nada que ver con ella ―la contradijo, cortándola.
La joven le miró con aquellos enormes ojos azul grisáceo y parpadeó
varias veces, como a la espera de que siguiera hablando, cosa que Nikolai
hizo.
―Cuando te veo a ti, jamás recuerdo a la zorra que me torturó en esta
misma habitación. ―Recortó la distancia que los separaba y el olor a limón
con un toque de canela de la joven inundó sus fosas nasales haciendo que
sus papilas gustativas saltasen de felicidad―. Cuando te miro, solo siento
deseos de arrinconarte contra una pared y besarte hasta que grites mi
nombre ―finalizó, con la voz enronquecida.
Keyla jadeó y entreabrió los labios, sintiendo como aquellas palabras
encendían su deseo.
―¿Y por qué no lo haces? ―le preguntó en un susurró.
Aquella pregunta hizo que Nikolai sintiera una erección instantánea.
¿Por qué no lo hacía? En aquellos momentos ni él mismo lo entendía, pues
solo podía pensar en apoderarse de la boca de la doctora.
―Eso mismo me estoy preguntando yo en estos momentos. ―Llevó
una de sus manos al cuello de Keyla, que cerró los ojos y suspiró, encantada
con la caricia.
Nikolai comenzó a bajar sus labios hacia los de la joven, pero antes de
que estos se unieran, su hermano Elion irrumpió en la sala.
―He descubierto algo.
Nikolai se separó de forma abrupta de Keyla y se pasó los dedos por el
pelo, para asegurarse de que su pequeño moño continuara impolutamente
hecho.
La joven se sonrojó y miró a Elion con una sonrisa tensa.
El guardián escocés frunció el ceño, oliendo en el ambiente el
inconfundible olor de la excitación sexual.
―¿He interrumpido algo?
―No ―enfatizó Nikolai.
―Para nada ―respondió Keyla a la misma vez.
Elion, sin creerles, les informó de lo que había ido a decirles.
―He conseguido hacer funcionar uno de los ordenadores que había
tirados por el suelo.
―¿Has encontrado algo que pueda darnos alguna pista? ―quiso saber
el guardián ruso.
―Venid y os lo mostraré.
Ambos hicieron lo que les pedía y fueron hacia la sala donde Elion
había estado trabajando.
Thorne se mantenía con la espalda apoyada en una de las paredes, los
brazos cruzados sobre su ancho pecho y una mirada sombría, la cual dirigió
hacia Nikolai, haciéndole saber que había notado el interés sexual que este
sentía hacia Keyla.
Elion se colocó ante el ordenador y comenzó a teclear.
―Llamaré a Abdiel para que sepa lo que has descubierto ―dijo el
guardián ruso, sacando su móvil del bolsillo y marcando el teléfono de su
hermano.
―¿Todo bien, bror? ―preguntó la voz de Abdiel al otro lado de la
línea.
―Todo bien ―corroboró Nikolai―. Elion ha encontrado información,
así que quiero que os enteréis junto a nosotros.
―De acuerdo ―respondió el líder de los guardianes―. Varcan y Max
han tenido que volver a salir, pues han vuelto a tratar de romper el sello,
pero Roxie, Draven y yo os escuchamos.
―He podido hacer que funcione uno de los ordenadores y pese a que
no hay nada de extrema relevancia, espero puedan conducirnos a alguna
respuesta ―comenzó a decir Elion―. Según estos datos, hay un donante de
sangre que se repite constantemente. Es como un patrón. Cada mes, se
extrae sangre de una joven caucásica y es almacenada de manera muy
metódica.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó Abdiel.
―Que esa sangre se almacenaba en una nevera especial, a la que solo
podía acceder Yasmina ―respondió Keyla.
Nikolai la miró con el ceño fruncido.
―¿Lo sabías?
―Sí ―contestó, mirándole a los ojos―. Como os dije, sabía que
había una sangre especial con la que se creaban los Groms, pero eso no nos
lleva a ninguna parte, por lo que no vi relevante hablar sobre esa nevera en
concreto.
―Sin embargo, he conseguido otras pistas ―continuó diciendo
Elion―. No pone el nombre de la donante, solo que es una mujer caucásica,
de unos veinte años, con el grupo sanguíneo A+. Lo que sí he encontrado es
una serie de facturas de una casa de huéspedes no muy lejos de aquí, en las
mismas fechas en que se realizaban las donaciones, por lo que presumo
poder relacionarla con la persona que se alojaba allí, es la misma que
donaba dicha sangre. También he visto que se compraban billetes de avión
con las mismas fechas, de Los Ángeles hacia Noruega y de vuelta dos días
después. Los billetes están a nombre de Anne Smith, pero estoy casi seguro
de que ese no es el verdadero nombre de la joven en cuestión.
―Buen trabajo, Elion ―le felicitó Abdiel―. Son pistas realmente
buenas.
―Nos da la opción de tirar del hilo ―apuntó Draven, de acuerdo
completamente con su líder.
―Quiero que dos de vosotros os dirijáis a Los Ángeles para investigar
sobre la tal Anne Smith y que otro vaya junto a Keyla a la casa de
huéspedes. Seguramente si enviamos a una mujer hará que no levantemos
tantas sospechas ―continuó diciéndoles Abdiel―. Nosotros nos
quedaremos por Edimburgo, ya que últimamente los Groms hacen de las
suyas cada noche y debemos estar alerta.
―Yo acompañaré a Keyla ―se apresuró a decir Elion.
―No, lo haré yo, chico ―le contradijo Thorne―. Puedo protegerla
mucho mejor que un enclenque como tú.
Elion sonrió con condescendencia.
―¿Qué te hace pensar tal estupidez, grandullón?
―Me lo hace pensar el hecho de que puedo darte una paliza cuando
me salga de los cojones ―respondió con su habitual brusquedad―.
¿Quieres comprobarlo?
―Nadie le va a dar una paliza a nadie ―intervino Abdiel desde el
teléfono―. Será Nikolai el que acompañe a Keyla a la posada.
―¿Por qué él? ―preguntó Elion con fastidio.
―Porque puede volver el tiempo atrás si cualquier situación
amenazante surgiera ―les recordó su líder con calma.
Elion bufó, pero no dijo nada más.
―Ya puedes esforzarte por que no le causen ni un solo rasguño, bror
―gruñó Thorne, fulminando a Nikolai con la mirada―. Siempre me has
caído bien y no me gustaría tener que partirte la cara.
Capítulo 5
Nikolai y Keyla viajaban en el coche que habían alquilado.
No habían vuelto a cruzar palabra desde que Elion les interrumpiera
en los laboratorios y aquello estaba acabando con los nervios de la joven
doctora.
―Parece que hoy va a hacer un buen día ―comentó mientras miraba
por la ventanilla, para romper aquel incómodo silencio―. Siempre me ha
gustado viajar en coche, ¿a ti no? Sobre todo cuando he tenido buena
compañía con la que poder reír… A ver, que no digo que tú no seas buena
compañía, solo eres un poco callado. ¡Ojo!, que no lo estoy criticando, es
algo bueno. En especial cuando te apetece tener tiempo para pensar en tus
cosas. ―Hablaba de forma rápida y un tanto atropellada, cosa que siempre
le pasaba cuando se ponía muy nerviosa―. Hace años me tiraba largas
horas en las nubes, imaginando historias que me gustaba escribir en un
papel. Aunque no era buena escribiendo, me entretenía imaginado lo que se
podría escribir sobre vosotros. Seríais los nuevos mojabragas oficiales. —
En cuanto aquellas palabras salieron de sus labios, quiso que la tierra se la
tragara―. Yo… no quería decir eso. No… ¡Ay Dios! ―Se tapó la cara con
ambas manos, sumamente avergonzada.
Fue entonces cuando la risa de Nikolai la sorprendió. Nunca le había
oído reír y se destapó los ojos para mirarle. ¿Cómo podía ser tan guapo?
―¿Por qué no respiras un poco? Creo que tanto hablar te está dejando
sin oxígeno en el cerebro ―comentó el guardián, aún entre risas.
Keyla suspiró.
―Ya me callo ―dijo, volviendo a mirar por la ventana.
―¿Siempre has querido ser doctora?
Que le hiciera aquella pregunta la sorprendió, pues creía que Nikolai
no quería seguir hablando con ella. Sin embargo, le agradaba que intentara
mantener una conversación cordial y no pensaba desaprovechar la
oportunidad.
―Sí, mi madre era doctora y siempre ha sido mi ejemplo a seguir
―comenzó a decirle, animadamente―. También está el hecho de que mi
don solo podía utilizarlo en secreto y siendo doctora resultaba mucho más
sencillo.
―Has salvado muchas vidas ―apuntó el guardián, mirándola de
reojo.
―No todas las que me hubiera gustado ―reconoció, con un tinte de
tristeza en la voz.
―¿Qué le ocurrió a tu madre?
Keyla sintió pena al pensar en ella. Le hubiera gustado tenerla a su
lado en aquellos momentos.
―Sufrió un infarto fulminante, nadie pudo hacer nada por ella ―le
contó Keyla, mirando hacia él―. Era una mujer sana y joven y, de todos
modos, su corazón le fallo. He pensado muchas veces sobre ello.
Nikolai volvió a mirarla por unos segundos, percibiendo su
sufrimiento.
―Quizá tuviera algún problema cardíaco no diagnosticado ―apuntó
el hombre.
―Es muy posible, pero eso no quita para que sienta que pude haber
hecho algo más por ella.
―No eres una diosa, Keyla ―terció el guardián―. Solo eres una
mujer extraordinaria, con capacidad para sanar a la gente.
¿Pensaba que era extraordinaria? Aquel descubrimiento hizo que su
corazón latiera más rápido.
―¿Y qué hay de los novios? ¿No has tenido tiempo para ellos?
―Nikolai maldijo para sus adentros nada más decirlo. ¿Por qué demonios
le había tenido que hacer aquella pregunta?
―Tuve un novio durante la adolescencia, pero cuando empezamos la
universidad la distancia acabó con nuestra relación ―le explicó, con una
sonrisa melancólica―. Tras aquello tuve algunas relaciones esporádicas,
hasta que me enamoré de uno de los trabajadores de mi padre, que resultó
ser un auténtico capullo.
―¿Te hizo daño? ―necesitaba saberlo, pues si la respuesta era
afirmativa, iba a matarlo.
―Nunca tuvimos nada ―reconoció―. Yo no lo sabía, pero mantenía
una relación sexual con mi hermana. Cuando ocurrió todo el tema del
sacrificio de Yasy, fui a pedirle ayuda, pues no tenía a nadie más a quien
acudir. ―Le costaba mucho pronunciar aquellas palabras en voz alta―. No
sabía qué hacer, ni a dónde ir y consideraba a Drew mi amigo. Sin embargo,
lo único que hizo fue tratar de retenerme para que mi padre volviera a
utilizarme para sus planes, pero conseguí escapar.
―¿Cómo lo hiciste? ―indagó, con el ceño fruncido.
―Le hice creer que confiaba en él, pese a haber escuchado a
escondidas la conversación telefónica que había tenido con mi padre. Fingí
que necesitaba ir al baño y aproveché para escapar por la ventana.
―Tuviste suerte.
La mirada de ambos se cruzó, creando corrientes eléctricas entre ellos.
La atracción era palpable.
―¿Y qué hay de ti? ¿Ha habido algún gran amor en tu larga vida?
En cuanto Keyla planteó aquellas preguntas, Nikolai cambión su
expresión corporal. Pareció tensarse, mientras apretaba fuertemente el
volante y miraba fijamente a la carretera.
―Ya queda poco para llegar ―fue su única contestación.
―¿He dicho algo que te moleste?
―Nada en absoluto ―contestó secamente.
―Ya veo que no quieres contarme nada sobre tu vida ―dedujo con
acierto.
―No es eso, Keyla ―dijo, suspirando―. Pero mi vida no ha sido tan
sencilla como la tuya. No todos hemos sido una bonita estudiante de
medicina con el mundo a sus pies.
―¿Crees que mi vida ha sido fácil? ―repuso un tanto indignada―. Te
recuerdo que mi madre murió cuando no era más que una niña de veinte
años y mi padre es un brujo que jamás me ha mostrado una pizca de afecto
o aceptación. Por no hablar de lo que le ocurrió a mi hermana. ―Se cruzó
de brazos sintiendo un escalofrío al rememorar aquel doloroso momento―.
No te digo que tú no hayas sufrido más que yo, que estoy segura de que sí,
pero eso no te da derecho a menospreciar mi propio sufrimiento.
―Tienes razón, lo siento ―se disculpó con ella―. No soy nadie para
juzgar tu vida. ―Detuvo el coche y se volvió a mirarla―. Ya hemos
llegado.
―De acuerdo.
Fue a abrir la puerta para salir del coche, pero Nikolai la tomó por el
brazo, deteniéndola.
―Lo siento de verdad, Keyla.
La joven le miró a los ojos y le creyó, pero no podía evitar sentirse
triste, pues aquel hombre que tanto la atraía no era capaz de abrirse con ella
ni por un momento.
―No te preocupes, ya lo he olvidado.
El guardián asintió y le soltó el brazo.
―Para no levantar sospechas, lo más prudente será hacernos pasar por
unos recién casados.
―¿Recién casados? ¿Nosotros? ―le miró, con los ojos muy abiertos.
―¿Prefieres que digamos que estamos aquí para encontrar a una
mujer de la cual extraen sangre para crear a unos vampiros zombies? ―le
preguntó sarcástico, con una ceja alzada.
Keyla no pudo evitar reír.
―Imagino que no daríamos una muy buena primera impresión.
―¿Recién casados entonces?
―Recién casados ―accedió la joven.
Salieron del coche y entraron dentro de aquella pequeña casa de
huéspedes. Se veía limpia y acogedora, y Keyla se sintió cómoda nada más
poner un pie en la pintoresca recepción.
―Buenas tardes ―les saludó una mujer de mediana edad, con algunos
kilos de más.
―Buenas tardes ―repitió Nikolai acercándose a ella, con una sonrisa
dibujada en el rostro―. A mi esposa y a mí nos gustaría alquilar una
habitación.
La mujer le miró de arriba abajo, recelosa. Y no era para menos, ya
que el guardián parecía un peligroso motero integrante de alguna banda.
Con su cabello rubio recogido en aquel característico moñito en su nuca y
una barba de días cubriendo sus atractivas facciones. Iba completamente
vestido de negro y algunos de sus tatuajes se podían ver en las zonas de sus
brazos y cuello que la ropa no cubría.
―Emm… Ahora mismo no tengo ninguna habitación libre ―dijo la
señora, con una sonrisa tensa.
Nikolai podía oler que estaba mintiendo, por lo que frunció el ceño.
―¿Está segura? ¿Por qué no lo comprueba?
―Estoy segura, señor ―insistió de nuevo.
―¿Algún problema, Frida? ―preguntó un hombre de la misma edad
de ella, apareciendo de repente.
Era alto y tenía una espesa barba castaña. Llevaba una escopeta entre
las manos, y estaban seguros de que estaría dispuesto a usarla si la cosa se
ponía fea.
―No te preocupes, mi amor ―se apresuró a intervenir Keyla,
agarrándose del brazo del guardián y mirando al matrimonio con una
sonrisa encantadora―. Es que mi esposo sabe la ilusión que me hacía
hospedarme aquí. Estamos de luna de miel y mis padres también estuvieron
aquí durante la suya, pero no molestaremos más, si no hay habitación, mala
suerte. ―Por lo que Elion les había dicho, aquella casa de huéspedes
llevaba ejerciendo como tal durante cincuenta años. Miró a Nikolai
fingiendo sentirse muy desilusionada―. Te dije que era una locura hacer un
viaje tan largo solo por mi absurda ilusión de repetir los pasos de mis padres
durante su luna de miel.
―Hubiera ido a cualquier lugar, si con ello te hiciera sonreír
―respondió el guardián, mirándola con intensidad.
El corazón de Keyla se desbocó y a punto estuvo de olvidarse de su
papel como recién casada.
―En fin, supongo que mis padres, estén donde estén, estarán felices
por ver cómo me cuidas, mi amor ―continuó diciendo―. Eso es lo
importante.
―Bueno, si me dan unos minutos, quizá pueda limpiar una de las
habitaciones recientemente desalojadas ―dijo entonces la dueña de la casa
de huéspedes.
―¿Lo dice de verdad? ―Keyla se lanzó a abrazarla como si
realmente acabara de darle una de las mayores alegrías de su vida―. Es
usted muy amable.
La señora sonrió.
―Mi nombre es Frida y él es mi marido, Rolf ―se presentó―.
Imagino que sus padres se hospedarían aquí cuando mis padres eran los
dueños.
―Tutéenos, por favor ―le pidió la joven con amabilidad―. Mis
padres estuvieron aquí hace unos treinta años y se quedaron prendados con
la gentileza y cercanía de las personas que llevaban esta casa de huéspedes.
Frida amplió aún más su sonrisa.
―Mis padres eran así ―reconoció, orgullosa por lo que la joven le
decía.
Keyla se sintió un poco culpable por aquel engaño, pero se dijo a sí
misma que era de suma importancia descubrir algo sobre la mujer
misteriosa a la que buscaban.
―Rolf, acompáñales al salón y sírveles un tentempié mientras yo
preparo su habitación ―le pidió a su esposo, antes de marcharse escaleras
arriba.
El hombretón miró a Nikolai, aún desconfiado, pero acto seguido le
dirigió una sonrisa afable a la joven.
―Venid conmigo.
Les acompañó a un bonito salón decorado de manera rustica y les
ofreció unas galletitas y un café.
―En seguida mi esposa os tendrá la habitación lista ―tras aquellas
palabras se alejó, dejándoles a solas.
―No sabía que eras tan buena mentirosa ―susurró Nikolai, mirándola
con una ceja alzada.
―¿Qué querías que hiciera? Estaba claro que nos iba a echar de aquí a
patadas por tu culpa.
―¿Por mi culpa? ―Se cruzó de brazos, recostándose contra el
respaldo de la silla.
―No puedes pretender venir vestido como un asesino a sueldo y que
la gente confíe en ti, ¿no crees?
El guardián bajó la vista hacia su ropa.
―¿Parezco un asesino a sueldo? ―preguntó divertido.
―Sin duda, lo que no pareces es un enamorado recién casado. ―Puso
los ojos en blanco―. Quizá si te hubieras puesto una camisa y una
corbata…
Nikolai la miró horrorizado.
―Bromeas, ¿verdad?
Keyla rompió a reír.
―Lo cierto es que acabo de imaginarte de esa guisa y no te pega para
nada.
―Sí, el look de banquero no es lo mío. ―Sonrió, apreciando de nuevo
lo preciosa que era.

Una media hora después, Frida les informó de que ya podían alojarse
en su cuarto. También les invitó a cenar con ellos aquella noche, junto a las
otras dos parejas que allí se alojaban.
Nikolai aceptó, pese a no apetecerle, ya que les vendría bien intimar
con aquellas personas para poder sacarles algo de información.
La habitación era bonita y, como el resto de la casa, estaba muy
limpia. Tenía una cama de madera maciza que dominaba la estancia y que
puso sumamente nerviosa a Keyla.
El guardián dejó sus bolsas de viaje en el suelo y colocándose las
manos en las caderas, miró hacia la cama también. Estaba claro que por su
mente pasaban los mismos pensamientos que por la cabeza de la joven.
Sería una tortura compartir aquella cama, que cada vez parecía más y más
pequeña.
Nikolai carraspeó, desviando la mirada.
―¿Qué te parece si nos cambiamos de ropa para la cena?
―Sí, será una buena idea ―reconoció Keyla, acercándose a rebuscar
entre la ropa que se había llevado. Necesitaba estar distraída para no
centrarse en que estaba a solas con aquel hombre.
―Si no te importa, me ducharé primero.
La doctora volvió la cabeza, mirándole por encima del hombro.
―¿Vas a… a ducharte? ―preguntó, con el cerebro cortocircuitado al
saber que estaría desnudo a escasos metros de ella. No pudo evitar
imaginarlo con el agua corriendo por su duro cuerpo.
Se pasó lentamente la lengua por los labios de modo inconsciente.
Nikolai pudo oler como Keyla acababa de excitarse, por lo que soltó
un ronco gruñido.
―Sí, es necesario para mí ducharme cuanto antes ―respondió,
tomando su bolsa de viaje y encerrándose en el baño, antes de que no
pudiera evitar abalanzarse sobre ella.

Tras aquella ducha fría, que no consiguió el efecto deseado, pues fue
incapaz de dejar de desear a Keyla, se vistió con un tejano negro y una
sencilla y ajustada camiseta con cuello de pico del mismo color.
Keyla, por su parte, se había puesto una falda plisada en tono ocre
sujeta con un estrecho cinturón marrón oscuro, del mismo tono que sus
mocasines, y una liviana camisa azul. Llevaba el pelo aún húmedo y se lo
había dejado suelto, retirándoselo de la cara con una fina diadema también
marrón.
Aquella mujer representaba una imagen encantadora y dulce, que
tentaba a Nikolai a darle un buen bocado para probar cuan acaramelada
podía llegar a saber.
Sus ojos se cruzaron y Keyla sonrió con nerviosismo.
―Estoy lista ―le dijo, pues era incapaz de permanecer en silencio.
―Pues adelante, vayamos a representar nuestros papeles ―respondió
el guardián, abriendo la puerta para que saliera de la habitación.
Keyla así lo hizo y al pasar por su lado, su característico olor llenó sus
fosas nasales, haciendo que se le alargaran los colmillos al instante.
Cuando entraron en el salón, allí ya estaban las otras dos parejas que
se hospedaban en aquella casa de huéspedes.
Una de ellas se componía de un matrimonio de unos setenta años. La
mujer tenía el cabello teñido de rojo intenso y vestía con colores estridentes.
Mientras que el hombre era completamente calvo y lucía una llamativa
camisa de flores.
Los otros dos eran una pareja homosexual de cerca de cuarenta años,
que estaban abrazados y mirándose de forma acaramelada. Uno de ellos era
moreno y corpulento, y una espesa barba cubría su cuadrada mandíbula. El
otro era bajito y delgado, y poseía unos bonitos rizos rubios que
enmarcaban sus atractivas y algo afeminadas facciones.
―Pasad y sentaos ―les ofreció Frida, poniendo una enorme bandeja
de salmón al horno en el centro de la mesa.
Nikolai y Keyla hicieron lo que les pedía.
―Buenas noches ―saludó la joven con una sonrisa encantadora.
―¿Pero quién es esta muñequita? ―dijo el hombre de los rizos
rubios―. Yo soy Nils y él es mi marido, Runar ―añadió señalando al
hombretón de la espesa barba.
―Encantada ―respondió Keyla―. Mi nombre es Key y él es mi
recién estrenado esposo, Nik.
Nikolai aplaudió su sensatez al no haber dado sus nombres completos.
―¿Key? Que nombre tan original ―apuntó la anciana del pelo
rojo―. Y recién casados. ¿Has oído, Berdon? Cincuenta años hace que
nosotros pasamos por eso. ―Les miró a ambos con una radiante sonrisa―.
Mi nombre es Gydda, por cierto.
―Un placer conocerla, Gydda.
―¿Y el bomboncito no dice nada? ―añadió Nils, mirando a Nikolai
con coquetería.
―No seas descarado, cariño ―repuso su esposo, riendo por lo bajo.
Keyla se volvió hacia el guardián para ver su reacción, pero este
simplemente sonrió, mientras se recostaba contra el respaldo de la silla.
―El bomboncito es de pocas palabras ―respondió, refiriéndose a sí
mismo usando el apelativo por el que Nils se había referido a él.
Este pareció satisfecho con su respuesta, pues sonrió de oreja a oreja.
―Vaya, guapo y con sentido del humor. ―Volvió sus ojos azules y de
largas pestañas hacia Keyla―. Nena, has sabido elegir muy bien.
La doctora rio. Aquel hombre le resultaba muy divertido.
―Lo sé ―contestó, volviéndose a mirar a Nikolai, que la abrasó con
su ardiente mirada.
Tras aquello, comieron entre risas y conversaciones amenas.
Nils y Gydda eran los que llevaban la voz cantante de aquellas
conversaciones, hasta que en un momento dado, Nikolai decidió sacar el
tema por el que estaban allí.
―Acabo de recordar que tu amiga Annie también se ha hospedado
aquí en varias ocasiones, ¿no es cierto, cariño? ―le preguntó a Keyla.
―Sí, es cierto ―la joven hizo como si acabara de caer en la cuenta―.
Creo que la última vez fue hace menos de un año.
―¿Annie? ―preguntó Frida, haciendo memoria.
―Sí, fuimos juntas al instinto ―continuó diciendo la joven―. Annie
Smith, igual la recuerdan.
―¡Smith, claro! ―exclamó la mujer―. Te refieres a la preciosa Anne.
¿Te acuerdas de ella, Rolf?
―Sí, es la chica que trabajaba como bailarina, ¿no?
―Sí, la misma ―asintió Frida.
Nikolai y Keyla se miraron entre sí. Aquella era la mujer a la que
buscaban.
―Es ella ―continuó diciendo la joven doctora―. Siempre que viene
a Noruega se aloja aquí.
―Y eso que ha hecho bastantes viajes, pero no hay manera de que
cambie de lugar y no me extraña, con lo bien que se come ―la halagó el
guardián para que continuara hablando.
―Muchas gracias ―respondió Frida, con una sonrisa de
agradecimiento―. Anne viaja a Noruega bastante a menudo para recibir sus
tratamientos médicos. Pobre criatura. Aunque ahora que lo mencionáis,
hace bastantes meses que no ha vuelto, ¿verdad, Rolf?
―Hará más de medio año ―convino su esposo.
―¿Sabéis si consiguió recuperarse? ―les preguntó a ellos Frida.
―Sí ―contestó Nikolai.
―No ―dijo Keyla a la misma vez.
El matrimonio frunció el ceño, confusos por aquellas contradictorias
respuestas.
―Es decir, no se ha recuperado del todo, pero han conseguido dar con
un tratamiento que puede llevar de manera más controlada ―respondió
Nikolai con rapidez―. Así que, en cierto modo, se ha recuperado, pese a
que siempre necesite tomar su medicación.
―Cuánto me alegro por ella ―agregó Frida―. Es una joven muy
bonita y agradable como para vivir toda su vida conectada a una máquina.
¿Conectada a una maquina? Creían que solo era donante de sangre,
pero por lo que decía la dueña del hostal, quizá hubiera algo más que no
supieran.
―No sé exactamente el tratamiento al que se sometía cuando venía
aquí ―terció Keyla―. Trataba de no sacarle demasiado el tema para no
hacérselo recordar.
―Según me dijo, tenía que someterse a continuas trasfusiones de
sangre tratada.
―Frida, no seas cotilla ―la regañó su esposo.
―No digas tonterías, Rolf, que son sus amigos.
El hombre gruñó, haciéndole saber que no estaba de acuerdo con que
aireara aquella información sobre la supuesta Anne.
―¿Tratada? ―preguntó de nuevo Nikolai―. No sabía…
―¿Por qué no pasamos a temas más alegres? ―le interrumpió Nils,
harto de haber dejado de ser centro de atención por un momento.
Tras aquello, dejaron de hablar de la tal Anne Smith, cosa que fastidió
profundamente al guardián. Estaba seguro de que hubiera podido conseguir
más información si no hubiera sido por aquella molesta intervención.

―Si no hubiera sido por las ansias de protagonismo de Nils,


hubiéramos podido averiguar más cosas sobre la supuesta Anne ―se
lamentó Nikolai, una vez estuvieron a solas en su cuarto.
―Bueno, hemos conseguido saber algo más sobre ella ―respondió
Keyla, sentándose en la cama y quitándose sus mocasines―. No tenía ni
idea de que en los laboratorios de mi padre se hiciera ningún tipo
tratamiento a nadie que estuviera… vivo ―reconoció la joven.
―Pero seguimos sin saber quién coño es la tal Anne Smith ―gruñó el
hombre, quitándose la camiseta y arrojándola sobre el sillón que había junto
al armario.
―Por lo menos hemos descubierto que es bailarina.
Nikolai se volvió hacia ella con el ceño fruncido, el pecho descubierto
y las manos apoyadas en las caderas.
―¿Y cuántas bailarinas crees que habrá en Los Ángeles?
Keyla fui incapaz de contestar, pues su boca se quedó seca ante la
imagen espectacular que el guardián ofrecía. Tenía un cuerpo musculoso y
bien marcado, repleto de tatuajes que le hacían parecer más peligroso y
sexy a la vez.
Nikolai sentía la mirada azul grisácea de la joven clavada en él. ¿Qué
ocurriría si dejaba de controlarse y hacía lo que realmente deseaba, que
consistía en enterrarse entre sus piernas en aquel mismo instante?
No, no podía hacerlo porque estaba seguro de que si se acostaba con
aquella mujer una sola vez, ya no querría dejar de hacerlo jamás.
Le dio la espalda, con todos los músculos de su cuerpo en tensión.
―Puedes usar la cama, yo dormiré en el suelo ―fue lo único que se
atrevió a decir antes de encerrarse en el baño y darse su segunda ducha fría
del día.
Tenía suerte de ser un guardián y que no le afectasen las típicas
dolencias humanas, o a este paso, acabaría con una buena pulmonía.
Capítulo 6
Elion y Thorne estaban en Los Ángeles, concretamente en el
aeropuerto.
Habían preguntado a varios de los empleados, entre los que se
encontraban las chicas que vendían los pasajes, algunas azafatas, un par de
pilotos, pero ninguna de aquellas personas parecía recordar a la tal Anne
Smith, y era normal. Con la cantidad de gente a la que veían cada día, cómo
se iban a acordar de un nombre tan común como aquel.
A parte de aquel nombre falso, solo tenían un par de datos más, como
que la mujer era bailarina y sufría alguna extraña enfermedad de la sangre,
según les había informado Nikolai a través de una llamada telefónica.
―Esto es una jodida pérdida de tiempo ―bufó Thorne con
frustración, dando una patada a una papelera y haciendo que esta se
doblase.
Un coche que pasaba por allí se detuvo y de él descendió una mujer
vestida con un tejano ajustado que se ceñía a sus largas piernas y una
camisa blanca que dejaba entrever que poseía unos generosos senos.
Lo cierto es que era realmente hermosa, poseía un brillante cabello
castaño oscuro que le caía en ondas hasta la mitad de su espalda. Era alta y
tenía un cuerpo esbelto y fibrado, denotando que hacía bastante deporte. Sin
embargo, lo que más llamaba la atención de ella eras sus espectaculares
ojos rasgados, de un tono verde grisáceo que en aquel momento estaban
fijos en los dos guardianes.
―Buenos días, caballeros. ¿Hay algún problema? ―les preguntó,
mostrando su placa de policía.
Ambos hombres se miraron entre sí, maldiciendo para sus adentros.
―Ningún problema, agente ―respondió Elion con una sonrisa
encantadora.
La policía, ignorándole, fijó su atención en el vikingo, que le devolvía
la mirada con el ceño profundamente fruncido.
―¿Sabe que lo que acaba de hacer son daños a la propiedad pública?
―le preguntó, señalando la papelera volcada.
―¿Acaso la policía no tiene cosas más importantes que hacer que
preocuparse por las papeleras de la ciudad?
―Thorne, cálmate ―le dijo Elion por lo bajo.
La guapa policía apoyó sus manos en las caderas y sonrió con ironía.
―Parece que le apetece mucho pasar unas horas en el calabozo.
―¿Por una puta papelera?
―Por la puta papelera ―repitió la agente―. Y porque nos han
informado que dos tipos muy raros andaban por todo el aeropuerto haciendo
preguntas sobre una joven bailarina. ¿Saben de quienes pueda tratarse?
―Mierda ―murmuró Elion, apretándose el puente de la nariz con dos
dedos.
―¿Acaso está prohibido hacer preguntas, hembra? ―repuso el
vikingo, dando un par de pasos hacia la mujer de forma amenazante.
De todos modos, la policía no se amedrentó, ni siquiera dio un paso
atrás. Simplemente se limitó a seguir mirándole directamente a los ojos.
―Resulta que ese tipo de preguntas son típicas de los acosadores,
machito ―respondió ella con chulería―. Date la vuelta, te vienes conmigo
―sentenció, sacando sus esposas de la parte trasera de sus tejanos.
―¿De qué coño hablas? ―bramó Thorne, perdiendo la poca paciencia
que solía tener.
―No quiero hacerte daño, pero lo haré si no colaboras ―continuó
diciendo la policía.
―¿Qué me harás daño? ―La miró de arriba abajo, con una sonrisa de
guasa dibujada en sus labios―. ¿Tú a mí?
¿Aquella mujer no podía medir más de un metro setenta y decía que le
haría daño a él? ¿Una mole de músculos de más de dos metros?
―¿Quieres comprobarlo, machito?
―Agente, no queremos problemas. ―Intervino Elion, pues sabía que
su hermano no daría un paso atrás―. Lamentamos mucho haber alterado el
orden público en modo alguno. Le prometo que nos marcharemos y no
volverá a saber de nosotros. A partir de ahora seremos dos ciudadanos
ejemplares.
―He dicho que te des la vuelta ―exigió otra vez al vikingo,
ignorando a Elion nuevamente.
Thorne dio otro paso adelante, pero se detuvo cuando un hombre
apareció apuntándole con un arma.
―Quieto, amigo, o me obligarás a dispararte ―le dijo el hombre
armado.
―Hey, calma ―terció Elion con las manos en alto―. No hemos
hecho nada.
El policía le miró con cara de pocos amigos.
―Eso lo decidiremos en comisaría, así que daros la vuelta para que
podamos esposaros.
―Está bien. —El guardián del moño hizo lo que le pedían y la agente
se acercó a esposarle rápidamente.
―¿Qué coño haces? ―le preguntó su hermano, asombrado de que se
dejase esposar sin más.
―Estamos llamando demasiado la atención ―murmuró, señalando
con la cabeza a las personas que comenzaban a arremolinarse en torno a
ellos―. Haz el favor de hacer lo que te piden, bror.
―Entra en el coche ―le exigió la mujer, tirando de él y ayudándole a
meterse en la parte trasera de este. Entonces se giró hacia el vikingo―.
Ahora tú. ¿Vas a darme más problemas?
Thorne gruñó mirando a Elion de reojo, que negó con la cabeza. A
regañadientes se dio media vuelta, dándole la espalda a aquella jodida y
molesta policía.
―Así me gusta ―comentó, procediendo a ponerle las esposas.
El olor de la mujer llegó hasta el guardián, haciendo que sus colmillos
se alargaran de manera automática. Sí que le gustaría hincarle el diente,
aunque en parte fuera para demostrarle quien mandaba.
La agente tiró de él metiéndolo en el coche junto a su hermano.
El otro policía guardó el arma cuando los dos sospechosos estuvieron
dentro y se acercó a su compañera.
―¿Estás bien, Evans?
―¿Por qué no iba a estarlo? ―respondió la mujer malhumorada.
―Creí que perderías de nuevo los estribos.
Jessica se giró dándole la espalda a su compañero.
Dylan temía que volviera a invadirle aquella ira descontrolada que en
ocasiones la acometía, y no podía culparle. Había tenido que estar el último
año en terapia para no perder su placa y pese a asegurar que ya estaba
recuperada, nadie parecía creerla del todo.
Su vida personal era un desastre, por lo que lo único que la ayudaba a
continuar adelante era su trabajo y por ese motivo, no podía perderlo.
―¿Evans? ―insistió Dylan de nuevo al ver que no contestaba.
―Estoy bien, Miller, no me seas toca pelotas.
―¿Qué vamos a hacer con estos dos? ―le preguntó, poniéndose
delante de ella para mirarla a los ojos―. ¿De qué pretendes acusarles? ¿De
romper una papelera?
Jessica le miró de repente.
―Esos tíos no me dan buena espina.
―Ese no es motivo suficiente para detenerles.
―Para mí, sí.
―Joder, Jess. ―La tomó por el brazo, acercándose más a ella y
bajando el tono de voz―. Sabes que estás en el punto de mira del capitán.
No le des más motivos para cesarte.
Jessica liberó su brazo del agarre de su compañero.
―Han estado preguntando por todo el aeropuerto por una tal Anne
Smith y esos tipos parecen asesinos a sueldo sacados de una película de
serie B. No voy a quedarme de brazos cruzados.
Dylan suspiró y se pasó la mano por el pelo.
―De acuerdo ―accedió de mala gana―. Los llevaremos a comisaría
y les interrogaremos, pero si no encontramos nada sospechoso sobre ellos,
les dejaremos libres, ¿de acuerdo?
Jessica sonrió con ironía.
―Lo que tú digas, jefe.
Dylan suspiró y no dijo nada más. Sabía lo tozuda que era su
compañera y no había nada que se pudiera hacer cuando algo se le metía
entre ceja y ceja.

Thorne y Elion estaban dentro del calabozo.


El vikingo le lanzaba miradas malhumoradas a su hermano mientras se
paseaba de un lado al otro de la celda.
Elion suspiró, harto de su silenciosa acusación, y decidió hablar por
fin.
―Está bien, di lo que tengas que decir.
―No entiendo por qué cojones hemos tenido que dejar que nos metan
aquí dentro ―gruñó, sentándose en el suelo, con una rodilla flexionada y
uno de sus musculosos brazos apoyado en ella―. Podríamos haber reducido
a los dos agentes y haber desaparecido.
―No podíamos llamar tanto la atención, bror.
―¿Y crees que estando aquí dentro no vamos a llamarla? Ahora
mismo estarán tratando de averiguar quiénes somos y sabes de sobra que
nuestras identificaciones son falsas.
―Bueno, llegado el momento… ―Elion guardó silencio de repente.
―¿Llegado el momento? ―Su hermano le animó a continuar.
―Silencio, bror, estoy escuchando algo.
El vikingo también agudizó el oído, llegando a captar la voz de
aquella policía tan molesta y la de su compañero.
―No puede ser que no haya nada sobre estos tipos ―dijo la agente
Evans.
―Evidentemente sus identificaciones son falsas ―aseguró Dylan
Miller, mirando a su compañera.
―Te dije que no me daban buena espina ―repuso la mujer, dando
vueltas por la sala―. ¿Y qué hemos descubierto de la tal Anne Smith?
―Hemos comprobado las fechas por las que preguntaban y que nos
facilitó una de las azafatas a las que habían interrogado, y es cierto que
durante todos esos días hubo una Anne Smith volando de Los Ángeles a
Noruega.
―¿Y dónde podemos encontrarla?
―Eso también es otro misterio, ya que, de nuevo, el pasaporte que usó
era falso ―le explicó su compañero―. No sé tras lo que estamos, pero
parece algo bastante turbio, Jess.
―¡Joder, lo sabía!
―No has perdido tu olfato para detectar delincuentes, compañera ―la
felicitó Dylan.
―¿Has comprobado si las cámaras de seguridad pueden darnos una
pista sobre la identidad de la tal Anne?
―Hace más de medio año que no aparece en los registros de vuelo, así
que eso es bastante improbable, pero de todos modos, pediré que nos envíen
las grabaciones, si es que todavía las tienen.
―De acuerdo, hazlo ―le ordenó.
―Lo que sí tenemos localizado es el lugar desde donde se sacaron los
billetes ―continuó diciendo Miller―. Es desde un locutorio localizado en
la calle Poplar, del barrio de Compton.
―Una zona bastante conflictiva para alguien que viaja con tanta
asiduidad ―observó Jessica.
―Así es ―confirmó su compañero.
―Pues comenzaremos a buscar por allí ―afirmó la policía―. Con
suerte, podemos dar con alguien que sepa algo de una bailaría que se hace
llamar Anne Smith. Bien hecho, Miller.
Los guardianes se miraron entre ellos.
―Al menos, estar un ratito aquí encerrados nos ha reportado una
información muy interesante, ¿no crees, bror? ―preguntó Elion, con una
sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro.
El vikingo simplemente se limitó a gruñir.
―¿Podemos irnos ya?
El guardián escocés se puso en pie de un salto.
―Haz los honores, bror.
Thorne sonrió y levantándose del suelo, tomó la puerta de la celda con
una mano y, como si no estuviera haciendo ningún esfuerzo, la arrancó de
cuajo.
―Cuando quieras, princesa. ―Señaló hacia el hueco de la puerta con
guasa.
Ambos guardianes salieron de allí con paso decidido y cuando los
policías les vieron, sacaron sus armas.
―¡Alto! ―les ordenó Dylan― ¡Deteneos o tendremos que abrir
fuego!
―No hace falta ser tan drástico ―respondió Elion, con una sonrisa
tranquila.
―¿Cómo habéis salido del calabozo? ―les preguntó de nuevo el
agente.
―Arrancando la puerta ―respondió sin más Thorne, haciendo que
todos los presentes les miraran con desconfianza―. ¿Dónde está tu
compañera? ―le preguntó a Dylan, que seguía apuntándoles con su arma.
―No está aquí, pero podéis hablar conmigo ―respondió, dando unos
pasos más hacia ellos―. No queremos haceros daño, pero lo haremos si es
preciso.
―Creo que va siendo hora de que olvidéis que nos habéis visto alguna
vez ―les dijo Elion en voz alta―. Olvidareis que dos hombres con pintas
de moteros han estado aquí y también que habéis recibido un aviso sobre
ellos desde el aeropuerto. A partir de este momento, los nombres de Elion y
Thorne desaparecerán de vuestras mentes.
Tras aquellas palabras pasaron junto a Dylan, que aún estaba
reseteando su cerebro, como bien les había ordenado el guardián. Cogieron
sus identificaciones falsas de encima de su mesa y se marcharon de allí.
―¿Qué pasará con la hembra? ―quiso saber Thorne, una vez
estuvieron en la calle―. Ella seguirá recordándonos.
―Seguramente crean que se ha vuelto completamente loca.
―¿No sería más prudente esperar a que regrese y borrarle a ella
también la memoria?
―No tenemos tiempo, bror, he de llegar cuanto antes a mi ordenador.
―¿Para qué? ―le miró, extrañado.
―He de jaquear las cámaras de la comisaría y también su sistema para
borrar cualquier rastro de nuestra existencia y de lo que han descubierto.
Por no hablar de que tenemos que borrar la memoria de todas las personas a
las que preguntamos en el aeropuerto, además de manipular sus cámaras de
seguridad ―le explicó, acelerando el paso―. Así qué que la poli sexy nos
recuerde ahora mismo, es el menor de nuestros problemas.

Unos minutos después Jessica volvió a la comisaría con el café que


había ido a buscar a la cafetería de al lado para Dylan y para ella.
Al entrar por la puerta, se quedó sorprendida porque su compañero
hablaba animadamente con el capitán Forbes.
―Buenos días, capitán ―le saludó.
―¿Dónde se había metido, Evans? ―le preguntó este.
―He ido a por un par de cafés ―respondió, mostrándole los vasos
para llevar que traía en las manos.
―Está bien ―respondió Jack Forbes―. Quiero que vayáis a atender
un aviso por altercado doméstico.
―¿Qué? ―le preguntó sin comprender nada―. Estamos con el caso
de los hombres que tenemos en el calabozo.
―¿De qué está hablando, Evans? ―le preguntó el capitán, mirándola
como si se hubiera vuelto loca.
―De los hombres que arrestamos en el aeropuerto. Díselo tú, Miller
―le pidió a su compañero.
Este la miró con algo parecido a la compasión.
―No sé de qué estás hablando, Jess.
―¿Cómo qué no? ―Dejó los vasos de café sobre la mesa más
cercana―. ¿Pretendéis tomarme el pelo? ―Con decisión, se dirigió hacia
los calabozos.
Tanto Dylan como el capitán la siguieron.
―Los encerramos en la celda número tres y comprobamos que sus
identificaciones eran falsas ―iba diciendo la joven―. Tú mismo me lo has
dicho hace unos momentos ―le indicó a su compañero.
―Eso no ha pasado, Jess ―negó este―. Estás confundida.
―¡Y una mierda! ―exclamó, cada vez más nerviosa.
Cuando llegaron frente a la celda número tres, esta tenía la puerta
arrancada.
―¿Qué ha pasado aquí? ―Jessica se acercó a la puerta que había
tirada en medio del calabozo― ¿Dónde se han metido?
―Jess, por favor ―Dylan se acercó a ella, tratando de tomarla por los
hombros, pero la mujer se apartó de un salto.
―¿Os han amenazado? ¿Es eso? ―les preguntó, mirando a los dos
hombres aleatoriamente.
―Agente Evans, está quedando en evidencia ―intervino el capitán,
cruzándose de brazos.
―¿Cómo puede ser que no los recordéis? ―Miró a su compañero a
los ojos, buscando su apoyo―. Eran dos tíos altos y con el cabello largo, e
iban vestidos como si fueran moteros.
―Estás sufriendo un ataque de nervios ―le dijo Dylan, con una
sonrisa comprensiva―. ¿Por qué no llamas al doctor Holster? Seguramente
él pueda ayudarte.
―¿Quieres que llame a mí psiquiatra? ¿Te crees que me he vuelto
loca? ―repuso, con la decepción grabada en sus ojos.
―No estás loca ―le aseguró Dylan, tratando de que se calmara―.
Pero creo que estás sufriendo un ataque de nervios.
―¡Que te jodan, Miller! ―gritó, empujándolo con fuerza.
Se sentía completamente impotente. ¿Cómo era posible que nadie
recordara a esos hombres?
―Quiero que se tome un descanso, Evans ―intervino entonces el
capitán Forbes―. Váyase a casa.
Jessica le miró apretando los puños y tratando de contener a duras
penas su rabia.
―No puede volver a quitarme de en medio.
―Salta a la vista que sigue sin estar bien.
―¡Estoy bien! ―gritó fuera de sí―. Os demostraré que lo que digo es
verdad.
Subió las escaleras corriendo, con los dos hombres siguiéndola de
cerca.
Jessica se acercó a su ordenador y comenzó a teclear en él.
―¿Qué pretende demostrar, Evans? ―preguntó Forbes, con
escepticismo.
―Que no estoy loca ―respondió con vehemencia.
―Por favor, Jess…
―¡Déjame en paz! ―cortó a Dylan con rabia―. No sé qué te habrán
ofrecido para que hagas como si estuviera loca, pero no vais a conseguir
hacer que me lo crea. Soy perfectamente consciente de lo que ha ocurrido y
a quien hemos detenido hace un par de horas.
Dylan se la quedó mirando, hundido de hombros y sintiendo que a su
compañera se le había ido la cabeza de verdad.
―No puede ser ―murmuró la joven policía, repasando las
grabaciones de las cámaras de seguridad―. ¿Por qué no aparecen?
―Entonces alzó los ojos hacia los hombres, que seguían allí plantados
mirándola―. Las habéis manipulado, ¿verdad?
―¿El qué? ―le preguntó su compañero.
―¡Las grabaciones! ―gritó completamente desesperada―. Esos
sujetos deberían aparecer en las grabaciones y no están.
―Evans, deme su arma y su placa ―le exigió entonces el capitán.
―No puede hacer esto, señor. No estoy mintiendo.
―Sé perfectamente que cree no estar mintiendo, pero está claro que
no está en condiciones para trabajar.
El corazón de Jessica comenzó a bombear con fuerza. No podía perder
su trabajo, no era justo.
―No estoy loca.
―Claro que no, solo necesita ayuda ―respondió Forbes con calma―.
Ahora, deme su placa y su arma.
De mala gana, la agente hizo lo que le pedía.
―Demostraré que no estoy loca y que esos tipos existen. ―Tras
aquellas palabras, salió de la comisaría sintiendo que su vida había
terminado de desmoronarse por completo.
Capítulo 7
Keyla despertó cerca de las diez y media de la mañana. Le había
costado coger el sueño sabiendo que Nikolai estaba a escasos metros de
ella.
Se desperezó y volvió la cabeza a un lado, lo justo para atisbar a ver al
guardián que estaba de espaldas a ella, dormido sobre una manta en el
suelo. No llevaba camiseta y los músculos de su espalda se movían con
cada movimiento que hacía al respirar, dándole vida a sus tatuajes. El que
ocupaba su espalda parecía ser una bella joven, de cabello largo y claro.
Dos mujeres más estaban junto a ella como si fueran sus ángeles de la
guarda.
También tenía varios escritos, en un idioma que Keyla no supo
reconocer, y entre ellos se entremezclaban demonios y alguna que otra
calavera.
Fue subiendo la vista lentamente por todo el contorno de su espalda y
fue entonces cuando se dio cuenta de que la estaba mirando por encima del
hombro.
―Bu… buenos días ―le saludó, sintiendo la boca seca.
Se sentó en la cama, pasándose los dedos por entre el pelo, tratando de
peinarse.
―Estaba mirando tus tatuajes, están muy bien hechos ―se justificó,
con las mejillas sonrojadas.
Nikolai se puso en pie y se acercó a ella, sentándose al borde de la
cama, sin decir una sola palabra. Se limitó a mirarla con intensidad,
mientras subía la mano y acariciaba con delicadeza el labio inferior de la
joven.
―Estás preciosa recién levantada ―le dijo al fin, con la voz
completamente ronca y sus ojos aún fijos en la bonita boca de la joven.
―Gra… gracias ―consiguió decir, sintiendo arder la zona que el dedo
del hombre había recorrido.
―Si pudiera, ahora mismo te besaría y no te dejaría abandonar esta
cama en varios días.
La simple idea de que aquello sucediera hizo que la joven se excitase.
―Creo que eso me gustaría mucho ―comentó la doctora en un
susurro.
Nikolai cerró los ojos y apoyó su frente contra la de la mujer.
―No es tan sencillo, Keyla ―le aseguró―. No soy el hombre que te
mereces. No estoy completo, me siento roto por dentro desde hace tantos
años que no creo que pueda recomponerme jamás. Soy incapaz de hacer
feliz a nadie, pues nunca podría confiar plenamente en ti.
―¿No cofias en mí por algo que he dicho o hecho? ―quiso saber―.
¿O es simplemente por pertenecer a la familia a la que pertenezco?
―Tú no has hecho nada malo en absoluto, ni tampoco me importa
quién sea tu padre, pues te aseguro por experiencia propia que eso no define
quienes somos, pero sombras de mi pasado me persiguen y nunca lograré
escapar de ellas.
―No necesito que te esfuerces por intentar hacerme feliz o que te
precipites a hacer algo que no sientas, simplemente preciso que seas tú
mismo conmigo, Nik ―Nikolai abrió en aquel momento los ojos para
clavarlos en los de la joven―. No me alejes de ti. Déjame quererte.
Keyla estaba segura de que la besaría, lo podía leer en sus claros ojos.
E indudablemente lo hubiera hecho de no haber sido porque el teléfono del
guardián comenzó a sonar en aquel mismo instante.
Nikolai se puso en pie de golpe, tomando el móvil y contestando. Era
Abdiel y dio gracias para sus adentros de que les hubiera interrumpido,
porque había estado a punto de hacer una soberana estupidez.
―¿Qué tal, bror? ¿Todo bien? ―le preguntó el líder de los
guardianes.
Nikolai miró de reojo a la joven, que se había levantado de la cama y
se dirigía al baño.
―Todo en orden, bror ―respondió, sin ganas de dar más
explicaciones.
―Elion y Thorne han podido averiguar que la tal Anne Smith sacaba
los billetes de avión desde un locutorio situado en el barrio de Compton
―le informó Abdiel―. Ambos ya se dirigen hacia allí para investigar, pero
me gustaría que os unierais a ellos en Los Ángeles, ya os he sacado los
billetes. Vuestro vuelo sale a las dos.
―Allí estaremos ―le aseguró Nikolai, dando gracias para sus
adentros por poder dejar de estar a solas con Keyla o no sabía si su fuerza
de voluntad sería tan firme como para resistirse a la dulzura de aquella
mujer―. ¿De veras crees que podamos sacar algo de información de allí?
No conocemos el nombre real de la mujer, ni tampoco el aspecto que tiene.
―Es lo único que tenemos, así que no perdemos nada por intentarlo.
Nikolai suspiró.
―Odio que estemos tan perdidos ―reconoció, oyendo como Keyla
abría el agua de la ducha―. ¿Cómo lo lleváis vosotros por ahí?
―Ha habido varios ataques de Groms ―le informó Abdiel―. Sin
duda, están tratando de averiguar dónde nos ocultamos, pero tengo fe en el
poder de Roxanne para mantenernos ocultos.
―Tu pareja es muy poderosa, yo también creo en ella ―le aseguró el
guardián ruso.
―¿Y cómo lo lleváis la doctora y tú? ―preguntó entonces su
hermano.
―Todo en orden, ya te lo he dicho.
―No me refiero a la investigación, si no a vosotros dos ―insistió de
nuevo.
Nikolai sabía que no tenía caso mentirle acerca de lo que la doctora
despertaba en él. Abdiel le conocía demasiado bien para creerse cualquier
cuento que le contara.
―Lo nuestro no puede ser.
―¿Estás seguro?
―Completamente ―aseguró, convencido de ello.
―Thorne y Elion también la desean ―le recordó.
Aquello le molestaba pero no podía reprochárselo, pues si él no se
emparejaba con ella, no podía pretender que nadie más lo hiciera. No era
tan egoísta.
―Lo sé y me parece bien.
―¿Te parece bien? ―repitió su hermano con escepticismo.
―Sí ―dijo sin más.
―De acuerdo, tú sabrás lo que haces ―concedió finalmente
Abdiel―. Recuerda, a las dos sale vuestro vuelo a Los Ángeles.
―Allí estaremos.
―Cuidaos mucho, bror.
―Lo mismo digo. ―Tras aquello, cortaron la comunicación.
Nikolai se deshizo el moño, para acto seguido volver a hacérselo.
Se sentía nervioso y confundido respecto a sus sentimientos por
Keyla. Necesitaba poner distancia entre ellos dos o, de lo contrario,
acabaría besándola y ya no podría parar hasta hacerla completamente suya.
Le gustaba demasiado para su tranquilidad personal.
En sus casi dos mil años de vida, solo le había gustado de ese modo
una mujer y la cosa salió del todo mal, incluyendo la traición que le costó la
vida a él y a todas las personas que le importaban en aquel momento.
Desterrando aquellos pensamientos de su mente, ya que le hacían
demasiado daño, se puso una camiseta limpia.
Se había despertado muy temprano aquella mañana y había decidido
darse una ducha, pues ver a la preciosa Keyla durmiendo tan cerca de él y
no haber podido tocarla, había sido una auténtica tortura.
La joven doctora eligió aquel mismo momento para salir del cuarto de
baño. Llevaba el cabello húmedo y se había puesto un pantalón blanco que
dejaba sus finos tobillos expuestos. Calzaba unos zapatos de cordones en
tono tostado, del mismo color que su fino cinturón y completaba el look una
camisa a finas rayas azules y blancas. Se la veía elegante a la par que
sencilla y a Nikolai le entraron ganas de darle un buen mordisco.
De mala gana le dio la espalda.
―Vámonos ya.
Keyla guardó la ropa usada dentro de su bolsa, mientras pensaba en
cómo abordar el tema que no dejaba de rondar por su mente.
―Nik, me gustaría que habláramos de lo que está sucediendo entre
nosotros.
―No está sucediendo absolutamente nada entre nosotros ―dijo
cortante.
―Nik, yo…
―¡Déjalo ya, Keyla! ―repuso con brusquedad, volviéndose y
clavando sus claros ojos en ella―. Lo que ha estado a punto de ocurrir
antes de que llamara Abdiel hubiese sido un error y ambos lo sabemos.
Aquellas palabras fueron como una bofetada para la joven.
―No estoy de acuerdo con lo que acabas de decir ―le contradijo,
completamente tensa.
El guardián suspiró.
―Keyla, no soy para ti.
La doctora apretó los dientes.
―Como veo que ya has decidido por mí y parce que estás dispuesto a
creer que no sentimos nada el uno por el otro, te ruego que dejes de
marearme ―le pidió, alzando el mentón con dignidad―. No quiero que me
mires como si quisieras besarme, para después soltarme que no eres para
mí. Esto no es un juego. Por lo menos, no para mí.
Tomando con resolución su bolsa de viaje, salió del cuarto, dejando a
Nikolai sorprendido por aquel rapapolvo. Era consciente de que tenía razón
en todo lo que le había dicho, pero de todos modos, él no podía prometerle
nada.
Suspirando con resignación, tomó su propia bolsa y, echando un
último vistazo a la habitación, salió tras Keyla.
Estaba esperándole junto a la puerta de entrada y pudo percibir que su
mirada parecía triste.
―Qué pena que os marchéis tan pronto, parejita ―les dijo Frida,
acercándose a ellos junto a su esposo.
El guardián se detuvo al lado de la doctora y la tomó por lo hombros,
interpretando su papel de recién casado, pero notó como la joven se ponía
rígida ante su contacto.
―Me ha surgido un imprevisto laboral que no puedo posponer
―contestó Nikolai, con una fingida sonrisa dibujada en su rostro.
―Espero volver a veros pronto por aquí. —Se acercó al mostrador de
recepción de donde cogió unas cuantas manzanas que metió dentro de una
bolsa―. Tomad, lleváoslas. Acabo de recogerlas del árbol y son muy
dulces.
Keyla alargó la mano hacia la bolsa y acto seguido le dio un afectuoso
abrazo a la mujer.
―Muchas gracias por todo, Frida. Habéis sido muy amables con
nosotros.
―Ese es el secreto para que nuestra casa de huéspedes siga en pie
después de tantos años, hacer a las personas sentirse como en casa, ¿verdad,
Rolf?
―Ajá ―contestó escuetamente su esposo.
La joven sonrió.
―Pues os puedo asegurar que con nosotros lo habéis conseguido.
En ese momento los ojos de la mujer se elevaron por encima de sus
cabezas y sonrió ampliamente.
―Vaya, estáis debajo del muérdago.
―¿Muérdago? ―preguntó Keyla horrorizada―. Es una tradición
navideña y estamos en primavera.
―Pero en esta casa hay muérdago colgado sobre la puerta todo el año
―le explicó Frida, encantada―. Vamos, parejita, tenéis que besaros.
―Yo no creo en esas costumbres ―negó Keyla, sintiéndose cada vez
más incómoda.
―¡Muérdago! ―oyeron exclamar a Nils, que arrastró a su esposo
hasta donde estaban Keyla y Nikolai―. Vamos, esposo mío, bésame ahora
―le pidió de manera teatral.
Runar soltó una carcajada y tomando a su marido por la cintura y el
cuello, le echó hacia atrás y le plantó un impresionante beso de película
sobre los labios.
Frida aplaudió encantada y después dirigió sus ojos de nuevo hacia los
falsos recién casados.
―Ahora es vuestro turno, parejita.
―No, de verdad ―contestó Keyla, mirando de reojo al guardián.
―¿Unos recién casados que no quieren besarse? ―preguntó Nils con
escepticismo―. Un poco sospechoso, ¿no creéis? ―les preguntó al resto de
los presentes.
A Nikolai no se le escapó cuando Frida frunció el ceño y miró de reojo
a su esposo, que les miraba a Keyla y a él respectivamente, como si
estuviera decidiendo cuanto de cierto tenía la afirmación de Nils.
―Es solo que soy un poco tímida ―explicaba la joven en aquellos
momentos―. Me da pudor besarme con Nik en público.
El guardián veía claramente que cada vez parecían más desconfiados,
así que, sin ver otra salida posible, tomó a Keyla por la cintura y la besó
como llevaba meses deseando hacer.
La doctora abrió los ojos sorprendida, pero cuando la lengua del
hombre comenzó a juguetear con la suya, se dejó llevar por las placenteras
sensaciones que aquel beso le provocaba. Cerró los ojos y aferrándose al
cuello masculino, se apretó aún más a él.
Aquel beso, que había sido una mera actuación para los presentes, se
convirtió en un tórrido encuentro que ambos habían pospuesto demasiado
tiempo.
Cuando Nikolai se alejó de los carnosos labios de la joven poniendo
fin al beso, ambos se quedaron mirándose con ojos de deseo.
―¡Oh my God! ―exclamó Nils, aplaudiendo junto a Frida y Runar―.
Eso sí ha sido un beso caliente, tortolitos.
―Un beso de auténticos enamorados ―apostilló la mujer.
Keyla y Nikolai se separaron de repente. La joven con las mejillas
sonrojadas, sintiendo que con aquel beso había revelado demasiado de sus
sentimientos hacia el guardián y Nikolai, maldiciéndose, pues después de
probar aquellos labios, dudaba que tuviera la fuerza de voluntad suficiente
para no repetirlo.
Capítulo 8
Estaban volando hacia los Ángeles y pese a estar sentados juntos,
había más distancia que nunca entre ellos. Prácticamente no se atrevían a
dirigirse la mirada.
Nikolai aún podía sentir los labios de Keyla contra los suyos y aquello
le incomodaba mucho, pues tenía la extraña sensación de que el recuerdo de
ese beso le atormentaría a lo largo de su inmortal vida.
Por su lado, Keyla no podía evitar sentirse dolida por que el guardián
la rechazara de ese modo. ¿Acaso ella le había pedido que le declarara amor
eterno? Su única aspiración había sido poder explorar a dónde les llevaría
aquella atracción mutua que sentían.
Con resignación, suspiró. Estaba claro que no era muy buena eligiendo
a las personas por las que sentirse atraída. Solo había que recordar a Drew
para corroborarlo.
Había tenido varias relaciones, no era ninguna mojigata, pero lo cierto
es que no había sentido por nadie aquellas mariposas que no la
abandonaban cuando estaba cerca de Nikolai.
Se removió en el asiento y, sin pretenderlo, su muslo rozó el
masculino. Aquel simple roce hizo que un calor interno le subiera por el
estómago y que su corazón se acelerara.
Alzó la vista y se topó con los claros ojos del guardián, que parecía
haber sentido exactamente lo mismo que ella, a juzgar por el fuego que se
podía intuir en su mirada.
¿Qué ocurriría si se olvidaba de las reticencias del hombre y volvía a
besarle? Desvió la mirada sacándose aquella idea de la mente. No iba a
implorar sus atenciones, no estaba tan desesperada.
―Voy al baño ―dijo en voz alta, deseando alejarse de él.
Nikolai no pronunció una sola palabra, simplemente se limitó a
observarla mientras se alejaba.
¿Cómo podía esa mujer encenderle con tanta facilidad?
Se apretó el puente de la nariz, pues le estaba entrando un terrible
dolor de cabeza y desde su vida como mortal, no le había ocurrido nunca.
Keyla entró al baño huyendo de sus sentimientos por Nikolai, pero
antes de poder cerrar la puerta, una mano se coló por ella, deteniéndola.
―¿Qué está haciendo? ―le preguntó al hombre que la miraba de
arriba abajo con intensidad.
―¿Eres la supuesta bruja? ―le preguntó de sopetón.
Aquella pregunta hizo que Keyla se pusiera en guardia.
―No sé de qué me habla ―mintió, tratando de cerrar de nuevo la
puerta―. ¿Me permite?
―Claro que eres tú ―insistió el hombre, tomándola con fuerza del
brazo―. Eres la bruja a la que están buscando.
―Le pido que me suelte, señor ―insistió, forcejeando con él.
―No puedo hacerlo ―respondió el desconocido―. Ofrecen una
importante suma de dinero por ti, guapa.
La joven abrió los ojos desmesuradamente.
―¿Qué quiere decir?
El desconocido no pudo contestar, pues Nikolai apareció en aquel
momento. Le tomó por el cuello y le estampó contra la pared del baño. Tras
aquello cerró la puerta con el talón de su bota y clavó sus claros ojos en los
del hombre, que respiraba con dificultad.
―¿Qué coño crees que estás haciendo? ―le preguntó con rabia, sobre
todo al ver como Keyla se frotaba el brazo, que estaba enrojecido en la zona
por donde el desconocido la había retenido.
―La he visto yo primero, tío, la recompensa es mía ―respondió, con
la voz entrecortada a causa de la falta de aire.
―¿De qué mierda hablas? ―volvió a inquirir con el ceño fruncido.
―De esto ―contestó aquel tipo, alzando una de sus manos en la que
sostenía un móvil.
Nikolai le arrebató el aparato y tras ver lo que le mostraba, arrojó al
desconocido al suelo, a los pies de la doctora.
En la pantalla del móvil se podía ver una foto de Keyla, junto a un
anuncio en el que se proponía un juego. El juego consistía en que la joven
de la foto era una bruja a la que estaban buscando y ofrecían una gran suma
de dinero a quien la encontrase. Parecía planteado como una especie de
juego de rol a gran escala.
―¡Mierda! ―exclamó Nikolai, furioso.
―¿Qué está ocurriendo? ―preguntó la joven.
―Míralo tú misma ―le dijo, entregándole el móvil.
Keyla procedió a examinarlo, poniéndose pálida al momento.
―¿Qué vamos a hacer ahora? ―le preguntó al guardián.
―Tú vas a venirte conmigo ―le aseguró el desconocido, que se
estaba poniendo en pie en aquellos momentos, sin cejar en su empeño por
ganar la suculenta recompensa.
―Eso ni lo sueñes ―le contradijo Nikolai.
―¿Qué pasa, Butch? ―Se oyó decir al otro lado de la puerta del
baño―. ¿Estás bien?
―¡Es ella! ―gritó el hombre desde dentro del cuarto de baño―. Aquí
hay otro tío que quiere quedarse con la recompensa.
―Ni de coña. ―Se oyó la voz de un tercer hombre―. ¡La bruja es
nuestra!
―¡Es nuestra! ―declaró el tal Butch, volviendo a agarrar fuertemente
a Keyla.
Nikolai, harto de aquel idiota, le asestó un puñetazo en toda la cara
haciendo que se desplomase en el suelo, inconsciente.
Keyla soltó un gritito de sorpresa, apretándose contra la pared
contraria del pequeño baño del avión.
―¡Butch! ―Se oyó gritar al otro lado de la puerta―. Butch, ¿qué ha
sido ese ruido? ¡Contesta!
―Echemos la puerta abajo. ―Oyeron decir al tercer desconocido,
antes de comenzar a golpearla.
―Señores, por favor… ―Escucharon la voz alarmada de la azafata.
―¿Qué vamos a hacer? ―le preguntó Keyla a Nikolai.
―Por lo pronto, no permitir que nadie se acerque a ti.
―No puedes dejar inconscientes a todos los que pretendan ganar la
recompensa.
―¿Qué nos apostamos? ―La miró por encima del hombro, sonriendo
de medio lado.
Aquella sonrisa le pareció tan seductora, que Keyla tuvo que
recordarse la situación en la que estaban para no abalanzarse sobre él en
aquel mismo momento.
―De todos modos, creo que no sería lo más apropiado si lo que
queremos es no llamar la atención ―continuó diciendo el guardián.
―¿Y entonces? ―insistió de nuevo la doctora.
Nikolai se giró hacia ella y con una sonrisa lobuna, le respondió.
―Hagamos que el tiempo vuelva atrás, preciosa. ―Tras aquellas
palabras, la besó como llevaba deseando todo el vuelo.
Fue un beso cargado de anhelo y se había atrevido a dárselo porque
sabía que cuando el tiempo volviera atrás, nadie excepto él, recordaría que
había existido.
De repente se vieron transportados de nuevo a la terminal del
aeropuerto, un poco antes de que tuvieran que embarcar.
Nikolai miró a Keyla, que ajena a todo lo que acababa de ocurrir, se
esforzaba por no mirarle.
―Vamos. ―La tomó de la mano y la arrastró tras él hacia una de las
tiendas cercanas.
―¿Qué haces? ¿A dónde me llevas? ―le preguntó, cuando entraron
en aquella tienda de recuerdos―. Vamos a perder el vuelo.
―Acaban de tratar de secuestrarte en el avión para llevarte junto a tu
padre ―le dijo, mientras cogía un sombrero de paja bastante ridículo, con
la bandera de Noruega bordada en él.
Keyla le miró como si se hubiera vuelto loco.
―¿De qué estás hablando? Ni siquiera hemos subido al avión.
―Lo hemos hecho y he vuelto el tiempo atrás, por eso no recuerdas
nada ―le dijo, colocándole el sombrero y escondiendo su rubio cabello
debajo de él.
―¿Cómo? ―le preguntó, un tanto aturdida―. ¿Has vuelto el tiempo
atrás? ¿Cómo es posible?
―Ese es mi poder como guardián del sello.
La joven suspiró, quitándose de nuevo el sombrero, mientras trataba
de asimilar toda aquella información.
―¿Cómo sabían que era a mí a quien buscaban? ―siguió preguntando
mientras Nikolai le colocaba unas gafas de sol enormes―. ¿Eran hombres
de mi padre?
―No ―contestó, cogiendo una camiseta donde había impresa la
imagen de los fiordos y ponía «Amo Noruega»―. Tu padre ha puesto un
anuncio donde revela que eres una bruja y ofrece una importante
recompensa por entregarte a él. Es como una especie de juego, pero estoy
seguro de que mucha gente estaría dispuesta a participar.
―¿Qué? ―contestó alarmada―. ¿Mi foto anda dando vueltas por la
red a la espera de que alguien me secuestre y me lleve con mi padre?
―No podría haberlo expresado mejor ―contestó con una sonrisa
tensa, pues el sabor de los labios de Keyla aún estaba sobre los suyos.
Acercándose a la cajera, puso todos los productos sobre el mostrador.
―Nos llevamos todo esto ―le dijo, sacando la cartera.
―¿Pretendes que me ponga todas esas ridículas prendas? ―le
preguntó en un susurro.
Nikolai contuvo la risa.
―Es el único modo que encuentro para camuflarte. ―La miró de
reojo―. ¿Tienes otra idea mejor?
La joven suspiró resignada.
―La verdad es que no.
―Eso pensaba. ―Pagó a la cajera y tomó la bolsa con las prendas―.
Entra al baño y póntelo todo.
―Me harán quitarme el gorro y las gafas en el control de entrada.
―No pasa nada ―le aseguró―. El tipo te interceptó en el baño del
avión, hasta ese momento no tuvimos ningún problema.
―De acuerdo. ―Le cogió la bolsa de la mano―. Voy a parecer una
turista loca.
Nikolai no pudo evitar soltar una carcajada.
―Mientras no parezcas Keyla, la bruja que vale su peso en oro, me
sirve.
Unos minutos después la joven salió del baño ataviada con aquellas
ridículas prendas.
Nikolai tuvo que hacer serios esfuerzos para contener la risa.
―No quiero oír ni una sola palabra ―dijo Keyla, oculta tras aquellas
enormes gafas de leopardo.
El guardián ruso hizo el gesto de cerrar una cremallera invisible sobre
sus labios, con una mirada guasona en los ojos.
―Así me gusta ―repuso, de mala leche, antes de encaminarse de
nuevo hacia la cola de embarque con paso airado.
Capítulo 9
Abe estaba desesperado por encontrar a Keyla. Tanto, que incluso
había ideado aquel descabellado plan de ofrecer una recompensa para
cualquiera que la viera y la retuviera hasta que pudiera mandar a alguien a
buscarla.
Se estaban quedando sin Groms y la única que podía salvarlos cuando
aquellos molestos guardianes les herían era ella. Además, tenían en mente
conseguir que los Groms consiguieran sanarse mucho más rápido y para eso
también la necesitaban.
―Necesito que des con ella cuanto antes ―le exigió a Drew, que era
su hombre de mayor confianza.
―Estoy en ello, Abe ―le aseguró.
―No me importa lo que debas hacer para traerla. Me da igual si tienes
que poner media Irlanda patas arriba ―le exigió con vehemencia―.
Necesito a mi hija aquí cuanto antes.
―Haré todo lo que esté en mi mano ―afirmó el atractivo hombre.
―Llévate a Myra contigo y que pruebe de nuevo con un conjuro de
localización.
―Así lo haremos ―respondió antes de salir del despacho, dejándolo a
solas con Sherezade, que estaba sentada tranquilamente en un sillón.
―Necesitamos más sangre ―dijo la bruja milenaria, mientras miraba
por la ventana y tamborileaba con sus largas uñas en uno de los brazos del
mullido sillón.
―Le sacamos sangre hace demasiado poco tiempo, no podemos
arriesgarnos a matarla ―contestó Abe, pasándose las manos por su canoso
cabello.
―Tenemos que llamarla ―insistió de nuevo Sherezade, poniéndose
en pie y acercándose al anciano brujo―. Apenas nos quedan Groms por
culpa de que tu hija decidió abandonarte y unirse a los malditos guardianes.
―Keyla nos está dando demasiados quebraderos de cabeza ―se
lamentó, lleno de rabia―. Debí haberla criado a mi manera.
―No tiene caso lamentarse ahora por haberte dejado llevar hace años
por los caprichos de tu esposa, ¿no crees?
Abe se quedó mirando a la bruja con el ceño fruncido, pues no le
habían gustado demasiado sus palabras.
―Daré con ella y la obligaré a hacer lo correcto ―aseguró, alzando el
mentón.
―Pero mientras lo consigues, vuelve a llamar a nuestro banco de
sangre particular, la necesitamos ―dijo finalmente, saliendo del despacho y
dejándolo solo y furioso.

Keyla y Nikolai iban en el coche que habían alquilado cerca del


aeropuerto.
Estaban de camino hacia la dirección que Elion les había facilitado, ya
que ambos guardianes ya habían estado en el locutorio y allí les habían
proporcionado un par de direcciones de bailarinas que eran asiduas a dicho
establecimiento. Todo a cambio de una suculenta cantidad de dinero.
Keyla estaba en el asiento trasero del vehículo, quitándose el sombrero
y las gafas que formaban parte del ridículo disfraz improvisado, cuando le
preguntó al guardián:
―¿Elion y Thorne nos esperan en el lugar al que nos dirigimos?
―Ellos han ido hacia la otra dirección que les dieron ―le explicó
Nikolai sin desviar la vista de la carretera.
Se quitó la camiseta de recuerdo de Noruega y se volvió a poner su
sencilla camisa de rayas. Miró de reojo al espejo retrovisor, para asegurarse
de que el guardián no la espiara.
―Creo que estamos en un callejón sin salida ―comentó, volviendo al
asiento delantero.
―Es probable.
La doctora le miró con el ceño fruncido.
―¿No estás de humor para hablar?
Lo cierto era que no, pues no podía olvidarse del beso que le dio antes
de volver el tiempo atrás, pese a que para ella no hubiera existido jamás.
―No tengo nada interesante que decir.
Keyla volvió la mirada hacia la ventanilla.
―Eres un idiota.
Nikolai alzó una ceja.
―¿Perdón?
―Que eres un idiota por no permitirnos a ambos descubrir hacia
donde nos puede llevar lo que sentimos ―le aclaró, sin dejar de mirar al
exterior del coche de alquiler.
―Keyla…
―No quiero que digas nada. ―Entonces sí se volvió a mirarle―. Ya
me dejaste muy claras tus intenciones y de todos modos sigo pensando que
eres un idiota.
Nikolai sonrió sin poder evitarlo.
―Y es más que probable que tengas razón.
Aquella respuesta sí que la dejó sorprendida, pero cuando se dispuso a
contestar, el guardián detuvo el coche.
―Hemos llegado ―le dijo, apoyando el antebrazo en el volante antes
de girar su cuerpo hacia ella.
―¿Cómo tienes pensado que abordemos el tema? ―quiso saber
Keyla.
―¿A qué tema te refieres? ―Se puso en guardia por si volvía a la
carga con lo que sea que hubiera entre ellos dos.
―¿Qué vamos a decir cuándo subamos a interrogar a la persona que
hemos venido a buscar? ―le aclaró―. No podemos presentarnos sin más
diciendo que estamos buscando a una mujer que es un bailarina y pretender
que nos lo digan.
―¿Por qué no? ―le preguntó el guardián, extrañado. Era justo lo que
había pensado hacer.
La doctora levantó una de sus perfectas cejas rubias.
―¿Tú te has visto?
Nikolai bajó la mirada hacia su atuendo.
―¿Qué pasa?
―¿Qué nadie en su sano juicio le daría ningún tipo de información a
un hombre como tú? No sé si eres consciente, pero tienes aspecto de ser
peligroso.
El hombre sonrió de medio lado.
―Eso es porque lo soy, Keyla ―respondió con voz ronca y
seductora―. Muy peligroso, en especial para ti.
―Déjate de esa pose seductora, si después simplemente me apartas a
un lado ―contestó, sintiendo como un calor interno invadía todo su
cuerpo―. Creo que lo mejor será que suba yo a preguntar y tú me esperes
aquí abajo.
―No voy a dejarte sola.
―Si ocurriera cualquier cosa tú podrías rescatarme. Confío en ti ―le
aseguró.
―De todos modos…
―Es lo más inteligente ―le interrumpió―. Nadie podría verme a mí
como una amenaza y seguramente conseguiré más información si estoy
sola.
Nikolai la miró de arriba abajo. Claro que representaba una amenaza,
sobre todo, para su tranquilidad mental.
―No me convence este plan.
―Puedes ponerte en la puerta y con tu oído sobrenatural oirás todo lo
que ocurra arriba ―insistió la joven―. Acabo de decirte que confío en ti,
demuéstrame que tú puedes hacer lo mismo conmigo.
El guardián gruñó, golpeando con fuerza el volante. Odiaba que se
tuviera que exponer por el bien de todos.
―Al menor indicio de peligro…
―Sí, lo sé. ―Puso los ojos en blanco, mientras abría la puerta del
coche―. Te presentas y comienzas a patear culos.
Nikolai soltó una carcajada.
―No podría haberlo expresado mejor.
Ambos salieron del coche y se encontraron con la puerta del portal
abierta. Aquel era un barrio bastante marginal, por lo que no les pareció
algo extraño que la puerta estuviera rota.
Cuando Keyla se disponía a subir las escaleras, Nikolai la tomó de la
mano para detenerla.
La joven le miró de forma interrogante.
―No te arriesgues ―le pidió, mirándola con intensidad―. En cuanto
notes algo raro, quiero que te largues.
Ella asintió, tragando de manera audible. Su preocupación la
conmovía.
―Lo haré.
A regañadientes, soltó la mano de Keyla, utilizando toda su fuerza de
voluntad para dejarla ir.
La joven comenzó a subir las escaleras, volviéndose a mirarle una
última vez antes de girar y perderle de vista.
Se sentía nerviosa y su corazón latía acelerado, en parte porque estaba
asustada, pero también por todas las emociones que sentía cuando estaba
junto a aquel hombre que la volvía completamente loca.
Subió dos pisos más y se detuvo frente a la puerta que Elion les había
indicado.
Respirando profundamente, se cuadró de hombros y tocó con decisión
a la puerta.
―¿Quién coño es? ―Oyó decir a una mujer al otro lado.
―Buenas tardes, vengo buscando a una persona ―le dijo a la puerta,
aún cerrada.
En ese momento, esta se abrió de repente y ante ella apareció una
mujer de unos treinta años, con el cabello revuelto y el rímel corrido. Era
bastante delgada e iba vestida de manera muy sexy, con unos shorts
sumamente cortos y un top rojo que dejaba ver el piercing de su ombligo.
―¿Quién eres tú y a quién buscas?
―Emm ―dudó, mientras sonreía de forma forzada―. Mi nombre es
Ke… Keisi ―se corrigió en el último momento para no revelar su
verdadera identidad―. Estaba buscando a una bailarina con la que trabajé
hace algunos años, se llamaba Anne.
―No conozco a ninguna Anne ―trató de cerrar la puerta pero Keyla
se lo impidió.
―Quizá ese no fuera su nombre real, la mayoría usábamos en esa
época nombres artísticos ―improvisó―. Si hasta yo me hacía llamar Linda
―comenzó a reír.
―Yo me llamo Linda ―repuso la mujer, cruzándose de brazos.
―Oh… ―exclamó incómoda―. Y es un nombre precioso, la verdad.
―No estoy para gilipolleces, bonita ―le dijo con socarronería―.
Tengo prisa. ―Volvió a tratar de cerrar la puerta.
―Espera un momento, es importante que la encuentre ―dijo con
rapidez―. Ella tenía una enfermedad en la sangre y resulta que mi hermana
también padece algo parecido. Necesitaba encontrarla para que me dijera
donde se trató. Es una cuestión de vida o muerte. ―No le gustaba mentir
con nada que tuviera relación con enfermedades, pero era lo único que
conocía de aquella mujer a la que buscaban.
―¿Una enfermedad en la sangre? ―preguntó, frunciendo el ceño―.
¿Te estás refiriendo a Destiny?
―Entonces la conoces.
―¿Y quieres hacerme creer que tú bailabas con ella? ―Volvió a
repasar el elegante atuendo de la joven.
―Digamos que mi carrera acabó despegando ―dijo, tratando de sonar
convincente.
Al parecer lo consiguió, pues la mujer se relajó y bajó la guardia.
―Pues lo siento, bonita, pero no está aquí.
―¿Puedes decirme dónde encontrarla?
―Ha ido de nuevo a hacer su tratamiento, pero no sé dónde coño es
eso exactamente. Espera un segundo. ―Entró dentro del apartamento y
unos segundos después, salió dándole un pequeño papel en el que había
apuntado un número de teléfono―. Este es su teléfono, puedes probar a
llamarla.
―Muchas gracias, de verdad ―respondió, sonriendo emocionada.
―Espero que tu hermana consiga curarse.
Le vino a la mente la imagen de Yasmina y no pudo evitar
entristecerse.
―Has sido de mucha ayuda, Linda. Te lo agradezco de corazón.
Sin embargo, antes de que la mujer pudiera responder, varios Groms
aparecieron bajando las escaleras y corriendo hacia ellas como unos
salvajes de ojos inyectados en sangre.
―¡Escóndete, Linda! ―le gritó a la mujer, que, asustada, cerró la
puerta del apartamento.
Keyla trató de huir escaleras abajo, pero antes de que bajara dos
peldaños, Nikolai apareció, comenzando a pelear con ellos.
―Son demasiados, ¡vete! ―le exigió el guardián.
―No puedo dejarte solo ―se negó.
―¡Vete, joder! ―insistió de nuevo, mientras arrancaba uno de
aquellos fríos corazones―. No podré retenerlos demasiado tiempo.
―No pienso irme sin ti ―insistió Keyla, viendo como el guardián
arrancaba la cabeza de otro de aquellos engendros.
―¡Mierda! ―dijo entre dientes, al ver que no pensaba marcharse―.
Volveré el tiempo atrás…
―¡No! Si lo haces, perderemos el teléfono que acabamos de
conseguir. ―Sacando un frasquito de su bolso lo tiró a los pies de los
Groms, haciendo que estos se desplomasen en el suelo entre gritos de dolor.
―¿Qué has hecho? ―preguntó Nikolai asombrado.
―Es un suero que mi padre creó por si los Groms se volvían contra él,
pero es el último que me queda y no les detendrá demasiado tiempo.
―Pues vámonos. ―El hombre la tomó de la mano y bajó a toda prisa
escaleras abajo.
Cuando salieron a la calle, había comenzado a llover y las ruedas del
coche estaban pinchadas, seguramente obra de algún gamberro, que, por
desgracia, abundaban mucho en aquel barrio.
Así que siguieron corriendo bajo la lluvia y se detuvieron en un parque
cuando Nikolai estuvo seguro de que no podrían dar con ellos.
―Creo que les hemos despistado ―comentó, mirando alrededor para
asegurarse de que no había rastro de aquellos vampiros zombies.
Entonces fue cuando las risas de Keyla le hicieron volverse a mirarla.
Estaba preciosa, con su cabello rubio empapado y su gracioso flequillo
pegado a la frente.
―¿Qué es lo que te resulta tan gracioso?
―Creo que más bien es una risa nerviosa ―consiguió decir aún entre
risitas.
Nikolai sonrió.
¿Cómo podía estar tan hermosa incluso en aquella situación?
Su camisa a rayas se ajustaba a sus curvas y sus pezones se marcaban
bajo ella, prueba inequívoca de que la fría lluvia le estaba afectando. Y era
lo más normal, pues aquella tarde de primavera había refrescado. Sin
embargo, él se sentía arder. Arder de deseos por aquella mujer que le volvía
loco en todos los sentidos.
Con delicadeza acercó su mano al precioso rostro de la joven,
retirando los cabellos que cubrían su frente.
En cuanto sintió la sutil caricia del guardián, a Keyla se le cortó la risa
al instante. Se quedaron mirándose a los ojos y sin poder evitarlo, posó sus
suaves manos contra el duro pecho masculino.
Nikolai cerró los ojos, disfrutando del contacto de la mujer.
―Nik, yo…
―¡A la mierda! ―exclamó, besándola con pasión y cortando
cualquier cosa que la joven fuera a decir.
Posó sus grandes manos sobre los firmes muslos de Keyla y la alzó en
brazos, pegándola contra él. La mujer enredó sus piernas en torno a la
cintura masculina, metiendo sus dedos entre el rubio cabello del guardián,
que se había soltado de su habitual moño.
Sus lenguas jugueteaban entre ellas y ambos eran conscientes de que
les sería imposible separarse en aquellos momentos.
Pero por desgracia, Nikolai oyó a lo lejos el característico sonido de
varios hombres corriendo, por lo que intuyó que se trataría de los Groms.
Dejó a Keyla en el suelo y, tomándola de la mano, comenzó a andar.
―No estamos seguros aquí, encontremos algún sitio donde poder
ocultarnos y ponernos algo seco.
Capítulo 10
Habían alquilado una habitación de hotel y se habían dado una ducha
caliente para quitarse la sensación de humedad que se les había colado hasta
los huesos.
Como habían dejado sus bolsas con todas sus pertenencias en el coche
de alquiler, no les había quedado otra que ponerse dos de los albornoces del
hotel hasta que su ropa, la cual habían tendido en el baño, se les secase.
Nikolai carraspeó y se acercó a la ventana, tratado de huir del olor de
aquella mujer que le volvía completamente loco de deseo.
Keyla se sentó sobre la cama, sintiéndose nerviosa, pero decidida a no
permitirle que huyera de nuevo.
―Nik…
―¿Qué es lo que descubriste en casa de la tal Linda?
Keyla sabía que trataba de cambiar de tema.
―Sabes perfectamente que me dio el teléfono de una bailarina que se
hace llamar Destiny ―le dijo con calma―. Desde dónde estabas podías oír
todo lo que hablamos.
―Deberíamos llamar para tratar de averiguar si es la mujer a la que
estamos buscando.
―Aún no ―negó la doctora.
Nikolai se cruzó de brazos, con todos los músculos de su cuerpo en
tensión y negándose a mirar a Keyla, o se abalanzaría sobre ella como un
animal hambriento.
―No es que nos sobre demasiado tiempo…
―Te deseo, Nik ―le dijo sin rodeos.
El hombre respiró hondo. Estaba al límite de su resistencia, pero supo
que había perdido la batalla cuando Keyla se le acercó, abrazándole por
detrás.
―Te deseo y sé que tú me deseas del mismo modo.
El guardián se giró, mirándola a los ojos.
―Keyla… ―No pudo continuar, pues los labios de la joven se
posaron sobre los suyos.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Necesitaba dejarse llevar, ya
pensaría después en las consecuencias.
La cogió por la cintura y ella se aferró a él. Aquella necesidad de
besarse y tocarse era la que les empujaba a no separarse el uno del otro.
Nikolai deslizó las palmas de las manos por los firmes muslos de la
joven, mientras iba dejando un rastro de besos por su cuello, haciéndola
soltar un leve gemido de excitación.
Caminó hasta colocarse junto a la cama y dejar a Keyla con delicadeza
sobre ella. Estaba preciosa, mirándole con sus ojos empañados por la pasión
y sus labios entreabiertos.
Llevó una de sus manos al escote del albornoz, retirándolo para dejar
expuesto uno de aquellos preciosos y llenos pechos que la doctora poseía.
Lo acarició, rozando con su pulgar el rosado pezón, que parecía alzarse
hacia él.
Keyla soltó el aire que había estado conteniendo. Jamás en su vida
había deseado nada del modo en que deseaba a aquel hombre. Era como si
la necesidad de tocarle le impidiera pensar con claridad.
Nikolai, sin dejar de mirarla a los ojos, desanudó su propio albornoz,
dejándolo caer al suelo y exponiendo ante ella su musculosa anatomía. Su
miembro se erguía orgulloso, demostrando cuanto la deseaba él también.
La joven se mordió su labio inferior, alargando una mano para posarla
sobre el abdomen masculino. El guardián cerró los ojos, respirando hondo.
―Ven conmigo ―le pidió Keyla.
Nikolai hizo lo que le reclamaba y se tumbó junto a ella, apoyándose
sobre un codo para seguir mirándola. Con su mano libre acarició el muslo
de la joven por debajo del albornoz, estudiando cada gesto que esta hacía.
Se inclinó hacia delante, besándola de nuevo. Quería besar cada rincón
de su cuerpo.
Dirigió su mano al interior del muslo femenino, separándolos un poco
para tener mejor acceso a su sexo, antes de empezar a explorarlo con
delicadeza.
El deseo se arremolinaba dentro de Keyla como un volcán a punto de
estallar. Y ella quería que estallara. ¡Vaya si lo quería!
Dejó que su mano recorriera el torso y el abdomen masculino, hasta
posarla con delicadeza sobre su duro miembro. Lo tomó en su mano y la
movió arriba y abajo, sintiéndolo caliente.
Nikolai introdujo uno de sus dedos en el interior de la joven, notando
lo lubricada que estaba. Lista para él.
Aquellas caricias hacían arder a Keyla, que de forma inconsciente,
comenzó a mover las caderas adelante y atrás.
Nikolai giró sobre sí mismo, colocándose sobre ella. Necesitaba con
urgencia estar en su interior.
―Te necesito en este instante, Keyla ―le dijo en un susurro ronco.
―Del mismo modo en que yo te necesito a ti ―jadeó la joven,
besándole con desesperación.
Aquello fue lo único que le hizo falta al guardián para tomarla por
detrás de las rodillas, levantarle las piernas, y penetrarla de una sola
embestida. Comenzó a moverse dentro de ella, mientras Keyla gemía y
clavaba las uñas en la espalda masculina.
Ambos tenían los ojos vidriosos y no los despegaban del otro.
Nikolai apartó el pelo del cuello de la joven, para recorrerlo con su
húmeda lengua. Coló una mano entre ellos dos, para estimular su clítoris.
Keyla echó la cabeza hacia atrás, apretándola contra los almohadones,
dejando expuesta al completo su preciosa garganta. El guardián sentía los
latidos de su corazón y deseó poder beber de ella, pero no lo haría. No
podía hacerlo.
Con un gruñido desesperado aceleró más el ritmo de sus embestidas,
hasta notar como las piernas de la joven comenzaban a temblar. En aquel
momento, él también se dejó ir y el mundo comenzó a dar vueltas en torno
a ellos dos.
Un fuerte gemido emergió de la garganta de Keyla y Nikolai lo
absorbió con un ardiente beso. Lo quería todo de ella, pese a que no pudiera
tenerlo.

Estaban tumbados en la cama. Keyla apoyaba la cabeza sobre su


pecho y justo en aquel momento alzó los ojos hacia él. Aquellos precisos
ojos que aún no había decidido si eran azules o grises, y que en aquel
instante brillaban ilusionados. Una ilusión que nacía de lo que estaba
surgiendo entre ellos dos.
―Ha sido perfecto ―comentó con voz soñadora―. Mejor de lo que
esperaba.
Nikolai no pudo hacer otra cosa que quedarse mirándola, incapaz de
decir nada. Porque, ¿qué podía decirle? No iba a prometerle que la próxima
vez sería aún mejor, porque sabía que no habría próxima vez. No podía
haber nada entre ellos. Él jamás lograría confiar en una mujer y sin esa
confianza, haría sufrir a Keyla, estaba seguro.
―¿Te ocurre algo? Pareces preocupado ―le preguntó, irguiéndose
sobre un codo para estudiar mejor la expresión de su rostro.
―Lo siento mucho, Keyla ―le dijo sin más.
―¿Por qué? No te entiendo ―indagó, confundida―. ¿Sientes que
nos hayamos acostado?
Nikolai también se incorporó, besándola con ternura.
―Nunca podría arrepentirme de esto, pues era lo que más deseaba en
el mundo, poder disfrutarte ―le aseguró―. Lo que siento es que dentro de
unos instantes, vayas a olvidarlo.
La joven abrió los ojos como platos, comprendiendo lo que se
disponía a hacer.
―No, por favor ―le suplicó, con los ojos brillantes, mientras negaba
con la cabeza―. No lo hagas, Nik.
―Lo siento ―repitió de nuevo, antes de volver el tiempo atrás justo
hasta el momento en que Keyla le estaba abrazando por la espalda.
―Te deseo y sé que tú me deseas del mismo modo. ―Volvió a oír
aquella frase, que se le clavó en el corazón.
Se volvió hacia ella, pero en aquella ocasión, se alejó.
―No es nada especial, Keyla ―le aseguró―. El beso de antes solo
fue fruto de la adrenalina. No hay nada más. No busques ningún
sentimiento profundo en mí, pues no existen. Hace años que dejé de sentir.
Lo siento.
Miró por última vez su expresión de decepción antes de meterse en el
cuarto de baño y encerrarse en él. Aquella noche de pasión nunca había
existido, él había hecho que fuera así, pero de todos modos, guardaría ese
momento a buen recaudo para siempre en su mente.
Capítulo 11
Keyla no había dormido nada en toda la noche. Se sentía avergonzada
por el rechazo de Nikolai, no podía evitarlo.
Le había hecho entender en pocas palabras que la había besado porque
era ella la que había estado a mano, pero que, a causa de la adrenalina,
podría haber sido cualquier otra. Sin embargo, en el fondo, Keyla no le
creía. Sabía que lo que había entre ellos era real y dijera lo que dijera, no
podría convencerla de lo contrario.
Así que solo le quedaba la opción de tratar de alejarla de él para
protegerla, o porque él mismo estaba asustado de la magnitud de sus
propios sentimientos.
El guardián, por su parte, había dormido en el suelo sobre una manta
que había encontrado en el armario, y bien temprano, había decidido salir a
buscar una peluca para la doctora, para que no tuviera que ir todo el rato
con aquel ridículo sombrero de paja.
Las imágenes del cuerpo desnudo de Keyla le habían atormentado
toda la noche. También recordaba sus bonitos labios entreabiertos mientras
jadeaba al compás de sus embestidas.
Nada más entrar en la habitación, el característico olor a canela con
toques de limón que desprendía Keyla llegó hasta él, haciendo que
prácticamente se pusiera a salivar por las ganas que sintió de darle un buen
bocado.
―Te he traído esto ―le dijo, lanzando un paquete a la cama.
La joven, sin decir nada, tomó el paquete entre sus manos y sacó la
peluca negra que tenía un corte estilo Cleopatra.
―¿Pretendes que me ponga esto? ―le preguntó con fastidio.
―Es la peluca o el sombrero. ―Se encogió de hombros―. Tú
decides.
El teléfono de Nikolai comenzó a sonar y este respondió a la llamada.
―Dime, bror.
―¿Cómo estáis? ―Se oyó la voz de Elion al otro lado de la línea.
El guardián ruso miró de reojo a Keyla, que seguía estudiando la
peluca con expresión seria.
―Todo bien ―dijo sin más, sin ganas de dar explicaciones.
―¿Habéis descubierto algo? ―indagó―. Nosotros fuimos al otro
apartamento que nos dijo el dueño del locutorio, pero la bailarina no era
nuestra Anne. Lo que sí nos dijo es que conocía a otra bailarina que tenía
una enfermedad en la sangre y que bailaba en un club privado de striptease.
Incluso me ha facilitado la contraseña para poder acceder a él.
Nikolai alzó una ceja.
―¿Cómo has conseguido sonsacarle tanta información?
―Tengo mis trucos.
―Sí, darle un buen revolcón hasta que confiese todo. ―Se oyó decir a
Thorne de fondo.
Nikolai soltó una risotada. Era algo que podía esperarse de su hermano
Elion. «Siempre tan complaciente», pensó con sarcasmo.
Keyla alzó la vista para mirarle cuando le oyó reír. ¿Cómo podía un
hombre ser tan atractivo?
Deseando alejarse de él, se incorporó con la peluca entre las manos y
se encerró en el baño dispuesta a darse una ducha para tratar de quitarse la
tensión del cuerpo.
El guardián había seguido todos los movimientos de la doctora, pese a
que había disimulado ignorarla.
―Nosotros hemos conseguido que nos den un número de teléfono de
una bailarina que se hace llamar Destiny, pero aún no sabemos si es la
misma persona a la que buscamos.
―¿También has usado la misma táctica de persuasión que Elion?
―Oyó preguntar al vikingo, antes de soltar una sonora carcajada.
―No ha sido el caso ―respondió, sonriendo de medio lado―. Keyla
fue la que consiguió el teléfono haciéndose pasar por una antigua
compañera de baile de la tal Anne. La pena es que los Groms nos atacaron y
no pudimos sonsacarle nada más.
―¿Keyla está bien? ―preguntó Elion, con tono de preocupación.
―Está perfectamente. ―«Por lo menos físicamente», pensó. Su
orgullo y sus sentimientos ya eran otra cosa―. Tenía un frasco con un suero
que hizo que los Groms se cayeran al suelo y se retorcieran de dolor.
―¿Y por qué no lo hemos usado antes? ―inquirió Thorne.
―Era el único frasco que le quedaba.
―¡Joder! ―maldijo el vikingo―. Todo son buenas noticias.
―Hemos pensado que esta noche es la apropiada para descubrir si la
bailarina del club privado de striptease es nuestra mujer ―continuó
diciendo Elion―. Podíamos quedar para ultimar los detalles.
―Me parece buena idea ―convino Nikolai―. Además, Keyla y yo
deberíamos comprarnos algo de ropa, ya que perdimos nuestras bolsas de
viaje.
―De acuerdo, pues te envío la ubicación y nos vemos allí.
Colgaron el teléfono y Nikolai se acercó a la puerta del baño para
llamar suavemente.
―Hemos quedado con Elion y Thorne ―le informó―. Tienen una
pista que queremos seguir, pero antes les he dicho que necesitamos
comprarnos algo de ropa. ¿Te parece bien?
―Sí ―respondió de manera escueta.
―¿Vas a tardar mucho?
La puerta del baño se abrió de repente.
Iba con la misma ropa del día anterior y con su nueva peluca, que le
daba un aire bastante interesante.
―Tan solo me he dado una ducha rápida, ya estoy lista ―contestó,
mirándole directamente a los ojos con una expresión de desafío.
Estaba esperando que él dijera algo sobre lo que había pasado la noche
anterior. ¿Pero qué iba a decirle? ¿Qué se había dejado llevar por sus
instintos y la había hecho suya para después arrepentirse y volver el tiempo
atrás, haciéndola creer que no le afectaba del modo especial en que en
realidad lo hacía?
―Perfecto ―fue lo único que dijo al fin.
―Sí, totalmente perfecto ―repuso de mal humor, saliendo de la
habitación y dando un portazo tras ella.

Cuando el taxi les dejo en el lugar en que Thorne y Elion debían


esperarles, se llevaron la sorpresa de que no había rastro del vikingo, pues
era Draven quien acompañaba al highlander.
―¿Qué haces tú aquí, bror? ―Nikolai le tomó por el brazo, haciendo
un saludo antiguo típico de los celtas, como era el cazador.
―Abdiel me envió para apoyaros, ya que Varcan y Max regresaron a
Irlanda.
―¿Y dónde está Thorne?
―Ha ido a montar vigilancia en el club de striptease para asegurarse
de que no es una trampa ―le explicó Elion―. Además, sabes que ir de
compras no es para él ―rio divertido.
―Preferiría que lo torturasen a ir de compras con una mujer
―puntualizó Draven con guasa, volviendo la vista hacia Keyla―. No te
ofendas.
―¿Y ese cambio de look? ―le preguntó Elion, acercándose a ella con
una sonrisa seductora.
La doctora se tocó la melena negra y lisa.
―Es una peluca para que no puedan reconocerme.
―Abdiel nos informó de que habían puesto un anuncio donde se
ofrecía una recompensa por encontrarte.
―Así es ―asintió la joven.
―De todos modos, sigues igual de preciosa que siempre. Da lo mismo
que seas morena o rubia ―la halagó, acariciando suavemente el cabello
artificial.
Keyla bajó la vista, con las mejillas sonrojadas.
―Muchas gracias. ―Siempre se sentía cómoda y relajada con aquel
guardián, que se había convertido en un buen amigo para ella.
Nikolai desvió la vista, pues verles tan cerca, compartiendo aquellas
miradas, le hacía hervir por dentro.
―¿Todo bien, bror? ―le preguntó Draven de forma irónica.
―¿Por qué no iba a estar bien? ―respondió, con una ceja alzada.
―¿Quizá porque Elion te está levantando a tu hembra? ―sonrió de
medio lado.
―Yo no tengo ninguna hembra, nunca en mi vida la he tenido ―negó,
clavando sus ojos grises claros en los de su hermano.
―¿Estás seguro?
―Completamente.
El cazador se encogió de hombros, divertido.
―Si tú lo dices.

Fueron a un centro comercial que había cerca, donde Keyla se


compró un sobrio traje de chaqueta azul marino, con una camisa blanca y
unos sencillos zapatos negros de tacón.
―Pareces una ejecutiva ―bromeó Elion.
―¿Y qué tal una cazatalentos? ―preguntó la joven, con una sonrisa
satisfecha.
―¿Cazatalentos? ―le preguntó Nikolai, sin comprender a donde
pretendía llegar.
Keyla se giró a mirarle y de sus preciosos ojos se borró toda la calidez
que tenían cuando había mirado a Elion.
―Sería extraño que una mujer decidiera ir a un club de striptease
rodeada de tres moteros gigantes ―comenzó a decirle―. Además, es
mucho más probable que las bailarinas nos cuenten cosas si piensan que
pueden conseguir un contrato en alguna importante compañía de baile.
Nikolai asintió, sorprendido de lo inteligente y perspicaz que era
aquella mujer.
Abrió la boca para decírselo, pero Elion se le adelantó.
―¿Sabes que eres la mujer más inteligente que conozco, Key?
La joven se volvió hacia él con una sonrisa radiante.
―Muchas gracias, pero no es cierto. ―Soltó una risita cantarina―.
Simplemente trato de adaptarme a las circunstancias.
―Y lo haces muy bien ―le aseguró, pasando su brazo por los
hombros de la mujer y saliendo con ella a la calle.
Nikolai apretó los dientes, desando arrancarle el brazo a su hermano.
―Qué bonita pareja hacen, ¿no crees? ―insistió de nuevo Draven.
―Como digas una sola palabra más, juro que te arrancaré la lengua
―le dijo entre dientes.
El cazador soltó una sonora carcajada y le palomeó la espalda.
―Ya veo que no te interesa para nada la preciosa doctora. —Nikolai le
fulminó con la mirada―. Está bien, ya paro ―respondió el celta, alzando
las manos en el aire y conteniendo la risa.
Sin embargo, en cuanto salieron a la calle, se encontraron con su
hermano Elion tirado en el suelo y con Keyla gritando, mientras dos Groms
la arrastraban tras ellos.
―¡Bror! ―gritó Draven, abalanzándose a proteger a su hermano de
los vampiros zombies que trataban de morderle.
Nikolai clavó sus ojos en Keyla, sin poder ver nada más allá de
aquella mujer.
―¡No! ―gritó con rabia, tratando de llegar hasta ella.
―¡Nik! ―chilló la joven, mirándole asustada, justo antes de que la
metieran dentro de un todoterreno con los cristales tintados.
Pero no pudo acercarse más a ella, pues la bruja que acompañaba a los
Groms lanzó un frasco de cristal al suelo haciendo que desprendiera un
humo que hizo caer al guardián ruso de rodillas, entre terrible dolores.
―Lo siento, corazón, pero no tengo tiempo para divertirme contigo
―le dijo la bruja con una sonrisa descarada antes de subir la mirada hacia
Draven y lanzarle un beso.
―¡Juro que tarde o temprano te atraparé, zorra! ―le gritó el cazador,
sin dejar de pelear con los Groms que se tiraban sobre él.
―Me encantará que lo intentes ―repuso Myra, antes de entrar al
coche donde habían metido a Keyla.
Nikolai trató de incorporarse, pero le fue imposible, por lo que ante su
desesperación, vio como el coche se alejaba con la mujer que tenía metida
dentro de su corazón, por mucho que se empeñara en negárselo.

Draven estaba ayudando a incorporarse a Elion, que aún se retorcía de


dolor.
Por suerte, el club que Thorne estaba vigilando se encontraba en la
calle colindante de donde ellos se encontraban, por lo que les había oído y
había acudido en su ayuda. Entre el vikingo y Draven habían conseguido
deshacerse de todos los Groms que trataban de matarles, pese a haber
llamado demasiado la atención.
―¿Cómo coño habéis permitido que se la lleven? ―bramó Thorne,
fuera de sí.
―No tenemos tiempo para hablar de eso aquí en medio de la calle,
¿no crees? ―respondió Draven, mirando a las personas que se
arremolinaban a su alrededor y miraban los cadáveres de los Groms con
pánico.
El gigante vikingo bramó y acercándose a Nikolai, se lo colocó sobre
el hombro.
―¿Qué mierda hacemos con estos dos? ―le preguntó al cazador.
―Tenemos que contactar con Mauronte, él nos ayudó la vez que Myra
nos lanzó este hechizo a Varcan y a mí ―le respondió, acercándose a su
coche y metiendo a Elion en él.
Debían marcharse antes de que la policía llegase. Ya habían llamado
demasiado la atención.
―Olvidaos de nosotros e id a rescatar a Keyla ―les pidió Nikolai
cuando el vikingo lo tiró dentro del asiento trasero junto a Elion.
―Primero deberíamos saber dónde se la han llevado, ¿no crees?
―apuntó el cazador, sentándose tras el volante y arrancando a toda
velocidad―. Llamaré a Abdiel para ver si Roxie puede ayudarnos.
Thorne se volvió hacia sus doloridos hermanos.
―Os juro que si a la hembra le pasa algo, os descuartizaré miembro a
miembro ―les prometió.
―Te doy mi palabra de que si le pasa algo, seré yo mismo el que te
pida que lo hagas ―contestó Nikolai, dejándole sin palabras.
Capítulo 12
Uno de los Groms tomó a Keyla por el brazo, sacándola con
brusquedad de dentro del todoterreno.
―Llévala al sótano ―le ordenó la preciosa bruja que los acompañaba.
―¿Dónde está mi padre? ―preguntó mientras forcejeaba con aquel
vampiro zombie―. Quiero verle.
La mujer se acercó a ella sonriendo con suficiencia y la tomó
fuertemente del rostro, clavándole las uñas en las mejillas.
―¿Te crees en posición de exigir algo, bonita? ―le preguntó, con sus
oscuros ojos fijos en ella.
Keyla sacudió la cabeza, liberándose del agarre de la mujer, que dejó
sus uñas marcadas en su piel.
―Quiero ver a mi padre ―repitió de nuevo, alzando el mentón con
valentía.
Myra amplió aún más su sonrisa y, sin previo aviso, le asestó un
bofetón.
―Y yo quiero que mantengas la boca cerrada ―susurró a escasos
centímetros de su rostro, antes de sacar la lengua y lamer su mejilla
golpeada.
Keyla se retiró y la miró con asco.
―Bajadla de una vez al calabozo ―ordenó de nuevo a los Groms,
dándole la espalda.
Keyla se vio arrastrada por unas viejas escaleras de madera que
crujían a cada paso que daban. Al llegar al oscuro y sucio sótano la arrojó al
suelo con fuerza.
La joven trató de escaparse, pero uno de aquellos engendros la tomó
por el pie, arrastrándola hacia unas cadenas que había ancladas al suelo.
Keyla le soltó una patada, pero el Grom parecía no notar ningún tipo
de dolor.
Poniéndose sobre ella, la inmovilizó.
―¡Suéltame! ―le exigió, pataleando para tratar de liberarse.
Sin embargo, aquel vampiro zombie era sumamente fuerte, por lo que
le puso el grillete en torno al cuello sin ninguna dificultad.
Una vez estuvo engrilletada, se puso en pie y se marchó, dejándola
sola y asustada.
Se sentó sobre aquel polvoriento suelo, sintiendo el peso de la gruesa
cadena en su garganta.
Miró en derredor, pero en aquel sótano no había ni una mísera
ventana. Estaba atrapada y no creía que nadie pudiera liberarla.
Sollozó y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
¿Cómo podía su padre hacerle algo así?
Sintió un tremendo vacío en su interior, pues sabía que, para él, ella no
era más que una herramienta que necesitaba usar para sus oscuros
propósitos, como en su día lo había sido Yasmina.
El apuesto rostro de Nikolai acudió a su mente y anheló poder
refugiarse entre sus brazos.
―Nik ―susurró para sí misma.
Estaba enamorada de él.
Durante aquellos meses de convivencia había podido conocerle mejor
y aquella atracción que había sentido por él cuando lo vio por primera vez
se había convertido en algo más profundo. Un sentimiento que no había
experimentado jamás.
Se hizo un ovillo en el suelo y dio rienda suelta a todas las lágrimas
que ya no pudo contener por más tiempo.

En aquellos momentos, Nikolai y Elion ya estaban del todo


recuperados del hechizo que Myra les había lanzado, gracias a que
Mauronte les había mandado a ver a una demonio que vivía en Los Ángeles
y absorbía magia negra.
―Necesitamos encontrarla, bror ―le decía Elion a Abdiel, que estaba
al teléfono.
―¿Así que estaba escoltada por cuatro de vosotros e igualmente se la
han llevado en vuestras narices? ―Oyeron reponer a Varcan con ironía al
otro lado de la línea telefónica.
―¡No nos jodas, Varcan! ―repuso Nikolai entre dientes.
―Yo no estaba con ellos ―puntualizó Thorne.
―Lo importante ahora es dar con ella ―intervino Abdiel.
―¿Crees que Roxie sea capaz de hacer un hechizo de rastreo? ―le
preguntó Draven, con calma.
―Seguramente la tengan oculta con algún conjuro de protección, pero
puedo intentarlo ―dijo la bonita bruja renacida.
―Si das con ella, no tendré vida suficiente para agradecértelo
―respondió el guardián ruso, con más angustia en la voz de la que le
hubiera gustado demostrar.
Roxie se volvió a mirar a su pareja de vida, que asintió con una
sonrisa, demostrándole que confiaba en ella.
―Venga, culo sexy ―añadió Varcan―. Demuestra que eres la bruja
más poderosa de todos los tiempos.
―Sé que puedes hacerlo, fea ―la alentó Max, con plena seguridad de
que sería capaz de hacerlo.
―Dejad que la polluela se concentre, jovencitos ―les amonestó
Talisa, sentándose en un sillón cercano, donde el gato negro se apresuró a
subirse a su regazo.
Roxie cerró los ojos y centró su mente en Keyla. Necesitaba percibir
su energía para poder localizarla.
Finalmente lo consiguió, pero la energía de la doctora le llegaba
demasiado débil, pues estaba enturbiada por un poderoso hechizo de
protección.
―He conseguido localizarla, pero el hechizo con el que la tienen
oculta no me deja ver donde está exactamente ―comentó frustrada,
abriendo los ojos y dando una suave patada al suelo.
Abdiel se acercó a ella y la tomó por los hombros.
―Has hecho lo que has podido, Roxanne ―trató de consolarla,
mientras besaba suavemente sus carnosos labios.
―O quizá no ―repuso la anciana, mientras acariciaba el suave pelaje
de Oráculo.
―¿Qué quieres decir? ―le preguntó Roxie, mirándola con el ceño
fruncido.
―Eso, ¿qué quieres decir, vieja entrometida? ―añadió Varcan,
cogiendo a Max desde atrás por la cintura y pegándola a su cuerpo.
La pelirroja, echando una mano atrás por encima de su cabeza, le soltó
una colleja.
―No le hables así a Talisa, chulito.
―¿Así cómo? ―preguntó, frotándose la zona donde le había
golpeado―. Ella sabe que es una expresión cariñosa. ―Miró a Talisa, que
sonreía divertida.
―Podéis dejaros de gilipolleces para que nos centremos en encontrar
a Keyla ―exclamó Nikolai al otro lado del teléfono.
―Nikolai tiene razón ―corroboró Abdiel, lanzándole una mirada
asesina a Varcan para que dejara de hablar―. ¿A qué te referías con que
quizá Roxanne no haya hecho todo lo posible?
―Me refiero a que ella no solo es una bruja, guapetón ―se explicó la
anciana―. Ella es mucho más que eso. Aún tiene sus visiones y
premoniciones, y creo que puede conseguir contactar con Keyla a través de
ellas.
Abdiel negó con la cabeza.
―Las visiones de Roxanne no funcionan así, ella…
―Voy a intentarlo ―le cortó Roxie, arrodillándose frente a Talisa―.
Pero puede que necesite tu ayuda.
La anciana dejó al gato en el suelo y palpando, pues hacía años que se
había quedado ciega, consiguió tomar las manos de la joven entre las suyas.
―No me necesitas, guapita, lo único que te hace falta es confiar en ti
―Sonrió, haciendo que su cara se arrugase aún más― del mismo modo en
que lo hago yo.
Roxie sonrió emocionada y depositó un beso cariñoso sobre la mejilla
de aquella mujer a la que tanto aprecio le había cogido.
―Lo intentaré.
―Lo harás ―la corrigió Talisa.
Roxie soltó una leve risita.
―De acuerdo, lo haré ―aseguró, respirando hondo y cerrando los
ojos.
Puso la mente en blanco y se concentró simplemente en lo que
pretendía buscar.
«Keyla», repetía en su mente una y otra vez.
«¿Dónde estás?», se preguntó para sus adentros.
Sentía que le pesaban los brazos y las piernas. Su consciencia se
hundía en un oscuro pozo y por su mente solo pasaba el pensamiento de
encontrar a Keyla antes de que le hicieran algo malo.
Y de pronto la vio.
Estaba atada por el cuello con un grillete, donde su pesada y oxidada
cadena se fijaba al suelo.
Se acercó a ella y pudo oír como lloraba con desesperación. Debía
sentirse muy asustada.
Con mucha dificultad la dejó atrás, pues le hubiera gustado poder
consolarla y decirle que irían a rescatarla, pero sabía que no podía oírla ni
verla. Subió las escaleras hasta llegar a la planta principal de una vieja casa.
Pudo oír el mar de fondo y el olor a salitre le indicó que estaban cerca de la
playa.
Caminó unos pasos con cautela, pues aquella casa estaba plagada de
Groms y pese a que sabía que realmente ella no estaba allí, solo su espíritu,
sintió cierto desasosiego.
Cuando salió al exterior, pudo comprobar que aquella casa estaba
completamente sola. No se veía ninguna otra casa cerca y como había
supuesto, se encontraba situada en una apartada playa de arena blanca.
Se quedó mirando en derredor, en busca de algo que pudiera ser
característico para que le diera una pista de donde se encontraban. Y lo
halló, dio con una solitaria y destartalada caseta de vigilancia, por lo que se
acercó a ella para ver el número de identificación y lo memorizó.
Después decidió que ya era hora de despertar.
Cuando volvió en sí, estaba acostada en su mullida cama y Abdiel la
miraba con preocupación.
―Ya estás de vuelta ―susurró, acercándose y besándola con todo el
amor que sentía por ella―. Sigo sin acostumbrarme a estos trances en los
que pareces muerta.
Roxie sonrió débilmente, pues después de aquellos viajes astrales
siempre se sentía cansada.
―¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
―Cinco horas ―le dijo su esposo, retirándole el cabello oscuro del
rostro y mirándola con adoración.
―Siento haberte preocupado.
Abdiel volvió a besarla.
―Lo importante es que ya estás de vuelta.
―He visto a Keyla ―le explicó, sentándose en la cama.
―¿Está bien?
―Asustada ―reconoció con pesar―. Aunque no es para menos, pues
la tienen atada por el cuello, como si fuera un animal.
―¿Sabes dónde podemos encontrarla?
―La única pista que tengo es el número de identificación de una
caseta de vigilancia antigua.
―¿Caseta de vigilancia? ―le preguntó con el ceño fruncido―. ¿Están
en la playa?
―Si, en una cala apartada.
―De acuerdo. ―Se puso en pie y tomó su móvil, marcando un
número―. Seguro que Elion puede dar con esa casa aunque solo sea por
esa caseta.
―Puedo ayudarle haciéndole una descripción de lo que he visto.
―Buena idea ―asintió, a la vez que oía la voz de su hermano al otro
lado de la línea―. Elion, tenemos una pista, veamos qué puedes hacer con
ella.

Keyla oyó que la puerta del sótano se abría y como unos tacones
repiqueteaban en las viejas escaleras.
―Hola, bonita ―la saludó Myra, apareciendo ante ella con su sensual
figura enfundada en un sexy vestido negro.
Era preciosa, sin ninguna duda, con su largo y rubio cabello rizado
cayéndole por la espalda, y sus oscuros y fríos ojos clavados en Keyla.
―¿Me echabas de menos? ―le preguntó, plantándose delante de ella
con las manos en las caderas y una sonrisa de suficiencia.
―¡Muérete! ―le soltó con rabia, aún sentada en el suelo.
Myra soltó una carcajada, tomó la cadena y la obligó a ponerse en pie.
―Lo siento mucho, bonita, pero vendí mi alma hace siglos por ser
inmortal. ―Arrugó la nariz con gracia―. Justo morirme es una de las cosas
que no puedo hacer. ¿Draven no te ha hablado de mí?
―¿Qué tiene que ver Draven contigo?
―¿No lo sabes? ―Hizo un fingido puchero―. Qué tierno, aún le
duele hablar de mí.
Tiró fuertemente de la cadena, haciendo que Keyla se acercase más a
ella.
―Draven estaba locamente enamorado de mí en nuestra vida como
mortales, pero por desgracia, él murió y no sé cómo fue exactamente, pero
volvió y ya no era el hombre de siempre. Era inmortal y yo no podía
soportar pensar que iba a envejecer mientras él siempre estaría igual de
joven y sano, y le odié por ello. Por hacerme sentir que ya no valía nada y
que él era mucho mejor que yo.
―Draven no tuvo la culpa de morir, ni de que le convirtieran en un
guardián ―le defendió la doctora.
―¡Tenía que haber permanecido muerto! ―gritó, perdiendo los
estribos―. Él murió y yo lloré su muerte. Me rompió el corazón para luego
volver convertido en un hombre al que no podía tener. No lo podía tener
porque yo me marchitaría hasta morir. Así que busqué a los Berrycloth,
tratando de encontrar una cura para mi mortalidad, pero por desgracia, me
pidieron un precio muy alto a cambio de ella.
Keyla alzó el mentón.
―Parece ser que de todos modos aceptaste.
Myra sonrió de nuevo.
―Acepté y volvería a hacerlo de nuevo ―le aseguró―. El amor está
muy sobrevalorado, la verdad.
―¿Qué diste a cambio de la inmortalidad?
Los ojos oscuros de la bruja se clavaron en los suyos.
―Le entregué a él ―confesó, sin un ápice de arrepentimiento en la
voz―. Le entregué para que le torturaran. Aún puedo recordar su mirada en
el momento que se dio cuenta de mi traición.
―Eres una puta sin sentimientos ―le dijo entre dientes, dolida por el
daño que le había causado a Draven.
La sonrisa de Myra se borró de su rostro.
―Vas a comprobar lo puta que puedo llegar a ser, bonita. ―Tras
aquellas palabras, le soltó un revés que la arrojó al suelo.
Acto seguido la pateó en el estómago, haciendo que Keyla expulsara
de golpe todo el aire de sus pulmones.
―Creo que vamos a divertirnos mucho tú y yo.
Acercándose a ella con paso decidido, le clavó el tacón en la mano que
tenía apoyada en el viejo suelo del sótano, haciéndola soltar un alarido de
dolor.
―Cómo me pone cuando gritáis de este modo ―murmuró, mientras
se pasaba la lengua por los labios con sensualidad, justo en el momento en
que le soltaba otra patada en el rostro.
Keyla cayó de espaldas, sintiéndose un tanto aturdida a causa del
golpe.
―Veo que te estás divirtiendo sin mí, preciosa. ―Oyó la voz de Drew,
pero fue incapaz de enfocarle.
―¿Quieres unirte a la fiesta, cariño? ―preguntó la bruja, acercándose
a él y besándole con pasión.
―Creo que ya ha tenido suficiente, sabes que no podemos matarla,
cariño ―le recordó Drew, agarrando uno de los llenos pechos de la bruja.
―Lo sé ―asintió con aburrimiento―. Pero eso no impide que pueda
divirtirme un rato más. ―Alargó su mano señalando a la joven doctora y
susurró un hechizo, haciendo que Keyla se retorciera de dolor.
―Eres tan sádica ―le dijo Drew contra su oído―. Es una de las cosas
que más me gustan de ti ―reconoció, antes de volver a besarla.
―¿Qué quiere mi padre de mí? ―consiguió decir Keyla, cuando la
corriente eléctrica que sacudía su cuerpo remitió.
―¿Tú qué crees, preciosa? ―le preguntó el hombre del que había
creído estar enamorada en el pasado―. Usarte para ayudarnos con la causa.
―No pienso ayudarle en nada ―negó, mirándole con asco.
―¿Estás segura? ―le preguntó Myra, antes de volver a hacerla
retorcerse de dolor.
Continuaron torturándola durante un par de horas más, mientras ellos
hacían el amor delante de ella, excitados al ver su sufrimiento.
Hubo un momento en que Keyla creyó que había muerto, pero por
suerte, solo había perdido el conocimiento.
Cuando abrió los ojos de nuevo estaba sola, pero fue incapaz de
moverse, pues le dolían todos y cada uno de los músculos de su cuerpo.
Capítulo 13
Cuando llegaron a la apartada casa de la playa que Roxie les había
indicado, ya era bien entrada la madrugada.
Todo parecía tranquilo y en silencio, pero dentro de Nikolai hervía una
rabia creciente, que hacía que sus manos hormigueasen a causa de los
deseos que tenía de matar a todo aquel que se hubiera atrevido a tocar a
Keyla.
―No podemos estar seguros de que no haya suero del que nos deja sin
poderes en el ambiente, por lo que he traído las máscaras de gas. ―Elion
fue pasando una a una las máscaras a sus hermanos, que procedieron a
ponérselas.
―La prioridad es rescatar a Keyla, así que no quiero que hagáis
ninguna temeridad ―les advirtió Nikolai―. Lo importante es sacarla de
aquí sana y salva, todo lo demás pasa a un segundo plano.
―Para eso estoy aquí ―enfatizó Thorne, empuñando una de sus
largas dagas, con las que tanto le gustaba pelear―, para que no la caguéis.
―Golpeó el hombro del guardián ruso e inició la marcha hacia la casa con
paso firme.
―Creo que podemos irnos olvidando de una entrada discreta
―comentó Draven, con una sonrisa de medio lado.
―¡Joder! ―maldijo Nikolai, apresurándose a seguir al vikingo, que
podía ser de todo, menos discreto y silencioso.
Como todos habían sospechado, Thorne tiró la puerta abajo de una
patada, haciendo que los Groms que había en su interior se precipitaran
sobre él. De todos modos, el vikingo se los quitó de encima sin mucha
dificultad.
―Id a por la doctora, yo me encargo de estos putos vampiros zombies
―bramó Thorne, girando sobre sí mismo y cortando la cabeza a uno de
aquellos engendros.
―Yo buscaré a Myra ―siseó Draven entre dientes, deshaciéndose de
otro Grom más que trataba de cortarle el paso.
Nikolai y Elion no esperaron más y se dirigieron a la puerta que daba
al sótano, como les había indicado Roxie, sorteando a aquellos zombies que
trataban de impedírselo.
El guardián ruso abrió la puerta de un puntapié, pues la tenían cerrada
con llave, y bajó las escales a toda prisa, pero se quedó paralizado cuando la
vio colgando del techo por las muñecas, que le sangraban a causa de la
presión que los grilletes ejercían en su suave piel.
Se quitó la máscara antigás y la arrojó al suelo, sintiendo que le
costaba respirar a causa de la ansiedad que le había provocado ver el cuerpo
golpeado de Keyla.
Cuando salió de su aturdimiento y se dispuso a reaccionar, Elion se le
adelantó, tomando a la doctora por la cintura y rompiendo las cadenas que
la retenían.
―Por los Dioses, Key, ¿qué te han hecho? ―preguntó para sí mismo,
mientras también rompía el grillete que tenía alrededor del cuello y que le
había dejado un impresionante moretón.
―¿Está… viva? ―consiguió preguntar Nikolai, sin poder moverse ni
apartar sus ojos del pálido rostro de la joven.
Elion asintió, con la angustia reflejada en sus ojos.
―Solo está inconsciente.
―¿Nik? ―susurró, luchando por apartarse de Elion, asustada.
―Tranquila, Key, no te haré daño, soy yo ―le dijo el guardián
escocés, tomándola con firmeza por los hombros para que no se hiciera
daño y se levantó la máscara para mostrarle su apuesto rostro.
―¿Elion? ―preguntó, centrando la vista en él.
―El mismo, preciosa ―respondió, dedicándole una sonrisa.
Entonces la joven desvió la mirada hacia un lado, fijando sus
preciosos ojos azul grisáceo en Nikolai. Nada más verle, no puedo evitar
romperse por completo. Comenzó a jadear, mientras lágrimas
descontroladas corrían por sus mejillas.
Creyó que no volvería a verle nunca más.
―Nik ―repitió de nuevo su nombre, entre sollozos.
El guardián se limitó a mirarla y a parpadear varias veces, incapaz de
saber cómo comportarse en una situación como aquella.
―Nikolai, acércate ―le pidió su hermano, señalando con la cabeza a
la doctora.
Como un autómata caminó hacia ella, se arrodilló en el suelo y
acarició con suavidad el dorado cabello de Keyla.
Tenía el rostro golpeado y su labio inferior estaba partido. Además,
parecía dolerle a cada movimiento que trataba de hacer.
―Ojalá pudiera absorber tu dolor del mismo modo en que lo hiciste tú
conmigo en tantas ocasiones ―le dijo, refiriéndose a cuando la difunta
hermana de la joven, Yasmina, le tuvo retenido y le torturó durante varios
días.
Elion la ayudó a acercarse más a Nikolai, que abrió los brazos
acurrucándola contra su regazo.
Keyla no dijo nada, simplemente se limitó a llorar contra su pecho,
mientras el guardián sentía que se le partía el corazón con cada lágrima
derramada por la joven.
―Llevémosla a casa ―sugirió Elion poniéndose en pie y
sacudiéndose de los pantalones el polvo que se había impregnado en ellos.
―¿Todo bien por ahí abajo? ―les interrumpió Thorne, asomando la
cabeza por la puerta del sótano.
―Todo lo bien que cabía esperar ―respondió Elion, mirando de reojo
a la pareja que permanecía abrazada―. ¿Te has desecho de todos los
Groms?
―La duda ofende, bror ―repuso el vikingo, guardando su daga en la
parte de atrás de la cinturilla del pantalón.
―Entonces, vámonos de aquí cuanto antes ―dijo Nikolai, tomando a
Keyla en brazos y poniéndose en pie.
Subieron a la planta principal de aquella casa justo en el momento en
que Draven bajaba del piso superior.
―¿Qué hay de Myra? ―preguntó Elion―. ¿Ha habido suerte?
El cazador negó, malhumorado.
―Esa zorra se ha esfumado ―contestó lleno de rabia―. Es una
víbora realmente escurridiza.
―Drew ―murmuró Keyla, con la cara oculta en el cuello del
guardián ruso.
―¿Cómo dices? ―le preguntó Nikolai, agudizando el oído.
La joven alzó la cabeza con dificultad, pues sentía todo su cuerpo
dolorido, y le miró a los ojos.
―Drew, el hombre de confianza de mi padre, estaba aquí con ella
―aclaró.
―¿Fue quien te hizo daño? ―quiso saber Nikolai.
―Si lo que preguntas es si me golpeó con sus propias manos, la
respuesta es no, pero disfrutó de cada golpe y hechizo que esa mujer lanzó
contra mí.
El guardián asintió apretando los dientes. Deseaba matarlos en aquel
mismo momento y no de forma rápida, sentía deseos de torturarlos
lentamente hasta que sus desgraciadas vidas llegasen a su fin.
―Daremos con ellos, pero ahora vayámonos de esta pocilga.

Volaban en el jet privado y el ambiente era bastante sombrío y


silencioso.
Keyla permanecía en silencio, con los pies sobre el asiento, las piernas
pegadas contra su pecho y la cabeza apoyada en sus rodillas. No sabían si
estaba en shock o si simplemente debía procesar todo lo que le había
ocurrido.
Nikolai la miraba desde lejos, pero no sabía qué decirle para aliviar su
sufrimiento y aquello le hacía sentirse impotente e inútil. Nunca había sido
muy bueno expresando sus sentimientos, en parte, porque en su vida como
esclavo tuvo que mantenerlos ocultos para que no vieran sus debilidades.
―Te he traído un poco de agua ―le dijo Elion, tendiendo un vaso
hacia ella.
Keyla lo tomó, bajando los pies al suelo y dedicándole una débil
sonrisa.
―Muchas gracias. ―Bebió un trago y dejó el vaso en el reposabrazos
de su asiento.
Elion se sentó frente a ella, pensando en qué podía hacer para quitarle
esa expresión de pesar de su bonito rostro.
―En otras circunstancias me hubiera encantado tenerte esposada al
techo ―trató de bromear.
Keyla le miró con los ojos muy abiertos, completamente horrorizada
con aquella mención a su tortura.
Nikolai, por su parte, le fulminó con la mirada sintiendo unos casi
irrefrenables deseos de estrangularle.
Draven se limitó a apretarse el puente de la nariz, mientras negaba con
la cabeza, pensando en cómo era tan metepatas.
Thorne no fue tan discreto y desde donde estaba sentado, le lanzó una
bota que acababa de quitarse y que impactó directamente sobre el estómago
del highlander.
―¿Qué coño te pasa, chico? ―bramó con un tono de reproche
reflejado en su vozarrón―. ¿Acaso te has golpeado la cabeza o es que eres
tonto de remate de nacimiento?
―Emm… yo… ―Elion no tenía palabras para justificarse.
¿Cómo era posible que Varcan hiciera aquel tipo de comentarios a
todas horas y a todos les parecieran graciosos? ¿O solo se lo parecían a él?
―Lo siento mucho, Key, solo pretendía hacerte sonreír, pero está
claro que soy un idiota ―se disculpó con ella.
―No pasa nada, entiendo que solo intentabas distraerme ―le restó
importancia, cosa que Elion agradeció.
―¿Te dijeron qué era lo que querían de ti? ―le preguntó el cazador,
clavando sus claros ojos verdes en ella.
―Solo que mi padre quería utilizarme para sus fines, pero no estaban
muy por la labor de decirme nada más ―respondió la doctora―. Al menos,
respecto a eso.
Draven captó el significado de aquellas palabras.
―Te habló de mí ―afirmó, seguro de ello.
―Me dejó claro lo mala persona que había sido con respecto a ti en el
pasado ―comentó, sin interés de hacer público nada de lo que le había
dicho, pues aquello pertenecía a la intimidad de Draven.
El cazador asintió y con la mirada le agradeció su discreción.
―Te prometo que la mataré ―aseguró Draven con total convicción.
―No si la encuentro yo primero ―declaró Nikolai, con los ojos
llameantes de ira.
Capítulo 14
Llegaron a Irlanda y fueron directamente hacia el castillo que en
aquellos últimos meses se había convertido en su hogar.
―Bienvenida a casa, Keyla ―la saludó Roxie, dándole un afectuoso y
delicado abrazo para no hacerle daño.
―Nos has tenido con el alma en vilo, polluela ―le dijo cariñosamente
la anciana vidente.
―Lo siento mucho ―contestó la doctora, con una leve sonrisa.
Talisa hizo un gesto en el aire con la mano, restándole importancia.
―Te prometo que les patearemos el culo a los que se han atrevido a
hacerte esto ―aseguró Max, con sus ojos amarillos brillantes a causa de la
ira que sentía al pensar en lo que había pasado la joven―. No permito que
nadie toque a ninguna persona de mi familia sin tener consecuencias.
―¿Cómo te has atrevido a irte de fiesta bondage sin mí, doctorcita
bombón? ―repuso Varcan sarcástico―. Sin lugar a dudas, hubiera
disfrutado mucho más que tú de dichas prácticas. ―Le guiñó un ojo con
picardía.
―Lo impórtate es si estás bien ―quiso saber Abdiel, que la miraba
con preocupación.
―Lo estaré ―le aseguró, con una sonrisa tensa.
―Ahora mismo, de lo que debemos asegurarnos es de que no tengas
ningún hueso roto o alguna lesión que nos haya pasado desapercibida
―continuó diciendo el líder de los guardianes.
―Solo quiero estar sola ―respondió la doctora.
Abdiel dio otro paso más hacia ella, queriendo convencerla de que lo
más sensato era ocuparse de sus heridas y hematomas.
―Y lo estarás, pero primero hemos de curar tus heridas y…
―¡He dicho que no! ―gritó, perdiendo los nervios.
―De acuerdo, Keyla, es comprensible que necesites estar a solas ―se
adelantó a contestar Roxie, poniendo una mano sobre el brazos de su
pareja―. Ya revisaremos tus heridas cuando estés preparada.
―Os lo agradezco ―dijo, echando una última mirada de soslayo a
Nikolai antes de marcharse hacia su cuarto.
―¿De verdad creéis que es buena idea dejarla sola? ―preguntó Elion,
mirando aún el hueco de las escaleras por donde Keyla había desaparecido.
―No sé si es buena o mala idea, pero es lo que ella quiere y debemos
respetarlo ―convino Roxie, abrazándose a Abdiel.
―Me están entrando tantas ganas de despellejar a una bruja de cabello
rizado y corazón negro que me arden las manos ―comentó Varcan,
crujiéndose los nudillos.
―Pues vete poniendo a la cola ―le dijo Elion, suspirando.
En aquellos momentos los sollozos desesperados de Keyla llegaron
hasta ellos, haciendo que una parte del corazón de todos los presentes se
encogiera.
―¡Joder! ―gritó Nikolai, sin poder contenerse, dando un puñetazo a
la gruesa pared de piedra del castillo y haciendo sangrar sus nudillos.
―¿Qué está ocurriendo? ¿Qué ha sido ese golpe? ―preguntó Talisa,
que era la única que no tenía el desarrollado oído de los guardianes y sus
parejas.
―Nikolai ha decidido remodelar las paredes del castillo con sus puños
―respondió Varcan, metiéndose las manos en los bolsillos.
―Cállate ―le pidió Max, lanzándole una mirada fulminante―. Keyla
está llorando, Talisa. Seguramente esté sufriendo un ataque de nervios ―le
explicó a la vidente.
―¡Vaya puta mierda! ―bramó Thorne, de muy mal humor.
―Quizá deberías ir con ella ―sugirió la anciana.
―¿Yo? ―preguntó el vikingo.
―Tú no, grandullón, no posees ningún tacto ―negó la vidente
poniéndose en jarras―. Me refiero al guapetón rubio. A Nikolai ―les
aclaró.
―No creo que yo pueda ayudarla… ―comenzó a decir el guardián
ruso.
―¿Por qué no? ―insistió Talisa.
―No sé qué decirle.
―No tienes por qué decir nada ―le aseguró la anciana, acercándose
al lugar de donde procedía la voz de Nikolai―. Simplemente mantente a su
lado como ambos necesitáis.
Nikolai pensó en negar que necesitase estar con ella, pero sabía que
Talisa era demasiado intuitiva para convencerla de ello.
Thorne bramó, molesto por tener que acepar que la mujer que le atraía
necesitase estar con otro hombre que no fuera él. Mientras que Elion
frunció el ceño, como si aquel descubrimiento le hubiera pillado por
sorpresa.
Miró a todos los presentes antes de asentir y desaparecer por las
mismas escaleras por las que minutos antes lo había hecho Keyla.
―¿Que ocurre entre esos dos? ¿Qué me he perdido? ―preguntó
Elion, cruzándose de brazos.
―Voy a tener que empezar a darte clases para entender a las mujeres,
bror ―respondió Varcan, pasándole un brazos por los hombros y
llevándoselo tras él.

Nikolai se paró delante de la puerta del cuarto de Keyla.


Había ido a buscar el botiquín por si le dejaba que curase algunas de
sus heridas.
No sabía cómo afrontar aquella situación, ni cómo podría soportar
verla destruida, en parte, porque el que estuviera así era por su culpa. En un
momento dado, había bajado la guardia y a causa de eso se la habían
llevado, y aquello era algo que le atormentaba.
Como bien sabía, las personas que se acercaran demasiado a él
siempre resultaban heridas.
Con los nudillos golpeó suavemente la puerta y acto seguido la abrió,
sin esperar a que respondiera.
En cuanto Nikolai entró en la estancia, la joven se incorporó en la
cama, apresurándose a secarse las lágrimas con el dorso de la mano.
―No quiero incomodarte pero… ―¿Pero qué? ¿Qué podía decirle?
―. Te he escuchado llorar.
―Estoy bien ―le aseguró―. Simplemente necesitaba desahogarme.
No te preocupes.
―No puedo dejar de hacerlo ―se sinceró―. Sentía la necesidad de
cerciorarme de que estabas bien. ―Señaló la cama con un movimiento de
cabeza―. ¿Puedo?
Keyla asintió.
El guardián avanzó hacia ella, sentándose a su lado.
―¿Me dejarías que revisara tus heridas?
―Son solo rasguños ―le restó importancia.
―De todos modos, quiero curarte como tú hiciste conmigo en muchas
ocasiones en el pasado ―insistió, con su penetrante mirada gris clavada en
ella.
La joven respiró hondo justo antes de alargar una de sus muñecas
magulladas hacia él.
Nikolai sonrió satisfecho, tomando con delicadeza el brazo de la joven
y sintiendo como le hormiguearon los dedos en cuanto se pusieron en
contacto con la piel de la doctora.
Con cuidado, comenzó a desinfectar sus heridas, procediendo a vendar
sus muñecas después. De ahí pasó a las heridas que salpicaban su rostro.
Estaban tan cerca que entre ellos se creó un ambiente íntimo y cargado de
deseo.
Estaba pasando el algodón impregnado con desinfectante en una de las
heridas que tenía en su pómulo cuando Keyla habló:
―Ya estamos en paz ―sonrió, bajando la mirada a sus manos, que
tenía apoyadas en el regazo―. Yo te curé cuando te torturaron y tú lo estás
haciendo ahora conmigo.
―No creo que jamás podamos estar en paz ―negó el hombre,
sonriendo de medio lado.
Dejó el algodón sobre la mesita de noche y llevó su mano al rostro de
la joven, acunándolo.
Keyla cerró los ojos, dejándose caer contra la enorme mano,
reconfortada ante su contacto.
―Me has tenido muy preocupado ―confesó, con la voz ronca―. Si te
hubiera pasado algo…
―Pero estoy bien ―le interrumpió, mirándole de forma trémula.
Se acercó lentamente a ella y apoyó su frente contra la femenina.
―Esto es una muy mala idea, lo sé ―dijo, justo antes de besarla con
cuidado en los labios para no hacerle daño.
Deslizó sus nudillos con delicadeza por la mejilla de la joven antes de
hundir las manos en su melena rubia. La deseaba tanto que dolía.
Keyla pasó los brazos por su cuello, pegando su cuerpo magullado al
masculino. Aún le dolían las costillas, pero bajo su punto de vista, no tanto
como para que ninguna estuviera rota.
Nikolai acarició suavemente uno de sus pechos, percibiendo su pezón
erguido por debajo de la ropa. Recostó con cuidado a Keyla sobre la cama,
colocándose con delicadeza sobre ella, sin dejar caer su peso.
La atracción entre ellos era más que evidente. Estaban hambrientos el
uno del otro, y no podían ocultarlo.
El guardián era delicado con ella, pero Keyla no necesitaba
delicadeza. Su necesidad de él era tan intensa que necesitaba notar esa
pasión carnal, abrasadora y primitiva que sabía que los devoraba a ambos
por dentro cuando estaban cerca.
Keyla rodó sobre él, colocándose a horcajadas sobre sus caderas y
desnudándose con urgencia. Después comenzó a tironear de la ropa del
guardián, que la tomó por las muñecas para detenerla.
―Tranquila, Keyla, no quiero que te lastimes.
―No quiero tranquilidad ―repuso, mirándole con pasión―. Quiero
que me tomes como realmente ambos deseamos. Fóllame, Nik. Fóllame
como nunca nadie lo ha hecho antes. No quiero pensar en lo que ha
ocurrido hace unas horas, solo quiero sentirte dentro de mí.
Aquellas palabras fueron como atizar el fuego de las entrañas del
hombre, que la dejó desnudarle con rapidez, como ella quería.
Una vez desnudos, sintiendo sus pieles sudorosas, no podían dejar de
besarse. Estaban completamente desinhibidos, azuzados por el deseo
mutuo.
Keyla no creía que pudiera tener jamás suficiente de él. Había
practicado sexo más veces, por supuesto, pero en aquel momento era
incapaz de recordar ninguna. Nikolai parecía completarla y ella esperaba
poder hacer lo mismo con él.
Las manos del guardián acariciaron el sexo de la doctora con
sabiduría, sabiendo exactamente cómo tocarla para hacerla enloquecer. Ella
no lo recordaba, pero aquella era la segunda vez que estaba desnuda entre
sus brazos.
Keyla tomó el duro miembro masculino en su mano y colocándolo
contra su humedad, se dejó caer hasta tenerlo completamente albergado en
su interior.
Nikolai jadeó, cerrando los ojos y sintiéndose tan a gusto en su interior
que no quería que aquello acabase nunca.
Colocó las manos en las caderas femeninas para ayudarla a seguir el
ritmo. Su redondo pecho se movía arriba y abajo a cada movimiento,
creando un bamboleo hipnotizador para el guardián. Apretó los dientes al
apreciar que su abdomen comenzaba a amoratarse, seguramente a causa de
alguna de las patadas que le había dado aquella puta bruja.
La velocidad y el deseo crecieron. Nikolai permitió que ella llevara el
ritmo para que pudiera alcanzar su propio placer. Cuando notó que los
jadeos femeninos se intensificaron y el latido de su sexo comenzó a
engullirle, se dio media vuelta, colocándose de nuevo sobre ella, para
penetrarla con más fuerza. Y siguió haciéndolo hasta derramarse en su
interior, satisfecho y aterrado a partes iguales por lo que acababan de hacer,
y lo que significaba para él.
Todo había sido rápido, ninguno de los dos lo había planeado, pero
había sucedido de nuevo y se negaba a arrepentirse por ello.

Thorne y Elion estaban tomando una copa junto a Varcan cuando el


olor a apareamiento llegó hasta ellos.
El vikingo soltó un gruñido, tomándose de un trago su copa de whisky.
―Mierda ―masculló Elion por lo bajo.
―¿Qué esperabais? ―les preguntó Varcan, girando su taburete y
apoyando los codos en la barra de la cocina―. La tensión sexual entre esos
dos era palpable.
―Notaba el interés de ella hacia él, pero creí que Nikolai no sentía lo
mismo ―refunfuñó Elion, dando un trago a su bebida.
―Siente un interés especial por ella desde el momento en que le
tuvieron secuestrado, bror, no me seas ingenuo ―respondió, sonriendo de
oreja a oreja.
―Sí le parte el corazón, juro que yo le partiré las piernas ―advirtió el
vikingo, malhumorado.
―Veremos si no es Nikolai el que acaba con él hecho pedazos
―bromeó el guardián de la cicatriz―. Lo que siente por la doctorcita
bombón no es un simple calentón pasajero.
Elion le miró sorprendido.
―¿Crees que pueda ser su pareja de vida?
Varcan alzó una ceja, burlón.
―No lo creo, estoy convencido de ello.
―Pues vaya puta mierda ―gruñó Thorne, poniéndose en pie y
marchándose a grandes zancadas.
―Parece que Key le gustaba más de lo que pensaba ―apuntó Elion,
atónito por la reacción del vikingo.
―Yo creo que más bien le ha afectado en el orgullo ―repuso Varcan,
sirviendo otra copa para su hermano y para él―. Brindemos por el
verdadero amor, bror. ―Alzó la copa y Elion chocó la suya contra ella.
―Qué remedio ―concedió, con la convicción de que aquella no sería
la última copa de la noche.

Abe y Sherezade estaban furiosos al enterarse de que habían dejado


que Keyla se les escapase de entre los dedos.
―¿Cómo es posible que se la hayan llevado? ―gritó Abe, lanzando
un rayo a Drew, que cayó desplomado al suelo entre espasmos.
―Lo sentimos mucho, señor ―respondió Myra, mirándole con
recelo―. Simplemente salimos un momento a tomar una copa, pero la casa
estaba llena de Groms. Además de que estaba regada de suero anti
guardianes.
―¿Crees que ellos no sabían eso? ―le preguntó Sherezade,
fulminándola con su oscura mirada―. Seguramente habrán usado máscaras
antigás.
―¿Cómo has podido decepcionarme tanto? ―le preguntó Abe a
Drew, asestándole una patada en las costillas.
―Lo siento mucho, señor ―respondió el hombre con la voz
entrecortada por el golpe.
―De todos modos, podemos volver a dar con ella ―se apresuró a
añadir Myra.
―¿Cómo? ―gritó el brujo―. Hemos tardado casi un año en poder
atraparla.
―Pero el suelo del sótano está regado de su sangre ―continuó
diciendo la bruja rubia―. Podemos utilizarla para hacer un hechizo que nos
lleve hasta ella.
―No lo sé… ―Abe se pasó las manos por el pelo, completamente
frustrado.
―Puede ser buena idea ―concedió Sherezade, acercándose más a
Myra, hasta quedar a escasos centímetros de ella―. Pero si volvéis a
fastidiarlo, puedes ir olvidándote de tu inmortalidad, pues me encargaré yo
misma de que acabes bajo tierra ―sentenció, haciendo que la bruja rubia se
pusiera a temblar.
Capítulo 15
En cuanto Nikolai fue plenamente consciente de lo que acababa de
hacer, sintió de nuevo el peso de la culpa sobre él.
Había vuelto a hacerlo. Se había vuelto a dejar llevar por lo que sentía,
pese a que no quisiera admitirlo en voz alta.
Pensó en volver de nuevo el tiempo atrás, pero no veía justo volver a
engañar a Keyla de esa manera, ya que, en cierto modo, era un engaño, no
podía negarlo.
Tomó los pantalones del suelo y se los puso. Acto seguido se sentó en
la cama, dándole la espalda a la joven y pasándose los dedos por el pelo,
haciéndose de nuevo su tirante moño.
―Lo siento mucho.
Keyla se sentó sobre el lecho, cubriéndose el pecho con las sábanas.
―¿Por qué cada vez que nos acercamos de algún modo, te empeñas
en martirizarte por ello? ―le preguntó, con el ceño fruncido―. No hemos
hecho nada malo.
―Tú no lo entiendes.
―Pues explícamelo ―insistió, con la mirada clavada en la tatuada
espalda del guardián.
Nikolai cerró fuertemente los ojos, consciente de que lo que debía
contarle era realmente doloroso para él.
―Fui un esclavo en mi vida como mortal. ―Después de tantos años,
por fin había podido decirlo en voz alta―. El ser que me esclavizaba no era
otro que el hombre que me engendró.
―Madre mía ―susurró Keyla, sintiendo su angustia.
―Ese hombre abusó de mi madre y de mí ―continuó explicando
Nikolai―. Nos azotó, nos humilló y nos hizo sentir que no valíamos nada.
De hecho, su forma de llamarme era «despojo» y así es como yo me sentía
en realidad.
―¿Tu madre era tú única familia? ―le preguntó la joven, queriendo
conocerle más.
―La única que podía decir en voz alta sin temor a represalias
―continuó diciendo, aún de espaldas a ella, como si le avergonzara aquella
parte de su vida―. Pero lo cierto es que también tuve una hermana y la
madre de esta fue como otra madre para mí. Las llevo tatuadas en la
espalda, pues en tantos años de vida, temí que si no lo hacía, acabaría
olvidando sus rostros. Así que las dibujé en un papel y le llevé ese dibujo a
un tatuador experimentado.
Keyla bajó sus ojos al bonito tatuaje que llevaba en la espalda.
―Pues se te da muy bien dibujar. ―Acarició con delicadeza aquel
elaborado trabajo sobre su piel―. ¿Cómo se llamaban?
―El nombre de mi madre era Dobra. ―Hacía tanto tiempo que no
pronunciaba aquel nombre que se le formó un nudo en la garganta―. Mi
hermana se llamaba Brunella y su madre Vesela. Lo más doloroso de mi
vida fue perderlas.
La doctora asintió.
―Tuvo que ser muy duro ―reconoció la joven.
Le abrazó por detrás y pegó su rostro a la ancha espalda masculina,
inhalando su masculino aroma. Necesitaba sentirlo cerca y hacerle ver que
podía contar y confiar en ella.
―En aquella época no tenía opción de decidir qué hacer con mi vida,
Keyla. Estaba atado a los designios de un ser perverso. ―Entonces se
volvió hacia ella para mirarla por encima de su hombro―. Es por eso que
no puedo ofrecerte una relación seria. No puedo volver a atar mi existencia
a otra persona del modo en que mis hermanos lo han hecho. Estuve
marcado cuando era un esclavo, mi padre me grabó con un cuchillo su
inicial en el pecho, y no puedo volver a estarlo.
―No te he pedido nada de eso, Nik ―le recordó―. Simplemente
estamos dejándonos llevar por lo que sentimos, sin ningún tipo de
pretensión por mi parte.
―Pero yo no puedo tener ese tipo de relación contigo. ―Negó con la
cabeza, poniéndose en pie con frustración―. Para mí no eres una mujer
más, Keyla. Si seguimos así, acabaré marcándote, no tengo tanta fuerza de
voluntad como para no hacerlo.
―Para que la marca se complete, debe de haber sentimientos reales
por parte de ambos ―comentó la joven, mirándole con los ojos brillantes.
―Lo sé ―asintió, justo antes de abrir la puerta y salir de la
habitación, dejando a Keyla con una sensación de desconcierto tremenda.
¿Nikolai acababa de reconocer en voz alta que la quería? ¿Cómo
podría renunciar a él después de eso?
Tras haberse dado una ducha rápida, se puso una sencilla camiseta y
un tejano, y se enfundó en su bata de médico. La mejor manera de
abstraerse de su extraña relación con Nikolai era trabajando.
De camino al laboratorio que había en el sótano se cruzó con Elion,
que se acercó a ella con una sonrisa amistosa.
―Me alegra verte mejor ―le dijo, cuando estuvo frente a ella.
―Ya estoy lista para volver al trabajo.
―¿Te importa si te acompaño?
―Me gustaría tener compañía ―le aseguró, regalándole una sonrisa.
Elion señaló con un gesto de cabeza las escaleras que conducían al
laboratorio.
―Después de ti.
La doctora tomó la delantera y bajó las escaleras, encendió las luces
del laboratorio y entró en él.
―Varcan dejó un regalito para ti hace un par de días.
―¿Un regalito? ―preguntó Keyla, con el ceño fruncido.
Elion se acercó a una de las neveras y la abrió, mostrándole el cuerpo
sin vida de un Grom.
―¿Pero qué…? —Caminó hacia aquel ser, que se veía lívido y rígido.
―Varcan creyó que podría ayudarte con tus investigaciones ―le dijo
el guardián escocés, encogiéndose de hombros.
―¿Podrías ponérmelo encima de la camilla?, por favor ―le pidió,
acercándose a tomar varias jeringas.
―Por supuesto ―respondió Elion, haciendo lo que le solicitó la
doctora.
―Muchas gracias ―repuso, posando una de sus manos sobre el
musculoso brazo del hombre―. Eres mi mejor amigo aquí dentro y sé que
siempre puedo contar contigo.
El guardián clavó sus ojos azules en ella.
―Si tú quisieras, podría ser algo más que eso ―se sinceró―. Sabes
que me gustas y…
Keyla le cubrió la boca con la mano.
―No sigas, por favor ―le pidió―. No puedo corresponderte, pero
tampoco quiero rechazarte y perderte por ello.
El hombre la tomó por la muñeca vendada, haciendo que bajase la
mano lentamente.
―Estás locamente enamorada de Nikolai, ¿verdad?
La joven asintió y sus ojos se humedecieron de nuevo.
―Le amo con todo mi corazón.
En aquel momento, un ruido les hizo volverse hacia la entrada y se
encontraron con la presencia de Thorne, que les miraba con el ceño
profundamente fruncido.
―Solo venía a comprobar que estuvieras bien, pero veo que ya estás
perfectamente acompañada. ―Se giró para marcharse.
―Espera, Thorne ―le pidió Keyla―. No hace falta que te vayas.
―Tampoco es a mí a quien necesitas cerca, por lo que no vamos a
fingir lo contrario ―refunfuñó antes de alejarse a grandes zancadas, del
mismo modo en que había llegado.
La joven se quedó mirando el hueco de la puerta con la boca abierta.
―¿Está enfadado conmigo?
―Bah ―exclamó Elion, sentándose en un taburete con ruedas y
cruzándose de brazos―. Simplemente lleva mal el rechazo.
―¿Rechazo? ―preguntó la doctora, acercándose al Grom muerto.
―¿Acaso no te has dado cuenta de que pretendía tener algo contigo
más allá de una amistad? ―inquirió el hombre, alzando una ceja.
―Creía que simplemente era amable ―reconoció.
Elion soltó una carcajada.
―Thorne jamás es amable, Key.
La joven puso los ojos en blanco.
―¿Y Nikolai? ¿Es amable contigo? ―le preguntó el highlander de
sopetón, haciendo que se tensase.
―No te entiendo ―comentó, comenzando a extraer sangre del Grom.
―¿Qué relación existe entre Nikolai y tú?
Keyla suspiró.
―Eso me gustaría saber a mí.
―Mi hermano ha sufrido mucho en el pasado y es un hombre herido,
pero puedo notar que lo que siente por ti es muy real y profundo.
―Ese es el problema ―dijo con sinceridad―. Le asusta marcarme sin
ser capaz de contenerse.
Elion sonrió de medio lado.
―Típico de Nikolai ―comentó con cierto toque de diversión en la
voz―. Pretender controlar todos y cada uno de sus movimientos.
Simplemente te diré una cosa, Key, el destino está escrito y si él es tu pareja
de vida, no podrá evitar unirse a ti.
―Te agradezco lo buen amigo que eres, a pesar de tus sentimientos
hacia mí.
Elion sonrió ampliamente, tratando de restar importancia a lo que
sentía por Keyla.
―Digamos que me gustas tanto como amiga que no voy a perderte
por que estés enamorada de mi hermano.
Tras aquellas palabras le guiñó un ojo, haciéndola reír y aquello ya fue
suficiente para que se sintiera satisfecho.

Keyla llevaba un par de horas haciendo pruebas a la sangre del Grom


y extrañamente, había detectado coincidencias en su ADN con las muestras
que tenía de la sangre de Nikolai.
―No hay coincidencias con ningún otro de vosotros a excepción de
Nik ―le decía la doctora a Elion, mirando a través del microscopio.
―¿Es posible que le extrajeran sangre y la utilizaran cuando le
tuvieron cautivo? ―preguntó el guardián, acercándose para mirar los
resultados de los estudios que Keyla había hecho.
―Es posible ―confirmó, pese a que no podía estar segura del todo.
Elion la tomó por los hombros, acercándola a él y sonriendo
satisfecho.
―Buen trabajo, doctora, acabas de encontrar una buena pista.
―Más bien deberíamos agradecerle a Varcan por su regalo ―bromeó
Keyla, riendo.
―Ni hablar ―negó el guardián―. No pienso soportarle
pavoneándose por ser el más listo de nosotros.
Ambos rieron al unísono, cómodos en la compañía el uno del otro.
―¿Interrumpo algo?
La voz de Nikolai les hizo volverse de golpe.
―Vaya, el hombre del día ―repuso Elion, apoyando su cadera contra
el mostrador donde estaban trabajando y cruzando los brazos sobre su
amplio pecho―. Hoy te estás cubriendo de gloria, bror.
―¿De qué coño hablas, Elion? ―Se sentía un poco molesto por haber
presenciado la complicidad que había entre ellos.
¿Qué le estaba pasando? No tenía derecho de ponerse celoso, pero
después de haber estado de nuevo con Keyla, se había instalado dentro de él
un tremendo sentimiento de posesividad que le estaba volviendo loco.
Solo habían estado separados un par de horas, de las cuales no había
podido dejar de pensar en ella ni un solo segundo. Había tenido que bajar al
laboratorio para verla, cosa que le indicaba que su situación comenzaba a
ser muy preocupante.
―Hemos encontrado una coincidencia entre tu ADN y el de este
Grom ―intervino la joven, apartándole de sus elucubraciones.
―¿Eso qué quiere decir? ―le preguntó, acercándose a mirar al Grom
que yacía sobre la camilla.
―Que eres en parte responsable de que estos engendros existan
―apuntó Elion.
―Quizá utilizaron parte de tu sangre con este, eso no quiere decir que
todos la tengan ―intervino Keyla―. Necesitaría hacer pruebas a otros
sujetos. Aunque tampoco es que yo sea experta en genética, mi hermana era
quien se dedicaba a eso.
―Puede que yo tenga la solución a este problema ―afirmó Elion,
frotándose las manos.
―¿Una solución? ―indagó Nikolai, alzando una ceja, escéptico.
―Así es, bror, una suculenta solución ―corroboró, con un guiño de
ojo.
Capítulo 16
Thorne, Elion y Keyla iban de camino a Escocia, hacia unos
laboratorios genéticos donde el guardián escocés decía tener a un conocido
trabajando allí.
Abdiel había decidido que ellos tres fueran los elegidos para ir a
desempeñar aquella misión. Keyla, porque era la que debía explicarle al
genetista sus descubrimientos; Elion, que era quien lo conocía y Thorne,
porque con su fuerza extrema sería lo más parecido a ir acompañados de un
ejército en caso de que los Groms les atacasen.
Nikolai estaba dando vueltas por el salón, incapaz de estarse quieto.
Le hubiera gustado ir con ellos para asegurarse de que a Keyla no le
ocurriera nada, pero no podía insistir en ir si se suponía que iba a tratar a la
joven como otra más del equipo.
―Va a estar bien ―le dijo Abdiel entrando al salón, consciente de lo
que le estaba ocurriendo a su hermano.
―No dudo de ello ―respondió, sin tener que preguntar a quién se
refería.
―¿Se puede saber por qué te niegas a aceptar lo inevitable? ―Se
cruzó de brazos y apoyó la cadera contra el respaldo de un sillón, mirando a
Nikolai de frente.
El guardián ruso suspiró.
―No soy un hombre completo, bror. Tengo mi alma herida y jamás
podré ser el hombre que ella necesita ―se sinceró―. Por no hablar de que
no podré volver a confiar plenamente en una mujer que dice amarme.
Abdiel sabía toda su historia, pues había sido testigo de todo lo
ocurrido con Mila.
―¿Crees que los demás no hemos pasado por cosas horribles?
―repuso el líder de los guardianes―. Yo he sido testigo del sufrimiento de
todos vosotros. Ninguno hemos tenido una vida mortal fácil, pero eso no
puede condicionarnos durante toda nuestra existencia o habrán ganado las
personas que nos torturaron y dañaron.
―¿Y si le hago daño? ―expresó su miedo en voz alta, necesitando
contárselo a alguien.
―¿Acaso no le estás haciendo daño ahora mismo? ―Se acercó a él y
colocó una mano sobre su hombro―. Esa mujer está completamente
enamorada de ti y no es algo nuevo, lleva estándolo prácticamente desde
que se mudó a vivir con nosotros.
―¿Cómo tuviste tan claro que tu destino debía estar unido al de
Roxie?
Abdiel sonrió. La simple mención de su pareja ya le hacía sentir una
tremenda dicha.
―Puede parecer descabellado, pero me enamoré de Roxanne incluso
antes de conocerla ―le explicó―. Como bien nos dijo Talisa, estábamos
predestinados a estar juntos y no me he sentido del todo completo hasta
tenerla a mi lado. Era imposible negar mis sentimientos y sabía que era
nuestro destino estar juntos. No se puede luchar contra eso, bror, es como
golpearse contra una pared.
―Keyla también se siente muy bien cuando está con Elion, no soy
ciego.
―Del mismo modo que a Roxanne le pasa con Varcan, por muy
incomprensible que nos parezca ―bromeó, sonriendo más ampliamente―.
Solo son amigos y tú lo sabes tan bien como yo.
―¿Incompresible? Yo creo que es la más inteligente de todos vosotros
por saber apreciar lo que es realmente bueno ―repuso el aludido, entrando
al salón con su perpetua sonrisa burlona.
―¿Nos estabas espiando? ―le acusó Nikolai, molesto.
―Venga, Niky, necesitáis de mi sabia opinión. Lo sabes ―respondió,
acercándose al mueble bar y sirviéndose una copa de coñac.
El guardián ruso puso los ojos en blanco.
―Varcan, esta es una conversación seria… ―intervino Abdiel.
―No, bror, tranquilo. Deja que nos ilumine con su sabiduría ―le
cortó Nikolai, sarcástico.
Varcan bebió un trago y le miró con una ceja alzada.
―Mi consejo es que te des un buen revolcón con tu doctorcita
bombón y dejes de lado las tonterías que pasan por tu mente ―dijo sin
más―. Puede que no resuelva tu problema, pero por lo menos, pasarás un
buen rato, ¿no crees?
―No todos somos como tú, Varcan ―le respondió el guardián ruso,
mirándole de frente―. Para algunos el sexo no es lo más importante.
El guardián de la cicatriz asintió, haciendo una mueca.
―Lo sé, lo sé, no todos podéis ser unos Dioses del sexo, como yo
―se jactó, guiñándole un ojo a su hermano.
Nikolai puso los ojos en blanco, prefiriendo dejarle por imposible. Él
sabía perfectamente que Varcan no era tan superficial como siempre quería
aparentar, solo había que verle con Max para darse cuenta de ello.

Los laboratorios Genétic se veían muy modernos y se notaba que se


había invertido una gran cantidad de dinero en ellos.
―¿De qué conoces al tipo que trabaja aquí? ―le preguntó Thorne,
mirando a su alrededor con curiosidad.
―¿Quién ha dicho que sea un tipo? ―respondió Elion, con una
sonrisa traviesa dibujada en el rostro.
―¡Eli! ―Oyeron exclamar entonces y todos se volvieron hacia la voz
femenina.
Una mujer de cabello rojizo y ataviada con una bata blanca se
abalanzó a los brazos del guardián escocés.
―Fiona, cuánto tiempo sin verte ―respondió Elion, besándola en los
labios.
―¡Demasiado, idiota! ―Le golpeó en el brazo, mirándole con
reproche―. ¿Acaso ya te has olvidado de las buenas amigas?
―Nunca me olvidaría de ti, preciosa ―le aseguró, guiñándole un
ojo―. Pero hemos tenido bastantes problemas últimamente.
Fiona se volvió a mirar a Thorne con admiración.
―¿Es uno de ellos? ―preguntó, acercándose a mirarle más de
cerca―. ¿Es uno de tus hermanos guardianes?
―¿Pero qué…? ―El vikingo fulminó a su hermano con la mirada―.
¿Qué coño has hecho, bror? ¿Le has contado a esta hembra quiénes somos?
―Fifi es de fiar ―le aseguró Elion.
―Interesante, sigue usando un vocabulario poco avanzado ―comentó
la pelirroja con interés.
Keyla carraspeó incomoda al notar a Thorne cada vez más furioso.
―¿Por qué no nos centramos en lo que habíamos venido a averiguar?
―sugirió la joven.
―Tú debes de ser Keyla. ―La genetista alargó la mano hacia ella de
forma amistosa―. Eli me ha hablado mucho de ti.
La doctora tomó su mano, sonriendo.
―Encantada, Fiona. ―Miró al guardián escocés de reojo―.
Curiosamente, Elion no te ha mencionado a ti.
La genetista movió la mano en el aire, restándole importancia al tema.
―Soy su confidente y se suponía que tenía que mantenerme ajena a su
mundo y a sus hermanos, ya que nadie debía saber su secreto y yo lo sé ―le
explicó Fiona, con total normalidad―. Acompañadme, os llevaré a mi
laboratorio.
Todos la siguieron sin rechistar.
―Os cité a esta hora porque ya no queda nadie por aquí, suelo ser la
última en marcharme. ―Rio de buen humor, abriendo una de las puertas―.
Este es mi reino. ―Abrió los brazos, orgullosa de su espacio de trabajo.
Elion se acercó a ella y la tomó por los hombros.
―¿Por qué no hemos estrenado aún esta estancia? ―repuso, en tono
seductor.
―Porque este es mi templo y no pienso profanarlo, ni siquiera
contigo.
El guardián soltó una carcajada.
―Como compensación espero que nos ayudes a descubrir todos los
secretos de la sangre que te traemos.
Fiona alzó el mentón con una sonrisa altiva dibujada en el rostro y dio
unas suaves cachetadas en la mejilla de su amigo.
―Prepárate para alucinar, McQuaid.

Trabajar con Fiona era muy sencillo, ya que ella era extremadamente
inteligente e intuitiva. Keyla sentía que ambas podrían convertirse en
buenas amigas, pues tenían unas personalidades bastante parecidas.
―¿Entonces no crees que sea la sangre de Nikolai la que forma parte
de este ADN? ―le preguntó la rubia, con el ceño fruncido.
―Puede ser su sangre, pero solo si antes la hubieran tratado de algún
modo que yo desconozco ―apuntó Fiona, recolocándose las gafas que se le
habían escurrido por el puente de la nariz―. Dentro de la cadena hay
diferencias significativas con la sangre del guardián. He detectado genes
femeninos, así que lo más lógico sería que esta sangre fuera de algún
familiar directo de Nikolai.
―Nikolai no tiene familia viva ―dijo Thorne, que mantenía la
distancia con el resto, apoyando su hombro en el marco de entrada.
―Pueden ser de nuestra donante misteriosa ―apuntó Elion.
―¿La bailarina? ―preguntó el vikingo.
―¿De quién si no? ―Se encogió de hombros el guardián escocés.
―Seguiré haciendo más pruebas y os diré cuántas cadenas de ADN
están entremezcladas dentro de esta sangre, pero necesito que me deis un
poco más de tiempo.
―¿Qué tipo de pruebas? ―quiso saber Keyla, muy interesada.
―Trataré de aislar las diferentes cadenas de ADN que encuentre, así
podré deciros cuantos tipos de sangre se han usado para crearla. También
podré daros una descripción aproximada del aspecto físico de esas personas.
―Eso sería maravilloso ―convino la doctora, admirada de lo que era
capaz de hacer aquella mujer.
―Sabía que podrías ayudarnos, Fifi, eres la mejor.
―Soy única, ya lo sabes ―bromeó con él.
―Me encantaría que pudiéramos seguir en contacto ―le dijo Keyla.
―Sería genial ―exclamó la genetista, encantada―. Pídele a Eli que
te dé mi número de teléfono. Me ha encantado conocerte.
―Igualmente ―respondió la otra joven, abrazándola.
―Sois una visión muy sugerente, no se puede negar ―comentó Elion,
divertido.
―Más te gustaría a ti estar entre nosotras dos ―bromeó Fiona―. ¿Tú
no dices nada, grandullón?
Thorne gruñó.
―Digo que será mejor que nos marchemos cuanto antes ―refunfuñó,
con su habitual carácter hosco―. No es seguro que estemos aquí tanto
tiempo.
―Menudo aguafiestas ―murmuró la pelirroja, pero por el modo en
que se pronunciaba el ceño fruncido del vikingo, supo que la había
escuchado.
―Muchas gracias, Fifi, te debo un favor. ―Elion la abrazó
afectuosamente.
―Me debes bastantes más de uno.
El guardián soltó una carcajada.
―Prometo volver pronto para resarcirte ―le guiñó el ojo, con
picardía.
―Pues te estaré esperando. ―Sonrió Fiona, de forma coqueta.
Capítulo 17
Fiona seguía trabajando con la sangre del Grom, completamente
intrigada por todos los misterios que esta contenía, cuando oyó un ruido.
Se giró hacia la puerta, quitándose las gafas.
―¿Hola? ―Se puso en pie―. ¿Eres tú, Eli?
Escuchó una risa masculina que le pareció que pertenecía a su buen
amigo.
―¿Así que quieres jugar? ―Lentamente salió del laboratorio, con su
móvil en la mano y una sonrisa traviesa en los labios―. ¿Dónde puedes
estar escondido?
Continuó caminado pasillo adelante, hacia donde había oído la risa,
pero entonces oyó otro sonido de pasos a sus espaldas. Las luces de
emergencia eran lo único que iluminaba el corredor a esa hora de la noche y
no pudo evitar que se le erizara el vello de la nuca cuando un escalofrío de
miedo la recorrió.
―Eli, me estás asustando, sal ya ―le pidió, reculando de nuevo hacia
su laboratorio.
Con las manos temblorosas marcó su número de teléfono, a la espera
de oír sonar el móvil.
―Hola, bella ―respondió el guardián, de buen humor―. ¿Has
cambiado de opinión y quieres que estrenemos tu laboratorio?
―¿No estás aquí? ―le preguntó con el corazón acelerado.
―No, ¿por qué?
Fiona se mantuvo en silencio con el oído agudizado a la espera de
escuchar cualquier ruido. Y lo oyó. De nuevo oyó pasos, que cada vez
parecían estar más cerca.
―¿Fifi? ―insistió Elion, al no recibir respuesta.
―Hay alguien aquí, Eli ―susurró, agachándose tras uno de los
mostradores donde solía trabajar―. Oigo sus pasos acercándose.
―Tranquila, voy para allá. No cuelgues, ¿de acuerdo?
―Tengo miedo ―reconoció la joven, con la voz entrecortada.
―No dejaré que te pase nada, lo prometo ―le aseguró el hombre
dando media vuelta con el coche y volviendo hacia Genétic a toda prisa.
―Fiooona ―dijo una voz masculina alargando las sílabas en tono
meloso, mientras entraba en el laboratorio.
―Está aquí ―susurró la genetista apretando el móvil fuertemente
contra su oreja.
―Te encontré ―exclamó Drew asomando la cabeza por encima del
mostrador, haciendo que la joven soltara un grito y tratara de escabullirse de
él.
―¡Fifi! ―gritó Elion desde el teléfono.
―Es muy divertido, guardián, ver el modo en que tu amiga intenta
huir de mí ―repuso el hombre mientras perseguía a Fiona, disfrutando del
pánico que embargaba a la joven―. Ven conmigo, querida Fifi, lo
pasaremos bien.
Fiona corrió fuera de su laboratorio tratando de llegar a la calle.
Llevaba el móvil en la mano y miró hacia atrás para ver si el hombre la
perseguía, pero este caminaba con tranquilidad, con las manos metidas en
los bolsillos y una sonrisa siniestra dibujada en su atractivo rostro.
Apretó más su carrera bajando las escaleras de dos en dos. Necesitaba
llegar a la calle para poder pedir ayuda.
Cuando llegó al piso inferior y vislumbró la puerta de entrada sintió
cierto alivio, pero por desgracia, no pudo llegar. Un hombre pálido, sin pelo
y con los ojos inyectados en sangre, la placó, arrojándola al suelo de
espaldas. Se golpeó la cabeza con fuerza contra el suelo y aquel golpe la
dejó un tanto aturdida.
―¡Fifi! ―seguía gritando Elion―. ¡Fiona!
La joven giró la cabeza hacia el móvil, que había caído a unos metros
de ella. Una lágrima corrió por su mejilla, sabiendo que iban a matarla.
El hombre que había entrado en su laboratorio llegó cerca de ella y se
agachó a tomar el teléfono en la mano.
―Tendrías que verlo, guardián, es una escena maravillosa ―dijo,
poniendo el manos libres.
―Si le haces algo, juro que te mataré ―le amenazó Elion, entre
dientes.
El hombre se agachó delante de Fiona, mirándola con una sonrisa
cruel.
―¿Tienes miedo, preciosa? ―le preguntó, sacando una navaja de su
bolsillo.
―Por favor… ―sollozó la genetista, aterrada.
―¿Por favor, qué, linda?
―No me hagas daño.
Drew amplió aún más su sonrisa.
―Lo siento, pero ese deseo no puedo concedértelo. ―Acto seguido la
tomó por la muñeca, alzó la navaja y la clavó en la palma de la mano de la
joven.
Fiona soltó un alarido de dolor.
―¡Hijo de puta! ―gritó Elion desde el teléfono―. Voy a eviscerarte
en cuanto te ponga las manos encima.
―Me gustaría mucho que lo intentaras, guardián ―se jactó Drew―.
¿Está mi querida Keyla contigo?
―Vete al infierno ―le dijo entre dientes.
El hombre soltó una carcajada.
―De acuerdo, vete despidiendo de tu amiguita. ―Acercó la navaja al
cuello de la joven, que abrió desmesuradamente los ojos.
―No quiero morir ―se lamentó entre lágrimas―. Haré lo que
quieras, pero por favor, no me mates.
―Eres un encanto ―se burló de ella―. Pero lo siento, no me interesa
nada de lo que puedas ofrecerme. ―Sin más, le rajó el cuello.
―¡Fiona! ―gritó Elion, esperando respuesta.
―Si nos entregáis a Keyla por las buenas, esta será la última persona
que muera por ella, pero si no lo hacéis, iré yendo a por vuestros amigos,
hasta acabar con todos ellos ―le advirtió―. Tenéis veinticuatro horas para
pensarlo o id pensando en quien será el siguiente en caer. ―Cortó la
llamada.

Unos minutos después, Elion entró a Genétic a toda prisa y se


encontró con el cuerpo sin vida de su querida amiga tirado en el suelo. Se
arrodilló junto a ella y la tomó en brazos, apretándola contra su pecho.
―¿Qué te he hecho, Fifi? ―se lamentó, acariciando con delicadeza el
rostro de su buena amiga.
Thorne y Keyla llegaron hasta él.
El vikingo permanecía alerta por si aquello era una trampa, mientras
que Keyla se secaba las lágrimas, que no pudo contener.
―Lo siento, Elion, ha sido culpa mía ―se disculpó con él.
―No es tu culpa, es mía por implicarla en todo esto ―dijo entre
dientes―. Debí dejarla al margen.
La doctora posó una de sus manos en el ancho hombro del guardián.
―No era tu intención ponerla en peligro.
―¡Pero lo he hecho! ―gritó, sintiéndose al borde de las lágrimas. A
parte de sus hermanos, Fiona era la única amiga de verdad que tenía.
―No podemos permanecer más tiempo aquí, es peligroso ―apuntó
Thorne, con los músculos en tensión por si recibían un ataque―. Incluso
puede que sea una trampa.
―Ojalá vengan, estoy deseando encontrarme cara a cara con ese hijo
de puta ―masculló Elion, cargado de ira.
―No podemos poner en peligro a Keyla ―insistió el vikingo.
―Pues llévatela de aquí.
―No vamos a dejarte ―intervino la joven―. Ven con nosotros.
Elion dejó con delicadeza a su amiga en el suelo y se puso en pie.
―Voy a buscar a ese malnacido y lo voy a descuartizar ―aseguró,
apretando los puños con rabia.
―Lo haremos, pero ahora debemos volver a casa ―le pidió, cogiendo
una de sus manos―. Fiona no querría que te ocurriera algo por dejarte
llevar por tu sed de venganza.
El guardián escocés bajó los ojos hacia ella.
―Por favor, Elion, ven con nosotros ―suplicó Keyla, con el corazón
lleno de dolor por no haber podido hacer nada por salvar a Fiona.
Finalmente, Elion suspiró, negando con la cabeza.
―Volvamos a casa ―concedió al fin, sin apartar de su cabeza el deseo
de atrapar a Drew y hacerle sufrir por lo que había hecho.
Debía dejar el cuerpo de Fiona allí, pero jamás podría alejarla de su
mente y su corazón.
Capítulo 18
Acababan de recibir la llamada de Thorne informándoles de que ya
estaban subidos al jet de vuelta al castillo y todo lo que había pasado tras la
visita a Genétic.
Nikolai se puso en pie y asestó un puñetazo a la pared del castillo,
haciendo sangrar sus nudillos como la última vez que lo hizo.
―Si sigues así, bror, volverás a convertir nuestra humilde morada en
ruinas ―bromeó Varcan.
―Podrían haberles matado ―siseó el guardián ruso, atormentado con
imágenes de Keyla con el cuello cortado, del mismo modo en que les había
explicado el vikingo que habían acabado con la vida de la amiga de Elion.
―Pero no lo hicieron, Nikolai ―trató de tranquilizarle Roxie,
percibiendo su ansiedad.
―Si tanto te preocupa Keyla, sé valiente de una vez y da un paso
adelante con ella, capullo ―le soltó Max, con su sinceridad habitual.
―Wow, menudo derechazo te ha dado mi mujer, bror ―ironizó el
guardián de la cicatriz, besándola en los labios.
―No seáis metomentodo vosotros dos ―les dijo Abdiel, con una
mirada de reproche.
―¿Por qué no han esperado a que volvieran a los laboratorios para
tenderles una emboscada? ―preguntó Draven, sin acabar de entender qué
era lo que pretendían con aquel extraño movimiento.
―Apostaría el cuello a que no quieren perder más Groms ―repuso
Varcan, metiendo las manos en los bolsillos de sus vaqueros.
―¿Qué te hace pensar eso? ―quiso saber Roxie.
―El que tampoco se hayan registrado ataques de esos guapos
vampiros zombies en los alrededores en los últimos días ―razonó el
guardián―. No sé por qué, pero creo que tienen alguna dificultad para
seguir creándolos y por eso necesitan a la doctorcita bombón.
―Sin duda eres un atontado muy intuitivo ―repuso Talisa, que estaba
sentada en uno de los sillones con el gato sobre su regazo, como era
habitual.
Varcan sonrió de oreja a oreja.
―Es lo más bonito que me han dicho nunca. ―Le guiñó un ojo con
guasa, a pesar de que sabía que no podía verle.
―¿Pero cómo han podido saber dónde estaban? Permanecían ocultos
con el conjuro de protección de Roxie ―observó Draven de nuevo.
―Seguramente poseyeran algo personal de Keyla de cuando la
secuestraron y eso hiciera que no fuera lo suficientemente potente para
ocultarla de ellos ―comentó Roxie, sintiéndose en parte culpable porque su
hechizo no hubiera sido del todo efectivo.
―Si eso es así, deberemos hacer algún hechizo extra para ocultarla
mejor, o que permanezca en el castillo ―convino el líder de los
guardianes―. Es el único lugar que está protegido con varios conjuros muy
potentes y aquí no podrán dar con ella. ―Por lo menos, eso esperaba.
Nikolai, sintiendo que le costaba respirar, se encaminó al exterior.
Debería haber ido con ella para asegurarse de que no le ocurriera nada,
pero había decido que no podía pretender ser su sombra si no quería
atreverse a convertirla en su pareja.
Se pasó las manos por el pelo deshaciéndose el moño y volviéndoselo
a hacer, pues era un gesto que hacía cuando se sentía nervioso o estresado.
―Eres un idiota si la dejas escapar y te aseguro que nunca te había
considerado como tal.
Nikolai se volvió hacia la voz de la anciana vidente, que al parecer, le
había seguido al exterior.
―No es cuestión de ser inteligente o no ―contestó el guardián
ruso―. Quiero protegerla―. «Y protegerme a mí también», pensó para sus
adentros.
―¿Protegerla de ser libre de elegir lo que quiere? ―repuso Talisa, con
sabiduría―. No me seas obtuso, muchacho. Todos tenemos nuestros
fantasmas, pero no por ello nos negamos a vivir. Llevas milenios sin dejarte
llevar por tus sentimientos, atemorizado por que te vuelvan a romper el
corazón y eso te hace sentir protegido, pero realmente lo que haces es dejar
que las personas que te hicieron daño continúen controlándote.
La simple mención de Vlad y de Mila le hacía sentir de nuevo como si
siguiera siendo aquel esclavo que no era más que un despojo, como bien le
gustaba recordarle a su progenitor.
―Permítete ser feliz. Si te equivocas, siempre estarás a tiempo de
rectificar ―le aconsejó, con toda la sabiduría que poseía.
Ya entrada la noche, Elion, Thorne y Keyla llegaron al castillo.
Los tres se sentían abatidos y culpables por lo que le había ocurrido a
Fiona. El highlander se culpaba por haber metido a su amiga en su mundo y
que, a causa de eso, hubiera perdido la prometedora vida que tenía por
delante. Keyla, por su parte, sabía que a quien buscaban era a ella y la
genetista simplemente había sido una advertencia de lo que continuaría
pasando si seguía escondiéndose. Mientras que Thorne lamentaba no haber
podido prever que fueran a atacarles, pues le hubiera gustado poder salvar a
aquella joven que había vivido demasiado poco.
En cuanto cruzaron las puertas del castillo, Nikolai se apresuró a
acercarse a Keyla para comprobar que estuviera bien.
―¿Cómo te encuentras? ―le preguntó, mirándola de arriba abajo para
cerciorarse de que no tuviera ni un solo rasguño.
―¿Qué más te da? Si yo desapareciera se acabarían tus quebraderos
de cabeza ―respondió, pagando su frustración con él.
―Jamás querría que te ocurriera nada malo y lo sabes. ―Su
semblante era muy serio, pues las insinuaciones de la joven le habían
dolido.
Keyla suspiró, cansada de aquella situación.
―No me marees más, ¿quieres? ―le soltó, mirándole a los ojos―.
Estaba bien acompañada por Elion y Thorne, no necesito que vengas a
asegurarte de que me hayan protegido. Además, sé defenderme sola, lo
demostré durante los meses en los que estuve huyendo.
―Muy bien, chica ―le gritó Max, jaleándola―. Déjale las cosas
claras a este machito.
―Creo recordar que tú también me mareaste bastante tratando de
romper nuestro vínculo, pelirroja ―intervino Varcan, alzando su ceja
marcada por la cicatriz.
―Eso fue diferente ―trató de justificarse, cruzándose de brazos, a la
defensiva.
―Oh, claro, completamente diferente ―ironizó.
La doctora, sin ganas de hablar con nadie, subió escaleras arriba en
dirección a su habitación.
Nikolai la siguió, pues no estaba dispuesto a dejar la conversación en
aquel punto.
Cuando Keyla entró al cuarto y trató de cerrarle la puerta en las
narices, él posó su gran mano sobre la madera maciza, impidiéndoselo.
―¿Qué haces?
―Lo que he debido hacer durante mucho tiempo. ―Sin más, la tomó
por la cintura y la besó con pasión, decidido a seguir el consejo de Talisa―.
¿Cómo puedes pensar que mis problemas acabarían si a ti te ocurriera algo?
Me volvería loco si te pasase algo.
―Pero Nik…
―No quiero más peros ―la interrumpió―. Si hubiera sido a ti a
quien hubieran cortado el cuello hoy, solo podría pensar en lo gilipollas que
fui poniendo esa barrera entre nosotros dos. Es imposible que siga negando
por más tiempo mis sentimientos y continúe manteniéndote alejada de mí.
Te quiero, Keyla, y pese a lo que eso implica, quiero ver hasta donde me
lleva mi amor por ti.
Los ojos azul grisáceo de la joven se llenaron de lágrimas.
―Sabes que yo también te quiero ―le susurró, con una lágrima
corriendo mejilla abajo. Tras aquella declaración, ¿cómo iba a continuar
enfadada con él?
Nikolai sonrió, tomando el precioso rostro de la doctora entre sus
grandes manos, acunándolo.
―¿Qué voy a hacer contigo? ―le preguntó con ternura.
―¿Amarme? ―sugirió Keyla, poniéndose de puntillas y besándole de
nuevo en los labios.
Continuaron besándose apasionadamente, hasta que un sollozo de la
joven hizo al guardián detenerse.
―¿Qué te ocurre? ―le preguntó preocupado.
―Todo ha sido culpa mía ―le dijo, entre lágrimas―. Era una chica
preciosa y llena de vida. Me querían a mí y ella ha pagado por eso.
―No ha sido culpa tuya ―negó con convicción―. La amiga de Elion
estaba de acuerdo con ayudarnos y ella sabía el peligro al que se exponía.
Porque en ese caso, tú estás en peligro por haber decidido hacer lo correcto
y no seguir a tu padre. Ellos son los jodidos culpables y se lo haremos
pagar.
Justo en aquel momento, llegaron hasta ellos los sonidos de fuertes
golpes y gritos de ira.
―¿Qué es eso? ―Keyla dio un respingo, sobresaltada.
―Elion, pagando su frustración con el mobiliario.
―Tengo que ir con él ―repuso, apartándose de Nikolai y bajando las
escaleras con rapidez.
En cuanto entró al salón, se encontró con su amigo completamente
solo, estrellando una silla contra la pared. Tenía la cara demudada por el
dolor que sentía y aquello partió el corazón de Keyla.
Dio un paso adelante, pero Abdiel, desde el quicio de la puerta, la
detuvo tomándola por el brazo.
―Déjale desahogarse ―le pidió.
―Necesita consuelo ―susurró la joven doctora.
―Ahora mismo nada puede consolarle ―afirmó el líder de los
guardianes, mirando a su hermano desde la puerta.
Nikolai también llegó junto a ellos, situándose tras la mujer a la que
amaba y percibiendo su tristeza.
―Se pondrá bien, es mejor que le dejemos solo ―sugirió el guardián
ruso.
―No es eso lo que necesita.
Ignorándolos, se acercó despacio a Elion, que en aquellos momentos
rompía de una patada la pata de la mesa.
―¿Qué haces? ―Nikolai trató de detenerla, pero Abdiel no se lo
permitió.
―Déjala. ―Se interpuso entre ellos―. Quizá sea cierto que necesite
algo más que nosotros no sepamos ver.
El rubio se quedó mirando como Keyla se acercaba a Elion, que
parecía fuera de sí. Sentía deseos de ir tras ella y alejarla de él, temiendo
que pudiera dañarla sin pretenderlo.
Sin embargo, se contuvo, queriendo darle un voto de confianza como
Abdiel le había pedido.
―Elion ―le llamó la joven, pero él pareció no oírla.
Dio un puñetazo a la pared soltando un gruñido furioso.
―Elion, por favor, vas a hacerte daño. ―Dio otro paso más hacia él,
que estaba completamente fuera de sí.
Lanzó un jarrón que pasó a escasos centímetros de Keyla, que saltó
hacia un lado para esquivarlo.
―Se acabó ―espetó Nikolai, yendo hacia ella con paso decidido.
―Eli ―dijo entonces la joven en tono acongojado.
Escuchar que le llamaba de aquel modo en que solo lo hacía Fiona le
hizo enfocar la vista en ella. Se la quedó mirando y las lágrimas
comenzaron a rodar por sus mejillas.
Aquello hizo que Nikolai detuviera su avance y se quedara
mirándoles.
Keyla se acercó lentamente a él y posó su pequeña mano sobre el
mentón masculino.
―Sé lo que es perder a una persona importante sin poder hacer nada
por evitarlo ―le dijo, recordando el momento en que su padre mató a su
hermana delante de ella―, pero tú no tienes la culpa, Elion. Fiona quería
ayudarte y estoy segura de que no le gustaría verte así.
El guardián trató de tragar el nudo que atenazaba su garganta.
―Sea como sea, jamás podré perdonarme por lo que le ha ocurrido
―reconoció.
―Lo harás. ―Se le acercó más, abrazándole con todo el cariño que
sentía por él―. Del mismo modo en que también lo haré yo… algún día.
Elion la rodeó con sus fuertes brazos y ambos lloraron juntos.
Nikolai no pudo evitar sentir una punzada de celos. Sabía que
simplemente eran amigos, pero en cierto modo, anheló aquella complicidad
que existía entre ellos.
―Solo es amistad ―murmuró Abdiel a sus espaldas, como si hubiera
podido leer sus pensamientos.
Nikolai se mantuvo en silencio. Era consciente de ello, pero de todos
modos, sus inseguridades de su vida mortal le atraparon, sin poder hacer
nada por evitarlo.
Capítulo 19
Keyla estaba trabajando en el laboratorio porque aquello era lo único
que la ayudaba a distraerse de todo lo ocurrido el día anterior.
Había dormido toda la noche abrazada a Nikolai y aquello la había
reconfortado. Él se había mostrado atento y cariñoso, pero en ningún
momento había intentado ir más allá, pues sabía que no era un buen
momento para la joven.
Se sentó pesadamente en el taburete de ruedas que tenía cerca y apoyó
los codos en las rodillas, dejando caer la cabeza hacia delante apoyándola
en las manos.
¿Cómo había podido cambiarle tanto la vida en el último año? ¿Cómo
había pasado de ser feliz y ajena a todas aquellas cosas que pasaban a su
alrededor, a estar justo en el centro de la diana de aquellos dementes?
―¿Todo bien?
Alzó la cabeza de repente al oír la voz de Nikolai, que se acercaba a
ella con una sonrisa en su atractivo rostro y una taza de café en la mano.
―Pensé que te iría bien para despejarte. ―Depositó la humeante
bebida sobre el mostrador de aluminio brillante y se agachó para besarla
suavemente en los labios―. ¿Qué ronda por tu cabecita? ―le preguntó con
cierto toque de ternura en la voz.
―No puedo dejar de darle vueltas a la amenaza que nos lanzó Drew
―reconoció, mirándole afectada―. No soportaré saber que ha muerto otra
persona por mi culpa.
―Vuelvo a decirte que la culpa no es tuya, sino de los malnacidos que
pretenden atraparte.
Se miraron a los ojos, comunicándose a través de aquella mirada.
―Mi padre no va a parar hasta tenerme, le conozco bien.
Nikolai le acarició la mejilla con el dorso de sus dedos.
―Y yo no voy a dejar que te tenga ―le aseguró, sonriendo de medio
lado―. Y soy mucho más terco que él, te lo aseguro.
Aquellas palabras arrancaron una sonrisa en Keyla, que hizo que el
corazón del guardián se acelerara.
Un carraspeo a sus espaldas les hizo volverse hacia la puerta.
―Abdiel quiere que estemos todos reunidos en el salón ―les dijo
Thorne, que permanecía con el ceño completamente fruncido.
―Enseguida subimos, bror ―le contestó Nikolai en tono amable.
El vikingo echó una última mirada a Keyla antes de darse media
vuelta y desaparecer por donde había venido.
La joven suspiró.
―Creo que últimamente no le caigo muy bien.
Nikolai rio.
―No es cierto, solo está molesto por no haberse dado cuenta del
interés que sentíamos el uno por el otro ―le explicó―. Ya te habrás dado
cuenta de que no suele ser demasiado expresivo con respecto a sus
sentimientos.
La bonita doctora arqueó una ceja.
―Creo que eso es un mal bastante extendido en este castillo.
El guardián soltó una carcajada.
―Creo que algunos ya hemos corregido dicho mal.
Keyla sonrió.
―Y yo me alegro mucho por ello.
Se unieron en otro beso, que fue como un bálsamo para sus
respectivos miedos por lo que iba a ocurrir en un futuro próximo.
Nikolai temía que le volvieran a romper el corazón, pero en aquellos
momentos, su mayor temor era perder a aquella mujer que tantos milenios
le había costado encontrar. Mientras que Keyla sabía que, tarde o temprano,
su padre acabaría dando con ella, por lo que pensaba disfrutar de aquel
hombre al que amaba el tiempo que les quedara para ello.

―Debemos pensar qué pasos seguir para tratar de tomarles la


delantera ―estaba diciendo Abdiel cuando todos estuvieron reunidos en el
salón―. Sin ninguna duda trataran de ir a por las personas que nos
importan, por eso es necesario que las mantengamos vigiladas.
―Creemos que pueden ir a San Francisco en busca de alguna de
nuestras amigas ―intervino Roxie con la preocupación reflejada en el
rostro, tomando de la mano a Max, que también tenía el semblante serio.
―Por ahora, Mauronte tiene vigilada a Sasha, la antigua compañera
de piso de Maxine, pero hemos creído que lo mejor será que alguno de
nosotros nos traslademos allí ―prosiguió el líder de los guardianes―.
Roxanne y Maxine tienen más amigas y él solo no puede abarcarlas a todas.
―¿Por qué no les pide a su manada de devorapecados que le ayuden?
―preguntó Varcan, con su ironía habitual.
―Porque no queremos implicar a más gente. Lo último que
necesitamos es desatar una guerra entre especies ―continuó explicando el
líder de los guardianes.
―Tampoco tenemos la seguridad de que sea ahí a donde vayan
―terció Draven, extrañamente serio.
―Es cierto ―asintió Abdiel―, pero son las personas más
vulnerables. El resto de nuestros amigos son de especies con poderes
especiales, que quizá puedan defenderse.
Elion soltó una risa amarga.
―Eso no es suficiente ―repuso con amargura―. ¿Quizá puedan
defenderse? ¿Y si no es así? ¿Qué pasará entonces con ellos?
―¿Acaso tienes alguna idea mejor? ―le preguntó Max, poniéndose
en jarras―. Estoy abierta a nuevas sugerencias, pero lo que tengo claro es
que no voy dejar desprotegidas a mis amigas ahora que sé que una
amenaza se cierne sobre ellas.
Ambos se mantuvieron la mirada de forma retadora.
―Hay otra opción ―terció Keyla, poniéndose en pie―. Que yo me
entregue, como han pedido.
―No voy a dejar que hagas eso. ―Se opuso Nikolai, poniéndose en
pie y tomándola por los hombros para mirarla a los ojos ―. Esa no es una
opción.
―Nik, yo…
―Ninguno va a permitirte hacerlo ―la interrumpió Abdiel, captando
la atención de la pareja―. Eres parte de nosotros, de nuestra familia, y
jamás abandonamos a nuestra gente a su suerte. Además, no me da la gana
que esos tocapelotas se salgan con la suya.
―Completamente de acuerdo, bror ―asintió Varcan, sonriendo―.
Cuanto más podamos tocarles los cojones, más divertido será.
―Encontraremos otro modo de detenerlos ―convino Roxie, cogiendo
la mano de Keyla con cariño.
―Y les patearemos el culo por el camino ―sentenció Thorne, con
aquel vozarrón que le caracterizaba.
―Tú te quedas aquí con nosotras ―le aseguró Max, guiñándole un
ojo.
―No podemos dejar a nuestro hermano sin su hembra, ahora que por
fin se ha atrevido a dar un paso adelante ―bromeó Draven, palmeando la
espalda de Nikolai.
―Ya he perdido una amiga, no estoy dispuesto a entregar a otra ―le
aseguró Elion.
Aquellas muestras de cariño por parte de todos hicieron que se
emocionara.
―Ya ves que eres parte de nuestra peculiar familia ―le dijo Nikolai,
feliz al comprobar que la joven había robado el corazón de todos, no solo el
suyo.
―¿Y por qué no hacéis un hechizo para localizar al malhechor que le
quitó la vida a esa inocente jovencita? ―preguntó Talisa, que había estado
escuchándoles en silencio.
―Para ello necesitaría alguna cosa que le perteneciera ―le explicó
Roxie.
―Puede que yo tenga algo ―dijo entonces Keyla.
Se apresuró a abandonar el salón y correr escaleras arriba. Cuando
bajó de nuevo, le entregó a Roxie una pequeña foto de carnet en la que
aparecía un atractivo y sonriente Drew.
―¿Esto puede servir?
La preciosa bruja miró de reojo al guardián ruso antes de contestar.
―¿Fue suya en algún momento?
―Él… él me la regaló.
Roxie asintió.
―Entonces creo que puede valer.
―¿Por qué no respondes a lo que todos nos preguntamos,
bomboncito? ―le preguntó Varcan, sin poder contener la curiosidad―.
¿Qué haces con una foto de ese cabrón?
Keyla cambió el peso de un pie al otro, incómoda.
―No tienes por qué responder si no quieres ―se apresuró a decir
Nikolai.
―No me importa, comprendo vuestras dudas ―respondió, forzando
una sonrisa. Tomó aire y comenzó a hablar―: Hace un tiempo me creí
enamorada de Drew. Por aquel entonces él mantenía una relación sexual
con mi hermana, pero yo no lo sabía. Simplemente lo idealizaba y no veía
más allá de su atractivo rostro. Hasta hace poco creía que era una buena
persona, pero todo era mentira. Tan falso como el resto de mi vida.
―Todas tenemos muertos en el armario, cariño, así que no te
martirices por ello ―intervino Max, tratando de hacerla sentir mejor.
―Aunque he de reconocer que has hecho un buen cambio eligiendo a
mi hermano ―añadió Varcan―. Si no tienes en cuenta su carácter
atormentado y que no es tan guapo como yo, es de lo mejorcito que podrías
haber pescado.
Roxie puso los ojos en blanco.
―Vamos a centrarnos en hacer el hechizo, ¿de acuerdo? ―Miró al
guardián de la cicatriz de forma significativa, haciéndole saber que prefería
que permaneciera callado.
La morena depositó la foto sobre la palma de su mano, colocando
encima la otra y repitió el conjuro localizador que tan bien conocía ya.
En su mente apareció la palabra Paris, haciéndole saber que era allí
donde se encontraba Drew.
―He dado con él ―dijo, abriendo los ojos―. Lo he localizado en
Paris.
―Será hijo de puta ―masculló Max entre dientes―. Creo que sé a
quién ha ido a buscar allí.
―¡Joder! ―repuso Varcan entre dientes―. Me parece que el casanova
de Florian está en peligro.
―Voy a llamarle para ponerle sobre aviso ―terció Abdiel, marcando
en aquel mismo instante el número de teléfono del brujo.

Florian estaba tomando una copa en el sótano secreto de su cafetería


cuando un estruendo le sobresaltó.
La puerta había salido volando por los aires y por el hueco de ella
entraron corriendo varios Groms. El brujo trató de progrese con un hechizo,
pero antes que pudiera hacerlo, una daga se clavó en su hombro, enviándolo
al suelo.
Dos Groms se abalanzaron sobre él, inmovilizándole los brazos para
que no pudiera intentar hacer magia de nuevo.
―Qué fácil ha sido ―comentó Drew con chulería, acercándose al
brujo―. Creí que el gran Florian Lacroix sería mucho más difícil de
atrapar, pero veo que no.
―¿Qué puedo decir? Parece ser que no le hago justicia a mi fama
―respondió con indiferencia, como si no estuviera herido y en peligro.
―Por lo menos tienes sentido del humor. ―Se sentó en uno de los
taburetes, mirándole con una sonrisa despiadada―. ¿Sabes porque estoy
aquí?
―No, pero puedes ilustrarme, ami ―pronunció la palabra «amigo»
con toda la ironía de la que fue capaz.
―He venido por tus amigos, los guardianes del sello.
―Ellos no están aquí.
―Oh, sí, eso lo sé ―contestó moviendo una mano en el aire, como si
toda aquella conversación le estuviera aburriendo―. Pero hemos venido
para darles un mensaje.
―¿Qué tipo de mensaje?
―Tienen algo que nosotros queremos, por lo que irán perdiendo a sus
amigos hasta que nos lo entreguen. ―Clavó sus ojos en el brujo,
disfrutando del momento exacto en el que comprendió que pensaban
matarle―. Veo que ya entiendes que papel juegas en todo esto, ami ―imitó
su forma de llamarle, en tono de burla.
Florian apretó los puños y cerró los ojos. Tenía claro que no iba a
suplicar, pues en la mirada de aquel sádico había podido distinguir que
disfrutaba con el sufrimiento.
―¿No tienes nada que decir, brujito?
El brujo abrió los ojos y sonrió ampliamente.
―Por supuesto ―asintió, mirándole directamente de frente―. Va te
faire fourte, sadique.
Drew se puso en pie con rapidez, furioso por que pareciera no sentir
ningún tipo de temor hacia él, y desclavándole la daga de su hombro, la
hundió en el estómago del brujo, rajándolo de arriba abajo.
Florian no pudo contener un agónico grito de dolor cuando sus
entrañas se desparramaron sobre el suelo de madera del sótano.
―Que te jodan a ti, franchute ―sentenció, saboreando el placer de ver
como su cuerpo se iba quedando poco a poco sin vida, mientras agonizada
de la manera más dolorosa posible.
Capítulo 20
Habían decidido hacer dos grupos: Keyla, Nikolai, Roxie, Abdiel y
Draven irían a San Francisco para asegurarse de que las amigas de Max y
Roxie estuvieran a salvo; mientras tanto, Varcan, Max y Elion ya estaban
rumbo a Paris, para tratar de impedir que Drew pudiera hacer daño a
Florian, si es que no se lo había hecho ya. No conseguían que les cogiera el
teléfono y eso les hacía temerse lo peor.
Thorne, de bastante mal humor, se había quedado en el castillo para
defenderlo en caso de que lo atacaran estando Talisa y Oráculo dentro.
Había montado bastante escandalo cuando Abdiel le ordeno dicha tarea,
pues él odiaba estar apartado de la acción, pero finalmente, logró
convencerle.
El jet aterrizó en París una hora y media después de despegar y los dos
guardianes y Max se presentaron en la cafetería Plaisir unos minutos más
tarde.
―La puerta está reventada ―observó Varcan, pasando el primero
dentro del establecimiento.
El cabello de Max comenzó a volverse rojo brillante, mientras que sus
ojos amarillos resplandecieron, dejando libre a la bestia que habitaba en su
interior.
Miraron a su alrededor, atentos a cualquier movimiento que pudieran
detectar.
―Eh, por aquí ―les dijo Elion con un movimiento de cabeza
señalando a las escaleras que conducían al sótano y cuya puerta estaba
abierta.
―Dejadme ir primero ―se ofreció la joven, pues ella solo podía morir
a manos de un Dios, al igual que le ocurría a Varcan desde que la había
marcado.
Los colmillos de Max se alargaron, a la vez que también lo hicieron
sus uñas, pues estaba lista para entrar en acción. Por desgracia, lo único que
hallaron en aquel sótano fue el cuerpo sin vida de su amigo, colgado del
techo y con todo el abdomen abierto de arriba abajo. En el suelo, escrito
con la misma sangre del brujo, había una sola palabra.
ENTREGÁDMELA
Max soltó un rugido furioso y con sus afiladas garras cortó la cuerda
que sostenía el cuerpo de Florian sujeto a los tubos del techo. El cuerpo del
joven brujo cayó al suelo desmadejado, con los ojos opacos y sin la alegría
habitual que siempre habían poseído.
Unas lágrimas resbalaron por las mejillas de la joven pelirroja, que
volvió a rugir a la vez que clavaba sus uñas en la madera del suelo,
astillándola.
―Pecas, cálmate ―le pidió Varcan acercándose a ella.
Sin embargo, Max no parecía oírle. Estaba fuera de sí.
Fijó sus amarillos ojos en Elion y mostrándole los dientes, se abalanzó
sobre él como si no lo reconociera.
―¡Alto, pelirroja! ―le ordenó Varcan, corriendo hacia ella.
Elion trataba de defenderse de sus dentelladas, pero aquella diminuta
joven tenía demasiada fuerza cuando liberaba a la bestia.
―¡Joder, bror, haz algo! ―le rogó el escocés, con la voz forzada a
causa de la fuerza que estaba utilizando para contenerla.
―Pecas, mírame ―le pidió el guardián de la cicatriz, tocando su
hombro para llamar su atención.
La joven volvió la cabeza hacia él, mostrándole los colmillos y
rugiendo como un animal rabioso.
―Soy yo ―dijo Varcan de nuevo.
Max parpadeó varias veces cuando aquella voz caló en su
subconsciente.
―Eso es. ―Sonrió el guardián―. Canta para mí, preciosa.
En voz baja, Max comenzó a cantar una canción con aquella voz
gutural que tenía cuando liberaba a la bestia. Poco a poco, con cada nota de
la canción, su voz volvía a la normalidad, convirtiéndose en aquel
embriagador canto de ángeles.
Varcan tomó el rostro de su mujer entre las manos y sonrió.
―Bienvenida, pecas.
―Le han matado ―balbució con rabia.
―Lo sé, y se lo haremos pagar ―le aseguró el guardián, besándola en
los labios.
―Podéis haceros arrumacos en otro lugar ―se quejó Elion, aún
tumbado en el suelo bajo la joven.
Max bajó hacia él sus ojos, que ahora habían vuelto a su color miel
habitual.
―¿Te he atacado? ―le preguntó sin recordar nada.
―O eso o pretendías que nos montásemos un trío, cosa para la que
estoy más que dispuesto ―bromeó Varcan.
―Digamos que tenías ganas de arrancarme la cabeza ―le explicó
Elion, sin ningún tipo de resentimiento en la voz.
―Lo siento ―se disculpó la pelirroja, poniéndose en pie.
―No pasa nada, necesitaba un poco de acción ―repuso el guardián
escocés, levantándose de un salto.
―¿Qué hacemos ahora? ―preguntó Max, mirando de reojo el cuerpo
sin vida de su amigo.
―Está claro que no piensan volver aquí, así que lo mejor será avisar a
los demás para que estén al corriente de lo que ha ocurrido ―sugirió
Varcan.
―Ya van dos ―se lamentó Elion―. ¡Joder! ―Pateó un taburete
haciéndolo añicos y salió del sótano sintiendo que le faltaba el aire.
Cuando se quedaron a solas, Max se aceró unos pasos más al cuerpo
sin vida de Florian.
―¿Crees que le habrán torturado antes de morir? ―le preguntó a su
esposo, conteniendo las lágrimas.
―No lo creo, el casanova era demasiado bueno provocando la ira de
los demás ―pronunció aquello en tono indiferente, pero por dentro sentía la
misma rabia que Max y estaba seguro de que había tenido una muerte
cargada de sufrimiento.
―Juro que cuando les ponga las manos encima, voy a hacerles sufrir
―prometió la joven apretando los puños y clavándose las uñas en la palma
de la mano.
―No me cabe la menor duda, pelirroja ―aseguró Varcan, abrazándola
con fuerza para que llorara como sabía que necesitaba.

Estaban saliendo del aeropuerto de San Francisco cuando el móvil de


Nikolai comenzó a sonar.
Este lo sacó de su bolsillo, viendo que era Varcan quien llamaba.
―Dime, bror ―respondió al descolgar la llamada.
―Hemos llegado tarde, han matado a Florian.
Nikolai miró de soslayo a Keyla, sabiendo que cuando supiera aquello
no habría manera de convencerla para que no se entregara.
―¿Por qué me llamas a mí y no a Abdiel?
―Para que decidas qué hacer con esta información ―respondió
Varcan―. Sabemos de sobra lo que esta muerte puede afectar a la
doctorcita bombón.
El guardián ruso agradeció aquel gesto.
―¿Cómo estáis vosotros?
―Todos bien ―le aseguró―. Cuando llegamos ya no había nadie
aquí.
―¿Qué haréis ahora? ―preguntó, viendo como Keyla se acercaba a él
con el ceño fruncido.
―Volveremos al castillo junto a Thorne, no queremos tener que
lamentar más bajas.
―Me parece una buena idea. Tened cuidado.
―Lo mismo digo, bror.
Y tras aquello, cortaron la conversación.
―¿Eran ellos? ―quiso saber Keyla.
―Sí ―respondió sin más, adelantándose hacia donde estaban los
demás.
―¿Han dado con la persona que habían ido a buscar? ―continuó
interrogándole.
―Sí ―contestó de nuevo, colocándose junto a Abdiel.
―¿Estaba bien? ―inquirió nuevamente la joven doctora.
―Claro ―dijo escuetamente.
―¿Qué me estás ocultando? ―gritó Keyla, molesta por el modo en
que la estaba evadiendo.
Todos los demás se volvieron hacia ellos.
―No te oculto nada ―mintió Nikolai, queriendo protegerla―. Han
llegado a Paris y han encontrado a Florian con vida, no hay nada más que
saber.
―¿Me juras que no me mientes? ―insistió, plantándose ante él y
atravesándole con la mirada.
El hombre tragó saliva, sintiéndose mal por ocultarle la verdad, pero
no tenía otra alternativa.
―Lo juro ―sentenció.
Se mantuvieron la mirada unos segundos más, hasta que Keyla negó
con la cabeza.
―Lo siento, estoy un poco sobrepasada por los acontecimientos ―se
disculpó―. Perdona por haber dudado de ti.
―Es normal, a mí me ocurrió lo mismo en su momento ―le aseguró
Roxie, que la tomó del brazo y se adelantó con ella hacia la parada de
taxis―. Cuando fui consciente de que había un mundo oculto que
desconocía por completo y del que yo era la clave, casi entré en estado
catatónico.
―No estaba vivo, ¿no es cierto? ―preguntó Draven, cuando estuvo
seguro que Keyla no podría oírles.
―No ―se sinceró Nikolai, suspirando impotente.
―Has hecho bien en no contárselo a ella ―le aseguró Abdiel.
Miró a su hermano a los ojos.
―Y entonces, ¿por qué me siento tan mal?
Keyla y Roxie estaban a punto de subirse a uno de los taxis cuando
una limusina negra con los cristales tintados tocó la bocina.
―¿Quién es? ―preguntó la morena.
―Tanta ostentación solo puede pertenecer al líder del inframundo, ¿no
creéis? ―ironizó el cazador.
―¿Líder del inframundo? ―exclamó Keyla, confusa y aterrada a
partes iguales.
―No te preocupes, es un aliado ―respondió Nikolai, tratando de
tranquilizarla―. Mauronte es el demonio que ha estado protegiendo a la
amiga de Roxie y Max en nuestra ausencia.
―Demonios, lo último que me faltaba por oír ―repuso la doctora,
poniendo los ojos en blanco.
Los tres guardianes se acercaron a la lujosa limusina, pero antes de
llegar, de ella salió un guapo moreno impolutamente trajeado.
―¿Era necesario este despliegue? ―le preguntó Abdiel con una ceja
alzada, señalando con un movimiento de cabeza la limusina―. Nos hubiera
venido mejor un poco de discreción.
―Ya sabéis que la discreción no es lo mío. ―Estrechó la mano del
líder de los guardianes con camaradería.
―No me explico entonces cómo has podido vigilar a la pintora sin
que te cace ―repuso Draven, saludándole también.
―No insistas, no voy a revelarte mis secretos, guardián. ―Le guiñó
uno de sus ojos negros en modo guasón.
―Hacia mucho que no te veía. ―Nikolai le palmeó la espalda―. Te
conservas bastante bien, amigo.
―No puedo decir lo mismo de ti, guardián ―bromeó, con una sonrisa
divertida en su atractivo rostro.
En ese momento desvió la mirada hacia las dos mujeres que los
estaban observando en silencio.
―Pero qué tenemos aquí. ―Se acercó más a ellas, tomando la mano
de Keyla―. Encantado de conoceros, podéis llamarme Mauro. ―Depositó
un beso en el dorso de esta con galantería.
―Yo… yo soy Keyla ―contestó, admirada por el atractivo que
emanaba aquel hombre.
―Un placer conocerte, bella Keyla. ―Desvió sus ojos hacia la
morena, pero antes de que pudiera coger su mano, Abdiel se plantó ante él,
tomando a su esposa por los hombros―. Olvídate de usar tu seducción
demoniaca con ella, Mauronte, es mi pareja de vida.
―Vaya, un honor conocer a la pareja de mi viejo amigo ―respondió,
mirándola de forma admirativa.
―Soy Roxie ―contestó la joven.
―Lo sé, la amiga de Max.
La morena sonrió.
―Así es.
―Una mujer muy divertida ―reconoció, recordando el modo en que
le llamaba «espagueti», haciendo alusión a sus orígenes italianos―. ¿Por
qué no subís a la limusina y os llevo junto a Sasha?
―Sí, por favor ―exclamó Roxie con entusiasmo―. Estoy deseando
volver a verla.
―Pues adelante. ―Abrió la puerta del coche, dejando pasar a las
mujeres.
Tras ellas entraron Draven y Abdiel, y antes de que Nikolai lo hiciera
también, clavó sus claros ojos sobre los negros del demonio.
―Keyla y yo estamos juntos, Mauronte ―le dijo con el semblante
serio.
―Lo sé desde el momento en que la vi ―reconoció Mauro, con una
sonrisa descarada en los labios―. Lleva tu olor impregnado en ella.
―Pues harías bien en recordarlo. ―Le devolvió la sonrisa
sardónica―. Porque me caes bien y no me gustaría tener que hacerte daño.
Capítulo 21
Llegaron a un lujoso bloque de apartamentos que pertenecía a
Mauronte.
―He pensado que estaríais más cómodos teniendo un apartamento
para cada uno ―les miró con una de sus negras cejas alzada―. Pero al
parecer, solo harán falta tres apartamentos, ¿cierto? ―Esperó para ver si
alguien decía lo contrario, cosa que nadie hizo.
Entró dentro del bloque, sonriendo satisfecho. Los otros cinco le
siguieron, admirando el lujo imperante a su alrededor. Subieron al enorme
ascensor que les llevó hasta el último piso.
―He reservado para vosotros los pisos de la última planta ―les dijo,
abriendo la puerta de uno de ellos―. Son los mejores. Además, tenéis
acceso directo a la piscina de la azotea.
―Justo lo que necesitábamos, una piscina para divertirnos mientras
unos dementes matan a nuestros amigos ―repuso Draven, metiendo las
manos en los bolsillos de su pantalón militar.
―Yo os ofrezco lo mejor que tengo, luego vosotros decidís cómo
usarlo. ―Tras aquellas palabras, les guiñó un ojo a las mujeres, haciendo
que ellas sonrieran embobadas y sus parejas gruñeran molestas.
Roxie movió la cabeza de un lado al otro, desembarazándose de la
tontería que la sonrisa de ese atractivo demonio le había provocado.
―Mientras vosotros os instaláis, Keyla y yo vamos a ver a Sasha.
―¿Qué? ―Se sorprendió Abdiel―. ¡No! ―exclamó―. Vosotras no
vais solas a ninguna parte.
―Estoy de acuerdo con mi hermano ―convino Nikolai mirando a
ambas con cara de pocos amigos.
―¿Por qué no? ―preguntó Roxie, cruzándose de brazos.
―Eso, ¿por qué no? ―repitió Keyla―. ¿Con quién iba a estar más
protegida que con la bruja más poderosa de todos los tiempos?
La morena alzó el mentón y asintió, de acuerdo con las palabras de la
doctora.
Su esposo dio un paso adelante, plantándose ante ella y tratando de
intimidarla con su corpulencia.
―No voy a permitir que vayáis solas…
―No voy a discutir esto, Abdiel. No puedo estar pegada a ti las
veinticuatro horas del día ―protestó Roxie, interrumpiéndole―. Soy una
mujer que también necesita su independencia y salir con sus amigas cuando
le plazca.
―¡No cuando están matando a los nuestros! ―bramó furioso.
―¿Por qué no viene Draven con nosotras? ―intervino Keyla, para
que la sangre no llegara al río.
―Ah, no ―negó el aludido, alzando las manos en el aire―. Yo paso
de involucrarme en esto.
―¿Por qué tiene que ser Draven? ―inquirió el guardián ruso―. ¿Por
qué no yo?
―Porque Draven es el único que no tiene vinculación amorosa con
ninguna de nosotras ―apuntó la doctora.
―De acuerdo, Draven puede venir ―accedió Roxie―. Pero que se
mantenga alejado. No quiero tenerlo pegado a mí como si fuera mi
guardaespaldas.
―Roxanne ―repuso su marido en tono de advertencia.
―No voy a ceder en esto, Abdiel ―le aseguró la joven, clavando sus
ojos violetas en él.
El líder de los guardianes bufó, pasándose las manos por el pelo.
―No las pierdas de vista ―le ordenó a Draven.
―Un plan muy tentador ―ironizó el cazador, sin ninguna gana de
hacer de niñera de aquellas mujeres.
Roxie sonrió triunfante antes de tomar a Keyla de la mano y
conducirla de nuevo al ascensor, seguidas por Draven, que fulminó a sus
hermanos con la mirada por encomendarle aquel marrón.
―Voy a tener que empezar a enseñaros cómo tratar a las damas para
que no quieran teneros lejos de ellas ―se jactó Mauronte, ganándose que
ambos guardianes clavasen sus ojos asesinos sobre él.

Roxie condujo a Keyla hasta el bloque de apartamentos donde ahora


vivían Sasha y Daisy, otra de sus amigas. Esta última estaría en la agencia
inmobiliaria donde trabajaba, pero estaba segura de que Sasha se
encontraría en casa, dejando que las musas le indicasen qué debía pintar.
Llamó al timbre y miró por encima del hombro a Draven, que
permanecía a unos metros de ellas, ataviado con una gorra y unas gafas. Le
hubiera gustado hacerse invisible, pero si pensaban permanecer algunas
horas juntas habría requerido más energía de la necesaria, ya que usar su
poder así lo exigía, por lo que necesitaría buscar una nueva víctima para
alimentarse —cosa que prefería hacer con la menor asiduidad posible—, así
que optó por camuflarse y seguirlas de manera discreta.
―Me sabe mal que tenga que ir todo el rato detrás de nosotras
―comentó Keyla, sin poder evitar sonreír ante lo cómico de la situación.
―No pasa nada, ya está acostumbrado a este tipo de seguimientos.
―Se encogió de hombros―. Además, así lo han querido ellos.
―¿Quién es? ―Se oyó la voz de Sasha a través del altavoz de los
timbres.
―A ver si lo adivinas ―contestó Roxie de muy buen humor.
―¿Roxie? ¿Eres tú? ―preguntó con nerviosismo―. ¡Pues claro que
eres tú!
―He venido a arreglar unas cosas a San Francisco y había pensado
que quizá te apetecería que hiciéramos algo antes de que me vuelva a
marchar.
―Enseguida bajo ―respondió la artista antes de colgar el telefonillo.
―No te ha costado mucho convencerla ―comentó Keyla, sonriendo.
Tenía que reconocer que echaba de menos salir con sus amigas y tener
una vida normal y corriente, y estaba claro que a Roxie le pasaba lo mismo.
Ambas llevaban cerca de un año viviendo en un mundo nuevo, lleno de
peligros y magia, por lo que era muy reconfortante sentirse normales por
unos instantes.
Unos minutos después, la puerta del portal se abrió y de ella salió una
bonita joven de cabello castaño, que llevaba recogido en un moño desecho,
sujeto con el mango de un pincel viejo. Vestía una enorme camiseta,
salpicada con algunas manchas de pintura, y sus piernas estaban enfundadas
en unas ajustadas mallas negras. Completaban su atuendo unas zapatillas de
deporte algo rotas y una mochila tipo escolar que llevaba colgada al
hombro.
Nada más ver a Roxie, se abalanzó sobre ella y ambas se estrecharon
en un afectuoso abrazo.
―No me puedo creer que estés aquí ―comentó, apartándose un poco
de su amiga para mirarla de arriba abajo―. ¡Madre mía, Rox, estas
preciosa! Más de lo habitual, quiero decir, y eso ya era complicado.
Roxie soltó una cantarina risa.
―Será a consecuencia de la felicidad.
―¿Ha venido Max contigo? ―preguntó mirando más allá de su
amiga, aquel fue el momento en que se percató de la presencia de Keyla
junto a ella.
―Max no ha podido venir, pero he traído a mi nueva amiga Keyla
―la presentó―. Keyla, ella es mi amiga Sasha.
Ambas jóvenes de estrecharon las manos, sintiendo una conexión
instantánea.
―Encantada de conocerte ―dijo la doctora―. Roxie y Max hablan
maravillas de ti.
―Eso es porque me quieren mucho ―repuso la artista, sonriendo―.
¿Cuánto vais a quedaros?
―Aún no lo sabemos ―respondió Keyla, mirando de reojo a la
morena en busca de ayuda.
―Mi esposo está aquí por unos asuntos de negocios y no sé
exactamente cuánto tardará en resolverlos ―inventó.
―Lo importante es que estás aquí ―Sasha la abrazó de nuevo―.
¿Qué queréis que hagamos?
―Si no os importa, me gustaría que pudiéramos ir a tomar un café o
algún plan tranquilo, para variar ―sugirió Keyla.
―¿Para variar? ―indagó la artista―. ¿Tienes una vida muy
ajetreada?
―Emm… bueno. ―Había metido la pata sin darse cuenta―. Soy
doctora y trabajo en las urgencias de un hospital, ya puedes imaginar lo
estresante que resulta eso. ―Dibujó una sonrisa fingida, rezando para que
su explicación hubiera sonado creíble.
―Uff, ya lo imagino ―concedió Sasha―. Tiene que ser un trabajo
muy esclavo.
―Por desgracia, sí ―suspiró aliviada.
―¿Por qué no vamos a la cafetería que tanto te gustaba, Rox?
―sugirió la artista―. Está un poco retirada, pero tiene unas vistas
espectaculares.
―Por mí bien ―asintió Roxie.
―A mí me encanta andar ―confesó Keyla, sintiéndose una persona
normal por primera vez en un año.
Las tres se pusieron en marcha.
Sasha interrogó a su amiga sobre su reciente marido y ella le explicó
también como le iba con sus cuadros. Se notaba que sentía una pasión
arrolladora por su trabajo.
También se interesó por Keyla. Su vida, cómo llevaba ser doctora, el
modo en que Roxie y ella se habían conocido…
Estaban caminando por una estrecha calle cuando Sasha las tomó de la
mano, obligándolas a esconderse en una esquina de un callejón.
―No quiero asustaros, chicas, pero un hombre lleva siguiéndonos
desde que salimos de mi casa ―murmuró con una expresión de miedo en el
rostro.
Keyla y Roxie se miraron entre sí con el corazón acelerado.
Evidentemente había descubierto a Draven.
―¿Estás segura? ―le preguntó la morena, sonriendo para quitarle
importancia a sus sospechas―. Seguramente irá en la misma dirección que
nosotras, eso es todo.
―¿No puede ser que te hayas confundido? ―agregó Keyla, para dar
énfasis a la afirmación de Roxie.
―No, estoy segura de que nos sigue ―insistió, asomando la cabeza
hacia la otra calle, asegurándose de que siguiera ahí―. Está muy cerca
―exclamó en un susurro, alterada.
―Sasha, verás…
Sin embargo, antes de que Roxie pudiera inventarse otra mentira, la
artista salió del callejón tirándose sobre Draven, que cayó de espaldas al
suelo, sorprendido por aquel repentino ataque. Subida a horcajadas sobre él,
comenzó a golpearle con su mochila, mientras el guardián se cubría el
rostro con los brazos.
―¡Corred! ―les suplicó Sasha fuera de sí―. Id a buscar ayuda.
Llamad a la policía.
Cuando estaba a punto de golpearle de nuevo, Draven la tomó por las
muñecas girando sobre sí mismo colocándose sobre la joven, que pataleó
desesperada.
―¡Violador asqueroso! ―gritaba, intentando morderle―. ¡Suéltame!
―No hasta que te calmes ―le dijo Draven, sin alzar la voz.
―No es un violador, Sasha ―intervino entonces Roxie.
―Es cierto, le conocemos ―le aseguró Keyla.
Entonces la artista dejó de moverse, mirándolas sorprendida.
―¿Le conocéis?
―Sí, es… mi guardaespaldas ―se inventó la morena, aunque tenía
cierta parte de verdad aquella afirmación.
―¿Por qué necesitas un guardaespaldas? ―inquirió, aún más
confundida.
―Eh, yo…
―Su esposo es un importante empresario, es por eso ―Keyla salió en
su ayuda al notarla dudar.
―De acuerdo ―dijo Sasha, asimilando toda la información.
Fue entonces cuando subió sus ojos hacia el hombre que tenía sobre
ella. Llevaba una gorra de béisbol y unas gafas de sol cubrían sus ojos, pero
extrañamente, le resultó familiar.
―¿Nos conocemos? ―preguntó, muy interesada en saber su
respuesta.
―Por supuesto ―contestó el guardián soltándola y poniéndose en pie
de un salto―. Eres la loca que se ha abalanzado sobre mí y me ha tirado al
suelo.
Las mejillas de Sasha enrojecieron.
―Lo siento ―se disculpó, poniéndose en pie y sacudiéndose la
ropa―. Creía que eras un ladrón o un violador.
Roxie y Keyla no pudieron evitar reírse, recordando la situación que
acababan de presenciar.
―Vaya, qué graciosas ―protestó, avergonzada―. Ya podríais
haberme avisado que había un guardaespaldas siguiéndonos a todos lados.
―Perdona, Sash ―se disculpó, Roxie―. Estoy tan acostumbrada a su
presencia, que ya ni me acuerdo de que le tengo cerca.
―Está bien. ―Sonrió con resignación―. Ya has conocido mi lado
mete patas, que es el que más destaca en mi persona ―le dijo a Keyla,
mientras miraba de reojo al hombre que permanecía de espaldas a ella.
―Me encanta ese lado en las personas, para no ser la única torpe del
grupo ―la tranquilizó Keyla, tomándola del brazo y continuando el camino
hacia la cafetería.

Las tres estuvieron cerca de dos horas en la cafetería. Pidieron café,


probaron las pastitas caseras, que estaban deliciosas, y hablaron sin parar.
Hacían un trío muy divertido y bien complementado.
Mientras tanto, Draven permaneció en el exterior con la espalda
apoyada en el edificio que había frente a la cafetería. Las observaba a través
de la ventana junto a la que estaban sentadas, para cerciorarse de que no
hubiera problemas.
Cuando se pusieron en pie y pagaron la cuenta, el guardián también se
irguió. A lo lejos oyó el chirrido de unas ruedas y el motor revolucionado
de un coche.
Las tres amigas salieron a la calle justo en el momento en que un
todoterreno daba la vuelta a la esquina y se dirigía directo hacia ellas.
―¡Alto! ―gritó Draven, echando a correr hacia las mujeres.
Las tres se volvieron a mirarlo justo en el momento en que el coche
estaba a escasos metros de ellas. Roxie reaccionó agarrando a Keyla, que
estaba a su lado, y la apartó de la carretera, pero Sasha estaba más
adelantada, por lo que se quedó mirando el coche acercarse, paralizada por
el miedo.
Draven llegó a ella justo en el momento en que el todoterreno iba a
impactar contra su cuerpo, por lo que la envolvió entre sus brazos,
absorbiendo la mayor parte del golpe que les lanzó por los aires,
haciéndoles rodar por el arcén.
El coche no se detuvo tras el atropello y se dio a la fuga.
Draven, dolorido, aún mantenía a la joven entre sus brazos. Irguió un
poco la cabeza, apartando el cabello del rostro femenino para cerciorarse de
que estuviera bien.
―¿Sasha, me escuchas? ―le preguntó.
La artista le miraba con sus enormes ojos verdes muy abiertos y
cuando trató de hablar, una bocanada de sangre salió de su boca.
―¡Mierda! ―maldijo, comprendiendo que cubrirla con su propio
cuerpo no había sido suficiente para evitar que le hicieran daño.
―Por favor, échense un poco para atrás ―pidió Keyla a las personas
que se arremolinaban en torno a Draven y Sasha―. Soy doctora.
Se agachó junto a la pareja que estaba en el suelo, mirando con
preocupación a la joven.
―¿Estás bien, Draven? ―le preguntó al guardián.
―No te preocupes por mí, ocúpate de ella ―respondió sin apartar sus
claros ojos de Sasha, notando como las costillas que se le habían roto a
causa del impacto volvían a recolocarse en su sitio.
Keyla asintió y colocó sus manos sobre el torso de la joven. Estaba
bastante mal, pero con su poder de sanación podía hacer que se recuperase
por completo. Cerró los ojos y se concentró en curar todas sus lesiones
internas.
Comenzó a sentir como el dolor de Sasha desaparecía y volvía a ella
de forma emocional, como le ocurría siempre. Cuando percibió que el
cuerpo de la artista estuvo sanado completamente, abrió los ojos.
―¿Cómo te encuentras, Sasha?
La joven se incorporó, quedándose sentada sobre la calzada, un tanto
aturdida.
―Creo que bien ―entonces desvió sus ojos hacia Draven―. Me has
salvado la vida.
―No ha sido nada, es parte de mi trabajo ―le restó importancia el
guardián.
―De todos modos… ―Iba a darle las gracias, pero se quedó
paralizada.
Draven había perdido la gorra y las gafas durante el accidente y su
rostro estaba al descubierto. Aquel rostro que tantas veces había visto Sasha
en su cabeza y que había plasmado en sus lienzos en centenares de
ocasiones.
―¡Eres tú! ―exclamó, acercando su mano al rostro del guardián, que
se retiró antes de que pudiera tocarlo.
―Sí, soy el que te ha cubierto para que el coche no te despedazase
―repuso, poniéndose en pie de un salto, pues el hueso astillado de su
pierna también se había recompuesto, y dándole la espalda, ya que sabía
perfectamente a qué se estaba refiriendo con aquella afirmación.
―No me refería a eso, yo…
―Es normal que te sientas aturdida ―la interrumpió Keyla,
ayudándola a ponerse en pie.
―Deberíamos ir al hospital para que se cercioren de que los dos
estamos bien y no tenemos ningún daño interno, ¿no crees? ―sugirió, sin
poder apartar sus ojos de la ancha espalda del guardaespaldas.
―Todo está bien, acabo de reconocerte y no veo nada alarmante ―le
aseguró la doctora.
Sasha frunció el ceño.
―¿Lo sabes sin hacerme ninguna prueba?
―¿Acaso te duele algo? ―le preguntó, sonriendo de forma forzada.
Sabía que todo aquello sonaba incoherente, ¿pero que les dirían si fueran al
hospital? ¿Qué un coche les había lanzado por los aires y no les había
causado daño alguno?
―La verdad es que no ―negó, confundida―. Aunque no lo entiendo,
deberíamos estar los dos muertos. ―Frunció el ceño, sin apartar su vista de
Draven.
―Piensa que mi guardaespaldas está preparado para este tipo de
situaciones. Sabe cómo tiene que caer para no lesionarse ―intervino Roxie
tomándola por los hombros y comenzando a andar con ella.
―Deberíamos ir a comisaría para poner una denuncia ―dijo Sasha
mirando su ropa, que tenía manchas de sangre. ¿De dónde había salido si no
estaba herida?
―Yo me ocuparé de eso, no te preocupes ―continuó diciendo la
morena―. Tú necesitas a descansar. Creo que te hará bien.
Capítulo 22
Después de dejar a Sasha en su casa, Draven se quedó haciendo
guardia, pues sabían que aquel no había sido un atropello fortuito. Había
sido otra advertencia de lo que ocurriría si no entregaban a Keyla por las
buenas.
Ambas mujeres acababan de llegar al lujoso bloque de apartamentos
de Mauronte, donde sus respectivas parejas las esperaban ansiosos. Sobre
todo, después de la llamada que les hicieron informándoles de lo ocurrido.
―Sabía que no era buena idea que os marcharais solas ―las reprendió
Abdiel desde el rellano de los apartamentos nada más verlas.
―¿Acaso hubiera sido diferente de haber estado vosotros dos
presentes? ―repuso Roxie con una ceja alzada―. Draven intervino y salvó
la vida de Sasha, eso es lo importante.
Su esposo no respondió, se limitó a soltar un gruñido de
desaprobación.
Nikolai, por su parte, se acercó a Keyla tomando su cara entre las
manos y estudiándola de arriaba abajo.
―¿Estás bien?
―Por suerte estaba allí para salvarla, pero la próxima vez quizá yo no
esté cerca ―le expresó sus miedos en voz alta.
El guardián ruso la besó en los labios con ternura.
―Necesitas comer algo. ―Tomándola de la mano, la metió dentro del
apartamento que iban a compartir, quedándose a solas con ella.
Era una sensación extraña e íntima el estar a solas en aquella lujosa
vivienda.
―He preparado la comida, espero que te guste ―comentó Nikolai
abriendo el horno, del que salió un exquisito olor.
―¿Sabes cocinar? ―le preguntó Keyla, sorprendida.
El guardián se puso unas manoplas de cocina y sacó la humeante
bandeja de dentro del horno.
―En tantos años de vida he aprendido a hacer muchas cosas
―respondió, con una sonrisa relajada en el rostro.
La joven también le devolvió la sonrisa.
―Pareces de muy buen humor. ―Se sentó en uno de los taburetes que
había en la barra de la cocina americana.
―Lo estoy ahora que has vuelto ―puntualizó, trinchando el pollo
asado―. Tendrías que haberme visto antes, humeaba más que este pobre
pollo.
Aquellas palabras hicieron reír a Keyla y Nikolai la miró, apreciando
lo hermosa que era.
―Espero que te guste el pollo al estilo Nikolai ―continuó diciendo,
sirviendo un pedazo en un plato.
Estaba convencida de que le gustaría cualquier cosa que ese hombre le
hiciera.
―Si sabe la mitad de bien de lo que huele, estoy segura de que me va
a encantar ―comentó poniéndose en pie―. Déjame ayudarte a poner la
mesa.
―Ya lo he hecho yo.
Keyla volvió la cabeza hacia el salón y comprobó que era cierto. La
mesa estaba cuidadosamente puesta, incluyendo un bonito candelabro de
cristal con una vela labrada.
―¿Quién eres tú y donde has metido a ese hombre que me decía que
no podía ofrecerme nada? ―le preguntó un tanto emocionada.
Aquello hizo que el guardián la mirara con seriedad.
―Keyla, eso no ha cambiado. Yo…
―Tranquilo, Nik ―le cortó, posando una mano sobre la suya―. Solo
estaba bromeando.
Nikolai asintió, tomando los platos y dejándolos sobre la mesa.
―Toma asiento ―le pidió, apartando una silla para que se sentara.
La joven lo hizo y se colocó la servilleta sobre el regazo.
―No me puedo creer que vayamos a tener nuestra primera cita en
medio de todo este caos. ―Miró con recelo a Nikolai―. Por qué es una
cita, ¿no es cierto?
El guardián se sentó frente a ella, sonriendo de medio lado.
―Es una cita ―afirmó, tomando una de las manos de la joven―.
Necesitaba darle un poco de normalidad a tu vida. Cuando Roxie y tú nos
explicasteis que la echabais en falta, comprendí que era absolutamente
normal. Nosotros hemos tenido milenios para acostumbrarnos a esta vida de
locos, pero vosotras apenas habéis tenido un año para asimilar este nuevo
mundo que se ha abierto ante vuestros ojos.
―Pues te agradezco el esfuerzo ―le dijo con sinceridad.
Comieron con calma, hablando de todo un poco. Aquello les permitió
conocerse mejor.
Era tan agradable aquella sensación de intimidad y normalidad que
ambos sintieron que podrían acostumbrarse a ello.
Cuando terminaron de comer, Keyla puso música y sacó al guardián a
bailar. Se movían como uno solo al compás de la música, sin poder dejar de
mirarse a los ojos.
―Eres tan hermosa que no puedo apartar mis ojos de ti ―confesó
Nikolai, besándola suavemente.
―Tengo miedo, Nik ―reveló la joven.
―¿Miedo de mí?
―Jamás podría sentir miedo de ti ―le aseguró―. Tengo miedo de
que esto se termine. Apenas acabamos de empezar, pero todo parece
congraciarse para que no estemos juntos. Mi padre, sus constantes
amenazas, todos los peligros a los que nos enfrentamos…
―¿Qué es lo que quieres? ―le preguntó el guardián haciéndola girar
y atrayéndola de nuevo hacia su cuerpo.
Keyla soltó una risita de júbilo.
―Quiero vivir tan feliz como lo estoy siendo en estos momentos.
Hace tantos años que no lo soy que había olvidado esa sensación.
―Desde que murió tu madre ―dedujo, y Keyla asintió―. Me gustaría
poder prometerte que todo va a ir bien, pero ambos sabemos que eso sería
mentir. ―Dejó de bailar y la miró a los ojos con seriedad―. Lo que sí
puedo asegurarte es que haré todo lo que esté en mi mano para que nada
pueda dañarte. Me esforzaré para que te sientas comprendida y querida, y
jamás te exigiré nada que no quieras darme. ¿Me crees?
La joven asintió de nuevo, apoyando sus manos sobre el pectoral del
guardián. Las fue bajando acariciadoramente hasta llegar a la cinturilla de
su camiseta y tirar de ella, sacándosela por la cabeza y dejándole con su
musculo torso al descubierto.
―Creo que no quiero hablar más.
Nikolai amplió su sonrisa.
―Me parece una gran idea.
Asaltó su boca con tanta ansia que era imposible no derretirse con un
beso como aquel. Succionó su lengua y la mordió con suavidad, mientras la
arrastró hasta pegar su espalda contra la pared.
―Quiero tenerte sin ropa para mí ―susurró contra la oreja femenina,
acariciándola con su caliente aliento.
Comenzó a desabotonar la camisa de la joven y deslizó por sus
hombros, haciendo que su piel se erizara. Tras aquello fueron el resto de sus
prendas, hasta dejarla únicamente con sus braguitas de encaje blancas. Se
arrodilló ante ella y hundió su nariz entre sus piernas.
―Quiero saborearte, Keyla ―le aseguró, alzando sus ojos casi
blancos hacia ella.
Acto seguido, rompió las braguitas y recorrió lentamente con su
lengua la dulce humedad de la joven.
La doctora dejó caer su cabeza contra la pared, disfrutando de aquel
torrente de placer que le estaba proporcionando el guardián.
Su lengua continuó recorriendo todos los recovecos femeninos,
centrándose en su clítoris. Agarró el redondo trasero de Keyla, mientras
seguía torturándola con sus caricias.
La joven comenzó a sentir como la electricidad que le proporcionaba
el placer se extendió por todas sus terminaciones nerviosas. Sus piernas se
quedaron lánguidas, pero Nikolai la mantuvo sujeta, anclada a la pared,
para continuar embebiéndose su orgasmo.
Una vez hubo pasado, el guardián se puso en pie y, tomándola en
brazos, la condujo hasta la cama.
―Prepárate para una larga noche, porque no voy a parar hasta quedar
saciado de ti ―le aseguró con voz ronca.
La tumbó sobre la cama dejándola al borde, mientras él comenzaba a
desvestirse lentamente, sin dejar de mirarla a los ojos.
Keyla se quedó admirando el impresionante cuerpo del guardián.
Aquel hombre estaba hecho para pecar, sin duda alguna. Sus hombros
anchos, su torso musculado, sus estrechas caderas y todos los tatuajes que
adornaban su piel hacían de él un auténtico espectáculo.
Tomándola por los muslos, tiró de ella aún más, hasta que su trasero
quedó completamente al filo del colchón. Se colocó entre sus piernas y
tomando su pene en la mano, lo dirigió hacia la húmeda y palpitante
abertura de la doctora. De un solo movimiento la penetró hasta el fondo.
Sus cuerpos quedaron completamente acoplados, y sintieron en cada fibra
de su cuerpo que estaban hechos el uno para el otro.
Nikolai comenzó a bombear un ritmo rápido y constante, con sus
manos en las caderas de la joven. Se inclinó hacia delante, atrapando entre
sus labios uno de los rosados pezones femeninos.
Keyla echó la cabeza hacia atrás y jadeó fuertemente.
Ver aquel cuello expuesto hizo que los colmillos del guardián se
alargaran, con unas intensas ganas de beber de ella. Si no hubiera sido por
aquellos largos años de férrea disciplina y autocontrol, estaba seguro de que
lo hubiera hecho.
Sin embargo, se contuvo. Lo hizo porque era lo mejor para ella, lo
mejor para ambos. Pero sobre todo, lo hizo porque la amaba tanto que la
simple idea de convertirla en un ser que necesitara sangre para sobrevivir le
parecía horrible.
Keyla era perfecta. Era una persona de alma pura, que siempre
anteponía el bienestar de los demás por encima del suyo propio y él la
amaba por ello. No podía ensuciarla con su maldición.
Y justo en aquel momento se dio cuenta de que confiaba en ella.
Confiaba en que jamás le traicionaría del mismo modo en que lo había
hecho Mila en el pasado, porque Keyla era mucho mejor persona que ella.
Aquel descubrimiento hizo que la quisiera todavía más, si eso era posible.
Nikolai se salió de dentro de la joven y la colocó de rodillas sobre la
cama, pues no podía seguir mirando aquella suculenta garganta sin beber un
buen trago de su sangre. Desde atrás la penetró, haciendo que la joven
soltara un gritito de placer.
―Ojalá pudieras ser mía del modo en que me gustaría que lo fueras
―murmuró con cierto pesar.
Sin embargo, Keyla no pudo oírle, pues los coletazos de un nuevo
orgasmo comenzaron a sacudirla.
Nikolai también se dejó ir, sintiendo en lo más profundo de su corazón
que estaba irrevocablemente perdido, pues no podía imaginar su vida sin
estar a su lado.

Nikolai estaba mirando a Keyla, que dormía apaciblemente. Habían


estado haciendo el amor durante todo el día y era normal que estuviera
agotada.
Todo con ella era maravilloso y estaba aterrado por ello. ¿Cómo iba a
pensar que podría salir bien su relación cuando nunca había podido
conservar nada bueno en su vida? Y naturalmente, ella era una de las
mejores personas que había conocido. Su bondad iluminaba la oscuridad
que él albergaba en su interior.
Se puso en pie con cuidado, para no despertarla. Se acercó a su bolsa
de viaje y sacó de ella sus pantalones negros de chándal, poniéndoselos.
Salió de la alcoba y se rehízo el moño. Se sentía tenso y necesitaba
meditar, así que se sentó en medio del salón, colocándose en la postura de
loto. Colocó ambas manos relajadamente sobre sus muslos con las palmas
hacia arriba y cerró los ojos, dejando la mente en blanco.
Le gustaba bastante practicar meditación y solía hacerlo muy a
menudo. Lo que no le ocurría con tanta asiduidad era ser transportado al
templo de la Diosa, como le ocurrió en aquel momento.
―Ya era hora ―le dijo la preciosa mujer de cabello dorado, ataviada
con una túnica semitransparente.
―Mi señora ―contestó Nikolai, inclinando la cabeza como muestra
de respeto.
―¿Qué estás haciendo, mi guardián? ―Se acercó a él con paso lento
y le acarició suavemente la mandíbula, levantándole el rostro para mirarle a
los ojos―. ¿Por qué tus hermanos y tú os empeñáis en rechazar los regalos
que os ofrezco?
―¿Os estáis refiriendo a Keyla, mi Diosa? ―preguntó con el ceño
fruncido.
―¿A qué si no? ―alzó una ceja, sonriendo satisfecha.
―Con todo el respeto, mi señora, Keyla no es un objeto que podáis
regalar ―la contradijo―. Es una mujer excepcional y si la conocierais…
―Oh, la conozco ―le interrumpió, con una sonrisa deslumbrante que
dejaba entrever sus perfectos y blancos dientes―. La he visto nacer y crecer
junto a una madre amorosa y a un padre que la despreciaba. He visto todas
las lágrimas que ha derramado y las risas que le han alegrado el alma.
Créeme, nadie mejor que yo sabe lo valiosa que es esa mujer. ―Sus ojos
gris oscuro parecían poder ver el alma del guardián―. Es por eso que no
entiendo por qué te niegas a unirte a ella.
―Porque la amo.
―Razón de más para marcarla ―repuso, sin acabar de entender su
razonamiento.
―No ―negó con solemnidad―. No voy a hacerlo.
―¿Me estás desafiando, mi guardián? ―le preguntó con un tono de
voz suave, pero que dejaba entrever que no aceptaría ningún tipo de
desafío.
―No me gustaría tener que hacerlo, mi señora.
La Diosa admiró su valentía.
―De todos mis guardianes, tú eres el que más fuerza de voluntad
tiene y eso es algo que me preocupa ―se sinceró con él―. Sé
perfectamente que crees que destrozas todo lo que tocas. Según tu punto de
vista, tu madre murió por tu culpa, al igual que Vesela. Y lo mismo ocurrió
con Milosz y Brunella, ¿no es cierto?
Nikolai apretó los dientes, pues le dolía la simple mención de aquellas
personas a las que tanto había querido y que murieron de manera horrible.
―No quiero hablar de ellos.
―Pero es necesario que lo hagas o no conseguirás avanzar.
El guardián trató de alejarse de la Diosa, pero una fuerza invisible le
mantuvo donde estaba.
―¿Por qué no puedo moverme? ―preguntó, haciendo fuerza para
liberarse.
―Porque necesitas escuchar lo que tengo que decirte ―añadió la
Diosa, andando en círculos alrededor de él―. No eres un lastre para Keyla.
Nunca has sido un lastre para ninguna de las personas a las que has querido
en tu vida, tanto mortal como inmortal.
―No quiero seguir con este tema. ―Tenía las venas del cuello
hinchadas a causa de la fuerza que estaba haciendo, pero ni aun así pudo
moverse un solo centímetro.
―Pero yo sí y si no lo has olvidado, soy tu Diosa. ―Se plantó delante
de él con las manos en las caderas―. Quiero que borres de tu cabeza la idea
de que eres un despojo. El único despojo humano que ha habido en tu vida
ha sido Vlad. Él lo sabía y por eso se empeñó en hacerte creer a ti que eras
lo peor ―Le acarició el rostro con delicadeza―, pero yo sé que eso no es
verdad y ella también lo sabe, mi guardián.
―Soy un hombre herido, no puedo ofrecerle lo que ella necesita.
Un bofetón por parte de la Diosa le giró la cara.
―Como sigas diciendo tantas sandeces tendré que torturarte y no
puedo negarte que disfrutaría haciéndolo con Varcan, pero contigo me
resultaría difícil, pues siempre has sido leal y respetuoso conmigo.
Nikolai apretó los puños, pero no dijo nada.
―Eres listo, atractivo, y por lo que he podido ver desde aquí,
impresionante en el sexo ―le dijo en tono sensual―. Deja de decir que no
puedes ofrecerle lo que la preciosa doctora necesita, porque no es verdad.
Tú eres mucho más de lo que cualquier mujer pudiera desear.
―Eso no cambia el hecho de que no voy a marcarla ―le aseguró.
―Piensa bien, mi guerrero. Y no desde la autocompasión y tus
traumas como humano, si no como la persona que eres ahora. Ya no eres
ese esclavo que estaba aterrado. Eres un guerrero. Mi guardián. ―Tomó el
rostro de Nikolai con su mano, apretando sus mejillas―. Recuerda eso, y
también que tienes un don muy poderoso, que tendrás que utilizar
sabiamente llegado el momento. Contén el aliento como has hecho muchas
veces en tu vida, mi querido Nikolai, y gracias a ello, saldrás victorioso de
esta batalla que se avecina. ―Tras decir aquellas enrevesadas palabras, le
besó en los labios, enviándole de nuevo al mundo terrenal.
Capítulo 23
Cuando Keyla despertó por la mañana, estaba abrazada a Nikolai. Su
cabeza reposaba sobre el duro pecho del guardián y acercó su nariz para
aspirar su masculino olor.
Repleta de felicidad, depositó un beso en su torso y se levantó de la
cama, dejándole dormir.
Se puso la camiseta del hombre, que le llegaba por la mitad de los
muslos, y caminó descalza hasta la cocina. No habían cenado nada la noche
anterior, pues habían estado demasiado ocupados tocándose y lamiéndose
por todas partes, así que pensó en hacer un buen desayuno como
agradecimiento por la comida del día anterior.
Ojalá pudieran llevar una vida normal. Ser felices, tener hijos…
¡Madre mía, sus aspiraciones con aquel hombre eran irreales! Debía
quitarse todas aquellas absurdas ideas de la cabeza. ¡Si los guardianes ni
siquiera podían tener hijos, por Dios!
Se aceró a la nevera y rebuscó en ella. Haría unos huevos revueltos
con bacon, unas tostadas, lavaría unas cuantas fresas y serviría un zumo de
naranja recién exprimido. No era nada del otro mundo, lo sabía, pero ella
tampoco era tan diestra en la cocina como Nikolai.
Una vez lo tuvo todo preparado, lo colocó en una bandeja y lo llevó a
la cama.
―Buenos días, dormilón ―dijo, depositando la bandeja sobre la
mesita e inclinándose sobre el hombre para besarle en los labios―. Te he
preparado el desayuno.
―¿Puedo comerte a ti? ―le preguntó con voz ronca, cogiéndola por
la cintura y haciendo que se recostara sobre él.
―No me negaría a que lo hicieras ―respondió la joven, sonriendo
encantada con aquella actitud tan cercana.
―No me tientes, doctora. ―Volvió a besarla con más pasión.
Con sus grandes manos recorrió el costado de Keyla hasta colocarlas
sobre su culo y apretarlo con deseo. La joven gimió contra los labios
masculinos. Aquel hombre le gustaba demasiado, ya que no había sentido
jamás por nadie el deseo que él le despertaba.
―Creo que no voy a saciarme nunca de ti ―reconoció el guardián,
dando un suave mordisco en el cuello de la doctora, conteniendo sus ansias
de clavarle sus colmillos y beber de ella.
Keyla se levantó de encima de él y cogiendo la bandeja, la dejó sobre
la cama. Nikolai se sentó, mirando el copioso desayuno.
―Qué buena pinta tiene todo ―comentó, tomando una de las fresas y
acercándola a los labios de la mujer.
Keyla abrió los labios metiéndose la punta de la fresa en la boca y
dando pequeño mordisco, deleitándose con lo dulce que estaba. Cerró los
ojos y gimió.
―Está deliciosa.
Nikolai, que la miraba con intensidad, se acercó más a ella.
―Sumamente deliciosa ―aseguró, pasando la lengua sobre los
carnosos labios de la doctora, saboreando también el jugo de la fresa.
―Me encantaría poder detener el tiempo ―confesó Keyla.
El guardián posó su mano en el cuello de la joven, acariciando con su
pulgar la curva de su mandíbula.
―Ojalá pudiera hacerlo ―repuso, con total sinceridad―. Porque
nunca he sentido por nadie esto que siento por ti.
―El sentimiento es mutuo ―le aseguró Keyla, con el corazón
desbocado.
Sin ganas de ahondar más en aquellos sentimientos, comenzó a comer
un trozo de bacon.
―Esto está delicioso.
―Aunque engorda muchísimo y tapona las arterias ―apuntó Keyla,
dando rienda suelta a su parte de doctora.
―Por suerte para mí, los guardianes no podemos tener ninguna de las
enfermedades que os afectan a los humanos, incluido el sobrepeso. ―Se
encogió de hombros, con una sonrisa jactanciosa en el rostro.
―No seas engreído ―le reprochó entre risas―. Ojalá yo pudiera
comer lo que quiero sin engordar, pero por desgracia, las calorías le cogen
demasiado cariño a mi persona ―bromeó.
Nikolai la tomó por la cintura y la sentó a horcajadas sobre sus
piernas.
―Me gustas como jamás nadie me ha gustado, con todas y cada una
de tus preciosas curvas. La besó en los labios―. No cambiaría
absolutamente nada de ti.
―Tenemos que acabar con ese malnacido antes de que siga atentando
contra la vida de las personas que nos importan ―decía Roxie, furiosa y
preocupada a partes iguales.
Habían ido a un prostíbulo que había en los barrios bajos de San
Francisco, ya que Roxie había detectado gracias a otro hechizo que Drew
estaba allí.
Draven seguía haciéndole la vigilancia a Sasha, por lo que Mauronte
les había acompañado, reforzando aquel grupo compuesto por dos
guardianes del sello y dos poderosas brujas.
―Sigo pensando que hubiera sido mejor idea que Keyla y tú os
quedarais en los apartamentos ―gruñó Abdiel, colocándose la máscara de
gas por si acaso había rastros del suero en el ambiente.
―Podemos ser de ayuda ―intervino la doctora―. No puedo
quedarme lejos sabiendo que aquí alguno de vosotros puede necesitar que le
sane.
―Lo mismo digo ―apostilló Roxie, tomando dos dagas en las manos
para pelear con los Groms si fuera necesario. Lo cierto es que se había
vuelto muy buena en el cara a cara, y más con aquellas armas.
―Si podéis evitarlo, no os metáis en medio de la acción ―les pidió
Nikolai a las dos mujeres.
―No es por nada, pero quiero recordaros a tu sobreprotector hermano
y a ti que soy una bruja muy poderosa, inmortal y con una fuerza similar a
la vuestra ―repuso Roxie, con una ceja alzada―. Así que será mejor que
seáis vosotros los que os mantengáis alejados de mí.
El guardián ruso alzó ambas cejas ante aquella actitud desafiante.
―Y a mí me necesitan con vida, así que no van a hacerme daño
―añadió Keyla, con calma.
Mauronte soltó una carcajada.
―Está claro quienes llevan los pantalones en estas relaciones
―repuso sarcástico.
Abdiel gruñó.
―A ella no voy a tocarla, pero a ti puedo darte una paliza, demonio,
no lo olvides ―le dijo en tono amenazante.
―Me encantaría ver como lo intentas ―respondió el italiano con
guasa, cruzando los brazos sobre su ancho pecho.
―No eches más leña al fuego, ¿quieres, Mauronte? ―le pidió
Nikolai, golpeándole con el hombro al pasar por su lado, ya con la máscara
de gas puesta.
―No sé, no sé ―bromeó, dando una patada a la puerta del prostíbulo
y tirándola abajo―. Sabéis que el fuego es lo mío.
Los dos guardianes se adelantaron y comenzaron a tirar puertas abajo
en busca de Drew. Cuando por fin dieron con él, lo encontraron con dos
prostitutas que tenía encadenadas a la cama, mientras él las quemaba con la
cera de una vela.
―¡Pero qué coño…! ―exclamó, apresurándose a ponerse los
pantalones.
―Sorpresa, capullo ―dijo Nikolai acercándose a él y derribándole de
un puñetazo―. ¿Nos esperabas?
―¿Cómo me habéis encontrado? ―les preguntó, mirándoles con los
ojos desorbitados.
―¿Crees que eres el único que cuenta con una bruja entre sus filas?
―repuso Abdiel, observándole con rabia.
Mauronte aprovechó para liberar a las prostitutas y que pudieran
marcharse antes de que salieran heridas.
―Gracias ―le dijo una de ellas, mirándole asustada.
―Un placer, señorita ―respondió, con su galantería habitual.
Justo en aquel momento, Drew pudo alcanzar a ver a Keyla detrás del
demonio.
―Preciosa, ¿vas a permitir que estos hombres me maten? ―le
preguntó, mirándola desde el suelo, tratando de apelar a su compasión.
―No tienes por qué hablar con él ―repuso Nikolai.
La joven se acercó al guardián, sin apartar los ojos del hombre del
que, tiempo atrás, creyó que estar enamorada.
―Nadie tiene por que morir si tú nos dices que es lo que queréis de mí
y dejas de matar a sus amigos ―le pidió la doctora, tratando de convencerle
de hacer lo correcto. Aún tenía la esperanza de que pudiera haber algo de
bondad dentro de su corazón.
―Por supuesto ―respondió Drew, poniéndose en pie con lentitud―.
Podemos hablar cuanto quieras, preciosa, pero no delante de ellos. ―Señaló
a los guardianes con un movimiento de cabeza.
―No va a ir a ningún lugar contigo ―negó Nikolai, dando un paso
adelante de forma amenazante.
Keyla le tomó por el brazo, deteniéndole.
―¿No te das cuenta de que vas a morir si persistes en esta actitud?
―le dijo de nuevo a Drew, rezando porque diera su brazo a torcer.
El esbirro de su padre sonrió de medio lado, de forma siniestra.
―¿Estás segura que seré yo el que muera? ―Entonces se metió dos
dedos en la boca, silbando fuertemente.
Un montón de Groms aparecieron de forma repentina. Sin duda,
aquello había sido una trampa para atraerles allí y había funcionado.
―¡Mantén a Keyla y Roxie a cubierto! ―le pidió Nikolai a Mauronte,
mientras comenzaba a arrancar los corazones de aquellos engendros.
Abdiel también peleaba con destreza, pese a que les cuadruplicaban en
número. Uno de esos vampiros zombies se abalanzó sobre él, clavando sus
dientes en su cuello y arrancando un pedazo de carne.
―¡Abdiel! ―gritó Roxie, al verle caer al suelo sangrando
copiosamente.
―Quieta aquí ―le pidió el demonio cuando vio que pretendía ir hacia
él.
―Estás loco si piensas que voy a quedarme de brazos cruzados
mientras mi esposo muere. ―Le dio un empujón y se abalanzó contra el
Grom que estaba sobre el cuerpo del líder de los guardianes.
Keyla también se adelantó y Mauronte la tomó del brazo.
―¿Tú también vas a desobedecerme? ―le preguntó con una ceja
alzada.
―Voy a hacer lo que debo ―Señaló a Abdiel―, salvarle la vida. Haz
algo y ayuda a Roxie y Nik a deshacerse de estos seres.
Sin esperar respuesta, pasó corriendo entre los Groms, que como ella
misma había predicho, no trataron de herirla. Se arrodillo junto al líder de
los guardianes y apoyó las manos en su horrible herida.
―¿Cómo está? ―le preguntó la morena sin dejar de luchar con sus
dagas.
―Se recuperará ―le aseguró, mientras cerraba los ojos y hacía que su
don comenzara a sanar a Abdiel.
El demonio se quedó asombrado al ver como la herida del guardián
comenzaba a cerrarse.
―Tu mujer es impresionante ―le comentó a Nikolai, con admiración.
―Eso ya lo sé ―repuso, arrancando la cabeza de otro Grom―.
Ahora, ¿te importaría hacer algo?
Mauronte sonrió descaradamente.
―Creí que nunca me lo pedirías, cariño ―comentó sarcástico,
comenzando a echar fuego por las manos quemando a algunos de aquellos
engendros.
Justo cuando Keyla había sanado por completo a Abdiel, notó que
Drew la tomaba por detrás y tiraba de ella.
―¡Suéltala! ―rugió el líder de los guardianes, poniéndose en pie de
un salto.
―No, gracias ―respondió con ironía, apoyando la afilada hoja de una
navaja en el cuello de la joven―. Me la voy a llevar conmigo y vosotros no
vais a impedírmelo, a no ser que queráis que la mate. Cosa que, por otro
lado, disfrutaría muchísimo.
Nikolai, deshaciéndose de los Groms que se cruzaban en su camino, se
fue acercando a ellos con su clara mirada asesina clavada en Drew.
―Juro que como le toques un solo pelo, te destripo.
El esbirro de Abe salió de la habitación caminando marcha atrás, con
Keyla sujeta a modo de escudo delante de él.
―¿Cómo por ejemplo así? ―repuso, apartando el rubio cabello de la
joven y lamiéndole la garganta para provocar al guardián.
Nikolai sintió como sus colmillos se alargaron, deseoso de desgarrar la
yugular de aquel tipo despreciable.
―Por favor, Drew… ―comenzó a decir Keyla, pero se calló cuando
notó como el aludido apretaba más la navaja contra su garganta.
―Así debiste haberme suplicado que te follara cuando tanto lo
deseabas ―soltó el hombre que la retenía, apretando su creciente erección
contra el trasero de la joven.
―Estaba confundida y creía que te amaba, es cierto ―reconoció, sin
avergonzarse―. Pero no sabía el tipo de persona despreciable que eras, me
tenías engañada.
―Tú también me tenías engañado a mí, preciosa ―comentó,
sonriendo con descaro―. Creía que eras una mojigata aburrida y resulta
que eres una zorrita que se tira al primer guardián asqueroso que se le pone
a tiro. ¿Te ponen los colmillos, puta? ―soltó con desprecio―. Pues yo
también tengo. ―Tras decir aquellas palabras, agachó la cabeza y clavó sus
dientes con fuerza en el hombro de la doctora.
Keyla gritó a causa del dolor y echando la mano hacia atrás la posó
sobre el muslo del hombre, enviándole una descarga eléctrica. Drew gritó,
apartándose un poco de ella, cosa que aprovechó Nikolai para derribarlo y
quitarle la navaja de la mano.
―¡Mírame! ―gritó el guardián tomándole por el cuello y golpeándole
contra el suelo con fuerza―. Quiero que mi cara sea lo último que veas
para que pueda atormentarte en el infierno.
Tenía los colmillos completamente expuestos y su expresión era
totalmente aterradora.
Drew comenzó a temblar.
―Vale, colega, siento lo que he hecho ―se disculpó, con el temor
reflejado en la mirada―. Está bien, la dejaré tranquila. Lo juro.
―Ya es demasiado tarde ―le aseguró.
―No, Nik, no le hagas daño ―le pidió Keyla, con el hombro
sangrando.
El guardián se volvió a mirarla y Drew aprovechó para sacar otra
navaja pequeña que llevaba escondida en el bolsillo y clavarla en el cuello a
Nikolai. Cuando retiró la hoja, la sangre comenzó a manar de manera
copiosa.
―¡No! ―gritó la joven, desesperada.
Drew sonrió satisfecho.
―Impregnada con suero, por supuesto ―sonrió orgulloso,
mostrándole la navaja manchada de sangre.
Nikolai, sin prestar atención a la debilidad que se apoderaba de él, alzó
la daga que él mismo llevaba en la mano y la clavó en el abdomen de Drew,
rajándolo y haciendo que sus intestinos salieran fuera de su cavidad.
―Juré que te destriparía si la tocabas ―dijo, con la voz ronca, antes
de caerse de espaldas al suelo.
Keyla se acercó a Nikolai con las mejillas surcadas de lágrimas.
―Voy a sanarte ―le prometió, apoyando las manos en su herida.
―Keyla, por favor… ―jadeó Drew, mirándola con miedo―.
Ayúdame.
La joven negó con la cabeza.
―Lo siento, Drew, pero no lo mereces. ―Y sin más, cerró los ojos,
poniendo todo su empeño en que Nikolai no muriera.
Oyó como el esbirro de su padre agonizaba, pero su prioridad era Nik
y no podía perder la concentración, pues perdía sangre muy deprisa.
Comenzó a sentir como su dolor llegaba a ella de manera emocional,
como siempre. Sin embargo, aquella vez fue mucho más doloroso. Tanto,
que incluso sintió que se quedaba sin aliento. Seguramente porque acaba de
usar su don hacía solo unos minutos, cosa que no había hecho jamás.
Roxie, Abdiel y Mauronte, que se habían desecho de todos los Groms,
salieron de la habitación y se quedaron paralizados al ver el charco de
sangre sobre el que estaba Nikolai.
Keyla lloraba en silencio, mientras sanaba la herida del guardián.
Cuando por fin lo curó por completo, sintió un fuerte mareo.
Nikolai se sentó en el suelo y la tomó por los hombros.
―¿Qué te ocurre?
La joven negó con la cabeza.
―Solo estoy un poco cansada ―mintió, porque realmente era una
sensación de profunda debilidad. Volvió la mirada hacia Drew, que yacía
con los ojos completamente abiertos―. Ojalá hubiera podido convencerle
de hacer lo correcto.
―No se puede cambiar a nadie que no quiere hacerlo ―respondió el
guardián ruso, poniéndose en pie y ayudando a hacer lo mismo a la joven.
Miró la marca de los dientes que Drew había dejado sobre la blanca piel de
su hombro y apretó los dientes―. ¿Están todos muertos? ―les preguntó a
los otros tres, tratando de relajarse.
Abdiel asintió.
―Pues entonces, volvamos a casa ―les pidió la doctora, sintiendo
que necesitaba descansar en un lugar donde se sintiera segura.
―Creo que será lo mejor ―accedió el líder de los guardianes―.
Muchas gracias por tu ayuda, Mauronte ―le dijo al demonio.
―Siempre es divertido poder quemar a unos cuantos engendros de
este tipo ―le restó importancia el italiano.
―Y la próxima vez, dejadnos hacer a nosotras ―comentó Keyla,
tratando de bromear―. No voy a estar siempre para salvaros el cuello,
nunca mejor dicho.
Capítulo 24
Acababan de llegar al castillo y Keyla aún se sentía completamente
agotada. No entendía por qué no terminaba de recuperarse del todo, pero así
era, pese a que les hubiera dicho a todos que ya estaba completamente bien.
Max, Varcan y Elion también habían vuelto. Así que, exceptuando a
Draven, que se había quedado en San Francisco para asegurarse que Sasha
estuviera bien, estaban todos allí.
―Hola, bombón ―Elion se acercó a saludar a Keyla―. ¿Ya estás
bien? Nos dijeron por teléfono que te habías mareado al curar a estos dos
enclenques de aquí. ―Señaló con el pulgar a sus dos hermanos.
La joven forzó una sonrisa y asintió.
―Estoy perfectamente ―mintió.
El guardián escocés sonrió y depositó un fraternal beso sobre su pelo.
Después se volvió hacia Nikolai y le tomó por los hombros.
―Me alegro de que mataras a ese hijo de puta, bror. Aunque he de
reconocer que me hubiera gustado hacerlo con mis propias manos.
―Ya está hecho ―respondió el guardián ruso―. Eso es lo que
importa.
―Ojalá hubiera podido ser antes de que lo matara ―se lamentó Max,
cargada de rabia por no haber podido hacer nada por evitar la muerte de
Florian.
Keyla se volvió hacia ella con el ceño fruncido.
―¿A qué te refieres?
Varcan puso los ojos en blanco.
―¿Te he dicho alguna vez que eres una bocazas, pecas?
―¡Cállate! ―le pidió la pelirroja por lo bajo―. Me refiero a la amiga
de Elion, por supuesto.
La doctora pudo captar como miraba de reojo a Nikolai, por lo que se
volvió hacia él, temiéndose lo peor.
―¿A qué se estaba refiriendo, Nik? ―inquirió, acercándose a él―.
¿Quién más a muerto?
―Keyla…
―¿¡Quién más!? ―gritó cortándole.
El guardián respiró hondo e irguió los hombros.
―Florian, el brujo que nos ayudó en Paris.
―Madre mía. ―Se pasó las manos por el pelo, nerviosa.
―Keyla, tienes que entenderlo, solo pretendía protegerte. ―Se acercó
unos pasos a ella, pero la joven volvió a alejarse, mirándole con la
decepción reflejada en el rostro.
―¡Pues no lo entiendo! ―repuso con frustración―. Estoy harta de
mentiras. Mi vida ha estado plagada de ellas desde mi nacimiento. ―Clavó
sus ojos gris azulado en él―. Solo te pedí una única cosa, que fueras
sincero conmigo y que nunca me mintieras, y lo has hecho. ¡Me has
mentido!
―Para protegerte ―puntualizó de nuevo.
―¡Pues no necesito que me protejas! ―vociferó otra vez―. No
necesito que nadie más trate de protegerme. ¿Acaso parezco una estúpida
que no sabe hacer nada por sí misma? Porque te recuerdo que sobreviví
durante seis meses completamente sola. ¿Dónde estabas entonces? ¿Dónde
estabas cuando acababa de perder a mi hermana y no tenía a nadie más en el
mundo?
―Te di la oportunidad de llevar una vida alejada de todo esto
―respondió Nikolai, sintiéndose como una mierda por cada lágrima que
Keyla derramaba―. Alejada de mí.
―Pues si pretendías alejarme de tu lado, acabas de conseguirlo.
¡Enhorabuena!
Se dio media vuelta para dejarle ahí plantado, pero el guardián la tomó
por el brazo para detenerla.
―Por favor, Keyla, hablemos.
―No quiero hablar más contigo. ―Se soltó de un tirón―. No
quiero… ―Pero no pudo continuar hablando, pues sintió un tremendo
mareo que la hizo tambalear.
―¡Keyla!
Hubiera caído al suelo de no ser porque Nikolai la tomó en brazos. Sin
prestar atención a todos los demás que habían presenciado la escena en
silencio, incluso Varcan, cosa extraña en él, se llevó a la joven escaleras
arriba.
Cuando llegó a su habitación la dejó con delicadeza sobre la cama y
sentándose en el borde, la miró con preocupación.
―No estás bien ―le dijo en voz baja―. Parece ser que no soy el
único que miente aquí.
―Déjame sola, estoy cansada. ―Se volvió hacia un lado, dándole la
espalda.
―De acuerdo ―respondió, sin dejar de mirarla―. Y comprendo que
te sientas decepcionada, pero no me arrepiento, porque volvería a hacerlo.
Keyla volvió la cabeza, para mirarle por encima del hombro.
―Sí, lo haría nuevamente ―se reafirmó―. Porque por muy mal que
lo pase con tu mirada de decepción, prefiero eso a verte sufrir. Así que no
voy a prometerte que no te mentiré nunca más, porque lo haré. Lo haré cada
vez que crea que la verdad pueda hacerte daño, como en esta ocasión.
―Tras decir aquello se puso en pie y abandonó la estancia para que pudiera
descansar.
Justo fuera de la habitación estaba Talisa, que parecía mirarle a los
ojos, pese a saber que era imposible, pues sus pupilas blancas así lo hacían
saber.
―¿Tienes algo que decirme, Talisa?
―Claro que sí.
Nikolai suspiró.
Lo que menos le apetecía en aquellos momentos era tener que recibir
un discurso, pero le tenía demasiado respeto a aquella anciana para negarle
que dijera lo que quisiera.
―Adelante, dime lo que tengas que decir.
―Anda ven, acompaña a esta vieja a su habitación. ―Alargó una
mano y el guardián se acercó para que pudiera tomarle del brazo―.
Guapetón, lo tienes todo para ser la mejor pareja que una mujer en su sano
juicio pueda desear. Eres un hombre extremadamente atractivo, inteligente,
paciente, reflexivo y por lo que puedo oír desde mi cuarto, también fogoso.
Nikolai se volvió a mirarla con una ceja alzada. Aquella mujer no se
cortaba un pelo y había dicho prácticamente lo mismo que la Diosa el día
anterior.
―De todos tus hermanos guardianes, eres el que más papeletas tienes
para ser un buen novio, marido o lo que sea, pero tú te empeñas en
boicotearte.
―Talisa, Keyla y yo estamos iniciando algo ―le recordó―. Te
aseguro que mi intención no es terminar con esto que tengamos antes de
empezarlo.
―No conscientemente, pero no te dejas llevar al completo ―apuntó la
vidente―. Deja de valorar constantemente las consecuencias de tus actos.
Déjate llevar del todo con esa maravillosa jovencita. Si fuera ella, yo
odiaría que mi hombre se entregara a medias.
Nikolai abrió la puerta de la habitación de Talisa para que pudiera
entrar dentro.
―Debo contenerme si no quiero marcarla.
―¿Tan malo sería que eso ocurriese? ―le preguntó la anciana,
siempre tan perspicaz.
―No es justo que la ate a mí de por vida.
―Los hombres y vuestra absurda manía de decidir por nosotras que es
lo que nos conviene. ―Alzó las manos al cielo, indignada―. Deja de ser
tan cuadriculado, guapetón, y haz por una vez algo por impulso. El destino
está escrito y luchar contra él solo nos trae quebraderos de cabeza y
sufrimiento. ―Tras aquellas palabras, le cerró la puerta en las narices,
dejándole dando vueltas a todo lo que le había dicho.

Nikolai estaba sumergido en la nueva piscina climatizada que habían


construido en las antiguas mazmorras del castillo. Se habían montado un
gimnasio completo y la piscina no podía faltar, ya que él era un gran
nadador.
Como de costumbre, tras terminar las obras, Elion había borrado la
memoria de los obreros para que no pudieran delatar su ubicación a nadie.
Nikolai llevaba cerca de veinte minutos sumergido dentro del agua,
siguiendo el consejo de la Diosa, la cual le dijo que aguantara la respiración
como había hecho tantas veces. Hacía mucho tiempo que practicaba apnea,
pues aquello le relajaba y le hacía poder controlar su respiración y las
pulsaciones de su corazón. Su record estaba en veinte minutos, por lo que
salió del agua al llegar a esa marca.
Se pasó la mano por los ojos y alcanzó a ver unos pies femeninos.
Alzó la mirada para ver a Keyla, que le observaba con los labios
entreabiertos.
―¿Querías algo? ―le preguntó, apoyando las manos en el borde de la
piscina para impulsarse y salir de ella.
La joven iba a hablar cuando se quedó embelesada con el musculoso y
tatuado torso del guardián. En la facultad podría haber dado clase de
anatomía basándose en su cuerpo, ya que tenía todos y cada uno de sus
músculos marcados.
―¿Keyla? ―insistió Nikolai, secándose el torso con una toalla.
La doctora parpadeó varias veces para tratar de centrarse en lo que
había venido a decir.
―Quería que fueras el primero en saber que voy a entregarme.
―¿Qué tontería estás diciendo? ―Frunció el ceño, arrojando la toalla
sobre una hamaca y acercándose a ella.
―No son tonterías ―repuso, alzando el mentón con terquedad―.
Nadie más va a morir por mí.
―Encontraremos la manera de detenerles ―le aseguró―. Por ahora,
ya nos hemos desecho de Drew.
―¿Y cuántos Drews más puede contratar mi padre? Eso solo ha
servido para que ganáramos un poco de tiempo, nada más.
―Por favor, Keyla, danos la oportunidad de encontrar otro modo de
hacer las cosas.
La joven se cruzó de brazos, decidida.
―Es mi decisión y no vas a conseguir que cambie de idea ―dio
media vuelta, comenzando a ascender las escaleras.
―Espera un momento ―le pidió, yendo tras ella.
Keyla no se detuvo hasta estar en el salón, donde el resto de los
habitantes de las casa estaban reunidos.
―Voy a entregarme ―dijo sin más, captando la atención de todos los
presentes.
―Lo tuyo son las entradas estelares, doctorcita bombón ―ironizó
Varcan, sonriendo de medio lado.
―Ni hablar, no vas a entregarte ―negó Elion, mirándola con
preocupación.
―¿De qué coño serviría eso, aparte de para que te maten?
―refunfuñó el vikingo.
―Serviría para evitar más muertes en mi nombre.
―No, ni hablar ―negó Elion, andando de un lado al otro.
―Debemos dejarla hacer lo que quiera ―intervino Nikolai, haciendo
que todos se volvieran a mirarle.
―¿Te has vuelto loco o es que eres gilipollas integral? ―bramó
Thorne, fulminándole con la mirada.
―Un loco muy buenorro ―observó Max, que le repasaba de arriba
abajo apreciativamente.
Varcan se colocó tras ella y le susurró al oído:
―No estarás pensado en un trío, ¿verdad, pelirroja?
―Más bien fantaseaba con un partido por parejas ―respondió, con
una ceja alzada y un dedo sobre sus carnosos labios.
―Vaya, no aguanto cuando quieren dejarme fuera de la diversión.
―Podéis centraros ―gruñó Abdiel, mirándoles de forma reprobatoria.
―¿Y qué has pensado hacer, Keyla? ―le preguntó Roxie―. ¿Cómo
pretendes encontrarles?
―No lo haré ―explicó la doctora―. Dejaré que ellos me encuentren
a mí.
Nikolai tragó saliva, sintiendo un profundo y agónico pánico solo de
pensar en poder perderla.
―Espero que tengas un buen plan, bror ―le susurró Elion contra su
oreja.
―Yo también lo espero ―contestó, apretando los puños y
preparándose para lo que sabía que vendría en las próximas horas.
Capítulo 25
Acababan de llegar al centro de Dublín. Sabían que Abe y Sherezade
mantenían la capital irlandesa vigilada, por lo que sería probable que
pudieran ver a Keyla cuando se situase en medio de la plaza.
―¿Podemos hablar? ―le preguntó Nikolai, acercándose a ella.
―Si lo que pretendes es convencerme para que cambie de idea…
―No quiero convencerte de nada ―la interrumpió.
La joven le miró con el mentón alzado, sin acabar de creerse sus
palabras.
―Entonces, ¿qué quieres?
―Quiero que, pase lo que pase, confíes en mí.
Keyla soltó una risa amarga.
―¿Hablas en serio? ―inquirió desconcertada―. Después de
mentirme y reconocer que volverás a hacerlo en el futuro, ¿pretendes que
confíe en ti?
―Solo te mentiré en caso de que sea necesario para evitar tu
sufrimiento ―puntualizó.
―Oh, vaya, qué considerado ―repuso sarcástica.
―Pero dejando eso de lado, vuelvo a pedirte que confíes en mí.
―Claro, cómo no ―ironizó de nuevo.
El guardián ruso tomó su precioso rostro entre las manos, mirándola
con intensidad.
―Solo quiero que me prometas que confiarás en mí, Keyla, o juro que
te tomaré en brazos en este mismo instante y te llevaré bien lejos, donde
nunca nadie pueda encontrarte, ni dañarte.
La joven se lo quedó mirando en silencio.
―Promételo, Keyla ―insistió con más contundencia.
―Si es el único modo para que me dejes en paz, lo prometo ―dijo,
intentado que el atractivo de aquel hombre no la ablandara.
Nikolai sonrió.
―Gracias. ―Mantuvo su mirada fija en ella unos segundos más y
entonces la soltó, alejándose.
Keyla respiró hondo. Quizá fuera la última vez que le viera, porque no
sabía los planes que su padre tenía para ella. No quería estar enfadada con
él en aquel momento, pero debía aferrarse a ese sentimiento o se
derrumbaría y no sería capaz de hacer lo correcto.
―No tienes por qué hacerlo ―Elion se había acercado a ella sin que
se percatase, por lo que dio un respingo cuando habló.
―Me has asustado ―reconoció, llevándose una mano al pecho.
―¿Has escuchado lo que te he dicho? ―insistió, metiéndose las
manos en los bolsillos y mirándola fijamente.
―Te he escuchado, y estoy decidida a hacerlo.
El guardián escocés suspiró y se pasó las manos por su largo pelo,
deshaciéndose el moño al hacerlo.
―Joder, Key, esto no es buena idea. ―Paseó de un lado al otro―. Yo
lo sé y tú también.
―Puede que no sea buena idea, pero es la única que tenemos, ¿no es
así?
Elion se detuvo y la miró de nuevo.
―Si te ocurre algo… ―Negó con la cabeza―. Si me haces pasar por
la pérdida de otra amiga, juro que moriré simplemente para tener el placer
de torturarte durante toda la eternidad, ¿entendido?
Keyla no pudo evitar sonreír.
―Alto y claro.
―Más te vale ―le advirtió, antes de alejarse también.

Keyla estaba en el centro de la plaza.


Todos los guardianes estaban en posición, pese a tener órdenes de no
hacer nada por impedir que se la llevasen.
―No sé cómo he permitido este plan tan disparatado ―se lamentaba
Abdiel.
―Confía en mí, bror ―le pidió Nikolai.
―Ese es el único motivo por el que estoy aquí plantado sin hacer nada
―le aseguró, sin apartar sus ojos de la joven doctora.
De repente, un hombre se acercó a ella, observándola con fijeza.
―¿Eres tú? ―le preguntó, aproximándose cada vez más―. ¿Eres la
supuesta bruja a la que buscan?
―Soy yo ―respondió Keyla, tratando de mantener la calma.
―¿Qué es esto? ¿Una especie de juego de rol o algo así? ―preguntó
de nuevo el desconocido.
―Algo así ―dijo la joven, sin ganas de dar más explicaciones―.
¿Por qué no avisas de que me has visto?
―Sí, sí, claro ―estuvo de acuerdo el desconocido, que sacó su móvil
del bolsillo para enviar un mensaje.
La joven miró de reojo hacia donde sabía que estaban escondidos los
cinco guardianes. Para su sorpresa, ninguno de ellos había hecho la tontería
de salir para tratar de llevársela y ponerla a salvo. Ella necesitaba saber que
eran ellos los que no corrían peligro por su culpa, su propia integridad en
aquellos momentos le importaba bien poco.
―Me han dicho que no te deje escapar ―le dijo el desconocido,
mirándola con una expresión de disculpa en el rostro, dispuesto a retenerla
si era necesario.
―No te preocupes por eso, no voy a irme a ninguna parte ―respondió
Keyla con clama.
―Ah, genial ―se alegró el hombre, que sonreía como un
bobalicón―. ¿Quieres que nos sentemos a tomar algo? ―Señaló a una de
las terrazas que tenían alrededor.
La doctora se cruzó de brazos y alzó una ceja, dándole a entender que
no iría con él ni a la vuelta de la esquina.
―De acuerdo, está bien. ―Suspiró, encogiéndose de hombros.
Tuvieron que esperar alrededor de media hora hasta que Myra,
acompañada por seis Groms, hizo acto de presencia.
―Hola, cariño. ¿Me has echado de menos? ―le preguntó con voz
melosa y una mirada completamente maliciosa.
―Echo de menos el poder despellejarte como me gustaría en estos
momentos ―repuso con rabia contenida.
―Oh, qué chica tan mala ―murmuró, acariciándole el mentón con la
punta de sus dedos―. Me encanta ―comentó con sensualidad,
mordiéndose su carnoso labio inferior.
Keyla le apartó la mano de un manotazo.
―Vete a la mierda.
Myra sonrió ampliamente.
―Hace años que estoy en ella ―contestó de manera enigmática―.
Ahora dime, ¿qué os traéis entre manos? Tus amigos guardianes no pueden
estar muy lejos de aquí.
―Ellos están cerca, pero no van a hacer nada ―le aseguró, alzando el
mentón con valentía―. Quiero entregarme.
―¡Qué sorpresa más agradable! ―Se cruzó de brazos, con una ceja
alzada.
―Solo hay una condición ―dijo Nikolai, saliendo de su escondite y
acercándose a ellos.
―¿Qué estás haciendo, Nik? ―se alarmó la doctora―. Vuelve a
donde estabas.
―No ―negó, mirándola de frente―. Esta también es mi decisión.
Respétala.
Keyla apretó los puños. Sentía el corazón acelerado y un increíble
nudo de pánico se formó en la boca de su estómago.
―Está mañana está llena de sorpresas agradables ―comentó la bruja,
con satisfacción―. ¡Esposadle! ―les pidió a los Groms, que hicieron al
instante lo que ella les ordenaba.
―Esto es una locura ―murmuró Keyla, para que solo Nikolai pudiera
oírle.
―Puede que sí, pero no me has dejado otra opción ―masculló el
guardián entre dientes, cuando comenzaba a ser arrastrado por uno de los
Groms.
El resto de sus hermanos se miraron entre sí cuando metieron a
Nikolai y a Keyla dentro de un coche, pagaron al desconocido que había
encontrado a la doctora, que se alejó con una sonrisa de oreja a oreja, y acto
seguido el todoterreno arrancó, dejándoles a todos con el corazón en un
puño.
―¿Qué coño acaba de pasar? ―preguntó Thorne, desconcertado.
―¿Este era el magistral plan de Nikolai? ―ironizó Varcan―.
¿Entregarse para que le maten junto a su doctorcita bombón?
―No voy a dejar que se los lleven ―declaró Elion, queriendo ir tras
ellos.
Abdiel le tomó del brazo, deteniéndole.
―Nikolai me pidió que confiara en él.
―¿Es un mal momento para decir que estamos bien jodidos? ―repuso
Varcan, suspirando.
El líder de los guardianes puso los ojos en blanco.
―Creo que es el momento justo.
Draven estaba haciendo uso de su poder de invisibilidad para colarse
en la galería donde estaban expuestos algunos de los cuadros de Sasha.
No siempre hacía las guardias siendo invisible, porque aquello le
consumía mucha energía, por lo que necesitaba alimentarse con más
frecuencia y no era algo que le agradara demasiado. Tener que usar a
personas como sus bancos de sangre particular le resultaba bastante
desagradable. Todavía más teniendo en cuenta que aquellas personas no
sabían a lo que se exponían cuando se iban a solas con él.
En aquel momento, la artista se detuvo para mirar uno de sus cuadros
con ojos de anhelo. Draven sabía, sin siquiera haber mirado a la pintura,
que se trataba de un retrato suyo. Sasha siempre miraba de esa forma a los
cuadros en los que él aparecía.
¿Quién era aquella joven? ¿Por qué podía dibujarle como si le hubiera
conocido en su vida como mortal?
Estaban a solas en aquella zona de la exposición.
Clavó sus claros ojos verdes en ella. Llevaba el pelo recogido en su
habitual moño, pero para variar, se lo había sujetado con horquillas y no con
uno de sus pinceles. También se había quitado aquellas enormes camisetas
con manchadas pintura que siempre la acompañaban y se había puesto un
sencillo vestido de tirantes negro, que le quedaba increíblemente bien, pues
realzaba sus generosas curvas, que por norma general siempre ocultaba.
Como si hubiera podido sentir su mirada clavada en ella, se volvió
hacia Draven con el ceño fruncido. Sin embargo, no pudo ver a nadie,
aunque dentro de ella sintió que no estaba sola.
―¿Quién eres? ―preguntó en un susurro, abrazándose a sí misma.
El cazador ladeó la cabeza, sonriendo de medio lado. Hubiera estado
bien contestar: «el coco», y ver cómo reaccionaba. Pero su buen humor se
esfumó cuando se fijó en un cuadro oscuro donde aparecía un hombre atado
y golpeado, y para su desgracia, él conocía muy bien a aquel hombre.
Salió fuera sigilosamente y se hizo visible en un callejón cercano.
Después marcó el número de teléfono de Abdiel y esperó a que contestase.
―¿Ocurre algo, bror? ―le preguntó su líder al otro lado de la línea.
―¿Estáis bien? ―Quiso saber, mirando desde la esquina del callejón
la entrada de la galería, para asegurarse de que no apareciera ningún Grom
de improviso―. La amiga de Max y Roxie ha pintado un cuadro de Nikolai
atado y lleno de golpes.
―Es muy probable que dentro de poco esa pintura se convierta en una
realidad ―contestó Abdiel, suspirando.
―¿Qué ha ocurrido?
―Nikolai y Keyla se han entregado a Abe y Sherezade.
El cazador se mantuvo en silencio, procesando aquella nueva
información.
―Y ahora, ¿qué? ―fue lo único que se le ocurrió preguntar.
―Como nuestro hermano me pidió que le diera un voto de confianza,
esperaremos un par de horas y si no hay novedades para entonces,
moveremos cielo y tierra hasta dar con ellos ―le aseguró.
―De acuerdo ―asintió Draven―. Yo también confió en vosotros.
Capítulo 26
El coche se detuvo y fue entonces cuando los Groms les obligaron a
bajar del todoterreno.
Myra miró al guardián de frente con una sonrisa seductora en el rostro.
―No intentes ninguna tontería, cariño ―le advirtió cuando dos
Groms le arrastraron hasta dentro de una lujosa mansión―. El suero que os
debilita recorre todas las estancias de esta casa, por lo que eres vulnerable, y
no me gustaría que te mataran antes de que yo pudiera disfrutar
torturándote. ―Le besó fugazmente en los labios, provocando que el
guardián le escupiera en la cara.
―Ni se te ocurra tocarme, puta ―le soltó con asco, sin apartar un
momento su mirada asesina del rostro de la bruja.
Myra se limpió con la manga de su ajustado vestido y acto seguido le
soltó un tremendo bofetón que le giró la cara e hizo correr un hilo de sangre
por la comisura de su boca.
―Basta, déjale ―pidió Keyla soltándose de un tirón de la mano del
Grom y colocándose ante Nikolai para protegerle con su cuerpo―. Se
comportará y yo haré lo que quieras, pero no le golpees más, ¿de acuerdo?
―Tenía miedo de que esa mujer descargase toda su furia contra él.
Myra sonrió con altanería.
―Oh, linda, eres tan joven e inocente. ―Se acercó más a ella y
lamiéndole el lóbulo de la oreja le susurró―: Pero es una estupidez que
muestres tus debilidades tan abiertamente.
―Hija querida, cuánto tiempo sin verte.
En cuanto la voz de Abe llegó hasta ellos, la bruja se apartó de
inmediato de Keyla. El hombre bajaba las escaleras con Sherezade tomada
del brazo y una sonrisa de absoluta satisfacción en el rostro.
―Buen trabajo, Myra ―la felicitó Sherezade, mirando a Nikolai con
especial interés―. Y además nos has traído un regalito extra. Bienvenido a
nuestra casa, guardián.
―Preferiría estar en el mismísimo infierno antes que aquí ―repuso
Nikolai, mirándola de frente, sin ningún tipo de miedo.
La bruja milenaria sonrió ampliamente.
―Tranquilo, que no encontrarás muchas diferencias entre el infierno y
esto, te lo aseguro ―les dio la espalda y se dirigió a los Groms―. Bajadles
al sótano.
―Yo mismo acompañaré a mi querida hija ―repuso Abe, tomándola
por el brazo, pero Keyla se soltó de un tirón.
―No me toques ―le exigió a su padre, mirándole cargada de dolor―.
Puedo bajar sola.
―¿No te alegras de verme, hija?
―Para nada ―respondió con total sinceridad―. ¿Qué haces en
Irlanda? ―le preguntó entonces, tratando de sonsacarle alguna
información―. Siempre dijiste que odiabas viajar a Europa.
―Y es así, pero sabíamos que os escondíais en algún lugar cerca de
aquí, aunque no hemos podido descubrir dónde.
―No tenéis ni idea, si realmente creéis eso. ―Sonrió con altanería,
tratando de despistarle―. ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué ha tenido que
morir gente solo para encontrarme?
―Necesitamos tus poderes, querida.
Llegaron a aquel sótano que, evidentemente, estaba construido para
torturar a gente. Había argollas metálicas por todas las paredes y el suelo.
Ataron a Nikolai en cruz a algunas de aquellas argollas y rompieron su
camiseta, dejando su musculoso torso al descubierto.
Keyla le miró de reojo, pero trató de mantenerse serena para que no le
utilizaran contra ella, como bien le había apuntado Myra. Por lo menos
había algo que debía agradecerle a esa puta.
―¿A quién queréis que cure? ―indagó, colocándose las manos tras la
espalda para que no percibieran cuanto le temblaban.
Abe sonrió.
―A él, por supuesto ―respondió, señalando al guardián.
Los ojos de la joven se abrieron de par en par y su respiración
comenzó a entrecortarse.
―Papá, por favor…
―¿Ahora soy papá? ―preguntó interrumpiéndola―. Porque te
recuerdo que has estado huyendo de mí durante casi un año.
―Lo siento, de verdad ―se disculpó con nerviosismo―. Puede que
me haya equivocado y haya persistido en una actitud infantil, pero estaba
furiosa contigo por lo que le pasó a Yasmina. Pero he recapacitado, sé que
todo lo que has hecho es por un bien mayor. ―Trató de hacerle creer que
estaba de su parte.
Abe la tomó por lo hombros.
―Me alegro de que por fin digas algo coherente en tu vida, hija.
―Giró la cabeza para hacer un movimiento que uno de los Groms pareció
entender, pues se acercó al Nikolai y sacando un cuchillo le rajó el pecho a
la altura donde estaba su marca como guardián.
El hombre apretó los dientes para no soltar un solo sonido y mantuvo
la vista fija en Abe, con la promesa de que le mataría en cuanto tuviera
oportunidad reflejada en esa mirada.
―¡No! ―gritó Keyla corriendo hacia el guardián y colocando sus
manos sobre su carne abierta para poder sanarle―. ¿Por qué hacéis esto?
―les preguntó con los ojos llenos de lágrimas.
―Ya te lo he dicho, hija ―contestó su padre, acercándose de nuevo a
ella―. Necesitamos tus poderes.
―¿Para sanar a Nik? ―preguntó confusa―. Nada de esto tiene
sentido.
Su padre soltó una carcajada.
―Por supuesto que no es para sanar a este… guardián ―soltó con
desprecio―. Que él esté aquí simplemente ha sido un golpe de suerte.
Temíamos que te negaras a usar tus poderes de sanación, pero ahora estoy
seguro de que harás lo que sea necesario para salvarle la vida. ¿Me
equivoco?
Keyla apretó los puños, negándose a responder a aquella pregunta.
―¿Por qué necesitáis que use mis poderes? ―insistió de nuevo.
―Porque voy a robártelos ―contestó Sherezade mirándola de forma
altiva.
Keyla se sintió impactada por ese nuevo descubrimiento.
―¿Vas a robarme mis poderes? ―repitió de nuevo, tratando de
asimilarlo.
―Eso acabo de decir.
―Si es lo único que queréis de nosotros, con gusto te los daré a
cambio de que nos dejéis libres.
―Las cosas no funcionan así, hija ―terció su padre―. Necesitamos
que pongas tus fuerzas al límite una y otra vez, para que Sherezade pueda
hacerse con ellos.
―¿A qué te refieres con poner sus fuerzas al límite? ―intervino
entonces Nikolai, que había permanecido en silencio, atento a todo lo que
ocurría a su alrededor.
Abe le miró de frente mientras sonreía.
―Justo lo que estás pensando, guardián ―repuso acercándose más a
Keyla y tomándola con fuerza por la muñeca―. Necesito que ponga su vida
en riesgo para que Sherezade pueda activar el hechizo de absorción que
encontró en el grimorio que les robamos a los brujos de los fiordos.
Nikolai apretó los dientes, pues deseaba con todas sus fuerzas poder
arrancarle la cabeza a aquel individuo que no sentía ningún tipo de afecto
hacia su propia hija. Era el vivo reflejo de Vlad, un ser egoísta y sin
corazón.
―¿Mi vida en riesgo? ―preguntó Keyla desconcertada―. Mis
poderes nunca han resultado un peligro para mí.
―Eso es porque jamás te has excedido a la hora de usarlos, hija mía
―continuó diciendo―. ¿Nunca te has sentido más cansada o débil después
de sanar a alguien?
La joven se volvió a mirar a Nikolai, recordando que eso mismo fue lo
que le ocurrió cuando les curó a él y a Abdiel la última vez que los Groms
les atacaron.
Abe sonrió.
―Veo que ya has sentido esa sensación antes ―comentó con
satisfacción―. Es una buena noticia, porque significa que estás lista para
nosotros.
Keyla liberó su muñeca de un tirón.
―Eres un desgraciado ―le dijo entre dientes, con los ojos cargados
de lágrimas.
―Solo soy un hombre que sabe lo que quiere y va a por ello, hija.
―¡Y deja de llamarme hija! ―gritó, sin poder evitar que una lágrima
resbalase por su mejilla―. Un padre es aquel que protege a su prole, tú te
propones acabar conmigo del mismo modo en que lo hiciste con Yasmina.
―No es cosa mía. Estás destinada a ser consumida por tu poder.
―¿Qué quiere decir eso? ―intervino Nikolai de nuevo.
―Lisa, la madre de Keyla, murió consumida por su don.
―¿Qué? ―exclamó la joven, abrumada por aquel descubrimiento.
―Tu madre murió porque no quiso parar ―continuó diciendo el
brujo―. Ella sabía que estaba cada vez más débil, pero priorizó el ayudar a
los demás por encima de su propio bienestar. Las sanadoras pueden ayudar
a otras personas dejando parte de su energía en ellas. Cuando ya han
consumido gran parte de su esencia vital, cada vez les cuesta más
recuperarse, sus corazones se van debilitando poco a poco, hasta causarles
la muerte.
―¿Sabías eso y aun así me dejaste seguir ejerciendo mi poder sin
advertirme? ―le echó en cara.
―Necesitabas controlarlo por completo para cuando llegara este
momento ―repuso sin más, sin ningún ápice de arrepentimiento en la
voz―. Y ahora, dejémonos de charlas y pongámonos manos a la obra.

Durante dos largas horas, torturaron a Nikolai e hicieron que Keyla lo


sanara una y otra vez.
El guardián le pedía que dejara de hacerlo, pero la joven bruja se
negaba a dejarle morir si ella podía evitarlo.
En aquellos momentos, Nikolai yacía inconsciente, con la cabeza
colgando hacia delante, y por mucho que Keyla trató de curarle, le fue
imposible, pues no le quedaba energía suficiente. Se apoyó contra él,
aspirando el reconfortante aroma que su cuerpo emanaba, y sin poder
evitarlo, se echó a llorar.
―Vamos a hacer un descanso ―sugirió Sherezade.
―¿Estás segura? ―le preguntó Abe―. Ya queda poco para que seas
capaz de absorber sus poderes.
―Pero ya no es capaz de seguir usándolos ―comentó la bruja,
soltando a Nikolai de sus cadenas, haciéndolo caer al suelo y a Keyla con
él―. Si no paramos, la mataremos antes de conseguir nuestro objetivo.
―Sois unos desgraciados ―murmuró la doctora con voz débil,
tratando de incorporarse del suelo sin poder conseguirlo.
La bruja renacida cogió un pedazo de pan y se lo arrojó a la cara.
―Come algo y descansa ―le ordenó―. Dentro de un par de horas
volveremos a empezar de nuevo.
―Haced algo por él ―señaló a Nikolai, que continuaba sin
conocimiento―. Morirá si no consigo sanarlo.
Abe sonrió con condescendencia.
―No nos sirve de nada, hija mía. Ya hemos conseguido de él que te
pusieras al límite.
―No os ayudaré si él muere ―les aseguró.
―Lo harás ―respondió su padre con total seguridad―. Porque si te
niegas, continuaremos matando a más amigos vuestros. ¿Qué tal esa artista
que vive en San Francisco?
―O quizá nos esforcemos por encontrar a esa vieja vidente a la que
tanto protegéis ―terció Sherezade, sonriendo con satisfacción.
Keyla sollozó.
Estaba perdida y ellos lo sabían.
Salieron del sótano satisfechos con lo que acababan de hacer,
dejándoles a solas.
―Nik, despierta ―le pidió mientras le zarandeaba suavemente―.
Necesito que te despiertes.
Sin embargo, el guardián continuaba inconsciente. Había perdido
demasiada sangre por la herida abierta que tenía a la altura del hígado.
Colocó de nuevo las manos en su abdomen, concentrándose en
curarle. Le dolía todo el cuerpo y se sentía al borde del desmayo.
Seguramente, si insistía en curarle, acabaría desvaneciéndose de verdad.
Se tumbó en el suelo boca arriba, al lado de aquel hombre al que
amaba con todo su corazón. No podía soportar que muriera sin poder hacer
nada por él.
Volvió la cabeza y atisbó a ver una de las dagas con las que habían
torturado al guardián tirada en el suelo. Como pudo, se arrastró hasta ella y
cuando la cogió, se rajó la muñeca. Se aproximó de nuevo a Nikolai
colocando la carne abierta contra sus labios. Si no podía sanarle con sus
poderes, que lo hiciera su sangre.
La dulce sangre de la doctora fue cayendo a la garganta del guardián,
que al percibir aquel suculento sabor, tomó el brazo de la joven sin ser
consciente de lo que hacía y le clavó sus dientes en la muñeca, bebiendo
con ansia.
Cuando despertó, fue consciente de que estaba bebiendo la sangre de
Keyla, que yacía semiinconsciente a su lado.
Desclavó los colmillos de su tierna carne y lamió la marca de sus
dientes para que cerrase.
―Keyla, dime algo ―le pidió cuando se sentó en el suelo y la tomó
en sus brazos.
La joven entreabrió los ojos y sonrió débilmente.
―Sabía que mi sangre podía curarte ―respondió con un hilo de voz.
―Has hecho una estupidez ―le reprochó con dulzura―. En estas
circunstancias, hubiera podido beber de ti hasta la última gota sin enterarme
y te habría matado.
―Quizá fuera lo mejor para que no puedan utilizarme para sus fines.
―Ni se te ocurra siquiera pensar eso, ¿entendido?
Keyla había arriesgado su vida una y otra vez para que él no muriera.
Qué diferente había sido aquel comportamiento del de Mila, que prefirió
entregarles a él y a su familia.
Nikolai miró a su alrededor.
―Debemos escapar.
―No hay manera de escapar ―sollozó Keyla, llorando contra el
pecho del guardián.
―Por supuesto que debe haber un modo, y voy a encontrarlo. ―La
besó suavemente en los labios―. Te lo prometo.
Capítulo 27
A Nikolai se le vinieron las palabras de la Diosa a la cabeza.
«Tienes un don muy poderoso, que tendrás que utilizar sabiamente.
Contén el aliento como has hecho muchas veces en tu vida, mi querido
Nikolai».
Ese había sido el plan de la Diosa Astrid desde el principio y cuando
Keyla decidió entregarse, también el suyo.
Contendría el aliento y usaría su poder para volver el tiempo atrás dos
horas, justo antes de que les hubieran arrastrado hacia esa mazmorra de los
horrores.
Miró a Keyla, que alzó sus enormes ojos hacia él. Se veía débil, por lo
que tendría que hacerlo cuanto antes, porque en cuanto su cuerpo pasara la
barrera de estar al borde de la muerte, ya no habría manera de volver el
tiempo atrás.
Respiró hondo y dejó su mente en blanco. Precisaba bajar al máximo
los latidos de su corazón para poder contener la respiración el mayor tiempo
posible. Si no respiraba, el suero dejaría de circular por su organismo y sus
poderes y su fuerza volverían a la normalidad.
Tras cinco minutos sin respirar, sintió como sus poderes se
restauraban. Concentrándose, volvió el tiempo atrás dos horas, justo en el
momento en que comenzaban a torturarle.
Fijó sus ojos en Keyla, que lloraba desconsolada al ver como
comenzaban a rajarle el abdomen.
Nikolai tiró con fuerza de sus cadenas, liberándose y arrancando el
corazón del Grom que le estaba torturando.
Entonces se situó ante Keyla para protegerla con su propio cuerpo.
―¿Cómo has conseguido liberarte? No es posible que el suero no te
afecte ―se sorprendió Abe, reculando con ojos de pánico.
Nikolai, sin contestar puesto que aún aguantaba la respiración
mientras peleaba con más Groms, probó algo que no había hecho en su vida
y fue usar su poder para volver el tiempo atrás por segunda vez consecutiva.
Aquello los llevó a estar de nuevo en la plaza, donde Keyla
permanecía en el centro de ella, a la espera de que alguien la reconociera.
―No sé cómo he permitido este plan tan disparatado ―se lamentaba
Abdiel.
Nikolai ya había oído esas palabras antes.
―Abortamos el plan ―se apresuró a decir, a la vez que corría a tomar
a Keyla en brazos para apartarla de la vista de todo el mundo.
―¿Qué estás haciendo, Nik? ―se quejó la joven doctora, tratando de
liberarse de su abrazo―. Dijiste que respetarías mi decisión.
―Y lo he hecho ―le aseguró cuando llegaban junto a sus hermanos,
que le miraban con asombro―. He respetado tu decisión. Me han torturado
y casi nos matan a ambos, pero ya sé cuál es su plan y donde encontrarlos.
―¿Qué quieres decir con eso? ―preguntó Keyla.
―Has vuelto el tiempo atrás ―apuntó acertadamente Abdiel.
―Así es ―asintió el guardián ruso―. Y ha sido tarea complicada, ya
que la casa donde nos llevaron estaba cargada de ese jodido suero que nos
inhibe de nuestros poderes.
―¿Cómo conseguiste entonces usar tu poder de volver el tiempo
atrás? ―quiso saber Elion.
―Cuando estuvimos en los apartamentos de Mauronte estuve
meditando y me transporté al templo de la Diosa Astrid ―comenzó a
explicarles―. Ella me aconsejó que contuviera el aliento como tantas veces
en mi vida había hecho antes, y que me preparara para usar mi poder,
porque me haría falta. Entonces no lo entendí, pero cuando Keyla dijo que
pretendía entregarse, todo cuadró en mi cabeza.
Keyla se sorprendió ante aquel descubrimiento.
―Te has arriesgado muchísimo por una simple suposición.
Nikolai se acercó a ella tomando su precioso rostro entre las manos, a
la vez que la miraba con veneración.
―Lo arriesgaría todo por ti, ¿acaso aún no te has dado cuenta?
Se mantuvieron la mirada y en ella se reflejó todo el amor que sentían
el uno por el otro. No hacía falta que lo dijeran con palabras, pues sus almas
ya estaban completamente conectadas entre sí.
La joven doctora se puso de puntillas y le besó con ternura. El
guardián la tomó por la cintura y la apretó fuertemente contra su duro
cuerpo. La sangre de Keyla aún corría por sus venas, pese a que ella no lo
recordara, y aquello le hacía estar completamente excitado. Estaba echando
mano de todo su autocontrol para no abalanzarse sobre ella y devorarla
como deseaba en aquel mismo lugar.
―Gracias por no dejarme sola ―le dijo Keyla cuando el beso llegó a
su fin.
―Nunca podría dejarte sola ―reconoció con sinceridad.
―¿Qué vamos a hacer ahora? ―preguntó Elion, metiendo las manos
en los bolsillos de sus vaqueros.
―Sé dónde se esconden ―les dijo Nikolai―. Podemos pillarles
desprevenidos.
―Pero primero será mejor que vayamos a casa para que puedas
aliviarte, ¿no crees, bror? ―comentó Varcan con guasa, señalando con un
movimiento de su cabeza la erección que se intuía bajo los pantalones de su
hermano.
Nikolai gruñó, fulminándolo con la mirada.
―Keyla me ofreció su sangre para reanimarme.
―¿Eso cuando fue? ―preguntó la joven confusa.
―Justo antes de volver el tiempo atrás ―le explicó con calma, pese a
estar hirviendo por dentro―. Ya no te quedaban fuerzas para sanarme y te
cortaste la muñeca para ofrecerme tu sangre, a pesar de saber que morirías
si lo hacías.
―Seguramente porque no era capaz de verte morir a ti ―dedujo
acertadamente.
―De acuerdo, pues volvamos a casa y planeemos qué pasos seguir
―sugirió Abdiel, consciente de que su hermano necesitaba estar a solas con
su hembra.

Cuando llegaron al castillo, Nikolai y Keyla se retiraron a su


habitación.
―¿Qué tiene que ver tu estado con el hecho que bebieras mi sangre?
―le preguntó la joven de sopetón.
―¿Perdón? ―inquirió sin comprender a qué se refería.
Las mejillas de la doctora se tiñeron de un ligero rubor.
―Varcan hizo alusión a tu… ―Hizo gestos con las manos―. En fin,
que le dijiste que era a causa de beber mi sangre.
Nikolai contuvo la risa.
―Ah, eso. ―Se cruzó de brazos, mirándola con intensidad―. Cuando
los guardianes nos alimentamos, nuestro mordisco resulta afrodisíaco tanto
para nosotros como para la persona de la que bebemos. Tú no notas los
efectos de ese mordisco porque para ti no ha sucedido, pero yo lo recuerdo
todo. Tu sangre aún circula por mi organismo.
―Entonces, ¿a qué esperas para besarme? ―le dijo, mordiendo su
labio inferior, anticipando en su mente lo que iba a pasar a continuación.
Nikolai se acercó a ella con una sonrisa hambrienta dibujada en el
rostro.
―Tus deseos son órdenes para mí, pequeña.
Tomándola por la cintura, la apretó contra él y con una pasión casi
descontrolada, devoró su boca como llevaba deseando desde que probó su
dulce sangre.
Cuando sus lenguas se tocaron, una descarga eléctrica recorrió sus
cuerpos.
Keyla rodeó el cuello masculino con sus brazos y Nikolai, tomándola
por los muslos, la ayudó a encaramarse sobre él. Su olor a limón con un
deje de canela hizo que se le hiciera la boca agua. Quería volver a saborear
su sangre y era una necesidad casi imperiosa.
Nikolai sintió como se le alargaban los colmillos, que arañaron sin
querer la legua de la joven.
Keyla se separó un instante de él, mirándole a los ojos.
―¿Acaban de crecerte los colmillos? ―le preguntó con una ceja
alzada.
―¿Tan raro sería eso? ―Sonrió, mostrándoselos.
La joven también le devolvió la sonrisa.
―No, si lo que sientes es ganas de morderme ―le dijo de modo
provocador.
―Te puedo asegurar que es lo que más deseo en estos momentos.
―¿Y qué te hace contenerte?
Esa misma pregunta pasó por su mente. ¿Qué era en esos momentos lo
que le hacía contenerse? Parecía que ninguna de las excusas que se había
dicho durante todo aquel tiempo tuviera ya ningún sentido.
Amaba a Keyla y sabía que ella le amaba a él, sobre todo después de
haberle ofrecido su sangre pese a poner su vida en riesgo. Ella no era Mila.
Su antigua prometida jamás se hubiese arriesgado de ese modo por él, lo
había dejado bastante claro cuando le traicionó.
Además, ¿por qué no iba a poder hacerla feliz? Dedicaría toda su vida
y todos sus esfuerzos a que aquella mujer, a la que amaba por encima de
todo, fuera dichosa a su lado.
―En estos momentos no tengo ninguna excusa para negarme a
devorarte por completo.
Aquellas palabras provocaron en Keyla una excitación instantánea,
haciendo que se humedeciera.
Nikolai pudo percibir el olor de su excitación, provocando que su
enorme erección se volviera dolorosa.
El guardián volvió a apoderarse de los labios de la joven, que emitió
un suave gemido.
Sin dejar de besarse, comenzaron a desnudarse con impaciencia.
Cuando estuvieron completamente desnudos, alejó a Keyla un poco de él
para poder devorarla con los ojos. Tenía un cuerpo precioso y lleno de
curvas, y él quería memorizarlas todas y cada una.
―Eres absolutamente preciosa ―declaró, acariciando con el dorso de
sus dedos uno de sus pechos, haciendo que su pezón se erizara al
instante―. Me gustaría poder alimentarme de ti y dejar que tú hicieras lo
mismo conmigo.
El corazón de Keyla comenzó a bombear fuertemente en su pecho.
―Pero eso significaría que acabaríamos marcados, ¿no es cierto?
El guardián asintió.
―Es lo más probable ―le aseguró, acercándose a oler su cuello―.
Por eso quiero que tú me digas si es lo que deseas. Haré lo que consideres
mejor para ti.
―Lo mejor para mí es poder disfrutar de toda la eternidad a tu lado.
Nikolai la miró a los ojos con una sonrisa satisfecha.
―Era justo lo que deseaba oír.
Tomó el rostro femenino entre sus grandes manos e introdujo la lengua
en la boca de la mujer con desesperación.
Cogiéndola en brazos, la dejó sobre la cama. Se colocó sobre ella y
agachó la cabeza para succionar uno de sus pezones, haciendo que Keyla
arquera la espalda jadeando suavemente.
―Por fin voy a poder dejarme llevar y hacerte mía del modo en que
siempre he deseado, por mucho que me lo negara a mí mismo ―dijo contra
su piel, acariciándola con su aliento.
Descendió lentamente, besando cada centímetro de piel desnuda.
Tomándola por sus glúteos, enterró la cara entre las piernas de la joven.
Comenzó a lamerla, dibujando círculos con la lengua sobre su clítoris.
Cuando la sintió completamente excitada y al borde del orgasmo, giró
la cabeza y clavó los dientes en el interior del muslo de la joven,
precipitando que estallara el placer dentro de ella. Y no era un orgasmo
normal, era el rey de todos los orgasmos. Notaba espasmos de placer en
todas y cada una de las partes de su cuerpo.
Nikolai trepó por aquel cuerpo que tanto deseaba una vez hubo bebido
su exquisita sangre. Nunca se saciaría de ella, lo sabía, pero ahora tendría
toda la eternidad para intentarlo.
Colocando su miembro contra la húmeda vagina de la joven, la
penetró de una sola embestida. Keyla, al borde de un nuevo orgasmo a
causa de lo excitada que seguía en aquellos momentos, comenzó a moverse,
sintiendo que le faltaba el aire y oliendo por primera vez la suculenta sangre
del guardián.
Nikolai comenzó a moverse con rapidez a su vez, necesitando
desesperadamente liberarse y alcanzar su propio desahogo.
La joven sintió en aquel momento que necesitaba beber de él. ¿Debía
contenerse? A su parecer no, pues ahora que estaba marcada se alimentarían
para siempre el uno del otro. ¿Por qué no empezar en aquel mismo instante?
Abrió la boca y sus colmillos se alargaron justo antes de clavarlos en
el cuello de aquel hombre al que amaba como nunca había amado a nadie
en toda su vida.
Los recuerdos de la primera vez que hicieron el amor o la tortura a la
que habían sometido a Nikolai en el sótano de la casa donde se ocultaban
Abe y Sherezade volvieron a ella. Era como si al beber su sangre hubiera
anulado los momentos en los que el guardián había vuelto el tiempo atrás.
Cuando Nikolai sintió a su pareja beber su sangre, no pudo contener
por más tiempo aquel orgasmo demoledor que le recorrió. Soltó un gruñido
de satisfacción cuando se derramó dentro de ella, a la vez que notaba como
Keyla se dejaba llevar de nuevo por el placer, que querían experimentar por
toda la eternidad el uno con el otro.

Keyla estaba recostada sobre el duro pecho del guardián,


completamente saciada y feliz de saber que ahora se pertenecían el uno al
otro.
―No te has arrepentido, ¿verdad?
―¿Cómo voy a arrepentirme de estar unido al amor de mi vida?
―Pese a eso, te ha costado bastante decidir unirte a mí ―le reprochó
cariñosamente, a la vez que alzaba la cabeza y le besaba suavemente en los
labios.
―Mi preocupación eras tú ―le dijo con total sinceridad―. En ningún
momento mi rechazo fue pensando en que no eras la mujer ideal para mí,
eso lo tenía absolutamente claro.
―¿Qué te hacía preocuparte de ese modo? A mis ojos eres el hombre
perfecto.
Nikolai sonrió al escuchar esas palabras. Costaba creerse aquello,
cuando durante su vida como mortal había escuchado justo lo contrario.
―Todas las personas que me han querido acabaron muriendo
demasiado pronto ―comenzó a decir, con un deje de tristeza en la voz―.
No quería volver a ser el responsable de que alguien más muriera o sufriera
por mi causa.
―¿Por qué has cambiado de opinión?
―Porque por más que intente negármelo, yo ya estaba unido a ti
desde el momento en que te conocí allí, atado en aquellos laboratorios
―respondió, con su corazón totalmente expuesto a ella―. Yo era tuyo,
tanto con marca como sin ella.
Keyla se colocó sobre él, besándole con todo el amor que sentía, con
una lágrima resbalando por su mejilla.
―Lo sé todo ―le dijo entonces.
―¿Qué sabes?
―Que hicimos el amor antes de la vez que lograba recordar.
Nikolai asintió en silencio.
―Siento haber vuelto el tiempo atrás, pero en ese momento creí que
sería lo mejor para ti.
―También he visto la tortura a la que te sometieron ―continuó
diciendo, con el corazón encogido.
―Ya es agua pasada ―le restó importancia, a la vez que acariciaba su
mejilla con delicadeza.
―Te amo, Nik, y soy feliz al saber que voy a pasar toda la eternidad a
tu lado.
Nikolai sonrió excitado y con ganas de estar de nuevo dentro de ella.
―Pues hagamos que esta eternidad sea mucho más entretenida, mi
amor ―comentó, justo antes de girar sobre sí mismo para colocarse sobre
su pareja y hacerle el amor con la pasión y delicadeza que ella se merecía.
Capítulo 28
Estaban todos preparados en los alrededores de la casa dónde sabían
que Sherezade y Abe se ocultaban.
Max, Keyla y Roxie también les habían acompañado, pues se habían
negado a quedarse al margen de aquello, por mucho que Abdiel y Nikolai
hubieran discutido aquella decisión.
La doctora se retorció las manos con nerviosismo y Nikolai percibió
aquel gesto al instante.
―No te preocupes, todo va a salir bien ―trató de tranquilizarla.
―No puedo perderos a ninguno de vosotros ―le dijo con la voz
entrecortada.
―No vas a perder a nadie más ―le aseguró, tomándola por los
hombros para traspasarle su fuerza.
La joven asintió, queriendo convencerse de que así sería.
―Sobre todo, no quiero que utilices tus poderes de sanación bajo
ningún concepto ―le pidió el guardián.
―Pero soy sanadora, Nik, no puedo ver a alguien herido y no
intervenir ―protestó―. Es más, estoy aquí justamente por si me necesitáis.
―Pues tendrás que contenerte ―insistió con seriedad―. No quiero
que Sherezade pueda terminar de absorber tus poderes, pero lo más
importante es que no quiero que, al usarlos, acaben consumiéndote como le
ocurrió a tu madre. ¿Me prometes que no los utilizarás pase lo que pase?
Keyla asintió emocionada por haberle oído nombrar a su madre.
―De acuerdo, te lo prometo.
Nikolai besó cada uno de sus ojos, su nariz y acabó en sus labios.
―Vamos a darles para el pelo a esos hijos de puta.

Ataviados con sus máscaras de gas, los cuatro guardianes, a excepción


de Draven y Thorne, que seguían junto a Sasha y Talisa respectivamente,
esperaron a que cayera la noche para incursionar en la casa. Max también
estaba con ellos, dispuesta a liberar a su bestia interior en cualquier
momento.
Roxie y Keyla permanecerían fuera, a la espera de intervenir al
mínimo indicio de problemas.
Entraron por la puerta trasera con sigilo, armados con dagas y
cuchillos. Alguna vez habían utilizado pistolas, pero todos ellos eran más
partidarios de las armas blancas. Quizá porque eran las que habían
aprendido a blandir en sus vidas como mortales.
Nada más traspasar el umbral se encontraron con dos Groms, que
evidentemente estaban allí para custodiar que nadie les pillara
desprevenidos.
En cuanto les vieron, aquellos engendros soltaron un chillido, como si
estuvieran dando la voz de alarma, justo antes de abalanzarse sobre ellos.
Una veintena de vampiros zombies bajaron las escaleras armados con
hachas de doble hoja. ¿Desde cuándo aquellos engendros usaban armas?
Los guardianes peleaban con destreza, bailando al ritmo que la batalla
les imponía. Los movimientos de los cuatro eran certeros y veloces, pero
Max era una autentica máquina de matar. Arrancaba sus corazones con una
habilidad sin igual.
Uno de los Groms hirió a Elion con su hacha en un hombro, abriendo
su carne en dos y para su sorpresa, la herida no sanó como de costumbre.
―¡Cuidado con las hachas! ―les advirtió a sus hermanos―. Mi
herida no se está curando.
―Qué buena noticia ―ironizó Varcan, desdoblándose para deshacerse
de otro vampiro zombie que se acercaba a su pareja por la espalda.
―Deben haber impregnado las armas con el jodido suero ―supuso
Nikolai, arrancando la cabeza de otro Grom.
De repente, una flecha impactó en la espalda de Abdiel, impulsándolo
hacia delante.
Alzaron la cabeza y vieron como varios brujos les estaban disparando
con sus arcos desde el piso superior.
―¡Tratad de cubriros! ―les dijo el guardián ruso, colocándose
alejado de la trayectoria de las flechas.
Max continuó luchando salvajemente, pues el suero no surtía ningún
tipo de efecto en ella, pero sus hermanos sí que se pusieron a resguardo.
Todos a excepción de Abdiel, que parecía tener dificultades para respirar, ya
que la flecha le había atravesado el pulmón.
―¡Joder! ―maldijo Nikolai, que dando una patada en el aire derribó
al Grom que tenía frente a él y corrió a tomar a su hermano por los
hombros, arrastrándolo consigo.
Sin embargo, dos flechas se clavaron en su abdomen, haciéndole
perder el equilibrio.
Diez Groms más se abalanzaron sobre Varcan y Elion, que trataban de
defenderse como podían. Uno de ellos le quitó la máscara de gas al
guardián de la cicatriz, haciendo que su otro yo se desvaneciera y perdiera
la fuerza sobrehumana que siempre les acompañaba.
Elion golpeó por la espalda al engendro que pretendía clavar su hacha
en su hermano, dejando su espalda desprotegida, cosa que aprovechó otro
vampiro zombie para clavar el hacha en su costado, causándole una horrible
herida.
Aquel fue justo el momento en que Roxie y Keyla aprovecharon para
hacer acto de presencia. La morena lanzó un hechizo que dejó paralizados a
los Groms, cosa que permitió a la doctora acercarse a Nikolai para poner
sus manos sobre él.
―Ni se te ocurra curarnos ―le dijo con la voz tensa, a causa del dolor
que las flechas de su abdomen le causaban―. Prometiste no hacerlo.
―Lo siento, pero yo también te mentiré cada vez que considere que
con ello consigo protegerte ―repuso, repitiendo la afirmación que unos
días atrás había hecho Nikolai.
Unos aplausos hicieron que todos se volvieran hacia las escaleras, por
las que descendían Abe y Sherezade con una expresión satisfecha.
―Veo que has avanzado bastante respecto a tus hechizos, madre
―apuntó la bruja milenaria, mirando de frente a la que había sido su madre
en otra vida.
―Y yo veo que no cejáis en vuestro empeño de conquistar el mundo
―repuso Roxie, mirándola con frialdad.
―Qué alegría verte de nuevo, hija ―le dijo Abe a Keyla.
―Te aseguro que para mí no es ninguna alegría.
―No seas rencorosa, hija mía, nunca te ha pegado.
―No es rencor, simplemente es una terrible pena por que la única
persona de mi familia que queda en este mundo sea un ser tan despreciable
como tú.
Abe dibujó una sonrisa tensa en su rostro y dirigió sus gélidos ojos
hacia el guardián ruso herido.
―¿No vas a curarle? Porque me encantaría verle morir, pero nos iría
muy bien que utilizaras tus poderes.
―Para que Sherezade pueda absorberlos, ¿cierto? ―intervino Nikolai,
mirándole con odio.
El brujo frunció el ceño.
―¿Cómo sabes…? ―se interrumpió, cayendo en la cuenta de cómo
había podido ser―. Ya habíais estado aquí antes, ¿verdad? Usaste tu poder
para volver el tiempo atrás.
―¿Cómo es posible? ―inquirió Sherezade, mirando con inquina al
guardián ruso―. Esta casa está completamente protegida por el suero que
tu hija creó.
―Porque no sois tan listos como os creéis ―les echó en cara Nikolai,
a la vez que se encogía dolorido.
Keyla estudió sus heridas con preocupación. Por el modo en que
sangraban y el color oscuro de la sangre, supo que eran mortales a no ser
que ella interviniera.
―Tengo que sacarte las flechas ―declaró, cogiendo una con manos
firmes.
Nikolai la tomó por la muñeca, tratando de impedírselo.
―No lo hagas, Keyla. No puedo permitir que te ocurra como a tu
madre. Me niego a perderte.
La doctora posó con suavidad una de sus manos sobre la mejilla
rasposa del hombre al que amaba.
―Y yo no puedo permitir que muráis ante mis ojos sin hacer nada al
respecto. ―Sonrió con dulzura―. Soy sanadora, está en mi naturaleza―. Y
antes de terminar siquiera la frase, sacó una de las flechas de su estómago.
―¡No! ―gritó Nikolai, retorciéndose de dolor.
Keyla ignoró sus protestas y procedió a quitarle la otra flecha, para
acto seguido posar sus manos sobre el vientre herido del guardián,
procediendo a sanarle.
―Eso es, hija mía, danos tu poder. ―Se jactó Abe, mirando a la joven
con satisfacción.
Con los ojos cerrados, Keyla ejerció su poder como sanadora del
mismo modo en que lo había hecho durante toda su vida, pero notó que esta
vez era diferente. Algo había cambiado, pues ya no sintió aquella especie de
dolor emocional que la asalta siempre que utilizaba su don.
Sherezade estiró los brazos, tratando de absorber el poder de la
doctora.
―Ni lo sueñes, zorra ―exclamó Elion, lanzando un cuchillo contra la
bruja milenaria, pero este se estrelló contra un campo de fuerza invisible
que había en torno a ella.
―¿Acaso creíais que bajaríamos aquí sin ningún tipo de protección?
―se mofó Abe, mirando al guardián escocés con una ceja alzada.
Sin embargo, cuando este se disponía a responder, del cuerpo de Keyla
comenzó a emanar una intensa luz que hizo que todos centraran su atención
en ella.
―¿Qué ocurre? ―preguntó el brujo, mirando a su hija con los ojos
muy abiertos.
―No lo sé, pero no puedo absorber su poder ―declaró Sherezade―.
Es como si estuviera protegida de cualquier tipo de hechizo.
―¿Keyla, estás bien? ―preguntó Nikolai desde el suelo, mirándola
con preocupación.
―Mira, bror ―le dijo Abdiel, mostrándole como su propia herida
también estaba sanando sin necesidad de que la joven le tocase.
El guardián rubio frunció el ceño.
―¿Pero qué…?
La joven doctora abrió en aquel momento los ojos y los enfocó en
Nikolai.
―Me encuentro bien ―respondió, sonriente―. Sanarte no me ha
debilitado en absoluto. Al contrario, me siento más fuerte que nunca.
―Sanarnos a todos, dirás ―apuntó Varcan, moviendo el cuello de un
lado al otro hasta hacerlo crujir.
Keyla se volvió a mirarle, extrañada.
―¿Todos estáis curados?
―Así es, doctorcita bombón, y creo que todo tiene que ver con que mi
hermano te marcara anoche ―continuó diciendo el guardián de la cicatriz,
guiñándole un ojo.
―Tiene sentido que la marca evite que se debilite ―concedió Abdiel,
poniéndose en pie como el resto de sus hermanos.
Keyla se volvió de nuevo hacia Nikolai.
―Y tú tenías miedo de poder perjudicarme. ―Se puso de puntillas y
le besó en los labios―. Parce ser que estábamos destinados a estar unidos.
El rubio sonrió ampliamente.
―Y no sabes lo feliz que me hace eso.
―¡Maldita sea! ―vociferó Abe, fuera de sí―. No puede ser. Es
imposible que siempre desbaratéis nuestros planes.
Nikolai clavó sus claros ojos grises en él.
―Al parecer hay un plan supremo mejor estructurado que el vuestro
―le dijo con mofa.
―Ríndete, papá ―le pidió su hija―. Nunca podréis ganar. ¿No te das
cuenta?
El brujo apretó fuertemente los puños, con rabia.
―Encontraremos la forma de alzarnos sobre los humanos, por mucho
que os empeñéis en negarnos nuestro derecho evolutivo.
La joven negó con tristeza, dando un par de pasos más hacia él.
―Solo conseguirás acabar muerto, como le ha ocurrido a Drew…
―¿Drew está muerto? ―la interrumpió, mirándola horrorizado.
Keyla conocía el profundo vínculo que su padre siempre había tenido
con él.
Asintió, mirándole directamente a los ojos.
Abe gritó con frustración.
―Papá, aún puedes redimirte. Si solo trataras de escucharme…
Sin embargo, no pudo decir nada más, pues el hombre se abalanzó
sobre ella, derribándola y apretando con sus dos manos fuertemente el
cuello de la joven.
―¡Eres una desagradecida! ―le echó en cara, con las venas del cuello
hinchadas―. Cumpliré mis planes, por mucho que tú te empeñes en lo
contrario.
―¿Vas a matarme como hiciste con Yasmina? ―le preguntó, con un
hilo de voz a causa de la falta de aire.
―Si no puedo absorber tus poderes, no me sirves para nada más.
Nikolai trató de apartarlo de ella, pero debido al campo de protección
que tenía en torno a él, salió disparado hacia atrás como si acabaran de darle
una descarga eléctrica.
―No podrás salvarla, guardián ―alardeó Abe―. La verás morir ante
tus ojos y tras eso, morirás con ella a consecuencia de la marca. Así que has
perdido.
―Discrepo ―consiguió decir Keyla, justo antes de enterrar una daga,
que llevaba oculta, en el pecho de su padre.
Este la soltó, llevando las manos al puñal que había enterrado en su
corazón. Se desplomó hacia atrás, respirando con dificultad, a la vez que
miraba a su hija horrorizado.
―Lo siento, papá ―se disculpó Keyla, con las mejillas bañadas de
lágrimas―. Ojalá las cosas hubieran podido ser diferentes.
Abe no pudo contestar, pues justo después de aquellas palabras, exhaló
su último suspiro.
La joven se desplomó sobre el cuerpo sin vida de su padre, sollozando
con desesperación.
Nikolai se arrodilló junto a ella, cogiéndola por los hombros y
haciendo que reposara contra su pecho para poder consolarla.
―Le he matado, Nik ―gimió, sin parar de llorar.
―No te ha dado otra opción.
―Era mi padre y lo he matado.
El guardián tomó la cara de la joven entre sus manos para que le
mirara a los ojos.
―Sé lo que eso significa, Keyla ―le aseguró, recordando milenios
atrás cuando él tuvo que hacer lo mismo―. Pero no todos los padres se
merecen que les queramos. Hay personas que son malas y que sean de
nuestra sangre no cambia eso. No has hecho nada malo, solo te has
defendido y te prohíbo que cargues con esa losa, como hice yo durante
demasiados años. ¿Entendido?
Keyla asintió, volviendo el rostro hacia un lado para poder besar la
palma de su mano.
―¿Adónde crees que vas? ―oyeron decir a Roxie, que permanecía
con una mano alzada hacia Sherezade, dispuesta a lanzarle uno de sus
rayos.
La bruja milenaria sonrió, sin un ápice de afectación por la muerte de
su socio.
―Sabes bien que estoy protegida ―respondió, reculando hacia la
puerta―. Abe fue un descuidado, ya que al abalanzarse sobre su hija, la
permitió entrar dentro de su campo de protección, pero yo soy mucho más
inteligente.
―Es hora de aceptar que has perdido ―le dijo Roxie, con sus ojos
clavados en ella.
―Eso no ocurrirá jamás. ―Alzó el mentón y le guiñó un ojo―.
Volveremos a vernos…, madre.
Tras aquellas palabras lanzó un hechizo y desapareció, dejando un
rastro de polvo donde antes había estado.
Epílogo
Nikolai bajaba a la cocina a por agua.
Keyla y él habían estado haciendo el amor y alimentándose el uno del
otro, e incluso se habían casado bajo el rito de los guardianes en la absoluta
intimidad de su cuarto.
―Casi consigues que murieseis todos.
El guardián se volvió alerta hacia la voz femenina que había
pronunciado aquellas palabras.
Se encontró con la Diosa, que le miraba con una sonrisa satisfecha en
los labios.
―Mi Diosa. ―Hincó una rodilla en el suelo, agachando la cabeza
para demostrarle respeto.
―¿Por qué os empeñáis en desafiarme siempre? ―Se acercó a él
contoneando las caderas―. Ponte en pie ―le ordenó.
Nikolai lo hizo y se la quedó mirando.
―Me has tenido muy angustiada, mi guerrero, y no me gusta
angustiarme.
―Lo lamento, mi Diosa.
La mujer suspiró, a la vez que posaba su mano sobre la mejilla del
hombre.
―Al menos captaste mi insinuación sobre contener el aliento y usar tu
poder.
―Así es ―asintió.
―Y fuiste lo suficientemente inteligente para acabar marcándola, o
hubierais muerto todos en aquella casa ―le soltó una bofetada con la
misma mano con la que le había acariciado―. Es lo mínimo que te
mereces, pero tienes suerte de que, junto a Abdiel, eres mi guardián
favorito.
―Es un honor para mí, mi Diosa.
La mujer movió la mano en el aire, restándole importancia a aquellas
palabras.
―Esto no ha acabado, mi guardián ―le aseguró―. Que Abe haya
desaparecido de la ecuación solo es el principio, aún queda mucho para
poder ganar el juego de la sangre. ¿Estás preparado?
―Lo estoy, mi señora.
―Eso espero, porque llegan tiempos difíciles y necesitaré de tu
templanza y el poder de sanación de tu esposa para que los superemos.
―Puedes contar con nosotros, mi Diosa.
―Es justo lo que esperaba oír, mi guerrero. Ahora ve junto a tu pareja,
que estoy segura de que tendrá buenas nuevas para ti. ―Y sin más,
desapareció.
Nikolai frunció el ceño.
¿Buenas nuevas?
Con rapidez subió las escaleras y regresó a la habitación, donde se
encontró a Keyla de espaldas revisando los papeles que habían cogido de la
guarida de Abe y Sherezade.
Se habían pasado la mañana estudiándolos, pero aún no habían podido
verlos todos, ya que eran muchos archivadores y habían preferido dejarlo
para el día siguiente.
También habían llamado al teléfono que la tal Linda les había
facilitado, pero como era de esperar, nadie había respondido, incluso
Thorne y Elion habían vuelto a Los Ángeles para investigar en el club que
les habían dicho días atrás, y que a causa del secuestro de Keyla no habían
podido llevar a cabo.
―¿Keyla? ―Se acercó lentamente a ella―. ¿Estás bien?
La joven se volvió hacia él con el rostro desencajado.
―¿Qué ocurre? ―insistió de nuevo Nikolai, comenzando a
preocuparse.
―He descubierto quien es la mujer que utilizan para crear a los Groms
y el suero.
―¿En serio? ―Se acercó para tomar el papel que llevaba en las
manos, pero ella lo retiró―. ¿No quieres que lo vea? ―se sorprendió.
Keyla asintió.
―Debes verlo, pero tienes que estar preparado.
―¿Preparado? ―Frunció el ceño―. ¿Preparado para qué?
―Conozco a esta mujer ―le aseguró―. La he visto antes.
―¿Dónde?
―En el tatuaje de tu espalda.
Aquello hizo que el corazón de Nikolai se desbocara.
―Déjame ver. ―Extendió la mano para que le diera el papel que
sostenía.
La joven lo hizo y el hombre se quedó paralizado cuando un rostro
igual al de su hermana apareció en la foto que tenía frente a sí.
―Es igual a Brunella ―murmuró, un tanto emocionado.
―Dadas las coincidencias de su sangre y la tuya, es muy probable que
sea ella.
El guardián alzó los ojos hacia su mujer.
―¿Cómo puede ser?
Keyla negó con la cabeza.
―No lo sé.
Nikolai se pasó las manos por su claro cabello.
―Es hora de que lo descubramos.
―Lo haremos juntos ―terció la joven, acercándose más a él.
El guardián la abrazó.
―Juntos, por siempre jamás. ―Y la besó, como sabía que haría por el
resto de su eternidad.

FIN
Los guardianes del sello
LA LEY DE LA SANGRE
Hace un año que Roxie ha comenzado a tener extraños sueños, en los que
ve lugares misteriosos, marcados con un singular símbolo. Lo más
chocante, es que todos aquellos sueños están relacionados con un guapo y
misterioso desconoció, que además posee… ¡Colmillos!
Cuando por casualidad descubre que la piedra de sus sueños es real, decide
ir en busca de respuestas y averiguar qué está pasando.
Es así como entrará en un mundo sobrenatural, hasta entonces, desconocido
para ella.
Será una aventura peligrosa, en la que al parecer, ella es la clave.

El juego ha comenzado, ¿te atreves a participar?

LA PORTADORA DEL SELLO


Max estaba totalmente descontrolada.
Desde que su amiga Roxie se fuera a Noruega y decidiera quedarse allí tras
conocer a un hombre del cual se había enamorado, Max no había vuelto a
ser la misma.
Se sentía sola y para llenar aquella sensación de soledad, iba de fiesta en
fiesta y de cama en cama. En algunas ocasiones ni siquiera recordaba con
quien había sido cuando se despertaba a la mañana siguiente.
Y eso justamente fue lo que le ocurrió cuando conoció a aquel buenorro con
los ojos gris verdoso y una cicatriz que recorría su ojo izquierdo.

Varcan debía seguir a aquella pelirroja sin que le viera, para asegurarse que
estuviera a salvo. La Diosa le había dicho a Roxie durante un viaje astral
que Max era una parte muy importante de la profecía, pero aún no sabían
porque.
Entre los dos, había una tensión sexual impresionante, que les lleva a
mantener un tórrido encuentro. Sin saber porque, aquel revolcón hizo que
sobre la piel de Max apareciera el sello de los guardianes, despertando a
una bestia que parecía dormir en el interior de la joven.
¿Serían capaces de descubrir que era lo que le pasaba a Max antes de que
aquella bestia tomara el control de su cuerpo?

El juego continua, ¿te atreves a adentrarte en él?

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