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Una de las características específicas de nuestro proceso político fue que el golpe de Estado en Uruguay no responde
a una interrupción abrupta de la legalidad, por actores que operan “desde afuera” sino que es una resultante de
dinámicas institucionales conflictivas que llevan, finalmente, a un golpe institucional, a que el propio presidente
constitucional se convierta en dictador y la configuración de un régimen totalitario de tipo cívico-militar.
ESTADO DE GUERRA INTERNO: Los sangrientos sucesos del 14 de abril, a través de acciones del Movimiento de
Liberación Nacional y la intervención represiva de las Fuerzas Armadas, configuran la situación para que el Poder
Ejecutivo envíe a la Asamblea General (15 de abril) un mensaje solicitando la anuencia para la suspensión de la
seguridad individual y decretar el “estado de guerra interno” (figura sin antecedentes políticos). La voluntad de la
mayoría parlamentaria fue darle un alcance limitado al “estado de guerra interno” por 30 días; no obstante, lo que
pasó fue otra cosa, con efectos destructores de la legalidad democrática. Con esto, el Parlamento legitimó
políticamente la existencia de una “guerra” en el país sino que legalizó la figura de la guerra interna, no previsto en la
Constitución. Este estado se prorrogó casi tres meses (hasta el 5 julio) hasta que se aprobó la ley de seguridad del
estado. Más allá de la derrota armada al MLN en setiembre de 1972, el estado de guerra se institucionalizó, aplicando
la justicia militar al juzgamiento de los civiles, con el consiguiente aumento de los castigos.
A su vez se suspenden las garantías individuales con la sola finalidad de “impedir cualquier acción individual o colectiva
que implique traición o conspiración contra la patria”, esto verificó que la “defensa de las instituciones” está por
encima de los derechos de los individuos
[En el año 72] el ejercicio del gobierno será en muchos aspectos ilegal y hasta criminal, más allá de la legitimidad de
origen. Pero lo que importa, y preocupa, es comprobar cómo las situaciones “de hecho”, las “circunstancias políticas”
siempre justifican para las lógicas institucionales las transformaciones de facto del poder […] para modificar la
legislación vigente en sentido represivo (para garantizar el “orden público”). Álvaro Rico (2003) “Del orden político democrático
al orden policial del Estado”