Está en la página 1de 1

1972: el “año de la furia”

Una de las características específicas de nuestro proceso político fue que el golpe de Estado en Uruguay no responde
a una interrupción abrupta de la legalidad, por actores que operan “desde afuera” sino que es una resultante de
dinámicas institucionales conflictivas que llevan, finalmente, a un golpe institucional, a que el propio presidente
constitucional se convierta en dictador y la configuración de un régimen totalitario de tipo cívico-militar.
ESTADO DE GUERRA INTERNO: Los sangrientos sucesos del 14 de abril, a través de acciones del Movimiento de
Liberación Nacional y la intervención represiva de las Fuerzas Armadas, configuran la situación para que el Poder
Ejecutivo envíe a la Asamblea General (15 de abril) un mensaje solicitando la anuencia para la suspensión de la
seguridad individual y decretar el “estado de guerra interno” (figura sin antecedentes políticos). La voluntad de la
mayoría parlamentaria fue darle un alcance limitado al “estado de guerra interno” por 30 días; no obstante, lo que
pasó fue otra cosa, con efectos destructores de la legalidad democrática. Con esto, el Parlamento legitimó
políticamente la existencia de una “guerra” en el país sino que legalizó la figura de la guerra interna, no previsto en la
Constitución. Este estado se prorrogó casi tres meses (hasta el 5 julio) hasta que se aprobó la ley de seguridad del
estado. Más allá de la derrota armada al MLN en setiembre de 1972, el estado de guerra se institucionalizó, aplicando
la justicia militar al juzgamiento de los civiles, con el consiguiente aumento de los castigos.
A su vez se suspenden las garantías individuales con la sola finalidad de “impedir cualquier acción individual o colectiva
que implique traición o conspiración contra la patria”, esto verificó que la “defensa de las instituciones” está por
encima de los derechos de los individuos
[En el año 72] el ejercicio del gobierno será en muchos aspectos ilegal y hasta criminal, más allá de la legitimidad de
origen. Pero lo que importa, y preocupa, es comprobar cómo las situaciones “de hecho”, las “circunstancias políticas”
siempre justifican para las lógicas institucionales las transformaciones de facto del poder […] para modificar la
legislación vigente en sentido represivo (para garantizar el “orden público”). Álvaro Rico (2003) “Del orden político democrático
al orden policial del Estado”

Momento del Golpe de Estado (junio de 1973):


El 26 de junio, a las once y veinte de la noche, Bordaberry firmó el decreto 646/73 que disolvía las Cámaras y las
Juntas departamentales. En la madrugada del 27 de junio el Palacio Legislativo fue rodeado por vehículos blindados.
A las 7 de la mañana, los generales Esteban Cristi y Gregorio Álvarez tomaron posesión del edificio que a esa altura
estaba semidesierto. El golpe de estado había terminado de consumarse, tras varios años de ensayos y amenazas.

La teoría de los dos demonios


Probablemente la explicación más corriente del golpe de Estado es aquella que afirma que fue el resultado de la lucha entre dos
fuerzas antagónicas, “la guerrilla” y “las Fuerzas Armadas”. En este enfrentamiento, que tenía como principal objetivo la conquista
del poder, los militares obtuvieron el triunfo pero en el conflicto quedó por el camino la Constitución y la institucionalidad
democrática; así la sociedad en su conjunto pagó el precio de la demencia de un pequeño grupo guerrillero y de los desbordes de
los militares. Esta explicación presenta el golpe de Estado como una necesidad en la lucha contra una guerrilla que, para entonces
(y según era público por entonces) ya estaba derrotada.
Para Carlos Demasi, esta explicación tiene una “utilidad política”. En principio, esta explicación concentra el protagonismo en la
quiebra institucional (y por lo tanto, también la responsabilidad) solamente en dos actores: las Fuerzas Armadas y la guerrilla; por
lo tanto, exime de culpas al resto, particularmente a la clase política en su conjunto. De esta manera desaparece de la vista todo
el período de “vaciamiento institucional” de los años previos al golpe, la omisión parlamentaria, el gobierno por decreto y las
medidas de seguridad permanente, la aprobación de las medidas de dudosa constitucionalidad en el primer año del gobierno de
Bordaberry, y la “cohabitación” con los militares hasta la disolución del Parlamento.
“La invocación a los dos demonios coincide con un recuerdo culpabilizante de la sociedad uruguaya, el de la ausencia de reacción
que mostró la mayoría de la población cuando se produjo el golpe. (…) Los testimonios indican que a pesar de este retórico escudo
protector hubo una actitud pasiva en la mayoría de la población. […] Con el paso del tiempo la dictadura generó rechazo de la gran
mayoría de la sociedad, a la que ahora le costaba admitir que en algún momento apoyó, aún por omisión, al régimen militar. Es
allí como la teoría de los dos demonios funciona como una “teoría del mal menor” para buena parte de la población: los militares
eran malos, pero peor hubiera sido la alternativa. DEMASI, Carlos, Evocando fantasmas: La dictadura en el discurso cotidiano

También podría gustarte