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MANUAL DE DERECHO

CONSTITUCIONAL
EL SISTEMA DE GOBIERNO Y SUS ÓRGANOS

Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales


Universidad Austral de Chile

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CONTENIDOS

PRIMERA PARTE: GOBIERNO 5  


CAPÍTULO I: EL PRINCIPIO DE SEPARACIÓN DE PODERES 6  
‘Distribución de funciones’ y ‘pesos y contrapesos’ 7  
Separación de poderes y competencias delimitadas como principios constitucionales 9  
CAPÍTULO II: EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA 15  
Las competencias constitucionales del Presidente de la República 17  
Estatuto orgánico del Presidente de la República 42  
CAPÍTULO III: MINISTROS DE ESTADO 50  
Estatuto personal de los Ministros de Estado 50  
Funciones de los Ministros 57  
Estatuto orgánico de los Ministerios 59  
SEGUNDA PARTE: LA ADMINISTRACIÓN DEL ESTADO 63  
CAPÍTULO IV: BASES GENERALES DE LA ADMINISTRACIÓN DEL ESTADO 64  
CAPÍTULO V: GOBIERNO Y ADMINISTRACIÓN INTERIOR DEL ESTADO 69  
Gobierno y Administración Regional 70  
Gobierno y Administración Provincial 76  
Administración Comunal 77  
CAPÍTULO VI: ÓRGANOS CONSTITUCIONALES AUTÓNOMOS 80  
El Ministerio Público 81  
La Contraloría General de la República 86  
El Banco Central 89  
CAPÍTULO VII: ÓRGANOS DE LA SEGURIDAD 97  
Los Cuerpos Armados 98  
El Consejo de Seguridad Nacional 102  
TERCERA PARTE: EL CONGRESO NACIONAL 105  
CAPÍTULO VIII: ORGANIZACIÓN DEL CONGRESO NACIONAL 106  
Estructura del Congreso Nacional 108  
Funcionamiento del Congreso 112  
Estatuto personal de los parlamentarios 114  
CAPÍTULO IX: ATRIBUCIONES DEL CONGRESO 122  
Funciones del Congreso Pleno 122  
Funciones radicadas en ambas Cámaras 123  
Funciones exclusivas de la Cámara de Diputados 129  
Funciones exclusivas del Senado 142  
QUINTA PARTE: ÓRGANOS JURISDICCIONALES 149  
CAPÍTULO X: PODER JUDICIAL 150  

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Bases de la organización del Poder Judicial 153  
Estatuto personal de los jueces 159  
CAPÍTULO XI: TRIBUNAL CONSTITUCIONAL 164  
Estatuto orgánico 170  
Tribunal Constitucional: estatuto funcional 174  
CAPÍTULO XII: JUSTICIA ELECTORAL 185  
Estructura orgánica de la Justicia Electoral 186  
Funciones de la Justicia Electoral 188  
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 194  

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ABREVIACIONES USADAS EN ESTE VOLUMEN

L. Ley
Art. Artículo
Pár. Párrafo
Inc. Inciso
Nº Numeral
Lit. Literal
CPR Constitución Política de la República
DFL Decreto con Fuerza de Ley
DL Decreto Ley
LOCBAE Ley Orgánica Constitucional de Bases Generales de la Administración del Estado
LOCGAR Ley Orgánica Constitucional sobre Gobierno y Administración Regional
LOCVPE Ley Orgánica Constitucional sobre Votaciones Populares y Escrutinios
LOCC Ley Orgánica Constitucional del Congreso Nacional
EA Estatuto Administrativo
CP Código Penal
CJM Código de Justicia Militar
CT Código del Trabajo
COT Código Orgánico de Tribunales
RegCam Reglamento de la Cámara de Diputados
RegSen Reglamento del Senado

Se habrá de entender que todo artículo entre paréntesis que carezca de indicación del cuerpo
legal de su pertenencia, corresponde a la Constitución Política de la República.

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PRIMERA PARTE: GOBIERNO

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CAPÍTULO I: EL PRINCIPIO DE SEPARACIÓN DE PODERES

Si bien es Locke el primer autor moderno que menciona el concepto de separación de poderes, es
Montesquieu quien lo acuña como un principio normativo y abstracto. La idea de Montesquieu, a
primera vista liberal, parece incoherente con la tradición del derecho natural que, siguiendo a
Hobbes, buscaba justificar el poder del Estado en manos de un solo detentador. En ese sentido, el
principio de la separación de poderes puede ser concebido como una reacción por parte de los
poderes estamentales frente al principio de la soberanía acuñado por Bodin.
La idea fundamental de este principio es la de someter el poder a control. Con ello, se hace más
difícil que éste sea usado para abusar y oprimir a los ciudadanos. En ese sentido, la separación de
poderes corresponde a la implementación de la lógica inmanente al constitucionalismo liberal
identificada por Schmitt y que el mismo autor caracterizara, como hemos visto, como los
principios de distribución y de organización. El objetivo de esta lógica liberal es salvaguardar la
libertad y la propiedad de los individuos frente al poder monolítico de un Estado absoluto.
Así, para Montesquieu era fundamental separar tres funciones o poderes estatales y entregárselas
a tres órganos distintos:
Hay en cada Estado tres clases de poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo de los asuntos que
dependen del derecho de gentes y el poder ejecutivo de los que dependen del derecho civil.
Por el poder legislativo, el príncipe, o el magistrado, promulga leyes para cierto tiempo o para
siempre, y enmienda o deroga las existentes. Por el segundo poder, dispone de la guerra y de la paz,
envía o recibe embajadores, establece la seguridad, previene las invasiones. Por el tercero, castiga los
delitos o juzga las diferencias entre particulares. Llamaremos a éste poder judicial, y al otro,
simplemente poder ejecutivo del Estado.1
El razonamiento que lleva a afirmar la necesidad de la separación de poderes parte de la base de
un concepto de ley como la norma general mediante la cual el Estado regula la vida de los
ciudadanos. Luego sostiene que deben repartirse los poderes estatales de manera que ninguno de
los órganos a los que se entreguen puedan usar su poder para perseguir el interés personal de sus
miembros. Así, quien crea la ley general debe estar privado del poder de hacerla cumplir y quien
ejecuta la ley debe estar privado de crearla:
Cuando el poder legislativo está unido al poder ejecutivo en la misma persona o en el mismo cuerpo,
no hay libertad porque se puede temer que el monarca o el Senado promulguen leyes tiránicas para
hacerlas cumplir tiránicamente.
De la misma manera, quien tiene las facultades de crear o ejecutar la ley no puede, al mismo
tiempo, tener la facultad de juzgar, dado que podría modificar los efectos queridos con
anterioridad:
Tampoco hay libertad si el poder judicial no está separado del legislativo ni del ejecutivo. Si va unido
al poder legislativo, el poder sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, pues el juez
sería al mismo tiempo legislador. Si va unido al poder ejecutivo, el juez podría tener la fuerza de un
opresor.

1
El Espíritu de las Leyes: Libro XI, Cap. VI.

6
El término “poder”, utilizado por Montesquieu, es sin dudas infeliz. No parece claro si tiene un
sentido orgánico o funcional y eso ha llevado a varias disputas respecto a lo que realmente
significaba la separación de poderes en su formulación original. Sin embargo, de su contexto
puede colegirse que el razonamiento debe terminar afirmando que la separación orgánica va
naturalmente acompañada de la especialización funcional. Los “poderes” son órganos
encargados a personas diferentes, que tienen independencia unos de otros y que ejercen
funciones distintas. Esto repercute en la conformación de un órgano ejecutivo, un órgano
legislativo y un(a clase de) órgano judicial, que respectivamente ejercen las funciones que
materialmente les corresponden con autonomía respecto de los demás órganos.
De esta manera es como puede caracterizarse la separación de poderes en su formulación original
por la asunción de tres elementos que integran el principio: la independencia de los órganos; la
incompatibilidad personal de los titulares; y la distribución de las funciones.
Si bien la distribución de funciones se presenta como condición necesaria para el fin de limitar al
poder del Estado frente al abuso, solamente la independencia de los órganos, esto es, la negación
de que un órgano esté subordinado a otro, podrá garantizar, y en ese sentido ser condición
suficiente, del fin perseguido. Esa limitación fue la razón principal que hizo que la doctrina de la
separación de poderes, tal como fue concebida, no tuviera demasiada aceptación. Sin embargo,
vale la pena volver sobre la concepción de Montesquieu, y así se hará más adelante, para analizar
el actual significado de la separación de poderes respecto de la posición del poder judicial.
La formulación original del principio de la separación de poderes, en consecuencia, sugiere dos
ideas: la separación e independencia de los órganos y la división y especialización de las
funciones.
En lo que respecta a la independencia de los órganos, dicha idea fue recibida y defendida por
Hamilton y Madison en El Federalista, cimentando la concepción que en dicho país se tiene de
la separación de poderes, que es comúnmente denominada de checks and balances,
castellanizada como frenos y contrapesos. Sin embargo, dicha idea fue abandonada en el derecho
constitucional europeo, fundamentalmente para salvaguardar el principio, precario hasta bien
entrado el siglo XIX, de la unidad del poder del Estado.
La segunda idea, la distribución de funciones, por otro lado, si bien tuvo una amplia recepción
tanto en los Estados Unidos como en Europa, no constituye un núcleo de la doctrina
constitucional de los norteamericanos y si bien, tanto en Alemania como en Francia ha sido
posteriormente criticada, su vigencia no parece extinguida. Esto amerita que exploremos ambas
teorías con alguna atención.

‘Distribución de funciones’ y ‘pesos y contrapesos’


El principio de separación de poderes fue reformulado por la ciencia del derecho público del
Siglo XIX en la forma del principio de la división de funciones del Estado. En éste no se
presenta, como en Montesquieu, al Estado escindido en tres poderes independientes (o aislados),
sino que se hace hincapié en el principio de la unidad de la personalidad del Estado y la unidad e
indivisibilidad de su poder, la soberanía. Los órganos a los que se otorgan las diversas funciones
no son empoderados con la finalidad de dividir y equilibrar el poder del Estado, sino con la
finalidad de que cooperen en el ejercicio de una potestad estatal única, cuyo fundamento se
encuentra siempre en el principio superior de la soberanía popular.

7
El nuevo principio de la distribución de funciones es justificado por consideraciones
teleológicas. Cada uno de los órganos a los que se asigna una función es un órgano especializado
y especialmente acondicionado para la realización de su labor, permitiendo un cabal y efectivo
desempeño de la actividad estatal.
La primera distinción fundamental de las funciones del Estado es aquella que distingue entre
actividades dirigidas a la formulación de normas abstractas y generales (legislación) y
actividades dirigida a problemas concretos (ejecutivas y judiciales). La función legislativa de
crear normas abstractas y generales es encomendada a un órgano especialmente acondicionado
para representar los intereses de todos los potenciales afectados por dichas normas, en un
procedimiento caracterizado por la representación, la discusión y la publicidad.
Luego, puede distinguirse, entre la funciones estatales concretas, aquellas que tienen un
componente fundamentalmente prospectivo (ejecutivas) de aquellas que se presentan como una
juicio retrospectivo (judiciales). Las primeras, son entregados a un órgano, la administración, que
se caracteriza por el ejercicio de la fuerza física (policía) y la realización de la actuaciones
materiales (en el sentido de no normativas) del Estado (burocracia). Las segundas, son
entregadas a un conjunto de órganos que se caracterizan por estar configurados para conocer de
un problema respecto de la aplicación de una norma general y abstracta a un caso concreto. En
ese sentido, el procedimiento judicial se caracteriza por la posición del juez de tercero imparcial
que resuelve el problema entre partes aplicando las normas preestablecidas por el legislador.
Sin embargo, la distribución de funciones no se corresponde necesariamente con la
independencia o separación de los órganos. Como se señala a menudo por los tratadistas, la
separación no es ni puede ser absoluta. Por otro lado, la división de funciones no requiere, para
explicar mecanismos de coordinación institucional como la colaboración del órgano ejecutivo en
la formación de la ley, o la colaboración de la administración en el gobierno judicial, recurrir a
artificios como la concurrencia de un acuerdo de voluntades contractual entre los poderes
estatales, como sí requería el original principio de separación de poderes.
Respecto a la separación de poderes en su versión original, la tesis de la distibución de funciones
incorpora una ampliación de competencias de cada uno de los órganos estatales. Con esa
finalidad se incorpora la distinción entre funciones materiales y funciones formales. Las
funciones materiales de un órgano son aquellas que mediante la distribución estricta de
funciones corresponde a cada órgano especializado en esa función. Por ejemplo, al órgano
judicial le corresponden materialmente las funciones de juzgar la infracción del derecho en los
casos particulares. Las funciones formales de un órgano son aquellas necesarias para su normal
funcionamiento sin subordinación a otro órgano, aún cuando no sea una función que
materialmente le corresponde. Por ejemplo, al órgano judicial le corresponde formalmente las
labores administrativas de los recintos en que ejerce su labor, aún cuando no sea una labor
jurisdiccional.
Esta distinción está diseñada para justificar la idea de que para el ejercicio cabal y eficaz de las
diversas funciones, es muchas veces relevante realizar formalmente actuaciones que
materialmente son parte de la función de otro poder del Estado. Se suma a esta necesidad, el
problema que presentan las zonas limítrofes que no son claramente ejercicio de ninguna función
material. Ejemplos de dichas zonas pueden encontrarse en la elaboración del proyecto de ley de
presupuesto y las funciones de administración dentro de la judicatura.

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De esta forma, el modelo de la distribución de funciones contempla una reglamentación flexible
de la relación funcional entre los órganos del Estado y se erige como el opuesto a la formulación
de Montesquieu. Si bien se prefiere la distribución de funciones, también se entregan funciones
formales para dar mayor eficacia y eficiencia a la función material. Adicionalmente, si bien se
considera relevante mantener cierta separación orgánica, especialmente mediante la regla de la
incompatibilidad personal, la relación de independencia entre los órganos se ve atenuada y no se
persigue una independencia estricta como en la formulación original.
La noción de funciones formales, por su parte, se ve recibida en la teoría constitucional
contemporánea de los Estados Unidos. Al igual que la idea de la división de funciones, la
separación de poderes norteamericana no parece cómoda con la estricta distribución de funciones
materiales. Es mucho más celosa, sin embargo, de la idea de la separación e independencia de los
órganos constitucionales. Para ese efecto hecha mano a la doctrina de los frenos y contrapesos,
que surge como complemento perfecto de la separación de poderes.
El contenido principal de la doctrina de los frenos y contrapesos es que el involucramiento
mutuo de cada órgano en las funciones materiales de otros órganos está plenamente justificada;
esto, no en razón de la necesidad de cooperación entre los órganos del Estado, como ocurre en la
separación de funciones europea, sino que en la medida que ésta es necesaria para la seguridad
de la autonomía funcional de los órganos y de la independencia política de cada uno de ellos
respecto de los demás. Así, las herramientas de las que están provistos el ejecutivo, el legislativo
y el poder judicial, están justificadas para defenderse de la natural tendencia de todos los órganos
a extender su competencia y así conservar un equilibrio de poder entre los distintas agencias
estatales. De esa manera, el sistema de frenos y contrapesos constituye un sistema que se
propone impedir a los poderes particulares rebasar su esfera y establecer un régimen de
equilibrio y contrapeso, con la consecuente garantía para la libertad y la seguridad para los
individuos que esa concepción conlleva. La tesis de la revisión judicial de las leyes, por ejemplo,
puede ser entendida como la implementación del sistema de frenos y contrapesos.
La diferencia entre el sistema de frenos y contrapesos y el sistema europeo de colaboración de
funciones nace, en términos abstractos, de las distintas culturas constitucionales que caracterizan
a cada región. Por un lado, la cultura constitucional norteamericana evidencia una profunda
desconfianza hacia el Estado, incluso hacia los órganos democráticos. Por el otro, la cultura
europea evidencia una primacía del poder legislativo respecto de los demás poderes, relación que
no fue admitida en Estados Unidos debido a la naturaleza democrática del Jefe de Estado en
contaposición al monarca en Europa, así como debido a la concepción de guardián jurisdiccional
de la Constitución y, con ella, de los derechos individuales, que desde su primera época asume la
judicatura en Estados Unidos.

Separación de poderes y competencias delimitadas como principios constitucionales


En la Constitución Política no se alude de manera directa en artículo alguno a la idea de
separación de poderes, como sí lo hacen, de manera paradigmática, la Ley Fundamental de Bonn
en su artículo 20.2 y el artículo 16 de la Declaración de los Derechos del Hombre y el
Ciudadano. Ello no quiere decir, sin embargo, que este principio no tenga reconocimiento
indirecto. Así por ejemplo, por lo general en los estados de régimen parlamentario dicho
principio es presentado como un principio implícito. En el caso de la Constitución Española, su
inclusión se imputa al artículo 1.1, cuya cláusula de Estado de Derecho se entiende que incluye
entre sus elementos al principio de división de poderes. El mismo reconocimiento implícito

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puede realizarse en los Estados de régimen presidencial, a través de una hermenéutica estructural
del texto constitucional; el mejor ejemplo de ello lo ofrece es la Constitución de los Estados
Unidos, donde es posible colegir dicho principio del encabezado de sus tres primeros artículos:
Artículo I.
Sección 1.
Todos los poderes legislativos otorgados en la presente Constitución corresponderán a un Congreso de
los Estados Unidos, que se compondrá de un Senado y una Cámara de Representantes…
Artículo II.
Sección 1.
El poder ejecutivo estará depositado en un Presidente de los Estados Unidos. Desempeñará su encargo
durante un término de cuatro años y, juntamente con el Vicepresidente designado para el mismo
período, será elegido como sigue…
Articulo III.
Sección 1.
El poder judicial de los Estados Unidos estará depositado en una Corte Suprema y en las cortes
inferiores que el Congreso instituya y establezca en lo sucesivo…
Al igual que el caso estadounidense, en nuestra Constitución Política se puede identificar el
principio de la separación de poderes en la estructura de nuestro texto, fundándolo en las
atribuciones legislativas y de control que recaen de manera exclusiva en el Congreso Nacional,
en las atribuciones legislativas y ejecutivas que recaen de manera exclusiva en el Presidente de la
República, y en la función jurisdiccional que corresponde de manera privativa a los Tribunales
de Justicia. De manera preliminar, puede observarse que las facultades de dirigir el gobierno, de
crear o aprobar las leyes y la de solucionar los conflictos de acuerdo a ellas, siguen, de acuerdo a
la tradición del derecho constitucional moderno, en manos de órganos del Estado diversos.
La organización de los órganos constitucionales (Congreso, Presidente de la República y jueces)
conforme a la doctrina de la separación de poderes no implica, sin embargo, que dicha doctrina
deba ser incorporada como un principio constitucional de carácter normativo, sin que medie una
consagración expresa. Para ello hacen falta razones adicionales a la atribución de cada función
estatal a un órgano diverso. En ese sentido, del hecho que el Presidente ejerza funciones
ejecutivas no puede seguirse que el Presidente deba ejercer funciones ejecutivas; no se
convierten por esa razón a las normas que consagran dicha atribución en la consagración de un
principio constitucional de carácter normativo distinto a la organización de las competencias del
órgano de esa manera determinada. La pregunta que surge a continuación es, más allá de dicho
reconocimiento, ¿tiene el principio de separación de poderes una fuerza normativa en la
Constitución Política? De ser afirmativa la respuesta, ¿cuál es su contenido?
Una aproximación más detallada de las competencias de los órganos constitucionales, permite
observar que junto con las funciones materiales que son asignadas, también los son numerosas
otras funciones que no pertenecen, desde el punto de vista de la distribución de funciones,
materialmente al órgano que las ejerce. Por ejemplo, tanto el Presidente de la República
(reglamentos) como los jueces (autos acordados) pueden crear normas generales; el Congreso
puede realizar actos en ejecución de la ley (reglamentos) y juzgar conforme a normas generales
preestablecidas casos concretos (acusación constitucional); finalmente, como ya se ha señalado,
ciertos jueces (Corte Suprema) cumplen funciones materialmente administrativas.

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Adicionalmente, puede observarse una superinflación de funciones y de órganos que ejercen
dichas funciones, tan diversas que casi no pueden subsumirse en la tradicional distinción entre
legislar, ejecutar y juzgar. Así, el Tribunal Constitucional, el Ministerio Público o la Contraloría
General de la República, no caben, sin un análisis más profundo, en la organización tradicional
de la separación de poderes. De igual modo, la complejidad que la modernidad acarrea ha
conllevado que las labores y actividades que actualmente desarrolla el Estado sea difícil de
sistematizar bajo esquemas rígidos. Por los demás, esa tarea de sistematización se vuelve,
muchas veces, infructuosa e injustificada.
Todo esto puede ser interpretado de cuatro formas, cuando se intenta encontrar una respuesta a la
pregunta planteada sobre la vigencia y contenido de la separación de poderes en la Constitución
Política: primero, el principio de separación de poderes ha perdido su vigencia; segundo, se ha
adoptado un modelo de especialización de funciones; tercero, se ha adoptado un modelo de
frenos y contrapesos; y cuarto, ninguna de las anteriores.
Las dos primeras interpretaciones son de alguna forma coincidentes, dado que niegan la más
relevante característica del principio de separación de poderes que es su fuerza normativa. Dejan
reducida a la separación de funciones en órganos distintos a una mera descripción organizativa
de la forma de ejercicio del poder del Estado, que se funda en consideraciones de especialización
funcional y diseño institucional estratégico. Estos dos modelos tiende a ser coincidente con la
idea de que la supremacía constitucional y el poder constituyente del pueblo implican que
cualquiera sea la forma de organización que la constitución haya decidido, los órganos que ella
haya creado y las funciones que haya repartido, lo importante es que dicha organización sea
respetada. Con estas ideas, se reemplaza la separación de poderes con la mera distribución de
competencias y el respeto de dichas competencias en términos de legalidad de la administración
y la judicatura y sujeción del legislador a la constitución. Esta idea es neutral respecto, a (i) la
separación de órganos y asignación de funciones; (ii) la independencia entre ellos y (iii) el
control que podrían ejercer unos sobre otros.
La tercera interpretación es mucho más atrevida. Convierte a la separación de poderes en un
principio implícito. En la medida que no puede ser entendido que la constitución consagra la
separación de poderes en su versión tradicional, que combina la división de funciones y la
independencia de los órganos, la alternativa que queda es entender que la constitución establece
un principio de organización determinado por la idea de los frenos y contrapesos. Por esa vía,
vendría exigido constitucionalmente la actividad de control recíproco y la intervención de los
órganos del Estado en la esfera que les es ajena con la finalidad de cautelar los límites del poder
político de los demás órganos y así garantizar la independencia de los poderes del Estado y la
libertad de los individuos. Esta última interpretación, se enfrenta, sin embargo, a claras
dificultades.
En primer lugar, es una interpretación de la separación de poderes que es ajena a nuestra
tradición constitucional. La tradición constitucional norteamericana en general y el principio de
frenos y contrapesos en particular se fundan sobre la idea de la igualdad y autonomía política de
los órganos constitucionales. En la tradición constitucional continental tal idea ha sido
constantemente rechazada. En Francia e Inglaterra, así como en la mayoría de los sistema de
régimen parlamentario, el parlamento ocupa un lugar de clara supremacía respecto del gobierno.
Ello por la formulación de la idea que la soberanía popular residía en el parlamento. Por otro
lado, en regímenes presidenciales latinoamericanos, como es el chileno, puede observarse una
clara subordinación del parlamento ante el poder conferido por la Constitución al Presidente de

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la República. Así, la idea de la igualdad entre los órganos constitucionales, y la necesidad de
garantizar esa igualdad, mediante frenos y contrapesos, no aparece en el horizonte de referencia
de la Constitución Política, ni por el ascendiente de los sistemas jurídicos europeos ni por los
modelos de subordinación de los países vecinos. Pese a ello, la Constitución de los Estados
Unidos ha ocupado indudablemente un lugar de privilegio en la experiencia comparada que para
el diseño de nuestras instituciones, especialmente las políticas, se ha observado. Por esa razón,
no puede descartarse por razones genéticas la posibilidad de los frenos y contrapesos.
En segundo lugar, aceptar la incorporación de un principio de “frenos y contrapesos” parece
exigir actuaciones que la misma Constitución no está dispuesta a conceder que sus órganos
realicen o, por lo menos, considerando los principios ya estudiados de la supremacía
constitucional y del Estado de derecho, actuaciones con una finalidad no contemplada
explícitamente por la propia Constitución. Considerar la posibilidad de que esté consagrado un
sistema de frenos y contrapesos, si bien permite dar un sentido general a los mecanismos de
intromisión y límite existentes en las relaciones entre gobierno y parlamento, implicaría concluir
que es necesario incorporar al sistema de frenos y contrapesos otro órganos constitucionales que
han sido configurados como autónomos e independientes y que, a su respecto, no puede
predicarse que existan mecanismos de frenos y contrapesos. Es el caso de los órganos cuya
autonomía está garantizada constitucionalmente, y especialmente del poder judicial, caso de
particular relevancia.
En tercer lugar, y finalmente, parece ser que una hipótesis menos radical a la adopción de un
principio general de frenos y contrapesos es posible, entendiendo así a que la Constitución ha
establecido un sistema de frenos y contrapesos, pero sin que ello signifique que la Constitución
incorpora el principio de frenos y contrapesos como un principio constitucional con alcance
general. Dicho de otra forma, la idea de que, en sus normas de organización, la Constitución
estableció mecanismos de frenos y contrapesos, no necesariamente tiene que acarrear una
segunda idea acerca de que el principio de separación de poderes, como frenos y contrapesos, es
un principio general que sirve para interpretar la Constitución y el resto de las normas del
sistema jurídico. Así, la tesis de los frenos y contrapesos no tiene porqué convertirse en un
principio constitucional.
En esta línea, y como cuarta posibilidad hermenéutica, si bien puede descartarse el carácter de
principio constitucional de alcance general del sistema de frenos y contrapesos, pueden
interpretarse las instituciones que consagran competencias materialmente propias de otros
órganos o mecanismos de inmiscución en la esfera de autonomía funcional de otros órganos
como reglas especiales que determinan caso a caso las competencias de cada uno de los órganos
constitucionales y que deben ser evaluadas, no como un principio general, sino como reglas
especiales de equilibrio y control.
Siguiendo esta argumentación, puede sostenerse que el principio rector en materia de
organización parece ser no el de separación de poderes, sino ser el de la conmensurabilidad de
las competencias, vinculado al principio de legalidad. Así lo consagra el artículo 7, que consagra
el principio de distribución de competencias, sobre el que ya hemos hablado. El principio de
separación de poderes puede ser entendido, en relación a este último, como su fundamento y
antecedente.
La idea de que lo que subsiste de la separación de poderes en la Constitución es el principio de
distribución de competencias permite explicar la existencia de ciertas herramientas de freno y

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contrapeso que tiene carácter específico. Estas herramientas tienen una especial relevancia
cuando se analizan las relaciones entre el gobierno y el parlamento.
Sin embargo, cuando lo que se analiza es la situación en la que se encuentran los jueces respecto
de los demás órganos estatales, la idea de independencia judicial parece configurar una
excepción a la pérdida de vigencia de la separación estricta de poderes. El Capítulo VI de la
Constitución Política, en el que se regula el Poder Judicial, requiere desde este punto de vista, un
análisis especial, en la medida que la separación de poderes como independencia del órgano,
incompatibilidad personal y ejercicio exclusivo de la función judicial, parece poder fundarse
como un principio en este particular caso.
Como conclusión, puede sostenerse que pese a que existe una tendencia a la atribución de las
funciones materialmente correspondientes a cada uno de los órganos del Estado, ello no alcanza
para fundar un principio de separación de poderes en la Constitución Política. Por lo tanto, puede
caracterizarse el modelo de relaciones entre los órganos del Estado y de la distribución de las
funciones entre dichos órganos, de forma general como un principio de distribución de
competencias, vinculada al principio de sujeción del Estado al derecho, con una tendencia a la
especialización de funciones propia del desarrollo europeo (especialmente alemán) de la
separación de poderes.
Esa primera observación debe ser complementada, para tener un panorama completo de la forma
que adquiere la separación de poderes en la Constitución Política, en primer lugar, con una
relación entre Gobierno y Congreso marcada por la abundancia de mecanismos de frenos y
contrapesos, que es claro que no configuran un principio general en la Constitución y que es
dudoso que puedan fundar un principio que gobierne enteramente las relaciones entre el
Congreso y el Presidente de la República, sobre todo considerando el carácter neo-
presidencialista de la constitución chilena. En un segundo lugar, por la configuración de un
modelo de organización judicial que tiende a coincidir con los tres presupuestos de la separación
de poderes en Montesquieu, conformándose así una relación entre el poder judicial y los demás
órganos del Estado, marcada por la separación del poder judicial, esto es, por la independencia
judicial.
Ahora bien, establecido que el principio relevante es la distribución de competencias, se hace
necesario estudiar la manera en que éstas son establecidas en la Constitución. Al respecto, es
necesario señalar que nuestra Constitución es equívoca en el uso de la técnica de distribución de
competencias. No sólo porque comete errores de distribución, como el referente a la distribución
de materias entre la potestad reglamentaria autónoma y la legislativa, sino también porque usa un
lenguaje que no da muestras de sistematicidad. Así, usa las expresiones potestad, función, poder,
atribución y competencia de manera poco consistente a lo largo del texto. Por supuesto, un
estudio acabado de dicha terminología podría arrojar luces sobre el sentido de utilización.
Parece, sin embargo, más simple prescindir del lenguaje usado por la Constitución y observar
cuáles son las competencias entregadas a cada uno de los órganos del Estado y cómo están éstas
configuradas.
Para ello, es imprescindible observar que hay competencias que son altamente determinadas y
otras que tienen un alto grado de indeterminación. Ejemplos de competencias altamente
determinadas son la competencia del Presidente de la República para declarar la guerra (art. 32
Nº 19), y la competencia de la Cámara de Diputados para declarar si han o no ha lugar las
acusaciones constitucionales (art. 52 nº 2). Ejemplos de competencias con un alto grado de

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indeterminación son la competencia del Presidente de la República para conducir las relaciones
políticas con las potencias extranjeras (art. 32 Nº 15), y la competencia de la Cámara de
Diputados para fiscalizar los actos del Gobierno (art. 52 nº 1).
Ahora bien, ¿qué distribución concreta de competencias hace la Constitución? Si se parte de las
tres funciones generales del Estado, esto es, las funciones legislativa, ejecutiva y judicial, puede
observarse rápidamente que no es nada claro cuál es la distribución de funciones que la
Constitución realiza. Un panorama general de la distribución de competencias nos arroja que al
Presidente de la República le corresponden la Jefatura del Estado, la Jefatura de Gobierno, la
Jefatura de la Administración, una importante participación en el proceso legislativo, y
significativas atribuciones de control. Al Congreso Nacional le corresponden competencias
legislativas y de control. A los Tribunales de Justicia le corresponde el ejercicio de competencias
jurisdiccionales y de control. Dicho de otra forma, desde la perspectiva de cada una de las
funciones o competencias generales contempladas en nuestra Constitución, la competencia de
gobierno le corresponde al Presidente de la República; la competencia legislativa, al Presidente
junto al Congreso Nacional; la Administración, al Presidente junto a órganos de la
Administración central, órganos descentralizados, y órganos autónomos; la jurisdicción, al Poder
Judicial, al Tribunal Constitucional, y en algunos casos a órganos administrativos; y el control, al
Presidente, el Congreso, los tribunales, y diversos órganos autónomos.

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CAPÍTULO II: EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
El Presidente de la República es el motor y el centro neurálgico de nuestro orden constitucional.
Es el motor, en cuanto es el órgano con mayor capacidad de inicativa y de discrecionalidad en el
desempeño de sus funciones; incluso más que el Congreso Nacional, como veremos. Es el centro
neurálgico, en el sentido de que prácticamente todos los demás órganos –con la gran excepción
de las municipalidades– pasan por sus manos, ya sea en la generación –directa o indirecta– de
sus integrantes o bien en el ejercicio de sus atribuciones.
Una forma provocadora de comenzar el estudio de la institución presidencial en nuestro país es
atender a las observaciones que sobre la Constitución de 1925 hiciera Hans Kelsen a la entrada
en vigencia de este texto, muchas de las cuales describen con igual aptitud a la figura del
Presidente en la Constitución de 1980:
La nueva Constitución chilena es un producto de aquel movimiento antiparlamentario que hoy se
propaga, también en Europa, por doquier. Por esta razón merece una seria consideración.
Ya la forma de nominación del Presidente a través de elecciones directas y la fijación de su período de
gobierno en seis años, dan muestra de la tendencia a organizar la democracia chilena bajo la forma de
una república presidencial. Con todo, la Constitución incluye una serie de disposiciones que conducen
desde ahí hasta muy cerca de las fronteras de aquella forma que hoy se acostumbra a denominar una
dictadura. Esto se observa especialmente en el campo legislativo. Es cierto que el órgano legislativo,
el Congreso Nacional, compuesto por la Cámara de Diputados y el Senado, no se distingue en nada,
por lo que se refiere a su nominación, de los modelos habituales en los sistemas representativos. Sin
embargo, la tramitación legislativa está regulada en una forma que asegura al Presidente una
influencia decisiva. En efecto, el papel del Presidente no se limita simplemente a la promulgación de
las leyes. La Constitución le reserva el derecho de aprobar los proyectos del ley del Parlamento (Art.
52)… contra la voluntad del Presidente, el Parlamento sólo puede imponer su propósito legislativo si
persevera en su determinación con una mayoría de dos tercios en ambas Cámaras. Si se trata, en
cambio, de una reforma constitucional el Presidente puede acudir al pueblo en contra de esa mayoría
calificada y convocar a un referéndum (Art. 109). Esto significa, en la práctica, que no puede dictarse
una ley contra la voluntad del Presidente. Sin embargo, la desviación decisiva respecto del principio
parlamentario se percibe en el hecho de que la Constitución no parte de un principio que incluso es
característico de las monarquías constitucionales, a saber, que –salvo las excepciones expresamente
señaladas por la Constitución– las normas generales sólo pueden originarse bajo la forma de leyes, o
sea como decisiones de los representantes del pueblo.
En efecto, la nueva Constitución chilena señala en forma taxativa las materias que deben ser reguladas
bajo la forma de una ley (Art.44). De ahí se deduce que todas las otras materias que no estén
expresamente reservadas por la Constitución pueden ser regladas por reglamentos y, más
específicamente, por reglamentos del Presidente de la República (Arts. 71,72). Es cierto que el
número 2 del artículo 72 –que trata expresamente la potestad reglamentaria del Presidente– habla sólo
de reglamentos que son necesarios para la ejecución de las leyes, y quien se atuviese sólo a esa
disposición podría pensar que la Constitución no permite otros reglamentos que aquellos que ejecutan
las leyes. Sin embargo, del hecho de que el artículo que establece la competencia legislativa del
Congreso (44) comience con las palabras “sólo en virtud de una ley se puede”, seguidas de una serie
de materias propias de la ley, y del hecho de que el Art. 71 establezca la competencia del Presidente
de la República con una cláusula general: “Su autoridad se extiende a todo cuanto tiene por objeto la
conservación del orden público en el interior, y la seguridad exterior de la República”, debe concluirse
que el Presidente está autorizado para regular mediante normas generales aquellas materias que la
Constitución no ha reservado expresamente al parlamento. Las palabras ya citadas con las que
comienza el Art. 44 deberían ser interpretadas en el sentido de que las materias no expresamente
reservadas, si bien no tienen que ser regladas por ley (en el sentido formal de la palabra), sin embargo

15
pueden serlo. Con esto habría, respecto de esas materias, una competencia concurrente del poder
legislativo del Parlamento y de la potestad reglamentaria del Presidente. De ahí que ambas fuentes del
derecho se hallarían exactamente al mismo nivel y sus relaciones recíprocas parecen regularse por el
principio lex posterior derogat priori. En todo caso, habría sido deseable que la Constitución hubiese
regulado expresamente la cuestión y no hubiese dejado entregada una respuesta tan importante a un
simple procedimiento deductivo. Esto especialmente porque se debe tener en cuenta la posibilidad de
realizar una argumentación en un sentido contrario, que parta de la base de que, como es evidente que
todas las normas generales en principio sólo pueden originarse por la voluntad del parlamento, no se
requiere que la Constitución lo diga expresamente. Por tanto el Art. 44 debe ser entendido sólo en el
sentido de que estatuye expresamente la forma legislativa para determinados casos, de especial
importancia o que pueden prestarse a discusión. Es cierto que una tal argumentación sería fácil de
refutar pero con esto no se excluye la posibilidad de un serio conflicto constitucional…
Mientras la competencia del Parlamento se determina por una enumeración taxativa, el campo de
acción del Presidente se circunscribe mediante una cláusula generalis. Lo hace el ya citado Art. 71.
En él se aprecia con claridad el propósito de la Constitución en orden a poner el peso del poder estatal
en la función del Presidente. Es precisamente una relación opuesta a las que se da en las repúblicas
parlamentarias, donde las competencias del Jefe de Estado están enumeradas de modo taxativo. Junto
a la competencia general del Presidente hay algunas facultades que serían especialmente dignas de ser
destacadas: la supervigilancia a los jueces, que se traduce en la posibilidad de iniciar un proceso
disciplinario contra ellos, mediante la intervención del Ministerio Público. Luego la libre nominación
de los ministros y otros funcionarios. A este respecto tiene una gran importancia la disposición que
señala que los ministros y demás funcionarios nombrados según el Art. 72 Nº 5 requieren tan sólo de
la confianza del Presidente para ejercer sus funciones y permanecen en el cargo mientras cuenten con
esa confianza. En relación con lo anterior se halla lo establecido en el Art. 39 Nº 2; aquí se declara
como una función de la Cámara de Diputados el control de los actos del Gobierno. Sin embargo, al
mismo tiempo determina que la Cámara, en ejercicio de esta facultad, puede pronunciarse mediante el
voto de la mayoría de sus miembros sólo contra el Presidente pero no respecto de sus ministros, y que
esas resoluciones no afectan la responsabilidad política de los ministros. Es cierto que todos los actos
del Presidente deberán firmarse por el Ministro del departamento respectivo (Art. 75)... Sin embargo,
frente a la circunstancia de que el Presidente puede según su libre criterio nombrarlos y removerlos en
cualquier momento, en la medida en que les retire su confianza, su importancia política pasa por
completo a un segundo plano frente a la del Presidente.
En forma coherente con el extraordinario poder del Presidente, la Constitución acentúa su
responsabilidad en forma muy particular. La acusación en contra del Presidente de la República por
parte de la Cámara de Diputados procede no sólo a causa de haber infringido la Constitución o las
leyes, sino también de modo especial a causa de “actos de su administración en que haya
comprometido gravemente el honor o la seguridad del Estado” (Art. 31 Nº 1, letra a)… en el Senado,
la declaración de culpabilidad del Presidente de la República sólo procede con una mayoría de dos
tercios de todos los senadores, mientras que en los otros casos la declaración de culpabilidad de los
ministros requiere tan sólo la mayoría simple de todos los Senadores.
Si bien habría valido la pena detenerse en el análisis de una serie de disposiciones de esta –desde el
punto de vista técnico– impecablemente redactada la Constitución Chilena, me limitaré sólo a las
observaciones precedentes. Ellas mueven a atender a la forma cómo se resuelve en esta reciente
Constitución el fuertemente debatido problema contemporáneo de restringir el poder del Parlamento
en beneficio del poder Presidencial. Como resumen, se podría decir que en la República sudamericana
se ha resuelto este problema en forma relativamente moderada, de modo que se ha evitado, en un bien
entendido interés de la Nación, salir del régimen parlamentario para caer en el extremo opuesto de una
dictadura carente de Parlamento.2
En la selección hecha aquí se han mantenido todos los comentarios de Kelsen que guardan
relación con el actual orden constitucional. Dichos comentarios incluyen algunas materias que

2
Observaciones sobre la Constitución chilena: 643-647.

16
veremos con mayor detención más adelante, al tratar sobre el proceso legislativo o sobre la
independencia judicial. Lo interesante de este comentario es que revela una cierta continuidad
histórica entre la hegemonía del Presidente bajo la Constitución de 1925 y aquella de la que goza
en el orden constitucional surgido a partir de 1980.
La hegemonía del Ejecutivo es una situación que ha recibido diversos nombres en la literatura
especializada: presidencialismo reforzado, presidencialismo exacerbado, hiperpresidencialismo.
Es necesario reconocer que esta forma de gobierno que caracteriza a nuestra Constitución se
encuentra presente en casi toda la región latinoamericana. En este contexto, pareciera ser el
resultado de una adaptación del presidencialismo norteamericano al contexto político-cultural
latinoamericano, que desde un principio favoreció los liderazgos personalistas debido a la
debilidad del tejido social y a la fragilidad de otras instituciones que hubieran podido
desempeñar funciones ordenadoras del sistema político; es decir, como legislaturas, tribunales, o
gobiernos locales o estaduales. A nivel regional, y desde una perspectiva comparada e histórica,
el presidencialismo reforzado ha sido causa y efecto de inestabilidad política, debido a que ha
servido como la forma constitucional adoptada por autoritarismos y populismos, perpetuando la
fragilidad institucional de la cual se alimenta. Como dice Carlos Nino,
Es obvio que el presidencialismo implica una mayor personalización del poder, entendiendo por tal un
fenómeno constituido por una concentración pública en rasgos de la personalidad de ciertos individuos
que se presentan como candidatos a ejercer la máxima función ejecutiva o la ejercen efectivamente,
por la relevancia que tienen esos rasgos personales en las actitudes de la ciudadanía en general y los
demás actores políticos hacia el ejercicio del poder y el cumplimiento de las normas, por la amplia
presencia que tienen esos individuos en el proceso político, por la solemnidad y reverencia con que se
rodean los actos de quien ejerce ese máximo cargo ejecutivo, por la atribución a esa persona de un
status excepcional en la conciencia colectiva, etcétera. Si bien cierta personalización del poder puede
darse aun en un sistema parlamentario –como ocurre con Thatcher en Gran Bretaña– es obvio que ello
se da con menos frecuencia y en menor medida.3
Tras estas consideraciones generales, revisaremos a continuación la regulación positiva de esta
institución contenida en nuestra Constitución. En primer lugar, estudiaremos aquello que perfila
y da identidad al Presidente dentro de nuestro sistema constitucional: sus atribuciones y
competencias. Posteriormente, estudiaremos su estatuto orgánico, incluyendo su investidura.

Las competencias constitucionales del Presidente de la República


La primera distinción que debe hacerse en torno a las competencias que la Constitución establece
para el Presidente es entre las competencias generales y las competencias especiales. Las
primeras se encuentran señaladas en el artículo 24 del texto constitucional, mientras las segundas
señaladas en su artículo 32.
En materia de competencias generales del Presidente, el artículo 24, inciso 1º señala:
El gobierno y la administración del Estado corresponden al Presidente de la República, quien es el
Jefe del Estado.
Que el Presidente sea Jefe de Estado significa que en él radica la representación máxima de
nuestra unidad política. Una expresión de dicho rol se encuentra en su labor de representación
frente a las potencias extranjeras, frente a las cuales el Estado chileno, y no sólo la coalición de

3
Fundamentos de derecho constitucional: 627-628.

17
gobierno, debe presentarse como una voluntad unitaria. También puede pensarse que como Jefe
de Estado cumple un rol unificador o integrador, respecto del que los demás órganos del Estado
se plegan en una unidad estatal. Es difícil defender este sentido, a diferencia del rol que el jefe de
Estado desempeña en los estados con régimen de gobierno parlamentario, en la medida en que en
nuestro sistema el jefe de gobierno es la misma persona que desempeña el rol de jefe de Estado.
Por ultimo, el rol del jefe de Estado puede también explicarse en función de un rol más
permanente y a largo plazo de la representación del Estado; de una continuidad en la función,
que no es contemplada en la políticas de gobierno que pretenden realizar un programa que no
cuenta con el apoyo de la oposición.
Es importante observar, por otro lado, que los regímenes parlamentarios contemporáneos,
incluyendo tanto a monarquías constitucionales como a democracias parlamentarias, no asignan
sino un rol protocolar o simbólico al Jefe de Estado, entregándole funciones mínimas que
difícilmente son comparables con las que en nuestro sistema se entiende que le corresponden al
Presidente en cuanto Jefe de Estado. Al Rey español o al Presidente alemán no le está confiada,
por ejemplo, la conducción de las relaciones diplomáticas con otras naciones; mucho menos un
rol activo en la conformación del gobierno. El caso alemán es particularmente interesante, pues
la Constitución de Weimar, según hemos visto, sí asignaba un papel importantísimo al Presidente
del Reich, al punto que el Presidente Hindenburg llegó a gobernar a través de decretos de
emergencia. Este trauma histórico llevó a la Ley Fundamental de Bonn a transformar a su
Presidente en una figura más parecida a los monarcas constitucionales. En definitiva, en los
sistemas parlamentarios europeos, con excepciones como Italia, los jefes de Estado tienden a
carecer de toda discrecionalidad en el desempeño de sus funciones constitucionales, asumiendo
la representación simbólica de la unidad nacional.
En su condición de Jefe de Gobierno, el Presidente encabeza el Poder Ejecutivo, lo que le
entrega amplias potestades de iniciativa política y administrativa. La idea del gobierno en las
sociedades modernas está asociada a la ejecución de planes relativamente consistentes de gestión
gubernamental, planes que se estima han sido relevantes en la llegada de las autoridades a sus
cargos a través de elecciones. Paradigmáticamente, en una determinada sociedad suelen existir
dos o más planes de gestión gubernamental relativamente excluyentes entre sí, los que encarnan
en dos o más partidos políticos o coaliciones de los mismos. Las diferencias fundamentales entre
dichos planes se transforman en el criterio ordenador del sistema, los clivajes que estructuran su
diferenciación interna.
El hecho de que las potestades del Ejecutivo ofrezcan amplios espacios de discrecionalidad
ofrece la flexibilidad necesaria para que el mismo sea compatible con el pluralismo político. Esto
también lleva a que el control político de la gestión de gobierno sea un asunto controversial,
difícil de operativizar a través de reglas jurídicas. En nuestro sistema presidencial, hay al menos
dos instrumentos para ejecutar dicho control: el proceso electoral, entregado a la ciudadanía, y la
acusación constitucional, entregada al Congreso Nacional. Es importante destacar que ambos
mecanismos pueden actuar represivamente, destituyendo a una autoridad cuyo desempeño
resulte insatisfactorio, pero no pueden actuar propositivamente, obligando al gobierno a adoptar
un determinado curso de acción y reduciendo así su discrecionalidad. Es concebible una
acusación constitucional por dejar sin ejecución las leyes, pero no por no presentar un proyecto
de ley. Ahora bien, durante parte de la vigencia de la Constitución de 1833, la aprobación anual
de las leyes periódicas, particularmente de la ley de presupuestos, así como el mecanismo de la
interpelación ministerial, permitieron al Congreso imprimir una determinada orientación a la

18
gestión de gobierno; pero ello, hay que destacar, sólo se debió a una autocomprensión de todo el
sistema político, incluyendo a casi la totalidad de los Presidentes de la época, de que esa era el
curso de acción a adoptar. En estricto rigor, dichos mecanismos no eran de por sí idóneos para
lograr tal objetivo.
Que el Presidente sea Jefe de la Administración significa que es el superior jerárquico último de
los órganos centralizados, y la autoridad a cargo de la supervigilancia de los servicios públicos
descentralizados, creados para el cumplimiento de la función administrativa. Como Jefe de la
Administración le compete velar por el adecuado cumplimiento de las funciones de dichos
órganos y servicios, así como hacer ejecutar la ley mediante el ejercicio de la potestad
reglamentaria de ejecución.
A menudo será difícil distinguir cuál de sus tres roles el Presidente de la República está
ejerciendo en un caso concreto. Al conducir la Administración del Estado, el Presidente en
numerosos casos deberá emplear su discrecionalidad de una manera consistente con las
orientaciones de su coalición de gobierno. Lo mismo ocurrirá con la conducción de las relaciones
con otras naciones y la representación ante organismos internacionales, contextos en los cuales a
menudo tendrá a gente de su orientación política como colaboradores de confianza y en general
también translucirá las ideas que le llevaron al gobierno. Jorge Huneeus distingue de la siguiente
manera el gobierno de la administración:
El gobierno comprende la direccion superior de los intereses jenerales del Estado, tanto en el interior
como el esterior; a la administracion corresponde el cumplimiento regular de los servicios públicos
destinados a concurrir a la ejecucion del pensamiento del Gobierno i a la aplicacion de las leyes de
interes jeneral. El gobierno representa la voluntad; la administracion, la accion. Gobernar es dirijir,
impulsar; administrar es obrar, ejecutar. La mision del Gobierno supone mas intelijencia que
actividad; la de administracion supone mas esto último que aquello.4
Las competencias generales del Presidente de la República se ven reforzadas mediante una
cláusula abierta en el mismo artículo 24, la cual declara lo siguiente:
Su autoridad se extiende a todo cuanto tiene por objeto la conservación del orden público en el interior
y la seguridad externa de la República, de acuerdo con la Constitución y las leyes.
En esta disposición se establecen dos elementos para determinar el alcance de las atribuciones
generales del Presidente. En primer lugar, ella identifica su objeto. El objeto o finalidad de la
actuación del Presidente es fundamento y límite de sus atribuciones generales. Es fundamento,
dado que justifica la intervención del Presidente allí donde éste no cuente con una atribución
especial mientras lo haga en la dirección de cubrir una de las finalidades propuestas. Es límite,
dado que el Presidente no podrá realizar actuaciones fuera del ámbito de cobertura de su
finalidad cuando no cuente con atribución especial para ello. En segundo lugar, ella identifica su
marco normativo. El ejercicio de atribuciones generales para la satisfacción del objeto o
finalidad ofrecida por el inciso 2º no pueden justificar que el Presidente se aparte de su
obligación de respetar la Constitución o la ley; recordemos la adminición del artículo 7º, inciso
2º (“ni aun a pretexto de circunstancias extraordinarias”). De esta forma, las atribuciones
generales tiene un segundo límite impuesto por las normas expresas, ya sean constitucionales o
legales, que limitan o sujetan a condiciones el ejercicio de la actividad del Presidente.

4
La Constitución ante el Congreso, Vol. II: 6.

19
Debido a su ‘textura’ extremadamente ‘abierta’, la hermenéutica dogmática de estas cláusulas
resulta particularmente inconducente, pues términos de tal naturaleza significan, al mismo
tiempo, demasiado y demasiado poco. Demasiado poco, pues poco se puede decir sobre ellas
más allá de constatar el significado natural y obvio de las expresiones “orden público interior” y
“seguridad externa”, y de vincular cada uno de estos términos con las competencias específicas
que el Presidente posee para cada efecto, tales como la conducción de las fuerzas de orden y
seguridad pública y de las fuerzas armadas, respectivamente. Demasiado, pues dependiendo de
las circunstancias y del contexto, prácticamente cualquier medida –como es lógico, que esté
dentro de la juridicidad– puede ser justificada en virtud de estas cláusulas; así, por ejemplo, el
Presidente puede considerar que la seguridad externa del país requiera la realización de un
determinado tratado internacional, o también podría vetar un determinado proyecto de reforma
constitucional argumentando que como consecuencia de aquel peligrará a largo plazo el orden
público.
El inciso 2º del artículo 24 puede llevar al intérprete a recurrir a la teoría, propia del derecho
constitucional norteamericano, de las “potestades implícitas”: si la autoridad del Presidente se
extiende a todo lo necesario para el logro de dichos objetivos, pero no puede encontrarse una
atribución expresamente establecida en la Constitución para justificar la actuación requerida, se
presentará una disyuntiva entre considerar que el Presidente carece de atribuciones para cubrir
sus objetivos o concluir que la Constitución ha autorizado una atribución implícita. Una
interpretación pragmática podría conducir a la segunda conclusión. Sin embargo, el problema
con la tesis de las atribuciones implícitas es que una vez que se reconoce su existencia existen
pocas razones para negar su concurrencia ante nuevas situaciones. Quizás a ello se deba que
nuestra doctrina, anclada en la concepción europea continental de la delimitación explícita de las
competencias de los órganos, no la ha incorporado a su arsenal teórico.
Esta amplia atribución de poderes y potestades, sin embargo, no está fundada en el interés del
propio gobernante sino en la necesidad de establecer una autoridad que pueda guiar a los órganos
del Estado en la consecución de los objetivos identificados en el artículo 1º de nuestra
Constitución. Así, a fin de reiterar el carácter instrumental o servicial de la autoridad estatal, en
este caso en la persona del Presidente, y en consideración a la especial posición que ocupa éste
en nuestro sistema constitucional, el texto constitucional le asigna ciertas responsabilidades u
obligaciones constitucionales que buscan darle forma conceptual y ritual su condición de Primer
Mandatario. Es decir, de gestor inmediato de los asuntos de la comunidad nacional, a la cual ha
de rendir cuentas de su gestión (ello, a la luz del significado jurídico del concepto de mandatario,
que debe responder ante su mandante de los asuntos que aquel le ha encomendado), y de última
autoridad en la cadena de mando (una idea que en Estados Unidos se expresa con el dicho ‘The
buck stops here’, que da a entender que el Presidente no puede transferir sus responsabilidades a
nadie).
Conceptualmente, el Presidente de la República tiene una obligación general de rendición de
cuentas establecida en el artículo 27 inciso 4º establece que en la sesión del Congreso Pleno
donde asume su mandato, el todavía Presidente electo debe prestar juramento o promesa,
obligándose a desempeñar fielmente su cargo, conservar la independencia de la nación, y
guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes. Estas obligaciones tienen su correlación en
la atribución de la Cámara de Diputados de declarar si han lugar o no las acusaciones presentadas
en contra del Presidente por actos de su administración que hayan comprometido gravemente el
honor o la seguridad de la Nación o infringido abiertamente la Constitución y las leyes (art. 52

20
Nº 2 lit. a). Ella es, asimismo, la contrapartida conceptual de la amplia cláusula del artículo 24
inciso 2º. Asimismo, en un plano ritual, el Presidente de la República tiene una obligación
constitucional específica consistente en la obligación de dar cuenta al país, cada 21 de mayo, del
estado administrativo y político de la Nación ante el Congreso Pleno (art. 24 inc. 3º). Dos reglas
especiales, que restringen la libertad ambulatoria del Presidente en ciertas circunstancias, buscan
dar eficacia a estos propósitos. La primera está contenida en el artículo 25 inciso 3º, y establece
que el Presidente de la República “no podrá salir del territorio nacional por más de treinta días ni
en los últimos noventa días de su período, sin acuerdo del Senado”. La segunda se encuentra en
el artículo 52 Nº 2 letra a), y determina que durante los seis meses siguientes a la expiración de
su cargo, el Ex Presidente no podrá salir del territorio del país, salvo que la Cámara de Diputados
le otorgue su autorización, limitación que tiene como finalidad asegurar la presencia del Ex
Presidente ante una eventual acusación constitucional.
Estudiaremos ahora las competencias especiales del Presidente de la República, contenidas en el
artículo 32 de la Constitución Política. Dicho artículo establece un catalogo de competencias de
diversa naturaleza con que el Presidente cuenta para la realización de su actividad.
La relación entre las competencias generales del artículo 24 y las competencias del artículo 32 es
una cuestión difícil de determinar, marcada por la inconsistencia terminológica ya observada en
la Constitución. Desde este punto de vista, puede relativizarse esta distinción señalando que lo
que hemos denominado como competencias generales son en realidad las funciones del
Presidente, cuyo cumplimiento requiere además de atribuciones correspondientes, que se señalan
en el artículo 32. Desde esta perspectiva, lo que existe entre las disposiciones del artículo 24 y 32
es una relación de complementación. En el artículo 24 se señalarían cuales son las funciones,
esto es, las tareas generales a la que está encaminada la actuación del Presidente, y en el artículo
32 se establecerían los medios con que el Presidente cuenta para la realización de dichas
funciones.
El problema con esta sugerencia es que la relación entre los artículos citados no es totalmente
correlativa, dado que puede entenderse, en virtud del carácter abierto de las cláusulas del artículo
24, que contengan competencias que carecen de complemento en el artículo 32, o incluso en
disposición alguna de la Constitución. Por otro lado, las competencias del artículo 32, así como
otras establecidas en otras disposiciones, parecen exceder los roles establecidos en el artículo 24,
al menos si son interpretados de manera estricta.
Quizás la forma más coherente de entender las normas que regulan la competencia del Presidente
de la República en la Constitución sea la de distinguir entre funciones generales, funciones
especiales y atribuciones. Las funciones generales, en este esquema, serían el gobierno, la
administración y la jefatura de Estado. Pareciera ser que todas las competencias del Presidente
caben en alguna de estas categorías. Sin embargo, esta categorización tiene limitaciones, en la
medida que su alto grado de abstracción no permite fundar una actividad por sí misma, sino que
requiere la formulación de una función especial asociada o una atribución específica.
Las funciones especiales serían cláusulas de competencia establecidas en la Constitución que
habilitan para actuar al Presidente, ya sea mediante una atribución establecida por la
Constitución o la ley, o mediante una atribución inmanente a la función especial. Esas funciones
son el ejercicio de la potestad reglamentaria (función administrativa), concurrir a la formación de
la ley (función gubernativa, en cuanto a la iniciativa y discusión, y función de jefe de Estado, en
cuanto a la promulgación), velar por la conducta ministerial de los jueces y demás empleados del

21
Poder Judicial (jefatura de Estado), conducir las relaciones políticas con las potencias extranjeras
y organismos internacionales (jefatura de Estado), disponer de las fuerzas de aire, mar y tierra
(función administrativa), y cuidar de la recaudación de las rentas públicas y decretar su inversión
(función administrativa).
Finalmente, las atribuciones son todas aquellas competencias específicamente regladas con que
cuenta el Presidente para llevar a cabo sus funciones generales y especiales. Ellas pueden estar
fijadas en la propia Constitución o en la ley.
Para el intérprete artículo 32 se presenta una interrogante adicional. ¿Es dicha enumeración
taxativa? Es necesario concluir que del hecho de que la Constitución establezca un catálogo de
atribuciones especificas del Presidente en el artículo 32, no se sigue que sus atribuciones se
restrinjan a las allí establecidas. Las atribuciones generales habilitan al Presidente a realizar otro
tipo de actuaciones siempre que no intervenga en la esfera de competencia de otro órgano
constitucional o que su realización no esté prohibida; y que su actuación pueda fundarse
razonablemente en una cláusula general que fija sus funciones –esto es, la jefatura de estado,
gobierno y administración en relación con el objeto de la conservación del orden público en el
interior y la seguridad externa de la República– o que en su defecto esté establecida por ley. Esto
no significa adoptar de manera general la tesis de las potestades implícitas, pues tal conclusión se
justifica tanto en la letra del artículo 24 como en el rol que en nuestra estructura constitucional le
corresponde al Presidente, argumentos que circunscriben esta argumentación al órgano en
discusión y no son extendibles a otros. Desde esta perspectiva, se concluye que es posible
concluir la existencia de atribuciones del Presidente fuera del catálogo del artículo 32, o de
alguna otra norma que expresamente se la confiera.
El artículo 32 comienza con el siguiente encabezado: “Son atribuciones especiales del Presidente
de la República”. Ya se ha señalado que las atribuciones del Presidente pueden ser clasificadas
en generales y específicas y que, en general, las específicas vienen consagradas en el artículo 32.
Ese es el sentido que podría tener la palabra “especial” en el encabezado que se comenta. Sin
embargo, también puede querer decir que las atribuciones que se establecen en el artículo que le
sigue son atribuciones especiales en el sentido de exclusivas del Presidente. El primero de los
sentidos parece ser el más adecuado, considerando que muchas de las atribuciones que el
Presidente detenta en virtud del artículo 32 requieren de la intervención de otros órganos
constitucionales.
Para efectos pedagógicos, aquí clasificaremos las atribuciones contenidas en el artículo 32 en
razón de la función o competencia general con la que cada una de estas categorías involucra al
Presidente. De esta manera, las agruparemos en atribuciones gubernativas, administrativas,
nomogenéticas y de control.
I. ATRIBUCIONES GUBERNATIVAS. En virtud de sus atribuciones gubernativas, el
Presidente de la República desempeña su rol de Jefe de Gobierno, particularmente en lo que dice
relación con la determinación de un conjunto coherente de políticas públicas. Estas atribuciones
se caracterizan por ofrecer amplios márgenes de discrecionalidad, los que permiten que el
Presidente las ejerza recurriendo a su prudencia y buen criterio. Tal discrecionalidad no sólo se
sustenta en el particular rol constitucional que le corresponde frente a los demás órganos
constitucionales, sino también en la confianza que el pueblo le ha entregado a él, única autoridad
cuya base electoral es coextensiva con el electorado en su totalidad.

22
Dentro de las atribuciones gubernativas estudiaremos las siguientes: (A) proteger de amenazas al
orden constitucional; (B) nombrar autoridades; (C) conducir la política fiscal; (D) otorgar
gracias; y (E) requerir el concurso de la función consultiva.
(A) PROTEGER AL ORDEN CONSTITUCIONAL DE AMENAZAS: Según dijimos en el anterior volumen,
frente a la siempre presente posibilidad de que existan amenazas naturales o humanas a la
estabilidad política y social de nuestra unidad política, nuestro sistema constitucional opta por
una solución maquiaveliana, consistente en reglamentar explícitamente ciertas potestades
extraordinarias a ser utilizadas de concurrir aquellas hipótesis que el propio ordenamiento
jurídico contemple. Dichas potestades son extraordinarias a juicio del propio orden
constitucional, que no contempla su utilización como parte habitual del funcionamiento de
nuestro aparato estatal y las reglamenta de una manera restrictiva, requiriendo su aprobación
explícita y restringiendo su continuidad en el tiempo. Ellas protegen al orden constitucional,
además, en cuanto la reglamentación de su ejercicio busca entregar márgenes de flexibilidad en
la gestión de respuestas frente al peligro que sean compatibles con el principio democrático-
republicano y con el Estado de Derecho. En nuestro sistema es el Presidente quien detenta la
potestad de iniciar el proceso conducente a decidir si dichas hipótesis se han verificado, proceso
del cual participan otros órganos aprobando o rechazando la proposición presidencial.
Contretamente, esto se traduce en tres competencias: declarar estados de excepción
constitucional; declarar la guerra; y emitir decretos de emergencia económica.
El artículo 32 Nº 5 sitúa en el Presidente de la Republica la responsabilidad de declarar los
estados de excepción constitucional en los casos y formas que se señalan en la Constitución,
específicamente en los artículos 39 a 45 del mismo cuerpo normativo. En la medida que los
estados de excepción constituyen primariamente una forma de intervención estatal en los
derechos fundamentales, aquí no se tratarán salvo en aquello que dice relación con la forma en
cómo el Presidente de la República interviene en su declaración.
Los estados de excepción son una institución que permite al Presidente de la República, bajo
ciertos supuestos, realizar afectaciones a derechos fundamentales de las personas, que bajo otras
circunstancias no podría realizar. Dicha institución está consagrada en el artículo 39 de la misma
Constitución Política:
El ejercicio de los derechos y garantías que la Constitución asegura a todas las personas sólo puede ser
afectado bajo las siguientes situaciones de excepción: guerra externa o interna, conmoción interior,
emergencia y calamidad pública, cuando afecten gravemente el normal desenvolvimiento de las
instituciones del Estado.
Cabe observar que la Constitución distingue entre situaciones de excepción, correspondientes a
aquel conjunto de hechos cuya peligrosidad amerita una respuesta institucional, y estados de
excepción constitucional, consistentes en aquellos cuadros de potestades intensificadas de
interferencia que se le entregan al Ejecutivo para controlar las consecuencias de aquellas
situaciones de peligrosidad. Los estados de excepción constitucional son cuatro: el estado de
asamblea; el estado de sitio; el estado de catástrofe; y el estado de emergencia. Cada uno de ellos
corresponde frente a determinadas situaciones de excepción, de acuerdo a los artículos 40, 41 y
42: el estado de asamblea, frente a la guerra externa; el estado de sitio, frente a la guerra interna
o la grave conmoción interior; el estado de catástrofe, frente a la calamidad pública; y el estado
de emergencia, frente a la grave alteración del orden público o el grave daño para la seguridad
de la Nación. Ahora bien, como queda claro, la enumeración de situaciones de excepción que
realiza el artículo 39 no se corresponde de manera precisa con la identificación de situaciones de

23
excepción que realizan los artículos 40, 41 y 42, lo que revela una deficiencia en materia de
técnica legislativa pero no es un problema grave para el intérprete.
El estado de asamblea se funda en el supuesto de una guerra con un país extranjero. Dicho
estado debe ser declarado por el Presidente de la República con acuerdo del Congreso Nacional;
acuerdo que, al no ser objeto de ningún quórum especial, debe reunir la mayoría de los diputados
y senadores presentes en sala al momento de someter a votación la solicitud presidencial. El
procedimiento para declarar el estado de asamblea involucra las siguientes etapas: (i) su
declaración por parte del Presidente, declaración que deberá determinar las zonas afectadas por
el estado de excepción en cuestión; (ii) la eventual aplicación provisional del estado de asamblea,
por decisión facultativa del Presidente, mientras el Congreso resuelve; (iii) la comunicación al
Congreso Nacional de la declaración; (iv) la aceptación o rechazo por parte del Congreso
Nacional, dentro de 5 días desde comunicada la declaración del Presidente, procediendo su
aceptación tácita si el Congreso no se pronuncia dentro de dicho plazo.
El estado de asamblea mantendrá su vigencia por el tiempo que se extienda la situación de guerra
exterior, salvo que el Presidente de la República disponga su suspensión con anterioridad. Este
estado de excepción faculta al Presidente de la República para suspender o restringir la libertad
personal, el derecho de reunión, y la libertad de trabajo, y para restringir el ejercicio del derecho
de asociación, para interceptar, abrir o registrar documentos y toda clase de comunicaciones,
para disponer requisiciones de bienes, y para establecer limitaciones al ejercicio del derecho de
propiedad.
El estado de sitio se funda en el supuesto de una guerra interna o grave conmoción interior.
Dicho estado debe ser declarado por el Presidente de la República con acuerdo del Congreso
Nacional, también obtenido mediante mayoría simple. El procedimiento para declarar el estado
de sitio involucra las siguientes etapas: (i) su declaración por parte del Presidente, la que deberá
determinar las zonas afectadas por el estado de sitio; (ii) la eventual aplicación provisional del
estado de sitio por decisión facultativa del Presidente, mientras el Congreso resuelve; (iii) la
comunicación al Congreso Nacional de la declaración; (iv) la aceptación o rechazo por parte del
Congreso Nacional, dentro de 5 días desde comunicada la declaración del Presidente,
procediendo su aceptación tácita si el Congreso no se pronuncia dentro de dicho plazo.
El estado de sitio sólo podrá declararse por un plazo de quince días, y podrá prorrogarse con la
aceptación del Congreso Nacional. Este estado de excepción faculta al Presidente de la
República para suspender o restringir el ejercicio del derecho de reunión, y para restringir la
libertad de locomoción y arrestar a las personas en sus propias moradas o en lugares que la ley
determine y que no sean cárceles ni estén destinados a la detención o prisión de reos comunes.
El estado de catástrofe se funda en el supuesto de una calamidad pública. A diferencia de los
casos anteriores, la calamidad pública no supone la existencia de conflictos violentos entre
grupos humanos; la calamidad pública puede corresponder a situaciones de emergencia natural,
tales como graves sequías y carestías o, como ocurrió el 2010, a un terremoto. El Presidente de la
República detenta la atribución de realizar la declaración de este estado de excepción,
declaración que deberá determinar la zona afectada por la misma. Sin embargo, el Presidente de
la República está obligado a informar al Congreso Nacional de las medidas adoptadas en virtud
del estado de catástrofe, pudiendo además el Congreso Nacional dejar sin efecto la declaración
una vez que hayan transcurrido ciento ochenta días desde su dictación si las razones que la
motivaron hubieran cesado. Para extender la declaración de estado de catástrofe por un período

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superior a un año, el Presidente de la República deberá contar con el acuerdo del Congreso
Nacional, acuerdo que se sujetará a las reglas de los anteriores estados de excepción
constitucional.
La declaración de estado de catástrofe sitúa a las zonas respectivas bajo la dependencia
inmediata del Jefe de la Defensa Nacional que designe el Presidente de la República, el que
asumirá la dirección y supervigilancia de su jurisdicción con las atribuciones y deberes que la ley
señale. Además, la declaración de este estado de excepción constitucional autoriza al Presidente
de la República para restringir la libertad de locomoción y la libertad de reunión, para requisar
bienes, para limitar el derecho de propiedad, y para “adoptar todas las medidas extraordinarias de
carácter administrativo que sean necesarias para el pronto restablecimiento de la normalidad en
la zona afectada”.
El estado de emergencia se funda en el supuesto de grave alteración del orden público o de
grave daño para la seguridad de la Nación. Este estado de emergencia también lo declarará el
Presidente de la República, determinando las zonas afectadas por dichas circunstancias, y no
podrá extenderse por más de quince días. El Presidente de la República puede prorrogarlo por
igual período, pero requerirá del acuerdo del Congreso Nacional cuando desee prorrogarlo de
manera sucesiva. En todo caso, el Presidente de la República deberá informar al Congreso
Nacional de las medidas adoptadas en virtud del estado de emergencia.
La declaración de estado de catástrofe sitúa a las zonas respectivas bajo la dependencia
inmediata del Jefe de la Defensa Nacional que designe el Presidente de la República, el que
asumirá la dirección y supervigilancia de su jurisdicción con las atribuciones y deberes que la ley
señale. Además, la declaración de este estado de excepción constitucional autoriza al Presidente
de la República para restringir las libertades de locomoción y reunión.
Los estados de excepción, en los aspectos no regulados por la Constitución, cuentan con una
reserva de ley orgánica constitucional; lo cual significa que su reglamentación no puede ser
materia de una ley simple, ni tampoco de delegación legislativa al Presidente; mucho menos, de
regulación a través de la potestad reglamentaria. Son materias de ley orgánica constitucional,
según esa disposición, la regulación misma de los estados de excepción, de su declaración, y la
aplicación de medidas legales y administrativas procedentes. La regulación hecha por la ley
orgánica no tiene la libertad de configuración de los estados de excepción, en la medida que
según el texto constitucional “contemplará lo estrictamente necesario para el pronto
restablecimiento de la normalidad constitucional y no podrá afectar las competencias y el
funcionamiento de los órganos constitucionales ni los derechos e inmunidades de sus respectivos
titulares”. La regulación legal correspondiente a esta materia está comprendida en la Ley
Orgánica Constitucional Nº 18.415 sobre Estados de Excepción.
Vinculado con el estado de excepción constitucional de asamblea, el artículo 32 Nº 19 le entrega
al Presidente de la República la atribución de declarar la guerra. Esta segunda vinculada con la
protección del orden constitucional de amenazas debe ser ejercida previa autorización por ley, lo
que significa que el Presidente debe presentar un proyecto de ley que deberá ser tramitado de
acuerdo a las reglas respectivas, con el añadido de que el Presidente deberá dejar constancia
durante la formación de dicha ley de haber recibido el parecer del Consejo de Seguridad
Nacional.
Cabe señalar que, si bien la declaración de guerra no está contenida expresamente entre las
materias cuya iniciativa legislativa le corresponde en exclusividad al Presidente de acuerdo al

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artículo 65 de la Constitución, se puede concluir que ella sí detenta tal condición, debido a
consideraciones textuales y estructurales. Por un lado, desde la perspectiva del texto
constitucional, el artículo 63 Nº 15 señala que es materia de ley la autorización de la declaración
de guerra, “a propuesta del Presidente de la República”, y el artículo 65 señala que corresponde
al Presidente de la República la iniciativa exclusiva de los proyectos de ley que tengan relación
con el artículo 63 Nº 13, es decir, con la fijación de las fuerzas de aire, mar y tierra que han de
mantenerse en pie en tiempo de guerra, así como con las normas para permitir la salida de tropas
nacionales fuera del territorio de la República. Por el otro, desde la perspectiva de la estructura
del poder contenida en nuestra Constitución, es necesario concluir que una decisión de tal
envergadura como lo es declarar la guerra sólo puede ser emprendida por alguien que tenga
sobre sí las responsabilidades y atribuciones propias de un Jefe de Estado y Jefe de Gobierno, y
cuya autoridad se extiende a todo cuanto tiene por objeto la conservación de la seguridad externa
de la República. No hay razones de texto o de estructura, en cambio, que respalden la tesis de
que dicho proyecto de ley pueda ser presentado por uno a diez diputados o por uno a cinco
senadores, como de acuerdo al artículo 65 de la Constitución ocurre con todas aquellas materias
de ley que no son de iniciativa exclusiva del Presidente.
En caso de guerra, el artículo 32 Nº 18 le entrega al Presidente de la República la potestad de
asumir la jefatura suprema de las Fuerzas Armadas. Respecto de esta atribución, puede señalarse
que, en la medida en que es una atribución facultativa del Presidente, éste puede optar libremente
entre asumir esa jefatura o no asumirla. En ese segundo supuesto, podría surgir la duda de si el
Presidente puede delegar dicha jefatura en otra persona. La respuesta debiera ser negativa, a
nuestro juicio, al no estar contemplado por la Constitución que una función de tal magnitud
pueda ser objeto de delegación. Por otro lado, cabe señalar que la Constitución de 1925
contemplaba como un impedimento temporal para ejercer su cargo que el Presidente asumiera tal
jefatura, por lo que operaba la subrogación, mientras que en la Constitución Política actualmente
vigente nada se señala al respecto. Llegado el caso de que el Presidente ejerza dicha jefatura y se
encuentre imposibilitado de ejercer su cargo, podría entenderse que su situación se enmarca en el
supuesto de “impedimento temporal” por “otro grave motivo”, contemplado en el artículo 29
inciso 1º, lo que posibilitaría que le subrogara la autoridad correspondiente en calidad de
Vicepresidente de la República.
Una tercera atribución vinculada con la protección del orden constitucional de amenazas es la de
identificar situaciones de emergencia económica, las que le autorizan a recurrir a un régimen
excepcional de gasto por parte del gobierno. El régimen normal, como veremos a continuación,
es que el gobierno sólo puede realizar el gasto público previsto en la ley de presupuestos, que es
aprobada anualmente. Sin embargo, bajo ciertas circunstancias, y sujetándose a ciertos límites, el
Presidente puede autorizar gastos no previstos por dicha ley. El artículo 32 Nº 20 señala que la
circunstancia bajo la cual dichos pagos procederán será la de “atender necesidades
impostergables” derivadas de alguna de las siguientes situaciones: calamidades públicas; de
agresión exterior; de conmoción interna; de grave daño o peligro para la seguridad nacional; y
del agotamiento de los recursos destinados a mantener servicios que no puedan paralizarse sin
serio perjuicio para el país. La Constitución no exige que supuestos en cuestión hayan también
dado pie a una declaración del estado de excepción constitucional respectivo; ello, debido a que
la declaración de estados de excepción constitucional es una atribución facultativa del
Presidente, cuya conveniencia queda entregada a la prudencia gubernativa del mismo. Este
carácter prudencial del decreto de emergencia económica se refleja también en que la Contraloría
General de la República no puede juzgar el mérito ni la legalidad de esta medida; tan sólo puede

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controlar la verificación de los requisitos constitucionalmente exigidos, y la corrección contable
de los monto del gasto en cuestión.
La Constitución demarca el ejercicio de esta atribución de dos formas. Lo primero es un requisito
de carácter formal: el decreto de emergencia económica debe ser firmado por todos los Ministros
de Estado. Lo segundo es un límite financiero: el total de los giros realizados en virtud de esta
atribución no podrá exceder anualmente del dos por ciento (2%) del monto de los gastos que
autorice la Ley de Presupuestos vigente. Por último, es necesario señalar que el decreto de
emergencia tiene la naturaleza de un decreto supremo. Se podría pensar que el decreto de
emergencia tiene la naturaleza de un Decreto con Fuerza de Ley, dado que el artículo 100 de la
Constitución señala que las Tesorerías del Estado no autorizarán ningún gasto que no indique la
“ley o la parte del presupuesto que autorice aquel gasto”. Luego, el decreto de emergencia debe
tener rango de ley; de esta manera, no existiría una excepción al principio de la legalidad del
gasto. Sin embargo, con el afán de mostrar la coherencia entre el artículo 100 y el artículo 32 Nº
20, esta tesis no se hace cargo de la coherencia de esta tesis con el procedimiento de creación de
los Decretos con Fuerza de Ley, que requieren de la intervención del Congreso. De esta manera,
parece más adecuado pensar en la autorización excepcional del gasto por el decreto de
emergencia económica como una excepción constitucional a la legalidad del gasto, más cuando
lo que se sostiene es que lo justifica es una situación de emergencia.
(B) NOMBRAR AUTORIDADES Y FUNCIONARIOS: El Presidente tiene una gran importancia en la
generación de numerosas autoridades que encabezan variados órganos. Dentro de esta atribución
se pueden diferenciar los nombramientos correspondientes al Ejecutivo y la Administración, los
nombramientos militares, y los nombramientos correspondientes a órganos constitucionales
autónomos.
Respecto a los nombramientos correspondientes al Ejecutivo y la Administración, se trata de
nombramientos que son de su ‘exclusiva confianza’, por lo que la permanencia en el cargo de las
personas que se desempeñen en tal calidad depende de la sola voluntad del Presidente. La
remoción de estas autoridades y funcionarios procede sin expresión de causa, en el entendido que
el Presidente necesita contar con equipos de colaboradores en su gestión de gobierno y de
administración que respondan a sus directrices y prioridades. Aquí se encuentran tres categorías.
La primera corresponde a las autoridades de gobierno, categoría esta integrada por los ministros
de Estado, los subsecretarios, los intendentes y los gobernadores. La segunda corresponde a los
diplomáticos y representantes ante organizaciones internacionales. La tercera corresponde a los
demás funcionarios que la ley denomine como de exclusiva confianza. Según el artículo 7º de la
Ley 18.834, en relación al artículo 32 Nº 10 de la Constitución, estos funcionarios de exclusiva
confianza incluyen los cargos de la planta de la Presidencia de la República; los Secretarios
Regionales Ministeriales y diversas jefaturas existentes en la estructura ministerial; los jefes
superiores, subdirectores, y directores regionales o jefaturas de niveles jerárquicos equivalentes o
superiores a dichas jefaturas de los servicios públicos, con excepción de los rectores de las
instituciones de educación superior.
El Presidente también realiza nombramientos militares. De acuerdo al artículo 32 Nº 16 de la
Constitución, el Presidente de la República nombra y remueve a las autoridades militares y de
Carabineros de Chile, en conformidad a lo establecido en el artículo 104. El inciso 1º de dicha
misma disposición señala que el Presidente designa a las siguientes autoridades: el Comandante
en Jefe del Ejército; el Comandante en Jefe de la Armada; el Comandante en Jefe de la Fuerza
Aérea; y el General Director de Carabineros. El mismo artículo señala que, pese a gozar de

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inamovilidad en su cargo, estas autoridades podrán ser removidas por el Presidente de la
República mediante decreto supremo fundado –en el cual el Presidente deberá expresar la razón
de su decisión–, previa información de su decisión a la Cámara de Diputados y al Senado. Es
importante recalcar que, jurídicamente, la institución en cuestión no es propiamente una
remoción, sino que un llamado a retiro; lo cual no se afecta, al menos formalmente, la
inamovilidad de la cual dichas autoridades gozan. Por último, corresponde al Presidente además
nombrar a las más altas autoridades militares, concurrir a los nombramientos, ascensos y retiros
de los oficiales de las Fuerzas Armadas y Carabineros, que se llevarán a cabo de conformidad a
la ley orgánica constitucional correspondiente.
Respecto al nombramiento de autoridades de otros órganos, podemos identificar diversas
situaciones.
(a) El Presidente nombra al Contralor General de la República (art. 32 Nº 9), pero su propuesta
debe contar con la aprobación o acuerdo del Senado a fin de ser eficaz, acuerdo que debe
ser adoptado con el voto conforme al menos de los tres quintos de los senadores en
ejercicio (art. 98 inc. 2º);
(b) El Presidente nombra a los Consejeros del Banco Central, con acuerdo del Senado
obtenido por mayoría simple de los senadores presentes en sala al momento de la votación,
de acuerdo al artículo 7º de la Ley Nº 18.840, Orgánica Constitucional del Banco Central.
(c) El Presidente nombra a los magistrados y fiscales judiciales de la Corte Suprema (art. 32
Nº 9), previa propuesta de la misma Corte, y con acuerdo del Senado adoptado con el voto
conforme de dos tercios de los senadores en ejercicio (art. 53 Nº 9), conforme al artículo
78;
(d) El Presidente nombra a los magistrados y fiscales judiciales de las Cortes de Apelaciones, a
propuesta en terna de la Corte Suprema; y a los jueces de los juzgados de primera instancia
o jueces letrados, a propuesta en terna de las Cortes de Apelaciones respectivas (art. 32 Nº
12), todo ello sin necesidad del acuerdo de otro órgano, conforme al artículo 78;
(e) El Presidente nombra al Fiscal Nacional (art. 32 Nº 9), previa propuesta de la Corte
Suprema, con acuerdo del Senado adoptado con el voto conforme de dos tercios de los
senadores en ejercicio (art. 53 nº 9 y art. 85);
(f) El Presidente nombra a tres miembros del Tribunal Constitucional (art. 32 Nº 12), por
propia iniciativa y sin necesidad de acuerdo de otro órgano (art. 92).
(C) CONDUCIR LA POLÍTICA FISCAL: La Constitución establece que la conducción de la política
fiscal y presupuestaria del Estado está entregada al Presidente de la República, quien la
desarrolla con la colaboración a través del Ministerio de Hacienda. Dicha actividad incluye al
menos tres funciones que el Presidente debe desarrollar: el Presidente debe recaudar los
ingresos, determinar el presupuesto y realizar el gasto público presupuestado. La recaudación
de las rentas públicas y la ejecución del presupuesto son asuntos de carácter administrativo, por
lo que las analizaremos en el acápite respectivo. En cuanto a la conducción propiamente tal de la
política fiscal, aspecto en el que se refleja de manera eminente la condición de gobernante del
Presidente, ella se expresa en la preponderancia que el Presidente tiene en el diseño de la Ley de
Presupuestos. En esta materia, los principios fundamentales son la reserva legal presupuestaria,
que implica que la determinación del presupuesto estatal es materia de ley; la iniciativa exclusiva
del Presidente, que concentra en sus manos la iniciación del proceso legislativo; y la división de

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roles entre Presidente y Congreso, que hace del primero un agente planificador y del segundo un
órgano de revisión de lo planificado por el primero. En virtud de estos principios, en la
determinación del presupuesto fiscal intervienen tanto el Presidente de la República como el
Congreso Nacional; sin embargo, la Constitución concede un gran margen de discrecionalidad al
Presidente para la determinación de los ingresos y el gasto público. En cambio, el Congreso sólo
podrá reducir los gastos contenidos en el proyecto del Presidente, no aumentarlos (art. 67 inc. 2).
La mejor descripción de la concurrencia a la función presupuestaria es que el Presidente de la
República tiene a su cargo la planificación y la ejecución presupuestaria (como ya se vio,
mediante la recaudación y gasto) y el Congreso se limita a compartir, con la Contraloría, la labor
del control presupuestario.
En ese sentido, si bien el presupuesto fiscal es fijado anualmente por medio de una ley, ésta es
una ley de carácter especial, donde el Congreso tiene atribuciones restringidas según las reglas
que se revisarán. La Constitución establece las siguientes particularidades que la distinguen del
proceso general de formación de la ley (que será estudiado en el capítulo respectivo):
(a) Iniciativa. El proyecto de Ley de Presupuestos siempre será iniciado a través de un
mensaje del Presidente de la República (art. 67 inc. 1);
(b) Cámara de origen. La ley de presupuesto sólo puede tener su origen en la Cámara de
Diputados (art. 65 inc. 2º);
(c) Plazo. Su presentación debe realizarse con tres meses de anticipación a la fecha en que
debe empezar a regir (art. 67 inc. 1º). Dado que el año fiscal comienza en el 1º de enero, el
plazo para su presentación vence el 30 de septiembre;
(d) Nuevo presupuesto. El presupuesto de cada año estará determinado por la Ley de
Presupuesto aprobada por el Congreso, con la excepción de que si el Congreso no despacha
el proyecto dentro del término de 60 días contados desde su presentación (es decir, si no
concluye las fases de discusión y aprobación, de forma tal que pueda ser enviado al
Presidente para la fase de sanción), el año presupuestario se regirá por el proyecto original
presentado por el Presidente de la República (art. 67 inc. 1º);
(e) Modificación de los ingresos. En la tramitación del proyecto, el Congreso no podrá
aumentar ni disminuir la estimación de ingresos (art. 67 inc. 2º);
(f) Modificación de los gastos. El Congreso Nacional podrá reducir los gastos, con la
excepción de aquellos gastos que estén establecidos por una ley permanente que serán
inmodificables (art. 67 inc. 2º). De esto se concluye que el Congreso no podrá aumentar el
gasto público. Leyes presupuestarias permanentes son aquellas que fijan un monto fijo
(determinado o determinable) para el gasto público en una determinada área o por parte de
un determinado órgano; así ocurre, por ejemplo, con el Aporte Fiscal Directo que entrega
el Estado a las veinticinco universidades pertenecientes al Consejo de Rectores de las
Universidades Chilenas (CRUCH), gasto fijo determinable cuya base de cálculo está
contenida en el Decreto con Fuerza de Ley Nº 4 de 1981 en relación al Decreto Nº 128 de
1991, y sus modificaciones;
(g) La estimación presupuestaria. El Presidente de la República es el único que puede estimar
el rendimiento de los recursos de la Ley de Presupuestos y de toda otra iniciativa de ley; es
decir, determinar la suficiencia e idoneidad del presupuesto aprobado en cada partida,
estimación que debe ser realizada previo informe técnico de los organismos respectivos

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(art. 67 inc. 3º). El organismo técnico a cargo de esta labor, así como en general de la
elaboración de la Ley de Presupuestos, es la Dirección de Presupuestos, órgano
desconcentrado dependiente del Ministerio de Hacienda, la cual debe consultar a las
instancias técnicas de cada repartición pública sobre sus requerimientos presupuestarios.
(h) Planificación presupuestaria fuera de la Ley de Presupuesto. El Presidente podrá en
cualquier momento presentar leyes que contemplen gasto no previsto en la Ley de
Presupuesto, pero para poder ser aprobadas por el Congreso, dichas leyes deberán indicar
las fuentes adicionales de recursos necesarias para financiar dichos gastos. Si la fuente de
recursos aprobada por el Congreso resultare ser insuficiente, el Presidente de la República,
al promulgar la ley, deberá reducir proporcionalmente todos los gastos, previo informe
favorable del servicio o institución a través del cual se recaude el nuevo ingreso refrendado
por la Contraloría General de la República (art. 67 inc. 4º y 5º).
(D) OTORGAR GRACIAS: En nuestro sistema constitucional, el Presidente de la República tiene un
rol de benefactor público, consistente en dispensar beneficios y suspender sanciones, gracias
cuya concesión es discrecional o arbitraria en cuanto a la decisión misma de ser realizadas pero
que están regladas en cuanto al procedimiento de su realización. Estas atribuciones, y el rol de
benefactor al que dan lugar, parecieran ser reminiscencias del rol que en las sociedades
tradicionales juegan los monarcas; quienes, a imagen y semejanza de la divinidad, pueden
atemperar la rigurosidad de la justicia, imparcial e insensible a las circunstancias de cada
individuo, con la caridad, que atiende a las características singulares de cada quien. En el caso
del Presidente, esto se expresa en dos atribuciones: conceder pensiones de gracia y conceder
indultos.
El Presidente puede entregar pensiones de gracia. Las pensiones de gracia son beneficios cuyo
título se funda en una liberalidad: no son exigibles en justicia a la autoridad, sino que se basan en
su deseo de atender a las particulares necesidades del beneficiario. Esta atribución está
contemplada en el artículo 32 Nº 11 de la Constitución, y se ve complementada por el artículo 63
Nº 16 del mismo texto normativo, que establece que es materia de ley la fijación de normas
generales con arreglo a las cuales el Presidente debe ejercer esta atribución. En cuanto a la
exclusividad de su iniciativa legislativa, si bien ella no está comprendida por el artículo 65 Nº 4,
el cual menciona no a las pensiones de gracia sino a las pensiones del sector público, esta
atribución queda de todas maneras comprendida dentro de la iniciativa exclusiva del Presidente,
ya que es una materia de índole presupuestaria. El Presidente de la República ejerce esta
atribución mediante un decreto supremo, sujetándose a la Ley Nº 18.056, de Normas Generales
sobre el Otorgamiento de Pensiones de Gracia por el Presidente de la República. Ella, de manera
concordante con el artículo 19 Nº 14 de nuestra Constitución, establece la posibilidad para todas
las personas de solicitar el otorgamiento de una pensión de gracia, solicitud que de acuerdo a
dicha normativa deberá ser dirigida al Presidente de la República por intermedio del Ministerio
del Interior. La ley identifica ciertos supuestos de hecho que autorizan al solicitante a presentar
este requerimiento:
Artículo 2. Podrán solicitar pensiones de gracia:
a) Las personas que hubieren prestado servicios distinguidos o realizado actos especialmente
meritorios en beneficio importante del país, más allá de su personal deber.
En caso de fallecimiento de las personas indicadas, podrán solicitar el beneficio su cónyuge, padre,
madre o hijos.

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b) Las personas afectadas por accidente o catástrofe, respecto de las cuales existan circunstancias
extraordinarias que justifiquen el otorgamiento de una pensión.
c) Las personas que se encuentren incapacitadas o con graves e insalvables dificultades para ejercer
labores remuneradas que les permitan su subsistencia y la del grupo familiar que viva a sus expensas,
en razón de enfermedad, invalidez, vejez o cualquier otra causa debidamente justificada.
Artículo 3. Cuando el motivo invocado fuere la prestación de servicios a la Nación, el Ministerio del
Interior se pronunciará previamente sobre si esos servicios han comprometido la gratitud del país,
debiendo consignar los hechos o circunstancias que a su juicio dan origen al compromiso.
Ahora bien, es importante observar que, debido a que la atribución constitucional del Presidente
consistente en entregar pensiones de gracia tiene fundamento en la propia Constitución, ella no
puede ser restringida en su extensión por la ley. Esto, por razones de texto y de estructura
funcional. En cuanto al texto, el artículo 63 Nº 16 establece como materia de ley la fijación de
normas generales sobre la concesión de pensiones de gracia; pero en ningún caso puede
entenderse que tales normas generales agoten el universo de posibilidades ofrecidas por el
artículo 32 Nº 11, ya que junto a las normas generales el Presidente puede identificar situaciones
particulares que ameriten el ejercicio de tal atribución. En cuanto a la estructura funcional de
esta atribución, cabe señalar que lo que hace la ley es establecer supuestos que autorizan a los
individuos a solicitar pensiones de gracia, señalándoles qué conjunto de circunstancias fácticas
serán consideradas propicias por la autoridad para la entrega graciosa de tal beneficio. La ley,
entonces, se dirige a los individuos, no al Presidente. Por lo tanto, lógicamente, la autoridad
puede discrecionalmente considerar como adecuadas otras circunstancias no indicadas por la ley.
Adicionalmente, lo anteriormente dicho no implica que la autoridad esté obligada a entregarle
una pensión de gracia a quien lo solicite encontrándose en dichos supuestos fácticos; la pensión
de gracia sigue siendo un beneficio gracioso, no una prestación exigible en justicia. Por último,
tampoco significa que los individuos que no se encuentren en los supuestos identificados por el
artículo 2º de la ley no puedan solicitar este beneficio, ya que están habilitados de manera
general por el artículo 19 Nº 14 de la Constitución para presentar todo tipo de peticiones a la
autoridad. En definitiva, la ley en cuestión tiene un valor procedimental, en cuanto instruye
ciertos supuestos fácticos y un conjunto de procedimientos para la concesión de este beneficio;
pero en ningún caso contiene una reglamentación que restrinja ni agote la atribución
constitucional del Presidente.
El Presidente de la República también puede conceder indultos, de acuerdo al artículo 32 Nº 14.
En términos generales, la gracia del Estado para perdonar delitos puede provenir de diversos
órganos y en diversas formas. La terminología de la Constitución reconoce tres formas: (i) la
amnistía; (ii) el indulto general, y (iii) el indulto particular. Corresponde al Presidente la dispensa
del indulto particular, mediante el cual el Presidente remite la pena impuesta por una sentencia
judicial al sujeto, la reduce o la conmuta por otra menos grave. Los efectos del indulto particular
están fijados por el artículo 93 nº 4 del Código Penal, que señala que aquel “sólo remite o
conmuta la pena; pero no quita al favorecido el carácter de condenado para los efectos de la
reincidencia o nuevo delinquimiento y demás que determinan las leyes”.
En el ejercicio de esta atribución, el Presidente debe sujetarse a la regulación constitucional y a
la regulación legal. La primera contiene tres reglas. La primera consiste en que el indulto es
improcedente en tanto no se haya dictado sentencia ejecutoriada en el respectivo proceso (art. 32
Nº 14), limitación que implementa la separación de poderes en la forma de la prohibición de la
avocación de causas pendientes por parte del Presidente de la República (art. 76). La segunda
regla de la regulación constitucional consiste en la prohibición para el Presidente de indultar a

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los integrantes de cualquier órgano que hayan sido sancionados a través de una acusación
constitucional (art. 32 Nº 14), prohibición que busca también cautelar la separación de poderes,
en este caso haciendo efectiva la sanción contemplada por la acusación constitucional consistente
en la prohibición para el acusado de desempeñar cualquier función pública por el plazo de cinco
años (art. 53 Nº 1 inc. 4). La tercera regla está contenida en el inciso 3º del artículo 9º, que
establece que respecto a los delitos terroristas no procederá el indulto particular, salvo para
conmutar la pena de muerte por la de presidio perpetuo.
El fundamento de la regulación legal en la materia se encuentra en el artículo 63 Nº 16 de la
Constitución, en cuya virtud la determinación de normas generales con arreglo a las cuales debe
ejercerse esta atribución es materia de ley. En este caso, no estamos frente a una materia de
iniciativa exclusiva, pues debido a que el texto no dice nada al respecto, debe estarse al principio
general en cuanto a la potestad legislativa, que caracteriza a la iniciativa concurrente del
Presidente y del Congreso como la regla y a la iniciativa presidencial exclusiva como la
excepción. En esta materia, el texto vigente es el de la Ley Nº 18.050, que XXXX. La mayor
parte de su articulado establece indicaciones para los condenados sobre cómo solicitar al
Presidente que se les conceda la gracia del indulto, contexto en el cual esta ley reproduce la
reglamentación contenida en la Constitución y en el Código Penal y ya identificada, por lo que
su análisis es innecesario. Sin embargo, particular interés reviste, a la luz del análisis hecho
anteriormente de la regulación legal de los beneficios económicos graciosos, la interacción entre
el artículo 4º de la ley, que establece diversas hipótesis en las cuales se denegará el beneficio, y
el artículo 6º, que dice así:
Artículo 6. En casos calificados y mediante decreto supremo fundado, el Presidente de la República
podrá prescindir de los requisitos establecidos en esta ley y de los trámites indicados en su reglamento,
siempre que el beneficiado esté condenado por sentencia ejecutoriada y no se trate de conductas
terroristas, calificadas como tales por una ley dictada de acuerdo al artículo 9° de la Constitución
Política del Estado.
Esta disposición reconoce las características fundamentales de una potestad graciosa como la
estudiada, que puede ser limitada en su extensión sólo por la propia Constitución y cuya
regulación legal puede establecer normas generales, pero en ningún caso puede entenderse que
éstas destruyan la naturaleza discrecional y particularista de la misma.
(D) REQUERIR EL CONCURSO DE LA FUNCIÓN CONSULTIVA: La Constitución le entrega al Presidente,
en el desempeño de sus atribuciones gubernativas, la atribución facultativa de recabar el parecer
de otros órganos constitucionales a fin de consultar su parecer y opinión en materias de alta
importancia. Es importante destacar que aquí nos concentramos en la capacidad del Presidente de
activar la función consultiva desempeñada por órganos constitucionales externos al Ejecutivo,
pues dentro del mismo la labor misma de los colaboradores del Presidente, particularmente de
sus ministros, implica o conlleva que el Presidente consultará de manera habitual y rutinaria su
parecer sobre asuntos de gobierno, por lo que no es necesario formalizar dicha consulta a través
de una potestad reglada.
En esta materia, y en primer lugar, de acuerdo al artículo 32 Nº 2 el Presidente puede pedir que
se cite a sesión a cualquiera de las ramas del Congreso Nacional. La única exigencia
constitucional existente en la materia es que dicha solicitud indique los motivos que la
ocasionan. El texto constitucional establece que dicha sesión “deberá celebrarse a la brevedad
posible”. Esta atribución está concebida en los términos más amplios posibles; carácter amplio
que en principio la hace susceptible de cualquier utilización que pueda ser utilizada por el

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Presidente para perseguir el cumplimiento de cualquiera de las competencias generales
establecidas en el artículo 24 de la Constitución. Dentro de dicha amplitud, resulta natural
concluir que su utilización más lógica es la de recabar el parecer de las cámaras sobre asuntos de
la mayor importancia y urgencia, incluyendo la conservación del orden público en el interior y la
seguridad externa de la República; asuntos que no puedan ser abordados mediante los
instrumentos habituales con los que cuenta el Presidente para interactuar activamente con el
Congreso Nacional, incluyendo el proceso de formación de la ley y la participación de los
ministros de gobierno en las sesiones del Congreso.
Debido a que el destinatario de la solicitud puede ser cualquiera de las cámaras, es posible
concluir que la solicitud no puede estar dirigida al Congreso Pleno, ni a alguna de las comisiones
de las cámaras. Esto permitiría además que, de desear el Presidente obtener el parecer de todo el
Congreso Nacional, tal solicitud se llevará a cabo en condiciones que permitirán a cada
parlamentario expresarse en las circunstancias normales que le ofrece la institución a la cual
pertenece.
Adicionalmente, se puede concluir, en virtud de la lógica estructural de nuestro orden
constitucional, que la convocatoria no puede estar orientada a regimentar el ejercicio de las
atribuciones constitucionales propias del Congreso. Hay una consideración diacrónica que
refuerza dicha conclusión. Hasta la reforma constitucional de 2005, el Presidente gozaba de la
potestad para convocar a sesiones del Congreso durante el período extraordinario de su
funcionamiento, convocatoria que tenía una consecuencia muy específica: que el Congreso
abordaría preferentemente las materias legislativas que el Presidente indicara. Eliminada esa
atribución, no parece razonable a primera vista pretender resucitarla a través de la utilización de
la atribución del artículo 32 Nº 2. Desde luego, es posible imaginar escenarios de
excepcionalidad y urgencia fáctica que volvieran razonable dicha interpretación; pero mientras
no sea así, es preferible que el Presidente se limite a emplear el mecanismo de las urgencias con
el fin de incidir en la agenda legislativa.
No existe necesidad de que la cámara destinataria de la convocatoria apruebe dicha solicitud,
debido a que el texto de la Constitución es perentorio: establece que la sesión deberá ser
realizada a la brevedad. La reglamentación vigente de cada cámara (art. 73 Reglamento de la
Cámara de Diputados de Chile; art. 67 Reglamento del Senado de la República de Chile) así lo
ha reconocido. Adicionalmente, estos cuerpos normativos caracterizan las sesiones realizadas en
virtud de esta disposición constitucional como sesiones especiales.
Una atribución evidentemente vinculada con esta es la contenida en el artículo 53 Nº 10
consistente en solicitar al Senado que emita su dictamen sobre alguna materia o cuestión de
relevancia. Históricamente, durante la vigencia de la Constitución de 1833 esta atribución estaba
entregada al Consejo del Estado, y fue absorbida por en Senado al ser eliminado dicho cuerpo
con la entrada en vigencia de la Constitución de 1925. En este caso no se trata, como en el
anterior, de convocar a una sesión para discutir o deliberar sobre alguna materia, sino que la
atribución busca que el Senado emita su parecer a través de un informe. Si en la atribución del
artículo 32 Nº 2 es posible que el Presidente exponga una determinada materia ante alguna de las
cámaras o ante ambas por separado, o bien promueva un debate sea que tome parte en él o no,
aquí el resultado esperado es más concreto y se traduce en la elaboración de una determinada
postura o propuesta ante la temática presentada por el Jefe de Estado. Desde luego, el carácter de
dicha postura o propuesta emitida por el Senado es consultivo, pues nuestra Constitución no le
asigna un rol vinculante.

33
Finalmente, el artículo 107 inciso 1º permite al Presidente convocar al Consejo de Seguridad
Nacional. Dejaremos el estudio de la regulación constitucional de la composición y
funcionamiento de este órgano para el capítulo correspondiente.
En los casos aquí en estudio, la atribución del Presidente de convocar a cada uno de estos
órganos aquí indicados para consultar su parecer es facultativa. En otros términos, el Presidente
es libre de convocar a estos órganos, pudiendo también no convocarlos. Esto es distinto de otros
casos en los cuales existe una obligación vinculante de consultar el parecer de determinado
órgano, obligación cuyo incumplimiento acarrea como consecuencia la ineficacia del acto en
cuestión. Es el caso, por ejemplo, de la obligación de oir a la Corte Suprema durante la fase de
discusión de toda ley que modifique la organización y atribuciones de los tribunales (art. 77 inc.
2) o de la obligación del Presidente de oir al Consejo de Seguridad Nacional de manera previa al
despacho, por parte del Congreso, de la ley que declare la guerra (art. 32 Nº 19). Con mayor
razón, es distinto de aquellos casos en los cuales un determinado órgano desempeña un papel ya
no consultivo sino decisorio en el desempeño de determinada atribución; así ocurre, por ejemplo,
con el Congreso Nacional respecto de la atribución presidencial de declarar estado de asamblea y
estado de sitio (art. 40).
II. ATRIBUCIONES ADMINISTRATIVAS. En virtud de sus atribuciones administrativas, el
Presidente de la República lleva a cabo su rol de Jefe de la Administración. Es en este ámbito
donde el carácter de ‘Ejecutivo’ del Presidente y sus colaboradores se evidencia con mayor
claridad, puesto que las atribuciones administrativas del Presidente le obligan a ejecutar
decisiones ya tomadas, normalmente legislativamente; no ejecutar estas tareas equivaldría, en
consecuencia, a dejar sin ejecución las leyes, grave incumplimiento de los deberes
constitucionales del Presidente que, como hemos visto, puede conllevar la acusación por parte de
la Cámara de Diputados. En este ámbito, la labor del Presidente tiende a carecer de espacios de
discrecionalidad, y a estar controlada por mandatos determinados o bien por criterios de sentido
determinable contenidos en la ley.
Entre estas atribuciones estudiaremos las siguientes: (A) nombrar funcionarios; (B) dictar textos
legislativos refundidos; (C) recaudar las rentas públicas y ejecutar el presupuesto; y (D) entregar
prestaciones sociales para el sector público.
(A) NOMBRAR FUNCIONARIOS: En virtud del artículo 32 Nº 10, al Presidente no sólo le
corresponde nombrar funcionarios de su exclusiva confianza, sino también “proveer los demás
empleos civiles en conformidad a la ley”. La discrecionalidad con que goza el Presidente
respecto de los nombramientos de exclusiva confianza aquí desaparece, pues estos funcionarios
gozan de la garantía de la carrera funcionaria contenida en el artículo 38 de la Constitución, su
relación con la Administración se rige por la Ley Nº 18.834, sobre Estatuto Administrativo, y por
las respectivas leyes orgánicas de cada institución (concepto que refiere a la ley que reglamenta
la organización de la institución en cuestión, y que no debe ser confundido con el de ley orgánica
constitucional). En este caso, de acuerdo al artículo 146 del Estatuto Administrativo, la cesasión
en el cargo del funcionario corresponderá sólo en virtud de las siguientes causales: aceptación de
renuncia; obtención de jubilación, pensión o renta vitalicia en un régimen previsional, en
relación al respectivo cargo público; declaración de vacancia, la que procederá por salud
irrecuperable o incompatible con el desempeño del cargo, pérdida sobreviniente de alguno de los
requisitos de ingreso a la Administración del Estado, o calificación del funcionario en lista de
eliminación o condicional en el contexto del proceso anual de calificación a cargo del jefe

34
superior de la institución; destitución como medida disciplinaria o como pena accesoria;
supresión del empleo; término del período legal por el cual se es designado, y fallecimiento.
(B) DICTAR TEXTOS LEGISLATIVOS REFUNDIDOS: El artículo 64 inciso 5º de la Constitución autoriza
al Presidente de la República para “fijar el texto refundido, coordinado y sistematizado de las
leyes cuando sea conveniente para su mejor ejecución”. Dicha atribución abarca la posibilidad de
introducir en la legislación “los cambios de forma que sean indispensables, sin alterar, en caso
alguno, su verdadero sentido y alcance”. La atribución autoriza al Presidente para alterar la
estructura de un texto legislativo juntándolo con otros, cambiando numerales de artículos,
dividiendo o agrupando artículos, e incluso modificando la redacción de disposiciones o
eliminando aquellas que hayan sido derogadas tácitamente, todo ello en la medida que no afecte
el contenido de la normativa en cuestión.
Antes de la reforma constitucional de 2005, esta atribución era habitualmente desempeñada por
el Presidente de la República en virtud de autorizaciones específicas contenidas en cada cuerpo
legislativo. Así, por ejemplo, la propia Ley Nº 20.050 de Reforma Constitucional, del año 2005,
así lo dispuso respecto al texto constitucional:
Artículo 2º. Autorízase al Presidente de la República para que, mediante decreto supremo, pueda
dictar un texto refundido, coordinado y sistematizado de la Constitución Política de la República
dentro del plazo de un año desde la aprobación de la presente reforma.
Ahora, si se quiere observar un ejemplo de utilización de la atribución en comento, puede verse
el encabezado del Decreto con Fuerza de Ley Nº 2 de 2010, el cual refunde las disposiciones de
la Ley Nº 18.962 de 1990, Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE), con la Ley Nº 20.370,
General de Educación (LGE):
DFL Núm. 2.-
Santiago, 16 de diciembre de 2009.-
Vistos: Lo dispuesto en el artículo 71 de la ley Nº 20.370; en el DFL Nº 1 de 2005, del Ministerio de
Educación, y en el artículo 64 inciso 5º de la Constitución Política de la República.
Decreto con fuerza de ley
Respecto a la naturaleza de esta función, existen varios elementos que permiten caracterizar la
facultad de dictar textos refundidos, coordinados y sistematizados, como una labor que no es
puramente mecánica, puesto que involucra cierto grado de discrecionalidad; pero, al mismo
tiempo, no da espacio para cambiar las decisiones que el sistema jurídico contiene. En ese
sentido, se trata de una labor técnica, que no es creadora de nuevo derecho y que esencialmente
está dirigida a entregar sistematicidad a cuerpos legales cuya estructura textual, debido a la
derogación de parte de su articulado o a la aprobación de nuevas disposiciones, ha perdido su
unidad y armonía interna.
Esta atribución procede tan sólo respecto de normas de rango legal; no procede, en ausencia de la
autorización explícita del constituyente derivado como en el caso de la Ley Nº 20.050, respecto
de normas de rango constitucional. En el caso es de las normas reglamentarias ella no es
necesaria, puesto que en este caso el Presidente detenta la potestad de modificarlas incluso
sustantivamente; con mayor razón puede modificarlas en cuatro a su estructura textual. Ahora
bien, dentro de las disposiciones de rango legal, ella procede respecto de todas las categorías de
ley existentes en nuestro sistema constitucional, ya que el texto del artículo 64 inciso 5º no

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distingue, y no se divisan consideraciones de orden sistemático o estructural que justifiquen
restringir esta atribución.
Debido a que el Presidente lleva a cabo esta atribución a través del instrumento normativo que le
es propio, el decreto supremo, el producto de la actividad refundidora, coordinadora y
sistematizadora del Presidente es caracterizado como un decreto con fuerza de ley, categoría
normativa que estudiaremos más adelante. Sin embargo, varias características distinguen a estos
decretos de legislación refundida respecto de los decretos con fuerza de ley como legislación
delegada. En primer lugar, y a diferencia de la legislación delegada, esta no requiere habilitación
legal, pues basta con la habilitación constitucional contenida en el artículo 65 inciso 5º. En
segundo lugar, y a diferencia de la regulación constitucional de la legislación delegada, en este
caso no existe plazo de dictación, sino que el Presidente puede dictar este decreto de legislación
refundida cuando lo considere conveniente para la mejor ejecución de la ley.
(C) RECAUDAR LAS RENTAS PÚBLICAS Y EJECUTAR EL PRESUPUESTO: Ambas atribuciones están
contenidas en el artículo 32 Nº 20 de la Constitución, el cual autoriza al Presidente a “[c]uidar de
la recaudación de las rentas públicas” y a “decretar su inversión con arreglo a la ley”. Ellas son,
sin embargo, atribuciones distintas, ubicadas en extremos opuestos del proceso fiscal. La primera
consiste en recabar ingresos, de las maneras previstas por la ley y a través de los servicios
públicos respectivos, para el financiamiento de la actividad estatal. La segunda consiste en gastar
los fondos públicos, de la manera prevista por la ley, financiando la actividad estatal. Entre una y
otra etapa media la planificación del gasto público propiamente tal, que como hemos visto es una
actividad gubernativa y discrecional que el Presidente lleva a cabo mediante la elaboración de la
Ley de Presupuestos y con la asesoría técnica de la Dirección de Presupuestos y sus contrapartes
técnicas en cada repartición pública. En contraposición a la planificación, las atribuciones
correspondientes a recaudar las rentas públicas y ejecutar el gasto público son de carácter
administrativo, pues en este caso el Presidente se limita a ejecutar el mandato legal que le
instruye cómo recabar fondos y cómo gastarlos.
Cómo parece evidente, toda la actividad estatal, para el cumplimiento de sus fines necesita
realizar o ejecutar gastos. Si se examina con cuidado el gasto que implica la actividad estatal está
destinado mayoritariamente a la realización de actividades administrativas que corresponden al
Presidente y sus colaboradores. Ello se debe a, a lo menos, dos circunstancias:
(a) La actividades estatal prestacional es lleva a cabo por la administración. En este sentido,
sólo la administración realiza gastos que no son destinados al mero funcionamiento de los
órganos, como es el caso del Congreso Nacional o el Poder Judicial, sino que son
destinados a la prestación de servicios a la comunidad, como la construcción de obras
públicas, la prestación de servicios de salud y educación, la construcción de viviendas
sociales, entre otros servicios públicos.
(b) El tamaño del aparato administrativo es mayor que el resto de los órganos del Estado, lo
que lleva a que, incluso para su mero funcionamiento, la magnitud del gasto necesario sea
mayor.
En esta materia, y en línea con lo ya dicho sobre la conducción de la política fiscal como
atribución gubernativa, es necesario reiterar que rige el principio de la legalidad del gasto. Dicho
principio es una concreción del principio de la legalidad de la administración que, en este caso,
establece que todo el gasto público deberá ajustarse a la Ley de Presupuestos. El artículo 100 de

36
la Constitución establece la principal concreción de este principio, exigiendo para el pago fiscal,
su establecimiento por ley:
Las Tesorerías del Estado no podrán efectuar ningún pago sino en virtud de un decreto o resolución
expedido por autoridad competente, en que se exprese la ley o la parte del presupuesto que autorice
aquel gasto.
Sin embargo, como ya se señaló existen ciertas excepciones. Adicionalmente a la excepción de
gasto que contempla la dictación del decreto de emergencia económica, existe otra forma de
alteración del gasto público, consistente en la contratación de empleados. Dicha contratación
deberá respetar las partidas presupuestarias originalmente asignadas a cada servicio público y no
permite traspasos de una partida a otra (art. 32 Nº 20).
Cualquier infracción a la legalidad del gasto que no este expresamente autorizada por la
Constitución o cualquier infracción a las autorizaciones constitucionales acarrea la
responsabilidad de los funcionarios que hayan autorizado dicho gasto ilegal, según lo establecido
por el artículo 32 Nº 20:
Los Ministros de Estado o funcionarios que autoricen o den curso a gastos que contravengan lo
dispuesto en este número serán responsables solidaria y personalmente de su reintegro, y culpables del
delito de malversación de caudales públicos.
(D) CONCEDER PRESTACIONES DE SEGURIDAD SOCIAL PARA EL SECTOR PÚBLICO: Ya vimos que el
Presidente, entre sus atribuciones gubernativas, puede entregar pensiones de gracia. También
señala el artículo 32 Nº 11 de la Constitución que el Presidente puede conceder prestaciones de
seguridad social para el sector público; más específicamente, puede conceder jubilaciones,
retiros y montepíos. Esta atribución pertenece al ámbito administrativo, pues el Presidente carece
de discrecionalidad prudencial y se limita a ejecutar algo ya previsto: en efecto, estas
prestaciones se encuentran previstas por los regímenes legales, reglamentarios y contractuales de
los beneficiarios, y el rol del Presidente consiste en implementar su entrega mediante decreto. La
jubilación es una remuneración percibida por el funcionario que ha cesado en sus funciones por
edad o enfermedad, género del cual el retiro consiste en una especie caracterizada por
corresponder a los funcionarios de las Fuerzas Armadas y Carabineros. El montepío, por su
parte, consiste en una pensión destinada a los hijos o cónyuge del funcionario que hubiese
fallecido. Una exégesis sistemática concluye que se trata de prestaciones de seguridad social para
el sector público, puesto que no corresponde al Presidente la entrega de dichas prestaciones para
el sector privado. Esta exégesis se ve respaldada por la estructura el artículo 65 Nº 4, el cual al
indicar qué materias son de iniciativa exclusiva del Presidente distingue, por un lado, la fijación,
modificación, concesión o aumento de las prestaciones sociales de los funcionarios públicos,
donde se enumeran las que son materia de nuestro análisis, y por el otro, la regulación de las
remuneraciones y beneficios de los trabajadores del sector privado.
III. ATRIBUCIONES NOMOGENÉTICAS. El Presidente participa de la potestad
nomogenetica; es decir, de la potestad de crear normas. El Presidente es el único órgano que
participa en la creación de cada una las tres categorías fundamentales de normas en nuestro
ordenamiento jurídico: normas de rango constitucional; normas de rango legal; y normas de
rango reglamentario. Ahora bien, según lo dicho en el anterior volumen, el eje en torno al cual
gira nuestro sistema normativa es la categoría de ley; tanto la Constitución como el reglamento
se definen y se operativizan desde la perspectiva de ella. La Constitución, desde la perspectiva de
la concepción material de constitución kelseniana, es una norma sobre la producción de normas,
particularmente de leyes; el reglamento es una categoría normativa subordinada a la ley, a la cual

37
puede ejecutar, pero no puede sustituir, en tanto que la ley sí puede sustituir al reglamento
emanado de la potestad reglamentaria autónoma. Otra razón adicional hace de la ley el centro de
nuestro sistema normativo: en nuestra Constitución, tanto la creación de las normas que le son
superiores –las normas constitucionales–como la creación de las normas que le están
subordinadas –las normas reglamentarias– están conceptualizadas en relación a la ley.
En consecuencia, debido a la centralidad de la ley, comenzaremos este examen por dicha fuente
normativa. Revisaremos aquí las siguientes atribuciones: (A) participar del proceso de formación
de la ley; (B) solicitar y dictar legislación delegada; (C) participar del proceso de reforma
constitucional, y consultar a la ciudadanía a través de plebiscito; y (D) ejercer la potestad
reglamentaria.
(A) PARTICIPAR DEL PROCESO DE FORMACIÓN DE LA LEY: El artículo 32 Nº 1 establece que el
Presidente de la República, al igual que el Congreso Nacional según el artículo 46, concurre a la
formación de las leyes, las sanciona y las promulga. El Presidente, en consecuencia, tiene la
calidad de colegislador; rol que en el presidencialismo norteamericano, por ejemplo,
simplemente no existe. En esta materia, el Presidente tiene una serie de atribuciones específicas
que no están contempladas en el artículo 32. Ellas incluyen:
(a) La iniciativa legislativa, mediante la presentación de proyectos de ley (art. 65), lo cual
incluye una amplísima esfera de iniciativa exclusiva en diversas materias (art. 65 inc. 4º);
(b) La presentación de indicaciones durante la discusión del proyecto de ley por cualquiera de
las dos cámaras (art. 69);
(c) La participación de sus ministros, con preferencia para hacer uso de la palabra, en el debate
parlamentario (art. 37);
(d) La posibilidad de presentar urgencias; es decir, “hacer presente la urgencia en el despacho
de un proyecto de ley, en uno o en todos sus trámites” (art. 74);
(e) La sanción de la ley, consistente en la prerrogativa presidencial de aprobar o rechazar el
proyecto de ley despachado por el Congreso Nacional (art. 72);
(f) La posibilidad de vetar un proyecto de ley, ya sea total o parcialmente, o bien agregando
nuevas disposiciones (art. 73);
(g) La promulgación de la ley (art. 72), que efectúa a través de un decreto promulgatorio.
(B) SOLICITAR Y DICTAR LEGISLACIÓN DELEGADA: El Presidente también puede solicitar al
Congreso Nacional autorización para dictar decretos sobre materias que correspondan al
dominionde la ley, decretos a los cuales la Constitución les atribuye rango o fuerza de ley. De ahí
que esta legislación delegada sea conocida como decretos con fuerza de ley.
En cuanto a las atribuciones del Presidente en esta materia, cabe señalar que su autorización
constitucional involucra dos acciones distintas. En primer lugar, está autorizado para solicitar la
delegación legislativa, pudiendo presentar un proyecto de ley conducente a tal efecto (art. 64).
En segundo lugar, podrá dictar el correspondiente decreto con fuerza de ley (art. 32 Nº 3), con
sujeción a las reglas contempladas por la propia Constitución para este caso y a las instrucciones
contenidas en la ley delegatoria.
(C) PARTICIPARDEL PROCESO DE REFORMA CONSTITUCIONAL, Y CONSULTAR A LA CIUDADANÍA A
TRAVÉS DE PLEBISCITO: Esta atribución podría también ser localizada en la categoría de

38
atribuciones gubernativas, debido a que ella permite resolver una discrepancia entre el Congreso
Nacional y el Presidente. Sin embargo, debido a que ella incide en la modificación de la ley
constitucional, hemos preferido incluirla aquí para lograr mayor sistematicidad en el tratamiento
que del tema hacemos.
Lo primero que debemos señalar es que el ejercicio de la potestad de reforma constitucional, en
virtud del artículo 127, inciso 3º, se sujeta al proceso de formación de la ley regulado en el
Capítulo V, y que estudiaremos en lo fundamental más adelante. Una de las diferencias más
importantes del ejercicio de la potestad de reforma constitucional respecto del proceso legislativo
propiamente tal es la posibilidad que existe en el caso en examen de convocar a plebiscito. Tal
atribución se enmarca dentro de las atribuciones nomogenéticas del Presidente, en la medida que
el plebiscito es uno de los trámites posibles de dicho procedimiento, mediante el cual el
Presidente puede intentar oponerse a la voluntad del Congreso, apelando a la ciudadanía para que
juzgue el desacuerdo entre ambos poderes del Estado.
El Presidente, según el artículo 32 Nº 4, sólo está habilitado para convocar plebiscito en el caso
establecido en el artículo 128 y, por tanto, en principio, no puede recurrir a este mecanismo en
otro momento.5 El caso establecido en el artículo 128 requiere de la concurrencia simultánea de
dos circunstancias. En primer lugar, que el Presidente hubiese rechazado un proyecto de reforma
constitucional aprobado con los quórums respectivos por ambas cámaras. En segundo lugar, que
el Congreso Nacional insistiera en su aprobación por las dos terceras partes de sus miembros en
ejercicio, quórum exigido incluso respecto de aquellas disposiciones que requieren un quórum de
reforma menor.
Cuando el Presidente se encuentra en ese caso, tiene dos alternativas. Puede decidir promulgar el
proyecto de reforma, cediendo de esta manera ante la insistencia del Congreso; o puede elegir
consultar a la ciudadanía mediante un plebiscito.
Este plebiscito puede ser analizado desde dos perspectivas: desde su rol como herramienta de
participación ciudadana, y desde su rol institucional para solucionar conflictos entre órganos del
Estado.
Desde la primera perspectiva, el plebiscito es una institución de democracia directa, en virtud de
la cual es directamente la ciudadanía quien toma una decisión relativa a la creación de una
norma. Pero debe observarse que el rol de la ciudadanía es un rol pasivo, pues no participa en la
determinación del contenido de la reforma constitucional que se discute. Es directamente el
Presidente, e indirectamente el Congreso Nacional, quien le somete a la ciudadanía un texto que
debe aprobar o rechazar.
Aquí, el plebiscito se presenta como una herramienta ciudadana para el contrapeso y la
corrección de las decisiones de los representantes. En ciertos casos las decisiones de los
representantes pueden no coincidir con la voluntad popular; e instrumentos de participación
como el plebiscito, cuando la decisión es de particular trascendencia, pueden controlarla para
poder corregir el déficit de identidad material entre la actuación del Estado y la voluntad del
pueblo. Recuérdese que el principio de la democracia exige que la actuación del Estado debe
poder imputarse a una decisión del pueblo.

5
Pero véase La Constitución tramposa: 103-161.

39
Desde la segunda perspectiva, el plebiscito esta pensado en la Constitución como una
herramienta especial para resolver un conflicto entre el Presidente y el Congreso. Es especial
dado que sólo puede recurrirse a ella en el caso de la reforma constitucional. Es una herramienta
de solución de conflictos dado que, ante la oposición entre los órganos colegisladores, se somete
al arbitrio de un tercero para que resuelva que posición debe prevalecer.
Sin embargo, sería sesgado señalar que esta atribución es imparcial. Ella está establecida a favor
del Presidente de la República. Ello por tres razones. En primer lugar, sólo el Presidente puede
recurrir a ella. En segundo lugar, debido a que es una atribución presidencial, el Presidente puede
decidir acudir a ella o bien omitir tal trámite allanándose a la posición del Congreso. En tercer
lugar, y vinculado con lo anterior, el Presidente está en una buena posición para poder preveer
los resultados del plebiscito, por lo que no lo utilizará cuando vea con certeza que sufrirá un
revés, considerando que simbólicamente puede significar tanto como una derrota electoral.
(D) EJERCER LA POTESTAD REGLAMENTARIA: El artículo 32 Nº 6 establece la potestad reglamentaria
del Presidente de la República. Esta potestad normativa del Presidente, está establecida
claramente con dos supuestos. El primero de ellos es la potestad reglamentaria autónoma, la
cual autoriza al Presidente a dictar decretos, reglamentos e instrucciones “en todas aquellas
materias que no sean propias del dominio legal”. El segundo es la potestad reglamentaria de
ejecución, la cual autoriza al Presidente a dictar los demás reglamentos, decretos e instrucciones
que crea convenientes para la ejecución de las leyes”.
Además de la dictación de normas reglamentarias, la Constitución le entrega al Presidente la
atribución de insistir en la realización, por parte de la Contraloría General de la República, del
trámite de toma de razón de un decreto contemplado por la Constitución, trámite que
estudiaremos a propósito de este órgano. Aquí basta con señalar que la insistencia de un decreto
que ha sido objeto de representación por parte de la Contraloría es una atribución del Presidente
de la República que requiere para su eficacia la firma de todos sus ministros. Puede discutirse si
esta atribución forma parte del ejercicio de la potestad reglamentaria o si es una atribución que
tiene autonomía respecto de ella. Fuera de duda, eso sí, se encuentra el que ella participa de un
procedimiento de creación de normas.
IV. ATRIBUCIONES DE CONTROL. La autoridad del Presidente de la República, como hemos
visto, se extiende a todo cuanto tiene por objeto la conservación del orden público en el interior.
No es de extrañar, en consecuencia, que tenga una importante función constitucional de controlar
el desempeño de otros órganos en el ejercicio de sus respectivas competencias. Esta atribución es
constitucionalmente inmanente a su cargo en el caso de la Administración del Estado, debido a
que allí, según hemos dicho, actúa bien como superior jerárquico, bien ejerciendo una función de
supervigilancia. En este caso, los mecanismos para hacer efectivo tanto el control de la actividad
administrativa como la revisión de los actos que contraríen las reglas y principios administrativos
y la sanción de los funcionarios que incumplan sus deberes, están cuidadosamente reglamentados
por las leyes respectivas, lo cual incluye a la Ley Nº 18.575 de Bases Generales de la
Administración del Estado, la Ley Nº 19.880 de Procedimiento Administrativo, y las leyes
orgánicas de cada institución. En cambio, debido a que respecto de órganos constitucionales que
no forman parte de la Administración rige en principio y como regla la independencia mutua de
los órganos, se hace necesario establecer excepciones expresas que le permitan al Presidente
intervenir en el control de la labor de dichos órganos. Esto significa, lógicamente, que allí donde
la Constitución no le ha entregado una atribución de control al Presidente –por ejemplo, respecto

40
del desempeño de la función fiscalizadora de los diputados, o respecto de la conducta ministerial
de los jueces del Tribunal Constitucional–, el Presidente no puede atribuírsela.
(A) CONTROLAR LA CONDUCTA DE LOS JUECES: Es una función del Presidente de la República
“velar por la conducta ministerial de los jueces y demás empleados del Poder Judicial” (art. 32 nº
13). Esta atribución del Presidente de la República constituye una alteración al principio general
de la independencia judicial. Sin embargo, dicha alteración está matizada por la naturaleza de la
causal de intromisión. La conducta ministerial de los jueces y demás empleados del Poder
Judicial es aquella que se refiere a su recto desempeño funcionario. La conducta privada de los
mismos funcionarios queda fuera del ámbito de competencias del Presidente, y está además
comprendida dentro del derecho fundamental a la intimidad. También queda fuera de la esfera de
cuidado del Presidente la evaluación del contenido de las actuaciones judiciales, pues el
Presidente no puede avocarse causas pendientes ni revisar los fundamentos o contenidos de las
resoluciones judiciales (art. 76). En consecuencia, el espectro de situaciones ubicada bajo la
mirada del Presidente es muy estrecho, y se relaciona con la fiscalización o control del buen
comportamiento que, de acuerdo al artículo 80 de nuestra Constitución, es condición para la
permanencia en el cargo de los jueces. Están reñidas con dicho buen comportamiento conductas
tales como las tipificadas por el Código Penal en su Libro II, Título V, bajo el epígrafe ‘De los
crímenes y simples delitos cometidos por empleados públicos en el desempeño de sus cargos’,
los que incluyen la usurpación de atribuciones, la prevaricación, los fraudes y exacciones
ilegales, y los abusos contra particulares, entre otros. Pero también son contrarias al buen
comportamiento constitucionalmente exigido las acciones que el juez o empleado realice en el
ejercicio de sus funciones y que, incluso sin estar tipificadas, estén más allá de sus atribuciones
legales (art. 7), o estén reñidas con la probidad y la transparencia que todo funcionario debe
observar (art. 8).
En esta materia, la Constitución entrega al Presidente la atribución de:
(a) requerir a la Corte Suprema que declare el mal comportamiento del funcionario en
cuestión, lo que podrá acarrear su remoción, conforme al artículo 80 inciso 3º; y
(b) requerir al Ministerio Público que reclame medidas disciplinarias al tribunal competente o
entable acusación penal.
El Presidente no puede tomar, por lo tanto, medidas directas respecto del juez o funcionario.
(B) CONTROLAR LA CONDUCTA DEL FISCAL NACIONAL: En una manera similar, el Presidente detenta
la atribución de requerir a la Corte Suprema la remoción del Fiscal Nacional o de uno o más de
los fiscales regionales, fundado en las siguientes causales (art. 89):
(a) incapacidad;
(b) mal comportamiento; y
(c) negligencia manifiesta en el ejercicio de sus funciones.
(C) ACTIVAR EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD: El Presidente de la República es uno de los
sujetos habilitados para formular requerimientos ante el Tribunal Constitucional. Los supuestos
en que el Presidente tiene legitimación para requerir están contemplados en el artículo 93, y
serán estudiados al hablar de este organismo.

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Estatuto orgánico del Presidente de la República
Tras haber estudiado las atribuciones que definen funcionalmente el rol del Presidente al interior
de nuestro orden constitucional, estudiaremos ahora la regulación orgánica que de dicha
autoridad hace nuestra ley fundamental. Desde luego, esta regulación incide poderosamente en la
forma en que dichas atribuciones son utilizadas en la dinámica política; de estas reglas depende
quiénes son elegibles para el cargo, cuánto tiempo se desempeñan en él, qué posibilidades tienen
de volver a desempeñarlo, entre otras materias.
Al respecto, inmediatamente tras haber conceptualizado de manera general la función del
Presidente en su artículo 24, nuestra Constitución determina en su artículo 25 el fundamento de
la legitimidad democrática del Presidente, señalando los requisitos para ser elegido Presidente de
la República. Esta determinación es consonante con el artículo 4º de nuestra Constitución, que
establece que Chile es una república democrática. Junto a ello, la Constitución establece los
requisitos que se requiere contar para ser elegido en tal condición: nacionalidad chilena, 35 años
de edad, y poseer las demás calidades para ser ciudadano con derecho a sufragio.
En primer lugar, para poder ser elegido Presidente, el aspirante a dicha investidura debe tener la
nacionalidad chilena, la cual debe gozar de acuerdo a lo dispuesto en los números 1º ó 2º del
artículo 10. Esto significa que su nacionalidad debe haberse obtenido por nacimiento (‘ius solii’)
o por parentesco (‘ius sanguinis). Quedan excluidos, así, los supuestos de nacionalidad por carta
(art. 10 Nº 3) y por gracia (art 10 Nº 4).
No existe discusión alguna respecto de que para optar al cargo de Presidente se requiere un grado
de compromiso con el Estado que sólo es posible encontrar en una persona con la nacionalidad
de dicho Estado. Sólo un chileno puede gobernar Chile, un extranjero no puede hacerlo. Sin
embargo, la diferenciación entre los nacionales debe estar justificada, pues nuestra Constitución
prohíbe las diferencias arbitrarias (art. 19 Nº 2), esto es, aquellas que carecen de un fin legítimo o
de idoneidad respecto de un fin legítimo. En ese sentido, habiendo una presunción de igualdad de
derechos entre todos los nacionales, sea cual sea el fundamento de su nacionalidad, la exclusión
de quienes han obtenido su nacionalidad por carta o por gracia del derecho de postularse a este
cargo debe contar con una justificación que resulta difícil de identificar.
En segundo lugar, para poder ser elegido Presidente, el aspirante debe tener cumplidos treinta y
cinco años de edad al día de la elección. La racionalidad aparente de dicho requisito consiste en
la exigencia de experiencia y prudencia en la persona del gobernante. Dicho propósito parerce
inconsistente con el principio democrático, que exige la más amplia libertad para el cuerpo
electoral para elegir a sus autoridades. Desde luego, también puede ser cuestionada la idoneidad
de dicho requerimiento para alcanzar dicho propósito, puesto que es sabido que la edad no es
garantía de experiencia; más idóneo hubiese sido el exigir que el Presidente hubiese
desempeñado previamente algún otro cargo de elección popular, o incluso el establecer una
comisión evaluadora de los candidatos presidenciales. Estas ideas permiten, desde luego,
evidenciar lo contrario al principio democrático que es la exigencia de un determinado requisito
en la persona del Presidente. Ahora bien, a diferencia de la diferenciación consistente en el
fundamento de la nacionalidad, que es un asunto inmutable, el requisito de la edad es, al menos,
transitorio.
Por último, para poder ser elegido Presidente el candidato debe poseer las demás calidades
necesarias para ser ciudadano con derecho a sufragio. Ellas consisten en, por un lado, los
requisitos para ser ciudadano y, por otro, no tener suspendido el derecho a sufragio. Los

42
requisitos para ser ciudadano apuntan a que el aspirante no haya perdido la ciudadanía; esto es,
que no se cumplan respecto de él alguno de los supuestos de pérdida de la ciudadanía. Estos
supuestos son: condena a pena aflictiva; condena por delitos que la ley califique como conducta
terrorista; y condena por delitos relativos al tráfico de estupefacientes y que hubieren merecido,
además, pena aflictiva. La ciudadanía perdida puede ser, sin embargo, recuperada (art. 17). Los
requisitos para no tener suspendido el derecho a sufragio, suponen la ausencia de los supuestos
de suspensión de derecho a sufragio. Estos supuestos son: interdicción en caso de demencia;
hallarse acusado por delito que merezca pena aflictiva o por delito que la ley califique como
conducta terrorista; y haber sido sancionado por el Tribunal Constitucional en conformidad al
inciso 7º del número 15º del artículo 19 (art. 16).
Tras identificar los requisitos para ser elegido Presidente, el artículo 25 de la Constitución
establece en su inciso 2º que el término o período de duración de cada titular en el cargo de
Presidente de la República será de cuatro años. Esta cifra ha sido objeto de varias modificaciones
a partir del restablecimiento de la normalidad institucionalidad en 1990. El mandato presidencial
de cuatro años pareciera ser el periodo más corto concebible durante el cual puede,
razonablemente, extenderse un mandato presidencial. Su brevedad puede ser vista positivamente,
ya que mantiene a la institución presidencial arraigada a una constante renovación de su mandato
electoral. Por otro lado, ella también tiene un aspecto negativo, consistente en que ofrece breves
tiempos para la gestión presidencial, lo cual dificulta la realización de programas presidenciales
ambiciosos y la planificación de largo plazo desde la Presidencia.
Ahora bien, es interesante observar que la existencia de períodos de gobierno preestablecidos por
la Constitución es una característica de los regímenes presidenciales. Ella ha sido criticada por
generar una rigidez en la mantención de los gobiernos, al margen de su popularidad y su éxito en
la gestión:
La rigidez del presidencialismo está dada por el hecho de que el principal centro de poder tiene un
mandato por un término fijo, inflexible y normalmente largo (aunque raramente tan largo como ocurre
en la Argentina). El Presidente debe gobernar por cuatro, cinco, seis años, cualquiera sea la evolución
–durante ese periodo– de su salud física y mental, de su popularidad y credibilidad, de su capacidad
para generar ideas políticas y para implementarlas en acuerdo con los otros centros de poder formal o
informal... La destitución del Presidente también es sumamente problemática, ya que el juicio político
–a diferencia de la censura en un gobierno parlamentario o mixto– es precisamente un juicio que
requiere acusación y prueba de mala conducta, y tales mayorías parlamentarias para tal acusación y la
condena (dos tercios de cada Cámara en la Argentina), a diferencia de la censura parlamentaria, que
exige necesariamente la aquiescencia del propio partido a que pertenece el Presidente. Esto es
prácticamente imposible, por el control que el Presidente –generalmente, también jefe formal del
partido– suele tener sobre los parlamentarios afines y porque, para éstos, acceder a la destitución de su
líder partidario es una suerte de suicidio político, debido al deterioro de la imagen del partido cuando
su líder se desacredita y al arrastre que ello suele tener en próximas elecciones parlamentarias. Por
cierto que esto explica que, como dije, en Estados Unidos sólo se hayan iniciado dos juicios políticos
contra presidentes, y que ninguno de los dos concluyera con la destitución (en uno, el del primer
Johnson, la destitución fue rechazada por un voto del Senado, y en el caso de Nixon fue impedida por
su renuncia) y que en Argentina nunca fue posible un juicio político al Presidente a pesar de nuestra
tumultuosa historia.6
Existen, además del supuesto recién revisado, otros supuestos, en los que la duración del cargo
de un Presidente no se extenderá durante cuatro años, sino durante un periodo más corto. Ellos

6
Fundamentos de derecho constitucional: 633-634.

43
son los supuestos de reemplazo del Presidente de la República y del Presidente electo. En dichos
casos el Presidente de la República durará en su cargo hasta completar el período que restaba al
Presidente que dejó vacante el cargo o del Presidente electo que no pudo asumir en el cargo (arts.
28 inc. 2 y 29 inc. 5).
El artículo 25 inciso 2º establece también que el Presidente en ejercicio no podrá ser reelegido
por la ciudadanía para desempeñar el mismo cargo durante el período inmediatamente siguiente
al de su ejercicio. No hay, en cambio, inconvenientes para que el mismo ciudadano o ciudadana
sea reelegido en un periodo subsiguiente. Desde la reforma constitucional de 1871 que prohibió
la reelección presidencial inmediata, sólo dos ciudadanos han logrado llegar en dos ocasiones a
la Presidencia a través de elecciones abiertas y competitivas: Arturo Alessandri, quien accedió a
dicha institución en 1920 y 1932; y Michelle Bachelet, quien resultó ganadora en las elecciones
de 2006 y 2014.
Diversos argumentos justifican la prohibición de reelección inmediata. Estos incluyen evitar que
el Presidente se concentre en reelegirse, dejando de lado las labores propias de su cargo; y evitar
que el Presidente sea candidato al mismo tiempo, instándolo a que abuse de su poder para lograr
la reelección. Por otro lado, la posibilidad de reelección solucionaría los inconvenientes de la
breve duración del mandato presidencial, manteniendo la sujeción de la Presidencia a un acotado
calendario electoral. Esta es la solución adoptada, por ejemplo, por el sistema presidencial de los
Estados Unidos.
Estudiaremos ahora la legitimación democrática del Presidente. ¿Cómo se determina el momento
de la elección del Presidente? Es interesante observar al respecto que nuestro actual orden
constitucional se caracteriza por un rígido compromiso con la existencia de un calendario
electoral estable y predecible. En esto, hay un marcado cambio respecto de la Constitución de
1925. El calendario electoral durante la vigencia de este texto cambió constantemente, debido a
que dicha Constitución permitía la realización de elecciones especiales para el reemplazo de
parlamentarios que hubiesen renunciado o fallecido, y establecía que para el reemplazo del
Presidente que falleciera se elegiría a un nuevo Presidente por un término presidencial completo.
Esto último explica que la fecha de elección de los Presidentes haya cambiado en dos ocasiones,
con la muerte de los presidentes Aguirre Cerda y Ríos Morales, consolidándose tras el
fallecimiento de este último en el 4 de septiembre.
Nuestra Constitución, en cambio, prohíbe las elecciones parlamentarias especiales o
complementarias, y establece que en caso de fallecimiento, renuncia o destitución del Presidente
se elegirá a un Presidente por el período restante del reemplazado. Adicionalmente, el artículo 26
inciso 1º establece dos requisitos en la materia. Esta disposición establece que la elección deberá
realizarse noventa días antes de aquél en que deba cesar en el cargo el Presidente que esté en
funciones si ese día toca domingo. Si no es así, se realizará el domingo inmediatamente siguiente
(la elección presidencial en todos sus supuestos se realiza un día domingo). Junto a ello,
establece que la elección deberá efectuarse conjuntamente con la elección de parlamentarios. La
simultaneidad de las elecciones logra evitar elecciones parlamentarias intermedias a la gestión
del Presidente. Adicionalmente, ella tiende a la obtención de gobiernos con mayoría en el
Congreso; y tiende a obligar a los parlamentarios a estrechar vínculos con el Presidente durante
el proceso electoral, fortaleciendo su liderazgo.
Sin embargo, la elección podrá realizarse en otro momento en las siguientes circunstancias:

44
(a) en el caso del ballotage o segunda vuelta, caso en el cual la nueva votación se verificará, el
trigésimo día después de efectuada la primera, si ese día correspondiere a un domingo, y si
así no fuere, el domingo inmediatamente siguiente al referido trigésimo día (art. 26 inc. 2º).
(b) en el caso de que el Presidente electo no pueda asumir en el cargo (art. 28 inc. 2º); y
(c) en el caso de que el cargo de Presidente se encuentre vacante y falten más de dos años para
que termine el periodo (art. 29 inc. 4º).
La forma de la elección del Presidente es la votación directa (art. 26 inc. 1º). El método de la
votación directa se opone al método de la votación indirecta que es el consagrado, por ejemplo,
en la Constitución de los Estados Unidos, así como en la Constitución de 1833.
En la votación directa son los ciudadanos quienes eligen al Presidente entre quienes hayan
postulado a dicho cargo. En la votación indirecta los ciudadanos votan por electores, que a su
vez conformarán un cuerpo electoral más reducido, encargado de elegir al Presidente. La
elección indirecta, si bien en el pensamiento de los fundadores de la república norteamericana
aspiraba a limitar la influencia del pueblo en la selección del Presidente, en la práctica
contemporánea no parece generar resultados distintos a los de un régimen de sufragio directo
(salvo los ocasionales casos en que un candidato que triunfa en el voto popular pierde en la
elección, como en Estados Unidos el 2000), dado que los electores finalmente votan por el
candidato que han apoyado antes de la votación, y los ciudadanos votan por electores que
respalden oficialmente al candidato a Presidente de su preferencia. Tanto es así, que el nombre
de los electores es difícilmente conocido por los ciudadanos.
Para ser electo, un candidato deberá obtener la preferencia de la mayoría de los sufragios
validamente emitidos (art. 26 inc. 1º). Existe una diferente terminología entre este inciso 1º y el
inciso 2º referido al ballotage en lo que se refiere al cálculo de la votación. En el primer caso, se
habla de votos validamente emitidos y en el segundo de mayor número de sufragios. Ello no es
relevante en la medida que el inciso 3º del mismo artículo establece que para estos efectos los
votos validamente emitidos son aquellos que expresan una preferencia a favor de un candidato.
El ballotage o segunda vuelta es una formula para determinar cuál es el candidato que accederá
al cargo que se elige cuando ninguno de los candidatos ha obtenido la mayoría necesaria.
Consiste en seleccionar a los dos candidatos más votados y hacer una segunda elección,
excluyendo de ella a los demás candidatos. Quien obtenga la mayor cantidad de sufragios en esta
segunda elección, resultará electo para el cargo (art. 26 inc. 2º). Esta fórmula representa una
innovación respecto de la Constitución de 1925, en la cual era el Congreso Pleno la instancia
habilitada para dirimir el resultado de aquella elección presidencial en la cual no hubiese una
mayoría absoluta. Esto marca una evolución constante de nuestro sistema constitucional hacia la
vinculación directa del Presidente con el electorado, desde la Constitución de 1833, en la cual no
existía tal vínculo, pasando por la Constitución de 1925, donde dicho vínculo se pierde en
ausencia de mayorías absolutas, y llegando a la Constitución de 1980, donde sólo la hipótesis de
reemplazo del Presidente a menos de dos años del término de su período presidencial posibilita
una elección indirecta del Presidente.
Para que proceda el ballotage se requiere, entonces:
(a) que se trate de una elección presidencial. El balotaje no está previsto para otra elección en
la legislación chilena;
(b) que se presenten a la elección presidencial más de dos candidatos; y

45
(c) que ninguno de ellos obtenga la más de la mitad de los sufragios validamente emitidos.
El inciso 4º del artículo 26 regula el caso en que uno o ambos candidatos mueren después de la
primera elección, pero antes de haberse celebrado la segunda elección. En ese caso:
el Presidente de la República convocará a una nueva elección dentro del plazo de treinta días, contado
desde la fecha del deceso. La elección se celebrará el domingo más cercano al nonagésimo día
posterior a la convocatoria.
Posteriormente a la realización del acto electoral, vendrá la calificación de la elección y la
proclamación del Presidente electo. La calificación de la elección ha sido definida como la labor
de
apreciar o determinar las calidades de ellas y las circunstancias en que se ha realizado, a fin de
establecer si se han seguido fielmente los trámites ordenados por la ley y si el resultado corresponde a
la voluntad realmente manifestada por el elector, en una decisión libre y sin coacciones […] establecer
si la elección se ha verificado en conformidad a las disposiciones que la rigen y así poder declararlo,
no sólo quienes han resultado elegidos, sino también si lo han sido legítimamente.7
El Tribunal Calificador de Elecciones deberá terminar el proceso de calificación de la elección
presidencial dentro de los quince días siguientes a la elección, ya sea de la primera votación o del
balotaje (art. 27 inc. 1º). Una vez concluida la calificación, el Tribunal proclamará al Presidente
electo y comunicará dicha proclamación al Presidente del Senado de inmediato (art. 27 inc. 2º).
Será el Presidente del Senado, ante el Congreso Pleno, quien tomará conocimiento formal de
dicha proclamación e investirá al Presidente de la República formalmente en sus funciones. Con
anterioridad a esta instalación, y posterioridad a su proclamación por el Tribunal Calificador de
Elecciones, el candidato tendrá la condición de Presidente electo. Si por algún motivo el
Presidente electo se hallare impedido para tomar posesión del cargo, asumirá, mientras tanto, con
el título de Vicepresidente de la República, el Presidente del Senado; a falta de éste, el Presidente
de la Cámara de Diputados, y a falta de éste, el Presidente de la Corte Suprema (art. 28 inc. 1º).
Si el Presidente electo fuese objeto de un impedimento absoluto o indefinido, se llevará a cabo el
mecanismo de reemplazo previsto constitucionalmente y que estudiaremos en breve.
Para que el Presidente electo pueda asumir sus funciones como Presidente de la República se
requiere de su investidura regular (art. 7). Quien se halle investido de la manera contemplada en
dichos artículos asumirá las funciones de Presidente de la República (art. 27 inc. 4).
Adicionalmente, según el artículo 31 de la Constitución, además ejercen las atribuciones que se
le confieren al Presidente de la República:
(a) El Presidente reemplazante que es nombrado por el Congreso Pleno; y
(b) El Vicepresidente, que ejerce el cargo de Presidente mediante subrogación.
El sentido de este artículo, que enfatiza que dichas autoridades “tendrán todas las atribuciones”,
es no dejar dudas respecto a la integridad del ejercicio de las atribuciones del Presidente de la
República que siempre serán ejercidas por una sola persona, quien ejercerá todas las atribuciones
presidenciales, evitando así la disminución de la posición del Presidente frente a otros órganos
estatales y la desperdigación de sus atribuciones.
La investidura del Presidente de la República cuenta con los siguientes elementos:

7
Tribunal Calificador de Elecciones, Rol Nº 117: considerando14º.

46
(a) El candidato debe haber sido ser proclamado como Presidente electo por el Tribunal
Calificador de Elecciones;
(b) Dicha proclamación debe ser comunicada al Presidente del Senado;
(c) El Congreso Pleno deberá tomar conocimiento de la proclamación del Presidente electo en
una sesión pública, realizada 90 días después de la primera o única elección (art. 27 inc.
3º);
(d) El Presidente electo, en dicha sesión prestará juramento o promesa de “desempeñar
fielmente el cargo de Presidente de la República, conservar la independencia de la Nación,
guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes” (art. 27 inc. 4º).
Inmediatamente tras prestar juramento o promesa, el Presidente electo se transformará en
Presidente de la República, asumiendo todas las funciones que le corresponden a éste (art. 27 inc.
4º).
Ahora bien, existen ciertas situaciones fácticas que, al imposibilitar que el Presidente desempeñe
transitoria o definitivamente dichas funciones, ameritan una respuesta institucional, la cuale está
contenida en la regulación de los mecanismos de subrogación y reemplazo. El Presidente de la
República puede ser subrogado cuando se encuentre temporalmente impedido de ejercer sus
funciones o reemplazado cuando su cargo se encuentre vacante (art. 29).
Veamos en primer lugar la institución de la subrogación. La subrogación es una institución
jurídica que garantiza que las funciones, atribuciones y responsabilidades del Presidente de la
República no queden abandonadas temporalmente cuando el Presidente se ve impedido
temporalmente de ejercerlas, atribuyéndoselas a otra persona. Las causales que hacen procedente
la subrogación en su cargo del Presidente de la República tiene en común el impedir
temporalmente el ejercicio de las funciones de su cargo. Ellas son tres (art. 29 inc. 1º):
(a) la enfermedad;
(b) la ausencia del territorio nacional; y
(c) otro grave motivo. Entre esos graves motivos, puede encontrarse la vacancia, en la medida
en que ella suscita la necesidad de contar transitoriamente con un subrogante del cargo.
El efecto de la subrogación es que otra persona asume temporalmente las funciones del cargo de
Presidente de la República, usando, sin embargo, el título de Vicepresidente de la República. A
fin de determinar la identidad de la autoridad que desempeñará dicho cargo, la Constitución en
su artículo 29 establece un orden de precedencia para subrogar al Presidente. El orden es el
siguiente:
(a) Los Ministros de Estado, según el orden de precedencia legal;
(b) El Presidente del Senado;
(c) El Presidente de la Cámara de Diputados; y
(d) El Presidente de la Corte Suprema.
El Vicepresidente tendrá las mismas atribuciones constitucionales que el Presidente (art. 31).
Una situación de ausencia o imposibilidad de ejercer el cargo que exceda a las identificadas en el
artículo 29 inciso 1º puede generar la vacancia, esto es, un hecho que impide de manera
definitiva el ejercicio de las funciones presidenciales por quien hasta ese momento ejercía como

47
Presidente de la República. Si los hechos que motivan la subrogación constituyen un
impedimento temporal, en la vacancia estamos típicamente frente a un impedimento definitivo.
Entre estos hechos que son constitutivos de vacancia del cargo de Presidente de la República se
encuentran los siguientes:
(a) inhabilidad sobreviniente;
(b) muerte;
(c) declaración de culpabilidad por el Senado en el contexto de una acusación constitucional
(art. 53);
(d) renuncia; y
(e) establecimiento de la responsabilidad del artículo 19 Nº 15, consistente en atentar contra el
régimen democrático y constitucional, declarada por el Tribunal Constitucional a través del
procedimiento previsto por el artículo 93 de la Constitución.
Según lo prescrito en el artículo 29 inciso 2º, una vez producida la vacancia, se realizará
inmediatamente la subrogación del Presidente de la República para, luego, proceder a su
reemplazo. El Presidente subrogante, o Vicepresidente, durará en el cargo hasta que el Presidente
reemplazante asuma en él. Así, los efectos de la vacancia son dos: subrogación, mientras se
procede a la elección que producirá un reemplazante; y reemplazo.
Ahora bien, existen dos supuestos en los cuales se puede producir la vacancia, conducentes a
distintas formas de reemplazo del Presidente. Ello está determinado por la fecha en la que la
vacancia se produce:
(a) Si faltan menos de dos años para la próxima elección presidencial el Congreso Pleno
elegirá un Presidente por la mayoría absoluta de los senadores y diputados en ejercicio, el
cual reemplazará al Presidente cuya ausencia ha ocasionado la vacancia (art. 29 inc. 3º).
Dicha elección se realizará conforme a las siguientes reglas:
La elección por el Congreso será hecha dentro de los diez días siguientes a la fecha de la vacancia y el
elegido asumirá su cargo dentro de los treinta días siguientes (art. 29 inc. 3º).
(b) Si la vacancia se produjere faltando dos años o más para la próxima elección presidencial,
se convocarán a nuevas elecciones (art. 29 inc. 4º). Dicha elección será convocada por el
Vicepresidente dentro de los diez primeros días de su mandato y para el sexagésimo día
después de la convocatoria, asumiendo su cargo el Presidente que resulte elegido el décimo
día después de su proclamación (art. 29 inc. 4º). Este último mecanismo será también el
empleado para reemplazar al Presidente electo cuyo impedimento para asumir sus
funciones fuese absoluto o de duración indefinida (art. 28 inc. 2º).
El Presidente electo mediante alguno de los métodos señalados reemplaza al Presidente anterior,
y en ese sentido, es un Presidente reemplazante. Ello puede concluirse fundamentalmente de que
su mandato durará hasta “completar el período que restaba a quien se reemplace” (art. 29 inc. 5º).
Sin embargo, el Presidente reemplazante tendrá todas las atribuciones que caracterizan al
Presidente de la República (art. 31), y también estará afecto a la regla que impide postular a la
reelección para el periodo presidencial inmediatamente siguiente (art. 29 inc. 5º).
En cuanto a la cesación en el cargo de Presidente de la República, este evento ocurre en dos
supuestos: al verificarse alguno de los supuestos de vacancia ya identificados; y al completarse el
período constitucionalmente previsto (art. 30). En este último caso, el titular que desciende de su

48
cargo accede a la dignidad oficial de Ex Presidente de la República. Al respecto cabe observar
que una de las características de una República Democrática es que el poder del Estado se ejerce
por autoridades temporales, quienes, luego de haber realizado su tarea por el tiempo que estaba
previsto, vuelven a ser ciudadanos idénticos a cualquier otro. Esa característica ha sido
distorsionada por esta institución de la dignidad de Ex Presidente de la República, de ciertos
contornos aristocráticos.
La dignidad oficial de Ex Presidente de la República se caracteriza por las siguientes notas: no es
un cargo, es decir, no confiere ninguna atribución o potestad; sin embargo, le otorga a su titular
dos privilegios asociados al desempeño de funciones públicas (art. 30 inc. 3º), consistentes en
fuero judicial (art. 61 incs. 2º-4º) y dieta o renta equivalente a la de un Ministro de Estado, salvo
cuando asuma alguna función remunerada con fondos públicos (art. 62); es una dignidad, lo que
le confiere a su titular consideración por parte del protocolo oficial; se adquiere de pleno derecho
e inmediatamente por parte de quien cesa en el cargo de Presidente al finalizar el período
constitucionalmente previsto (art. 30 inc. 2º).
Son requisitos para asumir la dignidad de Ex Presidente de la República haber sido Presidente de
la República, haber dejado el cargo de Presidente de la República, y haber desempeñado el cargo
por el periodo completo para el cuál fue elegido (art. 30 inc. 2º). También se debe contar con dos
requisitos negativos: no haber sido elegido Presidente producto de que el cargo haya estado
vacante; y no haber sido declarado culpable en juicio político (art. 30 inc. 4º). El primer requisito
negativo, evidentemente, no afecta a quien además ha ocupado el cargo de Presidente de la
República durante un período completo con anterioridad, o a quien lo ocupa posteriormente.
Respecto al segundo requisito negativo, es posible imaginar varias situaciones hipotéticas que
llevan a concluir que este requisito negativo no comprende requisitos de acceso a la dignidad,
sino causales de pérdida de la misma:
(a) Por ejemplo, piénsese en aquel Presidente de la República que, en su segundo periodo, es
declarado culpable en juicio político. Aquí, pese a tener la dignidad de Ex Presidente en
virtud del desempeño de su primer periodo, la pierde.
(b) Piénsese en aquel Presidente de la República que, pese a haber concluido su período, es
declarado culpable después de finalizado éste (art. 52 Nº 2 a). En este caso, pese a haber
gozado de la dignidad por un tiempo, la pierde.
(c) Piénsese en aquel Presidente de la República que es declarado culpable en juicio político y
destituido durante su período presidencial. En su caso, no cumple con el requisito de haber
cumplido con el período completo, así que ni siquiera puede acceder a la dignidad y a su
respecto, comprender este requisito como un requisito de acceso, es redundante.

49
CAPÍTULO III: MINISTROS DE ESTADO
Según hemos dicho, el Presidente cuenta para la realización de sus labores con múltiples
colaboradores, los que en última instancia comprenden a todos los funcionarios de los órganos de
la Administración del Estado. De entre todos estos colaboradores, los más importantes son los
Ministros.
Es en su condición de colaboradores del Presidente que se distingue el rol de los Ministros en
nuestro sistema del que tienen sus equivalentes en los sistemas parlamentarios. En dichos
sistemas, los Ministros tienen un rol constitucionalmente más relevante en virtud del así llamado
‘gobierno de gabinete’, arreglo institucional que le entrega un papel más relevante a los mismos
en la conducción política. Por ello, en un sistema parlamentario los Ministros son algo más que
meros colaboradores del Presidente. Al mismo tiempo, en dichos sistemas la posición de los
Ministros no sólo depende de la discreción política del Presidente, sino también de la confianza
del Parlamento, el cual a menudo puede revocar su mandato.
La característica de colaboradores del Presidente de los Ministros, en consecuencia, no
constituye simplemente un rasgo importante de la organización de nuestro sistema
administrativo, sino que también forma parte de los elementos que distinguen a nuestro sistema
político.

Estatuto personal de los Ministros de Estado


El artículo 33 de la Constitución proporciona la conceptualización más clara del rol de los
Ministros de Estado, señalando que son los “colaboradores directos e inmediatos del Presidente
de la República en el gobierno y administración del Estado”.
El mismo artículo 33 en su inciso 2º establece que entre los Ministros existirá un orden de
precedencia, que será fijado por la ley. Dicho orden de precedencia tiene relevancia, además de
consideraciones protocolares, para los supuestos de subrogación del Presidente de la República
(art. 29 inc. 1º). Está contenido en la modificación introducida por la Ley Nº 20.502, de 21 de
febrero de 2011, al Decreto con Fuerza de Ley Nº 7.912, de 30 de noviembre de 1927, conocido
como Decreto que Organiza las Secretarías del Estado. El orden en cuestión vigente es el
siguiente:
Artículo 1º. El Presidente de la República ejercerá el gobierno y administración del Estado por
intermedio de los siguientes Ministerios:
1° Interior y Seguridad Pública;
2° Relaciones Exteriores;
3° Defensa Nacional;
4° Hacienda;
5° Secretaría General de la Presidencia de la República;
6° Secretaría General de Gobierno;
7° Economía, Fomento y Turismo;
8° Planificación;
9° Educación;

50
10° Justicia;
11° Trabajo y Previsión Social;
12° Obras Públicas;
13° Salud;
14° Vivienda y Urbanismo;
15° Agricultura;
16° Minería;
17° Transportes y Telecomunicaciones;
18° Bienes Nacionales;
19º Energía, y
20º Medio Ambiente.
Esta normativa –que vino a actualizar la enumeración de Ministerios tras largos años en que se
creaban nuevos sin sistematizar la referencia aquí contenida– contempla, según se aprecia, veinte
órganos con el rango de Ministerio. Ahora bien, además de estos veinte Ministerios, existen dos
Ministros que no encabezan un Ministerio sino que son jefes superiores de un órgano diferente.
Ese es el caso del director del Servicio Nacional de la Mujer, órgano establecido mediante la Ley
Nº 19.023, y del presidente del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, órgano establecido en
la Ley Nº 19.891. La aparente discrepancia entre el estatuto orgánico de dichos órganos y el
estatus ministerial de sus máximas autoridades llevó a que en 2013 un ex presidente del Consejo
Nacional de la Cultura y las Artes renunciara a su cargo para postular al Senado con
posterioridad al plazo que la Constitución exige como requisito para dichas candidaturas en su
artículo 57, inciso final. La controversia ocasionada por dicho abuso del derecho fue resuelta por
el Tribunal Calificador de Elecciones, el cual resolvió que:
[L]a inhabilidad en la especie sería consecuencia de no haber renunciado el candidato impugnado al
cargo antes del año que antecede a la elección, y, también, de serle aplicable la inhabilidad por la
circunstancia de tratarse de un cargo “con rango de Ministro de Estado”… En su concreta y real
situación profesional –que incluye la representatividad e interlocución igualitaria, en el orden interno
con los Ministros de Estado y, externamente, con quienes, en las materias propias del Consejo, ocupan
cargos de ese carácter con otros países (en este sentido el dictamen Nº 26.261 de 20 de mayo de 2009
de la Contraloría General de la República)– el señor Cruz-Coke ha tenido la clase o categoría de
Ministro de Estado, homologación que produce claras e insoslayables consecuencias constitucionales
y legales.
Así las cosas, encontrándose establecido en la norma legal que el Presidente del Consejo tendrá rango
de Ministro de Estado para conferirle mejores condiciones para el ejercicio de la función, en particular
en su relación con los Ministros de Estado, debe concluirse que esta función pública-política de Jefe
de Servicio ha sido dotada de una calidad que la excede y, al mismo tiempo, se la igualó a la función
de Ministro de Estado, en cuyo ejercicio realizó actos político-administrativos propios y exclusivos de
aquella, como ocurrió con la firma de proyectos de leyes, tales como los denominados “Regula la
Exhibición y Ejecución Artística en los Bienes Nacionales de Uso Público” y “Modifica la ley sobre
donaciones con fines culturales, contenida en el artículo 8º de la Ley Nº 18.985, publicada el 5 de
junio de 2013.

51
En este orden de cosas, también debe señalarse que al asumir sus funciones prestó juramento en
calidad de Ministro de Estado.8
La consecuencia de este caso fue que la candidatura del ex funcionario, ya inscrita, fue
rechazada, dejando a su compañero de lista parlamentaria sólo y facilitando el doblaje de otra
lista senatorial, con lo cual, en su imprudencia, el ex funcionario y su intento por abusar
dolosamente del derecho se transformaron en causantes directos de la derrota de su lista
electoral.
Si bien el número, organización y atribuciones es materia de ley, no lo es, lógicamente, la
determinación de quiénes serán titulares de dichos órganos. Por ello, no existiendo
incompatibilidad entre los múltiples cargos de Ministro –como sí la existe, por ejemplo, entre el
cargo de Ministro y el de parlamentario–, y siendo la regla en materia de nombramientos
ministeriales que el Presidente de la República cuente con una amplia discrecionalidad para su
determinación, es en consecuencia constitucionalmente permisible que el Presidente pueda
encargar la gestión de dos o más ministerios a una sola persona, hace que el número de ministros
no sea necesariamente de veintidós, sino que pueda ser menor. Esta posibilidad está
expresamente contemplada por el artículo 2º del Decreto con Fuerza de Ley Nº 7.912, el cual
señala que “[c]ada Ministerio será servido por un Ministro; sin embargo, el Presidente de la
República podrá encomendar a una misma persona más de un Ministerio”.
En cuanto al nombramiento de los Ministros de Estado, debemos recordar que el artículo 32 Nº 7
señala que corresponde al Presidente de la República la atribución de “nombrar y remover a su
voluntad a los ministros de Estado”. Ello está en perfecta armonía con la idea de que los
ministros de Estado son funcionarios de exclusiva confianza del mismo, como “colaboradores
directos e inmediatos” que son. Por ello, adicionalmente, en el nombramiento de los Ministros,
así como de los demás funcionarios de exclusiva confianza, no participa o concurre otro órgano
del Estado, como sí es el caso en el nombramiento de otras autoridades que corresponde al
Presidente.
¿Qué requisitos establece la Constitución para ser Ministro? Es posible identificar tres tipos de
requisitos, en sentido amplio, para ser Ministro de Estado: (i) requisitos positivos o requisitos;
(ii) requisitos negativos absolutos o inhabilidades; y (iii) requisitos negativos relativos o
incompatibilidades.
Los requisitos positivos o requisitos a secas son características con las que la personas debe
contar para ser nombrado Ministro, y cuya ausencia impide acceder a tal calidad. Los requisitos
para ser nombrado Ministro, según el artículo 34 de la Constitución Política, son los siguientes:
(a) ser chileno;
(b) tener cumplidos los 21 años de edad; y
(c) reunir los requisitos generales para el ingreso a la Administración Pública.
Dichos requisitos generales para el ingreso a la Administración Púlbica están establecidos en el
artículo 11 de la Ley Nº 18.834, Estatuto Administrativo, y consisten en:
(a) ser ciudadano;

8
Tribunal Calificador de Elecciones, Rol Nº 110-2013: Considerando 5º.

52
(b) haber cumplido con la ley de reclutamiento y movilización, cuando fuere procedente;
(c) tener salud compatible con el desempeño del cargo; y
(d) haber aprobado la educación básica y poseer el nivel educacional o título profesional o
técnico que por la naturaleza del empleo exija la ley.
Los requisitos negativos absolutos o inhabilidades son características de una persona cuya
presencia impide ser nombrado Ministro. Las inhabilidades establecidas en la ley son las
siguientes:
(a) haber sido condenado por crimen o simple delito (art. 54 LOCBAE);
(b) depender de sustancias o drogas estupefacientes o sicotrópicas ilegales (art. 40 LOCBAE);
(c) haber cesado en un cargo público como consecuencia de haber obtenido una calificación
deficiente, o por medida disciplinaria, salvo que hayan transcurrido más de cinco años
desde la fecha de expiración de funciones (art. 11 EA);
(d) estar inhabilitado para el ejercicio de funciones o cargos públicos (art. 11 EA). Esta causal
de inhabilidad corresponde a los supuestos contemplados en la Constitución en el artículo
19 Nº 15, en relación con el artículo 93 Nº 10 (atentado contra el régimen democrático y
constitucional); en el artículo 9º (terrorismo); en el artículo 53 inc. 1º número 1 párrafo 4º
(condena en juicio político); y en artículo 60 inciso 6º (parlamentario castigado con
cesasión en el cargo);
(e) hallarse condenado por crimen o simple delito (art. 11 EA).
Los requisitos negativos relativos o incompatibilidades impiden a quien esté afecto a una de ellas
el ser nombrado Ministro, debido a que la persona afectada por ellas se encuentra en una
situación que, si bien no es reprochable en sí, resulta inconciliable con el desempeño del cargo en
cuestión. Así, la Constitución establece una incompatibilidad entre el cargo de Ministro de
Estado y el de parlamentario. Ello implica que si un parlamentario es nombrado para tal cargo,
cesará en su cargo parlamentario al momento de asumir como Ministro, salvo en el caso de que
el Presidente haya declarado guerra exterior, hipótesis en la cual el parlamentario podrá
continuar ejerciendo tal cargo (art. 59). La ley, por su parte, establece una incompatibilidad
consistente en tener contratos o cauciones vigentes de más de 200 unidades tributarias mensuales
con el organismo de la administración al cual se integrará, en este caso, con el Ministerio (art. 54
LOCBAE).
La carencia de los requisitos, o la presencia de inhabilidades e incompatibilidades legales o
constitucionales afectarán el nombramiento del Ministro, así como podrán afectar de manera
sobreviniente a aquel Ministro que se encuentre en funciones y respecto del cual surja una de
estas circunstancias. En ambos casos, los conflictos de interpretación en torno a dichas causales
de inhabilidad serán resueltas por el Tribunal Constitucional (art. 93 Nº 13).
El Tribunal Constitucional ha sostenido lo siguiente respecto al sistema de requisitos para ser
Ministro de Estado:
debe tenerse presente que las inhabilidades para desempeñar el cargo de Ministro de Estado
constituyen tanto una prohibición, como así también una excepción a la garantía constitucional que
asegura a las personas “la admisión a todas las funciones y empleos públicos, sin otros requisitos que
los que impongan la Constitución y las leyes” (artículo 19 Nº 17 de la Constitución). Más aún, dichas
inhabilidades representan una limitación a la atribución privativa del Presidente de la República que le

53
confiere el artículo 32 N° 9° de la Carta Fundamental de “nombrar y remover a su voluntad a los
Ministros de Estado”. Por consiguiente, las normas jurídicas que establecen esta clase de inhabilidades
son prohibitivas, excepcionales y restrictivas y, por ende, conforme a los principios más elementales
de hermenéutica jurídica, al intérprete le está vedado crearlas por la vía de la analogía.9
Debido a la necesidad de prever las distintas posibilidades que pudieran evitar el desempeño de
sus funciones por parte de los Ministros de Estado, la Constitución, en su artículo 34 inciso 2º,
contempla diversos escenarios que darán lugar al reemplazo de la autoridad “en la forma que
establezca la ley”. Estas hipótesis corresponden a la ausencia del Ministro de manera
permanente; a la concurrencia de algún impedimento que le afecte también de manera
permanente; a su renuncia; y cualquier otra causa de vacancia. En todos estos casos el cargo de
Ministro queda vacante; lógicamente, si corresponde al Presidente nombrar y remover a su
voluntad a los Ministros de Estado, el reemplazo de éstos también corresponde a su decisión.
Debido a que el reemplazo de los Ministros en situaciones de vacancia queda
constitucionalmente en manos del Presidente de la República, cabe entender, entonces, que la
referencia a la ley que hace el artículo 34 está hecha a la institución de la subrogación. En
relación a la subrogación, el artículo 25 de la Ley Orgánica Constitucional de Bases Generales de
la Administración del Estado establece el siguiente procedimiento:
(a) si la ley establece una regla especial respecto de algún Ministerio, la subrogación se llevará
a cabo de dicha manera;
(b) si no hay regla especial, y como regla general, el Ministro será subrogado por el respectivo
subsecretario; y
(c) en caso de existir más de un subsecretario, el Ministro será subrogado por el subsecretario
de más antigua designación, a no ser que el Presidente de la República, de forma
excepcional, nombre a otro para tal subrogación.
Por otro lado, los Ministros cesan de manera absoluta en sus funciones por las siguientes causas:
(a) al ser destituido por haber sido considerado culpable en la acusación constitucional (art. 53
Nº 1 pár. 4);
(b) por renuncia;
(c) por destitución por parte del Presidente de la República (art. 32 nº 7);
(d) por el establecimiento de la responsabilidad del artículo 19 Nº 15;
(e) por término del período presidencial del Presidente que lo ha nombrado;
(f) por muerte; y
(g) por todo otro impedimento o inhabilidad.
Un asunto de gran importancia a tener en consideración es la reglamentación constitucional de la
responsabilidad de los Ministros. El mismo principio de rendición de cuentas que estudiamos
respecto del Presidente de la República rige respecto de los Ministros, principio que hunde sus
raíces tanto en el carácter republicano y democrático de nuestra unidad política (art. 4º) como en
el carácter servicial de nuestro Estado (art. 1º). En virtud de estos principios, los Ministros, tal

9
Tribunal Constitucional, Rol Nº 19: considerando 6º.

54
como todo otro funcionario de la Administración del Estado, han de responder por los actos que
realizaren y que causaren algún perjuicio a uno o más individuos en particular o a la comunidad
en general.
Podemos clasificar la responsabilidad de los Ministros en las siguientes categorías
responsabilidad civil, responsabilidad penal, responsabilidad administrativa, responsabilidad
política, y responsabilidad constitucional.
La responsabilidad civil es aquella que persigue la reparación patrimonial del daño causado por
un tercero. En lo relativo a su responsabilidad civil de los ministros de Estado, la Constitución se
limita a señalar que aquellos cuentan con un fuero. Dicho fuero involucra que será resorte del
Senado resolver sobre la admisibilidad de las demandas civiles presentadas en contra de los
Ministros de Estado:
Son atribuciones exclusivas del Senado… Decidir si ha o no lugar la admisión de las acciones
judiciales que cualquier persona pretenda iniciar en contra de algún Ministro de Estado, con motivo de
los perjuicios que pueda haber sufrido injustamente por acto de éste en el desempeño de su cargo (art.
53 Nº 2).
La institución del fuero está orientada a proteger a la autoridad de ataques infundados que
impidan que realice sus funciones normalmente. El fuero establecido se limita a exigir el
desafuero sólo para el supuesto de los daños que el Ministro pudiese haber causado actuando en
el ejercicio de su cargo y nunca actuando como particular, supuesto en que el Ministro deberá
regirse por las reglas generales de la legislación. Este es un caso, por tanto, de establecimiento de
un requisito adicional para la persecución de la responsabilidad del Estado cuando la acción que
causó el daño fue la actuación de un ministro de Estado. Determinar cuáles son los supuestos
indemnizables de la actuación de un Ministro como órgano del Estado y deslindar dichos
supuestos de la actuación de la persona particular que ocupa el cargo de ministro, son tareas para
las disciplinas del Derecho Administrativo y de la Responsabilidad del Estado.
En cuanto a su responsabilidad penal, los Ministros responden penalmente de manera idéntica
que el resto de los ciudadanos. Sin embargo, los Ministros de Estado, en tanto funcionarios
públicos, son destinatarios de tipos criminales especiales. Entre ellos se cuentan los establecidos
entre los artículos 216 y 260 del Código Penal, que tipifica delitos cometidos por empleados
públicos en el desempeño de sus cargos. Es importante también señalar que la responsabilidad
perseguida mediante la acusación constitucional y la responsabilidad perseguida mediante el
juicio penal en que se investigan los delitos de traición, concusión, malversación de fondos
públicos y soborno (art. 52 Nº 2 lit. b) son responsabilidades de distinta naturaleza.
La responsabilidad administrativa de un Ministro de Estado existe en la medida que éste es un
funcionario administrativo. Ella se puede establecer mediante la acusación constitucional y
mediante la acción del Presidente de la República. Sin embargo, la responsabilidad
administrativa en el caso de los Ministros tiende a confundirse con su responsabilidad política.
En cuanto a la responsabilidad política, es importante en primer lugar tener claro qué significa
ella. La responsabilidad política no es una clase o forma de responsabilidad jurídica. Ella se
funda en una decisión política, esto es, en una decisión no mediada por el derecho, no fundada en
normas, sino en consideraciones informales, extrajurídicas. La responsabilidad política adopta la
forma de una decisión de quién tiene una posición de poder respecto de otro de removerlo de sus
funciones, no mediando razón jurídica alguna sino consideraciones sobre las exigencias y
necesidades que arrancan de la actividad de gobernar.

55
A nivel comparado, la utilización más común de la expresión “responsabilidad política” es para
referirse, en los regímenes parlamentarios de gobierno, a la pérdida de confianza del Parlamento
sufrida por un gobierno, y que tiene como natural consecuencia la caída de este último. La
responsabilidad política es allí perdida de confianza. La confianza sólo se puede perder respecto
de alguien en que anteriormente la confianza se ha depositado. Así, en la medida en que el
gobierno ha sido constituido previamente por el Parlamento, existe una relación de confianza.
Eso es justamente lo que lleva a afirmar que el Presidente no tiene, en los regímenes
presidenciales, responsabilidad política alguna, al menos frente a otros órganos. La
responsabilidad política del Presidente sólo puede ser perseguida por el pueblo en las elecciones;
el pueblo es quien ha depositado su confianza en él.
Como hemos señalado, es una característica nítida del sistema de gobierno presidencial que los
Ministros responden políticamente ante el Presidente de la República; esto es, su responsabilidad
política se hace valer por éste y ante éste. Los ministros, por tanto, no tienen responsabilidad
política ante el Congreso. Sí la tienen respecto de quien les ha depositado su confianza. Los
ministros son funcionarios de confianza del Presidente, y el artículo 32 número 7 de la
Constitución y lo reitera el artículo 40 de la Ley de Bases, refrendando que el Presidente puede
remover a los Ministros “a voluntad”. La directa e inmediata colaboración que los ministros
prestan al Presidente de la República es una razón adicional para fundar la necesidad de la
confianza que los primeros requieren del segundo (art. 33 inc. 1º). La relación de confianza que
el Presidente tiene con sus colaboradores funda la discrecionalidad con que puede decidir
prescindir de ellos, y que le permite hacer efectiva dicha responsabilidad.
Un caso específico lo constituye la responsabilidad constitucional por no respetar los principios
básicos del régimen democrático y constitucional, procurar el establecimiento de un sistema
totalitario, hacer uso de la violencia, propugnarla o incitar a ella como método de acción política
(art. 19 Nº 15 inc. 5º), respecto de la cual existe acción pública para solicitar su declaración por
el Tribunal Constitucional (art. 93 Nº 10).
La Constitución señala, respecto a la responsabilidad de los Ministros que aquellos “serán
responsables individualmente de los actos que firmaren y solidariamente de los que suscribieren
o acordaren con los otros Ministros” (art. 36). Del análisis de este artículo pueden desprenderse
las siguientes consideraciones:
(a) La responsabilidad individual o solidaria. En el caso que el acto sea individual de un
Ministro, la responsabilidad será individual; si, en cambio, el acto es suscrito o acordado
por varios Ministros, la responsabilidad será solidaria, esto es, podrá perseguirse
totalmente en cada uno de los responsables.
(b) Actos imputables. De la referencia a los actos por los cuales los ministros son responsables
surge la pregunta sobre qué tipo de actos pueden dar lugar a dicha responsabilidad.
Tomando en consideración, que según la Constitución los actos administrativos deben ser
firmados por los Ministros (art. 35 y 36), cabe preguntarse ¿los actos respecto de los cuales
se declara esta responsabilidad deben ser actos contenidos en normas, o también procede
por acciones de hecho? Otra pregunta que puede surgir es si procede la responsabilidad
sólo por actos o también por omisiones. Estas preguntas, cabe señalar, son propias de la
disciplina del Derecho Administrativo.
(c) Tipo de responsabilidad. No obstante subsistir la pregunta sobre el tipo de actos, no cabe
duda que este artículo trata de la responsabilidad de los ministros como autoridades del

56
Estado; no de su responsabilidad como individuos por actos privados. Adicionalmente,
dado que este supuesto involucra la posibilidad de responsabilidad solidaria, podemos
concluir que se trata de responsabilidad civil, ámbito al cual pertenece el concepto de
responsabilidad solidaria y que resulta de difícil compatibilización dogmática, en principio,
con los regímenes de responsabilidad penal o administrativa.

Funciones de los Ministros


Para efectos expositivos, y en consideración a la habitualidad con que se desempeña cada una de
ellas, clasificaremos aquí las funciones de los Ministros de Estado en funciones generales,
funciones específicas normales, funciones específicas excepcionales y funciones especiales.
(A) FUNCIONES GENERALES: Las funciones generales de los Ministros de Estado están
comprendidas tanto en la Constitución como en la legislación. El artículo 33 de la Constitución
señala que los Ministros son los “colaboradores directos e inmediatos del Presidente de la
República en el gobierno y administración del Estado”. De este enunciado puede concluirse que
la función general de los Ministros presenta las siguientes características:
(a) Los Ministros son colaboradores del Presidente. Ello tiene como principal consecuencia
que entre los ministros y el Presidente no existe sólo una relación de ayuda, sino que más
bien concurren en el desempeño de las atribuciones presidenciales, al punto que su firma es
un requisito esencial para la eficacia de los reglamentos y decretos del Presidente.
(b) Los Ministros son colaboradores directos e inmediatos. Ello pone en evidencia la
intensidad de la relación que existe entre el Presidente y sus Ministros. Adicionalmente, es
a través de ellos que el Presidente se relaciona con los demás colaboradores suyos que
integran el Gobierno y la Administración, particularmente, con los subsecretarios y los
jefes de servicio de la Administración Pública.
(c) La colaboración de los Ministros se despliega tanto en las funciones de gobierno como en
las funciones de administración. Los ministros forman parte, tanto de la Administración
Pública como del Gobierno.
Por otro lado, el artículo 23 de la Ley de Bases de la Administración del Estado señala que, en su
calidad de colaboradores del Presidente, los ministros de Estado “tendrán la responsabilidad de la
conducción de sus respectivos Ministerios, en conformidad con las políticas e instrucciones que
aquél imparta”. Ello implica:
(a) que tendrán la responsabilidad de conducir sus respectivos ministerios. De esta manera, la
ley los coloca en la cima de la administración pública sectorial;
(b) que desempeñarán dicha conducción en conformidad con las políticas e instrucciones que
el Presidente les imparta, en la medida que a éste le corresponde la Administración y el
Gobierno, y los ministros no son más que colaboradores de éste.
(B) FUNCIONES ESPECÍFICAS NORMALES: Podemos encontrar en la Constitución dos funciones
específicas normales de los Ministros de Estado: su participación en el ejercicio de la potestad
reglamentaria, y su participación en el debate parlamentario.
En primer lugar, la Constitución establece una participación importantísima para los Ministros en
el ejercicio de la potestad reglamentaria del Presidente de la República. Así, el artículo 35 inciso
1º señala:

57
Los reglamentos y decretos del Presidente de la República deberán firmarse por el Ministro respectivo
y no serán obedecidos sin este esencial requisito.
La consecuencia que se imputa a la falta de la firma del Ministro es la ineficacia del acto
reglamentario. Como consecuencia de esta disposición, todo reglamento o decreto del Ejecutivo
debe contar con la firma de al menos un Ministro. Lo contrario, sin embargo, no es cierto: no
todo reglamento o decreto del Ejecutivo debe contar con la firma del Presidente. En efecto,
agrega el artículo 35 que se podrá omitir la firma del Presidente. En ese caso, el Ministro
respectivo procederá a firmar “por orden del Presidente de la República”, esto es, mediante la
delegación de firma de quien es el titular de la potestad ejercida. Así lo establece el inciso 2º de
dicha norma:
Los decretos e instrucciones podrán expedirse con la sola firma del Ministro respectivo, por orden del
Presidente de la República, en conformidad a las normas que al efecto establezca la ley.
Adicionalmente, existen algunos actos administrativos del Presidente de la República que
requieren la firma de todos sus Ministros para producir sus efectos. Este es el caso de los
decretos de emergencia económica (art. 32 Nº 20) y los decretos de insistencia (art. 99 inc. 1º).
En segundo lugar, la Constitución contempla la participación de los Ministros de Estado en el
debate parlamentario en general. Esta participación permite que los Ministros cumplan una
función esencial como colaboradores del Presidente de la República en lo que se refiere a las
relaciones que éste tiene con el Congreso Nacional. Los ministros serán los encargados de asistir
a las sesiones del Congreso en representación del Presidente:
(a) para defender los proyectos de ley por él propuestos;
(b) en general, para participar en el proceso de discusión de los proyectos de ley, con
independencia de quien los haya presentado; y
(c) para participar en las sesiones que traten de cualquier otra materia.
Existen un supuesto de participación facultativa y un supuesto de participación o concurrencia
obligatoria de los ministros.
La participación facultativa de los Ministros de Estado implica que no tienen la obligación de
asistir a las sesiones del Congreso Nacional en cuestión, sino que están autorizados a hacerlo
cuando lo estimaren conveniente. En ejercicio de esta atribución, los ministros podrán (art. 37
inc. 1º):
(a) asistir a todas las sesiones de la Cámara de Diputados o del Senado, especificación que
excluye las sesiones del Congreso Pleno;
(b) tomar parte en sus debates, con preferencia para hacer uso de la palabra, pero sin derecho a
voto; y
(c) rectificar conceptos emitidos por cualquier senador o diputado para justificar su voto.
La participación obligatoria de los Ministros de Estado corresponde a aquellos supuestos en que
los Ministros se encuentran en la obligación de concurrir a las sesiones del Congreso. Ello ocurre
cuando concurren las siguientes circunstancias (art. 37 inc. 2º):
(a) se trate de sesiones especiales;
(b) el Ministro en cuestión haya sido citado por cualquiera de las cámaras; y

58
(c) la citación tenga el objeto de ser informado por los parlamentarios sobre asuntos que
aquellos acuerden tratar y que pertenezcan al ámbito de atribuciones de los
correspondientes ministerios.
Es importante distinguir esta obligación de comparecencia de otra hipótesis distinta, consistente
en la obligación de comparecencia que surge de la citación establecida como mecanismo de
fiscalización parlamentaria (art. 52 Nº 1 lit. b).
(C) FUNCIONES ESPECIFICAS EXCEPCIONALES: Es posible distinguir entre las funciones específicas
excepcionales de los Ministros de Estado tres situaciones: relacionarse con la Cámara de
Diputados cuando esta ejerza su labor fiscalizadora; subrogar al Presidente de la República; y
participar en el Consejo de Seguridad Nacional.
En primer lugar, los Ministros de Estado deben relacionarse con la Cámara de Diputados cuando
ésta ejerza la labor de fiscalización de los actos del Gobierno contemplada en el artículo 52 Nº 1,
y que estudiaremos más adelante. Dicha atribución requiere la participación de los ministros de
Estado como actores principales.
En segundo lugar, y según lo establecido en el artículo 29 de la Constitución, a los Ministros les
corresponde subrogar, con el título de Vicepresidente de la República, al Presidente de la
República. El orden de preferencia para la subrogación, como hemos visto, incluye a todos los
Ministros de Estado antes de pasar a autoridades de otros órganos del Estado.
Finalmente, según veremos más adelante, el artículo 106 inciso 2º dispone que el Presidente de la
República podrá autorizar la presencia de algunos ministros en las sesiones del Consejo de
Seguridad Nacional.
(D) FUNCIONES ESPECIALES: Las funciones especiales contempladas en el texto de la Constitución
corresponden a la asignación preferencial de labores hecha por el Presidente a alguno de los
Ministros en virtud del artículo 33 inciso 3 de dicho cuerpo legal. Esta disposición establece que
el Presidente de la República podrá encomendar a uno o más ministros:
(a) la coordinación del trabajo que corresponde a los ministros; y
(b) las relaciones entre el Gobierno y el Congreso.
Esta disposición no establece la posibilidad de nombrar un ministro especial coordinador o
relacionador, como ocurre en otros sistemas constitucionales que contemplan la figura del
‘Ministro sin cartera’, sino que autoriza al Presidente a atribuir una función especial a uno de los
Ministros en funciones.
Con la creación del Ministerio Secretaría General de la Presidencia mediante ley promulgada en
8 de agosto de 1990, las relaciones del Gobierno con el Congreso Nacional pasaron a ser
asumidas por este órgano, en virtud de la habilitación legal establecida en la Ley Nº 18.993. Ello
no impide desde luego que el Presidente, ejerciendo la atribución que le confía el artículo 33 de
la Constitución, pueda atribuirle dicha función a otro ministro de Estado.

Estatuto orgánico de los Ministerios


La Constitución y las leyes, particularmente el Decreto con Fuerza de Ley que Organiza las
Secretarías de Estado y la Ley Orgánica Constitucional de Bases Generales de la Administración
del Estado, contienen diversas disposiciones que establecen los rasgos fundamentales de la
organización de los Ministerios. Según hemos visto, el artículo 33 inciso 2º de la Constitución

59
establece que el número y organización de los Ministerios, así como el orden de precedencia
entre los Ministros, será materia de ley. En lo relativo a la organización de cada Ministerio, será
su propia ley orgánica la que dé cumplimiento dicho mandato. Por ejemplo, la Ley Nº 5.077 del
Ministerio de Defensa, o la Ley Nº 18.956 del Ministerio de Educación. De manera supletoria, el
Decreto con Fuerza de Ley Nº 7.912 establece una serie de normas que están aún vigentes y que
determina la organización y funciones de varios de los ministerios.
En cuanto a la conceptualización de los Ministerios como órganos de la Administración del
Estado, encontramos una formulación muy clara en el artículo 22 de la Ley de Bases:
Los Ministerios son los órganos superiores de colaboración del Presidente de la República en las
funciones de gobierno y administración de sus respectivos sectores, los cuales corresponden a los
campos específicos de actividades en que deben ejercer dichas funciones.
De dicha definición legal, se puede observar que caracterizan a los Ministerios las siguientes
notas distintivas:
(a) son órganos superiores, lo cual refuerza el carácter jerárquico de la Administración del
Estado;
(b) su función principal es la colaboración con el Presidente de la República;
(c) colaboran en el desempeño tanto de sus funciones de gobierno como de administración, en
una ecuación donde algunos Ministerios desempeñan casi exclusivamente funciones de
gobierno (ejemplo: Ministerio Secretaría General de Gobierno; Ministerio Secretaría
General de la Presidencia) y otros desempeñan funciones de administración en la provisión
de los servicios públicos que le corresponden y de gobierno en el diseño de políticas
públicas sectoriales a mediano y largo plazo (ejemplo: Ministerio de Obras Públicas;
Ministerio de Educación);
(d) cada ministerio tiene asignado un sector específico del gobierno y la administración,
entendido como un campo específico de actividad;
(e) la competencia de los ministerios está circunscrita por dicho campo específico de
actividad.
Para cumplir la función de colaborar con el Presidente de la República, los Ministerios deberán
realizar, según el inciso 2º del artículo 22 de la Ley de Bases, las siguientes actividades:
(a) proponer y evaluar las políticas y planes correspondientes;
(b) estudiar y proponer las normas aplicables a los sectores a su cargo;
(c) velar por el cumplimiento de las normas dictadas;
(d) asignar recursos; y
(e) fiscalizar las actividades del respectivo sector.
Respecto de estas competencias, el inciso 3º del artículo 22 establece dos excepciones:
(a) en algunas circunstancias, que deben ser calificadas de excepcionales, la ley puede
encomendar a un servicio público alguna de las tareas arriba señaladas; y
(b) en algunos casos que deben ser calificados por la ley, el ministerio podrá tener, además, la
competencias para realizar actos administrativos de ejecución.

60
En lo relativo al número de Ministerios, según hemos dicho, la norma que fija dicha cuestión es
el Decreto con Fuerza de Ley Nº 7.912, modificado por la Ley Nº 20.502.
Es necesario señalar que los ministros en conjunto no constituyen un órgano distinto a la suma de
sus integrantes. Jurídicamente hablando no existe, en ese entendido, algo así como el gabinete o
consejo de ministros, propio del sistema parlamentario de gobierno. Cuando en el discurso
público se hace referencia al gabinete se hace de manera meramente informal; y cuando
jurídicamente se exige la actuación conjunta de todos los ministros, se hace referencia a la
actuación concurrente de cada uno de ellos. Si existiese tal órgano, lo lógico de acuerdo a la
estructura de nuestro derecho público sería que aquel contara con procedimientos propios para la
formación de una voluntad colectiva en orden a desempeñar determinadas atribucines propias,
todo lo cual no ocurre.
La organización de los ministerios es materia de ley y en ese entendido la configuración de la
organización interna de cada ministerio queda a disposición del legislador para su configuración,
la que puede ser distinta en cada caso. Sin embargo, existe un patrón organizativo que está fijado
en la Ley Orgánica de Bases Generales de la Administración del Estado y que funciona como
regulación supletoria en la materia. Las características principales de ese patrón incluyen que los
ministerios están encabezados por un ministro; que en cada ministerio habrá una o más
subsecretarías; y que cada subsecretaría tendrá como jefe superior un subsecretario. El Ministro,
según ha quedado dicho, es quien encabeza cada Ministerio. Como también queda dicho, todos
los Ministerios tienen a su cabeza un Ministro, pero no todos los Ministros encabezan un
Ministerio; además, no necesariamente cada Ministro encabeza un sólo Ministerio. Los
Subsecretarios son los jefes superiores de la subsecretaría, y tendrán el carácter de colaboradores
inmediatos del ministro respectivo en los siguientes términos:
En cada Ministerio habrá Subsecretarías que tendrán a su cargo, además de la colaboración general
directa con el Ministro, la responsabilidad especial de la administración y servicio interno del
Ministerio y de los asuntos que no correspondan a organismos técnicos determinados (art. 14 DFL
7.912).
Los subsecretarios, al igual que los ministros, son funcionarios de exclusiva confianza del
Presidente de la República, por lo que éste los puede nombrar y remover a su voluntad (art. 32
Nº 7). La ley establece como los requisitos para ser nombrado subsecretario los siguientes: ser
chileno; tener 21 años cumplidos; y reunir los requisitos generales para el ingreso a la
Administración Pública (art. 40 LOCBAE). Las funciones que desempeñan los subsecretarios
son las siguientes (art. 24 LOCBAE):
(a) coordinar la acción de los órganos y servicios públicos del sector;
(b) actuar como ministros de fe;
(c) ejercer la administración interna del ministerio;
(d) cumplir las demás funciones que les señale la ley.
Importantes órganos dentro de la estructura de cada Ministerio son las Secretarías Regionales
Ministeriales, las cuales, junto a sus titulares, los Secretarios Regionales Ministeriales, permiten
desconcentrar territorialmente el ministerio respectivo (art. 26 LOCBAE). Esas unidades estarán
localizadas, cuando así lo contemple la ley, en cada uno de las regiones en que se encuentra
dividido el país. Junto a ellas, la Ley de Bases contempla otras formas de organización en su
artículo 27:

61
En la organización de los Ministerios, además de las Subsecretarías y de las Secretarías Regionales
Ministeriales, podrán existir sólo los niveles jerárquicos de División, Departamento, Sección y
Oficina, considerando la importancia relativa y el volumen de trabajo que signifique la respectiva
función.
No obstante lo dispuesto en el inciso anterior, en circunstancias excepcionales la ley podrá establecer
niveles jerárquicos distintos o adicionales, así como denominaciones diferentes.

62
SEGUNDA PARTE: LA ADMINISTRACIÓN DEL ESTADO

63
CAPÍTULO IV: BASES GENERALES DE LA ADMINISTRACIÓN DEL ESTADO
La necesidad de contar con funcionarios que se dediquen a tiempo completo a las labores que
socialmente se espera que desempeñe el Estado, a menudo que cuenten con determinados
conocimientos disciplinarios y profesionales, y en todo caso que desarrollen un ‘saber hacer’
vinculado a sus respectivos haceres, está en la base del surgimiento en las sociedades modernas
de aparatos burocráticos. La multiplicación de “deberes nuevos para los gobernantes” de la que
hablara Duguit lleva, naturalmente, a la expansión y mayor especialización de las burocracias a
comienzos del siglo XX. Esto implica un retroceso del ámbito de decisión confiado a la
prudencia política, y de expansión del ámbito entregado a funcionarios públicos de carrera y a
los expertos en administración de lo público. Como observa Loewenstein:
[L]as asambleas están constituidas preponderantemente por políticos profesionales que no son
técnicos y a los que por lo general les falta la experiencia en la administración, que cada vez es más
complicada. No están en situación de manejar todos los detalles técnicos necesarios para la aplicación
práctica de la ley a la vida diaria; a esto hay que añadir la falta de tiempo, dato éste que presiona
constantemente sobre el parlamento y que apenas le permite llevar a cabo su contribución a la toma de
las decisiones políticas. Por otra parte, hay que tener en cuenta también que el cuadro de la ley tiene
que ser lo suficientemente flexible para que sea posible su adaptación a las condiciones cambiantes,
así como a las exigencias planteadas al gobierno en épocas de crisis y de necesidad.
Teniendo en cuenta todas estas circunstancias, resulta completamente lógica la necesidad de delegar la
ejecución y realización de las leyes en los expertos de la burocracia gubernamental y en los
funcionarios de carrera, más idóneos para esta tarea que una asamblea multicéfala constituida por
políticos profesionales. Además, la potestad reglamentaria del gobierno no ha podido superar
completamente en el Estado constitucional, la enraizada tradición de la facultad legislativa de la
corona en el Estado absoluto.10
El concepto mismo de burocracia implica determinadas variables, que en este texto se evidencian
y se entrelazan con los procesos de transformación histórica del Estado estudiados en el anterior
volumen:
La mayoría de los estudiosos de las ciencias sociales define la burocracia en una forma destinada a
identificar un fenómeno que se asocia con organizaciones complejas de gran escala, sin otorgarle
connotación positiva ni negativa. Este uso neutral del término en cuanto a su valoración no identifica
la burocracia con un héroe ni con un villano, sino que la considera una forma de organización social
con determinadas características.
La confusión teórica sobre la burocracia se origina en los diferentes métodos utilizados para describir
dichas características y en la falta de distinción entre los diversos métodos. Esta ambigüedad puede
rastrearse hasta las mismas formulaciones de Weber y, a pesar del alto nivel de concordancia y de
congruencia en lo relativo a las características fundamentales de la burocracia, continúa hasta el
presente.
La tendencia prevaleciente consiste en definir la burocracia en términos de las características
estructurales básicas de una organización. La formulación más compacta es la de Victor Thompson,
quien caracteriza la organización burocrática como un compuesto de una jerarquía de autoridad
altamente elaborada que se sobrepone a una división del trabajo sumamente especializada. A partir de
Weber, la mayoría de los escritores sobre la burocracia ha enumerado las dimensiones estructurales de
la burocracia, presentando variaciones menores en sus formulaciones tanto en lo relativo al contenido
como a la subdivisión de temas, aunque con coincidencias sustanciales entre ellos. Richard H. Hall ha
elaborado una tabla con las características de la burocracia según las enumeraciones proporcionadas

10
Teoría de la Constitución: 274-275.

64
por varios autores, incluidos Weber, Litwak, Friedrich, Merton, Udy, Heady, Parsons y Berger. De la
extensa enumeración de características, Hall eligió seis dimensiones dignas de atención especial: a)
una jerarquía de autoridad bien definida; b) una división del trabajo basada en la especialización
funcional; c) un sistema de normas relativas a los derechos y obligaciones de los funcionarios que
desempeñan los distintos cargos; d) un sistema de procedimientos relativo a las relaciones de trabajo;
e) la impersonalidad de las relaciones interpersonales, y f) la selección para empleos y ascensos
basada en la competencia técnica. Esta lista bien puede servir como resumen de las características
estructurales de la burocracia más comúnmente señaladas.11
En estas circunstancias, es natural que una Constitución como la nuestra, que aspira a consagrar
los criterios estructurantes de todos los ámbitos de lo social, incluya una referencia a los
principios que regirán en materia de la organización de nuestra estructura estatal y de su
orientación al cumplimiento de los deberes establecidos en el artículo 1º. Es así como nos
encontramos con el artículo 38 de la Constitución, disposición que establece lo siguiente:
Una ley orgánica constitucional determinará la organización básica de la Administración Pública,
garantizará la carrera funcionaria y los principios de carácter técnico y profesional en que deba
fundarse, y asegurará tanto la igualdad de oportunidades de ingreso a ella como la capacitación y el
perfeccionamiento de sus integrantes.
Esta disposición contiene dos materias de interés: una remisión a ley orgánica constitucional; y
un valor constitucional de protección, la carrera funcionaria.
La remisión al legislador orgánico constitucional despierta diversas interrogantes. También ha
sido objeto de consensos que no parecen demasiado justificados. En la medida que la
Constitución prescinde de una regulación más detallada de la organización de la administración
del Estado, esta remisión aparece como de extrema relevancia.
En primer lugar, esta disposición establece una reserva de ley orgánica constitucional. Las
materias que caben dentro de esta reserva son las siguientes, que dicen relación con dos
cuestiones centrales: la organización básica de la Administración Pública; y la garantía de la
carrera funcionaria.
En segundo lugar, y en relación con lo anterior, se presenta la cuestión de determinar cuál es el
ámbito de la administración que queda cubierto por la remisión. Al utilizar la expresión
Administración Pública en el primer inciso y Administración del Estado en el segundo inciso del
artículo 38 y en el título del epígrafe, la Constitución plantea una duda respecto de la
diferenciación de ambos conceptos. ¿Son constitucionalmente Administración Pública y
Administración del Estado dos conceptos distintos, o son simplemente términos conceptualmente
coextensivos? La respuesta del Tribunal Constitucional no parece considerar seriamente la
diferencia conceptual:
Que durante la tramitación del proyecto remitido se produjeron divergencias de opiniones en cuanto a
su ámbito de acción, derivadas, fundamentalmente, de las distintas interpretaciones que pueden darse
a las expresiones “Administración del Estado” y “Administración Pública” que se utilizan en forma
indistinta, en el artículo 38 de la Constitución y en el epígrafe bajo el cual esta norma se encuentra
ubicada. El punto debatido resulta de vital importancia, ya que la competencia de esta ley es diferente,
según se adopte un concepto amplio de Administración Pública como similar de Administración del
Estado, o un concepto restringido de ésta que proviene de distinguir entre una y otra y entender que
mientras la Administración del Estado constituye el género, la Administración Pública es la especie
comprendiendo, por ende, un campo más delimitado y reducido;

11
Administración Pública, una perspectiva comparada: 107-108.

65
Que, a juicio del Tribunal, el artículo 38 de la Carta Fundamental emplea ambas expresiones como
sinónimas y en su sentido más amplio y genérico, porque no resulta justificado pensar que el
Constituyente encargara a una ley orgánica constitucional la regulación de la organización básica de
sólo una parte o sector de la Administración del Estado y excluyera a otra, ya que la razón para
entregar esta materia a una ley de este rango es la misma en uno y otro caso, no resultando lógico,
entonces, en términos generales, someterlas a normas legales de distinta naturaleza, habida
consideración que donde existe la misma razón debe existir la misma disposición. A igual conclusión
conlleva, además, el espíritu del Constituyente al consagrar en nuestra normativa jurídica las leyes
orgánicas constitucionales como un todo armónico y sistemático cuyo objeto es desarrollar los
preceptos de la Carta Fundamental en determinadas materias, puesto que tales características se
pierden si se resolviera que la organización básica de la Administración Pública, “stricto sensu”,
queda entregada a una ley de esta naturaleza y el resto de los servicios y organismos que integran la
Administración del Estado fuera propia de una ley ordinaria o común.12
Cualquiera que sea la solución a la determinación terminológica que se haga de lo dispuesto por
el artículo 38, existe un problema adicional relacionado. Este consiste en determinar cuál es la
relación de la organización básica de la administración que corresponde a la ley orgánica con la
regulación constitucional especial de la administración, esto es, la regulación contenida en el
capítulo sobre Gobierno Interior, de la Contraloría General de la República y de las Fuerzas
Armadas y de Orden y Seguridad Pública. El Tribunal Constitucional ha sostenido en esta
materia lo siguiente:
Que la conclusión anterior, sin embargo, debe entenderse sin perjuicio de que determinadas
instituciones u organismos queden excluidos, en cuanto a su regulación específica, del ámbito de esta
ley orgánica constitucional, ya que en tales casos, por su naturaleza especial, la Carta Fundamental
regula por si misma su organización básica como ocurre con las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de
Orden y Seguridad Pública, encarga su reglamentación a leyes orgánicas constitucionales especiales
como acontece con la Contraloría General de la República, el Banco Central y las Municipalidades o,
por último, se la entrega a una ley de quórum calificado como debe ser la que legisle sobre las
empresas públicas que desarrollen actividades empresariales.13
En relación al artículo 1º de la Ley Nº 18.575, que determina la integración de la Administración
del Estado y que, de esa manera, determina también el ámbito de aplicación de dicha ley, el
Tribunal señala:
Que, en consecuencia, el artículo 1° del proyecto en estudio, en cuanto hace aplicable sus normas
generales a todas las instituciones y organismos que integran la Administración del Estado, según su
sentido amplio y genérico, y el inciso 2° del artículo 18 del mismo proyecto, al disponer que las
normas especiales contenidas en el Título II no se aplicarán a las entidades precisadas en el
considerando anterior, delimitan, con sujeción a la preceptiva constitucional, el ámbito de aplicación
del artículo 38, inciso 2°, de la Carta Fundamental.14
En tercer lugar, cabe determinar, y este parece ser un problema general de las ‘leyes de base’, es
decir, las leyes encargadas constitucionalmente de establecer las bases o fundamentos generales
de una determinada esfera normativa, cuál es el contenido normativo que está remitido a la ley
cuando le remisión hace referencia a la “organización básica”. El espacio abierto para la
discrecionalidad del órgano jurisdiccional –es decir, el Tribunal Constitucional– es demasiado
amplio, con las dificultades que ello implica.

12
Tribunal Constitucional, Rol Nº 39: considerandos 4 y 5.
13
Tribunal Constitucional, Rol Nº 39: considerando 6.
14
Tribunal Constitucional, Rol Nº 39: considerando 7.

66
En cuarto y último lugar, cabe determinar, en relación con el dominio de la ley orgánica
constitucional de “organización básica”, qué potestad normativa está llamada a regular la
organización del Estado que no es básica. ¿Es la ley simple? ¿Es la potestad reglamentaria?
Otro aspecto relevante, como hemos dicho, es la garantía de la institución de la carrera
funcionaria, estado de cosas o situación que el texto iusfundamental vigente transforma en un
bien merecedor de protección. En efecto, la disposición del artículo 38 inciso 2º configura una
garantía constitucional de la existencia de la institución de la carrera funcionaria. En ese sentido,
las propiedades que se predican de las garantías institucionales, se predican en el marco de la
Constitución chilena de la carrera funcionaria.
Las garantías institucionales son una forma de proteger una institución frente a la voluntad del
legislador de eliminarla. Aldunate señala al respecto:
El sentido de tal garantía sería sustraer de la competencia del legislador la facultad de eliminar la
institución [en este caso, de la carrera funcionaria;] no privarlo de la facultad de regularla, pero sí
limitar esta facultad, de tal manera que siempre pueda distinguirse un núcleo que pueda
razonablemente identificarse como [carrera funcionaria]15.
¿Cuál es el concepto de carrera funcionaria que subyace a esta garantía? La propia Constitución
no lo resuelve, y es en consecuencia la ley la que lo determina. Así, el artículo 3º, letra f) de la
Ley Nº 18.834 nos ofrece la siguiente definición de la carrera funcionaria:
Es un sistema integral de regulación del empleo público, aplicable al personal titular de planta,
fundado en principios jerárquicos, profesionales y técnicos, que garantiza la igualdad de
oportunidades para el ingreso, la dignidad de la función pública, la capacitación y el ascenso, la
estabilidad en el empleo, y la objetividad en las calificaciones en función del mérito y de la
antigüedad.
Ahora bien, respecto de los contenidos de la carrera funcionaria, la Constitución establece que la
ley orgánica constitucional deberá regular, además de la garantía de la carrera funcionaria
misma:
(a) los principios de carácter técnico y profesional en que la carrera funcionaria deba fundarse;
(b) las formas de asegurar la igualdad de oportunidades en el ingreso a la carrera funcionaria; y
(c) las formas de asegurar la capacitación y el perfeccionamiento de los integrantes de la
carrera funcionaria.
Estos principios deben estructurar no sólo la legislación general, que en este caso es el Estatuto
Administrativo, sino también la legislación orgánica de cada servicio público.
Por último, el inciso 2º del artículo 38 establece una de las disposiciones más debatidas de la
Constitución, en cuanto se le ha pretendido atribuir la decisión fundamental en lo relativo al
régimen de responsabilidad extracontractual del Estado. La disposición señalada establece:
Cualquier persona que sea lesionada en sus derechos por la Administración del Estado, de sus
organismos o de las municipalidades, podrá reclamar ante los tribunales que determine la ley, sin
perjuicio de la responsabilidad que pudiere afectar al funcionario que hubiere causado el daño.
Las alternativas interpretativas respecto del significado y función de este artículo son,
esencialmente, las siguientes:

15
Derechos Fundamentales: 168.

67
(a) la disposición en cuestión establece un principio general de responsabilidad del Estado;
(b) ella consagra el establecimiento de un derecho a la tutela judicial ante la actuación del
Estado; y
(c) ella resuelve el establecimiento de un sistema de responsabilidad extracontractual objetiva
del Estado.
Esta es una cuestión que recibe su tratamiento detallado por parte de la disciplina del Derecho
Administrativo.

68
CAPÍTULO V: GOBIERNO Y ADMINISTRACIÓN INTERIOR DEL ESTADO
En su afán de establecer una estructura estatal que permita alcanzar los objetivos de su artículo
1º, la Constitución contempla el establecimiento de una red gubernativo-administrativa extendida
a lo largo y ancho de nuestro territorio. Esta red permite dar sustento institucional a la
caracterización de nuestro Estado como unitario, al tiempo que permite al centro de dicha
unidad, localizado geográficamente en Santiago e institucionalmente en el Presidente de la
República, llegar a todos los rincones del país.
El propósito objetivamente centralizador que tiene la estructura de gobierno y administración
interior del Estado se sustenta, como no puede ser de otra manera, en inspiradoras declaraciones
de principio. Estas incluyen la promoción del bien común como finalidad del Estado, la
protección a la población y la promoción de la integración armónica de todos los sectores de la
nación como sus deberes (art. 1º), y el fortalecimiento de la regionalización del país y el
desarrollo equitativo y solidario entre las regiones, provincias y comunas del territorio nacional
como objetivos a promover por todos los órganos del Estado (art. 3º inc. 2º). La estructura
institucional encargada de llevar a cabo dichos propósitos, sin embargo, parece poco adecuada
para su consecución. Ella se caracteriza, como veremos, por la generación centralizada de los
órganos gubernativos en dos de los tres niveles que estudiaremos –regional, provincial y
comunal–. Un estudio en más detalle, que corresponde a la disciplina politológica de la
Administración Pública, nos permitiría profundizar en la forma de distribución del
financiamiento, matizando el rol que al respecto juegan los niveles locales de administración.
En lo que corresponde a nuestro ámbito de análisis, podemos señalar que a nivel constitucional
están consagrados diversos principios que resultan fundamentales para emprender una crítica
internalista a la estructura de gobierno y administración interior del Estado. Sólo a partir de su
comprensión es posible iniciar una labor de reinterpretación dogmática y, allí donde sea posible,
de reforma legislativa a fin de hacer realidad la promesa del desarrollo territorial equitativo.
En la materia que convoca nuestra atención, es importante tener en mente la existencia de las
categorías contenidas en el artículo 3º de descentralización y desconcentración, cada una de las
cuales puede ser adoptada en el plano funcional o territorial, que es el que en este caso nos
interesa. En esta materia, existen dos disposiciones que estructuran temáticamente este ámbito.
El primero, artículo 110, determina los niveles de organización territorial existentes:
Para el gobierno y administración interior del Estado, el territorio de la República se divide en
regiones y éstas en provincias. Para los efectos de la administración local, las provincias se dividirán
en comunas.
La creación, supresión y denominación de regiones, provincias y comunas; la modificación de sus
límites, así como la fijación de las capitales de las regiones y provincias, serán materia de ley orgánica
constitucional (art. 110).
Por otro lado, el artículo 114 de la Constitución instruye la desconcentración territorial como
mecanismo de distribución de competencias:
La ley orgánica constitucional respectiva determinará la forma y el modo en que el Presidente de la
República podrá transferir a uno o más gobiernos regionales, en carácter temporal o definitivo, una o
más competencias de los ministerios y servicios públicos creados para el cumplimiento de la función

69
administrativa, en materias de ordenamiento territorial, fomento de las actividades productivas y
desarrollo social y cultural.
Ahora bien, el principio central de la gestión territorial, caracterizado como “básico” por la
propia Constitución, es el de desarrollo territorial armónico y equitativo, cuyo cumplimiento y
aplicación deberá ser buscado por la ley, “incorporando asimismo criterios de solidaridad entre
las regiones, como al interior de ellas, en lo referente a la distribución de los recursos públicos”
(art. 115, inc. 1º). Este principio cuenta, a nivel constitucional, con tres mecanismos para su
implementación: el Fondo Nacional de Desarrollo Regional, los presupuestos regionales, los
convenios de inversión pública, y las asociaciones público-privadas.
La Constitución instruye que el Fondo Nacional de Desarrollo Regional esté contemplado en la
Ley de Presupuestos. Su conceptualización completa se encuentra en la Ley Nº 19.175, Orgánica
Constitucional de Gobierno y Administración Regional, la cual señala que:
El Fondo Nacional de Desarrollo Regional es un programa de inversiones públicas, con finalidades de
desarrollo regional y compensación territorial, destinado al financiamiento de acciones en los distintos
ámbitos de desarrollo social, económico y cultural de la región, con el objeto de obtener un desarrollo
territorial armónico y equitativo. Este Fondo se constituirá por una proporción del total de gastos de
inversión pública que establezca anualmente la Ley de Presupuestos. La distribución del mismo se
efectuará entre las regiones, asignándoles cuotas regionales… Mediante decreto supremo, expedido a
través de los Ministerios del Interior y de Hacienda, se regularán los procedimientos de operación y
distribución de este Fondo (art 74 LOCGAR).
La Constitución también contempla que la Ley de Presupuestos contemple presupuestos
regionales; es decir, partidas correspondientes a “inversiones sectoriales de asignación regional
cuya distribución entre regiones responderá a criterios de equidad y eficiencia, tomando en
consideración los programas nacionales de inversión correspondientes”. La misma disposición
determina que la asignación de tales gastos al interior de cada región corresponderá al gobierno
regional (art. 115, inc. 3).
Una tercera forma de buscar el desarrollo territorial consiste en la autorización constitucional
para la realización de convenios anuales o plurianuales de programación de inversión pública a
iniciativa de los gobiernos regionales o de uno o más ministerios, los que pueden celebrarse en la
respectiva región o en el conjunto de regiones que convengan en asociarse con tal propósito (art.
115, inc. 4º).
Finalmente, un cuarto mecanismo de desarrollo territorial lo constituyen las asociaciones
público-privadas, en virtud de las cuales la ley podrá “autorizar a los gobiernos regionales y a las
empresas públicas para asociarse con personas naturales o jurídicas a fin de propiciar actividades
e iniciativas sin fines de lucro que contribuyan al desarrollo regional” (art. 115 inc. 5).

Gobierno y Administración Regional


La comprensión de la organización del gobierno y la administración regional en nuestro
ordenamiento constitucional presenta una cierta complejidad terminológica. Esto se debe a la
existencia de un órgano, el Gobierno Regional, que no desempeña la función que intuitivamente
se podría pensar que lleva a cabo, esto es la de gobierno regional, sino que realiza justamente la
otra disponible, esto es la de administración regional. La función de gobierno regional, en
cambio, le corresponde al Intendente Regional, el cual sin embargo también forma parte del
Gobierno Regional.

70
Quizás la mejor manera de explorar esta temática sea dar inicio a ella mediante el estudio de la
figura del Intendente Regional. El Intendente Regional es un funcionario de la exclusiva
confianza del Presidente de la República, del cual es “representante natural e inmediato” en el
territorio de su región (art. 111). En cuanto a su nombramiento, en la medida que es un cargo de
exclusiva confianza del Presidente de la República, sólo a él le corresponde la determinación de
quién ejecutará sus “órdenes e instrucciones… en el territorio de su jurisdicción” (art. 111). En
consecuencia, y como en el caso de otras autoridades, la Constitución se limita a establecer
requisitos someros para ser nombrado Intendente Regional, los cuales de acuerdo al artículo 124
consisten en:
(a) ser ciudadano con derecho a sufragio;
(b) tener cumplidos 21 años de edad;
(c) reunir los requisitos generales de ingreso a la administración;
(d) no estar inhabilitado para el ejercicio de cargos públicos;
(e) residir en la respectiva región, a los menos, en los últimos dos años anteriores a su
designación; y
(f) tener los demás requisitos de idoneidad que la ley señale.
Como es lógico, en consideración a su condición de funcionario de la exclusiva confianza del
Presidente de la República, el Intendente Regional durará en su cargo mientras así lo determine
dicha autoridad. Ahora bien, le afectan de manera general las siguientes causales de cesación de
funciones:
(a) pérdida de los requisitos habilitantes;
(b) aceptación de un cargo incompatible;
(c) inscripción como candidato a un cargo de elección popular;
(d) renuncia;
(e) remoción por el Presidente de la República; y
(f) declaración de culpabilidad por el Senado tras acusación constitucional.
Podemos dividir las funciones del Intendente Regional en una función general y varias funciones
específicas.
La función general del Intendente Regional consiste en ejercer el gobierno de la región. Dicha
función deberá ejercerse con arreglo a las leyes, lo que no constituye una excepción respecto de
todas las autoridades estatales, así como también con arreglo a las órdenes e instrucciones del
Presidente de la República (art. 111 inc. 1º).
Las funciones específicas del Intendente Regional establecidas en la Constitución, las cuales
incluyen tanto funciones del Intendente como órgano de gobierno y funciones del Intendente
como parte del Gobierno Regional (esto es, de la administración regional), son las siguientes (art.
112 inc. 1º):
(a) presidir el Consejo Regional;
(b) coordinar, supervigilar o fiscalizar los servicios públicos creados por ley para el
cumplimiento de las funciones administrativas que operen en la región;

71
(c) realizar la propuesta de inversión de los recursos destinados a la región en el Fondo
Nacional de Desarrollo Regional.
El artículo 112, inciso 2º, establece un mandato para que la ley regule la forma en que el
intendente ejercerá las facultades que la Constitución le entrega, así como para que establezca las
demás funciones que tendrá el intendente. De acuerdo a ello, la Ley Orgánica Constitucional de
Gobierno y Administración Regional establece en su artículo 2º que el Intendente tendrá las
siguientes atribuciones, en su calidad de gobernante de la región o, en otros términos, de
representante del Presidente de la República en la región:
a) Dirigir las tareas de gobierno interior en la región, de conformidad con las orientaciones, órdenes e
instrucciones que le imparta el Presidente de la República directamente o a través del Ministerio del
Interior;
b) Velar por que en el territorio de su jurisdicción se respete la tranquilidad, orden público y resguardo
de las personas y bienes;
c) Requerir el auxilio de la fuerza pública en el territorio de su jurisdicción, en conformidad a la ley;
d) Mantener permanentemente informado al Presidente de la República sobre el cumplimiento de las
funciones del gobierno interior en la región, como asimismo sobre el desempeño de los gobernadores
y demás jefes regionales de los organismos públicos que funcionen en ella;
e) Dar cuenta, en forma reservada, al Presidente de la República, para efectos de lo dispuesto en el Nº
15 del artículo 32 de la Constitución Política de la República, de las faltas que notare en la conducta
ministerial de los jueces y demás empleados del Poder Judicial;
f) Conocer y resolver los recursos administrativos que se entablen en contra de las resoluciones
adoptadas por los gobernadores en materias de su competencia;
g) Aplicar administrativamente las disposiciones de la Ley de Extranjería, pudiendo disponer la
expulsión de los extranjeros del territorio nacional, en los casos y con arreglo a las formas previstas en
ella;
h) Efectuar denuncias o presentar requerimientos a los tribunales de justicia, conforme a las
disposiciones legales pertinentes;
i) Representar extrajudicialmente al Estado en la región para la realización de los actos y la
celebración de los contratos que queden comprendidos en la esfera de su competencia;
j) Ejercer la coordinación, fiscalización o supervigilancia de los servicios públicos creados por ley
para el cumplimiento de la función administrativa, que operen en la región;
k) Proponer al Presidente de la República una terna para la designación de los secretarios regionales
ministeriales;
l) Proponer al Presidente de la República, en forma reservada, con información al ministro del ramo,
la remoción de los secretarios regionales ministeriales. En la misma forma, podrá proponer al ministro
respectivo o jefe superior del servicio, en su caso, la remoción de los jefes regionales de los
organismos públicos que funcionen en la región.
Asimismo, el ministro del ramo o el jefe superior del servicio correspondiente informará al intendente
antes de proponer al Presidente de la República la remoción de dichos funcionarios;
m) Hacer presente a la autoridad administrativa competente del nivel central, con la debida
oportunidad, las necesidades de la región;
n) Adoptar las medidas necesarias para la adecuada administración de los complejos fronterizos
establecidos o que se establezcan en la región, en coordinación con los servicios nacionales
respectivos;

72
ñ) Adoptar todas las medidas necesarias para prevenir y enfrentar situaciones de emergencia o
catástrofe;
o) Dictar las resoluciones e instrucciones que estime necesarias para el ejercicio de sus atribuciones, y
p) Cumplir las demás funciones que le asignen las leyes y las atribuciones que el Presidente de la
República le delegue, incluida la de otorgar personalidad jurídica a las corporaciones y fundaciones
que se propongan desarrollar actividades en el ámbito de la región, ejerciendo al efecto las facultades
que señalan los artículos 546, 548, 561 y 562 del Código Civil.
Por otro lado, el Intendente Regional es también el órgano ejecutivo del Gobierno Regional, por
lo que le corresponden, en esa calidad, otra serie de funciones indicadas en el artículo 24 del
mismo cuerpo legal:
a) Formular políticas de desarrollo de la región, considerando las políticas y planes comunales
respectivos, en armonía con las políticas y planes nacionales;
b) Someter al consejo regional los proyectos de planes y las estrategias regionales de desarrollo y sus
modificaciones, así como proveer a su ejecución;
c) Presidir el consejo regional, con derecho a voz. En caso de empate, tendrá derecho a voto dirimente.
No obstante, cuando el consejo regional ejerza las funciones de fiscalización a que se refiere el
artículo 36, letra g), sólo tendrá derecho a voz;
d) Someter al consejo regional el proyecto de presupuesto del gobierno regional y sus modificaciones,
ajustados a las orientaciones y límites que establezcan la política nacional de desarrollo, la Ley de
Presupuestos de la Nación y demás normas legales sobre la administración financiera del Estado;
e) Proponer al consejo regional la distribución de los recursos del Fondo Nacional de Desarrollo
Regional que correspondan a la región, así como de las inversiones sectoriales de asignación regional,
y de los recursos propios que el gobierno regional obtenga en aplicación de lo dispuesto por el artículo
19, Nº 20º, de la Constitución Política de la República. Esta propuesta del intendente al consejo
regional deberá basarse en variables e indicadores objetivos de distribución intrarregional;
f) Proponer al consejo regional la celebración de los convenios de programación a que se refiere el
artículo 80;
g) Proponer al consejo regional los proyectos de reglamentos regionales que regulen materias propias
de la competencia del gobierno regional, en conformidad a las leyes y a los reglamentos supremos
correspondientes;
h) Representar judicial y extrajudicialmente al gobierno regional, pudiendo ejecutar los actos y
celebrar los contratos de su competencia o los que le encomiende el Consejo;
i) Nombrar y remover a los funcionarios que la ley determine como de su confianza;
j) Velar por el cumplimiento de las normas sobre probidad administrativa contenidas en la ley Nº
18.575, en lo que corresponda;
k) Ejercer la administración de los bienes y recursos propios del gobierno regional, con sujeción a las
disposiciones legales y reglamentarias aplicables y a las normas que el consejo regional pueda adoptar
sobre la materia. En todo caso, requerirá del acuerdo de éste para enajenar o gravar bienes raíces, así
como para entregarlos en comodato o arrendamiento por un lapso superior a cinco años, el que en
ningún caso excederá de veinte;
l) Administrar, en los casos que determine la ley, los bienes nacionales de uso público;
m) Coordinar, supervigilar o fiscalizar, según corresponda, a los servicios públicos creados por ley
para el cumplimiento de las funciones administrativas que operen en la región, directamente o a través
de las respectivas secretarías regionales ministeriales, para la debida ejecución de las políticas, planes
y proyectos de desarrollo regional, así como de los que sean propios de la competencia del gobierno
regional;

73
n) Resolver los recursos administrativos que se entablen en contra de las resoluciones de los
secretarios regionales ministeriales y de los jefes de los servicios públicos que operen en la región, en
materias propias del gobierno regional, según lo establezcan las leyes respectivas;
ñ) Informar al consejo regional oportunamente respecto de las proposiciones de programas y
proyectos a que se refiere el artículo 21, así como dar a conocer a las autoridades a que dicho precepto
se refiere, el plan de desarrollo regional;
o) Dictar las resoluciones e instrucciones que estime necesarias para el ejercicio de sus atribuciones;
p) Promulgar, previo acuerdo del consejo regional, los planes regionales de desarrollo urbano, los
planes reguladores metropolitanos, intercomunales, comunales y seccionales conforme a las normas
de la ley General de Urbanismo y Construcciones; (antes de ley 19.778 decía: p) Promulgar los planes
reguladores comunales e intercomunales, de acuerdo a las normas sustantivas de la Ley General de
Urbanismo y Construcciones, previo acuerdo del consejo regional;
q) Responder por escrito los actos de fiscalización que realice el consejo en su conjunto y las
informaciones solicitadas por los consejeros en forma individual, y
r) Ejercer las demás atribuciones que la ley le confiera.
Por último, junto a dichas atribuciones, el Intendente Regional cuenta con un privilegio procesal:
el fuero, establecido en el artículo 124, inciso 3º:
Ningún tribunal procederá criminalmente contra un intendente […] sin que la Corte de Apelaciones
respectiva haya declarado que ha lugar la formación de causa.
El siguiente órgano de nuestro interés es en Gobierno Regional. Según queda dicho, este
organismo no está encargado de desempeñar la función de gobierno en la región, la cual
corresponde al representante natural del Presidente, el Intendente Regional, sino que está a cargo
de la administración regional. Adicionalmente, se da el caso de que su órgano ejecutivo es el
mismo Intendente Regional.
Las siguientes son las características del Gobierno Regional:
(a) posee personalidad jurídica de derecho público (art. 113 inc. 3º), cuya representación la
detenta el Intendente;
(b) posee patrimonio propio (art. 113 inc. 3º);
(c) es un órgano con autonomía relativa, pues pese a tener patrimonio y personalidad jurídica
propias, depende del Presidente de la República; y
(d) es un órgano descentralizado territorialmente respecto de la administración central.
El Gobierno Regional está constituido por dos órganos:
(a) el Intendente, quién es su órgano ejecutivo (art. 23 LOCGAR). Sin embargo, el Intendente
cumple con funciones de gobierno independientes de sus funciones como parte del
gobierno regional; y
(b) el Consejo Regional, el cual es un “órgano de carácter normativo, resolutivo y fiscalizador,
dentro del ámbito propio de competencia del gobierno regional, encargado de hacer
efectiva la participación de la ciudadanía regional” (art. 113 inc. 1º).
El Gobierno Regional detenta una función general y diversas funciones específicas. Como
función general, recae en el gobierno regional la “administración superior” de la región. Dicha
tarea tiene como objeto “desarrollo social, cultural y económico de la región” (art. 111 inc. 2º).

74
Las funciones especificas del Gobierno Regional, en tanto, son atribuidas por la ley. Entre ellas
se pueden encontrar atribuciones que dicen relación, por ejemplo, con:
(c) el ordenamiento territorial (art. 17 LOCGAR);
(d) el fomento de actividades productivas (art. 18 LOCGAR); y
(e) el desarrollo social y cultural (art. 19 LOCGAR).
En cuanto al Consejo Regional, el artículo 113, inciso 1º, lo caracteriza de la siguiente manera:
El consejo regional será un órgano de carácter normativo, resolutivo y fiscalizador, dentro del ámbito
propio de competencia del gobierno regional, encargado de hacer efectiva la participación de la
ciudadanía regional y ejercer las atribuciones que la ley orgánica constitucional respectiva le
encomiende, la que regulará además su integración y organización.
El Consejo Regional está integrado por el Intendente, quien lo preside, y por los consejeros
regionales. Estará integrado por catorce consejeros en las regiones de hasta cuatrocientos mil
habitantes; por dieciséis en las regiones de más de cuatrocientos mil habitantes; por veinte en las
regiones de más de ochocientos mil habitantes; por veintiocho en las regiones de más de un
millón quinientos mil habitantes; y por treinta y cuatro en las regiones de más de cuatro millones
de habitantes. (art. 29 LOCGAR). De acuerdo a la Constitución, el Consejo Regional estará
integrado por consejeros elegidos por sufragio universal en votación directa, que durarán cuatro
años en sus cargos y podrán ser reelegidos (art. 113 inc. 2º). Para ser elegido como Consejero
regional se requiere contra con los siguientes requisitos (art. 31 LOCGAR):
(a) ser ciudadano con derecho a sufragio;
(b) ser mayor de edad;
(c) haber cursado la enseñanza media o equivalente;
(d) tener residencia en la región durante un plazo no inferior a dos años antes de la elección; y
(e) no tener inhabilidades o incompatibilidades para el ejercicio del cargo, establecidas en el
artículo 32, 33 y 34 de la LOCGAR.
Son causales de cesación en el cargo de consejero regional (art. 40 y 41 LOCGAR):
(a) incapacidad sobreviniente;
(b) incompatibilidad;
(c) renuncia;
(d) inasistencia injustificada por más del 50 por ciento de las sesiones anuales del Consejo; y
(e) perdida de alguno de los requisitos para ser nombrado consejero.
En cuanto a sus funciones, el Consejo Regional, por expresa disposición del artículo 113 de la
Constitución, esta encargado de hacer efectiva la participación de la ciudadanía regional. Dicho
propósito se persigue a través de sus facultades normativas, resolutivas y fiscalizadoras.
Sus facultades normativas se limitan a aprobar los reglamentos regionales e instrumentos de
planificación territorial, además, de su propio reglamento de funcionamiento (art. 36 LOCGAR).
Las funciones especialmente reguladas por la Constitución correspondientes al Consejo Regional
son todas facultades resolutivas (113 inc. 2º):

75
(a) aprobar los planes de desarrollo de la región;
(b) aprobar el proyecto de presupuesto del gobierno regional, ajustados a la política nacional
de desarrollo y al presupuesto de la Nación; y
(c) resolver la inversión de los recursos consultados para la región en el fondo nacional de
desarrollo regional, sobre la base de la propuesta que formule el intendente.
A éstas se suman las facultades resolutivas del Consejo Regional establecidas por la ley (art. 36
LOCGAR):
(a) aprobar los convenios de programación; y
(b) aprobar las enajenaciones o gravámenes de bienes.
Por último, al Consejo Regional le corresponde fiscalizar la labor del Intendente Regional.

Gobierno y Administración Provincial


Según hemos visto, la Constitución contempla en su que el territorio de cada región se divida en
provincias (art. 110), a fin de facilitar el desarrollo territorial armónico y solidario al interior de
las propias regiones (art. 115, inc. 1º). Como instrumento organizacional orientado al
cumplimiento de dichas funciones existe la Gobernación, órgano territorialmente desconcentrado
del Intendente Regional en el cual reside las funciones de gobierno de la provincia.
El artículo 116 establece:
En cada provincia existirá una gobernación que será un órgano territorialmente desconcentrado del
intendente. Estará a cargo de un gobernador, quien será nombrado y removido libremente por el
Presidente de la República.
Esta disposición señala, en consonancia con la estructura regional, que el Gobernador es un
funcionario de exclusiva confianza del Presidente de la República, el cual detenta el gobierno de
la provincia. El cargo de Gobernador presenta los mismos requisitos que se requieren para ser
nombrado intendente y cesa en su cargo por las mismas causales que éste (arts. 6 y 8 LOCGAR).
Como funcionario de exclusiva confianza del Presidente de la República, es nombrado y
removido por éste a voluntad. Dura en su cargo, mientras mantenga la confianza del Presidente
(art. 32 nº 10).
El Gobernador, al igual que el Intendente Regional, cuenta con fuero, establecido en el artículo
124 inciso 3º:
Ningún tribunal procederá criminalmente contra un […] gobernador sin que la Corte de Apelaciones
respectiva haya declarado que ha lugar la formación de causa.
El Gobernador cuenta con funciones propias y con funciones que el Intendente Regional puede
delegarle (funciones delegadas).
Las funciones propias del gobernador son:
(a) ejercer, de acuerdo a las instrucciones del Intendente, la supervigilancia de los servicios
públicos existentes en la provincia (art. 116 inc. 2º);
(b) designar delegados para el ejercicio de sus facultades en una o más localidades (art. 117); y
(c) otras que la ley le atribuya. El artículo 4º de la LOCGAR establece una serie de funciones
de: (i) gobierno; (ii) orden; (iii) administrativas; (iv) normativas; y (v) control. Además

76
cumple con presidir el consejo económico y social provincial, tiene a su cargo la
administración de la provincia y puede asesorar a las municipalidades (art. 44 LOCGAR).
En cuanto a sus funciones delegadas, el artículo 116 inciso 2º señala que la ley determinará las
atribuciones que el intendente podrá delegarle al gobernador.
Otro órgano de relevancia a nivel provincial es el Consejo Económico y Social Provincial. Al
respecto, el artículo 116 inciso 3º establece:
En cada provincia existirá un consejo económico y social provincial de carácter consultivo. La ley
orgánica constitucional respectiva determinará su composición, forma de designación de sus
integrantes, atribuciones y funcionamiento.
El Consejo Económico y Social Provincial está integrado por el gobernador y por miembros
elegidos en representación de las organizaciones sociales de la provincia (art. 48 LOCGAR). Los
consejeros son elegidos de la siguiente forma:
(a) ocho por la organizaciones laborales;
(b) ocho por las organizaciones gremiales;
(c) tres por las organizaciones culturales;
(d) tres por organizaciones profesionales; y
(e) dos por fundaciones y corporaciones.
Integran además el Consejo, por derecho propio, un miembro de cada una de las Fuerzas
Armadas y de Carabineros y los rectores, vicerrectores de las universidades o centros de
formación técnica que funcionen en la provincia.
Este Consejo en un órgano consultivo, por lo que le corresponde (art. 51 LOCGAR):
(a) responder consultas del gobernador,
(b) hacer proposiciones de proyectos específicos y
(c) realizar estudios.

Administración Comunal
La unidad territorial más cercana a la ciudadanía es la municipalidad, establecida para efectos de
la administración local de cada comuna o agrupación de comunas (art. 110). La Ley Orgánica
Constitucional de Municipalidades define así este órgano en su artículo 1 inciso 2º:
Las municipalidades son corporaciones autónomas de derecho público, con personalidad jurídica y
patrimonio propio, cuya finalidad es satisfacer las necesidades de la comunidad local y asegurar su
participación en el progreso económico, social y cultural de las respectivas comunas.
Son características de las municipalidades las siguientes (art. 118 inc. 4º):
(a) poseen personalidad jurídica de derecho público;
(b) poseen patrimonio propio; y
(c) son autónomas respecto a todo otro órgano del Estado, incluyendo al Presidente de la
República.

77
En cuanto a su organización, la municipalidad está constituida por dos órganos: el Alcalde y el
Concejo Municipal (art. 118). A ellos corresponden el ejercicio de las funciones atribuidas a la
municipalidad. Cuenta, adicionalmente, con un Consejo Económico y Social Comunal.
El alcalde es elegido de manera directa por sufragio universal, en conjunto con la elección de
concejales (art. 57 LOCM). Su cargo es incompatible incompatible con el ejercicio de cualquier
otro empleo o función pública retribuido con fondos estatales, con excepción de los empleos o
funciones docentes de educación básica, media o superior, hasta el límite de doce horas
semanales (art. 59 LOCM). Son requisitos para ser candidato a alcalde:
(a) ser ciudadano con derecho a sufragio;
(b) saber leer y escribir;
(c) tener residencia en la región a que pertenezca la respectiva comuna o agrupación de
comunas, según corresponda, a lo menos durante los últimos dos años anteriores a la
elección;
(d) tener su situación militar al día;
(e) no tener dependencia de sustancias o drogas estupefacientes o sicotrópicas ilegales, a
menos que justifique su consumo por un tratamiento medico;
(f) acreditar haber cursado la enseñanza media o su equivalente;
(g) no estar condenado por crimen o simple delito que merezca pena aflictiva; y
(h) no estar afecto a alguna de las demás inhabilidades que establece la Ley Orgánica
Constitucional de Municipalidades (art. 74 LOCM).
Su función general radica en su condución de máxima autoridad de la municipalidad,
correspondiéndole en tal calidad su dirección y administración superior y la supervigilancia de su
funcionamiento (art. 56 LOCM). Como funciones específicas podemos señalar:
(a) desarrollar el plan comunal de desarrollo;
(b) desarrollar el presupuesto municipal;
(c) desarrollar el plan regulador comunal;
(d) desarrollar las políticas de la unidad de servicios de salud y educación y demás servicios
incorporados a su gestión; y
(e) desarrollar las políticas y normas generales sobre licitaciones, adquisiciones, concesiones y
permisos.
Todos estos instrumentos de gestión deberán ser aprobados por el Concejo Municipal. Al
respecto, dispone la Constitución que en cada Municipalidad habrá un Concejo integrado por
concejales elegidos por sufragio universal, quienes durarán cuatro años en sus cargos y podrán
ser reelegidos (art. 119). Según la misma norma, el Concejo Municipal estará encargado de hacer
efectiva la participación de la comunidad local y ejercerá funciones normativas, resolutivas y
fiscalizadoras (art. 119 inc.2).
La Constitución establece en su artículo 118 una reserva de ley orgánica constitucional respecto
a las modalidades y formas que deberá asumir la participación de la comunidad local en las
actividades municipales, así como respecto de las funciones y atribuciones de las

78
municipalidades y de las materias de competencia municipal que el Alcalde, con acuerdo del
Concejo o a requerimiento de los dos tercios de los concejales en ejercicio, o de la proporción de
ciudadanos que establezca la ley, someterá a consulta no vinculante o a plebiscito, así como las
oportunidades, forma de la convocatoria y efectos.
Hemos visto que el artículo 118, inciso 1º, establece que la administración local reside en la
Municipalidad. Debe esto, entenderse que la Municipalidad por tanto, cumple funciones
solamente administrativas y no de gobierno. Luego, según el artículo 118 inciso 14, la finalidad
de la municipalidad es
satisfacer las necesidades de la comunidad local y asegurar su participación en el progreso económico,
social y cultural de la comuna.
Para cumplir con tal objetivo, los servicios públicos existentes en una determinada comuna o
agrupación de comunas sujeta a la jurisdicción de un Municipio deberán coordinarse con el
mismo, en conformidad con la ley. Por otro lado, los Ministerios, servicios públicos y Gobiernos
Regionales podrán transferir competencias a las municipalidades (art. 118, inc. 9º).

79
CAPÍTULO VI: ÓRGANOS CONSTITUCIONALES AUTÓNOMOS

La administración del Estado, como se ha visto, tiene una organización compleja. Del análisis de
la regulación constitucional de la administración pueden puede desprenderse que existen cuatro
categorías de órganos administrativos:
(a) Los órganos centralizados y concentrados (por ejemplo, el Presidente de la República).
(b) Los órganos centralizados y desconcentrados (por ejemplo, los ministros de Estado).
(c) Los órganos descentralizados (por ejemplo, las superintendencias).
(d) Los órganos autónomos (por ejemplo, el Banco Central).
Tales categorías de órganos se distinguen en virtud del grado de independencia que imputan
respecto del poder central de la administración, que reside en el Presidente de la República como
su jefe.
La caracterización tradicional de los órganos administrativos descentralizados es la siguiente:
(a) tienen personalidad jurídica propia;
(b) tienen patrimonio propio;
(c) sólo están sometidos a la administración central mediante una relación tutela o
supervigilancia, lo que implica que sus actuaciones no pueden ser revisadas o corregidas,
sino sólo pueden ser objeto de medidas disciplinarias cuando medie una infracción grave
en el ejercicio de sus funciones; y
(d) deben estar establecidos por la ley.
Todas estas características describen un panorama en que los órganos descentralizados cuentan
con una independencia importante frente a la administración central, que sólo puede ser amagada
por la relación, excepcional, de supervigilancia.
Frente a los órganos descentralizados existe una categoría de órganos aún más independientes
frente a la administración central. Ellos son los denominados órganos autónomos. En general,
puede decirse que los órganos autónomos son órganos descentralizados que, sin embargo
cuentan con un reforzamiento de su independencia dado que su relación con la administración
central no admite ni siquiera los vínculos de supervigilancia o tutela.
Otra característica con que cuentan los órganos autónomos es su consagración constitucional, la
que refuerza su independencia también frente al poder legislativo.
Puede caracterizarse a los órganos autónomos de la siguiente manera:
(a) son órganos constitucionalmente establecidos;
(b) no obstante su autonomía, forman parte de la administración. Son órganos administrativos
autónomos;
(c) no se relacionan con la administración central por medio de un vínculo de subordinación
(propio de los órganos centralizados) o supervigilancia (propio de los órganos
descentralizados) sino solamente por medio de un vínculo de coordinación de su acción
conjunta;
(d) finalmente, pueden tener patrimonio y personalidad jurídica propia.

80
Muy relevante para comprender el rol constitucional de los órganos autónomos es dejar claro
cuál es el sentido de la autonomía que la Constitución les concede y, por supuesto, cuáles son los
límites de esta autonomía. Ella se dirige a extirpar una función administrativa del manejo del
Presidente de la República y sus colaboradores, marginando su ejercicio de las intervenciones
motivadas por consideraciones de política contingente y entregándole éste a órganos con perfil
técnico e independiente.
Los límites de la autonomía se encuentran, por un lado, en la necesidad de que dichos órganos
respeten la Constitución y la ley. Su autonomía no los exime de la característica estructural de la
administración toda que, en un estado de derecho, consiste en su sujeción al derecho. Por otro
lado, los límites de la autonomía están dados por la función administrativa que desarrollan la que
requiere, para ser eficaz y eficiente, una adecuada coordinación con los demás órganos
administrativos sectoriales y con las políticas gubernamentales respectivas.

El Ministerio Público
El surgimiento de órganos administrativos especializados en la persecución penal es
relativamente reciente. Presupone dos elementos asociados al Estado moderno:
(a) la centralización del poder político y jurídico en manos del Estado moderno. Ello va de la
mano con la asunción de que la persecución de la criminalidad es una función que debe
estar centralizada en manos de la autoridad política, no entregada a los particulares; y
(b) la crítica ilustrada al proceso penal, que supone la crítica a la confusión de roles
persecutorios y jurisdiccionales. Ello posibilita el despliegue de un juicio penal más
desprejuiciado y, en consecuencia, más respetuoso de las garantías procesales.
Las características que el órgano persecutor ha tenido, en su variante europea, son: (1) su
organización unitaria y jerarquizada; y (2) su dependencia del poder ejecutivo. Por el contrario,
en el la órbita del common law su organización a tendido a adoptar otra forma. Así,
no corresponde a una institución unitaria que actúa según criterios uniformes sino a una constelación
de órganos descentralizados cuya dependencia del Poder Ejecutivo es sólo tenue y formal. Esta
característica de los sistemas penales anglosajones responde a una determinada concepción de la
relación entre el Estado y los individuos que reside en una fuerte desconfianza de la comunidad
respecto del poder ejercido por los funcionarios y los peligros que representa su concentración para las
libertades individuales”16.
El órgano al cual nuestro sistema constitucional atribuye estas funciones es el Ministerio Público.
El artículo 83 establece sus principios orgánicos. Ellos son:
(a) autonomía institucional. La autonomía expresa una decisión de desvincular las funciones
del Ministerio Público de la ingerencia tanto del Presidente de la República como del
Poder Judicial;
(b) jerarquía. Se expresa en la existencia de una jerarquía administrativa en su interior,
encabezada por el Fiscal Nacional como jefe de servicio; y
(c) unidad. La unidad se expresa en que cada fiscal representa al Ministerio Público en las
actuaciones que realice (art. 2 LOCMP).

16
Derecho Procesal Penal Chileno: 111-112.

81
En cuanto a su organización interna, los órganos que integran el Ministerio Público pueden
clasificarse en órganos nacionales, regionales y locales.
(a) Nacionales. El Ministerio Público está integrado por una Fiscalía Nacional, que integran el
Fiscal Nacional y las unidades administrativas que colaboran con él. Existe además, un
Consejo General del Ministerio Público que integran tanto el Fiscal Nacional como los
fiscales regionales (arts. 24-25 LOCMP).
(b) Regionales. Las fiscalías regionales están compuestas por los fiscales regionales y por las
unidades administrativas que colaboran con su labor.
(c) Locales. Por último, existen fiscalías locales que están integradas por fiscales adjuntos.
El Fiscal Nacional es el superior jerárquico del Ministerio Público. Dicha autoridad será
designada por el Presidente mediante el siguiente procedimiento (art. 85):
(a) la Corte Suprema formará una quina convocando a concurso público, resuelta por la
mayoría absoluta de sus miembros en ejercicio, no pudiendo integrar dicha quina los
miembros activos o pensionados del Poder Judicial;
(b) el Presidente de la República designará a uno de los nombres de la quina propuesta;
(c) el Senado deberá prestar su acuerdo a la designación del Presidente; y
(d) si el Senado no aprobare la proposición del Presidente de la República, la Corte Suprema
deberá completar la quina proponiendo un nuevo nombre en sustitución del rechazado,
repitiéndose el procedimiento hasta que se apruebe un nombramiento.
Para acceder al cargo de Fiscal nacional, que la Constitución establece los siguientes requisitos
(art. 85 inc. 2º):
(a) haber cumplido cuarenta años de edad;
(b) tener a lo menos diez años de título de abogado;
(c) poseer las demás calidades necesarias para ser ciudadano con derecho a sufragio; y
(d) no tener inhabilidades para desempeñar el cargo de juez (art. 84 inc. 1º).
El Fiscal nacional durará ocho años en el ejercicio de sus funciones y no podrá ser designado
para el período siguiente (art. 85 inc. 2º). Al Fiscal Nacional le será aplicable lo dispuesto en el
inciso segundo del artículo 80 en lo relativo al tope de edad, esto es, permanecerá en su cargo
pese a cumplir 75 años hasta el fin de su período (art. 85 inc. 3º).
El Fiscal Nacional sólo podrá ser removido por la Corte Suprema. Quienes pueden requerir su
remoción son:
(a) el Presidente de la República;
(b) la Cámara de Diputados; y
(c) diez miembros de la Cámara de Diputados.
Las causales de remoción son las siguientes:
(a) Incapacidad;
(b) Mal comportamiento; y

82
(c) Negligencia manifiesta en el ejercicio de sus funciones.
El procedimiento que seguirá la Corte para resolver el requerimiento será el siguiente:
La Corte conocerá del asunto en pleno especialmente convocado al efecto y para acordar la remoción
deberá reunir el voto conforme de la mayoría de sus miembros en ejercicio (art. 89 inc. 1º).
De conformidad a su rol de jefe de servicio, el artículo 91 de la Constitución establece que el
Fiscal Nacional detentará la superintendencia directiva, correccional y económica del Ministerio
Público. Dicha superintendencia estará regulada en la ley orgánica constitucional respectiva.
En el siguiente nivel territorial se ubica el Fiscal Regional. El artículo 86 inciso 1º establece que
habrá uno por cada una de las regiones del país, salvo en aquellas regiones que por su población
o extensión territorial requieran más de uno. En la actualidad, en la Región Metropolitana existen
cuatro, mientras que en cada una de las demás regiones existe uno.
Los fiscales regionales serán nombrados por el Fiscal Nacional, que elegirá entre los miembros
de una terna conformada por la Corte de Apelaciones de la respectiva región. Para los casos en
que una región cuente con más de una Corte de Apelaciones, la terna será formada por un pleno
conjunto de todas ellas (art. 86 inc. 2º).
Para desempeñar el cargo de Fiscal Regional, la Constitución exige en su artículo 86, inciso 3º:
(a) a lo menos cinco años de título de abogado;
(b) haber cumplido treinta años y no tener más de setenta y cinco años de edad;
(c) poseer las demás calidades necesarias para ser ciudadano con derecho a sufragio;
(d) no tener inhabilidades para desempeñar el cargo de juez (art. 84 inc. 1º); y
(e) no ser miembro activo o jubilado del Poder Judicial (art. 87 inc. 1º).
Los fiscales regionales durarán ocho años en el ejercicio de sus funciones y no podrán ser
designados como fiscales regionales por el período siguiente, lo que no obsta a que puedan ser
nombrados en otro cargo del Ministerio Público (art. 86 inc. 3º).
En cuanto al término de sus funciones, los fiscales regionales cesarán en su cargo al cumplir
setenta y cinco años de edad. Cesarán en su cargo también, al ser removidos por la Corte
Suprema. Pueden requerir su remoción:
(a) el Fiscal Nacional
(b) el Presidente de la República;
(c) la Cámara de Diputados; y
(d) diez miembros de la Cámara de Diputados.
Las causales de remoción son:
(a) incapacidad;
(b) mal comportamiento; y
(c) negligencia manifiesta en el ejercicio de sus funciones.
El procedimiento que seguirá la Corte para resolver el requerimiento será el establecido en el
artículo 89 inciso 1º parte final.

83
Por último, los fiscales adjuntos serán designados por el Fiscal Nacional. Los elegirá de entre los
nombres que integren la terna que para el efecto conformará el fiscal regional respectivo. Dicha
terna será conformada a través de concurso público.
Para ser nombrado fiscal adjunto se requiere contar con los siguientes requisitos (art. 88):
(a) título de abogado;
(b) poseer las demás calidades necesarias para ser ciudadano con derecho a sufragio;
(c) no tener más de setenta y cinco años de edad; y
(d) no tener inhabilidades para desempeñar el cargo de juez (art. 84 inc. 1º).
La duración en el cargo de fiscal adjunto no está sujeta a un plazo. Los fiscales adjuntos cesarán
en su cargo:
(a) al cumplir setenta y cinco años de edad;
(b) renuncia;
(c) muerte;
(d) salud incompatible con el cargo o enfermedad irrecuperable, de acuerdo a lo establecido en
el reglamento; y
(e) incapacidad o incompatibilidad sobreviniente.
El artículo 90 hace aplicable a todos los fiscales la prerrogativa para los jueces, establecida en el
artículo 81 de la Constitución, que hace éstos sólo puedan ser detenidos con una orden judicial y
en caso de delito flagrante deban ser llevados ante el tribunal competente.
En cuanto al régimen funcional del Ministerio Público, es importante señalar que aquel está
circunscrito por una prohibición contenida en el inciso 1º parte final del artículo 83, el cual
establece que el Ministerio Público no podrá en ningún caso ejercer funciones jurisdiccionales.
Esta prohibición puede ser entendida como una extensión de la prohibición de ejercicio de
funciones judiciales del artículo 76 inciso 1º al Ministerio Público. Sin embargo, esta extensión
parece tener una función especial, en la medida que las funciones que realiza el Ministerio
Público están estrechamente vinculadas a la labor de los tribunales con competencia en materia
penal.
Como atribuciones constitucionalmente consagradas del Ministerio Público podemos identificar
(art. 83):
(a) dirigir en forma exclusiva la investigación de los hechos constitutivos de delito, los que
determinen la participación punible y los que acrediten la inocencia del imputado;
(b) ejercer la acción penal pública en la forma prevista por la ley; y
(c) adoptar de medidas para proteger a las víctimas y a los testigos.
El Ministerio Público, al igual que los tribunales ordinarios de justicia (art. 76 inc. 3º) pueden
dirigirse directamente a las Fuerzas de Orden y Seguridad, sin necesidad de solicitar su actuación
ante algún órgano dependiente del Presidente de la República. En ese sentido, la facultad de
imperio del Ministerio Público es un rasgo de su independencia institucional. El artículo 83
inciso 3º establece las características de dicha facultad:

84
(a) el Ministerio Público podrá dirigir ordenes durante la investigación;
(b) no podrá ordenar actuaciones que afecten de derechos fundamentales, sin una orden
judicial previa;
(c) los miembros de las Fuerzas de Orden y Seguridad requeridos no podrán calificar su
fundamento, oportunidad, justicia ni legalidad;
(d) dichos funcionarios deberán cumplir las ordenes sin más tramite; y
(e) sin embargo, podrán requerir la autorización judicial cuando corresponda.
Regulan la actuación del Ministerio Público los siguientes principios:
(a) oficialidad. Se ha señalado que el principio de oficialidad
[…] es una consecuencia del monopolio de la coacción por parte del Estado moderno. Conforme a
este principio, el Estado tiene la atribución privativa del ejercicio de la acción penal pública para el
esclarecimiento y sanción de los delitos, sin necesidad de esperar la excitación de la víctima o de un
tercero. La víctima puede denunciar el delito o intervenir en el procedimiento como testigo, pero nada
de ello es necesario para que tenga lugar el correspondiente proceso penal. El fundamento de este
principio es la existencia de un interés público por que los hechos punibles sean siempre perseguidos
penalmente, incluso en ausencia o contra la voluntad de la víctima17[;]
(b) objetividad. El principio de objetividad está establecido en el artículo 3 de la LOCMP que
establece:
En el ejercicio de su función, los fiscales del Ministerio Público adecuarán sus actos a un criterio
objetivo, velando únicamente por la correcta aplicación de la ley. De acuerdo con ese criterio, deberán
investigar con igual celo no sólo los hechos y circunstancias que funden o agraven la responsabilidad
del imputado, sino también los que le eximan de ella, la extingan o la atenúen18[;]
(c) eficiencia. El artículo 6 inciso 1º de la LOCMP establece:
Los fiscales y funcionarios del Ministerio Público deberán velar por la eficiente e idónea
administración de los recursos y bienes públicos y por el debido cumplimiento de sus funciones19[;]
(d) transparencia, en consonancia con el artículo 8º de la Constitución; y
(e) responsabilidad, de conformidad a los principios generales que rigen la actuación de los
órganos del Estado y particularmente al artículo 38 de la Constitución.
El artículo 83 inciso 4º excluye de las competencias del Ministerio Público las actuaciones
relacionadas con la persecución penal de delitos que sean competencia de juzgados militares.
Esas actuaciones serán realizadas en conformidad a lo prescrito en el Código de Justicia Militar y
las leyes respectivas.
En cuanto al resto de la reglamentación del Ministerio Público, la Constitución exige que las
siguientes materias sean reguladas por una ley orgánica constitucional (art. 84):
(a) la organización y atribuciones del Ministerio Público;
(b) las calidades y requisitos que deberán tener y cumplir los fiscales para su nombramiento;

17
Derecho Procesal Penal Chileno: 150.
18
Derecho Procesal Penal Chileno: 150.
19
Derecho Procesal Penal Chileno: 150.

85
(c) las causales de remoción de los fiscales adjuntos, en lo no contemplado en la Constitución;
(d) el grado de independencia y autonomía y la responsabilidad que tendrán los fiscales en la
dirección de la investigación y en el ejercicio de la acción penal pública, en los casos que
tengan a su cargo;
(e) los concursos públicos con que se proveerán los nombres de las ternas de fiscales adjuntos
(art. 88); y
(f) la superintendencia del Fiscal Nacional respecto del Ministerio Público (art. 91).

La Contraloría General de la República


La Contraloría General de la República es un órgano de la administración, constitucionalmente
autónomo y que tiene como principal función el control presupuestario y financiero y el control
de la legalidad de los actos, ambos de la administración pública.
Las características orgánicas de la Contraloría establecidas en la Constitución y en la ley son:
(a) autonomía (art. 98 inc. 1º). No está bajo la supervigilancia ni del Presidente de la
República ni del Congreso Nacional;
(b) independencia (art. 1º L 10.336);
(c) forma parte de la administración pública (art. 1º LOCBAE), por lo cual queda sometida a
los artículos 1 a 20 de la LOCBAE; y
(d) no tiene personalidad jurídica ni patrimonio propio.
La Contraloría cuenta con dos autoridades superiores: el Contralor General de la República, y el
Subcontralor, que tiene la función de reemplazar al Contralor en casos de ausencia o vacancia. El
Subcontralor debe ser abogado (art. 2 L 10.336).
La contraloría cuenta con una planta de funcionarios fijada por la ley, todos los cuales son de
exclusiva confianza del Contralor, quién podrá nombrarlos y removerlos con independencia de
otra autoridad del Estado (art. 3 L 10.336).
Formarán parte de la Contraloría las siguiente divisiones (art. 2 L 10.336):
(a) Departamento Jurídico
(b) Departamento de Contabilidad y
(c) Departamento de Inspección General de Oficinas y Servicios Públicos;
(d) Subdepartamento de Toma de Razón,
(e) Subdepartamento de Registro de Empleados Públicos,
(f) Subdepartamento de Contabilidad Central,
(g) Subdepartamento de Control de Entradas,
(h) Subdepartamento de Control de Gastos,
(i) Subdepartamento de Crédito Público y Bienes Nacionales,
Existen además una Fiscalía y una Secretaría General. Existen, asimismo, Contralorías
Regionales en cada una de las regiones del país.

86
El artículo 99 inciso 4º establece que la organización, funcionamiento y atribuciones de la
Contraloría que no estén contempladas en la Constitución serán materia de ley orgánica
constitucional. Esa función la cumple la Ley 10336, que pese a ser anterior a la entrada en
vigencia de la Constitución, se entiende que tiene ese rango. Por lo tanto, pese a que el título de
dicha ley prescinde del calificativo “constitucional”, para la modificación de muchas de las
normas en ella contenidas es requerido un procedimiento especial de reforma.
El Contralor General de la República, según hemos dicho, es el superior jerárquico de esta
institución. Para ser Contralor General de la República se requiere (art. 98 inc. 2º):
(a) a lo menos diez años de título de abogado;
(b) haber cumplido cuarenta años de edad;
(c) poseer las demás calidades necesarias para ser ciudadano con derecho a sufragio; y
(d) no tener más de 75 años de edad.
El nombramiento del Contralor General de la República se efectuará por el Presidente de la
República y requerirá el acuerdo del Senado. Dicho acuerdo requerirá la aprobación de tres
quintos de los miembros en ejercicio de dicha cámara (art. 98 inc. 2º). El Contralor durará en su
cargo por un periodo de 8 años y no podrá ser designado para el periodo inmediatamente
posterior (art. 98 inc. 2º). Gozará de inamovilidad en su cargo y no podrá ser removido de éste
por otras causas que las que la propia Constitución o la ley establezcan (art. 4º L 10.336).
Las causales de cesación en el cargo de Contralor son las siguientes:
(a) normalmente, por la finalización de su periodo;
(b) cumplir 75 años de edad;
(c) ser declarado culpable de “notable abandono de deberes” por el Senado tras ser acusado
constitucionalmente (art. 53 inc. º nº 1);
(d) remoción por el Presidente de la República, previa resolución judicial, de acuerdo a lo
establecido en el artículo 4 inciso 2º de la Ley 10336; y
(e) renuncia.
En cuanto a las funciones de la Contraloría General de la República, el artículo 98 establece
(a) ejercerá el control de la legalidad de los actos de la Administración,
(b) fiscalizará el ingreso y la inversión de los fondos del Fisco,
(c) fiscalizará el ingreso y la inversión de los fondos de las municipalidades y
(d) fiscalizará el ingreso y la inversión de los fondos de los demás organismos y servicios que
determinen las leyes;
(e) examinará y juzgará las cuentas de las personas que tengan a su cargo bienes de esas
entidades;
(f) llevará la contabilidad general de la Nación, y
(g) desempeñará las demás funciones que le encomiende la ley orgánica constitucional
respectiva.

87
Se puede constatar que las funciones de control de la Contraloría se dirigen, por tanto, en dos
direcciones. Por un lado, al control de la legalidad (o juridicidad) de la actuación de la
Administración. Por otro lado, al examen financiero y presupuestario de la misma.
Respecto de estas funciones, la Contraloría está obligada a ejercerlas preferentemente en los
casos en que su ejercicio esté motivado por denuncias hechas o investigaciones solicitadas en
virtud de un acuerdo de la Cámara de Diputados (art. 1 L 10336).
En cuanto al control de la legalidad de la actuación de la Administración, esta función se lleva a
cabo mediante el procedimiento de la toma de razón, el cual permite a la Contraloría realizar un
control preventivo de legalidad de los actos administrativos. Si el control de legalidad efectuado
considera que el acto es legal, la Contraloría “tomará razón” del mismo. Por otro lado, si no lo
considera legal, procederá a representarlo. La representación es el juicio de reproche de
ilegalidad que la Contraloría formula respecto de un acto administrativo (art. 99). Características
de este control son:
(a) es un control jurídico;
(b) es un control preventivo;
(c) es un control de legalidad (y constitucionalidad); y
(d) es un tramite para la entrada en vigencia del acto administrativo.
Ante la representación de un acto administrativo, el Presidente de la República podrá insistir en
que el Contralor tome razón del acto representado (es decir, impugnado). Dicha insistencia
deberá manifestarse agregando la firma de todos los ministros de Estado en el decreto en el que
se insiste. Deberá además mandar copia de los respectivos actos a la Cámara de Diputados (art.
99).
El objetivo de mandar las copias a la Cámara de Diputados es que ésta podrá ejercer la función
fiscalizadora respecto de dichos actos. La Constitución quiere que la Cámara de Diputados tenga
en especial consideración aquellos actos del gobierno que la Contraloría ha representado.
[Excepción.]
Artículo 99.- […] En ningún caso dará curso a los decretos de gastos que excedan el límite señalado
en la Constitución y remitirá copia íntegra de los antecedentes a la misma Cámara.
En ciertos casos, el control de legalidad que la Contraloría hace tiene características especiales.
En dichos casos, la representación de un decreto no será susceptible de insistencia:
(a) los decretos con fuerza de ley (cft. Art. 93 inc. 1º nº 4);
(b) los decretos que promulgan una ley o una ley de reforma constitucional cuando el texto que
se promulga es distinto del texto aprobado (cft. Art. 93 inc. 1º nº 8); y
(c) en aquellos casos en que el vicio que haya motivado la representación no sea la ilegalidad,
sino la inconstitucionalidad del acto (cft. Art. 93 inc. 1º nº 9).
Para estos casos, el Presidente de la República podrá, si no se conformare con la representación,
recurrir al Tribunal Constitucional para que resuelva la controversia (art. 99 inc. 3º).
La contraloría ejerce el control de legalidad de los decretos con fuerza de ley. Dicho examen no
se preocupa de examinar su legalidad en general, dado que los decretos con fuerza de ley son
normas de rango legal y una norma con rango legal no puede ser, en principio, ilegal. Pero si se

88
preocupa de examinar la legalidad especifica del decreto en relación a la ley delegatoria. En esos
términos, la Contraloría examina que el decreto examinado no haya excedido o contravenido lo
dispuesto en la ley delegatoria (art. 99 inc. 2º).
Respecto de los decretos con fuerza de ley, además de controlar la legalidad respecto de la ley
delegatoria examinará que éste cumpla con los requisitos generales de la constitución establece
(art. 99 inc. 2º).
Respecto de los actos administrativos la Contraloría también podrá realizar un examen de
constitucionalidad. Dicho control será realizado mediante el mismo procedimiento de toma de
razón.
La constitución establece expresamente, que mediante una ley orgánica constitucional se podrán
establecer otras atribuciones a la Contraloría General de la República (art. 99 inc. 4º).
El control de legalidad no procede respecto a la generalidad de los actos de la administración,
sino sólo respecto de aquellos actos que la ley determine (art. 99). La Ley de la Contraloría
señala que sólo están afectos a la toma de razón (art. 1 L 10336):
(a) los decretos supremos;
(b) las resoluciones de los Jefes de Servicio; y
(c) los demás supuestos de toma de razón establecidos en otras leyes especiales.
Sin embargo, existen supuestos legales y facultades otorgadas al Contralor General de la
República dirigidas a eximir del tramite de toma de razón a actos administrativos que forman
parte de la categoría de los incluidos por el artículo 1 de la Ley 10336 (art. 10 L 10336).

El Banco Central
Un banco central es una institución pública encargada de la política monetaria; es decir, del
manejo de la emisión de papel moneda, instrumento de gran importancia desde la perspectiva
macroeconómica pues tiene una alta incidencia en diversos indicadores de esta naturaleza, tales
como la inflación, las tasas de interés, entre otros. La emisión de moneda no ha sido siempre, en
aquellas sociedades humanas en que este fenómeno ha existido, un asunto de la autoridad
política. Pero en las sociedades modernas, altamente complejizadas y de gran densidad
institucional, es paradigmático el surgimiento de órganos estatales que no sólo monopolizan la
emisión de dinero, sino también intentan alcanzar objetivos macroeconómicos a través de ella, ya
sea el pleno empleo o el control de la inflación. En nuestro país, el Banco Central fue creado a
través del Decreto Ley Nº 486, de 22 de agosto de 1925:
Núm. 486.- Santiago 22 de agosto de 1925.- Visto el proyecto de fundacion del BANCO CENTRAL
DE CHILE, presentado por la Mision de Consejeros Financieros, presidida por el Señor Edwin Walter
Kemmerer; y Considerando:
Que la creacion de ese organismo bancario viene a llenar una sentida aspiracion pública y a satisfacer
ampliamente la necesidad de dotar al pais de una institucion que estabilice la moneda y regule la tasa
de intereses y descuentos, para evitar perturbaciones en el desenvolvimiento industrial y financiero de
la Nacion y fomentar su progreso económico;
De acuerdo con el Consejo de Ministros, dicto el siguiente
DECRETO-LEI

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La conformación de este primer Banco Central posibilitaba la compra de distintas clases de
acciones por parte de bancos comerciales, nacionales e internacionales, y personas naturales y
jurídicas, autorizados a elegir cuatro directores, pudiendo el Presidente nombrar tres directores.
El número de directores fue progresivamente aumentando e incorporando en cuanto a su
nombramiento a actores económicos e institucionales importantes, como la Sociedad Nacionald e
Agricultura o el Congreso.
Uno de los aspectos más relevantes de esta institución es su autonomía en cuanto al ejercicio de
sus atribuciones. Ya el Decreto con Fuerza de Ley Nº 106, de 6 de junio de 1953, caracterizaba a
este organismo como una “institución autónoma, con personalidad jurídica, de duración
indefinida” cuya misión era “propender al desarrollo ordenado y progresivo de la economía
nacional mediante una política monetaria y crediticia que, procurando evitar tendencias
inflacionistas o depresivas, permita el mayor aprovechamiento de los recursos productivos del
país”. Ahora bien, la Constitución de 1925 nunca incorporó en su texto esta institución, por lo
que la innovación decisiva de la Constitución de 1980 en esta materia fue, en vez de entregarle
autonomía al Banco Central como muchos suponen, el entregarle jerarquía constitucional a dicho
órgano.
En la actualidad, la Constitución caracteriza al Banco Central en su artículo 108 como un órgano
dotado de autonomía; de patrimonio propio; y de carácter técnico. La Constitución señala que
tanto la composición y organización como las funciones y atribuciones del Banco Central serán
determinadas por una ley orgánica constitucional (art. 108).
Dicho cuerpo normativo, la Ley Nº 18.840, Orgánica Constitucional del Banco Central, le
atribuye, además, otras características: personalidad jurídica (art. 1º); duración indefinida (art.
1º); domicilio en la ciudad de Santiago (art. 1); y sujeción a las normas del sector privado (art.
2º).
De todas estas, la característica más relevante del Banco Central, pues está íntimamente
relacionada con la función institucional que cumple, es la autonomía. Puede entenderse que tanto
el patrimonio y la personalidad jurídica propia como el carácter técnico del Banco son
expresiones de dicha autonomía.
La autonomía del Banco Central puede encontrar un fundamento genérico y fundamento
especifico. Es genérico el fundamento de la autonomía como técnica de distribución de
competencias. Es específico el fundamento de la aplicación de la técnica de la autonomía al caso
del Banco Central. El fundamento genérico puede encontrarse en que dicha autonomía sirve a la
consecución de un determinado fin sin interferencias exógenas respecto de dicho propósito.
Dicho propósito o fin estaría dado por la Ley Ley Nº 18.840, que en su artículo 3º es “velar por
la estabilidad de la moneda y el normal funcionamiento de los pagos internos y externos”. Para
esto, el inciso 2º de dicha disposición identifica los siguientes instrumentos de gestión monetaria:
Las atribuciones del Banco, para estos efectos, serán la regulación de la cantidad de dinero y de
crédito en circulación, la ejecución de operaciones de crédito y cambios internacionales, como,
asimismo, la dictación de normas en materia monetaria, crediticia, financiera y de cambios
internacionales.
Respecto a la posición en la que se encuentra el Banco Central respecto de los demás órganos del
Estado, la alternativas que la doctrina ha presentado han sido las siguientes:
(a) se trata de un órgano constitucional, esto es, cuya autonomía respecto de los demás
órganos del Estado, esta marcada por la igualdad y la no subordinación; y

90
(b) se trata de un órgano que integra el gobierno y la administración del Estado y, en ese
sentido, está, a lo menos, sujeto a una relación de coordinación subordinada con esta
organización.
Esta posición del Banco, puede fundarse en la disposición contenida en el inciso 2º del artículo 6
de la Ley Nº 18.840, que establece así:
El Consejo, al adoptar sus acuerdos, deberá tener presente la orientación general de la política
económica del Gobierno.
Pero también en la disposición del artículo 1º de la Ley 18575 que señala
La Administración del Estado estará constituida por […] los órganos y servicios públicos creados para
el cumplimiento de la función administrativa, incluidos […] el Banco Central […].
Sin embargo, la atribución de esta posición presenta un inconveniente sistemático serio. La Ley
Nº 18.840 señala en su artículo 90 que no se aplicará al Banco la Ley Nº 18.575. ¿Qué puede
significar esto?
(a) Considerando que el artículo 1º de la Ley Nº 18.575 es la norma que constituye al Banco
Central en un órgano de la administración, parece indicar que la base normativa para
concluir eso se tiende a desvanecer.
(b) Sin embargo, si se considera que lo que hace el artículo 1º de la Ley Nº 18.575 es
simplemente presentar una declaración de la posición del Banco en el sistema
constitucional previo a la dictación de dicha ley, no parece afectar la posición del Banco
dentro de la administración.
Dicho de otro modo, si se piensa que el legislador puede volver a un órgano autónomo en un
órgano parte de la administración del Estado, claro, puede concluirse que la norma del artículo
90 de la Ley Nº 18.840 puede repercutir en dicha posición, pero si se considera que la posición
del Banco es algo que viene establecido por la Constitución y que lo que hace la Ley Nº 18.575
es meramente señalarlo o declararlo, la norma del artículo 90 sólo puede tener el sentido de
otorgar al Banco Central, por su especial naturaleza, mayor flexibilidad en lo que a su
organización interna respecta.
Concluyente, respecto a su pertenencia a la administración, sólo puede ser el juicio basado en
que la tarea que corresponde por ley al Banco Central, esto es, la de “velar por la estabilidad de
la moneda y el normal funcionamiento de los pagos internos y externos” es una atribución
especial de determinación e implementación de políticas monetarias. Dicha atribución especial se
debe poner en relación con la determinación e implementación general de políticas económicas
que reside en el Presidente de la República en su calidad de Jefe del Gobierno. De esta manera,
lo que habría implementado la ley es solamente la estructuración de un perímetro acotado dentro
del cual el Banco tienen autonomía para llevar a cabo políticas, pero que no constituye un órgano
independiente respecto del gobierno, en el sentido de un órgano constitucional, como el
Congreso o el Poder Judicial.
El control de la labor del Banco Central se realiza por parte del Gobierno mediante los siguientes
mecanismos:
(a) designación y destitución de los consejeros (arts. 7, 8, 16 y 17 L Nº 18.840);
(b) la sujeción del Banco Central a la política económica del Gobierno (art. 2 L Nº 18.840);

91
(c) la participación del Ministro de Hacienda en el Consejo (art. 19 L Nº 18.840);
(d) el veto suspensivo del Ministro de Hacienda frente a los acuerdos del Consejo (art. 19 inc.
3º L Nº 18.840);
(e) el veto del Ministro de Hacienda frente a los acuerdos del Consejo que implementen
restricciones al sistema de cambios internacionales del Mercado Cambiario Formal (arts.
49 y 50 L Nº 18.840).
Por su parte, el Congreso realiza una tarea de control de envergadura menor respecto de la
actividad del Banco. Ella se realiza a través de la participación en la designación y destitución de
los consejeros del Banco.
Estrechamente vinculado con la posición institucional del Banco Central, respecto del Gobierno
y del Congreso, el artículo 4 de la Ley Nº 18.840 señala:
El Banco deberá informar al Presidente de la República y al Senado respecto de las políticas y normas
generales que dicte en el ejercicio de sus atribuciones. Asimismo, deberá asesorar al Presidente de la
República, cuando éste lo solicite, en todas aquellas materias que digan relación con sus funciones.
Control por parte del Congreso y los Tribunales
Finalmente, los tribunales realizan un control de la actividad del Banco Central, mediante los
siguientes mecanismos:
(a) reclamo de ilegalidad especial (arts. 69 a 74 L Nº 18.840);
(b) recurso de protección (art. 20); y
(c) recurso de amparo económico (L Nº 18.971).
El Consejo es el órgano superior del Banco Central, y en ese sentido, tiene como su principal
función, su dirección y administración superior (art. 6 L Nº 18.840). El Consejo está integrado
por cinco consejeros (art. 7 L Nº 18.840). Su quórum de funcionamiento es el de tres de sus
miembros. Los acuerdos se tomarán, por regla general, por la mayoría de los consejeros
presentes (art. 11 inc. 1º L Nº 18.840). El Consejo sesionará ordinariamente a lo menos una vez a
la semana y extraordinariamente, cuando fuera convocado por su Presidente (art. 11 inc. 2º L
18840).
El Consejo podrá dictar reglamentos internos. Requerirá para ese efecto del voto favorable de
tres de sus miembros. El objeto que podrán tener dichos reglamentos es el adecuado
funcionamiento del Consejo y el Banco (art. 11 inc. 3º L Nº 18.840).
El Ministro de Hacienda tendrá derecho a participar en las sesiones del Consejo, con derecho a
voz, pero sin derecho a voto (art. 19 inc. 1º L Nº 18.840). El Ministro tendrá las siguientes
atribuciones, en sus intervenciones en las sesiones del Consejo:
(a) proposición. Podrá “proponer al Consejo verbalmente o por escrito la adopción de
determinados acuerdos” (inc. 2º);
(b) veto suspensivo. El Ministro tendrá
[…] el derecho de suspender, en la misma sesión a que asista, la aplicación de cualquier acuerdo o
resolución que en ella adopte el Consejo por un plazo no superior a quince días, contado desde la
fecha de la correspondiente sesión, salvo que la totalidad de los consejeros insista en su aplicación, en
cuyo caso no regirá la suspensión del mismo (inc. 3);
(c) requerimiento de sesión especial:

92
En el evento de que, de conformidad con las normas previstas en este artículo, se suspendiera la
aplicación de algún acuerdo o resolución del Consejo, el Ministro, mientras se encuentre vigente dicha
suspensión, podrá requerir al Presidente del Banco, con la debida anticipación, que convoque a una
sesión extraordinaria del Consejo con el objeto de tratar la materia sujeta a la medida, en cuyo caso el
Presidente no podrá negarse a realizar la mencionada convocatoria, debiendo tener lugar la respectiva
sesión dentro de los tres días hábiles siguientes al requerimiento a que alude este inciso (inc. 4º)[; y]
(d) veto total: el Ministro de Hacienda podrá impedir la implementación de aquellos acuerdos
del Consejo que propongar restricciones al sistema de cambios internacionales del
Mercado Cambiario Formal (arts. 49 y 50 L Nº 18.840).
El artículo 18 de la Ley Nº 18.840 establece las atribuciones del Consejo. Así, por ejemplo,
corresponde al Consejo del Banco Central:
(a) ejercer las atribuciones y cumplir las funciones que la ley encomienda al Banco;
(b) determinar la política general del Banco;
(c) la decisiones relevantes respecto de la administración interna; y
(d) designar, aceptar renuncias y poner término a los servicios de las personas que tengan el
carácter de autoridades y empleados superiores de la institución.
El Banco Central está encabezado por un Presidente, que es también Presidente del Consejo. El
Presidente del Banco Central será nombrado por el Presidente de la República entre los
miembros del Consejo. No requerirá para dicho nombramiento el acuerdo del Senado (art. 8 inc.
2º L Nº 18.840). El Presidente durará cinco años en su cargo “o el tiempo menor que le reste
como consejero”. Podrá ser nombrado para nuevos periodos (art. 8 inc. 2º L Nº 18.840). Será
subrogado por el Vicepresidente o por el consejero que corresponda al orden de precedencia
fijado por el propio Consejo (art. 12 inc. 1º L Nº 18.840).
El Presidente del Banco Central tendrá a su cargo, según el artículo 22 de la Ley Nº 18.840:
[…] la conducción de las relaciones del Banco con los poderes públicos y con las entidades bancarias
y financieras, nacionales, extranjeras o internacionales.
Le corresponderá ejercer, entre otras, las siguientes atribuciones:
[…] 1. Ejecutar y dar cumplimiento a las normas y acuerdos dictados por el Consejo; 2. Presidir las
sesiones del Consejo y convocar a sesión extraordinaria […]; 3. Informar al Consejo, […] 4. Cumplir
con la obligación de informar al Presidente de la República y al Senado sobre las políticas y normas
generales que dicte el Banco en el ejercicio de sus atribuciones[…]; 6. Representar extrajudicialmente
al Banco, y 7. Velar por la ejecución de los acuerdos del Consejo y cumplir con toda otra función que
éste le encomiende […] (art. 22 L Nº 18.840).
Asimismo, existen otros órganos que la Ley Nº 18.840contempla. Ellos son:
(a) Vicepresidente. El vicepresidente será elegido entre los miembros del Consejo, por el
Consejo mismo y durará en su cargo lo que éste determine. Podrá ser reelegido o removido
por el Consejo (art. 9 L Nº 18.840). Le corresponde al Vicepresidente: (i) subrogar al
Presidente; (ii) servir de ministro de fe de las declaraciones de interés de los consejeros; y
(iii) las demás funciones que le encomiende el Consejo (art. 23 L Nº 18.840);
(b) Gerente General. El Gerente General tendrá a su cargo la administración y vigilancia
inmediata del Banco, de acuerdo con las facultades conferidas e instrucciones impartidas
por el Consejo. Le corresponderá además ejercer las atribuciones que la Ley Nº 18.840
establece en el artículo 24;

93
(c) Fiscal. El Fiscal tendrá a su cargo la Fiscalía y le corresponderá especialmente asesorar en
aspectos jurídicos a las autoridades del Banco Central (art. 25 L Nº 18.840); y
(d) Revisor General. Éste tendrá a su cargo la inspección y fiscalización interna de las cuentas,
operaciones y normas (art. 26 L Nº 18.840).
Los consejeros serán designados por el Presidente de la República previo acuerdo del Senado
(art. 7 L Nº 18.840). El Consejo se renovará por parcialidades, así, se nombrará un consejero
cada dos años (art. 8 L Nº 18.840). Los consejeros durarán diez años en sus cargos y pueden ser
designados por nuevos períodos (art. 8 inc. 1º L Nº 18.840). En caso de que un cargo en el
Consejo quedara vacante, se procederá a nombrar un reemplazante para que complete el periodo
del consejero reemplazado (art. 12 inc. 2º L Nº 18.840).
Respecto a dichos consejeros, la Ley Nº 18.840 establece un complejo sistema de
incompatibilidades, determinado por el sensible rol en el sistema financiero que corresponde al
Banco Central. De esta manera, los consejeros tienen las siguientes incompatibilidades:
(a) para intervenir y votar en acuerdos que incidan en operaciones de crédito, inversiones u
otros negocios, en que él, su cónyuge, o sus parientes tengan un interés de carácter
patrimonial (art. 13 inc. 1º L Nº 18.840);
(b) para detentar cualquier cargo o prestar cualquier servicio, sea o no remunerado, en el sector
privado (art. 14 inc. 1º L Nº 18.840);
(c) para detentar cualquier cargo o prestar cualquier servicio, sea o no remunerado, en el sector
público (art. 14 inc. 2º L Nº 18.840); y
(d) para participar en la propiedad de empresas bancarias y sociedades financieras (art. 14 inc.
3º L Nº 18.840).
Los consejeros presentan además la siguiente inhabilidad: no podrán tener dependencia de
sustancias o drogas estupefacientes o sicotrópicas ilegales, a menos que justifique su consumo
por un tratamiento médico (art. 14 bis L Nº 18.840).
La ley contempla también la posibilidad de perseguir la responsabilidad ministerial de los
consejeros del Banco Central por, al menos, dos formas y por dos motivos.
En primer lugar, la acusación ante la Corte de Apelaciones por abuso de su calidad de consejero
(art. 15 L Nº 18.840). Los supuestos, por los que procede la acusación son:
(a) infracción al artículo 13 de la Ley Nº 18.840, esto es, a la incompatibilidad referida a
concurrir a los acuerdos donde tenga algún interés;
(b) conductas que impliquen un abuso de su calidad de consejero; y
(c) inclusión de datos inexactos u omisión de información en la declaración requerida para
asumir en el cargo.
La acusación podrá ser ejercida por:
(a) el Presidente de la República;
(b) el Presidente del Banco Central; o
(c) al menos dos consejeros del Banco Central.

94
El efecto que tiene la sentencia que declara la responsabilidad del consejero es la cesación de las
funciones de éste y la remisión de los antecedentes al tribunal al que corresponda establecer la
responsabilidad civil o penal correspondiente.
En segundo lugar, los consejeros del Banco Central pueden ser removidos por el Presidente de la
República (art. 17 L Nº 18.840). La causal de procedencia de este mecanismo consiste
únicamente:
[…] en la circunstancia de que el consejero afectado hubiere votado favorablemente acuerdos del
Banco que impliquen un grave y manifiesto incumplimiento de su objeto, según lo define el inciso
primero del artículo 3°, y siempre que dicho acuerdo haya sido la causa principal y directa de un daño
significativo a la economía del país (art. 17 inc. 1º L Nº 18.840).
Para que el Presidente pueda efectuar esta remoción, deberá:
(a) justificar su decisión en la causal señalada; y
(b) contar con el consentimiento previo del Senado.
Existe un supuesto especial de este segundo mecanismo de remoción. Es la destinada a la
destitución del Presidente del Banco, la que procederá por un supuesto adicional especial,
cuando sea requerida por al menos tres de los miembros del Consejo. Ella consiste en el
“incumplimiento de las políticas adoptadas o de las normas impartidas por el Consejo” (art. 16 L
Nº 18.840).
En todos los casos, el consejero que cese en sus funciones, quedará inhabilitado para ser
nombrado en el cargo por diez años (arts. 15, 16 y 17 L Nº 18.840).
Las remuneraciones de los consejeros serán fijadas por el Presidente de la República, a propuesta
de una comisión que tomará como base aquellas que tienen los más altos ejecutivos de las
empresas bancarias del sector privado (art. 10 L Nº 18.840).
Por último, en cuanto a las funciones del Banco Central, es posible distinguir en virtud de su
fuente normativa entre funciones constitucionales y funciones legales.
En cuanto a lo primero, la Constitución no regula expresamente la función que corresponde al
Banco Central; esa cuestión se la entrega a la regulación legal. Se concentra en establecer
restricciones para la actuación del Banco en el sistema económico, las cuales perfilan de manera
negativa o restrictiva su función.
La Constitución establece las siguientes prohibiciones para la actividad del Banco Central (art.
109):
(a) prohibición de efectuar operaciones con el Estado (inc. 1º);
(b) prohibición de garantizar instituciones financieras (inc. 1º);
(c) prohibición de adquirir documentos del Estado, de sus organismos o empresas (inc. 1º);
(d) prohibición de efectuar préstamos al Estado o de financiar gastos públicos (inc. 2º). Esta
prohibición tiene la excepción siguiente (inc. 3º):
Con todo, en caso de guerra exterior o de peligro de ella, que calificará el Consejo de Seguridad
Nacional, el Banco Central podrá obtener, otorgar o financiar créditos al Estado y entidades públicas o
privadas[;]
(e) prohibición de discriminación. El artículo 109 inciso 4º señala a este respecto:

95
El Banco Central no podrá adoptar ningún acuerdo que signifique de una manera directa o indirecta
establecer normas o requisitos diferentes o discriminatorios en relación a personas, instituciones o
entidades que realicen operaciones de la misma naturaleza.
En cuanto a sus funciones legales, el artículo 3 de la Ley Nº 18.840 establece que el objeto del
Banco Central será “velar por la estabilidad de la moneda y el normal funcionamiento de los
pagos internos y externos”. Agrega que para ese efecto, el Banco contará con las siguientes
atribuciones:
(a) la regulación de la cantidad de dinero y de crédito en circulación;
(b) la ejecución de operaciones de crédito y cambios internacionales; y
(c) la dictación de normas en materia monetaria, crediticia, financiera y de cambios
internacionales.
Las funciones del Banco Central, en este sentido, pueden agruparse en las siguientes categorías:
(a) Regulación de la cantidad de dinero y de crédito en circulación. En este sentido son
atribuciones del Banco, tanto definir la política monetaria estatal, como llevarla a cabo a
través de los distintos instrumentos con que cuenta. Especialmente importante es la
atribución del Banco de determinar la emisión de papel moneda.
(b) Regulación y administración de la política de cambios internacionales.
(c) Supervisión y disciplina de las instituciones del sistema financiero y del mercado de
capitales. Dicha función la comparte con las Superintendencias de Bancos e Instituciones
Financieras y de Valores y Seguros, y va dirigida a regular para un mejor funcionamiento
como a cautelar la estabilidad de dichos sistemas.

96
CAPÍTULO VII: ÓRGANOS DE LA SEGURIDAD
Nuestra tradición constitucional se caracteriza por una clara proclamación de la subordinación de
los militares a las autoridades civiles. Esta subordinación se evidencia en disposiciones como el
artículo 37 Nº de la Constitución de 1833, que establece que sólo en virtud de una ley se puede
“[p]ermitir que residan cuerpos del Ejército permanente en el lugar de las sesiones del Congreso,
i diez leguas a su circunferencia”, o en el artículo 158 del mismo texto, que señala que “[t]oda
resolución que acordare el Presidente de la República, el Senado o la Cámara de Diputados” –o
los Tribunales de Justicia, agregará el artículo 23 de la Constitución de 1925– “a presencia o
requisición de un ejército, [o] de un jeneral al frente de fuerza armada… es nula de derecho, i no
puede producir efecto alguno”.
Esta subordinación militar hacia la autoridad civil se vio distorsionada en dos momentos. En
primer lugar, en 1973, cuando los Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas y el General
Director de Carabineros cometieron el delito de sedición militar, penalizado en el artículo 121
del Código Penal y el artículo 265 del Código de Justicia Militar:
Los que se alzaren a mano armada contra el Gobierno legalmente constituido con el objeto de
promover la guerra civil, de cambiar la Constitución del Estado o su forma de gobierno, de privar de
sus funciones o impedir que entren en el ejercicio de ellas al Presidente de la República o al que haga
sus veces, a los miembros del Congreso Nacional o de los Tribunales Superiores de Justicia, sufrirán
la pena de reclusión mayor, o bien la de confinamiento mayor o la de extrañamiento mayor, en
cualesquiera de sus grados (art. 121 CP).
Son procesados de delito de rebelión o sublevación militar, los militares que incurrieren en cualquiera
de los delitos contemplados en el título II, Libro II del Código Penal (art. 265 CJM).
La segunda oportunidad en que la tradicional subordinación militar hacia la autoridad civil se vio
distorsionada fue con la entrada en vigencia de la Constitución de 1980. Dicha Constitución,
redactada durante una dictadura militar y plebiscitada bajo estado de sitio, lógicamente reflejó
una concepción radicalmente opuesta de la relación entre civiles y militares. En lo que aquí nos
interesa, ella elevaba a las Fuerzas Armadas a la condición de garantes del “orden institucional
de la República” (art. 90) y creaba un nuevo organismo con rango constitucional, que hasta hoy
subsiste: el Consejo de Seguridad Nacional, al cual le entregaba la función de “[r]epresentar, a
cualquiera autoridad establecida por la Constitución, su opinión frente a algún hecho, acto o
materia, que a su juicio atente gravemente en contra de las bases de la institucionalidad o pueda
comprometer la seguridad nacional” (art. 96 lit. b). El pensamiento que animaba a estas
disposiciones se expresa en la siguiente explicación, presentada por la entonces Ministra de
Justicia Mónica Madariaga ante la Comisión de Estudios de la Nueva Constitución en su Sesión
Nº 318, de 28 de Septiembre de 1977:
[La nueva Constitución buscaba inaugurar] un nuevo sistema de control –revolucionario diría ella–,
que él (el General Pinochet) llama el control del poder militar, que estaría sobre los demás controles.
[Madariaga] [p]iensa que, tal vez no pueda llamarse ‘del poder militar’ –él [Pinochet] lo denomina
así-, pero puede tener otro nombre: es el control garante de la mantención de toda la institucionalidad
que este Gobierno está constituyendo, es decir, permitir que de una u otra manera –tiene que buscarse
una manera más adecuada–, frente a una posible vuelta atrás, hacia la destrucción de los grandes
valores de nuestra civilidad y de nuestra institucionalidad, las Fuerzas Armadas, por imperativo de la
norma jurídica, pueda tener algún tipo de participación, que no los lleve a nuevos 11 de Septiembre,
pero sí a una solución eficaz de esa destrucción institucional.

97
Estas dos disposiciones fueron desde entonces amplio objeto de críticas; sin embargo, ellas
pudieron ser eliminadas de nuestra Constitución tan sólo el 2005, mediante la reforma
constitucional de dicho año. Ello revela hasta qué punto ciertos sectores con representación
parlamentaria, y por consiguiente con poder de veto en virtud de los altos quórums que exige una
reforma constitucional, mantuvieron una adhesión o lealtad al proyecto de transformación de
nuestra república democrática en un protectorado militar, proyecto expresado en las dos
disposiciones recién transcritas.
Sigue siendo una anomalía respecto de nuestra tradición constitucional, en todo caso, que nuestra
Constitución contenga un capítulo sobre Fuerzas Armadas, de Orden y Seguridad Pública y otro
sobre Consejo de Seguridad Nacional. Sin duda, estas materias son altamente importantes, tal
como lo son muchas otras que no están contenidas en la Constitución. Una futura revisión de los
contenidos consagrados en la Constitución debiera

Los Cuerpos Armados


Nuestra Constitución contiene una terminología minuciosa en su tratamiento de los organismos
armados en su artículo 101. Esta disposición denomina como Fuerzas Armadas al conjunto del
Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea; como Fuerzas de Orden y Seguridad Pública y como
Fuerza Pública al conjunto formado por Carabineros e Investigaciones; y como Cuerpos
Armados al conjunto integrado por las Fuerzas Armadas y Carabineros.
Según el artículo 101 inciso 3º, las siguientes características corresponden a cada uno de los
Cuerpos Armados:
(a) son profesionales, lo cual se expresa en el requisito de formación en las respectivas
Escuelas de cada rama para efectos del ingreso a ella, con las excepciones señaladas en el
artículo 102;
(b) son jerarquizadas, lo que se refleja en la existencia en cada rama de un escalafón vertical;
(c) son disciplinadas, lo que supone la existencia de relaciones de mando al interior de dicho
escalafón;
(d) son esencialmente obedientes, lo que supone su subordinación al poder civil; y
(e) son no deliberantes, lo que involucra la prohibición de su involucramiento en actividades
políticas.
Estas últimas dos características no se predican de la Policía de Investigaciones, que no es un
cuerpo armado sino una policía civil. Esto no significa que no deban obedecer órdenes; el
artículo 76 del . Tampoco significa que estén autorizados a deliberar como cuerpo. Lo que
significa esta exclusión de dichas características es que respecto de ellas no se justifica la intensa
separación que del mundo civil, y particularmente de la política, hacen aquellas dos
caracterizaciones de los cuerpos armados.
Las Fuerzas Armadas están compuestas exclusivamente por el Ejército, la Armada y la Fuerza
Aérea. Esta declaración constitucional establece un coto vedado para el legislador: la ley no
puede crear otras fuerzas armadas.
Las Fuerzas Armadas, establece la Constitución, son “esenciales para la seguridad nacional”
pues “existen para la defensa de la patria”. Ellas dependen del Ministerio encargado de la
Defensa Nacional (art. 101 inc. 1º).

98
Las Fuerzas de Orden y Seguridad Pública, esto es, Carabineros e Investigaciones, son también
las únicas fuerzas de orden y seguridad pública; y “existen para dar eficacia al derecho,
garantizar el orden público y la seguridad pública interior” (art. 101 inc. 2º). Ellas dependen del
Ministerio encargado de la Seguridad Pública.
Como respecto de muchas otras materias, la Constitución establece una reserva de ley orgánica
constitucional respecto de las Fuerzas Armadas y Carabineros. Ella comprende materias tales
como las normas básicas relativas al nombramientos, ascensos y retiros de sus oficiales; las
normas básicas referidas a la carrera profesional, incluyendo la antigüedad, el mando y la
sucesión de mando; los mecanismos para la incorporación a sus plantas; y su sistema previsional.
Dicha regulación se encuentra en la Ley Nº 18.948, en lo relativo a las Fuerzas Armadas, y en la
Ley Nº 18.961, en lo relativo a Carabineros.
Las disposiciones generales de la Ley Nº 18.948 establecen lo siguiente:
Artículo 1º.- Las Fuerzas Armadas, dependientes del Ministerio encargado de la Defensa Nacional,
están integradas sólo por el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, constituyen los cuerpos armados
que existen para la defensa de la patria, son esenciales para la seguridad nacional y garantizan el orden
institucional de la República.
La consecución de los fines anteriores es permanente y descansa en un adecuado nivel de alistamiento
del personal y del material y en el cumplimiento del juramento de servicio a la patria y defensa de sus
valores fundamentales.
Derivado de las particulares exigencias que impone la función y la carrera profesional, los organismos
y el personal que la desarrollan, así como sus institutos de formación profesional, se ajustarán a
normas jurisdiccionales, disciplinarias y administrativas que se establecen en esta ley en la legislación
respectiva.
El personal que infrinja sus deberes u obligaciones incurrirá en responsabilidad administrativa
conforme lo determinen los reglamentos de disciplina y las ordenanzas generales de las respectivas
Instituciones, sin perjuicio de la responsabilidad civil o penal que pueda afectarle.
Artículo 2º.- El Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, como cuerpos armados, son esencialmente
obedientes, no deliberantes jerarquizados y disciplinados.
El personal que integra las Fuerzas Armadas no podrá pertenecer a partidos políticos, a organismos
sindicales, ni a instituciones, organizaciones o agrupaciones cuyos principios u objetivos se
contrapongan o sean incompatibles con lo dispuesto en el inciso anterior o con las funciones que la
Constitución Política y las leyes de la República encomiendan a las Fuerzas Armadas.
Su reglamentación legal no establece funciones más específicas, concentrándose en sus aspectos
orgánicos.
Las disposiciones generales de la Ley Nº 18.961 señalan lo siguiente:
Artículo 1º.- Carabineros de Chile es una Institución policial técnica y de carácter militar, que integra
la fuerza pública y existe para dar eficacia al derecho; su finalidad es garantizar y mantener el orden
público y la seguridad pública interior en todo el territorio de la República y cumplir las demás
funciones que le encomiendan la Constitución y la ley. Se integrará, además, con las Fuerzas Armadas
en la misión de garantizar el orden institucional de la República.
Dependerá directamente del Ministerio de Defensa Nacional y se vinculará administrativamente con
éste a través de la Subsecretaría de Carabineros.
Carabineros se relacionará con los Ministerios, Intendencias, Gobernaciones y demás autoridades
Regionales, Provinciales o Comunales, por intermedio de la Dirección General, Altas Reparticiones,
Reparticiones y Unidades, según corresponda.

99
Derivado de las particulares exigencias que imponen la función policial y la carrera profesional, los
organismos y el personal que las desarrollan, así como sus institutos de formación profesional, se
ajustarán a normas jurisdiccionales, disciplinarias y administrativas que se establecen en esta ley y en
la legislación respectiva.
Artículo 2°.- Carabineros de Chile como cuerpo policial armado es esencialmente obediente, no
deliberante, profesional, jerarquizado y disciplinado y su personal estará sometido a las normas
básicas establecidas en la presente ley orgánica, su Estatuto, Código de Justicia Militar y
reglamentación interna.
Este personal no podrá pertenecer a Partidos Políticos ni a organizaciones sindicales. Tampoco podrá
pertenecer a instituciones, agrupaciones u organismos cuyos principios u objetivos se contrapongan o
sean incompatibles con lo dispuesto en el inciso anterior o con las funciones que la Constitución
Política de la República y las leyes encomiendan a Carabineros.
Corresponderá exclusivamente a la Institución y a su personal el uso del emblema, color y diseño de
uniformes, grados, símbolos, insignias, condecoraciones y distintivos que le son característicos y que
están determinados en el Estatuto del Personal, en las leyes y reglamentos.
La Ley Nº 18.961 establece en sus artículos 4 y 5 las siguientes atribuciones de Carabineros de
Chile:
(a) establecer los servicios policiales que estime necesarios para el cumplimiento de sus
finalidades específicas (art. 3º inc. 1º);
(b) es su misión esencial, desarrollar actividades tendientes a fortalecer su rol de policía
preventiva (art. 3º inc. 2º);
(c) investigación de los delitos que las autoridades competentes le encomienden (art. 3º inc.
3º);
(d) protección de la persona del Presidente de la República y de los Jefes de Estado extranjeros
en visita oficial, como asimismo la seguridad del Palacio de Gobierno y de la residencia de
estas autoridades (art. 3º inc. 4º);
(e) vigilancia policial de las fronteras que corresponde (art. 3º inc. 5º);
(f) fiscalización y el control de las personas que desarrollen actividades de vigilancia privada
(art. 3º inc. 6º);
(g) prestar a las autoridades judiciales el auxilio de la fuerza pública que éstas soliciten en el
ejercicio de sus atribuciones (art. 4 inc. 1º);
(h) colaborar con los fiscales del Ministerio Público en la investigación de los delitos cuando
así lo dispongan, sin perjuicio de las actuaciones que en virtud de la ley le corresponde
realizar sin mediar instrucciones particulares de los fiscales(art. 4 inc. 1º); y
(i) prestar a las autoridades administrativas el auxilio de la fuerza pública que éstas soliciten
en el ejercicio legítimo de sus atribuciones (art. 4 inc. 2º).
La regulación de la Policía de Investigaciones no posee carácter orgánico constitucional. Su ley
orgánica está contenida en el Decreto Ley Nº 2.460, cuyas disposiciones generales establecen:
Artículo 1º. Policía de Investigaciones de Chile es una institución Policial de carácter profesional,
técnico y científico, integrante de las Fuerzas de Orden, dependiente del Ministerio de Defensa
Nacional, cuyo personal estará sometido a un régimen jerárquico y disciplinario estricto. Se vinculará
administrativamente con el referido Ministerio a través de la Subsecretaría de Investigaciones.

100
En el cumplimiento de sus funciones, la Institución se relacionará con las Secretarías de Estado, por
intermedio de la Dirección General.
En lo que respecta a las relaciones con las Intendencias Regionales, Gobernaciones Provinciales,
Alcaldías, y otros organismos regionales, provinciales o locales, la Policía de Investigaciones de Chile
se vinculará con ellos mediante las Jefaturas de Zona, Prefecturas, Comisarías y Unidades Menores,
según proceda.
Artículo 2°. La Policía de Investigaciones de Chile estará organizada sobre la base de una Dirección
General, una Subdirección Operativa, una Subdirección Administrativa, una Inspectoría General,
Jefaturas, Prefecturas, Oficina Central Nacional INTERPOL, Comisarías y las Unidades Menores que
sean necesarias. Dispondrá, además, de los servicios que se requieran para el mejor desempeño de sus
funciones.
Para la formación y perfeccionamiento profesional de su personal, la Institución contará con una
Escuela de Investigaciones Policiales, un Centro de Capacitación Profesional y un Instituto Superior,
planteles que otorgarán los títulos correspondientes de acuerdo con sus reglamentos”.
Por otro lado, el Decreto Ley Nº 2.460 establece, respecto de Investigaciones que su misión
fundamental:
es investigar los delitos de conformidad a las instrucciones que al efecto dicte el Ministerio Público,
sin perjuicio de las actuaciones que en virtud de la ley le corresponde realizar sin mediar instrucciones
particulares de los fiscales (art. 4º inc. 1º).
El inciso 1º del artículo 5º del Decreto Ley Nº 2.460 establece las atribuciones de la Policía de
Investigaciones:
(a) contribuir al mantenimiento de la tranquilidad pública;
(b) prevenir la perpetración de hechos delictuosos y de actos atentatorios contra la estabilidad
de los organismos fundamentales del Estado;
(c) dar cumplimiento a las órdenes emanadas del Ministerio Público para los efectos de la
investigación, así como a las órdenes emanadas de las autoridades judiciales, y de las
autoridades administrativas en los actos en que intervengan como tribunales especiales;
(d) prestar su cooperación a los tribunales con competencia en lo criminal;
(e) controlar el ingreso y la salida de personas del territorio nacional;
(f) fiscalizar la permanencia de extranjeros en el país;
(g) representar a Chile como miembro de la Organización Internacional de Policía Criminal
(INTERPOL); y
(h) dar cumplimiento a otras funciones que le encomienden las leyes.
La Constitución contempla normas sobre dos aspectos relacionados con el personal de los
Cuerpos Armados: sobre la carrera profesional de los mismos y sobre sus Comandantes en Jefe.
En cuanto a la designación de estos últimos, los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas y el
director de Carabineros son designados por el Presidente de la República. Deberá elegirlo de
entre los cinco oficiales generales de mayor antigüedad, que reúnan las calidades que los
respectivos estatutos institucionales exijan para tales cargos (art. 104 inc. 1º). Los comandantes
en jefe y el director de Carabineros durarán cuatro años en sus funciones y no podrán ser
designados por un nuevo periodo (art. 104 inc. 1º).

101
La Constitución declara que los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas y el general
director de Carabineros son inamovibles en sus cargos (art. 104 inc. 1º). Sin embargo, dicha
inamovilidad tiene una excepción relevante establecida en el artículo 104 inc. 2º. El Presidente
podrá llamar a retiro, a cualquiera de ellos, antes de completar su período, cumpliendo con las
siguientes condiciones:
(a) deberá hacerlo mediante decreto fundado; y
(b) deberá, previo a la emisión de dicho decreto, comunicar su decisión a la Cámara de
Diputados y al Senado.
En cuanto a la carrera profesional del personal de los cuerpos armados, la Constitución señala
que la incorporación como miembros a las Fuerzas Armadas y a Carabineros se hará mediante
las escuelas respectivas. Con excepción de los profesionales y empleados civiles (art. 102).
Respecto al ingreso, desarrollo y término de carrera funcionaria, el artículo 105 señala que será
objeto de regulación por una ley orgánica constitucional. En todo caso, señala, “los
nombramientos, ascensos y retiros de los oficiales de las Fuerzas Armadas y Carabineros, se
efectuarán por decreto supremo”.
En adición a estos principios y reglas sobre los cuerpos armados, el Capítulo XI de la
Constitución contiene una regla general relativa a la tenencia de armas en el derecho chileno:
está prohibida la tenencia de armas a todos aquellos que no pertenezcan a las instituciones
militares o policiales. Establece, sin embargo, la excepción a la regla, mediante la remisión a la
ley de un sistema de autorizaciones para la tenencia de armas.
El inciso 2º del artículo 103 requiere que el legislador establezca un sistema de control y
supervigilancia de las armas, que estará administrado por el Ministerio de Defensa.

El Consejo de Seguridad Nacional


La Constitución de 1980 introdujo un concepto hasta entonces inexistente en la historia de
nuestros conceptos constitucionales: la seguridad nacional. En cuanto a su genealogía, ste
concepto difiere de otros usados anteriormente para tematizar preocupaciones similares, como
los conceptos de orden público o de seguridad interior del Estado porque incorpora la visión –
propia de los cuadros militares formados por los organismos de seguridad de Estados Unidos en
el contexto de la Guerra Fría– de que, además del enemigo externo, los cuerpos armados deben
proteger a la nación del enemigo interno, agente que a través de la destrucción del orden social
tradicional intenta preparar el dominio del imperialismo soviético. A su entrada en vigencia, la
Constitución de 1980 reflejaba a cabalidad dicha concepción, a través de la interacción entre el
antiguo artículo 8º (prohibición del marxismo), el artículo 90 (FFAA como garantes de la
institucionalidad) y 96 letra b (COSENA como custodio de las bases de la institucionalidad).
Eliminadas estas disposiciones, subsiste sin embargo la referencia a la seguridad nacional cuyo
cuidado es deber del Estado (art. 1º inc. 4º), de todos los chilenos (art. 22), de la ley (art. 19 Nºs
11, 16, 21 y 24) y del Presidente en el ejercicio de sus funciones (art. 32 Nº 17 y Nº 20). Debe
entenderse, en consecuencia, que en la Constitución no subsisten rastros de la doctrina de
seguridad nacional, y que las referencias hechas a este término equivalen a nada más que a la
seguridad externa del país y su integridad territorial, bienes que tradicionalmente han formado
parte de nuestra tradición constitucional.

102
Subsiste, como hemos dicho, el Consejo de Seguridad Nacional en nuestro ordenamiento,
despojado de su simbólico rol tutelar de la institucionalidad. Hoy Consejo de Seguridad Nacional
es un órgano asesor del Presidente de la República en las materias vinculadas a la seguridad
nacional. Dicho Consejo esta integrado por las siguientes autoridades (art. 106 inc. 1º):
(a) Presidente de la República, el que, en su calidad de Jefe de Estado, presidirá el Consejo;
(b) Presidente del Senado;
(c) Presidente de la Cámara de Diputados;
(d) Presidente de la Corte Suprema;
(e) Comandante en Jefe del Ejército;
(f) Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea;
(g) Comandante en Jede de la Armada;
(h) General Director de Carabineros; y
(i) Contralor General de la República
Por regla general, no podrán participar más que sus integrantes regulares. Sin embargo, cuando
el Presidente lo determine, podrán estar presentes en sus sesiones (art. 106 inc. 2º):
(a) El ministro encargado del gobierno interior;
(b) El ministro encargado de la defensa nacional;
(c) El ministro encargado de la seguridad pública (interior);
(d) El ministro encargado de las relaciones exteriores; y
(e) El ministro encargado de la economía y finanzas del país (economía y hacienda).
El artículo 107 inciso 1º señala, respecto a la convocatoria y quórum para sesionar del Consejo,
que éste
[…] se reunirá cuando sea convocado por el Presidente de la República y requerirá como quórum para
sesionar el de la mayoría absoluta de sus integrantes.
Los acuerdos del Consejo se limitarán a dictar el reglamento para regular su organización,
funcionamiento y la publicidad de sus debates (art. 107 inc. 4º). No adoptará ningún otro
acuerdo. Esta prohibición expresa de adoptar acuerdos pone fin a la anormal situación
anteriormente existente, que permitía al Consejo tomar acuerdos sobre cualquier “hecho, acto o
materia, que a su juicio atente gravemente en contra de las bases de la institucionalidad”. La
Constitución señala que en las sesiones del Consejo de Seguridad Nacional, cualquiera de sus
miembros podrá intervenir expresando su opinión sobre algún hecho, acto o materia, vinculado a
la seguridad nacional y a las bases de la institucionalidad. Esta última expresión debe ser
entendida a la luz del artículo 101 de la Constitución, que señala que los cuerpos armados son
esencialmente no deliberantes. En consecuencia, pese a lo que la redacción del artículo 107,
inciso 2º podría dar a entender, en las sesiones del Consejo de Seguridad Nacional no cualquiera
de sus miembros podrá intervenir expresando su opinión sobre hechos, actos o materias
vinculados a las bases de la institucionalidad; dicha posibilidad está abierta única y
exclusivamente a quienes no forman parte de un cuerpo esencialmente deliberante, es decir, a las
autoridades civiles. Sólo dicha lectura es compatible con los cambios introducidos en 2005, con

103
nuestra tradición constitucional, con las características constitucionales de los cuerpos armados,
y con la estructura general de nuestro derecho constitucional.
En relación a las actas del Consejo, la constitución establece que estas serán públicas, salvo
cuando el Consejo determine lo contrario (art. 107 inc. 3º). Dichas excepciones a la publicidad
podrán adoptarse especialmente relativas a ciertas cuestiones debatidas en una sesión o de
manera general en el reglamento del Consejo (inc. 4º)
Tanto de la integración del Consejo, como de la forma en que el Consejo funciona, puede
concluirse que éste es un órgano subordinado al Presidente de la República. Esa subordinación
coincide con la subordinación general que impera en la Constitución de las Fuerzas Armadas
respecto del Presidente de la República. En este sentido, el Consejo ha dejado de ser un órgano
de participación de las Fuerzas Armadas y Carabineros en la política quedando desplazado del
centro de gravedad que en su establecimiento se considereo que tenía.
Las funciones que la Constitución, en su artículo 106, le otorgan al Consejo de Seguridad
Nacional son:
(a) asesorar al Presidente de la República en las materias vinculadas a la seguridad nacional.
Así, por ejemplo, la Constitución en el artículo 32 Nº 19 establece que la declaración de
guerra que corresponde al Presidente de la República requiere una constancia de parte de
éste, de haber oído al Consejo de Seguridad Nacional.
(b) ejercer las demás funciones que esta Constitución le encomienda.
La única función distinta a la asesora que la constitución establece es la recogida en el artículo
109 inciso 3º:
Con todo, en caso de guerra exterior o de peligro de ella, que calificará el Consejo de Seguridad
Nacional, el Banco Central podrá obtener, otorgar o financiar créditos al Estado y entidades públicas o
privadas.
En este caso se plantea el problema de determinar cuál es la naturaleza de esta última atribución
del Consejo. Sobre todo, considerando que el artículo 107 inciso 2º sostiene
El Consejo no adoptará acuerdos sino para dictar el reglamento al que se refiere el inciso final de la
presente disposición […].
No cabe sino concluir que la calificación del artículo 109 inciso 3º no corresponde,
constitucionalmente, a un acuerdo, es decir a una expresión la voluntad de un órgano, sino a una
categoría sui generis de calificación fáctica de hechos (en este caso, de la existencia de una
guerra exterior o del peligro de ella).

104
TERCERA PARTE: EL CONGRESO NACIONAL

105
CAPÍTULO VIII: ORGANIZACIÓN DEL CONGRESO NACIONAL
Las normas que conforman el estatuto del Congreso Nacional pueden ser objeto de un tratamiento
separado. Aquí se revisarán, primero, las normas sobre organización del órgano y, luego, las normas
sobre sus funciones y atribuciones. Las normas sobre organización serán revisadas en el siguiente
orden: primero, se revisará la organización general del órgano, su estructura, su composición y su
régimen general de funcionamiento; luego, se revisará el estatuto aplicable a cada uno de sus
miembros.
La posición general que corresponde al Congreso Nacional en la Constitución está determinada por dos
características. En primer lugar, su posición frente al Presidente de la República está debilitada por la
instauración de un régimen de gobierno presidencialista. En segundo lugar, y como parte de ese
régimen, el Presidente tiene atribuciones legislativas que no permiten hablar de que la potestad
legislativa pertenece, ni siquiera de manera prioritaria, al Congreso Nacional. Esa situación puede
describirse con la afirmación de que el Congreso no es el poder legislativo; es tan sólo un poder
colegislador.
En cuanto al marco normativo de esta institución, la regulación de la organización y funciones del
Congreso Nacional está hecha en primer lugar, y de manera bastante extensa, en la Constitución
Política de la República. Su Capítulo V, denominado justamente “Congreso Nacional”, establece las
bases de la organización y funcionamiento, sus principales atribuciones y la regulación del ejercicio de
la potestad legislativa.
La propia Constitución remite a la ley la regulación de otras cuestiones relativas al Congreso,
estableciendo una reserva de ley orgánica constitucional sobre determinadas materias (art. 55 inc. 1º).
Dicha ley es la Ley Nº 18.918, Orgánica Constitucional del Congreso Nacional. Entre estas materia se
encuentra la forma de instalación del Congreso Nacional y el cómo éste iniciará sus sesiones.
Adicionalmente, el artículo 55 inciso 3º señala:
La ley orgánica constitucional señalada en el inciso primero, regulará la tramitación de las acusaciones
constitucionales, la calificación de las urgencias conforme lo señalado en el artículo 74 y todo lo relacionado
con la tramitación interna de la ley.
Adicionalmente el artículo 128 establece:
La ley orgánica constitucional relativa al Congreso regulará en lo demás lo concerniente a los vetos de los
proyectos de reforma y a su tramitación en el Congreso (inc. 5º).
Esto es, se exige qué la ley orgánica constitucional regule además:
(a) la tramitación de las acusaciones constitucionales. Dichas materias están reguladas en el Título
IV de la Ley Nº 18.918en los artículos 37 a 52;
(b) la calificación de las urgencias (art. 74 inc. 2º). Dichas materias están reguladas en el Título II de
la Ley Nº 18.918en los artículos 26 a 29;
(c) las materias relacionadas con la tramitación interna de la ley (art. 74 ic. 2º). Dichas materias están
reguladas en el Título II de la Ley 18918 en los artículos 12 a 31; y
(d) el veto del Presidente en los proyectos de reforma constitucional. Dichas materias están reguladas
en el Título III de la Ley 18918 en los artículos 32 a 36. Son tratadas conjuntamente con las
materias concernientes a los vetos del Presidente de la República en la tramitación de la ley, que
no obstante no son materia de ley orgánica constitucional. Esto último, por no poder subsumirse

106
en ninguna hipótesis del artículo 55 inciso 3, salvo en cuanto se refiera a la tramitación de los
vetos del Presidente en el Congreso.
¿Regula la Ley Nº 18.918 efectivamente sólo esto? Lo cierto es que dicha ley –como ocurre con
numerosas leyes de rango orgánico constitucional– excede el ámbito de materias constitucionalmente
reservado a esta categoría de leyes. Debe distinguirse entonces las disposiciones establecidas en dicha
ley que deben someterse a los trámites de las leyes orgánicas constitucionales y aquellas que sólo deben
someterse a los trámites ordinarios de la ley. Para eso es recomendable revisar la Sentencia del
Tribunal Constitucional Rol Nº 91 que revisa la constitucionalidad del proyecto de ley, que
posteriormente sería la Ley Nº 18.918. Ésta dispone lo siguiente en relación al ámbito material de la
ley:
Que el ámbito de la ley orgánica constitucional relativa al Congreso Nacional… debe entenderse que no se
encuentra limitado a los casos que la Carta Fundamental expresamente señala, como son las materias relativas
a la tramitación interna de la ley, a las urgencias, a la tramitación de las acusaciones constitucionales y a los
vetos de los proyectos de reforma constitucional y a su tramitación…
La ley orgánica del Congreso Nacional, respondiendo a su carácter de tal, puede abordar otros muy diversos
aspectos de la función legislativa y de las atribuciones y funciones que corresponden a la Cámara de
Diputados, al Senado y a los miembros de éstos.
No obstante, no correspondería calificar con el carácter de ley orgánica constitucional todo lo atinente al
funcionamiento del Congreso Nacional, ya que existen materias que, sin ser complementarias necesariamente
de esas funciones, pasan a adquirir el carácter de ley común, como es el caso de las plantas del personal, de la
estructura de secretarías, de los recursos y de la seguridad interna.1
Subsiste en todo caso la duda de si corresponde a la ley regular cuestiones que la Constitución no le ha
entregado expresamente, considerando la tesis sobre el dominio máximo legal que exploraremos más
adelante.
Finalmente, la regulación más exhaustiva y detallada es hecha por los reglamentos de las cámaras: el
Reglamento de la Cámara de Diputados y el Reglamento del Senado. El artículo 56 inciso 2º de la
Constitución establece una remisión, escueta, a la potestad normativa de cada cámara:
Cada una de las Cámaras establecerá en su propio reglamento la clausura del debate por simple mayoría.
Si bien la referencia del artículo está hecha sólo a la regulación de la clausura del debate, surge el
problema de determinar si más allá de determinar esa sola cuestión, la Cámara de Diputados y el
Senado pueden regular otras cuestiones mediante el ejercicio de dicha potestad normativa. Existe al
menos un argumento para sostener que en ejercicio de esa potestad normativa, pueden regular más allá
de la sola clausura del debate. Existen algunas remisiones constitucionales a la labor que debe
desempeñar el Presidente de una de las cámaras. Su elección no es materia de ley orgánica
constitucional, ni parece ser materia de ley. Ello obliga a concluir que debe ser objeto de la potestad
reglamentaria autónoma del Presidente de la República o de la potestad reglamentaria de cada cámara.
Dicho problema es resuelto por la Ley Nº 18.918; con dudosa competencia para hacerlo, en todo caso,
en la medida que sólo puede fundarse para ello en el número 20 del artículo 63. Así, la atribución
general de dicha potestad reglamentaria está establecida en el artículo 4 de la Ley Nº 18.918:
Cada Cámara tendrá la facultad privativa de dictar sus propias normas reglamentarias para regular su
organización y funcionamiento interno.

1
Tribunal Constitucional, Rol Nº 91: considerando 1º.

107
El ejercicio de esa potestad normativa queda restringido, de esta manera, a esas dos materias: (a)
organización; y (b) funcionamiento interno.

Estructura del Congreso Nacional


El artículo 46 de la Constitución establece:
El Congreso Nacional se compone de dos ramas: la Cámara de Diputados y el Senado. Ambas concurren a la
formación de las leyes en conformidad a esta Constitución y tienen las demás atribuciones que ella establece.
De él se deducen las dos características más importantes: su naturaleza de parlamento y su estructura
bicameral.
El Congreso Nacional, en efecto, asume el rol y la organización de un parlamento. Dicho de otra
manera, Congreso Nacional es el nombre propio del parlamento dentro de la Constitución Política. Un
parlamento, según Duverger, es un órgano “formad[o] por una o varias asambleas, o “cámaras”,
compuestas cada una de un número bastante elevado de miembros, cuyo conjunto dispone de poderes
de decisión más o menos importantes”.2 De ese concepto pueden obtenerse dos características de los
parlamentos. En primer lugar, son órganos compuestos por un número elevado de miembros. En el caso
del Congreso Nacional la Cámara de Diputados tiene un número fijo de ciento veinte miembros y el
Senado tiene un número de miembros determinado por ley que en la actualidad haciende a treinta y
ocho senadores. El número elevado de miembros permite diversificar la representación del cuerpo
electoral. En segundo lugar, son órganos de decisión. No son, por tanto, órganos asesores o consultivos,
por lo que se diferencian de una comisión o asamblea consultiva, dado que éstas últimas carecen de
poder resolutivo. Ello coincide con las atribuciones que la Constitución Política le ha entregado al
Congreso.
En cuanto a su bicameralismo, este consiste en que el Congreso Nacional se organiza en dos cámaras o
ramas: la Cámara de Diputados y el Senado. Así lo establece el artículo 46 de la Constitución. El
bicameralismo puede tener su fundamento en diversas razones. Ellas se pueden vincular a dos grandes
tópicos: (i) la diversidad de representación; y (ii) una diversificación de las funciones de las cámaras.
En relación al primer punto, el bicameralismo tiende a justificarse en que una cámara representa algo
diverso que la otra. Es el caso de las cámaras federales en los Estados con dicha forma de organización,
como Estados Unidos, en que en el Senado se ven representados los Estados miembros en forma
igualitaria no importando su tamaño o población, y en la Cámara de Representantes se ve representado
el pueblo de los Estados Unidos, de forma más o menos proporcional a la población de cada distrito o
circunscripción electoral. Pero también es el caso de las cámaras de orden aristocrático, como fue el
caso del parlamento inglés, en el que en la Cámara de los Lores, estaba representada la nobleza y el la
Cámara de los Comunes, los representantes del pueblo de Inglaterra. Pueden, como parece ser el caso
del Senado chileno, hallarse una combinación de ambos factores. El elemento aristocrático del Senado
se expresa ya en la denominación informal del Senado como cámara alta y la Cámara de Diputados
como la cámara baja.
La influencia que la diversa representatividad conlleva en la configuración del sistema electoral es
importante, dado que para expresar la diferente representatividad es necesario un modelo electoral que
apele a un universo electoral diferente, cosa que en nuestro sistema es tan sólo marginal: en ambos
casos existe una representación territorial, radicada en las regiones, que sirven de base para el

2
Instituciones Políticas y Derecho Constitucional: 179.

108
establecimiento de una o más circunscripciones senatoriales y uno o más distritos de diputados. Sin
embargo, dos regiones, la de Aysén y la de Magallanes, se caracterizan por tener una sola
circunscripción y un solo distrito cada una de ellas, socavando la justificación del bicameralismo.
Conjuntamente con la diversa representatividad, el bicameralismo puede justificarse en las diversas
funciones que a una y otra cámara se le otorgan. Así, puede encontrarse modelos de cámaras
legislativas y económicas, legislativas y judiciales, legislativas y de control, etc.
Por supuesto, que puede finalmente apelarse a la conformación de un parlamento bicameral por razones
diversas. Ello sucede cuando ambas cámaras tienen la misma representatividad y cuentan con
atribuciones similares. En ese caso, puede justificarse el bicameralismo por razones de limitación del
poder; como un “elemento moderador”. Es el fundamento que encuentra el bicameralismo en la
constitución de los Estados Unidos.
Para resumir, y de manera esquemática, entre los argumentos que pueden encontrarse para defender el
bicameralismo se encuentran los siguientes:
(a) una segunda cámara permite una representatividad diversa de grupos excluidos o que no tienen
representación en un modelo unicameral;
(b) una segunda cámara implica un control respecto de la actividad de la otra cámara, lo que reduce
el poder relativo de cada cámara; y
(c) propende a la racionalización del trabajo legislativo que puede resultar más eficiente.
En tanto que entre los argumentos con que se crítica al bicameralismo están los siguientes:
(a) es una fórmula antidemocrática, en la medida que entrega representación a entidades que no son
el pueblo. En esta medida, intereses generales se enfrentan muchas veces a intereses particulares,
sectoriales o locales en el parlamento;
(b) vuelve el procedimiento legislativo más lento, caro e ineficaz;
(c) el fraccionamiento del parlamento lo debilita frente a la figura unitaria del Ejecutivo.
¿Qué modelos de organización de los parlamentos bicamerales existen a nivel comparado?
Dependiendo de cuál sea su rol representativo, las funciones que les son atribuidas y el poder relativo
que tienen respecto de la otra cámara, los parlamentos son susceptibles de organizarse en modelos que
trascienden a la clasificación entre unicamerales y bicamerales. Muchas veces se habla de
bicameralismo perfecto e imperfecto.
Se habla de bicameralismo perfecto, si ambas cámaras tienen las misma funciones y poder. Se puede
concluir que su fundamento reside en un explicito arreglo para racionalizar y moderar el poder
legislativo (o las otras funciones) que el parlamento ejerce. Ello lleva implícito en los parlamentos con
diversa representatividad una limitación más importante a la democracia.
Si, por el contrario, una de las cámaras (típicamente la de representación popular, como en el modelo
alemán) tiene más poder y puede inclusive ejercer funciones legislativas contra la voluntad de la otra
cámara (de diversa representatividad), nos encontramos ante un modelo de bicameralismo imperfecto.
Finalmente, pueden encontrarse casos como el inglés, en el que la cámara de representación
aristocrática casi no tiene funciones en el procedimiento legislativo que recae fundamentalmente en la
cámara de representación popular, teniendo ésta, por tanto, un poder relativo mucho mayor. Sin
embargo, la Cámara de los Lores tiene una especialización funcional, en cuestiones judiciales, que no

109
tiene contrapeso alguno en la Cámara de los Comunes. También podemos hablar aquí de un
bicameralismo perfecto.
El modelo de bicameralismo en la Constitución Política puede ser definido por las siguientes
características:
(a) Recoge un modelo de especialización funcional. Mientras el Senado actúa con un poder de
moderación, la Cámara de Diputados tiene un rol de política contingente y control del Gobierno.
No obstante, ambas concurren de igual forma a la principal atribución parlamentaria de creación
de las leyes.
(b) Es un modelo bicameral perfecto, dado que ninguna de las cámaras tiene primacía sobre la otra
en lo que respecta a sus funciones compartidas. Así, por ejemplo, la solución que se establece
para las discrepancias en el procedimiento de formación de la ley es la de una comisión mixta. Lo
anterior posibilita el hablar de un bicameralismo igualitario pero diferenciado.
En cada una de las cámaras existen órganos internos. Estos son la Mesa directiva, el Presidente, las
comisiones y los comités parlamentarios.
La Mesa de la Cámara de Diputados está compuesta por un Presidente y dos Vicepresidentes, y está
regulada en los artículo 44 a 50 del Reglamento de la Cámara. La Mesa del Senado está compuesta por
un Presidente y un Vicepresidente y está regulada en los artículos 21 y siguientes del Reglamento del
Senado.
El cargo de Presidente del Senado está regulado en el Título III del Reglamento del Senado. Junto a
ellas, el Presidente del Senado detenta las siguientes atribuciones constitucionales:
(a) recibir el juramento o promesa del Presidente electo (art. 27 inc. 4);
(b) subrogar al Presidente de la República (art. 29); y
(c) autorizar al senador que desee ausentarse del país por más de 30 días, cuando la cámara esté en
receso (art. 60 inc. 1º).
El cargo de Presidente de la Cámara está regulado en los artículo 51 a 54 de Reglamento de la Cámara
de Diputados. Junto a ellas, el Presidente de la Cámara detenta las siguientes atribuciones
constitucionales:
(a) autorizar al diputado que desee ausentarse del país por más de 30 días, cuando la cámara esté en
receso (art. 60 inc. 1º); y
(b) subrogar al Presidente de la República (art. 29).
Por otro lado, la Ley Nº 18.918 establece que los presidentes de cada una de las cámaras tendrán las
siguientes atribuciones adicionales:
(a) resolver las apelaciones que los parlamentarios formulen contra la resolución de la Comisión de
Ética respectiva que resuelve una infracción a las normas de transparencia fijadas en los
artículos 5C y 5D de la misma ley;
(b) requerir el ingreso de la fuerza pública a la sede del Congreso Nacional (art. 11);
(c) declarar inadmisible un proyecto de ley que se formule conjuntamente con una reforma
constitucional o que no indique la fuente de los recursos que se gastarán y el monto de los
mismos (art. 15 inc. 2º);

110
(d) declarar asimismo inadmisible una indicación del Presidente de la República que no diga
relación con las ideas matrices del proyecto, que no indique su fuente de financiamiento o que
sea contraria a la Constitución (art. 25);
(e) declarar la inadmisibilidad de los vetos que el Presidente de la República formule a un proyecto
aprobado por el Congreso, cuando éstos no tengan relación con las ideas matrices del proyecto
(art. 32 inc. 2º);
(f) comunicar a la Corte Suprema presentación de un proyecto de ley que incida en la organización
y atribuciones de los tribunales (art. 16);
(g) comunicar al Ministro de Hacienda las necesidades presupuestarias del Congreso Nacional para
efectos de su incorporación en la Ley de Presupuesto (art. 53).
Las comisiones son grupos de trabajo compuesto, según sea el caso, por cinco senadores o por trece
diputados y en algunos casos por representantes de ambas Cámaras (comisiones mixtas), cuya función
primordial es el estudio pormenorizado y especializado de los proyectos de ley y de las materias
sometidas a su conocimiento. Están compuestas proporcionalmente por parlamentarios de todos los
partidos políticos. Cada cámara regula en sus reglamentos internos las comisiones que serán
constituidas para el trabajo parlamentario. Ellas pueden ser clasificadas en Comisiones permanentes,
comisiones especiales, comisiones unidas, comisiones mixtas (arts. 195ss RegCam y arts. 27ss
RegSen):
(a) Las permanentes, cuya constitución está contemplada en los reglamentos internos de ambas
Cámaras, y cuya organización está determinada temáticamente, lo que les proporciona una cierta
correspondencia con los ámbitos de actividad de los Ministerios;
(b) Las especiales, formadas temporalmente para conocer problemas que la Cámara estime de
relevancia;
(c) Las unidas, formadas por dos o más comisiones, cuando las materias sometidas a estudio tienen
relación con más de una; y
(d) Las mixtas, formadas por igual número de diputados y senadores (cinco en cada caso), cuyo
objetivo es el de solucionar las divergencias surgidas entre ambas Cámaras en la tramitación de
un proyecto de ley.
En la Cámara de Diputados existen 19 comisiones permanentes, compuestas por 13 miembros cada
una, elegidos por la Cámara a propuesta de la Mesa (autoridades elegidas por los propios
parlamentarios para dirigir la Corporación). La Comisión de Régimen Interno la integran, además de 13
diputados, la directiva de la Mesa de la Cámara. Las comisiones son: Gobierno Interior,
Regionalización, Planificación y Desarrollo Social; Relaciones Exteriores, Asuntos Interparlamentarios
e Integración Latinoamericana; Constitución, Legislación y Justicia; Educación, Cultura, Deportes y
Recreación; Hacienda; Defensa Nacional; Obras Públicas, Transportes y Telecomunicaciones;
Agricultura, Silvicultura y Desarrollo Rural; Recursos Naturales, Bienes Nacionales y Medio
Ambiente; Salud; Trabajo y Seguridad Social; Minería y Energía; Economía, Fomento y Desarrollo;
Vivienda y Desarrollo Urbano; Derechos Humanos, Nacionalidad y Ciudadanía; Familia; Ciencias y
Tecnología; Pesca, Acuicultura e Intereses Marítimos; y Régimen Interno, Administración y
Reglamento.
Las comisiones permanentes del Senado están compuestas por cinco miembros y cada senador debe
pertenecer, a lo menos, a una comisión. Los miembros serán elegidos por el Senado a propuesta del

111
Presidente y durarán en sus cargos todo el período legislativo. La Comisión de Régimen Interno tendrá
a su cargo la supervigilancia del orden administrativo e interno de los servicios de la Corporación y la
administración del edificio y sus dependencias. Las comisiones son: Gobierno Interior,
Descentralización y Regionalización; Relaciones Exteriores; Constitución, Legislación, Justicia y
Reglamento; Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología; Hacienda; Defensa Nacional; Obras Públicas;
Agricultura; Medio Ambiente y Bienes Nacionales; Salud; Trabajo y Previsión Social; Minería y
Energía; Economía; Vivienda y Urbanismo; Derechos Humanos, Nacionalidad y Ciudadanía; Intereses
Marítimos, Pesca y Acuicultura; Transporte y Telecomunicaciones; Régimen Interior; y Revisora de
Cuentas.
Corresponde al Presidente de cada comisión:
(a) Declarar inadmisible una indicación del Presidente de la República que no diga relación con las
ideas matrices del proyecto, que no indique su fuente de financiamiento o que sea contraria a la
Constitución (art. 25);
(b) Conformar la tabla a discutir en cada sesión.
Otro importante elemento de la organización interna de las cámaras corresponde a los comités
parlamentarios. Un comité parlamentario es el conjunto de senadores o diputados de un partido
político, o reunidos conforme a ciertas afinidades, los que a través de un jefe, designado por ellos,
facilitan la relación con la Mesa de la respectiva cámara, con el fin de hacer más expedita la
tramitación de los asuntos sometidos a su conocimiento.

Funcionamiento del Congreso


Respecto del funcionamiento del Congreso, la Constitución, de manera general, establece un marco
básico de funcionamiento y una remisión a otras potestades normativas que complementarán la
regulación constitucional. Los reglamentos de las cámaras regulan con detalle dicho funcionamiento.
El Congreso nacional funciona ordinariamente dividido en sus dos ramas que actúan separadamente.
Extraordinariamente funciona de manera conjunta, como Congreso Pleno.
El artículo 55 establece una remisión a la ley para la regulación de la instalación y el inicio de sesiones
del Congreso, de la siguiente forma:
El Congreso Nacional se instalará e iniciará su período de sesiones en la forma que determine su ley orgánica
constitucional (inc. 1º).
La instalación del Congreso Nacional está regulada en el artículo 5 de la Ley 18918:
El Congreso Nacional deberá instalarse el día 11 de marzo siguiente a una elección de senadores y diputados.
Se entenderá instalado el Congreso Nacional luego de la investidura de la mayoría de los miembros de cada
Cámara y de que hayan sido elegidos los integrantes de las respectivas mesas.
Una de las materias de mayor importancia en cuanto al funcionamiento del Congreso corresponde a las
sesiones. Conceptualmente, y conforme a lo dispuesto en el artículo 6 inciso 3º de la Ley 18918, una
sesión es “[c]ada reunión que celebren el Senado, la Cámara de Diputados o el Congreso Pleno”.
Las sesiones pueden ser ordinarias y especiales. Sesiones ordinarias son aquellas que cada cámara
determine celebrar periódicamente. Sesiones especiales son aquellas que son especialmente citadas
para determinados efectos. Las sesiones ordinarias serán fijadas en la primera sesión de cada periodo
legislativo por las cámaras. Las sesiones especiales pueden citarse:
(a) por solicitud del Presidente de la República conforme a los dispuesto en el artículo 32 número 2;

112
(b) por decisión de alguna de las Cámaras o de su mesa directiva;
(c) el inciso 2º del artículo 55 parece establecer una excepción constitucional a las reglas generales,
señalando:
En todo caso, se entenderá siempre convocado de pleno derecho para conocer de la declaración de estados de
excepción constitucional.
Existen al menos una disposición constitucional que exige la citación de una sesión especial para la
resolución de determinado tipo de asuntos. Esta es la Sesión del Senado donde se debe aprobar la
designación de los ministros de la Corte Suprema y el Fiscal Nacional (art. 53 Nº 9).
En cuanto al lugar de celebración de las sesiones, el artículo 63 Nº 17 señala que la ciudad donde
deberá celebrar sus sesiones el Congreso Nacional debe ser objeto de una ley. La Ley Nº 18.678
establece que las sesiones de Congreso se realizarán en la ciudad de Valparaíso. Ahora bien, es
plausible sostener que el artículo 63 Nº 17 exige que todos los órganos estatales allí señalados
funcionen en una misma ciudad, por lo que no estaría autorizado el legislador a fijar distintos lugares
para distintos órganos.
Otra materia de importancia corresponde al quórum para sesionar y adoptar acuerdos. Al respecto,
nuestro ordenamiento contempla la existencia de un quórum mínimo para sesionar. El artículo 56 de la
Constitución señala:
La Cámara de Diputados y el Senado no podrán entrar en sesión ni adoptar acuerdos sin la concurrencia de la
tercera parte de sus miembros en ejercicio (inc. 1º).
Esta disposición establece la necesidad de concurrencia de un mínimo de parlamentarios para que cada
una de las cámaras pueda actuar validamente como órgano colegiado; esto es, tanto para sesionar como
para adoptar acuerdos.
El quórum que señala el artículo para sesionar consiste en un tercio de los miembros en ejercicio. Esto,
en el caso de la Cámara de Diputados, implica la asistencia de cuarenta diputados; y en el caso del
Senado, de trece senadores (en virtud de lo dispuesto en la Ley de 6 de julio de 1878 que determina
cómo deben computarse las fracciones en votaciones o quórum de corporaciones sea para tomar
acuerdos o celebrara sesiones). El número de parlamentarios sobre los cuales se calcula el quórum es
resuelto por la ley. Al respecto, el inciso 2º del artículo 7 de la Ley Nº 18.918 establece:
En el cómputo de los quórum y mayorías no se considerarán como senadores y diputados en ejercicio los que
se encuentren suspendidos por efecto de lo dispuesto en el artículo 58, inciso final, de la Constitución Política,
y los que estén ausentes del país con permiso constitucional.
Esto significa que de dicho cálculo se excluyen los parlamentarios desaforados, así como aquellos que
estén ausentes del país con permiso constitucional, es decir, que se ausenten por más de treinta días con
autorización de la cámara respectiva o de su presidente en periodo de receso (art. 60 inc. 1º).
Un acuerdo es la forma en que cada una de las cámaras expresa su voluntad. Para lograr un acuerdo se
requiere que se cumplan los requisitos establecidos para la formación de la voluntad del órgano. Ese
requisito consiste principalmente en la concurrencia de las voluntades de un número determinado de
integrantes del órgano, que se denomina ordinariamente quórum. La regla general para adoptar
acuerdos por parte de las cámaras está establecida en el artículo 7º de la Ley Nº 18.918:
En los casos en que la Constitución no establezca mayorías especiales, las resoluciones de las Cámaras se
adoptarán por mayoría absoluta de sus miembros presentes.
Algunas de las mayorías especiales que la Constitución establece son las siguientes:

113
(a) leyes interpretativas de la Constitución. Requieren tres quintos de los diputados y senadores en
ejercicio (art. 66 inc. 1º);
(b) leyes orgánicas constitucionales. Requieren cuatro séptimos de los diputados y senadores en
ejercicio (art. 66 inc. 2º);
(c) leyes de quórum calificado. Requieren de la mayoría de los diputados y senadores en ejercicio
(art. 66 inc. 3);
(d) leyes de reforma constitucional. Requieren en caso de reformar los capítulos I, III, VIII, XI, XII o
XV de dos tercios, y en los demás casos de los tres quintos de los diputados y senadores en
ejercicio (art. 127 inc. 2º);
(e) dar lugar a la acusación constitucional contra el Presidente de la República en la Cámara de
Diputados. Requiere de la mayoría de los diputados en ejercicio (art. 52 Nº 2 inc. 4º);
(f) declaración de culpabilidad del Presidente de la República ante la acusación constitucional.
Requiere de dos tercios de los senadores en ejercicio (art. 53 inc. 1º Nº 1 pár. 3º);
(g) declaración de culpabilidad de otras autoridades distintas al Presidente de la República ante la
acusación constitucional. Requiere de la mayoría de los senadores en ejercicio (art. 53 inc. 1º Nº
1 pár. 3º);
(h) leyes sobre indulto general y amnistía de delitos terroristas. Requieren de 2/3 de los diputados y
senadores en ejercicio (art. 63 Nº 16 inc. 2º); y
(i) acuerdo para el nombramiento de los ministros y el Fiscal Judicial de la Corte Suprema y del
Fiscal Nacional. Requiere de 2/3 de los miembros en ejercicio del Senado (art. 53 inc. 1º Nº 9).

Estatuto personal de los parlamentarios


Analizaremos en primer lugar los requisitos para ser electo parlamentario, para a continuación estudiar
la elección y reemplazo de los integrantes de ambas cámaras, su cesasión en el cargo, y los privilegios
que les asisten en el desempeño de sus funciones.
Los requisitos para ser elegido diputado, según el artículo 48 de la Constitución, son:
(a) ser ciudadano con derecho a sufragio;
(b) haber cursado la enseñanza media o equivalente;
(c) tener cumplidos veintiún años de edad el día de la elección; y
(d) tener residencia en la región, en los siguientes términos:
[…] tener residencia en la región a que pertenezca el distrito electoral correspondiente durante un plazo no
inferior a dos años, contado hacia atrás desde el día de la elección (art. 48).
Respecto de este requisito, el artículo 51 de la Constitución establece:
Se entenderá que los diputados tienen, por el solo ministerio de la ley, su residencia en la región
correspondiente, mientras se encuentren en ejercicio de su cargo (inc. 1º).
Los requisitos para ser elegido senador según el artículo 50 de la Constitución son:
(a) haber cursado la enseñanza media o equivalente;
(b) ser ciudadano con derecho a sufragio; y

114
(c) tener cumplidos 35 años de edad el día de la elección.
También existen un requisito negativo, consistente en la ausencia de inhabilidades. Al respecto, el
artículo 57 establece un catálogo de cargos o funciones cuya realización constituye una inhabilidad
para ser candidato al Congreso. Son inhabilidades en cuanto las personas mencionadas en dicho
artículo no pueden presentar candidaturas al Congreso. Son, sin embargo, inhabilidades temporales, en
la medida que el impedimento de presentar candidaturas afecta sólo a aquellas personas que hayan
desempeñado una función o ejercido un cargo dentro de un periodo de tiempo de uno o dos años
contados hacía atrás desde la elección de que se trate. Así, los candidatos al Congreso no pueden haber
sido:
(a) durante el año anterior a la elección:
1) Los Ministros de Estado; 2) Los intendentes, los gobernadores, los alcaldes, los miembros de los consejos
regionales, los concejales y los subsecretarios; 3) Los miembros del Consejo del Banco Central; 4) Los
magistrados de los tribunales superiores de justicia y los jueces de letras; 5) Los miembros del Tribunal
Constitucional, del Tribunal Calificador de Elecciones y de los tribunales electorales regionales; 6) El
Contralor General de la República; […] 10) Los Comandantes en Jefe del Ejército, de la Armada y de la
Fuerza Aérea, el General Director de Carabineros, el Director General de la Policía de Investigaciones y los
oficiales pertenecientes a las Fuerzas Armadas y a las Fuerzas de Orden y Seguridad Pública (art. 57).
(b) durante los dos años anteriores a la elección: el Fiscal Nacional, los fiscales regionales y los fiscales
adjuntos del Ministerio Público (art. 57 Nº 9); y
(c) simplemente no deberán reunir las siguientes condiciones al momento de presentar su candidatura:
las personas que desempeñan un cargo directivo de naturaleza gremial o vecinal; y las personas
naturales y los gerentes o administradores de personas jurídicas que celebren o caucionen contratos con
el Estado (art. 57 Nº 7 y Nº 8).
Respecto de todos estos aspirantes, la Constitución establece que si no fueren elegidos en la elección a
la cual se han postulado “no podrán volver al mismo cargo ni ser designados para cargos análogos a los
que desempeñaron hasta un año después del acto electoral” (art. 57, inc. final).
El siguiente requisito para acceder a un cargo parlamentario, en nuestro sistema constitucional, consiste
en la ratificación del candidato por parte de la ciudadanía o elección. La Cámara de Diputados está
compuesta o integrada por ciento veinte miembros (art. 47 inc. 1º). El número de integrantes del
Senado es algo que está entregado a la ley (art. 49). Actualmente el territorio de Chile está dividido en
diecinueve circunscripciones senatoriales que, mediante un sistema binominal, eligen a un número total
de treinta y ocho senadores.
Debe tenerse en cuenta para entender la función representativa de los Senadores dos elementos que los
distinguen de los diputados:
(a) debido a que su base electoral son circunscripciones constituidas sobre la base de las regiones,
puede entenderse que son representantes de estas últimas; y
(b) su renovación es parcial y alternada, lo que hace del Senado una institución sólo parcialmente
sintonizada políticamente con la voluntad política de la ciudadanía, dificultando la coordinación
entre el Senado y la Cámara y eventualmente transformándolo en un obstáculo para la
implementación de los programas de gobierno favorecidos por el electorado.
Las elecciones de parlamentarios se efectuarán conjuntamente (art. 52 inc. 2). Cada cuatro años se
renovará la Cámara de Diputados de forma total (art. 47 inc. 2º) y el Senado de forma parcial (art. 49
inc. 2º). Dicha renovación siempre es nominal, en la medida que la Constitución autoriza la reelección

115
por periodos sucesivos de los parlamentarios, a diferencia de la elección del Presidente de la República
(art. 51 inc. 2º).
Las características generales del régimen electoral parlamentario son:
(a) la elección directa;
(b) el diseño de un sistema mayoritario-proporcional; y
(c) de circunscripciones electorales binominales.
Para la elección de los diputados el territorio del país se divide en sesenta distritos. Los distritos
electorales son fijados por el artículo 179 de la Ley Orgánica Constitucional sobre Votaciones
Populares y Escrutinios, y supuestamente están determinados de acuerdo un elemento poblacional,
intentando que cada distrito tenga una cantidad equivalente de población. Sin embargo, como
denunciaron frente a la reforma a la LOCVP promulgada el 16 de mayo de 1989 –tan sólo meses tras el
plebiscito del 5 de octubre de 1988– y que contenía la determinación de los distritos electorales, un “la
diferencia del valor del sufragio de un distrito electoral a otro en el proyecto de ley en examen varía de
1 a 5,58, vale decir, un 558%”.3
Para la elección de los senadores el territorio del país se divide en circunscripciones, para la
determinación de las cuales se debe tomar en cuenta que el artículo 48 sostiene:
El Senado se compone de miembros elegidos en votación directa por circunscripciones senatoriales, en
consideración a las regiones del país […].
Las circunscripciones senatoriales están determinadas por el artículo 181 de la LOCVPE y no queda
claro cómo es que dichas unidades territoriales dan cuenta de la representatividad regional que el
artículo 48 consagra. Incluso más, en la actualidad, dos regiones distintas, las regiones de Arica y
Parinacota, y la región de Tarapacá, forman parte de una sola circunscripción, lo que desvirtúa el
propósito anteriormente señalado.
¿Qué mecanismo contempla nuestra Constitución para el reemplazo de parlamentarios? Bajo el imperio
de la Constitución de 1925, las vacancias parlamentarias eran provistas directamente por el electorado.
La Constitución vigente prohíbe directamente esa posibilidad, señalando en su artículo 51, inciso 8º,
que “[e]n ningún caso procederán elecciones complementarias”. En cambio, si durante en periodo
legislativo un cargo quedase vacante, ya sea por muerte o alguna otra causa que inhabilite el ejercicio
del cargo de parlamentario, dicha vacante será llenada de la manera prevista por la Constitución la que
determina distintos procedimientos según se trate de miembros de un partido político o de
independientes. Si quien dejó el puesto vacante era, al momento de ser elegido como parlamentario,
miembro de un partido político, dicho cargo se proveerá por el ciudadano que señale dicho partido
político (art. 51 inc. 3º). Si quien dejó el puesto vacante fue elegido como independiente, habrá que
distinguir dos situaciones:
(a) si lo fue fuera de lista con uno o más partidos políticos, el puesto seguirá vacante por el resto del
periodo legislativo (art. 51 inc 4º); y
(b) por el contrario, si fue elegido como independiente integrando una lista en conjunto con uno o
más partidos políticos, será reemplazado por el ciudadano que indique el partido político que el
parlamentario, al presentar su declaración de candidatura, hubiese indicado (art. 51 inc. 5º).

3
La Constitución de la desigualdad: 108.

116
Quien sea elegido reemplazante deberá cumplir los requisitos para ser elegido diputado o senador. La
Constitución autoriza expresamente que un diputado pueda ser elegido reemplazante de un senador que
ha dejado su puesto vacante (art. 51 inc. 6º). El diputado o senador reemplazante cesará en sus
funciones con el término del periodo legislativo en el cuál el reemplazo se efectuó. Ello no obsta a que
pueda reelegirse conforme a las reglas generales.
Para que un parlamentario comience a ejercer sus funciones requiere estar investido. Sin embargo, y
como resultará obvio, sólo aquellos candidatos que hayan resultado electos en la elección respectiva
podrán ser investidos. Respecto de la investidura en el cargo, el artículo 5 de la Ley Nº 18. 918 señala:
La investidura de los senadores o diputados se hará mediante juramento o promesa, de acuerdo con el
procedimiento que establezcan los reglamentos de las Cámaras y desde ese momento se considerarán en
ejercicio (inc. 3).
Para los efectos previstos en los incisos precedentes, las autoridades a las cuales corresponde designar los
senadores que integrarán el Senado de acuerdo al artículo 45 de la Constitución Política, deberán comunicar
dichas designaciones al Presidente de esa Corporación, con quince días de anticipación, a lo menos, a la fecha
en que deben ser investidos (inc. 4).
La Constitución contempla ciertas incompatibilidades para ejercer los cargos de diputado o senador.
Ellas están establecidas en los artículos 58 y 59 de la Constitución, y vuelven dichas funciones
incompatibles:
(a) entre sí (art. 58 inc. 1º);
(b) con empleos remunerados con dineros del Estado, esto es:
con todo empleo o comisión retribuidos con fondos del Fisco, de las municipalidades, de las entidades fiscales
autónomas, semifiscales o de las empresas del Estado o en las que el Fisco tenga intervención por aportes de
capital, y con toda otra función o comisión de la misma naturaleza. Se exceptúan los empleos docentes y las
funciones o comisiones de igual carácter de la enseñanza superior, media y especial. (art. 58 inc. 1º);
(c) con las funciones de directores o consejeros, aun cuando sean ad honorem, en las entidades
fiscales autónomas, semifiscales o en las empresas estatales, o en las que el Estado tenga
participación por aporte de capital (art. 58 inc. 2º).
Los efectos de la infracción a una regla de incompatibilidad dependerán de si los parlamentarios han
sido proclamados electos o no. En el primer caso, las solución es que el nombramiento en el empleo o
función no producirá efectos (art. 59 inc. 1º). Sin embargo, existen una excepción a esta regla, en la
siguiente disposición:
Esta disposición no rige en caso de guerra exterior; ni se aplica a los cargos de Presidente de la República,
Ministro de Estado y agente diplomático; pero sólo los cargos conferidos en estado de guerra son compatibles
con las funciones de diputado o senador (art. 59 inc. 2º).
Esta disposición es confusa. Sin embargo, puede aclararse su sentido. El nombramiento en otro empleo
o función de un diputado o senador, producirá efecto si se trata de (i) un nombramiento realizado en
una situación de guerra exterior o (ii) si la función pública para la cual es nombrado es la de Presidente
de la República, ministro de Estado o agente diplomático. Sin embargo, la última parte del inciso
señala que sólo en el caso de guerra habrá compatibilidad entre el cargo de diputado o senador y el
empleo o función pública para la que fue nombrado. Para el otro supuesto, esto es, ausencia de guerra,
los cargos siguen siendo incompatibles. Ello lleva a concluir que pese a que el diputado o senador
nombrado Presidente, Ministro o agente diplomático accede a su nuevo cargo, no permanece en su
antiguo cargo, lo que constituye una causal de cesación y, por tanto, de vacancia parlamentaria.

117
En el segundo caso, esto es, que el parlamentario electo al momento de su proclamación tiene un
empleo o función incompatible, por el sólo hecho de su proclamación, éste cesará en ella, para asumir
su cargo parlamentario (art. 58 inc. 3º).
También contiene nuestro ordenamiento disposiciones sobre el término o cesasión de las funciones
parlamentarias. Sus causales pueden ser clasificadas en dos grupos: aquellas que dependen de una
conducta voluntaria del parlamentario que es considerada como ilícita por la Constitución, las que
pueden ser denominadas “subjetivas”; y aquellas que no vienen dadas por una conducta
inconstitucional, sino que dependen de la verificación de ciertas situaciones que pueden denominarse
“objetivas”.
Las causales de cesación subjetivas corresponden a las hipótesis de ausencia, negocios incompatibles,
intervención en conflictos laborales y estudiantiles, e incitaciones.
La ausencia se verifica cuando un parlamentario se ausentare del país por más de 30 días “sin permiso
de la Cámara a que pertenezca o, en receso de ella, de su Presidente” (art. 60 inc. 1º).
Los negocios incompatibles consisten en el supuesto de un parlamentario que, durante su ejercicio
realice actos que sean incompatibles con su calidad de autoridad del Estado de Chile y que, en ese
entendido generen una incompatibilidad de lealtades. Los supuestos son los siguientes:
(a) celebrar o caucionar contratos con el Estado;
(b) actuar como abogado o mandatario en cualquier clase de juicio contra el Fisco;
(c) actuar como procurador o agente en gestiones particulares de carácter administrativo, en la
provisión de empleos públicos, consejerías, funciones o comisiones de similar naturaleza; y
(d) aceptar ser director de banco o de alguna sociedad anónima, o ejercer cargos de similar
importancia en estas actividades (art. 60 inc. 2º).
Respecto a esta causal, la Constitución extiende su ámbito regulatorio de la siguiente forma:
La inhabilidad a que se refiere el inciso anterior tendrá lugar sea que el diputado o senador actúe por sí o por
interpósita persona, natural o jurídica, o por medio de una sociedad de personas de la que forme parte (art. 60
inc. 3º).
La causal de intervención en conflictos laborales y estudiantiles contiene dos supuestos, ambos con
diversa intensidad regulatoria.
El primer supuesto se cumplirá cuando un parlamentario ejercite “cualquier” influencia a favor o en
representación de una de las partes en negociaciones o conflictos de carácter laboral. Los supuestos son
amplios:
(a) la influencia debe ser realizada ante una autoridad administrativa o judicial, pero también
cualquier intervención ante las partes en conflicto, ya sea el empleador o los trabajadores,
constituirá la causal; y
(b) puede tratarse de conflictos laborales en el sector público o en el sector privado.
El Tribunal Constitucional resolvió un requerimiento que pretendía la aplicación de esta causal de
inhabilidad al senador Alejandro Navarro, por haber participado en la marcha que realizara la Central
Unitaria de Trabajadores. Se le imputó la causal de ejercer influencia, que según los requirentes
quedaba configurada, en la medida que el senador:

118
Encabezó una columna de trabajadores, ejerciendo influencia ante autoridades administrativas, como es
Carabineros, invocando su calidad de senador, a favor de ellos, tratando de evitar que la Fuerza Pública
cumpliera sus obligaciones constitucionales.4
El Tribunal desestimó que los hechos imputados constituyeran dicha causal, en la medida que no se
logró identificar el conflicto laboral en el que el senador había intervenido. También concluyó el
Tribunal que no se puede tener a Carabineros como la autoridad administrativa frente a la cual se ejerza
influencia, dado que ésta institución no participa en el conflicto laboral. Estas consideraciones reflejan
una interpretación restrictiva de la causal de cesación, lo cual es adecuado debido al carácter
antidemocrático de la misma, incompatible con nuestra tradición republicana de amplio
involucramiento de los parlamentarios en los conflictos sociales.
El segundo supuesto, parece ser en su propia redacción más exigente para constituir la causal de
cesación. Este se cumplirá cuando un parlamentario
actúe o intervenga en actividades estudiantiles, cualquiera que sea la rama de la enseñanza, con el objeto de
atentar contra su normal desenvolvimiento (art. 60 inc. 4).
En este supuesto se requiere no sólo (i) una intervención del parlamentario, sino también que esa
intervención tenga (ii) el objeto de atentar contra el normal desenvolvimiento de las actividades
estudiantiles.
Por último, también cesará en su cargo el parlamentario que incite, de palabra o por escrito, a la
realización de las siguientes acciones (art. 60 inc. 5º):
(a) la alteración del orden público;
(b) propicie el cambio del orden jurídico institucional por medios distintos de los que establece esta
Constitución; o
(c) comprometa gravemente la seguridad o el honor de la Nación.
Este supuesto no es el mismo que el supuesto general del artículo 19 Nº 15 incisos 6, 7 y 8, aunque los
supuestos de hecho se pueden superponer.
El Tribunal Constitucional, en la causa más arriba señalada, también resolvió sobre la aplicación de la
causal de inhabilidad consistente en alterar el orden público. Respecto de esta causal, los requirentes
expusieron que ella era llevada a cabo por el senador, en cuanto
incitó a la alteración del orden público, tanto de las personas que se encontraban con él en la Plaza Italia como
de los que, a través de la televisión, pudieron verlo participando en un acto ilegal, en circunstancias que el
respeto al ordenamiento jurídico vigente integra la noción de orden público de nuestro país.5
El Tribunal, en esta ocasión, luego de una reflexión sobre el concepto de orden público (cc. 23-24),
aclaró que no es posible siquiera analizar si las acciones del senador constituyeron efectivamente una
incitación a la alteración del orden público, pues dichas acciones no fueron probadas en la causa. Esto
también refleja una interpretación consistente con el principio in dubio pro reo del derecho penal,
recomendable debido a que las causales de cesación en comento reflejan un uso punitivista de las reglas
constitucionales.

4
Tribunal Constitucional, Rol 970: considerando 15.
5
Tribunal Constitucional, Rol 970: considerando 23.

119
Respecto de la cesación por un casual subjetiva, el artículo 60 señala que quedarán inhabilitados, por el
término de dos años, para optar a ninguna función o empleo público (art. 60 inc. 6º). En el caso de
aplicarse el artículo 19 Nº 15, a la inhabilitación se le aplicarán las sanciones contempladas en su inciso
7º.
Las causales de cesación objetivas corresponden a las hipótesis de término del período, pérdida de
requisitos, renuncia, y muerte.
El término del período de los senadores se verifica tras haberse cumplido ocho años de su instalación
en el cargo; y el de los diputados ocurre tras el transcurso de cuatro años de tal evento.
Excepcionalmente aquellos parlamentarios que hayan reemplazado a uno que ha cesado en el cargo,
durarán un periodo menor.
La pérdida de los requisitos para ser parlamentario está establecida como causal de cesación en el
artículo 60:
Cesará, asimismo, en sus funciones el diputado o senador que, durante su ejercicio, pierda algún requisito
general de elegibilidad o incurra en alguna de las causales de inhabilidad a que se refiere el artículo 57, sin
perjuicio de la excepción contemplada en el inciso segundo del artículo 59 respecto de los Ministros de
Estado (inc. 7º).
Si se examinan los requisitos e inhabilidades, puede concluirse respecto de la procedencia de esta
causal de cesación, por ejemplo, que podría verificarse si se descubriese la falsedad de la licencia de
enseñanza media del parlamentario, o que pierda la ciudadanía o el derecho de sufragio; no podría, en
cambio, perder la edad requerida, por ejemplo.
En cuanto a la renuncia, el artículo 60 establece una regla especial respecto de la renuncia de los
parlamentarios:
Los diputados y senadores podrán renunciar a sus cargos cuando les afecte una enfermedad grave que les
impida desempeñarlos y así lo califique el Tribunal Constitucional (inc. 8).
Parece seguirse de esta disposición que los parlamentarios no pueden renunciar en casos diferentes a
los supuestos contemplados.
Por último, y pese a que la Constitución nada dice, también cesa en su calidad de senador o diputado y
por tanto, son aplicables respecto de su cargo las reglas de la vacancia y el reemplazo, quien muere.
La Constitución, por último, establece en materia del estatuto personal de los parlamentarios ciertos
privilegios establecidos en beneficio de los diputados y senadores, con el propósito de facilitar el
desempeño de sus funciones: inviolabilidad, fuero, y dieta.
En materia de inviolabilidad, el artículo 61 establece:
Los diputados y senadores sólo son inviolables por las opiniones que manifiesten y los votos que emitan en el
desempeño de sus cargos, en sesiones de sala o de comisión (inc. 1º).
Respecto del fuero de los parlamentarios, el artículo 61 establece:
Ningún diputado o senador, desde el día de su elección o desde su juramento, según el caso, puede ser
acusado o privado de su libertad, salvo el caso de delito flagrante, si el Tribunal de Alzada de la jurisdicción
respectiva, en pleno, no autoriza previamente la acusación declarando haber lugar a formación de causa. De
esta resolución podrá apelarse para ante la Corte Suprema (inc. 2º).
Establece también un supuesto especial para el caso del delito flagrante:

120
En caso de ser arrestado algún diputado o senador por delito flagrante, será puesto inmediatamente a
disposición del Tribunal de Alzada respectivo, con la información sumaria correspondiente. El Tribunal
procederá, entonces, conforme a lo dispuesto en el inciso anterior (art. 61 inc. 3º).
Los efectos del desafuero consisten en que
Desde el momento en que se declare, por resolución firme, haber lugar a formación de causa, queda el
diputado o senador imputado suspendido de su cargo y sujeto al juez competente (art. 6º inc. 4º).
Finalmente, la dieta parlamentaria consiste en la remuneración de los parlamentarios. En relación a
ella, el artículo 62 establece:
Los diputados y senadores percibirán como única renta una dieta equivalente a la remuneración de un
Ministro de Estado incluidas todas las asignaciones que a éstos correspondan.

121
CAPÍTULO IX: ATRIBUCIONES DEL CONGRESO
Para aclarar cuáles son las funciones del Congreso, puede ser útil clasificarlas en función de quién es el
sujeto que ejerce las funciones. En primer lugar, las funciones del Congreso pueden clasificarse en:
(a) funciones del Congreso actuando como Congreso Pleno y
(b) funciones del Congreso como actuaciones de las cámaras que lo componen separadamente.
Este segundo tipo de actuación puede a su vez clasificarse en:
(a) funciones que están radicadas en ambas cámaras y
(b) funciones que están radicadas en sólo una de las cámaras.
Las funciones radicadas en sólo una de las cámaras pueden ser
(a) funciones exclusivas de la Cámara de Diputados; o
(b) funciones exclusivas del Senado.

Funciones del Congreso Pleno


Las funciones que tiene el Congreso pleno pueden distinguirse en aquellas que son meramente
simbólicas, esto es, que no pueden considerarse estrictamente actuaciones, y aquellas que involucran
una verdadera actuación del órgano. Denominaremos funciones pasivas a las primeras y funciones
activas a las segundas.
Entre las funciones pasivas del Congreso Pleno pueden encontrarse la función del Congreso Pleno de
presenciar la cuenta anual de Presidente de la República. Ella está establecida en el inciso 3º del
artículo 24:
El 21 de mayo de cada año, el Presidente de la República dará cuenta al país del estado administrativo y
político de la Nación ante el Congreso Pleno.
También como función pasiva se encuentra la de tomar conocimiento de la proclamación del Presidente
electo y ser testigo del juramento o promesa que el Presidente electo realizará para convertirse en
Presidente de la República. Todo ello está establecido en los incisos 3º y 4º del artículo 27 de la
siguiente manera:
El Congreso Pleno, reunido en sesión pública noventa días después de la primera o única votación y con los
miembros que asistan, tomará conocimiento de la resolución en virtud de la cual el Tribunal Calificador
proclama al Presidente electo.
En este mismo acto, el Presidente electo prestará ante el Presidente del Senado, juramento o promesa de
desempeñar fielmente el cargo de Presidente de la República, conservar la independencia de la Nación,
guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes, y de inmediato asumirá sus funciones.
Las funciones activas del Congreso pleno se reducen a la elección del Presidente de la República en los
casos de vacancia en que falten más de dos años para la próxima elección presidencial (art. 29 incs. 2 y
3). El procedimiento constitucionalmente contemplado ordena:
(a) que dicha elección se lleve a cabo dentro de los diez días siguientes a la fecha de la vacancia;
(b) que la elección sea acordada por la mayoría de los senadores y diputados en ejercicio; y

122
(c) que el Presidente electo por el Congreso Pleno asumirá en su cargo dentro de los treinta días
siguientes.

Funciones radicadas en ambas Cámaras


El Congreso Nacional desempeña, a través de ambas cámaras, tres importantes funciones: la formación
de la ley; la aprobación o rechazo de los tratados internacionales; y la participación en la declaración de
ciertos estados de excepción constitucional. En todos estos casos, interactúa con el Presidente en el
desempeño de altas funciones gubernativas. Sólo en el primer caso, el Congreso Nacional tiene
potestades activas, expresadas en la posibilidad de presentar proyectos de ley e indicaciones en los
mismos. En el segundo y tercer caso, el Congreso está limitado a un rol más simple, de mera
aprobación o rechazo. Por esto, el texto constitucional conceptualiza a dichas funciones como
“atribuciones exclusivas del Congreso” en su artículo 54. Sin embargo, debido a que todas ellas
involucran una interacción con el Jefe de Estado, hemos decidido aquí omitir dicha diferenciación a fin
de simplificar la estructura de este texto. Dejaremos para el final el análisis de la única función
genuinamente exclusiva del Congreso, no identificada como tal en el artículo 54.
I. LA FORMACIÓN DE LA LEY. Dicha función, esto es, el ejercicio de la potestad normativa
legislativa, es una función compartida entre el Congreso, actuando a través de sus dos cámaras
separada pero sucesivamente, y el Presidente de la República. Así lo hace ver el artículo 46 al señalar
que ambas cámaras del Congreso Nacional “concurren a la formación de las leyes”. Dicha función es
tratada latamente en los artículos 63 a 75 de la Constitución y 12 a 36 de la Ley Nº 18.918.
El proceso de formación de la ley permite a los órganos colegisladores regular aquellos asuntos que, de
acuerdo al artículo 63 de la Constitución, constituyen materia de ley. Dicho artículo identifica como tal
un cierto número de asuntos específicos y algunas categorías conceptuales genéricas.
Entre los asuntos específicos cuya regulación el artículo 63 exige que se realice a través de la ley se
encuentran materias tales como aquellas identificadas con los numerales 5º (“[l]as que regulen honores
públicos a los grandes servidores”), 6º (“[l]as que modifiquen la forma o características de los
emblemas nacionales”), 7º, 8º, 9º y 10º (las que reglamenten diversos aspectos de la conducción
patrimonial y financiera de los órganos públicos), o 19º (“[l]as que regulen el funcionamiento de
loterías, hipódromos y apuestas en general”).
Entre las categorías conceptuales genéricas se encuentran algunas que permiten grados relativamente
altos de precisión, tales como las materias identificadas con los numerales 1º (“[l]as que en virtud de la
Constitución deben ser objeto de leyes orgánicas constitucionales”), 2º (“[l]as que la Constitución exija
que sean reguladas por una ley”), o 14º (“[l]as demás que la Constitución señale como leyes de
iniciativa exclusiva del Presidente de la República”), y otras que tienen contornos flexibles y que
permiten fácilmente su ensanchamiento, tales como las materias identificadas con los numerales 3º
(“[l]as que son objeto de codificación, sea civil, comercial, procesal, penal u otra”), 18º (“[l]as que fijen
las bases de los procedimientos que rigen los actos de la administración pública”), y 20º (“[t]oda otra
norma de carácter general y obligatoria que estatuya las bases esenciales de un ordenamiento
jurídico”).
Este último numeral es de particular, pues desarma la pretensión, evidente en el encabezado del artículo
63 (“[s]ólo son materias de ley”), de circunscribir un límite máximo de materias a ser reguladas por la
ley, límite que ensancharía el ámbito de materias confiadas a la potestad reglamentaria autónoma del
Presidente. Esta pretensión de consagrar un régimen de dominio máximo legal fue planteada por los
integrantes de la Comisión de Estudios de la Nueva Constitución como una forma de alejar nuestro

123
sistema constitucional del régimen de dominio mínimo legal existente bajo el imperio de la
Constitución de 1925, que, en virtud de su artículo 44 (“[s]ólo en virtud de una ley se puede”),
establecía un mínimo de materias a ser reguladas por ley, permitiendo al mismo tiempo ensanchar hasta
el infinito la cantidad de asuntos objeto de legislación. Sin embargo, la práctica constitucional,
sustentada en el artículo 63 Nº 20, ha menguado esta interpretación, que permitiría concentrar aún más
poder en las manos del Presidente de la República.
En cuanto al proceso legislativo mismo, la Constitución reglamenta diversos aspectos de la formación
de la ley, los cuales agruparemos aquí en cinco fases o etapas: (A) iniciativa, (B) discusión, (C)
votación, (D) sanción, y (E) promulgación. Lo que la Constitución no reglamenta, pues está más allá de
las posibilidades de una norma jurídica como lo es el texto positivo de la misma, es el proceso político
que lleva a la presentación de un proyecto de ley. Por lo demás, salvo una cantidad determinable de
referencias a la ley hechas en la Constitución, la Constitución no compele o constriñe a los órganos
colegisladores a ejercer la función de legislar. Es al menos imaginable, como ejercicio filosófico, que a
juicio de dichos órganos las leyes existentes en un determinado momento fuesen las necesarias para
afrontar las necesidades de la vida en común. Puede incluso imaginarse que toda la comunidad nacional
estuviese de acuerdo en ello. En tal caso, los órganos colegisladores no estarían incumpliendo ningún
deber al detener indefinidamente la maquinaria del proceso legislativo. Mientras las leyes existentes
fuesen cumplidas regularmente, no habría ninguna situación irregular desde el punto de vista de la
Constitución. Lo que ocurre es que tal mundo es imposible mientras subsistan las condiciones de
desacuerdo moral y de conflicto de interés que constituyen y estructuran el campo de lo político. Pero
esto es algo político, no jurídico; y en la medida en que miremos el proceso de formación de la ley
desde la perspectiva de su reglamentación en la ley constitucional, la politicidad de los fenómenos y
procesos que conducen al ejercicio de la potestad legislativa nos resultarán invisibles e inescrutables.
Más específicamente, dichos procesos no están reglados constitucionalmente; si bien en muchos de sus
aspectos pueden ser considerados como actos concretos de ejercicio de los derechos constitucionales de
índole política.
(A) INICIATIVA. La primera fase del proceso de formación de la ley es la iniciativa, regulada en el
artículo 65. En ella, un proyecto de ley inicia su tramitación a través de su presentación en una de las
cámaras por parte de un órgano constitucionalmente autorizado.
Existen dos reglas generales respecto a la iniciativa, cada una de ellas circunscrita por una excepción de
menor o mayor calibre.
La primera regla general es la equivalencia de las cámaras: los proyectos de ley pueden, en principio,
ser presentados indistintamente en cualquiera de las dos cámaras. La excepción a esta regla, contenida
en el artículo 65 inciso 2º, señala que las leyes tributarias, presupuestarias y sobre reclutamiento sólo
pueden tener origen en la Cámara de Diputados, mientras que las leyes sobre amnistías e indultos
generales sólo pueden tener origen en el Senado.
La segunda regla general es que la equivalencia de los colegisladores: los proyectos de ley pueden, en
principio, ser presentados indistintamente por el Presidente de la República, en cuyo caso se habla de
un mensaje, y por un conjunto de parlamentarios que no exceda de diez diputados o de cinco senadores,
en cuyo caso se habla de una moción. La excepción a esta regla está constituida por la extensa
iniciativa exclusiva del Presidente, contenida en el artículo 65 incisos 3º y 4º (este último, compuesto
de seis numerales), en cuya virtud sólo el Presidente puede presentar proyectos de ley en las materias
administrativas, tributarias, presupuestarias y laborales allí indicadas. Esta iniciativa exclusiva
involucra también que los parlamentarios sólo podrán aceptar, disminuir o rechazar los servicios,

124
empleos, emolumentos, préstamos, beneficios, gastos y demás iniciativas sobre la materia que
proponga el Presidente de la República (art. 65 inc. 5º), previniéndoles de incorporar nuevos servicios y
empleos públicos o de aumentar los gastos involucrados.
(B) DISCUSIÓN. Esta es la fase más substancial del proceso de formación de la ley. Durante ella el
proyecto de ley, tras haber sido aprobado el proyecto en general o la idea de legislar con los quórums
indicados en el siguiente acápite, es discutido por la o las comisiones relevantes de la cámara donde fue
presentado, denominada cámara de origen. En dichas comisiones podrán comparecer o hacer llegar sus
puntos de vista por escrito todos los ciudadanos interesados en exponer sus puntos de vista sobre la
legislación en discusión. En la práctica parlamentaria, se conoce a la discusión del proyecto de ley en la
cámara de origen como primer trámite constitucional.
En esta fase, habitualmente durante la discusión por parte de la comisión, el proyecto podrá ser objeto
de adiciones o correcciones por parte del Presidente y de los parlamentarios, adiciones y correcciones
también conocidas como indicaciones. Dichas indicaciones tendrán como límite la coherencia temática
de dichas indicaciones con “las ideas matrices o fundamentales del proyecto” (art. 69). El concepto de
ideas matrices fue definido así por el Tribunal Constitucional en 1972, en una conceptualización que la
jurisprudencia contemporánea ha hecho propia:6
La idea matriz o fundamental está constituida por la situación, materia o problemas específicos que el autor
del proyecto de ley señale como existentes y a cuya atención, en todas sus implicancias, quiere acudir por la
vía de su potestad normativa legal. La idea matriz es la representación intelectual del asunto que se quiere
abordar, es el problema que se desea resolver. Los textos legislativos son los medios o instrumentos
hipotéticos para lograr la satisfacción de ese objetivo. Estos medios (artículos de ley, correcciones, adiciones
o supresiones), dependen libremente del escogimiento soberano que de ellos hagan y elaboren los autores del
proyecto o de las indicaciones respectivas. La única exigencia formal y de técnica legislativa dispuesta por el
artículo 48 de la Carta Fundamental, consisten prohibir al parlamentario o al Presidente de la República, como
colegislador, sea durante los trámites del proyecto en el Congreso o en el veto (caso del inc. 2º del Art. 53 de
la Constit. Pol. Del E.) que introduzcan textos que no vayan dirigidos a abordar el problema o la cuestión
substancial que dio origen a la iniciativa legislativa.7
Tras haber sido discutido y eventualmente aprobado por la cámara de origen, el proyecto pasará a la
otra cámara, la cual actuará como cámara revisora. Allí también se deberá votar en general el proyecto,
pasará a su discusión a la comisión, para finalmente ser votado en particular por la sala. En la práctica
parlamentaria, se conoce a la discusión del proyecto de ley en la cámara revisora como segundo trámite
constitucional.
Existen dos hipótesis que pueden llevar a la constitución de una comisión mixta, formada por igual
número de diputados y senadores, y que en la práctica parlamentaria es conocida como tercer trámite
constitucional. La primera hipótesis es que un proyecto sea rechazado en su totalidad por la cámara
revisora (art. 70). La segunda hipótesis es que la cámara revisora introduzca modificaciones al
proyecto, situación que hace que el proyecto de ley y sus modificaciones deban ser enviados
nuevamente a la cámara de origen, donde el eventual rechazo de dichas modificaciones dará pie a la
conformación de una comisión mixta. La comisión mixta, en ambos casos, tendrá como objetivo
proponer “la forma y modo de resolver las dificultades” (art. 70).

6
Tribunal Constitucional, Rol Nº 786: considerando 17.
7
Tribunal Constitucional, Rol Nº 09: considerando 12.

125
A lo largo de la fase de discusión, el Presidente podrá hacer presente la urgencia en el despacho de un
proyecto, lo cual otorga a la cámara respectiva un plazo máximo de treinta días para concluir su
tramitación. A esto, la Ley Orgánica Constitucional del Congreso agrega las siguientes hipótesis de
urgencia:
(a) Simple urgencia: el proyecto debe ser conocido y despachado por la respectiva Cámara en el
plazo de treinta días.
(b) Suma urgencia: el proyecto debe ser conocido y despachado por la respectiva Cámara en el plazo
de quince días.
(c) Discusión inmediata: el proyecto debe ser conocido y despachado por la respectiva Cámara en el
plazo de seis días.
Naturalmente, la situación de congestión de la agenda legislativa dificulta el cumplimiento de estos
plazos, situación que al carecer de consecuencia jurídica alguna se vuelve meramente simbólica.
(C) VOTACIÓN. La votación de los proyectos de ley se confunde o intercala en la fase de discusión, en la
medida que el proyecto de ley debe ser aprobado por cada una de las cámaras. El proyecto de ley es así
objeto de a lo menos cuatro votaciones: la votación en general sobre el proyecto, realizada por la sala o
pleno una vez que el mismo ingresa a la respectiva cámara, y la votación en particular de todos sus
preceptos, realizada también en el pleno una vez que la respectiva comisión concluye la discusión de su
contenido. Eventualmente pueden haber más votaciones, en la medida en que el proyecto de ley haya
sufrido modificaciones entre una cámara y otra que lleven a la formación de una comisión mixta; o
bien que el Presidente, en la fase de sanción, introduzca modificaciones que regresen el proyecto a su
discusión en el Congreso.
Lo importante en esta materia es que tanto las votaciones en general como la votación en particular
deben sujetarse a los quórums de aprobación contenidos en el artículo 66. En virtud de dichos quórums
de aprobación es que se caracterizan los distintos tipos de ley en sentido estricto –es decir, excluyendo
decretos con fuerza de ley y decretos ley– existentes en nuestro sistema constitucional. Las leyes
interpretativas de la Constitución necesitarán, para su aprobación, modificación o derogación, de las
tres quintas partes de los diputados y senadores en ejercicio. Las leyes orgánicas constitucionales
requerirán, para su aprobación, modificación o derogación, de las cuatro séptimas partes de los
diputados y senadores en ejercicio. Las leyes de quórum calificado se establecerán, modificarán o
derogarán por la mayoría absoluta de los diputados y senadores en ejercicio. Por último, las leyes
simples requerirán para su aprobación, modificación o derogación de la mayoría de los miembros de
cada cámara presentes en sala al momento de su votación. Esta última categoría constituye la regla
general, mientras que las demás constituyen categorías excepcionales a ser interpretadas
restrictivamente. Por esto mismo, los quórums en cuestión son aplicados sólo respecto de aquellos
preceptos dentro de un proyecto de ley que responden a alguno de los señalamientos hechos por la
propia Constitución, no al proyecto como un todo.
Otro importante aspecto relacionado con la votación de los proyectos de ley es que, de acuerdo al
artículo 68, un proyecto que sea rechazado en general en la cámara de origen no podrá ser repuesto
para su nueva discusión sino después de un año. Sin embargo, el Presidente de la República, en caso de
un proyecto de su iniciativa, podrá solicitar que el mensaje pase a la otra cámara, donde habrá de ser
aprobado en general por los dos tercios de sus miembros presentes. En este caso, el proyecto volverá a
la cámara de origen, y sólo se considerará rechazado si esta Cámara lo rechaza con el voto de los dos
tercios de sus miembros presentes.

126
(D) SANCIÓN. La Constitución dispone que tras haber sido aprobado por ambas cámaras, el proyecto de
ley sea remitido al Presidente de la República (art. 72). Aquí el Presidente tiene cuatro posibilidades.
(a) La primera posibilidad de ellas es que lo apruebe, con lo cual el proyecto pasará a la fase de
promulgación.
(b) La segunda posibilidad es que el Presidente no devuelva el proyecto al Congreso ni realice
ninguna otra acción, con lo que tras el transcurso de treinta días se entenderá que lo aprueba y
pasará a la fase de promulgación en virtud de la propia Constitución (art. 75).
(c) La tercera posibilidad es que el Presidente vete el proyecto de ley en su totalidad, con lo cual no
se convertirá en ley.
(d) La cuarta es que el Presidente desapruebe el proyecto tan sólo parcialmente, sustituyendo
algunas de sus disposiciones o agregando otras.
Esta última posibilidad, conocida como veto sustitutivo o veto aditivo según sea el caso, reconoce
también como limitación el respeto a las ideas matrices del proyecto, con la salvedad de que el
proyecto se hubiese iniciado mediante mensaje y que los contenidos del veto presidencial serán
admisibles si hubiesen formado parte del mismo.
Con el veto presidencial, el proyecto vuelve a su fase de discusión y votación. Si las dos cámaras
aprobaren las observaciones, el proyecto tendrá fuerza de ley y se devolverá al Presidente para su
promulgación (art. 73 inc. 3º). Si las dos cámaras desecharen todas o algunas de las observaciones e
insistieren por los dos tercios de sus miembros presentes en la totalidad o parte del proyecto aprobado
por ellas, se devolverá al Presidente para su promulgación (art. 73 inc. 4º).
(E) PROMULGACIÓN. Esta fase culmina el proceso legislativa. Una vez que el Presidente ha aprobado el
proyecto de ley (art. 72) o bien el mismo se ha aprobado, en ausencia de acción presidencial, por el
mero transcurso del plazo treinta días en virtud de la Constitución (art. 75 inc. 2º), el proyecto deberá
ser promulgado dentro del plazo de diez días desde que su promulgación sea procedente. Esta
promulgación deberá ser hecha por el Presidente (art. 32 Nº 1) a través de decreto promulgatorio (art.
75 inc. 3º) o bien por el Tribunal Constitucional a través de sentencia, previo requerimiento de
cualquiera de las cámaras o de una cuarta parte de sus miembros en ejercicio (art. 93 Nº 8). Finalmente,
dentro de los cinco días hábiles siguientes a la fecha en que quede totalmente tramitado el decreto
promulgatorio, la ley deberá ser publicada (art. 75 inc. 3º), cosa que se realiza a través del Diario
Oficial.
II. APROBAR O DESECHAR TRATADOS INTERNACIONALES. La función que corresponde al
Congreso en relación a los tratados internacionales es la de
Aprobar o desechar los tratados internacionales que le presentare el Presidente de la República antes de su
ratificación (art. 54 nº 1).
Dicha función, como se señaló, es sólo nominalmente exclusiva. Si bien no existen otros órganos
estatales que intervengan en la función de aprobar o desechar los tratados, la función exclusiva de
determinar el contenido de tratado corresponde al Presidente de la República, mediante la negociación,
suscripción, formulación de reservas y posterior ratificación de dichos tratados (art. 32 Nº 15).
Los tratados, como queda dicho, consisten en una expresión de la potestad legislativa. En cuanto los
tratados internacionales encarnan además el ejercicio de una función de relacionar al Estado con los
demás estados de la comunidad internacional, su tratamiento tampoco es de pertinente tratamiento en
esta sección, en la medida que dicha función está radicada en el Presidente de la República, en cuanto

127
conductor de “las relaciones políticas con las potencia extranjeras y organismos internacionales” (art.
32 Nº 15).
III. PARTICIPAR EN LA DECLARACIÓN DE ESTADOS DE EXCEPCIÓN CONSTITUCIONAL.
El artículo 54 número 2 establece que:
Son atribuciones del Congreso: […] 2) Pronunciarse, cuando corresponda, respecto de los estados de
excepción constitucional, en la forma prescrita por el inciso segundo del artículo 40.
Esta disposición corresponde a la intervención que la Constitución atribuye al Congreso Nacional en
una materia que, en principio, está entregada al Presidente de la República en virtud del artículo 32 Nº
5:
Declarar los estados de excepción constitucional en los casos y formas que se señalan en esta Constitución;
La intervención del Congreso es exigida de manera diversa en cada uno de los diferentes estados de
excepción.
(A) ESTADO DE SITIO Y ESTADO DE ASAMBLEA. Tanto para la declaración del estado de sitio como del
estado de asamblea la Constitución requiere que el Congreso Nacional preste su acuerdo a la
declaración que hace el Presidente de la República (art. 40 inc. 1º). Para la tramitación de este acuerdo,
se debe observar lo dispuesto en el inciso 2º del artículo 40:
El Congreso Nacional, dentro del plazo de cinco días contado desde la fecha en que el Presidente de la
República someta la declaración de estado de asamblea o de sitio a su consideración, deberá pronunciarse
aceptando o rechazando la proposición, sin que pueda introducirle modificaciones. Si el Congreso no se
pronunciara dentro de dicho plazo, se entenderá que aprueba la proposición del Presidente.
Se pueden, en consecuencia, anotar las siguientes características de la tramitación de este acuerdo:
(a) Plazo. El Congreso cuenta con un plazo de 5 días para pronunciarse;
(b) Aceptación o rechazo. El Congreso sólo puede aceptar o rechazar la decisión del Presidente, sin
introducir modificaciones en cuanto a las medidas o los plazos;
(c) Aceptación presunta. Si el Congreso no se manifiesta dentro de ese plazo, la Constitución
establece que hay una aceptación presunta;
(B) ESTADO DE CATÁSTROFE. En la declaración del estado de catástrofe el Congreso tiene tres funciones
(art. 41 inc. 2):
(a) Información. Para la declaración del estado de catástrofe, el Presidente de la República tiene la
obligación de informar al Congreso Nacional las medidas adoptadas en razón de aquel;
(b) Revocación. El Congreso Nacional puede dejar sin efecto la declaración de estado de catástrofe:
El Congreso Nacional podrá dejar sin efecto la declaración transcurridos ciento ochenta días desde ésta si las
razones que la motivaron hubieran cesado en forma absoluta.
(c) Acuerdo. Finalmente, el Presidente de la República sólo podrá declarar el estado de catástrofe por
un período superior a un año con el acuerdo del Senado, el que se tramitará conforme a las reglas
del acuerdo para el estado de sitio y asamblea.
(C) ESTADO DE EMERGENCIA. El rol del Congreso en el estado de emergencia es más escueto que en los
casos anteriores. En este caso le corresponde:
(a) Información. El Presidente deberá informar al Congreso Nacional las medidas adoptadas en
virtud del estado de emergencia (art. 42 inc. 3º); y

128
(b) Acuerdo. El Congreso Nacional deberá prestar su acuerdo si el Presidente de la República
quisiera prorrogar por más de 30 días la declaración de emergencia (art. 42 inc. 1º).
V. INDULTOS EXCLUSIVOS DEL CONGRESO NACIONAL. El artículo 32 nº 14 señala en su
última parte
Son atribuciones especiales del Presidente de la República: […] 14º.- Otorgar indultos particulares en los
casos y formas que determine la ley. El indulto será improcedente en tanto no se haya dictado sentencia
ejecutoriada en el respectivo proceso. Los funcionarios acusados por la Cámara de Diputados y condenados
por el Senado, sólo pueden ser indultados por el Congreso;
Esta disposición, en su parte final, establece un régimen especial de concesión de indulto. Por un lado,
plantea una prohibición al Presidente de indultar a ciertas personas. Por otro, atribuye dicha facultad al
Congreso. No puede dudarse que tal prohibición de indulto se dirige a extinguir la responsabilidad
penal y no la responsabilidad funcionaria de quien ha sido destituido de su cargo. El problema que se
presentan para la comprensión del sentido de esta disposición dice relación fundamentalmente por el
uso de la palabra indulto, que tradicionalmente es una facultad otorgada al Presidente de la República
en lugar de amnistía, que el la forma en que el Congreso interviene en la extinción de la
responsabilidad penal por delitos ya realizados.
El ejercicio de la amnistía se realiza a través de una ley. El indulto a través de un acto administrativo
del Presidente. Que la facultad de conceder indultos, se radique excepcionalmente en el Congreso,
requiere determinar si esos indultos requieren ser concedidos por ley o si deben ser concedidos por un
acto resolutivo del parlamento que no tenga ese carácter, y en este segundo caso, determinar cuales son
las características de ese acto y de que forma las cámaras participan en él.
Puede analizarse la segunda de las hipótesis planteadas. En la medida que la Constitución no hace
referencia a que ésta sea una atribución del Congreso Pleno, no debería esto concluirse. Eso lleva,
necesariamente a pensar que se trata de un acuerdo de las cámaras actuando separada y sucesivamente.
La particularidad que tendría dicho acto, respecto de una ley, es que excluiría cualquier intervención
del Presidente de la República en su perfeccionamiento, lo que calza con el sentido de la norma. Así
parece quedar definido que este indulto, no es una amnistía ni es un indulto del Presidente, sino es un
indulto del Congreso, que tiene la particularidad de ser una atribución que es exclusiva de dicho
órgano.

Funciones exclusivas de la Cámara de Diputados


La Cámara de Diputados, en cuanto una de las cámaras del Congreso Nacional, tiene como principal
labor concurrir a la formación de las leyes (art. 46). Sin embargo, también tiene otras funciones que la
misma Constitución le otorga. La principal de estas funciones adicionales de la Cámara es la de
fiscalizar al Gobierno.
El artículo 52 establece dos atribuciones que la Cámara de Diputados desempeña de manera exclusiva,
ellas son: la fiscalización de los actos del Gobierno y la de dar lugar a la acusación constitucional. A
ellas se suman otras atribuciones que otros artículos de la Constitución le entregan a la Cámara.
I. FISCALIZACIÓN DE LOS ACTOS DEL GOBIERNO. Según el artículo 52 número 1 de la
Constitución es una atribución exclusiva de la Cámara de Diputados fiscalizar los actos del Gobierno:
Artículo 52.- Son atribuciones exclusivas de la Cámara de Diputados: 1) Fiscalizar los actos del Gobierno.
El mismo número 1º del artículo 52 establece una serie de actuaciones que la Cámara puede realizar
para ejercer dicha atribución. Ellas son:

129
(a) adoptar acuerdos y observaciones, y solicitar antecedentes;
(b) citar e interpelar a los Ministros de Estado; y
(c) constituir comisiones investigadoras.
Antes de revisar con más detalle dichas actuaciones, deben considerase algunas cuestiones generales
relativas a esta función. En este sentido, el encabezado del artículo 52 número 1 plantea tres cuestiones
que deben resolverse:
(a) ¿cuál es la naturaleza de la actividad fiscalizadora?;
(b) ¿qué implica que esta sea una atribución exclusiva de la Cámara de Diputados?; y
(c) ¿qué actos cuentan como actos del Gobierno?
En primer lugar, ¿qué es fiscalizar? Esclarecer en qué consiste la función fiscalizadora, no sólo exige
analizar las herramientas establecidas en la Constitución, también involucra determinar el sentido
normativo de la expresión fiscalizar. Sobre esta cuestión no existe una terminología clara y las
distinciones implicadas en el uso de esta expresión deben ser explicitadas.
La primera precisión que debe hacerse es que la fiscalización se dirige a un acto de un tercero. La
fiscalización necesariamente está dirigida al análisis y evaluación de una actuación realizada por un
agente distinto a quién realiza el acto de fiscalización.
La segunda precisión es que la fiscalización no implica un control de carácter jurídico; como observa
Silva, la fiscalización difiere de dicha forma de control:
Cuando se fiscaliza y cuando se controla se examina y analiza un acto, pero, en el primer caso, se formula
principalmente un juicio de valor, acerca de la conveniencia o inconveniencia sustancial de su contenido,
desde el punto de vista, no sólo de su conformidad al ordenamiento jurídico, sino, además, de su adecuación a
determinada idea del bien común. En el control, [en cambio,] se busca la conformidad del acto con el
ordenamiento jurídico positivo, dejando al margen toda apreciación que quepa en la órbita dentro de la cual se
mueve con amplitud la determinación discrecional que se reserva, por dicho ordenamiento, al autor del acto8.
De esta cita pueden desprenderse que lo que distingue el control de la fiscalización es que el control
tiene un carácter jurídico y sólo puede dirigirse a juzgar la adecuación jurídica de un acto. En cambio la
fiscalización no tiene un carácter jurídico, y puede juzgar el acto con criterio político, el que incluye
por cierto la adecuación jurídica del acto, pero involucra también consideraciones sobre el mérito de las
actuaciones fiscalizadas. Es en este sentido, que la fiscalización es una forma de control político.
La tercera distinción a realizar es que la fiscalización no acarrea consecuencias jurídicas. Como efecto
de la fiscalización no se producen sanciones que afecten ni para la actuación ni al órgano fiscalizado.
En ese sentido, aquellos que resulten fiscalizados no están obligados a adecuar su actuación futura a los
criterios expresados en el acto de fiscalización. Las consecuencias que pueden producirse sólo pueden
tener naturaleza política: la fiscalización busca actuar ante el tribunal de la opinión pública, ya sea
persuadiendo a los actores fiscalizados a cambiar su conducta o bien presionándolos mediante la
exposición al juicio ciudadano.
En cuarto lugar, la fiscalización no implica el establecimiento de responsabilidad política. Ello se
funda en la idea de que en un régimen presidencial como el de Chile, la responsabilidad política de los

8
Tratado de Derecho Constitucional, vol. III: 114.

130
Ministros no puede perseguirse por el parlamento, ni siquiera mediante la acusación constitucional. Un
indicio de ello parece seguirse de la disposición que se transcribe:
En ningún caso los acuerdos, observaciones o solicitudes de antecedentes afectarán la responsabilidad política
de los Ministros de Estado (art. 52 Nº 1 lit. a inc. 3º);
Sin embargo, esa afirmación se limita a dos de las cuatro actuaciones fiscalizadoras de la Cámara de
Diputados, y no se refiere a las otros dos mecanismos, introducidos a través de la reforma
constitucional de 2005. ¿Puede concluirse que tampoco las citaciones a Ministros de Estado o las
comisiones investigadores afectan la responsabilidad política de las autoridades del Gobierno? A
nuestro juicio, sí, debido a la estructura de nuestro sistema político.
En definitiva, puede concluirse que la fiscalización parlamentaria en un régimen presidencial tiene las
siguientes características:
(a) no afecta la responsabilidad de los ministros, quienes continuarán en sus funciones mientras
cuenten con la confianza del Presidente de la República; y
(b) no implica participación parlamentaria en la administración o en el gobierno del Estado.
Veamos ahora quién es el titular de la función fiscalizadora. La regulación constitucional de la función
fiscalizadora presenta dudas sobre quién es el titular de la función fiscalizadora; pues, si bien la
Constitución declara que tal atribución recae en la Cámara como tal, es decir como órgano colectivo,
por otro lado los mecanismos concretos que permiten llevar a cabo la fiscalización sugieren que
unidades de menor magnitud dentro de dicho órgano pueden, de manera efectiva, fiscalizar. Así, las
comisiones investigadoras, constituídas a solicitud como mínimo de dos quintos de los diputados en
ejercicio, pueden realizar actividades fiscalizadoras (art. 52 nº 1 c). Por otro lado, diputados
individuales, respaldados por un tercio de los diputados en ejercicio, también pueden fiscalizar (art. 52
nº 1 lit. a). Cabría concluir que no sólo la Cámara (es decir, la mayoría política dentro de ella) sino
también unidades menores dentro de ella (y con ello, aquellas minorías políticas que agrupen al menos
a un tercio de los diputados en ejercicio) pueden fiscalizar, al margen de lo declarado textualmente por
la propia Constitución.
Por otro lado, el Senado por disposición expresa de la Constitución carece de función fiscalizadora:
El Senado, sus comisiones y sus demás órganos, incluidos los comités parlamentarios si los hubiere, no
podrán fiscalizar los actos del Gobierno ni de las entidades que de él dependan, ni adoptar acuerdos que
impliquen fiscalización (53 inc. 2º).
Desde luego, dado que la fiscalización es un ejercicio reglamentado en cuanto a su proceder, pero
desformalizado en cuanto a sus consecuencias, es imposible deslindar absolutamente la actividad
material de fiscalizar del ámbito de la acción de los senadores. Ese resultado es posible de ser logrado
sólo a través de una abstención deliberada de los senadores de la discusión sobre el mérito de la gestión
de gobierno, abstención prácticamente imposible en una democracia moderna y que, por cierto, no
queda claro qué valor pueda tener en sí. Sólo resulta atractiva a la luz de una concepción conservadora
del Senado que la vea como una ‘cámara alta’ situada más allá del conflicto político; es decir, como
una heredera del ‘poder neutro’ de los monarcas.
Pasemos al problema de qué son los actos del gobierno. La determinación del alcance del término
“actos del Gobierno” determina directamente el ámbito de cuestiones que la Cámara puede fiscalizar en
ejercicio de esta función. Pueden sostenerse al respecto las siguientes hipótesis interpretativas:
(a) Gobierno en sentido estricto. Se refieren sólo a aquellos actos que son propios de la subfunción
política que el Presidente de la República encabeza y, por tanto, no abarcan aquellos actos que

131
son realizados por en ejercicio de la subfunción administrativa. Las actuaciones fiscalizables
serían las realizadas por el Presidente de la República, de sus colaboradores directos, esto es, los
Ministros de Estado, y las de sus agentes directos, esto es, intendentes y gobernadores.
(b) Gobierno en sentido amplio. Se refieren tanto a los actos de la subfunción de Gobierno como a
los actos de la subfunción administrativa, siempre que se encuentren en una relación de
subordinación o dependencia respecto del Presidente de la República y excluyendo así a los
órganos administrativos autónomos.
(c) Gobierno es sentido amplísimo. Abarca además de los anteriores, todos aquellos actos que son
realizados por organismos que son autónomos respecto del Presidente de la República, pero que
conforman la administración del Estado.
Para determinar cuál es la hipótesis correcta es fundamental determinar cuál es el criterio fundamental
para la fiscalización de los actos del Gobierno: si es la fiscalización de un determinado tipo de actos o
si, por el contrario, es la fiscalización de todo los actos de un determinado tipo de sujeto u órgano. Así,
si se adopta la primera opción, habrían actos típicamente administrativos que no son objeto de
fiscalización, pese a ser realizados por una autoridad como el Presidente de la República quién es el
jefe del Gobierno. Por el contrario, si se adopta la segunda opción, todos los actos del Presidente de la
República serían objeto de fiscalización.
Pueden revisarse algunos aspectos que parecen relevantes para juzgar cuál de las hipótesis
interpretativas sugeridas es la correcta.
En primer lugar, la terminología que la Constitución ocupa distingue entre Gobierno y administración.
El que el encabezado del artículo 52 número 1 use el termino Gobierno parece indicar que la actuación
administrativa está excluida de la fiscalización de la Cámara. Si la fiscalización quería extenderse a la
administración, la Constitución debería haber considerado usar la expresión “Gobierno y
administración”.
Sin embargo, las citaciones a las comisiones investigadoras, que son una de las herramientas
fiscalizadoras, pueden ser despachadas a personas que claramente no participan de calidad de
funcionarios del Gobierno, tales como “funcionarios de la Administración y el personal de las empresas
del Estado o de aquéllas en que éste tenga participación mayoritaria” (art. 52 nº 1 lit. c inc. 2º). Ello no
sería necesariamente obstáculo, sin embargo, para entender que el deber de tales funcionarios
administrativos, sólo es realizado en un rol de colaborador de la función de fiscalización y no como
sujeto pasivo de ésta. En segundo lugar, parece poco nítida la distinción entre actos del gobierno y
actos de la administración. Finalmente, la práctica parlamentaria en materia de comisiones
investigadoras ha tendido a considerar un concepto amplio de Gobierno, incluyendo todos aquellos
órganos donde el Presidente de la República tiene incidencia, incluso indirecta, como la administración
de las empresas del Estado. A la luz de esta evidencia, pareciera ser que la idea de gobierno en un
sentido amplio refleja mejor la práctica constitucional vigente.
Exploraremos ahora las herramientas de fiscalización con las que cuenta la Cámara. Cabe observar que
estas son las únicas herramientas constitucionales existentes con tal propósito; pero que, dado el
carácter político y, por tanto, desformalizado que distingue a la fiscalización, ella materialmente puede
ser realizada de muchas otras formas, tales como la crítica de los actos de gobierno a través de la
prensa, la reunión con autoridades de gobierno, la realización de acciones de protesta social, entre
muchas otras imaginables.

132
La primera herramienta constitucional para la fiscalización consiste en los acuerdos y observaciones.
Este instrumento está establecido en el artículo 52 número 1, en su literal a). Para fiscalizar, la Cámara
puede:
a) Adoptar acuerdos o sugerir observaciones, con el voto de la mayoría de los diputados presentes, los que se
transmitirán por escrito al Presidente de la República, quien deberá dar respuesta fundada por medio del
Ministro de Estado que corresponda, dentro de treinta días.
El titular de esta atribución es la Cámara en cuanto órgano; no un diputado o grupo de ellos. Esto se
expresa en el requisito de que los acuerdos y observaciones cuenten con el respaldo de la mayoría de
los diputados presentes al momento de su discusión. Mediante los acuerdos y observaciones la Cámara
de Diputados expresa un juicio respecto al desempeño que el Gobierno está teniendo en alguna de las
actividades que le son propias. Ese juicio, típicamente de reproche, tiene por finalidad provocar un
cambio en la dirección de dicha actividad, poniendo en evidencia ante la opinión pública, el mérito
negativo que la actuación del Gobierno puede presentar. Constitucionalmente no queda claro qué
diferencia a los acuerdos y a las observaciones; pareciera ser que el texto supone que los acuerdos son
juicios evaluativos, mientras que las observaciones sugerencias respecto a cursos de acción que el
gobierno puede adoptar.
Para que generen los efectos que persiguen, un acuerdo u observación debe cumplir con los siguientes
requisitos:
(a) ser acordado por la mayoría de los diputados presentes en la sesión;
(b) ser establecido por escrito; y
(c) ser comunicado al Presidente de la República.
El principal efecto que surge del acuerdo u observación es que, una vez comunicado al Presidente de la
República, surge para éste una obligación de responder a dicha comunicación. Los requisitos de esa
respuesta son los siguientes:
(a) debe hacerse por intermedio del ministro de Estado correspondiente;
(b) debe ser fundada;
(c) dentro del plazo de 30 días desde la comunicación.
La respuesta puede consistir en una reconsideración de la política que es objeto del juicio de la Cámara
o en la defensa de dicha política. Lo relevante es que el Gobierno, en la respuesta que entregue:
(a) exprese la comprensión del juicio del que es objeto su política; y
(b) entregue una respuesta de la cuál pueda desprenderse que se muestra de acuerdo con la crítica o
que, por el contrario, persevera en la política realizada.
Si dentro del plazo establecido, el Presidente de la República no diera respuesta o si dicha respuesta no
fuera fundada, éste incurriría en una infracción, que considerando la gravedad y reiteración, podría dar
lugar a una acusación constitucional en su contra.
La segunda herramienta constitucional de fiscalización consiste en la solicitud de antecedentes. El
artículo 52 número 1 literal a), en su segundo inciso establece este instrumento:
Sin perjuicio de lo anterior, cualquier diputado, con el voto favorable de un tercio de los miembros presentes
de la Cámara, podrá solicitar determinados antecedentes al Gobierno. El Presidente de la República contestará
fundadamente por intermedio del Ministro de Estado que corresponda, dentro del mismo plazo señalado en el
párrafo anterior.

133
En este caso, el titular de la atribución es aquel diputado que cuente con el respaldo a lo menos de un
tercio de los integrantes de la Cámara presentes en la sala al momento de hacer su solicitud. Como se
ve, para solicitar antecedentes al Gobierno los requisitos no son tan exigentes como los de los acuerdos
u observaciones. Basta:
(a) el acuerdo de un tercio de los miembros presentes de la Cámara de diputados; y
(b) que la solicitud de antecedente tenga un objeto determinado. Sin embargo, surge la pregunta si
dicha solicitud debe también ser presentada por escrito ante el Presidente de la República.
El efecto que genera la solicitud de antecedentes es el mismo que el que generan los acuerdos u
observaciones: el Presidente debe contestar fundadamente por intermedio del ministro de Estado
correspondientes dentro de 30 días.
La tercera herramienta que el artículo 52 número 1 establece para el ejercicio de la labor fiscalizadora
de la Cámara es la de la citación de los Ministros de Estado:
b) Citar a un Ministro de Estado, a petición de a lo menos un tercio de los diputados en ejercicio, a fin de
formularle preguntas en relación con materias vinculadas al ejercicio de su cargo. Con todo, un mismo
Ministro no podrá ser citado para este efecto más de tres veces dentro de un año calendario, sin previo
acuerdo de la mayoría absoluta de los diputados en ejercicio. La asistencia del Ministro será obligatoria y
deberá responder a las preguntas y consultas que motiven su citación.
El titular de esta atribución está conformado por todo conjunto que constituya a lo menos un tercio de
los diputados en ejercicio. El objetivo de ella es, según señala el texto, formularle preguntas al Ministro
en relación con materias vinculadas al ejercicio de su cargo.
La citación se divide en cuatro etapas. Ellas están reguladas en el reglamento de la Cámara de
Diputados (arts. 303 quáter y ss):
(a) La primera es la petición de la citación que debe ser formulada por a lo menos un tercio de los
diputados en ejercicio;
(b) La segunda es la votación de la petición, debiendo ser cursada si cuenta con el apoyo de al menos
un tercio de los diputados en ejercicio;
(c) La tercera etapa es la citación misma; y
(d) La cuarta, es la comparecencia e interrogación de ministro.
Para que la citación produzca efectos deben cumplirse los siguientes requisitos:
(a) debe ser solicitada por al menos un tercio de los diputados en ejercicio. Si el ministro ha sido
citado durante el año calendario en curso en tres ocasiones, las sucesivas citaciones requerirán de
un quórum especial de la mayoría de los diputados en ejercicio; y
(b) esta citación debe estar motivada, esto es, debe expresar los motivos que requieren la
comparecencia del ministro.
El principal efecto que la citación genera son dos obligaciones para los ministros citados:
(a) de comparecencia a la Cámara de Diputados. El ministro puede comparecer acompañado de un
asesor; y
(b) de responder, personalmente, las preguntas y consultas que se (i) enmarquen dentro de la
motivación de la citación y (ii) que estén vinculadas al ejercicio de su cargo. Puede no responder

134
(i) cuando las preguntas no sean pertinentes y (ii) cuando presente una excusa y se comprometa a
responder en una sesión posterior.
Una vez que el ministro comparezca ante la cámara, sólo podrán formulársele preguntas en relación a
materias vinculadas al ejercicio de su cargo. En relación a esto, surgen dos problemas.
En primer lugar, la cuestión de cuáles son las preguntas que pueden realizarse al ministro citado
¿Deben estar enunciadas en la citación o pueden ser cualquiera relacionada con la materia de su cargo?
Le respuesta se encuentra parcialmente en el Reglamento de la Cámara de diputados:
Artículo 303 quinquies. La solicitud respectiva será presentada por escrito en la Secretaría de la Corporación
y deberá indicar el cuestionario temático sobre el que versarán las preguntas que se harán al ministro o
ministra. Ella podrá comprender, además, los documentos anexos que los peticionarios estimen pertinente
acompañar.
De ello, puede seguirse que el ministro podrá negarse a responder aquellas preguntas que no estén en el
cuestionario señalado. Ello tiene su explicación en la necesidad de preparación de las respuestas que el
ministro dará ante la Cámara. El ministro también puede, en ese mismo sentido, excusarse de responder
algunas preguntas, quedando obligado a comparecer nuevamente para dar la respuesta a la pregunta
excusada.
En segundo lugar, surge la necesidad de diferenciar esta atribución de la Cámara con la atribución
contenida en el artículo 37 inciso 2º:
Sin perjuicio de lo anterior, los Ministros deberán concurrir personalmente a las sesiones especiales que la
Cámara de Diputados o el Senado convoquen para informarse sobre asuntos que, perteneciendo al ámbito de
atribuciones de las correspondientes Secretarías de Estado, acuerden tratar.
Las diferencias que pueden establecerse entre ellas son:
(a) la primera es un acto de fiscalización y la segunda es un acto de información;
(b) la primera es una atribución exclusiva de la Cámara de Diputados y la segunda puede ser ejercida
por ambas cámaras; y
(c) en ejercicio de la primera atribución sólo procede citar a un solo ministro, en el ejercicio de la
segunda puede citarse a más de uno.
Una cuarta atribución fiscalizadora consiste en la conformación de comisiones investigadoras. El
artículo 52 nº 1 en su literal c) establece:
Crear comisiones especiales investigadoras a petición de a lo menos dos quintos de los diputados en ejercicio,
con el objeto de reunir informaciones relativas a determinados actos del Gobierno.
Las comisiones especiales investigadoras son creadas por petición de a lo menos dos quintos de los
diputados en ejercicio. El titular de esta atribución es el conjunto de diputados que constituya a lo
menos dos quintos de los integrantes de la Cámara en ejercicio. Su objeto es reunir informaciones
relativas a determinados actos del gobierno. Para ello, la Constitución entrega a las comisiones
fiscalizadoras las atribuciones de (i) despachar citaciones y (ii) solicitar antecedentes. El ejercicio de
estas atribuciones debe contar con la aprobación de un tercio de los miembros de la comisión. Los
sujetos pasivos a los cuales pueden estar dirigidas dichas citaciones y solicitudes son: (i) Ministros de
Estado; (ii) demás funcionarios de la administración; y (iii) personal de las empresas del Estado o de
aquéllas en que éste tenga participación mayoritaria. Cuando una de estas atribuciones es ejercida, se
genera una obligación para el destinatario de la citación o solicitud de comparecer o suministrar
información y antecedentes respecto de la cuestión investigada y que le sean solicitados.

135
La Constitución establece límites en el ejercicio de estas atribuciones respecto de los Ministros de
Estado. Cuando la atribución ejercida sea la citación y la autoridad requerida sea un ministro de Estado,
operará la misma limitación que existe para las citaciones establecidas en el literal b) del mismo
artículo:
No obstante, los Ministros de Estado no podrán ser citados más de tres veces a una misma comisión
investigadora, sin previo acuerdo de la mayoría absoluta de sus miembros (art. 52 nº 1 c) inc. 3º).
La Constitución, por último, establece una reserva de ley orgánica constitucional de la siguiente forma:
La ley orgánica constitucional del Congreso Nacional regulará el funcionamiento y las atribuciones de las
comisiones investigadoras y la forma de proteger los derechos de las personas citadas o mencionadas en ellas
(art. 52 nº 1 c) inc. 4).
En ella, entonces, se comprenden:
(a) el funcionamiento de las comisiones;
(b) las atribuciones. De ello se sigue, que las comisiones fiscalizadoras pueden tener más
atribuciones que las que la Constitución establece; y
(c) la protección de derechos de las personas citadas o mencionadas en ellas.
Esta remisión no ha sido concretada por el legislador, lo que parece especialmente grave en la medida
que hay un mandato constitucional de protección de derechos.
II. DAR LUGAR A LA ACUSACIÓN CONSTITUCIONAL. Además de fiscalizar, la Cámara de
Diputados cumple una importante labor en la acusación constitucional. Ambas cuestiones están,
ciertamente, relacionadas, en la medida en que ambas permiten a la Cámara influir en la marcha del
gobierno; pero es importante dejar en claro que la acusación constitucional no es una forma de
fiscalización, así como que la acusación constitucional no es una consecuencia necesaria de la
fiscalización.
La acusación constitucional es una institución parlamentaria que está vigencia en Chile desde la
Constitución de 1833 (y con anterioridad a ella en los ensayos constitucionales). Ella se dirige a
perseguir la responsabilidad de diversos funcionarios. Tanto el Presidente de la República, sus
Ministros de Estado y los intendentes y gobernadores son susceptibles de acusación constitucional en lo
que respecta a las autoridades del gobierno. Sin embargo, son susceptibles de acusación constitucional
también otras autoridades superiores del Estado, en particular, los magistrados de los tribunales
superiores de justicia (esto es, los ministros de la Corte Suprema y de las cortes de apelaciones) y el
Contralor General de la República. Por último, son susceptibles de acusación los generales o almirantes
de las instituciones pertenecientes a las Fuerzas de la Defensa Nacional. La inclusión de cada una de
estas tres categorías entre los sujetos pasivos de la acusación constitucional obedece a una
consideración distinta.
Primero, se revisaran los contornos regulados de la institución, esto es, los sujetos acusables y las
causales establecidas. Luego, se abordarán los aspectos del procedimiento mediante el cual se lleva a
cabo la acusación.
La regulación constitucional de la acusación constitucional, según hemos anunciado, determina quiénes
son los sujetos acusables y las causales por las cuales pueden ser acusados.
Los sujetos que pueden ser destinatarios de una acusación constitucional tienen en común ser altas
autoridades del Estado. Ellos son:

136
(a) Presidente de la República;
(b) ministros de Estado;
(c) intendentes y gobernadores;
(d) magistrados de los tribunales superiores de justicia (Corte Suprema y Cortes de Apelaciones);
(e) Contralor General de la República; y
(f) generales o almirantes de las Fuerzas de la Defensa Nacional, esto es, de las Fuerzas Armadas.
Ello excluye a Carabineros. Procede contra todo militar que tenga dicho rango y no sólo respecto
a los comandantes en jefes de cada rama.
Puede concluirse de la enumeración taxativa que la Constitución establece, que ningún otro funcionario
o autoridad es susceptible de ser acusado constitucionalmente. En ese sentido, no puede entablarse una
acusación constitucional contra:
(a) parlamentarios;
(b) ministros del Tribunal Constitucional;
(c) ministros de los tribunales electorales;
(d) jueces de letras;
(e) consejeros del Banco Central; y
(f) alcaldes y concejales.
Las causales establecidas en la Constitucional Política no han cambiado de forma relevante desde su
establecimiento en la Constitución del 1833.
(A) HONOR O SEGURIDAD DE LA NACIÓN. Se establece esta causal de dos formas diversas:
(a) Haber comprometido gravemente el honor o la seguridad de la Nación. Esta causal es posible de
ser imputada tanto a los ministros de Estado como a los generales y almirantes de las Fuerzas
Armadas.
(b) Actos de su administración que hayan comprometido gravemente el honor o la seguridad de la
Nación. Esta causal sólo es posible de ser imputada al Presidente de la República. Sólo él puede
ser responsable de su administración. Los actos no deben haber sido realizados necesariamente
por el Presidente, pero deben poder ser imputables a funcionarios y autoridades de la
administración o el gobierno. Parece razonable exigir un grado de negligencia respecto de la
actuación por parte del Presidente; de otra forma no podría configurarse una responsabilidad
infraccional. Por otro lado, que dichos actos hayan “comprometido” significa que no
necesariamente ellos han lesionado efectivamente los bienes constitucionales en cuestión; basta
con que los hayan puesto en una seria situación de peligro.
(B) INFRACCIÓN DE LA CONSTITUCIÓN Y LAS LEYES. Se establecen tres supuestos:
(a) Infracción de la Constitución. Esta causal es posible de ser imputada tanto a los ministros de
Estado como a intendentes y gobernadores.
(b) Infracción de las leyes. Esta causal es posible de ser imputada sólo a los ministros de Estado.
(c) Haber infringido abiertamente la Constitución o las leyes. Esta causal sólo es posible de ser
imputada al Presidente de la República. En este caso, la infracción debe ser abierta, lo que

137
significa que el Presidente debe mostrar un desprecio respecto del orden establecido. Ello queda
en evidencia si se tiene a la vista que pese a que los ministros de Estado son nombrados por el
Presidente y responsables ante éste, son ellos los que tienden a acumular la responsabilidad por
los actos de la administración, reservándose la acusación al Presidente sólo cuando se trate de
infracciones abiertas y graves.
(C) HABER DEJADO LAS LEYES SIN EJECUCIÓN. Esta causal es posible de ser imputada sólo a los ministros
de Estado. Los requisitos que aparecen necesarios para la concurrencia de la causal de inejecución de la
ley son:
(a) la existencia de un mandato de ejecución expreso del legislador;
(b) que dicho mandato se dirija directamente al ministro que se pretende acusar; y
(c) la omisión del deber de ejecutar la ley debe ser personalmente imputable al ministro.
(D) DELITOS. La acusación por haber incurrido en un delito está expresamente consagrada para los
ministros, intendentes y gobernadores. Constitucionalmente, no es necesario que el funcionario acusado
haya sido imputado y condenado por dichos delitos, debido a que la acusación constitucional no es un
procedimiento penal y por lo tanto no le es aplicable el principio non bis in idem. Por otro lado, cuando
otra autoridad del Estado ha sido condenada por uno de esos delitos no podrá seguir en su cargo, pues
habrá perdido el derecho a sufragio y por lo tanto uno de los requisitos para acceder a todos los cargos
en cuestión.
(a) Traición. Esta causal es posible de ser imputada tanto a los ministros de Estado como a
intendentes y gobernadores. Ella coincide materialmente con la conducta tipificada en los
artículos 106 y siguientes del Código Penal, contenidos en los títulos “crímenes y simples delitos
contra la seguridad exterior y soberanía del Estado” y “[…] contra la seguridad interior del
Estado”.
(b) Sedición. Esta causal es posible de ser imputada sólo a intendentes y gobernadores.
(c) Concusión. Esta causal, consistente en toda exacción arbitraria cometida por un funcionario
público en provecho propio, puede ser imputada tanto a los ministros de Estado como a
intendentes y gobernadores. En los artículo 157 y 241 del Código Penal pueden encontrarse
delitos de esta naturaleza.
(d) Malversación de fondos públicos. Esta causal es posible de ser imputada tanto a los ministros de
Estado como a intendentes y gobernadores. El Código Penal establece delitos de este tipo en los
artículos 233 y siguientes, bajo el párrafo “Malversación de caudales públicos”.
(e) Soborno. Esta causal es posible de ser imputada sólo a los ministros de Estado. Esta conducta
aparece en el Código Penal bajo la expresión cohecho que está penada en los artículo 248 a 250
de dicha ley.
(E) NOTABLE ABANDONO DE DEBERES. Esta causal es posible de ser imputada sólo a magistrados de los
tribunales superiores de justicia y al Contralor General de la República. Ella supone una evaluación
negativa de la Cámara sobre el desempeño de dichas autoridades, en tales términos que, a su juicio, las
mismas hayan obstaculizado el funcionamiento del sistema constitucional a través de la inacción o el
desempeño negligente de sus atribuciones constitucionales y legales.
Veremos ahora el procedimiento de la acusación constitucional ante la Cámara de Diputados. Ella
comprende los siguientes elementos: la interposición de la acusación; la formación de expediente; la

138
constitución de una comisión informante; su discusión por parte de la sala; y la votación de su
admisibilidad.
(A) INTERPOSICIÓN DE LA ACUSACIÓN. La Constitución establece dos requisitos formales para la
presentación de la acusación:
(a) Quórum de formulación. La acusación deberá ser formulada por no menos de 10 ni más de 20
diputados. Exigir un mínimo de parlamentarios acusadores, dificultando la presentación de
acusaciones, busca garantizar la seriedad de este procedimiento. Limitar el máximo de
parlamentarios acusadores, impidiendo que un grupo muy numeroso o incluso una mayoría
apoyen desde un comienzo la acusación, busca generar las condiciones apropiadas para, dentro de
lo posible, minimizar el abanderamiento y maximizar el carácter deliberativo de un proceso que,
en sí, es naturalmente partisano y confrontacional.
(b) Formulación por escrito. Así lo establece el artículo 37 de la Ley Orgánica Constitucional del
Congreso Nacional.
La Constitución también exige tres requisitos materiales. La acusación debe cumplir con los siguientes
requisitos de fondo:
(a) Debe estar dirigida a una de las autoridades acusables. Deberá estar dirigida a establecer la
responsabilidad de uno de las autoridades que son acusables según el artículo 52 de la
Constitución.
(b) Invocar una causal establecida. Deberá señalar cuál causal se invoca y determinar los hechos que
constituyen la causal. Cada uno de los hechos que constituyen una causal se denominan capítulos:
Se entenderá por capítulo el conjunto de los hechos específicos que, a juicio de la Cámara de Diputados,
constituyan cada uno de los delitos, infracciones o abusos de poder que, según la Constitución Política,
autorizan para imponerla (art. 51 LOCC).
(c) Presentación dentro de plazo. La acusación constitucional puede interponerse mientras el
afectado por ésta se encuentre en el ejercicio de sus funciones o en los tres meses siguientes a la
expiración de estas (art. 52 nº 2 par. 3º). Si la acusación se dirige contra el Presidente de la
República se podrá interponer mientras éste esté en el ejercicio de sus funciones o en los seis
meses siguientes al término de su mandato (art. 52 nº 2 par. 1º a).
Los efectos de la interposición comenzarán a producirse desde que la Cámara de cuenta de la
interposición material. Eso deberá hacerse en la sesión más próxima qué ésta celebre (art. 37 LOCC).
El primer efecto la acusación es la necesidad de notificar al acusado. Sin embargo, mucho más
importante es el efecto establecido en la propia Constitución. Allí se dispone que
[…] Interpuesta la acusación, el afectado no podrá ausentarse del país sin permiso de la Cámara […] (art. 52
nº 2 par. 3).
(B) FORMACIÓN DE EXPEDIENTE. Tras la interposición de la acusación se sigue el siguiente
procedimiento:
(a) Notificación. La primera actuación después de dada cuenta de la acusación, será la notificación
del afectado. Dicha notificación deberá ser personal o por cedula, dentro de tercero día contado
éste desde que se dé cuenta de la acusación (art. 39 inc. 1º LOCC).
(b) Contestación. El afectado, dentro de décimo día de notificado, podrá concurrir a la comisión a
hacer su defensa personalmente o presentarla por escrito (art. 39 inc. 2 LOCC). Si el acusado no

139
asistiere o enviare su defensa escrita se procederá sin su defensa, esto es, en su rebeldía (art. 40
LOCC).
(c) Certificación. Se constituirá un expediente en el que se certificará todo lo obrado en el asunto.
(d) Comunicaciones. El secretario de la Cámara comunicará a la autoridad administrativa el hecho de
haber una acusación constitucional pendiente contra la autoridad para hacer operativa la
prohibición de ausentarse del país (art. 39 inc. 3 LOCC).
(C) CONSTITUCIÓN DE UNA COMISIÓN INFORMANTE. En la misma sesión donde se da cuenta de la
interposición de la acusación, se procederá a elegir una comisión informante, que tendrá como función
estudiar la acusación y pronunciarse sobre ella, mediante la emisión de un informe (art. 41 inc. 1
LOCC). Dicha comisión estará formada por cinco diputados elegidos por sorteo. No podrán formar
parte de la comisión informante los diputados que forman la mesa directiva, ni los diputados que
interpusieron la acusación (art. 38 LOCC). Su informe deberá ser evacuado dentro del plazo de seis
días contados desde la comparecencia del afectado o desde que se hubiera acordado proceder sin su
defensa. El contenido mínimo del informe debe estar compuesto, según el artículo 41 inciso 2 de la
Ley Orgánica Constitucional del Congreso Nacional:
El informe de la comisión deberá contener, a lo menos, [1] una relación de las actuaciones y diligencias
practicadas por la comisión; [2] una síntesis de la acusación, de los hechos que le sirvan de base y de los
delitos, infracciones o abusos de poder que se imputen en ella; [3] una relación de la defensa del o de los
acusados; [4] un examen de los hechos y de las consideraciones de derecho, y [5] la o las resoluciones
adoptadas por la comisión.
(D) DISCUSIÓN POR PARTE DE LA SALA. Una vez trascurrido el plazo para su evacuación del informe,
aunque esto no se haya realizado, la Cámara de Diputados sesionará diariamente para ocuparte de la
acusación. El acusado se entenderá citado de pleno derecho a dichas sesiones (art. 42 LOCC). La
discusión en la Cámara se estructura en dos partes: (1) la cuestión previa y (2) la discusión de
aprobación o rechazo.
(a) Cuestión previa. La cuestión previa consiste en una formulación, ya sea oral o escrita, de parte
del acusado, en que sostiene que la acusación no cumple con los requisitos que la Constitución
exige (art. 43 inc. 1 LOCC). La cuestión previa debe ser decidida, luego de ser oída la comisión
informante, por la mayoría de los diputados presentes en la sesión. Si la cuestión previa es
acogida, la acusación se tendrá por no interpuesta y el procedimiento acabará. Si, por el contrario,
la cuestión previa es desechada, no podrá renovarse la discusión sobre su improcedencia (art. 43
inc. 3 LOCC).
(b) Discusión sobre el fondo. Desechada la cuestión previa y emitido el informe de la comisión
informante se deberá discutir si se admite o se desecha la acusación. La forma de esta discusión
admitirá diversa forma, dependiendo de si el informa recomendare aprobar o rechazar la
acusación, según el artículo 44 de la Ley Orgánica Constitucional del Congreso Nacional:
a) si el informe de la comisión recomendare aprobar la acusación, se dará la palabra al diputado que la
mayoría de la comisión haya designado para sostenerla, y después se oirá al afectado, si estuviere presente, o
se leerá la defensa escrita que haya enviado, y
b) si el informe de la comisión recomendare rechazar la acusación, se dará la palabra a un diputado que la
sostenga y después podrá contestar el afectado o, si éste no lo hiciere, un diputado partidario de que se
deseche.
Existirá un derecho a rectificar los hechos señalados en cualquiera de las intervenciones para el
acusado y el diputado informante (art. 45 LOCCon).

140
(E) VOTACIÓN DE LA ADMISIBILIDAD DE LA ACUSACIÓN. En la última sesión que se celebre para conocer de
la acusación se procederá a votar la admisibilidad de la acusación. Para aprobar la acusación se
requerirá el voto de la mayoría de los diputados presentes. Sin embargo, si el acusado es el Presidente
de la República se requerirá el voto de la mayoría de los diputados en ejercicio (art. 52 Nº 2 inc. 4 y 5).
Si se aprueba la acusación se producirán los siguientes efectos:
(a) Se nombrará una comisión de tres diputados para que formalice y prosiga la acusación ante el
Senado (art. 46 inc. 2 LOCC);
(b) la Cámara comunicará la aceptación de la acusación al Senado y al afectado dentro de las 24
horas siguientes a la conclusión de la sesión en que se acuerde (art. 46 inc. 3 LOCC);
(c) la aprobación de la acusación generará la suspensión en sus funciones de la autoridad acusada.
Este efecto no se producirá en el caso de que la autoridad acusada sea el Presidente de la
República. Dicho efecto se mantendrá hasta que se desestimare la acusación o hasta transcurridos
30 días sin que el Senado se pronunciase positiva o negativamente (art. 52 Nº 2 inc. 5);
(d) finalmente, si la acusación estuviere aprobada, el afectado no podrá ausentarse del país, ni aún
con el permiso de las Cámara de Diputados (art. 52 Nº 2 pár. 3).
III. SOLICITAR LA DECLARACIÓN DE RESPONSABILIDAD DEL PRESIDENTE DE LA
REPÚBLICA. Corresponde, además, a la Cámara de Diputados la solicitud de responsabilidad respecto
del Presidente de la República, cuando éste se haya visto envuelto en hechos que motivaron la
declaración de inconstitucionalidad de un partido político, movimiento y otra forma de organización,
conforme a lo dispuesto en el inciso 6º del artículo 19 número 15.
De forma regular existe una acción pública para solicitar dicha responsabilidad; sin embargo, cuando la
persona de que se trate sea el Presidente de la República o el Presidente electo, se requerirá que la
solicitud ante el Tribunal Constitucional sea formulada por la Cámara de Diputados o por una cuarta
parte de sus miembros en ejercicio. El establecimiento de dicha responsabilidad, en esta particular
hipótesis, requerirá del acuerdo del Senado (art. 93 inc. 16).
Las consecuencias que se siguen del establecimiento de esta responsabilidad son, en primer término, la
perdida de pleno derecho del cargo de Presidente de la República. Luego, se establece que
[…] [1] no podrán participar en la formación de otros partidos políticos, movimientos u otras formas de
organización política, [2] ni optar a cargos públicos de elección popular [3] ni desempeñar los cargos que se
mencionan en los números 1) a 6) del artículo 57, por el término de cinco años, contado desde la resolución
del Tribunal […] (art. 19 Nº 15 inc. 7).
Respecto de la posibilidad de ser rehabilitados y del supuesto de reincidencia, el inciso 8 del artículo 19
Nº 15 dispone:
Las personas sancionadas en virtud de este precepto no podrán ser objeto de rehabilitación durante el plazo
señalado en el inciso anterior. La duración de las inhabilidades contempladas en dicho inciso se elevará al
doble en caso de reincidencia;
IV. NOMBRAMIENTO DE MINISTROS DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL. La Cámara
participa en el nombramiento de los ministros del Tribunal constitucional, proponiendo dos nombres
para que el Senado los apruebe. El artículo 92 establece:
Habrá un Tribunal Constitucional integrado por diez miembros, designados de la siguiente forma: […] b)
Cuatro elegidos por el Congreso Nacional. Dos serán nombrados directamente por el Senado y dos serán
previamente propuestos por la Cámara de Diputados para su aprobación o rechazo por el Senado. Los

141
nombramientos, o la propuesta en su caso, se efectuarán en votaciones únicas y requerirán para su aprobación
del voto favorable de los dos tercios de los senadores o diputados en ejercicio, según corresponda.
V. REQUERIMIENTOS ANTE EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL. Corresponde a la Cámara de
Diputados, la función de promover los requerimientos que la Constitución autoriza ante el Tribunal
Constitucional. Dicha función es atribuida normalmente a varios titulares entre los que se incluye la
Cámara de Diputados (art. 93).
VI. AUTORIZACIÓN PARA LA SALIDA DEL PAÍS DEL PRESIDENTE SALIENTE. En virtud de
los establecido en el artículo 52 Nº 2 literal a), la Cámara de Diputados debe prestar autorización si el
ex Presidente decide ausentarse del país. Dicha autorización deberá solicitarse durante los 6 meses
posteriores a la expiración de su mandato y tiene como finalidad asegurar la presencia del ex Presidente
ante una eventual acusación constitucional.

Funciones exclusivas del Senado


El Senado, tal como la Cámara de Diputados, cumple un rol importantísimo en el proceso de formación
de la ley. Junto a dicha labor, además detenta diversas funciones, que pueden ser catalogadas en tres
categorías: función resolutiva; función conservadora; y función consultiva.
I. FUNCIÓN RESOLUTIVA. En virtud de su función resolutiva, el Senado resuelve diversos
conflictos de importancia. Es importante distinguir esta función de la función jurisdiccional entregada a
los órganos jurisdiccionales, consistente en conocer de ciertos asuntos y resolverlos conforme a
derecho. En el caso del Senado, el desempeño de la función resolutiva está a menudo, como en el caso
de la resolución de la acusación constitucional, enmarcado por conceptos jurídicos que el Senado debe
interpretar y aplicar en el desempeño de su labor. Sin embargo, dicha labor no presupone, como sí
ocurre con los órganos jurisdiccionales, que los integrantes de este órgano posean competencias
profesionales que les auxilien en dicho desempeño. Los senadores deben hacer uso de su prudencia y
buen criterio, no de una formación jurídica que el orden constitucional en ningún caso presupone que
deban tener.
(A) CONOCER LA ACUSACIÓN CONSTITUCIONAL. La primera y quizás más importante función resolutiva
del Senado es resolver la acusación constitucional contra alguna autoridad del Estado. El artículo 53 de
la Constitución establece en su inciso 1º:
Son atribuciones exclusivas del Senado: 1) Conocer de las acusaciones que la Cámara de Diputados entable
con arreglo al artículo anterior […].
El Senado, en ejercicio de esta atribución, resuelve la acusación que ejerce la Cámara de Diputados. La
utilización del verbo “conocer”, que la Constitución utiliza también en el artículo 76 al referirse a la
función jurisdiccional de los tribunales de justicia, sugiere una cierta cercanía con la misma. Dicha
cercanía se ve matizada con la caracterización de “jurado” que la Constitución hace (art. 53 Nº 1 inc.
2º), y que le diferencia de la condición de “letrado” que distingue a abogados (art. 19 Nº 3 inc. 2º) y
jueces (arts. 77, 78 y 81) de quienes carecen de su formación profesional. La institución del jurado, a
nivel comparado, consiste en la conformación por parte de ciudadanos, sin exigencia alguna de
formación jurídica, de órganos colegiados llamados a decidir sobre asuntos de hecho, no de derecho.
Dicha institución se originó en la jerarquizada sociedad europea medieval como una garantía para los
nobles, es decir para los hombres libres, de ser juzgados por sus pares, no por personas de condición
inferior; y se ha perpetuado hasta el día de hoy en ordenamientos jurídicos herederos del common law,
como Estados Unidos.

142
La tramitación de la acusación constitucional ante el Senado se compone de cuatro fases principales:
(a) la recepción del oficio que proviene de la Cámara de Diputados; (b) la formalización de la
acusación; (c) el fallo de la acusación; y (d) la notificación de la resolución.
La recepción del oficio que contiene la acusación es realizada por la oficina de partes del Senado. Una
vez recibida la acusación aprobada por la Cámara, se dará cuenta del oficio acusatorio en la sesión más
próxima que celebre el Senado (art. 46 inc. 3º LOCC). En dicha sesión se procederá a fijar el día en que
se comenzará a tratar de ella. Si el Senado estuviere en receso, dicha fijación se realizará por su
Presidente (art. 47 LOCC). Dicho día no podrá ser más allá del sexto o antes del cuarto contados desde
la recepción del oficio acusador. A contar del primer día fijado, el Senado quedará citado a todas las
sesiones especiales que se requieran hasta que el se pronuncie sobre la acusación (art. 48 LOCC).
Luego de la recepción de la acusación y de la fijación de las sesiones donde se conocerá de ella, se
procederá a citar a los intervinientes, esto es (art. 49 LOCC): (i) al acusado; y (ii) a la comisión de
diputados designada para formalizar la acusación.
La formalización de la acusación se llevará a cabo por los diputados miembros de la comisión especial.
Si éstos no concurren, la formalización se tendrá por realizada con el oficio que la Cámara remitió al
Senado (art. 50 inc. 1º LOCC). Luego de la formalización, el acusado tendrá oportunidad de
defenderse. Luego los diputados acusadores podrán replicar y el acusado duplicar (art. 50 incs. 2º y 3º
LOCC). Terminada esta discusión el Presidente del Senado anunciará la votación de la acusación, que
llevará a cabo en la sesión especial siguiente (art. 50 inc. 3º LOCCon).
El fallo de la acusación supone la resolución del asunto por parte del Senado. El artículo 53 inciso 1º
establece:
El Senado resolverá como jurado y se limitará a declarar si el acusado es o no culpable del delito, infracción o
abuso de poder que se le imputa (Nº 1 pár. 2).
Esta disposición establece dos cuestiones diferentes.
(a) En primer lugar, que el Senado resolverá la acusación como jurado.
(b) En segundo lugar, que en el fallo del asunto, el Senado se limitará a declarar si el acusado es
culpable o no de la imputación que se le hace.
La votación deberá realizarse por separado, respecto de cada uno de los capítulos de la acusación (art.
51 LOCC). Para la declaración de culpabilidad se deberá contar con el voto de la mayoría de los
senadores en ejercicio. Sin embargo, cuando el acusado sea el Presidente de la República se requerirá el
voto de dos tercios de los senadores en ejercicio (art. 53 nº 1 pár. 3).
Una vez resuelta la acusación, procede la notificación de la resolución. El artículo 52 de la Ley
Orgánica Constitucional del Congreso Nacional establece que la resolución deberá ser notificada:
(a) al acusado;
(b) a la Cámara de Diputados;
(c) dependiendo de quién sea el acusado: (i) al Presidente de la República; (ii) a la Corte Suprema o
(iii) al Contralor General de la República; y
(d) para los efectos del proceso a que haya lugar, al tribunal ordinario competente.
En cuanto a los efectos de la declaración de culpabilidad, ellos comprenden los siguientes:
(a) tendrá el efecto de destituir de su cargo a la autoridad acusada;

143
(b) quien sea destituido por el Senado quedará inhabilitado para desempeñar ninguna función
pública, sea o no de elección popular, por el término de cinco años (art. 53 Nº 1 pár. 4);
(c) la destitución no agota todas las responsabilidades de la autoridad cuestionada. En virtud de lo
dispuesto en el artículo 53 número 1 párrafo 5º:
El funcionario declarado culpable será juzgado de acuerdo a las leyes por el tribunal competente, tanto para la
aplicación de la pena señalada al delito, si lo hubiere, cuanto para hacer efectiva la responsabilidad civil por
los daños y perjuicios causados al Estado o a particulares; [y]
(d) en virtud de lo dispuesto en el número 14 del artículo 32 de la Constitución no procederán
indultos presidenciales a favor de quienes sean destituidos por el Senado: “[…] Los funcionarios
acusados por la Cámara de Diputados y condenados por el Senado, sólo pueden ser indultados
por el Congreso”.
(B) FUERO CIVIL DE LOS MINISTROS DE ESTADO. Otra función resolutiva del Senado es la de resolver
sobre el fuero de los ministro de Estado:
Son atribuciones exclusivas del Senado: […] 2) Decidir si ha o no lugar la admisión de las acciones judiciales
que cualquier persona pretenda iniciar en contra de algún Ministro de Estado, con motivo de los perjuicios
que pueda haber sufrido injustamente por acto de éste en el desempeño de su cargo (art. 53 inc. 1º Nº 2);
Los requisitos para que las acciones judiciales sean declaradas procedentes por el Senado, son:
(a) que se trate de actos personales del ministro y no de un órgano colegiado en que éste participe;
(b) que el acto puede ser una acción u omisión;
(c) el ministro debe encontrarse en ejercicio de sus funciones; y
(d) el objeto de la acción debe perseguir la responsabilidad civil.
(C) CONTIENDAS DE COMPETENCIA. Una contienda de competencias consiste en una controversia entre
órganos públicos respecto a los contornos de sus atribuciones. La resolución de las contiendas de
competencia está encargada en ciertos casos al Senado:
Son atribuciones exclusivas del Senado: […] 3) Conocer de las contiendas de competencia que se susciten
entre las autoridades políticas o administrativas y los tribunales superiores de justicia (art. 53 inc. 1º Nº 3);
Así, las competencias que se encarga resolver al Senado son sólo algunas de las contiendas entre
órganos del Estado que requieren intervención de un tercero. Las contiendas de competencia pueden
ser entre órganos judiciales, entre órganos administrativos y, por último, entre administrativos y
judiciales. En el primer y segundo caso, son resueltos por el superior jerárquico común a los dos
órganos en disputa. En el tercer caso, hay que distinguir si el tribunal es de aquellos denominados
superiores o ese no es el caso. Si se traba una contienda de competencia entre una autoridad política o
administrativa, como la Contraloría, y un tribunal superior de justicia, por ejemplo, la Corte Suprema,
su solución corresponderá al Senado. Si por el contrario, el tribunal no es un tribunal superior, por
ejemplo, un juez de letras, corresponderá la resolución de la contienda al Tribunal Constitucional,
conforme a la siguiente disposición del artículo 93 inciso 1º:
Son atribuciones del Tribunal Constitucional: […] 12º Resolver las contiendas de competencia que se susciten
entre las autoridades políticas o administrativas y los tribunales de justicia, que no correspondan al Senado.
(D) DECLARAR LA INHABILIDAD DEL PRESIDENTE Y ADMITIR O DESECHAR SU DIMISIÓN. El Senado puede
resolver en relación con algunas de las formas excepcionales de término de las funciones del Presidente
de la República:

144
Son atribuciones exclusivas del Senado: […] 7) Declarar la inhabilidad del Presidente de la República o del
Presidente electo cuando un impedimento físico o mental lo inhabilite para el ejercicio de sus funciones; y
declarar asimismo, cuando el Presidente de la República haga dimisión de su cargo, si los motivos que la
originan son o no fundados y, en consecuencia, admitirla o desecharla. En ambos casos deberá oír
previamente al Tribunal Constitucional (art. 53 inc. 1º Nº 7);
La disposición transcrita establece dos supuestos. El primer supuesto considera la declaración de
inhabilidad física o mental del Presidente. El segundo supuesto considera la dimisión del Presidente. El
artículo 28 inciso 2º establece:
Con todo, si el impedimento del Presidente electo fuere absoluto o debiere durar indefinidamente, el
Vicepresidente, en los diez días siguientes al acuerdo del Senado adoptado en conformidad al artículo 53 Nº
7º, expedirá las órdenes convenientes para que se proceda, dentro del plazo de sesenta días, a nueva elección
en la forma prevista por la Constitución y la Ley de Elecciones. El Presidente de la República así elegido
asumirá sus funciones en la oportunidad que señale esa ley, y durará en el ejercicio de ellas hasta el día en que
le habría correspondido cesar en el cargo al electo que no pudo asumir y cuyo impedimento hubiere motivado
la nueva elección.
(E) RESPONSABILIDAD DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA POR EL ARTÍCULO 19 Nº 15. La Constitución
contempla que el Senado participe junto al Tribunal Constitucional en la determinación de la
responsabilidad del Presidente por su comportamiento lesivo del orden constitucional democrático:
Artículo 53.- Son atribuciones exclusivas del Senado: […] [53.1] 8) Aprobar, por la mayoría de sus miembros
en ejercicio, la declaración del Tribunal Constitucional a que se refiere la segunda parte del Nº 10º del artículo
93;
II. FUNCIÓN CONSERVADORA. El Senado, en consonancia con el rol semimonárquico y
semiaristocrático que habitualmente se le atribuye, tiene atribuciones que le permiten moderar o
someter a escrutinio ciertos actos constitucionalmente determinados, generando un efecto conservador
en el orden constitucional.
(A) REHABILITACIÓN DE LA CIUDADANÍA. Dentro de este rol se encuentra la rehabilitación de la
ciudadanía, labor en la cual es presumible suponer que el Senado asumirá el escrutinio no sólo de los
requisitos legales sino también materiales que a su juicio satisfagan el restablecimiento de esta
condición.
Son atribuciones exclusivas del Senado: […] 4) Otorgar la rehabilitación de la ciudadanía en el caso del
artículo 17, número 3° de esta Constitución (art. 53 inc. 1º nº 4).
Esta atribución se coordina con el artículo 17 Nº 3:
Artículo 17.- La calidad de ciudadano se pierde… 3º.- Por condena por delitos que la ley califique como
conducta terrorista y los relativos al tráfico de estupefacientes y que hubieren merecido, además, pena
aflictiva.
El inciso 2º del mismo artículo establece:
Los que hubieren perdido la ciudadanía por la causal indicada en el número 2º, la recuperarán en conformidad
a la ley, una vez extinguida su responsabilidad penal. Los que la hubieren perdido por las causales previstas
en el número 3º podrán solicitar su rehabilitación al Senado una vez cumplida la condena.
(B) CONSENTIMIENTO PARA ACTOS DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA. Al disponer de la atribución de
prestar su consentimiento para actos del Presidente, el Senado recibe la potestad para domar la
discrecionalidad de esta autoridad en el desempeño de sus funciones. De esta manera, el Senado se
transforma en un copartícipe de ciertas atribuciones gubernativas. El número 5 del inciso primero del
artículo 53 establece:

145
Artículo 53.- Son atribuciones exclusivas del Senado: […] 5) Prestar o negar su consentimiento a los actos del
Presidente de la República, en los casos en que la Constitución o la ley lo requieran.
Si el Senado no se pronunciare dentro de treinta días después de pedida la urgencia por el Presidente de la
República, se tendrá por otorgado su asentimiento;
El inciso segundo del número 5 establece que respecto de esta facultad del Senado, el Presidente de la
República podrá utilizar el instrumento de las urgencias para acelerar la decisión por parte del Senado.
En este caso, tras ser pedida la urgencia el Senado podrá demorarse 30 días en prestar o negar su
consentimiento, tras los cuales éste se entenderá otorgado. Por el contrario, si el Presidente no solicita
que dicho trámite se realice de manera urgente, el Senado podrá postergar indefinidamente su decisión.
Ello hace relevante el siguiente problema, que es el de determinar si a aquellos casos en que el
Presidente de la República requiere el acuerdo del Senado que están establecidos en el mismo artículo
53 se les aplica lo dispuesto en el párrafo 2º del número 5 trascrito. Las alternativas son las siguientes:
(a) el supuesto regulado en el número 5 es el supuesto genérico y los dispuestos en otros números del
artículo 53 son supuestos específicos del mismo género. En la medida que los supuestos de los números
6 y 9 del artículo 53 son “casos en que la Constitución o la ley lo requieran” les son aplicables la
institución de las urgencias; y (b) por el contrario, en la medida que en el mismo artículo se establecen
supuestos especiales, que podrían haber quedado comprendidos dentro del número 5, ello hace que la
institución del supuesto general no sea aplicable a los supuestos especiales regulados en el artículo 53.
Los casos en que la Constitución es la que requiere su acuerdo son los siguientes: (i) para que el
Presidente se ausente del país y (ii) para la designación de ciertos funcionarios.
Acuerdo para que el Presidente de la República pueda ausentarse del país. Según lo establecido en los
artículos 53 inciso 1º número 6 y 25 incisos 3º y 4º, corresponde al Senado prestar su acuerdo para que
el Presidente pueda ausentarse del país, siempre que en dicha ausencia concurra una de las siguientes
características:
(a) sea una ausencia prolongada por más de 30 días, o
(b) fuera una ausencia que, cualquiera fuera su duración, aconteciera dentro de los últimos 90 días
del periodo presidencial en curso.
En los casos de ausencia del Presidente de la República del territorio del país no contemplada en los
casos anteriores, éste no requerirá autorización alguna.
El artículo 25 inciso 4º establece además, respecto a este procedimiento de acuerdo:
En todo caso, el Presidente de la República comunicará con la debida anticipación al Senado su decisión de
ausentarse del territorio y los motivos que la justifican.
Si el Senado no otorga su acuerdo, la ausencia del Presidente constituirá una infracción abierta a la
Constitución, configurándose en consecuencia una causal de acusación constitucional que deberá ser
resuelta por el propio órgano que el Presidente ofendió a través de su conducta.
Acuerdo en la designación de funcionarios. Cada vez que la Constitución o la ley exigen el acuerdo del
Senado para una designación que corresponde al Presidente de la República, el Senado actúa como
órgano conservador. El acuerdo del Senado es exigido por la Constitución para el nombramiento de los
siguientes funcionarios:
(a) Ministros y Fiscal judicial de la Corte Suprema. Este acuerdo se exige en el artículo 53 inciso 1º
número 9, el artículo 78 inciso 3º y el artículo 32 número 12. Los requisitos que se establecen

146
son: (1) sesión especialmente convocada para ese efecto y (2) quórum de aprobación de dos
tercio de los senadores en ejercicio.
(b) Fiscal Nacional. Este acuerdo también lo exige el artículo 32 número 12 además del artículo 85.
El quórum de aprobación es el mismo que en el supuesto anterior, pero no es exigido el requisito
de la sesión especial.
(c) Contralor General de la República. Este acuerdo del Senado nuevamente es exigido por el
artículo 32, está vez en su numeral 9 y en el artículo 98 inciso 2º. Tras la designación por el
Presidente de la República, la Constitución requiere para el nombramiento del Contralor, el
acuerdo del Senado con un quórum de tres quintos de los senadores en ejercicio, esto es, un
quórum menor al de los supuestos anteriores. Tampoco se exige una sesión especial para dicho
acuerdo.
(d) Acuerdo exigido por la ley. El acuerdo del Senado es exigido también en otros casos, ello
acontece cuando la exigencia es planteada por la ley: por ejemplo, en el nombramiento de los
consejeros del Banco Central (art. 7 L Nº 18.840); del Consejo Nacional de Televisión (art. 2 L
Nº 18.838); Consejo de la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación (art. 7 L Nº
19.123); Consejo Directivo de la Academia Judicial (art. 2 L Nº 19.346); Consejo para la
Transparencia (art. 36 L Nº 20.285); Directorio de Televisión Nacional de Chile (art. 4 L Nº
19.132); Consejo Resolutivo de la Superintendencia de Casinos de Juego (art. 38 L Nº 19.995);
Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (art. 5 L Nº 19.891); Consejo Consultivo Previsional
(art. 70 L Nº 20.255); y Consejo Nacional de Pesca (art. 146 DS 430, Ministerio de Economía, de
1991).
(C) DESIGNACIÓN DE MINISTROS DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL. En la designación de los Ministros del
Tribunal Constitucional que corresponde realizar al Congreso Nacional el Senado no tiene que prestar
su acuerdo al Presidente de la República, sino que toma sus propias decisiones. El artículo 92 inciso 1º
letra b) establece dos supuestos:
(a) El primero, es el de aquellos ministros cuyo nombramiento corresponde totalmente al Senado.
Este es el caso de dos de los diez miembros del Tribunal Constitucional.
(b) El segundo supuesto, es aquel donde la Cámara de Diputados propone los candidatos y el Senado
aprueba o rechaza los nombres propuestos. Este es la forma de designación, también, de dos
miembros del Tribunal Constitucional.
La propuesta de nombres (Cámara) o la aprobación o rechazo de dichos nombres (Senado) requerirá
cumplir el quórum de dos tercios de los senadores o diputados en ejercicio.
III. FUNCIÓN CONSULTIVA. El Senado desempeña de manera eminente la función consultiva,
cuyos rasgos ya hemos discutido. El artículo 53 inciso 1º número 10 señala que:
Son atribuciones exclusivas del Senado: […] 10) Dar su dictamen al Presidente de la República en los casos
en que éste lo solicite.
Esta atribución trasforma al Senado, al momento de su ejercicio, en un órgano consultivo. Si bien
puede ser discutible que el Senado esté en la mejor posición para emitir un dictamen, que en principio
parece más adecuado solicitar a un organismo técnico, puede defenderse la opción constitucional de
entregar esta atribución al Senado, considerando que el Senado tiene un carácter representativo que
puede prestar consejo, si bien no técnico, si político al Presidente. Esta función consultiva, se hace por
tanto, especialmente fecunda en situaciones políticas complejas o excepcionales.

147
Las características de esta atribución son las siguientes:
(a) corresponde a una iniciativa del Presidente de la República;
(b) sólo el Presidente puede solicitar dictamen al Senado y no otro órgano o autoridad;
(c) el Presidente no está obligado a seguir el dictamen del Senado; su dictamen simplemente tiene un
valor ilustrativo para el Primer Mandatario, quien goza de discrecionalidad no sólo para
solicitarlo sino también para decidir qué uso hace de él.
Cuál es la forma que adopta el dictamen, es una cuestión que la Constitución no resuelve. En lo relativo
al quórum, debe seguirse las reglas generales.

148
QUINTA PARTE: ÓRGANOS JURISDICCIONALES

149
CAPÍTULO X: PODER JUDICIAL
Sobre la función jurisdiccional se han producido algunos de las más intensos debates
jurídicos del último siglo. Ello es muestra de que no existe una comprensión unívoca del
significado estricto de dicha función. Si bien existen formas institucionales indiscutidas,
expresadas en el ejercicio de la función jurisdiccional por parte de los tribunales, no existe
unanimidad teórica respecto de la naturaleza de la labor que realizan y su relación con el
derecho preestablecido por el legislador.
No puede aquí adentrarse profundamente en la discusión acerca de la función judicial, que
giran en torno al carácter creador o simplemente aplicador de derecho de los jueces. Ello
ello corresponde más propiamente a la disciplina de la Teoría del Derecho. Se mostrará sin
embargo, para ilustrar el desacuerdo estructural acerca de la función judicial, dos
concepciones opuestas de ella.
Una primera concepción de la función jurisdiccional entiende a la jurisdicción
simultáneamente como creación y aplicación del derecho. Kelsen representa esta postura
pues, para él, todo acto de aplicación del derecho es al mismo tiempo un acto de creación
del derecho. Eso es así, según Kelsen, debido a que al aplicar el derecho, el órgano está
determinado por normas jurídicas preestablecidas que fijan su competencia personal,
procedimental y, especialmente en el caso de la función judicial, material.
El juez, por tanto está aplicando las normas legales que establecen su facultad para aplicar
el derecho, las normas que regulan el procedimiento judicial y las normas sustantivas que
resuelven el asunto discutido en el juicio y que sirven para resolver el caso (normas
decisoria litis). Desde esta perspectiva, el juez no se distingue –en cuanto aplicador– del
legislador, que aplica normas constitucionales que regulan su función legislativa, el
procedimiento de formación de la ley y su competencia material.
Por otro lado, el juez también crea normas jurídicas. Las crea porque introduce una nueva
norma jurídica de carácter particular (o concreto) al sistema jurídico. Esa nueva norma, no
es la norma jurídica general que establece la solución para el caso genérico del cual el caso
específico es parte, sino que es una nueva norma jurídica creada por el juez en la que a lo
menos debe establecer (i) que esa norma general forma parte del sistema jurídico y (ii) que
los hechos que se revisan caben dentro del supuesto de hecho de la norma general1.
La función judicial, por tanto, es tanto un función creadora como aplicadora de normas y se
distingue de la legislación fundamentalmente por la densidad de las normas sustantivas a
las que deben sujetarse. En el caso del legislador, debe sujetarse de forma negativa a las
normas constitucionales; en el caso del juez, debe sujetarse de forma positiva a las normas
legales y reglamentarias que integran el derecho vigente.
Otra postura enfatiza la distinción entre jurisdicción y legislación. Atria ejemplifica esta
postura: para él, la distinción entre jurisdicción y legislación –esto es, fundamentalmente,
entre creación y aplicación del derecho– es una clave para distinguir al derecho moderno
del pre-moderno. Para defender la distinción, Atria ofrece como principal argumento la

1
Teoría Pura del Derecho: 244-248.

150
caracterización orgánica y funcional de los tribunales y las legislaturas como muestra de
que la tesis de Kelsen es, al menos, contra-intuitiva respecto a nuestras instituciones.2
Los tribunales, quienes son los llamados al ejercicio de la función judicial, se caracterizan
por (i) ser jerarquizados, (ii) no poder excusarse de ejercer sus facultades judiciales cuando
esto les ha sido requerido; (iii) son por regla general inamovibles; y (iv) no tienen la calidad
de representantes del pueblo. Las legislaturas, quienes paradigmáticamente cumplen la
función de crear el derecho en un estado democrático, se caracterizan en cambio por: (i) ser
no jerarquizadas; (ii) tener discrecionalidad respecto del ejercicio de su potestad legislativa;
(iii) son esencialmente removibles por la ciudadanía en cada elección; y (iv) tienen la
calidad de representantes del pueblo. Atria sostiene que estas características orgánicas no
son arbitrarias sino que reflejan dos momentos categorialmente diversos dentro del discurso
jurídico, como son el contexto de justificación y el contexto de aplicación.
El legislador está orgánicamente configurado para la implementación de discursos de
justificación de normas. Ellos consisten en afirmar la validez de una norma de carácter
general teniendo a la vista las opiniones e intereses de todos los potenciales afectados por la
norma justificada. Esa configuración está dada fundamentalmente:
(a) por ser un órgano representativo del pueblo y, por tanto, de las diversas concepciones
del bien que dentro de él pueden encontrarse y asumir la forma de un parlamento o
asamblea, donde confluyen un gran número de representantes y que, por tanto,
implican una mayor pluralidad de puntos de vista y en que la decisión acerca de las
normas no puede imputársele a uno u a otro sino a la totalidad de sus miembros que
deciden conforme a patrones de igualdad; y
(b) por funcionar mediante un procedimiento vinculado por los ideales de la discusión y
la publicidad, favoreciendo, por un lado, la visibilidad de todos los puntos de vista de
los destinatarios de las normas, incluso de los integrantes de las minorías y, por otro,
el control de los ciudadanos respecto del trabajo legislativo.
Todo ello contribuye a conformar el parlamento como un órgano especialmente adecuado
para el fin que se propone, esto es, como se ha señalado, crear normas generales que sean
aceptables para todos sus destinatarios.
No es necesario que el legislador en el discurso de justificación de la norma se preocupe
por todos los supuestos específicos que pueden quedar cubiertos por la norma, dado que esa
tarea está entregada al discurso de aplicación, que queda entregado al juez.
El juez, o más bien el tribunal, por su lado, está orgánicamente configurado para la
implementación de discursos de aplicación de normas. Ellos consisten en tomar todas las
circunstancias relevantes del caso para determinar la correcta solución conforme con las
normas ya justificadas por el discurso de justificación. La pretensión de aceptabilidad de la
decisión va dirigida en este caso por las partes y no por todos los ciudadanos. Esa
configuración está dada por:
(a) el procedimiento judicial, que a diferencia del procedimiento legislativo, está
orientado al mejor conocimiento de los hechos relevantes del caso que sirven para
determinar la aplicabilidad de la norma general. Así, el procedimiento judicial tiende

2
Inaplicabilidad y Coherencia. Contra la ideología del legalismo: 133 ss; Jurisdicción e Independencia. El
Poder Judicial como Poder Nulo: 128 ss.

151
a estar concentrado en la determinación de los hechos del caso y de todas las
circunstancias jurídicamente relevantes, entregando derecho a las partes para que
puedan presentar dichos hechos y circunstancias; y
(b) la garantía de la independencia del juez respecto de cualquier factor que pueda alterar
la consideración de todas las circunstancias relevantes del caso o que pueda influir al
juez a fallar conforme a razones que no sean la consideración de norma general
justificada y todas las circunstancias relevantes del caso.
Puede observarse que lo que hace la división de funciones entre legislación y jurisdicción
es fragmentar la forma en que el Estado determina la solución de lo que es jurídicamente
correcto para el caso. El legislador queda encargado de crear las normas generales en virtud
de las cuales los ciudadanos orientarán su acción; los jueces quedan encargados de
determinar la aplicación dichas normas generales a los casos concretos. Ambos órganos
cumplen una tarea parcial y tienen restricciones para determinar la solución del caso. El
legislador no ve los hechos de ningún caso, sino sólo de las hipótesis relevantes y
generales; el juez no se preocupa por determinar la validez de las normas sino que las toma
como justificadas, mediante la exigencia de su vinculación estricta a la ley. En resumen, lo
señalado por Atria pretende conectar la configuración orgánica de un órgano como tribunal
con el ejercicio de la función jurisdiccional: los tribunales son órganos diseñados para el
ejercicio de la función jurisdiccional.
La función jurisdiccional, en el sistema jurídico chileno, está distribuida entre diversos
órganos que la ejercen, no siendo una función privativa de los órganos denominados
tribunales. Existen otros órganos, dentro de la administración del Estado, que ejercen
funciones jurisdiccionales. Por otro lado, existen numerosos órganos que no obstante ser
típicamente tribunales, no conforman parte del poder judicial. En consecuencia, el Poder
Judicial está conformado sólo por alguno de los tribunales creados por la Constitución y la
ley. La denominación “Poder Judicial” que utiliza la Constitución Política no hace
referencia a todos aquellos órganos que ejercen la función jurisdiccional y tampoco a todos
aquellos órganos denominados tribunales. “Poder Judicial” denomina, en realidad, a
determinados tribunales que forman parte de la organización jerarquizada integrada por la
Corte Suprema, las cortes de apelaciones y los tribunales señalados en el artículo 5º del
Código Orgánico de Tribunales. El considerar a dicha organización como titular exclusivo
de la función jurisdiccional y, por tanto, como único destinatario de la garantía de
independencia judicial, es un error. La determinación de cuáles normas de las que están en
el capítulo VI de la Constitución se dirigen al Poder Judicial y cuáles se dirigen a todos los
tribunales que ejercen la función judicial es una cuestión que debe ser determinada en cada
caso. De lo que no cabe duda, es que las normas que se dirigen a la organización y
atribuciones de los tribunales no vinculan a aquellos órganos que, pese a ejercer alguna
labor jurisdiccional, no tienen forman parte del Poder Judicial.
Considerado todo esto, lo dispuesto en el artículo 76 plantea ciertas dudas. Dicho artículo
establece, en su primera parte:
La facultad de conocer de las causas civiles y criminales, de resolverlas y de hacer ejecutar lo
juzgado, pertenece exclusivamente a los tribunales establecidos por la ley. […].
La facultad a la que se refiere es la función jurisdiccional. Quien es el titular de la función
son los tribunales. Sin embargo, subsiste la duda respecto de qué es lo que significa la
expresión “exclusivamente”. Una primera aproximación al sentido literal de la expresión
exige concluir:

152
(a) que los tribunales pueden ejercer la función jurisdiccional;
(b) que otros órganos del Estado o particulares no pueden ejercer la función
jurisdiccional; y
(c) que los tribunales para ejercer la función jurisdiccional deben ser establecidos por ley.
Esto presenta el inconveniente de determinar si los órganos que no están organizados como
tribunales pueden o no ejercer la función jurisdiccional. La respuesta a esta pregunta es
relevante en la medida que existen numerosos casos en la legislación vigente que se
encuentran en ese supuesto. Las respuestas al respecto han sido dos:
(a) Si un órgano ejerce la función jurisdiccional es un tribunal, por lo cual no hay
incompatibilidad entre el artículo 76 y su existencia; y
(b) La determinación de si un órgano es o no un tribunal requiere una decisión deliberada
de organizarlo como tal. Si un órgano administrativo, por ejemplo, ejerce la función
jurisdiccional no por eso se transforma en un tribunal. Su existencia está en abierta
tensión con el artículo 76, en la medida que es una norma que prohíbe ejercer la
función judicial a entes distintos que los tribunales.
Esta discusión es relevante en la medida que, al determinar que aquellos órganos de los que
se habla son tribunales (la función hace al órgano), no sólo se pasa a llevar a la norma del
artículo 76, sino, y de manera más relevante, a los principio de la independencia judicial, la
separación de poderes y el Estado de Derecho. Por el contrario, si se considera que no son
tribunales (el órgano hace a la función), deberá considerarse que las resoluciones de dichos
órganos deben poder ser revisadas para cumplir con el principio de legalidad de la
administración.

Bases de la organización del Poder Judicial


El Poder Judicial está compuesto por numerosos tribunales que forman una rígida jerarquía.
A la cabeza de dicha jerarquía se encuentra la Corte Suprema, seguida por las Cortes de
Apelaciones. En la base de la jerarquía se encuentran todos los demás tribunales que
forman parte del poder judicial.
La Corte Suprema es un órgano jurisdiccional colegiado que encabeza la jerarquía judicial,
en virtud de lo cual ejerce una superintendencia directiva, correccional y económica sobre
los demás tribunales que integran el Poder Judicial y detenta el carácter de corte de
casación en nuestro sistema, además de ejercer jurisdicción de apelación y de única
instancia en ciertos casos. La organización y funcionamiento de la Corte Suprema están
regulados en los artículos 93 y siguientes del Código Orgánico de Tribunales.
El artículo 82 inciso 1º establece que la “Corte Suprema tiene la superintendencia directiva,
correccional y económica de todos los tribunales de la Nación”. La superintendencia por
disposición del artículo 82 es de tres clases:
(a) superintendencia directiva, expresada en la atribución de gobernar el Poder Judicial
en vistas al cumplimiento de sus fines institucionales, incluyendo la comunicación
con otros poderes del Estado y la proposición de nuevos integrantes para su
integración;
(b) superintendencia correccional, expresada en la posibilidad de calificar y sancionar
administrativamente a los integrantes del Poder Judicial;

153
(c) superintendencia económica, expresada en la posibilidad de disponer de los recursos
humanos y materiales del Poder Judicial hacia el desempeño más eficiente de sus
atribuciones.
El mismo artículo 82 inciso 1º señala que son objeto de la superintendencia de la Corte
Suprema “todos los tribunales de la Nación”. Aquella cláusula incluye todos los tribunales
que componen el sistema judicial chileno, inclusive aquellos tribunales que no forman parte
del Poder Judicial. La misma norma establece la excepción a esta regla. Quedan excluidos
de esta superintendencia:
(a) el Tribunal Constitucional;
(b) el Tribunal Calificador de Elecciones; y
(c) los tribunales electorales regionales.
Las Cortes de Apelaciones son órganos jurisdiccionales colegiados que, estando sometidos
al gobierno y la jurisdicción de la Corte Suprema, cumplen el rol de superior jerárquico del
Poder Judicial dentro de una determinada unidad territorial, rol que les entrega tanto
atribuciones administrativas como una función genérica de tribunal de segunda instancia y
ocasional de tribunal de primera instancia.
La organización y funcionamiento de las Cortes de Apelaciones están regulados en los
artículos 54 y siguientes del Código Orgánico de Tribunales.
En la base de la jerarquía del Poder Judicial se encuentran los tribunales de primera
instancia. Ellos son órganos jurisdiccionales, ya sea colegiados o unipersonales, que
conocen de todos los asuntos de hecho y de derecho que son sometidos a su jurisdicción.
Estos tribunales incluyen los siguientes órganos (art. 5º COT):
(a) Los juzgados de letra (arts. 27ss COT );
(b) Los juzgados de garantía (arts. 14ss COT);
(c) Los tribunales orales en lo penal (arts. 17ss COT);
(d) Los juzgados de familia (Ley Nº 19.968);
(e) Los juzgados de letras del trabajo (CT);
(f) Los juzgados de cobranza laboral y previsional (CT); y
(g) Los tribunales militares en tiempos de paz (CJM).
Ahora bien, según hemos dicho, los tribunales del Estado de Chile no sólo son aquellos que
integran el poder judicial ya que existen tribunales situados fuera de esa jerarquía
organizacional. En primer lugar, están los tribunales establecidos directamente por la
Constitución. Ellos son el Tribunal Constitucional, el Tribunal Calificador de Elecciones y
los tribunales electorales regionales.
En segundo lugar, existen tribunales que tiene su origen en la ley y que no integran el poder
judicial. Entre los más importantes, se cuentan:
(a) el Tribunal de defensa de la libre competencia (DL 211 de 1973);
(b) los tribunales militares en tiempos de guerra (CJM);
(c) los Juzgados de Policía Local (L Nº 15.231);
(d) los tribunales tributarios y aduaneros (L Nº 20.322);
154
(e) el Tribunal de la Contratación Pública (L Nº 19.886).
(f) el Tribunal Arbitral de Propiedad Industrial (L Nº 19.039).
(g) el Tribunal Arbitral del DL 1939;
(h) el Panel de Expertos de la Ley General de Servicios Electricos (DFL Nº 1 de 1982);
(i) el Tribunal de Cuentas (L 19908).
La Constitución no regula exhaustivamente la organización y funciones de los tribunales
sino que sólo sienta las bases para el ejercicio de sus funciones. Adicionalmente el Capítulo
6 de la Constitución establece:
(a) las bases del sistema de nombramiento de los jueces;
(b) una prerrogativa con que cuentan los jueces;
(c) la superintendencia de la Corte Suprema; y
(d) asegura la responsabilidad personal de los jueces.
El estudio de la organización y del funcionamiento de los tribunales en general, y del poder
judicial en particular, es realizado por la disciplina del derecho procesal.
Veremos a continuación ciertas reglas generales relativas al funcionamiento y organización
de los tribunales de justicia. Ellas son usualmente llamadas bases constitucionales de la
organización judicial. Al respecto, veremos el principio de independencia, el principio de
imperio, el principio de inexcusabilidad, y el principio de legalidad.
En primer lugar corresponde estudiar el principio de independencia del Poder Judicial. La
independencia del Poder Judicial es una concreción, la única que subsiste, del principio de
separación de poderes en su formulación original. La independencia del Poder Judicial está
asegurada de diversas formas. Si bien se ha entendido tradicionalmente que la
independencia judicial es sólo uno de los principios que integran las bases constitucionales
del Poder Judicial, ella es, en realidad, el principio central de la organización judicial. Los
demás principios pueden interpretarse como meras concreciones del principio de la
independencia judicial. Una interpretación tal es coherente con todas las normas
constitucionales y es coherente también con el rol de los tribunales según los principios de
Estado de Derecho y democracia.
El que los jueces deban ser independientes respecto de los demás órganos del Estado, puede
entenderse como una concreción del principio de la separación de poderes. En verdad es el
más importante de sus concreciones. No sólo en los regimenes de gobierno parlamentarios
sino también en los regimenes presidenciales, las relaciones entre gobierno y parlamento
dejaron de presentarse marcadas por la independencia y el aislamiento, de uno frente a otro.
Sin embargo, en el caso de los tribunales de justicia, dicha independencia y aislamiento es
cuidada con celo. La separación estricta de poderes, como la concibió Montesquieu, tiene
plena vigencia en lo que respecta a los tribunales de justicia.
Dicha independencia, sin embargo, debe ser entendida con cuidado, pues no supone que los
jueces sean soberanos ni plenamente autónomos respecto de su entorno político e
institucional. Para eso debe tomarse en cuenta una concepción de la independencia judicial
que considere los demás principios constitucionales involucrados: el Estado de Derecho y
la democracia.

155
El principio de independencia judicial se justifica desde el punto de vista del Estado de
Derecho como un límite al poder del Estado. Su garantía obedece a la necesidad de un
aplicador imparcial de las normas jurídicas. Así, la independencia judicial, es en primer
término, la independencia del juez respecto de las partes. Sin embargo, también es, de
manera más relevante, la independencia del juez respecto de otros órganos y autoridades
del Estado. Ello, en la medida que la función judicial implica resolver también los
conflictos entre los ciudadanos y el Estado. La protección de la esfera individual: de la
libertad y de la propiedad, constituyen el fundamento de la independencia judicial en el
Estado de Derecho.
No obstante, estar justificado en el Estado de Derecho, la independencia judicial no puede
estar en pugna, en un Estado democrático, con el principio de la democracia. Ello implica
que la función judicial pueda recibir, de alguna forma, la legitimación que sólo puede
provenir del pueblo. Esa legitimación, no es conveniente que proceda de una elección
popular de los jueces (legitimación orgánico-personal directa), pues ella les restaría
independencia. Tampoco puede provenir de su responsabilidad: pasaría lo mismo. Esto no
obsta, a que sea requerida por el principio democrático una elección de los jueces por parte
de órganos legitimados democráticamente. ¿Cómo conciliar entonces la independencia
requerida por la función de juez con la legitimación democrática, que según el artículo 4 de
la Constitución requieren todos los órganos del Estado?
La respuesta está en entender que los jueces se encuentran sujetos a seguir estrictamente las
decisiones del pueblo. En la medida que su función corresponde a la aplicación del derecho,
su legitimación (material) se configura mediante la vinculación estricta a lo establecido por
la ley, en la resolución del caso al que se enfrentan. Ellos no pueden apartarse de la
decisión del pueblo, al hacerlo se encontrarían eliminando su mayor fuente de legitimidad.
Así, en los términos de la democracia, la función judicial sólo está justificada mediante la
sujeción estricta del juez a la ley. Ello no parece estar en contradicción alguna con la
organización de la función judicial requerida por el Estado de Derecho. La independencia
judicial parece totalmente consistente con un juez que se autocomprende vinculado
estrictamente a la ley. En la medida que el juez para resolver un caso, no debe atender a las
exigencias de los demás órganos del Estado, ni de los ciudadanos, ni del pueblo en su
conjunto, sino única y estrictamente a lo prescrito por la ley para el caso, la vinculación del
juez a la ley es la mejor garantía de un juez imparcial e independiente. No existen dudas
respecto a que el juez no es independiente de las decisiones del pueblo, a través de las
decisiones del legislador, esto es, de las leyes. Ello es natural en un Estado que tiene una
Constitución que establece el principio de la democracia.
Así puede entenderse la afirmación de Montesquieu referida a que el poder judicial es un
“poder neutro”. Los tribunales de justicia no ejercen un poder de tomar decisiones. El suyo
es un poder que solamente aplica decisiones ya tomadas por los órganos que toman
decisiones, los órganos políticos, que en una democracia son los representantes directos del
pueblo.
La independencia judicial presenta varios aspectos, todos ellos relacionados con la
independencia del juez y que le permiten aplicar la ley para solucionar el caso. En un
primer lugar, la independencia externa, esto es, respecto de los demás órganos del Estado,
respecto de las partes y respecto de la opinión pública. En segundo lugar, la independencia
interna, esto es, respecto de los demás jueces que conforman la organización de los
tribunales.

156
Existen ciertas prohibiciones a nivel constitucional que garantizan la independencia
judicial. El artículo 76 de la Constitución establece para el Presidente y para el Congreso:
(a) La prohibición de ejercer funciones judiciales.
(b) La inabocabilidad de causas pendientes.
(c) La prohibición de revisar los fundamentos o contenido de las resoluciones.
(d) La prohibición de revivir procesos fenecidos.
Estas prohibiciones van dirigidas a garantizar la independencia externa del juez frente a los
demás órganos del Estado. La independencia del Poder Judicial, sin embargo, no aparece
como un valor absoluto. Existen ciertos controles respecto del Poder Judicial que ejercen
los demás poderes del Estado. Por ejemplo, la acusación constitucional contra los
magistrados de los tribunales superiores de justicia (art. 52 Nº 2 lit. c) o la atribución del
Presidente de velar por la conducta ministerial de los jueces (art. 32 Nº 13).
Sobre los destinatarios de las prohibiciones señaladas puede acotarse lo siguiente. En
primer lugar, es dudoso que dicha norma impida la actuación del legislador como función
ejercida en su conjunto por el Congreso y el Presidente. Por otro lado, ante la proliferación
de actuaciones con carácter jurisdiccional entre órganos administrativo, se ha hecho
relevante que la prohibición establecida por la disposición del artículo 76 se dirige
únicamente al órgano Presidente de la República y no al Gobierno o a la administración en
general.
Por último, existen otras instituciones que garantizan la independencia judicial que carecen
de reconocimiento constitucional y que adquieren relevancia en el contexto del proceso
judicial, tales como las implicancias y recusaciones o el fuero de que gozan diversas
autoridades.
Un segundo principio que nos interesa es el principio de imperio, el cual atribuye a los
tribunales la facultad de ejecutar sus resoluciones recurriendo a la fuerza pública. Los
incisos 3º y 4º del artículo 76 establecen:
Para hacer ejecutar sus resoluciones, y practicar o hacer practicar los actos de instrucción que
determine la ley, los tribunales ordinarios de justicia y los especiales que integran el Poder
Judicial, podrán impartir órdenes directas a la fuerza pública o ejercer los medios de acción
conducentes de que dispusieren. Los demás tribunales lo harán en la forma que la ley
determine.
La autoridad requerida deberá cumplir sin más trámite el mandato judicial y no podrá calificar
su fundamento u oportunidad, ni la justicia o legalidad de la resolución que se trata de ejecutar.
El principio de imperio contribuye a garantizar la independencia de la función judicial en
cuanto excluye la necesidad por parte de los jueces de recurrir a algún órgano
administrativo para hacer cumplir con sus decisiones. Este principio está destinado a
garantizar la independencia externa de los jueces. Se establece una relación directa entre el
juez y la fuerza pública, que se presenta como una relación de sujeción especial respecto a
la subordinación general de dichos organismos ante la autoridad administrativa.
Un tercer principio de importancia es el principio de inexcusabilidad. Este se expresa en
una regla que impide a los tribunales rehusarse a ejercer su jurisdicción, incluso en ausencia
de norma expresa:
Reclamada su intervención en forma legal y en negocios de su competencia, no podrán
excusarse de ejercer su autoridad, ni aun por falta de ley que resuelva la contienda o asunto
sometidos a su decisión (art. 76 inc.2).
157
Un cuarto principio de interés es el principio de legalidad de los tribunales, el cual, en la
concepción de la independencia aquí defendida, constituye el pilar de la independencia
judicial y garantiza su independencia tanto interna como externa. Este principio tiene tres
proyecciones: la legalidad del tribunal, la legalidad del procedimiento, y la legalidad de la
sentencia.
En lo relativo al establecimiento del tribunal mismo, el principio de legalidad exige su
establecimiento por ley (art. 76). En el mismo sentido, nadie puede ser juzgado por
comisiones especiales, sino por el tribunal que señale la ley (art. 19 Nº 3 inc. 4º). No sólo
su establecimiento, sino también su organización deberá ser determinada por la ley, en
particular por una ley orgánica constitucional.
En cuanto a la legalidad del procedimiento, todo el funcionamiento de los tribunales del
Poder Judicial debe estar establecido por una ley (art. 77 inc. 1º). Ello incluye tanto el
funcionamiento administrativo como el funcionamiento relativo al ejercicio de la función
judicial. En particular, respecto de ésta última, el artículo 19 Nº 3 señala que “[t]oda
sentencia de un órgano que ejerza jurisdicción debe fundarse en un procedimiento
legalmente tramitado” (inc. 5º).
Por último, en cuanto a la legalidad de la sentencia, la sujeción del juez a la ley exige que el
juez aplique la ley para solucionar los casos que ante el se presenten y que para solucionar
dichos casos no recurra sino a la ley. Esto es, el principio de legalidad le exige que
prescinda de otras consideraciones que podrían llevarlo a apartarse de la ley.
El principio de legalidad reviste una característica adicional en nuestro actual ordenamiento
constitucional, pues involucra la existencia de una ley orgánica constitucional del Poder
Judicial. En efecto, la Constitución exige la regulación por medio de ley orgánica
constitucional de las siguientes materias (art. 77 inc. 1º):
(a) organización de los tribunales;
(b) atribuciones de los tribunales;
(c) calidades que deban tener los jueces;
(d) número de años que deban haber ejercido la profesión de abogado para acceder al
cargo de juez o ministro de corte;
(e) casos y formas en que los tribunales superiores pueden invalidar resoluciones
jurisdiccionales en virtud de sus facultades disciplinarias (art. 82 inc. 2º); y
(f) forma en que será oída la Corte Suprema como trámite previo de la reforma de la ley
orgánica constitucional relativa a los tribunales (77 inc. 2º).
Para modificar la ley orgánica relativa a la organización y atribuciones de los tribunales
deberá oírse previamente la opinión de la Corte Suprema sobre la reforma que pretende
implementarse. Para ello deberá seguirse el siguiente procedimiento, adicionalmente al
requerido para la tramitación de cualquier ley orgánica constitucional (art. 77 incs. 3-6):
La Corte Suprema deberá pronunciarse dentro del plazo de treinta días contados desde la
recepción del oficio en que se solicita la opinión pertinente.
Sin embargo, si el Presidente de la República hubiere hecho presente una urgencia al proyecto
consultado, se comunicará esta circunstancia a la Corte.
En dicho caso, la Corte deberá evacuar la consulta dentro del plazo que implique la urgencia
respectiva.

158
Si la Corte Suprema no emitiere opinión dentro de los plazos aludidos, se tendrá por evacuado
el trámite.
La opinión de la Corte Suprema no tiene carácter vinculante alguno para el legislador, sino
que cumple el objetivo de entregar la información proveniente de algunos de los
destinatarios de la reforma que pretende implementarse.
La referencia a la ley orgánica constitucional del poder judicial debe ser entendida hecha a
las disposiciones correspondientes contenidas en el Código Orgánico de Tribunales (Ley Nº
7.421 de 1943).
Potestad normativa de los tribunales superiores de justicia

Estatuto personal de los jueces


En cuanto al estatuto personal de los jueces, la Constitución sienta las bases para la
regulación de cuatro aspectos: el nombramiento de los mismos, su inamovilidad, su
responsabilidad, y su prerrogativa procesal.
En cuanto al nombramiento de los jueces, el artículo 78 sienta las bases de dicho sistema,
cuya regulación en detalle deberá ser establecida por ley (inc. 1º). Las normas contenidas
en ese artículo están dirigidas regular el nombramiento de los miembros de: (a) Corte
Suprema; (b) cortes de apelaciones; y (c) jueces de letra. En el nombramiento de los dos
primeros participan la Corte Suprema, el Presidente de la República y el Senado. En el
último caso, sólo las cortes de apelaciones y el Presidente.
El origen de los ministros de la Corte Suprema puede ser de dos fuentes. Sus integrantes
pueden ser abogados externos al Poder Judicial o provenir del Poder Judicial.
En cuanto a los abogados externos, su regulación se encuentra en el artículo 74 inciso 4º.
Allí se establece que cinco de los veintiún miembros de la Corte deben ser abogados
extraños a la administración de justicia; es decir, no deben haber formado parte del Poder
Judicial. Los requisitos que éstos deben tener son los siguientes:
(a) no pertenecer al Poder Judicial;
(b) tener un mínimo de quince años de título;
(c) haberse destacado en la actividad profesional o universitaria; y
(d) cumplir los demás requisitos que señale la ley orgánica constitucional respectiva.
En cuanto a los miembros del poder judicial, su acceso a la Corte Suprema está regulado en
el artículo 74 inciso 5º. Ellos ocupal los demás dieciséis cupos de ministros existentes en
dicho organismo. Los requisitos que deberán cumplir los miembros del Poder Judicial para
acceder a la Corte Suprema, así como para ocupar todo otro cargo de juez en el poder
judicial, están establecidos en la ley (arts. 248ss COT).
Los ministros y los fiscales judiciales de la Corte Suprema son nominados por el Presidente
de la República. La forma de esa nominación es la siguiente (inc. 2º):
(a) la propia Corte elabora una nómina de cinco personas. Deberá seguir la siguiente
norma para ese efecto (art. 78 inc. 5º):
La Corte Suprema, cuando se trate de proveer un cargo que corresponda a un miembro
proveniente del Poder Judicial, formará la nómina exclusivamente con integrantes de éste y
deberá ocupar un lugar en ella el ministro más antiguo de Corte de Apelaciones que figure en
lista de méritos. Los otros cuatro lugares se llenarán en atención a los merecimientos de los

159
candidatos. Tratándose de proveer una vacante correspondiente a abogados extraños a la
administración de justicia, la nómina se formará exclusivamente, previo concurso público de
antecedentes, con abogados que cumplan los requisitos señalados en el inciso cuarto[;]
(b) el Presidente elegirá un nombre entre los que la nómina contenga;
(c) el Senado deberá prestar su acuerdo a la elección del Presidente; y
(d) si el Senado no aprobare la proposición del Presidente de la República, la Corte
Suprema deberá completar la quina proponiendo un nuevo nombre en sustitución del
rechazado, repitiéndose el procedimiento hasta que se apruebe un nombramiento.
Respecto a los ministros y fiscales judiciales de las Cortes de Apelaciones, según el artículo
78 inciso 6º, serán designados por el Presidente de la República, a propuesta en terna de la
Corte Suprema.
En cuanto a los jueces de primera instancia, según el artículo 78 inciso 7º, ellos serán
designados por el Presidente de la República, a propuesta en terna de la Corte de
Apelaciones de la jurisdicción respectiva.
El artículo 78, incisos 8º y 9º establecen el procedimiento general para la confección de
quinas y ternas que se propondrán al Presidente de la República para la provisión de los
cargos de juez o ministro de corte. Si bien la regulación está encomendada a la ley, la
Constitución establece dos reglas específicas, que el sistema legal deberá respetar:
(a) se establece que las ternas para llenar los cupos de ministro de corte de apelaciones o
de juez de letra serán integradas necesariamente por
[e]l juez letrado en lo civil o criminal más antiguo de asiento de Corte o el juez letrado civil o
criminal más antiguo del cargo inmediatamente inferior al que se trata de proveer y que figure
en lista de méritos y exprese su interés en el cargo (art. 78 inc. 8º).
(b) se establece que las ternas y quinas se formarán en un pleno especialmente citado al
efecto; y
(c) para la elección de los nombres que integren las ternas y quinas se procederá según el
siguiente procedimiento:
en una misma y única votación, donde cada uno de sus integrantes tendrá derecho a votar por
tres o dos personas, respectivamente. Resultarán elegidos quienes obtengan las cinco o las tres
primeras mayorías, según corresponda. El empate se resolverá mediante sorteo (art. 78 inc. 9º).
En caso de vacancia de un juez o ministro, procederá el nombramiento de jueces o
ministros suplentes. Este nombramiento podrá ser realizado por la propia Corte Suprema o
corte de apelaciones respectiva, dependiendo del caso. El nombramiento durará sólo
sesenta días que no se podrán prorrogar; tras el cumplimiento de tal plazo, deberá proveerse
la vacante en la forma ordinaria (art. 78 inc. 10).
Cabe observar que el sistema de nombramiento de los jueces en la Constitución presenta
ciertos problemas a la luz del principio democrático, pues por un lado permite la
participación determinante de órganos no legitimados democráticamente de manera directa
–la Corte Suprema y las cortes de apelaciones–, y por el otro entrega un poder de veto a la
minoría parlamentaria en la forma del requisito de acuerdo del Senado.
Veremos a continuación el principio de inamovilidad. Este principio, que busca cautelar la
independencia interna y externa de los jueces, consiste en garantizar la estabilidad de los
jueces en su cargo. Ellos no pueden, por regla general, ser removidos de su cargo mientras
dure su buen comportamiento. Esto permite garantizar la independencia del juez en su labor
160
individual (frente a intromisiones que provengan del Poder Judicial mismo) y del Poder
Judicial frente a los demás órganos del Estado. Si los jueces no tuvieran inamovilidad en su
cargo, serían mucho más susceptibles a presiones externas, ante la amenaza de perderlo.
El artículo 80 establece dicha regla general en su inciso 1º:
Los jueces permanecerán en sus cargos durante su buen comportamiento.
La disposición continúa señalando que “los inferiores desempeñarán su respectiva
judicatura por el tiempo que determinen las leyes”; sin embargo, dicha disposición ha caído
en desuso, pues los jueces inferiores no existen actualmente en nuestro sistema judicial.
Las excepciones constitucionales existentes a esta regla general de la inamovilidad están
establecidas en el mismo artículo. Ellas son de dos tipos: cesación de funciones y traslado.
Los jueces cesarán en sus funciones (art. 80 inc. 2º):
(a) al cumplir 75 años de edad. Esta excepción no regirá respecto al Presidente de la
Corte Suprema, quién continuará en su cargo hasta el término de su período;
(b) por renuncia;
(c) por incapacidad legal sobreviniente;
(d) al ser depuestos de sus destinos, por causa legalmente sentenciada. Estos son los
supuestos de (i) establecimiento de su responsabilidad penal por sentencia
condenatoria (art. 332 Nº 9 COT); y (ii) calificación deficiente (art. 278 bis COT);
(e) Remoción por mal comportamiento. La forma de tal excepción a la inamovilidad está
establecida por el artículo 80 inc. 3º:
En todo caso, la Corte Suprema por requerimiento del Presidente de la República, a solicitud de
parte interesada, o de oficio, podrá declarar que los jueces no han tenido buen comportamiento
y, previo informe del inculpado y de la Corte de Apelaciones respectiva, en su caso, acordar su
remoción por la mayoría del total de sus componentes. Estos acuerdos se comunicarán al
Presidente de la República para su cumplimiento.
(f) por haber sido considerados culpables por el Senado tras acusación constitucional en
su contra (art. 53 Nº 1 pár. 4º).
Otra excepción que afecta a la inamovilidad de los jueces es la institución del traslado,
establecida en el artículo 80 inciso 4º:
La Corte Suprema, en pleno especialmente convocado al efecto y por la mayoría absoluta de
sus miembros en ejercicio, podrá autorizar u ordenar, fundadamente, el traslado de los jueces y
demás funcionarios y empleados del Poder Judicial a otro cargo de igual categoría.
Veamos ahora la responsabilidad de los jueces. El principio general al respecto es que los
jueces son responsables según las reglas generales de la responsabilidad de nuestro
derecho, como cualquier ciudadano. Ahora bien, la responsabilidad de los jueces puede
decir relación con su conducta personal o con su conducta funcionaria.
La Constitución establece, en su artículo 79, el principio de responsabilidad personal de los
jueces de la siguiente manera:
Los jueces son personalmente responsables por los delitos de cohecho, falta de observancia en
materia sustancial de las leyes que reglan el procedimiento, denegación y torcida administración
de justicia y, en general, de toda prevaricación en que incurran en el desempeño de sus
funciones.

161
Tratándose de los miembros de la Corte Suprema, la ley determinará los casos y el modo de
hacer efectiva esta responsabilidad.
De dicha disposición pueden concluirse lo siguiente.
(a) Respecto de los delitos que los jueces cometan en ejercicio de su cargo, la
responsabilidad no recaerá en el órgano que ellos representan, sino que será de
carácter personal (inc. 1º). Esa consideración impide que pueda incorporarse la
responsabilidad del poder judicial por delitos u otra actuación ilícita que realicen los
jueces.
(b) La Constitución exige a la ley un tratamiento distinto para la persecución de la
responsabilidad de los miembros de la Corte Suprema (inc. 2º). Ello es fácil de
explicar en la medida que la posición en la jerarquía judicial que éstos ocupan hace
inviable la aplicación de las normas generales de persecución de la responsabilidad a
su respecto.
En relación con la primera de ellas ella puede ser civil o penal. No existe regla especial que
impida perseguir a los jueces por la responsabilidad que les quepa por sus actos ilícitos
particulares.
En cuanto a la responsabilidad que les cabe por su conducta funcionaria, ella puede ser:
(a) civil. La responsabilidad civil por la conducta de los jueces dentro de sus funciones es
una de las cuestiones más discutidas de la responsabilidad de los órganos del Estado.
Si bien ella es establecida expresamente por la Constitución en el tratamiento de la
indemnización por error judicial (art. 19 Nº 7 inc. 2º lit. i), no puede afirmarse
categóricamente su procedencia generalizada;
(b) penal. Existen numerosos delitos que sólo pueden ser realizados por jueces. Ellos son
lo delitos especiales propios, en los cuales es un elemento objetivo del tipo que la
conducta sea realizada por un funcionario judicial. Muchos de ellos requieren
adicionalmente la realización de una actuación oficial, por ejemplo, la dictación de
una sentencia. Por la existencia de esos supuestos resulta evidente que la conducta
funcionaria de un juez puede acarrear responsabilidad penal; y
(c) funcionaria o ministerial. La responsabilidad funcionaria puede perseguirse por
distintos mecanismos: (i) la cesación en el cargo de un ministro de un tribunal
superior de justicia mediante el establecimiento de la causal de notable abandono de
deberes; (ii) el ejercicio de la atribución del Presidente de la República del artículo 32
número 13; (iii) la remoción por mal comportamiento establecida por el artículo 80
inc. 3º. Todos ellos son mecanismos autónomos par perseguir la responsabilidad de
los jueces y si las condiciones de su procedencia se ven satisfechas pueden ejercerse
sin orden de precedencia.
Cabe señalar, por último, que los jueces no tienen responsabilidad política.
Ahora bien, al momento de perseguirse la responsabilidad penal de los jueces, emerge una
prerrogativa con la que ellos cuentan en razón de lo dispuesto en el artículo 81 de la
Constitución. En virtud de dicha norma, los ministros, jueces y fiscales judiciales no
pueden ser aprendidos sin una orden del tribunal competente. Dicha prerrogativa tiene una
excepción: en el caso de que se trate de un delito flagrante. Sin embargo, sólo podrán ser
detenidos para ponerlos inmediatamente a disposición del tribunal que debe conocer del
asunto.

162
Esta prerrogativa debe ser entendida como una garantía de la independencia de los
tribunales respecto del gobierno, en la medida que impide que autoridades administrativas
ordenen aprender a los jueces.
Respecto del supuesto del delito flagrante, la garantía persiste, en la medida que impide que
los miembros de las fuerzas de orden público puedan llevar a los jueces a cualquier otra
dependencia que no sea un tribunal.

163
CAPÍTULO XI: TRIBUNAL CONSTITUCIONAL
El Tribunal Constitucional realiza una labor de control constitucional. Sin embargo, decir
aquello no es decir mucho. Qué es lo involucra el control constitucional es algo que no está
acordado por la doctrina del derecho público. Aquí presentaremos una tipología de las
nociones más relevantes relacionadas con el control del Estado en general y el control
constitucional en particular, para a continuación explorar el estatuto orgánico y el estatuto
funcional de dicha institución.
Comenzaremos con el concepto de control del Estado. Pueden diferenciarse dos
concepciones de control del Estado. La primera tiene directa relación con la noción de
límite a la actividad del Estado y se relaciona simbióticamente con el principio del Estado
de Derecho. Puede decirse que control del Estado, en este sentido amplio, es implementar
límites a la acción del Estado. Ese objetivo puede lograrse, mediante el diseño institucional
de los propios órganos del estado que son objeto de control (auto-limitación) o mediante la
sujeción de su actividad a la actividad de otro factor estatal o no estatal (hetero-limitación).
Un concepto tan amplio de control tiende a coincidir con lo que Schmitt llama el principio
de la organización como sub-principio del Estado de Derecho.
Una segunda noción de control, más acotada y especifica, es la que considera que el control
del Estado debe estar mediado por el derecho. Así, el control es un procedimiento que se
orienta a verificar el cumplimiento pleno de los requisitos de eficacia de la actividad de un
determinado órgano. Esta definición considera al control del Estado como una actividad de
verificación de la actuación conforme a derecho de los órganos del Estado, entregada por el
propio derecho a órganos o personas, que tienen la posibilidad de corregir el acto y
sancionar al órgano infractor cuando éste no ha respetado el derecho.
Esta definición de control tiene, al menos, los siguientes problemas:
(a) no permite abarcar los supuestos de auto-limitación o control organizativo;
(b) no permite abarcar en control político del Estado en la medida que sólo reconoce el
parámetro jurídico;
(c) no permite determinar si hay una preponderancia de parámetros técnicos o de mérito
en el enjuiciamiento de la actuación controlada.
Es preferible, entonces, distinguir ambos conceptos de control, otorgando al control del
segundo tipo la denominación de control jurídico del Estado. Esta es sólo una de las formas
de limitar el poder del Estado aunque es, quizás, la más importante desde la perspectiva del
derecho.
Existen variadas clasificaciones para la función de control del Estado. Aquí se tomarán las
categorías relevantes que permitan una mayor sistematización del sistema de control del
Estado que la Constitución acepta.
(A) CONTROL MEDIANTE ORGANIZACIÓN. En primer lugar, el control se puede realizar
mediante la simple organización de un órgano del Estado. El diseño del procedimiento que
debe seguir un órgano para actuar puede constituir en sí, una forma de control. Por ejemplo,
la composición colegiada de un órgano establece límites internos a las posibilidades de
actuación de un órgano. La adopción de sus decisiones requerirá cumplir con la dificultad
adicional del acuerdo entre los componentes de dicho órgano, lo que necesariamente
164
tenderá a templar y hacer más reflexiva y moderada sus actuaciones. Otro ejemplo, consiste
en la obligación de publicitación de las decisiones. Si bien, puede sostenerse que dicho
control es ejercido por la opinión pública o los demás destinatarios de las decisiones. El
control es ejercido, en realidad, por la obligación a la que el órgano debe someterse para
realizar su actuación validamente.
Se opone a esta forma de control mediante la organización (auto-limitación), el control que
es realizado respecto de la actuación de un órgano del Estado por parte de un tercero. Esta
forma de control puede ser fundamentalmente de dos tipos:
(a) si tiene como objeto determinar si la actuación de un órgano se ha sometido al
derecho, es un control jurídico; pero
(b) si tiene como objeto examinar la conducta de un órgano, no necesariamente en su
relación de sujeción al derecho, sino de una manera más libre y heterogénea, se trata
de un control político.
(B) CONTROL POLÍTICO. Existen diversas formas de control político.
Interno – externo. Es interno el control político que se hace de la función de un órgano por
otros órganos que forman parte de la misma unidad organizativa. Típicamente este tipo de
control es hecho por los superiores jerárquicos dentro de la administración del Estado. Por
ejemplo, el control que realiza el Presidente de la República respecto de la actuación de sus
ministros.
Por el contrario, es externo el control político que es hecho por parte de un órgano que no
forma parte de la misma unidad organizativa. Por ejemplo, mediante la fiscalización que
realiza la Cámara de Diputados respecto de los actos de gobierno, se lleva a cabo un control
político externo.
Formal – informal. Es formal el control político que se realiza mediante la atribución de
una facultad de control a un órgano que la ejerce mediante un procedimiento. Por ejemplo,
es una atribución de control político formal aquella que encomienda al Presidente de la
República la supervisión de los demás funcionarios de su gobierno.
Es informal el control político que se realiza sin que medie procedimiento especial
destinado a ese efecto y que no requiere para ser realizado la investidura con facultad
alguna. Puede ser realizado por la ciudadanía. Por ejemplo, el control que realizan los
medios de comunicación respecto de la actuación de los órganos del Estado.
Meramente político – de mérito o técnico. El control meramente político es aquel que se
realiza por parte de la oposición política, respecto de un órgano del Estado, con la única
finalidad de relevar a los órganos políticos del Gobierno. Dicho control meramente político
puede ser directo, cuando se dirige a los órganos políticos o indirecto cuando se dirige a
otros órganos del Estado, pero con la finalidad de criticar o evaluar a los órganos políticos.
El control es de mérito o técnico, cuando lo que se controla es una decisión de un órgano
del Estado a la luz de criterios de racionalidad, eficiencia y eficacia. En este caso, el control
no se dirige necesariamente al relevo de la dirección política del Estado, por lo que puede
ser realizado por los propios partidarios del gobierno. Más bien, se dirige a evaluar la
calidad de las decisiones que toma un órgano del Estado bajo parámetros que superan su
mera adecuación al derecho. Por último, hay también control técnico, cuando la actuación
de un órgano del Estado es evaluada a la luz de criterios técnicos de alguna ciencia, arte o

165
disciplina. Cuando el control de mérito y técnico además tienen el carácter de formal,
parece mejor hablar de control de gestión o administrativo y no de control político.
(C) CONTROL JURÍDICO. El control jurídico se caracteriza por utilizar al derecho como
criterio o parámetro de evaluación de la actuación de los órganos del Estado. Existen varias
distinciones y contraposiciones al interior de esta forma de control.
Invalidación – sanción. Esta clasificación depende de si el control tiene como objetivo
hacer cesar los efectos del acto que fue producido con infracción al derecho, o si tiene
como objetivo aplicar una sanción al órgano o funcionario que realizo dicho acto.
La facultad de invalidación es uno de los rasgos que habitualmente se usan para distinguir
el control político del control jurídico. En ese sentido, no basta con juzgar con un parámetro
jurídico, sino que se requiere además que el efecto de dicho juicio jurídico produzca
efectos. Ello implica, aunque no de manera uniforme, que cuando un acto ha sido realizado
o una norma ha sido producida en contravención a lo prescrito por el derecho al cuál debía
someterse, dicha norma deberá ser invalidada o anulada.
El control involucra el ejercicio de una potestad de sanción allí donde el reproche puede
dirigirse, además de al acto contrario a derecho, al responsable de haberlo producido,
imponiéndole un mal.
De actos – de normas. Esta clasificación depende de si el control se ejerce respecto de actos
de carácter normativo, esto es, que producen normas jurídicas, o si los actos no tienen ese
carácter.
Concreto – abstracto. Esta clasificación depende de si el control se ejerce respecto de la
producción de una norma o si se ejerce respecto de la aplicación de una norma.
Interno – externo. Esta clasificación depende de si el control se ejerce por un sujeto que
pertenece al mismo aparato organizativo o si es ajeno a él.
Preventivo – represivo. Esta clasificación depende de si el control se ejerce antes del
perfeccionamiento del acto o si se ejerce después de que éste se ha perfeccionado.
Judicial – administrativo. Esta clasificación depende de cuál sea la función que sea ejercida
por el órgano que ejerce el control o de cuál sea el carácter del órgano que ejerce el control.
He aquí una de las tipologías mas problemáticas. Se pueden adoptar un criterio funcional o
un criterio orgánico para determinar si el control es judicial o administrativo.
Según el criterio orgánico, si el control es realizado por un tribunal, el control será judicial
si es realizado por un órgano distinto será administrativo u parlamentario, suponiendo que
el parlamento tenga potestades de control jurídico.
Según el criterio funcional, si el control consiste en enjuiciar un asunto, aplicando una
norma a un caso, corresponde hablar de control judicial, no importando cuál sea la
denominación del órgano que ejerce dicha función ni la forma en que esté organizado.
Concentrado – difuso. Esta clasificación depende de si el control está encargado a un
órgano de manera exclusiva o si dicho control lo ejercen muchos o todo una clase de
órganos como parte de una atribución genérica.
Constitucionalidad – legalidad. Si el parámetro de enjuiciamiento del acto que se controla
es la constitución, será un control de constitucionalidad. Si el parámetro de control del acto
es la ley, será un control de legalidad. Si, por último, el parámetro de control incorpora
normas de carácter reglamentario se habla de control reglamentario.
166
Entre los órganos que ejercen control de constitucionalidad se encuentran:
(a) Tribunal Constitucional;
(b) Contraloría General de la República;
(c) Corte Suprema y cortes de apelaciones.
Entre los órganos que ejercen control de legalidad se encuentran:
(a) Contraloría General de la República;
(b) Tribunales ordinarios;
(c) Tribunales especiales;
(d) Órganos de la administración.
Ahora, en términos más generales, ¿qué órganos de control contempla nuestro
ordenamiento jurídico?
Por un lado, tenemos diversos órganos de control jurídico:
El Tribunal Constitucional. El control que ejerce el tribunal constitucional es un control
jurídico, externo, judicial y puede tener como objeto invalidar ciertos actos o aplicar ciertas
sanciones a sujetos.
Los tribunales ordinarios. El control que ejercen los tribunales ordinarios de justicia es un
control jurídico, externo, judicial, represivo y puede tener como objeto invalidar ciertos
actos o aplicar ciertas sanciones a sujetos. Así, los tribunales de justicia ordinarios realizan
un control represivo de la actividad del Estado. Por regla general, los tribunales ordinarios
realizan un control jurídico de legalidad. Sólo excepcionalmente, por disposición expresa
de la Constitución o la ley, pueden realizar un control de constitucionalidad. Algunas de
estas acciones para que los ciudadanos se defiendan ante la intervención inconstitucional de
los órganos del Estado son:
(a) recurso de protección;
(b) recurso de amparo;
(c) recurso de amparo económico; y
(d) reclamación por perdida de la nacionalidad.
Justicia electoral. Corresponde a los órganos de la justicia electoral controlar la
constitucionalidad de los procesos electorales y de los procedimientos vinculados a ellos,
por ejemplo, de la presentación de las candidaturas.
Contraloría General de la República. Corresponde a la Contraloría el control de
constitucionalidad de los actos de la administración mediante el procedimiento de la toma
de razón
Por otro lado, tenemos órganos de control político:
Presidente de la República y sus colaboradores. El Presidente de la República en conjunto
con sus colaboradores, esto es, los ministros, intendentes y gobernadores, realizan el control
político formal e interno respecto de los actos del gobierno y la administración del Estado
que encabezan. Este control se lleva a cabo principalmente mediante la atribución de
designación y remoción directa de los jefes de servicio y de los propios colaboradores del
Presidente. Esta facultad es el extremo de la facultad general de conducción política general
167
del Gobierno, que incluye, por supuesto, la facultad de conducción política de cada una de
las reparticiones que componen el gobierno y la administración.
Cámara de Diputados. La Cámara de diputados ejerce un control político externo y
formalizado respecto del gobierno, mediante la atribución fiscalizadora del artículo 52
número 1.
Acusación constitucional. El Congreso, a través de la formulación y resolución de la
acusación constitucional, realiza un contro político sui generis, altamente formalizado pero
no al punto de convertirse en un control jurídico.
La ciudadanía. Los ciudadanos realizan un control de la actividad del Estado,
principalmente, mediante el ejercicio de su libertad de expresión y su derecho de sufragio.
El control que los ciudadanos hacen es siempre un control político y externo, ya sea
formalizado mediante el voto o informal mediante la opinión.
Otros órganos de control político. El Consejo Regional realiza una función de control
respecto del intendente y a la administración regional (art. 113 y LOCGAR). El Consejo
Comunal realiza una función de control respecto del alcalde (art. 118 y LOCM).
¿Qué elementos caracterizan o distinguen al control de constitucionalidad de la ley en la
Constitución Política?
En primer lugar, la existencia tanto de control mediante la organización como de control
mediante la intervención de otro órgano estatal. En un primer momento de la historia
constitucional, la supremacía de la constitución y en particular de su parte dogmática quedó
encargada a una organización de los órganos del Estado funcional a dicho objeto. De esta
manera la supremacía de los derechos fundamentales era protegida mediante la
organización de los órganos del Estado como un estado de derecho.
Sin embargo, muy pronto en los Estados Unidos y mucho después en Europa, se llegó a la
conclusión que dicha forma de garantizar la constitución era insuficiente. La incorporación
de una revisión de la constitucionalidad de las leyes por la Corte Suprema de los Estados
Unidos fue relativamente pacífica aunque ha sido objeto de numerosas reflexiones
académicas en ese país. La incorporación de tal control en Europa fue mucho más
dificultosa y hasta el día de hoy existen opiniones encontradas al respecto. Hoy en día,
nuestro ordenamiento constitucional recoge ambas fórmulas.
En segundo lugar, el control de constitucionalidad de la ley es un control jurídico. Esto
quiere decir que tiene como parámetro de control normas jurídicas, específicamente las
normas constitucionales. La necesidad de que el parámetro de control sea el derecho, está
establecido por la propia Constitución, cuando exige que el Tribunal Constitucional falla
conforme a derecho. Le está vedado al Tribunal realizar control político o de mérito de la
ley.
En tercer lugar, estamos frente a un control de constitucionalidad propiamente tal. Es
posible describir a la actividad del control de constitucionalidad, marcada por las
características propias del parámetro de control que se utiliza, esto es, las normas
constitucionales. Lo que hace categorialmente distinto el control de constitucionalidad del
control de mera legalidad, no tiene que ver con el control de constitucionalidad de forma,
esto es del cumplimiento de los requisitos formales para que el legislador actúe
validamente, sino con los requisitos materiales, esto es, la adecuación material de la
decisión a las normas sustantivas establecidas en la constitución, típicamente, los derechos
fundamentales y principios constitucionales.
168
La Constitución como parámetro de control presenta complejidades adicionales, en la
medida que no son aplicables a su determinación los métodos clásicos de interpretación.
Ello está marcado por (i) las características de las normas constitucionales y (ii) por la
naturaleza de la propia Constitución. Dichas normas, presentan a lo menos, dos
características:
(a) Amplitud. Son normas generales, que admiten diversas interpretaciones; y
(b) Flexibilidad. Permiten que el legislador determine con cierta libertad las normas
legales.
En cuarto lugar, en Chile el control de constitucionalidad de la ley es un control
concentrado. Para justificar que la Constitución consagra un sistema concentrado de control
de constitucionalidad de la ley hace falta algún criterio que sirva para determinarlo. El
único criterio relevante para tal efecto es un criterio orgánico, que dice relación con la
atribución de la competencia para realizar el control de constitucionalidad. Cuando la
habilitación para ejercer el control de constitucionalidad es hecha por una norma especial,
que expresamente atribuye la exclusiva competencia de control a un órgano u órganos
determinados, el sistema es uno concentrado. Esta atribución de competencia puede
realizarse:
(a) atribuyendo la competencia de control a un órgano u órganos determinados y
privando al universo de tribunales del ejercicio de tal competencia en aquellos casos
en los cuales el universo de tribunales haya ejercido dicha competencia de control con
anterioridad, o
(b) solamente atribuyendo la competencia al órgano u órganos especialmente
determinados, en situaciones en las que la competencia de control no es ejercida
anteriormente por órgano alguno y, por lo tanto, no existe necesidad de restringir su
ejercicio.
En Chile, los tribunales de justicia hasta antes de la introducción de la competencia de la
inaplicabilidad por inconstitucionalidad nunca tuvieron, ni se atribuyeron, la competencia
de declarar inconstitucional una ley. Tras la introducción de dicha competencia, la Corte
Suprema tuvo el monopolio del control de constitucionalidad hasta la reforma
constitucional que instauró el Tribunal Constitucional y que también le otorgó competencia
para realizar control constitucional. Sin embargo, pese a que la Corte perdió el monopolio
del control constitucional, el sistema de control en Chile siguió siendo concentrado, dado
que las competencias atribuidas al Tribunal Constitucional cumplían con el criterio arriba
señalado. Con la modificación establecida por la reforma constitucional de 2005, que
trasladó al Tribunal Constitucional el conocimiento del recurso de inaplicabilidad, las cosas
no cambiarán en lo que dice relación con el sistema concentrado, pues el monopolio del
control constitucional pasó a manos del Tribunal Constitucional y la Corte ya no tiene
competencia para examinar constitucionalidad de la ley alguna.
La idea de que la Constitución establece un sistema de control concentrado se ve
amenazada por algunas prácticas judiciales. Está cuestión tiene importantes consecuencias
prácticas. El sistema concentrado que la Constitución establece sirve para defender dos
ideas importantes:
(a) la declaración de inconstitucionalidad de la ley es una competencia exclusiva del
Tribunal Constitucional;

169
(b) los demás tribunales ordinarios no pueden de manera alguna inaplicar una ley por
considerarla inconstitucional, incluyendo inaplicarla por considerarla derogada
tácitamente; y
(c) tampoco pueden aplicar la Constitución directamente.
La idea de que todos los tribunales del fondo apliquen la Constitución es una idea
profundamente equívoca, tanto porque no es posible fundar coherentemente una atribución
constitucional de tal competencia, como porque por regla general, la Constitución no es una
norma directamente aplicable. El establecimiento de competencias especiales es lo que abre
la posibilidad de su aplicación. Esta postura se sostiene en la idea de que la Constitución no
pretende regular la vida de la sociedad, sino sólo darle un marco legitimo de actuación al
Estado, el cual, mediante los órganos constituidos, debe democráticamente decidir la
regulación adecuada.

Estatuto orgánico
El artículo 1º de la Ley Nº 17.997 señala que el Tribunal Constitucional es un órgano del
Estado, autónomo e independiente de toda otra autoridad y poder. Es, además, un tribunal
de derecho, esto es, falla conforme a derecho (art. 92 inc. 5º).
El Tribunal Constitucional cuenta con diez miembros, que reciben el apelativo de
Ministros. Dichos ministros duran nueve años en sus cargos. El Tribunal renueva sus
integrantes por parcialidades cada tres años. Entre ellos existe un orden de precedencia
determinado de la siguiente manera:
Los demás miembros del Tribunal tendrán la precedencia que este mismo determine, pero el
Ministro que se haya desempeñado como Presidente en el período anterior tendrá la primera
precedencia en el siguiente.
El Presidente será subrogado por el Ministro que lo siga en el orden de precedencia que se halle
presente (LOCTC art. 6).
Los requisitos para ser nombrado Ministro del Tribunal son los siguientes (art. 92 inc. 2º):
(a) tener a lo menos quince años de título de abogado;
(b) haberse destacado en la actividad profesional, universitaria o pública; y
(c) no podrán tener impedimento alguno que los inhabilite para desempeñar el cargo de
juez.
El requisito de “haberse destacado en la actividad profesional, universitaria o pública”
presenta una naturaleza jurídica compleja. Esto se evidencia a través de ciertas preguntas
sobre su operatividad. ¿Quién juzga su cumplimiento? ¿En qué calidad lo hace? ¿Qué
mecanismos existen para la revisión de su decisión? Las primeras dos interrogantes nos
llevan a concluir que quien verifica que el candidato a Ministro haya cumplido con tal
condición es única y exclusivamente la autoridad que lo nombra, sea el Presidente, el
Congreso o la Corte Suprema. Ahora bien, supongamos que la autoridad en cuestión
nombra a un Ministro que bajo ningún punto de vista se haya destacado en la actividad
profesional, universitaria o pública (como de hecho, es plausible sostener que ya ha
ocurrido en al menos un par de ocasiones). ¿Existe algún mecanismo para declarar la
invalidez de dicho acto? La respuesta debe ser una rotunda negativa. Si la autoridad
regularmente investida en su cargo realizó un nombramiento que le compete en la forma
que prescribe la ley, entonces dicho nombramiento es válido. Como se ve, esto nos dice dos
cosas; nos recuerda algo sobre el artículo 7º y el control de juridicidad, y nos dice algo
170
sobre el concepto jurídico de requisito. En cuanto a lo primero, nos recuerda que el control
de validez de los actos públicos, es decir, el control de su juridicidad, atiende a las formas,
no a la substancia o mérito de las decisiones contenidas en dicho acto. En cuanto a lo
segundo, la conclusión a la cual hemos llegado nos dice que un requisito tiene la forma
lógica de una regla, es decir, de una norma cuya verificación es susceptible sólo de un
cumplimiento binario, jamás de un cumplimiento parcial, paulatino o progresivo. En
resumidas cuentas, que el candidato a Ministro del Tribunal Constitucional se haya
“destacado en la actividad profesional, universitaria o pública” es un desiderátum
constitucional, un criterio para guiar a la autoridad que designa en el cumplimiento de su
atribución; pero no un requisito, en el sentido deóntico en el que sí lo es el tener quince
años de título o carecer de impedimentos para ser juez.
En cuanto al régimen de incompatibilidades de los Ministros del Tribunal Constitucional, el
mismo inciso 2º del artículo 92 establecen las siguientes incompatibilidades:
(a) estarán sometidos a las normas de los artículos 58 y 59 de la Constitución, las que
regulan las incompatibilidades de los parlamentarios con otros cargos públicos y
privados, y que ya hemos estudiado;
(b) no podrán ejercer la profesión de abogado, incluyendo la judicatura, ni cualquier acto
de los establecidos en los incisos segundo y tercero del artículo 60 de la Constitución,
que regulan algunos de los supuestos de cesación de los parlamentarios por ejercicio
de actividades incompatibles con su función.
El procedimiento de nombramiento y reemplazo de los Ministros del Tribunal
Constitucional, de acuerdo al inciso 1º del artículo 92, se hará de la siguiente forma:
(a) Tres Ministros serán designados por el Presidente de la República.
(b) Cuatro Ministros serán elegidos por el Congreso Nacional; dos, directamente por el
Senado, y dos, propuestos por la Cámara de Diputados para su aprobación o rechazo
por el Senado. Tanto la propuesta de la Cámara como su aprobación por el Senado, y
la elección de los Ministros que a este último órgano corresponde, requerirán del voto
favorable de los dos tercios de los integrantes en ejercicio de la respectiva cámara.
(c) Tres Ministros serán elegidos por la Corte Suprema, mediante votación secreta
realizada en una sesión especialmente convocada para tal efecto.
La instalación de los Ministros se realizará prestando juramento o promesa, ante el
Secretario del Tribunal, de guardar la Constitución y las leyes de la República (LOCTC
Art. 10).
Los miembros del Tribunal Constitucional serán inamovibles y no podrán ser reelegidos. El
reemplazo de un Ministro, de acuerdo al artículo 92 inciso 4º, corresponderá a la autoridad
que lo hubiese nombrado o elegido, y el Ministro reemplazante ocupará dicho cargo por el
tiempo que faltare para completar el período del reemplazado. En dicho caso, el Ministro
reemplazante podrá ser reelegido si ha ejercido el cargo por un período menor a cinco años.
Además del cumplimiento del período para el que fueron nombrados o elegidos, son
causales para la cesasión de los Ministros del Tribunal Constitucional en sus funciones el
cumplir setenta y cinco años de edad, la aceptación por parte del Tribunal de su renuncia, y
la existencia de un impedimento o incompatibilidad sobreviniente (art. 13 L Nº 17.997).
Los efectos de la cesación de los ministros se regulan en el artículo 14 de la Ley Nº 17.997.
En él se establece:

171
(a) que se comunicará al órgano que deba realizar el nombramiento para que este proceda
a hacer el reemplazo (inc. 1º);
(b) el Tribunal se integrará por abogados integrantes en cuanto no consiga el quórum
para sesionar (inc. 2º);
(c) si la cesación se produjera pendiente un asunto, los demás ministros continuarán su
vista (inc. 3º); y
(d) si la cesación se produjera acordado el fallo, la sentencia se suscribirá por los demás
ministros (inc. 4º).
El inciso 2º del artículo 92 y los artículos 12 inciso 2º y 21 de la Ley Nº 17.997 extienden la
aplicación a los ministros del Tribunal Constitucional de la prerrogativa de los jueces,
según la cual no pueden ser aprendidos sin una orden judicial. Asimismo, gozan del mismo
fuero que dichas autoridades.
El Tribunal cuenta con un Presidente y un Secretario. En cuanto al Presidente, el Tribunal
deberá elegirlo por simple mayoría de votos de sus miembros. El Presidente durará dos
años en su cargo y podrá ser reelegido por otros dos años (art. 5 L Nº 17.997). En caso de
que el Presidente cese en su cargo antes de concluir su período, se elegirá un reemplazante,
que durará hasta terminar el periodo del reemplazado (art. 7 L Nº 17.997).
Las atribuciones del Presidente son las siguientes:
a) Presidir las sesiones y audiencias del Tribunal y dirigirse en su nombre a las autoridades,
organismos, entidades o personas a que hubiere lugar; b) Formar la tabla según el orden de
preferencia asignado a las causas y distribuir los asuntos a los Ministros para la redacción del
fallo en orden inverso al de su precedencia; c) Atender el despacho de la cuenta diaria y dictar
los decretos y providencias de mera sustanciación de los asuntos que conozca el Tribunal; d)
Abrir y cerrar las sesiones del Tribunal, anticipar o prorrogar sus audiencias en caso que así lo
requiera algún asunto urgente y convocarlo extraordinariamente cuando fuere necesario; e)
Declarar concluido el debate y someter a votación las materias discutidas; y f) Dirimir los
empates, para cuyo efecto su voto será decisorio (art. 8 L Nº 17.997).
Según el artículo 9 de la Ley Nº 17.997 existirá también un Secretario que será designado
por el Tribunal y que, como Ministro de Fe Pública, autorizará todas las providencias y
demás actuaciones del Tribunal, y desempeñará las demás funciones que en tal carácter le
correspondan y las que se le encomienden.
Adicionalmente, según el artículo 15 de la Ley Nº 17.997, existen cinco abogados
integrantes. Los abogados integrantes serán designados por el propio Tribunal, cada tres
años, en el mes de enero, por mayoría absoluta de los miembros del Tribunal. Ellos deberán
contar con los requisitos para ser nombrado Ministro del Tribunal Constitucional. Existirá
un orden de precedencia según el cual los abogados integrantes serán llamados a integrar el
Tribunal. Finalmente, los abogados integrantes recibirán una remuneración equivalente a un
integrante de la Corte Suprema (art. 77 L Nº 17.997).
El artículo 92 inciso 6º establece una reserva de ley orgánica constitucional respecto de las
siguientes materias: organización; funcionamiento; procedimientos; planta; régimen de
remuneraciones; y estatuto del personal. Además,
Corresponderá a la ley orgánica constitucional respectiva establecer los requisitos de
admisibilidad, en el caso de que se ejerza la acción pública, como asimismo regular el
procedimiento que deberá seguirse para actuar de oficio (art. 93 inc. 12).

172
En virtud de la habilitación constitucional, la ley orgánica constitucional del Tribunal
Constitucional (Ley Nº 17.997, hoy refundida por Decreto con Fuerza de Ley Nº 5 de 2010)
regula en relación a la planta del Tribunal constitucional las siguientes cuestiones la planta
del Tribunal Constitucional y su acceso a ella (arts. 74-76), su remuneración (arts. 78 y 79),
las sanciones que pueden afectar a sus funcionarios y la autoridad a las que están sometidos
(arts. 84 y 86), y las prohibiciones que los afectan (art. 85).
Adicionalmente, el Tribunal Constitucional posee, según lo dispuesto en el artículo 90 de la
Ley Nº 17.997, una potestad normativa, ejercida mediante autos acordados, dictados en
sesiones especialmente convocadas al efecto.
El artículo 16 de la Ley Nº 17.997 señala que el Tribunal funcionará en la capital de la
República. Sin embargo, también señala que el mismo Tribunal podrá determinar un lugar
distinto para funcionar, de manera excepcional.
El Tribunal celebrará sesiones ordinarias y extraordinarias (art. 16 L Nº 17.997):
(a) Las sesiones ordinarias se celebrarán a los menos una vez a la semana. Estas sesiones
se suspenderán en el mes de febrero.
(b) Las sesiones extraordinarias se celebrarán cuando se convoquen por el Presidente. La
iniciativa podrá provenir de éste o de una solicitud de dos o más ministros.
El Tribunal funcionará en pleno o dividido en dos salas (art. 92 inc. 5º). Para sesionar en
pleno el quórum será de a los menos ocho miembros.
En el primer caso, el quórum para sesionar será de, a lo menos, ocho miembros y en el segundo
de, a lo menos, cuatro. El Tribunal adoptará sus acuerdos por simple mayoría, salvo los casos
en que se exija un quórum diferente y fallará de acuerdo a derecho. El Tribunal en pleno
resolverá en definitiva (art. 92 inc. 5).
El Tribunal conocer en pleno de las atribuciones indicadas en los números 1º, 3º, 4º, 5º, 6º,
7º, 8º, 9º y 11º del artículo 93, esto es, quedan excluidas del conocimiento en pleno:
Para el ejercicio de sus restantes atribuciones, podrá funcionar en pleno o en sala de acuerdo a
lo que disponga la ley orgánica constitucional respectiva (art. 92 inc. 5).
Los acuerdos se adoptarán, salvo que se exija un quórum diferente, por simple mayoría (art.
92 inc. 5º). Los acuerdos se regirán, de forma general, por las normas para adopción de
acuerdos establecidas en el Código Orgánica de Tribunales.
La Ley Orgánica del Tribunal regula también la posibilidad de que los Ministros declaren
su propia implicancia ante una determinada cuestión, no existiendo la posibilidad de que
puedan ser presentadas recusaciones en su contra por las partes:
LOCTC Art. 19. Será motivo de implicancia respecto de los asuntos a que se refieren los
números 1.° a 12, inclusive, del artículo 82 de la Constitución Política, el hecho de haber
emitido opinión con publicidad o dictamen sobre el asunto concreto actualmente sometido a
conocimiento del Tribunal.
También serán motivo de implicancia respecto de los asuntos a que se refieren los números 8.°,
10 y 11 del mismo artículo 82, los establecidos en los números 2 y 4 al 7, inclusive, del artículo
195 del Código Orgánico de Tribunales, en cuanto procedan.
Tan pronto llegue a conocimiento de un Ministro la existencia de una causal de implicancia que
lo afecte, lo estampará en el expediente y el Tribunal, con exclusión de él, deberá resolver. Si la
acepta, el Ministro implicado se abstendrá del conocimiento del asunto.
Las implicancias sólo podrán ser promovidas por el miembro afectado o por cualquiera de los
Ministros.

173
Los Ministros no son recusables.
Lo dispuesto en este artículo se aplica, en lo pertinente, al Secretario y a los Relatores del
Tribunal.
También consagra la Ley Orgánica dos principios respecto a la actividad jurisdiccional del
Tribunal, su pasividad y la inexcusabilidad de su jurisdicción:
LOCTC Art. 3. El Tribunal sólo podrá ejercer su jurisdicción a requerimiento de los órganos
constitucionales interesados o de las personas que intenten la acción pública, en los términos
señalados en el artículo 82 de la Constitución Política.
Reclamada su intervención en forma legal y en asuntos de su competencia, no podrá excusarse
de ejercer su autoridad ni aun por falta de ley que resuelva el asunto sometido a su decisión.

Tribunal Constitucional: estatuto funcional


En esta sección estudiaremos el conjunto de atribuciones que detenta el Tribunal
Constitucional en nuestro sistema constitucional. Es importante señalar, de manera previa,
que las resoluciones que dicte el Tribunal Constitucional en el ejercicio de sus funciones no
serán susceptibles de recurso alguno, pudiendo el mismo órgano rectificar los errores de
hecho en que hubiere incurrido (art. 94 inc. 1º).
La Ley Orgánica del Tribunal Constitucional establece respecto al procedimiento que se
seguira ante el Tribunal Constitucional, las siguientes normas generales.
Art. 26. A las disposiciones de este capítulo se someterá la tramitación de las causas y asuntos
que se sustancien en el Tribunal.
Art. 27. El procedimiento ante el Tribunal será escrito y los requerimientos que se presenten y
las actuaciones que se realicen se harán en papel simple.
Excepcionalmente, el Tribunal, si lo estima necesario, podrá disponer que se oigan alegatos en
la forma y condiciones que determine.
Art. 28. El Tribunal podrá disponer la acumulación de aquellos asuntos o causas con otros
conexos que justifiquen la unidad de tramitación y decisión.
Art. 29. El Tribunal deberá resolver los asuntos sometidos a su conocimiento guardando el
orden de su antigüedad, salvo cuando motivos justificados exijan que dicho orden se altere.
Cuando el Tribunal decida hacer uso de la prórroga de plazo a que se refiere el inciso quinto del
artículo 82 de la Constitución Política o ampliar plazos prorrogables fijados por esta ley o por el
Tribunal, deberá expresarlo en resolución fundada que se pronunciará antes del vencimiento de
los plazos referidos.
Art. 30. El Tribunal podrá decretar las medidas que estime del caso tendientes a la más
adecuada sustanciación y resolución del asunto que conozca.
Podrá requerir, asimismo, de cualquier poder, órgano público o autoridad; organización y
movimiento o partido político, según corresponda, los antecedentes que estime convenientes y
éstos estarán obligados a proporcionárselos oportunamente.
Art. 31. Las sentencias del Tribunal deberán cumplir, en lo pertinente, con los requisitos
indicados en los números 1.° al 6.°, inclusive, del artículo 170 del Código de Procedimiento
Civil.
Los Ministros que discrepen de la opinión mayoritaria del Tribunal deberán hacer constar en el
fallo su disidencia.
Art. 32. Contra las resoluciones del Tribunal no procederá recurso alguno. El Tribunal, de
oficio o a petición de parte, podrá modificar sus resoluciones sólo si se hubiere incurrido en
algún error de hecho que así lo exija.

174
La modificación a petición de parte deberá solicitarse dentro de siete días contados desde la
notificación de la respectiva resolución. El Tribunal se pronunciará de plano sobre esta
solicitud.
Art. 33. Los plazos de días establecidos en la presente ley serán de días corridos y no se
suspenderán durante los feriados.
La fecha de la notificación por carta certificada y de las comunicaciones a que se refiere el
Título II será, para todos los efectos legales, la del día siguiente a la de su expedición.
Las comunicaciones se efectuarán mediante oficio.
A efectos de claridad en la exposición, agruparemos las atribuciones del Tribunal
Constitucional en las siguientes categorías: control de constitucionalidad de la ley; control
de constitucionalidad de actos del Presidente de la República; control de
constitucionalidad de otras potestades normativas; atribuciones para la defensa de la
democracia; atribuciones consultivas; resolución de contiendas de competencia; resolución
de inhabilidades, incompatibilidades y causales de cesación.
I. CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LA LEY. El Tribunal constitucional
tiene como su principal competencia el control de constitucionalidad de la ley. Dicho
control puede asumir las siguientes formas:
Preventivo o represivo: Esta clasificación depende de si el control de constitucionalidad se
lleva a cabo con anterioridad o con posterioridad a la entrada en vigencia de la ley. El
control preventivo es aquel que se realiza en cualquier momento desde la presentación del
proyecto de ley hasta el momento de la promulgación por parte del Presidente de la
República. El control represivo es aquel que se realiza respecto de las leyes vigentes.
Abstracto o concreto: Esta clasificación depende de los elementos que ingresan al examen
de la constitucionalidad de la norma. El control abstracto toma en consideración
únicamente la textualidad y los significados implícitos en la norma sometida a control. El
control concreto toma en consideración, adicionalmente, el contexto de aplicación
específico que ha motivado el análisis.
Forzoso, de oficio o previo requerimiento: Esta clasificación depende del sujeto que toma
la decisión de iniciar el procedimiento de control de constitucionalidad. En el caso del
control forzoso, es la Constitución la que ha decidido incorporar la etapa de control como
requisito esencial en el proceso de formación de determinadas leyes, decisión de cuyo
acatamiento son responsables los propios órganos colegisladores. El control de oficio es
aquel que el propio órgano de control puede activar. El control previo requerimiento es
aquel que pueden iniciar las partes de un determinado procedimiento, específicamente el
proceso de formación de la ley o el procedimiento de aplicación judicial de la ley en un
asunto sometido a la jurisdicción del Poder Judicial.
Estas clasificaciones son también útiles para entender algunas de las otras categorías de
atribuciones del Tribunal, como el control de constitucionalidad de actos del Presidente,
aunque lo son menos para la comprensión de otras categorías, como la resolución de
contiendas de competencia o de inhabilidades, incompatibilidades y causales de cesasión,
donde el Tribunal no coteja normas (leyes) con metanormas (la Constitución como norma
de normas) sino simplemente aplica normas (en este caso, normas contenidas en la
Constitución).
La Constitución determina que ls disposiciones que el Tribunal declare inconstitucionales
no podrán convertirse en ley en el proyecto o decreto con fuerza de ley de que se trate (art.
94 inc. 2º).
175
Veremos aquí cuatro formas de control de constitucionalidad de la ley: el control como
trámite esencial del proceso legislativo; la cuestión de constitucionalidad; el recurso de
Inaplicabilidad; y la declaración de inconstitucionalidad.
(A) CONTROL COMO TRÁMITE ESENCIAL DEL PROCESO LEGISLATIVO: La Constitución de 1980,
en una medida sin precedentes en nuestra tradición constitucional, introdujo el control de
ciertos tipos de ley como un trámite esencial en el proceso de formación de la ley. Así, el
actual artículo 93, inciso 1º, establece como atribución del Tribunal Constitucional:
Ejercer el control de constitucionalidad de las leyes que interpreten algún precepto de la
Constitución, de las leyes orgánicas constitucionales y de las normas de un tratado que versen
sobre materias propias de estas últimas, antes de su promulgación.
Esta norma determina, entonces, que es un requisito para la promulgación de ciertas leyes
que el Tribunal Constitucional haya cotejado el respectivo proyecto de ley con la
Constitución y haya concluido que aquel se sujeta a ésta. Las normas en cuestión son las
siguientes:
(a) leyes interpretativas de la Constitución;
(b) leyes orgánicas constitucionales: y
(c) normas de un tratado que versen sobre materias de ley orgánica constitucional
Esta atribución consiste en un control de constitucionalidad de la ley preventivo, abstracto,
y forzoso. Lo examinado no es la ley, sino un proyecto de ley “antes de su promulgación”.
Dicho examen se realizará una vez que el proyecto haya quedado totalmente tramitado en el
Congreso (art. 93 inc. 2º).
La Constitución se refiere escuetamente al procedimiento para realizar el control
obligatorio de constitucionalidad de la ley:
En el caso del número 1º, la Cámara de origen enviará al Tribunal Constitucional el proyecto
respectivo dentro de los cinco días siguientes a aquél en que quede totalmente tramitado por el
Congreso (art. 93 inc.2).
La Ley Nº 17.997 señala respecto al procedimiento para el control obligatorio de
constitucionalidad:
Art. 34. En el caso del número 1 del artículo 82 de la Constitución Política, corresponderá al
Presidente de la Cámara de origen enviar al Tribunal los proyectos de leyes orgánicas
constitucionales y de leyes que interpreten algún precepto de la Constitución.
El plazo de cinco días a que se refiere el inciso tercero del artículo 82 de la Constitución, se
contará desde que quede totalmente tramitado por el Congreso el proyecto respectivo, lo que
certificará el Secretario de la Cámara de origen.
Si durante la discusión del proyecto se hubiere suscitado cuestión de constitucionalidad de uno
o más de sus preceptos, deberán enviarse al Tribunal, además, las actas de las sesiones, de sala
o comisión, o el oficio del Presidente de la República, en su caso, donde conste la cuestión de
constitucionalidad debatida o representada.
Art. 35. Una vez recibida la comunicación por el Tribunal, el Presidente ordenará traer los autos
en relación y el asunto quedará en estado de tabla.
Oída la relación, el Tribunal resolverá sobre la constitucionalidad del proyecto.
Resuelto por el Tribunal que el proyecto respectivo es constitucional, y no habiéndose
producido en la etapa de discusión de dicho proyecto la situación prevista en el inciso final del
artículo anterior, el Tribunal así lo declarará y su Presidente lo comunicará a la Cámara de
origen.

176
En todo caso la resolución deberá ser fundada si se tratare de una ley interpretativa de la
Constitución.
Si el Tribunal encontrare que el proyecto es constitucional y se hubiere producido la situación
prevista en el inciso final del artículo anterior, el Tribunal deberá declarar la constitucionalidad
del proyecto fundándola respecto de los preceptos que, durante su tramitación, hubieren sido
cuestionados.
Si el Tribunal resolviere que uno o más preceptos del proyecto son inconstitucionales deberá
declararlo así mediante resolución fundada, cuyo texto íntegro se remitirá a la Cámara de
origen.
Art. 36. Ejercido el control de constitucionalidad por el Tribunal, la Cámara de origen enviará
el proyecto al Presidente de la República para su promulgación, con exclusión de aquellos
preceptos que hubieren sido declarados inconstitucionales por el Tribunal.
Art. 37. Habiéndose pronunciado el Tribunal sobre la constitucionalidad de un proyecto ley
orgánica constitucional o de ley que interprete algún precepto de la Constitución Política, en los
términos señalados en los artículos anteriores, no se admitirá a tramitación en el Tribunal
ningún requerimiento para resolver cuestiones sobre constitucionalidad de dichos proyectos o
de uno o más de sus preceptos.
(B) CUESTIONES DE CONSTITUCIONALIDAD: La Constitución también contempla la posibilidad
de que la constitucionalidad de las leyes identificadas en la sección anterior, así como de
cualquier otro tipo de ley –por ejemplo, las leyes de quórum calificado o las leyes simples–
sean objeto de un cuestionamiento presentado por alguno de los órganos colegisladores ante
el Tribunal Constitucional, el que deberá resolver dicha cuestión de constitucionalidad. Así,
el artículo 93, inciso 3º, dispone que es atribución del Tribunal Constitucional:
Resolver las cuestiones sobre constitucionalidad que se susciten durante la tramitación de los
proyectos de ley o de reforma constitucional y de los tratados sometidos a la aprobación del
Congreso.
En consecuencia, son objetos de este control de constitucionalidad:
(a) los proyectos de ley, cualquiera sea su tipo;
(b) los proyectos de ley de reforma de la Constitución; y
(c) los tratados internacionales sometidos a aprobación en el Congreso.
Esta atribución es un control de constitucionalidad de la ley preventivo, abstracto, y previo
requerimiento. Su activación depende de la iniciativa de algún interesado, que además esté
legitimado por la Constitución para requerir. En este caso, pueden presentar requerimientos
(art. 93 inc. 4º):
(a) el Presidente de la República;
(b) el Presidente de cualquiera de las cámaras; o
(c) una cuarta parte de los miembros en ejercicio de cualquiera de las cámaras.
En cuanto a su plazo, y debido a que se trata de un control preventivo, la Constitución
establece que procede el requerimiento “siempre que sea formulado antes de la
promulgación de la ley o de la remisión de la comunicación que informa la aprobación del
tratado por el Congreso Nacional y, en caso alguno, después de quinto día del despacho del
proyecto o de la señalada comunicación” (art. 93 inc. 4º). Además establece que el Tribunal
deberá resolver dentro del plazo de diez días contado desde que reciba el requerimiento, a
menos que decida prorrogarlo hasta por otros diez días por motivos graves y calificados(art.
93 inc. 5º). Dicho requerimiento no suspenderá la tramitación del proyecto, pero impedirá

177
que la parte impugnada pueda ser promulgada hasta la expiración del plazo referido, “salvo
que se trate del proyecto de Ley de Presupuestos o del proyecto relativo a la declaración de
guerra propuesta por el Presidente de la República” (art. 93 inc. 6º).
La Ley Nº 17.997, en sus artículos 38 a 45, establece las siguientes normas al respecto, que
tienen el carácter de reglas general para la tramitación de cuestiones de constitucionalidad
especiales establecidas en los demás números del artículo 93:
Art. 38. En el caso del número 2 del artículo 82 de la Constitución Política, los requerimientos
deberán ser formulados al Tribunal de la manera que se señala en los incisos siguientes.
El requerimiento del Presidente de la República deberá llevar, también, la firma del Ministro de
Estado correspondiente.
Cuando el requirente fuera alguna de las Cámaras, la comunicación deberá ser firmada por el
respectivo Presidente y autorizada por el Secretario.
Si el requerimiento emanare de una cuarta parte de los miembros en ejercicio de una de las
Cámaras, podrá formularse por conducto del Secretario de la respectiva Corporación o
directamente ante el Tribunal. En uno y otro caso, deberán firmar los parlamentarios ocurrentes
y autorizarse su firma por el Secretario señalado o por el del Tribunal Constitucional. Siempre
deberá acreditarse que los firmantes constituyen a lo menos el número de parlamentarios
exigidos por la Constitución. En el respectivo requerimiento deberá designarse a uno de los
parlamentarios firmantes como representante de los requirentes en la tramitación de su
reclamación.
Art. 39. El requerimiento deberá contener una exposición clara de los hechos y fundamentos de
derecho que le sirven de apoyo. Se señalará en forma precisa la cuestión de constitucionalidad
y, en su caso, el vicio o vicios de inconstitucionalidad que se aducen, con indicación de las
normas que se estiman transgredidas.
Al requerimiento deberán acompañarse, en su caso, copias íntegras de las actas de sesiones de
sala o comisión en las que se hubiere tratado el problema y de los instrumentos, escritos y
demás antecedentes invocados.
En todo caso se acompañará el proyecto de ley, de reforma constitucional o tratado, con
indicación precisa de la parte impugnada.
Art. 40. Recibido el requerimiento por el Tribunal, se comunicará al Presidente de la República
la existencia de la reclamación para que se abstenga de promulgar la parte impugnada del
respectivo proyecto, salvas las excepciones señaladas en el inciso sexto del artículo 82 de la
Constitución Política.
Art. 41. Si el requerimiento no cumple con las exigencias establecidas en el artículo 39 de la
presente ley, el Tribunal podrá, por resolución fundada, no admitirlo a tramitación.
La resolución se comunicará a quien hubiere recurrido.
Los interesados, dentro de tres días contados desde la fecha de la comunicación, podrán
subsanar los defectos de su requerimiento o completar los antecedentes que hubieren omitido.
Si así no lo hicieren, el requerimiento se tendrá por no presentado para todos los efectos
Si transcurrido el plazo señalado en el inciso anterior no se hubieren subsanado los defectos del
requerimiento o no se hubieren completado los antecedentes, el Tribunal comunicará este hecho
al Presidente de la República para que proceda a la promulgación de la parte del proyecto que
fue materia de la impugnación.
Art. 42. Admitido a tramitación un requerimiento, deberá ponerse en conocimiento de los
órganos constitucionales interesados, enviándoles copia de él, quienes dispondrán de cinco días,
contados desde la fecha de la comunicación, para hacer llegar al Tribunal las observaciones y
los antecedentes que estimen necesarios. Transcurrido dicho plazo, el Tribunal procederá con la
respuesta o sin ella.

178
Art. 43. Una vez evacuados los trámites o diligencias anteriores, el Presidente ordenará traer los
autos en relación y el asunto quedará en estado de tabla.
Oída la relación y producido el acuerdo, se designará Ministro redactor.
Art. 44. El Tribunal podrá fundar la declaración de inconstitucionalidad, respecto de las normas
cuestionadas, en la infracción de cualquier precepto constitucional, haya sido o no invocado en
el requerimiento.
Art. 45. Las sentencias se comunicarán al requirente y, en su caso, al Presidente de la
República, al Senado, a la Cámara de Diputados y a la Contraloría General de la República,
para los fines a que hubiere lugar.
También dichas sentencias se comunicarán, en cuanto corresponda, a la Corte Suprema, para el
efecto establecido en el inciso final del artículo 83 de la Constitución Política.
(C) RECURSO DE INAPLICABILIDAD: La Constitución también contempla la posibilidad de que
el Tribunal Constitucional intervenga en el proceso judicial declarando la
constitucionalidad o inconstitucionalidad de la aplicación jurisdiccional de una determinada
ley que se encuentre vigente. Esta atribución fue creada por la Constitución de 1925, la que
le entregó su conocimiento y resolución a la Corte Suprema. La reforma constitucional de
2005 transfirió esta competencia al Tribunal Constitucional.
Establece en su artículo 93, inc. 6º, que es atribución del Tribunal Constitucional:
Resolver, por la mayoría de sus miembros en ejercicio, la inaplicabilidad de un precepto legal
cuya aplicación en cualquier gestión que se siga ante un tribunal ordinario o especial, resulte
contraria a la Constitución;
El objeto de control es la aplicación de un precepto legal a una gestión pendiente, esto es,
juzgar la constitucionalidad de la aplicación de una norma legal a un caso. En este caso
estamos frente a un control represivo, concreto, y previo requerimiento. Los sujetos
constitucionalmente legitimados para requerir, según el artículo 93 inciso 11º, corresponden
al juez que conoce del asunto y a cualquiera de las partes en el proceso sometido a su
jurisdicción.
La Constitución establece como requisitos de admisibilidad del requerimiento que exista
una “gestión pendiente”, que “la aplicación del precepto legal impugnado pueda resultar
decisivo en la resolución de un asunto”, que “la impugnación esté fundada razonablemente”
y se cumplan los demás requisitos que establezca la ley (art. 93 inc. 11º). La revisión del
cumplimiento de dichos requisitos está encomendada al conocimiento de alguna de las salas
del Tribunal, la que también deberá resolver sobre la suspensión del procedimiento en que
se ha originado la acción de inaplicabilidad por inconstitucionalidad.
(D) DECLARACIÓN DE INCONSTITUCIONALIDAD: Finalmente, el Tribunal Constitucional
adquirió, a través de la reforma constitucional de 2005, la competencia de expulsar del
ordenamiento jurídico aquellos preceptos legales cuya inconstitucionalidad haya declarado
previamente en el contexto de un recurso de inaplicabilidad. Señala el artículo 93, inciso 7º,
que es atribución del Tribunal Constitucional:
Resolver por la mayoría de los cuatro quintos de sus integrantes en ejercicio, la
inconstitucionalidad de un precepto legal declarado inaplicable en conformidad a lo dispuesto
en el numeral anterior;
En este caso el objeto de control es un precepto legal vigente; esto es, una disposición con
fuerza de ley. Esta atribución consiste en un control de constitucionalidad de la ley
represivo, abstracto, y que puede ser realizado de oficio o previo requerimiento. En este
caso, pueden iniciar el proceso (art. 93 inc. 12º):

179
(a) todas las personas, dado que habrá acción pública;
(b) el propio Tribunal, facultado para declarar de oficio la inconstitucionalidad.
II. CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE ACTOS DEL PRESIDENTE DE LA
REPÚBLICA. El Tribunal puede ejercer el control de la constitucionalidad de actos
normativos del Presidente de la República; es decir, de las normas emanadas por él en
virtud de sus atribuciones legislativas y de su potestad reglamentaria. Específicamente, se
trata aquí de la revisión de la constitucionalidad de decretos con fuerza de ley, de la
promulgación de la ley, de decretos y resoluciones representados por la Contraloría General
de la República, de decretos supremos, y de la convocatoria a plebiscito.
(A) DECRETOS CON FUERZA DE LEY: El Tribunal Constitucional detenta la atribución, de
acuerdo al artículo 93, inciso 4º de la Constitución, de:
Resolver las cuestiones que se susciten sobre la constitucionalidad de un decreto con fuerza de
ley.
Esta atribución consiste en un control abstracto, previo requerimiento, y preventivo o
represivo según sea el caso, de la constitucionalidad de decretos con fuerza de ley. Será
preventivo cuando corresponda al Presidente de la República interponer el requerimiento
ante la representación de la Contraloría. Será represivo cuando corresponda el
requerimiento a los parlamentarios, una vez que el decreto con fuerza de ley ha entrado en
vigencia.
En este caso, pueden requerir (art. 93 inc. 7º):
(a) el Presidente de la República. Sólo podrá requerir cuando la Contraloría represente
dicho decreto;
(b) cualquiera de las Cámaras; y
(c) una cuarta parte de sus miembros en ejercicio. La habilitación, en estos dos últimos
casos, corresponderá sólo en el evento de que la Contraloría hubiere tomado razón de
un decreto con fuerza de ley que se impugne de inconstitucional.
En el caso de que el control sea promovido represivamente por cualquiera de las Cámaras o
por una cuarta parte de sus miembros en ejercicio, el requerimiento deberá presentarse
dentro del plazo de treinta días, contado desde la publicación del respectivo decreto con
fuerza de ley.
(B) PROMULGACIÓN DE LA LEY: La Constitución entrega al Tribunal Constitucional, en su
artículo 93 inciso 8º, la atribución de:
Resolver los reclamos en caso de que el Presidente de la República no promulgue una ley
cuando deba hacerlo o promulgue un texto diverso del que constitucionalmente corresponda;
El objeto de control de esta atribución se dirige a:
(a) la omisión del Presidente al no publicar la ley cuando deba hacerlo; y
(b) la promulgación de un texto diverso al que corresponda.
Esta atribución consiste en un control represivo, abstracto, y previo requerimiento de la
constitucionalidad de un decreto promulgatorio. En este caso, pueden requerir (art. 93 inc.
13º):
(a) cualquiera de las Cámaras; o
(b) una cuarta parte de sus miembros en ejercicio.
180
Dichos órganos contarán con un plazo de treinta días tras la publicación del texto
impugnado, o de sesenta días tras la fecha en que el Presidente de la República debió
efectuar la promulgación de la ley. Si el Tribunal acogiera el reclamo, promulgará en su
fallo la ley que no lo haya sido o rectificará la promulgación incorrecta.
(C) DECRETO O RESOLUCIÓN REPRESENTADO: La Constitución entrega al Tribunal
Constitucional, en su artículo 93 inciso 9º, la atribución de
Resolver sobre la constitucionalidad de un decreto o resolución del Presidente de la República
que la Contraloría General de la República haya representado por estimarlo inconstitucional,
cuando sea requerido por el Presidente en conformidad al artículo 99;
En este caso, estamos frente a un control preventivo, abstracto y previo requerimiento de la
constitucionalidad del ejercicio de la potestad reglamentaria del Presidente de la República.
En este caso, el único órgano interesado, y en consecuencia autorizado para requerir, es el
Presidente de la República (art. 93 inc. 1º Nº 9). Existe un plazo de diez días desde que se
reciba en el Ministerio de origen el oficio de representación del Contralor General de la
República (art. 49 inc. 2º LOCTC). La misma norma establece que la sentencia que acoja el
reclamo presentado por el Presidente de la República será comunicada al Contralor General
para que proceda, de inmediato, a tomar razón del decreto o resolución impugnado (art. 49
inc. 3º LOCTC).
(D) DECRETOS SUPREMOS: La Constitución entrega al Tribunal Constitucional, en su artículo
93 inciso 16º, la atribución de
Resolver sobre la constitucionalidad de los decretos supremos, cualquiera sea el vicio invocado,
incluyendo aquéllos que fueren dictados en el ejercicio de la potestad reglamentaria autónoma
del Presidente de la República cuando se refieran a materias que pudieran estar reservadas a la
ley por mandato del artículo 63.
Esta atribución consiste en un control represivo, abstracto, previo requerimiento de la
constitucionalidad de los decretos supremos. En este caso, pueden requerir (art. 93 inc.
19º):
(a) cualquiera de las cámaras, acuerdo que debe tomarse, siguiendo las reglas generales,
por la mayoría de los congresistas presentes al momento de la discusión;
(b) una cuarta parte de los miembros en ejercicio de cualquiera de las cámaras, cuando el
vicio no se refiera a un decreto supremo que a juicio de los requirentes haya sido
dictado en exceso de la potestad reglamentaria autónoma del Presidente sino a otras
materias. La posibilidad de requerir la intervención del Tribunal Constitucional en
aquellos casos en que el Congreso considere que la potestad reglamentaria autónoma
del Presidente ha invadido el ámbito de materias reservadas a la ley está confiada a
las cámaras en cuanto tales; es decir, a su mayoría.3
El plazo para formular el requerimiento es de treinta días contados desde la publicación o
notificación del texto impugnado (art. 93 inc. 19º).
(E) CONVOCATORIA A PLEBISCITO: La Constitución entrega al Tribunal Constitucional, en su
artículo 93 inciso 5º, la atribución de

3
La Constitución Tramposa: 132 ss.

181
Resolver las cuestiones que se susciten sobre constitucionalidad con relación a la convocatoria a
un plebiscito, sin perjuicio de las atribuciones que correspondan al Tribunal Calificador de
Elecciones.
Esta atribución consiste en un control represivo, abstracto, previo requerimiento de la
constitucionalidad del decreto que convoca a plebiscito. Los órganos legitimados para
requerir serán cualquiera de las cámaras, actuando colectivamente como órganos
constitucionales. Esto significa que la determinación de requerir deberá ser resuelta por la
mayoría de los miembros de la respectiva cámara presentes en la sala al momento de
discutirse esta posibilidad (art. 93 inc. 8º). El plazo para formular el requerimiento es de
diez días contados desde la fecha de publicación del decreto que fije el día del plebiscito
(art. 93 inc. 8).
III. CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE OTRAS POTESTADES
NORMATIVAS. El Tribunal Constitucional también está facultado para cotejar la
conformidad de otras normas con la Constitución; más específicamente, de los autos
acordados dictados por órganos jurisdiccionales. Esta atribución también fue creada
mediante la reforma constitucional de 2005. Así, el artículo 93, inciso 2º, señala como
atribución de este órgano:
Resolver sobre las cuestiones de constitucionalidad de los autos acordados dictados por la Corte
Suprema, las Cortes de Apelaciones y el Tribunal Calificador de Elecciones;
En este caso, se trata de un control represivo, abstracto, y previo requerimiento de la
constitucionalidad de los autos acordados de la Corte Suprema; los autos acordados de las
Cortes de Apelaciones; y los autos acordados del Tribunal Calificador de Elecciones. Se
excluyen los autos acordados de los tribunales electorales regionales, por no estar
nombrados en la disposición constitucional. En este caso, pueden requerir (art. 93 inc. 3º):
(a) el Presidente de la República,
(b) cualquiera de las cámaras
(c) diez de los miembros de cualquiera de las cámaras; y
(d) toda persona que sea parte en juicio o gestión pendiente ante un tribunal ordinario o
especial.
IV. ATRIBUCIONES PARA LA DEFENSA DE LA DEMOCRACIA. El Tribunal
Constitucional, desde la entrada en vigencia de la Constitución de 1980, ha sido facultado
para imponer sanciones a quienes atenten contra determinados valores constitucionales. Así
lo establece el actual artículo 93, inciso 10º, que señala como atribución del Tribunal:
Declarar la inconstitucionalidad de las organizaciones y de los movimientos o partidos
políticos, como asimismo la responsabilidad de las personas que hubieran tenido participación
en los hechos que motivaron la declaración de inconstitucionalidad, en conformidad a lo
dispuesto en los párrafos sexto, séptimo y octavo del Nº 15º del artículo 19 de esta
Constitución. Sin embargo, si la persona afectada fuera el Presidente de la República o el
Presidente electo, la referida declaración requerirá, además, el acuerdo del Senado adoptado por
la mayoría de sus miembros en ejercicio.
El objeto de control aquí son hechos, por lo que el Tribunal escapa en esta atribución de la
labor de control de normas que le es propia. Esos hechos son objetivos, actos o conductas
que realicen alguno de los siguientes supuestos (art. 19 Nº 15 pár. 6):
(a) no respeten los principios básicos del régimen democrático y constitucional;
(b) procuren el establecimiento de un sistema totalitario; y
182
(c) hagan uso de la violencia, la propugnen o inciten a ella como método de acción
política.
Esta atribución consiste, en consecuencia, en la aplicación directa de la norma
constitucional a fin de resolver respecto de la sanción de personas y la eventual
invalidación de normas que autorizan la existencia de un partido político. La Constitucíon
legitima para requerir el ejercicio de esta atribución (art. 93 incs. 15º y 16º):
(a) a cualquier persona, dado que es una acción pública, salvo cuando se trate un
requerimiento contra Presidente de la República, caso en el que sólo procederá el
requerimiento parlamentario;
(b) la Cámara de Diputados; y
(c) la cuarta parte de los miembros en ejercicio de la Cámara de Diputados.
En este caso, el Tribunal Constitucional podrá apreciar en conciencia los hechos que
motiven el requerimiento (art. 93 inc. 20), lo cual significa que contará con discrecionalidad
para resolver.
V. ATRIBUCIONES CONSULTIVAS. La Constitución establece que el Tribunal
Constitucional podrá actuar consultivamente frente a ciertas solicitudes formuladas por el
Senado (art. 93, inc. 11). La norma en cuestión remite a los casos contemplados por el
artículo 53 número 7 de la Constitución, el cual establece como atribución del Senado:
Declarar la inhabilidad del Presidente de la República o del Presidente electo cuando un
impedimento físico o mental lo inhabilite para el ejercicio de sus funciones; y declarar
asimismo, cuando el Presidente de la República haga dimisión de su cargo, si los motivos que la
originan son o no fundados y, en consecuencia, admitirla o desecharla. En ambos casos deberá
oír previamente al Tribunal Constitucional;
En este caso, no se trata de una atribución de control. Es importante señalar que el Tribunal
no podrá ejercer otras atribuciones consultivas distintas de las que en dicha norma se
indican. El Tribunal sólo podrá conocer de la materia a requerimiento del Senado (art. 93
inc. 14º). Tal como en el caso anterior, el Tribunal Constitucional podrá apreciar en
conciencia los hechos que suscitan la consulta. La solicitud que presente el Senado deberá
contener una exposición clara de los hechos y fundamentos de derecho que le sirven de
apoyo, y señalará en forma precisa la causal de inhabilidad que se aduce o, en su caso, los
motivos que originan la dimisión (art. 73 LOCTC). Deberá acompañarse copia íntegra de
las actas de sesiones en las que se hubiere tratado el problema y de todos los instrumentos,
escritos y demás antecedentes que se hubieren presentado o invocado durante la discusión
del asunto (art. 73 inc. 3º LOCTC). El Tribunal deberá informar dentro del plazo
improrrogable de quince días, contado desde que reciba la petición de informe (art. 73 inc.
4º LOCTC).
VI. CONTIENDAS DE COMPETENCIA. La Constitución entrega al Tribunal
Constitucional la siguiente atribución (art. 93, inc. 12):
Resolver las contiendas de competencia que se susciten entre las autoridades políticas o
administrativas y los tribunales de justicia, que no correspondan al Senado.
En este caso, tal como en los anteriores casos, se trata de una atribución jurisdiccional más
que de control constitucional. En este caso, “el requerimiento deberá ser deducido por
cualquiera de las autoridades o tribunales en conflicto” (art. 93 inc. 17º):
VII. INHABILIDADES, INCOMPATIBILIDADES Y CAUSALES DE CESACIÓN. La
Constitución entrega al Tribunal Constitucional la resolución de las inhabilidades,
183
incompatibilidades y causales de cesación que afecten a Ministros de Estado y
parlamentarios. En ambos casos estamos frente a una atribución jurisdiccional del Tribunal,
en el que aplica las normas en la materia contenidas en la Constitución. En ambos casos,
adicionalmente, el Tribunal apreciará en conciencia los hechos que suscitan la solicitud.
Respecto de los Ministros de Estado, la Constitución señala que es atribución del manera
del Tribunal Constitucional (art. 93, inc. 13):
Resolver sobre las inhabilidades constitucionales o legales que afecten a una persona para ser
designada Ministro de Estado, permanecer en dicho cargo o desempeñar simultáneamente otras
funciones;
En este caso habrá acción pública para activar la competencia del Tribunal (art. 93 inc. 15).
Respecto de los parlamentarios, la Constitución señala que es atribución del manera del
Tribunal Constitucional (art. 93, inc. 14 y 15):
Pronunciarse sobre las inhabilidades, incompatibilidades y causales de cesación en el cargo de
los parlamentarios…
Calificar la inhabilidad invocada por un parlamentario en los términos del inciso final del
artículo 60 y pronunciarse sobre su renuncia al cargo.
En este caso, pueden requerir (art. 93 nº 18):
(a) el Presidente de la República; y
(b) no menos de diez parlamentarios en ejercicio.

184
CAPÍTULO XII: JUSTICIA ELECTORAL
La justicia electoral tiene como finalidad, cautelar que los procedimientos previstos para
canalizar la voluntad del electorado y transformarla en representación popular no sean
desvirtuados, y que sea la voluntad real del electorado la que provea la configuración del
cuerpo de agentes de representación. La justicia electoral, por tanto, es una función del
Estado que consiste en examinar la correcta y legítima realización de las actuaciones
electorales y plebiscitarias, tanto en las cuestiones previas e indirectamente relacionadas,
como en las concurrentes y posteriores, subsanando los vicios y resolviendo los conflictos
suscitados en dichos procesos. Dicha actuación se lleva a cabo, mediante el examen de la
legalidad de las actuaciones electorales.
Existen numerosas instituciones que intentan motivar el correcto funcionamiento de los
procesos electorales y plebiscitarios que pueden o no dar lugar a problemas que impliquen
la necesidad de intervención correctiva. Ella va a ser requerida en la medida que se
produzcan irregularidades, esto es, se incumplan las normas establecidas en estas materias.
Se hace necesaria la intervención tendiente a constatar, sancionar y modificar tales
irregularidades, con el fin de que ellas no determinen una distorsión en la canalización de la
voluntad del electorado hacia la configuración del cuerpo de representación popular, en la
forma en que la legislación electoral ha previsto. El ejercicio de dicha función estatal, como
se verá, no es una competencia que recaiga necesariamente, como podría hacer concluir su
nombre (justicia), en órganos de carácter judicial.
En relación a esto, comentando la función e importancia de la justicia electoral, el Tribunal
Calificador sugirió, en la sentencia del asunto Vergara con TER Bío Bío:
Que el Tribunal Constitucional, en el trámite de control de constitucionalidad de la Ley
Orgánica sobre el Tribunal Calificador de Elecciones, en sentencia […] Rol 33-85, en el
considerando duodécimo, dejó establecido: “Que la doctrina y la jurisprudencia del propio
Tribunal Calificador de Elecciones demuestran con nitidez que éste constituye una fase esencial
y vital en los actos electorales y plebiscitarios, cuya ausencia impide prácticamente su
realización legítima” [sic].
Que la manifestación libre de la voluntad ciudadana en un acto eleccionario, no sólo importa la
protección por parte del sistema o régimen electoral chileno que asegure que los votantes
sufraguen en forma ilustrada y sin coacciones en el acto electoral de que se trata – y que para el
debido resguardo de este bien jurídico el legislador se ha valido de una serie de trámites –, sino
que significa que al conformarse la voluntad nacional o comunal, ésta sea reproducida y
recogida por la autoridad competente llamada a proclamar, debiendo valerse para ello de las
actas y cuadros de los colegios escrutadores y de las actas de las mesas receptoras de sufragios
que participaron en el respectivo proceso y, en subsidio de los medios anteriores, por el
escrutinio público de las cédulas electorales efectuadas todas dentro del marco estricto de la ley
(cc.14, 16).
En Chile la legislación aplicable por la justicia electoral y la que regula la organización y
atribuciones de los órganos que la ejercen, se encuentra en la Constitución así como en
diversas leyes. Entre estas leyes tenemos:
(a) Las leyes que regulan la organización y atribuciones de los órganos de la justicia
electoral son las respectivas ley orgánica constitucional del Tribunal Calificador de
Elecciones (L Nº 18.460), ley de los tribunales electorales regionales (L Nº 18.593) y
ley orgánica constitucional del Servicio Electoral (L Nº 18.556, en su título IV),
órgano que también es regulado por su ley orgánica de planta (L Nº 18.583).
185
(b) La ley que regula la realización de los procesos electorales relativos a la elección de
parlamentarios y del Presidente de la República es la ley orgánica constitucional
sobre votaciones populares y escrutinios. Referida a ésta, la ley orgánica
constitucional de municipalidades (L Nº 18.695) regula los procesos electorales
relativos a la elección de concejales y del alcalde. A su vez, la ley orgánica
constitucional sobre gobierno y administración regional (L Nº 19.175) regula la
elección de los consejos regionales.
(c) La ley orgánica constitucional de los partidos políticos (L Nº 18.603) establece para
ellos una serie de reglas con incidencia electoral, además de establecer la
competencia de la justicia electoral para conocer de la infracción a esas reglas.
(d) La ley orgánica constitucional sobre sistema de inscripciones electorales y Servicio
Electoral (L Nº 18.556) establece el sistema de registro e inscripción electoral,
estableciendo además, tanto reglas relativas al correcto funcionamiento del proceso
de inscripción, como las correspondientes sanciones y procedimientos aplicables.
(e) La ley Nº 19.884 sobre transparencia, límite y control del gasto electoral, establece
un sistema de límites al gasto de que los candidatos pueden realizar en sus campañas
electorales.
(f) Por último, las leyes orgánico constitucionales de municipalidades (L Nº 18.695) y
sobre gobierno y administración regional (L Nº 19.175), establecen procedimientos
para la declaración de la cesación en el cargo de los concejales y alcaldes y de los
consejeros regionales respectivamente, no consistiendo esta competencia una función
propia de la justicia electoral, sino una competencia especialmente encomendada por
la ley a algunos de los órganos que la integran.

Estructura orgánica de la Justicia Electoral


La justicia electoral chilena está integrada por al menos tres órganos: un órgano
administrativo, el Servicio Electoral, que vino a reemplazar a la anterior Dirección del
Registro Electoral; y dos órganos judiciales, el Tribunal Calificador y los Tribunales
Electorales Regionales.
I. SERVICIO ELECTORAL. El Servicio Electoral es un órgano autónomo de la
administración del Estado, que tiene personalidad jurídica y patrimonio propio, y que tiene
por finalidad esencial la administración de los distintos registros electorales y la
supervigilancia y coordinación de los demás órganos electorales administrativos, esto es,
las juntas electorales (arts. 4ss L Nº 18.556) y las juntas inscriptoras (arts. 12ss L Nº
18.556), además de las funciones encomendadas por la ley, en especial por el artículo 90 de
la ley Nº 18.556.
El jefe del Servicio es su Director, es a quien corresponde su administración, organización
y dirección, y es quién además posee una serie de facultades resolutivas y normativas que
hacen que sea un cargo de extrema relevancia (arts. 91ss L Nº 18.556).
El Servicio Electoral es un órgano desconcentrado regionalmente; la máxima autoridad del
servicio en cada región es su Director Regional el cual también posee una serie de
competencias resolutivas y normativas que, en especial en materia de derecho electoral
municipal, son de extrema relevancia.
II. TRIBUNAL CALIFICADOR DE ELECCIONES. El Tribunal Calificador de Elecciones
es un órgano cuya principal regulación se ubica en la Constitución. El capítulo IX de ésta,
186
sobre la justicia electoral, trata de la organización y competencias de este tribunal en sus
artículos 95 a 97. Tanto el Tribunal Calificador como los tribunales regionales son
tribunales especiales, que no tienen supervigilancia de la Corte Suprema, por expresa
decisión del legislador constitucional, acordada en el artículo 82.
El Tribunal se integra por cinco ministros (art. 95 incs. 1ºs):
(a) cuatro de ellos son ministros de la Corte Suprema en ejercicio, nombrados por ella
según la constitución vigente “mediante sorteo, en la forma y oportunidad que
determine la ley orgánica constitucional respectiva”. Sin embargo, la ley orgánica del
Tribunal Calificador de Elecciones no ha sido adaptada desde la modificación
constitucional de 1999 que cambió la forma de generación y composición del
Tribunal (L Nº 19.643). Existe por tanto una laguna legal respecto a la forma en que
la Corte Suprema debe realizar sus nombramientos;
(b) el quinto ministro es designado por la misma Corte Suprema, previo sorteo entre
todos los ciudadanos que hayan sido presidente o vicepresidente de la Cámara de
Diputados o el Senado por un año a lo menos. Éste, no podrá ser parlamentario,
candidato a cargos de elección popular, Ministro de Estado, ni dirigente de partido
político (art. 95 incs. 2ºs).
La duración del cargo de ministro del Tribunal es de 4 años, y se le aplican las
inhabilidades e incompatibilidades que rigen para los parlamentarios según los artículos 58
y 59 de la constitución (art. 95 inc. 4º).
La Constitución establece un mandato de regulación legal en su artículo 95 in fine. Dicho
mandato fue satisfecho mediante la promulgación de la ley Nº 18.460. No obstante, exigirse
que la organización y funcionamiento del Tribunal sea regulada mediante ley orgánica, las
competencias asignadas a él pueden ser establecidas por ley ordinaria. La planta de
funcionarios, sus remuneraciones y estatuto deben también ser fijado por ley, según el
artículo 97 de la Constitución.
El Tribunal funcionará en pleno, que para sesionar, requerirá la presencia de la mayoría de
los miembros en ejercicio; adoptará sus acuerdos por la mayoría de los presentes; en caso
de empate, decidirá el voto de quien lo presida (art. 11 L Nº 18.460). Procederá como
jurado en la apreciación de los hechos, pero sentenciará con arreglo a derecho (art. 95 inc.
5º). El Tribunal tiene la potestad para regular el procedimiento para la tramitación de las
causas y asuntos que se sustancien ante él mediante autos acordados, “en los que se
asegurará, en todo caso, un racional y justo proceso” (art. 12 L Nº 18.460).
Presupuestariamente, el Tribunal es un órgano autónomo, que tiene la dirección de su
propia administración financiera y al cual debe destinarse un presupuesto anual en la ley de
presupuestos de la nación.
III. TRIBUNALES ELECTORALES REGIONALES. Los tribunales electorales regionales
actúan normalmente como la primera instancia en el procedimiento judicial electoral, pese
a que en su ley orgánica está consagrado expresamente que ellos conocerán de los asuntos
que se les encomienda en única instancia. Las diferentes leyes que han conferido
competencias a estos tribunales se han encargado de alterar dicha norma general,
estableciendo el recurso de apelación respecto de algunas resoluciones especiales. Los
tribunales regionales son órganos judiciales autónomos, no sólo respecto de la Corte
Suprema sino también respecto al Tribunal Calificador.
Los tribunales regionales estarán compuestos por tres miembros (art. 96 inc. 2º):
187
(a) Uno de ellos será un ministro de corte de apelaciones que tenga jurisdicción sobre el
territorio en que se encuentre el Tribunal; éste será elegido por dicha corte y ejercerá
como presidente del Tribunal;
(b) los otros dos miembros serán elegidos por el Tribunal Calificador y deberán haber
ejercido la profesión de abogado, o haber desempeñado cargo de abogado integrante
o ministro de corte de apelaciones por al menos tres años.
La duración en el cargo será de cuatro años. Existirán ministros suplentes, tantos como
titulares.
Los Tribunales Regionales sesionarán con la totalidad de sus miembros titulares o suplentes
y los acuerdos serán acordados por mayoría. Procederán como jurado en la apreciación de
los hechos y sentenciarán con arreglo a derecho (art. 96 inc. 4º). La producción de autos
acordados por parte de los tribunales regionales ha sido un hecho constante. La habilitación
legal para su publicación se encuentra en el artículo 34 de la ley 18593.
El artículo 96 de la Constitución señala que una ley determinará las atribuciones, la
organización y el funcionamiento de estos tribunales, tanto como las inhabilidades e
incompatibilidades de sus miembros (incs. 3º y 5º). El artículo 97 establece que tanto la
planta como las remuneraciones y estatuto del personal serán establecidas por ley.
Presupuestariamente, los tribunales electorales regionales son órganos autónomos, que
tiene la dirección de su propia administración financiera y debe destinarse un presupuesto
anual en la ley de presupuestos de la nación.

Funciones de la Justicia Electoral


No sólo la Constitución determina las funciones o competencias de los órganos que
integran la Justicia Electoral; también la ley regula algunas de ellas, como veremos en esta
sección. Aquí veremos las competencias constitucionales de los órganos en cuestión; las
competencias legales que les encomiendan el escrutinio y calificación de elecciones; otras
competencias legales que les encomiendan tareas de carácter electoral; y las competencias
legales que les encomiendan tareas de carácter no electoral.
I. COMPETENCIAS CONSTITUCIONALES DE LOS ÓRGANOS INTEGRANTES DE
LA JUSTICIA ELECTORAL
Las competencias de los tribunales electorales chilenos están establecidas tanto en la
Constitución como en la ley. La Constitución establece las bases de la competencia de la
justicia electoral, que ya en ese nivel está dispuesta tanto para el Tribunal Calificador,
como para los tribunales regionales. Del análisis de los artículos 95 y 96 puede concluirse
que las competencias constitucionales de la justicia electoral son las siguientes.
Al Tribunal Calificador le corresponde:
(a) escrutar y calificar la elección;
(b) resolver las reclamaciones;
(c) proclamar a los candidatos electos, todo ello en las elecciones de senadores,
diputados y del Presidente de la República;
(d) conocer de los plebiscitos (arts. 128 y 129 CPol);
(e) también conocer, en la forma que la ley determine, de las apelaciones de las
resoluciones que los tribunales regionales dicten, conociendo del escrutinio y
188
calificación, reclamaciones y proclamación de candidatos electos, todo ello en las
elecciones que la ley les encomiende realizarlo; y
(f) tendrá las demás atribuciones que la ley determine. La propia ley orgánica del
Tribunal Calificador vuelve a señalar de manera general las competencias
establecidas en la Constitución, agregando que le corresponderá: “calificar los
procesos electorales y plebiscitarios, ya sean nacionales o comunales” (art. 9º L Nº
18.460).
A los tribunales electorales regionales les corresponde:
(a) conocer del escrutinio y calificación,
(b) reclamaciones y proclamación de candidatos electos, en las elecciones que la ley les
encomiende realizarlo; y
(c) de la calificación de las elecciones de carácter gremial y de aquellos grupos
intermedios que la ley señale.
Como puede observarse, la Constitución es especialmente generosa con la ley respecto a la
asignación de competencias de control de procesos electorales. Comparada con la
regulación del Tribunal Constitucional, por ejemplo, que en lo que respecta a sus
competencias, es exclusivamente constitucional, la regulación constitucional de la justicia
electoral es bastante mezquina. Es por ello que es de especial interés e importancia la
construcción de un catastro de competencias legales de los órganos integrantes de la justicia
electoral.
II. COMPETENCIAS LEGALES QUE ENCOMIENDAN ESCRUTINIO Y
CALIFICACIÓN DE ELECCIONES
El uso que hace la Constitución y la ley de las expresiones calificación y escrutinio pueden
llevar a confusiones. El escrutinio y la calificación de elecciones son dos actividades de
naturaleza diversa. El escrutinio debe ser entendido como el conjunto de actividades
técnico-administrativas cuya finalidad es determinar el sentido en que se ha manifestado la
voluntad del cuerpo electoral. La calificación, en cambio, debe ser entendida, respecto a las
elecciones, como la actividad de:
apreciar o determinar las calidades de ellas y las circunstancias en que se ha realizado, a fin de
establecer si se han seguido fielmente los trámites ordenados por la ley y si el resultado
corresponde a la voluntad realmente manifestada por el elector, en una decisión libre y sin
coacciones […] establecer si la elección se ha verificado en conformidad a las disposiciones
que la rigen y así poder declararlo, no sólo quienes han resultado elegidos, sino también si lo
han sido legítimamente (c.14, Rol 117).
El escrutinio tiene una naturaleza tal, que puede ser considerada una función materialmente
administrativa, aun cuando formalmente en el sistema jurídico chileno esté encomendada a
un órgano que ejerce jurisdicción. El escrutinio es un procedimiento de declaración, en el
cual se realiza una operación que ni es problemática ni es contenciosa, con la finalidad de
obtener los resultados de la votación y transformarlos en el resultado de la elección. En
cambio, la calificación tiene una naturaleza fundamentalmente evaluativa y busca examinar
si el procedimiento electoral en su totalidad fue llevado a cabo regular y legalmente. Como
señala el propio Tribunal Calificador en la sentencia del asunto Rol Nº 117:
la competencia de la Justicia Electoral respecto de la calificación de los procesos electorales no
consiste únicamente en la realización de una operación aritmética para formar los escrutinios
generales sino que es de su esencia escrutar, esto es, indagar, explorar y examinar
cuidadosamente la voluntad manifestada libremente por los ciudadanos (c.15).
189
Así puede verse que la comprensión que el tribunal tiene de la calificación, implica que ésta
es una actividad de carácter general, en la cual quedarían involucradas tanto la propia
indagación y examen del proceso electoral, como la resolución de las reclamaciones que
dicen relación con dicho proceso, tanto en la constitución de las mesas y la votación, como
en los actos electorales realizados después de la votación, como son el trabajo de los
colegios escrutadores y la confección de actas, por dar algunos ejemplos (arts. 79ss L Nº
18.700).
Dos de las cuestiones más relevantes referidas a esta materia son la determinación de la
naturaleza jurídica de las sentencias de escrutinio y calificación y la posibilidad que cabe a
los tribunales electorales de actuar de oficio en un procedimiento de calificación, ante un
indicio de irregularidad.
(A) COMPETENCIAS DE ESCRUTINIO Y CALIFICACIÓN DE LOS TRIBUNALES ELECTORALES
REGIONALES. Son seis las competencias de escrutinio y calificación de los Tribunales
Electorales Regionales:
(a) escrutinio, calificación y proclamación de candidatos electos en elecciones
municipales (art. 117 L Nº 19.695);
(b) reclamaciones de nulidad y solicitudes de rectificación en elecciones municipales (art.
117 L Nº 19.695);
(c) calificación, rectificaciones y proclamación de candidatos electos en elecciones del
consejo regional (art. 93 L Nº 19.175);
(d) conocer de las reclamaciones en elecciones del consejo regional (art. 91 L Nº
19.175);
(e) calificar las elecciones de carácter gremial y las de los grupos intermedios, que
tengan derecho a participar en la designación de los integrantes de los consejos
regionales de desarrollo o de los consejos de desarrollo comunal (art. 10 L 18593); y
(f) conocer de las reclamaciones que se interpongan con motivo de las elecciones de
carácter gremial y de las de cualesquier otros grupos intermedios (art. 10 L 18593).
(B) COMPETENCIAS DE ESCRUTINIO Y CALIFICACIÓN DEL TRIBUNAL CALIFICADOR DE
ELECCIONES. Las competencias del Tribunal Calificador de acuerdo con la legislación
vigente, ante las actividades de calificación y escrutinio son:
(a) escrutinio general de las elecciones de Presidente de la República, de diputados y
senadores y de los plebiscitos (art. 9 L Nº 18.460);
(b) conocer de las reclamaciones que se interpongan con motivo de las elecciones de
Presidente de la República, de diputados y senadores y de los plebiscitos (arts. 96ss L
Nº 18.700);
(c) apelación de escrutinio, de calificación y de proclamación de candidatos electos en
elecciones municipales (art. 117 L Nº 18.695);
(d) apelación frente a la resolución de reclamaciones de nulidad y solicitudes de
rectificación en elecciones municipales (art. 117 L Nº 18.695);
(e) apelación de escrutinio y calificación en elecciones de consejo regional (art. 94 L Nº
19.175); y

190
(f) apelación contra la sentencia que falla reclamaciones en elecciones de consejo
regional (art. 94 L Nº 19175).
III. OTRAS COMPETENCIAS LEGALES QUE ENCOMIENDAN TAREAS DE
CARÁCTER ELECTORAL
Existen numerosas competencias que si bien no califican la elección, dicen relación con la
correcta realización del contexto electoral que contiene a ésta. La supervisión que la justicia
electoral ejerce tenuemente, respecto a los actores más importantes del sistema electoral,
que son los partidos políticos, es una de ellas. También integra este grupo, la supervisión de
las actuaciones más importantes del Servicio Electoral y de las juntas electorales, en
especial aquellas que dicen relación con la declaración de candidaturas y la inscripción de
votantes.
(A) COMPETENCIAS DE LOS DIRECTORES REGIONALES DEL SERVICIO ELECTORAL. Son tres las
competencias de los directores regionales:
(a) declaración y rechazo de candidaturas a alcalde y concejal (art. 114 L Nº 19.695);
(b) determinación del número de consejeros regionales que corresponda elegir a cada
provincia (art. 29 L Nº 19.175); y
(c) pronunciamiento respecto a las cuentas de ingresos y gastos electorales (arts. 42ss L
Nº 19.884).
(B) COMPETENCIAS DEL DIRECTOR DEL SERVICIO ELECTORAL. Comprende las siguientes
competencias:
(a) Declaración o rechazo de candidaturas parlamentarias y presidenciales (art. 17 L
18.700);
(b) la aceptación de la oposición o el rechazo de la solicitud para la formación de partidos
políticos (arts. 10ss L 18.603);
(c) rechazo del balance de los partidos políticos (art. 35 L 18.603);
(d) cancelación de la inscripción de un partido político (art. 43 L 18.603); y
(e) pronunciamiento, aceptación o rechazo respecto a las cuentas de ingresos y gastos
electorales (arts. 42ss L 19.884).
(C) COMPETENCIAS DE LOS TRIBUNALES ELECTORALES REGIONALES. Comprende las siguientes
competencias:
(a) Reclamaciones contra declaración y rechazo de candidaturas a alcalde y concejales
por parte del director regional del Servicio Electoral (art. 115 L 18.695).; y
(b) reclamaciones frente a la resolución del Director Regional del Servicio Electoral que
fija el número de consejeros regionales que corresponda elegir a cada provincia (art.
29 L 19.175).
(D) COMPETENCIAS DEL TRIBUNAL CALIFICADOR DE ELECCIONES. Comprende las siguientes
competencias:
(a) Reclamación frente a la resolución del Director del Servicio Electoral que acepta o
rechaza la declaración de candidaturas parlamentarias y presidenciales (art. 18 L
18.700);

191
(b) apelación contra la sentencia que falla las reclamaciones contra declaración y rechazo
de candidaturas a alcalde y concejal por parte del Director Regional del Servicio
Electoral (art. 115 en relación con art. 117 L 18.695);
(c) apelación contra sentencia que falla reclamaciones frente a la resolución del Director
Regional del Servicio Electoral que fija el número de consejeros regionales que
corresponda elegir a cada provincia (art. 29 L 19.175);
(d) apelación frente a la resolución del Director del Servicio Electoral que acoge o
rechaza oposiciones a la formación de partidos políticos (art. 13 L 18.603);
(e) apelación frente la resolución del Director del Servicio Electoral que rechace el
balance de los partidos políticos (art. 35 L 18.603);
(f) apelación contra la resolución de la resolución del Director del Servicio Electoral que
cancele la inscripción de un partido político (art. 43 L 18.603);
(g) reclamaciones que tengan relación con la generación defectuosa del tribunal supremo
de un partido político (art. 57 L 18.603);
(h) apelación frente a sentencia que falla causas contra los partidos políticos y a sus
directivos por las infracciones de que trata el título VIII de la ley 18.603 (art. 56); y
(i) recurso de queja frente a casos de falta o abuso del Director del Servicio Electoral en
la aplicación de la ley 18603 (art. 60 L 18.603).
(E) COMPETENCIA DE UN MINISTRO DEL TRIBUNAL CALIFICADOR DE ELECCIONES ACTUANDO
COMO TRIBUNAL UNIPERSONAL. Dicho órgano podrá conocer de las causas contra los partidos
políticos y a sus directivos por las infracciones de que trata el título VIII de la ley Nº 18.603
(art. 56 L Nº 18.603).
(F) COMPETENCIA DE OTROS TRIBUNALES DE CARÁCTER ELECTORAL. Incluye dos casos: las
competencias de los juzgados de garantía que tienen carácter electoral; y las competencias
de las cortes de apelaciones que tienen carácter electoral.
Competencias de los juzgados de garantía que tienen carácter electoral:
(a) reclamación frente a la resolución que niega la inscripción en el registro de
inscripción de la junta inscriptora respectiva (art. 50 L Nº 18.556); y
(b) solicitud de exclusión de la inscripción ilegal (art. 52 L Nº 18.556).
Competencias de las cortes de apelaciones que tienen carácter electoral:
(a) apelación de la resolución del juzgado de garantía que falló la reclamación frente a la
resolución que niega la inscripción en el registro de inscripción de la junta inscriptora
respectiva (art. 50 L Nº 18.556); y
(b) apelación de la resolución del juzgado de garantía que falló la solicitud de exclusión
de la inscripción ilegal (art. 52 L Nº 18.556).
IV. COMPETENCIAS LEGALES QUE ENCOMIENDAN TAREAS DE CARÁCTER
NO ELECTORAL.
(A) COMPETENCIAS DE LOS TRIBUNALES ELECTORALES REGIONALES:
(a) Declaración de cesación en el cargo de alcalde y concejales (arts. 60, 76 y 77 L Nº
18.695);

192
(b) declaración de cesación en el cargo de consejeros regionales (art. 41 L Nº 19.175); y
(c) declarar las incompatibilidades que deriven de la aplicación del artículo 23 de la
Constitución Política y las inhabilidades que, de acuerdo a esa norma constitucional,
establezca la ley (art. 10 L Nº 18.593).
(B) COMPETENCIAS DE TRIBUNAL CALIFICADOR DE ELECCIONES:
(a) La competencia del Tribunal Calificador de Elecciones, que no tiene carácter
electoral, corresponde a la apelación de resolución de declaración de cesación en el
cargo de alcalde y concejales (arts. 60, 76 y 77 en relación con el art. 117 L Nº
18.695).

193
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Muñoz, Fernando (2013). “La Constitución de la desigualdad”. En: Igualdad, Inclusión y
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