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II. Freud nos cuenta que la hipnosis de pronto comenzó a desagradarle, ya que solo conseguía
poner en el estado hipnó tico a una fracció n de sus enfermos. Puesto que no podía alterar la voluntad del
estado psíquico de la mayoría de sus pacientes, se orientó a trabajar con su estado normal.
Freud corroboró que los recuerdos olvidados no estaban perdidos. Se encontraban en posesió n del
enfermo y prontos a aflorar en asociació n con lo sabido por él, pero alguna fuerza les impedía
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devenir concientes y los constreñ ía a permanecer inconcientes. Uno sentía como resistencia del enfermo
esa fuerza que mantenía en pie al estado patoló gico.
Las mismas fuerzas que hoy, como resistencia, se oponían al empeñ o de hacer conciente lo
olvidado tenían que ser las que en su momento produjeron ese olvido y esforzaron afuera de la conciencia
las vivencias pató genas en cuestió n. Freud llamó represión a este proceso y lo consideró probado por la
existencia de la resistencia.
Mediante el método catá rtico, se tuvo noticia de situaciones pató genas en donde había estado en
juego el afloramiento de una moció n de deseo que se encontraba en oposició n a los demá s deseos del
individuo, eran inconciliables con las exigencias éticas y estéticas de la personalidad. Sobrevino un
conflicto y la representació n que aparecía ante la conciencia como la portadora de aquel deseo
inconciliable sucumbió a la represió n y fue olvidada, y esforzada afuera de la conciencia junto con los
recuerdos relativos a ella.
En los histéricos y neuró ticos ha fracasado la represió n entramada con el deseo insoportable. La
moció n de deseo reprimida perdura en lo inconciente, al acecho de la oportunidad de ser activada, y luego
se las arregla para enviar dentro de la conciencia una formació n sustitutiva a la que pronto se anudan las
mismas sensaciones de displacer –el síntoma– es inmune a los ataques del yo defensor y en vez de un
breve conflicto surge ahora un padecer sin término en el tiempo. Los cambios por los cuales se consumó la
formació n sustitutiva pueden descubrirse en el curso del tratamiento psicoanalítico del enfermo y para su
restablecimiento es necesario que el síntoma sea trasportado de nuevo por esos mismos caminos hasta la
idea reprimida.
III. El método analítico ha ido variando en Freud, desde la técnica hipnó tica a la catarsis, llegando
a la asociació n libre donde dejamos al enfermo decir lo que quiere y nos atendemos a la premisa de que no
puede ocurrírsele otra cosa que lo que de manera indirecta dependa del complejo buscado.
Al aplicar esta técnica todavía vendrá a perturbarnos el hecho de que el enfermo a menudo
asevera que no se le ocurre absolutamente nada. Bajo el influjo de la resistencia hace a un lado la
ocurrencia percibida. El modo de protegerse de ello es pedirle que no haga caso de esa crítica. Que debe
decir todo lo que se pase por su cabeza, aunque lo considere incorrecto, disparatado, o desagradable. Por
medio de su obediencia a este precepto nos aseguramos el material que habrá de ponernos sobre la pista
de los complejos reprimidos.
Este material de ocurrencias constituye para el psicoanalista el material con el que trabajará.
Ademá s, para descubrir lo inconciente sirven otros dos procedimientos distintos, la
interpretación de los sueños y la apreciación de los actos fallidos.
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La interpretació n de los sueñ os es la vía regia para el conocimiento de lo inconciente, el
fundamento má s seguro del psicoaná lisis. Los sueñ os de los adultos suelen poseer un contenido
incomprensible, que en modo alguno no permite discernir un cumplimiento de deseo. Debemos
diferenciar el contenido manifiesto del sueñ o –tal como lo recuerdan de manera nebulosa por la mañ ana
y visten con unas palabras arbitrarias– de los pensamientos latentes –cuya presencia en lo inconciente
hay que suponer–. Los mecanismos del sueñ o son condensación y desplazamiento.
Los actos fallidos son el olvido de cosas que podrían saber y otras que en efecto saben (no
recordar un nombre propio), los deslices cometidos al hablar, deslices en la lectura y la escritura, perder o
romper objetos, hechos notables para los que no se suele buscar un determinismo psíquico y que se dejan
pasar sin reparos como sucesos contingentes, frutos de la distracció n, la falta de atenció n, etc. Las
acciones y los gestos, el jugar con objetos, tararear melodías, etc.
Todos estos procesos nos prueban la existencia de la represió n y la formació n sustitutiva aú n bajo
condiciones de salud. Para el psicoanalista no hay en las exteriorizaciones psíquicas nada insignificante,
nada contingente.
IV. La investigació n psicoanalítica reconduce los síntomas patoló gicos a impresiones de la vida
amorosa de los enfermos. Nos muestra que las mociones de deseo pató genas son de la naturaleza de unos
componentes pulsionales eró ticos y supone que debe atribuirse a las perturbaciones del erotismo la
má xima significació n entre los influjos que llevan a la enfermedad.
Ú nicamente las vivencias de la infancia explican la susceptibilidad para posteriores traumas y
conseguimos el poder para eliminar los síntomas.
El niñ o tiene sus pulsiones y quehaceres sexuales desde el comienzo mismo, desde ahí desarrolla
la sexualidad normal del adulto. Sobre la sexualidad infantil: la pulsió n sexual del niñ o es aun
independiente de la funció n de la reproducció n. Obedece a la ganancia de placer. La principal fuente de
placer sexual infantil es la apropiada excitació n en lugares del cuerpo particularmente estimulables, la
satisfacció n se halla en el propio cuerpo, es la fase del autoerotismo; y denominamos zonas erógenas a
todos los lugares significativos para la ganancia de placer sexual.
Es inevitable y normal que el niñ o convierta a sus progenitores en objetos de su primera elecció n
amorosa. Pero su libido no debe permanecer fijada a esos objetos primeros, sino tomarlos como meros
arquetipos y deslizarse hacia personas ajenas en la época de la elecció n definitiva de objeto. El
desasimiento del niñ o respecto de sus padres se convierte así en una tarea insoslayable.
V. Los seres humanos enferman cuando, a consecuencias de obstá culos externos o de un defecto
interno de adaptació n, se les deniega la satisfacció n de sus necesidades eró ticas en la realidad. Se
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refugian en la enfermedad para hallar una satisfacció n sustitutiva de lo denegado. El alejamiento de la
realidad es la principal tendencia y también el mayor perjuicio del enfermo. La resistencia a la cura tiene
varios motivos, no solo el yo se rehú sa a resignar las represiones mediante las cuales ha escapado a sus
disposiciones originarias, sino que también las pulsiones sexuales se rehú san a renunciar a su satisfacció n
sustitutiva.
La huida desde la realidad insatisfactoria a la enfermedad se consuma por la vía de la regresión, el
regreso a fases anteriores de la vida sexual donde había satisfacció n. Esta regresió n es doble: temporal,
porque la libido retrocede a estadios de desarrollo anteriores en el tiempo, y formal, porque para
exteriorizar esa necesidad se usan medios originarios y primitivos de expresió n psíquica. Apuntan a la
infancia y procuran un estado infantil de la vida sexual.
Las elevadas exigencias de la cultura y la presió n de las represiones internas hacen que
encontremos insatisfactoria a la realidad. Por esto, se mantiene una vida de la fantasía que compensa,
mediante producciones de cumplimientos de deseo, las carencias de la realidad. La naturaleza
constitucional de la personalidad está en nuestras fantasías. Siempre que, por las resistencias del mundo
exterior, uno no logre trasponer mediante el trabajo sus fantasías en realidad, se da un extrañ amiento de
la realidad y el individuo se retira a su mundo de fantasía, donde hay satisfacció n, y su contenido se
traspone en síntomas.
Lo que puede evitar que la persona enemistada con la realidad contraiga neurosis, es el poseer
talento artístico, de forma que pueda trasponer sus fantasías en creaciones artísticas en lugar de en
síntomas. Recupera, por este rodeo, el vínculo con la realidad.
Freud habla de la transferencia, que se da cuando el paciente vuelva sobre el médico un exceso de
mociones tiernas, contaminadas de hostilidad a veces, y que no se fundan en un vínculo real, sino en
antiguos deseos fantaseados icc del enfermo. Revive en su relació n con el médico esa parte de
sentimientos que no puede recordar. El estudio de la transferencia ayuda a entender la sugestió n
hipnó tica que usaba Freud al comienzo.
Freud dice que hay dos obstá culos para el reconocimiento del psa:
1- La falta de costumbre de tener en cuenta la vida anímica.
2- El desconocimiento de la razó n de que haya contenidos icc diferenciados de los cc.
En relació n al 2do obstá culo, es una de las resistencias má s habituales. Se teme hacer cc las
mociones sexuales reprimidas del enfermo, como si eso destruyera sus aspiraciones éticas superiores y
fuera despojado de sus adquisiciones culturales.
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En cuanto al desenlace, es imposible la destrucció n del cará cter cultural por emancipar a las
pulsiones de la represió n. El poder anímico y somá tico de una moció n de deseo es muchísimo má s intenso
cuando es icc que cuando es cc, por lo que hacerla cc no hace má s que debilitarla.
Los destinos de los deseos icc liberados por el psicoaná lisis tienen, al menos, tres desenlaces:
a) La represió n es sustituida por el juicio adverso. Se eliminan las consecuencias de estadios má s
tempranos de desarrollo del yo. El individuo reprimió en su momento una pulsió n inutilizable porque su
organizació n no estaba completa; con su madurez quizá s pueda gobernar lo que le es hostil.
b) Poder aportarles a las pulsiones icc descubiertas una aplicació n acorde a fines que ya habría
hallado antes si el desarrollo no estuviera perturbado. Esto es la sublimación, mediante la cual la energía
de mociones infantiles de deseo no es bloqueada, sino que las pulsiones pueden permutar su meta sexual,
inutilizable, por una superior, má s distante y socialmente má s valiosa. Una represió n que sobreviene
temprano hace que la pulsió n reprimida no pueda sublimarse, pero cuando se cancela la represió n, vuelve
a quedar abierto el camino a la sublimació n.
c) Cierta parte de las mociones libidinosas reprimidas tienen derecho a una satisfacción directa y
deben hallarla en la vida, porque no debemos descuidar por completo lo animal originario, ni olvidar que
la satisfacció n dichosa del individuo no se puede eliminar de las metas de nuestra cultura. No debemos
aspirar a enajenar la pulsió n sexual de sus genuinas metas.
Registros:
Imaginario: Viene de IMAGEN no de imaginació n. Lo imaginario significa imagen, impresió n que
nos llega de un objeto. Es la imagen que un objeto me devuelve: es formador del “yo” de acuerdo a la
imagen que me devuelve el espejo. Ideal que se forma a partir de otros que me dicen quién soy, como soy,
articulado al cuerpo. Cuestió n intuitiva. Pertenece al orden de la representació n no del sentido. Ej. del
Menó n: Respuesta del esclavo intuitiva que lo lleva al engañ o, al error.
Simbólico: Es la SINTAXIS bien hecha, pura. Red de significantes, de palabras, de símbolos, pone
en juego la estructura del lenguaje y la vida. Es lo que ordena o pone un antes/después, son los recortes
del espacio, del tiempo, de lo que falta o no falta: “me falta un libro en mi biblioteca” en ese orden que es la
biblioteca puedo saber que me falta UNO o que tengo uno de má s. Ej. del Menó n: la formalizació n que se
hace necesaria (diagonal que surge por el elemento irracional de la raíz cuadrada) pero que deja un resto.
Real: aquello del orden de lo IMPOSIBLE de ser imaginarizado o simbolizado, que está siempre en
el mismo lugar, donde todo es, donde nada falta ni nada sobra: es eso. Es lo que está en la vida, necesario e
inevitable, no hay saber epistémico al respecto que se pueda transmitir, ni un saber hacer. Nos va a decir
que falta y que no falta (relació n con lo simbó lico). Ej. del Menó n: el resto que deja lo simbó lico y que no
llega a cubrir todo (3,77777etc.)
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16º Conferencia: psicoanálisis y psiquiatría – Freud
El propó sito de Freud en sus conferencias no es despertar convencimientos ni adhesiones al
psicoaná lisis, sino dar incitaciones y desarraigar prejuicios. Para esto, busca en sus pacientes una actitud
de benévolo escepticismo. El psicoaná lisis no es un sistema especulativo sino má s bien experiencia,
expresió n directa de la observació n o resultado de su procedimiento. El conocimiento se alcanza con la
experiencia.
Acción sintomática de cerrar la puerta:
Lo que Freud llama una acció n sintomá tica es un acto fallido de personas que van a consulta con
él. Freud notaba que cuando no había nadie en la sala de espera, el paciente no cerraba la puerta detrá s de
sí, y cuando había gente, el paciente sí decidía cerrarla. Ante el descuido, Freud los obliga a cerrar la
puerta. La omisió n del paciente pertenece a un determinismo, no carece de sentido, ilustra la relació n del
recién llegado con el médico. Esta acció n no es cc, y siempre es particular de cada paciente, nunca general.
En psa, el sentido y la interpretació n siempre es singular y depende de la palabra del paciente.
La acció n sintomá tica de cerrar la puerta o no es tomada en cuenta por el psa como un mensaje
que da un paciente, inconcientemente, y Freud lo atiende obligando al paciente a cerrar la puerta. En
cambio, un psiquiatra aludiría este hecho, no le atribuiría importancia alguna, declara la acció n
sintomá tica como una contingencia sin interés psicoló gico.
Caso clínico:
Una mujer acude a consulta por sugerencia de su yerno. La mujer perjudicaba su relació n familiar
debido a sus celos excesivos. Estos ataques de celos se dan desde que ella estaba conversando con su
mucama, diciéndole que lo peor que le podía pasar era enterarse que su marido le era infiel. Al día
siguiente, recibe una carta anó nima por correo que decía lo mismo que ella había conjurado. La mucama
fue despedida por ser acusada de haber enviado la carta. La mujer sabía que probablemente la mucama
haya inventado todo, sin embargo, se desató de igual manera el delirio de celos.
Para la psiquiatría, la acció n sintomá tica es indiferente, pero el síntoma es importante. Pasará a
realizar una caracterizació n del síntoma y le otorgará un nombre, en este caso, delirio de celos. Si un
comportamiento no puede explicarse mediante un razonamiento ló gico, se le atribuye el cará cter de idea
delirante. El psiquiatra indagará en la historia familiar para atribuir el delirio a una transmisió n
hereditaria, pero hasta aquí se queda la psiquiatría clá sica, no puede avanzar má s en el tema.
Freud dice que si la idea delirante no puede ser desarraigada refiriéndola a la realidad, es porque
no proviene de ésta. El psicoaná lisis avanzaría indagando sobre las razones subjetivas que se relacionan
con la aparició n de la idea delirante. Indagar en có mo se involucra la mujer en su sufrimiento. La cuestió n
de la idea delirante ya estaba desde antes de la carta, apareciendo como un temor o como un
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deseo. Un deseo en el sentido de que eso se cumpliera para cubrir los deseos inconscientes que la mujer
sostenía en relació n al marido de su hija, a modo de alivianar el cargo de conciencia. La infidelidad de su
marido, de alguna forma justificaba su enamoramiento inconciente.
Freud habla de un mecanismo de desplazamiento: La fantasía de la infidelidad del marido fue
entonces un pañ o frío sobre su llaga ardiente. Su propio amor no le había devenido conciente, pero el
reflejo de él, que le aportaba esa ventaja, ahora se le hizo conciente de manera obsesiva, delirante.
En psa, en vez de diagnosticar y buscar una causa hereditaria, se habla de que la idea delirante
posee pleno sentido, y que pertenece a una trama de vivencias de la enferma. En segundo lugar, dice que el
ataque de celos se debe a una suerte de consuelo, como resistencia a los ataques basados en la ló gica y la
realidad. En tercer lugar, habla del determinismo, esta paciente tuvo este delirio de celos y no de otro tipo
debido al conflicto interno que ella misma tenía.
Consideraciones generales
¿El psicoaná lisis y la psiquiatría son incompatibles? Freud propone que hay una
complementariedad. Son los psiquiatras los que se oponen al psicoaná lisis, no la psiquiatría. Se debe usar
el psa para trabajar sobre la vida del alma, la fá brica interna del alma. El psa puede entender mejor el
mecanismo de los síntomas, y aunque aú n no puede modificar el delirio, busca que el sujeto logre hacer
algo má s “interesante” o “productivo” con estos síntomas.
a A
yo Otro
(moi) je Lugar del analista
(gramatica
l)
Lacan, en el seminario II, se dedica a esclarecer la posició n del yo. Expone este esquema con el
objetivo de explicar o fijar ideas para poder ubicar de alguna manera el lugar del paciente y lo que se
produce en el tratamiento psicoanalítico. Esto funciona como un condensador que ilustra có mo son las
relaciones que establecemos con nuestros semejantes, la barrera que supone el yo en la cura, la forma en
que el sujeto se identifica, las conexiones que se establecen entre el yo y el icc, el lugar del lenguaje y los
diferentes tipos de discurso.
Los esquemas muestran lugares, relaciones y funciones. El esquema está conformado por una serie
de puntos conectados por vectores. Hay 4 lugares, S (sujeto), a (yo), a’ (objeto a, otro) y A (Otro). Está n
denominados con letras del á lgebra lacaniana. Esos son 4 lugares que pueden ser ocupados de diferentes
maneras en diferentes ocasiones. Los vectores ponen de manifiesto las relaciones entre los elementos y su
direcció n. La vectorizació n indica determinació n. Del gran Otro, la A (pq en francés es Autre) parten dos
vectores, uno que va dirigido al a y otro a la S, estos vectores indican determinació n, o sea, tanto el a como
el S está n determinados por el Otro.
Después tenemos un vector que va desde a’ a a, esa determinació n va del otro, del lugar del
semejante, al yo. Este a (yo moi) es el lugar donde se intenta producir la representació n de uno mismo sin
fallas, sin fisuras. Es ese yo que se crea a base de engañ o y espejismo. Este eje imaginario tiene que ver con
el estadio del espejo, cuando hablamos de que el niñ o necesita identificarse con un semejante.
El eje imaginario tiene que ver con los fenó menos de proyecció n, y con esto que dice Lacan de que
el origen del yo se encuentra en el exterior y se organiza a partir de la imagen que se produce en el espejo
o de la imagen del semejante. El eje es imaginario porque el yo es una construcció n imaginaria y su
cará cter fundamental es como de espejismo.
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Lacan se esfuerza por diferenciar ese yo del sujeto. Para Freud la realidad del sujeto se halla en el
icc, excluido del yo, por lo tanto nunca puede coincidir con el yo. Aná logamente, se puede decir que el icc
es el sujeto ignorado por el yo. Ese sujeto no tiene nada que ver con el yo.
Otro vector va desde la S al a’. Entonces, el sujeto está determinado por el Otro pero el sujeto
determina su relació n con el objeto a’. Desde el Otro parten dos vectores, uno es continuo, que dice icc,
hasta ese eje imaginario que se entrecruza y se dirige a la S de manera discontinua. Si pensamos en las
formaciones del icc como los sueñ os, decimos que los sueñ os se producen en ese primer vector que va del
gran Otro al eje imaginario, luego es línea de puntos. Esto quiere decir que ese sueñ o está tramitado por el
yo. El eje imaginario es un eje resistencial. La resistencia se da en el plano imaginario.
El gran Otro es el lugar del lenguaje, tesoro de los significantes, es el gran có digo. Porta todos los
significantes que entran en juego pero no nos da la posibilidad de decirlo todo. Es imposible decir todo
porque hay límites de lo real. Un significante necesariamente necesita de otro ste para lograr una
significació n. Un ste nunca puede significar nada ni significarse a sí mismo. Esta ló gica indica que ese
tesoro de los significantes indica desde ya un lugar de falta. El lenguaje nos precede y nos constituye.
En el aná lisis el yo quiere decir una cosa pero dice otra. Cuando dice otra cosa, el lugar del Otro (el
analista) lo advierte, define el mensaje, y el yo se tiene que confrontar con eso que dijo, a pesar de lo que
quiso decir. Ahí se ubica el orden de la palabra.
La mayor parte de aquello sobre lo que el sujeto quiere poseer una certeza reflexiva, no es má s que
una disposició n superficial, racionalizada, justificada de lo que es su propio ser. Cuando el sujeto habla, no
sabe lo que dice porque no se ve realmente, solo se contempla desde el lado del yo. De ahí la necesidad de
que un analista sirva de testigo de esas palabras que se pronuncian y que el analista recoge y se las
devuelve al paciente de forma invertida.
No se trata de una relació n dual (de a a a’), de una cuestió n terapéutica de autoayuda, ni de dos
lugares, sino cuatro. Tampoco se trata de entender lo que el otro me está diciendo, porque si trato de
entender lo que me dice el otro, me estoy poniendo en el lugar del yo. El analista no puede quedarse en el
eje imaginario y hablar de a’ a yo, hablando desde el lugar del semejante, no puede ponerse en el registro
imaginario, porque la palabra que circula de yo a yo es una palabra vacía.
La palabra que circula en el aná lisis es la palabra plena, del registro simbó lico, es la que lleva algo
de la verdad del icc, la verdad que está en estado naciente. La transferencia se da entonces en el plano
simbó lico, y la resistencia en el plano imaginario.
El sujeto le va a pedir al A, Otro, el reconocimiento de su deseo, porque el sujeto ve al analista
como completo, y le va a pedir la garantía de su propia identidad. El Sujeto es quien tiene que emerger en
el aná lisis. Uno va al aná lisis desde el a, yo, y debe emerger el Sujeto para que se dé la transferencia. La
palabra que se dirige del Sujeto a A, tiene que poder atravesar el muro del lenguaje, que aparece en
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el eje imaginario, y es un obstá culo. La resistencia es imaginaria, resistencia a que algo de lo pleno de la
verdad en estado naciente, surja.
El analista se abstiene de cualquier opinió n personal. La escucha del analista se sostiene por la
atenció n libremente flotante y por esta abstinencia. Ahí es donde se crea un pacto de trabajo con estas
condiciones para que la dimensió n del icc se constituya en el aná lisis, se haga palabra. Para que aparezca
el icc se deben cumplir las reglas analíticas del paciente: “diga lo que se le ocurra”, y del analista: atenció n
flotante y abstinencia. Se afirma que el icc está estructurado como un lenguaje.
Apuntes de clase: lo simbólico en el sueñ o se rastrea en la solució n, tanto del conflicto, como la
solució n que se inyecta. Lo imaginario aparece primero, cuando Freud recibe a sus invitados con su
mujer, después habla con Irma y aparece esto de la paciente ideal. Esa tríada corresponde a
identificaciones. Lo imaginario vuelve a aparecer con la tríada masculina, el diá logo de clowns. Son
momentos en que el yo de Freud desaparece y aparecen sus identificaciones. Es un yo dividido en partes
como es el yo para Freud, un conjunto de identificaciones. Lo real comienza cuando Irma abre la boca y
ve esta imagen horrorosa. Normalmente es el momento del sueñ o en que uno despertaría, pero Freud
tiene agallas.
Lacan no contradice el deseo prcc-cc de Freud, esto de querer solucionar el problema de Irma y
demá s, pero lo que agrega, es esto de que Freud realmente no se da cuenta de su revolució n copernicana,
su descubrimiento.
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