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Fecha: 15/02/2013
Modalidad: Presencial
Lugar: Universidad de Claustro de Sor Juana

¿Cómo cura el psicoanálisis?

Oscar Zack
Viviana Berger: En principio damos las gracias a las autoridades de la Universidad del
Claustro de Sor Juana por habernos facilitado las instalaciones para llevar adelante esta
conferencia. Quiero mencionar especialmente a la Vicerrectora, la Dra. Sandra
Lorenzano, al director del Colegio de Psicología, Paulino Sabugal, y a Flor Trillo, la
directora de la biblioteca. Es muy amable de su parte alojarnos en esta casa – ojalá se
puedan organizar muchas más actividades en comunidad entre la Nel-Mx y esta
institución.

El día de hoy está con nosotros, visitándonos en el DF, Oscar Zack, colega de la Escuela
de la Orientación Lacaniana, de Buenos Aires, a quien recibimos con gran expectativa y
entusiasmo. Le damos, entonces, formalmente, la bienvenida y auguramos unas jornadas
muy fructíferas de trabajo, que se inician con esta conferencia, pero que en el día de hoy
se continúa – esta vez, en nuestra sede – a las 19.30 hs, en el espacio del Encuentro de
Biblioteca, para presentar su último libro, «Los decires del amor». Mañana, como
solemos programar, a las 11 hs iniciará el seminario en relación a un tema muy afín con
la conferencia de hoy, a propósito de la «Clínica de las neurosis». El seminario también
tendrá lugar en la sede de la NEL. Están todos, entonces, también invitados a participar
de estas otras propuestas.

Oscar Zack es un colega de aquellos que han sido protagonistas de la fundación de la


EOL y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis hace más de 20 años, que ha vivido y
ha escrito la historia de la Escuela desde el primer momento. Es un colega
absolutamente comprometido con la causa del psicoanálisis y que ha formado parte de
los organismos institucionales que conducen la Escuela. De hecho, ha sido Presidente de
la EOL en el período 2003- 2004 y Director en el período 2008-10. Ha recibido el
reconocimiento como AME (Analista Miembro de la Escuela) de la EOL (Escuela de la
Orientación Lacaniana) y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis). Tiene también
una importante trayectoria como docente; es docente del ICdeBA (Instituto clínico de
Buenos Aires), y además es Docente Invitado en la Maestría de Psicoanálisis de la UBA
(Universidad de Buenos Aires). Tiene varios libros publicados, entre ellos: «Introducción a
una Lectura de Jacques Lacan», en colaboración, Ed. Tekné 1985. «La psicosis de Freud
a Lacan», en colaboración, Ed. Tekné 1987. Es autor de «Efectos de la Experiencia
Analítica», Ed. Grama 2005. Su último libro, que les comentaba será presentado
oficialmente en México esta noche, lleva por título «Los Decires del Amor», Ed. Grama
2012.

Así decimos sobre Oscar Zack.

Ahora, sólo unas breves palabras en relación al tema de la conferencia, «¿Qué cura el
psicoanálisis?

Hace unas semanas escuchaba una mesa redonda que se llevaba a cabo en la
Sorbonne, en la que participaban Jacques-Alain Miller, otra psicoanalista – de otra
orientación -, y una feminista. La pregunta que convocaba la discusión era algo así como
«¿El matrimonio, es un lazo que libera?». La propuesta surgió a propósito de la
legalización del «matrimonio para todos» en Francia – ley que se anuncia en ese país
para octubre de este año. Entonces, la sociedad está debatiendo y en esa mesa redonda
los conferencistas van desarrollando los pensamientos, las reflexiones, las teorías, etc.,
todo muy filosófico, muy formal; hasta que luego, hacia el final, Jaques-Alain Miller dice
algo así como: «En fin, ya me cansé de hablar como intelectual. Ahora voy a hablar como
analista». Es decir, no como persona si como «analista». Y sigue: «Y voy a decir lo que
es mi posición en relación a este tema». Se produce un suspenso en la sala, y entonces
dice: «Lo que yo pienso – aclarando que hablaba absolutamente en su nombre y no en
representación de la AMP – es que la ley del «matrimonio para todos» lo que va a
producir para la comunidad homosexual, es una liberación de la vergüenza de ser
homosexual… – cosa que es muy importante porque en el consultorio se escucha el
padecer por la discriminación y la vergüenza de ser considerado como «diferente», y –
continúa – «el aporte que va a hacer a la comunidad heterosexual, es de liberarlos de la
idea, del prejuicio de la normalidad». Acto seguido, se escucha un efusivo aplauso del
auditorio.

Con esto quiero subrayar, quiero transmitir, que la concepción del psicoanálisis en
relación a la «curación» es una concepción absolutamente respetuosa de las
singularidades de cada quién, y que en tanto tal, está más allá de las creencias colectivas
en cuanto a los criterios de normalidad, está más allá de los ideales del discurso de la
sociedad – lo que no quiere decir que el psicoanálisis desatienda la demanda de alivio al
sufrimiento que le dirige el paciente. Sólo que – debemos decir – el psicoanálisis no se
restringe al levantamiento sintomático sino que aborda la dimensión del fantasma y del
goce incluidos en el síntoma del sujeto.

En este sentido, Oscar adelantaba en el argumento de esta conferencia, algo que


seguramente va a desarrollar con detalle, que es la separación del psicoanálisis en
relación a las psicoterapias. Entonces quizás podamos ubicar algunas coordenadas para
iluminar preguntas que se formulan muy habitualmente, como por ejemplo, ¿cómo saber
que estamos haciendo psicoanálisis y no estamos haciendo psicoterapia? ¿Cómo saber
cuando opera el deseo del analista y cuando lo que está funcionando en el dispositivo es
la sugestión? Dicho sea de paso, ¿hay sugestión en un análisis?

En fin, a continuación una exposición en relación a la experiencia analítica desde el punto


de vista de la cura que invoca el deseo del analista.

Le cedo entonces, ahora sí, la palabra a Oscar Zack.


Oscar Zack: Gracias Viviana, por la presentación y gracias a las autoridades del Claustro
por alojarnos en esta actividad. Desarrollar una conferencia frente a una audiencia
desconocida requiere ubicar previamente algunas coordenadas para orientar tanto al
conferencista como a los eventuales participantes.

En algunas ocasiones no suele ser muy cómodo el lugar del responsable de una
conferencia, ya que en general no es posible tener alguna certidumbre acerca de quien
es el Otro a quien la misma se dirige, el Otro de la interlocución.

Suele pasar también que los que escuchan una conferencia ignoran qué es lo que
acredita al conferencista para ocupar ese lugar.

Ubicada esta tensión, hay que decir que suele tratarse de una ignorancia recíproca entre
los dos polos de la interlocución. Este lazo tiene un nombre se trata de una doble
desuposición del saber.

El desafío es pasar de esta desuposición inicial a una esperable suposición de saber.

Voy a partir de la idea que los aquí presentes están concernidos, aunque sea por
curiosidad, por un interés por el psicoanálisis, por el psicoanálisis de la orientación
lacaniana.

Es indudable que en los comienzos de siglo XXI nuevos desafíos se presentan tanto para
el psicoanálisis como para los psicoanalistas, como así también para todos los
practicantes que orientan su acción sostenidos fundamentalmente en el efecto curativo
que la palabra posee.

Tiempos actuales, tiempos de la hipermodernidad en los cuales, irrumpen nuevas


problemáticas que se manifiestan de tal forma que van determinando modificaciones en
nuestra práctica.

Esto hace que hoy, los psicoanalistas, nos ocupemos de fenómenos, acontecimientos y
problemáticas que nos eran un poco ajenas, apenas 20 o 30 años atrás. Las
modificaciones en el campo de lo político, lo cultural, lo científico, fueron determinando
que los analistas nos transformemos en un objeto más dúctil, más maleable, más al
alcance de todos.

Objeto útil no solo para responder a las llamadas nuevas angustias y nuevos síntomas
(anorexia, bulimia, adicciones, ataques de pánico, etc.) sino también para que podamos
participar con algunas respuestas a las situaciones que –viniendo del campo de lo social-
irrumpen en la subjetividad moderna creando así nuevas causas para el sufrimiento
subjetivo. Es decir que los analistas debemos participar en los debates de la modernidad
a partir de sostener un decir diferente.

Ahora bien, es sabido que el psicoanálisis no es original ni novedoso en tratar, de ser


eficaz, por medio de la palabra, para tratar de dar respuesta al dolor o al desamparo del
ser humano. Tiene sus antecesores: el oráculo, el shamán, los sacerdotes, fueron y son
representantes de saberes que intentaron e intentan dar respuesta a la división
estructural del sujeto humano; son, por así decirlo, los antecesores del Sujeto supuesto al
Saber.
Pero la práctica del psicoanálisis mantiene con ellos diferencias irreconciliables, en la
medida en que posee una concepción singular del lenguaje y del sujeto y por cuyo efecto
inaugura una nueva relación de éste con su palabra.

«El analista, dice Lacan, se distingue en que hace de una función que es común a todos
los hombres, un uso que no está al alcance de todo el mundo cuando porta la palabra»
[1]

Entonces, lo verdaderamente novedoso que introduce el psicoanálisis es la manera en


que se invita a hablar al sujeto y la forma en que se lo escucha.

En términos freudianos, se trata de la asociación libre y la atención flotante.

Freud fue el primer analista y analizante de de la historia, su libro la interpretación de los


sueños testimonia de esto, y su verdadero invento es el psicoanalista, en tanto agente de
un discurso -el discurso analítico- y posicionado en un dispositivo específico: el dispositivo
analítico.

Es en este sesgo que podemos nuevamente evocar el texto de Lacan del año 1955
(«Variantes de la Cura Tipo») en el que afirma: «Se trata [el psicoanálisis] ciertamente de
un rigor en cierto modo ético, fuera del cual toda cura, incluso atiborrada de
conocimientos psicoanalíticos, no sería sino psicoterapia.»[2]

No basta con hacer uso de una retórica psicoanalítica para dar consistencia a una
práctica que difiere de otras prácticas psicoterapéuticas.

Por otra parte, es sabido que desde muchos años atrás, se nos intentó adjudicar a los
analistas lacanianos un supuesto desinterés por el sufrimiento del ser humano, se decía
que la nuestra era una práctica que pivoteaba sobre una cierta aventura intelectual y que
nos despreocupábamos tanto del síntoma, como de la angustia y el malestar. Nada más
alejado de nuestro horizonte.

Frente a esas criticas mal intencionadas no está de más recordar la afirmación freudiana
que sostiene que en el psicoanálisis la cura adviene por añadidura, que un analista
imbuido de un supuesto deseo de curar es empujado, por efectos de estructura, por fuera
del discurso analítico.

Esta preocupación ubica en nuestro horizonte la necesidad de ser los custodios de esta
práctica, recordando que la inquietud por el destino del psicoanálisis no fue ajena a Freud
quien ya en el año 1910 en su artículo El porvenir de la terapia psicoanalítica sostiene
esta cuestión sobre tres factores: 1º) progreso interno, 2º) incremento de autoridad y 3º)
efecto general de nuestra labor. Freud advertía acerca de las resistencias que emanarían
desde el campo social en relación a nuestra práctica en tanto que no vería con agrado «la
revelación de sus daños y de sus imperfecciones y que nos acusa de socavar los ideales
porque destruimos algunas ilusiones» observando y también orientando a los
practicantes que «no debemos olvidar que tampoco es posible situarnos en la vida como
fanáticos higienistas o terapeutas».

Es decir el consejo freudiano es que debemos sustraernos del deseo de curar y nunca
perder de vista la tensión existente entre lo individual y lo colectivo.
La práctica psicoanalítica en la actualidad debe poder instituir una dialéctica fecunda
entre lo tradicional y lo nuevo, entre lo clásico y lo moderno.

Sin estándares pero con principios.

Hay que acompañar el despliegue de lo nuevo, sostenido en la recuperación de lo que de


la tradición es necesario sostener como punto de apoyo al proceso de innovación.

En este sentido la enseñanza de Lacan es una innovación respecto de la tradición


freudiana. La innovación lacaniana en el campo de la práctica analítica apunta a
conmover la estructura de aquellas prácticas, que si bien tienen su raíz en la teoría
freudiana, fueron abandonando lo verdaderamente subversivo que posee y fueron
adaptando su perspectiva terapéutica para adecuarse de la mala manera a los ideales
adaptativos de cada época, de tal forma que Lacan no dudó, por las mejores razones, de
cuestionar la pérdida de rumbo del psicoanálisis post–freudiano como así también las
ofertas psicoterapéuticas que se alejan de los principios analíticos. Así no dudo en
cuestionar la ritualización de nuestro quehacer sostenido en reglas técnicas como por
ejemplo en el rígido y obsesivizante encuadre analítico.

El retorno a Freud proclamado por Lacan se inscribe en esta perspectiva.

La práctica analítica se sostiene en conceptos y no en preceptos, es decir en principios


que determinan que los límites de nuestra acción (acto e interpretación) están dados por
el límite ético que se articula al discurso analítico.

De esta forma vamos delineando la diferencia entre psicoterapia y psicoanálisis.

Nuestra oferta sigue apoyándose en la confianza y la creencia en el síntoma. El síntoma,


así lo consideramos, es lo más real (concepto lacaniano), lo más singular de un sujeto,
esta singularidad impide que su padecimiento sea colectivizable. Nuestra orientación no
solo no pretende acallar al síntoma, sean los clásicos o los que se presentan bajo sus
nuevas formas (anorexia, bulimia, adicciones, etc.), sino que lo que propiciamos es
hacerlos hablar.

Así es factible sostener que el síntoma esta hecho de palabras, palabras condensadoras
de goce, y ocupa en el discurso del analizante el vacío que crea una verdad singular que
no alcanza el estatuto del discurso.

No esta demás recordar que el psicoanálisis, desde su origen, se constituyo en un fiel


defensor del sujeto, del sujeto afectado por los efectos, en su subjetividad, tanto de la
palabra como del lenguaje, de lo contingente como de lo estructural, con los efectos
condicionantes de su deseo como de su goce siendo estas algunas de las variables que
van determinando su ser.

El psicoanálisis tiene como objetivo hacerse cargo de la cura del padecimiento del sujeto
que se resiste a ser reducido a un organismo, que se resiste a aceptar que su cura
implica la adaptación a una norma que no lo cuenta en su singularidad.

Esta caracterización deberíamos tenerla siempre presente en la medida que no


olvidemos que tanto la inhibición como el síntoma y la angustia son expresiones
manifiestas de causas enigmáticas construidas sobre la base de ciertas perturbaciones
del sentido que responden a la conjunción de efectos estructurales como de causales
singulares.

Ahora bien, hay que poner en nuestra reflexión los cambios de paradigmas que se han
sucedido en los últimos cincuenta años.

Es por esto que nuestra práctica no puede ser, o no tendría que ser, una práctica
nostálgica. Hoy nos topamos con los llamados nuevos síntomas.

Los nuevos síntomas son formas expresivas de lo que en el mundo contemporáneo se


muestra como patologías de la época. ¿Cómo ofrecer el discurso analítico a patologías
que, en principio, rechazan el inconsciente? La histeria clásica, que todavía existe, no
rechaza al inconsciente, el psicoanalista se mueve más cómodo cuando la demanda
viene proferida por la histeria, o por otro forma de presentación de las neurosis.

Es un desafío para los analistas, que sin renunciar a los principios de los cuales se nutre
la doctrina, poder ofrecer en el mercado actual una dimensión del psicoanálisis y también
del psicoanalista, acorde al momento de la época. Esto quiere decir ser inflexible en los
principios y ser flexible en la expresión fenoménica de nuestras ofertas. Lo mejor que le
puede pasar a cualquier sujeto cuya patología lo aleja de la dimensión del síntoma como
mensaje, es encontrarse con un psicoanalista que lo acompañe en el intento de tratar de
transformar ese síntoma, que aparece como una coagulación del goce, en un síntoma en
el que se admite que aloje algún saber, un saber no sabido.

Como contrapartida a esta perspectiva se encuentra la aspiración de algunas prácticas


que vestidas con el ropaje de la ciencia pretenden construir una descripción programada
de cada uno de nosotros – desde la programación genética hasta la programación del
entorno, pasando por el cálculo cada vez más preciso de los riesgos posibles -, tratando
de hacer existir así una causalidad programada. Llegado a este punto cabe la pregunta
¿qué puede esperar un sujeto del psicoanálisis? ¿Cuál es su eficacia? ¿Qué destino para
el síntoma?

La eficacia del psicoanálisis no puede ser puesta en duda en la medida que se admita el
poder que la palabra puede tener en un sujeto, pero a diferencia del pensamiento mágico
el psicoanálisis intenta dar cuenta de la función de la causa, de la causa singular, que se
revela en las formas de goce de cada sujeto, que se revela en el síntoma en la inhibición,
en la angustia. Así cada sujeto debe ser considerado como un sujeto de excepción y no
incorporable a un conjunto universal.

El psicoanálisis promueve que la cura de la neurosis implica curarse del propio destino –
el pasado condiciona pero no condena, el sujeto siempre es y será responsable, más no
culpable, de sus elecciones tanto en el campo del deseo como del goce. Es lo que Lacan
llamo «la insondable decisión del ser».

Para poder transitar este camino Freud funda un dispositivo, un dispositivo de palabra,
que quiere decir que el sujeto que habla dará su consentimiento al hecho que a partir de
su decir se puede ubicar lo que dice, lo que dice en torno a alguna verdad singular, así
brevemente se introduce el concepto inconsciente y el de interpretación analítica que hay
que subrayar que no se debe confundir con la hermenéutica (si bien la hermenéutica es
una interpretación, la interpretación analítica no es una hermenéutica). La interpretación
analítica apunta a buscar un efecto sujeto, renunciando a buscar a un supuesto sentido
último.

El efecto sujeto hay que entenderlo a partir de considerar que éste, se produce más por lo
que desconoce que por lo que conoce. De esta forma sostenemos que la interpretación
analítica es una producción, que busca el desencadenamiento del proceso asociativo y
que se constituye así en un acto creador.

Esta orientación tiene presente que el que escucha, el analista es aquel que puede poner
en práctica una escucha diferente que entre otras cosas debe siempre abstenerse de la
tentación de constituirse en un crítico de los dichos del analizante. La escucha diferente
también quiere decir que el analista es el que admite que la misma opera a partir de su no
saber, su no saber del caso que le toca escuchar. Es la manera de sostener el principio
que dice que cada caso es un caso único. Para decirlo más claramente: El analista nunca
opera con su saber.

Estas coordenadas hacen que nuestra práctica se aleje de la técnica en la medida que
esta haría que el caso pierda su especificidad y su singularidad. Ahora bien, cabe
preguntarse: ¿Qué es lo que permite, autoriza, al analista para que sostener una escucha
diferente, y un decir diferente?

Hay un concepto que permite que esta dialéctica se instale, es el concepto de


transferencia. La primera aproximación que podemos introducir con relación a la
transferencia es que es el nombre que se le da al despliegue o a la expresión de los
afectos que se presentifican en el lazo entre analista y analizante, desde la perspectiva de
este último. Esto hace que la palabra del analista posea para el analizante un efecto
especial. En principio de lo que se trata es del clima bajo el cual se desenvuelve una
experiencia de análisis.

Nuestra concepción de la transferencia y su instrumentación hacen que nuestra práctica


se diferencie del uso que hace el otro psicoanálisis y también del uso que hacen las
distintas expresiones de la psicoterapia, razón por la cual decimos que «el psicoanálisis
es una terapéutica que no es como las demás»[3]. Una primera consecuencia dice: el
analista no es un terapeuta como los demás. Entonces cabe preguntarse dónde ubicar su
diferencia.

La misma no es fenoménica sino estructural ya que se puede sostener muy bien el


semblante del psicoanalista pero funcionar en los hechos como un psicoterapeuta.
Afirmar que la diferencia es estructural es sostener que hay un solo discurso, idóneo para
conducir una cura en la perspectiva del psicoanálisis. El analista dirige la cura a partir que
se ubica en el dispositivo como un objeto, el objeto a, es decir que suspende su condición
de sujeto.

La misma estructura del dispositivo, en la medida que llama al silencio del analista,
empuja a ese lugar. Cabe aclarar que el silencio no quiere decir estar callado sino que
implica un decir que apunte a lo singular del sujeto. El silencio es un acto. El discurso
analítico condiciona al analista tanto en su interpretación como en su acto; de estos, sin
lugar a dudas, se desprende su posición ética, deudora entonces de un discurso.

La interpretación suele ser el nombre que nombra la palabra del analista, incluso cuando
éste calla. Es la manera de entender la preferencia de Lacan por un discurso sin
palabras.

Retornado a la tensión entre psicoterapia y psicoanálisis, en 1970, veinte años después


de «Variantes…» podemos leer en «Televisión» que la psicoterapia conduce a lo peor.
En una lectura apresurada, o quizás ingenua, podría parecer que aquí Lacan produce
una afirmación antagónica a la anterior. Muy por el contrario, nos transmite y nos ubica en
el valor exacto que le damos a la experiencia analítica y su articulación con la
psicoterapia. Que ésta conduce a lo peor es indudable, ya que hay una imposibilidad
lógica que nos lleva al fracaso cuando intentamos, objetivos de la psicoterapia,
terapeutizar al inconsciente, terapeutizar a la pulsión. Ofertar psicoterapia conlleva una
suerte de engaño, ya que el sujeto posee su propia terapéutica, que en la doctrina
responde a un concepto: el fantasma.

El fantasma es la terapéutica personal del neurótico, que cumple una función en la


estructura de la constitución subjetiva. El fantasma es la respuesta que el sujeto se da a
la pregunta que se formula a partir del síntoma. El síntoma es una pregunta, y el
fantasma es una respuesta que no da respuesta a la pregunta del síntoma. La
inadecuación estructural entre ambos hace que en algún momento, como efecto de
alguna identificación que ha trastabillado (y que ha dejado de ser un sostén efectivo para
el sujeto) presentifica al síntoma en una dimensión enigmática para el sujeto mismo, y
suele generar las condiciones -es decir, empujar al sujeto- para motorizar alguna
demanda de cura.

Entonces, instituida una demanda, es una forma de denunciar en acto el fracaso de la


solución terapéutica personal, el fracaso de la función del fantasma. De esto podemos
concluir la dimensión de engaño que implicaría la oferta de una vuelta a un statu-quo ante
a la irrupción del síntoma. Es en esta perspectiva que nos autorizamos a afirmar que la
psicoterapia sería un uso mezquino de los efectos analíticos.

Así ubicamos una diferencia radical entre la psicoterapia y los efectos terapéuticos, de los
cuales el psicoanálisis no sólo no reniega sino que por el contrario promueve, lo
denominamos psicoanálisis aplicado.

Ahora bien, lo novedosos que también introduce Lacan en su intento de sacar a la


práctica de la burocratización se capta también en la modificación de los llamados
estándares del encuadre.

En nuestra perspectiva no hay ninguna lógica que le dé racionalidad a los cincuenta


minutos, podemos decir no hay ninguna lógica en la cual sostener un horario rígido, un
tiempo predeterminado de la sesión. Entonces, la conceptualización lacaniana introdujo
variaciones en la práctica misma: tiempo de las sesiones, durabilidad de los tratamientos
y un intento de conceptualizar el fin del análisis que avanza también sobre la reflexión
freudiana.
La enseñanza de Lacan conmueve las bases doctrinarias de la práctica; a la rutina,
Lacan le opuso la invención, al dormir, Lacan le opuso el despertar. Ubicar esto implica
que el encuentro con un analista es el encuentro con el agente de un discurso que le da
un estatuto diferente a la palabra del sufriente. Para nosotros la palabra no es instrumento
de comunicación sino que, a partir de ella, se inscribe la dimensión gozosa que la cadena
significante vehiculiza. Hablar –para nosotros- no es comunicar, es ubicar los sujetos de
la intercomunicación, hablar es también perder goce, la catarsis así lo demuestra. Para
un sujeto sufriente no es poco el encuentro con alguien que no se posicione como amo.
Entonces ¿qué proponemos como analistas frente a la palabra que se despliega en un
discurso?

Que el que habla se haga responsable de lo que dice.

No vale el «yo quise decir otra cosa», hay que soportar lo que se dice. Hay que saber que
alguien que dice «yo quise decir otra cosa», todavía no tiene esa permeabilidad para
captar lo que emerge como enunciación a partir de sus enunciados, lo que emerge como
la dimensión inconsciente a partir de su discurso consciente. Sabemos que la palabra
tiene, por estructura, un efecto de sugestión. Entonces, cuando intentamos diferenciar
una práctica de otra práctica, un psicoanálisis de una práctica de la palabra que no lo es,
hay que recordar que la diferencia es no sólo el uso de la palabra, sino también el rigor
ético que el uso de la palabra determina.

Ahora bien: todo análisis comienza por una demanda que en una dimensión fenoménica
promueve el encuentro entre un sujeto y un analista -en este punto vale un poco la
generalización- que viene vehiculizado por cierto fracaso, por cierta ruptura del lazo
social. Si el síntoma, al albergar un goce desconocido, una satisfacción desconocida, es
displacer, si el síntoma es algo que no anda en el campo de lo real, por el contrario el
fantasma suele proveer placer. El fantasma es una máquina de transformar goce en
placer. Cualquier sujeto en su fantasmagoría, o en sus sueños, puede constituirse en el
héroe de su novela, nadie se lo impide. La demanda, en general, viene vehiculizada
cuando el síntoma se convierte en signo de algo que no anda, de que algo anda mal para
el sujeto. El encuentro con un analista implica la apertura de un espacio en el cual se va a
producir la ruptura del diálogo convencional.

Desde nuestra perspectiva el esquema de la interlocución dice que el receptor, quien


recibe el mensaje, decide lo que el emisor dijo. La interpretación se sostiene en esta
lógica, y parte de la premisa «tú lo has dicho». Es «tu lo has dicho en la medida en que
yo lo escuché».

Un sujeto habla, el analista escucha, interpreta y por efecto retroactivo le dice «tú has
dicho esto», «tú has dicho esto que se desprende de tus dichos, más allá del que tú lo
hayas querido decir». La interpretación se sostiene en esta lógica: no importa lo que
quisiste decir, importa lo que dijiste. Es la diferencia entre el enunciado y la enunciación,
la diferencia entre el dicho y el decir.

Quiero ilustrar brevemente esta cuestión a partir del siguiente relato: una mujer llega a la
consulta empujada, entre otras causas, por el padecimiento de su asma, al ser
interrogada por las razones de este síntoma hace referencia a que su madre también es
asmática, esta respuesta queda inscripta bajo lo que llamaría una teoría genética. En otro
momento de su relato admite que su hermano no padece de dicho síntoma, por lo cual se
precipita la caída de la teoría que sostenía la causa del mismo. En un tercer momento
relata con angustia un fantasma que la atormentaba desde pequeña, la posibilidad de ser
una hija adoptada. Se esclarece de esta forma la solución que el síntoma aportaba. El
asma intentaba garantizar una filiación que estaba puesta en duda. Despejado el lazo
perturbador entre el síntoma y el fantasma se pudo concluir el tiempo de las entrevistas
preliminares para dar lugar al comienzo del análisis.

Esta perspectiva presentifica las coordenadas, que permiten poner en acto un discurso
que se oponga a la masificación alienante del sujeto, que en este caso, hubiera implicado
darle consistencia a este ser de asmática que la dejaba a merced del goce sintomático.
Eso es lo que ofertamos nosotros (en un primer tiempo, obviamente): a la certidumbre
inconsistente le oponemos, la duda fecunda que permita arribar a una certidumbre
consistente. No esta demás recordar que a duda metódica es la base de la ciencia, es el
pensamiento cartesiano, que no se sostiene en la duda obsesiva, sino en la duda
metódica, es decir que un sujeto que viene con una certidumbre se va con una
incertidumbre.

Otro ejemplo: primera entrevista, un joven comienza el relato de sus explosiones de ira,
que terminan en situaciones de mucha angustia personal. Cuando se lo invita a hablar al
respecto describe cómo, para la familia y para él, estos episodios se transforman en un
problema serio, y que tiene muy bien contabilizados a estos episodios, de explosión de ira
y de violencia. No llega a la acción, pero entra en un estado de desesperación. Indagando
un poco más, relata su rigidez subjetiva para poder tramitar de la buena manera los
momentos desagradables en la cotidianeidad de su vida, es un sujeto que no quiere
admitir la contingencia. Es alguien que se va cargando y no encuentra canales eficaces
de dialectización de esa violencia que se le va generando. Le digo: «ah, ¡entonces no es
un problema, es una solución! Se va sumando, sumando, y sumando y la explosión es la
solución a todo eso. El problema es la sucesión de hechos». El sujeto, con lucidez, dice
«¿usted me está diciendo que yo soy como una olla a presión?». «Exactamente –
respondo- usted es una olla a presión».

Como se puede captar se trata de que los sujetos vienen a la consulta con una cierta
certidumbre: «tengo tal o cual problema»; y se encuentran en el dispositivo analítico con
que el supuesto problema aporta una solución, es la dimensión de solución que tiene el
síntoma. Una mala solución pero una solución al fin. Eso abre una perspectiva
completamente distinta.

¿Qué es lo que probablemente hubiera hecho un practicante no advertido que el síntoma


es una solución? Hubiera intentado una supresión de los ataques de ira, una suerte de
reeducación emocional, sin tomar en cuenta la dimensión gozosa de la pulsión que todo
síntoma anida, sin considerar la solución que este síntoma aportaba.

Dicho de otra forma, el que suele identificarse a una función exclusivamente


psicoterapéutica, es aquél que se constituye en una suerte de guardián de la realidad
colectiva e intenta ser su representante bajo el perfil de la sensatez de estas ideas
colectivas.

Tomaré ahora los efectos terapéuticos y los efectos analíticos.


Cuando Lacan enuncia su preferencia, a saber: «un discurso sin palabras», refiriéndose
fundamentalmente al discurso analítico, quiere decir que cuando el analista habla, nunca
lo hace desde su subjetividad; cuando el analista habla subvierte la estructura lógica de la
palabra. Si consideramos, por estructura, que la palabra siempre es una demanda al
Otro, entonces la interpretación es una palabra que subvierte la estructura de la misma.

Cuando el analista habla usa una palabra que no está marcada por su subjetividad. Este
rasgo permite pensar por qué Lacan hace del analista un objeto y no un sujeto. La
posición del analista es un rechazo a gozar del poder sugestivo que le provee el lugar que
ocupa –transferencia mediante. Es el rechazo a ser un amo que se sostiene en su ser, es
el rechazo a conducirse a partir de la contratransferencia. El analista posicionado como
objeto que evita que su condición de sujeto opere en el análisis que conduce, trata de no
introducir su dimensión subjetiva en la medida en que analiza. No se le propone a un
analizante que se conduzca conforme a los ideales del analista, sino que se lo invita al
analizante a que «encuentre su solución». Un psicoanálisis depende de la posición del
analista, en tanto éste dirige la cura.

Cuando el analizante capta la insensatez del significante al cual estaba amarrado, el que
también funcionaba como causante de su malestar, verifica claramente que el mismo es
del orden de la insensatez y del sinsentido. En el texto de Lacan, «Televisión», podemos
leer: «El buen sentido representa la sugestión, la comedia, la risa…. Es ahí que la
psicoterapia, cualquiera que sea, no alcanza, no que no ejerza algún bien, sino que nos
retrotrae a lo peor». El sentido apunta a eso. Cuando la solución que el síntoma aporta,
precipita, encuentra una forma de decirse, es un momento de apertura a una subjetividad
distinta, es el efecto de la interpretación inolvidable.

Un punto que es central es el respeto por la dignidad de la palabra y del sujeto, el respeto
por las condiciones de goce que hacen a cada sujeto un sujeto singular y no
universalizable.

Todo síntoma posee dos caras, es una extraña conjunción entre la satisfacción pulsional
que otorga y el de funcionar como un obstáculo en la vida del sujeto, es estar bien en el
mal. Es la conjunción entre la satisfacción y el displacer.

El síntoma analítico, en la perspectiva freudiana, encuentra sus raíces en lo reprimido y


es por este rasgo – como indica Freud en su Conferencia XXI- que para el yo posee la
cualidad de ser una «tierra extranjera interior». El síntoma neurótico se articula, y he aquí
su función, a lo inconsciente, a la vida pulsional y a la sexualidad. Esto le permite afirmar
a Freud afirmar que es una suerte de práctica sexual de los neuróticos.

Es esta la novedad subversiva que aporta el psicoanálisis y que marcha a contrapelo de


todas las ofertas de confort y bienestar, ofertas que fracasan porque el sujeto no se
desprende así porque sí de esa fuente de constante satisfacción pulsional. No es inusual
escuchar en su enunciación que los neuróticos aman su síntoma y no están dispuestos a
desprenderse así nomás de él. Lo que el psicoanálisis nos aporta, vía el estatuto del
síntoma, es la relación desarmónica, problemática del sujeto consigo mismo, y esta
desarmonía se articula al síntoma. Entonces, si bien éste es disarmónico con el yo se
puede decir que es armónico con el inconsciente.
El síntoma analítico adquiere su estatuto en la medida en que se eleva a la dimensión del
discurso, en la medida en que se despliega en el contexto del dispositivo analítico, en la
medida en que el analizante hace al analista destinatario de sus dichos. El psicoanalista
pasa a formar parte del síntoma, está implicado en su función. Es una manera de captar
el aforismo lacaniano «el analista forma parte del concepto de inconsciente». Cabe la
pregunta ¿qué puede esperar un sujeto que lleva su análisis hasta el final? ¿Cuál es la
conclusión esperada? ¿Qué destino para el síntoma?

En primer lugar la cura de la neurosis implica curarse del propio destino – el pasado
condiciona pero no condena, el sujeto siempre es responsable de sus elecciones.
Curarse del propio destino es sin lugar a dudas lograr soltar las amarras en las que el
neurótico se encontraba capturado, es desvincularse de los efectos que el deseo del Otro
y su posición de goce respecto del mismo lo determinaban en su neurosis. Es un
desanudamiento, un desprendimiento de aquellas identificaciones que lo gobernaban y
desde donde el sujeto era gobernable. Será el tiempo de la llamada destitución subjetiva
que implica no-solo una destitución narcisística sino la instauración de un nuevo orden de
subjetividad.

Se tratará entonces de construir una vida apoyada no ya en los ideales sino en la propia
castración. Esto tiene una consecuencia inmediata: abandonar por siempre la ilusión de
la armonía subjetiva, abandonar por siempre la ilusión de intentar hacer inexistente a lo
real. Si el síntoma es armónico con el inconsciente para el psicoanálisis la «normalidad»
es el síntoma, que ya no será neurótico. Se tratará de un saber hacer con él. Como se
puede captar se trata de encontrar una salida singular para cada sujeto, una salida que
se adecue a esa forma de goce que lo hace ser un sujeto no universalizable. Éste es el
pragmatismo psicoanalítico, lo que el psicoanálisis no cura es resuelto bajo la vía del
cambio de posición subjetiva respecto de lo incurable. Hay un camino, hay una apuesta a
sostener, y es aquella a la que el psicoanálisis nos orienta: la oferta del discurso analítico,
lo que constituirá un progreso, si no es solo para algunos. El psicoanálisis ofrece al sujeto
una salida para el laberinto en el cual suele embrollarse en su vida. Le permite
desembarazarse de las trampas a que lo somete su propio inconsciente.

Para concluir: ¿cuál es la oferta que el psicoanálisis promueve? Como decía Samuel
Beckett: Si todos los caminos son equivocados, solo resta encontrar el camino
equivocado que más le conviene a cada uno.

Esta es la apuesta del psicoanálisis.


Notas

1. Lacan, J., «Variantes de la cura – tipo», en Escritos 1, siglo veintiuno editores, México, 1981, p.337
2. Ibídem., p.312
3. Ibídem.
4. Lacan, J., El Seminario, Libro 2, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Paidós, Buenos
Aires, 1992
5. Lacan, J., Conferencia de prensa del 29 de octubre de 1974, en Actas de la Escuela Freudiana de París,
Petrel, 1980

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