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Laurent, Eric

Cómo se enseña la clínica / Eric Laurent ; dirigido por Leonardo Gorostiza. -


Instituto Clínico de Buenos Aires, 2005.

1a ed. 1a reimp. - Buenos Aires : Instituto Clínico de Buenos Aires, 2010.


112 p. ; 21x14 cm. - (Cuadernos del ICBA / Ernesto Sinatra; 13)

ISBN 978-987-98298-9-9

1. Psicoanálisis. I. Gorostiza, Leonardo, dir. II. Título


CDD 150.195

CUADERNOS DEL ICdeBA N° 8


Publicación del Instituto Clínico de Buenos Aires
Miembro de la Red Internacional del Instituto del Campo Freudiano

Créditos edición digital


Directora responsable de la publicación: Graciela Brodsky
Responsable de las publicaciones del ICdeBA: Beatriz Udenio

Créditos edición en papel


Directora de la colección: Silvia Elena Tendlarz
Director responsable de la publicación: Leonardo Gorostiza

Autor del cuadro: Juan Carvajal


Foto de tapa: Alvaro Iparraguirre / BA Color

1º edición, marzo de 2004, Cuadernos del ICBA


ISBN 987-20978-1-X
Registro de la propiedad intelectual en trámite
Queda hecho el depósito que previene la Ley 11723
Impreso en Buenos Aires, Argentina

Diagramación: Alejandra Glaze


Diseño e impresión: ROLTA, Ecuador 334 – C1214ACD
Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Diseño y armado versión digital


ÍNDICE

Prólogo

I. Cuídense de comprender

II. El sujeto - y el Yo

III. Irrealizar el referente: la ficción

IV. La perplejidad

V. La psicosis en la infancia
SILVIA ELENA TENDLARZ

VI. Desencadenantes

VII. Esquizofrenia: el discurso es real

VIII. Paranoia: la alucinación verbal


GERARDO MAESO

IX. Melancolía: el objetivo

Mesa redonda
Respuestas del psicoanalista al psicótico
Participan: Silvia Baudini, Jorge Chamorro, Ernesto Derezensky, Carlos Dante García
y Néstor Yellati.

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PRÓLOGO

Este seminario propedéutico lleva el nombre Clínica de la psicosis. Fue realizado durante el año
2002 en el marco del Instituto Clínico de Buenos Aires. Contó con la colaboración durante su
desarrollo de Silvia Baudini, Ernesto Derezensky, Carlos Dante García y Nestor Yellati.

Incluye dos clases desarrolladas por Silvia Tendlarz y Gerardo Maeso que trataron los temas
de la psicosis infantil y la paranoia respectivamente. Al final del texto presentamos una mesa
redonda que con el mismo equipo realizamos al finalizar el curso anterior.

El objetivo que lo ha guiado fue que los participantes encuentren un marco conceptual al trabajo
que realizaron en las siete Unidades Clínicas de presentación de enfermos a las que asistieron.

Las particularidades de este campo, nos ha permitido desplegar sus diferencias con las neuro-
sis, al mismo tiempo que interrogar la posición del analista.

Si frente al neurótico, el analista trabaja contra la comprensión de su parte y el insigth de parte


del sujeto en análisis, el psicótico le ahorra el trabajo por su estructura misma. Es decir, el psi-
cótico escapa a la comprensión y es invulnerable al insight. Esto nos ha llevado a interrogar los
recursos del analista, frente a lo que allí se presenta como fuera de discurso.

No consideramos a la psicosis como una especialización para el psicoanalista, sino como un


tiempo necesario de su formación. Es por esto que las referencias son constantes a la práctica
analítica como tal.

También hemos puesto el acento en el valor propedéutico de este curso, interrogando paso a
paso cada concepto que hemos utilizado.

Los talleres en que se han dividido los participantes les ha permitido un diálogo más cercano
con los colaboradores docentes, que estuvieron a cargo de ellos.

Para terminar, quiero agradecerle especialmente a mi colega y amiga Silvia Tendlarz el estímu-
lo insistente para que publicara este seminario.

JORGE CHAMORRO

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I
CUÍDENSE DE COMPRENDER

Comenzamos hoy lo que hemos denominado un curso propedéutico, es decir, introductorio,


cuya función es ayudarles a entender los instrumentos con los que cuenta el psicoanálisis, es-
pecialmente aquellos pertenecientes a la enseñanza de Jacques Lacan que les permitan acceder
a cursos donde estos conceptos se dan por supuestos.

Pero además, este curso está de alguna forma referido a lo que se denomina presentación de
enfermos, escena que supone un diálogo entre un analista y un sujeto psicótico. Y digo supone,
porque en estas presentaciones suelen ocurrir deslizamientos que alejan del campo del psicoa-
nálisis.

Dado que el origen de las presentaciones es la psiquiatría, con su metodología particular, el


deslizamiento más común es que la presentación no se separe de éste, su propio origen psi-
quiátrico.

Para decirlo en una formulación heideggeriana, no se trata de hablar “sobre” el ser sino ha-
cerlo hablar. Francis Ponge lo dirá así: “Volvamos a lo esencial. Vean el momento afortunado,
el momento dichoso, y por consiguiente el momento de la verdad, que es cuando la verdad
goza. Es el momento en que el objeto se regocija, si puedo decirlo así, extrae de sí mismo sus
cualidades, el momento en que se produce una especie de precipitado: la palabra, la felicidad
de expresión”.1

Hay claras diferencias entre una presentación de enfermos de la psiquiatría y una presentación
de enfermos dentro del campo del psicoanálisis. Apostamos a ir construyendo esa diferencia,
ya que no es tan evidente.

¿Qué es la presentación de enfermos desde la psiquiatría? Presentar los rasgos y fenómenos de


un sujeto cuya posición es la de ser un objeto de demostración.

En cambio, para la orientación del psicoanálisis, no se trata de la simple presentación del objeto
psicótico, sino de establecer una interlocución donde la respuesta del analista haga aparecer a
ese sujeto psicótico, allí donde se presenta una persona.

Esta diferencia se va a producir cuando en ese diálogo, en vez de interrogar e ir construyendo


ciertos puntos precisos del decir psicótico, se pase al plano descriptivo de su historia, de sus
características o del fenómeno que presenta. Es decir, un camino que va de la construcción de
una articulación que surge del discurso psicótico, a partir de las preguntas e intervenciones
del analista, a la descripción que se puede leer en los manuales de psiquiatría. Por ejemplo, la
diferencia que se puede establecer entre un delirio y una alucinación.

1- PONGE, Francis, Tentativa oral, Ed. Alción, pág. 32.

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La idea es que no se presente al psicótico sino que se presente el diálogo entre el sujeto psicótico
y el analista, es decir, que se trata de una presentación doble. A veces ocurre que el analista no
deja hablar al psicótico, lo interrumpe insistentemente. Pero otras veces, es el analista el que
queda borrado por el discurso psicótico. Es un fino equilibrio donde se trata de ir más allá de
la descripción del delirio.

En una ocasión, un sujeto psicótico quería contar los tres tomos sobre historia uruguaya que
tenía escritos. Otro sujeto planteaba al psicoanalista una especie de negociación; sostenía que
tenía una misión que cumplir, leer la Biblia para transmitir el mensaje divino a los que lo escu-
chaban, de modo que hubo que aceptar esa negociación, dejarlo leer un rato para que enviara
su mensaje e interrogar su estructura en otro momento. Es un trabajo de construcción donde
se trata de dejarlo hablar; que no sólo hable el analista con sus preguntas, con su necesidad de
información sobre lo que el psicótico dice. Las cosas se inclinan de un lado a otro y a veces se
produce la construcción adecuada de esa interlocución que va poniendo en evidencia no a la
persona del psicótico, sino la posición subjetiva del psicótico, la posición sujeto de esa persona.
Estrictamente hablando hay que distinguir en esa construcción, tanto subjetividad como sujeto
en juego.

Es muy importante definir que trabajamos con sujetos y no con personas. Tenemos que saber
cómo se detecta, bajo qué fenómenos y cómo se precisa un sujeto psicótico, en particular, y en
su diferencia con el campo de las neurosis.

El programa cuenta de cuatro partes:

1) Los conceptos fundamentales de la psicosis en intersección con la neurosis, intersección que


quiere decir estudiar las diferencias y las coincidencias, así como algunas referencias laterales
a la problemática de la perversión.

2) Diagnóstico diferencial, problemas de la clínica psicoanalítica especialmente cuando la psi-


cosis no ha llegado a desencadenarse, las entrevistas preliminares, la respuesta analítica frente
a la especificidad de la prepsicosis, todas cuestiones de diagnóstico diferencial en la precisión
de las estructuras, ya sea neurosis o psicosis. Podemos saber de memoria qué es la forclusión
del Nombre del Padre, pero carecer del entendimiento acerca de la articulación de los fenó-
menos, aquello que percibimos y escuchamos que nos den cuenta de la estructura del sujeto
en cuestión. Y para precisar una estructura tenemos que contar con dos elemento: elementos
conceptuales que posibiliten responder a la pregunta sobre qué es una estructura psicótica y
qué una neurótica, y los fenómenos que dan cuenta de una u otra estructura.

Digo todo esto sobre un fondo de dificultades y obstáculos que ha producido el acento teórico
que le ha dado Lacan a su enseñanza, que no excluía la permanente referencia clínica. Pero la
potencia teórica de Lacan ha producido también aquello que se conoce bajo el nombre del ma-
tema, lo que a veces ha opacado al fenómeno clínico.

Aclaremos: la estructura se construye, los fenómenos son lo que percibimos. Ahora, nos ocupa-
remos de los fenómenos que dan cuenta de la estructura de la psicosis.

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3) Más específicamente, nos referiremos a la estructura de la paranoia, de la esquizofrenia y
de la melancolía (aunque después podremos incluir a la parafrenia), tomando a cada una de
éstas clasificaciones con sus particularidades, y planteando los problemas éticos, con los que el
analista se confronta en la clínica. En particular, en el caso de la melancolía y su relación íntima
con el suicidio, uno de los problemas éticos con los que el analista se enfrenta frente al riesgo
de muerte de un paciente.

Aquí estoy aludiendo también a un fino equilibrio que en el campo de la psicosis se plantea
siempre con la medicación, intersección complicada, de convivencia difícil, entre un analista
y un psiquiatra. Complicación de todo orden, porque hay bastantes versiones actuales de lo
que es un psiquiatra. Hay psiquiatras que no se llevan bien con el psicoanálisis, pero también
hay psicoanalistas que son médicos y hacen de psiquiatras, y que juegan a la escucha analítica,
planteando alternativas transferenciales al sujeto.

El límite ético es muy importante ya que la psiquiatría aporta respuestas y soluciones muy con-
tundentes a esos temas de límites, o de riesgo en el campo de la psicosis. Y cuando nos encon-
tramos con un sujeto melancólico y sus ideas de suicidio, debemos saber qué hacemos, hasta
donde podemos correr el riesgo de que el paciente se suicide efectivamente y cuál es nuestra
posición frente al suicidio.

Para el psiquiatra, las ideas de suicidio hay que suprimirlas ya que son patológicas, y cuando
no se logra con medicación, se aplica (en versión actualísima y moderna) el electroshock. Es de-
cir, las ideas de suicidio son para la psiquiatría un síntoma y como tal hay que eliminarlas; pero
al mismo tiempo, el psiquiatra, con la medicación, muchas veces suprime la materia prima de
nuestro trabajo como analistas.

Hay antipsicóticos que se indican a los neuróticos descompensados. Pero sabemos que una
neurosis compensada conduce a una vida neurótica, lo que no es lo mismo que producir un
sujeto conducido por un deseo decidido, a donde apuntamos con el psicoanálisis.

Entonces, de esto se trata este curso propedéutico que hoy comenzamos, de las respuestas del
psicoanálisis en el campo de la psicosis.

Tomaremos como bibliografía de referencia el Seminario 3 sobre Las psicosis2 de Jacques Lacan.

El diálogo con un sujeto psicótico no es nada fácil, primera dificultad con la que se encuentra el
analista en esta clínica, dificultad clave porque impide que podamos identificarnos a ese sujeto,
que nos resulta tan extraño y alejado de nosotros mismos.

Pero ya Lacan indicaba que, ubicados en la posición de analistas, debemos cuidarnos de identi-
ficarnos a aquel que brindamos nuestra escucha, cualquiera sea la estructura del sujeto del que
se trate. Dentro del campo de la neurosis, esta es una función específica del deseo del analista:
cuidarse de comprender al paciente.

2- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 3, Las psicosis (1955-56), Editorial Paidós, Buenos Aires.

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Es por identificación que podemos comprender a alguien, poniendo en juego en ese momento
nuestra propia subjetividad, lo que en el psicoanálisis se ha llamado contratransferencia, subje-
tividad que hay que excluir cuando alguien se ubica en la posición analítica.

Pero en la psicosis, el comprender queda impedido por la misma estructura. Nos resulta ajeno,
no podemos identificarnos. Es decir que mientras en el campo de las neurosis no debemos
comprender, en el campo de la neurosis, no podemos.

La formulación general es que escuchamos sin comprender, aunque depende siempre de la


posición que tenga quien escucha. Puede suceder, y ha sucedido por mucho tiempo, que el ana-
lista se identifique a un amo, enmarcándose en el campo de la medicina, pasando a ser médico
o psiquiatra, conduciendo o decidiendo lo que es síntoma, y lo que no lo es, lo cual produjo en
el campo del psicoanálisis un efecto: neurotizar al psicótico.

La psiquiatría, en su intento de suprimir el delirio o suprimir la alucinación, suprime todo


aquello que hace del psicótico un psicótico. Pero el analista no debe ubicarse en esa posición
de amo, en aquella posición que define lo que es un síntoma, lo que hay que analizar; no está
en posición de saber lo que es la salud y la enfermedad, sino que debe ubicarse en posición de
escucha. Jacques Lacan, en el Seminario 3, considera que esa buena posición del analista en la
clínica de la psicosis es la del secretario del alienado.

Se podría entender que escuchar es sólo estar en silencio y hacer hablar al sujeto, algo que se
convirtió en una desviación dentro del campo lacaniano, tal vez la primera versión del analista
lacaniano: un analista en silencio que no habla.

Pero cuando el analista no habla, no conduce la cura, y cuando el analista no conduce la cura,
en el campo de la psicosis, los que la conducen son el delirio y la alucinación, así como en el
campo de la neurosis es el inconsciente del paciente. Escuchar quiere decir poseer los instru-
mentos para extraer las consecuencias de esa escucha, pero no implica quedarse callado.

En este punto, la pregunta sería cuáles con los instrumentos con los que cuenta el analista para
operar tanto en la neurosis como en la psicosis. En líneas generales, en el campo de la neurosis,
el instrumento principal es la interpretación; y en el campo de la psicosis, la construcción, lo
cual no responde a una consigna para el analista, sino que responde a las estructuras en juego,
en uno y otro campo. Por eso debemos dar cuenta de la estructura que determina que el analis-
ta interprete en el campo de la neurosis y construya en el campo de la psicosis.

Dicho a grandes rasgos, lo que permite interpretar en el campo de la neurosis, es que el sujeto
habla, y que su hablar admite la metáfora y la metonimia. Pero en el campo de la psicosis no
hay metáfora ni metonimia, ni posibilidad de construcción de las mismas. Intentar ejercer en el
campo de la psicosis la metáfora y la metonimia, destruye lo poco que hay, un precario equili-
brio que mantiene al sujeto psicótico y que está sostenido en la imposibilidad de metaforizar lo
que dice. En el campo de la psicosis, no encontramos metáfora ni metonimia, encontramos neo-
logismos, un significante que no hace metáfora, por lo cual no desliza sentido, convirtiéndose
en una “plomada del discurso”, según Lacan, que se repite con la forma del estribillo. Si no hay

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deslizamiento posible, lo que sí es posible es ubicar estos puntos de plomada inamovible en el
discurso del sujeto psicótico, para a partir de estos puntos fijos realizar la construcción que le
permita una estabilización.

Esto que llamamos plomadas, aquellos neologismos que no hacen metáfora, son los fenóme-
nos primarios. Sin embargo, aún precisando los fenómenos primarios, resta además el trabajo
del psicótico, el autotratamiento, lo que se llama autotrabajo del psicótico con los fenómenos
primarios, el delirio. En un posible contrapunto entre el Seminario 3 y los manuales de psiquia-
tría, surgiría una distinción clara entre el campo del psicoanálisis y el de la psiquiatría en este
punto, que con la medicación va a tender a suprimir el delirio y la alucinación.

El delirio es el elemento con el cual nosotros analistas operamos en nuestra clínica, hacemos
nuestro trabajo, diferenciando un delirio que compensa al sujeto de aquel que no lo hace. Cuan-
do hablamos de un delirio, suponemos un sujeto, pero se trata de un sujeto diferente al de la
neurosis. Mientras que en el campo de la neurosis es un sujeto que podríamos definir como
móvil que se mueve con el juego de palabras, en el campo de la psicosis es fijo, no se mueve.
Por ejemplo, la histeria tiene esa característica de la movilidad que se puede leer en alguien que
no se queda quieto, que se desliza de una actividad a otra, al igual que el sujeto del inconsciente
se desliza en sus palabras, en la cadena significante.

El sujeto psicótico es un sujeto inmóvil, con todas las consecuencias que esto produce aún
para el sentido común, que sabe que es mejor no contradecir a un psicótico. A los locos hay
que llevarles la corriente. Esto es un extremo, porque si se le dice a todo que sí, volvemos a la
escucha impotente. Hay un no en el horizonte que opera la posición del analista; aunque se le
sigue la corriente en el sentido, se lo acompaña en su discurso, sosteniendo al sujeto algo de su
certeza, y sólo eliminando el elemento descompensador de esa certeza. Estamos allí tratando
de discernir el sujeto.

El sujeto está encubierto, y cuando uno confunde al sujeto con la persona que habla, el análisis
ineludiblemente se deriva al campo de la psicoterapia, otra intersección posible con el campo
del psicoanálisis. Por lo tanto, tenemos que saber qué es el sujeto. Cuando decimos en la ense-
ñanza de Lacan sujeto, decimos palabra, porque la palabra es la que habla “al” sujeto.

Hay que distinguir entre palabra y significante, porque esta confusión habitual encubre el des-
lizamiento del psicoanálisis en la psicoterapia, llamando a las palabras significantes. En esta
confusión, el sujeto se escapa. Las claves de diagnóstico diferencial pueden encontrarse en la
realización del “efecto sujeto”, o en su inexistencia.

Para realizar un diagnóstico diferencial, es fundamental precisar si hay efecto sujeto, y si no lo


hay, no podemos descartar la psicosis. Pero esto a su vez tiene otra consecuencia, que es que
para autorizar la entrada a un análisis tengo que verificar si hay efecto sujeto, y sin verificarlo
damos entrada a alguien cuya psicosis no está descartada, y el dispositivo analítico puede des-
encadenar una psicosis en aquella estructura psicótica no desencadenada.

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Para asegurarnos que no haya psicosis, debemos corroborar que haya efecto sujeto, sabiendo
que cuando buscamos efecto sujeto y no hay posibilidades estructurales de que lo haya, en el
lugar del efecto sujeto lo que viene del lado del psicótico es el delirio, es el desencadenamien-
to, desencadenamiento que produce graves daños en el sujeto, difíciles de revertir después, y
debemos retirar el dispositivo analítico allí donde hay un diagnóstico de psicosis no desenca-
denada.

¿Qué es el efecto sujeto? Es una reformulación a partir de la lingüística, de lo que Freud llamó el
inconsciente. Quiero distinguir lo que es el inconsciente en general de lo que es el inconsciente
en ejercicio. Un lapsus, un sueño, son formaciones del inconsciente que lo hacen presente a
nuestra percepción.

Si en este momento produzco un lapsus al hablar, lo natural es reducirlo, y seguir hablando;


en un análisis, la respuesta analítica dependerá de que el lapsus destituya el discurso que se
viene pronunciando. Esto quiere decir que si alguien produce un lapsus en el encuadre analí-
tico, sea en la primera entrevista, sea en el transcurso del análisis, la respuesta del analista es
hacer avanzar al sujeto por el camino del lapsus, destituyendo todo aquello que viene a decir
intencionalmente.

El efecto sujeto se lee cuando decimos lo que no queremos decir. Es decir, tenemos la voluntad
de decir, pero sabemos que la voluntad, por esencia, es siempre débil. Se dice que el camino al
infierno está lleno de buenas voluntades. En el trasfondo del discurso voluntario, hay algo que
no está apoyado en un piso firme, sino en lo que Freud llamó el inconsciente, y en esa medida
nuestro discurso siempre es endeble en su consistencia, lo que hace posible la aparición de otro
discurso, el que se denomina discurso del inconsciente, el significante, etc. El nombre freudiano
de lo que estamos describiendo es asociación libre, aunque hay que saber muy bien lo que es
esta asociación libre, ya que se encubre de diferentes formas.

En la realización del discurso del sujeto, el efecto que se produce es de división. Al aparecer el
sujeto, surge un sujeto dividido. Pero si la supuesta asociación libre no divide, el yo ha disfra-
zado bajo la forma de la asociación libre algo que el mismo yo quería decir, y que siempre lo
hace converger en lo que ha estado diciendo.

Es decir, si un paciente dice algo que no quería decir, e inclusive lo desarrolla con ideas que
no hacen más que verificar el problema que estaba contando, esto no implica aún que nos en-
contremos con la división del sujeto. Por ejemplo, la división del sujeto se puede entrever en
el neurótico obsesivo en la descripción que él mismo hace acerca de su propio sentimiento de
inutilidad.

En la metapsicología freudiana, en lo que se describe como instancias al yo, al ello y al superyó,


al enmarcarse la categoría de discurso, es decir, ubicados en el plano del yo, nos encontramos
con el discurso voluntariamente pronunciado. Es decir que el yo, además de ser una instan-
cia psíquica precisada por Freud, es un discurso voluntario. Allí nos encontramos con el yo
en ejercicio, el que nos viene a contar los problemas que padece una persona, los problemas
que viene a contar aquel que sufre, los diferentes síntomas que alguien puede presentar a un

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analista, sus problemas económicos, de pareja, que no puede salir a la calle porque tiene una
fobia, o en su versión más moderna, se angustia –nombrándolo muchas veces como “ataque
de pánico”–. Muchas de estas nominaciones con las que alguien se presenta a un analista, son
irritantes y aplastantes para el psicoanálisis, por el universalismo que implican, porque quien
dice, por ejemplo, “tengo un ataque de pánico”, hace desaparecer toda la particularidad que el
discurso puede poner en juego. Para un analista, se trata del “ataque de pánico”, como aquel
nombre de goce que une al paciente a todos los seres angustiados que hay en el mundo. El
análisis debe ir en camino de no enviar al sujeto a la universalidad de una clasificación, incluso
cuando incluimos a nuestros pacientes en nuestras propias categorías universales: neurosis ob-
sesiva o histeria, por ejemplo. De lo que se trata, es de precisar la particularidad de ese sujeto.
Por ejemplo, intentaremos escuchar, como modo de ir en contra de esta universalización, qué
hace con su angustia, de qué modo habla de ella, con qué palabras habla de eso que le pasa. Si
no atendemos al discurso, no encontraremos al sujeto que habla en su particularidad, más allá
de la persona que se encuentra frente a nosotros.

En estos tiempo de sentimientos caóticos de desamparo, donde no hay un Estado ni un gobier-


no que regule las cosas de alguna manera, el sentimiento de desamparo de todo sujeto humano
frente al mundo, del que incluso Freud nos alertaba, es un ejercicio cotidiano. Por lo cual, la
presencia de una realidad actual como la de nuestro país, tal vez tan fuerte como la de Melanie
Klein durante la época de la guerra, es para nosotros un desafío sistemático que nos confron-
ta con lo que llamamos el traumatismo de la realidad, y debemos, como analistas, encontrar,
describir y extraer de ese universal del traumatismo, al sujeto. En el medio de la guerra, y en el
medio del caos, todo lo que no sea, seguir este camino, dentro del psicoanálisis, es pérdida de
tiempo. Es necesario albergar algo de este traumatismo dentro de un análisis, aunque no todo.
Si no conseguimos en cada sesión instalar algo de la particularidad de ese sujeto, por fuera de
la presión que infringe el traumatismo, el psicoanálisis no tiene mucho que hacer, ya que es
una apuesta a la particularidad del sujeto, por encima de los traumatismos universales. Por
supuesto hay condiciones subjetivas, traumas de la vida de un sujeto (por ejemplo, el falleci-
miento de un ser cercano), traumatismos sociales como los que vivimos hoy, que disminuyen
el margen de maniobra del psicoanálisis. Debemos acceder a escuchar al sujeto angustiado en
los elementos de su angustia, en los elementos reales de su angustia, y esta es la orientación del
psicoanálisis, lo cual no quiere decir que destituyamos el discurso voluntario, sino que busque-
mos en su despliegue, el punto de particularidad del sujeto que viene a nosotros.

La apuesta a la particularidad no es sólo una consigna, sino que consideramos que es la mejor
forma de desarticular los síntomas de un sujeto y posicionarlo en la vida con la mayor firmeza
posible para enfrentar los traumas de la vida.

Si bien en la coyuntura no nos inclinamos centralmente a reforzar su yo para enfrentar la rea-


lidad, como estrategia, podemos y debemos acompañarlo a enfrentar situaciones traumáticas,
y en esta estrategia, apuntamos al sujeto decidido, consistente en su posición en la vida, que es
lo único que permite elaborar y soportar los traumas que deba padecer.

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Podemos describir a este sujeto del que hablamos por su movilidad, como un sujeto del signi-
ficante, un sujeto del inconsciente o un sujeto del deseo. Pero Lacan distingue para el campo
de la psicosis, otro sujeto, que es el que denomina sujeto del goce. Es un sujeto atado a un neo-
logismo y no a un significante, es decir, que sólo puede construir a partir de ese neologismo.
En cambio, cuando un sujeto está atado a un significante, es un sujeto que se representa por
diferentes significantes moviéndose de un significante a otro, creándose el problema de esa im-
posibilidad de cierto anudamiento que detenga en algún punto el deslizamiento metonímico
de un significante a otro. Esto interroga al psicoanálisis sobre la cuestión del fin del análisis y
sobre lo que se denomina el punto de capitón.

Otra forma de abordar esta cuestión, que hace a la intersección neurosis-psicosis, es que el psi-
coanálisis se orienta hacia a lo que llamamos la irrealización del referente, partiendo siempre de
la orientación del psicoanálisis y la respuesta del analista, lo cual quiere decir que conducimos
el discurso, no a la referencia, no a lo que el discurso quiere decir. Cuando alguien describe lo
que le pasa, es un discurso que está atado a la referencia, está atado a la mujer de la que habla,
al hombre del que habla, está atado al problema sexual que tiene, es decir, es un discurso anu-
dado a una referencia precisa. Un discurso desatado de la referencia es el discurso en el que al
hablar se dice otra cosa de la que se quiere decir, como por ejemplo el neurótico obsesivo, que
siempre se siente desplazado de lo que quiere explicar, lo que se puede observar claramente en
la sesión corta que lo interrumpe y lo enfrenta a un síntoma: no poder concluir. Querer decir
todo lo que se quiere decir, es sostener no estar sometido a la castración que todo sujeto padece;
en este caso, la denominada castración de sentido.

El primer referente de una escucha psicoanalítica es el sufrimiento que padece quien nos con-
sulta, lo que conceptualmente se llama síntoma. Si no precisamos el síntoma del paciente, el
analista resulta demandado él mismo a definir lo que es el síntoma del sujeto. Y en todo caso,
el analista sólo debe ayudar a definir el síntoma de aquel que consulta. Cuando el yo dice que
su problema es tal o cual, debemos estar atentos a cuál es en el discurso el efecto-sujeto, el que
nos va a permitir la formalización del síntoma.

Son dos cuestiones diferentes, La primera, es a nivel del yo que puede verse, aquel que aparece
en la imagen del espejo. Pero además, está aquello que Freud llamó inconsciente y Lacan objeto
a, lo que escapa a nuestra percepción, lo que introduce en el mundo humano la castración, y
que implica que no podamos decir: “yo soy yo”. Para el yo, narcisista de nacimiento, es una
aspiración, pero el inconsciente viene a decirle: “te crees yo, pero no sos yo”. No olvidemos
que Lacan sostenía que el único que puede decir “yo soy yo” es Dios. Los hombres no pueden
decirlo, porque por definición, en el encuentro del sujeto con el lenguaje, el ser humano pierde
su ser, y al decir “somos” nos engañamos. Si ustedes recuerdan el cogito cartesiano, “pienso
luego soy”, Lacan en el seminario sobre La lógica del fantasma3, lo marcará con la presencia del
no: “No pienso o no soy”, agregándole al cogito la presencia del sujeto del inconsciente.

Cuando un sujeto se nombra como adicto o como homosexual, por ejemplo, son formas en
que el sujeto se reconoce, aunque la pulsión y sus satisfacciones, no se precisan allí donde el

3- LACAN, Jacques, Seminario La lógica del fantasma (1967), inédito.

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yo cree. Por eso la respuesta psicoanalítica es una respuesta que tiende a hacer presentes las
fragilidades de toda consistencia yoica, del discurso voluntario. El analista va a estar siempre
en otro lugar, lo cual no implica ninguna pirueta fantástica, y a veces sólo se define a partir de
una pregunta frente a lo más obvio, preguntas donde no suponemos ninguna forma de vivir, ya
que el psicoanálisis no es una concepción del mundo (y esto ya lo decía Freud), acerca de cómo
se vive o cómo se instala uno en la vida. Por lo tanto, el analista es la expresión de algo que no
implica ningún valor que él mismo sostenga para inducir o impulsar a los sujetos a vivir de tal
o cual forma. Por eso interrogamos por las cuestiones y planteos más obvios que forman parte
de los ideales de alguien, para establecer allí una pregunta: ¿por qué?

Pero si eludimos la pregunta por lo obvio, se produce una consonancia entre el analista y el
neurótico, y es aquello a lo que tenemos que sistemáticamente escapar, porque en ese punto
comienza a tallar nuestra propia subjetividad. A todo lo que excluye el valor, la subjetividad
o la demanda, Lacan lo llama deseo del analista, y que se define más específicamente por la
abstinencia. El deseo del analista es un deseo abstinente de toda formulación valorativa, que,
a veces, se expresa nada más que en una pregunta, porque no olvidemos que la interpretación
puede ser sólo una pregunta.

En el Seminario 34, Jacques Lacan dice: “Sin duda, es necesario que sea intensa para precipitar al
sujeto en experiencias que llegan, ni más ni menos, hasta la desrealización no sólo del mundo
exterior en general, sino de las personas mismas que lo rodean [al sujeto psicótico] hasta las
más próximas, y del otro en cuanto tal…”.

Esta es la orientación del psicoanálisis, desrealizar al sujeto en relación al mundo y a las perso-
nas que lo rodean: irrealizar el referente. Lacan dice que esto es lo que le ocurre al sujeto psicótico,
y es lo que debemos provocar en el sujeto neurótico, y en esa misma línea, Freud sostenía que lo
que en un neurótico está encubierto, en el psicótico está a cielo abierto. El problema es cómo se
regulan uno y otro. En este sentido, podemos decir que la experiencia del análisis es una expe-
riencia delirante, una experiencia que permite al sujeto analizante poder captar algo del mun-
do psicótico, en esa experiencia que el psicótico padece como una desrealización de su mundo.

Hasta aquí, un primer tiempo en el que Lacan formula que le ocurre al psicótico. En un se-
gundo tiempo, nos encontramos con lo que nombré como el trabajo de la psicosis sobre los
fenómenos primarios.

Volvemos a la misma página del Seminario 3: “…de las personas mismas que lo rodean, hasta
las más próximas, y del otro en cuanto tal; lo que hará necesaria toda una reconstrucción deli-
rante, después de la cual el sujeto [de esa reconstrucción delirante] volverá a situar progresiva-
mente, pero de modo profundamente perturbado, un mundo donde podrá reconocerse [según
Lacan el psicótico no se reconoce en el espejo de los otros, sino en la reconstrucción delirante, y
ese es su espejo], de modo igualmente perturbado, como destinado –en un tiempo proyectado
en la incertidumbre del futuro, en un plazo indeterminado, pero ciertamente delimitado– a
transformarse en sujeto por excelencia del milagro divino, o sea a ser el soporte y el receptáculo

4- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 3, Las psicosis, Ibidem, pág. 443.

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femenino de una re-creación de toda la humanidad. El delirio de Schreber se presenta en su ter-
minación con todos los caracteres megalomaníacos de los delirios de redención en sus formas
más desarrolladas”5. Esto es lo que se ha formulado como la metáfora delirante.

Sin lugar a dudas, está hablando de Schreber, que encuentra su equilibrio en el delirio de ofre-
cerse y ser la mujer de Dios: es decir, no es sólo un loco que anda diciendo por ahí que es la mu-
jer de Dios, sino que este delirio le permite restablecer, aunque de manera perturbada, algo de
sus lazos con el mundo. Insisto: no es una producción que sólo lo mantiene atado a su delirio,
sino que además le permite restablecer una cierta relación con el mundo.

Muchas veces se dice que construir la metáfora delirante, parece dejar al loco solo, sin conse-
cuencias en su lazo social y su inserción en el mundo, pero con esta reconstrucción, Lacan, por
el contrario, aspira a que restablezca esos lazos con el mundo.

En un contrapunto con Freud, podemos sugerir dos artículos: “Neurosis y psicosis” y “La
pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis”6, donde podemos ver cómo se entiende
esta lectura que hace Lacan de Freud, desde dónde la lee, qué transformaciones aplica al texto
freudiano para decir lo que dice.

En su artículo “La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis”, ya en el título, Sig-


mund Freud indica algo que fue confundido: la diferencia entre el neurótico y el psicótico,
queda acorralada o debilitada en términos de la realidad. Para nosotros la diferencia entre un
neurótico y un psicótico, no es que uno perdió el contacto con la realidad y el otro la tiene, enca-
sillamiento típico en el que se basó por algún tiempo la diferencia entre la neurosis y la psicosis.
Intuitivamente se puede decir que tal sujeto está delirando, y por lo tanto, no tiene contacto
con la realidad. Pero si alguien aquí presente hablara de una forma que no reconociera el con-
texto en que nos encontramos, diríamos que es un psicótico; es decir, no tiene contacto con la
realidad. Esto en el fenómeno es visible. Un psicótico lacaniano, que según el se había formado
con Masotta, y estaba internado en el Borda, ante la pregunta sobre si se sentía cómodo, con-
testaba que sí. Le pregunté otra vez: “¿Hay algo que le moleste aquí?”, y contestó: “Tengo un
solo problema; cuando me despierto a la mañana, estoy acostumbrado a escuchar a Boccherini
y lo que escucho es al loco de al lado que grita sin parar”. Es la única objeción que él hacía. Su
adaptación nos habla entonces de que el había encontrado allí un alojamiento, sostenido en un
equilibrio que obviamente no es el de la realidad.

Cuando Freud se refiere a la pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis, ya nos está


enseñando que hay pérdida de realidad en ambos cuadros, contrariando nuestra percepción,
de que hay unos que estamos con la realidad y otros que están en otro mundo.

Para entender todo lo que se dijo y el texto freudiano: “Es la diferencia genérica más impor-
tante entre neurosis y psicosis. La neurosis es el resultado de un conflicto entre el yo y el ello,

5- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 3, Las psicosis, Ibidem, pág. 443.


6- FREUD, Sigmund, “Neurosis y psicosis”, y “La pérdida de realidad en la neurosis y en la psicosis”, en: Obras completas, Biblio-
teca Nueva, Buenos Aires.

14
en tanto que en la psicosis es el desenlace análogo de una similar perturbación en los vínculos
entre el yo y el mundo exterior”7.

El callejón sin salida surge cuando pensamos que mientras el neurótico padece un conflicto
intrapsíquico (y por lo tanto, no se manifiesta como un conflicto con la realidad), el psicótico
padece un conflicto justamente en el punto de contacto con esa misma realidad. Pero la reali-
dad de la que habla el psicoanálisis, no es el mundo externo: de ahí la confusión.

A medida que avancemos en este curso, debemos ir reemplazando al yo de Freud por el su-
jeto de Lacan, y al ello por el goce. Pero es con Freud mismo que vamos a entender que tanto
neuróticos como psicóticos padecen conflictos con la realidad, y también ambos padecen un
conflicto intrapsíquico.

En el texto Freud va a ubicar en la causalidad de la psicosis la frustración, y Lacan va a comple-


tar esta idea diciendo mucho tiempo después, que la causalidad esencial es la frustración del
padre, la forclusión del Nombre del Padre, con la que Lacan nombra a una frustración “subje-
tiva” del Nombre del Padre.

14 de marzo del 2002

7- FREUD, Sigmund, “La pérdida de realidad en la neurosis y en la psicosis”, Ibidem, pág. 155. Ed. Amorrortu. 1979.

15
II
EL SUJETO – Y EL YO

Habíamos recorrido la vez pasada tres o cuatro puntos esenciales, a los efectos de definir y
precisar la estructura de la psicosis, apuntando a temas referidos al diagnóstico diferencial. El
primer punto en el que habíamos hecho hincapié es la categoría de sujeto, y decíamos que éste
es el hilo conductor.

La orientación en las presentaciones de enfermos es la búsqueda y precisión de lo que deno-


minamos “sujeto”. En cambio, la medicación no considera al sujeto, no lo pone en evidencia.
La pregunta que ustedes deben hacerse en esas presentaciones, a través de la entrevista y de lo
que de ella se comenta, es dónde y cómo se precisa al sujeto separado de la persona que está allí
presente. El sujeto es de una inconsistencia perceptiva drástica, no se ve; el sujeto se escucha,
el sujeto se construye en el diálogo con el analista, con las preguntas que hace el analista en la
conducción de la entrevista, en donde debe quedar como resto un hilo, que evidencia la apari-
ción de ese sujeto. Esa es la orientación que siempre debe estar presente.

Es decir que al momento de hacer un relato de la entrevista, deberíamos poder trazar un cami-
no del sujeto separado de todo lo que se dijo; debemos ser capaces de realizar un ordenamiento
de todo lo dicho en la construcción de un sujeto, descartando algunos de esos dichos y acen-
tuamos otros recortados a lo largo de la entrevista. Esos dichos acentuados son aquellos en los
que debemos diferenciar el momento en que habló “el sujeto”, del momento en que habló “la
persona”. Se debe tener en cuenta que la persona habló en todo lo que dijo, y el sujeto habló
sólo en alguna de las cosas que dijo. Esto vale tanto para la entrevista con un neurótico como
con un psicótico.

El sujeto habla cuando excede con sus dichos la voluntad de decir, cuando lo que dice escapa
a eso que quería decir. Pero aquello que dice, más allá de lo que quiere decir y que se pone en
evidencia, depende única y exclusivamente de la respuesta del analista; si no hay respuesta del
analista, no hay constitución del sujeto en la entrevista, el sujeto se encuentra en potencia, está
supuesto pero no está expuesto en tal o cual dicho.

Pero el analista también habla en nombre de la lengua, ya que por la propia naturaleza de la pa-
labra, siempre decimos más de lo que queremos decir. Esto quiere decir que nuestra voluntad
de decir completa de sentido todos los equívocos de la palabra, y da un contexto significativo a
las palabras. La voluntad de decir puede convertir “vida de perros” –una metáfora–, en “mala
vida”, pero también puede querer decir otra cosa. El analista, lo que va a ejercer en su respues-
ta, es que la palabra significa, desdiciendo lo que la voluntad de decir del sujeto le atribuye a
esa palabra, un recorte de todas esas otras posibilidades. La respuesta del analista es lo que
permanentemente va a ejercer esa otra significación posible.

16
El ejercicio de esta “otredad”, es en verdad instalarse en un punto constitutivo de todo sujeto.
Pueden ilustrar este punto con un texto de Maurice Blanchot, que desarrolla esa otredad desde
la perspectiva filosófica, donde dice: “El Otro me habla, no me habla como yo”.1

Otro momento de lo mismo es cuando el sujeto se hace responsable de eso que dijo pero no
quería decir. Hacerse responsable no se lee en términos de responsabilidad yoica, sino de sujeto
responsable. En tanto tal el sujeto es llevado, podríamos decir que vertiginosamente por los
dichos que pronuncia, le ganan de mano, van delante del que elige el tema para hablar.

Esto es lo que en términos de Lacan se llama castración, y lo que Freud significaba en el pene.
Lacan enmarca todo el discurso freudiano en los problemas que implica estar inmerso en un
lenguaje, diciendo que la castración no es del pene sino del sentido; es decir que el lugar que
en Freud ocupaba el pene, en Lacan lo ocupa el sentido. La amenaza de perder el sentido de
lo que se dice y de lo que se es, es una amenaza que el analista ejerce sistemáticamente; por
lo tanto, tenemos que saber que cuando realizamos nuestro trabajo, estamos amenazando la
consistencia yoica, estamos amenazando todo lo que el sujeto sabe de sí, para hacerlo escuchar
una cosa que se encontraba fuera de su perspectiva.

La categoría de sujeto implicada en todo lo que estoy diciendo es crucial para distinguir neu-
rosis de psicosis, y en particular, para hacer un diagnóstico positivo de la neurosis. No es sufi-
ciente decir que pasó el tiempo y no aparecieron fenómenos elementales, porque además hay
que demostrar que se trata de un neurótico, y para esto contamos con dos categorías: el sujeto
y el síntoma. Asociar libremente, significa que un sujeto se deja representar por lo que dice, por
los significantes de su discurso.

Es la ocasión de distinguir palabra y significante. La palabra tiene dos funciones, una descrip-
tiva de la realidad de lo que se quiere decir, y otra representativa, que es lo que la precisa como
significante. El yo elige por la función descriptiva y el analista por la función representativa. Es
lo mismo que decir “saber referencial” y “saber textual”. Hay una disputa entre la interpreta-
ción del analista y el narcisismo yoico, disputa que hay que considerar en la táctica del analista,
en sus dosificaciones, para que el yo no se ponga enfrente del analista diciendo: “no es eso lo
que yo quiero decir”, momento en que el yo va en el camino de lo que Freud llamó “la resisten-
cia”, ya sea transferencia negativa, reacción terapéutica negativa, o acting out.

La función representativa de la palabra tiene como consecuencia la implicación subjetiva, lo


que quiere decir estar implicado en la función representativa de la palabra como sujeto. Es im-
portante, especialmente en un análisis, el efecto fenoménico que se produce en el yo cuando el
sujeto se deja implicar. Es la desorientación, no se sabe de qué se habla, ni para qué se habla, se
“pierde el hilo”, el hilo de su voluntad y de la orientación de lo que dice.

Para decirlo de una vez, hay implicación subjetiva en el neurótico, no hay implicación subje-
tiva en el psicótico; por lo tanto, cuando en una entrevista o en una presentación de enfermos
interrogamos el grado de implicación subjetiva que está en juego, lo que hacemos es precisar
el diagnóstico. Si no encontramos el efecto sujeto, la estructura psicótica se hace presente, y las

1- BLANCHOT, Maurice, Diálogo inconcluso, Ed. Monte Avila, pág. 105.

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cosas cobran un sentido personal, no es un sentido compartido con otros. Llegamos entonces a
una alternativa: o implicación subjetiva-efecto sujeto o interpretación delirante.

Les doy un ejemplo. Ayer el entrevistado en un momento dijo: “Se llega a Dios por la rodilla”.
Allí se plantea una pregunta. En esa frase, ¿se trata de la estructura delirante que hace una
articulación entre Dios y la rodilla, o hay un efecto metafórico con el que el hombre está allí
significando algo?

Justamente la duda diagnóstica es que cuando le pregunté específicamente lo de la rodilla, o


sea le pedí aclaración de cómo se llega a Dios por la rodilla, me dijo, por supuesto, “arrodi-
llándose”, lo que hace dudar acerca de si se trata de un delirio rodilla-Dios –una articulación
personal única y exclusiva de él–, o si se trata de una forma de decir significativa, donde dijo
“rodilla” queriendo decir “arrodillado”. De acuerdo a la conclusión de los que estábamos allí,
este hombre resultó un psicótico; sin embargo, en el psicótico también se pueden dar estos fe-
nómenos que parecen significativos. Tengamos en cuenta que cuando le pregunté por el valor
de sus metáforas, me miró y me dijo “obviamente lo digo en sentido significativo, loco no estoy,
¿no?”. No me lo dijo, pero estaba loco.

Entonces, implicación subjetiva, que no es lo mismo que la atribución subjetiva. Ustedes pue-
den leer esta categoría de atribución subjetiva en el capítulo XIV del Seminario 32, donde Lacan
precisa este concepto. Allí habla de la atribución subjetiva en el campo de la paranoia. Dice:
“No hay una paranoia completa si no hay atribución subjetiva”, que sería una forma de subje-
tivar lo que en el mundo neurótico se simboliza, lo que tiene un valor simbólico; para el neu-
rótico, por ejemplo, sería la existencia de Dios, pero para el psicótico, en cambio, atribuye una
subjetividad, diciendo que “Dios quiere, quiere hacerse escuchar”. Dispone una subjetividad.
En las primeras formulaciones de Lacan sobre la psicosis, en el Seminario 5, Las formaciones del
inconsciente3, lo decía más o menos así: en el campo de la psicosis, el Otro simbólico, abstracto,
sin subjetividad, se convierte en un otro con minúscula, o sea en otra persona. Es el aplasta-
miento del valor simbólico de ese lugar, para darle la atribución de una subjetividad en juego.
Pero en el campo de la paranoia, a éste dato de atribución subjetiva, se le agrega que además
se lo dice a él, al sujeto.

Ya habíamos hablado la clase pasada de la orientación del psicoanálisis, que es irrealizar la rea-
lidad. Sin embargo, cuando irrealizamos el referente, ¿qué es lo que surge? No es el idealismo,
sino que se construye a partir de ahí otra referencia. Cuando ejercemos la voluntad representa-
tiva de la palabra, o sea que allí representamos un sujeto, entonces la pregunta es cuál es el re-
ferente. El referente se pierde, se habla ya de otro referente. Comienza a ser ya no una persona
de la que se habla, amigo, amiga, marido, mujer, sino que al ejercer la función representativa
irrealizamos ese referente y ponemos la palabra como representación del sujeto y en referencia
a otra cosa. Lo que va a estar en el horizonte del sujeto que se deja representar por palabras que
se llaman significantes, al ejercer la función representativa, más allá de la persona misma (la
mujer, el papá, el tío, la abuelita y todo el Edipo freudiano), va a ser el fantasma. Esto no es más

2- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 3, Las psicosis (1955-56), Editorial Paidós, Buenos Aires.
3- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente (1958-59), Editorial Paidós, Buenos Aires.

18
que el ejercicio lógico al extremo de una formulación freudiana que comenzó cuando Freud
dijo “las histéricas me engañan”.

¿Que es el fantasma? Es la relación entre un sujeto y un objeto, pero se trata de un objeto espe-
cial que se denomina a.

Cuando Freud descubre que las histéricas le mienten, lo engañan, y que todo lo que él creyó
que eran los traumas de la histeria, los traumas de seducción en su historia y que ubicó en la
causalidad de las neurosis no eran ciertos, dice: “es un fantasma de la histeria”; o sea que en el
lugar donde estaba el trauma real, ubica el fantasma. Y Lacan lleva esa lógica hasta el final, lo
que quiere decir que en su enseñanza, todos en la estructura, sujetos neuróticos y psicóticos,
tienen su propio vínculo con la realidad perdido. Esto se va a formular en su última enseñanza,
como el concepto de forclusión generalizada: todos somos delirantes.

Es decir que la experiencia de un análisis conducido de esta manera, y no desde la realidad,


no psicoterapéuticamente, aclarando vínculos y tranquilizando neuróticos, es una experiencia
delirante.

Pero cuando hablamos de forclusión del lado del psicótico y represión del lado del neurótico,
todo se hace claro y evidente: cuando las cosas vienen de afuera, psicosis, y cuando las cosas
vienen de adentro, neurosis. Dicho de otra forma: en el campo de la neurosis, los síntomas son
del sujeto; en el campo de la psicosis, los síntomas son del Otro, lo que quiere decir: trastor-
nos en la relación con el mundo. Recuerden que todo lo exterior al sujeto es lo que llamamos
mundo, es lo que llamamos “lo que nos rodea”, simbolizado por Lacan por el Otro. Nosotros
decimos “nosotros y nuestras circunstancias y el mundo que nos rodea”, y cuando decimos
“valor representativo del sujeto”, empieza otro mundo, otro mundo del sujeto que ya no se
llama mundo, y donde el sujeto ya no se llama persona: se llaman sujeto y Otro. Todo lo que se
llama la cultura, la civilización, el Edipo freudiano, todos los códigos, etc., Lacan los reduce en
su esencia, a una función, el Otro; todo lo que Freud pensó como Edipo es el Otro, y todo lo que
queda del lado del sujeto es lo que llamamos pulsión.

En el campo de la neurosis nos encontramos con un sujeto que llamamos del significante, y en
el campo de la psicosis, dado que ese sujeto no está en el mismo ejercicio, un sujeto del goce.
Esta distinción la pueden leer en la Presentación4 que Lacan escribe para las memorias de Schre-
ber.

El sujeto de un neologismo no es un sujeto que se representa por un significante para otro sig-
nificante, sino que se representa para ese significante y punto. Estrictamente hablando, no se
representa, sino que está petrificado a ese significante. El significante neológico no hace cadena
con otros, porque la cadena está rota. “Ruptura del discurso interior en la psicosis”, dice Lacan
en el capítulo anteúltimo del Seminario 35. Y cuando el discurso interior se rompe, lo que ocurre
es que las palabras se sueltan, y ya no las manejamos, comienzan a hablarnos desde afuera, sur-

4- LACAN, Jacques, Autres ècrits, editions du Seuil, París, 2000, “Présentation des Mémoires d’un névropathe”, présentation de la
traduction de P. Duquenne, (1966) in Cahiers pour l’Analyse, 1966.
5- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 3, Las psicosis (1955-56), Ibidem.

19
giendo la “alucinación verbal”, los ecos de pensamientos, o todos los trastornos que se pueden
observar en un discurso psicótico. Cuando el discurso interior permanece, nosotros creemos
falsamente que las palabras nos sirven para comunicar mensajes que se entienden y se com-
prenden. Esencialmente se trata de un engaño que desconoce que en la estructura no sabemos
lo que decimos, aunque así lo creamos.

Lacan dice que “el psicótico es riguroso”, cree en lo que dice y actúa en consecuencia, hay una
relación necesaria con lo que dice, y el fundamento de esta rigurosidad es que está petrificado
al significante.

Hay una nueva categoría que se desprende de esta última cuestión: la categoría del semblante.
No hay padre, hay semblante de padre, bien o mal sostenido, nadie es el padre, salvo Dios;
todos los otros padres son semblantes de padres; el que se cree el padre es como el que se cree
Napoleón. ¿Qué quiere decir esto en concreto? Que se identifica al lugar del padre en términos
absolutos. Lacan lo llama el un-padre, o sea, se cree el padre, y es el padre; no es representante
del padre, y tomando la fórmula religiosa “del padre nuestro”, no habla “en nombre del pa-
dre”, sino que es el padre que habla. Es el padre que Freud ubicó como el padre de la horda,
“el” padre. Si ustedes toman la lógica freudiana desplegada en “Tótem y tabú”6, el padre de la
horda es el padre que tiene todas las mujeres, es el padre que es. Todos los otros que quedan
cuando muere el padre, son semblantes de ese padre, pero nadie puede ocupar su lugar, que-
dando todos sometidos a la Ley; no son la Ley, ni siquiera los que la dictan.

El un-padre es una función que está conceptualmente ligada al desencadenamiento de la psico-


sis. Cuando alguien, para un sujeto, ocupa el lugar del un-padre, es decir el que le dicta la Ley,
eso muchas veces es motivo de desencadenamiento de una psicosis. Noten que estoy hablando
de desencadenamiento, porque es crucial precisar el punto del desencadenamiento cuando
hay una psicosis en juego, porque es el punto que entre otras cosas delimita la frontera entre
la neurosis y la psicosis, o entre la pre-psicosis –psicosis previa al desencadenamiento– y el
desencadenamiento mismo.

En Freud hay cuatro o cinco textos que pueden ir leyendo. Los dos que mencioné la vez pasada,
son “Neurosis y psicosis”, y “La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis”.

La ruptura con la realidad en la psicosis fue un hito que ha dejado el diagnóstico a merced de
las cantidades. Delirio o esoterismo.

Sin embargo, el síntoma produce una alteración del contacto con la realidad. Para nosotros,
cuando alguien habla en un análisis, debemos saber que delira, que delira en el sentido de que
lo que supone y aquello de lo que está convencido, es una interpretación de la realidad, que
siempre está interpretando. Para ajustar esta cuestión debemos decir que cuando hay sujetos y
hay un referente fuerte, donde todos hablan de lo mismo, por ejemplo, la escena de un incen-
dio, si dejamos a un sujeto hablar más de diez palabras, eso va a hacer presente el fantasma de
ese sujeto. En las diez primeras todos pueden coincidir en el relato de esa escena, pero en cuan-
to se separan un poco, ahí empieza la interpretación, el delirio y el fantasma. Esto es lo que está

6- FREUD, Sigmund, “Tótem y tabú”, en: Obras completas, Biblioteca Nueva, Buenos Aires.

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en la estructura, por eso en la neurosis parece que no es tan drástica la pérdida de la realidad
como en la psicosis, pero la diferencia radica en que el neurótico siente que está en contacto con
la realidad y ve al psicótico como alguien que no la percibe del mismo modo.

Consecuentemente con esto, se podría decir que ser neurótico es tener la capacidad de auto-
engañarse con respecto al contacto con la realidad, es decir que invertimos la idea, y el neuróti-
co no es que está en la realidad sino que tiene la capacidad de tener el sentimiento de realidad
acerca de lo que dice.

Lo anterior nos remite a lo que Freud formula como el principio de realidad, que puede enten-
derse ingenuamente como aquello que permite el contacto con el mundo objetivo, mientras que
el principio del placer conduce a la alucinación; esta es la distinción que hoy intento desmentir.

El principio de realidad no termina en la adecuación a la realidad objetiva, sino que en verdad


sostiene un cierto sentimiento de realidad. Y Lacan se pregunta cómo hacen los neuróticos para
tener ese sentimiento de realidad objetiva. Es lo que podemos denominar actualitas, que define
la verdad como adecuación del enunciado y la realidad efectiva.

El neurótico obsesivo despliega esta cuestión al máximo, tiene tal sentimiento fuerte de rea-
lidad, que cree que cuando habla es objetivo, máximo delirio respecto de lo que estamos di-
ciendo. Tóquenle este sentimiento directa o indirectamente a un neurótico obsesivo y verán su
respuesta particular. Va a decir que “eso es un error”, “que es un malentendido”, “que no se lo
está escuchando atentamente respecto de lo que quiere decir”, etc. Y si con nuestra tenacidad
psicoanalítica insistimos, va a apelar a un recurso sistemático, que es al universal: “esto le pa-
saría a toda persona en mi lugar, no es problema mío”.

Esto es dramáticamente visible cuando ustedes escuchan a una pareja desde el psicoanálisis,
e intervienen en este sentido (modo en que para mí hay que hacerlo en esos casos), o con un
grupo de los que se llamaban antes “terapéuticos”. De esa manera estamos destituyendo una
concepción que permitió a los grupos agruparse. Pichon Rivière usaba una categoría que es la
que nosotros desarticulamos, ya que concebía cada miembro de un grupo como un emergente
de ese grupo, y mucho más aún del grupo familiar; decía más exactamente: “es el portavoz del
grupo”. En cambio, desde el psicoanálisis, decimos que no hay emergente, no hay portavoz del
grupo, sino portavoz del sujeto, y si nosotros ejercemos esta idea en un grupo o en una pareja,
producimos un efecto de separación. “Ella dice”, “él me dijo”. Todos estos cruzamientos natu-
rales en una pareja implican remitir a cada uno a su propio discurso, y destituir la permanente
referencia al otro. Cuando un sujeto dice “a nosotros nos pasa esto”, respondo: “diga usted su
versión de por qué está acá”. Un obsesivo va a decir “no es una versión, voy a decir por qué es-
tamos acá”; o bien pueden usar sistemáticamente: “nos pasa” o “le pasa”. Si insistimos en esta
línea hay que tener cuidado porque en una entrevista de pareja, donde cada uno está acusando
al otro de ciertas responsabilidades, el sentimiento inmediato que aparece es el de injusticia,
que al fin de cuentas vino a ese lugar para que toda la culpa la tenga él o ella. Me ha ocurrido
que por prenderme demasiado al discurso de uno de los integrantes de una pareja, y referirme
a su propio discurso, en un momento para y me dice: “no, yo no soy el culpable de todo, ésta
es la que me vuelve loco a mí”, produciéndose el efecto de estar analizando a uno de los dos,

21
desarticulando la acusación culpable entre víctima y victimario. Estoy diciendo que el sujeto
está dividido, dividido entre lo que quiere decir y lo que dice, o como dice Freud, dividido
entre el yo y el inconsciente.

Hay un texto de Freud, “Un caso de paranoia que contrario a la teoría psicoanalítica”, que me
interesa subrayar en particular, porque ilustra lo que ayer en la presentación de enfermos fue
un dato interesante y rico, que nos enseñó también algo de lo que podemos llamar “el desen-
cadenamiento”.

Hay cierto tipo de desequilibrios y descompensaciones, ciertos momentos previos de trastor-


nos, que pueden ocurrir en un psicótico no desencadenado. Por ejemplo, el sujeto de ayer se
perdía a los 20 años por la calle, no sabía por donde iba, y discutíamos si ese era el desencadena-
miento, o si el desencadenamiento ocurrió el día en que dormía, y que no se sabía si durmiendo
o despierto vio una luz blanca que venía de arriba que iluminaba una pared, obteniendo de esa
escena la certeza de que Dios existía. Es a partir de esa certeza, que desarrolla toda una serie
de ideas alrededor de su posición respecto de Dios, y en particular de las determinaciones de
Dios sobre él.

Lo que se desencadena no es lo que podemos llamar un trastorno cualquiera de la identidad,


que aparece bajo la forma de alguien que se pierde o se desmaya. ¿Pero qué es el desencade-
namiento? Algo que se desprende del sujeto y aparece en el mundo dirigiéndose a él. No es
suficiente entonces un cierto trastorno del equilibrio psíquico, sino que es necesario que la luz
aparezca afuera y diciéndole algo que el sujeto no toma coyunturalmente, sino que lo aloja
como un ordenamiento de su vida, de su pulsión y de su goce. A partir de allí, cuando tenía 22
años su vida, se organiza de otra forma hasta los 54, que es la edad que tiene hoy.

Hay una tesis freudiana sobre la que Lacan da vueltas, que es que tanto en la paranoia como
en la psicosis en general, ambas, son una defensa contra la pulsión homosexual exacerbada.
Con el caso Schreber, Freud reafirma esta hipótesis, quien comienza su delirio con un fantasma
que lo coloca en posición femenina, y desarrollando toda su psicosis a partir de la frase: “sería
atractivo ser una mujer en el momento del coito”. Ese es el fantasma con el que empieza todo
el movimiento schreberiano, que lo va a convertir finalmente en la mujer de Dios, momento en
el cual encuentra el equilibrio de su psicosis.

En el texto de Freud sobre “Un caso de paranoia contrario…”7, el punto está expresado en este
dato: un abogado, en nombre de una hermosa mujer, consulta a Freud dado que ella quiere ha-
cer un juicio a otro hombre. Pero éste percibe que hay alguna otra cosa distinta a un problema
jurídico. Freud consigue que la representada vaya a verlo, y escribe: “a quien conocí tiempo
después de ver al abogado, era una mujer de unos 30 años, de gracia y belleza inusuales, que
parecía mucho más joven que su edad declarada y su aspecto era el de una genuina feminei-
dad”. Es interesante como describe a esta mujer, porque Freud ejerce su percepción, no cree que
el mismo delira, respecto a esta femineidad que observa. Nosotros hoy nos prevendríamos de
presentar un caso así, y le diríamos a Freud que deje sus impresiones acerca de lo que es feme-

7- FREUD, Sigmund, “Un caso de paranoia contrario a la teoría psicoanalítica”, en: Obras completas, Biblioteca Nueva, Buenos
Aires.

22
nino y masculino. Tengamos en cuenta que él tenía bastantes complicaciones con eso. Lacan
ironiza sobre la señora Freud y pueden leer los avatares de la relación entre Freud y su mujer.
Hay allí cuestiones de orden teórico y práctico.

Lacan dice también que la mujer es el síntoma del hombre. Síntoma como problema del hom-
bre (o sea como aquello que los hace sufrir) y es el síntoma como el partenaire esencial (no tal o
cual mujer, sino la mujer como Otro). Decir que la mujer es un síntoma para el hombre, implica
distinguir dos tipos de síntomas para el psicoanalista, el síntoma en la neurosis y la alucinación
en la psicosis. Pero ese síntoma en la neurosis es el síntoma displacer, trastorno, el síntoma
que toda la psiquiatría y toda la psicopatología nos plantea. Sin embargo, Lacan va a terminar
diciendo que hay síntoma tanto en la psicosis como en la neurosis, en la medida que no hay un
partenaire natural del hombre para la mujer y de la mujer para el hombre; en la medida que no
hay una complementación sexual establecida salvo para el animal macho-hembra.

Lo que perdemos al estar en contacto y al nacer en el mundo simbólico del lenguaje, es justa-
mente nuestro ser. Esto es lo que provoca nacer en un marco simbólico donde la lengua trans-
forma al padre, a la madre y al hijo en significantes que circulan, y en esa medida nadie es. Los
demás son semblantes, por eso una cura analítica va de semblantes precariamente sostenidos,
a semblantes bien articulados. Podríamos decir que un análisis exitoso permite al sujeto reen-
contrarse con un sólido semblante de padre, sólido semblante de hombre, sólido semblante de
mujer. Pero el semblante de mujer tiene sus propias particularidades, por eso habla Lacan de la
impostura masculina y de la mascarada femenina, que son las dos formas de decir que nadie
es hombre ni mujer.

Estamos en un movimiento donde el ser no permite darle solidez a lo que somos. Noten que
esto toca complicadamente con un ordenamiento intuitivo que podemos hacer de un psicótico
y de un neurótico, porque si decimos esto y queremos ser coherentes con lo anterior, no pode-
mos decir “el psicótico es una apariencia de hombre” y “el neurótico es un hombre”. Esto viene
de lejos en la enseñanza de Lacan, desde la época que planteaba el estadio del espejo, cuando
decía que “el yo se constituye anticipadamente como una imagen a la que nos identificamos y
nuestro cuerpo, el que somos, es un cuerpo despedazado”; o sea que nuestro yo ya está cons-
tituido sobre algo falso, no es un cuerpo ordenado que se sostiene al yo, sino que es un yo que
está constituido para desconocer ese despedazamiento del cuerpo.

Las llamadas “personalidades como si” hacen suponer que ellas son de puro semblante y las
otras son de puro real, pero esto no es así sin que se haga necesario distinguir los falsos sem-
blantes de los verdaderos.

Lo real es eso que no puede ser absorbido por el semblante, y el semblante tiene una relación
con lo real que es de exterioridad. Es decir que lo real va por un lado, y el semblante por otro.
Además, el semblante es precario, y se cae por cualquier cosa desencadenando una psicosis.
Por ejemplo, el semblante de padre en Schreber se desarticula cuando tiene problemas con la
paternidad real; otro ejemplo serían los trastornos del puerperio en la mujer, cuando se encuen-
tra con el bebé que jaquea su identidad.

23
Pero volvamos al caso de Freud de la joven paranoica que contradice la teoría psicoanalítica.
Freud relata que esta mujer conoce a un joven, quien le plantea “cuán disparatado era renun-
ciar, movidos por convenciones sociales, a todo cuanto ellos deseaban, a lo cual tenían un in-
dudable derecho y que contribuía como ninguna otra cosa a la exaltación de la vida [todo esto
en realidad, para decirle ‘vamos a casa’]. Como él había prometido no ponerla en peligro, ella
finalmente le concedió visitarlo de día en su vivienda de soltero. Así ocurrieron los besos y los
abrazos, yacieron uno al lado del otro, y él admiró sus encantos a medias descubiertos”.

En mitad de esta hora de amor, la atemorizó un repentino ruido, como un latido o un tic tac,
Ellos estaban en esa escena y algo hizo tic tac afuera, diríamos en el campo del Otro, del Otro
del sujeto, en el exterior, hay un tic tac. Decir esto no es suficiente para desarrollar una paranoia
completa, es el comienzo, pero me interesa ver como la joven mujer va articulando aquello que
va a definirla como una paranoica.

Miller distingue en el campo de la neurosis lo que llama las respuestas del Otro, y en el campo
de la psicosis, la respuesta de lo real. Este sería un ejemplo de lo que es una respuesta de lo real,
no sólo porque lo escucha fuera del campo de ella, sino por la relación que va a establecer con
eso que escuchó. Noten la diferencia entre el joven y ella respecto de este mismo dato; uno dice
“es una respuesta del Otro”, y otro dice “es una respuesta de lo real”.

Venía el ruido desde el escritorio, que estaba expuesto transversalmente a la ventana, y el es-
pacio que mediaba entre mesa y ventana estaba en parte cubierto por una espesa cortina. Ella
contó que enseguida inquirió al amigo por el significado del ruido. Y en ese punto empezamos
con los temas de la interpretación. Recuerden toda la problemática: hasta ahí escuchó un ruido,
y en un segundo tiempo, lo va a interpretar. Esto va en la línea de lo que tenemos que distinguir
en el campo de la psicosis, lo que son los fenómenos primarios de lo que son los fenómenos
secundarios delirantes que interpretan los fenómenos primarios.

Aquí hay un hilo que tomaremos más al final, que es cómo se interpreta en el campo de la psi-
cosis cuando la interpretación ya está formando parte de la estructura, o sea que el psicótico ya
dispone de una interpretación.

¿Qué diferencia hay entre la interpretación psicoanalítica y la interpretación del psicótico?


¿Cuál es la diferencia? ¿Es lo mismo? En un sentido es diferente, pero si tomamos en cuenta
como fue usada la interpretación significativa en la historia del psicoanálisis, hay algunos pun-
tos en común.

Pero volvamos a la escena de la joven paranoica de Freud. El joven le dijo, cuando ella le pre-
gunta qué es ese ruido, que probablemente venía del pequeño reloj que estaba sobre el escrito-
rio; “pero yo me tomaré la libertad –dice Freud–, de apuntar más adelante algo sobre esta parte
de su informe”.

El joven interpreta que es un ruido en el campo del Otro, que no lo interpela, que no lo incomo-
da, que no lo amenaza, y que le permite mantener el equilibrio de la escena en la que estaban
inmersos; o sea que es un ruido que el sujeto ha incorporado significativamente a su mundo,

24
no se encuentra fuera de él; lo interpreta: es el reloj. Cuando abandona la casa, la joven se topa
en la escalera con dos hombres que al verla secretean. En este punto habría que preguntarle
a Freud: “¿dijo ella o dice usted que secreteaban?”, porque decir que secreteaban implica una
interpretación acerca de que estaban diciendo algo que no querían que se escuchara. Ya es una
interpretación paranoica decir que secretean, porque objetivamente hablaban en voz baja, ese
el hecho concreto. Pero sabemos que toda palabra es una interpretación, y en el “secreteaban”
hay una interpretación evidente.

“Uno de los desconocidos llevaba un objeto envuelto como un cofrecillo, y el encuentro le dio
que pensar. Camino hacia su casa se forjó esta combinación, ese cofrecillo fácilmente podría ha-
ber sido un aparato fotográfico. [Empieza el encadenamiento de datos.] Ruidito con máquina
fotográfica, y el hombre que lo llevaba, un fotógrafo, que mientras ella se encontraba en la ha-
bitación había estado al acecho escondido detrás de la cortina. El tic tac que oyó fue el ruido del
disparador, una vez que el hombre hubo obtenido la situación particularmente comprometida
que quería fijar en la imagen”.

Aquí noten como se va extendiendo, para la joven no queda en el tic tac (mientras que para el
partenaire sólo se trató del tic tac de un reloj), ella ve que secretean (vamos a suponer que es pa-
labra de ella), ve el cofre, y en el cofre una máquina fotográfica, y de allí, ve un fotógrafo; pero
la cuestión aún continúa, se sigue extendiendo, no se localiza, según esa cierta metonimia del
delirio que no para. No lo puede descartar, no lo puede tomar como una idea que se le ocurrió
y sigue; la idea empieza a absorberla, a tomarla, la empieza a convertir en sujeto de esa idea, no
la suelta, la empieza a articular y la empieza a representar en un sujeto fotografiado.

“Desde ese momento no pudo acallar su suspicacia hacia el amado. [Una exageración de Freud
decir que es el amado.] Lo persiguió de palabra y por escrito con la demanda de una explica-
ción tranquilizadora y también con reproches”. Esto es lo que se llama “atribución subjetiva”;
no es que escuchó un ruido que no encarna, sino que alguien que lo hace. Primera atribución, es
un fotógrafo; pero la atribución subjetiva completa está en la idea de que es el amado, dice Freud,
que está articulando todo: él es el que le quiere sacar una fotografía. Por supuesto, en una persona
neurótica esto puede pasar como una idea, como una sensación, como una persecución que
quedará ahí, desechada; pero en la psicosis no la suelta, la toma a la joven.

Se mostró inaccesible, lo que va mostrando lo que llamamos la certeza psicótica: es inaccesible


a los argumentos. Este es el punto al que el analista no puede ir, al punto de demostrarle que
esto no es realidad, es el punto donde nos separamos del partenaire que le desmiente el delirio.
¿Nosotros que hacemos en ese lugar? Sabemos ya a priori que es inaccesible a los argumentos,
de modo que avanzamos con el desarrollo mismo del delirio para tratar de ordenarla en el in-
terior mismo de ese delirio, sin delirar con ella, pero dejándola avanzar en su construcción, que
ya es una tentativa de regular eso que se disparó.

Este tic tac es lo que llamamos una “deslocalización del goce”. Cuando el goce se deslocaliza,
el tic tac aparece afuera, y Freud mismo va a intentar transmitir esta enseñanza a través del
esquema edípico.

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Dirá que los fantasmas primarios de las fantasías primordiales de todo niño y la escena prima-
ria quedan incluidos en el aparato edípico, lo que Freud mismo definió como su instrumento
científico. Pero sin embargo, Lacan dice que ese es el fantasma freudiano, que cumplió efectos
muy reales en el psicoanálisis, en la teoría psicoanalítica.

Sigamos a Freud: “Se mostró inaccesible a los juramentos que él le hizo con lo que sustentaba
la sinceridad de sus sentimientos y lo infundado de la sospecha. Por último se dirigió ella a un
abogado, le contó su vivencia y le entregó las cartas que a raíz de este asunto había recibido del
sospechado”. Pero el abogado entendió que eran ideas enfermizas.

A partir de allí comienza todo desarrollo del dispositivo freudiano, donde la interpretación de
Freud va a estar basada en su desarrollo teórico sobre el Edipo, en la escena primaria, y en la
visión que el niño tiene de ella, pero también la idea de que se contradice su teoría acerca de
que la psicosis es una defensa contra la homosexualidad (como lo indica el título de su artícu-
lo), porque en verdad, el dato elemental que aparece, ese tic tac, ataca la heterosexualidad que
está ahí en juego. Freud se pregunta: ¿cómo es que la psicosis, el tic tac, interfiere a la hetero-
sexualidad, y no a la homosexualidad? Va a intentar explicarlo forzando su aparato edípico y
diciendo que en verdad el joven ocupaba el lugar de la madre, era un verdadero encarnamiento
de la madre de la sujeto y de ese modo, es homosexual el tema inconsciente del que se trata.

En los últimos dos capítulos del Seminario 3, tienen algunas reflexiones de Lacan sobre el Edipo
freudiano y aquello que él propone en su lugar, que va a ser la relación significante-goce, una
brusquedad, todo el Edipo freudiano reducido a la relación significante-goce. Pero hay que
entender por qué Lacan llega a esa elaboración para no quedar tomados por lo que no dudaría
en llamar un semblante lacaniano sin sustento real.

¿Por qué Lacan opone Edipo a significante-goce? Primera cuestión a destituir: en verdad todo
el dispositivo lacaniano está apuntado a no fascinarse con la persona, con el discurso volunta-
rio (camino de las psicoterapias), con más o menos radicalidad respecto de lo que Freud llamó
el inconsciente.

Cuando decimos significante y goce, estamos planteando una reformulación lacaniana del in-
cesto, aquello que se produce en el contacto con lo que tendría que estar excluido y prohibido.
El incesto es un goce que hace entrar en contacto lo prohibido, y pone en juego la falla del
Nombre del Padre, produciendo el incesto entre la madre y el hijo, lo que nos sumerge en toda
la problemática del Edipo.

Cuando Lacan dice significante y goce se debe entender que se está refiriendo a los avatares del
incesto freudiano en la relación significante-goce, goce excluido o goce incluido. De este modo,
el neologismo, que une significante y goce, sería incestuoso, y el significante que excluye al
goce, sería el que cumple como tal la función del padre. Por esta razón Lacan sostiene que el
Nombre del Padre es un significante, velando la persona del padre. Pero cuando la persona del
padre se coloca en el lugar del significante, lo que produce es la destitución del significante y la
inclusión de un-padre. Todo este desarrollo de Lacan ubica al “Otro”, y al “significante-goce”,
en la destitución de lo que les venía diciendo del sujeto y de la representación; en definitiva, la

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destitución de todos los personajes de la trama edípica para pasar a manejarnos en términos de
articulación significante-goce.

Otra cuestión que debemos tener en cuenta, es que cuando Freud habla de Edipo, se refiere
a la prohibición del incesto. ¿Cómo reformulamos la prohibición en términos de significante-
goce? Lo formulamos en términos lógicos, dice Lacan. Lo que prohíbe, lo que hay detrás de
la prohibición, siempre es un prohibidor, arrastrando la prohibición misma a la persona que
prohíbe. En ese punto, va a definir lo imposible, formulación freudiana recubierta por juegos
de personas y vínculos. En verdad, la prohibición freudiana, la amenaza del padre, es lo que
hace imposible el goce incestuoso. En esta misma línea, Lacan dice que “la función del padre
es excluir goce y significante, goce y simbólico”, o sea que el significante del Nombre del Padre
es lo que excluye el goce del significante, algo así como decir la prohibición del padre excluye
la relación madre-hijo.

En un análisis no nos encontramos con la relación significante-goce, nos encontramos con un


relato que habla del padre, de la madre, del hijo, las experiencias incestuosas entre madre e
hijo, y sus manifestaciones de goce. Son lo que podríamos llamar “los divinos detalles”. Por
ejemplo, la primera erección del hijo ocurrida cuando la madre curaba su pene con pomada; un
dato incestuoso, de primer contacto, de primera experiencia de goce con la madre.

En el análisis no nos encontramos con significante y goce, sino que el dispositivo permite es-
cuchar un relato de esa escena de goce, donde se puede retener la escena como referencia, y lo
que se pone en primera instancia es el relato, o sea, palabras y significantes, como descripción
o representación del sujeto; y es con ese relato con el que vamos a encontrar en el horizonte, no
la prohibición del incesto, sino la relación imposible entre significante y goce, que es a lo que
va a conducir la interpretación analítica.

Es decir que el análisis realiza un proceso similar al que aplica Lacan a la lectura del Edipo
freudiano, relativizando los discursos sobre las personas o los personajes, hasta encontrar en el
final del análisis una frase, lo que Lacan llama la frase fundamental de un sujeto, su fantasma
fundamental, aquella frase que lo ordena y sostiene su posición en el mundo. Retroactivamen-
te, con esa frase, en un análisis ordenamos toda la historia del sujeto. En esa frase fundamental
última, encontramos el significante y su goce articulado.

AUDITORIO: Quería retomar lo que planteaba respecto de lo imposible, relacionándolo a la


identificación, donde la interpretación del analista iría permanentemente a la identificación,
como manera neurótica de buscar significante y goce, para hacer consistente un ser.

JORGE CHAMORRO: La pregunta, entonces, es acerca de la relación entre el análisis, lo que


estoy diciendo, y las identificaciones.

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Lacan dice que el análisis va más allá de las identificaciones, pero hay dos cuestiones que debe-
mos tener en cuenta, una en el campo de la neurosis y otra en el campo de la psicosis. Estricta-
mente hablando, cuando hablamos de más allá de las identificaciones estamos pensando en el
campo de la neurosis, porque en el campo de la prepsicosis las identificaciones son frágiles, y
más allá de las identificaciones, lo que hay, probablemente, es un agujero.

Cuando decimos que en el campo de la neurosis vamos más allá de las identificaciones, sa-
bemos que más allá de las identificaciones hay otra cosa, no un agujero como en la psicosis, y
por eso el horizonte no es la angustia, sino es lo que llamé la frase fundamental, el fantasma
fundamental, la localización del goce, o el semblante bien arraigado a lo real, que no lo absorbe
pero lo arraiga.

Justamente, cuando dije función representativa del sujeto quise decir cuestionamiento a las
identificaciones del sujeto. Es decir, que cuando interpretamos a un sujeto, teniendo en cuenta
el valor representativo de la palabra bajo la forma de ponerle en juego el referente, irrealizamos
la referencia. Le estamos cuestionando su identidad, porque su identidad no se juega metapsi-
cológicamente en el aparato psíquico, se juega en lo que dice, en lo que sabe que dice, y en lo
que reconoce que está diciendo, y en lo que entiende de lo que le están diciendo; por eso cuan-
do alguien dice: “no entendí lo que me dijo”, está tratando de reforzar su identificación, porque
le hemos dicho algo enigmático que no le permite identificarse a nuestro saber. Por eso la clave
de la interpretación psicoanalítica es que debe puede ser completa, ya que sino, se ofrece a la
identificación, se ofrece a la sugestión; por eso siempre al interpretar se debe excluir alguna
cosa. Este es el punto donde hacemos vibrar, interrogamos, movemos o finalmente destituimos
una por una todas las identificaciones del sujeto. Por eso hay un momento del análisis que se
denomina “falta en ser”; es decir, hay un sujeto que no está claramente identificado a nada. Ya
cuando hablemos de la melancolía vamos a distinguir la falta en ser del dolor de existir, para
descubrir que la falta en ser es un velamiento de dicho dolor.

Pero cuando hablamos de identificaciones, debemos distinguir varios registros, ya que hay
identificaciones imaginarias y hay identificaciones simbólicas.

¿Las identificaciones imaginarias cuáles son? Hablábamos de tres niveles del discurso: un nivel
del discurso descriptivo, un nivel del discurso más vacilante, metafórico, equívoco, o la inte-
rrupción del discurso. Hay también en nuestros pacientes un discurso auto explicativo, donde
sabe por qué le pasan las cosas, ya que aprendió en un análisis que lo que le pasa tiene que ver
con la angustia de la madre, por ejemplo, y esto forma parte de las identificaciones. Pero cuan-
do un análisis se monta sobre explicaciones de lo que a uno le pasa, aunque sean razonables,
está reforzando el camino identificatorio, y entonces nuestra respuesta siempre va a tender a
no comprender las auto explicaciones que alguien ha logrado en un análisis, ya que el análisis
no tiene como horizonte la auto conciencia, el saber sobre sí, sino el fantasma fundamental, que
pone a la conciencia en otro lugar que en el lugar de la acumulación de saber sobre sí.

En el campo de la psicosis tenemos otro movimiento. La pregunta sería: ¿qué hay detrás de
las frágiles identificaciones imaginarias en el campo de la psicosis? En el Seminario 3, Lacan
se refiere a la “descomposición del mundo imaginario”, en el momento de la aproximación al

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desencadenamiento, descompaginación del mundo imaginario que es desarticulación de las
identificaciones imaginarias no ancladas a un sostén simbólico del que a veces carecen. En el
campo de la neurosis, el sostén simbólico de las identificaciones imaginarias es el Nombre del
Padre, significante que le da solidez a todas nuestras identificaciones, y cuando no está, las
identificaciones se sostienen precariamente en un equilibrio entre sí con un agujero por debajo.
Por eso en el campo de la psicosis nunca hacemos esta búsqueda del efecto sujeto, porque el
efecto sujeto es contra la identificación del yo y contra lo que el sujeto sabe de sí. Si hacemos
esto en el campo de la psicosis conducimos al sujeto al vacío, ya que carece de recursos. A ese
agujero con el que el psicótico se encuentra, Lacan lo llama forclusión del Nombre del Padre, y
es en el cual va a instalar un delirio, como respuesta delirante a ese vacío.

En el Seminario 3 queda subrayado que lo que hay debajo de todas esas identificaciones ima-
ginarias son “plomadas del discurso”, significantes que no están encadenados, lo que llama
neologismos, y con los que aquí nos proponemos construir y reconstruir el ordenamiento ima-
ginario del mundo del sujeto, partiendo no de la destitución del neologismo, sino del recono-
cimiento del neologismo, para construir y ordenar a partir de ahí el equilibrio delirante del
sujeto. Esto tiene distintas versiones. En Schreber, produce la frase: “soy la mujer de Dios”, la
construcción neológica. En el discurso neurótico podemos tocar las palabras, porque hay otras
palabras que sostienen mejor al sujeto simbólicamente que son los significantes. Y en el campo
de la psicosis nos remitimos a los neologismos sin tocar ese mundo imaginario que sostiene
todo el equilibrio delirante del sujeto, y por eso no hacemos juegos de palabras, no propone-
mos otros sentidos, no desorientamos al sujeto.

Pero volviendo al caso de Freud, él va a interpretar que el tic tac que escuchó esta mujer era el
tic tac de su clítoris. Pero no se trata de la construcción del sujeto, sino de la interpretación de
Freud a partir del aparato edípico (posición viril de la mujer, clítoris, vagina, etc.), lo que lo lle-
va a decir que es un tic tac que ella sintió en su propio cuerpo, en el clítoris, en el momento de la
escena con su amado, y lo forcluyó. En realidad dice que lo proyectó masivamente y lo escuchó
porque no podía absorber en su aparato psíquico el placer en juego en esa escena. En resumen:
esta sujeto no pudo absorber el tic tac del clítoris y lo desplazó al mundo.

Lacan agrega que tanto lo proyecta afuera, lo escucha tan de afuera, que va a concluir que eso
no es una proyección, eso es una forclusión, ya que nunca estuvo adentro y fue para afuera,
sino que siempre está afuera por estructura. Esto es lo que llama forclusión, una proyección
extrema, pero que de tan extrema no se proyecta nada, ya que nunca estuvo adentro y viene
siempre de afuera.

Freud lo significa en el clítoris, o lo significa como madre, padre, etc., pero las significaciones
son las que refuerzan las identificaciones, aquellas que para Lacan deben ser atravesadas. En
el Seminario 17, El Reverso del Psicoanálisis, hay un capítulo complejo dedicado a hablar del más
allá del Edipo freudiano, que es el lugar a donde Lacan apunta, sostiene que hay que ir más
allá de las identificaciones edípicas. Desde ahora en más, entonces, estamos inhabilitados para
interpretar a la manera de “esto es por la mamá”, “esto es por el papá”.

29
Como analizantes o como analistas, cuando uno llega a saber y a recordar que el dolor que
alguien sintió tiene que ver con que su madre, nos quedamos con una pregunta: ¿y ahora? Y
después de eso, ¿qué?, ¿cuál es el efecto de ese descubrimiento? Es un efecto de reconocimiento
de una causalidad que lo único que hace es sostener nuestra conciencia de nosotros mismos,
aunque sea cierta. Pero sepamos que la causalidad edípica es una causalidad como cualquier
otra, una causalidad delirante de todo sujeto en análisis. Mientras que para Freud uno se ana-
lizaba con el pasado, para Lacan en cambio los tiempos que usa el análisis dependen de cada
sujeto. O sea que el peso del pasado, del pasado como determinación, Lacan lo relativiza y dice
incluso que uno se puede analizar con cualquier tiempo, el presente, el pasado o el futuro, no
hay necesariedad del análisis en relación al pasado, y en ese sentido va a hablar del análisis
que construye una ficción, asociando y no reconociendo causalidades edípicas. Pero esto es un
desafío para nosotros, porque todo analizante, analista, no analista, que tenga que ver con el
mundo psi o no, es alguien que sabe que el Edipo es constitutivo, que sabe acerca de las sig-
nificaciones, que tal cosa tiene que ver con el padre, etc., pero a nosotros se nos dibuja en este
punto una pregunta ¿por qué este sujeto me habla del pasado? No comprendemos.

Cuando un sujeto viene a contarnos algo en la primera entrevista, siempre nos pondremos en
posición subjetiva de neutralidad respecto de como hay que analizarse.

La neutralidad del analista es no tener prejuicios ni siquiera psicoanalíticos, entonces la pre-


gunta permanente es por qué me dice lo que me dice, una pregunta sistemática y crucial en
las primeras entrevistas, para saber cuál es el núcleo que quiere allí analizarse por fuera de la
voluntad del sujeto.

Esto es lo que Lacan advierte: “no comprendan”, “cuídense de comprender”, lo que quiere
decir “cuídense de sobrentender las cosas”, “cuídense de sobrentender lo que es un análisis”,
“cuídense de sobrentender que el pasado es determinante”, lo que quiere decir que el analista
debe ser una mirada que interpreta solamente porque no entiende, que interpela al sujeto en
lo que se llamaría su identificación como paciente del análisis. De ese lugar van a venir las
respuestas interesantes, porque siempre alguien viene a contar lo que se supone que el analista
está esperando que cuente, y ahí van a encontrarse con el deseo histérico y no con la voluntad
de analizarse.

Bueno, nos vemos en un mes. Introduciremos nuevamente dos textos freudianos, y después
poco a poco iremos a la prepsicosis, la perplejidad y las estructuras clínicas.

11 de abril de 2002

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III
IRREALIZAR EL REFERENTE: LA FICCIÓN

Ayer en la presentación de enfermos surgió una cuestión que conecta específicamente con uno
de los temas que quiero tratar hoy. Al finalizar la presentación, se planteó un diálogo entre el
equipo del ICBA y el equipo del servicio, que está presente a través de varios de sus integran-
tes. En verdad fue una interlocución entre el psicoanálisis y la psiquiatría acerca del tema de la
conciencia.

Ellos decían que el paciente que veíamos tenía un mejor pronóstico en la medida que poseía
una cierta conciencia de lo que le pasaba, conciencia reflejada en ciertos datos que este sujeto
brindaba. Esta idea de la conciencia, lo que se llamó clásicamente la “conciencia de enferme-
dad”, implicaba que el sujeto, al hablar de su futuro, se refería a sí mismo retomando sus es-
tudios, mejorando, e incluso consideraba la posibilidad de que algunos de los problemas que
padecía los siguiera teniendo, y que eventualmente podrían acompañar un poco su proyecto
de vida. Es así que surgió este diálogo en torno a la “conciencia de enfermedad”. Me parecía
interesante, porque implica que detrás de la conciencia de enfermedad hay otra cuestión, que
es que la enfermedad ocupa allí el lugar de la realidad. Tenemos una doble cuestión entre
conciencia-realidad y conciencia-enfermedad.

El psicoanálisis, y la enseñanza de Lacan en particular, trastornan el lugar de la conciencia,


alterando el supuesto del sentido común que afirma que la conciencia y la realidad se adecuan,
adecuación que se considera verdadera. Este tema ha sido largamente tratado por la filosofía
ya desde Aristóteles (que es quien formula la verdad como adecuación a la cosa), pasando, en
su versión moderna, por Descartes, que entiende a la verdad como certeza, para finalizar en
Lacan, con la formulación de la verdad como una estructura de ficción. Es decir que lo real y la
verdad se separan, quedando de esta forma desubicada la realidad. Ahí se cruzan tres o cuatro
elementos que son totalmente reformulados por el psicoanálisis: el lugar de la realidad, el lugar
de la verdad y el lugar de la conciencia.

En Freud, esta cuestión se plantea en “Construcciones en psicoanálisis”1, donde en la última


parte tratará el tema de la equivalencia entre las construcciones en un análisis y el delirio en la
psicosis. Allí, la construcción vale en lugar de la verdad histórica, en la medida en que Freud
ya le había dado al recuerdo y a la historia un lugar preeminente, tanto en su teoría como en
su práctica.

Pero hoy nosotros podríamos decir que la conciencia, tanto para el neurótico como para el psi-
cótico, es una conciencia equivocada.

1- FREUD, Sigmund, “Construcciones en psicoanálisis”, en: Obras completas, Biblioteca Nueva, Buenos Aires.

31
La conciencia de enfermedad la podemos observar cuando decimos que el sujeto no se da
cuenta que delira, que tiene síntomas, o que está internado. Hay ocasiones que al preguntarle a
un sujeto internado hace muchos años en el Borda qué hace allí, no es muy evidente que tenga
claro por qué. Cuando una vez le pregunté a un sujeto por qué estaba internado hacía quince
años, me contestó:

–Bueno, mire, la vez que vine, hace quince años, el director me dijo que me quedara, y ahora
estoy acá.

–¿Y cuándo se piensa ir?

–Cuando el director me diga que me vaya.

Él no veía ninguna razón salvo la sugerencia del Otro para estar ahí, regido simplemente por
esa relación particular que tenía con el Otro y ninguna razón propia ni de sus trastornos, que le
motivaran a estar internado ni a dejar de estarlo.

Esto es lo que llamamos ausencia de conciencia de enfermedad. Y según la versión de la psiquiatría,


esta ausencia de conciencia de enfermedad determina una mayor gravedad y una mayor difi-
cultad en el pronóstico de un sujeto.

Cuando nosotros decimos que la conciencia es profundamente desarticulada de la realidad,


esto quiere decir que en el psicótico las cosas son visibles, que la ausencia de conciencia de
realidad es patológica, como en el caso que les comenté antes. Un sujeto neurótico podría dar
muy buenas razones por las cuales está internado.

Lo que decimos es que esa conciencia de enfermedad es lo que en el psicótico aparece a cielo
abierto mientras que en el neurótico está encubierto, y parece –esto es lo engañoso–, que tu-
viera la conciencia adecuada al objeto, adecuada a la realidad, y que fuera en ese sentido una
conciencia verdadera.

Por eso, cuando decimos que la posición del analista apunta en sus respuestas a irrealizar el
referente, consideramos la verdad como una ficción, que es la que se construye en el análisis
separando al sujeto de la realidad y de su conciencia.

En verdad, toda la respuesta analítica es una respuesta que transgrede la conciencia del sujeto.
¿Pero qué llamamos conciencia del sujeto en un sujeto neurótico? La conciencia de sus sínto-
mas. Nosotros le preguntamos qué le molesta, por qué viene, cuáles son sus problemas. Tiene
conciencia de estas cuestiones, pero nosotros no creemos en la dirección de la cura que ese sea
el camino; su conciencia no es nuestra brújula. Ese fue un camino para muchos psicoanalistas
que, por ejemplo, analizaban las resistencias, y que veían en la perspectiva del análisis una ade-
cuación del sujeto a la realidad. Se llamó a esa adecuación, a esos logros, el análisis en un marco
aristotélico; un análisis que empieza por un ajuste entre la realidad, la conciencia y la verdad,
que en el horizonte debe encontrarse con lo que se llama “logros”: concreciones más o menos
exitosas en el campo del trabajo, en el campo del amor, en el campo de la inserción social.

32
Con Lacan, el psicoanálisis va en otro camino, leyendo los efectos en la realidad sin considerar-
los una meta. Nuestra orientación, como ya dijimos, es la irrealización del referente más cerca
del camino del psicótico, y consideramos que eso es lo que va a producir un efecto de inserción
social, pero con una clave, que es que esa verdad como ficción va a ser un producto del sujeto
y no un producto insertado en el sujeto por el analista.

La interpretación en psicoanálisis es deudora de todo lo anterior, no va en el camino del insight.


No es una perspectiva diferente que le otorga el analista al sujeto. Sin embargo, muchas inter-
pretaciones que escuchamos de otros analistas, e incluso que damos, van en esta perspectiva:
ampliar la conciencia.

Pero tengamos en cuenta que todo lo que amplía la conciencia del sujeto va del lado del refuer-
zo yoico del síntoma. El síntoma se refuerza en la medida que el yo se refuerza. De modo que
justamente ampliar la conciencia del sujeto con la interpretación, que le muestra una cara que
él no puede ver, es ir en el camino del refuerzo de los síntomas.

Pero la pregunta es qué oponemos a la conciencia y al insight. Si tuviéramos que decir si no es


en la conciencia, ¿dónde leemos nosotros el progreso de una cura? Porque de eso se trata, de
dónde leemos el buen o el mal pronóstico. La psiquiatría, e incluso algunos sectores del psi-
coanálisis, encuentran ese buen pronóstico en el progreso de una cura, en la medida en que el
sujeto va haciendo insight, como la entrada de lo desconocido en la conciencia del sujeto, de
manera que el insight es esa ampliación de la conciencia.

Cuando alguien dice “¡ah!, es cierto, ahora me doy cuenta de esto o de lo otro”, nos da pruebas
claras de la ampliación de su conciencia. Pero si carecemos de ese referente, en el progreso de
nuestra intervención, en el momento de establecer un diagnóstico, e inclusive un diagnóstico
diferencial, ¿qué tenemos en su lugar?, ¿cuál es la categoría que usamos? Hay una muy clara:
nosotros leemos en la “implicación del sujeto” como tal en la palabra, lo que la psiquiatría lee
en la conciencia de enfermedad. Esto está reiteradamente usado en el Seminario 32 sobre Las
psicosis.

Un sujeto implicado en lo que dice hace al diagnóstico diferencial, y es lo que instalé desde el
principio de la primera clase como una brújula. Es decir, el sujeto se define como psicótico o
como neurótico según pueda o no pueda por estructura entrar en la posición sujeto. Esto quiere
decir que el sujeto psicótico no puede representarse por lo que dice, lo cual en términos estric-
tos sería que no puede ponerse en posición de sujeto y ser representado por un significante
para otro significante.

Otra forma de decir lo mismo sería que no puede desidentificarse del discurso que sostiene,
no puede quedar en posición de ser hablado por lo que dice. Y cuando lo es, es hablado por la
voz que le viene de afuera bajo la forma de la alucinación verbal, pero no pudiéndose escuchar
en lo que dice ni más allá de lo que le dice. No puede preguntarse por lo que le cuentan los
enunciados que pronuncia.

2- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 3, Las psicosis (1955-56), Editorial Paidós, Buenos Aires.

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A los neuróticos tampoco les es fácil, pero tienen la posibilidad estructural de hacerlo. En un
análisis, podemos observar esto cuando el sujeto hace una observación sobre su propio discur-
so, en el momento donde no está contando tal o cual dato sino cuando siente que lo que está
contando, por ejemplo, no es importante, o cuando el sujeto se enfrenta a lo que está diciendo
y siente que está hablando tonterías. Es una versión, hay muchas.

Tenemos que saber explorar todos los enunciados que nos van marcando esta posición donde
el sujeto se separa de su propio discurso, se separa de lo que él quiere decir. El símbolo de esto
es el lapsus, cuyo análisis, a partir de lo que se dijo y no se quería decir, debe conducir el dis-
curso, a separarse de lo que se quería decir. Si no se produce este efecto de separación, no hay
sujeto dividido, aquel sujeto dividido entre lo que quería decir y lo que dice. Esto es lo que se
llama efecto sujeto y división.

Recuerden también que el análisis es la exploración sistemática de la división del sujeto en


todas sus formas. En el campo imaginario, la división de un sujeto aparece de modo salvaje
entre dos hombres, entre dos mujeres, entre dos carreras, e incluso a veces la división del sujeto
aparece triplicada. Estoy pensando en un sujeto que vino y me planteó:

–Tengo un problema.

–¿Cuál es el problema que tiene?

–Que tengo novia, esposa y amante, y no las logro combinar bien, aunque tengo una secretaria
especial para que no se me superpongan.

Pero el problema es que se le trastornaba el equilibrio.

¿Qué quiere decir esto?, ¿que tener tres es síntoma? No, a él se le convertía en un síntoma. Tal
vez otros se manejan perfecto, con tres o con más, incluso con más de tres. Pero para este sujeto
la tripartición era un problema, un síntoma.

Si en cambio dijéramos que el síntoma es tener tres, estamos demostrando que sabemos cómo
hay que vivir, formulamos una concepción del mundo, justamente aquello que Freud decía que
no era el psicoanálisis, lo cual quiere decir que el psicoanálisis, y menos aún el psicoanalista,
deben alojar las formas en que los sujetos desean vivir, en este caso con una, con dos, o con
cuatro.

La entrada en análisis supone ratificar que el sujeto puede ubicarse en posición de implicado,
y no hay entrada en análisis autorizada por el analista si no hace la experiencia de verificar que
ahí hay un sujeto pasible de estar en esta posición.

Si retomamos el texto “La pérdida de la realidad en la neurosis y en las psicosis”3, van a leer
que Freud supone un sujeto capaz de conciencia, de conciencia de sí, o un sujeto que está sepa-
rado de la conciencia. En principio, noten que el título se refiere a la pérdida de la realidad tanto

3- FREUD, Sigmund, “La pérdida de la realidad en la neurosis y en las psicosis”, en: Obras completas, Biblioteca Nueva, Buenos
Aires.

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en la neurosis como en las psicosis. Basándonos en el sentido común, tendemos a decir que el
psicótico es un sujeto que delira, que está fuera de la realidad, mientras que el neurótico está
dentro de la realidad. Pero Freud dice que ambos están afuera de ella. La pregunta que debe-
mos hacer al texto de Freud, con Freud mismo, es si cuando habla del neurótico y del psicótico
supone un sujeto que sí estaría en contacto con la realidad, con la conciencia y con la verdad. Y
mi impresión es que en varios comentarios que hace supone exactamente ese sujeto, pero si así
fuera, habría que preguntarle a Freud con Freud que es, en ese caso, de la represión primaria.

Conectar la represión primaria y la constitución del sujeto define la conciencia como aguje-
reada, es decir, nos encontramos ya con una incompatibilidad originaria entre conciencia y
represión primaria.

¿Cómo llama Freud al efecto de la represión primaria? La imposible conciencia, la imposible e


irreversible capacidad de conciencia. O sea que a la conciencia de todos nosotros como sujetos,
la represión primaria le instaura un agujero.

Como en tantos otros puntos del texto freudiano, Lacan extrae toda su lógica rompiendo la
relación de la conciencia con la realidad. Entonces, hay un agujero de la conciencia, que Freud
mezcla con un elemento que usó mucho a lo largo de todo su desarrollo, un instrumento insis-
tente, de una sistematicidad muy importante, planteado por él mismo como trabajo de la cura
psicoanalítica: el recuerdo. Es decir que el recuerdo y la conciencia van en el mismo camino.

Si nosotros apuntamos a la irrealización del referente, estamos sosteniendo que nuestro camino
no es el recuerdo, porque en su estructura, el recuerdo es imposible. Pero en cambio, Freud va
a decir que hay recuerdos encubridores, y Lacan que todos los recuerdos son encubridores,
porque hay un agujero en la conciencia, que es lo que se llama represión primaria a la manera
que la describió Freud

Pero llegados a este punto, nos encontramos con muchos nombres freudianos. Sería intere-
sante, por ejemplo, preguntarle a Freud qué ocurriría con el ombligo del sueño. Tengamos en
cuenta que toda la enseñanza de Lacan parte de ese ombligo del sueño, y no del sueño mismo;
parte de la imposible conciencia, poniendo la represión primaria en primer lugar. Si hay algo
imposible de conciencia, esto quiere decir que lo que vamos a construir a partir de ese ombligo
del sueño, a partir de esa conciencia agujereada, es una ficción. Y para Freud, la ficción que se
construye pretende completar ese ombligo. Esto está claro en “Construcciones en psicoanáli-
sis”. Allí, Freud está tomado por una lógica particular, la lógica del todo y del completamiento.
En este texto aparece una distinción que es necesario considerar: la verdad material y la verdad
histórica. Pero la idea, si ustedes leen ese artículo freudiano, va a ser que con esa construcción,
completando la idea, es que se levanta el síntoma; se repite porque no se recuerda, dice Freud
a esta altura; aunque después va a decir otras cosas. ¿Pero qué quiere decir con que se repi-
te? Síntoma, recuerdo, levantamiento del síntoma, conciencia, ampliación de la conciencia, sin
agujero de la conciencia, completamiento de la conciencia con la construcción.

Con estos hilos Freud plantea la imposibilidad de la conciencia, la conciencia como imposi-
ble, que los recuerdos son todos encubridores, y que por lo tanto, toda esa construcción que

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acompaña los recuerdos, se construye para completar, y es igualmente ficticia, ya que sólo es
una forma de completar ese agujero, de taparlo, de encubrirlo. Pero de todos modos, hay una
forma más radical de tratar con ese agujero, construyendo a partir del agujero una ficción, lo
que Lacan va a llamar el fantasma fundamental.

En el análisis, cuando irrealizamos el referente, lo que hacemos es tratar de destituir todo lo que
arboriza y trata de encubrir ese agujero, para a partir de allí construir una ficción, que Lacan
llama en un capítulo de La ética del psicoanálisis4, una construcción ex-nihilo, una construcción
más sólida desde el punto de vista lógico, una construcción que se produce a partir de la nada.
Ex-nihilo quiere decir construcción a partir de la nada. Y esta construcción, esta ficción que
construye una verdad que no estaba reprimida, sino que se construye a partir de la imposibi-
lidad de conciencia, es la ficción más consistente desde el punto de vista lógico, porque no es
una ficción que trata de completar, sino una ficción que parte de que hay una imposibilidad
estructural de completud.

Por eso Lacan va a decir que la verdad tiene estructura de ficción, e incluso, si ustedes leen
“Construcciones en psicoanálisis”, Freud plantea una cierta equivalencia entre lo que es el de-
lirio psicótico y la construcción de esa ficción. Después habrá que ver cuál es la diferencia con el
delirio de esa ficción que construimos en un análisis, donde tenemos en el horizonte irrealizar
el referente, o sea ir hacia ese punto de imposible.

Entre esa ficción que construimos y el delirio, hay una homogeneidad en relación a la realidad,
ya que es imposible, y por lo tanto no va hacia la búsqueda de reencontrarse con esa realidad,
sino que está causada por la imposibilidad de conectarse. Allí se anudan Freud y Lacan. Donde
Freud plantea un imposible, dándole una serie de vueltas, Lacan reduce el problema diciendo
que es imposible, y dado que es imposible, sólo podemos construir una ficción. Pero esa ficción
¿da cuenta de lo imposible? No, es consecuencia de ese imposible, no vuelve sobre lo imposible
para reducirlo.

La pregunta que nos podemos hacer alrededor de esto es: ¿quién construye la ficción en un
análisis? ¿La construye el analista? Sabemos que Freud hacía él mismo las construcciones y se
las comunicaba a los pacientes, diciéndoles, por ejemplo, “allí debe haber ocurrido tal cosa”,
y para que esa ficción que él construía cumpliera una verdadera función, no era suficiente con
comunicársela al paciente, sino que además el paciente debía hacer un trabajo sobre esa cons-
trucción, que llamaba “verdad material”.

Hay un recorrido donde Freud se interesa por las relaciones entre la verdad histórica –la que
ocurrió–, y la verdad material construida. En “Construcciones en psicoanálisis”, y en “El por-
venir de una ilusión”, hace pequeñas referencias a esta cuestión que nos ocupa, aunque la en-
señanza de Lacan ilumina este dato como estructural y no como un traspié.

Delirio y construcción: las dos tienen la estructura del delirio, no se contactan con la realidad.
Entonces, ¿cuál es la diferencia? Podríamos decir la consistencia, pero nos vamos a encontrar
con cierto tipo de delirio que tiene una gran consistencia, por ejemplo, el delirio sistemático del

4- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Editorial Paidós, Buenos Aires.

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paranoico, consistencia que toma al sujeto y ordena su mundo en función de ella; aunque sin
embargo, no es tan así en el delirio esquizofrénico, un delirio más parcelado, más desarticula-
do, más fallido como consistencia delirante.

Recuerden también que Lacan aprende la lógica del no todo del goce femenino, que es un goce
que justamente escapa a esa totalización. Para decirlo lateralmente, escapa a la totalización del
falo, no es un goce que se regula como el del hombre, alrededor del falo. Lacan va a decir que
en el hombre el goce está más localizado en el pene, o en la eyaculación, por ejemplo, mientras
que en la mujer siempre es difuso, lo que fuerza a la gente a inventar historias acerca del clíto-
ris, de la vagina, etc. Pero en verdad no hay en la mujer una localización tan precisa del goce
como en el hombre, de ese goce femenino que abarca su cuerpo, que sale de su cuerpo, que no
se sabe muy bien donde está. Y de allí va a extraer la lógica del no todo fálico, que quiere decir,
“no todo ligado a lo genital”.

Podríamos hablar de la llamada intuición femenina, intuición que va por fuera de la regulación
simbólica; el sexto sentido femenino: la liviandad de la mujer, cual piuma al vento; o la debilidad
del superyó femenino de la que habla Freud, cuando dice que la mujer tiene poca capacidad
para sublimar. Pero Lacan entiende esta cuestión de otro modo: poca capacidad de articularse
a lo simbólico; hay algo de la mujer que escapa a lo simbólico.

Como el psicoanálisis trabaja en eso que escapa –agrega–, las mujeres son mejores analistas
que los hombres, porque justamente no están tomadas por el todo fálico. Hay algo de ellas que
entra en contacto con lo real, lo cual genera este efecto de tener una cierta percepción de lo real,
aquello que es lo que el psicoanalista tiene que tener; pero al mismo tiempo, acerca a la mujer a
la cuestión de la angustia, porque el contacto con lo real también tiene la angustia como saldo.

Si pasamos al texto de “La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis” y tomamos


su primer párrafo, Freud ubica a la realidad acompañando a la conciencia; dice: “En efecto, la
contradicción subsiste mientras tenemos en vista la situación inicial de la neurosis, cuando el
yo al servicio de la realidad, emprende la represión de una moción pulsional”. Primera obser-
vación: el yo se encuentra al servicio de la realidad. Nosotros decimos con Lacan: el yo está al
servicio del desconocimiento de la castración, entendiendo como lo él, que el yo es la función
de desconocimiento, desconoce lo que es, y es lo que nosotros ejercemos con nuestras respues-
tas. Cuando nosotros tratamos de ir más allá del yo, es porque no le atribuimos a ese yo una
buena relación con la realidad.

Dice: “...cuando el yo al servicio de la realidad emprende la represión de una moción pulsio-


nal”. Es decir que Lacan va a poner la represión no en el yo –lo que dio lugar a todo el desarro-
llo de los mecanismos de defensa del yo–, sino en la relación del hombre con lo simbólico. Lo
que reprime, lo que produce un efecto de represión, es la relación del sujeto con el lenguaje. Y
el trauma universal, tanto para el psicótico como para el neurótico, es el encuentro con el len-
guaje, lo que produce represión o forclusión; partiendo del modo en que cada sujeto se articula
con el lenguaje, pudiendo hacerlo como neurótico, como psicótico o como perverso.

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De modo que tenemos una separación entre el orden simbólico –la represión-sujeto–, y el yo.
Toda la temática del sujeto lo ponemos en el orden simbólico y el significantes, mientras que la
temática del yo la pensamos como desconocimiento de eso mismo.

“Pero eso –dice– todavía no es la neurosis misma, ella consiste más bien en los procesos que
aportan un resarcimiento de los sectores perjudicados del ello. Por tanto en la reacción contra
la represión y en el fracaso de ésta”. Este movimiento lo van a encontrar a lo largo de todo el
texto y lo van a reencontrar en Lacan, bajo la forma que siempre es conveniente considerar en
una cura o en un texto, viendo los significantes con que se nombran dos cosas distintas. Pero la
cuestión en realidad se define por su forma de retorno.

En los primeros capítulos del Seminario 3, cuando Lacan distingue la neurosis de la psicosis,
habla de dos formas de retorno; en la primera de ellas, justamente aquella que Freud describe
en la frase anterior, la represión retorna en el síntoma, por el encuentro traumático del sujeto
con la lengua. Pero en las psicosis, no es un retorno en lo simbólico del síntoma, sino en la rea-
lidad de la alucinación. Dos formas de retorno, dos registros de los tres que maneja Lacan: uno,
retorno de lo simbólico; otro, retorno en lo real.

Lacan describe en este seminario un funcionamiento que determina que aquello que se for-
cluye en lo simbólico, reaparezca en lo real. Piensen en el movimiento de la psicosis y de la
alucinación verbal: lo que está forcluido, el Nombre del Padre, aquello que está ausente en lo
simbólico, produce una forma de retorno de una voz que debería estar muda (como lo está en
nosotros), pero que en el sujeto psicótico, en tanto existe una falla simbólica, se produce como
retorno en la realidad bajo la forma de la alucinación verbal.

Cuando algo que debería estar callado habla, estamos frente a un punto donde se junta lo que
se habla con un goce no reprimido. En otras palabras, el goce no reprimido hace hablar a la voz
que tendría que estar callada.

Cuando el cuerpo está callado, no molesta, no duele, no amenaza, está quieto en su lugar, no
nos preocupamos, no sabemos que estamos en situación de salud y que tenemos un cuerpo;
pero cuando enfermamos, en ese momento constatamos que poseemos un cuerpo.

Es exactamente así también en la psicosis: hay algo que está callado, y que cuando empieza
a hablar es porque el goce vuelve; aquello que tendría que estar reprimido retorna en lo real
como alucinación.

En el caso de este sujeto que escuchamos ayer, un sujeto diagnosticado finalmente como es-
quizofrénico, lo que a él le ocurría como retorno era que padecía un problema en la garganta,
un estrechamiento por lo cual se puso un pañuelo; pero entonces se le ensanchaba la cara, se
veía la cara ancha en un intento de articular algo de lo que le ocurría. Primero intentó con el
pañuelo, pero se le desplazó a la cara, es decir que no lo consiguió, y el goce se le fue a la cara,
comenzando a percibir la distorsión en su cara. Siguió con otro procedimiento, lo que llamó
“el doble bostezo”, articulando la cara. Ahí podríamos decir: lo logró. En el sujeto psicótico
siempre deben distinguir entre lo que el sujeto sufre pasivamente (“se le ensanchó la cara”), del

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sujeto trabajando sobre lo que le pasa. Son dos niveles, y el progreso del trabajo del psicótico lo
observamos cuando el sujeto sale de lo que en el Seminario 3 Lacan va a llamar la erotización,
una cierta pasivización que quiere decir que escucha una voz proveniente de afuera, que lo
determina; pero a partir de allí el sujeto se pone en posición de articular algo con eso que le
ocurre pasivamente, que en este caso podríamos llamar “moldear la cara con el doble bostezo”.
Se trata de eso que no compartimos, que este sujeto psicótico nos enseña, una invención de su
verdad, que no está en los libros, y que no está en nuestra experiencia, sino que es una expe-
riencia sumamente personal, que también tenemos que lograr en un análisis con un neurótico.

¿Qué es lo opuesto a esto? Es el neurótico referido, atado a la realidad, donde vamos a escu-
char el hundimiento. El significante universal va a ser, en este contexto, que se hunde o algo
parecido.

Ayer, en la entrevista de Gerardo Maeso a este joven muchacho psicótico, al final le hizo una
pregunta: “¿Cómo ve el futuro del país?”. Todos estábamos a la espera de qué inventaba, por-
que la verdad es que hay que inventar algo con esta nada, con este agujero en el que estamos
y convivimos. Es un agujero que no permite construir una ficción ni ideológica, ni política, ni
económica. Esta es nuestra desgracia, el sentimiento de no encontrar lo que en términos polí-
ticos se llama poder político, consistencia política, alianzas; pero en verdad, visto desde noso-
tros, no conseguimos articular una ficción sólida y verdadera que produzca efectos en lo real.
En verdad tenemos ahí una ausencia, y todavía estamos a la espera de lo que el agujero nos
va a determinar. Lástima que no hay alguien que interprete el agujero y construya esa ficción,
porque nos va a tragar a todos.

Es interesante, porque si sacamos todo lo imaginario del país, de la economía y de los políticos,
incluso en la consigna “que se vayan todos”, uno no sabe más allá de todo qué viene, pero di-
buja un agujero que en la historia de nuestro país ya se sabe quien ocupó. Sabemos que en el
horizonte, cuando se vayan todos, donde “todos” son los políticos, detrás vienen los militares.
El imaginario se llenaba con ese agujero. Es más, cuando se percibían signos de algún agujero,
ya todo el mundo prendía la radio a las 8 de la mañana para ver si ya estaba la marcha. Era así,
ya se sabía que venía eso.

Ahora parece que el agujero se va a ampliar cada vez más, y que no está ni siquiera ese recurso
a veces imaginado como una salida del agujero. El recurso se agotó, y ahora veremos qué nos
enseña el agujero, qué ficción nos lleva a construir finalmente en uno, dos o diez años. Veremos
qué produce el efecto del agujero.

En ese sentido, es interesante el discurso místico de Lilita Carrió, que dice que vienen tormentas
y con su crucifijo anuncia que vendrá el mal y el infierno para nosotros, discurso místico que es
una posible respuesta al agujero. La respuesta mística también la elaboró Wittgenstein, quien
cuando se encontró con ese agujero hizo un desarrollo místico con lo que no podía resolver con
la lógica. Si ustedes leen algún texto de Wittgenstein, notarán todo un gran recorrido con su
lógica inconsistente, lógica creada como consecuencia del agujero. Pero en un momento, en su

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propia lógica, en un texto que se llama El tractatus lógico filosófico5, termina diciendo: “de lo que
no se puede hablar hay que callar”, trabajando sobre la problemática del silencio y del agujero.

Por lo tanto, podemos decir que la mística es una respuesta no impensable cuando el agujero
se hace muy presente.

También he escuchado decir a los cancerólogos, los médicos que trabajan en el límite de una
enfermedad como el cáncer, que en sus momentos terminales, suele haber respuestas místicas
de sujetos que no tenían ninguna relación con ella.

Por eso es interesante escuchar qué hace cada uno con ese agujero, y mientras algunos lo re-
latan, y anuncian lo que nos vendrá en términos lógico económicos, por ejemplo, otros dicen
que el recurso está afuera, dibujándose la imagen del salvador externo; otros también dicen
“nosotros nos tenemos que hundir solos pero juntos”.

En la trama de las diferentes políticas, uno también puede escuchar distintas ficciones, se pue-
de entretener, distraer un poco para no quedar identificado al agujero, porque también es una
respuesta quedar identificado al agujero sin poder pensar. No olvidemos que en el medio de
las guerras hay gente que sigue pensando, y nosotros no estamos lejos de una guerra, de que
caigan bombas, que vuelen edificios enteros. En el medio de la guerra había analistas como
Melanie Klein y había gente que pensaba y que no se identificaba necesariamente a toda esa
desgracia que vivían. Por eso desde el campo intelectual tenemos que rescatar, más allá de la
bomba que caiga, de los caos que se presenten, una posición intelectual frente a lo que pasa. Es
nuestro único entretenimiento, lo otro es la angustia.

Pero a lo que apuntaba con todo esto, es a que la respuesta del sujeto psicótico que todos espe-
rábamos era del orden del delirio, pero el sujeto respondió como todos nosotros: “acá no hay
salida”. No nos respondió con la cara ancha y el cuello angosto.

Retomemos lo que les decía acerca de esos intentos de regulación del psicótico de su propio
agujero, eso que emerge del goce que trastorna el cuerpo. “Doble bostezo” que le ajustó la cara
a su medida. ¿Qué pasó? ¿Fue una articulación lograda? No, fue una solución fallida. ¿Por qué
fallida? Porque se le fue a los ojos. Se angostó la cara con “el doble bostezo”, pero empezó a
sentir que los ojos tenían una mirada blanda y que entonces no podía enfrentar la mirada de los
otros; pero además se quejaba de un estrechamiento del campo de la visión.

Ese es el trabajo del psicótico sobre sí mismo, con distintos recursos creativos, en el sentido que
no son de sentido común, aquellos esperados de un análisis, de un sujeto neurótico, aunque no
siempre lo logramos, porque la realidad tiene un peso mucho mayor en el neurótico. Digamos
que el psicótico, en ese sentido, tiene una cierta facilidad, porque se olvida de la pregnancia de
la realidad.

Freud habla de un aflojamiento del nexo con la realidad, porque ese procedimiento del yo y de
la pulsión, da como resultado ese retorno que es lo que Freud y Lacan van a llamar síntoma.

5- WITTGENSTEIN, Ludwig, Tractatus logico-philosophicus. 3. ed. reimp., Ed. Alianza, Madrid, 1992.

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Como saben, el síntoma se define como transaccional en la medida que manifiesta la represión
y al mismo tiempo una satisfacción sustitutiva. Es decir que en el síntoma hay pulsión que se
satisface, por eso los síntomas no son tan fáciles de levantar, porque allí hay una pulsión que
encuentra una satisfacción ignorada. Nunca le debemos decir a alguien que insiste en hacerse
daño que él quiere dañarse; esta es una respuesta tonta, sólo podemos recurrir a ella como
una táctica para conmover al sujeto, pero no es de ninguna manera una res-puesta que pasa
a lo imaginario de ‘usted quiere una satisfacción pulsional’. A esa satisfacción pulsional no la
resolvemos con voluntarismos. Y no creemos que una mujer que se dice mujer golpeada por
un hombre, al divorciase de ese hombre se divorcie del masoquismo. Nuestra clave no es que
se divorcie del hombre que golpea, sino del masoquismo y esto no lo garantiza una separación
matrimonial, porque como se trata de una satisfacción, eso retorna de distintas maneras.

Por eso nuestra pregunta es cómo se trata la pulsión, y separadamente no es denunciando


al yo la satisfacción oculta de la pulsión. Dicho muy rápidamente, el trabajo sobre la pulsión
empieza cuando nos separamos de la conciencia, de la realidad, y empezamos por buscar este
efecto sujeto. Ese es el primer trabajo con la pulsión, o sea el momento en que el sujeto empieza
a hablar por fuera de sí mismo.

Recordemos lo dice Freud nuevamente: El aflojamiento del nexo con la realidad en la neurosis. Esto
quiere decir que si con la neurosis se afloja el nexo con la realidad por la represión, por el yo,
entonces esto supone un sujeto que sí tendría un fuerte nexo con la realidad. Este supuesto
aflojamiento del nexo con la realidad del neurótico, lo entendemos como la puesta en evidencia
de la estructura, donde la realidad tiene una relación floja con el sujeto.

Cuando ajustamos o tratamos de ajustar a ese sujeto con la realidad, lo que hacemos es impo-
ner, sugestionar con nuestra realidad al sujeto, lo que deviene finalmente en identificación al
analista. No olvidemos que Lacan opone identificación al analista, por un lado, e identificación
al síntoma, por el otro.

Identificación al síntoma, es identificarse no al Otro, sino a lo que tenemos de más propio, a lo


más particular que tiene uno, incompartible con el mundo. Este es el horizonte del análisis de
un neurótico; en cambio, el de un psicótico lo tenemos no al final sino al principio. Supongamos
que el “doble bostezo” ocurriera en un neurótico, para el cual su frase fantasmática funda-
mental fuese el “doble bostezo”, con lo cual se ordena su historia, su vida y todo lo que dijo en
análisis se puede articular alrededor de esa frase, ocupando el lugar de su síntoma. Empezó el
análisis no pudiendo con “bostezos compulsivos” y termina el análisis enmarcando, ordenan-
do su vida y su mundo a través de una frase: “doble bostezo”. Primero empezó como síntoma,
pero se purificó del síntoma para ser una frase fantasmática. Cuando la frase fantasmática se
configura, no duele, no molesta, no trae displacer. O sea que para discriminar la frase fantas-
mática del síntoma, hay que preguntarse si duele o no duele. Si ordena es fantasma, si duele,
aunque sea un fantasma, es un síntoma.

Lean “El hombre de las ratas” en este sentido. Empieza con una fantasía que se le impone, y
como tal no se la puede sacar de encima, es una fantasía que es síntoma; la famosa historia de
las ratas. Pero Freud dice que primero transforma esa imagen que el sujeto trae como síntoma,

41
aunque sea un fantasma, en un fantasma sintomático, en la medida en que es una idea obsesiva
que se le impone. Freud pasa por un juego significante rata, Ratten, etc., que va desarticulando
de la imagen de la rata que se le mete en el ano, para transformarlo en un juego significante. Y
después va a terminar diciendo que la rata forma parte de su ser. Ahí la rata ya no es un signi-
ficante sino que es una letra. Ya no se mueve más, rata, Ratten, que produce distintas significa-
ciones, sino que rata es lo que se define para Lacan como nombre de goce.

Esto que termina en un beneficio sintomático para el sujeto, el haber llegado a este punto ‘soy
una rata’, con el consecuente alivio sintomático que le trajo este recorrido, en el sujeto psicótico
lo tenemos al principio, en lo que llamamos el neologismo.

Segundo párrafo. “En las psicosis se perfilan dos pasos –dice Freud– el primero de los cuales
esta vez arrancará al yo de la realidad”. El primer paso arranca al yo de la realidad, pero sigue
suponiendo un sujeto donde el yo está en connivencia con esa realidad. En tanto que al segun-
do paso, Lacan lo va a llamar retorno, formas de retorno en las cuales especifica la diferencia
entre la estructura neurótica y psicótica.

“... esta vez arrancará al yo de la realidad en tanto que el segundo –el segundo paso– quisiera
indemnizar los perjuicios y reestablecería el vínculo con la realidad a expensas del ello”.

El segundo paso de las psicosis, y esta es la clave de todo lo que estamos diciendo, quiere
compensar la pérdida de la realidad. Ahora, como todo significante se puede leer de muchas
formas, podemos intuir que la realidad está perdida, pero que antes se tenía. Esto quiere decir
lo que Freud llama “pérdida”, está suponiendo que la realidad se tenía en algún nivel. Sin
embargo, en este punto nos diferenciamos con lacan de esta formulación freudiana, porque la
realidad está perdida desde el primer contacto del hombre con el significante.

Entonces el problema es que tenemos que explicar por qué el neurótico consigue tener un
sentimiento de realidad, mientras que en el psicótico es más claro, porque no cree tener un
ajustado contacto con la realidad. Lo que hay que explicar es como el neurótico tiene este falso
sentimiento de ser objetivo y tener realidad; por qué no cree cuando nos viene a contar que
tiene tal problema, que está delirando; por qué cree que esto le pasa efectivamente, por qué
tenemos que hacer un largo trabajo para demostrarle que está equivocado, que no entiende lo
que le pasa.

Es necesario interrogar esta consistencia, este sentimiento que es muy claro en el obsesivo, pero
que en los histéricos tiene otra modalidad, la de sentir que no saben donde están, que tienen
miedo de volverse locos. El discurso obsesivo quiere ajustar la realidad, la verdad y el yo, por-
que en la desarticulación que estamos planteando en términos conceptuales, intuye la amenaza
de castración.

Dicho en términos lingüísticos, el obsesivo está amenazado de pérdida del sentido, y el análisis
avanza en el camino de hacer perder ese sentido, y de manera que se siente fuertemente ame-
nazado. “El segundo paso de las psicosis quiere también compensar la pérdida de realidad,
más no a expensas de una limitación del ello como en la neurosis, que lo hacía a expensas de

42
un vínculo con lo real supuestamente tenido al principio, sino por otro camino más soberano
[Es decir que la psicosis hace esa compensación de la realidad perdida por un camino más
soberano.] De una realidad nueva [una ficción, no olvidemos que la verdad es ficción] que ya
no ofrece el mismo motivo de escándalo que la abandonada. En consecuencia, el segundo paso
tiene por soporte las mismas tendencias en la neurosis y en las psicosis. [El mismo soporte.]
En ambos casos sirve al afán de poder del ello que no se deja constreñir por la realidad. Tanto
neurosis como psicosis expresan la rebelión del ello [de la pulsión] contra el mundo exterior.”

Este lenguaje que toma la forma de rebelión, Lacan lo va a pasar a términos lógicos y va a decir
que hay un imposible contacto entre la pulsión y la realidad. Freud le da un sentido casi ético
a muchos elementos del ello y del yo.

Dice: “...se rebela contra el mundo exterior. Expresan su displacer o si se quiere [y ahí subra-
yamos nosotros] su incapacidad [agregaríamos estructural] para adaptarse al apremio de la
realidad.”

Decir que la incapacidad es estructural, significa que no es sintomática, por lo tanto el análisis
no se coloca en el lugar de levantar o reducir esa incapacidad para que el sujeto entre en con-
tacto con la realidad.

Son las dos alternativas, o vamos a la reducción del síntoma de la incapacidad para restituir
una totalidad, o bien partimos de la incapacidad como estructural y construimos una ficción
que es altamente y exclusivamente particular del sujeto: el “doble bostezo” del caso que co-
mentamos antes.

“Neurosis y psicosis se diferencian mucho más en la primera reacción, la introductoria, que en


el subsiguiente ensayo de reparación.” Lo que les quiero subrayar con todo esto es que cuando
dice que es una creación de una realidad nueva. “Nueva” quiere decir sin historia, no es el re-
cuerdo de la historia, la reconstrucción de la historia, sino que es una realidad nueva, construi-
da a partir de nada, del vacío y del agujero. En ese punto donde Lacan aprende de las psicosis,
es donde va a constituir toda la posición del neurótico y del sujeto en general. La nueva ficción
que construye es una realidad nueva a partir del agujero existente.

Pero en la neurosis, la pregunta es quién construye esa ficción. Freud dice en muchos momen-
tos que la construye él y se la ofrece al neurótico para que la elabore y la inserte en su mundo.
Nosotros decimos por la experiencia clínica con nuestros pacientes, que esa ficción no la cons-
truye ni el analista ni el sujeto, sino que se construye en la dialéctica entre los dos a lo largo de
un análisis. Es una ficción que construimos en el momento en que extraemos una frase de la
primer entrevista. De todo lo dicho subrayamos “bostezo”, y ahí empieza la construcción de
una ficción que no responde a la verdad histórica del sujeto, sino que se construye a partir del
agujero.

No quiere decir que esta extracción de la primer entrevista va a ser lo que encontremos al final,
sino sería muy fácil, sino que deberá dar pruebas de consistencia y de construcción de la ficción
a través de todos los recortes que la interpretación del analista produce. Por eso en la ficción

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final va a estar lo que dijo el paciente, lo que dijo el analista, y va a plasmarse una ficción, que
no se incorpora desde afuera, al modo de una “construcción”, sino que va constituyendo un
sujeto desde el primer día, incluido dentro de la ficción misma.

Cuando nosotros decimos efecto sujeto, hablamos del resultado de una intervención. Por ejem-
plo, si volvemos a nuestro “hombre del bostezo”, si en la primera entrevista, cuando lo despe-
dimos bostezamos dos veces (es una metáfora), y a la segunda vez el sujeto comienzo hablando
del ritmo con que uno bostezó las dos veces, que le hizo recordar que él se interesaba de chico
en la percusión y el ruido que hacían los palitos en la batería, y que esto en verdad era un deseo
de su padre, pero además él tiene oídos de madera, y entonces no es bueno para la percusión,
y dado que no es bueno para la percusión lo único que le quedó es que cuando juega algún
deporte le sale mal, pega patadas en el piso, etc., tendríamos ahí alguien que venía a hablar de
una historia y “se le armó otra historia”. Es una historia que nunca había sido contada, nunca
había sido articulada de esta manera, porque faltaba que alguien marcara la cuestión del “bos-
tezo”. Y recuerda también con el bostezo que una vez sintió una lluviecita en el cuello y se dio
vuelta y era un señor que bostezaba allí, y que lo había mojado a dos metros de distancia al
bostezar, y que le había dado repugnancia.

Supongamos que a un sujeto, en la primera entrevista le marcamos el “bostezo”, y en la segun-


da, nos trae todo esto; ese es un sujeto que es capaz de efecto sujeto, que es capaz de entender
un chiste.

¿Qué pasó con el psicótico de ayer? El sujeto habla de la policía, dice que teme a la policía y que
le pegue. El entrevistador le dijo: “igual que todos nosotros”. Le hizo un chiste de relajamiento
de la entrevista. Todos nos reímos, ¿pero el sujeto qué hizo?, respondió: “¿de qué se ríen?”. Es
evidente que no entendió el chiste. Lo significó como una burla. Cuando se le hace un chiste
a un sujeto psicótico y es un poco paranoico, va a entender que se burlan. Un sujeto neuróti-
co se hubiera reído, y hubiera sentido eso como de buena convivencia y de contacto amable,
relajado, y que había una connivencia entre todos respecto de lo que estaba haciendo. Pero el
sujeto se paró y dijo: “¿por qué se ríen?”. Lo cual permite retomar una frase del Capítulo XIV
del Seminario 3, donde Lacan formula que para que una paranoia sea completa, además de no
haber implicación subjetiva, debe ocurrir la atribución subjetiva. Quiere decir que la frase ex-
presada como “¿por qué se ríen?”, llegó hasta cierto grado de paranoia, no entiende, pero tiene
la certeza de que se están burlando de él, y ese completamiento es lo que Lacan llama atribución
subjetiva.

Esta es la formulación que hace también Lacan cuando dice que para el psicótico el Otro sim-
bólico es un otro imaginario que le habla, como en el caso de Schreber con Dios, con el que
establece una relación intersubjetiva. Dios le quiere hacer cosas, le hace cosas, le pide cosas y le
habla y se dirige a él en persona. No es una entidad abstracta que está allí, a la que él se refiere,
sino que Dios se convierte en una persona que tiene una intervención directa. Quiere decir que
le concierne lo que debiera estar callado; a la voz de Dios Schreber la escucha y además se la
dirige a él especialmente. Esto es: “me concierne”.

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Una paranoia por la mitad sería una paranoia como la de este muchacho, que dice “de qué se
ríen”, y se persigue pero no alcanza a decir “se ríen de mí, y además me lo hacen a propósito”,
y “además me quieren hacer no sé qué cosa”. Es una paranoia a media agua. Y de hecho no
quedó envuelto por eso, sino que después siguió la entrevista con ese pequeño traspié de la
pregunta, porque el chiste fue bueno para ilustrar el grado de persecución que tenía y cómo
lo entendía, pero en la conducción de una cura eso puede instalar en la transferencia un dato
paranoide de que el Otro “le hace cosas”. Este es el cuidado que hay que tener con un psicótico,
ya que a veces uno le habla como si lo hiciera con alguien que es de la misma parroquia, y el
psicótico es claramente de otra parroquia y no entiende.

Por eso Lacan dice sólo preguntas y ninguna afirmación.

Al final de este mismo texto, La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, insiste Freud
en decir: “Apenas cabe dudar de que el mundo de la fantasía desempeña en las psicosis el mis-
mo papel, de que también en ella constituye la cámara del tesoro de donde se recoge el material
o el modelo para edificar una nueva realidad. Pero el mundo exterior fantástico de las psicosis
quiere reemplazar a la realidad exterior”.

“El mundo fantástico de las psicosis quiere reemplazar a la realidad exterior”, y ahí tenemos
nuevamente la realidad, la conciencia de realidad, la conciencia de enfermedad. Freud incluye,
cuando decimos realidad exterior, a la conciencia de los propios síntomas como esa realidad
exterior.

“En cambio el de la neurosis gusta de apuntalarse como el juego de los niños en un fragmento
de la realidad diverso de aquel contra el cual fue preciso defenderse. Le presta un significado
particular a una parte de la realidad y un sentido secreto que de manera no siempre del todo
acertada llamamos simbólico. Así para ambas, neurosis y psicosis, no sólo cuenta el problema
de la pérdida de la realidad sino de un sustituto de la realidad”.

Noten que en esta frase donde Freud está distinguiendo, por un lado, pérdida de la realidad,
y por otro, su sustitución, se la atribuye a dos patologías: neurosis y psicosis. Y nosotros esta
frase se la incluimos a la constitución del sujeto. No sólo cuenta el problema de la pérdida de
la realidad, sino que en un sujeto se produce una sustitución de esa realidad. Tengamos en
cuenta que el primer sustituto de la realidad es la sublimación, que es sustituir la Cosa por un
significante, donde el significante mata a la Cosa. Esto lo pueden leer en algunos capítulos del
Seminario sobre La ética del psicoanálisis, donde Lacan retoma la cuestión de la Cosa freudiana,
das Ding, diciendo esa famosa frase: “el significante se sustituye a la Cosa”.

Por lo tanto, lo que Freud está llamando el mundo o la realidad, en nuestro contexto es lo que
llamamos el Otro. La realidad del sujeto es el Otro, es el Otro que hace de mundo para el sujeto,
pero es un Otro simbólico que no es la realidad. ¿Pero la realidad dónde está? Es un sentimien-
to, dice Lacan, que cada uno posee de distinta forma.

El sentimiento de realidad, además, es lo que nos hace confundir cuando nos guiamos por él.
A veces el psicótico parece tener criterio de realidad y dice “antes yo deliraba, o tenía alucina-

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ciones, pero eran alucinaciones, no eran cosas ciertas”. Esto nos deja frente a elegir entre dos
opciones: o eran alucinaciones y entonces él no puede decir “yo sabía que eran alucinaciones,
no eran verdaderas alucinaciones”, o no lo eran y está “mintiendo su insight” de que antes
alucinaba y ahora no.

La diferencia radica en que en un momento estaba descompensado y en otro momento estaba


compensado, pero el psicótico sigue siendo de la misma forma y produce una versión neuróti-
ca que nos engaña acerca de su pasado, porque en verdad no puede de ninguna manera, ya que
su estructura no se lo permite, entender, resignificar aquello como que no era una alucinación.
Para él era una alucinación, por más que diga hoy que no lo era. Eso lo tenemos que entender
como una adaptación de su yo a lo que le dijeron, a lo que significaron como loco en él, adap-
tándose y haciendo semblante ante los psiquiatras, ante los analistas, que le han indicado el
delirio como el síntoma de su enfermedad. Muchos psicóticos se presentan como depresivos,
cíclicos o todas las cosas que escucharon sobre las psicosis; hacen una adaptación de semblante
imaginario de su yo y se adaptan intentando engañarnos con que hubo un insight. Pero sepa-
mos que no hay insight de la alucinación.

Dejo definitivamente el texto de Freud y hago una pequeña aproximación a la cuestión del
Seminario 3, a la cuestión de la prepsicosis y la psicosis.

En una primera aproximación debemos decir que la prepsicosis psicosis no desencadenada.


¿Por qué nos interesa distinguir una prepsicosis no desencadenada o una psicosis no desenca-
denada de una desencadenada? En primer lugar, porque el momento de desencadenamiento
de una prepsicosis nos permite iluminar las diferencias entre una estructura neurótica y una
psicótica. Después del desencadenamiento ya no hay dudas, permitiéndonos ser más sutiles
en nuestro diagnóstico.

Por lógica consecuencia de lo que estoy diciendo, la prepsicosis tiene que tener síntomas de la
psicosis, fenómenos elementales, porque si no los hubiera, nunca tendríamos posibilidad de
diagnosticarla.

En el Seminario 3, Lacan sostiene: “no hay nada más parecido a una neurosis que una prepsico-
sis”, señalamiento que nos advierte que allí nos encontramos con una dificultad.

En las presentaciones de enfermos siempre estamos atentos al desencadenamiento; por ejem-


plo, cuál fue el momento, qué había antes, qué había después; pero hay un tema conceptual,
que es que primero debemos distinguir que es eso que se parece tanto a la neurosis pero no
pertenece a ella.

¿Es un ejercicio conceptual? Sí, en un sentido, pero nuestra urgencia no es conceptual sino
clínica. ¿Por qué es clínica? Porque la respuesta del psicoanálisis a la prepsicosis es distinta
que a la de la neurosis. Y porque además el sujeto psicótico no desencadenado incluido en un
análisis, con la radicalidad con que Lacan la piensa, puede provocar el desencadenamiento.
Esto quiere decir que cuando el análisis, desde la primera entrevista, se pone en el horizonte la
irrealización del referente y el efecto sujeto, en un sujeto psicótico sin desencadenar, lo coloca

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en riesgo de desencadenamiento, produciendo la desarticulación del campo imaginario de un
sujeto psicótico precariamente sostenido en relación a su estructura, pero a veces sólidamente
para el mundo. Recuerden que Schreber desencadena su psicosis aproximadamente a los 40
años, y hasta ese momento era un sujeto brillante que tenía su mundo; pero bajo determinadas
circunstancias se quiebra, o algo lo quiebra en el mundo.

Sabemos que el psicótico no tiene flexibilidad imaginaria y si le quitamos una pieza a dicha
construcción rígida, lo amenazamos con derrumbar el edificio.

Esto puede no ser estrictamente así, no es que uno toca y se cae todo, pero hecho sistemática-
mente, en el diván, desarticulado de las referencias visuales, metido en un mundo donde se
le mal entiende todo lo que dice, donde se le tocan las apoyaturas imaginarias sostenidas con
alfileres, tambalea el edificio o directamente lo derrumba.

A veces esto ocurre, mal que nos pese, por la sola presencia del analista, y el diálogo mismo,
el sólo hecho de ser escuchado, produce en una persona estos efectos, comprobándose desgra-
ciadamente cuando alguien que vino y contó su vida, empieza a tener trastornos de su imagi-
nario. Por ejemplo, tiene un novio del que se quejaba, se empieza a separar, y a los dos meses
de entrevistas consuma la separación. Luego comienza a sentir que el novio la persigue, que la
daña, y al día siguiente se suicida. Puede ocurrir.

Mientras que los cirujanos saben que trabajan con la muerte y con el límite, tienen la ventaja so-
bre nosotros de que cuando salvan a alguien se sabe que lo salvaron, pero para el analista esto
nunca es tan concreto. Todos aquellos que no se suicidaron a raíz del análisis, son supuestos.
Pero cuando alguien se suicida o tiene un trastorno psicótico en un análisis, la responsabilidad
es del analista que hizo o no hizo lo que debería.

Por eso nosotros tenemos que saber que con nuestra práctica se produce una conmoción im-
portante en la constitución del sujeto, y esto tiene sus riesgos, que nosotros debemos estar
formados para afrontar incluyendo los defectos de nuestra intervención. No podemos desde
nuestra posición negar nuestra práctica a alguien por la frase que algunos analistas decían
antes: “no, yo este paciente no lo tomo porque es muy grave, a ver si se me suicida”. Es una
barbaridad que el analista diga no por temor a que ese paciente se suicide. El analista puede
pensar esta cuestión como un límite de su formación que lo angustia, y que no puede enfrentar
ni compartir la muerte de una persona. Nosotros no podemos estar en la situación de hacer un
especie de juego de salón con personas que tienen algún trastorno, tratando de mejorarlas sólo
un poco. Esto es perder la radicalidad de lo que es la experiencia analítica. Todo el trabajo que
hacemos es volver a ella, y con esa radicalidad, también vuelven los beneficios y los peligros
que el analista debe poder afrontar.

9 de mayo de 2002

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IV
LA PERPLEJIDAD

Hoy vamos a orientarnos hacia cuestiones que tienen que ver con lo que en el Seminario 3 Lacan
define como prepsicosis. Pero también haremos un recorrido por categorías tomadas por el
sentido común, aquello que definimos como creencia o como amenaza, por ejemplo.

Dilthey, que desarrolló la diferencia entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu,
quiso hacer de la interpretación una actividad científica, en el marco de lo que se denominó la
hermenéutica. Esto separa también a las ciencias duras y lo que podemos llamar la experimen-
tación de lo que en el psicoanálisis va de la mano de la lógica, formulando la pregunta sobre
qué es para la lógica lo verdadero y qué es para las ciencias duras. Hay todo un desarrollo en
el horizonte, que va poniendo al delirio del lado de la verdad y no del lado de la equivocación.

Hans-Georg Gadamer, discípulo de Heidegger, publica en 1960 un texto en dos tomos que se
denomina Verdad y método1. Va a formular allí, en la página 46 del tomo II, que “lo científico es
aquí destruir la quimera de una verdad desligada del sujeto cognoscente”. A esto agregará: “...
el historicismo que ve en todo un condicionamiento histórico, ha destruido el sentido pragmá-
tico de los estudios históricos. Su arte refinado de la comprensión debilita la fuerza de la valo-
ración incondicional que sustenta la realidad moral de la vida. Su culminación espistemológica
es el relativismo y su consecuencia el nihilismo”.

Retomo la categoría de verdad histórica para interrogar cómo ubicamos nosotros la historia.
Dijimos varias veces que la historia vivida está perdida y lo que hacemos es construir ficciones,
interpretaciones sobre esa historia. La historia será entonces el objeto causa de la construcción
de una ficción. Decir esto tiene como consecuencia quitarle valor al recuerdo como recurso ana-
lítico, y en su lugar, hablar de invención. No se trata de una invención caprichosa, sino de una
invención lógica, y para que esta invención lógica tenga consistencia, debe ser coherente; tiene
que ser verdadera en el sentido de la coherencia y no en el sentido de la correspondencia. Si es
verdadera y tiene coherencia, debe producir efectos en lo real.

Lacan dibuja en el campo de la psicosis un vacío, vacío que en este Seminario va a llamar
forclusión del Nombre del Padre, lo que significa que falta algo en la estructura, que debería
haber en la constitución del sujeto. La cuestión es que cuando falta algo hay formas de com-
pletamiento, hay formas distintas de tratar con el agujero. Podríamos mencionar una cuantas,
pero el psicótico lo hace bajo la forma del delirio.

En el campo de la interpretación se suele creer que ella extrae algo que está allí en la estructura.
Cuando Freud dice “hacer consciente lo inconsciente”, parece querer decir que hay algo que

1- GADAMER, Hans-George, Verdad y método: fundamentos de una hermenéutica filosófica. 6. Tomo 1, ed. Sígueme, 1996. Salamanca.

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la interpretación revela, y esa interpretación sería verdadera en la medida que revela lo que
exactamente hay, en una lógica de correspondencia aristotélica.

Pero si consideramos la represión primaria, lo que vuelve en la interpretación es una construc-


ción sobre ese agujero, por lo cual no hay correspondencia, sino que la interpretación crea una
ficción a partir del agujero de esa represión primaria.

El fantasma fundamental también es una respuesta a lo que no hay. Es necesario aclarar que el
así llamado agujero tiene distintas versiones según el registro en que se lo piense. Frustración,
privación

y castración, son algunos de los nombres de lo que no hay, que ustedes pueden profundizar
consultando el Seminario 4 sobre La relación de objeto2.

Recuerden que la diferencia entre un agujero y la falta es que esta última implica ya el funcio-
namiento del campo simbólico. No es lo mismo que no haya como falta, a que no haya como
agujero, porque cuando hay falta, el agujero está constituido como una falta; esto quiere decir
que ahí falta algo, y si falta algo hay un objeto que debería estar y no está. La cuestión es que
ese objeto nunca estuvo, constituyéndose en el lugar de lo que falta, un objeto que parece real
pero es simbólico.

Por ejemplo, en Freud, eso es el pene de la madre. Cuando Juanito sostiene el principio lógico
de que todos tienen pene, tratando a la falta bajo la fórmula de desconocerla, el llamado pene
de la madre es alrededor de donde se juega la castración femenina constituyendo algo que
falta. Por eso Freud va a decir “envidia de pene”, porque se envidia el objeto que no se tiene.
La significación de este objeto que se va distanciando del pene real, adquiere, a raíz de esta
distancia, el nombre de falo, y la significación que adquiere sólo puede pensarse a partir de la
función lógica que establece que todos lo tienen. Es esto lo que constituye alrededor de la falta
de pene en la madre toda la lógica simbólica, porque ese pene de la madre, un pene que nunca
existió, es el nombre de un objeto simbólico, un objeto que debería estar –porque hay una ley
que dice que debe estar ese objeto–, pero que nunca estuvo en la realidad. Por lo tanto, el pene
de la madre no es el pene real de nadie, sino un objeto simbólico.

Lo simbólico hace de esos agujeros, faltas, definiendo objetos simbólicos que deberían estar y
que nunca estuvieron. Ya dijimos que una de esas forma de tratar con la falta es el delirio, in-
cluso la alucinación. Pero la más conocida por los psicoanalistas es la angustia.

Las personas muy angustiadas dicen que tienen una relación con el vacío, que sienten una re-
lación con la nada, con que no existe nada, nada tiene sentido, etc.

Si ustedes se acercan al Seminario acerca de La angustia de Lacan, lo que van a encontrar es una
primera relación masiva con el vacío, donde el vacío no tiene formas, definiéndolo como falta
de la falta, momento en que no hay falta en el sentido simbólico del término, y entonces la an-
gustia es amorfa y no enmarcada. Pero en la segunda parte del Seminario, sostiene que a me-

2- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 4, la relación de objeto, Editorial Paidós, Buenos Aires.

49
dida que alguien constituye el agujero como una falta, va a tratarse no de angustia en general,
sino de “puntos de angustia”, es decir, angustia enmarcada y localizada. Esta es una indicación
clínica. La angustia no se interpreta sino que se interpretan los significantes que la enmarcan. A
la angustia no se la calma ni se la tapa, se la enmarca en la lógica de un análisis.

¿Por qué no interpretamos la angustia? Porque cuando no hay discurso y lo que hay es un
afecto, al interpretar ponemos en juego nuestra subjetividad, nuestros enunciados, y detrás de
ellos van nuestros deseos y nuestros fantasmas. Por eso donde no hay discurso, no hay inter-
pretación, porque surge irremediablemente la transferencia.

Otra forma de tratar la falta es la de la mujer. Si ustedes leen un texto de Jacques-Alain Miller,
De mujeres y semblantes3, ahí van a encontrar todo un desarrollo donde lo femenino es saber
hacer con la falta.

¿Pero qué quiere decir no saber hacer con la falta? Quiere decir angustiarse porque le falta, lo
que se da en la llamada mujer pobre, y en todas las formas de la minusvalía femenina. Pero
también está la forma opuesta: “soy el falo, no me falta nada”.

Lacan dice en el Seminario sobre La angustia, que no hay nada más cerca a los fenómenos del
espejo, del extrañamiento y de la despersonalización en una histérica, que lo que produce el
comienzo de una psicosis.

La categoría que se denomina prepsicosis hace pensar que hay un antes de la psicosis, pero no
se trata de eso, sino que presignifica antes del desencadenamiento, momento en que se plan-
tean los problemas del diagnóstico diferencial. Si se produce lo que se llama genéricamente la
descompensación psicótica o si se trata de una descompensación neurótica.

Debemos tener en cuenta que las conmociones de la identidad que provoca un análisis, la
entrada en el diván, y todos esos movimientos, producen un efecto de descompensación del
equilibrio imaginario y simbólico de una persona, que se evidencian como fenómenos que
parecen psicóticos pero no lo son. A veces lo parecen y lo son y a veces no lo parecen y lo son.

Entonces dijimos que hablar de prepsicosis nos lleva inmediatamente a plantear la problemá-
tica del desencadenamiento, que a su vez nos conduce a un antes y un después del desenca-
denamiento, con una afirmación de base que es que hay estructura psicótica siempre, y sobre
ella hay prepsicosis o hay desencadenamiento. La pregunta es cómo instalamos el psicoanálisis
como una respuesta posible a cada uno de esos distintos tiempos, ya que el psicoanálisis res-
ponde de distintas formas a una psicosis desencadenada y a una prepsicosis.

Una de las respuestas posibles frente a la psicosis desencadenada es tomar una de las fórmu-
las de Lacan: “no retroceder frente a la psicosis”. Pero en realidad, la respuesta que podemos
construir a partir de esto, es justamente retroceder con el psicoanálisis frente a la prepsicosis,
lo que quiere decir que frente a la prepsicosis retiramos el psicoanálisis. Pero el psicoanálisis
como dispositivo en marcha, no como respuesta psicoanalítica, que son dos cosas diferentes.

3- MILLER, Jacques-Alain, De mujeres y semblantes, Cuadernos del Pasador, Buenos Aires, 1993.

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Una cosa es el dispositivo en marcha, que quiere decir asociación libre, cuestionamiento siste-
mático a todos los anclajes imaginarios yoicos, voluntad de decir y todo aquello que venimos
viendo. Eso implica que en todo análisis que funcione, es esperable un movimiento de malestar
en el sujeto, porque nadie conmueve las bases de su reconocimiento en el mundo sin un costo.

Por supuesto no tomamos en análisis a alguien que está en homeostasis, en equilibrio y se lo


cuestionamos, sino que buscamos, en primera instancia, precisar un síntoma, condición de la
entrada en análisis, y al mismo tiempo verificación diagnóstica, en la medida que la posibilidad
de formalizar un síntoma nos aleja de la prepsicosis. Si salteamos la constitución del síntoma
analítico, el analista o el análisis hacen de síntoma y esto invierte la demanda necesaria para
configurar la entrada en análisis.

Aclaramos esto porque no siempre el síntoma tuvo este lugar para el psicoanálisis. También,
con Reich, hubo análisis del carácter, análisis para todo el mundo que quería analizarse, no
verificando ningún síntoma. Pero decimos que en la entrada en análisis, para verificar y diag-
nosticar la psicosis, si hay prepsicosis o hay neurosis, tenemos que poder constituir un síntoma.
Y si podemos constituir un síntoma no hay psicosis, porque el psicótico no puede hacerlo.

Para retomar cosas que ya dije, cuando un sujeto puede producir un síntoma analítico, quiere
decir que funciona como sujeto, dejándose representar por fuera de su voluntad de decir, por
las palabras que dice. Se reconoce en lo que dice, no en lo que quiere decir, lo cual implica una
división. Esto es justamente lo que el psicótico no puede hacer, reconocerse en lo que dice pero
no quiere decir. Si uno enfrenta a un paranoico en su consistencia sistemática se produce un
desencadenamiento agresivo hacia quien lo hace; en vez de producir el efecto sujeto, lo que se
produce ahí es un quiebre del sistema imaginario en el que el paranoico se sostiene, si esto es
posible, porque sino, queda quebrado uno por el golpe que le puede propinar el psicótico.

Hay una categoría, usada más adelante en la enseñanza de Lacan, que es la suplencia. Se suple
lo que no hay, pero siempre hay que distinguir suplemento de complemento. Mientras que el
complemento restituye el todo, el suplemento es la consecuencia de que el todo no es posible,
lo que en términos de psicosis significa que no hay vuelta atrás, que no hay restitución. En
cambio, el amor, en términos imaginarios, aspira al complemento, es lo que se supone que hace,
junta a dos medias naranjas y hace una. El amor hace un todo, hace el todo, desconociendo la
castración; por eso el amor –dice Freud–, exagera la diferencia entre una mujer y otra, es decir
borra las diferencias y hace de una, La mujer. El amor constituye de la serie de las mujeres, una.
La mujer para el sujeto que ama es una condición del sujeto, que si no la puede realizar implica
una serie de trastornos. Hay neuróticos que no pueden hacer de una mujer, su mujer. Hay dos
temas nodales para el análisis: trabajo y amor.

Es un síntoma no poder elegir a una mujer. Lacan lo dice así: el hombre que se precie de tal y
que merezca respeto, es el que puede elegir una mujer como madre de sus hijos. Y define así al
hombre: el que puede elegir una mujer y constituirla como madre de sus hijos, lo cual implica
una serie de complicaciones para el obsesivo, quien separa a la mujer de la madre. Por eso lo
que define como masculino es poder elegir alguna mujer como una.

51
Hay sujetos psicóticos que tienen una inserción al mundo y un lazo social que no padece de
severos trastornos, que sólo aparece con el desencadenamiento. Incluso, hay sujetos que noso-
tros reconocemos con un lugar en el mundo, pero que han sido psicóticos no desencadenados
según Lacan, como por ejemplo Joyce y Jean Jacques Rouseau. Este último estableció el contra-
to social con gran inserción en el mundo jurídico y en el mundo del pensamiento, y Joyce en el
campo de la literatura.

La suplencia implica dos cosas: el trabajo del psicótico sobre eso que le falta, como forma de
suplir esa falta; o también, el trabajo analítico con el psicótico. La suplencia a la altura de este
Seminario 3, se denomina metáfora delirante, que es lo que suple lo que no hay, suplencia que
en la última perspectiva de su enseñanza, Lacan llama síntoma. O sea que son dos formas de
suplencia distintas. Lo distinto que tiene una de la otra, es que la metáfora delirante es una su-
plencia que a la larga se va a demostrar frágil, porque no articula lo real, el goce, la pulsión, etc.

El síntoma es una suplencia que está pensada como una articulación de los tres registros, lo
cual implica una serie de cambios en la dirección de la cura del psicótico y en la concepción
psicoanalítica de lo que es cada uno de esos tres registros. Esto quiere decir que hay suplencia
posible, y si hay suplencia posible, hay respuesta analítica posible.

Hay un texto de Miller que se llama “La psicosis en el texto”4, donde dice, como su título lo
indica, que la psicosis está en el texto. La pregunta posible es que si está en el texto dónde no
está. No está en la referencia. Miller va a trabajar allí este dato de desarticular la verdad y la
referencia, para decir que la psicosis está en el texto, lo que quiere decir que no verificamos el
ajuste con la realidad, sino verificamos las articulaciones del texto psicótico. Nuestro trabajo
no es neurotizarlo, ajustarlo a la realidad, sino trabajar en las articulaciones del texto. ¿Y qué es
el texto de un psicótico? Es su discurso, es su delirio, todo lo que dice sobre lo que le pasa y su
relación con el mundo.

Cuando escuchamos a un psicótico, surge como una exageración decir que trabajamos con un
texto, porque tenemos la idea del texto como algo más articulado, y en la psicosis nos encontra-
mos con un decir desordenado. Lo que ocurre es que la respuesta psicoanalítica va siempre de
la universalidad a lo unario, al rasgo que permite establecer un hilo conductor en lo que se dice.

Por eso la idea del texto es lo que queda, lo que resta de los dichos. Son una serie de dichos que
finalmente, si uno escucha, no interfiriendo, ayuda a constituir eso que se dice en su precisión;
los rasgos, el hilo conductor, el ombligo del sueño, para pasar de un decir desordenado y caó-
tico, a establecer un texto. Por eso decimos que trabajamos sobre las articulaciones del texto.

Recuerden que los articuladores de ese texto en el Seminario 3 se llaman fenómenos elemen-
tales. Un punto en el discurso o en el cuerpo que no se dialectiza. Es fijo, no se significantiza,
lo cual quiere decir que no se mueve, es como una plomada en el discurso que no se significa
con la respuesta del analista, ni tampoco con el propio discurso del sujeto. Es decir que es un
fenómeno que está siempre en el mismo lugar. Esta es la formulación que utiliza Lacan para
definir lo real, lo cual implica que no tiene una consistencia específica, como podría pensarse

4- MILLER, Jacques-Alain, “La psicosis en el texto de Lacan”, en: La psicosis en el texto, Manantial, 1990; pág. 116 a 125.

52
respecto del significante para lo simbólico, o la imagen para lo imaginario. Lo real puede ser
cualquier cosa, aun significante o imagen, en la medida que estén fijos. Justamente cuando un
significante está fijo lo denominamos significante en lo real.

Se trata entonces de detectar estos fenómenos y también la forma particular en que los trata el
sujeto, ya que el sujeto psicótico no se posiciona siempre de la misma forma frente al fenómeno
elemental. La primera respuesta es la perplejidad y la segunda es la certeza.

La perplejidad es un dato esencial, en la medida en que es un límite entre la prepsicosis y el


desencadenamieto. Hay fenómenos que Lacan llama de frontera, y de ellos ha destacado uno
que es el que se denomina la perplejidad, quedarse sin respuesta frente a lo que pasa. Esto
tiene una relación con lo enigmático, con lo que no sabemos qué significa. Este fenómeno, en
el psicótico, tiene la particularidad de que el sujeto no sabe qué significa, pero sí que significa
algo, a lo que se agrega que esa significación le concierne a él. O sea que son dos elementos, por
un lado el fenómeno enigmático, donde hay una suposición de significación, pero por otro, el
sentimiento de que eso le está dirigido. El delirio del paranoico es un delirio que está sostenido
en una certeza, que no es lo mismo que el dato de perplejidad frente a algo que se trastornó en
el mundo y no sabe qué significa ni qué hacer con eso.

En la metapsicología freudiana se distingue representación de cosa y representación de pala-


bra. Pueden leer esto en dos textos de Freud: “Lo inconsciente” y “La represión”5.

Se suscitó una polémica alrededor de la representación de cosa. Freud la nombra como vors-
telung-representanz, lo que se denomina el representante de la pulsión en el inconsciente, pero
el asunto es si era un representante representativo o no representativo. Lacan va a concluir en
que se trata de no representativo. ¿Qué es lo que se discute con esto? Nada más y nada menos
que la constitución del inconsciente. Por supuesto, según como está constituido el inconscien-
te, vamos a concebir la interpretación y la posición del analista. La conclusión final es que el
inconsciente está estructurado como un lenguaje, lo que excluye los afectos, las significaciones,
lo que da lugar a los significantes.

La interpretación entonces no será reveladora de sentimientos inconscientes ni de significacio-


nes ni de intenciones, sino que sólo pondrá en juego significantes que están en el lugar de la
causa de dichos efectos.

Una diferencia entre la psicología y el psicoanálisis es la motivación. En nuestro campo no in-


terpretamos motivaciones, por ejemplo, la intención inconsciente de agredir, ya que todas esas
formas de la interpretación que parecen revelar algo que hay en el inconsciente, se constituyen
como un delirio significativo como forma de tratar lo que no hay.

Por eso Lacan propone que trabajemos con el discurso, con los significantes y con el efecto su-
jeto, porque esto se opone a toda posición del analista que ordena las significaciones del sujeto,
aún con el Edipo freudiano.

5- FREUD, Sigmund, “Lo inconsciente” y “La represión”, en: Obras completas, Biblioteca Nueva, Buenos Aires.

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Nuestra respuesta va a ser siempre no significativa, es decir, no reveladora, porque no hay
nada a revelar, hay un irrevelable en el inconsciente, lo que hacemos es construir una ficción
verdadera.

Esto tiene raigambre filosófica. Nietzsche va a decir: “lo que es verdad es lo que tenemos por
verdadero”. Noten que tener por verdadero es tener la certeza de que algo es así, lo cual lleva
al problema acerca de cómo distinguimos la certeza de lo verdadero, de lo que es verdadero.
Justamente, los fenómenos de certeza, en la actualidad, crecen en cantidad porque van de la
mano de la construcción de una ficción. Pero hay certeza psicótica y hay certeza del lógico, que
es lo que ustedes pueden leer en el texto de Miller, llamado “La psicosis en el texto”. Todo el
artículo intenta ubicar la psicosis en el texto y no en la referencia, lo cual es común al lógico y
al psicótico. Piensen en este caso en lo que se denomina la erotomanía. Hay un postulado (un
axioma): “él me ama”, del cual se parte y se elaboran todas las conclusiones que están sosteni-
das en él, muchas veces aún cuando la realidad lo contradiga.

La diferencia radica en que el psicótico está identificado a este axioma, y el lógico puede cam-
biarlo por otro. El axioma lógico es el lugar de dónde parte un razonamiento lógico que no se
discute; se dice: “es axiomático”. Partiendo de ahí se hace un desarrollo coherente a ese axioma,
y la coherencia entre ese axioma y lo que deducimos de él, es donde se produce la verdad de
ese razonamiento lógico.

Pero la cuestión es cómo se articula el neurótico a estos temas. Decíamos que en la psicosis
contamos con el fenómeno elemental, la perplejidad o la certeza. ¿Y en la neurosis? ¿Con qué
se enfrenta un neurótico? No se enfrenta con el fenómeno elemental. ¿Qué hay en el lugar del
fenómeno elemental para el neurótico? Hay significantes.

Estos significantes no están aislados como es el caso de los neologismos, sino que están articu-
lados en red y son los que en su movimiento van a permitir el efecto sujeto y la construcción
de un síntoma. Es decir que en el lugar de la perplejidad y la certeza vamos a encontrar la in-
determinación. La expresión clásica de dicha indeterminación se lee como duda en el obsesivo
y metonimia en la histérica.

¿Y qué hacemos en un análisis con la indeterminación subjetiva?

Hacemos de ella efecto sujeto, como un primer movimiento de localización de la indetermina-


ción, donde representa a ese sujeto, un significante y no otro. Es lo que ubicaba cuando decía
que se debe construir un texto.

Donde en el psicótico está el deliro, en el neurótico hay un fantasma, fantasma fundamental


que es aquel producto del desarrollo de la cura a partir de que “no hay”, y que tiene según Mi-
ller tres dimensiones. Una primera dimensión imaginaria, que es la significación de la frase. La
segunda, una dimensión simbólica, que es la frase tomada como tal sin su significación (por ej.,
cuando se dice “pegan a un niño”). O sea que la formulación gramatical empieza a tener impor-
tancia allí donde se hace presente que el fantasma no es una fantasía en el sentido de Melanie
Klein, sino que es una frase. Y la tercera dimensión se refiere a lo real, ¿pero donde está lo real

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en el fantasma? Sabemos que hay una oposición entre real y fantasma, ya que cuando lo real se
hace presente en el fantasma, éste se desarticula; pero sin embargo, el fantasma ocupa el lugar
de lo real en tanto axiomático y fijo para el sujeto.

Volvemos a los temas de la fijeza y la certeza, porque la certeza no sólo es psicótica, sino que la
certeza es también la certeza del acto, lo cual no es lo mismo que la certeza del pasaje al acto. La
certeza del acto es la de alguien en posición de sujeto frente al mundo. El acto prototípico es el
sepukú o el harakiri japonés, acto fundamental que Lacan desarrolla en el Seminario 11.

Cuando Lacan toma lo del harakiri parece que fuera un acto en el sentido de una acción, pero
también puede ser una palabra, una acción concreta, todo un ritual (como es el ritual del hara-
kiri). Un acto es aquello después de lo cual no hay retorno. Un acto se lee por sus resultados, no
se lee anticipadamente, nadie se propone hacer actos sino que los actos se revelan después, y
se revelan como tales en la medida que cambiaron la posición del sujeto. Pero se revelan como
pasajes al acto o acting out si no hay acto verdadero, porque después retorna lo mismo, retorna
el síntoma.

Piensen en todas las variantes importantes de la vida de una persona; que parece que renuevan
sus vidas, por ejemplo, después de una complicada separación y sin embargo, en una nueva
pareja, vuelven los mismos síntomas. Por eso siempre decimos que una mujer golpeada que
se separa de su marido golpeador, no garantiza que no tenga un goce masoquista, y vuelva a
encontrarse con otra pareja en el mismo lugar.

Por eso el divorcio verdadero al que prestamos atención es al divorcio con el goce, y no al di-
vorcio de las personas. Para entender el divorcio del goce tenemos que leer todo el recorrido
del discurso de un sujeto, y no sus actos coyunturales, ya que de ellos somos siempre descon-
fiados, porque pueden ser actings.

Empezar a analizarse es un acto, pero puede ser un acting, lo cual quiere decir que me inserto
en el dispositivo, pero nada en la posición del sujeto cambió. Cuando es un acto es porque el
sujeto en la entrada misma del análisis sufre profundas transformaciones de su posición, y no
es el mismo que era, lo cual no siempre se verifica en una entrada en análisis.

La certeza en el discurso psicótico es una certeza esencial, digamos estratégica, lo cual no sig-
nifica que en el discurso coyuntural en algunas oportunidades, no tenga dudas, vacilaciones
o indeterminaciones. En el caso de aquella paranoica que mató al marido que les mencioné
alguna vez, todo su movimiento se basaba en una certeza que viene desde sus 7 años, donde
anticipó lo que iba a ocurrir, y se preparó para eso, adiestrándose en artes marciales para final-
mente con ese instrumento matar a su marido. Se había preparado porque a los 7 años había
visto al sujeto que la iba a atacar, y en esa medida, más allá de que la sujeto dude sobre si esto
es así o no, hay una certeza en la orientación en su vida que gira alrededor de un fenómeno
elemental, una alucinación producida a esa temprana edad, por lo cual toda su vida y sus actos
están determinados por esa certeza.

La relación significante/Cosa es crucial para entender diferentes estructuras.

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Hay una formulación de Lacan, donde plantea que el significante mata la cosa. ¿Qué quiere
decir esto? ¿Y qué ocurre cuando no la mata? Ocurre la psicosis, y sino el deseo. Todo lo que les
estoy diciendo respecto de lo que es el efecto sujeto, acerca del significante, de la articulación
significante, del significante que no se significa a sí mismo, quiere decir que el significante se ha
separado de su voluntad expresiva y que puede cumplir otra función. En el discurso habitual,
el significante se refiere a la cosa, tiene una referencia precisa a la cosa. Pero cuando vamos por
el efecto sujeto o la asociación libre, el significante mata a la cosa, lo que quiere decir que ya
no representa lo que quiero decir sino me representa como sujeto. Este es el movimiento que
implica que el significante mata a la cosa.

Este es el punto nodal de lo que Freud llamó la sublimación. Sublimar quiere decir negativizar
el referente del significante. Estamos acostumbrados a pensar que el arte es una actividad su-
blimatoria, y es Freud quien desarrolló esta idea; pero sin embargo, las condiciones estructura-
les de la sublimación hay que pensarlas como la acción del significante sustituyendo a la Cosa.

Para que haya constitución de sujeto como tal, el significante debe matar a la cosa; quiere decir,
debe sublimarla, debe poder despegarse de ella y circular, como circulación de deseo, de nue-
vas significaciones.

Es exactamente lo que no puede hacer el psicótico. En el llamado discurso esquizofrénico,


que muchas veces nos plantea un problema de diagnóstico en la presentación de enfermos, se
produce este no matar a la cosa, y todo el discurso es la cosa. La palabra es la cosa, tomando las
palabras por las cosas mismas.

Digo que es difícil el diagnóstico, porque el discurso esquizofrénico muchas veces es un discur-
so coherente, y hay que poder detectar la esquizofrenia en las implicancias del hecho de que
el significante no mata a la Cosa. Tenemos toda una apariencia de ordenamiento de la historia,
pero no hay el movimiento de retroacción. O sea que el significante, no resignifica, no implica
al sujeto. Es una historia ordenada por hechos que han ocurrido, es una memoria de hechos,
pero no hay una interpretación de los hechos, sino que es una historia de hechos que se los
puede recordar muy bien pero no los tiene significados y no los puede resignificar, aun con la
intervención del analista. Por eso es una memoria que Lacan distingue de la rememoración,
que implica una reinterpretación de los hechos, mientras que la memoria es de hechos que han
ocurrido.

Pero al mismo tiempo hay una paradoja, cuando decimos que el psicótico no cree pero tiene
certeza. O sea que no va de la mano la certeza con la creencia, que es un fenómeno de la divi-
sión del sujeto.

En esa línea distinguimos dos tipos de síntomas. Uno es el síntoma que produce displacer,
donde síntoma y displacer van siempre juntos, es lo que molesta, lo que angustia, lo que crea
problemas. Siempre nos tenemos que preguntar cuando alguien llega a un análisis, el punto en
que aparece aquello de qué sufre. Nuestra pregunta siempre tiene que interrogar el displacer
en juego, porque hay personas que sufren decididamente con un síntoma y hay personas que

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no sufren de él. No es tan evidente qué quiere alguien cuando viene a decir: “quiero mejorar
mi vida”, o peor aún: “quiero mejorar mi calidad de vida”.

Pero al otro síntoma, al síntoma que no hace sufrir, al síntoma que es heredero de la metáfora
delirante como suplencia en el campo de las psicosis, no lo definimos por el displacer sino por
el placer. Es el síntoma que es el partenaire fundamental del sujeto, por fuera de todos los oca-
sionales. Es lo que el sujeto localiza de sí que le permite relacionarse con el mundo, el síntoma
como una forma de hacer lazo con el mundo, y no como una dificultad. Ese síntoma no inhibe,
ya que en la medida que tenemos localizada nuestra posición podemos relacionarnos al mundo
a partir de él.

Cuando uno tiene precisado su síntoma en este último sentido, es menos susceptible, es decir,
está sostenido en su posición y no en lo que Freud llamó el narcisismo de las pequeñas dife-
rencias. El neurótico se afirma y esto se lee en las cuestiones de las parejas, o en los temas de
las instituciones, por ejemplo. La persona que tiene localizado su síntoma, que tiene localiza-
da su particularidad y está sostenido en ella, no necesita sostenerse en la pelea con otros. No
quiere decir que no haya peleas por eso, en todos los grupos sociales hay peleas, tensiones,
rivalidades. Quiere decir que la persona no vive de eso, aunque se pelee, y no está sostenido
permanentemente en encontrar la oposición para afirmarse. No está sometido a eso que Freud
en “Introducción al narcisismo”6 define como una posición narcisista, aquella que lee toda di-
ferencia del otro como un ataque, cuestionadora de la propia posición. En cambio, cualquiera
que venga a cuestionar ese síntoma no resulta amenazante.

Recuerden que hay sujetos neuróticos que hacen de la falta una forma de presentarse en el
mundo. Y esto en el campo del psicoanálisis es serio. Presentarse siempre en menos, siempre
diciendo ‘yo no se, no puedo, etc.’, es un trabajo contra la transferencia que todo analista, por
estar en posición de tal, ofrece. El neurótico tiene como significante amo la falta, y se presenta
al mundo con su falta. Hay sujetos que lo manejan desde la infatuación y hay sujetos que lo
manejan desde el –ϕ .

O sea que nadie puede estar en el lugar de mostrarse a otros con una consistencia inapelable,
todo el mundo en algún lugar siente que hay algo que no va a saber.

Son fenómenos acerca de cómo manejamos la división, y si un analista la maneja mostrándola


permanentemente, no convoca a la transferencia, sino que es un buscador de transferencia, en
verdad. Es un analista que circula entre analistas pero va convocando a la transferencia con
otro que es el que le va a decir “yo sé, podés suponer en mí el saber”; es un analista que da el
mensaje soy analizante destituyéndose de su lugar.

Pero volvamos a la psicosis y el tema de la perplejidad. Voy a ir comentando algunas de las


observaciones de Lacan sobre este tema. Dice: “Las relaciones del sujeto con el exterior son de
perplejidad”. Estamos hablando de la prepsicosis. “Son de perplejidad cuando estamos en el
punto de desequilibrio”. Esto no es en la certeza, ya que si hay certeza no hay perplejidad.

6- FREUD, Sigmund, “Introducción al narcisismo”, en: Obras completas, Biblioteca Nueva, Buenos Aires.

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Es la realidad que le habla. Es el Otro, es un lugar que enmarca lo que es exterior al sujeto. Por
eso, cuando nos referimos a la persona, decimos el mundo, la realidad exterior; pero cuando
nos referimos al sujeto, decimos Otro, y suponemos que la realidad, el mundo de la persona
en verdad, su esencia, es el lugar que ocupa él como sujeto, el Otro. Y es por eso que decimos
que nosotros como analistas interrogamos la relación del sujeto con la falta en el Otro; y esto en
distintos personajes: la madre, el padre, el analista, etc. Son todas formas de interrogar la falta
en el Otro.

El lugar del Otro, para decirlo sencillamente, es un lugar asimétrico, no es un semejante, es


un Otro, Dios, el padre, la madre, los personajes de su vida. Para algunos la mujer estará en el
lugar del Otro, y para otros estará otro hombre. Por eso la cuestión del punto que marca una
asimetría en oposición al eje imaginario, donde hay dos semejantes, y por lo tanto, rivalidad y
lucha. En la relación entre sujeto y Otro hay una relación asimétrica.

“Lo que en el neurótico son las respuestas del Otro –que son respuestas significativas siempre–
en el psicótico –dice Lacan– funcionan como respuestas de lo real”. O sea que para el neurótico,
aquellas que son respuestas de lo real son significadas como respuestas del Otro, que son, bási-
camente: “me reconoce” o “no me reconoce”; “me escucha” o “no me escucha”, etc. Esto se lee
en la neurosis como “me quiere” o “no me quiere”, “aburro” o “no aburro”, “me gusta” o “le
gusto”, etc., y todas las formas de tratar con lo que el Otro quiere de uno.

Dice: Es la realidad que le habla. Noten esto, en la perplejidad el sujeto se posiciona desde allí
frente al Otro, frente a la realidad, donde la realidad que le habla significa que hay algo que le
viene de afuera como mensaje. Y esto es la esencia de la cuestión, donde vemos que a un sujeto
la realidad le habla, y que se lee sólo en el hablar del sujeto. Es el psicótico hablando que nos
muestra que la realidad le habla. Entonces, no vamos a definir a la psicosis solamente en el
sujeto que habla, sino cuando nos habla de lo que le habló, dice Lacan.

Sostiene incluso que “en el psicótico, más allá de la realidad, hay Otro que le dice cosas”. Y esto
lo van a leer en el Capítulo XIV, donde aclara que el Otro tiene su propia subjetividad. Es el
Dios de Schreber, que tiene subjetividad, se humaniza para Schreber, le dice cosas, quiere ha-
cerle cosas. Desde esa cierta humanización de ese Otro, que para nosotros puede ser simbólico,
al psicótico, le habla.

Y dice lo que les decía antes: “El Otro es aquello por lo cual se hacen reconocer en la medida
que a su vez lo reconocen”. O sea reconocemos un Otro como tal, asimétrico, y buscamos el
reconocimiento de ese Otro. Esta es la clave de la posición del sujeto en relación al Otro.

No olviden que siempre cuando hablamos de reconocimiento, implica un reconocimiento al


yo o al sujeto. ¿Pero qué quiere decir reconocer a un sujeto y qué quiere decir reconocer a un
yo? Reconocer a una persona quiere decir saludarla, decirle buen día, reconocer su nombre,
reconocer que es mujer o que es hombre, es darle todo lo que llamamos los reconocimientos
imaginarios.

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Recuerdo que un analista decía que era muy importante reconocer el nombre de una persona
que viene a vernos por primera vez. Esto es una forma de reconocimiento imaginario. Es reco-
nocerlo en el sentido de darle un lugar, tomar ese lugar, todo lo que nos permite armar lo que
podríamos llamar una entrevista preliminar.

Pero reconocer al sujeto implica no reconocer a la persona, sino reconocer algo en su discurso
que es justamente lo que no quiere decir. Entonces reconocer al sujeto implica escuchar un dis-
curso, no implica saludarlo, ni reconocer a la persona, sino que implica velar a la persona para
reconocer un discurso.

En el control se trata de verificar si el analista está escuchando a la persona, la reconoce, o si


reconoce al sujeto, y para reconocerlo, tiene que saber las formas en que dijo lo que dijo. Ya se
ve esto cuando alguien no trae notas a un control. Cuando no trae notas a un control no tiene
claramente el discurso, lo arma allí, pero al hacerlo, arma su propio discurso. De modo que las
notas en un control son muy importantes, y se debe velar a la persona y transformar el control
en un análisis, aunque no lo sepan ninguno de los dos, porque en verdad están analizando
no el discurso del sujeto, sino el discurso del analista que habla del otro sujeto. Es importante
siempre ver lo que se escuchó como sujeto y cómo se reconoció al sujeto allí donde no pasaron
cosas en la vida sino en el discurso. “Detrás de la marioneta habla alguien. Y dice Lacan: Dos
formas de dirigirse al Otro: Recibir de él el mensaje que nos concierne de una forma invertida
o bien indicar su dirección, su existencia, bajo la forma de la alusión”. Este recibir el propio
mensaje en forma invertida, se lee clínicamente cuando uno subraya algo de la frase del sujeto
y el sujeto responde: “yo no dije eso, lo está diciendo usted, me lo hace decir, me quiere llevar
para tal lado”, lo que sólo fue una interpretación por la cita, lo cual quiere decir que de todo el
discurso, se debe recortar algo y confrontar al sujeto con eso mismo.

Lacan formula esta cuestión en dos tiempos del análisis; primer tiempo: “me lo hacen decir”;
segundo tiempo y último: “yo lo digo”, “no hay Otro para mí”, “lo que digo lo digo yo y lo
asumo yo”, “no se lo atribuyo a nadie”. Esto es recibir el propio mensaje en forma invertida,
reconocerlo como viniendo de afuera.

El neurótico puede decir que el analista en el fondo recortó esa frase por alguna razón; un
obsesivo dirá que está haciendo un experimento para provocar tal efecto. Yo les decía que las
respuestas de lo real que están en la estructura de la constitución del sujeto, el neurótico las
encubre bajo la forma de un Otro que le dice, que le hace decir y que le significa cosas. Borrado
el Otro, lo que aparece es la respuesta de lo real cuya expresión paradigmática es la alucinación
verbal. O sea que todo eso que el neurótico va a significar, que expresa en la frase: “me lo ha-
cen decir”, el psicótico lo escucha como una voz que le dice, por ejemplo, “tonto”; es decir, no
lo puede constituir como un Otro, que lo desmerece, que es todo el disfraz neurótico, donde
ese neurótico inventa al Otro. No lo inventa porque si, lo inventa por estructura y porque en
ese punto, ser neurótico quiere decir poder hacer de esa respuesta de lo real una respuesta del
Otro. Detrás de ese Otro, en la base de ese Otro, en verdad hay algo así como una alucinación
verbal, donde el Otro me manda mensajes, significados de todas las formas neuróticas que
podemos imaginar.

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¿Cuándo se lee esto más claro? Cuando en un obsesivo aparece lo que Freud llamó la voz de
su conciencia, una voz que le puede decir: “movete así, no empieces con el pie izquierdo que
te va a ir mal”, etc. Todos los rituales del obsesivo muchas veces están sostenidos en esta voz
de la conciencia, dice Freud. No siempre es evidente el límite entre lo que se llama la voz de la
conciencia y la alucinación verbal. Esto es el límite del reconocimiento entre un neurótico ob-
sesivo y un sujeto paranoico, por ejemplo, que es lo que viene de afuera. Voz de la conciencia
o alucinación verbal.

En la histeria, la cuestión del límite entre neurosis-psicosis, se ubica en el cuerpo, en la des-


personalización, en el extrañamiento, en la descomposición corporal, todos fenómenos que
podríamos llamar especulares, aquellos que se padecen tanto en la histeria como en la esqui-
zofrenia.

La otra variante de esto mismo, pero en el campo de la psicosis, Lacan la denomina alusión, un
fenómeno que le resulta enigmático al sujeto, que no sabe lo que quiere decir, pero sabe que le
dice algo y además sabe que se lo dice a él. Es decir, se trata de una relación alusiva con el Otro.

Recuerden que si nos preguntamos acerca del paradigma de la interpretación lacaniana, este es
la alusión. O sea que hay una intersección entre lo que amenaza al psicótico y mucho más aún
al prepsicótico, y el ejercicio del analista en ese punto. Por eso planteamos el retiro del disposi-
tivo analítico, por ejemplo, de la interpretación por alusión, en el campo de la prepsicosis, por-
que es entrar justamente en el punto donde el sujeto psicótico se constituye, donde constituye
su relación al Otro; y el analista, justamente, al ejercer esa función en un intento por destituir al
sujeto neurótico, su consistencia imaginaria, lo logra por alusión.

Recuerden que en todas las formas que Lacan explica a la interpretación, siempre hay un fe-
nómeno alusivo. Ya decíamos interpretación por la cita, recortando un enunciado del sujeto,
extrayendo de su discurso, de su campo significativo una frase. El sujeto va a querer armar eso
de nuevo y el analista hará el trabajo de excluir todo lo que dijo y confrontarlo a la alusión, para
que construya su ficción a partir de ella.

Entonces, con la alusión como interpretación entramos justo en el punto donde el psicótico
mantiene una relación paranoica con el Otro. Entonces aludir y trabajar con la alusión en forma
sistemática, nos coloca exactamente en el lugar del objeto paranoico, y es desde donde pode-
mos hacer que alguien pierda el equilibrio prepsicótico, un equilibrio endeble en su base que si
fracasa, puede producir el desencadenamiento.

Último punto: “Excluido el Otro –dice Lacan- en el campo de la psicosis, lo que concierne al
sujeto es dicho realmente –en este Seminario quiere decir en la realidad- por el pequeño otro”.
Es decir que el psicótico subjetiva al Otro, al Otro simbólico, al de la conciencia moral, a Dios,
etc., y lo personaliza, lo que quiere decir que lo pone como un pequeño a, no como la voz de
Dios sino Dios que se hace persona, se hace objeto a, pequeño a, digamos imaginario, se hace
un otro semejante que le habla y entra en la dialéctica imaginaria.

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“El Otro está excluido verdaderamente de la palabra delirante. Detrás de ella no hay otra ver-
dad”. Detrás de la palabra delirante no hay otra verdad que le pueda decir el Otro, no hay
supuesto saber alojado en el Otro que le pueda significar eso de una u otra forma. Hay una
verdad que se sostiene del delirio.

“El sujeto no le atribuye verdad alguna y está frente a este fenómeno en la perplejidad”. O sea
que está enmarcado en el fenómeno de la alusión. Es aludido por el enigma que le presentifica
el Otro y ahí vendrá todo el trabajo de reducir esa perplejidad en el campo de la prepsicosis o
avanzar con la certeza que implica el desencadenamiento y la destitución de esa perplejidad no
por nosotros sino por la certeza psicótica y el delirio, que ya entra en el fenómeno de la certeza.

13 de junio de 2002

61
V
LA PSICOSIS EN LA INFANCIA
SILVIA ELENA TENDLARZ

JORGE CHAMORRO: Hoy vamos a escuchar a Silvia Tendlarz sobre la cuestión de la psicosis
infantil. Silvia comparte la conducción del ICBA en el Comité Científico del ICBA conmigo
y otros colegas. Ha hecho su formación en Francia, en donde hizo un doctorado, y ha sido
docente en la Universidad de París VIII. No podemos negar que tiene también una relación
significativa con la escritura; voy a enumerar rápidamente los textos publicados por Silvia: La
letra como mirada. Cultura y psicoanálisis; Psicoanálisis y Sida; Estudios sobre el síntoma; un texto
que tiene especial referencia a la exposición que va a hacer hoy que es ¿De qué sufren los niños?
La psicosis en la infancia; luego El psicoanálisis frente a la reproducción asistida; El caso Aimée: acerca
de la paranoia de autopunición; y la última publicación por ahora, porque hay anunciadas varias
más, R.S.I: el falo.

Así que la escuchamos.

SILVIA TENDLARZ: Antes que nada quería darle las gracias a Jorge por su invitación para
estar hoy con ustedes, y en particular para poder expresarles algunas consideraciones acerca
de la psicosis en la infancia.

Contamos con una hora y media de trabajo. Voy a comenzar por presentar la particularidad del
enfoque psicoanalítico en contraposición al enfoque psiquiátrico; enumeraré luego las referen-
cias precisas de Lacan sobre el tema de la psicosis en la infancia, y finalmente voy a presentar
un caso clínico.

Como se dan cuenta es un programa de un curso entero, lo voy a hacer breve y tal vez iremos
un poco rápido sobre algunas cosas y sin el detalle que merecería detenerse en cada uno de los
aspectos. Lo que quiero hacer hoy, y probablemente tendrán tiempo en el resto del año o en otra
oportunidad, es darles una presentación global del tema.

La primera cuestión que puedo decirles ya es que no dije psicosis infantil sino psicosis en la
infancia. Esto no es casual, porque es ya una toma de posición en relación a qué pasa con la
psicosis en los niños. Si hay algo que se puede decir es que así como se habla de neurosis infan-
til, en ningún momento Lacan habla de psicosis infantil, porque la psicosis como estructura es
atemporal y se mantiene a lo largo del tiempo. La hipótesis causal de la forclusión del Nombre
del Padre funciona tanto para los niños como para los adultos. La estructura no se modifica,

62
puede producirse un desencadenamiento, con suplencias o no, o ser una psicosis no desenca-
denada, pero la estructura es siempre la misma. Eso se observa también en los niños a pesar
de que se estaría tentado a pensar de que se trata de alguna otra cosa, sobre todo cuando son
niños muy pequeños.

Si alguno de ustedes trabaja en alguna institución con niños psicóticos sabrá a qué me refiero,
pero de todas maneras les voy a hacer alguna descripción fenomenológica para que traten de
aprehender de qué se trata.

En cambio, sí se habla de neurosis infantil. Uno puede preguntarse si la neurosis infantil es la


neurosis en la infancia, porque en todo caso el sujeto se incluye en una estructura de entrada,
no hay un desarrollo con un sujeto que adviene a una estructura, sino que el sujeto se incluye
de entrada en la estructura y hay un desarrollo en la estructura. El sujeto se incluye de entrada
en la psicosis, en la neurosis, o en la perversión, y hay un desarrollo en la estructura cuando
se trata de la neurosis. Por más que un sujeto tome ya una posición, que todos los elementos
de la estructura se den de entrada, hay algo que queda pendiente, que debe ser decidido con
el pasaje de la pubertad. Michel Silvestre indica que el niño se pregunta qué quiere mi madre,
en cambio, el adulto se pregunta qué quiere una mujer. Empiezan a funcionar las identidades
sexuadas y la relación con el goce de otra manera. Eso en sí mismo daría todo un desarrollo
acerca de cómo se arman estos fenómenos que se ven en los niños, si se puede rápidamente
aprehender de qué estructura se trata, etc. Pero lo que está claro es que hay neurosis en la in-
fancia. Cuando se habla de neurosis infantil, cuando se agrega el adjetivo infantil, es la recons-
trucción por parte del adulto de la neurosis de la infancia. Esta reconstrucción retroactiva es lo
que se denomina neurosis infantil.

La neurosis infantil, en definitiva, es lo que resta de la infancia en el discurso de un sujeto.

Ven cierta diferencia. Hablamos de neurosis infantil, en cambio en ningún momento podemos
hablar de psicosis infantil porque no se produce este sistema de retroacción significante como
tampoco se produce la significación fálica. Entonces a falta de esta retroacción significante no
hay una reconstrucción de la infancia, no hay una resignificación sino que lo que comprobamos
en la anamnesis con pacientes psicóticos es que hay una sucesión de acontecimientos, y en el
mejor de los casos, a través de las entrevistas con el analista, se puede hacer una construcción y
establecer una secuencia de causas y efectos; pero esto es un trabajo de construcción por parte
del analista.

El paciente psicótico no trae una biografía, a veces la trae si es un buen paranoico y tiene algo
muy armado, pero en general la infancia pasa como si no hubiera pasado nada, o son hechos
aislados, pero no es con todo el dramatismo y la pasión que presenta un paciente neurótico.
Esta es la primera cuestión a señalar.

La segunda es que es necesario –supongo que Jorge lo debe haber acentuado acá–, hacer un
diagnóstico positivo de psicosis; hay que poder encontrar el fenómeno elemental, el fenómeno
psicótico por el cual se puede decir que se trata de psicosis y no de otra estructura, porque es

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a través de esos fenómenos que podemos establecer la hipótesis causal que subyace a los fenó-
menos.

También es necesario poder hacer un diagnóstico positivo de la psicosis en la infancia, y esto es


bastante complicado, primero porque muchas veces se tiende a pensar que es innato, que nació
psicótico. El momento del desencadenamiento es importante porque no es lo mismo hablar de
un niño psicótico de diez años y otro de dos años, la fenomenología no es la misma, no hubo
adquisición simbólica, el recurso simbólico no es el mismo.

Como esto es un problema en sí mismo, se puede decir que Lacan indica con propiedad que los
que han enfocado la idea de que existe una psicosis en la infancia son los psicoanalistas, y no
solamente los lacanianos: está Margaret Mahler con la idea de la simbiosis, o Tustin; e incluso
dentro de los kleinianos hay todo un trabajo realizado. Son los psicoanalistas los que pudieron
teorizar y sacar un poco la psicosis en la infancia del terreno puramente psiquiátrico. En un
primer momento se los consideraba como simples débiles o retrasados, sobre todo si eran chi-
quitos. Plantear que no es un trastorno orgánico, es decir, que no se cura con una medicación,
ni que es un trastorno genético, es volver posible un tratamiento.

Se dan cuenta de que es el gran problema de la psiquiatría contemporánea, de acuerdo al tipo


de diagnóstico que se estructure y la causalidad que se le atribuya se proponen distintos trata-
mientos. Es necesario hacer un diagnóstico positivo, y vamos a ver rápidamente de qué manera
podemos llegar a establecerlo.

Leo Kanner inauguró el trabajo de teorización sobre el tema e introdujo lo que llamó el autismo
infantil precoz. Por eso le comentaba a Jorge que es casi una introducción a lo que ustedes van
a trabajar sobre la esquizofrenia, porque en realidad el que introdujo el término de autismo
es Bleuler en 1911, y cuando habló de autismo lo planteó como una de las modalidades de la
esquizofrenia que tenía la particularidad de una cierta retracción afectiva y una dificultad de
contacto con el mundo. El autismo es una de las modalidades de la esquizofrenia.

Leo Kanner en 1943, dos años antes de que termine la Segunda Guerra Mundial, hizo un segui-
miento de once casos para ver su evolución y a partir de allí estableció lo que llamó el cuadro
de autismo infantil precoz. ¿Cuáles son las características? Aparentemente es como si nacieran
psicóticos. De entrada, cuando se los quiere tomar en los brazos, no se adaptan a los brazos
de la madre, no fijan la mirada, tienen una mirada oblicua, hay un rechazo en la alimentación,
movimientos estereotipados, no juegan, si se caen o se golpean no lloran, no se enferman, no
se ríen, hablan en tercera persona o utilizan un soliloquio que no se entiende, o frases sueltas,
como si fueran hablados por el Otro repiten frases sin sentido.

Kanner establece como causalidad que estos niños experimentan todo movimiento del otro ha-
cia ellos como una intrusión por la falla de simbolización –aunque no lo dice en estos términos.
De ahí este efecto de rechazo del otro. Pero añade que no hay que pensarlos en términos defici-
tarios, y este es el gran giro que se le puede atribuir. No son débiles mentales; por el contrario,
son niños que tienen una expresión facial muy inteligente, incluso algunos de ellos pueden
contar hasta cien; tienen una excelente memoria y otros atributos desarrollados que muestran

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que de ninguna manera se trata de un déficit intelectual. Y Leo Kanner dice que tampoco se
trata de un problema orgánico. No es organicidad ni déficit intelectual, es un déficit afectivo.

Para ilustrarlo podemos tomar la película Rainman, con Dustin Hoffman. Cuando Tom Crui-
se, el hermano menor, lleva a su hermano mayor psicótico al Casino, con una sola mirada se
acuerda de todo, mira un momento y gana al Casino y hace una fortuna. Resuelve problemas
matemáticos con una increíble rapidez. Pero, al mismo tiempo, tenía dificultades: no se le po-
dían acercar, si lo tocaban, no soportaba la aproximación, es una traducción en adulto de lo
que sería, y una versión mejorada, no deficitaria, de un niño autista. Otro ejemplo del cine lo
da una película de Bruce Willis. Se trata de que un niño autista ve un asesinato. También él re-
suelve problemas con gran rapidez pero no puede entrar en contacto, si se le pregunta algo no
contesta; aunque no sabe de qué se trata tiene esa capacidad que muestra muy bien que no es
un déficit intelectual sino que hay algo más que puede estar o no estar.

Muy bien, esta es la descripción. La consecuencia de esta presentación es que este cuadro tuvo
mucha pregnancia en Estados Unidos, y en los Manuales de Psiquiatría es un cuadro que se
conserva. En el DSM-III el término de psicosis “infantil” desapareció, no existen las psicosis
infantiles. Existe lo que llaman Trastornos generalizados del desarrollo. Se dan cuenta que es bas-
tante sutil puesto que al decir que son trastornos generalizados del desarrollo hay algo de lo
evolutivo, de lo orgánico o de lo genético en juego que mantienen. Pero nunca pudieron hacer
totalmente desaparecer el Trastorno autista y cuando hacen la revisión en 1987 del DSM-III,
entre uno de los cuadros posibles dejan el Trastorno autista. El DSM-IV de 1994 establece dis-
tintas modalidades de este trastorno generalizado del desarrollo y ponen primero el Trastorno
autista, o sea que se conserva, y después el Síndrome de Rett descrito sobre todo en mujeres y
que aparece antes de los cuatro años. Después incluyen los Trastornos desintegrativos de la infan-
cia. Se supone que llegan a cierto grado de desarrollo y después este desarrollo se deshace. El
acento está puesto en el trastorno comportamental y en el criterio adaptativo, si se desarrolla
o no adecuadamente. A continuación ponen en la serie el Síndrome de Asperger, que no afecta al
lenguaje, esa es su particularidad a diferencia del autismo. Por último está el Trastorno no espe-
cífico; cuando no saben de qué se trata es no específico. Pero todo esto lo diferencia de la esqui-
zofrenia –aunque en realidad no habría ninguna razón para hacerlo puesto que se trata de una
esquizofrenia infantil– porque no hay ni alucinaciones ni delirio. Es una manera de presentarlo
por parte de los manuales de psiquiatría, pero eso estaría por verse.

Si afirmamos que la estructura de la psicosis es la misma en la infancia y en la adultez debemos


extraer sus conclusiones. Primero, hay desencadenamiento de la psicosis también en la infan-
cia, aunque a veces sea muy difícil de situar. Sobre todo si es precoz, resulta a veces difícil de
decir cuál es el momento preciso.

Les daré un ejemplo. Una niña de cinco años es llevada a la consulta porque escucha una voz
que le dice que la maestra es un demonio. Por ahí tenía razón. Pero el asunto es que lo escucha-
ba como una voz, como un fenómeno xenopático, no como un pensamiento. En las entrevistas
con la analista cuenta que en una oportunidad se peleó con el padre porque se portó mal, y el
padre la castigó encerrándola en la habitación, y en ese momento escuchó una voz que decía

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que el padre era malo. Se ve con mucha simplicidad la coyuntura dramática. Esta niña está en
una relación dual con la madre. Aparece un padre, que casualmente es el suyo, en oposición
simbólica. Ella no cuenta con los recursos simbólicos para inscribir esta sanción, esta autoridad
paterna, y en el lugar del agujero en lo simbólico aparece en lo real la voz que le dice papá es
malo. No es ella la que lo piensa sino que una voz se lo dijo. Y a partir de eso se desplaza a la
figura de la maestra que de alguna manera debe estar en relación metonímica. En el momento
que me fue presentado me pareció interesante por su simplicidad. Son pocos elementos y se ve
claramente cómo se puede situar bien en una nena de cinco años, que tiene alucinaciones y un
delirio; un delirio poco estructurado, pero algo está intentando armar con eso.

Sucede que cuando son niños muy pequeños con comportamientos extraños se tiende a pensar
que tal vez sea un trastorno orgánico y es difícil establecer una causalidad psíquica.

Ahora bien, Lacan en distintas oportunidades se refiere al tema de la psicosis en la infancia.


Podemos partir de la metáfora paterna para establecer una distinción diagnóstica, en el que el
Nombre del Padre actúa sobre el Deseo de la Madre, y su incidencia sobre el Deseo de la Madre
produce la inscripción de la significación fálica. Pueden ver un artículo que se llama “El niño
y su madre” de Eric Laurent, donde parte de esta parte de la fórmula de la Metáfora Paterna e
indica que en función de cuál es el valor que toma la x que indica la significación para el sujeto
podemos situarlo en la neurosis, en la perversión o en la psicosis.

Cuando esta x cobra el valor de síntoma nos encontramos con el niño incluido en la estructura
de la neurosis, pero eso hay que verlo de los dos lados. Lacan dice que el niño es el síntoma,
revela la verdad de lo que es el síntoma de la pareja conyugal. Lo dice en “Dos notas sobre el
niño”. En esa articulación entre el padre y la madre, como hombre y mujer, en ese desencuentro
que siempre se produce entre los sexos, en ese punto que hace síntoma en la relación entre uno
y otro, se sitúa el niño como síntoma. Así en cierto nivel el síntoma del niño viene a interpelar
a los padres puesto que indica el punto sintomático de ruptura del discurso parental en el que
el niño se sitúa como síntoma.

Pero cuando nosotros recibimos a un niño no recibimos solamente el discurso que tiene el
sujeto madre sobre el niño, sino que también recibimos a un sujeto que es niño. Por eso se es-
tablecen dos niveles; está el nivel donde el niño ocupa un lugar como síntoma en la pareja con-
yugal y está el otro nivel donde el niño trae su síntoma, por lo que las razones por las cuales los
padres pueden traer a tratamiento a un niño no son las razones por las cuales un niño quiera
quedarse en tratamiento. Los niños tienen sus propios síntomas y sus propios padecimientos.

Hace muchos años, al trabajar en una institución psicopedagógica en París, en cierta oportu-
nidad una mujer de la alta burguesía francesa vino a consultarme hablándome de un secreto.
El secreto era que el marido acababa de morir y ella sospechaba que su marido había muerto
de Sida. Existen lo que son las carpetas rojas en Francia, por lo cual no hay ningún tipo de ac-
ceso a ellas. Si alguien prohibió que supiera de qué se trata su enfermedad o su muerte, nadie
puede tocar el secreto. Ella tenía esa sospecha y también la sospecha de que probablemente el
marido había tenido relaciones homosexuales. Trae al niño a la consulta porque el niño llora y
ella interpreta que esto tendría que tener alguna relación con el niño y su llanto. Cuando veo al

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niño, me cuenta que llora porque ante sus avances Charlotte lo rechaza. La niña no responde a
su solicitación amorosa. Llora por Charlotte. Podría haber alguna conexión, tal vez, pero vemos
bien que entre la consulta de la madre y lo que dice el niño hay una distancia.

Tenemos así el doble vector de cómo ocupa el niño un lugar como síntoma en la pareja conyu-
gal, y el niño mismo como síntoma. Si este valor toma el valor de falo, si el niño queda identifi-
cado al falo de la madre, nos encontramos con la perversión. Resulta muy difícil encontrar en la
infancia niños que se pueda diagnosticar directamente de perversión, aunque a veces sucede,
pero como hay un tiempo en la estructura, hay un tiempo de encuentro en el que se cristaliza
ese saber sobre el goce que caracteriza a la perversión. Se pueden ver atisbos, pero es como si
faltara mayormente el momento en el que se toma una decisión acerca de esa posición. Lo he
encontrado más frecuentemente en adolescentes, pero rara vez en la infancia. Tal vez sea por-
que simplemente no llegan a la consulta hasta que algo hace ruido para ellos mismos. Hay que
pensar que todo esto lo vemos bajo transferencia en un dispositivo, o sea que hay que ver qué
pacientes llegan y cuál es la situación real, pero los debe haber seguramente.

Finalmente, si el niño ocupa el lugar de objeto en el fantasma materno, objeto condensador


de goce, nos encontramos con la psicosis. Eso significa que el niño no entra en la serie de
equivalencias simbólicas donde puede tener un valor simbólico de sustitución de acuerdo a
la dialéctica fálica, a los tres tiempos del Edipo, al ser y el tener que se juegan en la neurosis.
Encontramos, en cambio, un lugar fijo en el fantasma materno.

Vamos a establecer tres tiempos, tres conjuntos de referencias de Lacan en torno a la psicosis
en la infancia. El primer tiempo corresponde a los años ’50, antes de que escriba su texto sobre
la “Cuestión preliminar...” y establezca como hipótesis causal la forclusión del Nombre del
Padre. Habla de la psicosis en la infancia en tres oportunidades. La primera es en el Seminario 1
al comentar el caso Dick de Melanie Klein, en las clases del 17 y del 24 de febrero del ’54. La se-
gunda es cuando comenta el caso Roberto de Rosine Lefort que volvió tan famosos a los Lefort,
a partir del niño lobo los Lefort se ha vuelto un clásico dentro de nuestra literatura lacaniana.
Es en la clase del 10 de marzo del ’54. Y la tercera referencia está en el Seminario 2 en la clase del
2 de febrero de 1955.

La primera referencia se refiere a un comentario de un artículo de Melanie Klein que se llama


“La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo” de 1930. La segunda
referencia se produce cuando Rosine Lefort estaba en análisis con Lacan y a la vez hacía sus
controles con él. La invita entonces a presentar en su Seminario el caso clínico y Lacan hace una
intervención sobre el caso. La tercera referencia se trata de un artículo de Lang que se llama
“El abordaje psicoanalítico de la psicosis en el niño”. Como no nos vamos a poder detener en
cada uno de estas referencias, quisiera indicar brevemente que en ellas Lacan trata de mostrar
cómo la acción de lo simbólico sobre lo real produce un efecto de emergencia de lo imaginario.

La segunda serie corresponde a los años ’60. Uno podría preguntarse por qué Lacan cuando
en el Seminario 3 o en la “Cuestión preliminar...” trata el tema de psicosis, no hace ni una sola
mención sobre la especificidad en la infancia. Pienso que es porque si bien difiere la forma de

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presentarse los fenómenos, no hay ninguna diferencia a nivel de la estructura, por lo que todo
lo que dice sobre el análisis del Presidente Schreber vale para el análisis de un niño psicótico.

En los años ’60 se produce un cambio de axiomática: ya no se trata del predominio de lo simbó-
lico sino de lo real. Por eso surge la formulación de que el niño puede ocupar el lugar de objeto
para una madre y no solamente ser un síntoma.

Tenemos como primera referencia la del 23 de enero de 1963, en el Seminario 10, donde hace un
comentario de un artículo de Piera Aulagnier presentado en la Sociedad Francesa de París la
noche anterior. Lacan lo retoma en su curso. Ella había trabajado sobre el tema de la madre del
esquizofrénico y situaba que para la madre del esquizofrénico el niño puede ser un objeto to-
mado como algo orgánico más o menos molesto. Piera Aulagnier utiliza esa expresión y Lacan
la retoma para señalar que si es un objeto más o menos molesto, es porque es tomado como un
objeto real.

Recuerdo en cierta oportunidad, cuando trabajaba en el Castex, a la madre de un niño psicótico


que en una entrevista me contó que el parto consistió en que sintió que tenía ganas de ir al baño
y allí lo tuvo. No sintió contracciones ni tuvo la idea de que podría haber un parto. Cuando fue
al baño se encontró con un bebé que nació. Entonces con la pulcritud de alguien que evidente-
mente no se angustia, cortó el cordón umbilical, limpió todo, agarró el bebé y siguió. Vemos así
que en la anamnesis de esta mujer los trastornos intestinales expresan la molestia en el cuerpo.
No es la problemática de cómo se va a llamar, de qué sexo va a ser, si lo quiero o no, qué me
pasa a mí, si lo deseaba, etc. Ya empieza a perfilarse esta idea de que no hay una metaforización
de por medio, sino que es tomado como algo real.

La segunda referencia es sobre el tema de la holofrase, en el Seminario 11, en la clase del 10 de


junio de 1964. Eso lo van a trabajar seguramente en estas clases, no diré nada sobre eso más
que señalar su relación con las operaciones lógicas de alineación y separación, e indicar que si
bien se produce la operación de alineación, no hay separación en la psicosis, y eso produce el
efecto de la holofrase.

La tercera referencia es del ’67, cuando Lacan es invitado al discurso de clausura de unas jorna-
das sobre la psicosis en el niño organizada por Maud Mannoni. Allí hace una intervención en
la que dice que el niño ocupa para la madre el lugar de objeto condensador de goce. No es el
objeto transicional de Winnicott, no se trata de sustitución significante, sino de algo que se cris-
taliza y se vuelve un objeto de goce para la madre. Dos años después, en el ’69, en “Dos notas
sobre el niño”, Lacan afirma que el niño ocupa un lugar de objeto en el fantasma materno. Ese
objeto es real y es un objeto de goce.

La tercera serie corresponde a los años ’70 donde nuevamente hay un cambio de axiomática
por parte de Lacan y el énfasis ya no está puesto en lo real sino en el goce. En la disimetría entre
los sexos, en el planteo de la relación sexual que no existe, en el lugar de ese imposible lógico
–Miller lo dice de una manera muy bonita–, se inscribe la relación entre el padre y la madre. Es
una vuelta un poco diferente sobre el niño como síntoma en la pareja conyugal, porque esta-

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blece la modalidad de relación entre un hombre y una mujer que se vuelven padre y madre, y
cómo el sujeto queda posicionado frente a esto.

Hay un terreno de investigación en este tema porque siempre se habla del estrago de la relación
madre-hija. Mientras preparaba esta clase pensaba que en ningún momento se dice cuando se
habla del estrago de la relación madre-hija que eso signifique que la niña se vuelva psicótica.
Se puede reflexionar por qué el estrago queda más del lado de la neurosis, y en ningún mo-
mento se piensa que un niño que ocupa el lugar de objeto en el fantasma materno podría ser
un estrago.

A partir de estas consideraciones iniciales veamos cuáles son los fenómenos que se presentan
en los niños para poder hacer un diagnóstico diferencial. Podemos hacer una distribución de
los fenómenos tomando los tres registros: lo simbólico, lo imaginario y lo real.

Los niños diagnosticados como autistas infantiles precoces se presentan como niños que casi
no hablan, o lo hacen en tercera persona, no hay una apropiación del pronombre personal “yo”,
son hablados por el Otro. Utilizan partes de una frase, a veces usan sólo una palabra una vez
y después no la vuelven a utilizar. Cuando hablan no se les entiende, y es como si las palabras
o las sílabas estuvieran pegadas unas a otras sin producir un efecto de discontinuidad. Esto
expresa la particular estructuración de lo simbólico en la psicosis. Como falta el ordenador
central que es el Nombre del Padre, en lugar de establecerse un intervalo entre los signifi-
cantes, quedan pegados, quedan compactados. Es una explicación muy sencilla de algo muy
complejo. De allí que no exista ninguna posibilidad de volver hacia atrás sino que la cadena
significante aparece en bloque. No es un déficit fonoaudiológico ni de inteligencia, ni necesitan
ser llevarlos para que alguien los eduque –que es la tendencia actual americana–, el método
teach, que es tratar de ver cuáles son las capacidades del niño y tratar de desarrollárselas. Estos
niños pueden decir una frase completa en algún momento o una palabra suelta y después no
volverla a decir nunca más, no se trata de un problema articulatorio sino del uso del lenguaje.
En la esquizofrenia se ve claramente la metonimia significante, una palabra al lado de la otra,
ininterrumpidamente, sin producir ningún efecto de sentido. En estos niños, a partir de estos
pedacitos de frases pegoteadas podemos inferir que hay un trastorno holofrásico, un uso holo-
frásico del lenguaje.

Por otra parte, no hay demanda al Otro, o no se dirigen al Otro sino que más bien están en una
posición de amos, hablan y se dirigen al otro de acuerdo a su voluntad.

Veamos otros elementos. Cuando se golpean o se lastiman no lloran, o no se enferman, es como


si no tuvieran cuerpo, y de hecho no tienen cuerpo, son como ángeles porque lo simbólico es lo
que da un cuerpo. Si les pido que levanten la mano, por ejemplo, ¿cómo saben qué es la mano?
Al ser nombrado por lo simbólico como mano se puede diferenciar y levantar. Lo simbólico da
un cuerpo, más allá que en ese cuerpo palpite un ser vivo donde se aloja la libido, en donde se
aloja el viviente. Lo simbólico permite la constitución de la imagen, puesto que en cierta posi-
ción del espejo el sujeto adquiere, a través de la constitución yoica, su imagen especular. Por
otro lado, la noción espacio-temporal se lo da lo simbólico. Por eso los niños muy pequeños
se tropiezan, se caen, se llevan los objetos por delante hasta que lo simbólico no se pone en su

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lugar, y eso tiene un tiempo de desarrollo en la estructura. Pero en los niños psicóticos persiste
esta ausencia de constitución espacio-temporal por lo que puede caminar por la cornisa de un
balcón sin noción de un espacio hacia abajo o de peligro. Justamente porque la falla simbólica
repercute en su constitución del espacio y del tiempo se golpean con tanta facilidad y no les
duele. No hay un cuerpo que ha afectado al viviente y por el cual pueden sentir dolor. Y esto
es tan observable clínicamente que es notable cómo los niños ni bien empiezan el tratamiento
y hay algo que se modifica, empiezan a llorar si se caen y se empiezan a enfermar. Es algo muy
repertoreado clínicamente en distintos lados; lo he visto con pacientes pero también, por ejem-
plo, hay una institución belga que se llama “L’Antenne 114” donde ellos mostraban también en
numerosos casos cómo se ve este fenómeno tan particular.

Tenemos esto a nivel del cuerpo. Se dan cuenta que lo simbólico no es solamente el uso del
lenguaje, sino lo simbólico también es la estructuración del espacio y la posibilidad de tener
un cuerpo, y eso afecta en lo imaginario la constitución de la imagen especular. Estos niños,
por ejemplo, no reconocen su imagen en el espejo. Mientras que ni bien algo de lo simbólico
se sitúa en su lugar, el niño se reconoce. El niño habla en tercera persona porque no hay una
apropiación de su yo, él sigue siendo el objeto del Otro, habla de sí mismo como es hablado por
el Otro, es como la marioneta del Otro. Eso muestra bien su lugar de objeto.

Se puede decir que en líneas generales en toda consulta de niños, incluso neuróticos, hay algo
del niño como objeto del Otro cuando es traído a la consulta. Nosotros vamos a la búsqueda
del sujeto que emerge y eso posibilita que haya tal vez una entrada en análisis, pero sobre la
base de la posibilidad de considerar que hay un sujeto. En cambio, en estas consultas el niño al
ser hablado y repetir ecolálicamente las frases que escucha, lo que reproduce es que siempre es
hablado por el Otro sin la posibilidad que emerja un sujeto.

Entonces en lo imaginario se tiene que pensar que no se trata solamente de que hay imagen
especular sino que eso repercute en el uso del lenguaje (ecolalia) y en el uso de los movimien-
tos (ecopraxia). Ecolalia es, por ejemplo, preguntarle “¿cómo estás?, ¿bien?”, y el niño repite
“bien”, entonces que conversó con nosotros. En realidad, sólo repitió la palabra. El fenómeno
imaginario recae sobre la cadena significante y aparece la ecolalia, o sino recae sobre los mo-
vimientos y aparece la ecopraxia, pegado a la imagen del otro. Estos movimientos no consti-
tuyen un juego. Cuando un niño no juega es un índice diagnóstico grave. Puede ser un niño
neurótico con fuertes inhibiciones, porque el juego requiere un amplio y muy sofisticado nivel
de organización simbólica, y cuando hay una falla en la organización simbólica repercute en las
posibilidades de jugar. Encontramos en estos niños el uso rutinario y ritualizado de ciertos mo-
vimientos, por ejemplo, tomar los trencitos, ponerlos uno detrás del otro, pero siempre igual.
Los padres interpretan estos movimientos como que al hijo le encanta jugar con trencitos, pero
no hay ninguna estructuración simbólica. No por nada Freud cuando habla en el artículo sobre
el creador literario dice que lo que es el juego para el niño va a ser la fantasía del adulto, porque
requiere todas las sutilezas de organización simbólica que lo que es la fantasía en el adulto, y
también implica una subjetivación de los acontecimientos.

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Cuando el niño juega está subjetivando lo que le pasó a él siendo objeto del Otro. Los niñitos
al jugar a la mamá reproducen sus propias vivencias. Al jugar con las muñecas la niña retoma
elementos de su historia, pero en ese momento ya no es el objeto del Otro, sino que se trata de
su propia posición de sujeto, puesto que se apropia y hace un uso personal. Esto es distinto
a esta pantomima ritualizada, estereotipada, donde es siempre lo mismo y no hay ninguna
posibilidad de modificación. Por eso lograr que haya algo de juego en una sesión con un niño
psicótico es importante, no es cualquier cosa.

Dijimos que no hay constitución del cuerpo y que se presentan ecolalias, ecopraxias, alucina-
ciones. Lacan dice que hay alucinaciones en el autismo y lo dice en distintas oportunidades,
por lo menos en dos. Lo dice en el discurso de Ginebra cuando afirma que si el niño se tapa
las orejas y no quiere escuchar es porque se está escuchando a sí mismo. También habla antes
de ello en el discurso de clausura sobre la psicosis infantil, sobre la base de un caso que habían
presentado, en donde indica que si el chico se tapa las orejas es porque está escuchando voces,
está alucinando.

La hipótesis de Lacan es que hay alucinación en el autismo aunque se manifieste en forma sutil.
Esto difiere de algunas tendencias actuales americanas en relación a la psicosis en la infancia
que piensan que el autismo es un trastorno sensorial. Es una transformación de una idea anti-
gua, porque antes se pensaba que a lo mejor era sordo, por eso no contestaba si se le hablaba.
Esto es tan pregnante que hasta hoy en día muchos de los niños que llegan a la consulta pasa-
ron ya por un fonoaudiólogo para ver si hay un problema auditivo. Pero esto está llevado al
extremo por una corriente americana que considera que el trastorno es que existen ciertos so-
nidos de voz que perturban al niño y que hay que encontrar el buen sonido para que pueda re-
accionar. Uno puede decir que es todo un delirio armado en torno a esto, pero se lo toman muy
en serio. Incluso graban a las madres con cierta tonalidad de voz, le construyen un aparatito,
se lo ponen con audífonos para que el niño esté todo el día escuchando ese sonido, que no sé
si es en falsete o un cambio de sonoridad, y obtienen el resultado de que eso los tranquiliza. La
teorización que dan es que se tranquilizan porque escuchan los sonidos que necesitan exacta-
mente para su percepción. Estos niños son sensibles y tienen problemas de audición a cierta so-
noridad. Desde la perspectiva psicoanalítica parece un aparato genial porque logran localizar a
las voces. Le arman un aparatito que llevan consigo a todas partes y las voces quedan situadas
en este registro de sonoridad que es un grabador. Por supuesto que eso alivia porque ya no es
la dispersión de las voces sino que quedan localizadas. Me parece que es la buena manera de
poder entender estas curas por grabador, que no las sugiero de ninguna manera.

Pero la fenomenología indica que cuando estos niños empiezan a mirar para todos lados y
dicen ‘está ahí’, y señalan al vacío, estos niños están claramente alucinados. Y el ‘está ahí’ no re-
mite a ninguna significación. Esta frase me resultó muy peculiar porque la escuché con pacien-
tes en distintos idiomas, viviendo en Francia y viviendo acá, y no se explica por algo genético
ni innato. Esto muestra muy bien que si bien hay diferencias culturales, de idioma y demás, en
todos los casos se muestra justamente ese vacío de significación.

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Así que me parece que por más que sea difícil hacer un diagnóstico positivo de la psicosis en
la infancia, y muchas veces también lo es con la neurosis en la infancia, me parece que hay que
tomarse el tiempo y el trabajo de apuntar a eso porque tiene consecuencias en la dirección de
la cura.

Paso a contarles un tratamiento. El niño de 4 años que me traen a consulta es derivado por la
psicopedagoga. Usualmente los niños llegan a la consulta a través de la escolarización, cuando
algo no funciona y las escuelas los mandan para que se le haga un psicodiagnóstico o un diag-
nóstico diferencial. Algunas veces algún buen pediatra advertido percibe que ahí hay algo que
no funciona y lo mandan a consulta, y estos son niños que llegan más pequeños, de dos años
y medio, tres. Pero antes es muy difícil encontrar una consulta porque las madres en general
consultan a los pediatras que esperan un tiempo para ver cómo evolucionan.

El niño que presentaré es derivado por la psicopedagoga porque se aísla, no se dirige al otro,
no dirige la mirada, mira hacia un costado, las maestras empiezan a percibir algo que no va.
En la entrevista con la madre aparece que el niño acepta la alimentación de una manera muy
rígida. Cuando habla no se le entiende, habla en bloque. Utiliza sílabas que no entienden, repi-
te palabras o frases que escucha en la televisión y las utiliza fuera de contexto sin dar ningún
sentido. Se golpea contra las paredes, nunca llora, tampoco se enferma. Y cuando se le niega
algo patalea y hace un berrinche. Pero sabe prender la televisión solo, y ya cuenta hasta más de
cien y escribe los números. Pero este conteo de números es simplemente una serie y no remite
a ninguna relación con un objeto. Está esto que se podría decir es un déficit, pero también apa-
recen fenómenos positivos: ya sabe contar hasta cien y escribe los números.

El niño construye series, ya les voy a explicar cómo, pero lo particular es que en ellas siempre
hay algo que falta. Si escribe los cien números hay un número que siempre falta, no es una se-
rie completa sino que siempre está agujereada, hay una falla en esta serie, que no es el mismo
número, puede ser cualquiera.

Cuando lo traen a consulta, y esto va a ser fundamental, la madre piensa que el niño no nece-
sita tratamiento, que el niño está bien, que se aísla, que ella era así cuando era chica, y el que
sostiene la consulta es el padre. El padre dice que le parece que el niño no está bien y que quiere
que lo traigan a tratamiento. El que sostiene también la consulta es el abuelo materno que lo
trae a las sesiones porque en medio del tratamiento la madre queda embarazada, y pasa a estar
ocupada por ese otro objeto, hasta que va a volver la mirada sobre el hijo y tiene consecuencias
en el tratamiento.

Veamos cuáles son los fenómenos psicóticos que podemos repertorear. En lo simbólico justa-
mente por este uso particular del lenguaje se presenta el uso holofrásico del lenguaje. Esta com-
pactación de las frases, de las palabras, que impide entender qué es lo que está diciendo. A la
vez si se golpea no siente dolor, es como si no tuviera cuerpo. Habla en tercera persona. Utiliza
palabras sin establecer un efecto de sentido. En lo imaginario no tiene imagen especular, no se
reconoce al espejo. Y aparece lo de la ecolalia y la ecopraxia. Y a nivel de lo real toma los cubos
y por momentos se tapa las orejas, mira hacia el techo haciendo movimiento de rotación; eso le
sucede en numerosas oportunidades. La madre explica esto como que le molestan los ruidos.

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Ven que la teoría auditiva predomina en todos los niveles. Ella considera que le molestan los
ruidos, incluso cuando está en mi consultorio y no hay ningún ruido, o sea que podemos esta-
blecer la hipótesis de que el niño tiene alucinaciones auditivas.

Al comienzo del tratamiento el niño rechaza entrar solo al consultorio. Entra como un apéndice
de la madre con sus autitos. Supónganse yo estoy sentada acá, la madre enfrente y el niño se
sienta siempre del lado izquierdo de la madre, no quiere entrar solo, la madre habla, tenemos
muchas entrevistas de esta manera, el niño está concentrado moviendo sus autitos y en ningún
momento se dirige ni con la mirada ni con la voz hacia mí. Hasta que un día, cuando intentan
entrar, cierro la puerta a la madre, le digo ‘no entra’ y cierro la puerta. Dejo el niño adentro y
la madre fuera.

No me volví mahleriana, no se trata de que intento establecer una individuación, separación


del niño, no se trata de producir un efecto de separación entre la madre y el hijo, que uno po-
dría entender así la maniobra, o sea de que hay que separar esos dos cuerpos. Esta es la idea
principal de Margaret Mahler donde se trata de hacer un fortalecimiento yoico, establecer una
buena simbiosis entre la madre y el niño para que después se separen y el niño aparezca con
un yo más fuerte. Y dentro del movimiento lacaniano, Maud Mannoni con las instituciones
que creó para niños psicóticos funcionaba de la misma manera. Los niños tenían que vivir en
una misma institución separados de los padres, para evitar toda la iatrogenia de la relación con
la madre. Los analistas eran de la misma ciudad pero también tenían que estar fuera de esa
institución para evitar todo lo que tenga que ver con la endogamia. Esta idea de que hay que
separar efectivamente al niño de la madre por la mala influencia de los padres, se traslada tam-
bién a nuestra orientación lacaniana y lo encontramos también en Maud Mannoni, o sea que no
es nada más que la Egopsychology, sino que es una de las alternativas que a veces se presentan
como tratamiento.

No se trata de eso, sino que se trata de ver cómo entrar en contacto con ese niño que no se dirige
ni con la mirada ni la voz hacia mí. Entonces el niño se queda parado diez minutos frente a la
puerta sin hablarme hasta que en un momento dice ‘abrí’. Y yo no hago nada, me quedo senta-
da hasta que el niño viene, se sienta simétricamente al lugar donde estaba sentado con la madre
reproduciendo su mismo gesto en relación al otro, se sienta sin mirarme, de espalda, delante
mío del lado derecho, exactamente simétricamente y se pone a hacer los mismos movimientos,
y yo no hago nada.

Muestra bien cómo rápidamente restablece como un lugar de pseudópodo del otro, lugar de
objeto, como una simple prolongación del otro, lo vuelve a completar. Permanecemos así du-
rante unos veinte minutos donde no hablo, me quedo en silencio, hasta que el niño se da vuelta
y me mira. En ese momento corto la sesión, le digo ‘muy bien, seguimos la próxima vez’ y a
partir de ese momento algo se modifica, a partir de ese momento siempre entra solo y empieza
a dirigirse hacia mí.

Para poder teorizar esta intervención necesitaría contar con el concepto de separación. La di-
rección de la cura con un niño psicótico apunta a producir este efecto de separación que no

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existe en la psicosis, pero que aún así uno intenta producir ese efecto de separación del objeto,
para que emerja un sujeto. Lo digo así brevemente.

Ahora paso a explicar cosas más sencillas. El tratamiento dura tres años aproximadamente.
Durante el primer año, a partir del momento en que el niño puede entrar solo y empieza a di-
rigirse a mí con la mirada y la voz, algo se modifica porque empiezan rápidamente a caer sus
rituales, empieza a producir cierta movilidad. Ceden un poco estas conductas estereotipadas
con los autos. Durante todo ese primer año de tratamiento aparece la constitución de la imagen
especular. En el consultorio se dirige hacia una lámpara, ve su reflejo y dice ‘soy yo’, eso es
simultáneo, primero dice ‘ese es Juan’ supónganse, hablando en tercera persona, pero ya reco-
nociendo su imagen y después puede apropiarse de esa imagen y decir ‘soy yo’. Simultánea-
mente que puede reconocer su imagen, que hay una constitución de lo especular, se produce la
apropiación del pronombre personal.

En este punto también hay algo que me enseñó este paciente. En el momento en que puede re-
conocer su imagen y decir que ‘soy yo’, en que hay algo de lo imaginario que logra constituirse,
esa imagen que queda libidinizada por este movimiento de constitución de lo especular hace
que algo de su propio ser viviente quede libidinizado. Este niño tan serio empieza a reírse, cosa
que antes no hacía nunca. En algunas ocasiones se ríe, y eso no me parece poco, porque justa-
mente muestra cómo algo de su ser viviente empieza a ser libidinizado.

Empieza a conectarse un poco más con los otros pero siempre de acuerdo a su voluntad, si
quiere responde; y cuando lo hace es siempre con monosílabos, no es que establece una gran
charla. Y empieza a armar series. Dijimos que cuando llegó sabía los números. En el segundo
año de tratamiento empieza a ser escolarizado, ya va hacia los cinco años, y escribe los núme-
ros y sus nombres, después los días de la semana, arma series de días de la semana, después
asocia los números con los días de la semana, la serie de los compañeros de clase, la serie de los
alimentos comestibles. Su trabajo consiste en el armado de series escritas en el papel.

Ya el hecho de que pueda escribir hace que también esta pantomima en relación a los cubos
puestos en los oídos ceda, puesto que esas voces quedan alojadas en la lecto-escritura, por lo
que el fenómeno alucinatorio cede.

En el segundo año de la cura aparece la primera manifestación transferencial. Escribe en un pa-


pel “la flaca escopeta” y dice que es su analista. Luego en otra oportunidad escribe Silvia y dice
que yo soy su novia, que me quiere, y mientras lo dice queda mirando al vacío, sin mirarme, lo
dice una sola vez y jamás vuelve a decirlo. Pero, no obstante, una vez dicho “la flaca escopeta”,
esta declaración amorosa, empiezan a producirse efectos porque a continuación llega al con-
sultorio llamándome por mi nombre y me da un beso. Nunca me saludaba, entraba, salía, pero
jamás se dirigía a mí. A partir de ese momento se introduce el saludo y el contacto conmigo.

Recuerden que estos niños no quieren que se los toque, el acercamiento es experimentado con
una sensación de intrusión corporal. Pero él entra en contacto. Y se multiplican las series. Arma
series de los meses del año y las cruza, los días de la semana, por ejemplo, y el menú de lo que
va a comer en cada día. Dibuja ascensores y pone los pisos. Escribe palabras que escucha en

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inglés y las escribe de acuerdo a su fonética y arma listas. Memoriza todos los nombres de la
Biblia y escribe toda una serie, hojas enteras armando todos los nombres de la Biblia; si hubiera
sido más grande tal vez armaría un delirio religioso, pero por el momento era la escritura en
serie.

Durante el tercer año de tratamiento empieza a confeccionar mapas de calles. Le habían regala-
do una guía de la ciudad, se la memorizó y puso a construir mapas de las calles. En alguno de
esos mapas sitúa la dirección de mi consultorio y dice que ahí está “su flaca escopeta”, que soy
yo “la flaca escopeta”. Dentro del mapa aparece situada la analista. Este mapa se construye bajo
transferencia. A continuación arma mapas de subtes y colectivos e indica exactamente cuál es el
recorrido de los colectivos y el subte que tiene que tomar para llegar al consultorio.

Esto es un lindo ejemplo de lo que Lacan dice en el Seminario 3 acerca de que cuando falta la
carretera principal, que es el Nombre del Padre, el psicótico se orienta con pequeños letreros.

A falta de la carretera principal este niño arma toda una geografía simbólica, pero se nota muy
bien que esta construcción sólo se puede hacer bajo transferencia, porque en la medida en que
puede situar su “flaca escopeta” en esos mapas, ese mapa cobra cierta orientación, le da un
sentido.

El analista como secretario del alienado recibe su testimonio, que en lugar de ser hablado es
escrito, y eso le posibilita llevar a cabo ese trabajo, al mismo tiempo que le permite orientarse
y establecer una suplencia. Este niño no cambió de estructura sino que está organizando una
suplencia que lo sitúa en forma distinta en el mundo.

En el cuarto año de tratamiento, el niño empieza a dibujar y hace como los globitos de los
comics y escribe algo, cualquier cosa, y se mata de risa, aunque no eran graciosos ni comics,
eran dibujos donde se puede hablar de risa inmotivada. Si un adulto llega escribiendo cosas y
se ríe, si no se entiende la razón se piensa en risas inmotivadas. Pero eso inmotivado siempre
es engañoso, porque el hecho de que uno no conozca de qué se ríe no por ello significa que no
tenga un sentido para quien se ríe. Como cuando uno va por la calle y se pone a reír solo, nos
reímos por algo, nos acordamos de un chiste, nos pareció gracioso, hay una motivación. Pero la
diferencia radica en que esta motivación en el paciente psicótico, con estas risas aparentemente
inmotivadas, tienen una significación plena, tiene una significación personal. Lo que vemos acá
con estas risas del niño dibujando y riéndose es que algo de su producción empieza a cobrar
una significación personal.

Pero, al mismo tiempo, el niño va muy bien, va muy bien en el colegio, es escolarizado sin pro-
blemas, este niño que había sido aceptado en el jardín de infantes de una manera especial para
que no vaya a una escuela especializada, puede escolarizarse, es muy reservado, está trabajan-
do constantemente con lo suyo, pero no se socializa demasiado.

Llegado a este punto, la madre dice que el niño va muy bien en el colegio, considera que no tie-
ne nada, que en realidad nunca tuvo nada, que jamás necesitó venir, que no le sirvió de nada el

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tratamiento, y que no lo va a traer más, que no necesitó ayuda ni antes ni ahora, y que tampoco
lo va a traer para que se despida.

Les voy a leer lo que fue la última sesión antes de la despedida, podemos ver retroactivamente
qué pasó en la última entrevista antes de que no lo volviera a ver más. La sesión anterior, sin
saber que sería la última, el niño escribe varias cosas en distintos papeles, porque siempre tra-
bajaba escribiendo, y sobre cada uno de ellos pone el sello donde figura mi nombre, se la pasa
sellando con mi nombre todos los papeles. En un papel escribe la dirección del consultorio,
en otro los nombres de los colores en inglés, en el tercero la fecha de ese día y una serie de los
días siguientes. En el cuarto anota la línea de colectivo que utiliza para asistir a la sesión. En
el último papel junto a un cuadriculado que dibuja, en el que incluye las letras del abecedario,
escribe ‘muchas gracias Silvia’. Pienso que esa fue su despedida.

Yo me voy a detener en este punto para que pasemos a las preguntas y a los comentarios.

J. CHAMORRO: Muchas gracias Silvia (risas). No sé cómo escucharon ustedes la cuestión. Yo


la escuché y se me fue dibujando una pregunta a Silvia a medida que la escuchaba con toda la
claridad diciendo que dice cosas sencillas y no entra en detalles, siempre tengo alguna duda
respecto de si decir cosas sencillas y no entrar en detalles no es entrar en profundidad. Porque
uno puede entrar en detalles y entrar en la superficialidad de detalles, y tengo la impresión
de que todo lo que transmite Silvia es en una sencillez de hilo, un dato de profundidad en el
no detalle en este caso. Por eso, para mí fue profunda, no fue superficial y general. Yo escuché
esto desde el siguiente sentido, para mí hay un ordenador de todo lo que dice Silvia, un núcleo
conceptual, clínico, que ordena toda su exposición, para mí se llama la separación que ordena
desde los problemas del lenguaje y la holofrase, hasta la separación entre los padres y el niño,
hasta las conceptualizaciones de Lacan del síntoma al objeto.

Sobre esto, me ha pasado a mí, no sé si es lo común, pero cada vez que he escuchado una pre-
sentación de un niño, de un analista que presenta a un niño, o de un analista que trae a control
a un niño, siempre me surge el mismo problema, me dibuja un niño que le pasa esto o aquello
otro y yo siempre me veo con la pregunta de cómo sabe que el niño es así. Y siempre surge la
confusión respecto de si es el niño que dibujan los padres, que le cuentan los padres que es, o
es el niño que el analista vio.

Siempre me parece que aparece superpuesto este discurso de los padres sobre el niño y lo que
el niño aporta en particular. Siempre me parece que hay que distinguir eso.

Entonces la pregunta que se me dibujaba es la siguiente. Según lo que planteó Silvia, Lacan
concibió en un momento el niño en el lugar del síntoma de una dificultad de una articulación
entre el padre y la madre. Después Lacan desplaza eso a los términos del objeto y demás. Lo
que me preguntaba es el orden de la causalidad. Porque podemos establecer dos cosas, el niño
ocupa el lugar de un síntoma de la articulación de padre y madre, cuando Lacan pasa a de-
terminaciones más del orden de lo real-simbólico, el padre y la madre concretos se empiezan

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a velar un poco, ya no tendemos a hablar de la madre del esquizofrénico sino hablamos de la
relación del esquizofrénico con el orden simbólico y se nos vela un poco a los padres concretos.

En la primera formulación de Lacan está muy puesto los padres concretos. Entonces de ahí sur-
gen preguntas clínicas muy importantes, qué lugar le damos a los padres en el tratamiento de
un niño, convocamos a los padres, no los convocamos, traemos al niño, etc., y demás y dónde
ponemos una cosa y la otra.

Cuando Lacan piensa el niño como síntoma de la articulación de los padres, está pensando un
oscurecimiento de los síntomas del niño al estar superpuesto con los síntomas del padre y de
la madre o está pensando un orden de la causalidad de los síntomas del niño. Son dos cosas
diferentes.

Puedo pensar que hay una madre, cuando Silvia avanzaba, se me dibujaban distintos casos,
una madre por ejemplo, aparentemente una madre neurótica, que tenía una tendencia a pe-
gar compulsivamente, ella como tema. Pero los niños con sus propios síntomas se ubicaban y
convocaban a ese síntoma de la madre. Entonces en un momento uno no sabía si la madre le
pegaba al niño o el niño se hacía pegar por la madre. Una cosa es pensar esta determinación
como que hay un cruce de síntomas y hay que retirar, separar el síntoma de la madre para ve-
hiculizarlo a un análisis de la madre para que aparezca el síntoma del niño; otra cosa es pensar
que ese síntoma de la madre causa la psicosis, neurosis del niño. Son dos cosas diferentes.

La pregunta era esa entonces, hoy, con toda la enseñanza de Lacan desarrollada y demás, cuan-
do estamos pensando en la interlocución con los padres, estamos pensando en la causalidad
o estamos pensando en trabajar la separación de los síntomas del padre para que se limpie la
zona de los síntomas del niño. Se me dibujaba esta pregunta.

S. TENDLARZ: Es el gran problema y cruce de aguas en lo que es el trabajo con niños. Por
ejemplo, Melanie Klein consideraba que los padres tenían que quedar fuera del tratamiento
porque se trata de las fantasías del niño. Para Maud Mannoni los padres quedan dentro, por-
que hablando la madre cede el síntoma del niño. Françoise Dolto misma, decía que algo de la
verdad de los padres se juega ahí, los hacemos hablar y cede el síntoma del niño. Por eso Lacan
distingue entre el niño como síntoma del síntoma del niño. Lo hace en el mismo artículo de las
dos notas en el año ’67.

El tema es por qué recibimos a los padres y no al niño directamente. Hay varias cuestiones. Van
de orden prácticas a cuestiones éticas, porque primero tenemos que saber quién consulta, tam-
bién puede llamar una mujer diciendo vengo a consultar porque mi marido tiene problemas,
quiero llamar porque quiero que mi marido entre en tratamiento. A veces lo recibimos y a veces
diríamos bueno, por qué no llama directamente su marido. En cambio, jamás le decimos a una
madre por qué su hijo de cinco años no llama directamente y viene. Son menores de edad, el
que va a ser responsable de ese tratamiento es quien lo va a traer, porque va a pagar y va a dar
su consentimiento. Con quien se establece la modalidad de tratamiento es con los padres, no

77
podemos saltearlo, eso está, es un real. Los padres existen. Recibimos estos sujetos adultos que
vienen a consultar por el niño, y el curso de esa consulta también depende de otros elementos,
porque también hay que ver realmente alguien que llega diciendo ‘vengo a consultar por mi
hijo’, y después el hijo no aparece nunca en su discurso y la madre llora toda la entrevista y
es una consulta para la madre. El asunto es primero determinar de quién es la consulta. Pero
atención, son perspectivas, algunas personas se detienen en que es el síntoma de la madre, en-
tonces tomamos al sujeto madre en tratamiento. Pero eso no significa que el sujeto niño tenga
su síntoma y merezca ser recibido. A lo mejor hay dos demandas en juego, o ninguna, sin que
eso signifique transformar en una terapia familiar cada consulta del niño, sino que eso se tiene
que examinar caso por caso. Pero a mí me parece que lo crucial es que no se trata ni de dejar
a los padres fuera del tratamiento porque se pierde la consulta y lo pueden sacar en cualquier
momento, ni tampoco aplastar la consulta del niño a través de la consulta de los padres.

Voy a añadir algo más acerca de lo que pasa con los padres y en particular las madres de los
niños psicóticos. Rosine Lefort sugería que las madres de los niños psicóticos debían ser toma-
das por la misma analista, que no se lo derive a otra persona. No es una indicación tonta, no lo
digo que haya que hacerlo siempre, pero tiene su razón de ser y es como para pensarlo, porque
para una mujer neurótica que su hijo funciona como síntoma, puede metaforizar, desplazar,
darle una significación. Pero una mujer donde realmente el hijo no queda con esta posibilidad
de desplazamiento sino que está fijo en su fantasma, para ella el problema va a ser ese y no otro.
Y es cierto que si cuando la madre, esa mujer que no necesariamente es psicótica, puede ser
neurótica y que haya habido una falla en la transmisión, se sitúa de otra manera, eso repercute
también en el hijo, porque permite algún espacio de separación en esta cristalización del niño
como objeto del fantasma de la madre. Entonces que estén situados en el mismo lugar tiene su
razón de ser porque hay idas y vueltas.

Después existen sutilezas, porque en realidad por más que esté situado esquemáticamente el
síntoma del lado de la neurosis, y el fantasma del lado de la psicosis, lo menos que se puede de-
cir que algo del fantasma materno en la neurosis siempre pasa al niño, hay algo de la transmi-
sión fantasmática de la madre al hijo. La diferencia está en que una cosa que algo del fantasma
materno pase al niño en la neurosis sobre la base de la castración y la falta; y otra cosa es que
ese fantasma pase sin mediación y que quede cristalizado sin la falta, o sea sin el Nombre del
Padre que inscriba un orden dentro de la estructura, sin esa operación de separación.

Me parece que el punto esencial es ese, por eso estoy totalmente de acuerdo con vos que el
punto es el tema de la separación, si se inscribe o no.

J. CHAMORRO: Mientras ustedes siguen pensando se me ocurría también temas de la edad de


recepción de un chico en tratamiento. No es lo mismo un bebé, Silvia decía que en el bebé se
registran datos concretos, como jugar con la edad del niño para albergarlo en un tratamiento
o no y dónde el niño aparece un objeto solo tratado desde los padres. Me parecía que este era
también un punto difícil de precisar.

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Y me preguntaba sobre este fondo finalmente qué es lo que consideramos un síntoma de un
niño, desde esta perspectiva. Siempre decimos que síntoma es lo que el sujeto percibe como tal.
Y tengo la impresión que especialmente en niños chicos, de tres, cuatro, cinco o seis años, van
al analista muchas veces, aún cuando el analista registre síntomas en el niño, van como a jugar
ahí. Pero cómo es la cuestión de la percepción del niño de sus propios síntomas. El niño a qué
va al analista.

Me ha ocurrido muchas veces que el niño juega, va, viene, uno puede ver síntomas en el niño
pero el niño no los percibe como tales.

¿Qué es un síntoma para el niño percibido por él como tal?. Porque esto es clave, si el niño va
a jugar allí porque lo llevan los padres y no percibe el obstáculo que eso le va a tratar, es un
espacio inespecífico donde la demanda del niño y todo lo que el niño va allí a resolver no es
muy claro como motor de la cura.

AUDITORIO: Pregunta en relación al final de un tratamiento en el niño. Qué le molesta al niño,


qué le deja de molestar en todo caso para que termine el tratamiento.

S. TENDLARZ: Me preguntaron nada más que por el comienzo, el desarrollo y el fin. Para con-
testar rápidamente a las dos preguntas, en torno al comienzo, ese es el gran tema, por eso digo
que hay sutilezas en todo esto, porque cuando los padres traen al niño a la consulta lo traen
como su objeto, es sobre la base de la falta de la inscripción, la castración, etc., porque hablan
sobre él. Pueden decir ‘se le murió la abuela pero él no lo sabe’ y el niño está al lado, pasa eso
porque como es un objeto que está ahí al lado, suponen que no escucha, que es sordo. Recuer-
den que el tema de la acústica es esencial. Llega como un objeto y después depositan ese objeto.
El niño no sabe muy bien para qué está ahí. Hasta que no se produzca una rectificación subje-
tiva que significa que emerja el sujeto no se puede hablar de entrada en análisis. Muchas veces
esa entrada en análisis no se produce y el síntoma del niño cede porque algo de lo simbólico se
pone en su lugar. El chico nunca podrá decir qué sucedió, pero sin embargo puede decir ‘fui y
me hizo bien y no sé qué pasó’. Pero si entra en análisis ya es otra cosa, es un sujeto en análisis.

El final se determina de acuerdo al curso de un análisis, entran todas las contingencias de


un análisis. Por eso se habla de psicoanálisis aplicado con niños, porque hasta que no entra
verdaderamente un sujeto en análisis, no es suficiente con que esté en transferencia, en trans-
ferencia está en seguida, en tanto que el analista interpreta se produce la transferencia, pero
eso no alcanza para que el niño verdaderamente entre en análisis. Una vez escribí un artículo
diciendo que la rectificación subjetiva en el niño se verifica en la entrada en análisis, porque la
rectificación subjetiva significa abandonar esta posición de objeto para que emerja como sujeto.
Por eso puede sostener la consulta. Pero como siempre depende del otro, él puede querer venir
y el otro dice que no, y ahí se acabó la consulta.

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En general hay interrupción de análisis y terminación, pero no finalización en el sentido laca-
niano, terminación porque cede el síntoma. Es muy difícil justificar que continúe un análisis
cuando el síntoma se disipó, salvo que para el niño signifique algo ese trabajo analítico en sí
mismo. Soy proclive cuando son niños pequeños que los tratamientos duren muy poco, tera-
pias breves. Hay que pensar que no se puede considerar que el niño ingrese a los tres años y va
a terminar a los veintiuno aunque a veces existen situaciones que lo necesitan.

AUDITORIO: Habla de una madre que estaba embarazada de gemelas pero que había espacio
simbólico para una. Una fue neurótica y la otra autista.

S. TENDLARZ: Esto mismo que lo he visto con un primer hijo neurótico y el segundo psicótico,
donde verdaderamente hay lugar simbólico para uno y no para dos.

AUDITORIO: Pregunta inaudible.

S. TENDLARZ: Ese es un tema para trabajar en sí mismo. En un caso de Agueda Hernández


que comenté, ella toma el caso de una adolescente que a los 16 años desencadena su psicosis.
Pero la había tomado en la infancia como una neurosis. Lo que hicimos fue ver a partir de su
desencadenamiento cómo todos los elementos que parecían como bizarros en la infancia eran
ya fenómenos elementales, pero que pasaron desapercibidos y como no había un desencadena-
miento no alcanzaban en sí mismos para hacer un diagnóstico diferencial, o no tenía la fuerza
en ese momento. Pero tomados retroactivamente desde el analista se podían considerar ya
como fenómenos psicóticos. No tengo presente el caso. En otro caso, un paciente paranoico de
33 años me cuenta que al desencadenarse su psicosis decía que era un iluminado. Anteriormen-
te, a los 13 años por ser judío tiene que hacer su bar mitzva, rito de iniciación en la religión judía.
En ese momento se le presenta una luz del lado izquierdo que no tenía ningún sentido, era un
vacío de significación. Cuando se desencadena la psicosis ese fenómeno elemental es retomado
y cobra una significación personal, una plenitud de sentido y dice soy un iluminado. A veces
vemos en pacientes adultos que cuentan fenómenos aislados que le producen perplejidad pero
que no consultan por eso.

J. CHAMORRO: Con la pregunta me surgía otra cosa que era, el tratamiento de los padres para
evitar el desencadenamiento del hijo. Los padres a veces tienen un error diagnóstico respecto
de lo que le pasa al hijo, no lo pueden pensar como psicótico, y reaccionan con él como si fuera
un neurótico.

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Y esto me parece que, trabajar con los padres una reubicación del sentido de la psicosis de su
hijo, puede evitar que los padres funcionen, Lacan lo llama el un padre, para evitar que los
padres con sus embates, con la consistencia imaginaria del hijo le provoque el desencadena-
miento.

Me acordaba de un caso de un niño que cuando los padres se abrazaban, desde muy chico, no
de bebé, pero de más grande pero chico, cada vez que veía a los padres que se acercaban, creo
que lo conté, se abrazaban, cuando se cruzaba por primera vez con el padre le decía ‘púdrete’.
No se lo decía al padre, cuando se cruzaba con él decía ‘púdrete’. Y el padre afectado por esto
lo dejaba pasar como una cosa rara primero, pero después un día lo agarró del cuello y le dijo
‘por qué me decís eso’ y ‘por qué me decís eso’, y el chico no sabía qué responder. Hasta que le
pegaba contra la pared así para que le dijera por qué le decía eso, hasta que el chico lo miró y le
dijo ‘no sé, no sé’. Pero el padre quería entender por qué el chico lo agredía, cuando ese chico
no lo agredía. Entonces me parece que el trabajo sobre la percepción del padre del trastorno del
hijo puede evitar que estos embates así desequilibren y descompensen al hijo.

Bueno, Silvia, muchísimas gracias.

8 de agosto de 2002

81
VI
DESENCADENANTES

Hoy voy a seguir desarrollando un tema específico del Seminario 3, que había empezado la últi-
ma vez, una cuestión ligada a aquello que nos interesa fundamentalmente, que es el momento
del desencadenamiento, ese borde entre el antes y el después del desencadenamiento y cuyo
rasgo subjetivo es la perplejidad.

Hay múltiples referencias a esta cuestión, que es un tema del diagnóstico diferencial. La per-
plejidad y los datos que podemos observar alrededor de ella, son los fenómenos que tenemos
en cuenta para retirar el dispositivo analítico o incluirlo. Me interesa particularmente destacar,
porque estos fenómenos son de una importancia fundamental respecto de lo que hacemos
cuando se nos demanda un análisis.

La próxima vez hablaré de esquizofrenia, que es una particularidad dentro de las estructuras
clínicas. Si ustedes lo notan, en la presentación de enfermos siempre vamos a dudar más cuan-
do se trata de la esquizofrenia que cuando se trata de la paranoia, ya que esa última es más
nítida y más clara, e incluso la esquizofrenia, a veces oscila de modo que no resulta tan fácil de
diagnosticar.

Creo que no está mal para quien se orienta en algún momento a trabajar con psicóticos, haga un
recorrido por las distintas estructuras, recorrer la bibliografía de a poco, ir armando el mundo
de la esquizofrenia o el mundo de la paranoia, o de la melancolía.

Respecto a la bibliografía para estudiar la esquizofrenia, la primera impresión es que hay poco.
Lacan dice muy pocas cosas, algunas frases que vamos a tratar de interrogar. Entre otras cosas
hay un texto de Bleuler, que era el director del instituto de Zurich donde trabajaba Jung, su
segundo; y también pueden leer un intercambio durante el año ‘11 entre Freud, Jung y Bleuler,
donde este último, como psiquiatra, comienza a incorporar y aplicar los conceptos del psicoa-
nálisis, estableciendo ciertas diferencias con Freud. También hay una correspondencia de Jung
con Freud a raíz de este tema, y es en el caldero de este diálogo inaugural, donde la esquizofre-
nia se introduce en el campo psicoanalítico.

Bleuler es el autor de un texto sobre lo que en ese momento se llamaba la demencia precoz,
una denominación de Kraepelin. En esa época se titulaba al libro con el nombre de uso común
y el subtítulo con el texto verdadero. Bleuler llama a ese libro: Demencia precoz, significante que
se usaba en la época para este tema, e incluye como subtítulo aquello de que va a hablar: “El
grupo de las esquizofrenias”.

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Después hay un trabajo muy interesante de un español, un colega amigo que se llama Vicente
Palomera, un analista de Barcelona, sobre la esquizofrenia en Freud, muy minucioso, muy pun-
tual, dividido en dos partes que se publicó en la revista Uno por Uno1.

También hay un trabajo significativo sobre la esquizofrenia de Miller2, donde realiza una elabo-
ración sobre esa intersección Bleuler-Jung. Hace un recorrido en el marco de lo que plantea este
primer acercamiento a la esquizofrenia, a partir de Bleuler, Jung y Freud, pero incluyéndose
claramente en el campo de los conceptos lacanianos, o sea que hace un pasaje Freud-Lacan.

Después hay dos cartas en la correspondencia Freud-Jung3, donde intercambian sus ideas so-
bre estas cuestiones.

Otra forma de abordar esta cuestión, es recorrer todo lo que dice la psiquiatría sobre la cuestión,
que generalmente nos describe el fenómeno sin estructura, una descripción fenoménica de lo
que es una estructura clínica. Nos es muy útil porque es el fenómeno que vamos a reconocer
para hacer el diagnóstico, pero después, con el psicoanálisis, a veces revemos el diagnóstico del
fenómeno, que la psiquiatría define como esquizofrénico, y lo repensamos para otra estructu-
ra. Eventualmente, lo que la psiquiatría entiende como esquizofrenia, nosotros lo entendemos
como neurosis histérica.

Completaría este acercamiento a la esquizofrenia, con la última versión aplastante del psicoa-
nálisis y de la psiquiatría clásica, que reduce todo a casi nada, lo que se llama el DSM-IV, la
formulación norteamericana de estas estructuras, donde todo queda aplanado a ciertos fenó-
menos, y donde la diferencia entre estructura psicótica y neurótica desaparece. Pero como el
diálogo con la psiquiatría debe hacerse con psiquiatras que manejan y que se sostienen en el
DSM-IV, es muy importante para nosotros manejar estos elementos.

Finalmente, no deben saltearse el trabajo de Freud sobre el caso Schreber, e incluso las memo-
rias de Schreber mismo4. Aquí, en este seminario, vamos a plantear algunos hilos conceptuales
que vayan mostrándonos como es el trabajo y lo que nos ubica frente al esquizofrénico.

La vez pasada habíamos comenzado a plantear la cuestión de la perplejidad. Siempre que


analizamos un tema, un concepto o una categoría, debemos tratar de pensar la alternativa con-
traria. Para no entrar en ese discurso que se cierra sobre sí mismo, planteamos el exterior de la
perplejidad que propongo es la certeza. Es decir: o perplejidad o certeza.

Esto nos permite ubicar lo que es el antes y el después del desencadenamiento. La perplejidad
es el dato esencial del antes, del predesencadenamiento; en cambio, la certeza, ya sea del delirio
o del fenómeno elemental, es un dato que debemos ubicar luego del desencadenamiento. O sea
que en el desencadenamiento leemos certeza, y en el borde previo, preliminar al desencade-
namiento, leemos perplejidad. Rápidamente, quiere decir que la perplejidad es pregunta, y la
certeza es respuesta.

1- PALOMERA, Vicente, “Freud y la esquizofrenia”, en: Uno por uno 38 y 39, Barcelona.
2- MILLER, Jacques-Alain, “Esquizofrenia y paranoia”, en: Psicosis y psicoanálisis, Ed. Manantial.
3- Correspondencia Freud-Jung. Carta 8F, 6 de Diciembre 1906. y carta 12 J, 8 de Enero 1907. Ed. Taurus.1979.
4- SCHREBER, Daniel Paul, Memorias de un enfermo nervioso, 1. ed. Buenos Aires, Ed. Perfil, Agosto de 1999.

83
Estos datos son pedagógicos, porque sabemos que no quiere decir que alguien que no se ha
desencadenado sea pura perplejidad, sino que tenemos que descubrir la posición de perpleji-
dad que a veces se envuelve en un discurso que puede ser de certeza. Y sabemos también que
la certeza en un psicótico desencadenado cae en una zona de su discurso donde duda, vacila,
inclusive acerca de la realidad de su delirio. O sea que después tenemos que ver las certezas
que se leen no sólo en afirmaciones yoicas del psicótico, sino en sus actos, ya que éstos, y fun-
damentalmente el pasaje al acto, están sostenidos en una certeza, pero no son discurso de la
certeza. O sea que en el relato que hace el psicótico, a veces encontramos la indeterminación,
pero leemos la certeza en sus respuestas, aquellas que se sostienen en una certeza no sostenida
por sus enunciados yoicos.

Lacan dice acerca de la perplejidad en el Seminario 11: “Las relaciones del sujeto con el exterior
son de perplejidad”. La pregunta que nos hacemos cuando escuchamos una frase así es qué es
la realidad. Y les había dicho la vez pasada que si hablamos de sujeto, del otro lado del sujeto,
no del yo, lo que hay en el lugar de esa realidad lo que está es el Otro. O sea que el partenaire
natural de un sujeto es el Otro con mayúscula. Y en el fenómeno de que se trate, va a aparecer
el psicótico como persona en dialéctica con la realidad. En la estructura va a aparecer el sujeto
en diálogo con el Otro. Por eso vamos a pensar todas las estructuras clínicas en el campo de la
psicosis como relaciones distintas al Otro y no distintas a la realidad, lo que quiere decir que en
el campo esquizofrénico el Otro va a ser el cuerpo. Mientras que en el paranoico, Lacan plantea
que es un Otro que tiene consistencia, e incluso que tiene consistencia amenazante.

Hay entonces un partenaire que es una persona, otro que es sujeto, otro que es el Otro.

Por supuesto, si pensamos en el campo de las psicosis, ese Otro del psicótico en su estructura,
tiene alguna fragilidad y alguna debilidad. Cuando se dice forclusión del Nombre del Padre,
esto quiere decir que el Otro está mal constituido, que hay una complicación en la construcción
de ese Otro. Y la respuesta frente a ese Otro que está fragilizado, debilitado, trastornado o des-
articulado por la falta del Nombre del Padre, que es lo que lo constituye como un Otro, el sujeto
psicótico la constituye de distintas formas, según las estructuras clínicas en juego.

Dice Lacan también acerca de la perplejidad: Es la realidad que habla. Pero hay que aclarar que
el sujeto ve, vive y siente inmerso en la realidad de sus congéneres, de su mundo, que en esa
realidad algo habla.

Si decimos nada más que esto, no tenemos claro si esa realidad habla para un psicótico des-
encadenado o habla para un prepsicótico. El dato de la perplejidad es una primera respuesta
frente a la realidad que le habla, frente a la cual el sujeto no tiene respuesta. Aparece algo que
de alguna forma lo interpela y frente a lo cual el sujeto no tiene respuesta, ni delirante, ni inter-
pretante, sino que queda perplejo frente a eso que lo invade.

Para dar un ejemplo, en la presentación de ayer la sujeto, que era una mujer que en su discurso
parecía neurótica, en un momento determinado que está dando una clase de inglés, sin ningu-
na causa que ella pueda explicar, se pone a llorar y no puede dar respuesta acerca de por qué
llora; lo único que puede hacer es decirle al chico que le estaba dando clase que se retire y no

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sabe por qué. Lo que hace es cambiarse los zapatos por pantuflas, y se dirige a un supermer-
cado pequeño al que hacía 20 años que no iba, y al que iba su madre, se dirige allí, habla con
una bolsa, empieza a poner cosas dentro de la bolsa sin saber con qué destino y le dice al dueño
del supermercado, hijo de aquel interlocutor de su madre, que cuando pasa con el coche no la
saluda. A partir de ahí, lo único que sabe es que una señora la llevó a su casa, y desde allí la
internaron. Qué pasó no sabe, ¿qué puede decir de eso? No puede decir nada.

Este es un fenómeno que aparece en su mundo multiplicado por un llorar sin causa, del cual
no puede dar razones, y que hace al diagnóstico diferencial. Si se encuentra en el campo de la
psicosis, no va a poder significar eso que le pasa, pero si se encuentra en el campo de la repre-
sión neurótica, probablemente haya una respuesta que le permita articular algo aunque sea tres
minutos después. Por ejemplo, puede explicar que empezó a llorar por un dato que no había
registrado, referido al que estaban tratando con su alumno, reconstruyendo a partir de ese dato
algo que de cuenta de ese llanto sin motivo aparente. Si ella pudiera hacer esa reconstrucción
con un analista estamos frente a lo que se llama retroacción, resignificación, après-coup, todas
formas que indican que en un discurso se puede significar eso de alguna forma a posteriori.

Pero en cambio, la respuesta psicótica a ese enigma será la perplejidad, y en un segundo mo-
mento, se construirá la interpretación delirante de lo que allí ocurrió, no pudiendo resignificar,
ni repensar su posición de sujeto respecto del mundo e incorporar este dato externo.

En esta cuestión tenemos el límite entre la histeria y la psicosis. En la histeria, estos fenómenos
de extrañeza muchas veces aparecen del mismo modo, pero no así al neurótico obsesivo, que
siempre incorpora sus síntomas como naturales y arma su marco con lo universal de “a todos
les pasa lo mismo” incorporando su síntoma no como egosintónico, no lo siente como extraño.
Esto es distinto a aquella histérica, por ejemplo, que está en una relación sexual y de pronto
siente que medio cuerpo se le paraliza, tiene una hemiplejía, y no existe una respuesta médica
que explique ese fenómeno corporal transitorio y a ella le aparece como un dato que no cobra
sentido, ajeno y frente al cual queda tan perpleja como un psicótico. Años después, si se trata
de una histeria, a lo mejor puede resignificar ciertas cuestiones referidas a su cuerpo y reinter-
pretar ese dato que en ese momento le provocó cierta perplejidad.

Dice Lacan: El Otro es aquello por lo cual se hacen reconocer en la medida que a su vez lo reconocen.
La problemática del reconocimiento, en sus variaciones, pasa por ser ubicada como la posición
esencial de un sujeto: hacerse reconocer.

Cuando un fenómeno nos deja perplejos, nos encontramos frente a lo opuesto a hacernos reco-
nocer. Si el Otro nos reconoce, no se da la perplejidad, nos alivia, nos tranquiliza, nos permite
dar respuestas, ubicarnos, etc. El fenómeno que nos deja perplejos es el fenómeno donde el
Otro no reconoce al sujeto. Sabemos que en este punto de no reconocimiento hay dos cosas: el
fenómeno que se desprende del aparato psíquico del sujeto y la interpretación del analista, que
se encuentra en el lugar de lo que no reconoce al sujeto.

Esta es la alternativa existente entre psicoterapia y psicoanálisis. Mientras que la respuesta


del psicoterapeuta es aquella que reconoce al sujeto, sus síntomas, su persona, su voluntad de

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decir, la respuesta del psicoanalista es aquella respuesta sistemática pero dosificada de no reco-
nocer lo que el sujeto está diciendo, en última instancia, no reconocer lo que el sujeto reconoce
como su problema. La respuesta del analista va poco a poco extrayendo de la voluntad de decir,
los elementos marginales a ella para hacerlos presentes.

Recuerden aquella formulación bastante clara que sostiene en el inconsciente habla en un su-
jeto en todos los lugares que escapan a su orientación y su voluntad de decir. Es por eso que
cuando el analista hace presente aquello que el sujeto no reconoce de sí mismo, se pone en el
lugar del fenómeno elemental, en la posición de aquel que dice “no te reconozco, en eso en que
te querés hacer reconocer”.

Sin embargo, cuando reconocemos el inconsciente, el yo se siente maltratado, abandonado,


excluido. Ahí podemos notar el tipo de relación que tiene el sujeto con su inconsciente, lo que
también se va a hacer presente en la relación transferencial. Cuando interpretamos fuera de su
contexto significativo, o sea, por ejemplo, extraemos un dato, una metáfora con un sentido dis-
tinto al que el sujeto le otorga, hacemos decir a esa metáfora uno de los sentidos que tiene y de
ese modo la significamos en relación a nuestra orientación. La metáfora, y en última instancia
toda palabra, al cambiarla de contexto, quiere decir otra cosa además de las que dice.

Es decir que cuando el analista interpreta, introduce esa significación distinta que no se in-
corpora a la orientación del decir, y eso es lo que hace que se pueda decir que el analista se
encuentra en el lugar del inconsciente, o que hace de fenómeno elemental. La respuesta que da
el sujeto a esta intervención del analista, es la misma que proviene del inconsciente, pero con
el inconsciente uno puede tener distintas relaciones, inclusive relaciones de rechazo profundo
y de enojo. Por eso cuando ustedes escuchan decir “no estoy de acuerdo con lo que me dice”,
se trata de la afirmación yoica frente al inconsciente. En verdad si el analista está bien pegado
al discurso del paciente, por ej. tomando una parte de dicho discurso es decir usando la cita, el
paciente debiera decir no estoy de acuerdo con lo que dije, y no tanto con el analista que lo ha
citado. El analista podría decir entonces uds. no se ponen de acuerdo. (Risas.)

A veces es difícil, porque se convierte en una afrenta el narcisismo. Tengamos en cuenta que el
inconsciente afrenta el narcisismo.

Hubo un momento en la práctica del análisis donde inconsciente y síntoma se pegaron, y en-
tonces, levantando el síntoma, daba la impresión que se levantaba el inconsciente y uno dejaba
de estar dividido. Por eso afirmamos: al final también estamos divididos, pero de otra forma.

Otra observación que va en la línea de lo que estoy diciendo: “Detrás de la marioneta, la mario-
neta que habla, hay otra cosa”. Esa otra cosa que hay detrás de la marioneta es la que queremos
hacer presente cuando interpretamos. Pero esa marioneta les decía, puede ponerse dura, rígi-
da, respecto de esa otra cosa que hay más allá de ella, porque eso la somete a la castración, a yo
no soy yo, yo soy eso, yo soy, qué soy, etc.

En cambio, en el psicótico, y más precisamente la perplejidad, lo que produce es la experiencia


contundente de ser nada más que una marioneta, debido a las fragilidades identificatorias del

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sujeto psicótico, en un equilibrio siempre inestable de su consistencia. Y ese dato que aparece
como exterior le provoca, esa experiencia de dejarlo como una marioneta. Así, la perplejidad
sería la respuesta de la marioneta cuando algo le dice “sos una marioneta”, sería un modo de
carecer de respuestas para responder a ese dato que lo interroga.

Respecto a esta sujeto de la que hablábamos ayer, es notable que ella refiera a diálogos con
analistas en tratamientos anteriores, momentos de descompensación donde tenía pensada su
vida a partir de los 5 años, y la analista la llevaba a los 3. En su regresión de trabajo, recuerdos,
etc., la hace pasar de los 5, donde ella había logrado ordenar su mundo, a los 3 años, y empieza
a recordar cosas de esa edad y allí se produce la descompensación.

Se descompensa de una forma que no quedó muy clara. Pero hay una consistencia que ella
armó alrededor de los 5 años y que el análisis toca y en lugar de elaborar una respuesta clara,
al descubrir en análisis que su vida empezaba no a los 5, sino a los 3, en un análisis puede
producir el efecto de relanzar el proceso y reordenar toda su historia. Pero esta analista lo que
hacía en ese momento es desordenar sus ideas y la sujeto, no podía rearmar nada, sino más
bien entraba en un caos y en una confusión.

En un sujeto con una clara retroacción le permite repensar, esos hitos simbólicos, los 5, 3, da
todo igual, salvo cuando uno apuesta a un hito simbólico en ese lugar, con lo cual, su respuesta
claramente neurótica sería poder reordenar todo, resignificar e incorporar lo ocurrido a los 3
años a su percepción de su historia.

Lacan dice en la página 80: “Dos formas de hablar del sujeto, dirigirse al Otro”. Temas de la
demanda, dirigirse al Otro. La demanda puede ser pensada en dos registros. Cuando un sujeto
dice: “quiero que me ayude a aclarar esto”, seguramente es una demanda, pero es una deman-
da consciente. Pero hay también una demanda inconsciente que no se expresa por la voluntad
y exigencia de que el otro diga o no diga algo. Lacan va a decir que toda palabra es demanda, y
ya no sólo el pedido, por eso distinguimos allí lo que puede ser una demanda confundida con
las ganas, la voluntad, etc., y la palabra. Estas palabras marginales a la orientación que el sujeto
se da para hablar, son también demandas, pero forma parte de una demanda inconsciente.

Agrega: “Dirigirse al Otro y recibir de él el mensaje que nos concierne de una forma invertida”.
Dos formas de la inversión; una es la inversión neurótica que recibe del Otro una respuesta que
no es la que espera, pero que, por ejemplo, puede absorber vía un análisis con la asociación
libre, “no estoy de acuerdo, no me parece, pero quiero contarle que cuando usted dijo eso yo
tuve esta imagen”. Una respuesta es no lo veo, no lo creo, pero me ha ocurrido esto. Esta es la
respuesta que buscamos en el análisis, donde a pesar del sujeto, a pesar de que no creer en eso,
se le ha ocurrido otra cosa y a partir de eso se le ocurre esto y esto. Allí se abre lo que llamamos
el camino del inconsciente.

Dice: La respuesta invertida. El dato que estoy marcando del lado de la exterioridad, que se llama
de ese modo, “síndrome de exterioridad en la psicosis”, es el dato que viene de afuera, como
una respuesta que no implica una pregunta previa, como una respuesta que no puede articular
a una pregunta, ni a un interrogante siquiera, y que lo único que hace es chocar con el sujeto.

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Esta respuesta que viene de afuera, se va a formular como la paranoia completa, respuesta que
viene de afuera, que se dirige a mí y especialmente a mí, que me concierne. Esto pueden leerlo
en el Capítulo XIV del Seminario 3.

Todo lo que estoy describiendo, como exterior, como síndrome de exterioridad, son los sínto-
mas en el mundo, los síntomas en el Otro, que hablan al sujeto, que le dicen, que lo interpelan,
que lo injurian, etc.

Son síntomas y movimientos en el mundo que a veces son percibidos por el sujeto como senti-
mientos de terminación del mundo, como caída del mundo, etc. Pero no es sólo que estén fuera
sino que además de estar fuera, lo que completa el movimiento es que se dirigen a mí, que eso
me dice algo a mí; no es un movimiento que yo observo en el mundo sino que la respuesta del
Otro invertida es que eso me interpela, se dirige a mí.

Lo otro que va a decir como tercer término de completamiento de la paranoia en el capítulo XIV,
es que además falta un tercer elemento que es la atribución subjetiva. Habíamos dicho en algún
momento que hay un par, atribución subjetiva e implicación subjetiva. La atribución subjetiva
es que es “ese” el que me lo dice. La implicación subjetiva al contrario es la resignificación, el
efecto sujeto. En el campo de la psicosis y mucho más en el campo de la esquizofrenia, no hay
implicación subjetiva, por eso nos interesa ver los distintos estatutos de dicha implicación.

Ayer por ejemplo, esta mujer de dudosa estructura, cuando la entrevistadora le pregunta, acer-
ca de sus síntomas obsesivos, que ella ubicaba a los 20 años, y esta mujer dice, “no me acuerdo
muy bien, le digo la verdad, en verdad lo que yo llamo hoy síntomas obsesivos”. O sea que
resignifica en la actualidad como síntoma obsesivo aquello que ayer describía como algo que
le pasaba, y cuando le preguntan por esos síntomas diría algo así como: “no, no es que había
síntomas obsesivos, es una resignificación que yo hago hoy de ese dato”. Es decir que daba la
pauta de una resignificación. Pero resignificar algo quiere decir que a partir de eso, yo pueda
cambiar toda mi posición de sujeto respecto de muchas cosas. Porque sino la resignificación
subjetiva sería muy fácil. Queremos ver que eso implica un reordenamiento de su posición en
todos los niveles para que sea una resignificación simbólica, etc. Que sea una verdadera rein-
terpretación de su historia.

En la página 81, Lacan dice: Excluido el Otro con mayúscula, lo que concierne al sujeto es dicho real-
mente por el pequeño otro. Les decía fragilidad del Otro con mayúscula, por su constitución, for-
clusión del Nombre del Padre. O sea tal persona que encarna para el psicótico lo que para otros
encarna la voz de la conciencia, Dios, o formas más simbólicas de eso que le habla, se encarnan
en el personaje de la televisión que le está hablando a él en ese momento.

Es también una forma en que Lacan entendía esta cuestión en los primeros tiempos, donde
decía que en el campo de las psicosis el Otro era un otro imaginario. O sea que en el campo de
las formaciones del inconsciente, en el año ’58, lo dice así: “en el campo de las psicosis no hay
Otro, hay otro con minúscula”.

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El Otro para el psicótico tiene subjetividad, y esto puede verse en Schreber claramente. En ver-
dad esto es una pardoja. Hay disyunción entre el Otro y la subjetividad. Cuando decimos que
la tiene, esto significa que es un otro. El Otro con mayúscula, y por eso Lacan lo llama lugar del
código, lugar del significante, es un lugar simbólico, que encarnan personas. Entonces Dios en
el mundo de Schreber es como un personaje, es como una persona que tiene voluntad, incluso
mala voluntad, agresividad, todas las connotaciones de un ser humano.

Lo mismo la conciencia moral. La conciencia moral que aparece en nosotros como exigencia
como presión a ser, como culpabilidad porque el sujeto hace lo que no debe, se encarna en
algún personaje que nos dice eso mismo. Incluso, puede aparecer el padre, la madre y toda la
novela edípica alrededor de eso, aunque despejado rápidamente en un análisis, aparece la exi-
gencia del sujeto mismo, y no aparece una sombra que le está diciendo o vio que le hace hacer.

Por eso distinguimos claramente la subjetividad del sujeto. El sujeto como el Otro no tienen
subjetividad. Decir esto clarito así parece una pequeña cosa, pero eso cambia todo. Cambia
toda nuestra forma de evaluar la verdad, por ejemplo. ¿Cómo se evalúa lo auténtico si pensa-
mos que el sujeto no tiene subjetividad? Los afectos han sido en la historia del psicoanálisis y
siguen siendo, datos que hacen creer que el peso de la autenticidad, de la verdad que se dice es
por el afecto que se cuenta. Pero si decimos que el sujeto no tiene subjetividad, se nos plantea
otra forma de evaluación de cómo el sujeto se implica en la autenticidad de su discurso, que
ya no es el afecto. Y el afecto lo tenemos que recolocar en otro lugar. Entonces para nosotros
que un sujeto hable de la muerte de su padre y lo diga fríamente, y hable de la muerte cercana,
no es indicio de no compromiso o de compromiso con el duelo que está en juego, porque no
podemos medir por la subjetividad. La subjetividad es un engaño, y a veces las emociones exa-
geradas son encubridoras de una falta de implicación y de hecho se ve en los análisis, cuando
es alojado en el lugar de la subjetividad y de la angustia permanente, que es una coartada del
sujeto que juega en el afecto lo que tiene que jugar en la implicación como sujeto.

Por eso, si el sujeto no tiene subjetividad, cambia toda nuestra forma de evaluar lo que es au-
téntico, lo que no es auténtico, cuál es la implicación verdadera o cual no. De ese modo, se des-
articula el afecto como signo del valor de verdad, por eso Lacan hace todo un desarrollo sobre
lo que son los valores de la verdad.

El Otro –dice Lacan acá- está excluido verdaderamente de la palabra delirante. Detrás de ella, de la
palabra del delirante, no hay otra verdad. El sujeto no le atribuye verdad alguna y está frente a este fenó-
meno en la perplejidad. La cuestión es cómo entender esto. Cuando el Otro está excluido verda-
deramente de la palabra delirante, detrás de la palabra del delirante no hay otra verdad. Quiere
decir que de todo lo que dice no hay pregunta posible, no hay distancia con su propio discurso;
el sujeto psicótico, ya lo dijimos, está identificado a su propio discurso.

Eso por eso que esta sujeto de ayer nos planteó nuevas dudas, porque en algún momento,
desprendiéndose de lo que estaba diciendo, dijo: “creo que lo que estoy hablando es contra-
dictorio”. Hizo una observación salida de su propio discurso, habiendo escuchado lo que ella
misma había dicho.

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Esto es un dato clave que ojalá lo tuviéramos muchas veces en el campo de la neurosis en el
marco de un análisis, ya que no siempre está: que el sujeto en un momento determinado escu-
che su propio discurso.

Uno podría decir radicalizando esta cuestión que el analizante se analiza sólo causado por
el analista, por eso en el análisis lacaniano, cuando alguien pregunta a otro: “¿qué viste en
sesión?”, en verdad la respuesta siempre es. “hoy descubrí en sesión a partir de lo que dije tal
cosa, que me vi llevado a decir”. En verdad la respuesta ideal de un analizante lacaniano sería
ésta. Pero cuando el analista aparece en el lugar del descubrimiento del sujeto, en vez de descu-
brirlo el sujeto, el analista allí refuerza su lugar de Otro, como el descubridor, el que transmite,
el que enseña y el que hace descubrir. Y esto puede ser un momento del análisis. Pero en el ho-
rizonte, el analista va a descartarse de ese lugar, para no constituirse en el saber sino en el sujeto
supuesto saber. Por eso la pregunta que un amigo puede hacer, sobre “¿qué dijo tu analista?”,
suponen al analista un saber ejercido que va a decir una verdad. Es una suposición de saber. El
que no se lo tiene que creer es el analista. A veces esto es un trastorno, porque alguien puede
decir: “en sesión no veo nada”, “no me dijo nada”, “dijo poco”, “no sé qué dijo”, etc.

Esto se orienta en el auto trabajo del sujeto consigo mismo, causado por el analista, fundamen-
talmente por el analista, y no poniéndose como tapón sabiendo él allí. Los analistas también
tienen problemas para sostener su lugar sin ejercer el saber, porque cuando no puede ejercer
el saber, no le es muy evidente por qué cobra, y debe tener claro que cobra, justamente, por no
ejercer ese saber. Aunque sin dudas es más tranquilizante para el analista sostener ese lugar de
saber y es en ese caso que el analista identificado al Otro, abre en el horizonte una sujeción al
analista, una sujeción al campo del Otro y un refuerzo de las identificaciones. Pero sepan que
con esto se refuerzan los síntomas, y se abre el camino de los reanálisis por treinta años, como
ocurre normalmente entre nosotros.

Hay una relación entre identificarse al propio discurso, y la perplejidad. Hay una solidaridad.
Decir perplejidad es decir que alguien no tiene el recurso de separarse de su propio discurso,
para escuchar algo en lo que dice más allá de lo que quiso decir. La perplejidad es el callejón sin
salida frente al hechos de que no puede separarse de su propio discurso.

Recuerden también, lo he repetido varias veces como una indicación clínica muy precisa, que
para intervenir, debemos esperar, cuando se puede esperar, a que el sujeto mismo salga de su
propio discurso. Muchas veces, es el momento en que un sujeto, como esta sujeto de ayer, hace
una observación sobre su propio discurso.

Lo interesante ocurre cuando el sujeto hace una observación sobre lo que dijo, ese es un núcleo
de apertura, porque ahí el sujeto está diciendo que hay una verdad más allá de lo que dijo.

La orientación del analista va a ese punto, y a partir de ahí se destituye todo lo dicho y se
orienta por la contradicción, por ejemplo, en ese caso de ayer. Y un analizante así orientado,
aquel que está en la disposición que planteamos como trabajo analítico, debiera, estrictamente
hablando, olvidar todo lo que estaba diciendo y pensar por el camino de las contradicciones, de
su yo contradictorio o de su ser contradictorio, y abrir a toda la historia de sus contradicciones,

90
o todas sus ocurrencias, lo cual no es lo mismo que la historia ni los recuerdos, sino todas las
ocurrencias que pueda elaborar alrededor de lo contradictorio. Como, por ejemplo, pensar en
líneas paralelas.

Cuando el analista recorta lo contradictorio, y el sujeto responde “tengo la ocurrencia de líneas


paralelas pero no sé qué quiere decir”, en ese caso también habla el sujeto. También como
cuando habla de un recuerdo de su infancia. Pero la clave es que estamos acostumbrados a
reconocer al sujeto cuando habla de su infancia, del Edipo, de su mamá, de su papá. Sujeto y
analista muchas veces no creen que el sujeto está, hable de lo que hable, aunque hable de la
contradicción y de las líneas paralelas, y avance por la geometría cuando estaba hablando de
problemas de familia. Es justamente en la geometría, que vamos a encontrar un camino, y que
vamos a encontrar puntos clave de la posición del sujeto, y esto se debe a Freud. Mucho más en
la geometría que en su historia, sus recuerdos, o su Edipo, que es donde el sujeto está más ajeno
a sí mismo. Adonde está menos captado por su yo, por el sentido de las cosas, que alimenta su
síntoma. En esa línea, entonces el análisis es también un vaciamiento de sentidos, de aquellos
sentidos con los que uno se armó en la vida.

Pero retomemos: en el lugar de la asociación libre el psicótico queda perplejo. Todo esto que
estaba planteando, en realidad, es lo contrario de la perplejidad. La perplejidad indica que
con eso el sujeto no puede hacer nada y con lo que le ocurre. Es por eso que muchas veces el
diagnóstico diferencial no puede hacerse en la presentación de enfermos, porque para hacerlo
tenemos que avanzar un poco más para ver cuáles son las respuestas que tiene el sujeto frente
a la perplejidad.

Hay un dato clave muy importante que me interesa particularmente observar, ir destacándolo,
que es una fórmula que se repite, como fórmula vacía, como tantas que se usan en el campo
lacaniano, fórmulas vacías sin consecuencias: el psicótico está en el lenguaje pero está fuera
del discurso. Es una formulación que tiene consecuencias sumamente importantes, y que tiene
mucho que ver con lo que estamos diciendo.

¿Qué quiere decir que el psicótico está en relación al lenguaje? Como decimos siempre ¿si
no estuviera en el lenguaje dónde estaría? Haciendo una oposición salvaje, no se trata de un
proceso degenerativo, no es un problema molecular. Es un problema de relación al lenguaje. Y
esto es lo que vamos a sostener, que toda posibilidad de tratamiento de la psicosis es que hay
una relación al lenguaje y no es prelingüística, o sea que la cuestión en juego tiene que ver con
la temática de la relación al lenguaje y no la relación a procesos degenerativos, cerebrales, de
supuesta etiologías químicas.

Decir que el psicótico está en el lenguaje quiere decir que es posible tratarlo en el marco del len-
guaje, y consideramos que su causalidad no está en su organismo, sino que está en la relación
entre el organismo y el lenguaje. Se trata de las dificultades de articulación de su relación al
lenguaje, donde el organismo como tal aparece en los obstáculos que encuentra en su relación
al lenguaje, es decir que aparecer como organismo y no como cuerpo, es un efecto de la lengua
y de la relación con el lenguaje.

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Lacan sostiene que el discurso del psicótico, del esquizofrénico en particular, es real, quiere
decir que no es simbólico; no hay metáfora, no hay metonimia y esta es una de las formas de
entender la perplejidad y la identificación a su propio discurso. Es el dato que se lee como
fuera del discurso. Quiere decir que el psicótico no es ni puede ser un sujeto del significante,
representado por un significante para otro significante. Y en el momento que intentamos ejer-
cer la cuestión significante, vamos a encontrar la descompensación o el delirio desencadenado,
porque es imposible incluirlo en el discurso.

Noten que esto no quiere decir que un sujeto psicótico no hable, que no pueda pronunciar un
discurso. Pronuncian discursos, hay enunciados, pero cuando en psicoanálisis nos referimos al
discurso es a la estructura de ese discurso donde un significante se articula a otro significante,
en un proceso de anticipación y retroacción que produce la resignificación. O sea que discurso,
estrictamente hablando, es quedar en posición de sujeto, lo que es opuesto a quedar identifica-
do al discurso que uno pronuncia. Es lo que planteaba con la metáfora de la marioneta, sentir
que hay una verdad o percibir que hay una verdad más allá de lo que digo. Pero el sujeto psi-
cótico carece de la posibilidad de hacer esta articulación. Fuera de discurso quiere decir fuera
de la estructura constitutiva del discurso y no fuera de poder hablar, que sería el caso específico
de un mutismo. Pero los sujetos psicóticos hablan, dicen cosas, recuerdan su vida, traen hechos
de su memoria, tienen historia, la relatan, pero les falla la estructura de su discurso, que básica-
mente es esto que llamábamos resignificar y reposicionarse como sujeto frente a lo que dicen.
Eso es estar fuera del discurso.

La implicancia de esto para el analista es que en la medida que está fuera del discurso, no se
puede interpretar. Freud, cuando se enfrentó con los primeros psicóticos, interpretaba el Edipo,
y Bleuler, incluso, en algún momento usa los mecanismos freudianos y haciendo una equiva-
lencia entre delirio y sueño, respondiendo el analista al sueño y al delirio de la misma forma.
Aun no se había distinguido que el psicótico estaba fuera del discurso aunque hablaba, pero
estaba en relación al lenguaje. Entonces, si el sujeto está en el discurso, podemos interpretar, si
no lo está, la interpretación no va, no produce el efecto de deconstrucción, que es el trabajo de
la interpretación. Y esto es efecto de estar fuera del discurso.

Si ustedes recorren la enseñanza de Lacan hay dos formas de entender el discurso, una es la que
expliqué anteriormente, que es la primera parte de su enseñanza, que es fundamentalmente
la posibilidad de retroacción, de resignificar un significante con el otro, eso que hace al lapsus,
las formaciones del inconsciente freudiana, etc. La primera estructura del discurso que plantea
Lacan. Dos significantes, uno articulado al otro, donde uno anticipa al segundo y el segundo
resignifica el primero, creando una nueva significación. Movimiento de la estructura primera
del discurso que da como efecto de significaciones siempre nuevas, que es la batería significan-
te produciendo significaciones. Incluso, Lacan habla allí de creación poética. El discurso, en su
movimiento, en vez de referirse a la realidad, crea efectos poéticos, que son con los que Lacan
orienta en los primeros tiempos al análisis, a los efectos poéticos del discurso. Creación poética
respecto de los efectos de significación.

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Ya en la segunda parte de su enseñanza, más específicamente en el Seminario 175, Lacan habla
de los cuatro discursos; el discurso del amo, el discurso de la histérica, o discurso histérico, el
discurso del analista y el discurso universitario. En esos cuatro discursos Lacan localiza cuatro
elementos de cada uno y cuatro lugares, que giran y van planteando una estructura fija de ar-
ticulación de cada discurso.

Vamos a usar uno de esos discursos para pensar la esquizofrenia. Es una indicación de Miller
en el texto “Paranoia y esquizofrenia”, donde piensa la diferencia entre el neurótico, el esqui-
zofrénico y el paranoico, en relación a lo que se llama el discurso del amo.

En la página 200, o sea bien avanzado el Seminario, todo lo que llamamos el síndrome de exte-
rioridad Lacan lo pone en un término que va dentro de su lógica de ese momento: “Llegamos
al límite donde el discurso desemboca en algo más allá de la significación”. Hay que leer “más
allá de la significación fálica”. Esto que está más allá que hemos nombrado como síndrome de
exterioridad. Lo llama, significante en lo real. O sea que ahora hablamos de hechos, fenómenos
que el sujeto no puede articular, y ahora se le da un sustento simbólico. Es que eso está sosteni-
do en un significante en lo real, lo que en los primeros capítulos del Seminario, llama neologismo,
un significante en lo real es un significante que no hace cadena, por lo cual no produce efecto
de significación fálica. Lo que produce son significaciones delirantes. Es una palabra, una frase
desarticulada de todo discurso, que irrumpe y su fórmula más clara desde el punto de vista del
fenómeno psicótico es lo que se llama la alucinación verbal. Pero también es un significante en
lo real, por ejemplo, un hígado que se desprende del resto del cuerpo. También es un significan-
te en lo real, es lo que Freud va a llamar el lenguaje de órganos, cuando el órgano ocupa el lugar
de un significante en lo real que se separa de la organización. Dicho en términos simbólicos,
es un significante que no se articula a la cadena. El destino de este significante es clave en la
enseñanza de Lacan, porque hoy lo vemos como el síndrome de exterioridad y en la enseñanza
de Lacan, lo leeremos después como la letra producto de un análisis.

La letra, la escritura, se hace de significantes en lo real. Una versión de la escritura es que es una
precipitación del significante. Es lo que queda del movimiento significante. El neologismo en
cambio está desde el principio. O sea que ahí vamos a tener una convergencia en la enseñanza
de Lacan, en lo que empieza hablando como de la estructura de la psicosis y después va a ha-
blar de la constitución de todo sujeto alrededor de lo que llama la forclusión generalizada. Por
eso hoy estamos hablando de la forclusión del Nombre del Padre. Todo lo otro es represión.
Para un sujeto neurótico no hay significantes en lo real, aunque Lacan después va a reformular
esta cuestión y va a plantear que en el lugar del neologismo y del significante en lo real, se en-
cuentran los problemas de la escritura. Este desplazamiento se orienta a poder cernir cada vez
más el fin del análisis.

Les recomiendo también el capítulo XIV que va a dar cuenta de todo esto y va a plantear el
borde, el momento en que empieza la psicosis, en qué momento hay psicosis desencadenada,
la pregunta que ordena todo ese capítulo. ¿En qué momento delira?, y dice que a partir del

5- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Editorial Paidós, Buenos Aires.

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momento en que el Otro habla. El Otro quiere esto y quiere sobre todo que se sepa, quiere sig-
nificarlo. En cuanto hay delirio entramos en el dominio de la intersubjetividad.

El campo analítico fue tragado por la intersubjetividad. La intersubjetividad inflamada en el


campo psicoanalítico, se llamaba aquí, y ahora, conmigo, y se refería a todos los temas del
vínculo, a las terapias vinculares, etc. Todo lo que se llamó de esa forma, es el despliegue de la
intersubjetividad.

La llamada relación entre transferencia y contratransferencia es el campo de la intersubjetivi-


dad. Lacan va a oponer, a diferenciar este campo de la intersubjetividad en una dialéctica con
la subjetividad excluida, que es la relación sujeto-Otro, donde no hay subjetividad del Otro y
no hay subjetividad del sujeto. Lo que está diciendo es que en esa estructura de todo sujeto hay
una falla y lo que excluido de la relación sujeto y Otro, vuelve, y no vuelve en cualquier lugar,
vuelve en el campo del Otro, como aquello que el Otro quiere y subjetivándose.

Nosotros leemos esa subjetividad del Otro como un dato síntomático en la psicosis y no como
un dato de buena reveriè entre paciente y analista.

A algunos neuróticos los amenaza que aparezca la persona del analista, y tratan de cerrar los
ojos a cualquier dato subjetivo del analista, mientras que otros neuróticos hacen aparecer per-
manentemente al analista como persona. El analista se hace aparecer también como persona
cuando dice “me parece”. El Otro, el objeto a, no hablan en términos de parecer. Cuando el
analista utiliza en su interpretación el “me parece”, está diciendo que es una persona con un
parecer. Tengan en cuenta que un maestro nunca dice “me parece”. Entonces el lenguaje de la
interpretación tiene que ser reformulado como un doble lenguaje. Lenguaje del Otro y lenguaje
del objeto a porque el Otro es el Otro que la transferencia constituye, pero el analista trabaja
contra ese Otro y trabaja con la alusión y el enigma, no ejerciendo a ese Otro. Y trabaja desde
el objeto a, semblante de a; el lugar del analista es el del semblante de un objeto a, y entonces
tenemos que saber como habla un objeto a. Lo que yo les propongo es que siempre habla como
la alucinación verbal.

La interpretación del analista se construye con el estilo de la alucinación verbal y con el estilo
del lapsus del inconsciente. La orientación de la interpretación nunca es “yo digo”, sino “algo
dice allí”, “algo dice y además dice desde adentro del discurso del sujeto”. Por eso es impor-
tante en la fórmula de la interpretación desalojar todo lo que pueda quitarle valor alucinatorio.
La alucinación no es algo que explica, el lapsus y el inconsciente no explican. Por lo tanto el
analista tiene que buscar ese lugar donde desde el sujeto se produce un lapsus, y ese lugar es
un efecto que no puede no producir un efecto de sorpresa. Lo que no quiere decir que cada
intervención nuestra produzca un efecto sorpresa, pero nos orientamos hacia ese punto.

Son momentos distintos del análisis cuando alguien dice no, es el Otro, no quiero ver a la per-
sona, y puede ser también un momento del análisis, ya más cerca del final, cuando el analista
empiece a decaer como el Otro, para pasar al lugar no de una persona no respetada, que es la
forma ridícula e imaginaria de creer que no hay Otro. Cuando uno desprecia al analista hay
un Otro bien grande El desprecio constituye un Otro despreciable. Empezar a trabajar entre la

94
persona del analista y el lugar del Otro, es una forma de empezar a desidentificar al analista del
lugar del Otro, hacerlo un Otro con falta y finalmente un Otro inexistente. Es empezar allí a ha-
cer vibrar ese lugar que tuvo una consistencia simbólica y de ese modo trabajar su castración.

Hasta aquí lo referido al tema de la perplejidad. Haré algunos breves comentarios sobre la
esquizofrenia.

Si pensamos en la esquizofrenia y la ponemos en dialéctica con la paranoia, tenemos que ver


inmediatamente que esta última es una estructura que plantea una consistencia del lazo social,
donde el problema, justamente, es esa consistencia al vínculo con el Otro, mientras que en la es-
quizofrenia, que está más del lado del autismo, del mundo propio, del aislamiento, de algo que
no se despliega hacia el mundo sino hacia el sujeto mismo, vemos una debilidad de ese lazo
social. Ya tenemos en el fenómeno dos movimientos; uno que nos va a dar una consistencia (los
interlocutores del paranoico), que suele ser hasta peligrosa respecto de la imaginarización del
vínculo y el crecimiento inflamado en el paranoico de todo lo imaginario; por eso decimos que
en el paranoico normalmente no debemos producir una figura demasiado consistente porque
eso inflama su imaginario.

Lo vemos en las histerias también, a veces en cierto riesgo, cuando a histéricas muy fálicas, el
analista se pone también en esa dialéctica fálica, hace crecer violentamente la agresividad.

Tanto en el paranoico como en la histeria, en algunos casos, hay un límite donde tenemos que
ver si nos orientamos con nuestra posición hacia inflamar lo imaginario o si a destituirlo. Con
el paranoico no hay dudas, hay que esquivar siempre este crecimiento de lo imaginario, ir a
buscarlo en otro lugar.

Con la histeria podemos decir que hay distintas posiciones, hay más margen también. Lo que
se llama la vacilación calculada de la neutralidad del analista, se produce cuando el analista
sale del lugar del Otro y se pone ahí como sujeto. Dice vacilación calculada, no es estrategia
consistente sino vacilación calculada, y dice a veces vale por muchas interpretaciones a riesgo
del alocamiento que puede allí surgir, a raíz de que el analista aparece como persona diciendo
“quiero esto”, “no quiero”, “no lo quiero” y “lo rechazo”, todas manifestaciones que en cada
lugar puedan plantear esta manifestación del analista como sujeto.

Si tomamos un manual de psiquiatría como el de Henry Ey por ejemplo y tratamos de ver allí
qué es la esquizofrenia. Dice allí: “Se caracteriza por la disgregación mental”. El primer dato
que da de la esquizofrenia es la disgregación. La primera pregunta que debemos hacernos es
si eso ocurre efectivamente. La respuesta es que no siempre. Si los fenómenos fueran precisos
e inapelables, nunca habría duda diagnóstica. Diríamos: siempre que hay disgregación mental
hay esquizofrenia. Pero lo que sabemos es que puede haber disgregación mental y no haber
esquizofrenia.

Las preguntas que podemos hacernos frente a esta observación son dos: ¿cuál es la particulari-
dad de la disgregación mental en la esquizofrenia, qué la diferencia de la disgregación mental
que puede haber en determinados momentos de alocamiento en la histeria?; y además ¿cuáles

95
son los fundamentos de la disgregación? No sólo un ejercicio científico de saber el fundamento
de las cosas, sino porque en el fundamento de la disgregación mental vamos a encontrar las
respuestas posibles.

Heidegger plantea la proposición del fundamento, es decir que todo tiene una causa y tiene un
fundamento, y debemos encontrarlo.

Les anticipo entonces que es esta disgregación lo que vamos a poner en juego para encontrar
sus fundamentos.

El discurso amo, fundamentalmente, es el discurso de la representación. Cuando el discurso


amo está trastornado, hay una complicación de la representación. Lo que representa por su-
puesto es el lenguaje, es la lengua, es el discurso.

“Una neurosis que se disocia de la esquizofrenia”. ¿Cuál es la diferencia entre la disociación


de la esquizofrenia y la disociación en la neurosis histérica en particular? La histeria clásica ni
que hablar, pero la histeria actual también presentifica permanentemente lo que se llama la
disociación.

Noten los elementos que mezcla Ey. “Una crisis de originalidad juvenil”. Habla de la esqui-
zofrenia y dice crisis de originalidad juvenil. ¿Cómo habrá que entenderse esta originalidad?
¿Qué es la originalidad? ¿Es lo que escapa al reconocimiento? En el extremo, toda producción
que el contexto no reconozca como normal, como habitual, como estándar (aún en la extensión
del estándar que dan las sectas, las formas juveniles de radicalidad), todo lo que sea originalí-
simo, nos va a colocar finalmente del lado de eso que viene de afuera, de eso ajeno. Por eso, no
nos sirve de orientación el contexto social, ya que siempre depende de quien hable. Si el ana-
lista está en juego, la originalidad igual será definida desde la estrechez de su propia posición
subjetiva. Si el analista es un bohemio radicalizado, probablemente comprenda de otro modo
las originalidades.

En algún momento les comentaba que había alguien que tenía una disposición casi natural a la
originalidad, por lo cual no lo amenazaba ningún tipo de originalidad. Se llamaba Pichon Ri-
vière y podía entender y captar todo tipo de originalidad, porque él era un personaje original,
incluso era un personaje original en el campo del psicoanálisis, de donde había quedado segre-
gado del campo de los analistas que eran no originales. Y que eso original había producido un
efecto de segregación en él justamente por sus originalidades.

Pero siempre tengamos en cuenta que la originalidad la tenemos que demostrar no en relación
al contexto social más o menos raro, sino a la posición del sujeto que es lo exterior al sujeto
mismo, no a lo que opina su madre o su padre que se escandalizan porque hace esto o aquello.

Por eso cuando decimos que el analista no comprende, quiere decir que el analista no se identi-
fica ni a los jueces, ni a la policía, y no da por drogadicto a alguien que toma cocaína. O sea que
el analista cuando un juez le manda un sujeto para tratarlo por su adicción, debe cuestionar
al sujeto su relación a la droga, y no participar en el acoso de jueces y padres para que deje de
consumir.

96
El analista no debe identificarse, debe comprender el contexto social, debe entender otra cosa
que no es la presión de ese contexto.

No debemos prendernos en una lucha que no tiene destino respecto del goce. Tiene destino de
presión pero no tiene destino en cuanto a la función del analista, que es desarticular los funda-
mentos de un goce destructivo, y ese fundamento no se logra con presiones sociales, se logra
con una escucha que exceda a la presión social.

Pero cuidado, porque no se trata de la figura del analista libre que acompañaba todo; eran otros
tiempos de liberación sexual, no somos libertinos. El analista libertino fue un analista que tuvo
una época y tuvo un sentido. Nosotros somos los analistas de la articulación del goce, no de la
libertad sexual, ni de la libertad de goces.

Bueno, seguimos entonces la próxima.

97
VII
ESQUIZOFRENIA: EL DISCURSO ES REAL

En esta oportunidad desarrollaremos la estructura que lleva por nombre esquizofrenia, conti-
nuando con aquello que planteamos la vez anterior.

El nombre esquizofrenia tiene una historia distinta al de paranoia. Paranoia es un nombre de


principios siglo XIX. Esquizofrenia es una formulación de principios del siglo XX, es decir que la
palabra esquizofrenia aparece un siglo después con Bleuler, en el marco del psicoanálisis. Bleu-
ler es contemporáneo de Freud, lo había leído y conocía la teoría freudiana, e hizo un trabajo
sobre la demencia precoz, forma que había desarrollado Kraepelin. Es decir que Bleuler parte
de la demencia precoz para llegar a la esquizofrenia, una enfermedad considerada degenera-
tiva, que va cediendo ese lugar de lo degenerativo, congénito, hereditario a otra causalidad, la
del lenguaje y el discurso. Poco a poco se va haciendo un espacio para introducir al esquizo-
frénico como un ser de lenguaje aunque no de discurso, lo cual implica que es tratable por la
lengua, pero que al mismo tiempo no es un sujeto dividido.

En términos generales, cuando el discurso está en juego, lo que ocurre es que hay movimientos
significantes, que hay metáfora, que hay metonimia, que hay representación del sujeto por un
significante, y su consecuencia es que ese sujeto está dividido. En el campo de la neurosis nos
encontramos exactamente con esto, es decir con un sujeto de discurso, denominado sujeto del
significante. Es allí donde vamos a encontrar y ejercer la división primera entre un yo que se
quiere expresar, que describe situaciones que vive, preocupaciones, es decir que ejerce una vo-
luntad de decir; y lo que se produce en el efecto sujeto, donde el yo no habla sino que es habla-
do por lo que dice. Esta es la orientación en el campo de la neurosis que implica estar en el dis-
curso. Lacan llama a eso sujeto dividido, y Freud inconsciente. Esta es la operación que en tanto
no puede adjudicársele al sujeto psicótico como un sujeto del discurso, impide pensarlo como
sujeto dividido. No es hablado, no tiene la posibilidad de ser hablado por su propio discurso.
Entonces lo que encontramos en el sujeto psicótico es una particular versión de ese ser hablado,
lo que se ha denominado alucinación verbal. Con él no podemos ejercer lo que se impulsa en un
análisis, que es hablar sin pensar, es decir, sin la orientación del yo y su voluntad de decir.

La alucinación verbal es solidaria con lo que Lacan llama la iniciativa del Otro. Eso que viene
de afuera que le habla al sujeto, lo interpela y frente a lo cual en un principio no encuentra
respuesta, es decir, queda perplejo. Es el primer movimiento de lo que llamamos el desenca-
denamiento de la psicosis. Lo habíamos localizado como uno de los fenómenos primarios de
la psicosis, aquello que le habla frente a lo cual queda perplejo. Es la primera respuesta en el
sentido común del término: quedarse perplejo, no saber qué hacer con eso, no tener respuesta
psíquica –dice Freud–, frente a eso que interpela su mundo, lo que denomina trauma.

98
Entonces, mientras en la neurosis el analista con su intervención causa que el sujeto sea habla-
do, en la psicosis se encuentra con que eso ya habló.

La intervención del analista es segunda respecto de lo que el sujeto ya operó. Lo que hace con
el fenómeno primario es lo que denominamos el trabajo de la psicosis sobre el fenómeno ele-
mental.

Cuando ustedes lean las memorias de Schreber1 (en particular en el capítulo VI), verán que no
estamos solamente frente a fenómenos primarios, sino frente un trabajo muy importante de
interpretación y construcción del fenómeno primario. Schreber tiene una gran capacidad de
trabajo sobre los fenómenos primarios, y desarrolla un texto escrito capítulo por capítulo, que
ordena y que organiza su mundo, en su esencia desorganizado, ordenándolo y dividiéndolo
según dioses, según hombres, y sus posiciones según sus cuerpos. Trabajo entonces del sujeto.

Finalmente tenemos tres tiempos:

• fenómeno primario,¿
• perplejidad,
• el trabajo de lo que llamamos la interpretación delirante de ese fenómeno primario.

Sobre ese fondo muchas veces intervienen distintos discursos: la psiquiatría con la medicación,
el analista con sus respuestas que apuntan a desplegar lo que puede denominarse el autotrata-
miento del sujeto. Lo anterior implica una posición diferente a la que parece expresarse en al-
gunas formulaciones freudianas, que sostienen algo que se soltó de ese sujeto y hay que volver
a insertar. El efecto de pretender hacer esto, choca con una imposibilidad de estructura, porque
eso está fuera por estructura; es lo que denominamos forclusión.

La forclusión produce el efecto de que eso elemental aparezca allí en el discurso o en el cuerpo,
enfrentado a lo cual el sujeto no tiene posibilidad de significarlo, darle un sentido, y por lo
tanto, esto retorna al campo del sujeto desde afuera. Forclusión quiere decir que retorna des-
de afuera, por ejemplo, en un fenómeno elemental que se llama alucinación verbal, donde el
sujeto se queda perplejo, lo que quiere decir que no lo puede significar. El psicótico responde
a este fenómeno con un delirio y el neurótico con la llamada significación fálica, que es una
significación compartida, que en el análisis dejará su lugar a la asociación libre, a la búsqueda
de un sentido último que es el fantasma fundamental.

Esto plantea una vieja discusión respecto a si la categoría lacaniana de sujeto se puede utilizar
en el campo de las psicosis. Lacan respondió que sí se puede. La pregunta tiene su razón de ser
en la medida que sujeto y discurso son interdependientes. Afirmamos al mismo tiempo que el
psicótico está fuera de discurso, o sea que habla, pero no está en el campo del discurso. Por eso
el discurso ahí no es el del sentido común, sino es el discurso en su esencia y en su estructura
de funcionamiento. Es lo que produce el efecto sujeto.

1- SCHREBER, Daniel Paul, Memorias de un enfermo nervioso, 1. ed. Buenos Aires, Ed. Perfil, Agosto de 1999.

99
Si hay sujeto fuera de discurso, esto tiene por consecuencia mínima la reformulación de la ca-
tegoría de sujeto, en particular, lo que se denominó sujeto del significante.

Lo que Lacan llama discurso amo es el discurso de representación del sujeto por el significante,
lo que denomina también discurso del inconsciente. Esta es la estructura cuatripartita del dis-
curso amo, que se lee en términos muy generales, sin entrar en el detalle de lo que esto implica.
Cuando alguien está más allá de su voluntad de decir, esto quiere decir que se deja representar
por un S1, significante amo, y en tanto tal se representa como sujeto dividido. Un

significante amo es un verdadero significante en la medida que se articula a otro significante,


que como tal –en ese momento de la enseñanza de Lacan–, se articula y se encadena a otro sig-
nificante, que en este caso representa todos los otros significantes de lo que podríamos llamar
la cadena significante, por un S2.

Esto dice Lacan en ese momento acerca de la naturaleza del significante, que para serlo nunca
puede estar solo, siempre tiene que estar encadenado. Si está desencadenado es un neologismo
y se trastorna todo ese discurso.

Entonces tenemos en el piso de arriba S1, S2, lo que da cuenta de lo que nombré como metáfora
representación del sujeto y todos los efectos de significación que ocurren cuando uno se deja
hablar y está en el discurso.

Esto implica poder resignificar la propia historia, implica poder interpretarla, lo que pone en
juego una forma de memoria que se llama la rememoración y que es distinta a la memoria de
hechos que puede tener un esquizofrénico, que no puede resignificar su historia en este sen-
tido, sino que puede tener una memoria a veces muy puntual. Cuando uno le pregunta a un
esquizofrénico cuándo ocurrió tal cosa, puede responder que a los 18 años y 3 meses sin dudar.
Es decir que esa memoria la tiene, lo que no puede es reinterpretar, resignificar y darle sentido
a esos hechos, que es lo que permite esa relación S1, S2 donde lo que se representa no es lo que
yo quiero decir sino al sujeto dividido.

Decíamos entonces que cuando estamos en este dispositivo del inconsciente en ejercicio, no
el del inconsciente mudo sino del inconsciente que está en marcha –o sea cuando somos ha-
blados–, el efecto es un producto que queda fuera, el objeto a. Es lo que se llama el lugar del
producto.

Cuando el objeto a está incluido en la cadena significante se rompe la cadena, y lo que se pro-
duce es S1, S1, S1, sin ese S2 que proviene de ese movimiento de retroacción o significación.

Otra forma de explicar este mismo fenómeno, es decir que el sujeto psicótico está identificado a
su yo. Esto puede observarse particularmente en el caso del paranoico, que está absolutamente
convencido de lo que dice, piensa y siente, y actúa en consecuencia; es lo que se llama el fenó-
meno de la certeza. La psiquiatría lo denomina convicción delirante. Es la certeza que no sólo se
muestra en lo que el sujeto dice, sino que a veces es perceptible en los actos que realiza, y en sus
interpretaciones que son inapelables, inquebrantables.

100
Esta representación, en el campo de la psicosis está alterada. Entonces ¿cómo podemos pensar
a un sujeto en la psicosis? Este sujeto no es el que se divide bajo los efectos del significante, sino
un sujeto que llamaremos sujeto del goce. Es en la “Presentación” de Las memorias de un neurópa-
ta, en el año 19662, donde Lacan distingue dos sujetos: el del significante y el del goce. Lo dice
así: “La temática que nosotros medimos con la paciencia que exige el terreno, donde queremos
hacer escuchar en la polaridad, la más reciente para promover allí el sujeto del goce en el lugar
donde estaba el sujeto que representa un significante para otro significante siempre otro, eso
que nos va a permitir una definición más precisa de la paranoia como identificando el goce en
el lugar del Otro como tal3”.

Cuando un sujeto está en cadena, digamos está representado, es un sujeto que tiene movilidad,
es decir que hoy se representa por un significante y mañana por otro. En ese caso, decimos que
el sujeto es móvil, porque no está fijado a una posición, y esto es lo que daña en el campo de la
neurosis, que ese sujeto que está dividido sea un sujeto con cierto grado de indeterminación;
pero esto es de estructura, porque el sujeto está representado por significantes que se mueven,
y al moverse, desplazan al sujeto en su representabilidad. Cuando los significantes no se mue-
ven, el sujeto está clavado en esos significantes que lo representan, porque esos significantes
no tienen movilidad.

Pero hay otra forma de desconocer esta estructura, que es el discurso yoico que, por ejemplo,
estoy pronunciando ahora que también fija al sujeto pero de forma imaginaria e inconsistente.
Esta fijación es transgredible por la respuesta del analista, esta orientación que fija ya no el
significante que representa al sujeto, sino la palabra que representa a un yo, que es la palabra
del diccionario, y que no representa al sujeto sino a la voluntad de decir. Es lo que tenemos
para hablar, sino no podríamos comunicarnos, no se podría enseñar, porque si se ejerciera la
asociación libre, es la división del que habla lo que se enseñaría. Todos los temas se van despla-
zando y destituyendo, para probar que la palabra en su esencia no comunica, no describe sino
representa. El discurso que arma el yo siempre es frágil en su base, por lo tanto la presencia del
sujeto siempre es posible. Está ahí, vale un traspié, un olvido, para que el sujeto de signos de
su presencia.

Por eso Lacan cuando enseña dice muchas veces: “cuando hablo y enseño estoy en posición
analizante”. Quiere decir que está muy cerca de su división subjetiva, porque el hablar implica
estar al borde de esa presencia, por esa inconsistencia del yo.

La función representativa del significante amo se pluraliza en la esquizofrenia, o sea que no va


a haber uno solo, sino diversos S1.

Enjambre dice Miller respecto de este S1. En vez de un S1 que me representa para otro signifi-
cante, es un enjambre de significantes; me representan distintos significantes. En la medida que
lo representan varios, no se producen entre estos significante efectos de articulación o de enca-

2- LACAN, Jacques, Autres écrits, editions du Seuil, París, 2000, “Présentation des Mémoires d’un névropathe”, présentation de la
traduction de P. Duquenne, (1966) in Cahiers pour l’Analyse, 1966.
3- LACAN, Jacques, Autres écrits, ibidem, página 215.

101
denamiento entre ellos. Los nombres habituales de estos encadenamientos son la metáfora, el
punto de capitón, la anticipación y la retroacción.

Este enjambre produce entre otros el efecto de lo que se denomina lenguaje de órgano, el que
se manifiesta en el hecho de que el esquizofrénico no puede organizar su cuerpo. Esto puede
producirse en varios niveles, uno referido al desajuste entre el órgano y su función, y otro en la
relación entre órganos. En conclusión, todos estos disfuncionamientos nos permiten concluir
que el esquizofrénico no tiene cuerpo, si precisamos que tener un cuerpo es poder manejarlo.
Es el efecto necesario que se produce cuando los significantes no pueden regular el goce, y por
consecuencia, ese goce no se localiza.

Lenguaje de órgano quiere decir entonces que los órganos no están armónicamente constitui-
dos en un cuerpo unificado, y además, el que porta ese cuerpo no lo puede manejar de acuerdo
a su voluntad, no lo puede usar, o sea lo usa bizarramente, con manierismos, con movimientos,
etc. Los órganos hablan cada uno por su cuenta, como principio general; después tendremos
que ver en cada caso cómo habla, qué órgano habla, por que no es que todos los órganos hablan
al mismo tiempo, basta con que hable uno. En Schreber se ve muy claramente cómo su cuerpo
se infla, se mueve, y tiene nervios que tienen la función de comunicación con Dios. Se organiza
todo un cuerpo que nada tiene que ver con el cuerpo que vemos en el espejo, con aquel por el
cual nos reconocemos mutuamente. Ustedes pueden leer las memorias de Schreber para ver
qué cuerpo extraño se arma allí, un cuerpo del que si hiciéramos un dibujo, sería una especie
de monstruo, un especie de Frankestein. Tendríamos que incluir la unificación de los nervios,
o en su cabeza poner hombrecitos, y estaríamos muy lejos de lo que se llama el cuerpo estético
y armónico, aunque este padezca algunas distorsiones naturales del exceso de comida o del
exceso de años, que lo van transformando, pero que no alcanzan a enfrentarnos con nuestro
cuerpo como Otro.

Fuera de las psicosis, tenemos trastornos del cuerpo, hay cosas que se desregulan, pero no lle-
gan a desprenderse del cuerpo. La voz misma puede tomar efectos de alteridad con el propio
sujeto, y entonces produce el efecto de que se dice cosas. Esto es prototípico en el neurótico
obsesivo y sus ideas que se le imponen. Cuando la voz se desprende se produce la ruptura del
discurso interior. En el campo de la paranoia tenemos un Otro consistente con el cual el sujeto
hace la experiencia de ser hablado. Ese Otro toma consistencia de goce y pierde valor simbóli-
co, quedando el goce localizado en el Otro, convirtiéndose en una amenaza para el sujeto.

Entonces el delirio constituye otro cuerpo que como se ve no se hace de carne y hueso.

En particular la esquizofrenia ilumina un dato constitutivo de todo sujeto, que es que no tene-
mos un cuerpo de nacimiento, aunque lo tengamos desde el punto de vista fisiológico. El ser
humano –a diferencia del animal–, no es un cuerpo sino que tiene que adquirirlo por medio de
los recursos simbólicos, reales e imaginarios que se lo permitan; de ahí que los síntomas en el
cuerpo pueden pertenecer a cualquier estructura.

No quiero dejar de mencionar en este camino de hacerse un cuerpo, la función del objeto. En
Freud esto se presenta bajo la forma de los objetos libidinales. Lacan los reformula como obje-

102
tos enmarcados por la demanda y el deseo, para precisarlos como profundamente corporales.
Es en la dialéctica con estos objetos que se constituye un cuerpo, y es en los trastornos de esta
dialéctica donde el sujeto tomará su decisión: neurosis o psicosis.

El cuerpo puede desregularse sin que se trate de la esquizofrenia. En oportunidades, la entrada


en análisis produce este tipo de efectos de extrañamiento y despersonalización que dan lugar
a que Lacan se esfuerce en distinguirlos en el seminario sobre La angustia4 de los fenómenos
similares que encontramos en la esquizofrenia.

Las dietas, la gimnasia y la cirugía estética son respuestas a estos fenómenos. La cirugía esté-
tica a veces interviene como un acto de regulación de un cuerpo para aprehenderlo y poder
captarlo, y a veces es un acting que en tanto tal no detiene el trastorno. Se trata en general de
un cierto exceso del cuerpo que pretende ser regulado. Cuando es un acting, eso insiste, por lo
que el goce que se desregulaba en ese cuerpo y que la cirugía estética pretendió regular, falla y
vuelve la cirugía estética, que intenta darle otra vuelta. Es interesante observar muchas veces
cómo la cirugía estética se realiza en cuerpos que no tienen nada de antiestéticos.

Me estoy refiriendo a alguien en particular que consideraba que su cuerpo era excelente, pero
trataba de lograr la perfección, siempre le faltaba algo más, y casi lo logra encontrando la justa
medida, pero quedó una marca producto de la intervención. Algo siempre escapa, es lo que
denominamos objeto a. Que escape no quiere decir que no tenga una ubicación posible, una
regulación, pero si no la tiene, retorna como trozos de cuerpo desarticulado. La cirugía estética
ha sufrido desplazamientos; al principio, era una forma de prolongar la juventud, pero hoy es
también una búsqueda de la perfección. El psicoanálisis parte de este punto de imposible, del
hecho de que siempre hay una marca. Lacan en el seminario de La lógica del fantasma5 lo precisa-
ba así: “no hay universo del discurso o bien no hay catálogo de los catálogos”. Un síntoma será
aquello que se produce alrededor de este punto irregulable. Es el sentimiento de que algo se
desregula. Es posible que un acto lo regule y punto, allí se detiene. Pero si no lo hace, entonces
tendremos acting o síntoma, y el psicoanálisis será convocado.

Dijimos que si comparamos la esquizofrenia con la paranoia, encontramos orientaciones di-


ferentes. La paranoia dirá (como escuchábamos en la presentación de enfermos): “dame una
ametralladora y yo me ocupo del gobierno”. Pero en cambio, el mundo de la esquizofrenia se
orienta al mundo interior. Es en este punto que podemos decir que el fenómeno elemental en la
paranoia lo encontramos en el discurso, y en la esquizofrenia en el cuerpo.

Vuelvo a decir que el fenómeno elemental es aquel fenómeno que aparece recortado de toda
significación, frente al cual el sujeto puede elaborar un delirio, pero no puede entender lo que
pasa, no puede darle sentido. Es por eso que todo dato del cuerpo que desarticule su armonía,
en el campo de la esquizofrenia se convierte en un fenómeno elemental. Es por ese motivo que
en las presentaciones de enfermos, cuando presumimos estar frente a un esquizofrénico, las
interrogaciones sobre el cuerpo no pueden ni deben ser evitadas, porque es allí donde se va a
jugar lo que llamamos el fenómeno elemental, y no en el discurso.

4- LACAN, Jacques, Seminario La angustia, 1963, inédito.


5- LACAN, Jacques, Seminario La lógica del fantasma, 1967, Inédito.

103
En el campo de la esquizofrenia lo que va a subrayar Lacan no son tanto los fenómenos ele-
mentales en el discurso, sino todo el discurso como un fenómeno elemental, lo que quiere decir
que no es un verdadero discurso con representación, retroacción, significaciones y resignifica-
ciones. Por eso la memoria se mantiene, pudiendo recordar perfectamente datos de su historia,
pero lo que no puede es reinterpretarla.

El manual de psiquiatría que consulté es el de Henri Ey6, un psiquiatra particular, que se inclu-
ye en lo que se llamó la psiquiatría dinámica, no en la psiquiatría clásica, dice que en la esqui-
zofrenia se produce una habla de la fisura del yo, o sea que vamos a hacer una división entre la
psiquiatría que sostiene el déficit, el deterioro, la división y la escisión versus el sujeto del goce.

Es la alternativa que plantea Lacan a pensar la cuestión en términos de déficit o deterioro, para
encontrar en el campo de la esquizofrenia no el déficit, sino ese reconocimiento de ese sujeto
particular que llamamos sujeto del goce.

Pero ahora veamos el modo drástico en que el DSM-IV hace desaparecer la estructura cuando
habla de esquizofrenia.

Henri Ey describe en la esquizofrenia la actitud de rechazo, la desconfianza y la distracción,


aquellos fenómenos que Freud va a interpretar como introversión de la libido, y define como el
mecanismo psíquico de la esquizofrenia. O sea que la libido se retira del mundo y va hacia el
campo del sujeto, hacia el campo de su cuerpo, interpretado como una actitud de rechazo. En
verdad, decir que el esquizofrénico se encuentra en una actitud de rechazo, implica, sin saber-
lo, darle una significación. Pero en verdad ese fenómeno que interpreta el psiquiatra como de
rechazo, no lo es tal, no se trata de un rechazo a nada, sino que es la introversión de la libido,
que produce el efecto de ese aparente rechazo. Por eso nuestro camino como analista es dejar
que el sujeto signifique o delire y no sumar significaciones. Cuando alguien está callado, no de-
bemos decir que nos rechaza o no nos quiere. Ese es un delirio neurótico de significar todo, que
también lo tenían los analistas pre-lacanianos, es decir que interpretaban en la transferencia
significando como dirigido a la persona del analista todo lo que decía el sujeto. El equivalente
de esto en el campo de la literatura se produce cuando se hace la psicología del autor, y se ex-
plica un texto por la biografía de ese autor.

Hay un texto de Margueritte Yourcenar7 que acaba de salir sobre Yukio Mishima, un escritor
japonés significativo, que finalmente a los 45 años hizo lo que se llama el Seppukú, es decir
el suicidio ritual japonés. M. Yourcenar hace un trabajo sobre la obra y la vida de Mishima y
distingue ahí algo muy interesante para nosotros, lo que es la persona –lo que les interesa a los
medios, la persona y los datos anecdóticos de la persona–, y propone en el lugar de eso que lo
que hay que precisar es al autor, no a la persona del escritor y sus anécdotas biográficas. Y el
escritor, para nosotros el sujeto, se lee no en la biografía real de su vida sino en su obra.

Su obra construye a un escritor que no coincide con la persona. Este siempre es nuestro trabajo.
Construimos al autor de un discurso, que es lo que llamamos sujeto y no nos ocupamos de las

6- EY, Henri y otros, Tratado de psiquiatría, 8. ed., Ed. Masson, Barcelona, 1992.
7- YOURCENAR, Marguerite, Mishima o la visión del vacío. Ed. Seix Barral. 2002.

104
anécdotas de su vida personal. O mejor dicho, nos ocupamos pero para construir al escritor,
porque las anécdotas de la vida personal se hacen discurso y al hacer discurso nace el escritor,
siempre que lo sepamos detectar. Nace el escritor que para nosotros es el sujeto de un discurso.
Pero eso no lo leemos desde la vida sino lo leemos desde el relato, no desde la biografía, sino
desde el texto que escribe o del texto que detectamos en su hablar.

Retornando al tema del rechazo y la desconfianza en la esquizofrenia, si bien hay esquizofre-


nias paranoides, en lo que podríamos llamar la esquizofrenia pura no hay tal desconfianza,
hay retiro de la libido, lo que produce el efecto de que el sujeto parece desconfiar del mundo,
aunque se trata de una significación atribuida al sujeto esquizofrénico por quien desconoce
cual es el mecanismo psíquico.

Lo que sí hay es el delirio de influencia, ciertos en la esquizofrenia, y hay una figura que po-
demos denominar la del telépata o la transmisión de pensamiento. Temas de influencia, de
envenenamiento, todos fenómenos que comienzan a confundir la división entre esquizofre-
nia y paranoia, porque empieza a ocurrir que efectivamente hay ciertos fenómenos que hacen
coincidir y borrar las diferencias de estructura. Es decir que en el campo de las esquizofrenias,
el envenenamiento es un hecho real que puede ocurrir, pero eso los hace superponer con la
paranoia. Esto es lo que ocurre siempre cuando nos dirigimos al campo del fenómeno, y todo
debe terminar en el campo de la lógica de ese fenómeno, en el más y el menos, más persecución
o menos persecución, por ejemplo.

Estamos así en el campo de lo que Freud llamó el campo energético, el campo de lo más y de
lo menos cargado, de la mayor o menor proyección que con el tiempo se desplazó de mane-
ra tal que en la historia del psicoanálisis la teoría energética fue leída de diferentes maneras.
Por ejemplo, el kleinismo utilizó lo masivo, la proyección masiva, como definitoria de una
estructura, lo que en realidad implica que no saben leer esa estructura en juego. Así, entran las
cantidades que sólo son medidas por alguien, por un sujeto que es el psiquiatra, el médico o el
analista, quien decide con su propia subjetividad lo que es más y lo que es menos. O sea que es
el interlocutor de la psicosis o de la neurosis, como el amo que define lo que está correcto y lo
incorrecto, lo que es masivo o no. Debemos destituir a ese amo y poner en su lugar la estructura
que separa los campos.

Henri Ey, en el manual del que veníamos hablando, dice que la idea delirante puede estar
expresada, vaga, oculta, o por el contrario, ser dogmática o absoluta. Si nos ponemos del lado
de la esquizofrenia hipotéticamente pura, más bien subrayaríamos la dificultad para expresar
la idea, más que el dogmatismo de la idea, porque allí, más bien estamos en el campo de la
paranoia, donde la otra descripción masiva es que en la paranoia el delirio se hace sistemático,
más fácil de concentrar, mientras que en la esquizofrenia el delirio no se consigue articular co-
herentemente, y por lo tanto da esa apertura que hace difícil la regulación.

Ese delirio esquizofrénico pobre en su articulación plantea las dificultades particulares del tra-
tamiento de la esquizofrenia.

105
Recuerden que en el campo de la paranoia, para la psiquiatría clásica, está la erotomanía, que
sería el paradigma de una idea dogmática, lo opuesto a lo que se produce en la esquizofrenia.
En la erotomanía lo que describe la psiquiatría es un postulado inamovible, aquello que Freud
formuló con la frase “él me ama”. Si han tenido oportunidad de ver una erotómana, se encon-
trarán con que a veces la histeria bordea este campo de la erotomanía. Este postulado hace que
el sujeto sostenga el sintagma “me ama”, a pesar, por ejemplo, de que no ve a su partenaire hace
diez años. Y es desde ese sintagma que interpreta los malos tratos, los alejamientos, el casa-
miento del otro, la paternidad o maternidad del sujeto, todos signos no explícitos de amor. De
ese modo, el sujeto está representado por un postulado único desde el cual interpreta todos los
actos del mundo, y es allí donde se plantea aquello que podríamos llamar dogmático.

En la esquizofrenia se trata de lo contrario; es en este sentido, antidogmática, más posmoder-


na; se trata más del relativismo que del dogmatismo. Podríamos decir: el paranoico dogmático
versus la esquizofrenia posmoderna.

En esta línea se introduce en el campo de las esquizofrenias lo alucinatorio, las experiencias


alucinatorias, pero me gustaría más subrayar el fenómeno de despersonalización.

Como dato preciso de la pura estructura de la esquizofrenia debemos tener en cuenta la des-
personalización, y es por eso que Lacan, en el Seminario 108, junta a la esquizofrenia con la his-
teria. Las dos estructuras clínicas se unen en el extrañamiento y la despersonalización. Ese es el
borde con el que nos encontramos cuando aparecen fuertes efectos de despersonalización en la
histeria que nos hace preguntar si nos hemos equivocado en el diagnóstico, y es donde puede
a veces aparecer una esquizofrenia donde supusimos una histeria.

Quien coincide más con la paranoia en ciertas oportunidades es el obsesivo, por esas ideas
impuestas que le vienen de afuera, que le dicen lo que debe hacer, y que hacen que muchas
veces un obsesivo desencadenado, preso de esas ideas obsesivas que lo conducen y alteran su
pensamiento, se encuentre en un impreciso cruce con la paranoia. Para encontrar esta frontera
no debemos confundir al obsesivo con alguien ordenado.

El pensamiento obsesivo, el síntoma obsesivo, no es un pensamiento aburrido e insistente. Para


que sea un verdadero síntoma obsesivo la idea se debe despegar del yo, y entonces ya no apa-
rece como un tipo pesado que siempre dice lo mismo. En ese fenómeno obsesivo, se incluyen
todos los aburridos. Aunque hay histéricos que también son aburridos.

La idea obsesiva es una idea que se impone a la voluntad de decir. Si cuando estoy hablando
me aparece la idea: “las ovejas tienen lana”. ¿Qué hago?, la desecho y sigo con mi discurso.
Entonces no es un síntoma. Cuando lo es, me altera, me interrumpe, provoca un hueco en mi
voluntad de decir. Eso sí es un síntoma.

En esa precisión de la neurosis obsesiva como síntoma en el pensamiento, eso viene de afuera,
lo que hace difícil distinguir cuando es una voz que habla o es un pensamiento que se impone.
Tenemos entonces el par neurosis obsesiva/paranoia, y por otro lado, histeria/esquizofrenia.

8- LACAN, Jacques, Seminario La Angustia (1963), inédito.

106
H. Ey también subraya como un fenómeno patognomónico de la esquizofrenia la interceptación.

¿Qué es la interceptación según Henri Ey? La interrupción de un discurso, aunque no es un ele-


mento diagnóstico en sí. Puede ser una interceptación psicótica, o puede ser algo que no quiere
decir, algo que no quiere hablar y que aparece en el discurso como que se calla algo, inclusive
un secreto. Pero también puede ser el ocultamiento de una interceptación psicótica, y si uno
le pregunta por qué se interrumpió, responde que porque hay temas sexuales que no quiere
hablar, y eso no es una interceptación psicótica, pero puede encubrir a esa interceptación, sig-
nificando como secreto lo que es una verdadera interceptación.

Por eso cuando alguien en el fenómeno se intercepta, tenemos que distinguir el pequeño mal
–que produce las ausencias–, del secreto neurótico, o del secreto psicótico que encubre la inter-
ceptación psicótica.

La interceptación psicótica implica que allí aparece un vacío que no puede ser significado.

La psiquiatría define a la interceptación del siguiente modo: “El relato se para bruscamente.
Durante algunos segundos el pensamiento se eclipsa. En el lenguaje, mutismo a veces inte-
rrumpido por injurias verbales”. Pero según esta definición no podemos distinguir si la inter-
ceptación es alguna de estas variantes que anuncié antes. Se interrumpe el discurso, el pensa-
miento se eclipsa, es exactamente la definición de lo que podría ser el petit mal de la epilepsia,
una ausencia, que muchas veces provoca accidentes a repetición.

Había un estudio que había hecho Pichon Rivière de los accidentes en colectivos, y detectó
haciendo electroencefalogramas que muchos colectiveros padecían el petit mal y que tenían
pequeñas ausencias de un segundo, momento en que se pasaban un semáforo en rojo.

La interceptación en el campo epiléptico es el sujeto que está hablando y se queda mudo, y con-
tinúa como si nada, y al preguntarle qué pasó, responde que no pasó nada, y ni se dio cuenta
de esa interrupción en su discurso. Es una ausencia sin memoria y sin registro del sujeto, muy
observable porque hay una clara falta de memoria de lo que allí ocurrió.

Fíjense que cuando en la definición dice: en el lenguaje, mutismo, esto coincide con el campo de
la esquizofrenia que estoy precisando, pero agrega que a veces se interrumpe por injurias ver-
bales; y esto es la paranoia. Lo que les quería mostrar con estas cuestiones, es que si no ordena-
mos la estructura en relación al fenómeno, como la psiquiatría, no sabemos en qué estructura
estamos, porque al lado del mutismo, que subraya la esquizofrenia, están las injurias verbales,
que se dibuja del lado de la paranoia, y es así que la estructura comienza a borronearse.

También plantea Ey que hay cuestiones hipocondríacas. Todo lo que estamos diciendo del cuerpo
se puede leer en el campo de la esquizofrenia como temas hipocondríacos. Son fenómenos de
trastorno del cuerpo, y allí tendremos que distinguir lo que son los miedos hipocondríacos de
un neurótico, de lo que son los anuncios o transmisiones o expresión de lenguaje de órgano
que se lee como el estómago que toma vida propia. Recuerden que los neuróticos usan muchas
veces metáforas respecto del cuerpo que no siempre son fáciles de distinguir de dicho lenguaje
de órgano. Entonces, hay que indagar estas metáforas para verificar su consistencia como tales.

107
Los histéricos suelen usar muchas de estas metáforas sobre el cuerpo, y hay que interrogar sus
sentidos cuando dudamos del diagnóstico, para verificar si aparece la interpretación delirante
que el sujeto realiza de dicho órgano.

Todo es cuestión de explorar en el discurso, de indagar en esta afirmación, esa metáfora, esa
interrupción, y el sentido que tiene para el sujeto. Por eso definir una estructura depende de la
interrogación que se haga. Y si no hay tal interrogación, se puede fluctuar entre psicosis y neu-
rosis, y éstos son los déficits con que nos encontramos muchas veces en una presentación de
enfermos donde la pregunta que faltó impide el diagnóstico, y nos deja frente a una estructura
difícil de determinar.

Finalmente, Henri Ey describe el autismo como lo más fundamental de la esquizofrenia. Esta-


mos de acuerdo, esto va en la línea del encierro, con el retiro de la libido del mundo, o sea que
el autismo, desde nuestra perspectiva, queda destacado en el relato de la psiquiatría.

Pero el cuerpo en la esquizofrenia es fundamental para no atribuirle al psicoanálisis lo que


también dice la psiquiatría, que sostiene que “el cuerpo está presente en la esquizofrenia de
una forma particular, en la relación entre el órgano y el cuerpo”. Está bien precisado diciendo
que en el campo de la esquizofrenia hay una especie de diálogo o dialéctica entre el cuerpo to-
talizado y el órgano que allí no se vela, y es muy importante esta idea del velamiento. Tenemos
noción de la existencia del cuerpo cuando nos duele, porque sino el cuerpo funciona mudo; es
cuando aparece un trastorno del cuerpo que nos enteramos que tenemos un cuerpo. El cuerpo
habla. Y habla bajo la forma del dolor, la molestia o el trastorno. Si lo entendemos en el campo
del lenguaje, todo lo que decimos cuando nos duele una rodilla lo tenemos que traducir por la
rodilla que nos habla o la cintura que nos habla. O sea que allí hay un mensaje. No es del hueso
de la rodilla, es del sujeto del lenguaje que significa eso como mensaje.

Y esto es muy claro si lo entendemos con sutileza, aunque algunos son sordos a esa rodilla que
habla y siguen corriendo, jugando con su rodilla hasta que producen un daño mayor. Dicen
los kinesiólogos que al dolor en el cuerpo hay que respetarlo; pero hay sujetos que dicen que si
no duele no sirve, de modo que hay que seguir a toda marcha, que el dolor se cura corriendo,
hasta que se quiebran.

Hay otros que por un leve dolor de rodillas van a escuchar el mensaje de la muerte, en el otro
extremo, y van a ir corriendo al traumatólogo para que les descarte un tumor de rodilla. La
rodilla habla y los huesos hablan.

El esquizofrénico tiene dificultad para ubicar las funciones de su cuerpo, de sus órganos.

Cuando puedan lean el Capítulo VI de las memorias de Schreber para precisar qué queremos
decir con transtornos del cuerpo y sus funciones para el esquizofrénico. Estos trastornos tam-
bién se leen en la enuresis y en todas las dificultades infantiles en el manejo del cuerpo, que
depende del orden simbólico que va ordenando funciones y órganos. Esto incluye también, por
ejemplo, el uso del pene, que no es una función natural del cuerpo masculino, sino que debe

108
su puesta en marcha a las marcas que el significante deja en el órgano y que comúnmente se
significan como castración.

Y sabemos que cuando el pene no está bien simbolizado, algunos hombres padecen dificulta-
des en su uso, hasta sentir que no lo tienen o carecer de la sensibilidad adecuada. Ya no se trata
de una falla en la erección, sino que no tienen sensibilidad en el pene.

Cuando el cuerpo habla, la medicina siempre está convocada, con su instrumento, que es la
medicación. La medicación no escucha síntomas, ni por lo tanto sujetos de ningún goce par-
ticular. Lisa y llanamente apunta a suprimir dichos síntomas, pero lo real insistirá. Este es un
problema general de la ciencia.

Pero no hace falta ir tan lejos, a veces son los propios padres los que no escuchan los síntomas
de un hijo. El hecho de que sean psicoanalistas no es una garantía en este plano. Es así que la
enuresis de un chico, insistente, puede ser rechazada por los padres como síntoma, que no es-
cuchan que ahí pasa algo y que responden diciendo que esto no es problema, que es solamente
que el niño tiene sueño pesado, y en consecuencia el padre sólo se levanta a medianoche para
llevarlo al baño. Esto puede durar hasta los 16 años.

La medicación tiene una función que es tomar el síntoma pero desconocer al sujeto que habla.
Así, el Viagra resuelve el síntoma de la impotencia anulando el miedo a la no erección. No hay
análisis del síntoma allí. Noten que en este punto hay una alternativa: entre el síntoma que
construye una demanda de análisis, o la medicación que lo suprime. Toda la cuestión es si eso
insiste o no. Además, es de destacar la insistencia del síntoma bajo otras formas más complica-
das que el síntoma inicial.

Por ejemplo, se puede hacer uso del Viagra para alcanzar la satisfacción de una histérica. Cuan-
do con el cuerpo propio no alcanza, entonces hay que sumar Viagra a un hombre potente para
ver si alcanza la satisfacción de la histérica y rendir más. Para mi sorpresa, he escuchado esto
de un hombre que nunca tuvo problema de impotencia, y que me entero años después que usa
Viagra para poder responder con más fuerza a las demandas de una histérica, que además le
pide no sólo eso, sino muchas otras cosas para las cuales no hay Viagra: que abandone a su mu-
jer, que abandone a sus hijos, y que se vaya a vivir con ella; pero no puede tomar Viagra para
eso, y entonces lo que produce son desórdenes en su mundo.

No es que estamos contra la medicación, que es absolutamente necesaria en el campo de la


psicosis y en oportunidades con los neuróticos. Lo que quiero es advertir que todo esto que
decimos entra en el campo del aplastamiento del síntoma, y que la escucha de ese síntoma es
siempre importante. La medicación lo desplaza, le da una nueva forma al síntoma. Lo encubre
quiere decir no lo hace tan visible, lo oculta, lo aplana y eso salta violentamente por otro lugar.

Si radicalizamos el desconocimiento de la estructura de la psicosis en la esquizofrenia, en parti-


cular tenemos todos las idas y vueltas de la psiquiatría de las que el psicoanálisis se ha alimen-
tado, que asimilamos, repensamos y reformulamos.

109
Tenemos también una versión psiquiátrica desmerecida, empobrecida, que avanza mucho más
en el desconocimiento de todas las estructuras y de todas las precisiones; es lo que se llama el
DSM-IV.

Hay tres páginas dedicadas a la esquizofrenia en el DSM-IV9, este manual que ustedes pueden
consultar. Y me interesa presentarlo porque es con lo que nos encontramos hoy, y no con la
psiquiatría clásica, con las respuestas medicamentosas ligadas al DSM-IV. En todos los lugares
donde nos movemos está su presencia, hasta cuando tenemos que hacer un recibo para una
prepaga –donde dice diagnóstico de acuerdo al DSM-IV–. En los hospitales, en el mundo de la
psiquiatría, la llamada bipolaridad se ha difundido de una forma casi divertida, si es que no
tuviera consecuencias negativas para algunos pacientes. El diagnóstico superficial de la bipo-
laridad implica una medicación que no siempre es adecuada a la estructura que está en juego
y que la mentada bipolaridad encubre.

Un esquizofrénico no desencadenado tomado por bipolar y medicado con antidepresivos, lo


motoriza con una energía para la que no tiene un marco psíquico adecuado, y esto lo acerca
peligrosamente a la descompensación.

A la inversa hay antipsicóticos actuales llamados de última generación, con los cuales se medi-
ca a neuróticos descompensados. Esto quiere decir que los estabilizan borrando el síntoma. Y
no está dicho que la compensación es lo que mejor le puede pasar a un neurótico. La neurosis
produce estragos en la vida de una persona, es lo que podemos llamar muchas veces un silence
killer.

El DSM-IV define la esquizofrenia como “un trastorno con síntomas psicóticos como caracterís-
tica definitoria”. Nosotros hablamos de una estructura psicótica con síntomas de diverso orden
que ordenamos de acuerdo a la estructura. En cambio, según ese manual, es un trastorno que
nombra algo que no se sabe muy claramente qué es, que tiene síntomas psicóticos.

La idea del síntoma en el lugar de la estructura, abre el camino a la posibilidad de su supresión


especialmente por vía medicamentosa, lo que indica una cierta coherencia entre manejarse en
el campo de la respuesta medicamentosa, con desplazar la psicosis al síntoma, ya que la medi-
cación va a dirigirse a ese síntoma.

Desde el psicoanálisis lo que se llama trastorno en verdad es la estructura, y la medicación


produce efectos que desconocemos cuando suprimimos el síntoma. Suprimir desde nuestra
perspectiva, conlleva el saber qué suprimimos y qué queda en su lugar.

Por ejemplo, si consideramos el caso Schreber, quitarle el delirio y la alucinación es alejarlo de


los recursos con los que cuenta para hacerse un cuerpo y un lugar en el mundo.

9- AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION, DSM-IV: Manual de diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. 1. ed., Ed.
Masson, Barcelona, 1995.

110
La apuesta del psicoanálisis es no oponerse a los recursos del psicótico, y por eso hablamos de
autotratamiento. Porque no le inventamos recursos, sino acompañamos y causamos el invento
que lo instrumenta para hacerse un cuerpo en el campo de la esquizofrenia.

El DSM-IV, al hablar del psicótico lo refiere a ideas delirantes y a alucinaciones manifiestas, y


agrega la ausencia de conciencia de enfermedad. O sea que reintroduce un viejo enemigo nues-
tro que se llama la conciencia de enfermedad.

Son datos muy atractivos, porque todo sería tan fácil si pudiéramos determinar si se da cuenta
o no que está loco. Si bien hay locos que parece que se dieran cuenta, hay otros que claramente
no se dan cuenta. Podríamos diagnosticar las cosas por el grado de conciencia que tienen de su
enfermedad.

En relación a la alucinación y el delirio, en este caso, no dependen de la estructura interna de


esos fenómenos sino de un factor externo que es la conciencia del sujeto respecto de si está de-
lirando. Esa conciencia es subsidiaria de categorías como la normalidad.

Ahí veremos avanzar un prototipo de hombre y un prototipo de mujer, que son los llamados
“normales”. Esa conciencia sabe de enfermedad y salud, sabe de la normalidad. Sería intere-
sante interrogarla sobre sus fundamentos.

Así, el sujeto y su delirio se definen desde esa conciencia que es completa, llena de prejuicios,
llena de condicionamientos sociales, llena de prejuicios respecto a lo que es el otro, y dibuja en
el horizonte alguien “normal” y alguien que también es “normal” que puede medir la norma-
lidad de ese sujeto. Detrás de la mentada conciencia vamos a encontrar al –dicho irónicamen-
te– “terapeuta”; y por lo tanto vuelve el psicoanalista, psiquiatra, médico o lo que fuere, con el
dibujo de lo que él determina como normal, como conciencia de normalidad.

Y por supuesto este es el primer paso. El segundo paso es cómo ese sujeto debe vivir, cómo
ese sujeto debe progresar y finalmente cuándo ese sujeto está curado, según la versión que el
“terapeuta” tiene de dicha normalidad.

El DSM-IV dice también que el psicótico es equivalente a delirante, o sea borra toda distinción
entre el trabajo del psicótico y los fenómenos primarios, la diferencia que el psicoanálisis in-
troduce entre el fenómeno y el trabajo. Y al borrarse el fenómeno quedamos sin el trabajo que
implica nuestra posición frente al psicótico.

Dice también que en la psicosis, el cuerpo o los actos son controlados desde afuera. Esto ocurre
en Schreber, pero hay que preguntarse: ¿qué quiere decir que son controlados desde afuera? No
está distinguido ahí el cuerpo y el lenguaje de órganos de la interpretación que hace el sujeto.
Cuando el cuerpo está controlado desde afuera, estamos en un segundo tiempo. Es la inter-
pretación que hace el sujeto del descontrol en su cuerpo. Se saltean los fenómenos primarios y
van directamente a la significación que el sujeto le da a ese fenómeno primario. O sea vuelve a
saltear bajo esta forma lo que llamamos la estructura, o sea el fenómeno elemental.

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Sigue el texto en este sentido: Los pensamientos han sido captados por una fuerza exterior que se llama
robo de pensamiento o pensamientos exteriores que se han introducido en la propia mente. El comporta-
miento, la desorganización, se manifiesta por comportamientos infantiloides.

Nuevamente estamos en lo mismo, es una significación que va ganándose para el terreno de


quien está enfrente del esquizofrénico, que puede decir quien es o no infantiloide.

Síntomas positivos y negativos de la esquizofrenia. Estos síntomas están marcados y asociados a una
marcada disfunción social. O sea que se miden los síntomas de las psicosis por su grado de convi-
vencia en lo social. Allí empezamos a tener problemas respecto de todas las posiciones que son
no muy sociales, y que no son psicóticas sin embargo; o sea que ahí abrimos ese campo a todas
las conductas anti- sociales que claramente quedarían definidas como psicóticas.

Esto no es ninguna consecuencia abstracta, es una lógica de los totalitarismos, tratar como locos
a los que no se integran a los valores de una época, que produce efectos de este tipo: considerar
que la enuresis de un niño que se orina en el colegio, es un dato antisocial que abre la posibili-
dad de tener que retirarlo del colegio. Claramente quedarían en el campo de las psicosis.

Ocurrió que en Estados Unidos, una nena de 5 años se hacía pis en la escuela, y el director
llamó al padre (un médico argentino) y le dijo que tenía que sacar a su hija del colegio. Este
médico, que como buen argentino se ha analizado muchos años, planteó que eso era un sínto-
ma, pero el director contestó que no le importaba lo que producía un efecto antisocial, que el
colegio no pensaba albergar.

Otro caso: un chico le dijo zorrino a otro compañero, llamaron del colegio a los padres y les pu-
sieron una prueba a cumplir, dentro del aula de los niños, para regular la conducta de su hijo,
porque el colegio no se hacía cargo de los síntomas antisociales de los chicos. Los síntomas an-
tisociales lo resuelven los padres dentro de la familia. El colegio quiere a chicos articulados a lo
social, quiere decir sin síntomas. El padre preguntó qué tiene de antisocial decirle zorrino a un
amigo, y le explicaron que el síntoma antisocial es que el zorrino tiene mal olor y que eso es una
injuria que hoy empieza a los 5 años de esa forma y mañana termina en formas más agresivas.

Son anécdotas con las que quiero ilustrar que no es casual que el psicoanálisis haya encontrado,
a pesar de los esfuerzos de Freud mismo, dificultades para insertarse en un mundo organizado
para desconocer síntomas. Que se responda al síntoma con la segregación, la medicación o el
misil. Pero lo real insiste y cuando no se lo escucha se encabrita.

10 de octubre de 2002

112
VIII
PARANOIA: LA ALUCINACIÓN VERBAL
GERARDO MAESO

Jorge Chamorro me propuso que les diese algunas nociones sobre la paranoia básicamente a
partir de la enseñanza de Lacan.

Mi nombre es Gerardo Maeso, trabajo en el ICBA en la presentación de enfermos. No sé si hay


alguno de ustedes que estuvo en la presentación que hicimos ayer, porque es un ejemplo ilus-
trativo donde se visualiza la estructura psicótica.

Lo que he preparado para hoy es un recorrido que consiste en definir que es la paranoia y cuál
es el mecanismo estructural de la psicosis. Lacan hace especial hincapié en esto que el Otro
habla, el Otro le habla, el Otro implica al paciente. Les hablaré para ello de lo que está en el
Seminario 3 “Vengo del fiambrero”, esta paciente paranoica que sostiene le han dicho marrana
en el pasillo. Después traeré un ejemplo clínico de un caso en el que estuve directamente vin-
culado, del cual hice una presentación en el año ’87 para hablar sobre diferencias clínicas entre
neurosis y psicosis.

Cuando Lacan se propone abordar la paranoia se pregunta por todos los planteos clínicos y
nosográficos que presentaba las psicosis de entonces en 1955. Recuerden que la psicosis no era
aún influida por los psicofármacos. Empezaban en esa época a aparecer algunos, creo que el
primero fue el Ampliactil.

Lacan sostenía que Freud mantuvo apreciaciones diagnósticas sobre las psicosis y contribuyó
al esclarecimiento pero no al tratamiento. Freud tenía una posición decididamente adversa al
tratamiento de psicóticos porque decía que hacían perder tiempo al paciente, al analista y des-
prestigiaban al psicoanálisis que no lograba efectos terapéuticos.

Sabemos que Freud publica el caso Schreber alrededor de 1910, ya casi cuando en la escuela de
Zurich influida por él a través de Jung y Bleuler estaban investigando la esquizofrenia.

Sin embargo Freud utiliza un criterio, donde la paranoia era el verdadero núcleo consistente
en contraposición a los delirios menos sistematizados. A estos últimos los incluía dentro de las
parafrenias y dentro de estas a la esquizofrenia.

Mientras que para la psiquiatría alemana el setenta por ciento de los enfermos era paranoicos,
al decir de Lacan, en la psiquiatría francesa el paranoico era alguien malvado, intolerante, de
mal humor, orgulloso, desconfiado, susceptible, con una extremada y exagerada sobrestima-
ción de sí mismo. Sostenían que cuando el paranoico era demasiado paranoico llegaba a delirar.

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Esto es importante porque los verdaderos paranoicos, el delirio permanece absolutamente en-
cubierto o es verosímil con la realidad. Kraepelin decía que uno podía descubrir a un paranoico
al cabo de varios incidentes judiciales y era muy difícil rastrear la paranoia en sentido clínico
ya que cuando surgía el delirio, era ya un parafrénico.

Aprovecho para decirles que Lacan, avalando esta tesis kraepeliana, planteó que el título de su
obra del año ’32 “De la psicosis paranoica y su relación con la personalidad”, era equivocado.
En los años ’70 sostiene que la personalidad era la paranoia misma y finalmente acuerda con
Kraepelin.

El psicoanálisis si algo llevó a la experiencia psiquiátrica es que los fenómenos observados tie-
nen un sentido y son inteligibles.

Sin embargo trajo como contrapartida a través del existencialismo de Jasper, la instauración
de la comprensión. O sea que los fenómenos que se presentan en las psicosis o en las neurosis
pueden ser comprendidos a partir de sí mismos. Jasper hizo de la comprensión el pivote de la
psicología general. Su método que Lacan critica es que se parte de la consideración de que hay
cosas obvias.

Ustedes lo observarán en el Seminario Las Psicosis, estas cosas obvias, que son para un fenome-
nólogo estar triste, es suponer que el sujeto no alcanza lo que anhela. Nada más falso porque
hay sujetos que alcanzan lo que anhelan y permanecen tristes. Si alguien profiere una bofetada
a un niño este va a llorar porque la considera una agresión. No siempre es así, él decía que en
la experiencia que tenía a través de la patología se encontró con un niño que cuando le daban
una bofetada preguntaba si esta era una agresión o una acaricia, y acorde con esto variaba el
estado de ánimo.

También nosotros observamos una conducta típica por ejemplo en los fenómenos de transi-
tivismo, donde el sujeto queda capturado por la imagen del otro y un niño se pone a llorar
diciendo me han pegado, cuando en verdad ha recibido un castigo su compañero.

Otra cosa que Lacan destaca al observar la estadística, y es que se supone que los suicidios
se producen con el declinar de la naturaleza, en otoño y en invierno cuando es justamente al
revés. La mayor cantidad de aquellos se produce en primavera. Las incoherencias aparecen
rápidamente y la experiencia no tiene más valor que el que puede tener para otra ciencia.

En ese sentido la experiencia inmediata está a partir del psicoanálisis inmersa en un campo
artificial, que hace que nosotros tengamos que valorar lo que el sujeto nos confiesa en relación
de transferencia con nuestro aparato conceptual. El análisis y sus conceptos guían nuestra prác-
tica; o sea que aquella comprensión que parece decirlo todo por sí misma no es a lo que nos
habituamos en tanto nosotros somos practicantes del psicoanálisis.

Lacan hace una crítica a Kraepelin bastante interesante, donde observa que cuando más es-
tudia la noción de paranoia, más significativa aparece, pero cuanto más significativa aparece
es más paradójica, ya que se imbrica en el resultado de la observación psiquiátrica nociones
débilmente constituidas como andamiaje conceptual y con la sabiduría agregada.

114
Interviene la sabiduría porque en el tema de la locura suscita en todos explicaciones de la mis-
ma y por lo tanto se deducen cosas que hacen al genio pero alejada de la práctica psicoanalítica
y psiquiátrica. Lacan sostenía que la experiencia analítica, le había enseñado que no había cosa
más disparatada que la realidad humana, o sea que él incluía a toda la realidad humana con
un fuerte factor de interrogación. Si creen tener, dice, un Yo adaptado que sabe lo que debe
hacer, reconocer, tener en cuenta las realidades, es conveniente entonces que se aparten del
psicoanálisis. En ese sentido no hay nada más necio que un destino humano. Si alguien alcanza
un sueño dorado basta hablar francamente con él, para saber que ese sueño poco le importa al
sujeto y que se encuentra preocupado por otras cosas.

Planteaba en ese entonces a la altura del Seminario 3 de Las Psicosis, “la felicidad está siempre
en otro lado y está siempre más allá de nosotros”.

Si bien fueron largos, amplios y sostenidos los estudios psiquiátricos que saben ustedes co-
menzaron con Pinel y Esquirol a fines del siglo XVIII, intentaron describir las enfermedades
mentales, y realizaron a partir del siglo XIX una serie de intentos de clasificación que fueron
prósperos pero que confluyeron y crearon verdaderas fuentes de confusión.

Lacan se basa en un psiquiatra muy reconocido, Kraepelin, que produjo una serie de manua-
les, y en 1899 incluye las antiguas paranoias dentro de la demencia precoz y emitiendo una
definición interesante de la paranoia que la diferencia de los otros delirios con los cuales se
confundía.

Decía Kraepelin, la paranoia se distingue de las demás patologías porque se caracteriza por el
desarrollo insidioso de causas internas y siguen una evolución continua de un sistema deli-
rante, duradero e imposible de quebrantar, que se instala con una conservación completa de la
claridad y el orden en el pensamiento, la volición y la acción.

Lacan consideraba esta descripción como lo más elaborado acerca de la paranoia. Pero vean
que es lo que él hace. Empieza a analizar punto por punto esta definición y encuentra que
verdaderamente es poco útil porque no resiste el menor análisis. El desarrollo no es insidioso,
siempre hay brotes, fases, además de un momento fecundo.

Recuerden que si hay algo que Lacan introdujo en la psiquiatría y en el esclarecimiento de


las enfermedades mentales, fue la noción de desencadenamiento, particularmente de desen-
cadenamiento de las psicosis. Entonces no es algo que se desarrolla solapadamente sino que
hay un momento de ruptura que no es dependiente solo de causas internas. Es absolutamente
manifiesto que no se puede limitar la evolución de la paranoia a causas internas. Para conven-
cerse de ello basta pasar al capítulo de etiología de su manual y leer los autores como Sérieux
y Capgras, cuando se buscan las causas desencadenantes de la paranoia siempre se pone de
manifiesto un elemento emocional en la vida del sujeto, una crisis vital que tiene que ver efec-
tivamente con relaciones de interacción con el medio.

Otro párrafo, la evolución continua de un sistema delirante duradero e imposible de quebran-


tar. Nada más falso, el sistema delirante varía, hayámoslo o no quebrantado. A decir verdad

115
este asunto me parece secundario, las variaciones se deben a las intervenciones del exterior y al
mantenimiento o la perturbación de cierto orden en el mundo que rodea al enfermo.

Cuando yo empezaba mi práctica con psicóticos trabajaba con Pichon Riviere y Masotta. Una
de las cosas que veíamos clínicamente era que los enfermos a veces descompensados psiquiá-
tricamente reducían sus perturbaciones por el solo hecho de entrar a una clínica psiquiátrica, y
nos preguntábamos cuál era el factor estabilizador cuando no se apelaba a la medicación. Nun-
ca alcanzamos a ponernos de acuerdo porque se decía que algo de un orden advenía, a partir
de la institución que lo garantizaba supliendo la falta de metáfora paterna. Observamos que
los sujetos psicóticos en general tenían una tendencia a querer conocer al director o autoridad
máxima donde estos estaban internados. Sin embargo el acceso a los que circunstancialmente
ejercían la función producía un desequilibrio notable.

Decíamos que diluir esta figura paternal, era un método para posibilitar la instalación de cier-
ta pacificación de los pacientes. Constatábamos que alguien ofrecido al lugar de saber, como
podría ser el director de una institución, precipitaba toda una sintomatología análoga al des-
encadenamiento.

Otra apreciación sostiene que el delirio paranoico se instaura con una conservación completa
de la claridad y del orden en el pensamiento, la volición y la acción. Lacan objeta entonces que
debemos definir qué es la claridad porque sí, en el delirio paranoico aparece claro el objeto,
clara la acción a realizar, tenemos que ubicar la noción de claridad en relación a la normalidad,
porque estamos extrapolando la representación de claridad tomada del paranoico a los que no
padecen de paranoia.

Los normales no estamos signados por una voluntad férrea, por una claridad en los objetivos.
La gente vive de distintas maneras, y es más común que un sujeto puede poner dudas sobre lo
que va a hacer, lo que piensa y lo que cree, al contrario del paranoico.

La constitución de un sujeto normal está dada en base a la cantidad de contradicciones que


puede asumir. Curiosamente cuando la contradicción no es aceptada surge el fenómeno de
represión en el caso de neurosis, y en el caso de psicosis un mecanismo muy particular que
vamos a explicar la preclusión.

Lo que si observamos en los pacientes esquizofrénicos es que no proceden como un científico.


Un científico, un analista en un consultorio anota los fenómenos y propone una interpretación
para un momento segundo.

A diferencia los paranoicos no alcanzan la conclusión razonando sino partiendo de la llamada


intuición delirante.

Me decían que en ese sentido algunos matemáticos, y los físicos, trabajan de esa manera, o sea
desarrollan intuiciones a las que tratan de fundamentar. Lo que pasa es que a diferencia del
paranoico, el razonamiento no está enteramente al servicio de la intuición y somete el producto
creado a la estructura discursiva de su ciencia o sea al conjunto de sujetos abocados a interro-
gantes comunes. En ese sentido hay que separar claramente lo que puede ser el discurso de

116
la ciencia, el proceder de un científico, y el proceder de un analista frente a lo que intuye. Los
fenómenos que aparecen en la paranoia están cerrados alrededor de lo inefable.

La estructura delirante está marcada por el no encadenamiento de un significante fundamen-


tal. Es una estructura la de la psicosis donde aparece la falta de un significante primordial que
retorna de lo real y no se encadena al conjunto de los significantes.

Ustedes saben que Freud en “Neurosis y psicosis” y en “La pérdida de la realidad en la psico-
sis”, había planteado que notaba ciertas diferencias entre el proceder neurótico y el psicótico.
El neurótico decía se retira de la realidad al igual que el psicótico, cuando se frustra con ella.
Pero retirarse de la realidad, entrar en conflicto intrapsíquico no quiere decir que se deshaga
de las representaciones reprimidas, esto quiere decir que las representaciones están suprimi-
das pero suelen retornar bajo la forma de síntomas, transacciones que conocemos como vuelta
de lo reprimido y configuran otra realidad, que Freud consideraba simbólica. Resumiendo, el
sujeto retrocede hacia su fantasma en la neurosis y después se lanza hacia el mundo exterior
de manera sintomática. La cuestión es diferente en la psicosis, donde el sujeto no quiere saber
nada en el sentido de la represión.

No querer saber nada en el sentido de la represión es de alguna forma suprimir la representa-


ción y el afecto, y en ese sentido el sujeto se retira más allá de las fantasías. Cuando tiene que
volver a la realidad lo hace con elementos presignificantes, o sea construyendo una realidad
que termina siendo bizarra. O sea ha operado el mecanismo de la preclusión.

Ustedes saben que el concepto de preclusión fue traído por Lacan a partir de una noción ju-
rídica. En cualquier proceso judicial tienen que producir momentos de cierre, por ejemplo la
entrada de pruebas, para producir un campo sobre el cual elaborar y concluir una sentencia.

El sujeto psicótico ha elegido rechazar al significante del Nombre del Padre, equivalente en una
lectura freudiana al rechazo de la behajung primordial donde se asienta el sistema simbólico.
Esto es algo que sucede en todas las psicosis.

Para que ustedes se hagan una idea, y para ver toda la confusión que puede generar el rechazo
de un significante primordial, elaboré un ejemplo donde alguien no ha sido inscripto al nacer,
en un alejado pueblo, en el registro civil. Y que como en las escuelas de campaña muchos no
toman en consideración todas las formalizaciones legales que se toman en las ciudades, este
niño había llegado a adolescente teniendo un nombre que solo lo reconocía él, sus padres y sus
compañeros. Pero hete aquí que llegado a la adolescencia, una comisión investigadora dice
que él ha cometido un delito, a la manera mafiosa haciendo desaparecer todo su registro de
identidad.

Es un sujeto que de pronto jurídicamente se encuentra a disposición de lo que el otro puede de-
cir, los padres lo criaron, la maestra que lo ha conocido de pequeño, pero hete aquí que toda la
argumentación acusatoria está basada en una falta de inscripción. Y la falta de inscripción tiene
consecuencias directas sobre el accionar de los otros y de él mismo, a tal punto que se puede
prever una severa sanción por un delito no cometido.

117
Ustedes deben saber que en la época de la represión, íbamos munidos del documento de iden-
tidad, porque era necesario refugiarse en la identidad suponiendo que con ella podíamos des-
plazarnos tranquilos.

En ese sentido el no querer saber nada, en el sentido de lo reprimido, es un no querer saber de


aquello que es constitutivo del sujeto en tanto inaugura nada más ni nada menos que toda la
estructuración simbólica.

Recuerden que la estructuración simbólica apuntala la dimensión imaginaria. Cuando el niño


da vuelta su cabeza y mira a su padre buscando un asentimiento, afirma lo que está significan-
do para aquél.

Si ustedes desacomodan lo simbólico encontrarán a un sujeto que se malsostiene en sus iden-


tificaciones imaginarias. Por lo tanto el mecanismo de no querer saber nada en el sentido de la
represión, es fundamental en tanto compromete la estructura de la subjetividad.

Hay un ejemplo en “El hombre de los lobos” donde se decía no aceptaba la castración y de
pronto esa castración se le hizo presente en lo real cuando en compañía de la Chacha, su no-
driza, ve que su dedo pulgar pendía de un colgajo de piel. Esta es una visión atroz a tal punto
que queda perplejo, paralizado y Lacan interpreta que la castración estaba suprimida en lo
simbólico, adviniendo desde lo real.

En ese sentido todas las estructuras psicóticas tienen este sello común. Cuando Lacan sostiene
que pueden encontrar la misma estructura en todos los fenómenos psicóticos, a pesar de ser
diferentes en su presentación fenomenológica, indica algo, el peso estructural.

Recuerden el delirio de Schreber, comienza con un sueño donde él tiene la idea de ser una
mujer en el momento del coito, y esta estructura perdura en el desarrollo del delirio hasta con-
siderarse la mujer de Dios.

Lacan va a intentar poner orden a partir de la estructura en la lectura de los cuadros psiquiátri-
cos. La fenomenología ustedes la pueden recoger en cualquier tratado psiquiátrico y el de Hen-
ri Ey sigue siendo un buen texto descriptivo y clasificatorio de los distintos tipos de patologías
psicóticas. Lacan aborda los delirios y las manifestaciones psicóticas a través de sus categorías,
lo real, lo simbólico y lo imaginario. Lo que permite instalar cierto rigor en la psiquiatría. Estos
registros nos pueden mostrar que un sujeto que empieza a reconocer que se cruzan autos de
color rojo, adquiere una especial significación. Esta significación se la puede tomar desde el
punto de vista de lo real. Y desde el punto de vista de lo real podríamos concluir que es daltóni-
co. Entonces sería un error perceptivo. Desgraciadamente no ha encontrado el daltonismo para
explicar la patología psiquiátrica, pero la tradición indica que es un error perceptivo.

Pueden también desde el punto de vista imaginario pensar que el color rojo es un color que
implica rivalidad, agresividad. Y también desde lo simbólico, donde por ejemplo en un juego
de cartas hay oposición entre negro y rojo.

El juego significante empieza a constituir la base para ordenar este tipo de fenómenos.

118
Freud había establecido, y esto le parece importante a Lacan, una gramática: la gramática del
yo lo amo, pero esto delata homosexualidad y pasaba por el yo no lo amo, yo lo odio, y después
se producía algo para deformar absolutamente todas estas frases que atormentaban al sujeto.
En el me odia, se constituía la paranoia y el sujeto se estabilizaba.

Pero Lacan va más allá y da origen al esquema Lambda donde distribuye el sistema imaginario
y el sistema simbólico, planteando al inconsciente como discurso del Otro que va a determinar
al sujeto, no sin atravesar esta barrera imaginaria. En este esquema el Yo está entre a y a’, a’ es
el otro en quien me veo a partir del cual constituyo mis identificaciones y el inconsciente es el
que habla atravesando lo imaginario.

Es entonces cuando Lacan va a encontrar los parámetros para definir la estructura de los de-
lirios. Desarrolla lo que se ha conocido como palabra plena y palabra vacía. Él dice que la pa-
labra plena es aquella que se constituye cuando el sujeto tiene fe en el otro, es decir, cuando el
otro deviene más allá de un otro imaginario un lugar donde reside lo simbólico.

Los ejemplos, el tú eres mi mujer, o tú eres mi maestro. Qué quiere decir, que las palabras llevan
algo de fundante. Fundante quiere decir que funda otro lugar, lugar que está encarnado por
alguien. Ese alguien es reconocido pero no es conocido. Ustedes eso lo pueden ver fácilmente
en el análisis. En el análisis pueden encontrarse con pacientes que a las pocas sesiones o tal vez
desde la primer entrevista dicen me analizo. Decir me analizo no es poco, porque todavía a ve-
ces ni siquiera se ha instalado el sujeto supuesto saber. Y ustedes dirán bueno, dice me analizo
para tranquilizar a algún familiar que lo ha intimado a analizarse.

O sea es alguien que se sostiene en la relación con nosotros en el eje imaginario y no ha consti-
tuido el otro como más allá de aquel eje. O sea cuando constituya al analista como su analista,
ese lugar deviene ya un factor desde donde las palabras que él profiera van a tener un sentido
por simplemente reflejarse en el otro. Es lo que Lacan llama el mensaje invertido.

En la teoría de la comunicación podíamos ubicarla dentro del eje a-a’. Hay un mensaje que
puede ser más o menos justo, puede ser más o menos claro, hay un emisor y un receptor. Pero
esto no ocurre precisamente en la dimensión del análisis.

Lacan entiende que el emisor recibe del receptor el mensaje en forma invertida. O sea que cuan-
do el sujeto habla en análisis recibe sus palabras con otra significación.

Es muy importante. Se plantea el corte de las sesiones porque es necesario instalar una puntua-
ción a través de la palabra del sujeto. La presencia del analista garantiza de alguna manera ese
lugar que es reconocido pero que a su vez es desconocido.

¿Qué es lo que surge como producto de este reconocimiento?, surge algo que uno como pacien-
te siempre tiene entre comillas. Pareciera que con la asociación libre uno puede llegar a decir
cualquier cosa, a veces uno se entusiasma y aparece efectivamente diciendo cosas que nunca
hubiera imaginado, pero con el transcurrir del análisis van a observar que en la medida en que
se constituya este otro lugar, la palabra adquiere significación. Y adquiere una significación a
punto tal que muchos pacientes se inhiben al hablar, porque saben que las palabras adquieren

119
un estatuto diferente. Así la presencia del analista, posibilita la constitución de una cadena
significante articulada que siguiendo a Freud, permite llenar las lagunas mnémicas que ve no
están a disposición del sujeto neurótico.

Tenemos ya la constitución del gran Otro. Esto es lo que aparece problematizado en la psicosis.
¿Por qué? Porque el sujeto no va a dejar instalar el significante primordial, aquello que vuelva
este lugar en un lugar de ley, en un lugar donde todo se presente articulado, y al rechazar ese
significante primordial va a tener serias dificultades en la constitución de él como sujeto.

Qué va a aparecer entonces como suplencia, en qué maraña se va a encontrar. El sujeto como
sujeto del deseo se constituye a partir del Otro en una situación de rivalidad primordial que
Lacan enlazó con el conocimiento paranoico.

Es paranoico porque al principio hay despedazamientos y el otro le presenta una unidad ges-
taltica donde él puede organizarse, donde empieza a observar que el deseo del Otro es lo que
le interesa en tanto le provee una integridad.

Entonces los objetos que le provee el Otro, o los objetos a los cuales se dirige el Otro, son los
verdaderos objetos de su deseo. Y ahí surge esa fórmula el deseo es el deseo del Otro, el objeto
del deseo es el objeto del deseo del Otro.

Pero esta es la dimensión imaginaria, dimensión imaginaria que tiene muchos problemas, por-
que se va a encontrar disputando y rivalizando con aquel que admira, se va a encontrar dis-
putando y rivalizando por el mismo objeto. O sea que lo que en un sentido posibilita la consti-
tución yoica por otro lado se nutre de un componente de agresión y de rivalidad importantes.

Lo simbólico viene a ordenar esa relación imaginaria con el deseo, diríamos como un maestro
en una clase, dice tal cosa te corresponde a ti, tal cosa al otro, y lo simbólico en ese sentido es
pacificante en principio. Pero recuerden que lo simbólico se inserta en una relación previa cons-
tituida por la rivalidad y la competencia. Esto lo tienen que tener en cuenta, porque cuando el
sujeto constituya al Otro, al Otro del cual le va a advenir el mensaje en forma invertida, no va
a ser sin cierta desconfianza, este es el tema. Porque ese Otro exterior a él enmascarado dentro
de los límites de la fe, de pronto se percibe que de últimas es un humano como cualquiera, es
un sujeto que no es imparcial, es decir que puede tener intereses y que esos intereses son leídos
desde la dimensión imaginaria. Entonces diremos tambalea la relación con el Otro.

Lacan ahí trae un elemento fundamental y es el interrogatorio en los pacientes psiquiátricos.


Dice un paciente psiquiátrico puede tener con nosotros una relación donde efectivamente nos
ubique en el lugar del Otro, diríamos reciba el mensaje en forma invertida, piense incluso en
mentirnos porque recuerden que la mentira es instituir al Otro. Conocen el chiste de Freud no
me digas que vas a Cracovia para que yo piense que vas a Lemberg cuando en verdad vas a
Cracovia, es decir se trata de engañar al otro, y el Otro con mayúscula es justamente aquel al
cual se miente.

Les decía entonces que con los pacientes sobre todo con los paranoicos no demasiado descom-
pensados, porque la paranoia-paranoia no consulta, el tema que se abre es que el sujeto puede

120
mantener con ustedes una relación donde los puedan reconocer como alguien con autoridad,
como alguien con saber y como alguien del cual se puede incluso recibir una palabra distinta.
Pero los delirios, presentan algunas veces neologismos que no desean ser dichos. El ejemplo
que da Lacan es una paciente que tardó en decir que había una palabra “galopinar” que había
permanecido suprimida de su conciencia. Y el paciente suele entregar eso a disgusto. ¿Por qué?
Porque esa palabra es para él una palabra que tiene todo el valor de una incógnita es estructu-
rante, o sea que no puede prescindir de ella, esa palabra no se va a reflejar en el Otro. Hay algo
reservado donde los dos están en igual posición.

Ayer en la presentación clínica que efectué veíamos a alguien que no lo podíamos catalogar
como un delirio parcial, porque los delirios parciales surgen de la escisión, que hace que el
sujeto tenga relación con un otro del cual se espera una palabra plena pero a su vez hay zonas
escindidas que no entran en relación con el otro, o sea que no son dialectizables.

La equivocación psicoanalítica, y esto es a propósito del pronóstico, es creer que tratando un


delirio parcial mediante la parte que se considera sana de la personalidad, se va a conseguir
alguna modificación en la otra. Lo que ha dicho Lacan es que él ha conocido son reeducacio-
nes, porque los neologismos como los fenómenos elementales, son palabras que no entran en
la dialéctica discursiva.

Ayer, presentamos un paciente donde su vida estaba tomada por un delirio, a tal punto que al
renovar el registro, le preguntaron si era taxista y si toma medicamentos. Contestó que tomaba
psicofármacos y la psicóloga le pregunta a raíz de qué. Entonces despachó todo el delirio y no
obtuvo la renovación de la licencia de conducir quedando a partir de entonces sin trabajo.

En ese punto él tiene que hablar de sus convicciones y nos constituimos en sus portavoces.

Cuando todo finalizó, lo noté un poco perturbado, y pregunto “le sirvió para algo la entre-
vista”, sí dice, “para que ustedes conozcan y anoten que voy a ser asesinado”, o sea que no se
instituyó ninguna relación de suposición de saber.

Ahora, el tema de este hombre es que tenía efectivamente un delirio circunscrito y la médula
del asunto estaba en que él era influido por hombres invisibles que operaban sobre su pensa-
miento y hacía que tuviese que desconfiar de sus propios pensamientos. La estructura por la
cual uno podía afirmar que se trataba de un delirante, no estaba tanto en la presentación de
alguien enloquecido que decía que el gobierno le debía dos millones de dólares porque se le
había devaluado el dinero. La especificidad estaba dada en el momento en que se le hace claro
que estos hombres invisibles operan sobre su sistema de pensamiento. O sea, el Otro toma la
iniciativa y anonada al sujeto. Es lo que hace al diagnóstico diferencial.

El Otro toma la iniciativa y anonada al sujeto en el núcleo de su ser. Esto es claro, no hay duda.
Hay una frase de Schreber que es ilumina esta posición. Schreber dice yo no soy un paranoico
porque los paranoicos, son gente que se toma como centro del mundo y todo se dirige a ellos.
No pertenezco a esa categoría, porque es Dios quien está interesado en mí.

121
Ese Otro toma el lugar y hace del sujeto un despojo, sometido a esas palabras y le deja a la re-
lación imaginaria muy poca movilidad.

Conocen el delirio de la marrana, vengo de la fiambrería, ahí Lacan observa como en la psicosis
el Otro habla en lo real. Esto es fundamental porque representa el nudo vivo de las psicosis.

El ejemplo de la marrana es un delirio compartido entre madre e hija, quienes viviendo juntas
tenían acorde a sus relatos una vecina intrusa. Se presentaba frecuentemente en su casa e inte-
rrumpía ciertas relaciones íntimas, que se daban entre la madre y la hija. Un día determinado
se encuentra en el pasillo con un festejante y la paciente siente que este hombre la injuria di-
ciéndole marrana.

Para Lacan era alguien amable que se desplegaba bien en la entrevista de presentación. Dijo en-
tonces que había estado pensando algo antes de que ocurriera el desgraciado episodio. Pensaba
vengo de la chanchería, aquí traducido como vengo de la fiambrería. O sea, había habido un
pensamiento real aparecido frente a aquel hombre, al cual hace portador de la palabra marrana.

Marrana correspondería que se acople al vengo de la fiambrería en tanto puedo ser una ma-
rrana y por lo tanto desmembrada, disyunta. Ella forcluyó o precluyó esta palabra que queda
depositada en el partener, con lo cual se inicia un conflicto tremendo porque la palabra vivida
como injuria desarticula el discurso. Entonces el otro desarticulado de todo discurso se vuelve
amenazante.

El caso que traía de la presentación de enfermos no es un paranoico sino un parafrénico, el nú-


cleo esencial estaba alrededor de sus pensamientos telepáticamente influidos.

Ahora les comentare la historia que prometí al comienzo. En los años de la dictadura pertenecía
a un equipo psiquiátrico. Se nos llamó en una emergencia porque había una persona alterada
por un delirio importante, desorganizado que posteriormente se estabilizó como delirio fan-
tástico. Quería intervenir en la guerra casi se declarada con Chile, decía que tenía contactos
con el cardenal Samoré que en esa época ofició de mediador. Como estábamos a un mes del
desencadenamiento de la psicosis pudimos recurrir a varias personas que habían estado en el
lugar donde se había desencadenado la psicosis.

Este hombre llamado Carlos, era un traumatizado por nuestro fútbol. En 1952 se crea una es-
cuela de árbitros y de ahí comienzan a salir figuras destacadas tanto en el orden nacional como
internacional. A esa escuela entra Carlos a la edad de 25 años, muchacho inquieto, alegre, con
inclinaciones deportivas que cultivaba también la literatura y la política. Su vida se desplegaba
sin tropiezos en todos los órdenes y al frente de un comercio lleva a la familia a un creciente
bienestar económico. Vivía con su madre y un hermano mayor soltero.

Solo registra cierto pesar por la muerte de su padre ocurrida a los 19 años. Padeció ligeras
depresiones a los 22 años cuando sus amigos comenzaron a formar matrimonio, sintiéndose

122
poseído por una profunda soledad. No pasaran 6 meses cuando unido a un viejo compañero
retoma su vida social, ligándose a innumerables mujeres que lo llevaran a considerarse feliz.

Finalmente se pone de novio y entra a la escuela de árbitros.

En aquella escuela, había problemas como en todas las escuelas, pero era destacable la capa-
cidad para conducirse en ese medio, observada por un familiar cercano que se desempañaba
como instructor.

Se desenvolvía muy bien en la llamada política institucional, en una época difícil, cuando la
federación de fútbol estaba intervenida por el gobierno militar. Resolvía todo tipo de intrigas
entre compañeros y profesores y egresa a los 2 años como arbitro de 5ta categoría. En una ca-
rrera rápida asciende a 3ra categoría donde dirigía encuentros de 1ra “D” y actuaba como juez
de línea en 1ra “A, B, C y D”. Forma parte de una pequeña camarilla y le toca viajar a Rosario,
con compañeros adversos a él pero con la complicidad del veedor. En el estadio mundialista se
iban a disputar dos puntos cruciales con un equipo de la Capital Federal.

Todos iban un poco nerviosos, el partido iba a ser difícil y en los encuentros difíciles cada uno
trata con astucia de salvar su responsabilidad, como es común entre los humanos que solo
aspiran ascender.

Ya en el encuentro, el arquero local tuvo complicaciones que hicieron peligrar su valla. Los
arqueros con experiencia no desean lucirse, esto se da por añadidura; prefieren sí, mantener
lejos a los delanteros adversarios y se valen a veces de medios ilícitos. El arquero observa que
el estilo del juez era seguir las jugadas a distancia, dejando la responsabilidad absoluta a Carlos
de marcar posiciones fuera de juego (offside).

Así le dice que levante la banderita más seguido, que para eso la tiene y si no que se la intro-
duzca en el recto.

Carlos informa del insulto al arbitro y este ordena la expulsión del jugador.

De ahí en adelante se produce un incesante desorden. Los locales indignados por la expulsión
de su arquero redoblan sus injurias, resultado de las cuales comienzan una serie de expulsiones
que hace que el referí se acerque y le diga: “Carlos, ahora el partido lo tenemos que aguantar
nosotros.”

El público comienza a provocar desórdenes graves y arroja a Carlos objetos con las peores in-
tenciones. Se hace necesaria la intervención policial y comienza el despliegue. Como en Rosario
los efectivos de seguridad simpatizaban con los clubes locales, estos se desplazan para proteger
al otro juez de línea, quien no era el agredido. En ese momento Carlos cruza la línea y decimos
cruza la línea porque ya no habrá retorno. Perplejo, tratando de eludir los objetos arrojados
contra su persona, conservando su puesto a pesar del retiro de protección policial tiene la cer-
teza de que se ha complotado la policía con el público, los jugadores y sus dos compañeros.
De ahí en adelante un delirio de interpretación sistematizado (paranoico) se sostiene. En la
seccional policial es el único que no cede ante la sugerencia de los presidentes de los clubes,

123
quienes pretendían hacer pasar los incidentes por protestar fallos. Carlos se mantenía a nivel
de la verdad de los acontecimientos y firma en disconformidad con los otros dos jueces.

Camino al aeropuerto tiene la certeza que le quieren arrebatar el portafolios donde llevaba el
acta labrada y en Buenos Aires nadie lo puede convencer para realizar un informe conjunto
más atenuado.

Es así como importantes jugadores de 1ra división son suspendidos por 10 fechas, el árbitro por
6 meses y él, Carlos envía su renuncia pensando que aquello había sido un complot.

Mantiene una actividad creativa sistematizada incluso cuando es citado por el tribunal de dis-
ciplina, confirma lo pensado y estructura argumentos verosímiles a punto tal que son tomados
sus elementos de juicio para penar a sus colegas y a los futbolistas expulsados. Nadie sabía
hasta entonces de su nuevo equilibrio, pero había una convicción dogmática que oscilaba entre
una locura razonante y un delirio de reivindicación, al perseguir como objeto la justicia. Mas, él
la define que en aquel episodio la justicia se transformó en fantasía y piensa hoy que el día que
esto se relate, que alguien escriba libros sobre estos eventos, la justicia se hará realidad.

¿Cuál fue el episodio desencadenante? La acción policial que por su parcialidad quiebra la rela-
ción ideal sostenida por su padre justo por excelencia, apoyado por la figura de Perón a quien
reconocía una virtud, al proclamar justicia social.

Estos ideales funcionarían sin problemas para aislar el campo de las figuras imaginarias que
configuran su estructura hasta que se precipita la psicosis.

Es evidente que la irrupción de UN Padre como sin razón se instala cuando el desplazamiento
policial se produce. Él no puede contener con sus registros real, simbólico e imaginario el efecto
de un goce absoluto. Es ahí, cuando se hace presenta la ausencia del más Uno o sea del cuarto
anillo el síntoma (sinthome). Esta ausencia, hace que los registros se hagan equivalentes y que
en su comienzo las acciones dogmáticas en su apariencia de equilibrio resulten de la yuxtapo-
sición de lo imaginario, lo real y lo simbólico.

Es notable como capto Lacan allí a la personalidad. ¿Pero nuestro personaje es un paranoico?
Sí, en su entrada a la psicosis. Nuestro sujeto 4 años después del episodio sostenía en algunos
escritos “cuando los hombres se abandonan a sus excesos son indignos de ser libres, frase que
San Martín dijo a su ejército. A un ejército que nadie vigile todos saben lo que puede ocurrir. Y
aquí lo interesante en 1981 (momento del episodio) nació otra historia similar que tiene puntos
de coincidencias que fue para mí pragmática y como ya elegí el otro camino, el de la sangre,
que no eligió Perón, también va a ser dramática para el país”.

En junio de aquel año, habla y escribe sobre “la batalla por la verdad”. Para ella es necesario.
La realidad de la medicina indica que no se sabe de qué manera se producirá la reproducción
en el año 2000. Voy a ayudar a la medicina en este aspecto. Al no existir la mujer como cuerpo
reproductor, el hombre deberá cambiar los hábitos, es decir absorber con la boca los esperma-
tozoides y luego tomar píldoras conceptivas cuando desee reproducir. Durante años la mujer

124
ha tomado píldoras anticonceptivas, cometiendo una de los pecados más atroces de crímenes
de lesa humanidad que se debe revertir...

Dios será el futuro psiquiatra del año 2000 pero desconoce el balance final, mientras que mi
fantasía maneja tres hipótesis:

Que Dios baje y conduzca el Apocalipsis. Que la justicia triunfe en la Argentina. Que la justicia
triunfe en la A.F.A.

Parece pues encontrar su estabilidad alrededor del carácter fantástico con ausencia de evo-
lución de sistematizaciones y ausencia de evolución deficitaria, lo que configura un delirio
fantástico.

Espero que los casos y los aspectos teóricos que desarrollé puedan ser de utilidad para ustedes.
Gracias.

14 de noviembre de 2002

125
IX
MELANCOLÍA: EL OBJETIVO

Hoy vamos a hablar de una estructura especial que se ha prestado como tema para la música, y
hasta para la literatura, cosa que no ocurre con estructuras como la esquizofrenia o la paranoia.
Es una estructura que tiene algo de social: la melancolía.

Intuitivamente, decimos que alguien “es un melancólico”, de lo cual surge una primera pre-
gunta: ¿a qué nos referimos cuando decimos que alguien es un melancólico?

Siempre que estamos en el marco del sentido común, de la percepción, hay una pérdida, y lo
que se pierde es lo que aquí tratamos de precisar la estructura. Cuando vamos al fenómeno y
nos quedamos captados por él, lo que se pierde normalmente es esa estructura, ya dijimos qué
es lo que ocurre en muchas de las descripciones que hace el DSM-IV, donde diagnósticos como
el de bipolaridad (recurso habitual para dar cuenta de muchas patologías), disimula la proble-
mática de la diferencia de estructuras, y en particular elimina un elemento fundamental que
hemos usado en la precisión de las estructuras, tanto para la neurosis como para la psicosis: la
categoría de sujeto.

Recuerden que cuando decimos sujeto, nos referimos a aquello que está ligado a la escucha de
la palabra, a la escucha de la lengua. El sujeto nunca es perceptible por la mirada, sino por la
escucha, y por la escucha de un discurso. El sujeto plantea una relación con los otros, con el
Otro, que es una relación que escapa a lo que habitualmente hemos llamado vínculo entre dos
personas, y eso hace a la dificultad de percibirlo, captarlo y construirlo.

Cuando desde el sentido común decimos que tal persona es un melancólico o una melancólica,
nos referimos, según las experiencias de cada uno, a alguien que se pone en menos, a alguien
que pierde, a alguien que se considera minusválido en algún nivel. Es alguien que es nostálgi-
co, que es nostálgico del pasado, se dice: “la viuda de Gardel”, refiriéndose a de un señor, por
ejemplo, que habla de Gardel. Es decir que hay algo que el melancólico en el sentido común,
refiere a lo que fue, a lo que ya no está, y que produce ese efecto nostálgico. El melancólico no
es una persona de ideales, de futuro, no es futurista. No está referido al presente, no es actual,
siempre tiene una carga del pasado y por lo tanto está referido a la pérdida.

A la búsqueda de la estructura específica del melancólico, podemos ya decir algo: el melancó-


lico se refiere al pasado y no al presente ni al futuro, porque tiene una relación íntima con la
pérdida, y el pasado es el tiempo perdido.

Sería interesante ver en el libro de Proust En búsqueda del tiempo perdido, si esta es una búsqueda
melancólica o no, ya que desde su título parece serlo. Pero es probable que un melancólico –en
el sentido estricto–, quizás poseyera el recurso a la escritura, y por lo tanto, ya no sería tan
melancólico, sería en todo caso la escritura como suplencia de un melancólico que de alguna

126
forma escapa a las determinaciones de su estructura. No es de melancólico poder escribir sobre
la melancolía.

Cuando decimos que una persona que se desmerece, que pierde, que está referido a lo perdido,
inmediatamente tenemos dos categorías en los conceptos que nos orientan para empezar a di-
vidir aguas. Uno es lo que se llama –ϕ, menos falo; y otro es objeto a.

Estas dos categorías permiten dividir las aguas entre lo que aparece en el fenómeno como igual
pero es diferente. Una cosa es la relación a lo que llamamos – ϕ que son todos los efectos de
disminución que un neurótico padece en cualquier nivel.

Es también el – ϕ un momento del análisis de alguien que tiene una consistencia tocada por su
síntoma o tocada por la vacilación de un fantasma, por hechos de la vida. La respuesta analí-
tica debilita las identificaciones, finalmente las hace caer y esto el sujeto lo registra en muchos
momentos como menos. Cuando eso se toca hay un efecto de caída dentro de un análisis, hay
un efecto de angustia, y un efecto de desorientación, hay un efecto de extrañamiento también,
son todos distintos efectos como fenómenos clínicos de lo que se llama la falta en ser, que es un
camino necesario de todo movimiento de las identificaciones en un análisis.

Un melancólico es alguien que pasó por el –ϕ, lo atravesó, y se encontró con el objeto; es alguien
que está identificado al objeto, y no toda persona que habla en menos de sí es alguien que está
identificado al objeto.

Esta es una primera aproximación para dividir aguas entre un neurótico y un psicótico. Noten
también que cuando hablamos de esquizofrenia o de paranoia, no hay ninguna duda de que
se trata de la psicosis. Hay una temática persistente en lo social, de confundir el fenómeno de
la melancolía con cualquier depresión. Cualquier depresión da este menos, esta inercia, este
decaimiento, esto que aparece en las mañanas cuando alguien deprimido se enfrenta al día que
tiene por delante, un trabajo que se le viene encima y que siente no puede enfrentar. Esos son
efectos de depresión que pueden estar perfectamente en un melancólico pero no alcanzan de
ninguna manera a constituir una psicosis.

La particularidad del fenómeno melancólico, es la de confundirse con algo que ha tomado gran
vigencia por los antidepresivos, extendiendo la depresión a costa de la melancolía, confun-
diéndose con la depresión, con lo que dicen los poetas, y que hace pensar a la melancolía como
fuera del campo de la psicosis.

Uno podría decir que lo que hace evidente a la psicosis, cuando uno escucha a un psicótico des-
encadenado, es el delirio, que permite detectar sin demasiadas vueltas que alguien allí está de-
lirando (siempre que sea suficientemente claro). Este es un punto que tiene su particularidad,
lo que se llama el delirio melancólico. El delirio melancólico no es un delirio tan obvio como el
delirio esquizofrénico o el delirio paranoico. Sin embargo, desde Freud, y desde Lacan, hay un
delirio melancólico. Hay un delirio prototípico del melancólico que es el que se denominado el
delirio de indignidad.

127
Sin embargo, si nos mantenemos en el plano de la significación del delirio que en este caso
sería la mentada indignidad, nos encontramos en un nivel que no es propiamente de la estruc-
tura. El contenido del delirio permite clasificaciones, pero la clasificación no es la precisión de
la estructura. Sin embargo, cuando planteamos un sujeto identificado al objeto, tenemos que
interrogar si sólo se puede sostener que la manifestación de la identificación al objeto perdido,
el sólo signo de eso, es un contenido significativo del delirio. Nuestro camino estaría facilitado
en la medida en que toda persona que padezca un delirio de indignidad sería un melancólico,
lo cual ocurre en un cierto nivel, pero a veces es posible hacer un diagnóstico de melancolía sin
que esté el delirio con contenido de indignidad; o sea que debemos saber interrogar los signos
de la identificación al objeto que no solamente pueden ser expresados en el delirio de indigni-
dad, o sea en lo manifiesto del contenido del delirio.

Nosotros decimos siempre que el delirio es el trabajo de interpretación que hace un sujeto de
su posición. Recuerden que dijimos que por un lado, hay fenómenos primarios de la psicosis,
y por el otro, delirio de interpretación. El delirio es el trabajo que hace el psicótico sobre los
fenómenos primarios.

Desde el punto de vista de la respuesta clínica, ésta tiene en la melancolía su particular com-
plicación. Hay algo a lo que el melancólico convoca, a cierta agresividad del interlocutor por lo
invulnerable de su cerramiento; pero además el melancólico tiene, por estructura, abierta una
puerta, que en verdad es la ventana, la ventana al pasaje al acto suicida.

Así como la paranoia tiene la puerta abierta al homicidio, por su estructura misma, el melancó-
lico tiene la puerta abierta al suicidio por la estructura de identificación al objeto.

¿Por qué? Recuerden que el destino del objeto a es un destino de estar fuera. Un destino de
objeto caído, porque el objeto a es el símbolo de lo que no se puede sublimar. Entonces por
estructura, en toda la lengua, en todo el lenguaje, en todo discurso, hay algo que no se logra
absorber, es lo que se llama objeto a.

Lacan lo dice así en el Seminario sobre La lógica del fantasma1, el hombre tiene una relación de
forclusión con su propio ser, al que llama detritus. Es, dice, lo que por estructura está forcluido
de lo simbólico, y esto tiene una serie de manifestaciones. Otra forma de decir algo de esta im-
posibilidad es cuando habla de la verdad. Dice: la verdad no toda puede ser dicha. En realidad,
son formas de hablar de esto que queda afuera de la captura simbólica.

Cuando Freud habla del psicoanálisis como profesión imposible, quiere decir que el psicoaná-
lisis tiene una relación de imposible captura del todo, lo que Freud llamó castración; hay algo
que escapa, y que por lo tanto profesión imposible no quiere decir profesión impotente, sino
profesión que trabaja sobre un imposible sin la intención de reabsorberlo como posible, sino
que trabaja con ese imposible y coloca al sujeto neurótico en una posición que no tenía en rela-
ción con la imposibilidad; es lo que Freud llama decepción.

1- LACAN, Jacques, Seminario La lógica del fantasma (1967), inédito.

128
Recuerden que la decepción no es la decepción neurótica de “estoy decepcionado”. La decep-
ción en términos freudianos, si ustedes leen todos los artículos en los que se refiere al Edipo,
es una función simbólica que envía a lo imposible, al objeto inaccesible, al objeto incestuoso,
decepción de la madre, giro hacia el padre, giro de la madre que no tiene pene –dice Freud–; ese
es el motor que orienta al sujeto en el marco edípico hacia el padre, pero no es que eso constitu-
ye a un neurótico, sino que produce la constitución de un sujeto. De ese modo, la decepción es
un motor que desplaza al sujeto en las figuras edípicas. Por decepción al no recibir un niño del
padre, la niña se orienta hacia el hombre, no se orienta hacia el malestar.

Pero si le decimos a la gente que el psicoanálisis propone decepción, esto provocaría malen-
tendidos.

Que una persona se encuentra decepcionada quiere decir que entró en contacto con lo impo-
sible y se colocó en relación a lo imposible, lo que produce no una persona deprimida, sino
una persona entusiasta. Es decir, que produce como efecto la decepción es el entusiasmo. El
entusiasmo no es una pasión agitada de la subjetividad, es el estar en el camino de lo que uno
debe hacer.

En términos conceptuales, entusiasmo quiere decir máximo sujetamiento al significante amo


que uno ha extraído de un análisis. Esto lo pueden leer en el último párrafo del Seminario 112.
Es allí donde Lacan habla de un amor sin límites como efecto del final del análisis, que implica
un máximo sujetamiento al significante amo extraído en el análisis. Es una forma, no la única,
de hablar de esto.

Siempre recuerdo un diálogo con amigos de APA, referido al fin de análisis. Ellos en este punto
hablan de libertad creadora, exaltación yoica, y yo les decía que ahí nosotros leemos máximo
sujetamiento. En ese punto me decían ustedes producen esclavos y no gente libre.

La libertad es todo un tema desde Marx. Recuerden que su fórmula de la libertad que una vez
me costó la ironía de un filósofo, era que es la conciencia de la necesidad, es decir, ser libre es
ser concientes de la necesidad. Esa vez le recité esto a un filósofo, se lo escribí y me puso abajo
“quedo enterado”. Marx pone en ese lugar el problema de la conciencia, mientras nosotros
ubicamos la implicación del sujeto, es decir, el máximo sujetamiento a los significantes amos.

El melancólico plantea el tema de la impotencia de acceso a su posición y como dice cosas


que tienen que ver con temas de la vida, no como el parafrénico que puede decir que vienen
ovnis, por ejemplo, incluyéndose en una interpretación delirante de su propia historia y de sus
propios actos, prestándose a la discusión. Es más difícil el diálogo con alguien que dice que
conversa con ovnis, más bien uno tiende a tratar de entender qué son esos ovnis con los que
habla. Pero con alguien, que por ejemplo, dice que es culpable de lo que hizo con sus hijos,
siempre se presta a un nivel donde el delirio es discutible, por lo tanto invita a los que rodean
a un melancólico a contradecirlo, cosa que sabemos que es lo peor que uno puede hacer frente
a un psicótico. Primero porque no tiene ningún efecto, y segundo que al delirio se lo acompaña

2- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964), Ed. Paidós, Buenos Aires.

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en su articulación al máximo nivel, pero nunca se choca, porque no hay posibilidad de chocar
con eso sin quedar en la impotencia.

Por supuesto cuando el analista está identificado a un amo, por su propia posición, es decir,
cuando está en posición subjetiva de analizar al otro y no de causar su análisis, la tendencia na-
tural, ineludiblemente da efectos de este orden. En otras palabras, cuando el analista se pone en
la posición de amo frente al síntoma y mucho más frente a una estructura como la melancólica,
ineludiblemente, cae en el lugar del amo, que cuando las cosas no marchan se pone agresivo.

Una versión de esto es aquella que pueden leer en algunos especialistas en el tratamiento de la
melancolía, que plantean que al melancólico hay que penetrarlo muy fuertemente en su estruc-
tura para hacer estallar su núcleo melancólico. O sea que el amo, cuando las cosas no marchan,
se pone agresivo, y especialmente cuando no marchan de acuerdo a su concepción de lo que es
un síntoma, de lo que es la curación y de lo que es una persona “normal”. Un amo sabe como
hay que vivir, sabe lo que es enfermo y lo que es sano, y por lo tanto quiere que ocurran las
cosas como él dice que ocurren y como deben ocurrir.

Para un amo la idea de suicidio es una idea patológica sí o sí, y por lo tanto, cuando alguien no
renuncia a ella, primero indicará la medicación y luego el electroshock.

Lacan ha tomado una posición particular frente al suicidio. Ustedes pueden algunos párrafos
sobre este tema en un texto que se llama Televisión3, en el Seminario 114, capítulos IV y V. El suici-
do es ubicado como un acto, lo cual no es lo mismo que decir que es un síntoma, ya que es casi
lo contrario de un síntoma, porque el síntoma se orienta más que a los actos, a la inhibición del
acto, se orienta más al acting out y al pasaje al acto, pero no se orienta al acto.

De modo que ubicar en la melancolía el suicidio como un ineludible dato patológico, deja al
sujeto enfrentado al analista, lo deja de alguna forma sólo con su mundo melancólico y su
orientación hacia el suicidio.

Esto nos coloca en una posición ética complicada. Lacan no identifica al analista con el ideal
hipocrático de la defensa inexorable de la vida. En ese punto radican todos los problemas éticos
referidos, por ejemplo, a la eutanasia, y los que se llaman de la verdad. Estoy pensando en los
enfermos terminales, en cómo se enfrenta la muerte. En verdad hay toda una serie de historias
acerca de cómo, desde el punto de vista del psicoanálisis, se acompaña a un sujeto que enfrenta
la muerte. Nuestra ética separa la verdad de la realidad, por eso decirle la verdad a un enfermo
terminal es desde esta perspectiva no sostenible.

Decía entonces que cuando Lacan orienta la cuestión del suicidio hacia el acto y dice que el
único acto exitoso es el suicidio logrado, desorienta la mayoría de las posiciones. También dice
que él ha acompañado al suicidio a gente a quien quería y con afecto, y acompaña al suicidio en
las mañanas donde los pájaros cantan, mañanas de esperanza… Noten que esto más allá de los
efectos que pueda producir, yo rescataría por supuesto no un aliento al suicidio, sino una inter-

3- LACAN, Jacques, Psicoanálisis. Radiofonía & Televisión, Editorial Anagrama, 1988, Barcelona.
4- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos… ibidem, págs 50-72.

130
locución con alguien que tiene ideas de suicidio que no nos identifica a un lugar que nos posi-
ciona enfrente, sino a estar al lado, para ver qué es lo que esa persona busca, cuál es su deseo.

Sabemos que el suicidio tiene para los que quedan un efecto singular. No es lo mismo que
cuando alguien se muere. Sabemos todas las dificultades de transmisión que esto implica. Es
un acto que tiende a ocultarse, es un acto que como tal es transgresivo. La pregunta que debe-
mos hacernos es: ¿qué es lo que se transgrede?

El suicidio no define estructuras, y aunque podamos hacer distinciones entre el suicidio des-
esperado y el calculado o el ritualizado, todos tienen en común que después no hay retorno al
estado anterior, y esto es lo que los convierte en actos verdaderos.

Por eso Lacan dice que todo suicidio no logrado es un acting, todo suicidio logrado aunque sea
por accidente es un acto, porque después de un acto no se puede volver atrás. Este es el dato
que rescata para unificar todas las formas de suicidio.

Sin embargo, desde otra perspectiva podemos también decir que hay suicidios que encarnan
más el acto que otros, y por eso Lacan ejemplifica el acto suicida con lo que se llama el harakiri,
un acto suicida por honor, no por desesperación, no por angustia, no por no poder vivir. Y es
un suicidio que es interesante tomarlo en dos aspectos: el aspecto de la decisión (que es el que
realizó Mishima), el momento donde decide, aunque después que decide es un sujeto del acto.
Una vez que decide entrar en el procedimiento del harakiri, la entrada allí ya no lo deja pensar,
sino que debe llevar a cabo una serie de actos obligatorios que construyen el acto del suicidio,
y quedan fuera de la premeditación y fuera de la decisión.

El mensaje fundamental es separar el suicidio de un síntoma, y colocar al analista a la escucha


de esa diferencia, por supuesto siempre intentando sostener el discurso, pero a sabiendas de
que allí hay una verdad a escuchar que no necesariamente traduce como éxito del analista el
evitar la muerte –que es el ideal hipocrático–. Ese es el ideal que encierra a la medicina en pro-
blemas serios éticos que plantean todo aquello que se discute alrededor de lo que se llama el
“doctor muerte”, por ejemplo, el tema de la eutanasia.

Si damos una pequeña vuelta por consideraciones psiquiátricas sobre el suicidio, tenemos una
primera definición: depresión o melancolía. Recuerden que estas dos características en Freud
se refieren a sus planteos sobre duelo y melancolía. Así, el duelo queda del lado de la neurosis
y la melancolía del lado de la psicosis.

El año pasado que hablé de melancolía y les subrayaba un dato a interrogar en el texto de Freud
en “Duelo y melancolía”5 donde habla insistentemente del duelo patológico. La pregunta que
les señalaba en aquel momento, era si podemos pensar que en la melancolía hay un duelo pa-
tológico. Es decir, si el fundamento de la melancolía sería ese duelo patológico, y es más, si un
duelo patológico es un duelo en el campo de la neurosis.

5- FREUD, Sigmund, “Duelo y melancolía”, en: Obras completas, Biblioteca Nueva, Buenos Aires.

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Leyendo “Duelo y melancolía”, interrogando esta cuestión no me surgía una respuesta evi-
dente. Si ubicáramos como el fundamento de la melancolía el duelo patológico, la clínica nos
respondería con una discusión respecto de esto. Cuando alguien no hizo el duelo por una pér-
dida, decimos es un duelo patológico; si 30 años después sigue la vigencia del objeto perdido,
decimos también que es un duelo patológico, pero eso no implica necesariamente la psicosis.
Es decir que llamamos duelo patológico a un duelo que no produjo a lo que el duelo tiene que
lograr: sustituir la pérdida.

Vamos recortando algunos puntos; cuando hablamos de melancolía, hablamos de pérdida y


del objeto perdido, llamando a este objeto un ser querido en términos freudianos y objeto a en
términos lacanianos.

El pasaje del ser querido, de los ideales queridos con que Freud nombra la pérdida, a la pérdida
del objeto, implica el apuntar al más allá de las formas imaginarias del objeto. Así, detrás del
ser querido, está el objeto que ese ser querido encarna. Lacan va a plantear que en el campo del
amor está el ser querido, pero en el campo de la estructura y del goce, está el objeto a que lo
sostiene. Por eso siempre que vamos de Freud a Lacan nos queda en el camino la destitución de
las significaciones, bajo la forma del delirio de indignidad, de los seres queridos, del amor, etc.

La psiquiatría también habla de descensos de humor, y ese ya es otro tema, la melancolía plan-
teada en términos de un problema con el humor.

Cuando decimos humor, esto resuena en todo lo que llamamos la energética freudiana, y creo
que en algún momento mencioné que tiene una lógica, que termina en la posición analista amo.

La concepción energética implica el borramiento de las estructuras, y produce el más/menos


y todos los adjetivos de lo que es más y es menos. Si ustedes recuerdan los planteos en torno a
la identificación masiva, y a la proyección masiva, que son los nombres del más/menos, el que
define finalmente la estructura, si es más o es menos, es más masivo o menos masivo, no es la
objetividad del discurso sino es la subjetividad del analista, que va a ser quien dice que si está
en más es psicosis y si está en menos es neurosis. Y cuando no puede decir ninguna de las dos
dice borderline, es decir, entre una y otra.

La categoría borderline es, entre muchas cosas, el efecto del masomenismo, que no permite distin-
guir estructuras y todo lo que no distingue hace un callejón en el medio: que es más o menos
psicótico, o más o menos neurótico; border, entre uno y otro. Es el efecto de una concepción
energética que no define la estructura o no define la tópica en juego, ese es el movimiento, por
lo tanto dibuja alguien que es el que define dónde está el límite y qué es lo que es.

Se habla de inhibición en el melancólico, pero también en el deprimido hay un efecto de inhi-


bición. Y sabemos que el obsesivo hay inhibición del acto, procastinación, que quiere decir que
no concluye sus actos porque la duda y la vacilación, lo inhiben. De manera que la inhibición
es un tema constante de muchas estructuras incluida no tan obviamente, la histeria, cuando en
ella se puede observar fenómenos de inhibición sexual.

132
Clínicamente es un dato fundamental cada vez que alguien hace una teoría de su inhibición
como los obsesivos, detrás de eso hay una teoría de la inhibición que desconoce el goce y la
causa. De modo que cuando un neurótico se orienta con que está inhibido porque es tímido,
o porque se bloquea, o porque no puede hablar, se orienta hacia la impotencia; colocando al
análisis en el callejón sin salida de levantar esa inhibición. El analista, en su contratransferencia,
cuando las inhibiciones son fuertes, se ve llevado a la impotencia de querer desinhibir al sujeto,
desconociendo que la inhibición tiene una razón de estructura que es la satisfacción pulsional
que está en juego.

Esta satisfacción pulsional no se desarticula con fuerza, con empuje, hay que ir adelante, hay
que salir de eso, hay que romper esa relación que le está haciendo mal, etc., todas esas cosas
que hacen a la inhibición de poder separarse, de poder casarse, de poder tener hijos, no tener
hijos, están sostenidos en una satisfacción pulsional que el yo registra como displacer, pero que
el sujeto registra como satisfacción.

Esto es lo que hay que tener en cuenta, porque cuando alguien viene a ofrecernos sus blo-
queos, nosotros como analistas debemos ponernos al costado de ellos. Nosotros podemos ser
permeables a eso, nuestra subjetividad bien intencionada puede estar convocada ese lugar. Sin
embargo, cuando hablamos de deseo del analista, se trata de la posición que no concurre a este
tipo de cita.

Desconoce esta cuestión pero abre una pregunta, y no debe desconocer que hay un goce de esa
impotencia y que ese goce, cuando el analista se pone muy impotente, más impotente que el
paciente, lo lleva a decir formulaciones como “usted no se permite”. Estrictamente hablando
es una frivolidad conceptual decirle a alguien esa frase; por lo menos, tendría que decirle “su
satisfacción oculta no se lo permite”…

Decirle que no quiere inconscientemente es una metáfora que nosotros podemos usar, y que
Lacan usa como decisión inconsciente, pero que habla de una satisfacción que no se resuelve
de ninguna manera empujando. Cuando uno empuja mucho cree que lo resuelve, pero se enga-
ña, porque ahí lo que se decide justamente es el acting out o el pasaje al acto. Esto se ve mucho
cuando alguien viene a consultarnos con problemas de identidad sexual; por ejemplo, un joven
adolescente que tiene impulsos homosexuales. Es muy importante como nos posicionamos, ni
de un lado ni del otro, en lo que Freud llamaba la neutralidad y la abstinencia, para causar un
camino lo más exento posible de acting out y pasaje al acto, porque es angustiante estar en esa
indeterminación. El acting out viene a la salida de la indeterminación, pero no viene a la resolu-
ción del goce y de la identidad sexual, y ahí radica el problema.

En un momento determinado los analistas se orientaban con Freud hacia la heterosexualidad


decidida, en aquel punto donde él mismo se equivocó con Dora, empuje a la heterosexualidad
que provoca actings heterosexuales que desconocen el goce homosexual.

Hoy que no tenemos –hasta cierto punto– el prejuicio de definir la homosexualidad como per-
versión, igual que al suicidio no lo definimos como un síntoma, podemos colocarnos en la

133
posición subjetiva de no orientarnos tan decididamente a la heterosexualidad. Digo tan decidi-
damente, porque en alguna medida, los prejuicios en los analistas siguen existiendo.

Se es analista no por no tener ningún prejuicio, porque los analistas son hombres y mujeres,
son humanos, tienen subjetividad y tienen prejuicios e ideales. Lo que quiere decir es que el
deseo del analista tiene que sostenerse en los márgenes posibles de esas determinaciones, y el
pronóstico de quien está en análisis depende de cómo el analista ha creado para su práctica un
lugar donde sus prejuicios no funcionen libremente. Lo cual no quiere decir que no funcionen,
funcionan como lapsus del acto analítico, y para eso están los controles y el análisis del analista.
Por eso no hay egreso del control, porque el analista tiene que controlar su práctica, porque lo
lleva a desmerecer ocultar y encubrir lo que llamamos el deseo del analista, que necesita actos,
para decirlo en términos obsesivos, de limpieza constante de todos los prejuicios que lo encu-
bren, lo disimulan, o lo atenúan.

Hablábamos antes del descenso del humor y de la inhibición. Datos objetivos perceptibles para
el sujeto y para quien lo ve, analista incluido.

La psiquiatría agrega a estos dos datos un tercero que lo coloca en otro lugar, pero como parte
de la estructura, que es una conciencia dolorosa, que colocamos del lado del fenómeno y que
como tal se hace extensiva a muchos sujetos, por ejemplo, los histéricos, que tienen una íntima
relación con el sufrimiento. Es además la conciencia dolorosa que acompaña a cualquier estruc-
tura desencadenada.

La categoría opuesta a la mentada conciencia es también aquí la implicación subjetiva, porque


en el melancólico hay conciencia dolorosa pero no hay implicación subjetiva, y si superpone-
mos las dos retorna la depresión para confundirse con la melancolía. Entonces la conciencia
dolorosa para nosotros en el campo de la melancolía no alcanza a la implicación subjetiva. Es
una forma de debilidad conceptual decir que habla de la muerte del padre o de la madre, sin
afecto. Esto querría decir que alguien que habla con afecto ha elaborado su duelo por la pérdi-
da, y que tiene una conciencia dolorosa de la pérdida, y que esto implica algo.

Que hable alguien con afecto o sin afecto, para nosotros no es garantía de nada, no es garantía
de que hay implicación. Por eso distinguimos la subjetividad del sujeto y decimos que el sujeto
no tiene subjetividad; el sujeto no se siente ni bien ni mal, ni se angustia ni no se angustia. El
sujeto es eso que está ligado a lo que habla en nosotros.

En la conciencia dolorosa la melancolía toma un giro particular que es donde Freud se orienta
para el diagnóstico melancólico.

Sorprendentemente, la melancolía adquiere en Freud un sesgo moral, desplazando su delirio


a una problemática moral, por eso hablamos de delirio de indignidad. Se distinguen aquí dos
tiempos, un tiempo de autodepreciación (que describe la psiquiatría), y un tiempo de autoacu-
sación. Son dos tiempos de la conciencia dolorosa para la psiquiatría.

Dijimos autodepreciación, pero todo neurótico se autodeprecia, es muy difícil que un neuró-
tico que se aprecie vaya al análisis, salvo que tenga una mujer al lado… Efectivamente, no to-

134
dos, pero muchos obsesivos no se autodeprecian porque no perciben su síntoma, son síntomas
egosintónicos, lo que lleva a que el trabajo con el obsesivo primero es despegar el síntoma de
donde no lo reconoce. Es decir allí donde quienes los sufren son quienes los rodean, la mujer
en particular. El obsesivo dice “a mí no me pasa nada, le pasa al de al lado”.

Si hablamos de autodepreciación –ϕ veremos surgir todas las formas de: “me siento en menos”,
“no puedo”, “me siento menos que otros”, “no puedo estudiar”, “no me rinde”, “no tengo me-
moria” y todas esas formulaciones que a veces también se encarnan en el cuerpo.

El encarnamiento del cuerpo en un hombre a veces está ligado al pene. El tema del tamaño del
pene en un hombre es todo un problema, no de todos los hombres pero sí de muchos y siempre
digo como metáfora que el pene crece en análisis…, crece, tengo pruebas… Crece quiere decir
que en lugar de catectizar lo imaginario del pene, que es su tamaño en relación al espejo y en
relación a otros hombres, crece como instrumento de goce. Lo imaginario del pene se refiere a
lo que podríamos llamar un problema de vestuario, la comparación narcisista de tamaños, la
cuestión con el espejo propio.

Entonces, que el pene crece en análisis, quiere decir que no crece en términos imaginarios, sino
que crece como instrumento de goce. Y para que crezca como instrumento de goce y saber, y
poder usar el pene hay que destituir su imaginario, y entonces el efecto es que crece como ins-
trumento de goce, y deja de ser un tema de menospreciación.

En el campo femenino Freud ya había subrayado el tema del tamaño como un universal, ligado
al clítoris. También están las respuestas quirúrgicas, que son interesantes por sus derivaciones,
por presentar muchas veces un desplazamiento de la imperfección. Dejó una marca, una mira-
da distinta, un poco de más, un poco de menos, etc. En conclusión avatares de la castración con
las que el humano tiene que vérselas. A veces la cirugía le gana de mano al análisis, lo cual no
excluye que en oportunidades lo acompañe. Sin embargo, la respuesta automática de la cirugía
a veces tapa el síntoma, lo desconoce y por lo tanto termina encubriéndolo.

Autodepreciación entonces, –ϕ de la neurosis, –ϕ en la apariencia del melancólico, lo que se es-


pecifica en la autoacusación, distinguiendo así autodepreciación de autoacusación para ubicar
al melancólico. De la mano de la autoacusación viene el problema moral, que Lacan lo formu-
lará en términos de cobardía moral.

Es necesario distinguir la paranoia de la melancolía. El melancólico es culpable y el paranoico


un inocente. En el melancólico el otro nunca es culpable, el culpable siempre es el sujeto; por
eso del lado de la culpabilidad, de la autoacusación, del autoreproche, viene lo que se llama el
delirio de indignidad.

Respecto al descenso del humor, según la psiquiatría, el melancólico termina siendo triste. Pero
allí tenemos una diferencia en relación a lo que distingue Lacan. No es lo mismo la depresión
que la tristeza, hay distinciones a hacer entre lo que es triste y lo que es deprimido. Lacan co-
loca a la tristeza entre las pasiones del ser y no como el efecto de la depresión, por eso no todo
deprimido está triste.

135
El descenso del humor que implica la depresión no queda del lado necesariamente de la tris-
teza, del sentimiento triste, es más bien la depresión un discurso sobre la inercia sin tonalidad
sentimental. La tristeza incluye además el sentimiento.

Debemos introducir en este punto una categoría que Lacan llama el dolor de existir, que no es
lo mismo que la angustia de existir. Lacan sostiene que no hay dolor de existir en el mundo
animal, es una particularidad del humano en su relación con el lenguaje. Por lo tanto el dolor
de existir es la forma particular del humano de tratarse con el lenguaje; y el melancólico es al-
guien que vive en contacto con eso, identificado a ese dolor de existir. Si quieren una referencia
freudiana a esta cuestión, pueden encontrarla en “El porvenir de una ilusión”6, en aquello que
llama desamparo constitutivo.

Para Freud el ser humano en su esencia sufre el desamparo y la neurosis, la psicosis, y todos
los productos humanos, son formas de tratar ese desamparo constitutivo. A mí me parece que
hay un puente posible entre ese dolor existir, y lo que Lacan llama mortificación de la cosa por
el significante, mortificación del cuerpo por la palabra que en el psicótico melancólico no está
velado y sí en el neurótico.

Entonces, si pensamos que en la base constitutiva está el dolor de existir, el neurótico la recubre
con la falta en ser, planteándose una distinción entre la falta en ser y la mortificación.

Pero les decía antes que la falta en ser es un punto al que se llega en el camino del análisis.
Cuando esa falta en ser deviene en melancolía, quiere decir que hubo un error de diagnóstico,
y uno aceptó en el análisis a alguien que consideró neurótico, y que por lo tanto pensó que iba
a poder pasar por la falta en ser para constituir luego un ser de goce consistente y se quedó es-
tancado melancolizándose. Este punto nos llevaría a pensar que hay un error diagnóstico y que
ese sujeto que no tiene como recurso la falta en ser, el análisis lo desencadenó en la melancolía.

Por eso también hay problemas de diagnóstico para la melancolía, porque a un melancólico no
se lo lleva al punto de movimiento de sus identificaciones que lo coloque en relación a la falta
en ser, porque ahí en vez de encontrar el –ϕ nos topamos con el objeto a.

Si ustedes quieren leer algunas referencias sobre esta cuestión, el

Seminario sobre La angustia7 habla de melancolía en sus últimas clases. El melancólico, es ubi-
cado allí en referencia a la identificación: i(a), para decir que en el neurótico la identificación
recubre el objeto. Esto está significado por los paréntesis. En el melancólico los paréntesis se
levantan, la imagen se atraviesa y aparece la identificación con el objeto. Por eso si tocamos las
identificaciones tenemos que saber que más allá de las identificaciones hay algo que sostiene
los paréntesis. En cambio, en el melancólico no hay nada que sostenga los paréntesis, está pre-
cariamente sostenido por imágenes identificatorias, y al tocar esas imágenes caen los paréntesis
y el sujeto va al encuentro con el objeto; es lo que se llama el pasaje al acto suicida.

6- FREUD, Sigmund, “El porvenir de una ilusión”, en: Obras completas, Biblioteca Nueva, Buenos Aires.
7- LACAN, Jacques, Seminario La angustia (1963), inédito.

136
Inclusive Lacan plantea en relación a esos paréntesis los temas de la ventana, el fantasma y el
atravesamiento del fantasma por el sujeto melancólico, que desarticulando el fantasma atra-
viesa con el objeto el marco de la ventana. Lacan hace de las ventanas en el Seminario sobre La
angustia un lugar de anclaje del fantasma. Y el objeto a, cuando pasa a lo real rompe el fantas-
ma, sale de la escena y va al pasaje al acto.

El dolor de existir entonces está mitigado, enmascarado por la falta en ser, que junto a la falta
en gozar protegen del dolor de existir.

La falta en gozar se puede leer de dos formas. La primera ubica todas aquellas insatisfacciones
que no permiten alcanzar el encuentro con la satisfacción del goce. ¿Cómo es la falta en gozar
en un obsesivo? Tiene problemas para encontrar el objeto de goce hoy y dice entonces que su
vida es un trabajo para algún día ser lo que quiere ser. Es aquello que les decía en algún mo-
mento acerca de las personas que dicen quiero dedicar tiempo para mí, tiempo que se supone
está fuera de todo lo que hace cotidianamente. Como si lo otro que hace, a lo que dedica su
vida y adonde está su libido jugada, fuera vaya uno a saber de quien. Esto quiere decir que en
verdad está trastornado su reconocimiento de sus satisfacciones por la neurosis colocándose en
falta en gozar y pone el goce a distancia bajo distintas formas: la mujer ideal que no es la que
tiene al lado porque tiene celulitis, la otra porque el mundo actual tiene mucho que trabajar y
entonces algún día será lo que será, etc. Son todas formas en que aparece la insatisfacción de
gozar.

Les decía que esto es una forma de nombrar la falta en gozar, pero hay otra, es el –ϕ leído no
como la castración imaginaria que estoy mencionando, sentimiento del menos, etc., sino el –ϕ
como falta de goce. Este menos de goce no funciona en un melancólico, y es lo que le impide
gozar el acceso al plus de goce. Tenemos una alternativa, o se accede al plus de goce, o bien ocu-
rre la identificación al objeto. Entonces, para poder extraer eso hay que hacer lo que se produce
en un análisis, que es la castración del goce-todo para extraer algo. La maquinaria que Lacan
propone para hacer esta extracción se llama fantasma.

El fantasma fundamental que incluye el plus de goce es la exclusión menos goce de todo el goce
para encontrar el goce fantasmático particular que se llama plus de goce. Cuando ustedes es-
cuchan plus de goce tiene que haber placer. No hay coincidencia entre plus de goce y displacer.
Plus de goce está en el campo del placer, no del displacer.

Decía que vía la culpabilidad, vía el delirio de indignidad, en la melancolía se plantea un pro-
blema moral que Lacan va a llamar ético. Recuerden la diferencia entre ética y moral, la moral
es el saber sobre el bien y el mal, dicho rápidamente. Es el analista identificado a las formas
imaginarias del superyó.

El superyó para Lacan, continuando el movimiento conceptual que realiza constantemente, se


desimaginariza de lo que está bien y lo que está mal para hacer de él una instancia ética que
ordena gozar, o sea que lo específico, del superyó para Freud está ligado a temas del bien y
del mal, y para Lacan, está planteado en términos de relación entre el superyó y el goce. Pero
cuando uno escucha esa frase dicha en el Seminario sobre La angustia acerca de que el superyó

137
ordena gozar, podría hacer suponer que el superyó es perverso, ya que es perverso el que hace
gozar.

Por eso hay que leer ese mandato superyoico donde Lacan lee la moralidad freudiana como
mandato de goce, que es el goce más del lado del plus de goce que del goce-todo. El goce deslo-
calizado es lo que hay que excluir, castrar con la palabra para hacer presente allí la prohibición
paterna.

Cuando vaciamos al superyó heredero del complejo de Edipo de ideales educativos, resta por
precisar que es una madre y que es un padre que funcionan como tales; es decir, como regula-
dores y localizadores de goce, que en verdad es la más profunda de las pedagogías. Un padre
que pone el acento en la moral, en como deben hacerse las cosas, en como se debe comportar
un hijo, no necesariamente es un buen instrumento para regular el goce. Lacan dice que la po-
sición ética del padre se encarna muchas veces más por la ausencia que por la presencia, por
estar a distancia de sus hijos, lo que se lee por supuesto en la puericultura como abandono de
los hijos.

Para Lacan el padre que quiere ejercer su función de padre y quiere ser un padre educador es,
el que desencadena una psicosis, o el padre que se identifica a la madre y que quiere cuidar a
sus hijos.

Todo esto tiene consecuencias muy importantes para pensar no sólo en términos conceptuales,
sino en términos prácticos, concretos acerca de cómo ubicamos al buen padre y a la buena ma-
dre, ya que también en el plano de la realidad tenemos algo que decir y que hacer funcionar
para repensar todo aquello que la sociedad reconoce como el buen padre, con el que a lo mejor
nosotros tenemos algunos puntos de coincidencia.

Los buenos padres y madres modernos muchas veces están sostenidos no en el psicoanálisis,
sino en la psicologización del psicoanálisis, que hace de la presencia el motor fundamental de
las cosas. En el campo del psicoanálisis la ausencia es la más fuerte de las causalidades. Lacan
plantea de muchas formas esta ausencia como constitutiva. Lo dice en el Seminario 58, con los
movimientos de ausencia y presencia de la madre, coloca esa ausencia como una clave de la
constitución del sujeto del deseo. Y la presencia excesiva de la madre, en particular en el campo
de la alimentación, encontrará como respuesta la anorexia como forma sintomática de velar un
alimento demasiado real.

El último punto que quiero desarrollar es el de la cobardía moral. En primer lugar podemos decir
que se trata de una debilidad de la ética del sujeto que lo coloca en posición de cobardía.

La cobardía moral es solidaria de lo que está formulado en el Seminario sobre La Ética...9 en


términos de culpabilidad. Lacan dirá allí, que somos culpables de una sola cosa: de retroceder
frente al propio deseo.

8- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, Editorial Paidós, Buenos Aires.
9- LACAN, Jacques, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Editorial Paidós, Buenos Aires.

138
Nunca es demasiado recordar que el deseo no son las ganas y que el análisis nada tiene que
ver con liberarse. Esto es más bien el camino del acting. Los neuróticos se sienten culpables de
muchas cosas, pero en general son coartadas que encubren la verdadera culpabilidad. Esta se
dirime en una posición en la vida y no en el narcisismo de las “pequeñas mentiras”.

Se me hizo presente el recuerdo de una persona que se sentía totalmente culpable, angustiado,
etc., de una forma muy impresionante, porque después de 10 años de matrimonio se sintió
atraído por otra mujer. Y su demanda angustiada era que el análisis terminara con esa cuestión,
que terminara con eso que amenazaba no sólo su matrimonio sino su trabajo. “Estoy arruina-
do”, decía, sin ninguna concreción de esa atracción y sin siquiera saber si la mujer en cuestión
le correspondía. En ese punto, él lee su ruina y por lo tanto su enorme culpabilidad de estar
destruyendo un matrimonio, casi delirante, por la precariedad de lo que está en juego; pero de
todas maneras él se siente culpable.

No nos orientamos ni por la inhibición, ni por la deshinbición. No estamos en la época victoria-


na que fue el marco cultural de Freud. Tampoco dibujamos el ideal contrario, queremos captar
de qué se trata sin prejuicios.

Lo que este tipo de hechos son para el sujeto habrá que leerlo no en la coyuntura sino en la
trayectoria y en la lógica que la sostiene. Allí sabremos si esto implica un relanzamiento del
goce o un acting. Por supuesto estas cosas tienen sus costos, pero estamos seguros que todos
los precios que deban pagarse son menores que los que impone la neurosis, aunque sea una
neurosis estabilizada.

Vivir tranquilo es muchas veces una propuesta de la neurosis que no evalúa los precios que
paga por esa tranquilidad. Sabemos que la tranquilidad neurótica es la muerte del deseo.

El sujeto decía que tampoco quería afectar a sus hijos. Pero ¿qué afecta a un hijo? ¿Qué trans-
mite un padre?

Tranquilo es tranquilo como un neurótico, y tranquilo como un neurótico quiere decir que hace
cinco años que tiene, relaciones sexuales cada seis meses. Este es el equilibrio neurótico que él
ve amenazado. Seguramente es ahí donde hay toda una historia.

Lacan orienta en el sentido de que nuestra función no es compensar neuróticos, sino que insiste
que hay un problema ético, que hay que apostar al deseo y que esto tiene costos. Costos subje-
tivos, de angustia, de daños, etc.

La cobardía moral va en relación a esta cuestión. Y estos no son actos de la voluntad, aunque
utilizar el término cobardía da la impresión de actos voluntarios. El deseo se lee en la sujeción a
sus propios significantes, y a sus determinaciones de goce. Por eso la coyuntura no nos ilumina
mucho acerca de si se trata del deseo o se trata de un acting haciendo la parodia del deseo, que
son efectos a veces muy posibles en los comienzos de un análisis, donde empiezan a moverse
las cosas y alguien está impulsado a cambiar todo lo que tiene por otra cosa que no se sabe qué
es.

139
Lacan nombra la cobardía moral como rechazo al inconsciente. Y dice: “Rechazo al inconscien-
te que no permite al sujeto asumir su deber respecto del goce y de su deseo”. No quiere decir
“rechazo mis lapsus”, o “no me importan los sueños”, esto es un plano totalmente imaginario.
Rechazo al inconsciente quiere decir rechazo a la posición de sujeto del inconsciente, sujeto de
sus determinaciones.

De modo que la cobardía moral no es un problema subjetivo de valentía y audacia, porque eso
dibuja la valentía como acting out, sino es sujeción a los significantes que son los que ordenan y
regulan nuestro goce y nuestro deseo.

Por último, recuerden en relación a la libertad sexual, que Foucault en su Historia de la sexua-
lidad10 dice que no hay forma de reprimir más la sexualidad que la libertad sexual. La forma
más moderna de reprimir la sexualidad es la libertad sexual. Es decir, ubicar la libertad y la
sexualidad en el campo yoico, y no ubicarla en el campo del sujeto que es adonde se juega las
verdaderas identidades, los verdaderos goce. También ocurre lo mismo con las formas feminis-
tas, unisex, que en particular desconocen la particularidad de la sexualidad femenina.

Bueno, hoy es la última clase, de modo que los despido.

12 de diciembre de 2002

10- FOUCAULT, Michel, Historia de la sexualidad. 17. ed. reimp. Ed. Siglo Veintiuno, Septiembre de 1992, Buenos Aires, Tres
tomos.

140
MESA REDONDA
RESPUESTAS DEL PSICOANALISTA AL PSICÓTICO

PARTICIPAN:
SILVIA BAUDINI, JORGE CHAMORRO, ERNESTO DEREZENSKY,
CARLOS DANTE GARCÍA Y NÉSTOR YELLATI.

MODOS DE INTERVENCIÓN EN LA PSICOSIS


Néstor Yellati

El abordaje psicoanalítico de las psicosis obliga a repensar todos los términos de uso habitual
en nuestro campo, porque, si bien Lacan ingresó al psicoanálisis en tanto psiquiatra por la vía
de las psicosis, contó –y reformuló– con los conceptos freudianos acuñados en el tratamiento
de las neurosis. Es lo que ocurre con la interpretación, término que da cuenta, por excelencia, de
la intervención del analista, hasta tal punto que Lacan la ubica como su táctica y la caracteriza
de diversos modos a lo largo de su enseñanza procurando testimoniar el efecto mutativo que
produce en el sujeto.

En lo que se refiere al abordaje del paciente psicótico, no cabe duda de que al estar incluido en
el campo del lenguaje se halla afectado por la palabra; es decir –y esto es lo que comparte con la
intervención en las neurosis–, más allá de los distintos modos de estabilización posibles en las
psicosis, el analista interviene con su palabra. Si bien se advierte su poder sugestivo, al mismo
tiempo es necesario caracterizar dicha intervención, dada la peculiar relación del psicótico con
la cadena significante.

Algunas razones para no hablar de interpretación en la psicosis

Aunque sea de manera ocasional, el sujeto psicótico interpreta, no solo en la paranoia sino tam-
bién en la esquizofrenia. Interpreta el mundo, le da una significación propia, no dialectizable,
caracterizada por una certeza que contrasta con la vacilación neurótica.

¿Se puede interpretar la interpretación? Miller señala que no por casualidad la palabra interpre-
tación está tomada de la clínica de la psicosis y que, desde Freud, es necesario diferenciar el de-
lirio psicótico del delirio psicoanalítico. «Lo que salva al psicoanálisis es el Nombre del Padre,
utilizado por el analista freudiano para poner un límite al delirio del sujeto supuesto saber.»
Así, la certeza de la interpretación delirante psicótica aparece como un tope a la interpretación
del analista. Desde cierta perspectiva no dejaría de ser la confrontación de dos delirios, a dife-

141
rencia de lo que sucede en las neurosis, donde analizante y analista comparten el mismo, o sea,
la ficción edípica. La denominación psiquiátrica secretario del alienado se origina en esta impo-
sibilidad de interpretar la interpretación delirante, que no hay que descartar en tanto posición
del analista en determinadas circunstancias.

¿Cómo produce el psicoanalista lo que llamamos interpretación? Su intervención parte de una


premisa: el texto producido por el paciente supone un saber inconsciente articulado en él. De
allí que el analista utilice casi siempre los significantes introducidos por el sujeto para construir
su intervención. La forma más evidente es la cita, donde se señala un significante, se lo repite,
se lo interroga, se corta la sesión cuando este es enunciado, se cuestiona su significación y se
apunta, de este modo, a la enunciación. El equívoco mismo se produce a partir de la lectura de
una producción significante, el analista equivoca lo dicho por el sujeto; lo nuevo parte del texto
producido.

Ahora bien, la intervención del analista en la psicosis no tiene el mismo carácter. Se observa
en ocasiones, cuando la interpretación no está referida al texto del paciente, en tanto el delirio
no se interpreta y la alucinación tampoco. La lógica que determina esto es que el texto del su-
jeto neurótico contiene las marcas de la represión y del retorno sintomático, lo que permite la
apertura del inconsciente y su interpretación. En el caso del psicótico se advierte, en cambio, la
marca de la forclusión. Consiguientemente, la interpretación del analista no solo no se sustenta
en el texto del paciente sino que debe producir un texto inédito. El analista entonces no se li-
mita a escuchar, interviene con la palabra e inventa a partir de su propio saber. Dado que no es
el saber inconsciente el que ofrece la interpretación, el analista no duplica la interpretación del
inconsciente a través de sus formaciones.

Decimos habitualmente que la interpretación apunta a la localización de significantes privi-


legiados en tanto constitutivos de las identificaciones inconscientes. Sin embargo, el analista
tiene como objetivo el franqueamiento del plano de la identificación. Más allá de ese plano se
sitúa la Cosa otra, lo que del goce no pasa al inconsciente como saber y constituye un límite a
la interpretación concebida como desciframiento del inconsciente. De allí que la interpretación
apunte al objeto. Es una de las razones para que la interpretación tenga valor de equívoco, de
enigma, y haga vacilar al sujeto entre los significantes que lo representan. Desde este punto de
vista, encontramos un límite a llamar interpretación a la intervención del psicoanalista en las
psicosis, pues no hay extracción del objeto a, que permite la constitución del campo de la rea-
lidad. ¿Cómo podría la interpretación apuntar al objeto cuando este se presentifica retornando
en lo real, por ejemplo, alucinatoriamente? De todos modos, la práctica enseña que el hablar,
la verbalización opera una localización del goce, que el goce que retorna de manera masiva y
deslocalizada puede ser acotado, aun cuando no quepa llamar a la operación del analista in-
terpretación.

Jorge Chamorro. —El texto de Néstor Yellati plantea una puntuación sobre la interpretación.
Debemos establecer, por un lado, la diferencia entre la interpretación del psicótico y la que

142
realiza el analista. ¿Es lo mismo? ¿Es diferente? ¿Tienen una estructura en común o no?. Este
es el primer punto.

El segundo punto es la distinción entre la interpretación que hace el psicótico y una de las teo-
rías de Lacan sobre el tema. Para esto es necesario diferenciar dos tiempos de la interpretación
en los textos de Lacan: a) La interpretación simbólica, que produce efectos de significación, lo
nuevo, etcétera, y la interpretación que se ubica en «El atolondradicho», que apunta a la causa
del deseo, más precisamente la revela.

Quizá veamos más adelante la interpretación en Joyce, donde Lacan sustenta la segunda for-
mulación, que podemos ubicar como la reducción del significante a la letra. Interpretar es re-
ducir el significante a la letra. Así entendida, es la inversa de la primera. En este sentido, habrá
que diferenciar la interpretación del psicótico de la del analista, en tanto ambos escriben al
interpretar. Me parece que este es el punto esencial: esta interpretación se sostiene más en la
escritura que en la significación.

Carlos Dante García. —Estaba también lo de la certeza psicótica como tope a la interpretación
analítica, que entendía en el primer sentido. Y dejaste planteada la pregunta de qué diferencia
la interpretación analítica de la del delirio… Es que, aunque se aproximan, hay una diferencia.
Y la otra pregunta es qué es la invención en la neurosis y la psicosis. No desarrollás la diferen-
cia, la ubicás más del lado de la neurosis.

Jorge Chamorro. —La invención en el campo de las neurosis que implica la interpretación, es
una invención que incluye la interpretación del analista. La pregunta es entonces si la inven-
ción en el campo de la psicosis incluye la interpretación o no del analista.

Ernesto Derezensky. —Para tratar la posición el psicoanalista frente a la psicosis es necesario


partir de lo que podemos ubicar como un listado de prejuicios alrededor del tema. Tenemos
como punto de partida la interdicción freudiana que es posible resumir de la siguiente manera:
no se puede analizar a un psicótico porque este es incapaz de transferencia. Esta posición ha
sido rebajada por la experiencia de los analistas. Un primer movimiento se verifica a partir de
la práctica de la escuela inglesa, de los posfreudianos, que extienden el dispositivo analítico a
la psicosis y a los niños. Por lo tanto, creo que hoy ya no es posible sostener que el psicótico es
incapaz de transferencia. En todo caso, podríamos adjuntar como problema a la interdicción
sostenida por Freud la pregunta por la naturaleza de la transferencia en la psicosis. Creo que
un buen modo de abordar esta pregunta es la posición de Lacan, que ubica alrededor de la
transferencia una vertiente epistémica y otra vertiente relacionada con lo libidinal.

También podríamos preguntarnos si la transferencia en la psicosis puede ser un instrumento


utilizable desde un punto de vista terapéutico. Se trata entonces de precisar su naturaleza y

143
de dar cuenta de si puede o no ser utilizado terapéuticamente. Se deduce de este punto de
partida freudiano una segunda afirmación, que agrega una norma: no se debe interpretar a un
psicótico porque eso lo enferma más. Y tenemos al respecto una cantidad de comunicaciones
clínicas en las que se verifica que ciertas interpretaciones «desafortunadas» (entre comillas) de
los analistas producen un agravamiento en la situación del paciente.

Si comenzamos a considerar ahora la posición de Lacan y tomamos como punto de partida El


seminario 3, que dedica a la psicosis, veremos que ocupa un lugar importante en su elaboración
el estatuto de la llamada prepsicosis. Este término –cuya caracterización dio lugar a un debate
en nuestro medio– no pertenece a Lacan, sino que lo toma de otro autor, y luego desaparece
prácticamente de sus seminarios y escritos. En El seminario 3 entonces Lacan sostiene que la
prepsicosis se constituye en un límite, ya que si tomamos prepsicóticos en análisis el resultado
es un psicótico.

Y es importante situar que el contexto en el que Lacan produce esta afirmación es el de un de-
bate histórico con la orientación que en el psicoanálisis se conoció como la relación de objeto.
Esta práctica del psicoanálisis potenciaba los factores imaginarios en la cura; era el psicoaná-
lisis concebido como la antecámara de la locura. En ese sentido, creo que si bien la indicación
de Lacan tiene una particularidad, un punto preciso clínico respecto de la necesidad de ubicar
el diagnóstico diferencial entre neurosis y psicosis, entra dentro de un debate más general con
esta orientación dentro del psicoanálisis.

El punto siguiente es cómo situar la interpretación en la psicosis. Pienso que es posible reco-
nocer en Lacan una primera teoría de la interpretación, que podríamos convenir en llamar
interpretación metafórica, que toma su estructura de la metáfora paterna. La metáfora puede
ser considerada como el modelo de todas las interpretaciones en el campo de la neurosis. Es la
metáfora de un proceso de sustitución que hace emerger una significación dominante del suje-
to, la denominada significación fálica. Por otro lado, simultáneamente a esta conceptualización
de la interpretación metafórica, Lacan caracteriza la estructura psicótica a partir del déficit en la
inscripción del significante del Nombre del Padre. Llama a esto forclusión e indica una primera
consecuencia en el plano de la significación, la falta de significación fálica. De todos modos, se
trata de un momento de la enseñanza de Lacan, que no constituye su totalidad.

Deberíamos entonces ubicar otro Lacan, ese que nos propone lo que podríamos llamar la inter-
pretación corte, una interpretación conforme a la estructura del discurso analítico, que apunta a
aislar los significantes amo a partir de los cuales el sujeto ha construido su delirio. En ese caso,
corresponde distinguir el delirio neurótico –alrededor del Nombre del Padre– y esa otra forma
que es el delirio en la psicosis, que prescinde del Nombre del Padre.

Un modelo posible para la interpretación en la psicosis sería, a mi entender, la escritura del dis-
curso analítico, que conduciría a aislar también en ella ciertos significantes amo. Queda como
problema dentro de esta afirmación qué estatuto le damos tanto a lo que Lacan escribe como
S2, la función del saber –esto es, si es posible homologar el saber inconsciente tal cual funciona
en la neurosis con la estructura del delirio–, como al sujeto representado por un significante
para otro significante. Tenemos allí la afirmación lacaniana de un sujeto del goce, que Lacan no

144
planteó en cualquier oportunidad, lo hizo en su escrito «Presentación de la traducción francesa
de las Memorias del Presidente Schreber».

Y aun cuando pueda sostenerse que hay interpretación en la psicosis, se debe plantear asi-
mismo que esta no es inocua, lo que implica que a partir de Lacan existen contraindicaciones
a dicha interpretación. La más difundida, la más precisa se encuentra en los Escritos, cuando
plantea en «De una cuestión preliminar…» los efectos catastróficos de la interpretación de la
homosexualidad en términos de homosexualidad reprimida, de posición pasiva respecto del
padre, e introduce la necesidad de distinguir la homosexualidad neurótica de la delirante o,
más precisamente, el transexualismo delirante. Luego, hay interpretación, pero esta no es ino-
cua.

¿Cuál es la operatividad de la interpretación en la psicosis? Dado que en la psicosis no con-


tamos con la represión, se trata de la necesidad de construir un nombre a partir de lo que la
estructura permite. Verificamos que el analista no puede voluntariamente evitar la interpre-
tación y que su abstinencia interpretativa, su silencio, no lo libra del problema. Y es que la
estructura misma del encuentro con el analista, independientemente de que se produzca en el
marco del dispositivo analítico, ya despierta la posibilidad de la interpretación. En ese sentido,
el punto de referencia para la interpretación que la estructura permite ubicar es lo que nosotros
llamamos la certeza psicótica, contra la cual no puede ir la interpretación analítica. Considero
una afirmación posible y adecuada señalar que la interpretación analítica se coloca al lado, al
costado de la certeza psicótica.

Intentaré ilustrarlo con una pequeña viñeta clínica. Una paciente a la que atiendo desde hace
catorce años ha desarrollado un aparato de influencia, y tiene absoluta certeza de que, en sus
términos, todos le entienden el pensamiento, excepto el analista. Pero ¿por qué su analista no
le entiende el pensamiento? Responde: «Es que usted me quiere y los que me quieren bien no
me entienden el pensamiento».

Podría reducir la interpretación operante en el análisis de catorce años de esta mujer a dos
proposiciones: en primer lugar, efectivamente, yo no le entiendo el pensamiento. Este yo no le en-
tiendo se coloca de costado, al lado de la certeza psicótica que ella sostiene y que va más allá de
la significación; se trata de una certeza de goce: el Otro me entiende. La segunda interpretación,
absolutamente correlativa de la primera, es la siguiente: los otros no la quieren dañar porque, si
quisieran hacerlo, ya la hubieran matado, pues entienden su pensamiento. He aquí un modelo
posible de interpretación que intenta construir un espacio liberado de la intrusión del Otro del
goce y, además, trata de valerse de lo que la estructura permite.

Uno de los últimos temas que quiero plantear alrededor de la posición del analista en la psico-
sis es el de la duración de las sesiones. Yo, por ejemplo, en mi experiencia, no he podido traba-
jar con sesiones breves con esta paciente que les refiero, a quien veo tres veces por semana, en
sesiones que se desarrollan a partir de un tiempo prefijado, que ella registra y parece necesitar.
Mi impresión es que la alternancia siempre fija de las sesiones con un tiempo determinado con-
tribuye a que esta paciente encuentre una organización temporal: la semana se ordena a partir

145
del encuentro con el analista. No se me escapa, sin embargo, la siguiente objeción: solo pongo
en juego una dimensión imaginaria del tiempo.

Los otros dos puntos que simplemente pretendo indicar, ya que considero fundamental que
se incluyan en el problema que nos plantea la psicosis, son la cuestión de la internación y la
medicación. Dado que solemos trabajar con pacientes internados, solemos ir al encuentro de
pacientes en la institución, creo que el analista no puede eludir en modo alguno la problemáti-
ca de la medicación y los efectos de los distintos dispositivos institucionales del tratamiento de
la psicosis. Queda entonces planteado el problema de la posición respecto de la psicosis cuando
se trata del analista y la institución.

Jorge Chamorro. —Si el texto de Néstor Yellati había centrado la cuestión alrededor de la inter-
pretación, el de Ernesto Derezensky podría ubicarse en torno del lugar del Otro en la psicosis
o, más precisamente, de las condiciones posibles de la intervención del analista y el lugar del
Otro. La pregunta sobre la existencia o no de la transferencia en el campo de la psicosis lleva a
interrogar la relación con el Otro. Es decir, el lugar posible de la interpretación y su ubicación.
¿Se ubica en el lugar del Otro para interpretar? ¿O se desubica del lugar del Otro para hacerlo?
Esta es una primera cuestión.

No es evidente, primero, que haya Otro en la psicosis y, cuando lo hay –por ejemplo, en el pa-
ranoico– no resulta un lugar adecuado para el analista. El problema encuentra hasta ahora dos
respuestas en el texto de Derezensky: 1) Hay transferencia en la psicosis –primera afirmación
que hacemos–, lo que significa que existen condiciones posibles para una respuesta. Y es que la
intervención del analista no tendría ningún sentido para un psicótico que no tuviera ninguna
articulación con el más allá de él. 2) La segunda cuestión que se empieza a esbozar en el cruce
de los dos textos es que hay una interpretación compleja en el campo de la psicosis, que casi
tendemos a excluir. Ernesto Derezensky indicaba claramente que dicha interpretación parte de
lo real y no de las elaboraciones del inconsciente. Él había llamado lo real a la certeza psicótica
y planteaba: «Partimos de lo real de la certeza psicótica y no de lo simbólico, que son las ela-
boraciones del inconsciente». Se trata entonces de dos líneas para intervenir en el campo de la
psicosis.

El texto plantea asimismo lo que habíamos anticipado, del reconocimiento de significantes


amos, y mi respuesta –para discutir– es que en el campo de las neurosis, en el discurso neuró-
tico, el reconocimiento de significantes amos incluye la interpretación; o sea que el significante
amo que articulará la lógica de la cura de un sujeto neurótico es un significante más la interpre-
tación del analista, que hace de él letra.

En el sujeto psicótico estos significantes amo preexisten en lo que se llama neologismos o en lo


que Derezensky ubicó como sujeto del goce; esto es, hay articulación goce-significante y, por
lo tanto, preexisten. Por eso, no los producimos sino que el sujeto los tiene. Hay allí una dife-
rencia.

146
Respecto del atravesamiento de identificaciones y la interpretación como desarticulación de
identificaciones, señalemos que en el campo de la psicosis el delirio construye una identidad
que el sujeto no tiene. Siempre es complejo el atravesamiento de las identificaciones en la psico-
sis porque, más allá de ellas, hay un vacío marcado por la forclusión del Nombre del Padre. En-
tonces, el otro punto serían los efectos arrasadores de interpretar y de desarticular la consisten-
cia que el sujeto psicótico arma con su vacío, reenviándolo a un vacío y no a una consistencia.

La tercera cuestión que incluimos es la interpretación sobre la homosexualidad. Interpretar


la homosexualidad indica en Freud que se otorga una significación considerada inconsciente.
¿Cómo ubicamos en las dos teorías de la interpretación de Lacan una interpretación que da una
significación? Él, de todos modos, no habla de este tipo de interpretación en ninguna de las dos
teorías (según una, crea nuevas significaciones y, de acuerdo con la otra, las reduce todas). La
idea de que en el inconsciente hay una significación, que entrega a la interpretación responde a
una concepción freudiana del mismo. Hay entonces una tercera cuestión alrededor de la inter-
pretación que da una significación, en este caso, de la homosexualidad.

Por otro lado, creo que podemos aprovechar el punto para ubicar cómo Lacan reformula la
tesis de la psicosis como defensa contra la homosexualidad y la llama empuje a la mujer – ubi-
cándola en el camino de la estabilización– .

Sobre el otro punto que plantea Derezensky, el de la duración de la sesión, subrayo su formu-
lación de que dicha duración es el tiempo imaginario, es la versión imaginaria del tiempo. El
plantea que hay toda una cuestión operativa en el uso de la forma imaginaria del tiempo para
el enmarcamiento de la psicosis. Creo que es un punto para discutir. Yo, por ejemplo, me inte-
rrogaba respecto de mi práctica con psicóticos y recordaba un caso en particular donde la dura-
ción de la sesión no se ordenaba en relación con el tiempo sino con un texto que traía la sujeto.
La sesión empezaba y terminaba con la lectura del texto y, a veces, algún comentario mío, un
asentimiento mío respecto de lo que ella había traído. Además, como la paciente ya sabía que
no había demasiado tiempo en la sesión, modalizaba su recorte en función de esto.

Oponemos entonces a la duración del tiempo, la lógica, desde el tiempo lógico, como Lacan lo
plantea, y habrá que pensar la cuestión del corte de la sesión.

También plantea el tema de la medicación, ineludible en el campo de la psicosis para posibilitar


la respuesta del analista. Observamos muy claramente que, si bien la medicación regula el goce
excesivo que impide el trabajo del analista, también la medicación por sí misma no reconoce un
sujeto en el campo de la psicosis. Para que lo reconozca –y habrá que ver qué es reconocer un
sujeto–, será necesaria la respuesta del analista, que no la da en sí misma la medicación.

Carlos Dante García. —Hay tres cuestiones: si no es desde el Otro, ¿desde dónde se interpreta?
Ernesto desarrollaba el punto de ubicar el discurso analítico como modelo y entonces la ver-
tiente era situar para el lado del objeto… Y vos respondiste: «Nos ponemos del lado del sujeto».

147
Jorge Chamorro. —En este punto, y en el caso de Derezensky, si el analista interpreta desde el
lugar del Otro, se suma a los que entienden y le leen el pensamiento, al sujeto. Lo que no ocurre
si interpreta del lado del no entiendo o ejerce el no entiendo. Aunque habría que ver si le damos
categoría de interpretación al decir yo no entiendo...

Se puede pensar que es una interpretación pero no es obvio. La hipótesis entonces es que el
analista se descoloca del lugar del Otro inmanejable, que le lee el pensamiento, y se ubica en el
lugar del sujeto dividido, que necesita ser enseñado por el sujeto psicótico.

Carlos Dante García. —Ahí yo plantearía una pregunta: ¿cómo habla el sujeto?, ¿cómo habla
el objeto? El sujeto habla, el objeto no…

Ernesto Derezensky. —Si tomamos como matriz para pensar la intervención posible del ana-
lista la escritura del discurso analítico, tenemos que ubicar el problema del objeto en la psicosis,
pues sabemos que el psicótico se caracteriza por ser alguien que tiene el objeto a su disposición.
Creo que se trata, precisamente, de disputar ese lugar del objeto que el psicótico tiene a su dis-
posición. Pero ¿cómo entender el disputar el lugar del objeto?

Hubo analistas que pensaban que una estructura de la intervención posible en la psicosis era la
alucinación. Creían que la intervención del analista tenía la misma estructura que aquello que
retorna en lo real, que era en ese sentido homóloga a una alucinación. No tiendo a pensarlo de
esa manera, creo que el silencio del analítico hace rasgo de objeto. Creo –y hay en este sentido
una discrepancia con lo que Néstor expuso en un principio– que el analista toma el texto del
psicótico. En el ejemplo que yo les traje se ve claramente el valor neológico que tiene para mi
paciente el entender, que no es el de la racionalidad. Mi interpretación toma esos elementos
neológicos del discurso sin predicar qué supone el entender el pensamiento de la paciente.

Pienso asimismo que seguimos intentando situar la posición del analista a partir de los discur-
sos, y que este no debe intervenir desde la posición de sujeto, que implica dos consecuencias:
sujeto es el del síntoma y el de la identificación. Y no creo que el analista deba identificarse con
el síntoma psicótico, vieja aspiración de la antipsiquiatría, ni tampoco debe entrar en una rela-
ción empática de identificación con el sufrimiento del otro. Entonces, a mi entender, la posición
del analista tiene que ser, también en la psicosis, la de aquel que hace semblante de objeto.

Jorge Chamorro. —Está planteada la discusión sobre el sitio que ocupa el analista cuando no se
identifica con el lugar del Otro. ¿Tiene el lugar del sujeto? ¿Es el lugar del objeto?

Una intervención de García me recordó una conversación clínica con Laurent en la que su res-
puesta era el silencio, lo que estaría, en el marco de esta discusión, más del lado del objeto. Y
yo pondría el no entiendo más del lado del sujeto. Por eso, está abierta la polémica respecto de
a qué lugar va el analista si no va al del Otro. ¿Objeto o sujeto? Pienso incluso que está la posi-

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bilidad de distintas intervenciones, algunas desde el lugar del objeto, como el silencio en tanto
respuesta, otras desde el sujeto dividido, bajo la forma del no entiendo.

Carlos Dante García. —Yo considero que no hay una sin la otra, que no es posible mantener la
posición del semblante de objeto sin que el analista haya aparecido primero como sujeto, para
justamente producir efectos.

Néstor Yellati. —Estoy de acuerdo con que no haremos una norma del tipo de intervención
que hay que tener en el campo de la psicosis.

Respecto de la intervención de Ernesto, a mí me parecía bastante evidente por la formulación


misma que estaba presente el sujeto, y habría que ver si esto se relaciona con lo que vos lla-
mabas la construcción del no. Es que el propio enunciado de la interpretación es neurótico, en
la medida en que interviene la partícula negativa que denuncia la represión. Dado que es la
introducción del no en el texto de la interpretación, me pareció que solo podía concebirse como
una intervención del lado del sujeto, con sus efectos.

Por otra parte, sobre la cuestión de si la interpretación es homóloga a la alucinación (esa hi-
pótesis con la que vos no estás de acuerdo), pienso que habría que verlo intervención por in-
tervención, porque yo no lo descartaría plenamente. En tu caso es muy claro que vos tomás el
texto mismo de la sujeto para la formulación, pero hay otro tipo de intervenciones… Y aunque
homologarla con la alucinación quizá sea un poco exagerado, esa formulación pretende dar
cuenta de cuándo el analista no duplica la interpretación del inconsciente con su intervención,
como en el caso de la neurosis, y hace una formulación que mencioné como de texto inédito,
en el sentido de que al sujeto psicótico de alguna manera le retorna como algo que nunca tuvo
inscripción. No es el retorno de lo reprimido, sino algo nuevo que ubiqué como la invención
del analista a partir de su propio saber y no del saber producido por el sujeto en su discurso.
Son distintas maneras de formular la cosa que no creo que sean incompatibles.

Jorge Chamorro. —Una última observación, sobre la intervención de Derezensky que abría
otra posibilidad respecto de la empatía y de la antipsiquiatría. Pensar si una intervención del
lado del no entiendo produce y apunta a un efecto empático formula una interrogación sobre
la problemática de la empatía y de la identificación con el sujeto psicótico que es el modus
operandi de la antipsiquiatría. Considero que no, que la intervención del lado de la empatía
hay que ponerla más del lado del yo, que del sujeto; o sea que el yo del analista se propone allí
como un igual. La antipsiquiatría propone un yo a yo, no esta certeza contra un no entiendo.

149
Silvia Baudini. —Yo pensaba qué habría pasado si esta paciente hubiera dicho Usted me entien-
de. En ese punto se juega qué hace el analista con eso, cuando es incluido en el lugar del Otro
perseguidor. Creo que ahí se ejerce verdaderamente esta función que Néstor llamaba del no, en
el punto donde Michel Silvestre plantea, en un trabajo muy bueno sobre la interpretación en la
esquizofrenia, cómo el analista echa al objeto para que entre el sujeto. Se le dice: De ninguna ma-
nera o No, váyase. Una vez le dije a un paciente ¡Váyase!, lo eché del consultorio y la otra sesión
volvió pidiendo perdón por lo que había dicho en relación con su tratamiento.

Me parecía que ahí se verificaba esta posibilidad de operar en la maniobra de la transferencia,


porque creo que es muy importante para nosotros en la psicosis esta división entre la transfe-
rencia epistémica y libidinal. Nuestro problema en la psicosis es que el sujeto viene absoluta-
mente del lado epistémico y se trataría de ver cómo introducir la ganancia de satisfacción, lo
libidinal, en la cura.

Néstor Yellati. —En relación con esto, porque está la cuestión de la transferencia que vos plan-
teaste de entrada en la paciente misma cuando dice: «Usted me quiere». Y creo que Freud for-
mula dos cosas respecto de la transferencia en la psicosis: por un lado, que no es posible, lo que
se sustenta en su teoría de la deslibidinización del mundo, con lo cual es imposible que haya
transferencia; pero al mismo tiempo, en los «Trabajos sobre técnica psicoanalítica», indica que
es imposible el tratamiento porque, cuando hay transferencia, es fundamental o casi decidida-
mente negativa.

Respecto de Lacan, yo haría equivaler esa negatividad a la transferencia erotómana o perse-


cutoria –así la llama él–, que implica que la erotomanía es la posición del sujeto psicótico en la
transferencia, cosa que ella enuncia con su «Usted me quiere». Pero lo interesante es que esa
certeza que tiene de que vos la querés, esa posición no solo no impide tu intervención sino que
la permite. Por eso él no me entiende te excluye del Otro persecutorio y permite que puedas tener
otro lugar a partir del cual intervenir. Creo, pues, que, como la formulás, esa posición erotóma-
na permite la intervención analítica, a diferencia del cliché que afirma que esta hace imposible
el tratamiento o el abordaje.

Jorge Chamorro. — Todo esto va indicando, además, que la intervención del analista tiene una
eficacia, porque, si la transferencia fuera de una certeza absoluta, y el sujeto psicótico dijera To-
dos me entienden y esto fuera inapelable, no habría tratamiento posible o el analista no se podría
descolocar nunca de ese lugar del Otro. Sin embargo, el analista dice No entiendo y esto tiene
una incidencia.

Recuerdo un caso presentado en una jornada de trabajo por Marcela Bianchi, en el que toda la
dirección de la cura se sostenía en un entiendo casi todo, pero hay algo que no entiendo. Construía
todo a partir de ese casi y de una intervención: el sujeto en el consultorio armó un lío, empezó
a romper cosas diciendo que ella le leía todo y le entendía todo, y ella le empezó a gritar que

150
casi todo, pero que había una parte que no entendía, que le explicara de nuevo. Y a partir del
casi todo empezó el trabajo analítico.

Ernesto Derezensky. —Quisiera agregar respecto de este caso que, si bien uno podría pensar
que este lugar del analista estaba casi preformado, no es indiferente que esta paciente tuviera
una importante transferencia previa con el psicoanálisis. Sin embargo, debemos señalar que
puso a prueba durante muchos años mi posición de no entiendo, por ejemplo, intentando verifi-
car si alguna de las otras personas que andaban por el consultorio le entendía, preguntando si
la secretaria, si Nora entendía. Hubo sesiones en que la tuve que atender fuera del consultorio,
en la calle, y estaba muy atenta a dos cuestiones: quería verificar si la gente con la que nos cru-
zábamos la estaba entendiendo (y lo interesante es que el referente era una mirada, ya que me
indicaba: «Fijesé, esa mirada es el signo de que me entienden»); pero, al mismo tiempo, estaba
muy atenta para volver a verificar que yo no entendía.

Carlos Dante García. —En ese sentido, pienso que el encuentro con un analista para un pa-
ciente psicótico es la posibilidad de la construcción de una creencia al lado de la certeza. Tomo
esto porque vos mencionaste que él no la entiendo es una certeza del lado de la paciente y a mí
me parece que es una creencia al lado de la certeza. Es, pues, necesario que lo verifique durante
un tiempo que puede ser bastante extenso –depende de cada caso– y que el analista lo soporte
y acompañe en la transferencia, hasta que la creencia se haga afirmación. Un punto importante
es la constatación de la eficacia de la intervención del analista, que está por el lado de la cons-
trucción de una creencia al lado de la certeza.

Jorge Chamorro. —Estamos en un punto que yo pensaba tomar: hay alguien –no recuerdo
quién– que afirma que no nos ubicamos como terapeutas, porque estos necesitan de la eficacia
de la palabra y nosotros no. Nosotros nos ubicamos del lado de desplegar el rigor del saber del
psicótico. Luego, es una alternativa entre la eficacia de la palabra y desplegar el rigor del saber.

Carlos Dante García. —Ahora, en uno de los casos que mencionaré aparecerá esta cuestión de
cierto rigor, porque la inclusión, en el caso de Ernesto, del no entiendo, tiene una dimensión de
rigurosidad lógica que abre todo el tema del lugar en que se ubica sintácticamente el no.

151
PUNTUACIONES SOBRE LAS RESPUESTAS
DEL ANALISTA A LA PSICOSIS
Propongo tres preguntas en el marco del taller sobre la clínica de la psicosis: en primer lugar,
y dado que la manifestación del deseo del analista en el tratamiento de la neurosis es la inter-
pretación, ¿cuál es la manifestación de dicho deseo en el tratamiento de la psicosis? La segunda
pregunta es cuáles son las respuestas del analista en el tratamiento de la psicosis. Y, tercera, ¿el
analista interpreta en dicho tratamiento?

Tomaré esta última pregunta considerando primeramente qué es interpretar y, con mayor pre-
cisión, diferenciando un cambio muy acentuado del término interpretación en la enseñanza de
Lacan. Me referiré al texto «Entonces: “Sssh...”», de Jacques-Alain Miller, para indicar lo que
él subraya: es un señuelo, hasta un callejón sin salida, unilateralizar la interpretación del lado
del analista como su intervención, su acción, su acto, su dicho, su decir. La interpretación es
primordialmente del inconsciente, en el sentido subjetivo del genitivo –es el inconsciente el
que interpreta–, es constitutiva de este registro del inconsciente. Desarrollaré una serie de ar-
gumentaciones para fundamentar que no se interpreta.

Cuando el analista toma su relevo, no hace otra cosa que lo que hace el inconsciente. A partir
de esto ubica que hacer resonar, aludir, sobreentender, hacer silencio de oráculo, citar, producir
enigma, medio decir, revelar, son los modos en que habla el inconsciente y las diversas formas
en que Lacan teoriza la interpretación enseñando al analista a hablar como él. Ubica, sin embar-
go, la paradoja fundamental de la interpretación y del inconsciente: el inconsciente interpreta
y quiere ser interpretado, la interpretación requiere siempre la interpretación. Interpretar es
descifrar y descifrar es cifrar de nuevo. Este movimiento solo se detiene en una satisfacción. El
goce está en el ciframiento. Desde que Lacan introduce el objeto a y lalengua la interpretación
dejará de ser lo que era. Aunque él la siga llamando interpretación, cambia el sentido de dicho
término.

Cuando tomamos la perspectiva de que el fantasma no se interpreta, se construye, ¿no decimos


acaso que la intervención del analista ya no se ordena por la interpretación del síntoma sino
con el fantasma? Justamente, Lacan llama sinthome al hecho de que el síntoma debe pensarse a
partir del fantasma. Miller propone entonces que una práctica que en el sujeto apunta al sintho-
me no interpreta a la manera del inconsciente, esto es, siguiendo la vía del principio del placer,
la vía de los efectos de significación, la semántica, efectuando siempre un punto de capitonado.
En esta vertiente la estructura de la interpretación analítica es la de la sustitución, la metáfora
y, en primera instancia, la metáfora paterna, que implica la función del significante del Nombre
del Padre. Toda esta elaboración de la teoría de la interpretación supone pensar la psicosis a
partir de la neurosis, de lo que se dedujo acertadamente que el analista no debe interpretar al
psicótico, en tanto y en cuanto la interpretación analítica convoca, llama al Nombre del Padre,
llama al inconsciente intérprete.

152
El segundo punto que quiero presentarles antes de continuar el desarrollo de la nueva interpre-
tación –o del nuevo sentido que toma la interpretación en la enseñanza de Lacan– es una breve
referencia a los efectos de una intervención mía en un sujeto. Esta tuvo lugar en una primera
entrevista, en la que se puede apreciar que la sola puntuación llama al Nombre del Padre y, al
carecer de este, el sujeto responde desde lo real. En esa primera entrevista entonces el sujeto
me relata que su padre había estado ausente en su vida, que no había tenido padre. Refiere que
ahora se encontraba en los Estados Unidos y que para las fiestas de fin de año le había man-
dado dos rameras. Al escuchar esto le digo: «Dos rameras». Con total seguridad sostiene: «Yo
no dije eso, dije dos remeras», y continúa su discurso brevemente hasta quedarse en silencio.

Al día siguiente, al llegar a mi consultorio encuentro un sobre con muchos papelitos cortados
con la palabra injuria. En un principio no relaciono este sobre con el paciente. En la entrevista
de ese día, el sujeto comenta que hacía varias noches que no dormía, ya que se la pasaba reco-
rriendo la ciudad dejando sobres en los domicilios de las personas que lo injuriaban. Mediante
esos sobres se aseguraba de que no lo mataran; al hacerles llegar su mensaje, se protegía de
alguna manera. El sujeto no hizo ninguna referencia al sobre que me había dejado ni al suceso
del supuesto lapsus.

Se puede apreciar que el significante ramera puntuado por mi parte era un significante solo,
separado de los efectos de significación, y que con mi puntuación lo hice llamar en tanto tal
a la interpretación. Mi operación, equivocada, pretendió tratarlo como enigma, falto de inter-
pretación. La interpretación pretendida necesita la implicación de otro significante de donde
emergería un sentido nuevo y, por lo tanto, un efecto sujeto. Se observa que igualmente emerge
una interpretación: injuria. Surge, pues, un delirio de interpretación o, mejor, se evidencia un
fenómeno elemental de una manera pura (injuria), seguido de otro significante que le da un
sentido (me quieren matar). Luego, la estructura de la interpretación analítica, que incluye el
punto de capitonado del Nombre del Padre, tiene una estructura sustitutiva, es metafórica; en
cambio, la estructura de la interpretación delirante no es sustitutiva ni metafórica y no conduce
a la producción de la significación fálica. La breve referencia clínica me parece ejemplar porque
se trataba de una psicosis ya desencadenada y, a pesar de que el dispositivo analítico no se ha-
bía instalado, muestra la ineficacia y la peligrosidad de la interpretación como puntuación con
un sujeto psicótico.

Esto nos lleva al tercer punto: Miller, en el texto antes mencionado, señala que la interpreta-
ción tiene estructura de delirio, que es la vía de cualquier interpretación. De modo que si antes
diferenciábamos interpretación analítica de interpretación delirante en la psicosis, ahora las
acercamos. No desaparecen las diferencias mencionadas, sino que se acercan según la estruc-
tura planteada con otros términos. El fenómeno elemental evidencia de una manera particular-
mente pura la presencia del significante solo, en suspenso, a la espera de otro significante que
le daría un sentido, lo que constituye la regla general del S1 separado, sin su relación posible
con un S2, significante binario.

Los términos son entonces S1 y S2. El S2, toda elaboración de saber es un delirio que se agrega a
S1 solo. La cuestión es distinguir si ese S2 es un delirio al servicio del Nombre del Padre (propio

153
de la interpretación inconsciente) o si queda por fuera del Nombre del Padre; o sea, el problema
es el estatuto del saber. En este sentido preciso en que no se distingue el significante del Nom-
bre del Padre como S2, toda interpretación se aproxima a la estructura de delirio. Siguiendo esta
línea, hay interpretación en el tratamiento con un sujeto psicótico, que es –aclarémoslo– quien
delira y, por tanto, interpreta en dicho tratamiento.

Ahora bien, ¿cuál es la relación del analista con el S2, con el saber, y, más precisamente, qué
lugar ocupa respecto del delirio del sujeto? Muchos analistas piensan que deben favorecer,
alentar el delirio del sujeto, hasta se llegó a formular que el analista debe delirar con él. No es,
sin embargo, la indicación que nos da Lacan –ni lo que se demuestra en mi práctica–, donde
notamos que el analista no solo no debe favorecer el delirio ni delirar con el sujeto, sino que
tampoco habrá de participar de la interpretación con el psicótico.

Luego, introduciré un cuarto punto, a partir de una viñeta clínica. Se trata de un sujeto que pa-
dece la llamada esquizofrenia, y presentaba ideas delirantes de diversa índole. En determinado
momento de su tratamiento no puede soportar los tiempos de espera

–ya sea en la sala, ya cuando me demoraba unos minutos para responder su llamado median-
te el timbre– y comienza a decir que yo era «el Garcha», que era como la policía, que está ahí
cuando no se la necesita y no está cuando uno la necesita. El analista era asimismo capaz de
acostarse con las pacientes, de ser el autor del atentado a la Embajada de Israel o, también,
amigo de un conocido futbolista acusado de vejar a niños y jóvenes. Lo notable en este caso era
que, tratándose de un sujeto esquizofrénico, él mismo desplegara una interpretación delirante
centrada en el analista y que este, siendo «el Garcha», no ejerciera su goce sobre él, lo que nos
hubiera llevado a una posible paranoia.

Yo era, pues, el centro de sus interpretaciones. Mediante una serie de supervisiones pude situar
esta zona interpretativa, por llamarla así, en la que mantenía su estructura (la esquizofrenia) y
reubicar mi posición en el tratamiento, ya que, en todo caso, lo que el sujeto decía era que yo no
estaba donde debía, lo cual no solo ponía de manifiesto textualmente, en el decir del paciente,
sino porque en mi accionar en el tratamiento introducía una dimensión de vacío que se mani-
festaba en el sujeto como espera. Este punto introduce el interrogante de si en todos los tipos
clínicos de psicosis la interpretación por parte del sujeto se manifiesta de la misma manera.
La respuesta es que no, que, aun admitiendo en un sentido general el término interpretación,
como delirio, como S2, no todos los tipos clínicos en la psicosis presentan el S2 como forma de
elaboración y de la misma manera. Pero ¿cuál es entonces la respuesta del analista?

Quinto punto: retomo lo que dejé planteado en el primero, la distinción formulada por Miller
del cambio del sentido del término interpretación en la enseñanza de Lacan, que, a su entender,
nos permite pensar la neurosis a partir de la psicosis. Y es que, como la psicosis pone la estruc-
tura al descubierto, la estructura es el fenómeno elemental, el S1 solo, insensato, primordial,
lo cual abre una nueva perspectiva para pensar la dirección de la cura en la neurosis. Ya no se
trata de dirigir la cura hacia la elaboración de saber, hacia el inconsciente intérprete, sino en re-
tener S2, no añadirlo a fin de ceñir S1. Sitúa esta forma de plantear la interpretación con el corte:
es la separación entre S1 y S2, donde se busca reconducir al sujeto a los significantes propiamen-

154
te elementales sobre los que en su neurosis ha delirado. Se trata de la producción de S1 que no
estaba ahí. Se trata, pues, de no interpretar a la manera del inconsciente, sino en el sentido con-
trario. En este punto Miller señala varias cosas en las que conviene detenerse: en primer lugar,
la palabra interpretación solo vale como sustituto de otra que no puede ser el silencio. Hay otra
vía –que no es la del delirio ni la del silencio de la prudencia–, a la que se seguirá llamado «in-
terpretación» (entre comillas), aunque solo se relacione con el sistema interpretativo por ser su
reverso, aunque la práctica analítica sea siempre más bien posinterpretativa. De todos modos,
revela algo: una opacidad irreductible en la relación del sujeto con la lengua. Y, como agrega, la
interpretación, esa posinterpretación, ya no es, hablando con propiedad, puntuación.

En definitiva, la práctica posinterpretativa se sitúa por el corte. Se explica, pues, lo que llamo
cambio de sentido del término interpretación en la enseñanza de Lacan: si bien la seguimos lla-
mando interpretación –agregándole la palabra corte–, ya no tiene que ver con el inconsciente
intérprete, ya no es la interpretación del síntoma, ni la puntuación, ni las diversas formas en
que habla el inconsciente (enigma, cita, alusión, etcétera), sino su revés. Consiguientemente,
tenemos en el tratamiento de las neurosis una interpretación que no es una interpretación en
el sentido de un mensaje que debe descifrarse. Vemos que ya en la práctica del tratamiento de
la neurosis el mentado término se manifiesta inadecuado, según el sentido histórico. Me pre-
guntaba por qué seguimos denominándolo interpretación y encontré en un seminario que dio
Miller en España que lo seguimos llamando así para mantener una referencia a la historia del
psicoanálisis, pero que sería posible utilizar otro término.

El sexto punto es que la certeza psicótica ya representa un tope a la interpretación analítica.


En este sentido, el S1 ya está ahí y no hay que producirlo, lo que significa que la intervención
del analista no puede interpretar la interpretación delirante ni competir con ella. Pienso que
el analista no interpreta sino que crea las condiciones posibles para aislar el S1, para ceñirlo de
otra manera que en la neurosis. El analista se coloca del lado del sujeto, no del lado del Otro
intérprete, y crea las condiciones para que el sujeto invente, construya, que es a mi entender el
término más adecuado.

Les transmitiré nuevamente una viñeta clínica, esta vez de una mujer con alucinaciones au-
ditivas que le decían que, si ella comía, la familia iba a morir. Sabemos que el sujeto psicótico
cree en las voces y, por lo tanto, ella no comía, presentaba un fenómeno de anorexia. En otros
momentos escuchaba que, si comía, era ella quien iba a morir. La intervención fue que, si ella
comía, la familia no iba a morir. Trae como respuesta que lo hablado la había tranquilizado
pero que cuando estaba comiendo dulce de leche las voces se intensificaron: «Si comés dulce de
leche, tu familia va a morir». La intervención fue que no comiera dulce de leche pues su fami-
lia moriría, lo que fue casi dictado por la sujeto, quien, a partir de ese no, construyó lo que era
posible comer. ¿Se modificó su certeza? No, se construyó una creencia al lado de esa certeza.

Finalmente, como último punto, una referencia que extraje de Lacan, de «El atolondradicho»,
texto de 1972: «El decir del análisis, en tanto es eficaz, realiza lo apofántico, que con su sola ex-
sistencia se distingue de la proposición. Es como que pone en su lugar la función proposicional,
en tanto que, pienso haberlo mostrado, nos ofrece el único apoyo que suple el ausentido de la

155
relación sexual. En ella este decir se renombra, por el embarazo que delatan campos tan des-
perdigados como el oráculo y el fuera de discurso de la psicosis, con tomar prestado de ellos el
término interpretación».

Este párrafo muestra a mi entender varias cosas y, aunque merecería un extenso comentario,
solo indicaré que Lacan sitúa, en dos campos tan desperdigados como el oráculo (esto es la
neurosis) y el fuera del discurso de la psicosis, el decir del análisis, como distinto de lo que
es propio a esos dos campos: la interpretación. El decir del análisis se renombra –esto es, se lo
re-nombra– con el término interpretación, que fue tomado en préstamo de esos campos: el orá-
culo hace referencia a mi entender no solo a la neurosis sino también a la interpretación de los
sueños, la cual proviene de la función oracular que estos tenían y que Freud traslada a las neu-
rosis. El término que toma prestado el fuera de discurso psicótico es también de la elaboración
psiquiátrica de las psicosis: delirio de interpretación.

Habría que retomar entonces el tema de la inadecuación del término interpretación desde otra
perspectiva: el decir del análisis, que, en tanto es eficaz, realiza lo apofántico, que con su sola
ex-sistencia se distingue de la proposición. ¿Se tratará de distinguir el decir del análisis como
realización de lo apofántico tanto para la neurosis como para la psicosis sin la diferenciación
que habitualmente hacemos de la interpretación centrada en el analista? Creo que esa reali-
zación de lo apofántico está en relación con la invención de saber, con la posibilidad de que
el sujeto –neurótico o psicótico– invente a partir de lo que el analista ofrece a la invención, en
tanto parte de un no hay.

Esto es lo que preparé del texto, pero voy a agregar –me parece importante por lo que estamos
discutiendo– dos puntos más, de un texto llamado «Antinomias de la interpretación en la psi-
cosis», de Vicente Palomera, y las notas tomadas en la reunión.

Hay tres antinomias: el estatuto del narcisismo, la transferencia y la interpretación. Tomaremos


la tercera: el progreso curativo está ligado al despertar de las resistencias del sujeto.

El caso de la señora Marton, que Ferenczi envía a Freud, es una referencia sobre lo que no debe
hacerse con un sujeto psicótico (cf. «Paranoia», en Obras completas, t. IV, y la correspondencia
con Freud).

-no se debe discutir en análisis con el paranoico;

-se deben aceptar, con precauciones, sus ideas delirantes, es decir, tratarlas como posibilidades;

-puede obtenerse cierta transferencia mediante algún truco, en particular, elogios sobre su in-
teligencia, ya que todo paranoico es megalómano;

-el paranoico realiza siempre la mejor interpretación de sus sueños –en general, los interpreta
muy bien, carece de censura;

-es difícil conducirlo mediante la discusión a más de lo que él mismo quiere;

156
-no aguanta que se le cite su inconsciente, él no tendría nada «inconsciente», porque se conoce
perfectamente. En realidad se conoce mejor que los no paranoicos, y lo que no proyecta le es
perfectamente accesible.

Pero el texto de Palomera plantea lo siguiente: se trata de apuntar en la psicosis a una práctica
de la instancia de la letra. Y utiliza un término en alemán, Eintragung (‘inscripción’, ‘registro’),
que remite a la posición de secretario encargado de registrar e inscribir los enunciados del psi-
cótico. Esto implica y supone utilizar la interpretación estrictamente en un texto que se escribe,
y desde un punto de vista lo más sintáctico posible, usando únicamente los significantes que el
sujeto ha pronunciado en un determinado contexto.

La idea de Palomera es entonces rescatar de los trabajos de la época freudiana la posición del
sujeto psicótico. Por un lado, encarna lo que falta a un universo de discurso con la posición
de detentar el saber y, correlativamente, él es el objeto que falta a ese universo discursivo. La
paradoja de la posición del psicótico es que está respecto del saber en posición de yo sé (amo) y,
a la vez, como objeto, el que falta al universo discursivo, al S2. El analista, por su parte, puede
esperar ocupar este lugar del universo del discurso y que entonces el sujeto psicótico pueda
permanecer fuera de él. Desde ese lugar es posible esperar desabonarlo de su afición a la inter-
pretación, a la complementación (ya sea del goce del Otro o de la significación).

Extraje de Miller (no recuerdo de qué Freudiana) respecto del corte qué decimos cuando indica-
mos que no se debe interpretar. No se debe cortar la sesión sobre un punto de abrochamiento
produciendo resonancias en la lengua, pues hay que tratar de neutralizar los efectos semánti-
cos. En cambio en la interpretación asemántica se trata del corte de la sesión un momento antes
de la elaboración delirante propia del neurótico, cosa que habría que relacionar también con
ciertos momentos en la psicosis.

El segundo punto, tomado del mismo texto de Miller, es el problema de la intervención en la


psicosis, el problema de considerar que no hay una sola manera de apaciguar las relaciones
con el goce. Está el Nombre del Padre y hay diversas maneras, y habrá que situar los distintos
elementos que pueden desarrollar el papel del padre, sin que sea ese.

En el tercer punto Miller aproxima lo que hace con el sujeto psicótico con la construcción freu-
diana. Y es que la construcción apunta a dilucidar el estado originario –que para nosotros es el
S1– y operar sobre eso.

Ernesto Derezensky. —Me acordé de un texto, Seis fragmentos clínicos de psicosis, que es formi-
dable para hablar de la interpretación.

Jorge Chamorro. —El texto de Carlos García plantea algunas cuestiones que retoman tanto lo
que había tratado Yellati del lado de la interpretación, como Derezensky del lado del funda-

157
mento transferencial de la interpretación. García propone algunas preguntas que me parecen
interesantes; por ejemplo, ¿qué es el deseo del analista?

¿Hasta dónde extendemos el deseo del analista? La primera respuesta coincide con lo que ha-
bíamos hablado de la interpretación simbólica y metafórica: el deseo del analista se manifiesta
en lo que se llama el silencio en la interpretación. Llamamos silencio al vacío que queda en toda
interpretación (vacío de enunciación en la cita, vacío de enunciado en la interpretación enig-
mática y en la alusión, y todas las formas donde en la interpretación falta algo, hay un vacío).
Llamamos deseo del analista cuando eso se manifiesta en la interpretación por esa incógnita
que toda interpretación formula y que el obsesivo siempre intenta llenar diciendo qué significa
esto que me dice. Me parece que esta es la formulación del deseo en la interpretación.

El deseo del analista se apoya en todo el desarrollo de García, (que podemos inscribir en el es-
crito de Lacan «Del Trieb de Freud y del deseo del analista») del lado de la pulsión. Al igual que
en los otros trabajos que estamos comentando, el deseo del analista no queda necesariamente
del lado del Nombre del Padre, en el lugar del Otro y de la metáfora, sino de la pulsión. Pero
¿qué significa colocar este deseo del lado de la pulsión? Es lo que Miller llama en Los signos
del goce la interpretación disociativa y no asociativa, que abre el camino a la interpretación que
reduce los efectos semánticos, y que ubica la cuestión en la perspectiva del significante hacia
la letra.

El otro punto que considero muy interesante es: ¿qué son las formaciones del inconsciente en
el campo de la psicosis? En lo que plantea García, claramente, hay una alternativa: el lapsus se
transforma en injuria en dicho campo, mientras que en la neurosis daría lugar a un efecto de
verdad. El sujeto neurótico –un sujeto analizante– podría perfectamente (más allá de la exac-
titud de lo dicho por el analista, la asociación se dirigirá a producir ciertos efectos de verdad)
caminar por el lado de la ramera y producir toda una serie de efectos –tomando aun el lapsus
del analista. Y es que el trabajo analizante no se detendrá allí, en si es cierto o no es cierto, sino
que tomará el efecto de verdad y desarrollará sus asociaciones.

Aquí, sin embargo, está muy claro que algo se traba y que ese supuesto lapsus se transforma
en injuria. ¿Qué quiere decir una injuria? Podemos tomarla respecto de lo que es la relación
significante-goce en la pulsión invocante, que implica en el campo de la psicosis la articulación
objeto-significante. Por eso “la voz” en el psicótico se escucha y en el neurótico está velada y no
se la escucha. Escuchar la injuria es hacer coincidir el significante y el goce, lo que explica que
el sujeto interprete delirantemente el lapsus supuesto. Es el efecto natural de toda formación
del inconsciente en el campo de la psicosis: más que entrar en una producción de significacio-
nes nuevas, se introduce en la interpretación delirante (hay sueños y hay lapsus, pero quedan
absorbidos por la interpretación delirante y no introducen un dato nuevo).

Por otra parte, hay una duda respecto del modo en que está enmarcada la cuestión como con-
trainterpretación en el campo de la psicosis. En verdad, el texto no apunta a cuestionar la inter-
pretación en dicho campo sino en relación con el Nombre del Padre, pero no excluye la que se
dirige a construir un síntoma. La interpretación del lado de la construcción o de la reducción

158
de lo semántico estaba avalada por el texto, aunque en el título está indicado que no. Me quedó
entonces la duda.

Carlos Dante García. —Apunto a ubicar que la cuestión de la interpretación corresponde al


campo de la neurosis y de la psicosis, y que en el análisis se trata de otra cosa… Por eso tomo
como referencia «El atolondradicho» y muestro una manera de nombrar –así lo plantea Lacan–,
porque toman prestado de esos dos campos lo que en verdad opera en la práctica analítica: el
decir y no la interpretación. Si bien tenemos una interpretación en el caso del lapsus ramera por
remera, esto no es lo importante, sino el decir del sujeto. De ahí la idea de introducir esta cita
de Lacan y avalarla, además, con el trabajo que hace Miller, quien muestra que seguimos utili-
zando el término interpretación cuando ya no se trata de ella. Propongo el término construcción,
que sería más apropiado.

Jorge Chamorro. —No desarticulaba la idea de la interpretación del decir. El decir ocupa el
lugar de la interpretación del analista y cumple la función interpretante, esto es, de reducción
de todas las significaciones a puntos esenciales de la cura. Ubico, pues, la interpretación del
analista en primera instancia y, en un segundo tiempo de una cura, el decir –o lo que se escribe
de un análisis–, que ocupa la función interpretante o autointerpretante, de reducción de las
significaciones hacia estos puntos esenciales de un sujeto, ya sea en el campo de la psicosis o
en el campo de la neurosis.

También introducía García algo que se llamó autotratamiento y que es toda la problemática de
acompañar –secretario del alienado– la construcción que hace el sujeto.

Por último, García habló de la interpretación apofántica, que es una interpretación asertiva. La
complejidad de lo asertivo en el campo de la psicosis es que puede ir muy bien del lado de la
injuria. Se trata entonces de cómo hacer la interpretación apofántica y que no vaya del lado de
la injuria en la aserción. A mi entender, el texto indica que no podemos hacer de esto un prin-
cipio general.

¿Cómo hacer de la interpretación apofántica algo que no entre en el campo del delirio?. El lo
llamaba creencia, cuya construcción era la alternativa a la certeza.

Néstor Yellati. —Me resultaba interesante de las viñetas que trajiste que por un lado está la in-
tervención que no se debe hacer, pero al mismo tiempo, en el otro caso, se destacaba la eficacia
de tu intervención. En el primer caso, según explicó claramente Jorge, no se puede apuntar al
sujeto de la enunciación a través de la interpretación metafórica, porque para este sujeto reme-
ras no está relacionado con rameras. Ahí hay un fenómeno de cadena rota. Ahora, en el caso de
la sujeto a la que le decís que no debe comer dulce de leche, también está la cuestión del no,
pero de manera diferente. Yo creo que el no de tu intervención es la partícula negativa de la

159
represión, que pone en juego el sujeto. En tu caso entendería el no como la intervención que
proviene de un Otro de la ley, porque le dice que no a algo para permitir todo lo demás. Y esa
es una típica función de la ley, que indica lo que está prohibido para regular aquello a lo que se
puede acceder. Se trata de una intervención en el Nombre del Padre –es edípica, si se quiere–, y
lo interesante es que tiene un efecto sobre ella, para quien operaba otro no, un no a todo lo que
se come. Había como un imperativo de goce, una pulsión de muerte en juego o al desnudo que
la podría llevar a la muerte misma, ya que entra en una anorexia.

Jorge Chamorro. —A partir de lo planteado me pregunto si todo “no” en nuestro campo, es un


“no” del Nombre del Padre o si hay un “no” de la escritura.

Respecto del ejemplo según el cual remera es remera y no ramera, no hay equívoco, no hay po-
lisemia de la palabra, justamente coincidía con lo que aspiramos en la dirección de la cura, en
la perspectiva del final del análisis, que las palabras pierdan poder polisémico. Y es muy claro
cuando Lacan en «El atolondradicho» plantea el equívoco homofónico y señala que este apunta
a reducir por la ortografía el equívoco de la lengua, o sea que remera es remera. Esto es a lo que
aspiramos en la dirección de la cura de cualquier neurótico, a que remera sea remera y no rame-
ra; la construcción del fantasma fundamental va en ese sentido. Por eso la ortografía reduce el
equívoco a lo inequívoco, que ya está dado en este sujeto.

Silvia Baudini. —Con respecto a esto del no, hay un trabajo de Laurent donde él sostiene que
el analista no está en este mundo para restituir al padre, que está en decadencia, sino para po-
der decir que no cuando para un sujeto algo es insoportable. Parece, sin embargo, que es un no
que va más allá del padre. Para esta mujer el dulce de leche no circunscribía un insoportable, y
creo que le permitió un mundo posible.

Hay algo que se habló y a mí me quedó como una pregunta: ¿por qué no hay interpretación en
la psicosis? Y pensaba: porque no hay un inconsciente que lea, que es lo que subraya Lacan. Me
pregunté entonces dónde se inscribe, porque si no hay un inconsciente que pueda leer, no hay
posibilidad de inscripción y de lectura de la marca. En este sentido, me parece muy importante
lo que dijiste de Palomera, ya que esta pregunta abre a la relación con el analista, si en el ana-
lista se acusa recibo de esa marca.

DIRECCIÓN DE LA CURA EN LA PSICOSIS


La dirección de la cura en la psicosis está ligada a la concepción del síntoma en los diferentes
momentos de la enseñanza de Lacan.

160
En un primer momento el síntoma es mensaje: «Se trata de un significante de un significado
reprimido de la conciencia del sujeto, en el Otro s (A). Para liberar la palabra lo introducimos
en el lenguaje» (cf. «Función y campo de la palabra…», pp. 280-293).

En el capítulo 4 de El seminario 3 Lacan sostiene que el síntoma es el retorno de lo reprimido en


lo simbólico. En la psicosis es el propio mensaje que le viene de un otro (minúscula). Se trata
de la significación personal.

Procede por alusión, esto es, indica su dirección. Hay exclusión del Otro y pululan los a’ (hom-
bres hechos a la ligera). Es el momento de «De una cuestión preliminar…», donde Lacan afirma
que introduce la concepción que debemos formarnos de la maniobra de la transferencia. Se reú-
ne aquí con la observación de Freud en el caso de Schreber: «se ve que él se empeña en dividir
el “alma Flechsig” de la persona viva de ese nombre, el Flechsig del delirio, del Flechsig de
carne y hueso». Esa concepción de la maniobra de la trasferencia abre el dispositivo analítico
para los sujetos psicóticos. Y aquí ubicaría lo que trajo Ernesto sobre la transferencia en las
vertientes epistémica y libidinal.

Jacques-Alain Miller señala que la pregunta de Lacan en «De una cuestión preliminar...» es
cómo el significante se desencadena en lo real, y que esta pregunta está del lado del sujeto del
significante. Aquello que es del orden de la afección corporal está oculto. En el ejemplo de ma-
rrana Lacan se atiene a reconstituir un diálogo en el que se inscribe esta jaculación como una
réplica. Construye una estructura de la interlocución delirante, por medio de la oscilación del
yo. Su esfuerzo es mostrar, construir la alucinación como forma de comunicación, y queda de
lado –no ausente– en ese momento el síntoma como acontecimiento de cuerpo, aunque está
indicado cuando afirma «que la familia del marido quería despedazarla». De modo que, a mi
entender, en la clase del 9 de junio de 1999 de «La experiencia de lo real…», Miller lee El semi-
nario 3 a partir del seminario sobre Joyce.

En segundo lugar, Freud en «Los caminos de la formación de síntoma» indica que el síntoma
es satisfacción sustitutiva: «[…] son efecto de un conflicto surgido en derredor de un nuevo
modo de satisfacción de la libido. Las dos fuerzas se reúnen de nuevo en el síntoma, reconcilián-
dose por medio de él. Sabemos que una de las dos fuerzas en conflicto es la libido insatisfecha,
alejada de la realidad y obligada a buscar nuevos modos de satisfacción. Recurrirá en último
término a la regresión y buscará satisfacción [...]».

¿Qué pasa en la psicosis con la satisfacción? Piensen en Schreber, quien llegó a la convicción de
que Dios mismo demandaba para su propia satisfacción (la de Dios) su transformación en mu-
jer. Dios exige, pues, un goce continuo (cf. cap. 1). «La obligación de pensar a la que el enfermo
se somete suponiendo que en cuanto suspendiera su actividad mental Dios lo creería idiota y
se retiraría de él.» De modo que, a diferencia de la neurosis, el psicótico no logra esa satisfac-
ción sustitutiva, por lo menos, en el momento del desencadenamiento.

Freud señala, sin embargo, que la bienaventuranza es descrita por el sujeto como un goce
ininterrumpido enlazado a la visión de Dios. La voluptuosidad debe ser interpretada como

161
parte de la bienaventuranza, que funda su esperanza en una reconciliación final con Dios y un
término a sus padecimientos.

Observamos asimismo que aparece el término reconciliación, que leemos como cierta ganancia
de satisfacción que el sujeto puede sustraerle al Otro.

El punto tres es la equivalencia entre síntoma y Nombre del Padre. En Los inclasificables… –pá-
gina 320– Miller destaca que el Nombre del Padre es un síntoma y que puede haber otros, e in-
dica que este le provee al neurótico un sentido que se aloja en el fantasma (neurosis de destino).

Al no haber Nombre del Padre, en la psicosis falta el sentido, el S2. Lacan avanza al final de su
obra con el par sentido-signo. Se trata entonces del signo, y retomo aquí la cuestión de la alu-
sión, lo que marca la dirección. «Es necesario entrar en la matriz del discurso por el signo, y no
por el sentido, lo que supone decidir que hay una entrada posible [en la psicosis]», señala Éric
Laurent, en la página 342 de Los inclasificables…

En el mismo texto Miller explica que «El lazo social es el síntoma. El lazo social es él mismo el
aparato del síntoma que construye el sujeto. En el sentido en que llamaba el partenaire-síntoma,
nunca se saldrá de allí. Hay que cortar y decir: el lazo social es el síntoma», páginas 347 y 348.
Ahora bien, en la psicosis no hay lazo social, el discurso psicótico no establece un lazo con el
otro.

En una presentación de enfermos publicada con el título Seis fragmentos clínicos de psicosis Miller
plantea que un paciente es un psicótico lacaniano porque se mueve con la noción del agujero y
tiene que bordearlo, lo cual resume excelentemente cómo logró arreglárselas con el síntoma. Y
esto vale tanto para el neurótico como para el psicótico, y es una orientación para una política
de la cura, según se indica en la página 96 de dicho texto. Creo, pues, que ubica en este saber
hacer con el síntoma esta noción del agujero que hay que bordear. Recuerden, por otra parte,
que en El hueso de un análisis Miller plantea que lo que intentamos hacer con un psicótico es
fabricar un síntoma.

¿CÓMO PENSAR LA DIRECCIÓN DE LA CURA?


Señalaré algunos puntos:

-En su última enseñanza Lacan posibilita pensar el punto de basta o de capitón, y pasar de la
discontinuidad, del desencadenamiento, a la continuidad.

-Así, se trata para cada sujeto de aquello que funciona o puede funcionar como enganche entre
el significante y el goce. Para Miller todo lo que permite mantener unidos significante y signi-
ficado está bien.

-La pregunta entonces es cómo hacer que la evolución de un sujeto sea más continua que dis-
continua, cómo evitarle las crisis, los desencadenamientos, las escansiones.

162
-La respuesta es el aparato del síntoma, y se entiende por aparato una función significante
capaz de articular, enganchar el goce del sujeto. El aparato del síntoma garantiza, pues, la
articulación entre una operación significante y sus consecuencias sobre el goce del sujeto. La
metáfora paterna es un aparato del síntoma que funciona en la neurosis.

-El desenganche. La clínica del desenganche del Otro va de la mano de la producción de la


pulsión. Laurent subraya que «La concepción que presentaba Jacques-Alain Miller de los des-
enganches sucesivos respecto del Otro hacia la reabsorción en un fondo, un silencio, al mismo
tiempo tejido de goce –pulsión de muerte, silencios sucesivos–, nos da el revés de la clínica del
desencadenamiento, de la estricta ruptura. Henos aquí en condiciones de repensar todos los
puntos de la clínica de las psicosis en que el desencadenamiento nunca funcionó muy bien» (cf.
Los inclasificables…, p. 341).

Cuando hay desencadenamiento, hay una ruptura, y su restitución posterior en el delirio mar-
ca para nosotros la orientación. La carretera principal es un paraje, polariza en tanto signifi-
cante las significaciones. Pero ¿qué pasa cuando no hay una restitución delirante en un sujeto
psicótico? La pregunta me parece que va un poco de la mano de esta cuestión de los desengan-
ches sucesivos del Otro sin un franco desencadenamiento. Y es que si la carretera principal no
existe, nos encontramos ante cierto número de caminitos elementales. Cuando el significante
no funciona, eso se pone a hablar a orillas de la carretera principal. Y si esta no está, aparecen
carteles con palabra escritas. Función de las alucinaciones.

«¿Por qué no concebir que en el preciso momento en que se sueltan, en que se revelan defi-
cientes, las abrochaduras de lo que Saussure llama la masa amorfa del significante con la masa
amorfa de las significaciones e intereses, que en ese momento la corriente continua del signifi-
cante recobra su independencia?», pregunta Lacan en el capítulo XXIII de El seminario 3.

-Lacan sostiene en «Televisión» que en el extravío de nuestro goce solo el Otro lo sitúa en tanto
de él estamos separados. ¿Qué nos separa del Otro? Su incompletud, su inconsistencia, la he-
terogeneidad absoluta, que el Otro no se confunde con el uno. En la psicosis esa separación del
Otro vacila, y ciertos momentos de pasaje al acto suicidas u homicidas (un ejemplo interesante
son las hermanas Papin) son un intento brutal de lograr esa separación.

Si ubicamos entonces el aparato del síntoma como un concepto transestructural, la dirección


de la cura en la psicosis apunta a producir un aparato sintomático que estabilice significante y
significado.

Los desarrollos de Miller sobre el síntoma como acontecimiento de cuerpo en su seminario


«La experiencia de lo real...» dan lugar a la cuestión del modo de satisfacción, el modo de goce
que el aparato del síntoma articula. La psicosis es un acontecimiento de cuerpo, un cuerpo no
tomado en el espejo; es una vivencia de retorno de goce al cuerpo que no puede transfundirse
a la imagen, salvo ocasionalmente a través de actuaciones violentas. Se necesita, pues, un otro
concreto que funciones en el lugar de espejo. Son un ejemplo los episodios como si, término que
Lacan retoma de Helene Deutsch en El seminario 3.

163
La noción del cuerpo como consistencia imaginaria y como agujero permite pensar otra forma
de vaciamiento del goce del cuerpo

–que no sea a través de la imagen–, ya que se trataría de que se localice en un borde pulsional,
las llamadas zonas erógenas, que se desbordan en los momentos de desencadenamiento. Así,
un sujeto psicótico puede afirmar que se le va la mirada, que las palabras brotan de su boca
sin que él se lo proponga o que le salen gestos como besos hacia un hombre, sin quererlo, y lo
hacen homosexual. Luego, no funcionan los bordes, no hacen de esfínteres, cortando.

Por otra parte, me pregunté –pues no me resulta claro en un primer momento– que significa la
formulación de Laurent que afirma que la clínica del desenganche del Otro es solidaria de la
producción de la pulsión. Daré algunas hipótesis que no pretenden agotar el tema sino plantear
líneas posibles de investigación.

Como saben, Schreber observa que Dios no conoce al viviente («Con esto se relaciona esa idea
incomprensible para el hombre y que solo puede provenir de la ignorancia total en que se
encuentra Dios con respecto al ser humano considerado como organismo [...]», sostiene en la
página 226 de las Memorias de un enfermo nervioso), lo que le hace decir a Miller que Dios no
es omnisciente y que, por lo tanto, se trata en la psicosis de un Otro incompleto. (Me parecía
interesante avanzar sobre esta cuestión que había traído Ernesto en su trabajo.) «Subrayo que
esto supone un eclipse del saber del cuerpo, que obliga a corregir lo que se dice demasiado
rápidamente, que en la psicosis el Otro no estaría barrado [...] Schreber sitúa un agujero en el
saber de Dios, es precisamente en lo que concierne a su conocimiento de la vida, del cuerpo
vivo», indica Miller en la clase del 16 de junio del 99.

Esa satisfacción articulada por el significante se produce en Schreber en el acto de la defecación,


momento de recompensa, de unificación del cuerpo en torno a un borde, un agujero que per-
mite localizar un punto de goce y detiene la infinita dispersión del significante (puesto que él
está condenado a pensar indefinidamente para que Dios pueda gozar). Y aquí la posición del
analista es esencial para encarnar ese lugar de saber barrado.

Producir la pulsión, en este sentido, quizá pueda entenderse como una actividad del sujeto con
relación al goce, una apropiación del goce. Lacan nos recuerda que es necesario un cuerpo para
gozar, pero el problema es cuál. Evidentemente, Laurent demostró ahora en Buenos Aires que
hay dos (el del espejo y el cuerpo como consistencia imaginaria, en tanto agujero) y que ambos
cumplen la función de desalojar el goce que retorna en lo que podríamos llamar ¿una tercera
versión del cuerpo? ¿El cuerpo como goce del Otro?

En El seminario 20 Lacan sostiene que el goce del Otro del cuerpo del Otro que lo simboliza no
es signo de amor. En otras palabras, no hay castración, borde agujero, pues el amor es el signo
de que algo falta en el Otro, es dar lo que no se tiene. Y en la conferencia del 24/11/75, que dicta
Universidad de Yale, Lacan señala que «la psicosis es una especie de falla en lo que concierne
al cumplimiento de lo que he llamado amor».

164
Miller, por su parte, explica en la clase del 9 de junio del 99 de «La experiencia de lo real…» que
«Schreber ilustra muy bien la proposición de Lacan de que el goce del Otro, del cuerpo del Otro
que lo simboliza no es signo de amor. Entre Dios y Schreber no hay amor, solo sufrimiento y
voluptuosidad, porque en el horizonte está la relación sexual». La cuestión entonces me parece
que apunta a la transferencia en cuanto lazo libidinal, que permitiría al sujeto una ganancia
de satisfacción en tanto el Otro está barrado y no sabe sobre el cuerpo vivo. Y allí es posible
que el psicótico construya un saber ligado a una satisfacción articulada, ya sea vía la metáfora
delirante o vía la transferencia.

Jorge Chamorro. — El texto de Silvia Baudini se coloca en una posición especial, que tiene
coherencia con el hilo que planteaba Derezensky. Tanto la intervención de Yellati como la de
García hablaban de la respuesta del analista frente al psicótico en cuanto a la forma de la in-
terpretación en particular, y Derezensky había planteado las condiciones de posibilidad de esa
interpretación o de esa intervención, bajo la forma de la transferencia. Pienso que Silvia Baudi-
nini se ubica de algún modo allí, específicamente, alrededor del tema del síntoma, planteando
lo que suponen para la posición del analista las condiciones de la estructura de la psicosis.

Además, en el otro punto, especialmente ligado al síntoma, se trata más de los efectos que debe
provocar la intervención del analista que de la intervención misma; es decir, Baudini hablaba
de que hay que fabricar un síntoma, y no subrayaba tanto cómo se hace para fabricarlo –que
era un poco lo que respondían tanto Yellati como García. Claramente, en el planteo de Baudini
se entiende que hay que fabricar un síntoma en la psicosis, aun cuando las condiciones de esa
fabricación no sean evidentes en la presentación.

Otro punto, que es lo que se llama maniobra de la transferencia, puede ser una insinuación
de respuesta a cómo fabricarlo. Quizá debamos en la discusión aclarar qué entendemos por
maniobra de la transferencia y qué relación tiene con la interpretación o con la intervención del
analista. ¿Cómo hace eso para fabricar el síntoma?

También se relaciona con el manejo, con la maniobra de la transferencia, lo que mencionaba


respecto de como encarnar el saber barrado. Creo que esto nos remite a la discusión que tuvi-
mos acerca del analista que dice no entiendo. Tuvimos un ejemplo concreto de la maniobra de la
transferencia, de encarnar el saber barrado, con la respuesta no entiendo. Habíamos discutido si
era en el lugar del sujeto dividido o el lugar del objeto. Luego, es posible trazar un hilo entre la
maniobra de la transferencia encarnada en el saber barrado y el no entiendo Derezensky en su
respuesta al paciente.

Baudini señala asimismo la articulación significante-goce. Ahí tenemos incluso una línea gene-
ral de lo que se debería lograr, que es la metáfora delirante en una formulación de Lacan (de El
seminario 3), y significante y goce en la última formulación.

El otro punto, por último, es la propuesta de arreglárselas con el síntoma. Pero ¿a qué se opone
este arreglárselas con el síntoma? ¿Cuál es la alternativa? Si uno no sabe hacer con el síntoma,

165
¿qué hay que esperar? Me parece –y lo propongo para la discusión– que la alternativa es levan-
tar el síntoma. Y en la medida en que este se hace ilevantable queda como camino el fracaso del
tratamiento o el arreglárselas con ese síntoma. Lo que cambia la posición del sujeto respecto de
su síntoma.

Pienso que la respuesta de cómo lograrlo debemos retomarla de aquellos que hablaron espe-
cíficamente de la intervención. De modo que ahí tendríamos que complementar las formas de
intervenir que imaginamos con los efectos que debemos lograr –que, a mi entender, es lo que
más acentúa Baudini.

Carlos Dante García. —Habíamos considerado que en la psicosis el S1 ya está ahí, que lo ubica-
mos como el síntoma, y nos preguntamos qué hacer con él. Creo que, por lo que plantea Silvia,
la respuesta sería fabricar un síntoma o un aparato del síntoma. Me pregunto entonces si se
trata de un nuevo S1 o es ese mismo S1 que ya está ahí bajo otra forma, que lleva al camino de
arreglárselas con el síntoma. Si no, si producimos otro S1, se modificaría la relación del sujeto
con la [¿?], que es la particularidad de la relación del sujeto con el síntoma en la psicosis. En
resumen, la primera cuestión que me genera lo que escuché de Silvia es si fabricar el síntoma
supone producir un nuevo S1 o modificar el que ya está ahí. Yo me inclino por la modificación
de ese S1.

El segundo punto es esta encarnación del saber barrado, que genera muchas interpretaciones
de esa frase de Lacan de la «Presentación de la traducción francesa de las Memorias del Pre-
sidente Schreber», donde la posición del analista consistiría en manifestar permanentemente
una posición de no saber. ¿Esta posición de no saber equivale al $? ¿Cómo distinguir el $ de A,
porque no es equivalente? Si encarnamos al A es una dimensión de vacío, y le tenemos que dar
otra vuelta a esta cuestión del saber barrado. ¿Qué implica dicho saber? No es la manifestación
del yo no sé permanente (porque muchos identificaron el lugar del analista en el tratamiento de
la psicosis como un yo no sé). El yo no entiendo, para mí, no es equivalente al yo no sé, por poner
en juego el yo.

El tercer punto es sobre la dirección de la cura, porque el planteo de Silvia lleva a una direc-
ción que es todo un problema. Jorge planteaba recién que nos imaginamos el levantamiento
del síntoma o un saber hacer con el síntoma. Ahora bien, ¿este saber hacer ya dibuja en forma
anticipada una dirección posible de la cura? Lo digo porque no es tan seguro que haya una
dirección de la cura en el sentido de haberla construido y verificado. Cuando hablamos de una
dirección, ya está anticipado el fin.

Ernesto Derezensky. —El trabajo de Silvia me hizo pensar dos o tres cuestiones. Si no recuerdo
mal, en el «Suplemento topológico a “De una cuestión preliminar…”», Miller remarca que en
lo que podríamos llamar la vulgata lacaniana trascendió fundamentalmente la construcción
del Nombre del Padre como lo que caracteriza la estructura. Él señala, sin embargo, que esa

166
forclusión del Nombre del Padre debe ser complementada con la regresión tópica al filo mortal
del estadio el espejo. Lo subrayo porque pone en primer plano los problemas alrededor de la
constitución del cuerpo en la psicosis y el síntoma como un acontecimiento del cuerpo. Y lo
traigo porque quiero mostrar el tratamiento particular de la cuestión del cuerpo en el caso de
una paciente psicótica.

Estamos discutiendo la posición del psicoanalista frente a la psicosis y creo que estaríamos de
acuerdo con que se trata de una invitación al psicótico en tanto trabajador decidido. Esto su-
pone que el encuentro con el analista permita el nivel de elaboración al que cada sujeto puede
llegar.

En el caso del que les hablaba, la paciente daba cuenta de dos estados del cuerpo, y lo inte-
resante es que lo hacía con una suerte de neocódigo; decía: «No hay nada más terrible que
el descuajeringue». El descuajeringue era el momento de la fragmentación corporal absoluta,
cuando la cabeza se le disparaba del cuerpo, los brazos y las piernas caían. Ella señalaba que en
su existencia ese era el momento de mayor sufrimiento. Y lo interesante del caso es que se or-
ganiza y se localiza a partir de un agujero, porque ella sitúa lo que llama la función del loj, que
es un agujero que ubica en su pecho y que va acompañado de lo que denomina la «angustia
corporeizada». Ahora bien, cuando hay loj y hay angustia corporeizada no hay descuajeringue;
es decir que el cuerpo se reconstituye alrededor de ese agujero que ella sitúa en él.

Todo esto tiene un marco que es el encuentro con un analista que la invita al nivel de elabora-
ción que ella puede alcanzar. Y entiendo que no se trata de una paranoia, sino de una paciente
que podríamos situar dentro de ese grupo tan difuso de las esquizofrenias. Entonces, dentro de
las esquizofrenias, donde los problemas del cuerpo están en primer plano, el encuentro con el
analista le posibilita al sujeto un modo de suplir lo que para ella no fue dado, que es la disyun-
ción goce-cuerpo; esto es, la operación de la castración no está constituida y el encuentro con el
analista hace posible un modo de suplencia respecto de eso que no aconteció.

Silvia Baudini. —Sobre lo que decía Carlos, a mí me parece que no se trata de S1 sino justa-
mente de la relación entre S1 y S2, la estabilización entre un significante amo y un S2 que fije
una significación. El problema de la psicosis es que no hay fijación de la significación. Cuando
Schreber puede, finalmente, aceptar la reconciliación con Dios, aceptar su transformación en
mujer asintóticamente, en el infinito, hay allí un saber hacer con el síntoma; es decir, eso que
para él era la idea insoportable que lo llevaba al descuajeringue, a intentos de suicidio reitera-
dos, es lo mismo que produce una reconciliación.

Pienso que hay dos cuestiones: una es esa y otra la satisfacción ganada en torno del agujero
anal en el acto de la defecación. El pasaje posible por una ganancia de satisfacción permite fi-
nalmente al sujeto construir un síntoma, pero como lazo social –o sea, el S1 solo no alcanza. El
neurótico tiene el S2 que es el fantasma, el Nombre del Padre, pero el psicótico dispone solo del
S1; y creo que allí es eminente el lazo transferencial, que es lo que indicaba Ernesto. Se trata del
lazo con el analista, en tanto este no sabe del cuerpo vivo, porque ahí ella puede inventar un

167
saber del loj. Eso no significa que el analista no sepa nada, sino que no sabe sobre el cuerpo vivo
y ahí el sujeto puede construir algo en relación con un cuerpo vacío de goce. Esta es un poco la
idea que se desprende de este trabajo de Miller.

Jorge Chamorro. Debemos acentuar qué es un síntoma, a qué estamos llamando síntoma. Pri-
mero, sigo manteniendo la idea de que el S1 en la psicosis ya está y que el S1 en la neurosis se
construye con la interpretación del analista. Esto es como un eje desde donde partimos –de lo
real en el campo de la psicosis y de lo simbólico en el de la neurosis–, o sea, partimos de las for-
maciones del inconsciente. La diferencia entre un S1, ya instalado en el psicótico, y del síntoma,
es que el primero no es un ordenador único de la estructura del sujeto psicótico y el segundo es
el producto que lleva a que todos los S1 que podían estar dispersos en un primer momento se
coagulen alrededor de un ordenamiento único que le permite esa estabilización. A mi entender,
la estabilización es pasar de un S1 –o varios– que hay en el delirio a la fabricación de un orden
donde todos esos S1 convergen alrededor de un punto de goce; y eso permite la diferencia
entre un S1 y un síntoma. El S1 puede ser una parte del cuerpo despedazado y el síntoma, un
ordenador de un cuerpo no despedazado. Ese ordenador único es lo que Baudini llamaba la
fabricación del síntoma.

Lo que ustedes decían me planteaba la siguiente duda. Si pensamos el síntoma en la última for-
mulación de Lacan, este es articulación de un simbólico que entra en lo real, es la articulación,
anudamiento de simbólico-real. Justamente en Joyce (lo indico por lo del lazo social, hasta allí
estamos en el campo autoerótico del goce) Lacan plantea que falta el anudamiento imaginario
y que él lo hace con la construcción del ego, en el punto de articulación. Por eso me preguntaba
cuando hablábamos del síntoma como lazo social… El síntoma –y su estructura– no hace lazo
social solo, por lo menos en Joyce lo plantea así. Para que el lazo social se complete y encuentre
esa relación con el Otro social debe construir el ego, hacerse un ego, hacerse un nombre, etcéte-
ra. Creo que este era el dato que faltaba para pensar lazo social-síntoma. Es que si este último
es significante real, no hay lazo social.

Silvia Baudini. —Ahora, en el caso de Ernesto, ¿eso no lo daría la relación transferencial, que
ella venga a dar testimonio de esa particular abrochadura entre significante y goce al analista?
Pienso que ahí se produciría este abrochamiento con lo que sería el ego en Joyce.

Jorge Chamorro. —Está muy bien eso. ¿Cómo pensamos la construcción de un ego cuando no
se trata de un tipo como Joyce, que no lo puede construir con su talento? Encontrar el nombre
propio es un dato que puede estar no solo en relación con el mundo y el siglo, como Joyce, sino
con la transferencia. Ese es el punto de construcción del ego, porque, si no, el único que real-
mente podría construirse un ego sería un tipo como Joyce.

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Carlos Dante García. —Eso se relaciona con lo que planteaba Ernesto, que haya un sujeto,
según sus palabras, trabajador decidido, que además se dirige a alguien, y no nos tenemos
que olvidar de esta condición. Joyce se dirigía a alguien, pero era a la universidad, a los uni-
versitarios. Para mí, la condición de la direccionalidad es fundamental en la fabricación de un
síntoma con un psicótico, porque muchas veces la confundimos con la persona del analista, y
no es lo mismo.

Jorge Chamorro. —Pero la fabricación del síntoma es insuficiente o no. En Joyce tenemos ade-
más el derecho de publicar. Hasta ahí había fabricado el síntoma, pero si no publica pareciera
que falta algo. Creo que habría que darle varias vueltas al tema del ego, porque, aunque en
Joyce está claro, no es tan evidente… Una respuesta es la fabricación del ego en la transferencia.
porque lo utilizamos como un elemento articulador en Joyce pero no lo usamos tan evidente-
mente en otros sujetos psicóticos. ¿Cómo se fabrica entonces un ego?

Silvia Baudini. —Pensaba en la megalomanía sostenida en transferencia, en esto de que es un


trabajador decidido sostenido por el analista en ese lugar. ¿No es una forma posible de armar
un ego en la psicosis?

Ernesto Derezensky. —Retomo la cuestión del cuerpo, porque, si situamos dos clínicas –la
psicofarmacológica y la analítica– alrededor de esta cuestión, se ven claramente los puntos
de divergencia. La eficacia de los psicofármacos no solo se mide a partir del efecto que pueda
tener respecto del delirio y la alucinación, sino también por los efectos secundarios que no
producen. Los antipsicóticos de última generación presentan en comparación con los antiguos
mucha menor cantidad de efectos secundarios y esa es la mayor eficacia.

¿Qué produce el encuentro con el analista respecto del cuerpo? Vemos en el caso que estoy pre-
sentando que este encuentro no es indiferente en relación con lo que acontece respecto del cuer-
po, porque esta paciente atraviesa durante un período muy prolongado –que ella denomina
período del descuajeringue– la imposibilidad de operar con él, hasta tal punto que fue toda una
época de su vida en que ella no se podía levantar de la cama, no podía salir del lecho porque
estaba descuajeringada. Luego construye delirantemente un cuerpo del que puede disponer.

El cuerpo es asimismo un límite, en primer lugar, para los médicos, para lo que es posible ha-
cer con el psicótico. Siempre recuerdo que hace muchos años, en una clínica donde médicos y
no médicos compartían el trabajo con pacientes psicóticos, en una institución muy abierta a la
intervención de los analistas, hasta el punto en que un no médico, en función de lo que era el
discurso delirante de un sujeto, indicó en enfermería que le hicieran un enema al paciente, lo
que provocó una reacción violenta en el director de la clínica. Y el analista fue echado con un
argumento muy preciso: había un límite, los no médicos no podían meterse con el cuerpo. Si el
no médico iba más allá de ese límite, era algo insoportable. Para mí este hecho quedó como algo

169
que debe ser interrogado, no como una anécdota, ya que creo que revela la estructura, revela
un aspecto de la posición del médico y, tal vez, de nuestra posición respecto de la psicosis.

Carlos Dante García. —En relación con esto, recuerdo el caso de una mujer que entró a la clíni-
ca embarazada de tres meses y se pasó los seis meses siguientes catatónica. Y todo el problema
para los médicos era cómo intervenir con ese cuerpo, porque tendrían que hacerle una opera-
ción y ella no respondía absolutamente nada; no registraban si tenía sensibilidad en su cuerpo.
Cuando llegó el momento del parto, la sacaron de la clínica, la trasladaron en una ambulancia
y, para sorpresa de todos los médicos, pare y cesa la catatonía. Justamente, en el momento de
parir.

Pensé en lo del enema. Cuando salió algo del cuerpo, cuando se vació algo del cuerpo, ella salió
de la catatonía. La posición de los médicos era que había que intervenir sobre el cuerpo, la posi-
ción del equipo que trataba a la paciente era que la paciente iba a responder. Se generó toda una
discusión, ateneo, reuniones, para ver cómo se resolvía esta cuestión, ya que nadie había visto a
una esquizofrénica embarazada catatónica, la cual sale de la catatonía en el momento del parto.

Tomo de esto la cuestión de la construcción de un vacío a partir de lo que sale del cuerpo, cosa
que he visto en varios casos. Y a veces este salir del cuerpo no tiene solo que ver con los orifi-
cios; hay otras intervenciones –la extracción de sangre, por ejemplo– que producen una salida
de la catatonía, que solo logro explicarme bajo la forma de la posibilidad de la producción de
un vacío.

Néstor Yellati. —Pensaba en un caso que había presentado en la jornada de las escuelas, porque
de alguna manera puede vincular la cuestión de la producción de un síntoma, y la diferencia
de lo que sería el síntoma en la neurosis y en la psicosis. Se trata de una paciente que respecto
del cuerpo tenía síntomas de la serie bulimia-anorexia. Afirmaba estar gorda y, por lo tanto,
hacía lo que hacen las chicas (dietas, gimnasia, hasta laxantes). Pero después viene la referencia
claramente psicótica al cuerpo cuando sostiene que este es imperfecto de nacimiento, que está
incompleto; y que además ella busca ver la boca del estómago, pero no puede verla frente al
espejo porque está tapada por una panza llena de grasa. Luego, intenta lograr la reducción de
dicha panza.

Era asimismo evidente en toda su gimnasia y su dieta, por la manera en que lo decía y por
cómo señalaba su propio cuerpo, que estaba tratando de completarlo y darle forma, ya que
tenía una forma imperfecta. Explicaba, por ejemplo, que con esas caderas anchas nunca iba
a poder tener muchos hijos. De modo que para ella el atributo propiamente femenino (una
cadera ancha) indicaba que no iba a poder tener hijos. Construía un cuerpo, desde una pers-
pectiva puramente imaginaria, como si lo estuviera modelando mediante la gimnasia. Produce
entonces un síntoma –bulímico– que después se revela como algo que va al lugar del cuerpo
del psicótico, ante lo cual yo dejaba que hiciera.

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Carlos Dante García. —Quisiera volver a la cuestión de la fabricación del síntoma y el S1. Estoy
de acuerdo con que se trata de un momento de articulación, de abrochamiento respecto de S1
sueltos. Ahora, este momento de articulación, de abrochamiento, va hacia el lado de un S1 nue-
vo… ¿o es un S2? Este punto es importante, porque esta lógica de la relación entre un S1 y un
S2, que ha llevado a considerar como propuesta que habría que hacer delirar al sujeto psicótico,
esto es, que exista la posibilidad de construcción de un S2. Yo me inclino porque se trata de un
S1, no de un S2, que la fabricación de un síntoma va para el lado de un S1.

A eso apuntaba mi intervención anterior, justamente, a si esta lógica de la utilización del S1-S2 es
compatible con la fabricación de un síntoma, porque no en toda psicosis hay delirio, en primer
lugar, y, en segundo lugar, no todo delirio permite una articulación y una fijación; o sea que el
S2 se muestra en cierto sentido inoperante.

Silvia Baudini. —Creo que la única manera de pensar el S2 no es como delirio, porque cuando
Miller sostiene que el síntoma es el lazo social, en él está incluida una relación entre un signifi-
cante y otra cosa; ahí ya el síntoma incluye una relación, no es solamente S1. Justamente, en la
neurosis hay que desencadenar los S1 encadenados, que es algo que en la psicosis está de entra-
da. Se trata, pues, de producir algún encadenamiento, alguna continuidad, que se establece en-
tre un S1 y otra cosa… Me parece que es lo que él dice lazo. Algo que hace lazo, no es el S1 solo,
algo se tiene que producir de un lazo con el otro. ¿Qué otro? ¿De qué modo? De alguna manera,
es lo que estamos pensando. ¿Es ese sinthome imaginario que permite enlazar lo simbólico con
lo real? No es ese S1 solo, hay algo que hace lazo y que no es el delirio.

Carlos Dante García. —Volvemos al mismo punto que estábamos tratando antes: ¿se trata de
una cuestión autoerótica o no?

Silvia Baudini. —No, tiene que dejar de ser autoerótica. Cuando la paciente le cuenta a él lo del
neologismo loj, se lo va a contar a él, hay una dirección de eso. No es solo el loj que ella goza en
silencio autísticamente y en catatonía, sino que va y se lo cuenta a él, y ahí recobra un sentido.
Cuando esa mujer refiere el descuajeringue, el analista tiene derecho a decirle: Momentito, si
usted tiene un loj, yo soy testigo. Sobre todo en la esquizofrenia el analista es el lugar donde se
escribe lo que no se escribe en el sujeto.

Carlos Dante García. —La cuestión ahí es si la direccionalidad implica un S2.

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Silvia Baudini. —Depende de lo que entiendas como S2.

Jorge Chamorro. —Claro, quizá lo que hay que probar es que se lo cuente... Puede ser que lo
diga delante de él, pero no es exactamente lo mismo que lo diga delante de él a que se lo cuente.
Que se lo cuente efectiva y profundamente implica la posibilidad de una retroacción, un acuse
de recibo. En otras palabras, que tenga un efecto concreto, efectivo, retroactivo sobre el sujeto
el habérselo contado a él. En la presentación de enfermos vemos algo de eso. Cuando un sujeto
empezaba –no me acuerdo exactamente qué–, en la medida en que se dirigía hacia el hospital a
contar eso, se le producía un efecto de ordenamiento de lo que iba a decir.

Carlos Dante García. —Era ese que tenía irritación en diferentes partes del cuerpo. Vos lo con-
taste en una clase que diste sobre melancolía, que habían comenzado a pensar la posibilidad
extraerlo como favorable para el tratamiento.

Jorge Chamorro. —Y ese efecto en dirección al hospital, como que allí había un efecto ya de
retroacción sobre él –porque podría delirar delante de otro y no ser realmente un hacerle en-
tender o un transmitir eso.

Carlos Dante García. —En ese punto, entonces, el lazo social es idéntico a S2.

Jorge Chamorro. —De todo lo que vamos planteando ya estamos concluyendo una serie de
cosas, y creo que acordamos con una línea general. En el campo de la psicosis, vamos de la dis-
persión a una localización que hemos llamado de distintas maneras: suplencia, estabilización,
fabricación de un síntoma, son los diferentes nombres que se le van dando a eso que tiende a
unificar lo que está disperso.

En esta línea, tomé frases sobre las respuestas del analista, muchas de las cuales ya están di-
chas; las volveré a subrayar. La primera frase es la búsqueda de los fenómenos primarios –o sea, el
analista debe buscar fenómenos primarios– y no de los secundarios en el delirio. Me parece que
en esta búsqueda de fenómenos primarios se inscribe lo que hemos llamado reconocimiento
de significantes amo en el discurso delirante, en el decir delirante. Y la primera pregunta que
se nos plantea es, ¿en qué consiste ese reconocimiento, qué significa reconocerlos? Pienso que
reconocerlos, si se trata de una intervención del analista, es recortarlos de la suma de la dis-
persión del discurso del sujeto psicótico y subrayarlos, extraerlos, etcétera. Esta extracción se
inscribe en lo que denominamos la fabricación del síntoma.

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Creo que ese punto abre dos caminos (hemos subrayado uno sin reducir otro, en paralelo) y
que esto se relaciona con una formulación sobre la medicación, que regula el goce, estabiliza al
sujeto en alguna medida, pero no le permite reconocerse como tal. La pregunta es entonces qué
significa reconocer unsujeto.

Deberíamos revisar si la fabricación de un síntoma posiciona a un sujeto. Me parece que sí.


Hemos acentuado el producto, pero la consecuencia de la fabricación de un síntoma es que ahí
hay un sujeto que Derezensky llamó sujeto del goce, no del significante. Creo que muchas de
las cosas que tratamos implican el posicionamiento de un sujeto respecto de su goce. Si bien
acentuamos el elemento con el cual eso se hace, hay que mencionar que el reconocimiento de
significantes amo, la fabricación del síntoma, la estabilización, empiezan a construir un sujeto
del goce. En este punto se distingue el plano de la medicación del plano de la respuesta del
analista.

También mencionamos el empuje a la mujer, que en Schreber claramente es la feminización


efectiva del sujeto. Pero ¿todo lo que llamamos empuje a la mujer implica la feminización efec-
tiva de un sujeto o damos a esto un más allá de la feminización fenoménica que en Schreber
ocurrió?

Sobre la invención, pensé lo siguiente: como estamos acostumbrados a hablar de Joyce y de


todo lo que él hace con su goce, me pregunté si del trabajo que él realiza sobre su goce podemos
extraer una conclusión para la intervención del analista. ¿Joyce enseña cómo tiene que interve-
nir el analista? Joyce escribe, desarma el lenguaje. ¿El analista también debe hacer ese trabajo
con el sujeto psicótico? ¿Debe desarticular el lenguaje, debe construir, debe hacer todo eso que
hace Joyce (incluso la construcción de su ego)? ¿Es una experiencia para el analista la experien-
cia joyceana? Mi respuesta es que dicha experiencia enseña, por lo menos, eso que indicamos y
sacamos como una conclusión primaria: en el campo de la psicosis no usamos la interpretación
de la forma, de las significaciones, de la apertura de significación, porque esta abre y no cierra.
Se trata de una interpretación que, más que cernir, dispersa el discurso. Por eso, tendimos a
excluir ese tipo de interpretación simbólica, que abre lo que en el psicótico ya está abierto.

Concluimos, pues, que la interpretación que debe hacerse cuando nos manejamos en el campo
de la psicosis es más la de reducción, la que conduce a la escritura. A mi entender, esta es la
enseñanza de Joyce, que hace del trabajo sobre las significaciones abiertas un trabajo de escritu-
ra. Si tuviera que decir qué enseña Joyce para el analista, diría que es la reducción de sentidos,
la desarticulación del sentido y la localización de significantes que son letra, cosa que, a mi
juicio, hay que sumar a lo genérico de la búsqueda de fenómenos primarios. Es la búsqueda
de fenómenos primarios complementada ahora, porque no es solo buscarlos y marcarlos, sino
constituirlos como una letra que hace a la construcción y fabricación del síntoma.

Tanto Lacan como Miller hablan de un triunfo del saber sobre la verdad. Inscribimos entonces
la interpretación del analista como un triunfo del saber sobre la verdad, lo que yo entendería
ubicando todo lo que en la última enseñanza de Lacan es la oposición entre real y los efectos
de verdad. De modo que no buscamos en el sujeto psicótico efectos de verdad, que son los que

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abren, sino de saber. Esto opone la producción de efectos de verdad a la producción de efectos
de goce y de articulación del goce.

Fabricarse un yo es nuevamente la enseñanza de Joyce para la intervención del analista. Joyce


se fabrica un yo, un ego, pero, en cuanto al analista, nos deja la pregunta de cómo este provoca
dicha fabricación. Tenemos una insinuación de respuesta: la provoca en su interlocución en la
transferencia. Aunque habría que desarrollar este punto, quería extraer además eso de fabri-
carse, cómo causamos la fabricación, punto que podemos también extraer de Joyce, quien lo
hace por su cuenta. Queremos entonces para la intervención analítica la experiencia de cómo
fabricar un yo o un ego en un sujeto psicótico.

Dejarlo delirar es todo un tema. Dimos al respecto una primera respuesta, que agrega el proble-
ma de la medicación. Señalamos la diferencia con la psiquiatría, que no distingue el fenómeno
elemental del trabajo del delirio, sino que incorpora todo a la clasificación psiquiátrica (los sín-
tomas psicóticos de la esquizofrenia o de la paranoia). Justamente, el aporte fundamental del
psicoanálisis en este punto es que distingue el trabajo del psicótico con respecto al fenómeno
elemental.

Dejarlo delirar en este sentido tiene dos caras: con un sujeto que no delira nos falta el instru-
mento de trabajo para todo lo que estamos diciendo. Si no delira, no podemos reconocer nunca
los fenómenos primarios, que precisamente se observan en el delirio. Entonces, ante un sujeto
al que la medicación le suspende completamente el delirio, estamos sin el instrumento para
hacer todo este trabajo…, porque ¿con qué fabricamos el síntoma o reconocemos los significan-
tes amo si no delira? Creo, pues, que avalamos la idea de dejarlo delirar bajo la forma de no
intervenir con la medicación para aplastar o acotar el delirio.

Pero ¿cuál es el límite? En este comentario de casos clínicos Miller da una respuesta. Y es que
tenemos allí un movimiento doble: por un lado, dejarlo delirar, escuchar el delirio y hacer todo
este trabajo con él; pero hay un tope también, el delirio finalmente no encuentra su propio pun-
to de capitón. Entonces, si bien hay que dejarlo delirar, la posición del analista no es ni delirar
con el sujeto –lo que se llamó incluirse en el delirio–, ni acompañar el delirio hasta el infinito.
El delirio en sí mismo no tiene punto de capitón, e introduce la posición del analista bajo la
forma del no, que Miller plantea como una dirección de la cura en el sujeto psicótico. Se trata
de reconocer los puntos que lo conducen al desencadenamiento delirante, y no dejarlo delirar
allí. Me parece que se plantea una experiencia de saber hacer con el síntoma; no es exactamente
igual pero hay algo en el saber hacer y en el saber reconocer que lleva a puntos de exclusión del
tema donde el analista debe intervenir bajo la forma de obstaculizar eso.

Tengo un ejemplo concreto sobre la cuestión: una mujer que se desencadena dos veces, y lo
hace a partir de un punto preciso, cuando empieza a delirar con la homosexualidad. Las dos
internaciones de esta sujeto coinciden con el despliegue de un delirio homosexual, que la des-
estabilizó totalmente ambas veces. Allí esta el punto. No le fue dicho: De eso no se habla. Más
bien la acompañé. Ella incluso comenzó a desarrollar una serie de actividades respecto de otras
mujeres, y yo no me opuse terminantemente a eso, sino que escuché y traté de precisar su de-
lirio homosexual. Pero este delirio se me escapó a mí y a ella, quien finalmente se tiró por la

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ventana, guiada por el delirio homosexual, que en ese momento tomaba la forma de una ame-
naza mortal de la madre sobre ella. Luego, corriendo delante de la madre que la amenazaba de
muerte, se tiró por el balcón, y fue en un punto muy preciso. Ahí acompañé el delirio más que
oponerme. No sé si oponerse terminantemente a que se hable de eso detiene el desencadena-
miento, pero Miller propone no dejarla delirar.

Tenemos así una doble posición para el analista: por un lado, dejar delirar, pero además apren-
der –tanto el sujeto como el analista– el punto de agujero donde hay que frenar el delirio. Dejar
delirar y no dejar delirar sería la conclusión para la posición del analista. Ir reconociendo los
temas que hacen delirar a un sujeto supone un saber hacer con el mal más que curarlo, que es
lo que indicábamos del síntoma.

En cuanto al manejo de la transferencia, creo que nos movemos bastante fácilmente respecto
de la intervención del analista en el orden de la palabra. Todo lo del enema y todas las otras
intervenciones... Una vez le propuse a un sujeto paranoico que no podía llegar al consultorio
porque los vecinos lo perseguían, etcétera, que se pusiera anteojos y que se anonimizara, y a
partir de eso se calmó.

Luego, la pregunta es hasta dónde y cómo están autorizadas esas intervenciones que podría-
mos llamar intervenciones en lo real, esas intervenciones sobre el cuerpo del sujeto. Como
primera impresión, creo que no las podemos descartar en términos absolutos pero son inter-
venciones un poco incalculables –y muy riesgosas– en un sujeto. Hay que estar muy seguro de
los efectos incalculables que puede tener ir a tocar el cuerpo del sujeto psicótico de esa forma;
son intervenciones de riesgo. Sería una especie de tratamiento de lo real por lo real.

Carlos Dante García. —En la clínica se hacen tratamientos de lo real por lo real sin saberlo,
con el aparato de enfermería, el atarlo, las inyecciones, los masajes. Lo que pasa es que ya ahí
escapa del control de la dirección de un tratamiento por parte de un analista.

Jorge Chamorro. —El tratamiento de lo real por lo real tiene una lógica que es difícil articular,
puede cumplir un efecto simbólico pero es muy difícil de regular en la intervención misma.

Un rasgo del analista puede hacer de punto de capitón, que en ese caso creo que es el nombre.
De esta afirmación se desprenden dos cosas: buscamos los puntos de capitón, los buscamos de
distintas formas, tanto en el discurso del sujeto como en la posición, manejo de la transferencia;
y dicho punto no descarta que un rasgo personal del analista –como su nombre– pueda ubicar-
se allí como un punto… Me parece que se puede incluir en eso el manejo de la transferencia…
como rasgo de búsqueda de esta estabilización, interviniendo desde ese lugar que el rasgo le
daba, que en este caso era el lugar del ideal.

Acusar recibo al lado es otra formulación, que, a mi entender, se ubica junto a lo que discutimos
del no entiendo. La propuesta de esta formulación es acusar recibo al lado, ponerse del lado del

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sujeto. Me parece interesante como propuesta, porque ¿qué es no ponerse del lado del sujeto?
Justamente, ubicarse del lado del Otro. Y creo que tu intervención apuntaba exactamente a eso.
Aparentemente, en el sujeto psicótico ponerse en el lugar del Otro es desajustado y peligroso.

¿Qué significará para nosotros ponerse en el lugar del Otro? Hay una respuesta primaria y fácil
que es eso con lo que Lacan insiste desde el punto en que está en El seminario 3. Ponerse en el
lugar del Otro – les propongo– es colocarse en el lugar del saber, no del supuesto saber sino del
saber, encarnar un saber, una afirmación, cuando, sostiene Lacan, debemos preguntar. Insinúa,
pues, que hay cierto alejamiento del lugar del Otro y de ponerse en la posición sujeto. Por eso
yo hablaba de ubicarse en la posición del sujeto y de esta formulación del no entiendo, ya que
ponerse del lado del Otro sería entender perfectamente y entrar en el sistema delirante del
sujeto, que no es llevado a transmitirle al analista, sino a delirar con él, incorporarse al delirio
como alguien que le lee el pensamiento. Digamos, leerle el pensamiento en el lugar del Otro.

Joyce con ese fuera del sentido mantuvo su compensación, su no desencadenamiento. Con
estas neoformaciones que usa Joyce despedaza el sentido, escribe fuera de sentido, hace entrar
lo simbólico en lo real desabonado al inconsciente.

Creo que esto de las neoformaciones responde a la pregunta que hacías sobre si introducimos
significantes nuevos o tomamos solo los del sujeto. Pienso que están los significantes del suje-
to, pero me pregunto si en la dialéctica del tratamiento de un psicótico no puede aparecer una
neoformación. A mi entender, sí, son los significantes del sujeto o hay neoformaciones… Estoy
pensando en la lengua fundamental de Schreber, que él la construye solo. Pero en un sujeto psi-
cótico común podría suponerse que el diálogo con el analista crea neoformaciones que ocupan
su lugar y se suman a los significantes amo que él ya tiene en su estructura.

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