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Ediciones Universitarias,
Unidad de Comunicación de la Universidad de la República (ucur)
isbn: 978-9974-0-
isbn pdf: 978-9974-0-
Contenido
Rodrigo Arim
Rector de la Universidad de la República
Ecos de Foucault
Hablar de la influencia de Michel Foucault en el pensamiento, en las ciencias
humanas y en la cultura contemporánea parece una tarea imposible. Resulta
tentador evocar a Foucault en la lección inaugural de su seminario en el College
de France, aquel 2 de diciembre de 1970:
Más que tomar la palabra, habría preferido verme envuelto por ella y transpor-
tado más allá de todo posible inicio. Me habría gustado darme cuenta de que
en el momento de ponerme a hablar ya me precedía una voz sin nombre desde
hacía mucho tiempo: me habría bastado entonces encadenar, proseguir la fra-
se, introducirme sin ser advertido en sus intersticios, como si ella me hubiera
hecho señas quedándose, un momento, interrumpida. No habría habido por
tanto inicio (Foucault, [1973] 2004).
En estos fragmentos de discurso que retomamos a modo de intercambio entre
investigadores e instituciones científicas o universitarias también nosotros quisié-
ramos ser envueltos por un discurso ya iniciado, no tanto al estilo de una espiral
de dones-contradones, donde lo que se entrega no tiene retribución inmediata y
donde se obtiene la apariencia de una restitución originaria de sentido y valor—a
pesar de que lo que se devuelve nunca es lo que precisamente se obtuvo en primer
lugar—, donde finalmente el intercambio es recubierto por la solemnidad de la
tradición, y luego el silencio sepulcral, o la repetición de lo mismo.
Contra la tranquilidad de la supuesta comprensión de una obra, quisiéra-
mos la multiplicación indefinida de su voz en otras voces, ya que la obra de
un intelectual no está compuesta solamente de su propia enunciación, de su
palabra escrita o hablada, sino de la recepción que tiene en una época y en
una cultura. Así, quisiéramos ser tomados por la palabra de Didier Eribon, en
una escena que tiene lugar en Calcuta en octubre de 1993: «Un centenar de
investigadores están reunidos en una sala. Los azares de la existencia me habían
conducido a esa ciudad, y profesores de la universidad me invitaron a hablar de
Michel Foucault. Cuando la discusión comenzó, al final de mi exposición, pude
constatar que la obra de Foucault era no solo ampliamente conocida por los
intelectuales bengalíes—esto ya lo sabía, y era incluso la razón de ser de dicho
encuentro—, sino conocida en sus menores detalles. En los días subsiguientes,
pude verificar que estaba igualmente asimilada desde hacía mucho tiempo como
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también aparentemente confirmada por las modificaciones de los temas de in-
vestigación y los giros metodológicos del autor. Los trabajos reunidos en Dits et
écrits contribuyen a una mayor comprensión de grandes temas de investigación
que no se encuentran muy desarrollados en los libros del filósofo publicados en
vida. Un ejemplo contundente que ha sido advertido por varios investigadores es
la cuestión de la biopolítica, uno de los problemas foucaultianos que ha desper-
tado mayor interés en el panorama intelectual contemporáneo.
En el mundo hispanohablante la traducción de Dits et écrits realizada por
Miguel Morey a la colección intitulada Obras esenciales (1999) ha tenido un
rol destacado en la recepción de la obra de Foucault para los lectores ibéricos
y latinoamericanos. Sin desmerecer la calidad de las traducciones ni la impor-
tancia de esta compilación, Edgardo Castro ha observado que en esta colección
se presenta la dificultad de que el criterio de agrupamiento de los textos ha sido
temático y no cronológico, lo que proporciona una visión del conjunto pautada
por un sesgo interpretativo. A ello se suma que la colección Obras esenciales
traduce una fracción muy menor de los textos que integran Dits et écrits.
Otra compilación en español de trabajos de Foucault que ha tenido una
importancia considerable es Microfísica del poder (1978), cuya edición y tra-
ducción fue realizada por Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría. Allí se reúnen
12 trabajos de Foucault agrupados por los editores bajo el tema del poder y la
herencia nietzscheana en la analítica foucaultiana.
La serie Fragmentos foucaultianos, al cuidado de Edgardo Castro, brinda la
posibilidad a los lectores hispanohablantes de acceder a un importante conjunto
de trabajos, entrevistas y conferencias del intelectual francés que hasta entonces
no estaban disponibles, especialmente los trabajos reunidos en Dits et écrits que
no fueron traducidos y publicados en la colección Obras esenciales. Esta serie
se inauguró en 2009 con la publicación de Una lectura de Kant, traducción al
español de Introduction a l´ Anthropologie de Kant, la tesis complementaria de
doctorado de Foucault que acompaña la escritura de su tesis Folie et déraison:
Histoire de la folie à l’âge classique, defendida en 1961. A la publicación del
complemento de tesis doctoral le siguió El poder, una bestia magnífica (2012),
donde se reúnen trabajos sobre la genealogía y el poder. El tercer tomo de la
colección se titula La inquietud por la verdad. Escritos sobre la sexualidad y el
sujeto (2012). Los trabajos aquí compilados tratan sobre la ética y las prácticas
de subjetivación mediante las cuales el sujeto procura gobernarse a sí mismo. El
cuarto tomo de la serie, ¿Qué es usted, profesor Foucault? Sobre la arqueología
y su método (2013), recopila trabajos sobre la arqueología, su articulación con
la genealogía y con las ciencias humanas. Le sigue Obrar mal, decir la verdad.
La función de la confesión en la justicia (2014), traducción del curso dictado
por Foucault en la Universidad de Lovaina en 1981 sobre la articulación en-
tre confesión y sistema penal. Finalmente, cierra la serie Discurso y verdad.
Conferencias sobre el coraje de decirlo todo (2017). Aquí se ponen por primera vez
a disposición del público las conferencias completas de Michel Foucault sobre
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tuvieron grandes diferencias entre sí. Provenientes del pensamiento histórico-polí-
tico marxista y de la filosofía dialéctica, la Teoría crítica se preocupó por el incum-
plimiento de la promesa revolucionaria que acompañaba el optimismo político y
gnoseológico de Marx y sus continuadores, postergación pautada por el ritmo de
los acontecimientos en la Alemania de la primera posguerra que condujeron al
surgimiento del nazismo. Estos autores descubrieron algunos límites en la teoría de
Marx concernientes a la fuerza inercial de la ideología y a la vida anímica del suje-
to, entendiendo que estos podían ser conocidos a través del psicoanálisis freudiano.
Mientras que Marx había avanzado desde el estudio y la crítica de los fe-
nómenos superestructurales o fenómenos localizables en la conciencia de los
individuos hacia el develamiento progresivo de procesos de la infraestructura,
Adorno y Horkheimer vieron la necesidad de regresar sobre una reflexión acer-
ca del sujeto como nexo entre la base económica y las ideologías, evitando la
reducción del objeto al sujeto del idealismo y la reducción del sujeto al objeto
del materialismo vulgar. Después de alcanzar el cénit de sus investigaciones en
la crítica de la economía política formulada en El capital, Marx no tuvo tiempo
de volver al estudio de las superestructuras de una manera enriquecida. Jameson
(2013) ha insistido recientemente en la ambivalencia de la obra de Marx en tor-
no a las determinaciones sistémicas o estructurales de la base, donde el sujeto es
concebido esencialmente como trager o soporte de funciones de las formaciones
sociales que lo trascienden y como la posibilidad de acción políticamente libre
desde el ámbito de la planificación y la estrategia consciente. En el fondo, la am-
bivalencia de Marx se justifica en una antinomia filosófica de larga data. Pero sus
efectos en el marxismo (o mejor, los marxismos) han conducido a posiciones des-
encontradas entre los análisis científico-intelectuales sobre las determinaciones
sistémicas y el voluntarismo ideológico interesado en la acción política, basado
necesariamente en la autoconciencia del sujeto. Adorno y Horkheimer, quienes
son testigos del ascenso del fenómeno fascista en Europa, comprenden la nece-
sidad de elaborar nuevos abordajes conceptuales para explicar cómo los sujetos
son capaces de actuar tan convincentemente contra sus propios intereses. Así,
los filósofos de la Teoría crítica se desplazan desde la infraestructura económica
hacia la supuesta superestructura ideológica para descubrir el misterio de la
conexión de ambas dimensiones en los arcanos recintos de la subjetividad. Esta
subjetividad se revela como algo mucho más problemático y opaco que el sujeto-
conciencia de la filosofía tradicional, o incluso del sujeto adaptativo o cognitivo
predominante en la psicología del siglo XX. Hasta entonces, a la mayoría de los
marxismos existentes les habría faltado una reflexión compleja de la ideología y
el sujeto, en continuidad con la ambivalencia de Marx entre las determinaciones
sistémicas y la libertad consciente para la acción política recién señalada. De
otra parte, tanto los estudios actuales en filosofía y psicoanálisis (pueden verse
los trabajos de Vladimir Safatle) como los estudios en teoría crítica (pueden
verse los trabajos de Mateu Cabot) son evidencia de un interés cada vez mayor
en la articulación entre teoría crítica y psicoanálisis.
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Deleuze y Félix Guattari con el saber freudiano decididamente superan cual-
quier pretensión de caracterización sucinta que se quiera realizar en estas líneas
preliminares. Baste decir que antes de la escritura de El Anti-Edipo (1972),
ambos autores fueron entusiastas seguidores de la enseñanza de Lacan. A su
vez, los avances críticos de ambos sobre el psicoanálisis fueron fortalecidos por
los aportes de Foucault, mientras que este último enriqueció sus análisis con lo
que consideró las «inestimables contribuciones» de Deleuze y Guattari, en las
primeras páginas de Vigilar y castigar (1975). Pronto volveremos con mayor
detención a los vínculos entre el psicoanálisis y la obra de Foucault.
Más recientemente, Slavoj Zizek, el filósofo lacaniano de origen esloveno,
autor conocido por el amplio público gracias a su extendida presencia mediá-
tica, ha dedicado una considerable cantidad de sus más acreditados trabajos a
probar la fecundidad de Lacan para reactivar la lectura de la dialéctica de Hegel.
Zizek ha tenido una enorme repercusión en la academia norteamericana, y entre
sus colegas e interlocutores lacanianos pertenecientes al mundo anglohablante
se destacan autores de la talla de Judith Butler, Joan Copjec, Mladen Dólar,
Ernesto Laclau y Alenka Zupancic.
Nos parece que esta sucinta reseña de la influencia del psicoanálisis en gran-
des intelectuales revela en buena medida su importancia en el pensamiento y la
cultura contemporáneos. Joan Copjec, en Imaginemos que la mujer no existe
(2002), su influyente estudio sobre los estrechos vínculos entre ética, sublima-
ción y feminidad, nos explica por qué abordar algunos de los desafíos universales
del pensamiento contemporáneo en la lengua particular del psicoanálisis.
Enfocar la cuestión de la ética desde la perspectiva del psicoanálisis podrá
parecerle, a más de un lector, una manera de limitar el tema y confinar inne-
cesariamente el debate a los términos de un lenguaje especial. Mis argumentos
se basan en la premisa de que el psicoanálisis es la lengua materna de nuestra
modernidad y de que los temas importantes de nuestra época son difíciles de
articular fuera de los conceptos que este ha forjado (2006: 24).
Aceptamos este diagnóstico con convicción. El psicoanálisis brinda un con-
junto de herramientas teóricas para interrogarnos sobre el ser del sujeto, sobre
los alcances y límites de la teoría del conocimiento, sobre la ética, el deber y la
práctica, sobre el sexo y el género, sobre la ideología y lo imaginario, sobre el
placer, el poder y la eclosión de la verdad en el sujeto, sobre el avance de los
bioconocimientos y lo que de la subjetividad escapa a su captación, sobre lo que
hay de pasividad y lo que hay de existencia activa en este sujeto, por mencionar
algunos problemas recurrentes en los trabajos de mayor alcance en el pensa-
miento crítico. Por supuesto que el psicoanálisis no es el único campo teórico
en condiciones de abordar estas interrogantes, pero sí tiene mucho para apor-
tar, especialmente en la articulación de estos grandes problemas. Copjec añade:
«lo cierto es que aún no hemos comprendido sus aportes más revolucionarios»
(2006: 24). Y recordemos también que otro acreditado intelectual norteameri-
cano interesado en el pensamiento francés contemporáneo y sus interrelaciones
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hermenéutica moderna en el siglo XIX. Por lo tanto, se trata de un trabajo don-
de se aprecia la novedad teórica del psicoanálisis antes que su continuidad con
otras tradiciones de pensamiento y con otras prácticas ya conocidas en el occi-
dente moderno. Además, este trabajo funciona como preámbulo a las complejas
problemáticas del gran proyecto arqueológico de las ciencias humanas, donde
psicología y psicoanálisis se enfrentan como ciencia humana y contraciencia hu-
mana respectivamente.
Identificamos una cuarta línea de lectura en Las palabras y las cosas (1966).
Esta obra es considerada tanto la obra cúlmine del período arqueológico de
Foucault como uno de sus trabajos más difíciles y ambiciosos. La arqueología de
las ciencias humanas nos muestra la sucesión de las epistemes renacentista, clási-
ca y moderna, y finalmente la salida del «sueño antropológico» de esta última por
efecto de la disolución de la figura del Hombre. Psicología y psicoanálisis apare-
cen aquí ya plenamente diferenciados. La psicología, junto a la sociología y las
letras, integra el conjunto de las ciencias humanas, mientras que el psicoanálisis,
junto a la etnología y la lingüística, integra las llamadas contraciencias humanas.
El siguiente lineamiento de lectura se encuentra claramente delimitado en
La voluntad de saber (1976), primer volumen de la serie Historia de la sexua-
lidad, obra perteneciente al período genealógico de Foucault. También los se-
minarios El poder psiquiátrico (1973-74) y Los anormales (1974-75) avanzan
en sentidos similares. La situación en La voluntad de saber es muy diferente a
la encontrada en Las palabras y las cosas. El psicoanálisis ya no se halla al final
de la investigación mostrando la salida de una situación largamente prolongada,
como lo era su vinculación con la episteme moderna y su acción de disolución
del sueño antropológico, sino que lo encontramos al comienzo de la indagación,
presentando más similitudes que rupturas con un conjunto de saberes y prácti-
cas clínicas modernas, sometido a un fuerte cuestionamiento por su concepción
aún demasiado soberana del poder.
Finalmente, lo que se conoce como el último período de la obra de Foucault,
con sus investigaciones sobre el cuidado de sí y estética de la existencia, pauta
también una nueva recepción del psicoanálisis. Los trabajos de referencia al res-
pecto son Tecnologías del yo, seminario dictado en la Universidad de Vermont en
1982, junto al seminario La hermenéutica del sujeto, en el marco de su cátedra
en el College de France en el mismo año. En el pensamiento antiguo, Foucault
encuentra una oposición entre la ética del cuidado de sí y la del conocimiento
de sí. Mientras que en el mundo griego predominaba el cuidado de sí, con el
advenimiento del cristianismo en la antigüedad tardía el eje se desplazó hacia la
predominancia del conocimiento de sí, y esta devino en el canon de las formas
de subjetivación. Foucault entiende que tras el momento cartesiano, cuando el
conocimiento se vuelve la única forma de acceso a la verdad, toda práctica espi-
ritual merma abruptamente en la modernidad (si es que no desaparece), aunque
algunas apreciaciones valorativas del psicoanálisis del propio Foucault pueden
servir para poner en entredicho este juicio.
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punto de apoyo sólido, al punto de volver a la historia lejana de occidente y sos-
tenido por la utopía del cuerpo de los placeres, para la segunda etapa del proyec-
to (1984) señalará el impasse de la no realizada ampliación del programa original
que no permite elaborar una genealogía del sujeto sexual y de la experiencia de
la sexualidad moderna. Dirá entonces que la genealogía fracasa, ya que con El
uso de los placeres (1984) y La inquietud de sí (1984) Foucault se habría visto
obligado a abandonar su método y la base de su teoría del poder —la hipótesis
nietzscheana—para abocarse al modelo nuevo erigido en la gubernamentalidad,
donde la reflexividad del sujeto ya está dada de antemano en el trabajo que hace
sobre sí mismo, como nos recuerda Le Gaufey (2009). Para esta lectura, la con-
tribución crítica a la historia del psicoanálisis encalla, ya que Foucault no puede,
el origen del psicoanálisis, sus raíces y las condiciones de su nacimiento. Con
este panorama no le estaría permitido cuestionar a Freud. Como habría señalado
Lagrange, era necesaria otra historia para el psicoanálisis.
Parte de estas críticas le fueron presentadas directa y presencialmente a
Foucault por parte de algunos miembros de la École Freudienne de Paris en
1977, donde quedarían claramente expuestas las dificultades del diálogo. El pro-
yecto de investigación de Foucault estaba «desde el primer tomo destinado a fra-
casar», tales serían las palabras que pronunciaría en 1988 Jacques-Allain Miller
quien daría continuidad al debate. El conjunto de la situación fue visto como un
combate de Foucault, que aspiraba y anunciaba la destrucción del psicoanálisis,
lo que fue rechazado por estos autores ubicados desde cierto lacanismo.
Por su parte, Jean Allouch se mantendrá alejado del rechazo a las críti-
cas y no intentará escribir «otra historia justa» a Freud y a Lacan, sino que las
considerará para continuar pensando. Esta decisión será clave en su propuesta
teórica y clínica, que propondrá desde la École lacanienne de psychanalyse. Su
propuesta es la de un psicoanálisis como una «erotología de pasaje» (1998), don-
de los diálogos con la propuesta foucaultiana son indispensables. La referencia
a Foucault sobre la cuestión de la identidad, el deseo y el placer con respecto a
una normativización moralizante se evidencia fundamental para el psicoanálisis
y sus practicantes. Es una invitación a revisar el lugar de la norma dirigiendo
la mirada hacia Eros, para dar cuenta de una inédita concepción de la liber-
tad, superando cualquier estancamiento en la reproducción de una eternidad
freudiana o lacaniana. Es decir, pensar posfreudianamente, poslacanianamente y
posfoucaultianamente, esto es, renunciar a supuestas obviedades cristalizadas en
las sucesivas repeticiones que se tornan aparentemente evidentes en la literatu-
ra especializada y devienen vulgata en comunidades intelectuales que dejan de
dialogar entre sí. Nos parece especialmente pertinente destacar el paralelismo
establecido por Allouch, en El sexo del amo (2001), entre el «intensificador de
placer» foucaultiano en la dinámica productiva del poder moderno y el objeto a
de Lacan como «plus de gozar» o «bonificación». Entendemos que el problema
del placer en el sujeto es un punto de convergencia mayor entre la teoría psicoa-
nalítica y las investigaciones foucaultianas.
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la concepción de la economía política sobre el origen del intercambio mercantil.
Con el tratamiento marxiano del doble carácter social del fetichismo de la mer-
cancía, Venturini Corbellini muestra el proceso de imposición de lo social ante
lo individual, desde el punto de vista de la determinación del valor de cambio
y desde la dependencia de los productores de la demanda social para fabricar
valores de uso, usos desterritorializados en relación con el antiguo ideal de au-
toabastecimiento. La forma mercancía, en su carácter fetichista, consagra una
fuerte autonomía a la historia y al mercado contra la voluntad de los individuos,
otorgándole al trabajo abstracto muerto, petrificado en las mercancías, una vida
fantasmagórica independiente de los individuos productores. Freud desanuda la
interioridad de la representación al desplazar la reflexividad de la conciencia por
lo inconsciente. La fantasía inconsciente que anima el conflicto entre el deseo
prohibido y la instancia represora es realzada por Foucault como causa no posi-
tiva y siempre interpretable. Venturini Corbellini hace énfasis en la desmateriali-
zación de la etiología de la neurosis tras el abandono de la teoría de la seducción:
los recuerdos patógenos ceden su posición de causa a las fantasías. La fantasía se
entiende entonces como un exterior que no se aprehende en términos de acon-
tecimientos empíricos, lo que da lugar a extensas disquisiciones en la obra freu-
diana sobre el origen de la sexualidad humana perversa. Se comprende en qué
medida Marx y Freud develan un afuera tras la pretendida interioridad de las
representaciones, un exterior muy lejos de concebirse desde una perspectiva po-
sitiva u objetivista, un afuera espectral: representaciones opacas y de múltiples
interpretaciones autónomas en relación con la reflexividad subjetiva. Sin em-
bargo, Venturini Corbellini atiende también a las diferencias que ofrecen Freud
y Marx para Foucault en 1964. Marx, al ocuparse de problemas de economía
y valor de bienes-mercancías, se refiere a un problema intersubjetivo, mientras
que Freud, al ocuparse de problemas de psicopatología, se refiere a un problema
intrasubjetivo. Es por ello que Marx puede desentenderse de una doctrina de
las cualidades al relegar el valor de uso. Freud tiene una teoría económica de
la producción y circulación o intercambio de la energía psíquica, pero incluye
una hermenéutica del síntoma, donde la cualidad del placer es la quiddité. Así es
como Freud, en su economía libidinal, también tiene una teoría del valor de uso
(cualidad, placer) de esas representaciones que son los síntomas del sujeto. Este
trabajo presenta también proyecciones de la recepción de las obras de Freud y
Marx en las postrimerías del pensamiento foucaultiano.
El sueño de Irma se convierte en paradigmático para la constitución de la
metapsicología freudiana; a partir de allí, el sueño adquiere el valor de una for-
mación literal en un modo particular de trabajar la clínica.
En «Freud acalla las imágenes», Carlos Arévalo nos acerca el abordaje que
Foucault realiza, desde el comienzo de su trabajo, al problema del sueño para
Freud y el modo en que va construyendo la crítica que dirigiría al psicoanálisis.
Reconoce en su escrito cómo, de la mano de Binswanger, Husserl y Sartre, se
habilita una interpelación al psicoanálisis, por lo menos para quienes trabajan
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horizonte de la perspectiva de la historia de la sexualidad que Foucault inaugura
en La voluntad de saber (1976). El lector podrá encontrar una lectura afinada
sobre el prefacio que Foucault escribe a My secret life, que se constituye como
pieza esencial en los inicios de su genealogía de la sexualidad. El prefacio afirma
que el autor del libro, presuntamente Sir Henry Spencer Ashbee, es en realidad
el hermano mayor de Sigmund Freud; a partir de allí Percovich elabora una
serie de posibles relaciones comparativas con Freud. La crónica de experiencias
sexuales descritas detalladamente en el lenguaje procaz y pornográfico no en-
mascarado de la sexualidad está alineado al saber médico y psiquiátrico como
primera línea discursiva de la scientia sexualis moderna, a pesar del pudoroso
lenguaje médico que habría predominado en el siglo XIX en lo que atañe a esta
cuestión, ya que Foucault detecta una voluntad de saber acerca de sí mismo
subyacente a la variedad de escenarios y experiencias por su autor descritas. Con
esto, la exposición del placer, incluso en la desnuda voluptuosidad con que se lo
descubre en My secret life, aparece encadenada y subsumida al descubrimiento
de una verdad sobre el sujeto, antes que verse allí una subsistencia del ars erotica
en el siglo XIX que predominó en la antigüedad y en otras civilizaciones. El
psicoanálisis, por lo pronto, se encuentra enraizado a la scientia sexualis tanto
en la línea discursiva de la pastoral cristiana ejercitada en la confesión como en la
línea discursiva de la medicina y la psiquiatría que se consolida en el siglo XIX.
El surgimiento de ambos discursos escapa a la explicación sociológica en la que
predomina la hipótesis represiva del poder. Ambos se producen por una incita-
ción creciente a hablar de sexo para comprender la verdad del sujeto. Percovich
indaga entonces sobre cómo, y especialmente en qué medida puede vincularse
la voluptuosidad del placer en las crónicas de Sir Henry Spencer Ashbee y las
rememoraciones arrancadas a la censura en el diván psicoanalítico, sin dejar de
señalar con Foucault que una superposición complementaria entre los dos dis-
cursos es imposible.
Es sabido que la Teoría crítica (junto con el freudomarxismo inaugurado por
W. Reich) ha sido el primer campo de reflexión filosófica y social del siglo XX que
ha incorporado al psicoanálisis en su fundamentación teórica. Sumado a esto se debe
recordar, como hace Ivana Deorta en «La recepción del psicoanálisis freudiano en
«el período clásico» de la Teoría crítica», que Foucault reconoció la anticipación
de Adorno y Horkheimer en torno a problemas sobre la historia de la racionalidad
moderna y el surgimiento del hombre como objeto de conocimiento que hubiera
podido tener presente, trabajo que de haber leído en sus tiempos de estudiante
habría tenido una profunda influencia en él. El trabajo de Deorta formula perti-
nentemente la pregunta sobre en qué medida pudieron anticiparse los autores de
Dialéctica de la Ilustración (1944) a estas problematizaciones foucaultianas, pre-
gunta que no deja de implicar también los límites de tal anticipación. Apuntamos
antes las razones del interés de los intelectuales de la Escuela de Francfurt en el
psicoanálisis. Deorta nos recuerda que Adorno y Horkheimer entendieron que
faltaba en el marxismo—especialmente en el marxismo vulgar—una concepción
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mismidad, dando por entendido una preexistencia inmediata del yo (malenten-
dido que se agrava cuando se cree que el autoerotismo es sin objeto). Estamos
entonces, entiende Real, ante dos niveles: el de la soberanía jurídica, que se
refiere al problema del gobierno de sí y de los otros, y el de la sensación, que se
refiere al problema de sentirse a sí mismo. El desafío es comprender qué clase de
relaciones subsisten entre estos dos niveles, ya que no se los puede simplemen-
te contraponer o, por el contrario, postular fácilmente su complementariedad.
Nos preguntamos si no es lícito pensar que en esta problematización tardía de
Foucault hallamos reformulada en otras preocupaciones el desfasaje entre ma-
crofísica y microfísica del poder de la analítica del poder en la época moderna.
En «Un aporte de Michel Foucault para abordar el alma y la espiritualidad
en psicoanálisis», Ana María Fernández Caraballo retoma el interés del último
Foucault en los discursos y prácticas sobre espiritualidad en la antigüedad gre-
colatina con la exhortación al «cuidado de sí mismo» que acompañó siempre al
«conocimiento de sí mismo» desde el surgimiento de la filosofía. Ya señalamos
que la presencia de los ejercicios de trabajo sobre sí mismo que conducían a la
aptitud del sujeto para gobernarse a sí mismo acompañaban en la antigüedad al
imperativo del conocimiento, y Foucault se ha interesado particularmente por
la pretendida desaparición de las prácticas del cuidado de sí o la espiritualidad
en la Modernidad. En el itinerario de su artículo, Fernández Caraballo nos
propone mostrar cómo la preocupación por la espiritualidad no ha desapa-
recido desde el momento cartesiano en la historia de la filosofía, aunque sí ha
mermado, y su reconocimiento como espiritualidad se ha tornado dificultoso.
Así es como la autora retoma los conceptos de seele (alma) y el adjetivo seelisch
(anímico), diferenciados por Freud muy tempranamente del concepto más aco-
tado de lo psíquico. La importancia creciente de las nociones del alma y de lo
anímico, vinculada a las referencias freudianas a la espiritualidad, alcanzan su
punto de máxima reflexión al final de la obra de Freud, en Moisés y la religión
monoteísta (1938), a propósito del progreso de la espiritualidad humana. Ya
desde los planteamientos lacanianos, Fernández Caraballo retoma especialmen-
te los trabajos de Jean Allouch, autor que, como se dijo, promueve un extenso
intercambio entre Foucault y el psicoanálisis, dedicado a demostrar hasta qué
punto el psicoanálisis puede ser considerado una revitalización de las prácticas
del cuidado de sí en la Modernidad, aunque no sin mostrar los elementos a
discutir en este encuentro.
Como se dijo anteriormente, Jean Allouch sostiene la apuesta de revisitar al
psicoanálisis colocando como referencia el trabajo de Michel Foucault. A partir
de este recorrido teórico y sobre todo clínico de Allouch, Agustina Craviotto
Corbellini, en «Foucault: un punto de exterioridad», se propone bordear algunos
asuntos que podrían envolver a la afirmación «el psicoanálisis será foucaultiano
o no será», propuesta por Allouch en 1997. El lector podrá encontrar en este
punto posibles cruces con la propuesta de José Assandri sobre el peligro de
«volverse ingenuamente foucaultiano». Se pregunta, por ejemplo, qué es «ser
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Espectros de Freud y Marx sobre el pensamiento
de la sospecha en Foucault (1964)1
1 Una primera versión de este trabajo fue presentada en las Jornadas Académicas de
Humanidades (fhce, Udelar), octubre de 2017. Este fue considerablemente ampliado desde
entonces.
2 Publicado en la colección Nietzsche. Cahiers de Royaurnont en 1967. La edición con la
que trabajamos aquí es tomada de la traducción realizada por Carlos Rincón y publicada
originalmente en el dossier «Nietzsche, 125 años» por la revista Eco N. º113/5, t. XIX,
n. 5-6-7, setiembre-octubre-noviembre de 1969, Bogotá, Colombia. Es precedida por un
estudio introductorio de Eduardo Gruner.
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una negatividad insuperable, habitado por representaciones evasivas en cuanto a
su referente y autónomas en relación con el sujeto reflexivo. Tanto Freud como
Marx contribuyen al encuentro de este afuera fantasmagórico, aunque, desde
luego, analizando objetos de conocimiento muy disímiles, con consecuencias
diversas más allá de la similitud que aquí se busca esclarecer.
Marx desrealiza la interioridad de la representación al desarticular la funda-
mentación antropológica cerrada que encontrábamos en el impulso al intercam-
bio mercantil postulado en la economía política, abriendo el campo de estudio
a una historia de las formaciones sociales. Aquí lo social ya no es producto de
tendencias naturales y espontáneas que empujan hacia el intercambio, ni de un
pacto social en el que los individuos, en este caso necesariamente reflexivos,
llegarían a acuerdos, normas y leyes de convivencia que regulen también el mer-
cado, entre las restantes instituciones sociales y jurídicas. Lo social comienza a
ser producto de relaciones desiguales. Esta desigualdad ya se encontraba disi-
mulada en la filosofía política clásica, antes de la economía política: nos referi-
mos a la concepción moderna clásica de sujetos jurídicamente libres, iguales y
propietarios brindada por Locke. El intercambio ya no tendrá nada de natural
ni tampoco será un acto libre y voluntario en Marx. El doble carácter social del
fetichismo de la mercancía muestra cómo lo social se impone a lo individual
tanto desde el punto de vista de la determinación del valor de cambio como por
la dependencia de los productores de la demanda social para fabricar valores
de uso, usos que no serán de la necesidad de los productores mismos. La forma
mercancía, en su carácter fetichista, consagra la autonomía de la historia y el
mercado, otorgándole al trabajo abstracto muerto petrificado en las mercancías
una vida fantasmagórica independiente de los individuos productores.
Freud atenta contra la interioridad de la representación al desplazar la re-
flexividad de la conciencia por lo inconsciente: el conflicto psíquico sucede a
espaldas de la conciencia, experimentando esta solamente los síntomas fenomé-
nicos como formaciones de compromiso de ese conflicto. La fantasía incons-
ciente que anima al conflicto entre el deseo prohibido y la instancia represora,
entre síntoma y yo, es realzada por Foucault en tanto causa no empírica ni en-
teramente positiva u objetiva, es representación abierta siempre a múltiples in-
terpretaciones. Aquí se hará énfasis en la desmaterialización de la etiología de la
neurosis tras el abandono de la teoría de la seducción, en su sentido más estricto
de trauma realmente acontecido: ya no se tratará para Freud de recuerdos, sino
de fantasías. Al encontrar rápidamente los límites de una explicación causal en
la ontogénesis, Freud acude a la filogénesis, pero no pudiendo bastarse con una
explicación puramente endógeno-naturalista propia de la constitución filogené-
tica humana, recurre a hipótesis especulativas sobre grandes eventos prehistóri-
cos que habrían sido transmitidos hereditariamente, como se ve en la conjetura
de la horda primordial y el padre monopolizador de las hembras de la especie.
La fantasía se refiere a un exterior que habita el interior del sujeto, más allá de
su reflexividad, un exterior no empírico en tanto que no son estos grabados
30 Universidad de la República
La interioridad desfondada en Marx y Freud
3 «Esa insoportable parquedad del decir […], hace que los signos interpretantes se escalonen
en un espacio más diferenciado, apoyándose en una dimensión que podríamos llamar de
profundidad, a condición de no entender por esto «interioridad» (vale decir. La idea del
símbolo como «cáscara» que encierra al objeto portador de la verdad), sino como un trabajo
interpretativo que opera, sí, sobre la superficie» (Gruner, s/f: 21).
4 Para evitar simplificaciones excesivas de la teoría clásica del conocimiento, señalemos
que aunque el sujeto-conciencia es sobre todo agente, no puede acabar de conocerse a sí
mismo. El límite del autoconocimiento en Descartes es que el sujeto sabe que es una «cosa
pensante», pero no sabe qué cosa es él. En Kant este problema alcanza nuevas proporciones
con la división entre sujeto empírico, pasible de ser conocido, y sujeto trascendental, estando
más allá de todo conocimiento por ser él mismo la condición de las categorías a priori que
permiten el conocimiento mismo. De todos modos, el obstáculo que antepone la sospecha
al sujeto cognoscente es de un carácter más material-histórico que los del idealismo crítico
kantiano, al menos en apariencia.
5 Siendo algo más específicos, el sujeto es quien predomina a partir del giro cartesiano de la
filosofía, corte en relación con la ontología aristotélica donde el objeto tenía primacía óntica
sobre el sujeto y la representación.
32 Universidad de la República
trabajos aislados entre sí para ser cambiadas en el mercado. En las sociedades
donde la producción de mercancía se vuelve tendencialmente dominante, los
valores de uso están determinados socialmente por la necesidad de otros que
no son sus productores, lo que genera la percepción de que el mercado manda
y los individuos productores-trabajadores simplemente obedecen. Todo sucede
como si las cosas cobraran súbitamente vida (fetichismo de la mercancía), cuya
contrapartida es la reducción de las personas al rol de cosas. Entonces el vínculo
acontece entre cosas antes que entre personas. Lo central en el fetichismo es
que esta representación de los hechos no es una mera apariencia fenoménica
equivalente a una falsa conciencia, en la acepción de una simple ilusión reba-
jada a mero error. Ciertamente, la división social del trabajo o las relaciones
sociales de producción, amparadas en la propiedad privada desde los principios
de derecho proporcionados por Locke, son tan históricas como reales. Pero el
principio lockeano de propiedad (lo que es producido por el cuerpo propio,
producto de su trabajo) no da cuenta de la verdadera fuente del valor en tanto
que esta fuente es el trabajo social indistinto, que se antepone a la individuali-
dad corpórea que se desprende del principio de propiedad lockeano6. En Marx,
entre el cuerpo individual que trabaja (sujeto) y el valor del producto individual
del trabajo (cosa) de ese cuerpo está la intercesión de lo social en el trabajo social
indistinto en cuanto que este último es la auténtica fuente del valor, y de ninguna
manera lo es el trabajo concreto del individuo. El trabajo social abstracto, con
su materialidad fantasmagórica, es una terceridad entre el sujeto trabajador y el
objeto producido, interponiéndose entre ambos como una historia de relaciones
sociales y de luchas a las que la filosofía política (y luego la economía política
clásica) le habría dado la espalda al reificar tanto al sujeto como al producto de
su trabajo. Veremos que el fetichismo de la mercancía es complementario del
concepto de trabajo social indistinto, su reverso histórico y concreto, podría
decirse. En el pensamiento marxiano los individuos hacen una historia que cobra
vida propia, los enajena y los absorbe reduciéndolos a engranajes pasivos, como
decíamos de la representación que incluye en su propio dominio autónomo al
anterior sujeto cognoscente activo, pero ahora restándole reflexividad, situando
al sujeto en otra escena, una escena exterior en la que es pasivo. El afuera es esa
objetividad espectral o fantasmagórica señalada con el trabajo social indistinto y
el fetichismo de la mercancía.
En Freud, ese afuera es lo inconsciente también en cuanto realidad social
(sobre todo familiar, pero social al fin y al cabo7) y sexual o erótica, estructu-
rante de los deseos y los ideales que entran en conflicto entre sí, obligando a la
6 Mucho menos puede dar cuenta la concepción lockeana de la propiedad y el trabajo de algo
como la plusvalía. Fernández Liria insiste en que a la economía política se le habría escapado
lo fundamental de las desigualdades económicas del capitalismo por extrapolar los principios
jurídicos lockeanos a los hechos efectivos de la producción y el intercambio económico.
7 Este no es el lugar para adentrarse en la crítica dirigida por Deleuze al psicoanálisis, opo-
niendo la libido familiarista del psicoanálisis a la libido social y política de investimentos
mucho más extensos que postula el propio Deleuze.
8 En el sentido de una seducción más allá de la concepción traumática de los primeros escritos
freudianos, un sentido similar al que se refiere Laplanche con su teoría generalizada de la
seducción.
34 Universidad de la República
porque todo lo que hay de profundidad en la concepción que la burguesía tiene
de la moneda, del capital, del valor, etc., no es en realidad sino superficialidad
(Foucault, s.f. [1967], p.40).
Este abigarrado comentario amerita una aclaración preliminar de las nocio-
nes en juego. En Marx encontramos un viraje desde la profundidad hacia un ni-
vel superficial, pero ¿qué puede entenderse por profundidad y superficialidad en
este texto? La profundidad alude a una interioridad. Se trata de una interioridad
subjetiva que podría denominarse psicológica o antropológica, aunque preferimos
este último término por abarcar una concepción del hombre más amplia que la
de la psicología en cuanto ciencia humana moderna, que es, además, anterior a
esta última.9 Marx descubre que no hay ningún misterio subjetivo, racional o na-
tural en la concepción del valor y la mercancía, y en consecuencia del dinero y el
capital—en un nivel de análisis lógicamente ulterior—, ya que las contradiccio-
nes dialécticas entre dinero y mercancía, así como en el grado evolutivo ulterior
capitalista entre capital y trabajo, tienen su origen en la contradicción primordial
entre cuantitativo/cualitativo ya presente en el sistema mercantil simple previo
al capitalismo, en la forma-mercancía con la tensión entre valor/valor de uso.
La superficialidad, o también, la exterioridad de estas cuestiones, queda des-
puntada con las formaciones histórico-sociales de la práctica económica que
muestra el surgimiento de la mercancía con el pasaje del predominio del valor
de uso al predominio del valor de cambio, teniendo presente el fetichismo de la
mercancía, pasando por los conjuntos de tensiones inestables que genera el true-
que. Hay un tránsito desde la multiplicidad de las posiciones de relativo y equi-
valente en los actos de intercambio, hasta llegar a la solución que ofrece el dinero
como medio de cambio unitario. El dinero es el equivalente general que sutura y
da consistencia unitaria al campo de las mercancías simples, facilitando su inter-
cambiabilidad al ser retirado de la esfera de estas últimas por quedar desprovisto
de valor de uso.10 Finalmente, se llega al capital y la plusvalía, siendo esta la
manifestación última de las tensiones dialécticas conservadas desde la oposición
entre posición relativa (cuantitativa, cambio) y posición de equivalente (cualita-
tiva, uso) con el mismo surgimiento de la mercancía. La forma-mercancía y todo
lo que se hace posible en la práctica económica a partir de ella no es más que una
formación histórica, a diferencia de lo que pensaron los predecesores de Marx en
la economía política clásica, quienes la daban por una forma omnipresente en las
todas las formaciones económicas, aunque más no fuera en estado rudimentario.
36 Universidad de la República
Muchas veces los argumentos de la economía política y el pensamiento clá-
sico consistían en una ingeniosa combinación de los registros naturalistas y ra-
cionalistas, opuestos de manera especular y por ello complementarios el uno del
otro, ambos reunidos en una interioridad objetiva y subjetiva. Veremos que este
es el caso de Adam Smith. La economía política descansaba sobre la concepción
de un impulso mercantil innato y simultáneamente de una decisión racionalmen-
te elaborada y adoptada que era regulada de manera voluntaria y contractual.
La concepción de un contrato presupone los principios jurídicos lockeanos de
libertad, igualdad y propiedad ya que solo sujetos libres pueden optar volunta-
riamente por intercambiar mercancías, solo sujetos iguales pueden establecer un
vínculo de contrato basado en cierta reciprocidad, solo sujetos propietarios tie-
nen algo para intercambiar en el mercado. Pero la economía política lleva estos
principios a una universalidad congelada y naturalizada en el análisis de las for-
maciones económicas que Marx habrá desenmascarado. Veamos los elementos
indispensables de la fundamentación antropológica del impulso al intercambio y
de la teoría del valor-trabajo en Adam Smith.
38 Universidad de la República
naturalista. Mientras que en los tres primeros capítulos de La riqueza, el autor se
esforzaba por dilucidar el repentino aumento de la productividad ante el umbral
del capitalismo en el siglo XVIII, momento históricamente muy acotado y de-
finido, ahora Smith regresa sobre sus pasos para decir que el impulso originario
de este súbito aumento ya estaba contenido en la naturaleza humana, potencial
que se habría desplegado como «consecuencia gradual, necesaria aunque len-
ta», por lo que el capitalismo se convierte en el reflejo acabado de la naturaleza
humana. Kicillof, en su estudio sobre el pensamiento smithiano, afirma que «si
se proponía explicar cuál era la nota distintiva del capitalismo, su investigación
desembocó en que su oculto germen no es otro que la propia naturaleza humana.
De esta forma, paradójicamente, una determinada forma histórica parece estar
explicada por un rasgo instintivo del hombre» (Kicillof, 2011, p. 53).
El argumento no finaliza aquí, ya que Smith realiza una reconstrucción pu-
ramente especulativa o analítica (o más bien mítica) sobre la vida económica en
las comunidades primitivas, con el fin de mostrar cómo se pudo haber desplega-
do históricamente ese instinto o tendencia ya preformada (muy lenta y gradual-
mente, hay que añadir). Basta con que algún miembro de la tribu se destaque
en alguna labor en particular para que descubra la ventaja de especializarse: al
volverse más eficiente en una tarea, producirá más y dispondrá de un excedente
para obtener en el mercado lo que necesite. Claro que para ello debe existir un
mercado. Pero como el intercambio mercantil está en los instintos humanos, este
hombre especializado tendrá la certeza de obtener lo que le haga falta. «La cer-
tidumbre de poder cambiar el exceso del producto de su propio trabajo, después
de satisfechas sus necesidades, por parte del producto ajeno que necesita, induce
al hombre a dedicarse a una sola ocupación» (Smith, 1997 [1776], pp. 17-18).
Al recurrir a la certeza, nos encontramos ya por fuera del funcionamiento ciego
de las determinaciones naturales, entrando en el ámbito de los cálculos del uso
de la razón. En su mito teórico, Smith se ve obligado a complementar su natu-
ralismo mercantil con un racionalismo individualista. Indiquemos también que
aunque se postule al intercambio como causa de la división técnica del trabajo,
es necesario admitir que la relación causal se puede invertir y que de hecho se
trata de un círculo vicioso: el intercambio habilita la división técnica del trabajo,
pero la división del trabajo es una condición necesaria para que haya necesidad
de intercambio en primer lugar. Los razonamientos circulares son típicos de si-
tuaciones imaginarias o mitos teóricos. Smith insiste en la naturalidad del inter-
cambio y la socialidad o dependencia de la educación de la división del trabajo y
las diferencias de habilidades entre los hombres.
Si bien el egoísmo no es una tendencia instintiva o natural, es considerado
una consecuencia necesaria de la generalización de intercambio, que se gestaría
lenta y gradualmente. Nos parece que poco importa el nivel en el que se coloque
al egoísmo, sea naturaleza o historia, sino que resulta crucial que se lo considere
una consecuencia necesaria de algo postulado como un instinto. Finalmente, el
40 Universidad de la República
trabajos concretos entre sí. Los bienes deben ser considerados igualmente más
allá de su diversidad cualitativa, lo que no representa mayor dificultad ya que se
logra mediante las nociones de valor y precio. En segundo lugar debe resolverse
el problema de la conmensurabilidad u homogeneización entre ambos polos:
¿cómo es que algo del polo del trabajo se transfiere al polo de los bienes? ¿Cómo
es que algo de los bienes es equivalente al trabajo que lo produjo? Deberá poder
explicarse la mutación del trabajo en valor, ya que el trabajo no es en sí mismo
valor en tanto que es una actividad humana, y el valor es un atributo de las
mercancías, localizadas del otro lado de la ecuación (considerando los bienes ya
mencionados disponibles para el intercambio mercantil).
«Ahora vamos a examinar cuáles son las reglas que observan generalmente
los hombres en la permuta de unos bienes por otros, o cuando los cambian por
moneda. Estas reglas determinan lo que pudiéramos llamar valor relativo o de
cambio de los bienes» (Smith, 1997 [1776] [el resaltado es nuestro]). Con estas
palabras—en las que destacamos la idea de que se estudiarán las «reglas que los
hombres observan»—se da paso al análisis del problema del valor, a partir del
capítulo 5. Veremos que Smith concibe las prácticas económicas como algo que
los hombres conocen y practican con conciencia, muy diferente de lo que suce-
derá con Marx, para quien la historia actúa a espaldas de los hombres.
A partir del quinto capítulo de esta obra, luego de haber expuesto el origen
del intercambio mercantil y la función del dinero como facilitador de dicho
intercambio, Smith procede a rebatir la larga tradición de pensamiento que ha
determinado el valor de los bienes por su utilidad. El procedimiento analítico
necesario requiere distinguir con términos diferentes dos dimensiones del valor
en la mercancía. Smith afirma que
debemos advertir que la palabra valor tiene dos significados diferentes, pues
a veces expresa la utilidad de un objeto particular, y, otras, la capacidad
de comprar otros bienes, capacidad que se deriva de la posesión de dinero.
Al primero lo podemos llamar valor de uso, y al segundo valor de cambio
(Smith, 1997 [1776], p. 30).
Entonces la pregunta será si el valor de cambio de las mercancías está deter-
minado por su valor de uso. Si así fuera, a un alto valor de cambio correspondería
un alto y proporcional valor de uso. Smith recurre a la célebre paradoja del agua
y el diamante para mostrarnos que esto no es así: la utilidad del agua es indiscu-
tiblemente más alta que la del diamante, y su valor de cambio infinitamente infe-
rior. Esto le permite proseguir su análisis sobre la fuente del valor prescindiendo
por completo del valor de uso. Esta prescindencia del valor de uso será un gesto
metodológico característico de la economía política que Marx respetará y pro-
seguirá, a diferencia de las posteriores corrientes marginalistas.
Retomando la tesis inicial de su obra, donde se plantea la ecuación
trabajo=bienes o trabajo=valor, el autor prosigue estableciendo que la media del
valor es el trabajo, introducido aquí en la modalidad de «trabajo de otras perso-
nas» o «trabajo ajeno».
16 La noción de trabajo social abstracto será necesaria para descubrir otro corte que la economía
política clásica fue incapaz de reconocer: la diferencia entre trabajo y fuerza de trabajo,
distinción crucial para encontrar la plusvalía.
42 Universidad de la República
en una terceridad dialéctica que los trascienda. No hay mediación de un trabajo
social indistinto en esta comunicación entre mercancías concretas producidas
por trabajos concretos.17 Esto trae el problema de la falta de una referencia
constante y objetiva (por espectral o fantasmagórica que sea18) para un campo
unificado del valor, como veremos enseguida. Puede decirse que ese trabajo total
de una nación, postulado al comienzo de La riqueza, no es realzado por el desa-
rrollo ulterior de la teoría del valor de Smith y no adquiere suficiente autonomía
e importancia teórica.
A falta de una referencia constante y objetiva como magnitud del valor, la
concepción de la fuente y magnitud del valor de Smith recaerá en un criterio
subjetivista.
El precio real de cualquier cosa, lo que realmente le cuesta al hombre que
quiere adquirirla, son las penas y fatigas que su adquisición supone. Lo que
realmente vale para el que ya la ha adquirido y desea disponer de ella, o cam-
biarla por otros bienes, son las penas y fatigas de que lo librarán, y que podrá
imponer a otros individuos (Smith, 1997 [1776], p. 31).
Es claro que las «penas» y «fatigas» dependen demasiado del virtuosismo o la
pereza de cada individuo particular, no brindando ningún criterio objetivo para
determinar la magnitud del valor, como el «tiempo mínimo socialmente necesa-
rio» lo es en la concepción marxiana.
Kicillof sostiene que el límite epistémico de Smith en esta indistinción entre
trabajo concreto y trabajo abstracto radica en su tendencia a concebir los inter-
cambios económicos como prácticas en las que los individuos saben lo que ha-
cen, siendo sujetos reflexivos y esencialmente conscientes. «El esfuerzo de medir
el trabajo contenido en las mercancías no debería sorprendernos cuando hemos
señalando ya que Smith tiene una predisposición a asociar los fenómenos eco-
nómicos con el accionar de la conciencia y la razón de los individuos» (Kicillof,
2011, p. 76). La concepción smithiana requiere que los individuos conozcan
realmente el valor de su mercancía y la de los demás a la hora de concurrir al
44 Universidad de la República
plusvalía ni de contradicción dialéctica entre trabajo y capital, entre trabajo vivo
y trabajo muerto. El trabajo abstracto es lo que retendrá nuestra atención.
El trabajo humano indistinto, fuerza o energía consumida, se adhiere al
producto en su forma inerte, muerta, petrificada. Nada queda de esa actividad
productiva sino una «objetividad espectral, una mera gelatina de trabajo humano
indiferenciado» (1975 [1867], p. 46). El valor es esa sustancia sublime, desma-
terializada, esa materialidad espectral que tiene por fuente un trabajo igualmente
espectral. Esa sustancia generada en el trabajo y traspasada a los productos es
social.20 Social aquí no se emplea en un sentido corriente de convención, con-
trato o pacto, acepción aún demasiado imaginaria, ilusoria (y al mismo tiempo
empirista), donde la voluntad individual se antepone a lo social, lo planifica y lo
domina, sea por tendencias naturales del individuo, sea por el uso de la razón, es
decir, recurriendo a una interioridad antropológica del hombre. En cambio, aquí
lo social o la historia adquiere vida propia. Social quiere decir que importa más
el trabajo global social, que no es otra cosa que un promedio aritmético ¿Cómo
se mide el valor? Por unidades de tiempo. Ese tiempo es, consecuentemente, un
tiempo socialmente necesario de trabajo, nunca individualmente necesario. Un
carpintero ineficiente o haragán no producirá trabajo más valioso que uno habili-
doso, siendo este un criterio subjetivista que vimos formulado en Smith. Tiempo
mínimo socialmente necesario quiere decir tiempo promedialmente necesario. La
cantidad de valor se determina por el tiempo mínimamente necesario en térmi-
no medio para producir un valor de uso de una clase, por ejemplo, una mesa de
roble. Se abre a partir de este concepto toda una forma de pensar lo social sin
precedentes en los clásicos, ya que este proceso social ocurre a espaldas de los
individuos sin que estos sean conscientes de la fuente del valor, como se verá
mejor al abordar el fetichismo de la mercancía. Es en este fetichismo donde se
encubre el carácter social de la fuente del valor, fragmentándolo y revinculándo-
lo a individuos aislados, desvinculados entre sí en la producción, solo vinculados
en el mercado, a través del mando inercial de las mercancías. Pero es de la mayor
importancia destacar desde este momento que nos encontramos ante una con-
ceptuación de lo social ajena a la reflexividad individual, y por lo tanto también
20 En este sentido, puede considerarse que Marx es un autor del siglo XIX, uno de los padres de
las ciencias humanas y en particular un descubridor de la materialidad propia y autónoma de
lo social, continuando la herencia hegeliana de la mistifcación de la conciencia por la relación
de dependencia del yo con el otro en cuanto al reconocimiento y los procesos de enajenación
del hombre en relación con la historia que él engendra, pero que se autonomiza cobrando
vida propia (véase Jameson, 2013). Es en el siglo XIX cuando lo colectivo se vuelve un
problema mayor por sí mismo, definitivamente ya no subordinado al uso de la razón en su
forma individual. Se trata del siglo del nacimiento de las ciencias humanas, como Foucault
ha mostrado. La objetividad fantasmagórica de lo social es el trasfondo esencial ocultado
por la falsa evidencia de la conciencia individual, falsedad, o mejor dicho ilusión, producida
por el principio de propiedad. En un estudio en curso de elaboración buscamos desarrollar
el vínculo entre el individuo propietario de la filosofía jurídica lockeana y el fetichismo de la
mercancía como reducción complementaria de los individuos a cosas en el funcionamiento
inerte del mercado.
46 Universidad de la República
Fetichismo de la mercancía e ideología en Marx
La concepción marxiana del fetichismo de la mercancía ha sido resucitada en
las últimas décadas por la difusión de la lectura que realizara Lacan en su semi-
nario «R.S.I.» (1974-75), donde afirmara que la doctrina moderna del síntoma
que ocupa a la clínica psicoanalítica no proviene de la medicina, sino de la obra
de Marx, tal como entiende este último al fetichismo. Esta lectura ha sido muy
difundida en el panorama intelectual contemporáneo por los trabajos de Slavoj
Zizek, especialmente en su ensayo El sublime objeto de la ideología (1989). El
filósofo esloveno parte de esta contribución del psicoanalista parisino para re-
formular la teoría de la ideología en clave psicoanalítica. Se puede añadir que el
entrelazamiento entre fetichismo y síntoma en Lacan hace pensar también en la
propuesta de Althusser de una lectura sintomática de los autores que analizaba
en los años sesenta, retomando la concepción psicoanalítica del síntoma. Pero
este procedimiento, a nuestro juicio, no está lo suficientemente desarrollado por
Althusser. De momento no encontramos en sus trabajos una profundización de
la noción psicoanalítica de síntoma que nos asegure la validez de su extrapola-
ción a un método de lectura por él preconizado. En Nietzsche, Freud, Marx,
Foucault nos habla de una correlación entre el dinero como signo que encu-
bre su origen histórico-interpretativo y la violencia de su resultado (y creemos
que no solamente del dinero, sino que este sería un ejemplo de los procesos de
exteriorización, desdoblamiento y finalmente reificación que objetiva lo subje-
tivo-histórico-social en medios de cambio que los representan) y la doctrina
freudiana del síntoma.
Retornamos al capítulo I de El capital para abordar el problema del feti-
chismo de la mercancía, desarrollado en el último apartado. «El carácter místico
de la mercancía no deriva, por tanto, de su valor de uso. Tampoco proviene del
contenido de las determinaciones de valor» (Marx, 1975 [1867], p. 87). Dado
que valor de uso tienen todos los productos del trabajo humano, mucho más allá
de las formaciones capitalistas productoras de mercancías, este no puede ser el
factor singular de fetichización de la mercancía. Tampoco lo es su antagonista
localizado en el extremo opuesto en el trípode de la teoría del valor: valor de uso
(sustancia concreta)—valor de cambio (forma)—valor (sustancia abstracta), es
decir, no puede serlo el valor a secas, la sustancia abstracta, por similares razo-
nes. Todas las sociedades produjeron valor, siempre hubo trabajo social, aunque
solo fuera reconocido bajo formas de trabajo particular y a pesar de que la propia
fuente del valor no estuvierra mercantilizada: la fuerza de trabajo o trabajo vivo y
todas las sociedades produjeron valores de uso. Es en la propia forma mercancía,
en el valor de cambio, donde reside el secreto de su poder de mistificación.
Recordemos que el trabajo, siendo la fuente de la sustancia de valor, es el
principio de síntesis social, lo que quiere decir que en el pensamiento marxiano
21 Lo que no quiere decir que Marx desconociera o infravalorara otros elementos como el
lenguaje, pero no se ocupó de estos en su obra.
22 Seguimos la influyente tipología de los tipos de intercambios económicos establecida por
Karl Polanyi (1957), basada en la tripartición entre reciprocidad, redistribución y mercado.
48 Universidad de la República
consecuente división técnica del trabajo, se establecen conscientemente con el
fin de mantener estable un curso regular de producción y consumo. «El papel
de cada miembro de la sociedad en el proceso de producción, o sea su relación
con otros miembros, se halla conscientemente definido» (Rubin, 1978 [1928], p.
61). Reiteramos que puede haber explotación, como sucedería en una economía
no mercantil feudal de señor/siervo, pero de todos modos las relaciones sociales
ocurren por roles sociales asignados a las personas. El siervo produce plustrabajo
(que no es aún plusvalía abstracta) para el señor feudal, pero también produce
para sí mismo; en este sentido estamos ante una economía de autoabastecimien-
to. El sistema económico es una entidad cerrada, por decirlo de alguna manera,
adaptado al proceso de producción material y al consumo de los miembros de la
sociedad como un todo.
El trabajo social se manifiesta directamente, pero ¿qué quiere decir que
se manifiesta directamente cuando en toda formación económica hallamos una
distribución de diversos trabajos, una división técnica del trabajo? ¿No atenta
esta pluralidad de trabajos concretos contra el trabajo como un todo social?
Esto no ocurre en las sociedades no mercantiles, donde encontramos una di-
visión técnica del trabajo, distinto del caso de la división social del trabajo en
las economías mercantiles. La división técnica del trabajo antepone la planifi-
cación del trabajo de las diversas unidades de producción para el todo social,
mientras que en la división social diversas unidades productivas compiten en-
tre sí para colocar un mismo producto en el mercado. La economía no mer-
cantil puede conocer desfasajes entre diversas unidades productivas debido
a la innovación tecnológica, pero estos cambios son efectuados internamente
y controlados por los organismos administrativos sin que la eficiencia sea un
factor de competencia con una unidad exterior.23 Cuando hay división técnica
estamos ante la distribución del trabajo, como en la industria textil, retomando
el ejemplo de Rubin, entre un taller de hilado, un taller de tejido y un taller de
tinturas. Los trabajadores calificados para cada tarea de la cadena productiva
están vinculados de antemano a cada sector por relaciones de producción es-
tables, permanentes y planificadas. El producto de cada eslabón de la cadena
productiva pasará al siguiente. «Las relaciones permanentes de producción que
vinculan a los obreros del taller de tejidos con los obreros del taller de tinturas
determinan, de antemano, el movimiento de los objetos, los productos del tra-
bajo» (Rubin, 1978 [1928], p. 62). Son las relaciones sociales planificadas las
que determinan el proceso de producción de cosas y toda su circulación en el
proceso de trabajo hasta su consumo.
23 «Los cambios son provocados por cambios en el proceso de producción. La unidad que
existe al comienzo permite una correspondencia entre el proceso técnico-material de la pro-
ducción y las relaciones de producción que lo configuran. Más tarde, cada uno de estos ele-
mentos se desarrolla sobre la base de un plan determinado previamente. Cada elemento tiene
su lógica interna, pero, a causa de la unidad inicial, no surge ninguna contradicción entre
ellos» (Rubin, 1978 [1928], p. 62).
50 Universidad de la República
Para resumir lo dicho hasta ahora diremos que en la sociedad mercantil el
trabajo social, productor de sustancia del valor (igualmente social), nunca se
muestra directamente en una forma racional, transparente y planificada. Lo que
sucede, por el contrario, es que en el largo trecho de los ciclos que componen
el metabolismo social, desde las formas más elementales de producción hasta el
consumo más improductivo, el trabajo social aparece fragmentado en la forma
de trabajo útil individual o trabajo privado.
Toda empresa particular privada es autónoma; es decir, su propietario es in-
dependiente, solo cuida de sus propios intereses, y decide el tipo y la cantidad
de bienes que producirá. Sobre la base de la propiedad privada tiene a su
disposición las herramientas productivas y las materias primas necesarias, y
como propietario legalmente competente dispone del producto de su empresa.
La producción es administrada directamente por productores de mercancías
separados, y no por la sociedad (Rubin, 1978 [1928], p. 55).
Sobre la base de la propiedad privada se disimula el carácter social del tra-
bajo que es la auténtica fuente del valor (trabajo social indistinto). La sociedad
no prescribe ni la cantidad ni la clase de mercancía que debe producirse, lo que
será decisión de cada productor propietario. La división social del trabajo une
a todos los productores-propietarios autónomos en el mercado como sistema
unificado, desvinculados entre sí en materia de derechos y obligaciones. Las
mercancías son evaluadas, intercambiadas y consumidas a través del mercado, y
es en este el lugar donde se genera la conexión entre propietarios independien-
tes. «Las conexiones e interacciones reales entre las empresas individuales—que
podríamos llamar independientes y autónomas—surgen de la comparación del
valor de los bienes y de su intercambio. En el mercado, la sociedad regula los
productos del trabajo, las mercancías, es decir, las cosas» (Rubin, 1978 [1928],
p. 55). Esto quiere decir que la sustancia del valor (social) solo se manifiesta
indirectamente en las mercancías fabricadas por trabajadores independientes, en
última instancia por productores-propietarios privados. Esos trabajos particu-
lares, productores de valores particulares, solo son puestos en relación social
en el intercambio mercantil. En el mercado se pone en relación el valor de las
mercancías como cristalización concreta en valores de uso del trabajo abstracto
indistinto, presente en el producto como trabajo muerto.
Si los objetos para el uso se convierten en mercancías ello se debe únicamente a
que son productos de trabajo privados ejercidos independientemente los unos
de los otros. El complejo de estos trabajos privados es lo que constituye el
trabajo social global. Como los productores no entran en contacto social hasta
que intercambian los productos de su trabajo, los atributos específicamente
sociales de esos trabajos privados no se manifiestan sino en el marco de dicho
intercambio (Marx, 1975 [1867], p. 89).
Debido a la estructura atomista de la sociedad mercantil y a la ausencia de
una regulación social directa de la producción de los miembros de la sociedad,
la conexión entre los individuos se realiza a través de las mercancías, producto
26 «Por «cosas» solo entendemos los productos del trabajo, al igual que Marx. Esta reserva
acerca del concepto de «cosa» no solo es permisible, sino indispensable, ya que estamos
analizando la circulación de cosas en el mercado en su conexión con la actividad laboral de
los hombres» (Rubin, 1978 [1928], p. 59).
52 Universidad de la República
natural caracterizado por la división social del trabajo. De otra parte, solo
satisfacen las variadas necesidades de sus propios productores, en la medida
en que todo trabajo privado particular, dotado de utilidad, es pasible de in-
tercambio por otra clase de trabajo privado útil, y por tanto le es equivalente
(Marx, 1975 [1867], p. 90).
Esta doble determinación social genera la percepción subjetiva de ser un
engranaje en una gran máquina automática, independiente de la voluntad de
los hombres sobre su propio destino. El poder de decisión ha sido alienado de
las relaciones entre personas, transferido y objetivado en las cosas. El mercado
impone la demanda de producción de determinados valores de uso para otros.
Sucede entonces que los productores, en el escenario de la «apariencia objetiva»
(gegenständlichen Schein), se perciben como meros soportes o engranajes al
servicio de un mercado vivo, y las mercancías son las que mandan y las que se
vinculan socialmente en el intercambio mercantil.
Tenemos los ingredientes fundamentales del fetichismo de la mercancía: la
propiedad privada con sus plurales procesos de producción atomizados e inde-
pendientes genera espacio para múltiples conexiones sociales que se realizan y
reafirman exclusivamente en el mercado, lo que produce la inversión de las rela-
ciones sociales entre personas y cosas; así como de otra parte conocimos la doble
determinación social de la mercancía en lo que respecta a su valor y su valor de
uso. El fetichismo es el ocultamiento de las relaciones sociales de producción tras
las mercancías que han absorbido al trabajo humano abstracto y que se desprenden
(se alienan) del trabajo concreto que las dio a luz. Las mercancías son el punto ter-
minal en donde las antiguas relaciones sociales entre personas proyectan su movi-
miento hacia las cosas (se reconoce la reificación hegeliana) que se intercambian en
el mercado, dotándolas de vida, produciendo un efecto de socialización de carác-
ter doble en cuanto al valor y al valor de uso. Pero este efecto social es indirecto,
fragmentado por la propiedad privada, indiscutiblemente distinto de aquel donde
la producción se hallaría directamente socializada y la distribución planificada,
donde el carácter social del trabajo y el valor se manifestarían directamente como
una totalidad sin la obstaculización y fragmentación de la propiedad privada.
Siguiendo con cuidado los pasos dados hasta aquí, se puede ver que el feti-
chismo de la mercancía no es una mera ilusión colectiva, una simple distorsión
de los hechos en la conciencia de los individuos, una representación imaginaria
que se opone tajantemente a lo real. El fetichismo no es un concepto que desig-
ne una realidad meramente negativa desde el punto de vista gnoseológico, una
falta de conocimiento que eventualmente se puede subsanar, sino que se refiere
a una representación positiva, aunque estructuralmente parcial e incongruente,
en donde finalmente se aprecian las contradicciones individuo/sociedad y pro-
piedad privada/trabajo social.
En este sentido, el término ocultación de las relaciones sociales entre las
personas por las relaciones sociales entre las cosas, muy empleado en los estu-
dios especializados, retomado por nosotros mismos, no hace justicia al alcance
54 Universidad de la República
una figurante, una muñeca mecánica y rígida cuya danza obedece a la rigidez
técnica de un programa (Derrida, 1998 [1995], pp. 172-73).
Pero lo que da su fuerza decisiva a la autonomía inercial de las relaciones
sociales entre cosas es el hecho de que el valor de cambio, teóricamente distinto
al valor de uso, es confundido en la percepción espontánea de los individuos con
el propio valor de uso de la mercancía, con sus propiedades naturales. Se ve en
el pasaje en el que Marx desarrolla la relación simple relativo/equivalente: una
mercancía A necesita de la materialidad corpórea de una mercancía B que le
devuelva la expresión de su valor como valor de cambio. Pero sucede que para
los sujetos que realizan el intercambio, B ya no presenta su propiedad de reflejar
el valor de A como una relación con A, sino que tal valor de cambio se impone
como una propiedad en sí de B, pasando a integrar en apariencia su valor de
uso. Lo mismo sucede con el rey ante sus súbditos: «con estas determinaciones
reflejas sucede algo peculiar. Este hombre, por ejemplo, es rey porque los otros
hombres se comportan ante él como súbditos» (Marx, 1975 [1867] p. 71)27.
Esto ocurre con la mercancía y también con esta especie de mercancía exponen-
cial que es el dinero, cuando su función de equivalente o medio de cambio es
reificado como valor de uso del dinero. No tuvimos tiempo de desarrollar aquí
la evolución dialéctica de la contradicción relativo/equivalente hacia la contra-
dicción mercancía/dinero, pero efectivamente, al reconocimiento fetichista de
la mercancía sigue el reconocimiento fetichista del dinero.
Como sucede con la noción de enajenación en el joven Marx, se ha visto
corrientemente en el fetichismo de la mercancía una vía de acceso a una concep-
ción marxiana de la ideología,28 aunque en el célebre apartado del capítulo I de
27 Sobre esta última cita de Marx, Jameson brinda un interesante punto de vista. Sostiene que
no es que las jerarquías sociopolíticas (rey/súbditos) sirvan para explicar las asimetrías eco-
nómicas (relativo/equivalente), sino que estas asimetrías contienen una enseñanza sobre las
subordinaciones sociales mismas; lo que es decir también que tal dialéctica de la identidad de
sí por medio del reconocimiento del otro (de la que ya explicitamos sus evidentes resonancias
de la dialéctica del amo y del esclavo hegeliana), en este caso ya no entre personas, sino entre
objetos que reifican relaciones sociales, goza de una amplia capacidad de dilucidación de
las relaciones sociales de dominación. Ante una primera mirada, la observación de Jameson
puede resultar más sugerente que rigurosa; ya vimos que el fetichismo de la mercancía es
una reificación u objetivación de las relaciones sociales que antes ocurrían entre las personas,
en las mercancías. Pero ante una segunda mirada, puede verse que al encontrarse más obje-
tivadas estas relaciones sociales, alienadas respecto a las personas, se está en condiciones de
ver con mayor distancia lo que en las sociedades no mercantiles puede pasar por un proceso
demasiado subjetivo y por ello desproblematizado.
28 «En la obra de Marx, el apartado sobre fetichismo contiene el análisis más profundo,
lúcido y prometedor de las formas ideológicas» (Margulis, 2006, p. 2). Generaciones
enteras de intelectuales a lo largo del siglo XX han visto en el fenómeno del
fetichismo de la mercancía la clave de la mistificación de la conciencia. Recordemos
por su carácter innovador los estudios de György Lukács sobre fetichismo de la
mercancía y su paralelo en la cosificación de la experiencia humana en el trabajo
industrial como disolución de lo cualitativo frente a lo universal cuantitativo.
56 Universidad de la República
hay producción de no valores de uso. Las «robinsonadas» a las que es adepta la
economía política consisten en hacer pasar constantemente lo que es un proceso
social, con su objetividad fantasmagórica que es la verdadera fuente del valor,
por una iniciativa individual, sobreestimando el componente racional de planifi-
cación y la voluntad de los sujetos en forma atomizada. Esta sobreestimación del
individuo conduce a las alternativas de la explicación del origen del intercambio
entre lo natural y la racionalidad egoísta que ya vimos en Adam Smith.
29 Recurrimos a estos términos foucaultianos para sugerir también un límite del marxismo en su
concepción del poder, reducido a un economicismo, como parece suceder con la naturaleza
sublime y aparentemente pacifica (por su propia homogeneidad) del trabajo social indistinto.
Puede suceder que esta gran homogeneidad sublime esconda el clamor y la materialidad de
la guerra, que la unidad homogénea abstracta recubra microdiferencias históricas que solo
han podido ser absorbidas al ser doblegadas por la sangre y la espada.
58 Universidad de la República
fuertemente explicativo y positivo, superador de las posiciones clásicas, el tra-
bajo social abstracto muestra cómo lo social se impone a todas las conciencias
individuales en lo que respecta a la magnitud del valor de sus mercancías. La
sustancia sublime y espectral del valor de ese mismo trabajo espectral se impone
a los trabajos reales empíricos de los hombres. Además, este concepto implica
una falta de reflexividad por parte de los agentes concretos ya que estos no
tienen por qué estar en conocimiento preciso del trabajo social mínimamente
necesario para vender sus mercancías. Sin embargo, en el trabajo abstracto puede
leerse perfectamente un centro social positivo si pensamos que efectivamente
todo trabajo puede valorarse en la unidad de tiempo de trabajo simple. Aquí el
marxismo encuentra una nueva antropología o esencia positiva del hombre, ba-
sada en el trabajo social indistinto. Retomaremos estas oscilaciones de Marx en
la discusión final de nuestro estudio.
El fetichismo de la mercancía da continuidad a esta primacía de lo social-
espectral, acentuando además su carácter inconsciente: los individuos descono-
cen, en el nivel esencial, el carácter social de sus trabajos, que en apariencia se
manifiestan como trabajos privados, atomizados, individualizados, solo socia-
lizados en la forma mercancía, esto es, en el mercado. El carácter doblemente
social del fetichismo sucede por la primacía del trabajo social indistinto sobre el
trabajo concreto como fuente y determinación de la magnitud del valor, recién
explicado, y por la fabricación de valores de uso para una demanda ajena por
tratarse de una economía donde la fabricación de mercancías se volvió tenden-
cialmente dominante (reemplazando a la producción natural). Con esto último se
refuerza la impotencia de los individuos, quienes tienen la impresión de asistir a
una historia que se produce independientemente de ellos y que los arrastra en su
marea arrolladora, volviéndolos meros guardianes de las mercancías. La consis-
tencia autónoma de esta historia, de esta red de relaciones sociales entre cosas, la
fuerza de su inercia nacida de la enajenación de la voluntad de los individuos ad-
quiere todo su peso al tener en cuenta que el valor de cambio de una mercancía
cualquiera acaba por ser percibido por los sujetos como una propiedad natural
e inmediata de la mercancía, supuesto al nivel de sus propiedades sensibles, al
nivel del valor de uso. Todo sucede como si la distancia entre valor de cambio y
valor de uso se comprimiera en una única realidad aparente, esto es, la apariencia
objetiva que produce el fetichismo de la mercancía, apariencia cuya objetividad
es tan espectral como independiente de la voluntad de los individuos.
Añadimos que la crítica a las «robinsonadas» de la economía política es
también un rechazo del comienzo. Foucault se detiene en ello ya que está en el
centro de su interés en la hermenéutica moderna.
Lo inacabado de la interpretación, el hecho de que ella sea siempre recortada
y que permanezca en suspenso al borde de ella misma. Creo que se encuentra
de una manera bastante análoga en Marx, Nietzsche y Freud, bajo la forma del
rechazo del comienzo. Rechazo de la «Robinsonada», decía Marx; distinción,
muy importante en Nietzsche, entre el comienzo y el origen; y carácter siempre
inacabado de la marcha regresiva y analítica en Freud (Foucault, s/f [1967], 41).
30 Sin hacer distingos entre comienzo y origen ya que no nos estamos ocupando de Nietzsche.
31 Como este trabajo se enmarca en un proyecto de investigación psicoanalítico, y no sobre
marxismo, dedicamos menos espacio al desarrollo de las ideas de Freud en tanto son temas
clásicos que los psicoanalistas conocen. Además, las cuestiones que abordaremos ahora ya
han sido trabajadas por nosotros en otras ocasiones (véase Venturini, 2015, 2016 y 2017).
60 Universidad de la República
el capítulo VII de La interpretación de los sueños (1900), nos habla de un apara-
to dividido entre un sistema inconsciente y un sistema preconsciente-consciente.
Resulta harto significativo que la conciencia ni siquiera sea una instancia tópica
completa del aparato, sino que aparece junto al más amplio sistema precons-
ciente. También se habla de la conciencia como sistema percepción-conciencia,
en oposición al inconsciente y al preconsciente. En cuanto al concepto de yo, es
mucho más amplio que el sistema percepción-conciencia, escapando el yo a la
reflexividad ya que no solo habita el sistema preconsciente-consciente, sino que
una parte del yo permanece alojada en el inconsciente tras la represión originaria.
El inconsciente está constituido por representaciones (sexuales) reprimi-
das, por lo que Freud tiene la necesidad de hablar de «representaciones incons-
cientes», además de representaciones conscientes. Así, lo psíquico no puede ser
definido por el hecho de ser consciente, pasible de apercepción. Con este con-
cepto se contradecía el antiguo linaje filosófico de la representación, la que se
encontraba entre el objeto y el sujeto como la acción de representar-se agentiva
y reflexiva del sujeto. El inventor del psicoanálisis se mostró muy atento a la
contradicción filosófica que suponía reunir ambos términos en un solo concepto.
No obstante esta falta de concordia con la ascendencia filosófica de la teoría de la
representación, se puede comenzar, como hace Freud en Lo inconsciente (1915),
por poner en cuestión la equivalencia entre lo psíquico y lo consciente, equiva-
lencia que hace de lo psíquico una pura interioridad. La doctrina de Kant del
sujeto trascendental como brindador de las categorías a priori que hacen posible
la síntesis del conocimiento empírico externo es invocada como respaldo para
dudar de la homologación entre lo psíquico y lo consciente, aunque más no sea a
modo de paralelismo entre el sujeto empírico y lo consciente, de una parte, y el
sujeto trascendental y lo inconsciente, de otra parte.
Así como Kant nos alertó para que no juzgásemos a la percepción como idén-
tica a lo percibido incognoscible, descuidando el condicionamiento subjetivo
de ella, así el psicoanálisis nos advierte que no hemos de sustituir el proceso
psíquico inconsciente, que es el objeto de la conciencia, por la percepción que
esta hace de él. Como lo físico, tampoco lo psíquico es necesariamente en la
realidad según se nos aparece (Freud, 1992 [1915], p. 167).
Se sabe que esta recurrencia al sujeto trascendental tendrá un largo y fructí-
fero camino que recorrer en la historia del psicoanálisis a partir de la enseñanza
de Lacan.32 En el decurso de la década de 1890 puede apreciarse la gestación
del psicoanálisis desde los estudios más neurológicos a los más psicopatológicos,
finalmente independizados de la base de investigación neurológica, aunque siem-
pre complementados por una metapsicología y una metabiología. Puede verse
cómo desde el particular campo psicopatológico el psicoanálisis acaba por ex-
tenderse a una «psicología» universal. Sobre esto último insistiremos en nuestro
abordaje de Freud. Encontramos superfluo insistir en la necesidad del concepto
de inconsciente (y de representación inconsciente) en la obra de Freud cuando
32 Véase Joan Copjec (2002).
62 Universidad de la República
las apariencias, desde percepciones hasta representaciones más complejas, afec-
tadas siempre por la fuerza de la fantasía. La reflexividad es devaluada, reducida
por la imposibilidad de ir por sí sola más allá la fantasía. Desde los comienzos
del psicoanálisis, la ontogénesis de la fantasía es apuntalada en la alucinación
primitiva por la cual el aparato psíquico recatectiza una huella mnémica de
satisfacción ya experimentada ante el resurgimiento del estímulo molesto que
había sido saciado anteriormente con esa experiencia de satisfacción. Ahora el
infans alucina esa experiencia: la percepción-conciencia es sobrecatectizada, no
bastando su poder reflexivo para distinguir entre recuerdo y actualidad. Habrá
decepción inevitablemente, se producirá frustración, pero es distinto el caso de
las excitaciones producidas por pulsiones sexuales, ya que se podrán satisfacer
autoeróticamente en la contigüidad inmediata del cuerpo propio, desvinculán-
dose del apuntalamiento de objetos externos que se imponen por necesidad o
pulsiones de autoconservación, siendo las pulsiones sexuales mucho más procli-
ves a la elaboración imaginaria.
Aquí nos interesa particularmente destacar la materialidad de la fantasía,
fenómeno en estado emergente en la alucinación primitiva, pero que en su for-
ma cabalmente desarrollada es más complejo, dados sus contenidos animistas y
antropomórficos. Son las fantasías las que están en el fondo de la causalidad psí-
quica de los conflictos descubiertos por Freud. «Bajo los síntomas, ¿qué es lo que
descubre Freud? Él no descubre, como se dice, «traumatismos»; él pone al des-
cubierto fantasmas, con su carga de angustia, es decir, un núcleo que es ya en su
ser mismo una interpretación» (Foucault, s.f. [1967], p. 44). Sucede que al pasar
del empirismo inicial de la teoría de la seducción o del traumatismo sexual, don-
de la causa del conflicto psíquico tenía un referente empírico exterior, a la teoría
de las fantasías sexuales como etiología de las neurosis, Freud corta amarras
con la realidad material y profundiza el espesor propio de la realidad psíquica,
hacia donde derivará sus esfuerzos para establecer nuevos lazos entre pulsiones
sexuales y represión. Se abandona el trauma empírico como causa etiológica de
las neurosis, recuerda Foucault, y se accede al fantasma o fantasía como causa
de la escisión psíquica. No habría entonces abuso sexual real exógeno, circuns-
tancial e histórico, sino fantasía interna en base a recuerdos distorsionados por
los mecanismos del inconsciente. Es común considerar este desplazamiento de la
causalidad empírica exterior por una causalidad endógena el acta de nacimiento
del psicoanálisis.33
La causa exógena conocida es sustituida por una causa exógena más enig-
mática, ya que las fantasías recurrentes (llamadas fantasías originarias: escena de
seducción, escena originaria, amenaza de castración) requieren también de una
explicación material ¿De dónde provienen tales fantasías angustiantes? Freud no
dejará de preguntárselo. Enseguida retomaremos el pasaje de la causa exógena
a la causa endógena, que parece oponerse al afuera fantasmagórico que estamos
64 Universidad de la República
del aferrarse a las fuentes de placer de que se dispone y en la dificultad con que
se renuncia a ellas. Al establecerse el principio de realidad, una clase de actividad
del pensar se escindió; ella se mantuvo apartada del examen de realidad y perma-
neció sometida únicamente al principio de placer. Es el fantasear, que empieza
ya con el juego de los niños y más tarde, proseguido como sueños diurnos, aban-
dona el apuntalamiento en objetos reales (Freud, 1992 [1911], pp. 226-27).
Esto puede decirse en el registro de los orígenes causales de los fenómenos
que Freud está investigando. Pero en cuanto a las manifestaciones fenoménicas
o sintomáticas puede encontrarse un desplazamiento complementario al de la
modificación de la etiología de estas neurosis. Con la teoría de los sueños, en
primer lugar, y con las psicopatologías de la vida cotidiana, en segundo lugar,
Freud encuentra al inconsciente actuando en la más íntima e inmediata cotidia-
neidad. El psicoanálisis ya no estará encorsetado en el campo de la psicopatolo-
gía, sino que se ofrecerá como una teoría más amplia del espíritu humano. A esto
nos referíamos al hablar de los nuevos alcances antropológicos del psicoanálisis.
Retomemos ahora el asunto que nos concierne directamente: el pasaje del exte-
rior a la interioridad psíquica, al que arribamos con la fantasía en tanto realidad
psíquica, como la ha calificado Freud.
A primera vista, podría parecer que esta evicción del referente exterior
como motivo o causa del conflicto interior-subjetivo atenta contra la profun-
didad exterior que estamos, como hiciéramos en nuestro análisis de la obra de
Marx, siguiendo las indicaciones de Foucault sobre el descubrimiento de una
profundidad exterior o superficial ignorada antes de la hermenéutica moderna,
donde en el pensamiento clásico se extendía el reino de la interioridad reflexiva.
Sin embargo, esta disolución de la causa exógena, empírica, localizada en la «rea-
lidad material» (por emplear un término freudiano) es el paso previo necesario
para postular una interioridad psíquica no reflexiva en las fantasías inconscientes.
Ciertamente, las pulsiones sexuales endógenas, postuladas como sustrato bioló-
gico de las fantasías inconciliables con el yo, parecen sumergirnos en una interio-
ridad humana de carácter natural34. Sin embargo, las especulaciones biológicas
de Freud sobre las pulsiones sexuales están lejos de adquirir el estatus de ciencia
biológica empírica. Laplanche y Pontalis se han referido al «extravío biologizan-
te» de Freud y los peligros de caída en un endogenismo biológico con algunas
especulaciones sobre el «quimismo» de la sexualidad en Tres ensayos de teoría
sexual (1905). «Llegamos entonces a la siguiente paradoja: en el momento mis-
mo del descubrimiento del objeto psicoanalítico por excelencia, la fantasía, este
corre el riesgo de perder su propia esencia a favor de una realidad endógena, la
sexualidad, enfrentada a su vez con una realidad externa» (Laplanche y Pontalis,
2012, 42). Estas palabras de Laplanche y Pontalis en su estudio sobre la fantasía
nos sitúan con mucha precisión en la antinomia especular en la que Freud corre
peligro de estancarse, así como el argumento que aquí estamos desarrollando. Lo
66 Universidad de la República
Freud se ve obligado a elaborar sus propias elucubraciones sobre la biología
humana. El concepto de pulsión y la teoría de las pulsiones sexuales brinda-
rán ese sustrato de especulación biológica o de metabiología, como la llama
Scarfone. La clave para comprender de qué manera la teoría de la sexualidad
humana se acerca a la biología sin confundirse con esta se encuentra en la teo-
ría de las pulsiones y la sexualidad, cuyo encuentro forma la poderosa coalición
de las pulsiones sexuales. Adentrémonos en el territorio metabiológico de las
pulsiones sexuales para comprender su vinculación con esa realidad psíquica
ocupada por la fantasía.
68 Universidad de la República
tempranamente como principio de inercia en 1895) explica tan solo un polo
de las tendencias del aparato psíquico: el proceso primario, el principio de pla-
cer/displacer, como ya se dijo. El otro polo debe oponérsele para dialectizar la
sensación de esas tensiones, logrando hacer del trabajo psíquico y de la vida en
general algo susceptible de placer. Como mínimo, son necesarios dos principios
para inteligir la dinámica de la dialéctica. Al «principio de displacer/placer» se
opone un «principio de realidad».
Ahora entra en escena la teoría sexual a nivel de la metapsicología del psi-
coanálisis. Mientras que estímulos internos como el hambre, el sueño, la sed, la
necesidad de respirar o la necesidad de excreción, son claramente displacente-
ros, siendo la acción motriz específica para su aplacamiento la causante de la
cualidad placer y de la reducción cuantitativa de la tensión, los estímulos sexua-
les son a todas luces placenteros por sí mismos. Son capaces de provocar placer
antes de su descarga real, aunque más no sea porque la posibilidad de descarga se
encuentra en el horizonte de posibilidades, como observa Freud. Esta descrip-
ción fenomenológica de la sexualidad proporciona el operador dialéctico de la
pulsión para tornar ciertas tensiones en placenteras. Las experiencias excederán
ampliamente el marco de la sexualidad en el sentido restringido de una sexología:
la cosa sexual del psicoanálisis va más allá de la sexualidad genital. Lo sexual
abarca un conjunto de excitaciones placenteras, presentes desde la infancia, una
voluptuosidad que no puede cercenarse en necesidades fisiológicas o acoplarse a
las «pulsiones de autoconservación», encarnando estas la dimensión más funcio-
nal, adaptativa y realista de las pulsiones.
Detengamos el curso de nuestra argumentación para hacer algunas precisio-
nes sobre las pulsiones de autoconservación. Dijimos que la trieb se distingue del
instinkt. Este último alude a una capacidad de respuesta a estímulos displacente-
ros a causa de las necesidades fisiológicas. La pulsión nada aporta de específico
en cuanto al objeto a utilizar para su fin. Se le ha sustraído la modalidad de res-
puesta específica como capacidad inmediata, es por esto que la pulsión no es una
capacidad de trabajo, una respuesta adecuada, sino una simple y mera exigencia
de trabajo. Pero esto no quiere decir que la pulsión sea lo contrario del instin-
to. Lo que sucede es que la noción de instinto implica un elemento más que la
pulsión no tiene: la preformación de objeto. En cierto sentido, la pulsión es más
abstracta ya que se le sustrae el objeto adecuado que sería el medio para alcanzar
la meta de satisfacción. Es en esta línea de razonamiento que Ricoeur, en su clá-
sico estudio sobre Freud, dice que «el punto de vista económico se expresa ante
todo en la prevalencia del concepto de fin sobre el de objeto» (1990 [1965], p.
108). Si se trata esencialmente de cumplir con el fin de descarga, el objeto no
es más un medio contingente, absolutamente secundario en relación con el fin.
En sus orígenes de excitación intrasomática, la pulsión también expresa una
necesidad que debe ser satisfecha bajo la sensación de displacer: son las pulsio-
nes de autoconservación. Laplanche (1989) ha propuesto llamarlas «funciones
de autoconservación», con la intención de hacer resaltar el aspecto funcional, sin
70 Universidad de la República
microscópica para apreciar la práctica sexual normal. «Un examen más atento
muestra siempre que estos nuevos propósitos, aun los más extraños en apariencias,
ya están esbozados en el acto sexual normal» (Freud 1905, p. 141). Demorarse
en los «placeres previos» de ver, tocar, decir, fantasear, es el resultado de la
irradiación de lo sexual más allá de lo funcional-instintual. Nosotros diremos
que la apertura del placer sexual a objetos o medios para realizarse (descargarse)
virtualmente infinitos es la consecuencia de la acción de las pulsiones sobre la
excitación sexual. Hay entonces una parasitación de lo sexual por lo pulsional. Y
es de este temprano encuentro ontogenético que surgen las pulsiones sexuales,
una coalición de las pulsiones con la excitación sexual que torna a las tensiones
pulsionales, antes únicamente displacenteras, en una excitación que también es
pasible de brindar placer sin haber alcanzado su meta propiamente dicha.
El carácter abstracto de la pulsión (que es exigencia de trabajo sin objeto
para realizar esa exigencia) nos ayuda a entender qué ha sucedido con lo sexual
en la vida humana. Lo perverso en su sentido amplio, más allá de su sentido
acotado a lo psicopatológico en la vida sexual adulta, designa esta potente des-
viación de los caminos y el incremento en los rodeos con respecto a una finalidad
funcional y los supuestos objetos naturales atribuidos a la sexualidad. Esta siner-
gia de la exigencia pulsional y la catexia placentera que proporciona lo sexual
evita la catástrofe que se anunciaba con el desamparo humano.39 O simplemente
evita un monismo de la descarga como ya observamos en el polo del principio
de placer/displacer o en la inercia a la descarga integral de las excitaciones, en
clara contradicción con la dialéctica de la vida. El trabajo pulsional queda anu-
dado también a la vida, ya no condenado a una descarga integral o a la tendencia
unilateral de una pulsión de muerte.40Desde este momento contamos con los dos
principios necesarios: «inercia a la descarga» y «principio de constancia», luego
llamados pulsión de muerte y pulsiones de vida, los dos extremos de una contra-
dicción que muchas veces ha sido considerada dialéctica.
Observemos ahora desde el punto de vista evolutivo41 de las fases psico-
sexuales cómo el placer que proporcionan las pulsiones sexuales surge em-
píricamente desde el interior de las propias pulsiones de autoconservación,
para cobrar una creciente autonomía en el decurso del desarrollo psicosexual,
42 Desde sus investigaciones sobre la histeria Freud había advertido la relación de los síntomas
neuróticos con lo sexual, antes de la noción de pulsión como auxiliar de lo sexual, o viceversa.
«Cuando en un enfermo orgánico se estimula un lugar doloroso, su fisonomía muestra la
expresión, inconfundible, del desasosiego o del dolor físico, además el enfermo se sobresalta,
se sustrae del examen, se defiende. Pero cuando en la señorita Von R. se pellizcaba u oprimía
la piel y la musculatura hiperálgicas de la pierna, su rostro cobraba una peculiar expresión,
más de placer que de dolor […] compatible solo con la concepción de que esa dolencia
era una histeria y la estimulación afectaba una zona histerógena». (Freud, 1999 [1895], p.
153). Trabajos más especializados que el presente pueden guiar al lector en las relaciones
descubiertas en el período preanalítico entre sexualidad, neurosis y el síntoma como la
satisfacción de un deseo sexual reprimido.
72 Universidad de la República
de la psicopatología. De la misma manera, la fantasía es placentera en el marco
limitado de un final-descarga realizable, salvando las perversiones.
Si bien todo el cuerpo humano es erogenizable (recordemos la situación
inicial del niño siendo un perverso sexual polimorfo), existe una predisposición
orgánica hacia tres zonas erógenas por su sensibilidad nerviosa, en la que las sen-
saciones de la mucosa cumplen un rol preponderante. Cada organización libidi-
nal, centrada en una zona erógena, va acompañada de un conjunto de fantasías
que fundan determinados tipos de vinculaciones entre el sujeto y el objeto sexual
contingente. La sucesión de las fases oral, anal o sádico-anal, fálica y genital
serán acompañadas por fantasías concernientes al objeto, que lo volverán más
disponible o más renuente, más solidario o más amenazante, amoroso u odioso,
persecutorio o asegurador. En la fase oral el placer libidinal se organizará en tor-
no a las acciones de nutrición, apuntalándose sobre estas y despuntando en una
autonomía creciente. No obstante, esta coincidencia con la actividad de nutri-
ción pautará la relación de amor del niño con la madre, significada esta relación
con la acción de comer y ser comido, sin distinción entre actividad y pasividad,
predominando una fusión abrasadora y totalizante. Siguiendo las contribuciones
de Abraham, avaladas por Freud, hay un segundo momento de esta fase en la
que la incipiente dentición del infante y la consecuente capacidad de morder. La
acción de morder brindará una nueva representación del hecho de la nutrición:
la destrucción del objeto que se incorpora (por lo tanto, un principio de diferen-
ciación entre el sujeto y el objeto desde el punto de vista cognitivo) y la aparición
de la ambivalencia pulsional en la que el objeto es catectizado tanto libidinal
como agresivamente desde el punto de vista del placer. En la fase anal-sádica se
afirma la polaridad actividad/pasividad, donde el placer activo sádico de infligir
dolor al objeto se afirma apuntalado en el desarrollo muscular y propioceptivo,
mientras que el placer pasivo masoquista se afirma apuntalado en la mucosa anal.
A nivel estrictamente fantasmático encontramos la aparición de los valores de la
donación y de rechazo, que prosiguen hasta cierto punto la lógica ambivalente
de la agresión y del padecimiento.
Lo más importante sobre la concepción freudiana de la fase fálica infantil
está en los artículos «La organización genital infantil» (1923), «El sepultamiento
del complejo de Edipo» (1924) y «Algunas consecuencias psíquicas de la dife-
rencia anatómica entre los sexos» (1925). Al ser contemporánea al complejo de
Edipo, cobra una importancia crucial y su complejidad se hace aún más difícil
de reseñar. Nos referiremos sucintamente a lo que consideramos más importante
de la fase fálica vinculada a la fantasía con su poder estructurante del psiquis-
mo o como realidad psíquica. El poder estructurante de la fantasía en esta fase
depende de la influencia perdurable del complejo de Edipo. Al llegar a la fase
fálica infantil, las pulsiones sexuales parciales dispersas en las restantes zonas
erógenas tienden a unificarse bajo el predominio de una gran zona erógena. El
falo irrumpe entonces como un aglutinador de placer dispuesto a reabsorber a
74 Universidad de la República
Freud entiende como una especial forma de represión). Las catexias de objeto
en cuanto posesión de este son resignadas en provecho de la identificación con
el objeto: no se puede tener a la madre, pero se puede aspirar a ser como el pa-
dre. La autoridad del padre es introyectada en el superyó, «que toma prestada
del padre su severidad, perpetúa la prohibición del incesto y, así, asegura al yo
contra el retorno de la investidura libidinosa de objeto» (Freud, 1992 [1924],
p. 184). Las aspiraciones libidinales son en cierta medida desexualizadas y su-
blimadas y en cierta medida inhibidas en cuanto a su meta. Los genitales fueron
salvados, pero al mismo tiempo paralizados en su función. Sigue esa larga época
de latencia que se extiende aproximadamente entre los seis y los doce años, hasta
el redespertar de la sexualidad en la pubertad. El abandono de las aspiraciones
incestuosas de la niña sigue cierto paralelismo al del niño, pero decididamente
su situación no es extrapolable a la de este, ya que el punto de partida de ella es
el de la ausencia de pene, por lo tanto tendrá una relación más dilatada con la
angustia de castración.43 Como nuestro interés en esta argumentación radica en
la influencia de la fantasía antes que en el desarrollo psicosexual, no profundiza-
remos ahora en esta cuestión.
El poder estructurante del complejo de Edipo se ve ratificado en las tres
fantasías originarias. Ya hablamos de la seducción por el adulto, que al ser aban-
donada como teoría empírica deviene en una fantasía inconsciente originaria.
Lo mismo sucede con la amenaza de castración, fantasía de la que vimos recién
proyectar sus efectos sobre el sepultamiento del complejo de Edipo. Finalmente,
el historial del «hombre de los lobos» nos descubre la escena originaria donde el
niño es testigo de la cópula de sus padres, que en su momento se entendió como
una práctica sádica del padre contra la madre, y que también es admitida como
una fantasía, algo que está reprimido en el inconsciente del paciente, pero que
no necesariamente ocurrió en su historia de vida. Todas estas fantasías muestran
un aspecto del drama edípico en el que culmina la vida sexual infantil. Ahora
bien, ¿de dónde provienen estas fantasías? La especulación metabiológica de las
pulsiones sexuales se vio seriamente limitada desde sus inicios, como vimos en
Tres ensayos de teoría sexual (1905), pero Freud derivó sus esfuerzos nueva-
mente hacia la historia, solo que ya no la historia particular de los individuos,
sino la prehistoria universal de la especie.44
Todo lo que hoy nos es contado en el análisis como fantasía—la seducción
infantil, la excitación sexual encendida por la observación del coito entre los
padres, la amenaza de castración (o, más bien, la castración)—fue una vez rea-
lidad en los tiempos originarios de la familia humana, y que el niño fantaseador
45 Aunque en una nota al pie mencionamos las zonas erógenas excitables en los historiales
clínicos sobre las primeras histéricas de las que se ocuparon Breuer y Freud. Una
profundización intensiva de lo sexual en la clínica psicoanalítica podría abordar los llamados
cinco psicoanálisis: los casos Dora, Schreber, el «Hombre de las Ratas», el «Hombre de los
Lobos» y el «Pequeño Hans».
76 Universidad de la República
contemplación en las relaciones de objeto que mencionamos en las fases sexua-
les oral y anal, donde se observan atributos animistas en los objetos de placer
(muy lejos de ser objetos de conocimiento). Mencionemos también las fantasías
sádicas y masoquistas de Pegan a un niño (1919), donde un vínculo erótico
de amor, temor y odio conecta siempre al paciente protagonista de la escena
infantil con su padre, y donde una vez se vislumbra el complejo de Edipo como
vertebrador de las escenas que allí se suceden.46
78 Universidad de la República
malquerer de la representación descubierta por los pensadores de la sospecha;
como dice Foucault, el velo transparente que separaba al signo del significado
es desgarrado por un vastísimo espacio abierto a la interpretación interminable.
Las representaciones fantasmagóricas se revelan como una actividad autó-
noma con respecto al sujeto reflexivo o cognoscente, estando dotadas de vida
propia. El sujeto no es su agente provocador, en realidad las padece, por lo
que es justo hablar de subordinación pasiva del sujeto al funcionamiento de
estas representaciones, sin que esto implique la liquidación completa del sujeto
cognoscente del pensamiento clásico, más bien se trata de circunscribir su insu-
ficiencia. Lo fantasmagórico también se refiere a otra subordinación que ocurre
del otro lado del trípode sujeto-representación-objeto: la subordinación del ob-
jeto empírico-realista, en tanto que este afuera ya no será objeto positivo natural
o racional, sino que se encontrará parasitado por una historia social de carácter
negativo. Por esto mismo, la representación fantasmagórica conlleva una aper-
tura permanente a múltiples interpretaciones, eludiendo siempre al referente
último o significado del signo.
Sin embargo, Freud y Marx no muestran el mismo afuera espectral. Marx, al
ocuparse de problemas socioeconómicos, se refiere a un problema más macrofí-
sico, mientras que Freud, al ocuparse de problemas de psicopatología, se refiere
a un problema más microfísico.
Decimos que el nivel de investigación de Marx es macrofísico, o al menos
más macrofísico que el nivel de investigación psicoanalítica, porque sus explica-
ciones se mantienen en un registro más «sociológico». ¿Qué cabe entender por
«macrofísico» o «sociológico» en el sentido que aquí queremos otorgarles? Nos
referimos a la mentada cuestión de que Marx no se ha ocupado de las significa-
ciones del consumo, con las satisfacciones o goces diversos que este proporciona.
Marx no se ocupó del valor de uso como problema (hermenéutico), para con-
centrar sus esfuerzos en la esfera de la producción y la circulación, pero siempre
bajo el predominio de lo cuantitativo (valor, valor de cambio) sobre lo cualitativo
(valor de uso). Marx brinda una teoría de la forma de la representación, de su
génesis histórica y del tejido tramposo en el que queda atrapado el hombre con
el fetichismo de la mercancía, pero deja intacto el problema del contenido, es
decir, de la conciencia o las significaciones del disfrute en esas representaciones.
Las abstracciones del valor y del valor de cambio, localizadas en las esferas de la
producción y el mercado, desplazan el problema del valor de uso o el disfrute de
las mercancías, en la esfera superestructural del consumo, al punto de olvidarlo.
Cuando nos referíamos a la abstracción teórica del trabajo social indistinto
como fuente de la sustancia del valor estábamos señalando este límite aparente-
mente irrebasable en la conceptualización marxiana que opta por abstraerse de
los usos concretos o consumos: se analiza la fuente del valor como abstracción del
trabajo social gastado, pero no se analiza concomitantemente el final de este ci-
clo en su forma existencial «concreta». Se atiende al comienzo pero no al destino,
puede afirmarse, aunque con la precondición de que el comienzo sea concebido
80 Universidad de la República
través de las relaciones sociales entre mercancías, situación en la que los indi-
viduos quedaron reducidos a custodios o meros soportes. Al manifestarse lo
social indirectamente entre mercancías, en lugar de hacerlo directamente entre
personas, la contradicción entre propiedad privada y trabajo social encarna la
contradicción entre individuo y sociedad. La mentada asociación de hombres
libres muestra la posibilidad de una socialización directa de las relaciones so-
ciales producidas entonces entre personas y ya no entre cosas, planificando ra-
cionalmente la división técnica del trabajo (ya no división social) en función del
consumo necesario.
Recordemos que el trabajo, la fuente de la sustancia de valor, es el principio
de síntesis social, lo que quiere decir que en el pensamiento marxiano el trabajo
es el principal elemento para otorgar unidad a una comunidad y lo que habilita
todo tipo de cambios, equivalencias o comunicaciones. Esto ha sido reafirmado
por Jappe (2016) recientemente como una tesis inherente al marxismo, pero
es una concepción harto extendida en la historia de las interpretaciones de la
obra de Marx. El trabajo es el principio de síntesis social de los individuos. Y
la teoría del valor-trabajo reduce las posibilidades de valoración del objeto al
tiempo socialmente invertido en la producción de los bienes. Pero la valoración,
como ha sido puesto de manifiesto por una vasta literatura antropológica sobre
el intercambio simbólico (Narotzky, 2003), no puede reducirse a esta unidad de
medida abstracta, universal y objetiva.
Algunos años más tarde, Foucault carga las tintas fuertemente contra el mar-
xismo, así como decrecerá en general su apreciación del psicoanálisis. El trabajo
como principio de síntesis social o como esencia del hombre será objeto de una
extensa crítica a la tradición hegeliana de la que Marx forma parte, al menos en
este aspecto. En la última parte de La verdad y las formas jurídicas (1974),49
el autor se dedica al análisis histórico de los procedimientos técnicos, políticos y
discursivos que condujeron del hecho evidente del tiempo de vida del hombre a
la concepción productivista de su tiempo de trabajo, y de la representación cuali-
tativa del trabajo del hombre a la representación abstracta de la fuerza de trabajo
del hombre (descubierta por Marx). Luego de exponer sus conclusiones sobre
la función de la institución penal en relación con el resto de las instituciones de
encierro, Foucault formula lo que a su entender es una conclusión más polémica.
Alguien dijo: la esencia concreta del hombre es el trabajo. A decir verdad
esta tesis fue formulada por diversas personas. La encontramos en Hegel, en
los poshegelianos y también en Marx, el Marx, como diría Althusser, de un
determinado período; como no me intereso por los autores, sino por el fun-
cionamiento de los enunciados, importa poco quién lo dijo o cuando se dijo.
Lo que me gustaría mostrar es que en realidad el trabajo no es en absoluto la
esencia concreta del hombre o la existencia del hombre en su forma concreta
(Foucault, 1999 [1974], pp. 255-56).
82 Universidad de la República
elemento conceptual, agresivo y aéreo, que el empirismo opone a las pesadas
nociones de la dialéctica y, sobre todo, como dice el dialéctico, al trabajo de
lo negativo. Que la dialéctica sea un trabajo y el empirismo un placer, ya es
caracterizarlos suficientemente (Deleuze, 1998 [1971], p. 18).
No cabe ninguna duda de que el placer es también un objeto privilegiado
de la investigación psicoanalítica. Estas correlaciones marxianas entre trabajo
y socialidad no tienen cabida en el psicoanálisis, donde lo social, sin desapare-
cer completamente como categoría de pensamiento, no es un concepto. Freud
dice al comienzo de Psicología de las masas y análisis del yo (1921) que toda
auténtica psicología es al mismo tiempo individual y colectiva, pero lo afirma
como una verdad banal. Sucede que el dualismo individuo-sociedad es relegado
por la oposición entre parcial y total en la vida pulsional, o pulsiones sexuales
y pulsiones de autoconservación. En las pulsiones de autoconservación puede
verse un conjunto que tiende hacia la unidad individual, pero en las pulsiones
sexuales parciales, que aquí abordamos en conjunto con la materialidad de la
fantasía, encontramos algo así como una vida social a la que nos referimos como
alteridad. Ahora bien, esta alteridad en las relaciones eróticas interhumanas no es
aún la socialidad del punto de vista sociológico que Marx comparte con tantos
otros pensadores. Esa socialidad marxiana y clásica, junto al individuo, participa
de un nivel de conceptuación aún demasiado macrofísico que corresponde al de
los objetos totales en la vida pulsional en el pensamiento freudiano. Es también
el polo más biopsicológico, incorporado al objeto de conocimiento de la psico-
logía tradicional de la conciencia, como apunta Freud. La alteridad interhumana
descubierta por Freud discurre en una dialéctica de objetos parciales (partes
de cuerpo) y totales (personas) que los recombina, donde los objetos parciales
son animados y antropomorfizados. Es por esta razón que la alteridad a nivel
de las pulsiones sexuales reimplica la dimensión social de una manera presocial,
donde lo social, en su acepción más sociológica, pierde significatividad analítica
o poder explicativo. Como las pulsiones sexuales parciales actúan como agente
fragmentador contra la búsqueda de esa totalización individuada de las pulsiones
de autoconservación, podemos decir que actúan a nivel más microfísico que la
oposición complementaria individuo/sociedad en Marx.
Efectivamente, hay un economicismo: una determinación de la esencia
del hombre como ser que trabaja y produce valor (abstracto y social). Una
comprensible fascinación teórica con la materialidad sublime de la gelatina de
trabajo humano conlleva la esencialización del hombre como ser de trabajo.
Esto es lo que Foucault llamará la antropología hegeliana del trabajo. Pero esta
objetividad fantasmagórica oculta un estado de guerra que en algún momento
no fue subterráneo: el de las luchas históricas por imponerse unos a otros, por
valorar, no solo uno u otro trabajo—momento donde aún no hay acuerdo po-
sible sobre la medida del trabajo simple—, sino una u otra cosa, unas u otras
acciones, unos u otros valores. El pensamiento de Marx sobre el trabajo asb-
tracto y simple corre el riesgo de congelar la historia incandescente de la lucha
84 Universidad de la República
problema sociológico y político de la conciencia de clase que Marx se esforzaba
en determinar objetivamente es uno de los mayores lastres teóricos del marxis-
mo. No obstante, si retornamos a la teoría económica de Marx, hay que admitir
que allí falta un análisis hermenéutico de los valores de uso y que entre la crítica
de la economía política del último Marx y El dieciocho Brumario se abre una
brecha no colmada. Al relegar el análisis de los valores de uso, Marx no analiza
las necesidades, deseos o placeres de los individuos.
Análogamente a Marx, Freud tiene una teoría económica de la producción y
circulación o intercambio de la energía psíquica. Pero el punto de vista económi-
co de la metapsicología es solo la base epistemológica de su materialismo energé-
tico necesariamente suplementado por una compleja hermenéutica del síntoma,
perteneciendo esta tarea interpretativa al dominio de la clínica mucho más que
al de la metapsicología. La libido tiene tanto una dimensión energético-abstracta
como una dimensión cualitativa, representacional y hermenéutica; tiene tanto
una plasticidad potencialmente productiva como una endemoniada viscosidad
que se adhiere molestamente a relaciones de objeto prohibidas (pregenitales,
también incestuosas) por los ideales culturales, resistente obstinadamente a la
productividad adaptativa que exige el aplazamiento de la satisfacción sexual que
el psiquismo busca por las vías más cortas, de acuerdo a la economía del pro-
ceso primario.52 En otras palabras, Freud no solo tiene una teoría del valor y el
valor de cambio que encuentra su expresión en la plasticidad de la libido, sino
que también tiene una teoría del valor de uso de esas representaciones que son
los síntomas del sujeto, formaciones de compromiso entre el represor y lo repri-
mido que proporcionan un insistente, oculto y enigmático placer (goce). Estos
placeres enigmáticos en su sentido y persistentes en la compulsión de repetición
se expresan en la viscosidad de la libido.
Entendemos que el afuera espectral de Marx es más exterior por referirse
a relaciones sociales (fetichizadas como relaciones entre mercancías) más direc-
tamente que el psicoanálisis (centrado en relaciones familiares fantasmáticas),
pero al mismo tiempo el problema hermenéutico de la multivocidad de las re-
presentaciones autónomas tiene menos alcance en Marx que en la teorización
psicoanalítica. Marx muestra una vía de acceso a la naturaleza espectral de las
representaciones con el fetichismo de la mercancía, pero Freud otorga una pro-
fundidad mucho mayor a esa objetividad aparente, a esa naturaleza espectral,
con su teoría de la fantasía y la sexualidad, atendiendo al placer que se contor-
siona sobre sí mismo al enmascararse en el malcuidado de los síntomas y en los
signos de la vida cotidiana.
86 Universidad de la República
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Carlos Arévalo
La relación de Foucault con el psicoanálisis está presente desde sus primeros
escritos. No diríamos que fue una relación de diálogo, pues cada uno prosigue
sus avatares, pero sí de resonancias. Es en distintos momentos de su obra que
Foucault dice algo en relación con el psicoanálisis; sería un trabajo inmenso ver
cada momento y los distintos aspectos a los que alude. Puntualmente un tema
que Foucault va a abordar en distintas partes de su recorrido, desde sus comien-
zos hasta sus últimos cursos, de diversas maneras y dimensiones, es el tema de
los sueños. Cada vez, de algún modo, sea en forma explícita o al sesgo, interpela
al psicoanálisis, genera interrogantes y cuestiona puntos, todo lo cual supone
hacernos trabajar a los que investigamos en el campo freudiano.
En 1954 Foucault publica su primer libro: Enfermedad mental y persona-
lidad, y el mismo año publica también su larga introducción a la traducción al
francés de Le Rêve et l’ Existence (Foucault, 1954), El sueño y la existencia, de
Binswanger (1930). El tema de los sueños concernía a Binswanger. En julio de
1927, en Lucerne, dio cuatro conferencias que luego conformaron un libro que
se llamó Cambios en la concepción e interpretación de los sueños desde los griegos
hasta el presente. Binswanger estaba muy en contacto con los primeros represen-
tantes del movimiento psicoanalítico, sobre todo con Carl Gustav Jung; ambos
trabajaban con Eugen Bleuler. La traducción de El sueño y la existencia al fran-
cés estuvo a cargo de Jacqueline Verdeaux, amiga de Foucault, quien lo pone en
contacto con la obra de Binswanger, obra que, en esos momentos, hace que la
psiquiatría existencial pase a ser de claro interés para él. En esta traducción está
el escrito crítico a modo de introducción de Foucault, al estilo Foucault. Modo
que él mismo describe como «escribir al margen» (Foucault, 1954, p. 68). En
esta escritura al margen realiza sus primeras críticas al psicoanálisis, de la mano
de Husserl y Sartre, principalmente cuestionando el trato que Freud da a las
imágenes en su libro La interpretación de los sueños (Die Traurndeutung). En
dicha escritura nos vamos a detener.
Es una introducción muy densa, en la que aborda distintos temas y puntualiza
varios aspectos. Algunos lo acompañarán en todo su recorrido teórico, tomando
distintos giros según las teorizaciones en las que se encontraba trabajando.
Comienza su texto destacando cómo Binswanger centra su investigación en
el «hecho» humano, entendido como:
el contenido real de una existencia que se vive y se siente, se reconoce o se
pierde en un mundo que es a la vez la plenitud de su proyecto y el «elemento»
de su situación. La antropología puede designarse entonces como «ciencia de
los hechos» desde el momento en que desarrolla de modo riguroso el contenido
existencial de la presencia en el mundo. (Foucault, 1954, p. 66).
90 Universidad de la República
Esta es su hipótesis en La interpretación de los sueños. Durante su intento por
entender el sentido de los síntomas histéricos dice: «Ello me sugirió tratar al
sueño mismo como un síntoma y aplicarle el método de interpretación elabo-
rado para los síntomas» (Freud, 1900, p. 122). Freud no escapa a la formación
histórica que le tocó vivir.
El siglo XIX, en el que surge la psiquiatría, se caracteriza por encontrar
una explicación que dé sentido a todas las manifestaciones del jardín de las
especies. El espíritu de época se hace completamente visible con el libro El
nacimiento de la clínica:
Una mirada que escucha y una mirada que habla: la experiencia clínica repre-
senta un momento de equilibrio entre la palabra y el espectáculo. Equilibrio
precario, ya que reposa sobre un formidable postulado: que todo lo visible es
enunciable y que es íntegramente visible porque es íntegramente enunciable.
(Foucault, 1963, p. 167).
En el énfasis que señala Foucault lo que empieza a dibujarse es su crítica a
la construcción del sentido en psicoanálisis, siempre referido a acontecimientos
anteriores, de regresión infantil, repetición de un pasado traumático, etc. Le re-
clama no darle al sueño otro estatuto que la palabra, sin reconocerle su realidad
de lenguaje. Darle relevancia a la palabra en la experiencia onírica descuidó su
estructura de lenguaje. Freud no supo leer lo que había de función morfológica y
sintáctica que sostiene a la palabra. Estructura que para Foucault dará cuenta de la
experiencia onírica como hecho de expresión, siguiendo la propuesta de Husserl.
Su función morfológica, el espacio en el cual se despliega, el ritmo en su
temporalidad, la imagen del sueño tiene «el mundo que lleva consigo»; Foucault
entiende que «no cuenta en absoluto cuando no son una alusión al sentido»
(Foucault, 1954, p.70). La frase «el mundo que lleva consigo», es una alusión a
Sartre, quien en su libro Lo imaginario (1940) dedica un apartado a los sueños.
Con esta resonancia comienza a circunscribir el espesor de la imagen.
[…] podría decirse, el sueño es un mundo. A decir verdad, hay tantos mundos
cuantos sueños existen, y frecuentemente como fases de sueños se den. Será
más justo decir que toda imagen de sueño aparece con su mundo propio. […]
Se trata, simplemente de una propiedad inmanente de la imagen onírica, hay
tantos ‘mundos’ como imágenes, aún en el caso de que el durmiente pasando
de una imagen a otra ‘sueñe’ que se mantiene en el mismo mundo. Convendría,
entonces, decir: en el sueño cada imagen se rodea de una atmósfera de mundo.
(Sartre, 1940, pp. 264-265).
Es con un excedente de sentido que la interpretación psicoanalítica intenta
colmar la distancia entre significación e imagen.
Sin duda la palabra tiene un lugar importantísimo en el trabajo de Freud.
En el capítulo «El trabajo del sueño» podemos encontrar ciertas dificultades
cuando articula la relación de la imagen y la palabra a partir de una comparación
de capacidades expresivas entre ambas. Dice:
92 Universidad de la República
pero no todo signo tiene una significación, un «sentido», que esté «expresado»
por el signo.»(Husserl, 1900, p. 233).
Describe dos tipos de signos: los indicativos o señalativos y los significati-
vos, en los que encontramos las expresiones. Entre distintas características de las
expresiones, Husserl destaca la «intención significativa», siendo esta el elemento
característico de la expresión en oposición al vano sonido verbal. Aquí encontra-
mos cierta dificultad, pues todo el planteo husserliano está fuertemente apoyado
en la conciencia, lo cual genera otra serie de dificultades a la hora de problema-
tizar las llamadas producciones del inconsciente.
Husserl trabaja la noción, lo que una expresión revela, que tiene varias im-
plicancias distintas. En primer lugar se refiere a las notificaciones en general,
especialmente a los actos de dar y cumplir el sentido, y por otro lado, los conte-
nidos de los actos. Dice Foucault siguiendo a Husserl:
Sin duda en los fenómenos de expresión se encuentran hasta tal punto intrin-
cados que es fácil confundirlos. Cuando una persona habla, comprendemos lo
que nos dice no solo por la captación significativa de las palabras que emplea,
y de las estructuras de las frases que construye, sino que también nos dejamos
guiar por la melodía de la voz, que aquí realiza una inflexión y tiembla, y allá
por el contrario toma esa firmeza y ese clamor por el que reconocemos la
cólera. Pero, en esta comprehensión global, las dos actitudes, por más mez-
cladas que estén, no son idénticas; son inversas y complementarias, ya que,
especialmente en el momento en el que las palabras empiezan a escapárseme,
distorsionadas por la distancia, el ruido, o la aspereza de la voz, es cuando la
inducción de los indicios tomará el relevo de la comprensión del sentido: el
tono de la voz, la elocución de las palabras, los silencios, incluso los lapsus me
guiarán para hacerme suponer que mi interlocutor está montando en cólera.
Por sí mismo, el indicio no tiene significación, y no puede adquirirla sino es
de un modo derivado, por la vía oblicua de una conciencia que lo utiliza como
señal, como referencia o como jalón. (Foucault, 1954, pp. 74-75).
Para continuar:
Una fenomenología del sueño, para ser rigurosa, no debería dejar de distinguir
entre los elementos de indicación que, para el analista, pueden designar una si-
tuación objetiva que jalonan y, por otra parte, los contenidos significativos que
constituyen, desde el interior, la experiencia onírica. (Foucault, 1954, p. 76).
Es desde la comprensión de estas distinciones del signo en Husserl que
Foucault criticará el estatuto que el psicoanálisis le da a la palabra, desconociendo
a su entender la estructura de lenguaje puesta en juego y encontrando el sentido a
partir de la palabra tomada en sí misma. Este gesto tiene implicancias particulares.
Encontramos aquí un punto que Foucault esboza como una crítica y que
años más tarde usará en sentido inverso. En sus últimos cursos analiza El libro
de la interpretación de los sueños, de Artemidoro, donde en cierto aspecto,
destaca como un valor que en la lectura de Artemidoro el sentido del sueño se
produzca a partir de lo que se dice en un sueño, y no de la lectura de lo que el
sueño oculta. Dice Foucault:
94 Universidad de la República
movimiento pendular de la purificación (despegue del símbolo del contexto
concreto de la situación psicoanalítica o de la historia de vida del paciente) y la
reducción (explicación de los acontecimientos sobre la base de símbolos des-
contextualizados y purificados). El segundo aspecto, en cambio, conducía a un
criterio cuantitativo, que exigía la recopilación de la mayor cantidad posible
de material obtenido de manera extraclínica (de la historia de las religiones, la
antropología, el folklore, la literatura y el mito), con el objeto de demostrar la
universalidad de los símbolos típicos. (Marinelli et al., 2002, p. 80).
En 1910 se funda la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA por
sus siglas en inglés) en el congreso de Nuremberg; allí se hizo oficial, por in-
sistencia de Stekel, realizar un trabajo de recopilación de la simbología de los
sueños, para lo cual se formó una comisión que creó una revista ya no con el
objetivo de obtener el reconocimiento científico para el psicoanálisis, sino con
un fin didáctico.
A partir de esta práctica de presentación usada en las revistas, Stekel conci-
bió el plan de redactar una Interpretación de los sueños de divulgación, que po-
dría aparecer como una especie de «diccionario de símbolos oníricos» (Marinelli
et al., 2002, p. 88). Mientras Freud reelaboraba las notas antes mencionadas
para incluirlas en el apartado «Sueños típicos», de la tercera edición (1911)
de La interpretación de los sueños, Stekel publicaba su libro Die Sprsche des
Traumes [El lenguaje de los sueños], en el que no se conformaba con simples
listados. (Marinelli et al., 2002, p. 89). En 1911 Jung escribe a Freud:
Quien haya leído a Stekel, por lo general despreciará los logros en nuestro
trabajo, por no hablar de lo que hacen otros. Stekel se mete cada vez más en la
técnica de interpretaciones diletantes, algo que puedo también aquí observar
con mayor frecuencia entre mis alumnos. Se deja de lado el análisis para afir-
mar: «Esto es…» (Marinelli et al., 2002, p. 99).
Podríamos exagerar la apuesta, y de la mano del Magritte foucaultiano de-
cir «Esto no es un sueño». Este punto de «Esto es…» me parece importante, y se
puede arribar a él desde el libro Esto no es una pipa de 1973.
Este problema del simbolismo en los sueños derivó en un cambio estruc-
tural en La interpretación de los sueños. En la edición de 1914 se añade una
sección dedicada al simbolismo. Forrester dice:
El hecho de que las imágenes oníricas sean de carácter visual es un accidente
del estado del sueño (un accidente en un nivel más allá del cual podría decirse
que los propios sueños son un «accidente» del estado del sueño). Para com-
prender el elemento onírico, es necesario avanzar o retroceder de la imagen
visual al «pensamiento». Podemos llamar verbalización al medio esencial por el
que se hace esto. Todas las imágenes de los sueños deben ser traducidas a otro
medio—las palabras—para poder recobrar su significado.
Hay algo inherentemente ininteligible en las imágenes: no forman las cadenas de
significación que requiere Freud para su definición del significado. Una de las
secciones principales de La interpretación de los sueños (1900) está dedicada
a «Consideraciones sobre la representabilidad» esto es, al medio por el cual se
96 Universidad de la República
y, por consecuencia, no puede reducirse «ni a un texto significativo a desci-
frar (psicoanálisis) o a constituir (fenomenología)» (Gros, 1997, p. 20). Este
comentario de Foucault me parece muy justo, ¿cómo devolverle al sueño su
cualidad de experiencia?, ¿cómo rescatar la importancia de los sueños para el
psicoanálisis, pero no por eso psicologizarlo?
En un escrito breve de 1916 llamado «Una relación entre un símbolo y un
síntoma», Freud hace un análisis del sentido psicológico de un síntoma rela-
cionándolo con un símbolo y se pregunta si el simbolismo no tiene una causa
psicológica por más específico que sea. En el apartado «Las particularidades
psicológicas del sueño», al comienzo de La interpretación de los sueños, plan-
tea explícitamente: «Quizás podemos buscar allí una caracterización psicológica
del sueño» (Freud, 1900, p. 72). El horizonte del análisis psicológico estaba en
juego. Como parte de la formación histórica encontramos una conferencia de
Bergson llamada «El sueño» en la que habla sobre distintos aspectos que entien-
de acontecen en los sueños y da cuenta de haber leído algunos trabajos de Freud.
Por lo que transmite no leyó específicamente La interpretación de los sueños,
pero dice algo que viene al caso: «Explorar el inconsciente, trabajar en el subsue-
lo de la mente con métodos especialmente apropiados, tal será la tarea principal
de la psicología en el siglo que se abre» (Bergson, 1901, p. 120).
Esta idea aún persiste. En el espesor de las imágenes se corre el riesgo de
depositar significaciones preconcebidas que lo único que producen es tejerlas
nuevamente en la vieja trama de la interioridad, en un psicologismo a ultranza.
No podemos perder de vista que durante mucho tiempo, para Freud todo
sueño significaba la expresión de un deseo. Al menos hasta Más allá del princi-
pio de placer (Freud, 1920), el psicoanálisis freudiano no admitirá otra cosa que
el sueño como cumplimiento de deseo. A partir de ese trabajo redimensionará
el principio de placer formulado antes por Fechner. La primacía y la omnipre-
sencia de dicho principio serán cuestionadas por la compulsión a la repetición.
Los llamados «sueños traumáticos», los sueños de las neurosis de guerra, o de
las «neurosis traumáticas» ya no serán considerados por Freud como sueños de
cumplimiento de deseos. Ya no será el deseo preexistente, sino la repetición del
trauma lo que ahora reconducirá a algo ya producido en otro lugar.
Además, si interpretar un sueño significa indicar su sentido, parece bastante
sesgado tener que confirmar a priori la hipótesis de que todo sueño es un cum-
plimiento de deseo, lo que acarrea consecuencias en el modo en que se produce
su significación; esto es de lo que nos advierte Foucault.
Al finalizar su introducción, Foucault da un giro de la mano de René Chair,
donde plantea que la imagen dejaría de ser imagen de algo. Ya no designa algo,
sino que «se dirige a alguien», apareciendo como una modalidad de expresión.
Es este dirigirse a alguien que enfatiza cómo son acogidas las imágenes. No
entiendo que podamos acompañarlo en su propuesta de la antropología de la
expresión, pero sí en ese dirigirse a alguien de las imágenes.
98 Universidad de la República
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José Assandri
Primera parte
Jacques Derrida afirmó que el recorrido de Michel Foucault no hubiera sido
posible sin el psicoanálisis. Tal vez sea una afirmación demasiado taxativa, pero,
por lo menos, es necesario considerar que hubo un diálogo entre Foucault y
el psicoanálisis. Se lee de modo diferente si se tiene esto en cuenta que si se lo
deja de lado. Es cierto que hay dificultades para establecer cómo se ha dado ese
diálogo entre un campo tan particular como el psicoanálisis y un autor como
Michel Foucault, no menos particular. Pero evidentemente alguien que abordó
la locura, la enfermedad, el crimen, la sexualidad, la verdad, el sujeto… no po-
día evitar referirse al psicoanálisis. Habría sido pasar de largo a una cita con la
historia. Del lado del psicoanálisis, eludir citarse con Foucault no sería más que
otro desconocimiento. La cuestión entonces es qué hacer con esas dificultades.
Algunas merecen un trato específico, otras pueden agruparse, como, por ejem-
plo, la cronología y el léxico. Ambas son clave cuando se trata de un diálogo.
Utilizar la vida de Foucault como línea del tiempo para fechar paso a paso
ese diálogo genera contratiempos. En primer lugar porque su recorrido y sus
referencias al psicoanálisis no están solo en los libros que publicó, sino también
en sus entrevistas, en sus cursos, en sus conferencias, en sus pequeños textos.
Eso hizo que solo con el paso del tiempo, después de su muerte y del cuidadoso
trabajo de establecimiento que han llevado adelante sus discípulos y amigos, han
ido emergiendo más claramente las veces y los modos en que Foucault se refirió
al psicoanálisis y lo interpeló. Eso hace que, en algunos casos, las respuestas se
ajustaron al momento en que Foucault se dirigió al psicoanálisis, y en otros, re-
cién pudieron efectuarse luego de la muerte del autor y del trabajo con su obra
que todavía hoy continúa.
Aún con estas dificultades, es de interés establecer algunos mojones de ese
diálogo, como, por ejemplo, «Theatrum philosophicum». Allí afirmó que el psi-
coanálisis deberá ser entendido como práctica metafísica. O leer en La verdad
y las formas jurídicas (Foucault, 1996), donde, como parte de un proyecto más
amplio, se propuso:
Título
Fuente:
Segunda parte
Al comienzo del diálogo Hermótimo se lee que es Licino, y no por casualidad,
quien se dirige a Hermótimo:
Licino: A juzgar, Hermótimo, por el libro que llevas y por el ritmo rápido de
tu paso, parece que vas a toda prisa a casa de tu maestro. Al menos ibas pen-
sando algo mientras caminabas, pues movías los labios susurrando y agitabas
la mano a un lado y otro como si estuvieras componiendo un discurso para ti
mismo, planteando alguno de esos problemas enrevesados o abordando sesu-
damente alguna cuestión típica de los sofistas; así que ni aun cuando vas andan-
do descansas, sino que estás en permanente actividad, haciendo algo práctico
que de paso pueda servirte para tus estudios.
Hermótimo: Sí, por Zeus, algo de eso hay, Licino. Estaba repasando en la
memoria cada punto que nos explicó en la sesión de ayer. Creo que no de-
bemos desperdiciar ninguna oportunidad, sabedores de que es cierto lo que
decía el (famoso) médico de Cos: breve es la vida, pero duradera la ciencia…
(Luciano, 1992, p. 25).
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Gonzalo Percovich
Michel Foucault se refiere al libro anónimo My secret life en varios de sus artícu-
los y libros. En el prefacio que el filósofo escribe para la edición francesa afirma
que su autor es el hermano mayor de Sigmund Freud. Y en ese sentido propone
realizar una labor de comparación de lo que ellos dicen: determinar qué de las
descripciones eróticas del autor anónimo son susceptibles o no de pasar de la
cama al diván, y si las profundidades y sentidos sexuales descritos por Freud
pueden dar cuenta de los placeres relatados por el autor secreto. La pregunta
de Foucault será entonces si esos dos discursos pueden superponerse. El trabajo
apuntará a brindar algunas referencias acerca de esta sugerencia foucaultiana.
Gocé desde la juventud de excelente memoria y, en materias sexuales, es prodi-
giosa; las mujeres fueron el placer de mi vida. Amaba la concha (cunt) pero tam-
bién a quien la tenía; me gustaba la mujer con quien cogía y no solo la concha
donde cogía, y hay en ello gran diferencia. Aún hoy recuerdo hasta el punto de
asombrarme, rostro, color, estatura, muslos trasero y concha de prácticamente
todas las mujeres [con quien estuve] incluso de [de aquellas muy ocasionales].
La ropa que vestían, las casas y habitaciones donde las poseí, se encontraban
mentalmente ante mí mientras escribía, y recordaba perfectamente la disposi-
ción de la cama y de los muebles, o en qué parte de la habitación se encontraban
las ventanas. […] También recuerdo en buena medida cuanto dijimos e hicimos,
y en general nuestras indecentes distracciones (S.a., 2006, p. 46).
En cuestión de conchas, no hay como la novedad. Una concha nueva siempre
tiene su encanto, por muy fea que sea su dueña. […] Era una concha de una
voluptuosidad superlativa, un espléndido pedazo de carne follable, pero nada
más […] Verga y concha han de ir siempre juntos por mucho que se quiera
impedirlo (Gibson, 2003, p. 279).
Esta cita pertenece a un libro absolutamente inconmensurable. Me refiero
a My Secret Life (Mi vida secreta), de autor anónimo. Un relato de la vida
sexual de un personaje llamado Walter que Michel Foucault elogia y propone
como pieza esencial de lectura para iniciar su genealogía de la sexualidad. A
partir de allí mi interés en seguir los pasos que el filósofo dio en torno a este
texto pornográfico. Dicho libro—impreso clandestinamente en Holanda a fines
del siglo XIX, en tiempos de la Inglaterra victoriana—comprendia en su ori-
gen 11 enormes volúmenes. Se editaron apenas seis ejemplares. Por múltiples
motivos hemos recibido una versión en español francamente reducida y aun
así exhaustiva. El autor, presuntamente un gentleman inglés llamado Sir Henry
Spencer Ashbee, afirma en el prefacio de su texto de carácter autobiográfico:
Ivana Deorta
Liminar
El Instituto de Investigación Social fue creado en 1923 por Felix Weil y
Friedrich Pollock. El tipo de investigaciones que Pollock y Weil estaban inte-
resados en desarrollar no tenían cabida en el ámbito universitario: sus intereses
eran demasiado amplios como para confinarlos a una disciplina en particular
y su propuesta era demasiado radical para tener cabida en un ámbito bastante
cerrado y jerárquico como el sistema académico alemán. A Weil le interesaba
abordar temas que estaban fuera del curriculum académico y pretendía que el
Instituto llegara a ser conocido por sus aportes al marxismo. El Instituto tuvo,
en sus comienzos, un interés netamente marxista ortodoxo con resistencias ha-
cia las cuestiones teóricas. Bajo la dirección de Carl Grünberg, orientaba sus
investigaciones hacia cuestiones empíricas e históricas basadas en general en un
marxismo mecanicista y no dialéctico. El giro hacia la Teoría crítica se produjo
con la dirección de Horkheimer a partir de 1931.
El Instituto Psicoanalítico de Frankfurt, creado por Karl Landauer y
Heinrich Meng, se inauguró en 1929. Instalado en el edificio donde funciona-
ba el Instituto de Investigación Social, fue el lugar para la reflexión teórica en
psicoanálisis, mientras que los trabajos clínicos se concentraban en el Instituto
Psicoanalítico de Berlín. Gracias a los vínculos establecidos por integrantes del
Instituto Psicoanalítico de Frankfurt con Max Horkheimer y Leo Löwenthal,
el psicoanálisis freudiano ingresó por primera vez a la universidad. Martin Jay
(1974) da noticia de dos cartas de Freud dirigidas a Horkheimer en agradeci-
miento por promover el ingreso del psicoanálisis al ámbito universitario.
Ambos institutos fueron clausurados en 1933 por los nazis. A partir de
ese año, el Instituto de Investigación Social comenzó a funcionar en el exilio.
Primero en Ginebra, donde ya en 1931 se había establecido una filial. Esta
anticipación respondía en parte a la previsión de los acontecimientos que se
estaban gestando y que algunos estudios realizados por este Instituto pudieron
prever. Bajo la dirección de Erich Fromm, durante los años previos a 1933
(1929-30) en Frankfurt, realizó un estudio sobre la conciencia política de los
obreros y los empleados alemanes. Esta investigación, que incorporaba como
novedad la entrevista psicoanalítica en profundidad, concluyó que los traba-
jadores alemanes tenían una alta predisposición al sometimiento a la autori-
dad, es decir, que el potencial fascista concentrado en la población obrera se
Marcelo Real
Plan
«Estética de sí». La expresión es empleada por Foucault el 12 de febrero de
1982 en su curso sobre La hermenéutica del sujeto (Foucault, 2001b, p. 239)
de manera muy próxima a otras como «arte (tekhnê) de sí» (Foucault, 1984b, p.
76) o «artes de existencia» (Foucault, 1984b, p. 14), para analizar, al menos en
principio, el uso de los placeres (aphrodisia) y la meta ética de los griegos: tekhnê
peri bion, saber hacer de la propia vida (bios) una obra de arte.
Escribo «en principio» porque para Foucault el modo en que a través de la
construcción de un estilo de vida se puede producir un proceso de subjetiva-
ción tiene su interés también en la actualidad en la medida que, en definitiva, la
considera «tarea urgente, fundamental, políticamente indispensable, si es cierto,
después de todo, que no hay otro punto, primero y último, de resistencia al
poder político que en la relación de sí consigo.» (Foucault, 2001b, p. 240). De
este modo, esta categoría le servirá también para pensar desde la filosofía que en
el siglo XVI se desarrolla con Montaigne hasta la que en el siglo XIX propone
Nietzsche. Incluso propondrá considerar desde esta perspectiva tanto al marxis-
mo y al anarquismo como al psicoanálisis.
Jean Allouch ha elaborado una respuesta a Foucault sobre la cuestión del
psicoanálisis como ejercicio espiritual. Sin embargo, si bien retoma las expre-
siones «arte de vivir» o «modo de vida», el énfasis está puesto en los ejercicios
vinculados a las transformaciones que tiene que hacer un sujeto para acceder a
la verdad (Allouch, 2007) en la parrhesía, es decir, en el decir veraz (vrai-dire).
Prosiguiendo este debate, intentaré aquí entonces explorar qué luz podría
arrojar un análisis que pusiera el acento no tanto en la relación entre la espiritua-
lidad y la veridicción, sino en la estética y la sensación (aisthesis).
Así pues, y comenzando por una descripción de la existencia estética grie-
ga, quisiera plantear una serie de cuestiones que atañen a las posibles relaciones
entre una estética de sí y un psicoanálisis, o a la posibilidad de pensar un psicoa-
nálisis en tanto estética de sí. Admitiéndose que el análisis pueda funcionar como
cierto tipo actual de ejercicio estético quisiera plantear tres cuestiones que no
puedo formular más que como preguntas abiertas y que, lejos de procurar res-
ponderlas o resolverlas, las expongo a la discusión. Ellas contienen algunos pun-
tos de la existencia estética grecorromana que a mi entender se extienden desde
la Antigüedad hasta nuestros días, así como otros que entran en cortocircuito
con las diferentes modulaciones de la estética que pueden advenir en el curso de
un análisis. Primero, la cuestión de la belleza.
Política de la sensación
Lo que he querido plantear hasta aquí es que la estetización de sí no comprende
simplemente hacer de la propia vida una obra de arte, sino también extraer de la
propia existencia el material de sensación, llevar adelante una vida ligada estre-
chamente a la sensación, a la sensación de sí. En efecto, tal estilización del modo
de vida supone también transformaciones en el modo de sentir(se), es decir, en
las relaciones de sensación.
Sin embargo, no se trata aquí de afirmar la existencia de una sensación pura
y simple, bruta y salvaje. Lacan ya había señalado que no hay sensación que no
esté penetrada de sentido; pero lo que sabemos a partir de Foucault es que la
sensación no solo está tomada desde el vamos en las redes del significante, sino
también en las tramas del saber y el poder, que no hay experiencia sensible que
no esté envuelta en relaciones de saber (Deleuze, 1987, p. 143) y relaciones de
poder (es decir aquellas en las que el poder también se enfrenta con los contra-
poderes o resistencias).
Si seguimos sus análisis, aprendemos que es en el entramado de esas re-
laciones de saber-poder que se ha establecido no solo la experiencia estética
de las aphrodisia, sino también la de la carne y la de la sexualidad. Aunque de
Presentación
Hablar de espiritualidad y de alma remite inmediatamente a la teología, a la
filosofía o la metafísica. Ellas las contienen desde siempre, sin embargo, no son
de su exclusividad. Sin lugar a dudas, las diferentes expresiones del arte no han
dejado nunca de convocarlas, pero también diferentes campos del saber se han
ocupado de ubicarlas en sus teorizaciones.
Si bien desde sus inicios el psicoanálisis le ha otorgado un lugar especial
al alma y a la espiritualidad, términos tales como alma, espíritu y espiritualidad
no han tenido siempre relevancia para los psicoanalistas. Las pretensiones de
otorgarle un estatuto de credibilidad han llevado, muchas veces, a que el psicoa-
nálisis se vuelque hacia los modelos de cientificidad.
Para Foucault (1981-82 [2002]), diferentes elementos del psicoanálisis, y
en particular en el psicoanálisis de Lacan, le resultan recuperaciones de exi-
gencias propias de la espiritualidad de las escuelas filosóficas antiguas: ¿de qué
manera accede el sujeto a la verdad? y ¿qué transformaciones produce en este el
acceso a la verdad?
Esta línea implica ubicar al psicoanálisis como otra configuración de esos
elementos que estaban presentes en las escuelas filosóficas antiguas. Esto no sig-
nifica dejar de lado lo radicalmente nuevo que tuvo la invención del psicoanálisis;
tanto lo novedoso como los puntos de contacto serán posibles si se los ubica
dentro de su propia genealogía. Se trata del estatuto epistémico del psicoanálisis,
el cual no es una psicología, no es una ciencia, no es una religión, no es un arte ni
es magia, sino una forma de saber que no es absolutamente nueva.
De la espiritualidad en psicoanálisis
Entonces, ¿cuál es el lugar que ha obtenido la espiritualidad en el psicoanálisis?
Desde sus comienzos, con Freud, ha estado presente; alcanza con recordar el
trabajo que realizó sobre las Memorias del presidente Schreber (Freud, 1911
[1991]), quien se detiene en la transformación de su alma.
Si bien Freud se dedicó a construir sus conceptualizaciones sobre el aparato
psíquico o anímico, y por lo tanto es posible leer un énfasis en el psiquismo, no
por ello están ausentes en su obra referencias al alma. De hecho, el término ale-
mán seele que se ha traducido por psiquis tiene como principal acepción alma. Ya
en la parte «Tratamiento psíquico (tratamiento del alma)» de las «Publicaciones
prepsicoanalíticas», de 1890 plantea que:
«Psique» es una palabra griega que en alemán se traduce «Seele» (ʻalmaʼ). Según
esto, «tratamiento psíquico» es lo mismo que «tratamiento del alma». Podría
Encuentros y desencuentros
Vincular la espiritualidad y el «cuidado de sí» en Foucault con el psicoanálisis
(Freud y Lacan) genera necesariamente polémica. Uno de los puntos de ma-
yor divergencia refiere a las nociones de verdad y de sujeto en dichos campos.
Como ya indicamos, sobre esta problemática hay un trabajo que vienen realizan-
do algunos psicoanalistas de la École Lacanienne de Psychanalyse a partir de la
publicación del libro de Allouch (2007) sobre la espiritualidad en el psicoanáli-
sis. En dichos trabajos se señalan los encuentros y desencuentros posibles entre
Foucault, Freud y Lacan respecto de la espiritualidad. Entendemos que no se
trata de asimilar un autor con el otro, sino de presentar algunos posibles puntos
de cercanía e, incluso más, problematizar el campo teórico del psicoanálisis con
las provocaciones de algunos teóricos como Foucault.
Apertura
Durante el 2003, Jean Allouch anunció que había encontrado en Foucault, en
su afilada crítica al psicoanálisis, una posición desde donde continuar pensan-
do. Dio lugar a varios escritos donde propone un psicoanálisis como un ejerci-
cio espiritual, una erotología e incluso como práctica que considere un sujeto
en el cual se presentan, inciden e insisten actos que dependen de su libertad.
El recorrido realizado lo lleva a afirmar en 1997, que «el psicoanálisis será fou-
caultiano, o no será» (Allouch 2015, p 183). Esta afirmación nos produce una
primera pregunta ¿qué es ser foucaultiano? y luego, ¿qué implicancias tiene
para el psicoanálisis?
El lugar del saber, del poder y del sujeto parecen ser problemas comunes
que Allouch insinúa en torno a gestos y estilos. La pregunta por el lugar de
las teorizaciones foucaultianas permite pensarlo, en primera instancia, como un
punto de exterioridad y en el reconocimiento como formando parte de la histo-
ria del psicoanálisis, para que puedan establecerse preguntas y ensayar respues-
tas, reinventar prácticas y reconducirlas en una inagotable critica de sí. En estas
líneas presentamos algunos apuntes producto de lecturas iníciales que hacen a la
relación de algunas cuestiones asidas por algún psicoanálisis foucaultiano.
Gestos y estilos
¿Qué es entonces lo que me condujo a trazar esta
vía, a expensas de otras posibles?…
Se trata de una pretensión sin ninguna garantía…
Jean Allouch
Jean Allouch señaló que «tenemos a cargo hacer que Lacan alcance a Foucault»
(2015, p. 183). Parece estar evocando lo que Castro (2014) señalara respecto de
la filosofía: esta contiene gestos y estilos, que definen puntos de partida y modos
de proceder. A propósito del estilo Allouch dirá, en este caso sobre Lacan, que
si bien le atrajo su estilo este es «completamente inimitable» y que, en todo caso
la imitación de rasgos de estilo solo dificulta hacerse preguntas (en Aboslaiman,
et. al., 2008). En la apertura a los Escritos I, Lacan escribe «el estilo es el
hombre mismo» (1985, p. 21). Con esto no remite a la referencia psicológica
de la personalidad, como atributo, sino que el estilo es «el hombre al que nos