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Algunas características influidas por la herencia y el ambiente

Teniendo en mente la complejidad que representa desenmarañar las influencias de la


herencia y el ambiente, examinemos qué se sabe acerca de sus papeles en la producción de
ciertas características.

Rasgos físicos y fisiológicos

Los gemelos monocigóticos no sólo se parecen en general, sino que también son más
concordantes que los dicigóticos en sus riesgos de padecer trastornos médicos como
hipertensión, cardiopatía, embolia, artritis reumatoide, úlcera péptica y epilepsia (Brass,
Isaacsohn, Merikangas y Robinette, 1992; Plomin et al., 1994). El ciclo de vida también
parece estar influido por los genes (Sorensen, Nielsen, Andersen y Teasdale, 1988).

La obesidad, que a veces simplemente se llama sobrepeso, es un padecimiento


multifactorial. Se define en la infancia como tener un índice de masa corporal, o IMC
(comparación de peso y estatura), en o superior al percentil 95 según la edad y el sexo. Los
estudios con gemelos, los estudios de adopción y otras investigaciones sugieren que 40 a
70% del riesgo es genético. Un estudio longitudinal de factores de riesgo de cardiopatía,
que comenzó en 1973 en el área de Bogalusa, Louisiana, ha vinculado genes específicos y
sus localizaciones cromosómicas con las mediciones de masa corporal tomadas a lo largo
de varias décadas (Chen et al., 2004). Un gen clave, el GAD2 en el cromosoma 10,
normalmente controla el apetito; pero una versión anormal de este gen puede estimular el
hambre y la ingesta excesiva de alimentos (Boutin et al., 2003).

El tipo y cantidad de comida ingerida en un hogar en particular o en un grupo social o


étnico específico, así como la cantidad de ejercicio que se aliente, pueden aumentar o
disminuir la probabilidad de que una persona se vuelva obesa. La rápida elevación en la
prevalencia de obesidad en los países occidentales parece ser el resultado de la interacción
de una predisposición genética con ejercicio inadecuado (Leibel, 1997).

Inteligencia

La herencia ejerce una fuerte influencia en la inteligencia general (según se mide con las
pruebas de inteligencia) y, a menor grado, en capacidades específicas como la memoria,
capacidad verbal y capacidad espacial (McClearn et al., 1997; Petrill et al., 2004; Plomin et
al., 1994; Plomin y DeFries, 1999; Plomin y Spinath, 2004). Como se mencionó antes en
este capítulo, varios genes se han asociado, de manera tentativa, con la inteligencia
(Posthuma y de Gues, 2006). La experiencia también cuenta; como se muestra en la figura
3-8, un ambiente enriquecido o empobrecido puede afectar, en forma sustancial, el
desarrollo y expresión de la capacidad innata (Neisser et al., 1996).

La evidencia del papel de la herencia en la inteligencia proviene de estudios de adopción y


con gemelos. El CI de los niños adoptados se acerca consistentemente más al CI de sus
madres biológicas que al de sus padres y hermanos adoptivos, y los gemelos monocigóticos
se parecen más en inteligencia que los gemelos dicigóticos. Este patrón también ocurre en
el desempeño dentro de pruebas de aprovechamiento en la escuela primaria y en los
exámenes de la National Merit Scholarship (Beca Nacional al Mérito) aplicados a los
estudiantes de educación media. Los estudios producen un estimado consistente de
heredabilidad de cerca de 50% para las capacidades espaciales, lo cual quiere decir que las
diferencias genéticas explican aproximadamente la mitad de la variación observada entre
los miembros de una población. Una estrecha correlación entre las capacidades verbales y
espaciales sugiere un vínculo genético entre los componentes de la inteligencia (Petrill et
al., 2004; Plomin y DeFries, 1999). De hecho, es probable que los mismos genes que
afectan a una capacidad cognitiva también afecten a las demás (Plomin y Spinath, 2004).

Asimismo, la influencia genética, que es la principal responsable de la estabilidad en el


desempeño cognitivo, aumenta con la edad. El ambiente familiar compartido parece tener
una fuerte influencia en los niños pequeños, pero su influencia disminuye en adolescentes y
adultos, que están más propensos a encontrar su propio nicho al seleccionar, de manera
activa, los ambientes compatibles con sus capacidades hereditarias y sus intereses
relacionados. En contraste, el ambiente no compartido influye a lo largo de la vida y es
responsable principalmente de los cambios en desempeño cognitivo (Bouchard, 2004;
Petrill et al., 2004; Plomin y Spinath, 2004).

Personalidad

Los científicos han identificado genes relacionados directamente con rasgos específicos de
personalidad, como el neuroticismo, que quizá contribuyan a la depresión y la ansiedad
(Lesch et al., 1996). La heredabilidad de los rasgos de personalidad parece estar entre 40 y
50% y existe poca evidencia de influencia ambiental compartida (Bouchard, 2004). El
temperamento, el estilo característico de una persona para abordar las situaciones y
reaccionar ante ellas, parece ser principalmente innato y con frecuencia es consistente a lo
largo de los años, aunque puede responder a experiencias especiales o al manejo parental
(Thomas y Chess, 1984; Thomas, Chess y Birch, 1968). Los hermanos —tanto gemelos
como no gemelos— tienden a ser similares en temperamento (Saudino, Wertz, Gagne y
Chawla, 2004). Un estudio observacional de 100 pares de hermanos de siete años de edad
(la mitad de ellos hermanos adoptivos y la mitad hermanos de nacimiento) encontró
influencias genéticas significativas en su actividad, sociabilidad y emocionalidad (Schmitz,
Saudino, Plomin, Fulker y DeFries, 1996).

La religiosidad está sujeta tanto a influencias genéticas como ambientales, según un estudio
de 169 pares de gemelos monocigóticos y 104 pares de gemelos dicigóticos de Minnesota.
El estilo de crianza infantil y la vida familiar tienen la influencia más fuerte en la infancia,
pero las influencias genéticas se vuelven más predominantes a partir de la adolescencia
(Koenig, McGue, Krueger y Bouchard, 2005).

Psicopatología

Existe evidencia de una fuerte influencia hereditaria en trastornos mentales, tales como
esquizofrenia, autismo y depresión. Todos tienden a repetirse dentro de familias y muestran
mayor concordancia entre gemelos monocigóticos que entre gemelos dicigóticos. No
obstante, la herencia por sí sola no produce esos trastornos; es posible que la tendencia
heredada se active por factores ambientales. Por ejemplo, los niños con una forma corta del
gen transportador de serotonina 5-HTTLPR son vulnerables a la depresión si tienen
familias frías y carentes de apoyo, pero no si tienen familias nutricias y que les dan apoyo
(Taylor et al., 2006). (El autismo se analiza en el apartado 6-1 del capítulo 6 y la depresión
en los capítulos 14 y 15.) En la actualidad, se reconoce que la esquizofrenia es un trastorno
neurológico (Gray y Thompson, 2004), el cual se caracteriza por la pérdida de contacto con
la realidad y por síntomas tales como alucinaciones y delirios; tiene causas multifactoriales
(Berry, Jobanputra y Pal, 2003; Tuulio-Henriksson et al., 2002; Vaswani y Kapur, 2001). El
riesgo de esquizofrenia es diez veces mayor entre hermanos e hijos de esquizofrénicos que
en la población general, y los estudios con gemelos y de adopción sugieren que este
aumento en riesgo proviene de genes, y no de ambientes, compartidos. Los estimados de
heredabilidad son tan elevados como 80 a 85% (McGuffin, Owen y Farmer, 1995; Picker,
2005).

Ningún gen específico parece ser responsable (Picker, 2005). La investigación identifica
diversas variantes de genes que aumentan la susceptibilidad a la esquizofrenia (Xu et al.,
2005; Cannon et al., 2005; Egan et al., 2004). Un examen posmortem sugiere que es posible
que el trastorno se origine en la falta de una sustancia llamada reelina, que ayuda a ubicar
las células nerviosas en el cerebro en desarrollo (Impagnatiello et al., 1998).

Debido a que no todos los gemelos monocigóticos son concordantes para la enfermedad, su
causa no puede ser puramente genética. Es posible que la esquizofrenia se derive de una
serie de insultos neurológicos durante la vida fetal (Picker, 2005; Rapoport, Addington y
Frangou, 2005), como una exposición de la madre a la influenza en el primer trimestre del
embarazo (Brown, Begg et al., 2004), o a la rubéola e infecciones respiratorias durante el
segundo y tercer trimestres. Los lactantes que nacieron en áreas urbanas o durante el final
del invierno o principio de la primavera parecen estar en mayor riesgo, al igual que aquellos
cuyas madres experimentaron complicaciones obstétricas o que estuvieron en condición de
pobreza o con graves privaciones debidas a guerras o hambruna (Picker, 2005). Se ha
demostrado una relación entre la desnutrición fetal y la esquizofrenia en estudios realizados
en Holanda (Susser y Lin, 1992), Finlandia (Wahlbeck, Forsen, Osmond, Barker y
Eriksson, 2001) y China (St. Clair et al., 2005).

La edad avanzada del padre es un factor de riesgo para la esquizofrenia. En grandes


estudios con base en la población realizados en Jerusalén y Dinamarca, el riesgo del
trastorno aumentaba grandemente cuando el padre tenía 50 años o más (Byrne, Agerbo,
Ewald, Eaton y Mortenson, 2003; Malaspina et al., 2001). Un estudio sobre 700 000
nacimientos en Suecia estimó que 15.5% de los casos de esquizofrenia implicaban a un
padre mayor de 30 años al momento del nacimiento (Sipos et al., 2004).

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