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Como es sabido, el cristianismo se desarrolló dentro del Imperio romano y convivió con él durante cerca de cinco
siglos.
La educación cristiana se realizó en los primeros tiempos directa, personalmente. Los educadores fueron Jesús
mismo -el Maestro por excelencia-, los apóstoles, los evangelistas y en general los discípulos de Cristo.
Es una educación sin escuelas, como lo fue la budista, la judaica y en general todas las religiones en los primeros
tiempos de su existencia.
El medio o ambiente educativo en esta primera época es, de una parte, la comunidad cristiana primitiva, que poco
a poco va convirtiéndose en la organización de la iglesia, y de otra la familia, que constituye el núcleo inmediato
de la vida y la educación y que subsiste a través de todos los cambios históricos.
Surge una forma propia de enseñanza, no con carácter pedagógico, sino religioso, de preparación para la
vida ultraterrena, y más concretamente para el bautismo, que se hacía en la edad adulta. Surge entonces la
instrucción catequista, dada por la iglesia misma o por delegados especiales que instruían a los catecúmenos,
como maestros, y a los que se llamaba "didascales".
Esta preparación, al principio muy elemental, fue desarrollándose poco a poco, hasta convertirse en escuelas
propiamente dichas, que estaban a cargo de los sacerdotes.
El contenido de esta instrucción era naturalmente el catecismo, aunque más tarde se añadieron el canto y la
música.
En la época de la persecución religiosa estas enseñanzas y estas escuelas funcionaban, como es sabido,
clandestinamente, en los lugares dedicados al culto y a los enterramientos (catacumbas).
Durante mucho tiempo la educación cristiana primitiva
estuvo reducida a esta instrucción elemental catequista.
Pero paulatinamente se comprendió la necesidad de contar
con personal docente especialmente preparado para la
educación y surgieron las escuelas de catequistas, la
primera de las cuales fue la Escuela de Alejandría, creada
hacia 179 por Panteneus, un filósofo griego convertido. En
ella se daba enseñanza religiosa desde un punto de vista
superior, enciclopédico y teológico a la vez. Al fundador de
la Escuela le sucedieron dos de los más sobresalientes
Padres de la Iglesia: San Clemente y Orígenes. La Escuela
llega convertirse en el centro de la cultura religiosa y
sacerdotal más importante de su época.
Más adelante surge un tipo nuevo escolar, la
escuela epicospal para la formación de
eclesiásticos, y cuyo ejemplo más distinguido
es la fundada por San Agustín en Hipona. En
estas escuelas se daba una instrucción superior
a los aspirantes a la iglesia (diáconos,
sacerdotes, etc.), consistente en la enseñanza
de la teología y el servicio eclesiástico, en
tanto que la cultura humanista la recibían en
las escuelas tradicionales romanas.
Finalmente, después de las invasiones de los bárbaros, nace un tipo de escuela
elemental, la parroquial o escuela presbilerial, la escuela en las iglesias rurales.
El Concilio de Vaison, de 259, ordena "a todos los sacerdotes encargados de parroquia
recibir en calidad de lectores a jóvenes, con el fin de educarlos cristianamente, de
enseñarles los salmos y las lecciones de Escritura y toda ley del Señor de modo que
puedan preparar entre ellos dignos sucesores". Esta recomendación fue repetida por
otros Concilios como el de Mérida, en España, en 666.
Todas estas escuelas tienen un horizonte
muy limitado: la formación de eclesiásticos;
la mayoría de la población quedaba sin
instrucción o la recibía en las escuelas
romanas ordinarias, hasta que éstas
desaparecieron con la invasión de los
bárbaros. Entonces la enseñanza se dio en
los monasterios, como los únicos
sostenedores de la educación y la cultura.
La educación monástica surgió en Oriente, entre los monjes que se retiraron al desierto y que organizaron los
primeros monasterios.
En ellos recibieron novicios a los que se daba una educación más ascética y moral que intelectual. Sin embargo,
ésta no quedaba excluida ya que aquellos deberían poder leer las Sagradas Escrituras.
En la Regla de San Pacomio, hacia 320-340, se prescribe que si un ignorante entra en el monasterio se le dará para
aprender veinte salmos o dos epístolas. Si no sabe leer aprenderá con un monje letrado, a razón de tres horas de
lección por día, las letras, las sílabas y los nombres.
Por su parte, la Regla de San Basilio ordena que se admita desde la primera infancia a los niños que les lleven sus
padres o a los huérfanos para enseñarles a leer y conocer la Biblia. Lo mismo recomendará San Juan Crisóstomo
hacia 375.
Pero toda esta educación, como la anterior, sigue reservada a una minoría; en aquélla de eclesiásticos; en ésta de
monjes. Tal educación se extiende también a los monasterios de monjas, a las que se obliga a aprender a leer, a
consagrarse a la lectura y a la copia de manuscritos.
El movimiento de la educación monástica culmina con la Regla de la Orden de San
Benito (hacia 525), que da el patrón para este tipo de educación en toda Europa.
En ella se dispone la lectura de textos sagrados durante la comida de los monjes; la
admisión de niños para su educación; el trabajo de los monjes ya que "la ociosidad es
el enemigo del alma" y las horas de lectura fuera le las comidas, tomando los libros
de la biblioteca que debe haber en el monasterio, instituyéndose un inspector para
hacer que se realicen las lecturas. En suma, la orden de los benedictinos llegó a
convertirse en un verdadero centro de cultura y educación.
LOS PRIMEROS EDUCADORES Y PEDAGOGOS CRISTIANOS