Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1. LA “BUENA NUEVA”
La buena nueva anunciada por Jesucristo y predicada por sus discípulos se propagó
velozmente en la segunda mitad del siglo I. Otros nuevos cultos, otras religiones habían
conocido una fortuna más o menos grande y duradera en aquel inmenso ámbito cultural que
habían sustituido a la pequeña comunidad de las polis: los hombres, carecientes de un
centro firme para los valores morales, se habían quedado solos con su destino individual y
se debatían en el ansia de darle un valor y un significado.
En las Epístolas de San Pablo encontramos una interpretación análoga. San Pablo presenta
en forma tajante la alternativa entre la vida según la carne y la vida según el espíritu, entre
el antiguo hombre, que es el hombre corpóreo, y el hombre nuevo y espiritual. El hombre
nuevo nace en la comunidad de los cristianos, en el seno de la Iglesia, que es el Cuerpo de
Cristo del que los cristianos son los miembros. En esta comunidad cada uno debe cumplir
la función a que lo destine su vocación, y el vínculo común que suelda la Iglesia y hace de
ella un solo cuerpo es el amor o caridad a la que, por lo mismo, San Pablo exalta por
encima de las otras dos virtudes cristianas fundamentales, la fe y la esperanza. El
cristianismo paulino marca el momento de la identificación del reino de Dios anunciado por
Cristo con la comunidad cristiana o Iglesia, tal cual había venido constituyéndose
históricamente como resultado de la revelación cristiana.
Esta acción educativa fundada directamente sobre los evangelios se dirigía sobre todo a los
adultos, y la ejercían –cuando aún no se establecía una diferencia entre clero y seglares-
ciertos fieles delegados para ello que se denominaban simplemente maestros (didaskaloi).
La educación precedía al acto del bautismo, que era la forma de iniciación cristiana con la
cual se pasaba a formar parte de la comunidad de los fieles y se ganaba la admisión a la
más importante ceremonia, el ágape eucarístico.
Más tarde, la preparación de los candidatos al bautismo o catecúmenos se confió no ya a
simples cristianos iniciados, sino a sacerdotes especialmente preparados. La instrucción
duraba dos o tres años, pasaba por distintos grados y consistía esencialmente en la
enseñanza de la historia sagrada del Antiguo Testamento (que la mayoría de los no hebreos,
es decir, desde hacía mucho, la mayoría de los aspirantes a cristianos, desconocía del todo),
de la vida y la predicación de Cristo según los evangelios, de las oraciones y sobre todo de
los preceptos morales indispensables para el espíritu cristiano; la especulación doctrinal
tenía en ello poca parte. Las “escuelas de catecúmenos” de este tipo duraron varios siglos el
cristianismo no se preocupó de la instrucción común y corriente, aceptando sin más la
organización escolar y la enseñanza existentes, aun cuando estaban a cargo de paganos. El
cristianismo reprobaba el que los cristianos adultos fuesen aficionados a la literatura y
sobre todo a la mitología pagana, pero en cambio consideraba como un inconveniente
inevitable y no grave la presencia de la cultura pagana en las escuelas. Esta actitud se debía
sobre todo a su conciencia de la propia fuerza de expansión, ante la cual la cultura pagana
común y corriente era obstáculo de poca monta, además de que expresaba su despego por
las cosas del mundo; pero por otra parte en ello influía mucho la circunstancia de que para
propagarse el cristianismo requería un ambiente social no demasiado inculto o iletrado.
Como todas las religiones basadas en una determinada revelación escrita, exige que se
conozca la “palabra de Dios” contenida en los textos sacros; en efecto su propagación está
ligada a las traducciones de la biblia, primero al griego y al latín, y luego a muchas otras
lenguas.
Es digno de mención el hecho de que ahí donde aún no existían las escuelas y cultura
literaria, es el cristianismo el que las promueve (así en Etiopía, Armenia y Georgia y más
tarde en los países germánicos y eslavos). Por consiguiente, los misioneros de la fe serán
también, en no poca medida, misioneros de una cultura, naturalmente de carácter cristiano-
helenístico, Cirilo y Metodio, en el siglo se verán constreñidos incluso a inventar un
alfabeto para los eslavos que carecían de él. Es natural que esas escuelas creadas de la nada
fueran simultáneamente escuelas de cultura y de religión.
Escuelas de cultura y religión son asimismo las escuelas cenobíticas que se desarrollaron
en los monasterios, sobre todo al desintegrarse el sistema escolástico clásico en buena parte
de Occidente. Hacia el siglo IV el monarquismo había dejado de ser un fenómenos de
ascetismo solitarios (monakos=solitarios) asumiendo, primero en Oriente, más tarde
también en Occidente, formas comunitarias. En el siglo IV con la constitución de la Orden
de los benedictos nacerá la primera gran orden monástica de la Edad media.
Las comunidades monacales eran de por sí comunidades educativas porque las reglas a que
debía ajustarse la conducta de sus miembros incluían una disciplina religiosa, moral y a
veces incluso intelectual. Pero cuando los conventos empezaron a acoger también niños y
jovencitos destinados a la vida monástica, se hizo necesaria una institución escolar en toda
la extensión de la palabra (escuelas monásticas o conventuales).
En estas manifestaciones educativas, al igual que en aquella otra a que nos referimos en la
próxima sección, no se modifica en modo alguno el carácter esencialmente aristocráticos de
le educación antigua. En estos siglos la Iglesia no desarrolla el concepto de una educación
universal, y cuando sus instituciones educativas no son simples escuelas de catecúmenos
están casi siempre destinadas a preparar en exclusiva a los futuros dirigentes de la Iglesia
misma (es decir, los clérigos) así como también a los miembros de las clases superiores.
Por esta razón, andando el tiempo, la palabra clericus asume el significado de docto y
laicus (= perteneciente al pueblo) el de ignorante.
Pero el cristianismo no hubiera podido afirmarse frente a las más altas manifestaciones
filosóficas de la cultura pagana si, además de la pura labor de proselitismo, no hubiese
realizado también una obra de consolidación doctrinal a un elevado nivel, capaz de definir
la cosmovisión cristiana y los consiguientes problemas teológicos de modo tal que
emergiesen afinidades y diferencias respecto de los grandes sistemas clásicos. En un
principio, esta elaboración doctrinal-filosófica se efectúa en auténticas escuelas de
catequesis superior, como las que florecieron en Alejandría por obra de Clemente y, en
Roma, de Hipólito. Famosas son también las fundadas por Orígenes en Cesarea y por
Crisóstomo en Antioquía. No es de maravillar que esta labor se verifique sobre todo en
Oriente, porque es ahí donde la tradición filosófica clásica está más viva y donde mejor
sobrevive el gusto de la disputa sutil (que en un segundo tiempo hará degenerar en
“bizantinismos” incluso la discusión teológica).
De esa forma, el cristianismo se ve empeñado en un importante laborío filosófico de donde
resultará su primera sistematización intelectual. En efecto, sucedió que, sobre todo en
Oriente, cuando el cristianismo –para defenderse también de los ataques, las persecuciones
y las herejías (o interpretaciones aberrantes)- tuvo que organizarse en un sistema de
doctrina, se presentó a sí mismo como la expresión cumplida y definitiva de la verdad que
la filosofía griega había buscado pero sólo había encontrado imperfecta y parcialmente. El
cristianismo se propuso entonces afirmar su continuidad con la filosofía griega
definiéndose como la última y más completa manifestación de ésta. Justificó esa
continuidad con la unidad de la razón que Dios ha creado única en todos los hombres y
todos los tiempos y a la cual, con la revelación, ha dado una base más segura. De ese modo,
el cristianismo identificó sustancialmente, en un primer periodo, filosofía y religión.
Este primer periodo es la patrística. Son padres de la Iglesia los escritores cristianos de la
Antigüedad que contribuyeron a elaborar doctrinalmente el cristianismo y cuya obra ha sido
asumida como propia por la iglesia. El periodo de los padres de la Iglesia puede
considerarse concluido con la muerte de San Juan Damasceno para la iglesia griega (hacia
754) y de Beda el Venerable (735) para la iglesia latina. El periodo se puede dividir en tres
partes: la primera hasta el año 200 más o menos, se dedica a la formulación doctrinal de las
creencias cristianas. La última, desde 450 hasta el final del periodo se dedica a la
reelaboración de las doctrinas ya formuladas.
La filosofía cristiana nace en el siglo II con los Padres apologetas que escriben en defensa
(apología) del cristianismo contra los ataques y las acusaciones que se le hacían. Es la
época en que escritores paganos (Luciano, Celso) utilizan contra el cristianismo la sátira y
la befa y los cristianos son objeto de odio por parte de las plebes paganas y de
persecuciones por el Estado.
El mayor entre los padres apologetas es Justino, que nació en Palestina y residió largo
tiempo en Roma donde sufrió el martirio entre 163 y 167. Han quedado de él un Diálogo
con Trifón judío y dos Apologías. Justino afirma que el cristianismo es la verdadera
filosofía. Identifica la razón con el Verbo Divino; y como la razón es común al género
humano, participan de ella inclusive quieres han vivido antes de Cristo, lo que explica que
hayan podido conocer, aunque imperfectamente, las verdades que el cristianismo habría de
revelar más tarde en toda su claridad.
Otros Padres polemizan contra sectas aberrantes como la de los gnósticos que creía
fundamentalmente en una divinidad maligna que dividia con la benigna del dominio del
mundo, de la misma manera como la luz y las tinieblas se dividen el tiempo con el día y la
noche. Como veremos, la patrística hará prevalecer la teoría – de origen platónico o
neoplatónico- de que el mal del inundo se deriva no de la acción creadora de Dios, sino de
la materia de que el mundo se compone. Pero la patrística no hará en modo alguno de la
materia un principio contrapuesto a Dios mismo o considerado si más como una segunda
divinidad de naturaleza maligna; por el contrario, tenderá a considerar la materia (como en
realidad hace San Agustín) como un puro no ser limitativo de cada realidad finita dotada de
ser por la creación, Se trata sin embargo, de una doctrina que será elaborar por los grandes
Padres de la Iglesia oriental. En los primeros siglos, a los que estamos refiriéndonos ahora,
todavía no se define con claridad.
En el siglo II nos encontramos con una defensa de la materia como única realidad existente;
dicha defensa fue obra de Tertuliano, nacido en Cartago hacia 160. Para Tertuliano todo lo
que existe es corpóreo y lo que no es cuerpo no existe. El alma y Dios mismo son
corpóreos. Dios, que ha amado al hombre, ha amado también su cuerpo, y por eso encarnó;
y cuando Cristo resucita lo hace con el cuerpo. A Tertuliano se atribuye el dicho Credo quia
absurdum, frase que no aparece en sus obras. Lo que sí se encuentra en ellas es el espíritu
de la frase, o sea, una radical desconfianza en la fuerza de la razón humana. La filosofía es
inútil y los filósofos son “los patriarcas de los herejes”. La verdad cristiana no refulge ante
la filosofía sino ante las almas simples e indoctas, como la de quienes se encuentran en las
encrucijadas y los trivios. El testimonio del alma así entendido se manifiesta en las palabras
más comunes y corrientes usadas por el vulgo. Sólo en estas palabras se transparenta el
alma “naturalmente cristiana”.
Los otros apologetas latinos no plantean con tanta violencia la antítesis entre fe cristiana y
filosofía pagana. Minucio Félix, autor de un diálogo titulado Octavius que figura entre
las primeras apologías latinas del cristianismo, considera que la concordancia de todos
los filósofos en la admisión de la existencia de un Dios único, hace llegar a la conclusión
de que “o los cristianos son los filósofos de ahora o los filósofos de entonces eran
cristianos”.
Según San Gregorio, la Trinidad de Dios es requerida por la perfección divina misma. En
el hombre la razón es limitada y mudable, por tanto no tiene sustancia ni fuerza propia; en
cambio, en Dios es inmutable y eterna y por lo tanto subsiste como una persona, que es el
Logos o Hijo de Dios. Lo mismo vale para el Espíritu. En el hombre el espíritu hace de
intermediario entre el pensamiento y la palabra.
Los padres orientales, que han aprovechado abundantemente la filosofía clásica para sus
construcciones de filosofía cristiana, son en general favorables al mantenimiento del tipo de
educación clásica integrada con la educación cristiana, Tertuliano se opone a toda forma de
educación fundada en las disciplinas propias de la doctrina pagana.
Una vez más se repudia la ampliación de las “artes liberales” realizada por el robusto
sentido práctico de los romanos. Varrón (siglo I a. C.) admitía nueve de estas artes:
gramática, retórica, lógica, aritmética, geometría, astronomía, música, arquitectura y
medicina. En su obra Las bodas de mercurio y la filología reducía las artes liberales a siete,
eliminando la medicina y la arquitectura. Parte del supuesto de que artes liberales son
aquellas que podrían ser propias de una inteligencia pura, es decir, de un ángel o de un alma
incorpórea; como una inteligencia carece de cuerpo y por consiguiente no padece
enfermedad ni necesita casa. Así como se descuidaba o negaba en la educación todo
aquello que pudiese sustraer la atención a la meditación interior para llevarlo a considerar, a
estudiar y a preocuparse por lo externo, corpóreo y mundano. La obra de marciano Capella
quedó como uno de los textos básicos de la instrucción medieval.
No sólo reviste un excepcional interés histórico por el inmenso influjo que ejerció sobre la
cultura y la educación posterior de todo el mundo occidental, sino que además posee tales
dotes de vivacidad, profundidad y modernidad que, bajo ese punto de vista, está a la par
con Platón y Aristóteles. Es uno de los máximos pensadores de la historia de la humanidad
y no sólo el más grande Padre de la Iglesia. La perfección absoluta de Dios implica su
Unidad; por consiguiente, el Hijo no puede ser puesto verdaderamente en el mismo plano
que el Padre, afirmaba Orígenes. Es justamente la perfección absoluta de Dios lo que
explica su triforme existencia, respondía Gregorio (modalismo).
San Agustín abordará los tres problemas de modo absolutamente nuevo y original,
habiendo intuido la inanidad de tratarlos en forma puramente conceptual y la necesidad de
poner al descubierto su verdadero significado sondeando ante todo las honduras de nuestra
conciencia: ahí sí que se plantean verdaderamente el problema de Dios uno y trino, el
problema del mal y el problema de nuestro destino de salvación o perdición. E esta audaz
inversión de perspectivas la cuestión entera salía transfigurada y de ahí surgían no sólo –y
no tanto- nuevas soluciones de carácter teológico, cuanto el descubrimiento de una nueva
dimensión para toda la filosofía futura: la dimensión de la interioridad espiritual como
supremo criterio de verdad y certidumbre.
7. VIDA Y OBRA
Aurelio Agustín nació en 354 en Tagaste, África romana, su padre, Patricio era pagano, su
madre, Mónica, era cristiana y ejerció sobre el hijo una profunda influencia. Cultivó de
joven los estudios clásicos y a los 19 años fue atraído a la filosofía por el Hortensio de
Cicerón. Se adhirió entonces a la secta de los maniqueos (374). Permaneció en Cartago
hasta la edad de 29 años, enseñando retórica y dedicándose a amoríos y amistades de que
más tarde se arrepintió y acusó por igual. En 383 marchó a Roma para enseñar, con
esperanza de conquistar éxito y fortuna. Pero sus esperanzas se frustraron y al año pasado a
Milán para ocupar el puesto de profesor oficial de retórica, concedió a él por el prefecto
Simaco. En Milán sufrió la crisis decisiva de su existencia.
De tiempo atrás abrigaba dudas sobre la verdad del maniqueísmo. Esta doctrina admitía
dos principios, uno del bien y otro del mal, en perpetua lucha. El alma del hombre era uno
de los campos de esta batalla. San Agustín había entrevistado a Fausto, el más famoso
maniqueo de la época, pero ni siquiera éste había logrado disipar sus dudas. Por el
contrario, la lectura de los neoplatónicos lo inclinaba hacia la tesis de que el mal era una
simple negación o ausencia de realidad y que, por tanto, no contradecía la infinitud de Dios.
En Milán, Agustín se hizo catecúmeno. En el otoño de 386 deja la enseñanza y se retira
con reducido grupo de parientes y amigos a Cassiciaco; donde compone sus primeras obras.
En 387 recibe el bautismo de manos de San Ambrosio y a partir de ese momento se le
presenta claramente la misión a que debía dedicarse: difundir y defender en su patria la
verdad cristiana. De vuelta en Tagaste, se ordenó sacerdote en 391; en 395 fue consagrado
obispo de Hipona. Desde entonces su actividad fue incesante. El 28 de agosto de 439
falleció cuando desde hacía tres meses los cándalos de Geserico asediaban Hipona. Los
primero escritos de San Agustín son los compuesto en Cassiciaco: Contra académicos, De
la beatitud, Del orden, soliloquios. En Roma, mientras esperaba la partida para el África,
escribió De la grandeza del alma. De regreso a Tagaste compuso De la verdadera religión.
Además abrió la polémica contra los maniqueos a la que dedicó muchos escritos.
Consagrado obispo, enderezó la polémica por una parte contra los donatistas, sostenedores
de una iglesia africana independiente y resueltamente hostil al Estado romano, y por la otra
contra los pelagianos que negaban o por lo menos limitaban la acción de la gracia divina.
Estos escritos son en número muy grandes. Hacia el año 40º compuso los trece libros de las
confesiones, que son la clave de su personalidad de pensador. Al finalizar su vida, en 427,
echó con las Retractaciones una mirada retrospectiva a toda su obra literaria, corrigiendo
los errores y las imperfecciones dogmáticas.