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Primeramente en que el
trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el
trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no
desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo, arruina su
espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo, fuera de
sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es,
así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una
necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su
carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una
coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste”.
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Marxismo de cajón1
Con frecuencia, el debate ha sido planteado en un plano filosófico. “La reforma está
dirigida a reestructurar el mercado laboral en función de la inserción acrítica y
subordinada en la economía global. Los cambios en el proceso productivo… exigen… la
formación de operadores competentes para hacer funcionar la nueva máquina social y
productiva del capital en el país”, escribió recientemente un profesor de derecho de la
Universidad Nacional. “Sólo quieren formar proletarios para el mercado laboral”, han
dicho varios críticos del proyecto con particular vehemencia.
1
En El Espectador, 30 de octubre 2011. Web. <http://www.elespectador.com >.
Pero el debate es más complejo, va más allá del marxismo de cajón de algunos
profesores de derecho. Paul Seabright, un economista heterodoxo con ambiciones
filosóficas, planteó recientemente una interpretación más benigna de la alienación. En su
opinión, la prosperidad de las sociedades modernas está sustentada en nuestra capacidad
de desempeñar el papel que nos corresponde sin preocuparnos por el resultado final. La
sociedad moderna depende de la cooperación entre millones de extraños, la cual depende,
a su vez, de una moral minimalista que premie la excelencia en lo micro (hacer la tarea) y
el desentendimiento de lo macro (ignorar el resultado final). En últimas, una sociedad
moderna es inconcebible sin algún grado de autoalienación, sin unas instituciones que
promuevan lo que Seabright llama la “visión túnel”.
Italo Calvino resume el asunto de manera dramática: “el hombre puede verse
reducido a ser una langosta y aplicar sin embargo a su situación de langosta un código de
disciplina y de decoro y confesarse satisfecho, no discutir ni mucho ni poco el hecho de ser
langosta sino sólo el mejor modo de serlo”. La comparación es perturbadora. Pone de
presente nuestra capacidad, casi ilimitada, de encontrar la realización en cualquier tarea,
capacidad de la que depende, trágicamente si se quiere, la prosperidad de los ciudadanos
del planeta.