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El pequeño pueblo de Puquio consta de tres zonas: la zona de los “vecinos” (blancos), la de los cholos y
los ayllus. La distribución de la tierra ha ido variando con el correr del tiempo: mientras que originalmente los
ayllus estaban situados en la mejor zona, lentamente, a través de legalidades y distintos documentos, los
vecinos han ido desplazando a los indios.
En Puquio la celebración de la independencia (el 28 de julio), siempre ha incluido una corrida de toros y es
una tradición fuertemente acendrada en los indios, a pesar de que la independencia (como concepto) no les
significa. La corrida es fuente de orgullo y competencia de todos los ayllus, que se esfuerzan por presentar
al mejor “toreador.” Puesto que ninguno de los toreadores está entrenado, las corridas son fiestas
sangrientas. La celebración no está restringida a los indios, sino que el pueblo todo participa de un modo u otro en la celebración. Los patrones,
además de permitir unos días de descanso para la fiesta, proveen un toro.
En esta fiesta en particular, dos eventos rompen la rutina. En primer lugar, la captura de “el Misito,” un toro míticamente salvaje, reconocido por su
bravura y respetado al punto de la idolatría. En segundo lugar, los cambios que los “vecinos” de Puquio solicitan de parte del gobierno. Aludiendo
a la crudeza y ferocidad de la corrida, al salvajismo que la misma supone, a la necesidad de proteger al “indígena desvalido y de retrasado cerebro”
(Arguedas 75), los vecinos solicitan que el gobierno pase una ley reglamentando las corridas. Entre las provisiones de dicho reglamento está el que
solamente un torero profesional —traído, en este caso, de la capital, y a costa de los indios— puede torear. La nueva ley, si bien decepciona a los
indios, que hallan placer en la corrida, no los amedrenta: deciden tener la celebración como siempre, a como dé lugar y envían una comisión a
contratar a un renombrado torero.
Nuevamente, los vecinos intentan detener a los indios, con la excusa de que no se puede hacer la corrida en la plaza del pueblo, donde siempre se
ha hecho, debido al tamaño. Los indios salen nuevamente al frente y construyen un corral de eucaliptos. A esto llega la noticia/rumor de una
carretera en el cerro, entre Coracora y el puerto de Chala. Según los comentarios, los de Coracora decían que ellos eran más hombres que los
puquianos. Esta maniobra de los “vecinos” en conjunto, únicamente logra que los puquianos se hagan parte de la cuestión y se pongan a trabajar
en la carretera. Para el 28 de julio, el toreador está contratado y ha llegado al pueblo, hay un corral de eucaliptos y la carretera —obra formidable,
teniendo en consideración la maquinaria disponible a los indios y el trabajo que supone en los cerros— está lista. En el pequeño corral de
eucaliptos se amontona la gente para ver la corrida. El toreador, al demostrar cobardía ante un toro, y esconderse en la tablada, decepciona a los
indios, quienes deciden tomar la desabrida corrida por su cuenta. Le toca el turno al Misito quien, contrario a su fama, se demuestra tranquilo,
desinteresado en la corrida. Al azuzarlo, cambia y el corral se transforma en un matadero, en el que salen heridos los toreadores y el ícono de
fuerza, valor y libertad, el Misito, es descuartizado, con lo que la sangrienta fiesta concluye.