Está en la página 1de 30

1

La Cuestión Social en Chile, un análisis a la Huelga de la Carne de 1905


Autor: Benjamín Riquelme Oyarzún

I. Contextualización Historiográfica
Si consideramos la Historia como investigadora y depositaria del conocimiento
acerca del pasado, ésta no se tiene que detener en la obtención de datos fiables, sino que
debe hacer un esfuerzo de interpretación, sin el cual la Historia pierde su sentido.
La forma que tenía la Historia para entregarnos sus conocimientos permaneció casi
inalterable a través del tiempo, centrándose en la narración de los hechos políticos, las
guerras o la clase gobernante, tal como lo describe Peter Burke “Desde la época de
Herodoto y de Tucídides, la historia se escribió en el Occidente en una variedad de géneros:
la crónica monástica, la memoria política, el tratado sobre antigüedades, etc. Sin embargo,
la forma dominante fue durante mucho tiempo la narración de sucesos políticos y
militares.”1
Este tipo de historia, preocupada de las guerras y la política, comenzó a ser
cuestionada a mediados del siglo XVIII, iniciándose en Escocia, Francia, Italia, Alemania y
otros países la escritura de obras que incluía leyes, comercio, moral y costumbres,
denominada “historia de la sociedad”. Luego de ser nuevamente marginada esta forma de
historia, volvió con nuevos bríos en los escritos de Michelet, quien incluye al segmento más
amplio de la sociedad y muchas veces olvidado, es decir, a las personas comunes y
corrientes, aquellos que cooperan y hacen gran parte del trabajo para que los “grandes
políticos y militares” pasen a la historia, en palabras del mismo Michelet “la historia de
aquellos que sufrieron, trabajaron, decayeron y murieron sin ser capaces de describir sus
sufrimientos.”2
Esto podría interpretarse como el punto de partida de la Historia Económica y
Social, donde se quiebra la forma tradicional de la historia y pasa a establecerse el hombre
sobre el estado, la guerra, las instituciones y los personajes.


Máster en Gestión mención Control, Máster en Historia y Máster en Ingeniería de Sistemas Logísticos de la
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Email: benjaminriquelmeoyarzun@gmail.com
1
Peter Burke, La revolución historiográfica francesa. La escuela de los Annales 1929-1989. Gedisa Editorial,
Barcelona, 1999, pág. 15.
2
Ibidem, pág. 16.
2

Si bien como se mencionó anteriormente, la historia preocupada de la sociedad


había tenido un inicio en el siglo XVIII, no hay duda de que la historia económica y social
instaurada por la Escuela de los Annales, generó un modelo histórico que supone un giro
copernicano en la historiografía. Esta escuela formada en Francia a partir de la publicación
de la revista “Annales de Historia Económica y Social” en 1929, fue fundada por Marc
Bloch y Lucien Febvre. En sus fundamentos se encuentra el hombre y su inserción dentro
de una sociedad y un contexto, llegando más allá de la simple narración de sucesos y
biografías de personajes importantes por su nivel social, que en palabras de Fernand
Braudel son “perturbaciones de superficie, crestas de espuma que las oleadas de la historia
llevan sobre sus poderosos lomos. Debemos aprender a desconfiar de ellos”.3 Atacando así
los fundamentos de la historia política, buscando la sustitución de la tradicional narración
de los acontecimientos por una historia analítica orientada por un problema, en otras
palabras, problematizando la historia, tratando de comprender y explicar el pasado de cada
pueblo en todas sus dimensiones. La necesidad de explorar y entender el pasado generó una
nueva forma de escribir historia, requiriendo la utilización de todas las ciencias que le
entregaran las herramientas necesarias para dar respuesta a la interrogante que se plantea,
abriéndose así a un diálogo fecundo con la geografía, la sociología, la economía, entre
otros, logrando romper el estrecho margen de especialización que poseían los historiadores.
Dentro de esta búsqueda de respuestas, las fuentes documentales se ampliaron, no
quedando sujetas exclusivamente a los escritos oficiales, sino valorando la historia oral y la
relectura de registros de sucesos como los judiciales, donde se encuentran interrogatorios y
juicios. Se puede afirmar que la consigna de los Annales fue hacer “que las fuentes hablen”,
sin embargo, no a la manera de la historia positivista en que los documentos hablan por sí
solos, sino a la manera analítica, tal como lo recomienda Víctor Renán Silva: “plantear e
intentar resolver un problema en el campo de la investigación histórica exige seleccionar
con pertinencia los documentos que hacen posible su investigación, pero exige sobre todo
trabajar (elaborar, transformar) los documentos que han sido objeto de selección”.4
Este abanico de fuentes proporcionó los antecedentes necesarios para escribir una
historia diferente a la oficial, alejándose de las proporcionadas por los gobernantes, como

3
Ibidem., pág. 40.
4
Álvaro Acevedo Tarazona, Los retornos de la historiografía. La historia política y del acontecimiento.
www.univalle.edu.co
3

una forma de legitimar el poder o de dotar de memoria al Estado. En palabras de Norbert


Lechner, una historia nacional implica: “(…) limpiarla de toda encrucijada, eliminar las
alternativas y las discontinuidades, retocar las pugnas y tensiones, redefinir los adversarios
y los aliados, de modo que la historia sea un avance fluido que, como imagen simétrica,
anuncia el progreso infinito del futuro”.5
Este nuevo rumbo en la historiografía moderna nos dejó importantes legados, como
el desarrollado por Braudel, quien incorporó tiempos y niveles distintos: 1) la larga
duración de la “estructura”, cuyo transcurso llega a ser casi imperceptible -ciertos marcos
geográficos, límites de productividad, coacciones espirituales-; 2) el tiempo medio de la
“coyuntura” -las instituciones como el Estado, una curva de precios, progresión
demográfica-; 3) el tiempo corto y rápido del acontecimiento, denominada también como
superestructura -la historia de los individuos y de los episodios-6. Quien, a su vez cooperó
al redescubrimiento y ampliación del temario de la historia cultural bajo la rúbrica de
“historia de las mentalidades”, apoyándose en la diferenciación entre “ideología” (como
sistema elaborado de creencias y conceptos que explican el mundo a quien la sustenta) y
“mentalidad” (un complejo de opiniones y creencias colectivas inarticuladas, menos
reflexivas y más populares y duraderas).7
Un importante legado de esta Escuela fue el hacernos entender la historia social y
económica, como un sistema de relaciones interdependientes en que intervienen factores
geográficos, económicos, demográficos, culturales, sociales, etc. dando cabida a una
historia integral, denominada Historia Total.
Tanto la escuela de los Annales como Eric Hobsbawm concuerdan en lo
enormemente fértil y útil que resulta la utilización de modelos o técnicas empleadas por
otras disciplinas, pero para obtener una teoría cuya utilidad sea más que marginal para los
historiadores, debe especificarse de un modo que la acerque más a la realidad social.
La historia social nunca podrá ser otra especialización como la historia económica u
otras historias con calificativo porque su tema no puede aislarse. De igual forma, el
historiador social no puede descuidar lo estudiado por el historiador intelectual y el

5
Norbert Lechner, Orden y memoria, LOM Ediciones, 2002, pág. 87.
6
El Catoblepas, Revista crítica del presente, número 4, junio 2002. www.nodulo.org
7
Ibidem.
4

historiador económico, de lo contrario no podrá llegar muy lejos.8 Sugiriendo Hobsbawm la


denominación de Historia de la Sociedad.
El estudio de una sociedad implica dentro de la tendencia hacia la totalidad, la
inclusión de los elementos psicológicos de explicación, surgiendo a contar de las obras de
Bloch, con sus “reyes taumaturgos” y Febvre, con la “incredulidad en el siglo XVI”, el
primer impulso para el estudio de las mentalidades colectivas, postergando así a la “casi
siempre anacrónicas de la psicología de los grandes hombres”9. Este análisis histórico de
las mentalidades colectivas debe oscilar entre diversos niveles: el individuo, el grupo
familiar, las clases sociales, los ambientes artísticos, literarios, etc. sin perder de vista la
necesidad de encasillarlos o ubicarlos en el contexto histórico-social que les corresponde.
Para Hobsbawm la historia social es la que utiliza la combinación “social” con
“historia económica”, interesándole a los historiadores la evolución de la economía, puesto
que les permitía vislumbrar la estructura y los cambios de la sociedad, y más
específicamente, la relación entre las clases y los grupos sociales. Se reconoce en esta unión
que la mitad económica recibía mayor preponderación que la social, por dos razones: por
una visión de la teoría económica que se negaba aislar los elementos económicos de los
sociales, institucionales y de otros tipos; y por la pura ventaja de la economía sobre las
otras ciencias sociales.
No obstante, la significativa unión de los adjetivos económica y social en la historia
revela que los efectos producidos en la economía, tanto por expansión como por recesión,
influyen y hacen partícipe o “víctima” a las personas que en definitiva conforman una
sociedad, donde los ciclos económicos afectan en el corto plazo a una generación por lo
menos. Se debe tener en cuenta que el desarrollo de un país se va construyendo a largo
plazo, requiriéndose contemplar la intervención de factores que pueden cooperar a
responder interrogantes relacionadas con el nivel de desarrollo alcanzado por algunas
sociedades en comparación con otras, o el motivo del desarrollo de una sociedad industrial
focalizada en una región y no en todo el mundo.

8
Eric Hobsbawm, Sobre la historia, Barcelona, Crítica, 2002, pág. 88.
9
Ciro Cardoso y H. Pérez Brignoli, Los métodos de la historia, Editorial Crítica, España, 1986, pág.326.
5

Con la intención de tener una noción de los agentes que intervienen en el desarrollo
de un país o región, se puede citar el trabajo de J.L. Anderson, quien expone los factores
que, según su criterio, influyen en un largo plazo:
1) La Geografía, encasillada por Braudel, como una estructura que se modifica muy
lentamente. Para Anderson, el ambiente físico y biológico influye directamente sobre sus
habitantes, siendo una constante para su fracaso o desarrollo económico. Los modelos de
vida que generan los climas cálidos o fríos, la calidad de la tierra o las enfermedades
endémicas, son motivo para fijar un desarrollo social, pero esto podría definirse como
determinista en contraposición al concepto de libertad y voluntad que planteaba Febvre,
puesto que para él, un río podía considerarse un obstáculo o una vía de comunicación,
decisión que queda en manos de la sociedad que habita el lugar.

2) La Población también es una variable que lentamente se moviliza y considera


principio fundamental de la demografía, con el propósito de analizar las cifras y asociarlas
a otros factores que ayuden a explicar hechos acaecidos, como por ejemplo, una
disminución en la tasa de natalidad debido a la necesidad de postergar los matrimonios por
una crisis económica, lo que daba a las mujeres menos tiempo para engendrar hijos.
También por medio de la demografía, se pueden representar las migraciones realizadas por
habitantes de ciertos lugares producto de desastres naturales, guerras o crisis económicas, o
simplemente medir el desplazamiento de la población desde el sector rural al urbano en
busca de mejores perspectivas económicas. Este factor, ya desarrollado por los Annales, sin
duda es un claro ejemplo de la necesaria unión entre ciencias sociales y métodos
matemáticos, con la finalidad de encontrar respuestas.

3) El Cambio Tecnológico es un elemento necesario en el proceso del desarrollo


económico. La tecnología y la ciencia son capaces de aumentar la producción y reducir los
costos en términos de mano de obra, materiales, tiempo y riesgo. La importancia del
cambio tecnológico en el progreso material es tan obvia, que muchas veces no se trata la
tecnología con la importancia que significa para el desarrollo económico y por ende para la
sociedad que lo experimenta.
6

4) Las Instituciones, son encasilladas por Braudel entremedio de las


superestructuras que sufren cambios rápidamente y la base que se movilizan lentamente,
casi en forma imperceptible. Ellas son colecciones de reglas que respaldan las maneras en
las que los individuos y grupos cooperan y compiten, pueden especificarse en las formas de
estatuto y regulación, incluidas organizaciones formales que van desde el gobierno a
empresas y familias, o simplemente las maneras de costumbre. Las Instituciones pueden
impulsar el desarrollo de una economía o desincentivarlo, estimular la inversión, la
producción o el ahorro, que en definitiva afectarán el rendimiento futuro.

5) Alcanzar el desarrollo económico prácticamente equivale a llegar a una meta


como país, sociedad o nación. Pero lograrlo puede ser a la vez, la otra cara de una misma
moneda, puesto que posiblemente ese logro haya sido en perjuicio de otros países que no
han conseguido el tan deseado desarrollo, creándose una teoría de dependencia. Esta teoría,
puede ser representada por la interrogante ¿desarrollo como explotación?, no siendo posible
dar una respuesta afirmativa o negativa, al estimarse que algunos países asiáticos, como
Corea, Malasia, Singapur, últimamente China, entre otros, que estando considerados hasta
hace muy poco dentro del concepto de periferia y dependientes de las potencias
hegemónicas, han obtenido un desarrollo económico sobresaliente. Y otros estados,
principalmente del continente africano y sudamericano, pese a tener riquezas naturales, aún
se mantienen en el subdesarrollo
El planteamiento de Anderson sobre la historia se aproxima tanto a los Annales
como a Hobsbawm, definiendo la historia como una pregunta que involucra evidencia y
explicación, en términos científicos de datos y teoría. Sin la explicación, los elementos de
una presentación histórica tienen un pequeño valor, concordando con lo mencionado por
Hobsbawm con relación a que los historiadores necesitan explicaciones además de análisis.
Lo anteriormente presentado es una pequeña muestra de la historiografía existente,
la que ha sido restringida a un periodo dentro de ella. Valorando su evolución, la Historia
no debe perder sus objetivos, tiene que hacernos entender cómo era el mundo cuando éste
era presente y cómo ocurrió lo sucedido realmente. Es probable que estos objetivos sean
una quimera, tal como lo describe Peter Burke10, debido a que no podemos evitar mirar el

10
Peter Burke, Formas de hacer Historia, Alianza Universidad, 1996, pág. 18.
7

pasado desde una perspectiva particular, estando de acuerdo con que los factores sociales,
políticos y culturales, por citar solo algunos, condicionan inevitablemente, las preguntas, la
selección de las fuentes y la interpretación de los hechos que hace el historiador. No
obstante, pienso y postulo que el historiador tiene el deber de decir la verdad aun cuando
ella contraríe sus hipótesis iniciales. La Historia debe buscar la verdad en los hechos, a
pesar de algunos postulados actuales referentes al relativismo, que menciona la inexistencia
de hechos objetivos y que todo depende del cristal con que se mire. Basta recordar lo
señalado por Eric Hobsbawm:
“(…) sin la distinción entre lo que es y lo que no es así no puede haber
historia. Roma venció a Cartago en las guerras púnicas, y no viceversa. Cómo
reunimos e interpretamos nuestra muestra escogida de datos verificables (que
pueden incluir no sólo lo que pasó, sino lo que la gente pensó de ello) es otra
cosa.”11

La Historia debe ser una ciencia que intente abarcar lo humano en su conjunto, de
acuerdo con un objetivo que trascienda a la ciencia, como es el de explicar el mundo real y
enseñar a otros a verlo con ojos críticos.

11
Eric Hobsbawm, Sobre la historia, Barcelona, Crítica, 2002, pág. 8.
8

II. Lucha contra la carestía de la vida en Santiago a inicios del siglo XX


La huelga de la carne de 1905
“En Chile no hay distinción de castas, ni hay clase alguna enemiga del pueblo; por
el contrario, éste se encuentra en condiciones privilegiadas respecto de las clases
menesterosas de otros países, pues hasta él no alcanzan las contribuciones, no le alcanza la
de haberes siquiera. Luego es ridículo poner entre nosotros en contraposición al pueblo con
las clases acomodadas”, sostenía en la Cámara al terminar el siglo el representante
conservador Joaquín Walter Martínez12. Pese a tan enfática declaración, la “cuestión social”
era una pesada carga que traía Chile desde por lo menos el siglo XIX. Este fenómeno social
se conocía en el viejo continente desde donde se fue diseminando hasta llegar a América,
conociéndose en Chile los primeros textos que la trataban como concepto alrededor de
188013.
El motín, la protesta espontánea y más o menos violenta de los sectores populares
era un acontecimiento común durante el siglo XIX, emergiendo este sector como un actor
relevante en la escena social. Su descontento tenía generalmente como elemento común las
reivindicaciones relacionadas con lo salarial, jornada laboral y trabajo de mujeres y niños,
entre otros. En el ámbito urbano, prevalecieron formas más pacíficas de protestar y de
actividad reivindicativa, como las huelgas obreras y peticiones artesanales, que
predominaron por sobre las revueltas callejeras y acciones directas destinadas a presionar o
golpear a los patrones y al aparato estatal. Sin embargo, algunos disturbios populares
marcaron episódicamente la vida de algunas ciudades, en respuesta a situaciones de crisis
política o económica, como lo ocurrido en Santiago entre el 22 y 23 de octubre de 1905,
cuando una huelga, denominada “Huelga de la Carne”, pensada originalmente como una
cívica manifestación de rechazo a la carestía de la carne por la imposición de un impuesto
que gravaba el ganado argentino, se transformó en estallido popular. Un diario de la época,
relataba que la ciudad parecía entregada a los furores de la plebe, donde la policía junto a
jóvenes de la clase alta provistos de armamento, protegían las casas particulares y los
edificios del Estado de la violencia de veinte mil hombres, armados de palos, barras de
hierro y algunos incluso con revólver, que recorrían la Avenida de las Delicias de un

12
Cámara de Diputados: sesión del 27/7/1900
13
Ximena Cruzat y Ana Tirón, El pensamiento frente a la cuestión social en Chile. Nuestra América
Ediciones, pág. 3
9

extremo a otro, saqueados almacenes e intentando penetrar en edificios públicos, hecho que
finalizó teniendo como saldo al margen de las pérdidas materiales y destrozos a la
propiedad pública y privada, la pérdida de vidas humanas y una gran cantidad de heridos.14
Para entender ese estallido social, no basta con tomar factores aislados, como por
ejemplo cifras macroeconómicas, ya que es muy difícil o casi imposible interpretar esa
reacción popular si consideramos que las exportaciones entre 1880 y 1920 tenían un ritmo
de crecimiento anual superior al 5%, en comparación con los años anteriores que era del
orden de un 3%15. Esto nos lleva a buscar otros factores y relacionarlos, teniendo como
base una contextualización de la ciudad de Santiago en los primeros años del siglo XX.
El componente político se refleja en el sistema Parlamentario que, según Alberto
Edwards, se hizo inoperante para aplicar y mantener políticas de mediano y largo plazo, lo
que correspondía a una actitud cultural de la clase dirigente que había cambiado su estilo de
vida, evolucionando desde la austeridad observada en el siglo XIX hasta el culto al lujo y la
frivolidad.
Santiago seguía creciendo, era una ciudad mercado, fuente de capitales y motor de
la actividad económica del país, era asiento y morada de las clases patricias. Pero también
era habitación de un numeroso e ininterrumpido contingente humano que provenía del
sector rural, que llegaba a una ciudad que no tenía las condiciones mínimas para recibirlo,
debiendo establecerse en ranchos ubicados en la periferia de la capital o hacinarse en los
conventillos, por lo común sin luz o alcantarillado, donde proliferaban las enfermedades y
la promiscuidad.
El desarrollo económico obtenido por los ingresos generados por el salitre, el
aumento de las exportaciones y el auge del carbón, llevan a una expansión urbana y
migraciones de personas que requerían y pensaban encontrar mejores expectativas de vida,
pero a pesar de la relativa holgura, la inestabilidad se hizo característica del modelo
económico liberal existente, fruto en buena medida por la dependencia con respecto a la
economía europea. Esta situación económica con las devaluaciones periódicas de la
moneda solo contribuía a acentuar el abismo histórico en la estructura social.

14
http://siglo20.latercera/1900-09/1905/rep.htm
15
Patricio Meller, Un siglo de economía política chilena (1890-1990), Editorial Andrés Bello, Santiago,
1998, pág. 21.
10

Mientras la oligarquía acumulaba riquezas y seguía monopolizando el poder


político, pero ahora en forma colectiva a través de los partidos políticos, se mantenía al
igual que en los años anteriores alejada de la realidad, ignorando la existencia de una masa
humana poco escuchada, que solo tenía como posibilidad de trabajo, prestar los servicios
más humildes, menos especializados y peor pagados.
La iglesia, junto a ciertos sectores políticos y algunos intelectuales efectuaban
constantes llamados de atención por la “cuestión social”, que no hacían eco en el gobierno;
así fue entonces, como la población que sufría la marginación y una deplorable calidad de
vida tenía que hacerse escuchar a como diera lugar. La llamada “Huelga de la Carne” deja
de manifiesto que la cuestión social era algo más que un discurso político e intelectual.
Luego de esta breve contextualización, es necesario formular la pregunta que nos
permitirá centrarnos en el objeto del estudio y problematizarlo.
¿Qué aspectos históricos de la sociedad chilena dio origen a la Huelga de la Carne,
sabiendo que un movimiento social no nace por generación espontánea?
Para encarar esta pregunta y así realizar un trabajo de historia social, teniendo
presente que el hombre en sociedad constituye el objeto final de la investigación histórica,
se empezará recogiendo los resultados de investigaciones llevadas a cabo en los dominios
de la historia de las mentalidades, de la historia de la civilización material, de la historia del
poder, etc. y reunirlos en la unidad de una visión global, para luego ocuparse de descubrir
las articulaciones. Aquí es donde se plantean las vinculaciones entre lo económico, lo
político, lo mental, que hacen inteligible la totalidad de una sociedad; considerando que la
investigación de las articulaciones evidencia, desde un principio, que cada fuerza en acción,
aunque dependiente del movimiento de todas las otras, se halla animada de un impulso que
le es propio. Aunque no estén en ningún modo yuxtapuestas, sino estrechamente vinculadas
en un sistema de indisociable coherencia, cada una se desarrolla en el interior de una
duración relativamente autónoma.16
El periodo de estudio se centrará principalmente entre los años 1870 y 1905, aunque
con el objeto de contextualizar de mejor manera el tema del estudio, se hizo necesario en
ocasiones mencionar algunos hechos acaecidos en fechas anteriores o posteriores. De igual

16
Ciro Cardoso y H. Pérez Brignoli, Los métodos de la historia. Introducción a los problemas, métodos y
técnicas de la historia demográfica, económica y social. Editorial Crítica, España 1986, pág. 291
11

forma, se focalizó y describió el desarrollo y estilo de vida de Santiago, como una forma de
graficar la vida en la ciudad; pero se debe considerar que algunas decisiones políticas y
económicas, como también la idiosincrasia de las clases sociales, generalmente abarcan a
todo un país.
12

III. ¿Qué aspectos históricos de la sociedad chilena dio origen a la Huelga de la Carne,
sabiendo que un movimiento social no nace por generación espontánea?
En esta huelga en particular, se juntó una amplia coalición de sociedades populares
que pedía la abolición del impuesto al ganado argentino que encarecía la carne en beneficio
de los terratenientes o grandes productores nacionales del rubro, en detrimento de los
trabajadores. Esta “Huelga de la Carne” fue otra más de las manifestaciones en que la clase
obrera intentaba o se hacía escuchar, expresando su descontento ante los problemas que los
aquejaba, como los bajos salarios, la desocupación, el alza del costo de la vida, la miseria
general, el enriquecimiento desproporcionado de una minoría y la pésima calidad de vida
de los trabajadores. Lo anterior, llevó a una pugna entre dos clases antagónicas de nuestra
sociedad, por un lado, a los que viven de sus salarios y en otro, a los dueños de los medios
de producción.
A este problema obrero o de trabajo se le denominó “cuestión social”, mas este no
podía ser el mal de una sola clase, debían existir factores que lo generaran, un desorden en
el funcionamiento del sistema social y nacional. Una definición más completa la entrega el
historiador norteamericano James O. Morris quien, al estudiar el periodo comprendido
entre mediados de la década de 1880 y los años 1920, describió la “cuestión social” como
la totalidad de:
“… consecuencias sociales, laborales e ideológicas de la industrialización
y urbanización nacientes: una nueva fórmula de trabajo dependiente del
sistema de salarios, la aparición de problemas cada vez más complejos
pertinentes a vivienda obrera, atención médica y salubridad; la
constitución de organizaciones destinadas a defender los intereses de la
nueva “clase trabajadora”; huelgas y demostraciones callejeras, tal vez
choques armados entre los trabajadores y la policía o los militares, y cierta
popularidad de las ideas extremistas, con una consiguiente influencia
sobre los dirigentes de los trabajadores”.17

17
James O. Morris, Las élites, los intelectuales y el consenso. Estudio de la cuestión social y el sistema de
relaciones industriales en Chile. Editorial del Pacífico, Santiago, 1967, pág. 80.
13

Encontrar un origen cronológico definido de los problemas sociales resulta


discutible, puesto que algunos historiadores fijan como surgimiento de la “cuestión social”
los años 1880, pero sorprende encontrar textos del franciscano Antonio Orihuela, que ya en
el año 1811 describió como causa de la miseria de los sectores populares, la acción
explotadora y opresora de la aristocracia. No pretendiendo entrar en discusiones sobre esto,
lo importante es centrarse en el tiempo que tuvo que pasar para atender las demandas
sociales de la clase trabajadora, es decir, ¿por qué no se tomó en cuenta este problema con
anterioridad?
La sociedad santiaguina, ciega o despreocupada de la calidad de vida que llevaba
gran parte de la población, comenzó a tomar en cuenta la “cuestión social” mediante los
artículos de prensa y trabajos publicados en revistas académicas a contar de 1880, lo que no
excluye que este fenómeno se haya gestado en años anteriores, puesto que en la década de
1870 y previo a ser considerado como problema a nivel local o nacional, profesores y
estudiantes de medicina daban a conocer en algunas publicaciones, los problemas del
crecimiento demográfico, la propagación de epidemias, la prostitución en las ciudades, el
alcoholismo y la alta tasa de mortalidad de la población. La gravedad de la situación gatilló
la preocupación por la calidad de vida de los sectores obreros y populares, pero en un
sentido más informativo o periodístico que resolutivo.
La denigrante calidad de vida existente correspondía a la suma de varios factores,
como el aumento de la población en Santiago, el distanciamiento de la clase alta del
problema, la ideología Liberal y el sistema de gobierno.
El aumento de la población en la capital fue mayor que en el resto de las ciudades
chilenas, tal como se aprecia en el Cuadro N° 1, resultando casi lógico que no reuniría las
condiciones básicas para darle acogida a toda esta población. Este suceso, se produjo por el
crecimiento que fue adquiriendo Santiago, siendo vista como una ciudad de oportunidades,
lo que iba amarrado a otras consideraciones, que se detallarán a continuación.

Población:
Primero, se debe entender el desarrollo de Santiago considerando que era la ciudad
de residencia de una gran proporción de la aristocracia nacional, incluyendo la clase
política y mercantil, y era el lugar donde se tomaban las decisiones políticas y comerciales.
14

Como una de las consecuencias de la concentración de la clase dirigente en esta ciudad, los
ingresos que producía en la zona norte la minería y en el centro la agricultura, eran
encausados hacia Santiago18 para emplearse en la construcción de edificios, de obras
públicas, del ferrocarril, en la importación de bienes y en servicios.
Este desarrollo citadino que daba una imagen de opulencia y de nuevas
oportunidades de trabajo, fueron vistas también como la solución a la explotación que
sufrían los trabajadores rurales por parte de los terratenientes. En el caso de los inquilinos,
los terratenientes les exigían mayor entrega de trabajo por cada vez menos tierra; los
temporeros, al no contar con tierra que le permitiera una existencia independiente, debían
aceptar trabajos ocasionales para subsistir, abandonando a su familia. Gran incentivo para
abandonar el campo fue huir de la dominación patronal, pero mayor lo fue el salario que
superaba a los alcanzados en la agricultura. Sin embargo, la ciudad demostró escasa
capacidad para integrarlos económica y socialmente dado el débil desarrollo de la industria
y de la manufactura urbana, quedando una mayoría popular entre su pasado campestre y un
destino proletario poco atractivo.
Otro acontecimiento que incidió en el crecimiento de la capital, y que quizás reunió
a la mayor cantidad de gente, fue la actividad minera desarrollada en dos grandes núcleos
productores de cobre, cuyos yacimientos se encontraban frente a Santiago, en la zona
cordillerana, siendo éstos la Disputada de Las Condes, en actividad desde la década de
1870 y las minas del Cajón del Maipo, en especial las de El Volcán y San Pedro Nolasco,
que eran explotadas desde la colonia.
La población que llegaba a Santiago a trabajar o en busca de trabajo, inició la
ocupación de los terrenos aledaños a la ciudad, levantando innumerables rancheríos sin
ninguna de las mínimas condiciones de higiene que fueron repercutiendo la salud de sus
habitantes, afectados además por la quema de desechos, el légamo putrefacto de las
acequias producto de la basura arrojadas en ellas, la falta de aseo, excremento y orines de
los caballos, entre otros19. La ausencia de factores higiénicos repercutió considerablemente
en Santiago, ya que en el periodo comprendido entre 1850 a 1898, la mortalidad en las
ciudades chilenas tenía un promedio de aproximadamente 33 defunciones por cada 1.000

18
Carlos Hurtado Ruiz-Tagle, Concentración de población y desarrollo económico. El caso chileno.
Universidad de Chile, 1966, pág.55.
19
Patricio Gross, Sustentabilidad ¿Un desafío imposible?. Ediciones Surambiente. Santiago, 2002, pág 89.
15

habitantes, siendo Santiago quien obtuvo la tasa máxima con 38,67 defunciones en el año
189820.
Aunque era un hecho conocido la migración que se producía hacia Santiago, es
importante tratar de cuantificar este movimiento de personas para apreciar su magnitud,
para lo cual se presenta el cuadro N° 2.
Toda esta masa de habitantes de gran propagación se había ido instalando en la zona
suburbana de Santiago imprimiéndole a este crecimiento mucho dinamismo, que a su vez
iba asociado a marginalidad y pobreza.
Pero ¿cómo era posible que tamaña indigencia y penurias no fuera atendida por el
resto de la sociedad?, ¿a que se debía esta falta de preocupación? Las explicaciones a estos
cuestionamientos se deben en gran parte a la denominada indiferencia de la aristocracia.

Indiferencia de la aristocracia:
La clase dirigente se caracterizaba por no asumir sus deberes y obligaciones que
tenía como patrones, inmersos en un individualismo egoísta que no advertía el daño que
sufría la clase trabajadora. La aristocracia funcionaba mayoritariamente centrada en la
riqueza, valorando los medios que le generaban acumulación de fortuna.
Mientras permanecían en sus casonas o realizando viajes a Europa, no reparaban en
el malestar que le causaba al proletariado la explotación que sufría en el campo, en la
ciudad y la desatención a sus necesidades, en resumen, su abandono.
El descuido de la clase alta por la “cuestión social”, puede en parte entenderse, pero
no justificarse. El concepto de “lo que no se ve, no existe”, fue acrecentado con la
remodelación de Santiago en 1872, que contempló entre otras cosas, la construcción de
nuevas avenidas, en especial la que se llamó “camino de cintura” y el saneamiento de los
barrios populares. Estas medidas en primera instancia son dignas de reconocimiento, pero
en definitiva produjeron mayor marginalidad, puesto que el “camino de cintura” terminó
marcando el límite entre la “ciudad” y los suburbios. Llevándose a cabo dentro de la
ciudad, preferentemente en los sectores donde vivía la clase alta, las mayores
remodelaciones, quedando los barrios marginales separados de la ciudad y ocultos de la

20
Patricio Valdivieso, Dignidad humana y justicia. La historia de Chile, la política social y el cristianismo
1880-1920, Ediciones Universidad Católica de Chile, pág. 68.
16

vista del resto de la sociedad. Así fue como en las barriadas sólo se contempló la
destrucción de ranchos y conventillos en mal estado; más aún, esta remodelación de los
barrios populares no se presentó como una acción de mejoramiento, sino como un deber de
caridad y salvación.
El opulento estilo de vida que llevaba la aristocracia, considerando que poseían gran
parte de los medios de producción de la época, el contacto estrecho que tenían con Europa
con la consiguiente internación de ideas, sumado a un pasado (real o aparente)
aristocrático-hispano, le daba a esta clase social, una cosmovisión de la realidad muy
diferente a la que experimentaba diariamente el bajo pueblo, llegando a desvincularse
también, de los demás sectores de la sociedad. Para ellos “Pueblo, no era mucho más que
un nombre genérico dado a una de las formas que asumía lo exterior, al interior del propio
territorio. Y con respecto a ese exterior, (…) se actuaba por exclusión: social, en un nivel;
política, administrativa y legal en otro.”21
Según Enrique Fernández, los grupos oligárquicos habían desarrollado un sentido de
conjunto, gracias a una similitud económica y de pensamiento, llegando a identificarse
como “la sociedad” que representaba a Chile. Al resto de la población, no se le tenía
significativamente en cuenta en el quehacer de “la sociedad”.
Es posible tener una explicación psicológica, que permita deducir el motivo por el
cual la aristocracia actuaba en forma indiferente, encontrando una respuesta en el libro de
Luis Barros y Ximena Vergara, “El modo de ser aristocrático”, donde se menciona que para
analizar la forma en que esta clase social interpretaba el Chile de fines del siglo XIX y
comienzos del XX, es necesario estudiar su “modo de ser”, correspondiendo al ”…cúmulo
de creencias, de valores, de categorías, de conocimiento, en suma, de significados
construidos por esta clase a partir de su experiencia histórica y que, una vez cristalizados en
la conciencia de sus miembros, identifica su comportamiento”. Siendo además “una suerte
de clausura frente a la realidad”.22
Sin embargo, ante esta indiferencia de la aristocracia, ¿por qué motivo el gobierno
no actuaba?, principalmente porque la misma aristocracia era el gobierno, tal como de
detalla a continuación.

21
Enrique Fernández, Estado y sociedad en Chile, 1891 – 1931, LOM Ediciones, Santiago, 2003, pág. 31.
22
Ibidem, pág. 29.
17

La política:
Resulta muy difícil separa a la aristocracia de la política, puesto que, si antes alguno
de sus representantes llegaba a la presidencia, a contar de 1891, con el sistema
Parlamentario llegaban en masa al gobierno, empleando en varias ocasiones los partidos
políticos para alcanzar sus intereses personales. No se está lejos de afirmar que la
aristocracia no solo controlaba el Estado, sino que además eran el Estado, al que además lo
llegaron a considerar como una prolongación de su patrimonio. Según Enrique Fernández,
las oligarquías no se sentían con el deber, ni estaban tampoco dispuestos a compartir el
monopolio del Estado con otros sectores de la población, ya que se sentían superiores moral
y culturalmente por su pasado aristocrático, lo que a juicio de ellos mismos, esa distinción
los calificaba para dirigir el país. A través de ese monopolio, la clase dirigente tuvo la
oportunidad de extender la “exclusión” en todo el territorio, la que llevaron desde las
frivolidades de la vida social a las prácticas política, administrativa y legal, en otras
palabras, la institucionalizaron.
La clase popular que ya había sido relegada por sus “patrones”, ahora lo era también
por el Gobierno, casi no había duda de que la aristocracia y gobierno eran sinónimos. Esta
hegemonía del Congreso llevó a que se cometieran vicios que impedían una buena
administración del país, como los derrocamientos sucesivos de los gabinetes. Al mismo
tiempo, el Estado fue perdiendo su función de dirección y planificación nacional, debido en
gran medida al convertirse para la clase política en un verdadero botín, que le permitía
poner a resguardo sus intereses personales, principalmente mediante la asignación de
puestos de trabajo en todos los niveles de personas de confianza, por lo tanto, el Estado
focalizaba sus prioridades en la atención de requerimientos particulares, preocupándose de
la coyuntura, perdiendo la visión de la realidad nacional. Este fenómeno se presenta en el
Cuadro N° 3.
Si tenemos que la aristocracia y el gobierno no intervenían para dar solución a la
“cuestión social”, ¿por qué la economía no proporcionaba un ascenso social o era tan difícil
corregir el sistema económico y político imperante? Por los valores pregonados por el
Liberalismo que fueron asimilados por la clase gobernantes, y por su implantación en el
modelo económico chileno.
18

Liberalismo y economía:
El Liberalismo promulga la libertad como principio de esta ideología, la que debe
ser protegida y promovida, teniendo todo ser humano el derecho para defender y buscar la
realización de sus intereses, siempre que ello no atente contra la libertad de los otros pone
ideas claras y simples; en lo económico defiende el imperio de las leyes de la oferta y la
demanda, de la competencia perfecta. 23
En los siglos XVIII y XIX, estas ideas influyen en las decisiones de varios
gobernantes, en relación con sus políticas económicas. En Inglaterra, cuna del Liberalismo,
se inicia su propagación hasta llegar a Chile, donde pasó a ser un factor muy relevante para
el desarrollo de la sociedad, el estado, la economía y la cultura. Su impacto se vio
acrecentado por la influencia de la aristocracia chilena, la que deseosa de asemejarse lo más
posible a la sociedad europea, termina “extranjerizada (…) hasta el tuétano”24, adquiriendo
del viejo continente además de la moda y artículos suntuarios, las costumbres y la idea
liberal.
Los principios liberales acrecentaron los problemas sociales de la época, ello debido
a que en Chile ya existía inequidad, considerando que en el país desde la colonia se
concentraba la riqueza en la aristocracia, casi no existiendo oportunidades de ascenso
social. Posteriormente las condiciones de trabajo y vida se hicieron cada vez más
paupérrimas para la mayoría de la población, agudizándose el desequilibrio en las
relaciones laborales. Por lo tanto, el liberalismo que defendía la libre elección no era
factible en Chile, donde pocos estaban en condiciones de hacer uso de esa libertad, no
ofreciendo este pensamiento solución o resguardo para quienes no estaban en condiciones
de participar en el mercado, bajo las reglas de la oferta y la demanda, y tampoco podía
proteger a los débiles del abuso de los más fuertes.25
Siguiendo las ideas del Liberalismo, se consideraba como premisa básica la
intervención del Estado solamente cuando la iniciativa particular parecía insuficiente.
“Además de la defensa del territorio y de la mantención del orden público compete

23
Patricio Valdivieso, Dignidad humana y justicia. La historia de Chile, la política social y el cristianismo
1880-1920, Ediciones Universidad Católica de Chile, pág. 50
24
Gonzalo Vial Correa, Historia de Chile (1891-1973) Editorial Santillana, Santiago, 1981, pág 674.
25
Patricio Valdivieso, Dignidad humana y justicia. La historia de Chile, la política social y el cristianismo
1880-1920, Ediciones Universidad Católica de Chile, pág. 50 y 51.
19

administrar unos pocos servicios, tales como correos y postas, vialidad, aduana,
oficialización de documentos, acuñación de monedas, etc. He aquí la esfera de lo estatal.
De suerte que la potestad del mandatario se ejerce sobre un mínimo de aspectos de lo
social”26. En resumen, el Estado siguiendo esa doctrina, no se inmiscuía en los asuntos
económicos puesto que se suponía que el mercado funcionaba perfectamente, dejando a
merced de las reales imperfecciones del sistema económico a una mayoría de nacionales,
facilitando aún más la concentración de la riqueza. De ahí, por ejemplo, la inexistencia de
fomento industrial o protección a la industria, ya que no tendría por qué hacerse.
Si a lo anterior se le agrega que las elites tenían el poder económico y
posteriormente en el régimen parlamentario asumían una hegemonía sobre el poder
ejecutivo, se puede tener una mejor apreciación de la inacción del Estado en la “cuestión
social”.
Efectuando anteriormente una breve descripción de los factores materiales que
oprimían a la clase trabajadora, como también de la mentalidad de la aristocracia en ese
entonces, cabe ahora hacer una pequeña delineación de la sociedad obrera.

Generalidades de la sociedad obrera:


El obrero chileno mientras permaneció en el campo, bajo el patronato, cultivaba la
religión católica que era inculcada por sus patrones, mostraba agradecimiento por las
básicas atenciones que éstos le otorgaban y veía en esta relación una dependencia casi
necesaria, llegando a adquirir un carácter humilde y paciente. Por lo demás, el mantener
una vida relativamente monótona y aislada de otras realidades, lo hacían conservar sus
costumbres y un comportamiento sin mayor exaltación. Al llegar a la ciudad sus hábitos y
carácter fueron cambiando, era obvio que la nueva realidad que le tocaba vivir modificaría
su comportamiento.
En las ciudades, la clase trabajadora se vio afectada por la proximidad al lujo de la
clase pudiente, la distancia de sus patrones cristianos, la miseria donde vivía y trabajaba, y
las halagadoras teorías del socialismo que con justa razón pululaban por la ciudad. Lo

26
Luis Barros Lezaeta y Ximena Vergara Jonson, El modo de ser aristocrático. El caso de la oligarquía
chilena hacia el 1900, Ediciones Aconcagua, Santiago, 1978, pág. 25 y 26.
20

anterior, a juicio del autor, tuvo tres grandes impactos. Aunque no es posible generalizarlos
para todo el bajo pueblo, sirven como ejemplos.
El primero, la clase obrera fue perdiendo la práctica religiosa fortaleciéndose la
superchería. No concebían la religión como un eficiente solucionador de problemas
materiales, que en gran medida era lo que los afectaba; incluso se llegó a suponer que las
enseñanzas religiosas mantenían al pueblo inconciente y que se desdecía de la dura cultura
que le daba la época al bajo pueblo. Esto repercutía en cierto grado en la falta de moralidad
(robo, asesinatos, promiscuidad, etc.) que afectaba a toda la sociedad, haciendo la
convivencia más violenta
Otro impacto en la sociedad fue la prostitución, mencionándose en este párrafo por
dos motivos que se estiman importantes. Estando concientes de la existencia de esta
actividad por la promiscuidad existentes en las poblaciones o como medio de subsistencia,
había otro origen que tal vez no era común hasta la década de 1870, señalando Patricio
Valdivieso, que una de las causas de la prostitución femenina era “una respuesta en la
aspiración a bienes de lujo, inaccesibles por otras vías. Esa aspiración encontraría su origen
en el estilo de vida y los modelos de consumo derrochadores de los sectores sociales
dirigentes.” Y el otro motivo por el cual se consideró mencionar la prostitución, fue por sus
consecuencias, la difusión de enfermedades venéreas y el número de hijos no reconocidos
por sus padres, cuya cifra estaba en directa proporción con la mortandad de infantes y
niños.27
Por último, pero no menos importante, el alcoholismo. Asociándose en primera
instancia a la necesidad de olvidar el malestar material, para luego convertirse en un vicio.
Repercutiendo en la familia, por la propensión a irritarse del marido, el derroche del salario,
motivando la desavenencia y odio entre los esposos, siendo un mal ejemplo para los hijos,
los que a su vez sufrían la falta de cariño y afecto. 28 Así como también afectó el desempeño
laboral, produciendo entre otros, ausentismo y accidentes laborales.

27
Patricio Valdivieso, Dignidad humana y justicia. La historia de Chile, la política social y el cristianismo
1880-1920, Ediciones Universidad Católica de Chile, pág. 329.
28
Guillermo Eyzaguirre Rouse y Jorge Errázuriz Tagle, Estudio social de una familia obrera de Santiago,
Imprenta, litografía y encuadernación Barcelona, Santiago, 1903, pág. 67.
21

Organizaciones obreras:
Lo que antes se pensaba como una simple imitación de las agrupaciones obreras
europeas, que en Chile no tendrían un fin determinado ni un objetivo práctico, se convirtió
en el alero que cobijó a los trabajadores bajo una misma idea, uniendo sus esfuerzos y
encontrando en la acción colectiva lo que no hubieran podido alcanzar por si solos. En la
década de 1890 el movimiento obrero se ve fortalecido y valorado por la fuerza de la
unidad. Como claro ejemplo de esto último, se tiene la carta donde se pide al presidente de
la Sociedad de Socorros Mutuos, organizar una Confederación Obrera Mutualista,
leyéndose lo siguiente:
“La sociabilidad obrera es la poderosa fuerza que en no lejano día
aplastará el orgullo y las ambiciones de los que no reconocen el
indiscutible derecho de los productores…la necesidad de un centro general
de sociedades que trabajen prácticamente a nombre de la sociabilidad
obrera para inclinar la balanza de justicia y de derecho a favor de los que
desconociendo mezquinas miras solo aspiran a que no sea nulo aquello de
protección al trabajo e igualdad ante la ley.”29

En todas estas organizaciones de trabajadores, que era indispensable crear, no se


descarta la intención de grupos políticos de aprovecharse del movimiento obrero, como de
activistas que lo único que buscaban era la anarquía.
Durante la “Huelga de la carne”, el movimiento se encauzó originalmente en la más
absoluta legalidad y el tono de las peticiones fue respetuoso de las autoridades. No
obstante, la manifestación desembocó en hechos de inusitada violencia. Aunque se culpe a
anarquistas como originarios de este estallido social, es imposible negar la existencia de
motivos para haber encontrado apoyo. El malestar que estaba enquistado en el pueblo se
hacía presente, basta con observar que los actores populares en los sucesos de octubre de
1905, son los mismos a los que se ha hecho mención anteriormente: los peones, gañanes,
artesanos agrupados en sus sociedades y los obreros sindicalizados; quienes expresaron su
resentimiento con ira y furia, dirigiéndola “especialmente en contra del Estado (la casa de
gobierno y otros edificios públicos, los símbolos del poder y por cierto la policía), sectores

29
La Igualdad: Santiago, 7/Diciembre/1895.
22

de la aristocracia (sus residencias y bancos), los extranjeros (que dominaban el negocio de


las “casas de empeño”) y el gran comercio de la ciudad”30; todos emblemas de la clase
dirigente, entendido como el origen de las explotaciones y la desatención. Estableciéndose
que no solo existían condiciones objetivas o materiales que evidenciaban la crisis social de
la clase popular, sino también un rechazo a lo patronal y estatal.
Eduardo Balmaceda Valdés, nos cuenta lo realizado por las turbas pertenecientes
estrictamente al estrato social supuestamente bárbaro:
“Me parece estar viendo la figura gallarda y varonil de mi abuelo Valdés,
siempre tieso como un huso a pesar de sus años, entre el doctor Gregorio
Amunátegui y don Vicente Correa Vergara y rodeados de los vecinos de
esa calla, todos de carabina al hombro, formando una barrera
infranqueable que las turbas no osaban acometer. Pero estas turbas ya se
habían dado el tiempo para hacer pedazos la ciudad; los monumentos, los
adornos de plazas y jardines, los faroles y los focos eléctricos fueron
destruidos. En el comercio, que tuvo que cerrar apresuradamente sus
puertas, alcanzaron a saquear negocios de importancia. Por la noche
sentíase detonaciones por todos lados, mientras enormes llamas salían de
las cañerías de gas, retorcidas y quebradas, contribuyendo a dramatizar el
ambiente nocturno. El palacio de La Moneda estuvo a punto de ser
saqueado, y a pedradas quebraron todos sus vidrios; se decía que hasta la
persona del presidente, que lo era don Germán Riesco, había estado a
punto de ser vejada […] Desde la casa de mi abuelo sentíamos
empavorizados los golpes con que destruían a pedradas la fuente de
Neptuno, situada entre los dos pimientos. La destrucción de esta fuente
era, acaso, lo que más me impresionaba, pues sin ella se terminaría las
competencias de barquichuelos que tanto nos apasionaba en los días
festivos […] En esta temprana y festiva edad bien poca importancia
sabíamos dar al drama terrible que acababa de dejar tan triste saldo en
nuestra vida nacional. El ver a nuestro amigo Neptuno descabezado, su

30
Mario Garcés Durán, Crisis social y motines populares en el 1900. Ediciones LOM, Santiago, 2003,
pág.115.
23

airoso tridente hecho añicos, sus briosos corceles como partidos por un
rayo, la fuente seca y su brocal despedazado, era cuanto más nos hacía
lamentar la tremenda huelga de la carne”31.

En todo caso, la revuelta de octubre reveló la existencia de distintas opciones


políticas que aspiraban a conducir al movimiento popular. Además del anarquismo,
disputaba la dirección del movimiento al oficialismo demócrata, la tendencia demócrata –
socialista, encabezada por Luis Emilio Recabarren. Pero por sobre las diferentes corrientes
políticas presentes en el movimiento popular, la violencia durante la “Huelga de la Carne”
dejaron huellas profundas entre los trabajadores y la oligarquía. Reforzándose en los
primeros el pesimismo, el clasismo y un emergente sentimiento de misticismo y
martirologio proletario; y en los segundos un temor por la clase trabajadora y una necesidad
de reafirmarse en el poder. Al poco tiempo, las matanzas de Antofagasta, Iquique y otras
darían mayor amplitud a este estado de ánimo, que a lo largo del siglo XX recorrería toda la
geografía del mundo popular.

31
Alfredo Jocelyn-Holt, El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica. Ediciones Debolsillo,
Santiago, 2014, pág. 217.
24

IV. Conclusión
Es posible aducir que la carencia material de la clase popular se debía al
subdesarrollo económico del país, pero se contrasta con la existencia en Chile de recursos
que generaban ingresos suficientes para conformar a un sector muy pudiente que no
distribuía su riqueza.
También es viable citar que la política económica predominante en Chile, que
dejaba al país desprotegido de los ciclos económicos aumentaba la pobreza. Pero se
contraponer con el estilo de vida que llevaba la oligarquía, y además era esta clase dirigente
la que tenían el poder para cambiar los principios económicos. Redundando más, cuando la
nación vivía un ciclo de expansión económica la pobreza y la exclusión del “pueblo”
continuaba.
Por lo anterior, más allá de las carencias materiales de la clase obrera, el motivo de
la “cuestión social” y los estallidos populares, con participación o no de anarquistas, se
producía por la exclusión social. Ésta se encontraba cimentada sobre situaciones históricas
de larga data de privilegio económico y una supuesta superioridad moral que caracterizó la
forma de relación entre “la sociedad” y el “pueblo”. En ella se manifestaba toda la
indiferencia que la primera sentía por el “pueblo”, al punto que los llegó a ignorar y, por lo
mismo, a ser indolente ante su situación. Ese fue el origen de la distancia que se generó
entre esos dos grupos sociales chilenos desde el siglo XIX. Y a pesar de que esa distancia
crecía peligrosamente a medida que avanzaba el siglo XX, “la sociedad” no pudo
considerar su relación con el resto de la población de otra manera, como no fuera dentro de
ese orden, para ellos “natural”, que implicaba, dada la inferioridad moral del “pueblo”, la
sumisión a sus designios.
No es atrevido decir que estos problemas sociales, en gran medida se deben a
estructuras mentales, a la cosmovisión que tenía la aristocracia chilena del mundo, donde se
sentía superior al resto de la sociedad y a su vez, fue construyendo una visión de realidad al
pueblo, que ya sea por la llegada de ideas socialistas u otro motivo, rompió ese enfoque
para adquirir uno que se oponía al de “la sociedad”.
Respecto a las estructuras mentales, se puede decir que aquello influyó en el
desarrollo de Chile y por ende en el nivel de vida de sus habitantes. Basta con tomar en
25

cuenta lo dicho por Aníbal Pinto Santa – Cruz, cuando analizando el escaso desarrollo
industrial chileno lo alude en parte a la “personalidad nacional”, que el pasado colonial
impidió desarrollarla y la inmigración extranjera fue demasiado brusca para la nación que
comenzaba a madurar con la Independencia, lo que se traducía en la aceptación e imitación
de las ideas y conceptos culturales de las sociedades más desarrolladas, sin aplicarle un
ajuste o adaptación de acuerdo a la realidad nacional, transformando la política económica
en remedo de los principios y técnicas plasmados para la realidad británica o que la
orientación educacional un día sea alemana, otro francesa y después norteamericana, sin
considerar los factores autóctonos. Esta carencia de “personalidad nacional” que nos lleva a
privilegiar o idolatrar lo extranjero, se puede asociar con el “modo de ser” de la
aristocracia.
Es posible que esta huelga, como tal vez otras anteriores, hiciera tomar conciencia a
algunos de los sectores aristocráticos de la necesidad de prestar atención a una gran parte de
la sociedad, pero de igual forma o aún más, generó el distanciamiento entre las clases
sociales. Al ver la oligarquía a los sectores populares como una amenaza que no reconocía
autoridad, poniendo en jaque a la ciudad y desafiando sus intereses. Creándose un circulo
vicioso entre la visión de cada una de las clases en disputa, “amenaza a los intereses” -
“explotación y desatención”.

Amenaza a los Explotación y


intereses desatención

Mientras no se logre cambiar este círculo vicioso, no podrá haber una sana
convivencia social.
26

CUADRO N° 1
Distribución de la población chilena en ciudades de tamaños diferentes.

Años Población Centros con 2.000 Ciudades con 20.000 Población de Población
Rural (*) a 20.000 hbts. hbts. o más s/ Stgo. Santiago Total
1865 1.421.161 212.247 70.438 115.377 1.819.223
1875 1.536.193 291.674 97.737 150.367 2.075.971
1885 1.790.380 354.074 173.319 189.332 2.507.005
1895 1.774.093 436.582 228.547 256.403 2.695.625
1907 2.008.724 505.711 383.863 332.274 3.231.022
1920 2.132.452 554.717 535.770 507.296 3.730.235
Fuente: Carlos Hurtado Ruiz-Tagle, Concentración de población y desarrollo económico.
El caso chileno. Universidad de Chile, 1966, pág. 146.

(*) Población que no vive en centros de 2.000 habitantes o más


27

CUADRO N° 2
Subdelegación urbana aumento del número de habitantes.
1895 1907 %
Subdelegaciones Habitantes Total Habitantes Total Aumento
Oeste
Mapocho 4.324 9.180
Renca 4.085 8.409 5.823 15.012 78,52

Norte
El Salto 4.472 4.472 6.940 6.940 55,19

Sur
Santa Rosa 3.068 5.584
Llano 3.072 4.490
Subercaseaux
Parque Cousiño 7.215 13.355 10.083 20.157 50,86

Este
Providencia 7.092 10.985
Apoquindo 2.950 10.042 3.914 14.899 48,37

Sur oeste
Chuchunco 4.438 4.438 6.523 6.523 46,98

Sur este
Ñuñoa 3.904 3.904 4.410 4.410 5,28
Fuente: Armando de Ramón, Estudio de una periferia urbana: Santiago de Chile 1850-
1900, pág. 256.
28

CUADRO N° 3

Aumento y crecimiento porcentual de los funcionarios estatales 1880-1919.

Funcionarios (no contiene el ejército)


Dependencia 1880 1900 % 1919 %
crecimiento crecimiento
1880-1900 1900-1919
Presidencia 6 5 -16,7 8 60
Congreso 191 170 -11,0 259 52,4
M. del Interior 568 1.935 240,7 13.827 (*) 614,6
M. RR.EE. 47 724 1.440,4 813 12,3
M. de Justicia, Culto 867 5.948 586 1.254 -78,9
e Instrucción
M. de Hacienda 729 1.564 114,5 2.841 81,7
M. de Guerra 255 1.286 404,3 2.160 68
M. de Marina 385 1.045 171,4 1.907 82,5
M. de Industrias y 242 1.308 440,5
OO.PP.
M. de Educación 3.091
TOTAL 3.048 12.919 323,9 27.469 112,6
Fuente: Enrique Fernández, Estado y Sociedad en Chile, 1891-1931. El Estado excluyente,
la lógica estatal oligárquica y la formación de la sociedad. Editorial LOM, Santiago, 2003,
pág. 92

(*) En documento de la fuente faltaba el último dígito.


29

BIBLIOGRAFIA

Acevedo, Tarazona Álvaro, Los retornos de la historiografía. La historia política y del


acontecimiento. www.univalle.edu.co

Barros Lezaeta, Luis y Vergara Jonson, Ximena, El modo de ser aristocrático. El caso de
la oligarquía chilena hacia el 1900, Ediciones Aconcagua, Santiago, 1978.

Burke, Peter, La revolución historiográfica francesa. La escuela de los Annales 1929-1989.


Gedisa Editorial, Barcelona, 1999.

Burke, Peter, Formas de hacer Historia, Alianza Universidad, 1996.

Cámara de Diputados: sesión del 27/7/1900

Cardoso, Ciro y Pérez, Brignoli H., Los métodos de la historia, Editorial Crítica, España,
1986.

Cruzat, Ximena y Tirón, Ana, El pensamiento frente a la cuestión social en Chile. Nuestra
América Ediciones.

De Ramón, Armando, Estudio de una periferia urbana. Santiago de Chile 1850-1900.


Pontificia Universidad Católica de Chile, Instituto de Historia, Santiago, 1961, N° 20
(1985)

El Catoblepas, Revista crítica del presente, número 4, junio 2002. www.nodulo.org

Fernández, Enrique, Estado y sociedad en Chile, 1891 – 1931, LOM Ediciones, Santiago,
2003.

Garcés Durán, Mario, Crisis social y motines populares en el 1900. Editoriales LOM,
Santiago, 2003.

Gross, Patricio, Sustentabilidad ¿Un desafío imposible?. Ediciones Surambiente. Santiago,


2002.

Hobsbawm, Eric, Sobre la historia, Barcelona, Crítica, 2002.

Hurtado Ruiz-Tagle, Carlos, Concentración de población y desarrollo económico. El caso


chileno. Universidad de Chile, 1966.

Jocelyn-Holt, Alfredo, El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica. Ediciones


Debolsillo, Santiago, 2014.

Lechner, Norbert, Orden y memoria, LOM Ediciones, 2002.


30

Meller, Patricio, Un siglo de economía política chilena (1890-1990), Editorial Andrés


Bello, Santiago, 1998.

Pinto Santa-Cruz, Aníbal, Chile, un caso de desarrollo frustrado. Editorial Universidad de


Santiago, Chile, 1996.

Valdivieso, Patricio, Dignidad humana y justicia. La historia de Chile, la política social y


el cristianismo 1880-1920, Ediciones Universidad Católica de Chile.

Vial Correa, Gonzalo, Historia de Chile (1891-1973) Editorial Santillana, Santiago, 1981.

También podría gustarte