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El sábado pasado estuve enseñando sobre la vida de Sansón en una campaña de jóvenes
y el miércoles compartí la misma enseñanza en el Círculo Vida Abundante. Sansón es
un héroe de la fe atípico, medio bohemio y altamente licencioso. Es un poco difícil
equiparar este Superman cristiano ―así lo enseñan en la escuela bíblica― con
Abraham, con Moisés o con David si se no toma en cuenta la multiforme gracia de Dios
que usa a unos hombres y a otros de maneras totalmente distintas para alcanzar un
propósito semejante. (Su similitud no está en los medios, sino en los fines.) Aquí se
evidencia que muchos personajes bíblicos son un gran ejemplo, pero otros son una
horrible advertencia; que Dios utiliza ambos grupos para enseñarnos lo que espera que
nosotros hagamos y evitemos hacer.
Sansón descendió a Timnat y vio allí a una joven filistea. Cuando él volvió, les dijo a
sus padres: —He visto en Timnat a una joven filistea; pídanla para que sea mi esposa.
Pero sus padres le dijeron: —¿Acaso no hay ninguna mujer aceptable entre tus
parientes, o en todo nuestro pueblo, que tienes que ir a buscar una esposa entre esos
filisteos incircuncisos? Sansón le respondió a su padre: —¡Pídeme a ésa, que es la que a
mí me gusta! (Jueces 14:1-3)
Precisamente con esa frase «hacer lo que a mí me gusta» se puede resumir su vida.
Sansón siempre prefirió hacer lo divertido ante lo necesario, lo agradable ante lo
conveniente. Su vida estuvo llena de aventuras, de demostraciones de poder y
vanagloria, comenzó siendo la esperanza nacional y terminó perdiendo los ojos, la vida
y siendo la vergüenza de su pueblo y la burla de sus enemigos.
Cuando ya estaban muy alegres, gritaron: «¡Saquen a Sansón para que nos divierta!»
Así que sacaron a Sansón de la cárcel, y él les sirvió de diversión. (Jueces 16:25)
El hecho de que a pesar de todas sus flaquezas Sansón haya juzgado a Israel por veinte
años y haya sido utilizado por Dios para comenzar a liberar a Israel de la mano de los
filisteos me llama poderosamente la atención. Demuestra que no basta con estar en
eminencia o dar fruto, estas cosas no son una evidencia de carácter (disciplina,
integridad, buenos valores) sino más bien de misericordia. Un hombre puede haber
estado en altas posiciones o desarrollado grandes obras, pero lo que le asegurará llevar
su vida a feliz término no será su fortaleza, sino su carácter. La fuerza te impulsa, pero
el carácter te cuida. La fuerza de da alcance, pero el carácter te sustenta. El carácter no
es tan evidente como el fruto, pero tarde o temprano se manifiesta.
El miércoles pasado ilustré este principio utilizando una botella de vidrio. Les dije a los
hermanos que hay hombres que son como una botella parada al revés (todo el peso
recae sobre la parte más pequeña), su proyecto o visión es más grande que el carácter
que lo sustenta y con cualquier brisa todo se les cae encima. Los puse a soplar la botella
y pudieron derribarla en tan sólo dos intentos. Por el contrario, cuando el carácter de un
hombre es más grande que su visión, permanece firme a pesar de la tempestad. Luego
coloqué la botella nuevamente, esta vez con la boquilla hacia arriba, y les fue imposible
derribarla. Lo importante no es haber llegado muy lejos hacia arriba, sino, tener una
zapada de carácter tan fuerte que pueda soportar tal estructura a lo largo de los años.
Precisamente así murió Sansón: aplastado sobre una estructura de un gran edificio que
el mismo lo derribó utilizando sus fuertes brazos.
Luego Sansón palpó las dos columnas centrales que sostenían el templo y se apoyó
contra ellas, la mano derecha sobre una y la izquierda sobre la otra. Y gritó: «¡Muera yo
junto con los filisteos!» Luego empujó con toda su fuerza, y el templo se vino abajo
sobre los jefes y sobre toda la gente que estaba allí. Fueron muchos más los que Sansón
mató al morir, que los que había matado mientras vivía. (Jueces 16:29, 30)