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La persona humana
1. Qué es el hombre
• la técnica.
• la tradición.
• el lenguaje simbólico.
• el progreso.
• el arte.
• la capacidad de razonamiento esencialmente distinta a cualquier reacción
instintiva “inteligente” de los animales.
• la reflexión.
• la ciencia.
• la religión
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ración. Este progreso tiene muy poco que ver con algún tipo de evolución biológica:
biológicamente no nos diferenciamos de los antiguos griegos, pero sabemos incom-
parablemente más que ellos. Lo que no significa que seamos más inteligentes (sabemos
más que Aristóteles, pero ¿somos más inteligentes que él?).
El arte: imaginemos que entramos en una caverna y dudamos de si en ella habi-
tó el hombre prehistórico. En un primer momento no descubrimos más que piedras
removidas en el suelo y lechos de hojas secas. De ello sólo no podemos deducir la
existencia del hombre en la caverna. Pero, en un momento dado, descubrimos pin-
tadas en la pared imágenes de bisontes. Inmediatamente concluimos la presencia
histórica del hombre en esa cueva. ¿Por qué llegamos a esa conclusión? Sencillamente,
porque no se puede pintar un bisonte si previamente no se tiene el concepto de
bisonte. El arte es un fenómeno espiritual.
Parece, sin embargo, que todo esto, la técnica, la tradición, el lenguaje, el pro-
greso, el arte, dependen de otra cualidad, a saber, la peculiar capacidad que posee el
hombre de pensar de distinta manera que los animales. Esta diferencia o particulari-
dad de su pensamiento no es fácil de reducir a una fórmula breve, pues es muy com-
pleja. Así el hombre es capaz de abstracción. Mientras los animales conocen siempre
con miras a lo particular y concreto, el hombre puede pensar universalmente.
El hombre tiene un conocimiento por el que percibe las manifestaciones sensibles
de las cosas; pero al mismo tiempo trasciende dicho conocimiento, puesto que per-
cibe con su inteligencia la realidad en cuanto tal. Este tipo de conocimiento va más
allá de lo sensible y lo transciende. Cuando el hombre afirma que percibe una reali-
dad, lo hace con una intuición intelectual que prescinde en ese momento de toda
nota sensible que configure dicha realidad. Es un conocimiento abstracto (abstrae
de la materia) o espiritual. Es la base de todo conocimiento intelectual; a partir de la
captación de lo real en cuanto real es como el hombre forma los demás conceptos
abstractos. Conceptos como ser, verdad, bondad, belleza, persona, justicia, honor
no tienen nada de materiales.
Debe haber, por lo tanto, en el hombre un principio que sea capaz de formar tales
conceptos. Son conceptos que no tienen nada de extensión, de mensurable. En ellos
no se puede distinguir una parte derecha y otra izquierda, prescinden de cualquier
medida y están más allá del tiempo y del espacio. De aquí depende ciertamente que
el hombre parece poseer una independencia única sobre lo biológico que domina
todo el reino animal.
Mencionemos solo dos rasgos sorprendentes de esta independencia: la ciencia
y la religión.
Digamos que el animal no hace nada más allá de lo que sea útil para su vida. Jamás
llegará a la contemplación, al disfrute desinteresado de la belleza, a la contemplación
de algo que no se traduzca en utilidad inmediata. La cosa cambia en el hombre. Este
estudia objetos que no tienen absolutamente un fin práctico alguno, por el saber
puro. El hombre es capaz de la ciencia objetiva y, efectivamente, la ha construido.
Más notable es el caso de la religión. Cuando vemos que en la costa sur del
Mediterráneo, en que se da muy bien las condiciones para el cultivo del vino, la viña
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se cultiva muy poco porque allí habitan musulmanes, cuya religión no les permite el
consumo del alcohol, y sí, en cambio, en condiciones menos favorables junto al Rhin
y hasta en Noruega, en países cristianos; si observamos los grandes establecimientos
o instalaciones en los desiertos en torno a lugares de peregrinación budistas o cris-
tianos,* hemos de decirnos que esto no tiene sentido económico ni biológico. Desde
el punto de vista puramente animal, ello, realmente, carece de sentido. Ahora bien,
el hombre puede hacer esas cosas porque es, hasta cierto punto, independiente de las
leyes biológicas que rigen el mundo animal.
En el hombre que se abre por su inteligencia a una realidad múltiple, ordenada,
finita, se reconoce a la vez en sus actos como ser espiritual, cuya plena realización no
se satisface en un horizonte puramente temporal, histórico-cultural. Reconoce una
trascendencia que no se agota en la relación social ni en el quehacer cultural –por los
que se proyecta y perdura más allá de sí mismo y de su tiempo–, reconoce con su
inteligencia un fundamento objetivo absoluto de lo real: Dios creador. Y a la vez sólo
en un Dios personal se reconoce plenamente como ser espiritual.
Aclaremos algo en este punto: en el cristianismo (y más específicamente en el
caso de la Iglesia Católica) la religiosidad no es una consecuencia de la dimensión
cultural ni un aspecto de ésta; por el contrario es su fundamento y consiste en el
reconocimiento de una relación personal con Dios Persona, relación que proyecta
al hombre más allá de sus límites corpóreos y temporales, que se clarifica y define en
el núcleo más íntimo de la persona: el espíritu, pero que a la vez requiere expresarse
en todas las dimensiones de lo humano, por lo cual éstas resultan re-cualificadas.
Esto va unido a dos cosas: en primer lugar, a la conciencia inmediata que tenemos
cada uno de nosotros de ser libres. Los genes me pueden condicionar, sin duda, me
dan una mayor o menor capacidad craneal; pero no me pueden determinar en el
sentido de que soy yo el que determina hacer esto o aquello. Hay en mí, por lo tanto,
algo radicalmente irrepetible y singular, algo que no proviene de mis padres y donde
radica el santuario sagrado de toda persona humana.
En segundo lugar, el hombre es capaz de reflexión. El hombre no mira como
parecen hacerlo todos los animales, exclusivamente el mundo exterior. Puede pensar
en sí mismo, se preocupa de sí mismo, se pregunta por el sentido de su propia vida.
También parece ser el único animal que tiene clara conciencia de que ha de morir.
Esta conciencia de su finitud y, sobre todo, de su mortalidad, dan por resultado
una tensión por la que el hombre se nos aparece como un enigma trágico. Parece
como destinado a algo que no puede en absoluto alcanzar. ¿Cuál es, pues, su sentido;
cuál es el fin de su vida? Desde Platón, los mejores de entre nuestros grandes pensa-
dores se han esforzado en hallar la solución a este enigma. Esencialmente, se han
propuesto tres grandes soluciones:
• La primera, muy difundida en el siglo XIX, afirma que la necesidad de
infinito se satisface identificándose el hombre con algo más amplio que él
mismo, sobre todo la sociedad o la humanidad. No tiene importancia
alguna, dicen estos filósofos, que yo tenga que sufrir, fracase y muera. La
humanidad, el universo prosigue su curso. Esto es insostenible: en lugar
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2. Noción de persona
¿Se puede definir a la persona por la autonomía? Según esto el hombre no estaría
más que sometido a las leyes que él mismo se ha dado. Pero el hombre es incapaz de
ser el fundamento último de la obligación moral.
¿No se puede definir al hombre por la libertad? Sin duda, la libertad es una “pro-
piedad” de la persona. Pero esto simplemente nos limita al campo de lo fenoménico
y deja escapar lo esencial.
Lo esencial es de orden metafísico.
La persona es una substancia, es decir, un ser que existe “en sí”, por oposición al
accidente que sólo existe en otra cosa (no existe el “rosado”, sino “algo rosado”). Este
elemento de totalidad y plena autonomía (entendida correctamente como autonomía
limitada y relativa a un fin último y no como la autonomía libertaria de un ser que
no depende de nada ni de nadie), es el aspecto positivo del señorío que ejerce la per-
sona, y que negativamente se expresa por medio del concepto de “incomunicabilidad”.
Esta última característica expresa que la persona no se comunica a otro ser: o sea, no
es un accidente pues el accidente –como dijimos– no existe en sí, sino en el ser de la
sustancia. No es tampoco la parte de un todo; ni es una sustancia universal capaz de
comunicarse a cada uno de los individuos que la realiza. Tanto más uno es un ser,
cuanto más “distinto” y dividido está de los otros seres, y cuanto más indiviso es
respecto de sí mismo.
La persona es un subsistente concreto, un todo autónomo, libre e incomunicable.
Pero tal autonomía y libertad no puede jamás ser concebida como un núcleo creador
y autooriginador de sí mismo.
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números, las nociones de justicia, identidad, género, especie. Incluso juzga lo con-
trario de lo que parecen indicarle los sentidos: no es el Sol el que gira, sino la Tierra.
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3.2. la inmortalidad
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Ahora bien, en todo este tema debe tenerse claro que no debe confundirse la
inmortalidad del alma con la del hombre puesto que la persona humana muere.
Tomás de Aquino señala al respecto que el alma no es todo el hombre, el alma no es
el yo, y afirmará que el alma separada, “aunque es personal, no es propiamente
hablando persona” (De Potentia, q.9, a.2 ad 14) y en otra parte dirá que [al alma
separada] “no le conviene ni la definición ni el nombre de persona” (S.Th, I q. 29, a.
1, ad 5).
Por lo tanto, llegamos a la conclusión de que el alma humana es de derecho (de
iure) inmortal. Como ser que no es directa ni indirectamente corruptible, el alma
humana tiene una aptitud y exigencia naturales para existir para siempre. El alma
humana debiera vivir siempre. Pero Dios ciertamente puede aniquilar el ser contin-
gente. ¿Tenemos nosotros a la luz de la razón humana, alguna seguridad de que Dios
no aniquilará el alma humana? Así se plantea la cuestión de si el alma, no solo de
derecho (“debiera vivir para siempre”) sino de hecho (de facto) es inmortal (“real-
mente habrá de vivir para siempre”). La aniquilación como absoluta y radical anu-
lación entitativa requiere de la misma omnipotencia que ha intervenido en la creación,
puesto que esencialmente es la cesación del acto creador. El alma no puede ser,
entonces, aniquilada por ninguna criatura, pues crear es propio de Dios. La cuestión
se plantea, pues, sobre Dios. ¿Puede Dios aniquilar un alma? Si consideramos sólo
su omnipotencia, puede hacerlo sin duda, pues su acto de creación es libre: nada le
obliga, nada le fuerza a crear cualquier cosa, ni a conservar en la existencia una cria-
tura cualquiera. Pero si consideramos su omnipotencia en relación con los demás
atributos, la aniquilación de un alma no parece posible, pues repugnaría a su sabi-
duría y a su justicia. Sería una especie de contradicción del esencial acto de amor
creativo. Además, sería hacer imposible la aplicación de las sanciones merecidas por
el hombre en esta vida. La supervivencia de la persona es una exigencia de la con-
ciencia moral, pues es evidente que la justicia no reina en este mundo: la virtud
raramente es recompensada; el vicio, raras veces castigado como se merece. Ocurre
más bien lo contrario: la justicia es perseguida, mientras que el malvado prospera.
Sin embargo, la razón práctica no basta de ninguna manera para fundamentar
la inmortalidad del alma. Para probar la inmortalidad del alma Santo Tomás de
Aquino apela a un segundo argumento fundamentado sobre el principio de que “un
deseo natural no puede ser vano” (desiderium naturae non potest esse inane). Se lo
llama “argumento psicológico” pero en realidad no sale del campo metafísico.
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que un organismo vivo es un psiquismo que informa una materia. Cuando el psiquis-
mo desaparece, queda la materia que había sido informada.
No hay, en modo alguno, dualidad entre el “alma” y el “cuerpo”, sino entre el
principio de información, que podemos llamar “alma”, y la materia informada, cons-
tituyendo los dos el cuerpo vivo, que es el sujeto, el cuerpo vivo que yo soy, no que “yo
tengo”, como pretenden los dualismos al estilo cartesiano.
De la misma manera, tampoco se puede decir propiamente que “yo tengo” un
alma, porque esto sería hacer del sujeto poseedor algo distinto del alma, como si ésta
fuera poseída. Debo, pues, decir: “yo soy un alma” viva. Ahora bien, decir que “yo
soy un alma viva” o decir que “yo soy un cuerpo vivo” es decir la misma cosa, ya que
el cuerpo no es en mí otra cosa que el alma informando una materia y constituyendo
mi propia mismidad.
No se trata, por tanto, de preguntar dónde está el alma, como si ella estuviera
albergada en alguna parte del “cuerpo”. El alma viva es lo que constituye el cuerpo
vivo todo él. Cuando señalo a un hombre, estoy señalando un cuerpo vivo, es decir,
un alma viva. Podemos hablar de que el alma “es visible”, por el mismo hecho de que
ella organiza una materia a fin de constituir un cuerpo dotado de vida. Un médico
materialista de principios del siglo XX decía –al abrir con su bisturí el torso de un
hombre– que no había encontrado ni rastro de su alma. Si aplicara su bisturí a un
cadáver, no la encontraría, ciertamente. Pero para buscar el alma en un ser vivo, no
es necesario echar mano de instrumentos, basta con mirarlo. Su misma vida nos habla
de su alma viva.
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capítulo VI
Ámbito cognoscitivo y
tendencial del hombre
Como ya vimos en el capítulo IV, hay que distinguir ante todo dos reacciones
fundamentales de un ser consciente con respecto al mundo: el conocimiento y la
apetición. El conocimiento consiste en dejarse invadir por el objeto y captarlo en sí
de un cierto modo. La apetición, o tendencia, consiste en ir hacia un objeto que se
presenta como bueno de un modo u otro.
Por otra parte, cada una de estas reacciones puede efectuarse en dos planos que
llamaremos sensible e intelectual según que el objeto sea concreto e individual o
abstracto y general.
Repetimos, pues, lo dicho sobre las cuatro funciones antropológicas principales:
a) conocimiento sensible, que comprende todos los actos de conocimiento
de un objeto concreto: sensación, imaginación, memoria, etc., al que se
une la llamada cogitativa.
b) conocimiento intelectual, que comprende todos los actos que versen sobre
un objeto abstracto: la idea, el juicio y el razonamiento, al que se une la
conciencia intelectual que es reflexiva (el hombre sabe que sabe, conoce
que conoce, etc.)
c) el apetito sensible, que es la tendencia hacia lo que es conocido por los
sentidos como bueno.
d) el apetito intelectual, que es la tendencia hacia un objeto concebido por la
inteligencia y que se llama voluntad.
1. Qué es conocer
De todos los seres vivientes que caen bajo nuestra experiencia, solo el hombre
llega no solo a conocer –cosa que también logra el animal imperfectamente– sino
también a conocer inteligiblemente las cosas.
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Mientras aquéllos –y también los sentidos del hombre– solo perciben y apre-
henden concreta y fenoménicamente las cosas, la inteligencia penetra en su esencia,
en sus causas constitutivas, trasciende la exterioridad de sus apariencias sensibles
para descubrir lo que ellas en sí mismas son.
Esta es la grandeza del acto o perfección del ser cognoscente: que su existencia
no se agota ni se cierra en su propio ser, sino que en ella hay ser o acto para dar a otras
formas, las cuales, sin dejar de existir en sí mismas, comienzan a existir, las mismas,
de un modo enteramente nuevo y único en la realidad del acto cognoscitivo.
Conocer, por lo tanto, no es recibir el objeto cual acto o perfección propia, cual
forma que el sujeto recibe como suya para constituir con ella un nuevo ser, un com-
puesto de ambos; es, por el contrario, la recepción de un ser en cuanto otro, con el que
se identifica de este modo intencional (“intencional” significa aquí lo siguiente: “el
acto de conocimiento que hace presente a una facultad un ser en tanto que objeto”,
R. Vernaux, Epistemología general, Herder, 1981, pág. 106). Pero recibir de este modo
singular la realidad objetiva, es recibirla no como acto suyo sino como otro, como
ob-jectum o intencionalmente.
Dicho de otro modo, conocer es poseer inmaterialmente una forma ajena. Para
la teoría del conocimiento de Santo Tomás de Aquino (1225-1274), el conocimiento
consiste en hacerse, devenir e identificarse con el objeto, claro que no material o física-
mente, sino intencional u objetivamente en el acto mismo del cognoscente, quien
gracias a su inmaterialidad y en la medida de esa inmaterialidad logra recibir activa-
mente, en su propio acto, la forma del objeto conocido, como objeto.
Es bastante claro que en el proceso del conocimiento la mente asimila de un
modo u otro la realidad material. Santo Tomás ha insistido en que, en el acto de
conocer un objeto, se da una identificación entre la mente y el objeto: “todo conoci-
miento se realiza por asimilación del que conoce y de lo conocido” (Summa contra
Gentiles, I. c. 65: “cognitio autem omnis fit per assimilationem congnoscentis et
congniti”)
Es muy significativo que se describa el proceso del conocimiento como “asimi-
lación”. El término está tomado de la biología, que lo utiliza para significar el proce-
so orgánico en que un cuerpo vivo se apodera del alimento, que viene de afuera, para
desarrollarse y perpetuar su existencia. Del mismo modo que el crecimiento y desa-
rrollo del cuerpo dependen de la asimilación de sustancias nutritivas, así también el
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es que una “mente” material reflexione sobre sí misma, como es imposible que el ojo
se vea a sí mismo. Una facultad material, por el mero hecho de ser material, no puede
ser sujeto y objeto de su propia actividad. Para que una mente pueda reflexionar sobre
sí misma, debe ser al mismo tiempo quien conoce y quien es conocido, sujeto y obje-
to de su actividad. Por lo tanto, una mente que reflexiona sobre sus propios estados
de conciencia, no puede ser en modo alguno de índole material.
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cente por parte del objeto presente en la especie espiritual del entendi-
miento agente –especie impresa– a partir de los sentidos. Por eso, el “hijo”
de esta fecundación espiritual de la inteligencia se llama concepto, es decir,
concebido.
6. Es en el concepto donde el entendimiento cognoscente y el objeto enten-
dido se identifican intencionalmente: “intelligens in actu est intellectum
in actu” (el entendimiento en acto es lo entendido en acto), expresa Santo
Tomás.
“Todo este proceso interior vital (que la teoría del «intelecto agente» no hace más que
desplegar analíticamente en las distintas etapas), culmina en la intelección, cuando la
inteligencia se dice a sí misma en el verbo, de un modo luminoso y consciente, lo que
es la realidad. Verdadera concepción de la mente o parto intelectual, la acción cognos-
citiva intelectual culmina siempre en la presencia de un verbo, o término interior
(verdadera prole espiritual), presente tanto en la simple aprehensión como en el juicio
y el raciocinio” (Héctor D. Mandrioni, Introducción a la filosofía, Kapelusz, Buenos
Aires, 1964, pág. 121).
El intelectualismo de Santo Tomás evita, por tanto, los errores que se han dado
en la historia de la filosofía sobre este tema. Evita la desviación racionalista con sus
insostenibles ideas innatas, desconectadas de lo sensible. Sortea también el obstácu-
lo del empirismo y de los positivistas que niegan el hecho mismo de la intelección o
aprehensión del ser trascendente, para reducir los conceptos o ideas a una mera
sensación o captación de fenómenos.
También, en fin, evita el error del apriorismo kantiano para el cual el entender
no es un aprehender lo que es, sino un fabricarlo, un construirlo, a partir de ciegas
impresiones sensibles subjetivas y de vacías categorías “a priori” del entendimiento,
Agreguemos que Santo Tomás reconocía además de la existencia de una intuición
sensible, también la existencia en la inteligencia humana de algunos rasgos esencia-
les de una intuición intelectual en sentido amplio, ya que en sentido estricto solo
puede aplicarse a los espíritus puros. En este sentido Santo Tomás distingue entre
intellectus y ratio, o sea, conocimiento intelectual y discursivo respectivamente, el
primero de los cuales, según él, participa en forma mínima de la visión del espíritu
puro. No atribuye un tipo de intuición intelectual como la angélica al hombre (error
conocido con el nombre de intuicionismo) sino que se refiere, por ejemplo, a la típi-
ca “visión simultánea” creadora de vastas conexiones, tal como se da de manera
especial, repentinamente a veces, en hombres adecuadamente dotados. Sin embargo,
esta “intuición” supone, por lo general, un largo trato intelectual con el objeto y debe
ser después justificada por el pensar metódico.
Por el contrario, el intuicionismo cae en varios errores al admitir, por ejemplo,
una “visión” natural de Dios (ontologismo), o las afirmaciones de Platón que habla
de una visión intelectual para la que el hombre debe estar capacitado por ideas inna-
tas (innatismo), o el irracionalismo que se une al intuicionismo al suponer una
aprehensión irracional o emocional inmediata de la realidad suprasensible, como en
los casos de la filosofía de Bergson (1859-1941) y Scheler (1874-1928).
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1.4. La inteligencia
na, poseyendo unas leyes especiales y un objeto especial. Desde este punto de vista,
el objeto a determinar es el OBJETO PROPIO (de la inteligencia humana).
En el primer caso, con Santo Tomás, afirmamos que el objeto común o adecuado
de la inteligencia es el SER. Estamos hablando del objeto formal común a toda inteli-
gencia, es decir, el aspecto bajo el que la inteligencia como tal alcanza su objeto material.
En este sentido basta mostrar que la inteligencia humana, en todos sus actos, no
conoce nada que no lo conozca como ser. No quiere decir esto que nosotros tengamos
solo una idea, la idea del ser, pues es evidente, por el contrario, que tenemos muchas
más. La tesis significa solamente que todo lo que se conoce, se conoce como un ser, o
como un aspecto, o una forma, o un tipo, o una “porción” de ser.
En el segundo caso, afirmamos:
Por ejemplo, pensar “un animal”, “un árbol” es ya captar la quidditas de la cosa.
Este objeto puede ser llamado una esencia, y a menudo se le da este nombre para
distinguirlo de las cualidades sensibles y de la existencia, y también para subrayar su
carácter abstracto.
Por lo tanto, la tesis en este segundo caso implica:
1°) la inteligencia humana conoce al ser y puede conocer todo ser, pero
no alcanza directamente más que una de sus formas, la más baja: el
ser material.
2°) solo a ellas conoce directamente, y aun solo a aquellas que anterior-
mente han sido conocidas por los sentidos y que son efectivamente
representadas por la imaginación;
3°) en las cosas, la inteligencia capta al menos confusamente, la esencia;
4°) a diferencia de los sentidos, cuyo objeto es la cosa material en su
individualidad concreta, la inteligencia conoce su objeto bajo forma
abstracta, es decir, sin sus caracteres individuales, y por lo tanto como
universal.
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2. DIMENSión tendencial
La vida sensible no se limita solamente a la percepción. Como seres sensibles
tenemos otro tipo distinto de vida psíquica, del que somos inmediatamente cons-
cientes. Nuestras posibilidades sensibles no se agotan con la mera percepción. La
percepción sensible tiene un complemento natural: el de la apetencia o apetito sen-
sible. La base fenomenológica sobre la que la antropología realista establece la exis-
tencia de una facultad o apetito sensible es la siguiente: nosotros no solo percibimos
o experimentamos distintos objetos, sino que con frecuencia y de distintas maneras
somos afectados por los objetos que percibimos. No solo conocemos los objetos a
través del poder sensitivo de percepción sino que, a continuación de este conoci-
miento o aprehensión de los objetos, se producen en nosotros estados psíquicos que
podemos clasificar, de manera general, como de deseo o aversión.
La palabra “apetito” viene del latín “ad petere” –tender hacia–. El apetito sensible
es (si lo definimos como potencia), la capacidad que tiene el animal de tender hacia
algo bueno o “apetecible” conocido previamente por los sentidos. Pongamos un
ejemplo: el animal percibe (acto de conocimiento sensible) un alimento; el alimento
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es para el animal algo bueno, algo apetecible; el conocimiento sensible de esto que es
apetecible origina en él un deseo, una tendencia: apetece el alimento. Este apetecer
es el acto del apetito sensible. Este tender o desear no es un acto de conocimiento
sensible, pero supone siempre el conocimiento previo de lo apetecido.
Lo apetecido es un bien concreto y particular (por ej. este trozo concreto de
alimento) y es un bien sensible, esto es, algo que es conocido o captado por los sen-
tidos. De lo dicho podemos concluir que el apetito sensible es “el apetito o tendencia
que sigue al conocimiento sensible de un bien particular”.
El apetito racional es el apetito que sigue al conocimiento racional del bien. Definido
como acto (volición, querer libre) es el tender hacia lo que la razón o inteligencia cono-
ce y presenta como bueno. El objeto del apetito racional (lo querido) es, entonces,
[
aquello que es conocido como bueno por la inteligencia, el bien inteligible.
[
concupiscible
NATURAL (todos los entes)
APETITO
[
SENSIBLE (animales -
hombre)
Elícito irascible
RACIONAL (hombre y ángeles) = VOLUNTAD
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bien (ni siquiera Dios tal como se conoce en esta vida), la voluntad, ante cualquier
bien finito, está indeterminada. Y esto es el segundo plano, que se denomina volun-
tad como razón (voluntas ut ratio).
2.5. La libertad
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“Los hombres se equivocan al creerse libres, opinión que obedece al solo hecho de que
son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que las determinan y, por
tanto, su idea de «libertad» se reduce al desconocimiento de las causas de sus acciones,
pues todo eso que dicen de que las acciones humanas dependen de la voluntad son
palabras, sin idea alguna que les corresponda” (ética, II, proposición 30, escolio).
a. Pruebas del libre albedrío
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a.5. Conclusión
La realidad de la libertad moral es una certeza que ningún argumento es
capaz de destruir. Pero no se sigue que la libertad sea algo terminado en
cada hombre. Una perfección realizada enteramente. El hombre es libre
por ser hombre; y si pudiera abdicar de su libertad, esa abdicación sería
también obra de su libertad. ¿Significa esto que Sartre (1905-1980) tiene
razón al decir que “el hombre está condenado a ser libre”? Pero Sartre
lo afirma en el sentido de que la elección de sus fines depende absoluta-
mente del hombre, siendo, por tanto, incondicionada, sin razón e injus-
tificable. Por lo tanto, podríamos afirmar, en efecto, que el hombre está
condenado a ser libre si nos referimos a que en él la libertad es una
propiedad esencial. Pero de ninguna manera en el sentido en que lo dice
Sartre porque significaría, en el hombre, una elección tan arbitraria de
sus propios fines, que la libertad viene a ser de esta manera, algo abso-
lutamente absurdo.
La correcta noción de libertad implica, por el contrario, un aspecto de la
esencia humana, y como tal, instrumento por el que el hombre tiene con
qué realizarse como ser racional, es decir, con qué perfeccionar, por su
esfuerzo y según las normas de la razón, una esencia que debe ser su obra
más personal. El hombre no está “condenado” a la libertad como por efecto
de una fatalidad que tendría que aceptar sin comprender su significado; sino
que debe más bien aceptar su libertad, como principio para su plenificación.
y durante su determinación. El acto es, pues, libre en sentido estricto, cuando no está
predeterminado en la naturaleza o modo de obrar de la facultad, la cual se halla
indiferente frente a dos o más posibles direcciones y también a la abstención de su
acto, pero no pasiva sino activamente, es decir, con el dominio y poder de dirigirse
por sí misma por uno u otro cauce. De aquí que la libertad no tenga su origen y fun-
damento en una pobreza ontológica, en una falta de determinación, como acaece
con la indiferencia pasiva, sino en una riqueza y sobreabundancia de energía y poder
determinativo intrínseco.
a) Relación inteligencia-voluntad
La Voluntad se define como un movimiento hacia un bien aprehendido por su
Entendimiento. La razón de bondad del objeto hacia el cual se mueve la voluntad
será la que le presente el entendimiento. Ahora bien: éste sólo presenta como nece-
sariamente apetecible el Supremo Bien, el bien en sí, la felicidad y los medios nece-
sarios para su consecución; pero en cuanto a los bienes determinados, participación
finita del Supremo Bien, los presenta, como apetecibles, sí, porque son bien, pero
contingente o indiferentemente, como bienes que no llenan la capacidad apetitiva
de la voluntad y que, como tales no son medios indispensables para el logro de la
felicidad. El ser finito, por su concepto mismo de bien limitado y de participación
deficiente del bien en sí, lleva aparejada la nota del mal, que no es sino la negación
(privación o carencia) de ser, de un bien debido, y, como tal, puede ser apetecido en
lo que de ser o bien posee, y no apetecido y hasta rechazado por lo que de no-ser o
mal encierra. Aclaremos con un ejemplo lo de “bien debido”: el que una mesa sea
“ciega” no es de hecho ningún mal, puesto que no le corresponde a ese objeto el ver;
sí, lo es (un mal) –y doloroso por cierto– el que un hombre no pueda ver, ya que es
propio de su naturaleza la visión.
Insistamos, nos encontramos con que la facultad volitiva, finita como es, encie-
rra un movimiento natural al bien en sí, a la felicidad, en virtud del cual precisamen-
te puede apetecer cada bien particular que participa de aquél. Pero como el ser
particular no es el ser o bien en sí, no puede él colmar el apetito de bien en sí, del
infinito Bien de la voluntad. Incluso Dios, quien, por la manera conceptual –analó-
gica, finita– con que le aprehendemos en la vida terrena, se esconde a la comprehen-
sión y aun al concepto adecuado de nuestra inteligencia, no es amado
necesariamente en este mundo por nuestra voluntad. Y por una paradoja, explicable
por esta pobreza de nuestro conocimiento, la voluntad es libre en el amor que tribu-
ta a Dios, puede no amarle y libremente apartarse de El, su verdadero último Fin, en
un acto sólo posible precisamente en virtud de su movimiento necesario hacia Dios,
escondido bajo la razón de último fin, bien en sí, en general, o felicidad de nuestro
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Ámbito cognoscitivo y tendencial del hombre
5 Cristo establece una directa relación de dependencia causal entre la liberación del hombre como
efecto de conocer la verdad, y, por otra parte, la esclavitud del hombre por la elección pecamino-
sa: “Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos y conoceréis la verdad, y la
verdad os librará. Respondiéronle ellos: somos linaje de Abraham, y de nadie hemos sido jamás
siervos; ¿cómo dices tú: Seréis libres? Jesús les contestó: en verdad, en verdad os digo que todo el
que comete pecado es siervo del pecado” (Jn 8, 31-34). La esclavitud fundamental del pecado nos
hace entrar en el dominio de la muerte eterna, así como por la verdad entramos en la libertad de
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
sido creados solo para liberarnos” (Thomas Molnar). Si no hubiera ningún criterio
objetivo para decir qué es lo que debemos elegir, jamás podríamos hacer ningún
juicio moral real. Si como dice Gorki, el acto de elección o el riesgo implicado es lo
que nos hace libres, la elección que realiza un vicioso (el cual sabemos que cada vez
que elige, en realidad va haciendo “elecciones” cada vez menos libres por la huella
psicofísica que deja el hábito) debería ser considerado un acto plenamente libre del
hombre. Y sin embargo, por ejemplo en el caso de los toxicómanos que cometen
ilícitos bajo efectos de las drogas, a veces se considera ese estado como un atenuante
para la imputación plena de la responsabilidad penal. Y sobra decir que hablar de
libertad en el ebrio o el drogado, además de ser un grave error, es una cruel burla.
Si la libertad realmente implicara como virtus (es decir, como fuerza interna
esencial, como parte de su acción perfectiva) la posibilidad de elegir el mal, pues
sencillamente… Dios no sería libre.
En efecto, si entendemos por Dios a un ser absolutamente perfecto, nadie podrá
dejar de incluir entre sus “virtualidades” el hecho de ser libre. Pues bien, es evidente
que la falta moral está fuera de las posibilidades de Dios (así como también el que pueda
realizar un círculo-cuadrado) ya que Dios no puede contradecirse en su perfección.
Luego Dios no puede elegir el mal. Por lo tanto, desde el punto de vista de posturas
como la de Fromm o Gorki, Dios no sería libre y en consecuencia no sería Dios.
Que la libertad para el mal sea una deficiencia que arranca de la limitación del
ser creado y no una prerrogativa ni un constitutivo de la libertad en sí (si bien es signo
de su existencia) se pone de manifiesto si consideramos que el objeto de la voluntad
es el bien, y que el mal sólo puede ser apetecido bajo la razón de bien. Pero el ver y
tender al mal específicamente humano bajo la razón de bien (que sólo se realiza como
bien con respecto a una facultad subalterna de la racional y que, por ende, en un orden
total humano sólo es un bien aparente) es un fruto y efecto de la limitación de la
inteligencia y voluntad, inherente a su imperfección.
“A la esencia de la libertad no pertenece el que se encuentre indeterminadamente para
el bien y para el mal; porque la libertad de sí está ordenada al bien, como que el bien es
el objeto de la voluntad, ni tiende ella al mal sino por un defecto; porque el mal es apre-
hendido como bien, ya que no hay voluntad o elección sino del bien o de lo que aparece
como bien; y, por ende, donde la libertad es perfectísima allí no puede tender al mal,
porque no puede ser imperfecta. Pero es de la esencia de la libertad el poder hacer o no
una acción, y esto conviene a Dios; porque puede no hacer los bienes que hace, pero no
puede hacer el mal” (Santo Tomás de Aquino, In II Sent., dist. 24, q.1, a.1, ad.2).
André Leonard señala acertadamente que el aspecto de libre elección, o libre
albedrío, que es uno de los rasgos de la libertad humana presente, habrá desapareci-
do frente a Dios. Por otra parte, se trata solamente del aspecto más pobre de nuestra
libertad, el que experimentamos ante un bien de naturaleza inferior o ante el Bien
Supremo, oculto o velado hasta tal punto que con él pueden rivalizar otros de apa-
riencia más seductora. Un ejemplo aclara esto: “Somos libres de decir «sí» o «no» si
la vida eterna. Pero entiéndase que la verdad en este contexto tiene sentido personal: es Cristo
mismo.
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Ámbito cognoscitivo y tendencial del hombre
hemos de escoger entre un plato de arroz o un plato de carne, mientras que, si ama-
mos profundamente a una persona, el amor que tenemos por ella es desde luego un
ejercicio de nuestra libertad, sin que la misma haya de expresarse por la facultad de
decir cotidianamente «sí» o «no» a la persona amada. El hecho de que, en el segundo
caso, el libre albedrío tienda a desaparecer, mientras que tiene pleno papel en el
primer caso, no significa que seamos menos libres en amor que en gastronomía; este
hecho demuestra en realidad que una persona humana es mayor, en dignidad de ser,
que el más refinado plato de cocina.
En cuanto que la voluntad se autodetermina desde dentro y con base en motivos
externos, cabe decir con verdad que el hombre no es libre porque puede elegir, sino
que puede elegir porque es libre. La raíz de la libertad no está tanto en la posibilidad
de elección, en la existencia de alternativas, como en la autoposesión. El hombre no
es libre tanto porque elige cuanto porque es señor de sus propios actos, dueño de
ellos en cuanto que no le son arrancados desde fuera.
De esta manera, quizás, puede entenderse lo que significa la indefectibilidad de
Dios. Dios no sólo no peca de hecho (impecancia) sino que no puede pecar (impe-
cabilidad o indefectibilidad). La indefectibilidad no supone una falta de libertad. Si
la libertad es la capacidad de autodeterminación de la voluntad, el que tal determi-
nación sea falible no es libertad, sino defecto de ella. La libertad es mayor cuanto
mayor sea la autodeterminación. En el límite, eso supone que una voluntad máxi-
mamente libre es aquella que no puede decaer de sus determinaciones. Por tanto, la
indefectibilidad es consecuencia de la plenitud de la libertad.
En el caso del hombre la esencia de la libertad consiste en que el querer humano
permanezca fiel a su más íntima naturaleza, es decir, que pueda aspirar o no, sin
coacción intrínseca ni extrínseca a su objeto específico, a lo que constituye para él un
bien. Un ser que está constituido de manera que, sin violencia externa y sin impedi-
mento de contrarios apetitos internos, con aceptación consciente de la tendencia
fundamental de su naturaleza, aspira al bien objetivo, es perfectamente libre. En este
sentido, Dios es absolutamente libre. En sentido análogo, los ángeles en gracia y los
santos gozan también de una libertad relativamente perfecta. Porque “ser libre”
significa aceptar y cumplir, sin coacciones externas ni internas, la tendencia de nues-
tro ser ordenada hacia el bien objetivo. Esta libertad de necesidad externa y “estar
libre” de impedimento interior es esencial a la voluntad humana, si quiere actuar
como voluntad libre.
En cambio, no es esencial, sino que significa francamente un defecto de la
voluntad, la libertad de querer lo que, para la naturaleza, es decir, objetivamente,
no representa valor alguno. Cuando la voluntad humana aspira a algo que solo es
para ella un bien aparente, un bien imaginado, pero no real, se manifiesta como
una voluntad mal orientada y mal empleada, una voluntad que se desvía de la
tendencia fundamental de su ser. Es una voluntad, en el fondo, contranatural, y
representa un abuso de la libertad. El hombre tiene el extraño poder de pecar por-
que percibe el sumo bien defectuosamente, lo mismo que los demás bienes terre-
nales, es decir, como relativo.
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
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Ámbito cognoscitivo y tendencial del hombre
6 *Téngase presente que aquí no se habla de la correcta idea de tolerancia del error que, ciertamen-
te, puede y debe existir a veces para evitar un mal mayor (“Es propio del sabio legislador permitir
las transgresiones menores para evitar las mayores”, S.Th, I-II, q. 101, a.3 ad 2). Aquí se postula
la idea de tolerancia según la concebía, por ejemplo, Voltaire (1694-1778), quien habla de ella
como actitud fundamentada y justificada por la imposibilidad de poseer la verdad. No propugna
la tolerancia del mal y del error cuando de ella se siga un mayor bien o se evite un mal mayor, sino
una tolerancia universal entendida como indiferencia, fundamentada en el falso supuesto de que
no hay verdad y error, sino solo opiniones.
111
capítulo VII
Existe en todo hombre normal la capacidad para razonar, es decir, para extraer
conclusiones a partir de ciertas premisas. A esta capacidad la denominamos Lógica
natural. Esta lógica natural, si bien nos permite razonar correctamente en la mayoría
de los casos, a menudo cae en errores, desorden y dificultades innecesarias. Para
subsanar esto, existe desde que Aristóteles la fundara en el siglo IV a.C., la Lógica
científica. Para Santo Tomás la Lógica es el arte por el cual el hombre procede con
orden, facilidad y sin error en el uso de la razón. Podemos definirla, entonces, así:
Por esto se llama “Lógica”, palabra que proviene del griego “logos”, que signifi-
ca precisamente “razón”. La lógica es la ciencia de la razón. La lógica es ciencia
racional, no solo por el instrumento que utiliza para desarrollarse (como las demás
ciencias) sino por el objeto que estudia.
Ahora bien, la lógica científica estudia el pensamiento, pero puede hacerlo bajo
dos aspectos distintos:
a) algunos distinguen entre Lógica Mayor o Material si estudia el valor del
pensamiento como representación de la realidad objetiva, es decir, si lo
estudia como verdadero y
b) Lógica Menor o Formal, si estudia las reglas necesarias para que el pensa-
miento sea correcto.
Ejemplo:
Así en este silogismo:
la forma es correcta…
pero la materia es falsa, porque la premisa mayor es falsa; por eso, pese a su
corrección formal, concluye en una falsedad.
En cambio, con la misma forma, pero con materia verdadera y necesaria, el
silogismo engendra una conclusión también verdadera y necesaria.
114
Breves nociones de Lógica
color real (primera intención). Pero al pensar eso, casi sin darme cuenta he formado
en mi interior la enunciación mental “esta lapicera es azul”. Si ahora vuelve mi inte-
ligencia desde la consideración de las cosas exteriores a las propias obras inmanentes
y ve que “esta lapicera” tiene la propiedad de ser sujeto, me hallo en ese orden de
conceptos, en ese orden de cosas entendidas (segunda intención). Allí se encuentra
el objeto formal de la lógica. Es decir, lo que formalmente especula la Lógica son
relaciones entre conceptos objetivos. Aún más preciso: relaciones de razón de segun-
da intención entre conceptos objetivos.
Llamamos “operaciones” de la razón a los tres actos principales que esta realiza,
y que son:
El juicio: acto de afirmar o negar algo de algo: por ejemplo, si ahora pen-
samos “el triángulo es una figura geométrica”.
116
Breves nociones de Lógica
La lógica es capaz de dirigir las tres operaciones de la razón, para que el hombre
proceda ordenadamente y sin errores en dichas operaciones. A su vez, cada una de
las tres operaciones tiene su obra o estructura correspondiente, es decir, la construc-
ción mental que surge como consecuencia de ese acto u operación. Así, la primera
operación, es decir, la simple aprehensión, da lugar al concepto (primera obra o
estructura lógica); la segunda operación, el juicio, da lugar a la enunciación (segunda
obra o estructura lógica); y la tercera operación, el razonamiento, da lugar a la argu-
mentación (tercera obra o estructura lógica). Con conceptos se construyen enuncia-
ciones, y con enunciaciones se construyen argumentaciones. Esquemáticamente:
1° operación Simple Aprehensión 1° obra concepto
Hemos dicho en el punto anterior que existe una primera operación de la razón,
que se llama “simple aprehensión”; hemos propuesto una definición (acto por el cual
la razón piensa un objeto o esencia sin afirmar ni negar nada de él); y hemos dicho
que da lugar a una estructura lógica que se llama el concepto. Es necesario ahora
explicar esto más en detalle. Para hacerlo, podemos utilizar un ejemplo del plano del
conocimiento sensible, para luego trasladarlo al plano intelectual propio de la lógica.
Supongamos que contemplo en un cuadro la imagen de un ser querido. En este
ejemplo podemos distinguir:
117
María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
2.1.1. La abstracción
¿De dónde provienen nuestros conceptos? La razón elabora los conceptos
mediante un procedimiento llamado abstracción.
Como ya vimos en unidades anteriores, nuestros sentidos están en contacto con
los objetos singulares y concretos del mundo que nos rodea. ¿Qué hace la razón? Va
tomando esos objetos, los va agrupando según características comunes, y va dejando
de lado las características particulares de cada uno. Forma así el concepto universal
y abstracto mediante el cual podemos conocer las características comunes a un
determinado grupo de objetos, las cuales juntas forman lo que llamamos la esencia
de ese grupo de objetos.
Por ejemplo, los sentidos nos muestran una variedad de animales de diferentes
colores, tamaños, pelajes, etc., con unas serie de características comunes: todos tienen
cuatro patas, todos ellos ladran, son domésticos, mueven la cola cuando están con-
tentos, etc. La razón deja de lado las características particulares de cada uno de ellos
118
Breves nociones de Lógica
(pelo largo, pelo corto; grande, chico; etc.) y se queda con ese conjunto de caracte-
rísticas comunes, que forman la esencia que llamamos “perro”.
De acuerdo a lo dicho, la abstracción es un procedimiento anterior y condición
de la simple aprehensión: solo podemos pensar o “ver” la esencia “perro” una vez
que la mente formó el concepto de perro por la abstracción.
Que la palabra es distinta del concepto, y que éste es distinto de la esencia, es fácil
mostrarlo. Notemos que la distinción entre la palabra y el concepto resulta evidente
en cuanto nos damos cuenta de que muchas veces usamos dos palabras distintas para
el mismo concepto (por ejemplo, “chancho” y “cerdo” para nombrar a ese mamífe-
ro perteneciente a la familia de los suidos; o también dos palabras de distintos idiomas
que designan el mismo concepto: “lápiz” y “pencil”). O también cuando la misma
palabra designa dos conceptos distintos (por ejemplo, “vela” para designar el ele-
mento que encendemos cuando se corta la electricidad, y para designar el elemento
que permite aprovechar el viento para impulsar una embarcación).
Con respecto a la distinción entre concepto y esencia, la diferencia estriba en que
mientras la esencia es algo real fuera de la mente, en los seres reales que nos rodean
(la esencia “perro” existe realmente en “Rin-tín-tín”, “Lassie”, etc.), el concepto
existe solo como producto de la abstracción de nuestra mente.
Ahora bien, pese a estas distinciones, es evidente también que existen relaciones
entre la palabra (también llamada término), el concepto y la esencia. Decimos que la
palabra significa conceptos, y que los conceptos representan esencias.
Desde el punto de vista de la universalidad, debemos decir que tanto la palabra
como el concepto y la esencia son “universales”, pero no en el mismo sentido:
• la palabra es universal por su significación, es decir, porque significa algo
universal (la palabra “perro” significa un concepto universal).
• el concepto es universal por su representación, es decir, porque represen-
ta algo universal (el concepto mental “perro” me permite pensar a la vez
en todos los perros).
• la esencia es universal en sí misma, porque siendo una sola (por ejemplo,
la esencia “perro”) existe en muchos individuos distintos (“Rin-tín-tín”,
“Lassie”, etc.).
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
Sobre la base de estos problemas diferentes escuelas han aportado cuatro solu-
ciones, a saber: el nominalismo, el conceptualismo, el realismo “actual” o exagerado,
el realismo “potencial” o moderado.
• NOMINALISMO: según esta escuela los universales son meros nombres
o términos, pero nada universal hay en la mente, ni mucho menos en la
realidad. Solo son universales nuestras palabras, ya que no existen ni
conceptos universales ni mucho menos esencias. Sus principales repre-
sentantes en la historia de la Filosofía han sido: en la antigüedad los sofis-
tas, los escépticos y los epicúreos; en la Edad Media, Roscelino y sus
partidarios; en la Edad Moderna, Berkeley, Hume y Condillac; en la Edad
Contemporánea, Stuart Mill, Taine, Bergson y el llamado empirismo
lógico o neopositivismo. Hay que hacer notar que hacia fines de la Edad
Media surgió una poderosa escuela –en cierto sentido predecesora de la
Filosofía moderna– con Guillermo de Occam u Ockham (a. de 1300-
c.1350), y sus numerosos seguidores, a quienes se les dio el nombre de
“nominales” o “terministas”, pero que, más que estrictos nominalistas,
eran conceptualistas.
• CONCEPTUALISMO: sostienen los conceptualistas que el universal no
se reduce a ser un mero nombre, sino que es también un concepto mental,
pero al cual nada universal real corresponde en la realidad. En el mejor de
los casos, si existe el universal fuera de nuestra mente, no podemos saber
nada de él (agnosticismo de tipo kantiano). Entre sus representantes
debemos mencionar a los estoicos en la antigüedad; en la Edad Media al
ya señalado Guillermo de Occam y sus seguidores; y en las edades Moderna
y Contemporánea a Descartes, Locke y Kant. Más adelante detallaremos
la importancia de esta posición en la historia de la filosofía.
• REALISMO ACTUAL O EXAGERADO: esta posición es la que afirma
que el universal no es un mero nombre, ni tampoco solo un concepto, sino
una realidad; pero una realidad con universalidad en acto, que existe, ya
en un mundo superior y trascendente al mundo sensible, ya en este mundo,
pero conservando su universalidad. Es el realismo exagerado trascenden-
te que encontramos en su creador, Platón. Para él, el mundo sensible es
120
Breves nociones de Lógica
perpetuo devenir, cambio; por ello, sobre él no es posible una ciencia, sino
solo una opinión (doxa); pero la ciencia (episteme) existe, y tiene que tener
un objeto que sea inmutable, universal y necesario, como la ciencia (pla-
tónica) misma; por lo tanto, “fuera” de este mundo sensible hay otro
mundo, no sensible, sino inteligible, que es el mundo de las Ideas (así, con
mayúscula). Estas Ideas son, según Platón, universales: el Hombre en sí,
el Círculo en sí, el Animal en sí, etc. y, como Idea suprema, el Bien en sí.
Las cosas de este mundo participan solo de un reflejo de ese mundo de
Ideas –que para Platón son las verdaderas realidades–; existen aquí hom-
bres más o menos perfectos, pero no el Hombre en sí; solo lo imitan
imperfectamente; existen en este mundo sensible cosas más o menos
circulares, pero no el Círculo en sí, del cual participan y al cual imitan
imperfectamente; existen bienes, pero no el Bien en sí, etc.
• REALISMO POTENCIAL O MODERADO: expongamos la solución que
nos parece más adecuada. Históricamente está encarnada en las posiciones
de Aristóteles y especialmente, Santo Tomás de Aquino. Al igual que la
posición anterior, admite que el universal no es un mero nombre, ni tam-
poco solo un concepto, sino una realidad; pero una realidad con universa-
lidad en potencia o mejor dicho, en potencia de universalización, en potencia
de ser universalizada. Así, por ejemplo, en Juan está realizada la esencia o
naturaleza “hombre”, pero se halla individuada, singularizada, y no hay
distinción real entre la esencia de un individuo y la individualidad de este
mismo individuo; solo hay una distinción de razón –distinción operada por
nuestra razón al abstraer la esencia– con fundamento en la cosa misma,
porque hay fundamento en “Juan” para distinguir entre aquello por lo cual
es ese hombre singular, irrepetible, y aquello por lo cual es hombre.
Dicho de otro modo, en Juan está realmente la esencia hombre –por eso
Juan es hombre–; pero esta esencia está individuada, contraída, materia-
lizada en Juan; identificada con él de algún modo. Pero es abstraíble de él,
y entonces el universal –que, como vimos– existe en los individuos solo
en potencia de universalización, pasa a existir como universal en acto en el
intelecto.
En resumen: el universal puede ser considerado ante rem (antes de que existan
las cosas), y entonces consiste en la Idea divina; o in re (en las cosas, y entonces es su
forma o esencia; o post rem, y entonces es esa misma forma tal y como la conoce la
inteligencia (abstrayéndola de la materia con que se encuentra realizada en la cosa,
in re). En la cosa (in re) la esencia no es universal (como pretendería el realismo
exagerado) sino que está particularizada. Solo es universal en la mente (post rem):
“la intención de universalidad con que uno y el mismo tiene habitud (referencia) a
muchos, proviene de la abstracción del intelecto” (“intentio universalitatis, ut scilicet
unum et idem habeat habitudinem ad multa, proveniat ex abstractione intellectus”
S.Th. I, q.85, a.3, ad 1).
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
122
Breves nociones de Lógica
b.6. Consecuencias
b.6.1. Ruptura con el ser. El empirismo y conceptualismo de Ockham suponen
una ruptura de la relación ser-inteligencia, relación característica del pen-
samiento realista. El pensar queda ahora desvinculado del ser y de la
substancia. No puede llegar a ellos y tampoco puede ser conocida la rela-
ción causal en sí misma, por lo cual el concepto de causa resulta también
problemático. La causalidad final es una causalidad metafórica e innece-
saria para explicar el curso de los acontecimientos de la naturaleza. Además,
Ockham negará dos principales presupuestos de la metafísica tomista: la
distinción real de esencia-existencia y la analogía del ser.
b.6.2. Ruptura entre razón y fe: las pruebas de la existencia de Dios carecen de
verdadero carácter demostrativo. Son solo probables. Tampoco se pueden
demostrar racionalmente los atributos divinos. Y ni siquiera se puede
hablar de atributos en sentido estricto, sino únicamente de “nombres
atributivos”. Y lo mismo para el alma: no existen argumentos que demues-
tren su existencia, su subsistencia, su inmaterialidad y su inmortalidad, ni
la distinción de inteligencia y voluntad.
b.6.3. Ruptura entre moral y naturaleza: la ética queda desvinculada de cualquier
principio racional –como la ley eterna y natural, en Santo Tomás–. Todos
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
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Breves nociones de Lógica
formada por todas las notas que forman el género, más una: precisamen-
te la diferencia. Por ejemplo, en la especie “triángulo”, el tener tres lados.
En la especie “hombre”, el ser racional, etc.
Por eso, se considera que la definición “perfecta” de la especie es: Género
+ Diferencia.
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Breves nociones de Lógica
2.1.5. La definición
Mediante la definición la razón indica claramente el significado de un concepto,
señala su comprensión de manera sintética y concisa. Y lo hace mediante otros con-
ceptos. Precisamente se define a la definición de la siguiente manera:
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
La cópula siempre es el verbo ser en su modo indicativo; toda expresión debe ser
–desde el punto de vista lógico– reducida a este verbo y a este modo. Por ejemplo, en
la afirmación “el hombre domina el átomo”, debe formularse lógicamente “el hom-
bre es dominador del átomo”.
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
o si tal pregunta no tiene sentido. Por ejemplo: si pienso “correr”. ¿Tiene sentido
preguntarme si es verdadero o falso? Manifiestamente no, porque no estoy afirman-
do ni negando nada. En cambio, si digo “corrí” (referido a ciertas circunstancias
concretas), ahora sí puedo preguntarme si es verdad o no. “Corrí” es un juicio, mien-
tras que “correr” es un concepto. Tampoco ni una interrogación ni una súplica o una
orden es un juicio: “¿Es la lógica simbólica una ciencia?”, “permiso, por favor”,
“Alumnos, deben estudiar el capítulo IV”.
Todo juicio tiene la propiedad de ser verdadero o falso. Y decimos que es verda-
dero cuando se adecua o concuerda con la realidad a la que se refiere, ya que la verdad
“es la adecuación que existe entre el intelecto y la realidad”. El juicio es falso cuando
no se da esa adecuación.
subalternas
nt
radic
s to
ia r ias
or
ict
rad
I nt O
co
Algún hombre es bueno Algún hombre no es bueno
subcontrarias
Algunos ejemplos:
a) Si A es verdadera, son falsa su contraria E y su contradictoria O y es ver-
dadera su subalterna I. Si es verdadero que “todos los pintores son artistas”
(A) es falso que “ningún pintor es artista” (E) y que “algunos pintores no
son artistas” (O) y es verdadero que “algunos pintores son artistas” (I).
b) Si E es verdadera, son falsa su contraria A y su contradictoria I y es verda-
dera su subalterna O. Si es verdadero que “ningún hombre de bien puede
aceptar una tiranía” (E) es falso que “todos los hombres de bien pueden
aceptar una tiranía (A) y que “algunos hombres de bien pueden aceptar
una tiranía” (I) y es verdadero que “algunos hombre de bien no pueden
aceptar una tiranía” (O).
c) Si I es verdadera, es falsa su contradictoria E. Si es verdadero que “algunos
griegos fueron filósofos (I) es falso que “ningún griego fue filósofo (E).
Nada se puede saber acerca de A y de O.
d) Si O es verdadera, es falsa su contradictoria A. Si es verdadero que “algunos
argentinos no son porteños” (O) es falso que “todos los argentinos son
porteños” (A). Nada se puede saber acerca de E ni de I.
(si yo hago esta argumentación un día que no sea domingo, la conclusión es falsa.
El defecto proviene de que la premisa mayor no dice que todos los días que mi madre
va a misa sean domingos).
Para que un raciocinio sea considerado verdadero es necesario que reúna dos
condiciones: debe ser concluyente y las premisas deben ser verdaderas.
132
Breves nociones de Lógica
Las premisas, que son dos juicios diferentes, deben tener distinto sujeto y predi-
cado, pero de tal modo, que haya entre ellos un elemento común sin el cual no sería
posible inferir un nuevo juicio.
Es correcto el silogismo que reúne las condiciones siguientes en referencia a los
términos y las proposiciones:
a.1) Reglas de los términos:
• Estar compuesto por tres proposiciones formadas a su vez por tres térmi-
nos (que son los conceptos sujeto y predicado de las premisas): un térmi-
no mayor (T), un término menor (t) y un término medio (M) llamado así
por ser el intermediario entre el mayor y el menor.
M T
Todos los reptiles son vertebrados (premisa mayor)
t M
El lagarto es un reptil (premisa menor)
t T
luego, el lagarto es un vertebrado (conclusión)
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
miento deductivo que se refiere a hechos no se basta a sí mismo, sino que se basa en
un saber anterior obtenido por el camino de la inducción. Al decir:
“Todos los hombres son mortales
Pedro es hombre
luego, Pedro es mortal”
el juicio primero (“Todos los hombres…) no se forma por experiencia inmedia-
ta, puesto que para enunciarlo hemos partido del conocimiento particular de que
“éste”, “aquél” e infinidad de hombres “son mortales” y solo por inducción hemos
llegado a afirmar que “todos los hombres son mortales”, juicio universal que sirve
de punto de partida al mencionado silogismo.
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
2.3.2. Falacias
Se llama falacia (o sofisma) a cualquier razonamiento que, sin embargo, puede
parecer correcto. El peligro de las falacias radica en esa apariencia de corrección: uno
puede engañarse al formularlo, o puede ser engañado al escucharlo. Y ello, incluso, con
la mejor buena intención. Dado que incluso reconocidos filósofos han caído en falacias,
el pensador/ra principiante debe tener un continuo cuidado para no caer en ellas.
a) Falacias formales
Proceden de cometer algún error lógico en el razonamiento. Ya vimos que
Aristóteles llamó “silogismo” al razonamiento deductivo.
Son cualquiera de los razonamientos equivocados producto de violar las reglas
del silogismo. Desde luego, la cosa es algo más complicada (hay lo que se llama figu-
ras y modos del silogismo), pero aquí no los veremos. Esto basta para comprender
en qué pueden consistir las falacias formales y encontrar algunas de ellas.
136
Breves nociones de Lógica
Todas las ciencias descansan, a manera de puntos de partida sobre ciertos prin-
cipios necesarios para construir dicha ciencia. Así se habla de los primeros principios
de las Matemáticas, de la Física, del Derecho, etc. Pues bien, además de los principios
de cada ciencia, existen los principios del pensamiento, principios que son previos
137
María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
a los de cualquier ciencia. Estos principios de razón son conocidos como primeros
principios lógicos.
3.2. Características
Nociones de Gnoseología
1. NOCIón de Gnoseología
Según la metáfora kantiana, la propia razón se sienta como juez ante el tribunal en
el que ella misma está siendo acusada. Pero si la capacidad de la razón para conocer la
verdad es lo que está en cuestión, ¿cómo podrá ella misma resolver el litigio? El idea-
lista dice: “¿Conozco la realidad? No lo sé, lo pongo en duda. Luego, investiguemos si
conozco. ¿Y cómo lo hago? ¡Conociendo!” Es decir, el criticismo kantiano se contra-
dice al tratar de utilizar como medio de investigación aquello que precisamente pone
en duda y cae en la falacia de petición de principio. Como dice Millán Puelles:
“Toda la sutileza de los críticos choca contra este escollo inevitable; pues, ¿cómo vamos
a averiguar si nuestra facultad cognoscitiva es «válida», si en cualquier caso hemos de
«valernos» de ella para llevar a cabo la averiguación”? (A. Millán Puelles, Fundamentos
de filosofía, Rialp, Madrid, 1978, p. 457).
140
Nociones de Gnoseología
en el sentido idealista. Por eso, además, nos parece, por lo menos, confuso llamar a
esta disciplina Crítica o Epistemología (término este último que hoy se utiliza sobre
todo con el sentido de Filosofía de la Ciencia).
2.1. Escepticismo
• Extremo o absoluto: Pirrón (360-270 a.C.) pretende poner en duda todo;
abstenerse de juzgar, desconfiar de las impresiones sensibles y de la misma
razón; vivir en completa indiferencia, acallando el pensamiento, en lo
especulativo y en lo práctico. él mismo confesó que no pudo llevar a la
141
María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
144
Nociones de Gnoseología
aire y el agua conducen diversamente los rayos de luz; por lo tanto, no hay
error en los sentidos, sino en todo caso del juicio de la inteligencia, que se
apresura –movido por la voluntad– al juzgar “el palo está quebrado”, sin
haber examinado debidamente la situación y sin haber tomado en cuenta,
por tanto, los hechos que se mencionan.
3. MEDIOS DE CONOCIMIENTO
3.1. Empirismo
3.2. Racionalismo
3.3. El intelectualismo
147
María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
Pero como es evidente que nosotros, los hombres, también conocemos por con-
ceptos universales, y formamos proposiciones verdaderas en materia universal y nece-
saria, llega el intelectualismo a la conclusión de que tales conceptos universales deben
ser abstraídos por el intelecto a partir de las imágenes sensibles que, después de las
sensaciones, se forman en nuestros sentidos internos. La facultad que des-vela en las
imágenes, las esencias, es el intelecto agente, mientras que el intelecto posible, al recibir
las formas inteligibles obtenidas por el agente, las capta y las expresa en el concepto.
De otra forma caemos en el racionalismo, con sus insostenibles ideas innatas
(desconectadas de lo sensible), o en el empirismo, que reduce los conceptos o ideas
a meras imágenes sensibles, con lo que animaliza al hombre, o tratamos de conci-
liarlos mediante el erróneo procedimiento del apriorismo, para el cual el entender
no es un aprehender lo que es, sino un fabricarlo, un construirlo, a partir de ciegas
impresiones sensibles subjetivas y de vacías categorías “a priori”.
4.1. Idealismo
Se basa en 3 principios:
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
Toda esta dialéctica procede de una ilusión que es fácil de poner en evidencia. Y
consiste en considerar al ser como una determinación del pensamiento. Es claro en
estas palabras de León Brunschvicg (1869-1944):
“El conocimiento constituye un mundo que es para nosotros el mundo. Más allá no
hay nada. Una cosa que estuviese más allá del conocimiento sería por definición lo
inaccesible, lo incognoscible, es decir, que equivaldría para nosotros a la nada”.
Pues bien, es, al contrario, el pensamiento el que se revela como una determina-
ción del ser: cógito significa “yo soy pensante”, “yo estoy pensando”, es decir, que el
pensamiento califica al ser y es una determinación del ser. De lo contrario, siendo el
mismo ser idea, no habría ya ser de la idea, es decir, que no habría pensamiento,
porque ya no habría absolutamente ser. El ser, absolutamente hablando, es, pues,
anterior al pensamiento.
Además, el idealismo tampoco puede eliminar completamente la realidad en el
sentido realista de la palabra, a saber, algo que existe (en sí) sin reducirse a su apari-
ción (para nosotros). El idealismo debe admitir por lo menos, si no quiere caer en el
absurdo, tres “especies de cosas en sí” (Vernaux):
• es difícil no admitir la existencia de una pluralidad de conciencias: una
conciencia no puede reducirse a ser solo la representación de otra. Ella es
para sí, además su subjetividad es secreta para las demás.
• es difícil no admitir que el hombre ha aparecido “tarde” en el universo. El
pensamiento humano mismo demuestra, por la ciencia, que el mundo ha
existido mucho tiempo antes que él. ¿Cuál es el valor ontológico que debe
darse al mundo antes de la aparición del hombre? ¿Se dirá que no ha exis-
tido, que solo existe en el pensamiento del sabio que lo proyecta hacia atrás
como proyecta hacia el futuro un eclipse? Pero la ciencia afirma que el
mundo ha existido. Por lo tanto hay que afirmar que existía en sí. He aquí
un más allá del pensamiento que no es impensable.
• es difícil negar que haya en el mundo hechos y seres contingentes: los indi-
viduos de toda clase, humanos y materiales. Pero la contingencia es inad-
misible para el idealismo porque el desarrollo del pensamiento es lógico,
por lo tanto necesario. La única solución que le queda es negarla. No niega
su apariencia, pero sí su realidad.
150
Nociones de Gnoseología
151
María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
trica (la res extensa), del otro, el alma que sólo es pensamiento (res cogitans). “Un
ángel habitando una máquina”.
Este dualismo engendrará dos errores contrapuestos: el idealismo que surgirá a
partir de una consideración exclusiva del hombre como “pensamiento”, como
“mente” y el materialismo, que aparecerá desde una reducción del hombre a su
“cuerpo”.
d) Conclusión
El inmanentismo es siempre –de una u otra forma– un humanismo radicalizado,
un antropocentrismo, que acaba desembocando en un antihumanismo práctico e
incluso teórico. Al situar al hombre como fundamento único y central, la trascen-
dencia –la gnoseológica primero y la ontológica después– queda marginada, debili-
tada y, en último término, eliminada. Esta negación de la trascendencia se ha
articulado de diferentes maneras. Por ejemplo, podemos mencionar:
d.1) El idealismo subjetivo o psicológico. Es la posición de Berkeley (1685-1753)
y también Hume (1711-1776).
d.2) El idealismo objetivo-lógico (llamado también idealismo crítico). Su repre-
sentante más claro es Kant.
d.3) El idealismo objetivo-metafísico. Este disuelve sujeto y objeto en una rea-
lidad total o absoluta de naturaleza metafísica. Sus representantes más
notables son Fichte (1762-1814), Schelling (1775-1854) y Hegel (1770-
1831). Hegel identifica sujeto y objeto, y también Lógica y metafísica, al
hacer de lo real lo racional y de lo racional lo real, y de ambos lo ideal. Hay
una única realidad, el Espíritu o la Idea y esta realidad no es estática sino
dinámica, está en despliegue dialéctico, es un proceso dialéctico.
4.2. Realismo
El realismo sostiene que existen seres que son lo que son y significan lo
que significan independientemente de nuestro acto intelectivo. La inteli-
gencia los eleva a su presencia en la conciencia pero de ninguna manera
es originado, creado o inventado por la mente que lo considera.
152
Nociones de Gnoseología
cimiento no tendría sentido. El objeto es, pues, real y existente. Lo cual no quiere
decir que todos los objetos sean materiales, pues también pueden ser espirituales. Lo
que se afirma es que tienen una manera de ser propia e independiente del sujeto, y
que existen, ya sea que éste los conozca o no.
Para el realismo el punto de partida se encuentra en el “ser”, acerca del cual
especula la inteligencia que es capaz de manifestar la verdad cuando se ajusta a ese
“ser”. El nacimiento del concepto presupone la fecundación del entendimiento por
lo real que es aprehendido. Antes de la verdad existe lo verdadero; antes de la adecua-
ción del juicio y de lo real, se da la adecuación vívida del entendimiento con lo real;
esta adecuación del entendimiento con lo real es lo que le capacita para concebir su
esencia. Pero el realismo metódico reconoce los límites de la razón en dos sentidos:
ante todo, la posibilidad del error, el “desajuste” con lo real; después la “inagotabili-
dad” de lo real y la presencia del misterio.
Por lo tanto será importante tener en cuenta dos corolarios que se derivan de lo
dicho anteriormente sobre la naturaleza del hombre y su conocimiento.
• Primer corolario: la capacidad del intelecto humano para aprehender –
aunque sea en forma incompleta– la esencia de las cosas.
• Segundo corolario: existe una finalidad prefigurada (dada, no construida)
en la esencia de las cosas.
5. EL PROBLEMA DE LA VERDAD
Que la verdad existe es una evidencia necesaria y algo innegable. Ya vimos más
arriba al hablar del escepticismo cómo éste se refuta a sí mismo. Efectivamente, si
dijera “no existe la verdad” lo diría como verdad, y entonces la verdad negada que-
daría restablecida por su propia negación. Pero el problema es determinar qué es la
verdad.
Podemos definir a la verdad siguiendo la definición que da Santo Tomás de
Aquino (y que él toma de un pensador judío del siglo XI, Isaac Israeli):
153
María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
verdad cuando se dice que lo que es, es y lo que no es, no es. Por eso, sólo
hay verdad en el juicio. En los conceptos, como tales, no puede haber, ni
verdad ni falsedad. “Libro”, “circunferencia”, “centauro”, no son en sí ni
verdaderos ni falsos. Existen en la mente y nada más. Ahora bien, cuando
yo pregunto por la existencia de tal concepto, y eso sólo se da a partir del
juicio que impone la partícula copulativa “es”, entonces sí podemos hablar
de verdad o falsedad.
b) Verdad metafísica u ontológica: es la verdad de las cosas mismas. Las cosas
son verdaderas en tanto que son. Pero en relación a un intelecto, podemos
agregar que es la conformidad de la cosa o realidad con el intelecto que la
creó o construyó.
Como advierte Santo Tomás, “se deben considerar dos actos de la razón: uno
por el que se aprehende la verdad sobre algo (…); y el otro es el acto por el que la razón
asiente a aquello que se aprehende” (S.Th I-II, q. 17, a.6). El asentimiento está enmar-
cado en la dimensión reflexiva de la verdad. A veces es inevitable: es cuando la pro-
posición es evidente (p.ej. los primeros principios). Pero otras veces, cuando la
relación entre el sujeto y el predicado no aparece claramente, puede darse el asenti-
miento pero también rehusarse o, al menos, suspenderse. De estas distintas situa-
ciones provienen, justamente, los diversos estados de la mente ante la verdad: la
certeza, la duda, la opinión y la fe. Se produce, en cambio, el error cuando se asiente
a una proposición que no es conforme con la realidad.
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Nociones de Gnoseología
6.1. Certeza
6.2. Duda
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tiende a salir mediante el estudio más cuidadoso de los motivos para afirmar o negar
una verdad.
6.3. Opinión
Avanzando sobre la duda, la inteligencia puede llegar a ver motivos para afirmar
uno de los juicios contradictorios, pero sin perder del todo el temor de que el otro
juicio contradictorio pueda ser el verdadero. Se trata de un juicio probable. Estos
motivos que hacen probable un juicio determinado engendran el estado de opinión.
Cuando la inteligencia opina se inclina por la verdad de un juicio; pero con el temor
de que el juicio contradictorio pueda ser verdadero y no el afirmado. Si tres personas
de buena reputación me dicen que Alfredo es inocente y otra me dice que es culpable,
opinaré que es inocente. Me inclino a afirmarlo.
156
Nociones de Gnoseología
6.4. La fe
La diferencia entre la fe y la opinión estriba en que, en el caso de la fe –sea
humana o sobrenatural– la voluntad mueve al entendimiento a asentir con certe-
za, sin miedo a que sea verdad la opinión contraria, basándose en el testimonio y la
autoridad de otro. No hay que confundir la fe con la simple creencia que, en el
lenguaje vulgar, se asimila prácticamente a la opinión. Por ejemplo, se dice “creo
que esta noche va a llover” en el sentido de “opino que esta noche va a llover”.
6.4.2. La Fe sobrenatural
En la Fe sobrenatural, se creen las verdades divinas predicadas por hombres que
ofrecen unos signos de haber sido enviados por Dios para comunicar esas verdades.
Pero en realidad, mediante el instrumento humano, es Dios quien habla y a quien se
cree. Por tratarse de verdades y bienes sobrenaturales que trascienden totalmente la
capacidad humana, la inteligencia precisa de la acción iluminadora de la “luz de la fe”
y la voluntad de la moción de la gracia sobrenatural. Santo Tomás dice que “creer es el
acto del entendimiento que asiente a la verdad divina imperado por la voluntad, a la
que Dios mueve mediante la gracia” (S.Th II-II, q.2, a.9).
Y ya vimos antes (cfr. pág. 27) que existen motivos de credibilidad que le dicen al
hombre de la razonabilidad de su acto de fe (milagros, profecías, etc.).
Pero adviértase que el católico no cree por la evidencia de las cosas sino por la
autoridad de Dios. Por ejemplo, los católicos no creen en la Eucaristía porque tengan
la visión intelectual de que la Eucaristía es el sistema más excelente, un sistema supe-
rior que satisface por completo las exigencias de sus espíritus: no es por eso por lo
que creen. Creen en la Eucaristía porque la Eucaristía está garantizada por una pala-
bra divina, una Revelación.
Según los liberales, sostenidos en su creencia por una libertad de conciencia que
gira alrededor del dictamen autónomo de su propia razón, el sistema de las verdades
católicas es válido (en el caso de que lo acepten así) porque se ajusta y satisface perfec-
tamente a las exigencias del espíritu.
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
6.5. Ignorancia
6.6 El Error
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Nociones de Gnoseología
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Capítulo IX
Nociones de Metafísica
Pero si los principios y causas del ente en cuanto ente han de ser, por ello, los más
universales, podemos decir que, en metafísica, estudiamos los más altos, últimos y
universales principios o causas de todas las cosas.
La metafísica estudia tanto la totalidad como la unidad de todas las cosas. ¿Por
qué la totalidad? Porque “el hecho de ser” afecta absolutamente a todas las cosas.
¿Qué es la única cosa que se encuentra fuera del ser? “El no-ser”: nada está afuera del
alcance de la metafísica. ¿Y por qué la unidad? Porque lo que todas las cosas tienen
en común, lo que hace de todas ellas una, es el ser. Las cosas difieren en muchos
aspectos, pero en una cosa son exactamente la misma: en que son, existen. Puesto
que el ser es lo que todas las cosas son, y las hace a todas ellas una, estudiamos la
unidad de todos los seres. Esta es la visión metafísica: por ello es el más alto saber
natural. Esto la convierte en el más difícil de los conocimientos naturales, no por ser
complicado, sino por ser el más comprensivo y el más profundo.
Objeto material son todas las cosas. El objeto formal es este objeto material con-
siderado por la metafísica; a saber, el aspecto de ser. La metafísica es la disciplina que
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
estudia la totalidad de las cosas bajo el aspecto y desde el punto de vista del ser: ¿Qué
es esto? ¿De qué está hecho? ¿Para qué es? ¿Qué es lo que lo ha hecho llegar a ser?
Cuando los niños alcanzan el uso de la razón siempre muestran una inclinación
metafísica, porque formulan preguntas sobre el ser de las cosas: ¿qué es esto? ¿para
qué es? La primera tendencia del ser humano es la de buscar el ser de las cosas porque
el objeto natural de la inteligencia es el ser. Esta es la razón por la cual la metafísica
es la ciencia natural del hombre, la más congénita a la inteligencia. También es ésta
la razón por la cual, si la metafísica es rechazada, olvidada o despreciada, algo nece-
sariamente debe fallar en alguna parte: en la moral, en las costumbres, en el sentido
de la existencia.
distinto, pues la substancia es “en sí” y el accidente es “en la substancia”. Ambos existen,
pero de modo diferente. Es aquí donde mejor se percibe la analogía del ente.
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
La noción de ente no es simple sino que aparece compuesta por un sujeto (id
quod) y un acto (est). En esta noción intervienen dos elementos, a saber, algo que es,
y el mismo es de esa cosa. El “algo” (una persona, un barco, etc.) ejerce la función de
sujeto, es decir, de realidad a la que corresponde ser (así como el sujeto de la risa es
el que se ríe); el es señala el acto, la perfección propia de ese sujeto (el reír es el acto
de la persona que ríe).
De manera derivada se habla de ente de razón, que significa algo a modo de ente
que es sólo en la inteligencia humana, como por ejemplo, los personajes ficticios de
una novela, los seres que son producto de la fantasía, etc. Estos conceptos tienen un
cierto ser, que consiste en ser pensados por nuestra potencia intelectual. Se trata
simplemente de conceptos o realidades mentales, sin existencia fuera del entendi-
miento humano. Cuando decimos que algo es real, queremos indicar su contrapo-
sición al ente de razón: un personaje real es un hombre no meramente pensado o
soñado, sino existente fuera de la mente.
164
Nociones de Metafísica
partes del ente, ser contiene todo lo que una cosa posee, sin excluir
absolutamente nada. Leer no expresa la integridad de perfección del
lector; ser, en cambio, es acto de todas y cada una de las partes de la cosa:
si un árbol es, todo él es, con todos sus aspectos y elementos, pues su
color es, su forma es, su vida y su crecimiento son; todo en él participa
del ser.
d) El ser es el acto constitutivo y más radical: aquello por lo que las cosas son.
Así como la esencia es lo que hace que una cosa sea de un modo u otro, el
ser es lo que hace que las cosas sean.
e) El acto de ser se da en grados de mayor o menor intensidad en las cosas,
desde lo más imperfecto hasta Dios (ser como acto intensivo). Es un hecho
manifiesto la jerarquía de entes en el universo, la progresiva gradación de
perfecciones que poseen las cosas. Esta diversidad es, en definitiva, una
gradación en el ser. Si la raíz de las perfecciones de cada cosa es su ser, es
lógico que la intensidad de esas perfecciones sea un reflejo de la intensidad
del ser.
Dios es el ser en toda su amplitud porque si le faltara alguna perfección
–que es algo– ya no sería en toda su intensidad, sino que tendría limitación.
En cambio, las criaturas, a medida que son menos perfectas, poseen menos
ser, tienen un grado más pobre de participación en el ser.
No hay que pensar que las demás perfecciones (por ejemplo, vivir, enten-
der) se van sobreañadiendo al ser. No es que los vivientes sean, y además
vivan, sino que su modo de ser consiste en vivir: vivir es un modo más
perfecto de ser que el de las realidades inertes.
f) Ser no es exactamente lo mismo que existir. Ser expresa un acto, mientras
existir expresa sólo que una cosa “se da de hecho”. Al afirmar que una cosa
“existe”, queremos decir que es real, que no es la nada, que “está ahí”
(Hartmann hacía la distinción entre el “ser ahí ”= existir y el “ser así” =
esencia); ser en cambio, significa algo más interior, no el mero hecho de
estar en la realidad, sino la perfección más íntima de una cosa y la raíz de
sus restantes perfecciones.
El existir designa el aspecto más exterior del ser, como una consecuencia suya:
porque el ente tiene ser, está ahí realmente, fuera de la nada, y existe. Existir es como
un resultado de tener el ser.
Esta diferencia de significados entre ser y existir se observa en el lenguaje: aunque
no sea un modo habitual de expresarse, no suena raro afirmar que un hombre es más
que un árbol, y un ángel más que un hombre; en cambio, no se dice que una cosa
“existe más que otra”: existe o no, pero no existe más o menos. Ser, como vemos, tiene
un sentido intensivo, del que carece el término existir.
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Nociones de Metafísica
7 El caso de la forma sustancial del hombre es distinto. Por ser espiritual, el alma humana tiene el
ser como algo propio. Mientras en todos los demás entes corpóreos el ser es sólo del compuesto, al
que llega a través de la forma, en el hombre el ser es del alma, que lo da a participar a la materia.
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Nociones de Metafísica
El ser como acto de la esencia implica de modo necesario una distinción real con
respecto a ella, ya que entre cualquier potencia y su acto existe una distinción real.
Tres argumentos para comprender mejor esto:
a) Por la limitación de las creaturas. Cualquier criatura posee la perfección
de ser de un modo parcial, tanto extensiva como intensivamente. Desde el
punto de vista extensivo, es fácil notar que, junto a cualquier ente, hay
muchos otros que también son, de manera que ninguno de ellos agota la
perfección de ser.
Desde el punto de vista intensivo, ninguna criatura posee las perfecciones
en el grado máximo en que éstas pueden hallarse. Y así, por muy inteli-
gente que sea un hombre, siempre es posible encontrar una inteligencia
más profunda; la bondad de una criatura es siempre inferior a la de otra
más perfecta, la de un vegetal superior a la de un mineral, la de los ángeles
mayor que la del hombre, y la de Dios, infinitamente más alta que la de
todas las criaturas.
Por lo tanto, los entes creados no se identifican con su ser: lo tienen limi-
tadamente, es decir, no de manera plena, sino incompleta. Poseer una
perfección participada implica –como ya vimos– una dualidad real de
principios: el participante, o sujeto que recibe la perfección y la limita
(potencia), y el acto o perfección participada. En este caso, el acto es el ser,
y la esencia su potencia receptiva.
¿Es el ser parte de la esencia de Juan? Si así fuera, sería esencial a Juan ser. Pero
no es cierto. La esencia de Juan es ser un animal racional, pero no ser. Dios es esse.
Todo lo demás tiene esse. La participación implica tener o poseer un acto de manera
parcial, limitada e imperfecta, acto que se encuentra en otro de manera total, ilimi-
tada, perfecta.
170
Nociones de Metafísica
3.1.3. Conclusiones
La noción de ser como acto último y la composición de ser y esencia, nos llevan
a la resolución de muchas cuestiones. Señalemos algunas:
a) Naturaleza metafísica de Dios. Dios se caracteriza metafísicamente como
ESSE SUBSISTENS, Acto Puro de Ser, que subsiste por sí mismo, sin
ninguna esencia que lo limite. Su esencia es su mismo Ser.
b) La distinción entre Dios y las creaturas. Lo que distingue radicalmente a
las creaturas del Creador es la composición real de esencia y ser en aquéllas.
c) Semejanza de la creatura con Dios y conocimiento del Creador. Al descubrir
que el acto intrínseco y constitutivo de la creatura es el ser –semejanza del
ser divino–, comprendemos que las cosas reflejan la perfección de Dios,
y que a través de ellas alcanzamos un conocimiento de su Causa.
d) Dependencia absoluta de todos los entes con respecto a Dios. La esencia
como potencia de ser entraña en la criatura una constante dependencia
con respecto a Dios que, en cuanto Ser por esencia, es causa creadora y
conservadora del ser que la criatura posee por participación.
e) La distinción entre creatura espiritual y material.
tancia, una cualidad, una relación real); expresamos un aspecto que compete a todo
ente por el solo hecho de serlo, por tener el ser: porque el ente es ente, es también
bueno, uno, etc. Ente, bondad, verdad son realidades idénticas, cosa que suele mani-
festarse diciendo que ens et unum (et bonum, et verum…) convertuntur: que el ente,
la unidad, etc., se convierten, son equivalentes.
Se manifiesta esta equivalencia en la predicación: podemos, por ejemplo, afirmar
que “todo ente es bueno, uno, verdadero”; pero no se nos ocurre sostener que “todo
ente es animal, planta, etc.”. Además el ente y los demás trascendentales pueden
intercambiar sus funciones como sujeto o predicado de una oración: tanto da decir
“lo que es bueno, en la medida en que es bueno, es ente” como “cualquier ente, en la
medida en que es ente, es bueno”. Esa permutabilidad es un índice de la real identidad
entre los trascendentales.
Pero idénticos como realidades son distintos para nuestro modo de conocer. Por
lo tanto los trascendentales no agregan nada real a la noción de ente pero sí algo de
razón a nuestro conocimiento.
El UNUM agrega una negación en tanto niega la división interior de cada
ente.
El ALIQUID agrega la negación de la identidad del ente con los demás, no
como opuesto a la nada sino en el sentido de aliud quid (otro qué), otra
naturaleza.
El VERUM agrega que el ente es cognoscible y en ese sentido conviene a la
inteligencia.
El BONUM agrega que el ente es amable por su perfección y capaz de mover
a la voluntad hacia él, y en ese sentido conviene a la voluntad.
La relación de la voluntad y de la inteligencia al ente en cuanto bueno y en
cuanto verdadero es real, pero la de la verdad y el bien no dependen de
nuestro conocimiento ni de nuestro apetito, pues las cosas son verdaderas
y buenas en la medida que tienen ser, no en cuanto son conocidas o ape-
tecidas. De ahí que la verdad y el bien sean la medida de nuestra inteligen-
cia y voluntad, mientras que no es cierto lo contrario.
El PULCHRUM (lo BELLO) agrega la conveniencia del ente al alma según
una cierta conjunción de conocimiento y apetito. “Lo que agrada al ser
contemplado”.
La RES (cosa) alude solo al ente creado en cuanto tiene una esencia.
realidad y la expresan fielmente: es verdadero un juicio cuando afirma que es, lo que
es; y que no es, lo que no es.
Pero la verdad del entendimiento depende del ser. Si es verdadero el entendimien-
to que se adecua a las cosas, es claro que la entidad de estas y su aptitud para ser
captadas por la inteligencia es algo previo, fundamento y medida de la verdad.
En otras palabras, no sería verdadero el entendimiento que se conforma a las
cosas, si estas no tuvieran en sí mismas su verdad, la verdad del ente o verdad onto-
lógica o metafísica: “Veritas supra ens fundatur” (Tomás de Aquino). “Lo verdadero
es verdadero en la misma medida en que es ente” (San Agustín).
La verdad se identifica con el ente y le agrega una relación de conveniencia a un
intelecto que puede comprenderla.
El ente es verdadero en cuanto es inteligible: posee una aptitud esencial para ser
objeto de una intelección verdadera. Entendemos lo que es y lo que no es no puede
saberse. De allí que también pueda afirmarse: “Ens et verum convertuntur”.
173
María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
Llamamos buenas a las cosas que reportan alguna utilidad (un buen trabajo, un
buen instrumento). También a las cosas perfectas acabadas (un buen cuadro, un
buen poema). Hay bienes materiales, culturales, científicos, etc. ¿Qué significamos
con esta palabra “bien”, al aplicarla a cosas tan diversas? En último término queremos
referirnos al ser de los entes y a lo que conserva o mantiene su ser y su naturaleza: el
bien es obrar, perfeccionarse, vivir… en una palabra, ser. Para cada ente su bien
consiste en ser según su naturaleza. Por eso males son aquellas privaciones que se
oponen a su perfección natural (enfermedades, muerte, ignorancia, pecado).
Por tanto, en una primera aproximación, podemos decir que ente y bien se con-
vierten o equivalen (ens et bonum convertuntur).
El bien no es una realidad distinta del ser de los entes: “Todo lo que es, es bueno”;
de donde las cosas son buenas, precisamente porque son. Tienen tanto de bien,
cuanto tienen de ser.
¿Qué añade la bondad al ente? La conveniencia a un apetito. El ente se dice bueno
en cuanto es apetecible, así como se dice verdadero en cuanto es inteligible. Tomás
de Aquino señala:
“La razón de bien consiste en que algo es apetecible; por eso dice Aristóteles que el bien
es lo que todas las cosas apetecen (bonum est quod omnia appetunt). Pero es evidente
que cualquier cosa es apetecible en cuanto es perfecta, pues todas las cosas apetecen la
174
Nociones de Metafísica
Un corredor no es bueno por el simple hecho de correr, sino cuando corre bien;
y corre bien cuando lo hace de tal modo que llega a la meta y vence la competición.
En consecuencia, la misma ordenación al fin, el tender eficazmente a aquello que lo
perfecciona (correr bien, en nuestro caso), confiere al sujeto una cierta bondad.
Por eso no es lo mismo ser y ser bueno. Sólo en Dios hay una perfecta coinciden-
cia entre ser y ser bueno, pues su Perfección no se ordena a ningún fin.
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María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
De una persona mala, por ejemplo, se afirma que es buena en ciertos aspectos
(secundum quid), en cuanto ente, pero que simpliciter es mala, porque no cumple su
fin y vive desordenadamente.
La verdad y la bondad de las cosas al ser conocidas, causan deleite. Bello es aque-
llo cuya contemplación agrada (quae visa placent).
Todo bien produce un gozo al alcanzarlo pero las cosas bellas engendran un
agrado especial por el solo hecho de conocerlas.
Supongamos una finca cuya ubicación es idónea para el cultivo de los cereales.
Si un terrateniente con intereses en la agricultura la conoce, y los terrenos están en
venta, se convierte en un fin para él: se despierta su interés por poseerla; y ese deseo
no descansará hasta que, por medio de las gestiones oportunas, se haga con ese campo.
Cabe también que esas mismas tierras las descubra otra persona, que se goce simple-
mente en contemplar la armonía de aquellos parajes, pero no tenga ningún interés
en adquirirlos. El primero había captado su aspecto de fin, de bien, y por eso se puso
en movimiento; el segundo percibe su aspecto de belleza, y de ahí que descanse al
observarlo.
Aunque la contemplación de lo hermoso lleve siempre aparejado un deleite, la
belleza no es el placer o el agrado, sino aquellas propiedades que hacen que su con-
templación resulte grata.
Por eso las cosas no son bellas porque agradan sino que agradan porque son bellas.
No tiene su origen (la belleza) en la voluntad del que quiere sino que es una perfección
de la cosa. Por lo tanto, el fundamento de lo bello es EL SER. Por eso Dios, que es el
Ser en toda su plenitud, es también la Belleza suprema y absoluta.
Las cosas son bellas en cuanto que son, porque por el simple hecho de ser tienen
una cierta actualidad, gozan de alguna perfección. Este es un sentido fundamental
de belleza, pero no el único.
Llamamos a una cosa bella en sentido pleno (simpliciter) cuando posee toda la
perfección requerida por su naturaleza. De este modo, decimos que una gacela es
bella en la medida que tiene la armonía y perfección propias de su naturaleza (pul-
chrum simpliciter) y no simplemente por tener ser (pulchrum secundum quid).
Santo Tomás enumera tres caracteres de lo bello:
a) Armonía o proporción del objeto en sí mismo y en relación a lo que
le rodea (la maravillosa disposición del universo, la cadencia de un
fragmento de música clásica o la armónica integración de un orga-
nismo vivo).
b) La integridad o acabamiento8 del objeto en relación con las perfec-
ciones exigidas por su forma sustancial o sus formas accidentales.
8 Jacques Maritain en su obra Arte y escolástica (La espiga de oro, Buenos Aires, 1945) nos ofrece ob-
servaciones riquísimas al respecto: “No hay una manera sola, sino mil y diez mil maneras en que la
noción de integridad puede realizarse. (…) Y si le place a un futurista no hacer más que un solo ojo,
176
Nociones de Metafísica
o un cuarto de ojo, a la dama que retrata, nadie le discute ese derecho; se le exige tan solo –y aquí está
todo el problema–, que este cuarto de ojo sea justamente todo cuanto es menester de ojo a la dicha
dama en el caso dado. Lo mismo sucede con la proporción, la conveniencia o la armonía. (…) Inte-
gridad y proporción no tienen, pues ninguna significación absoluta, y deben entenderse únicamente
con relación al fin de la obra, que consiste en hacer resplandecer una forma sobre la materia.
177
María Laura Chabay - Raúl Petrinelli
178
Nociones de Metafísica
materia dirigida hacia la forma. En otros términos, el ángel es más actual que el
hombre; aunque no sea aquél un acto puro en lo que concierne al esse, ya que ha
recibido de Dios el acto de ser. Solamente es puro acto como esencia, ya que no está
limitado por materia alguna, pero es una esencia que ha recibido el acto de ser, de tal
modo que, en la relación con éste último, es aún una potencia.
a) La causalidad ejemplar
La causa ejemplar es el modelo o guía del agente en la realización de su obra. Esta
causa determina la especie y las características del futuro efecto. La causalidad ejem-
plar se encuentra en todos los procesos causales; pero más que un quinto género de
causa, se asimila a la causa formal, y es una condición esencial para que el agente sea
realmente causa. En efecto, ningún agente puede producir un efecto que él mismo
no posea, si bien de otro modo, en su misma naturaleza (nadie da lo que no tiene):
por lo tanto, toda causa agente propia y adecuada (no las causas per accidens) es a la
vez causa ejemplar de sus efectos. Y esto sucede de dos maneras:
a.1. Las causas naturales poseen la perfección que comunican de modo natu-
ral: por ejemplo, un viviente transmite su propia especie, y de ninguna
manera puede producir un efecto superior a su perfección ontológica (ya
vimos antes cómo el evolucionismo no ha conseguido explicar satisfacto-
riamente cómo es posible que de grados inferiores de entidad surjan
grados superiores de ser). Sin embargo, las causas naturales pueden pro-
ducir efectos superiores si obran como instrumentos de causas superiores.
a.2. Las causas inteligentes poseen la perfección que producen de un modo
intencional o espiritual, como “idea ejemplar” que concibe el agente inte-
ligente y que luego plasma en una materia (si es un agente creado), o crea
(si es la Causa Primera, que es Dios).
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a) El principio de finalidad
La exigencia de una finalidad, aunque se descubra más fácilmente en los agentes
libres, es algo que abarca a todos los seres. “Todo agente obra por un fin” (omne agens
agit propter finem). Esto debe ser correctamente entendido para evitar caricaturi-
zaciones como el antropocentrismo teleológico (de “telos” = fin) implicado en frases
como ésta: “Todo es útil para el hombre. Los melones tienen tajadas para ser comidas
en familia”, “las orejas están no solo para facilitar la recepción sonora sino también
para sostener los anteojos”, y cosas por el estilo.
La evidencia del principio se impone con tal que se lo entienda exactamente:
todo agente obra en la dirección de un resultado determinado, en la dirección de un
efecto definido. Es evidentemente imposible que exista un movimiento, o cambio,
o transformación que no esté determinado en sí mismo en función del resultado
preciso que debe alcanzar. Algo de esto ya vimos cuando hablamos de la “teoría de
la preexistencia” en el marco de las teorías sobre el origen de la vida.
Santo Tomás señala esta evidencia:
“Si el agente no intentara un efecto determinado, todos los efectos le serían indiferen-
tes; más, como lo que es indiferente respecto a muchas cosas no tiende más a hacia una
que hacia otra, síguese que de lo que es totalmente indiferente no resulta ningún
efecto si algo no lo determina en un sentido. Sería, por lo tanto, imposible que obrara.
En consecuencia, todo agente tiende hacia un objeto determinado, que es su fin”
(Suma c.Gentiles, III, 2).
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a los fines propios de la naturaleza, así como la misma naturaleza, no es obra propia del
agente: este ha recibido su fin, lo mismo que ha recibido su naturaleza y su ser. El fin,
así entendido, no puede ser conocido ni querido sino por un Intelecto creador.
No obstante, los seres inteligentes son capaces de conocer formalmente el fin de
sus actividades y elegir los medios propios que aseguren su realización. Este conoci-
miento y esta libertad de elección constituyen el fundamento de su responsabilidad.
En este preciso sentido se dice que esos seres se ordenan por sí mismos a su propio
fin. Por el contrario, los agentes no racionales, animales, plantas y seres inorgánicos,
no tienden a un fin determinado sino en razón de la ordenación inscrita en sus natu-
ralezas y obedecen pasivamente: los animales y plantas con un movimiento espon-
táneo e inmanente, los agentes inertes, mecánicamente.
a.1.1) El orden interno de las acciones de la naturaleza: todos los procesos natu-
rales gozan de un orden preciso. Esto es patente: el niño que se desarrolla, los vege-
tales que producen fruto, etc, etc…También se comprueba esto al examinar la
estructura de los entes naturales: los dientes están para comer; los pulmones para
respirar; los ojos para ver. En la naturaleza inanimada es más difícil percibir los fines,
precisamente porque se trata de entes más imperfectos, sin embargo, es claro que las
sustancias inertes están en función de los seres vivientes, permitiendo su alimentación,
conservación, etc.
b) La casualidad no es causalidad
El mecanicismo se presenta como una tesis filosófica que pretende que los prin-
cipios de los seres vivos están constituidos únicamente por elementos corpóreos,
extensos, simples e indivisibles (átomos) cuyas combinaciones bastarían para expli-
car todos los cuerpos naturales con todas sus propiedades. Por lo tanto no habría
ninguna diferencia esencial entre lo vivo e inerte. Respecto específicamente a la
finalidad, niega que exista tal cosa, debido a que esas combinaciones son suficientes
para explicar cualquier “comportamiento”, sea vivo o no.
El mecanicismo deberá apelar al azar para tratar de explicar la realidad (ya vere-
mos que el azar está imposibilitado de hacerlo).
Jolivet da las siguientes razones fundamentales para rechazar esta postura: a) por
un lado, la diversidad específica de los cuerpos es objetiva e irreductible: a esta diver-
sidad hay que reconocerle un fundamento objetivo que consiste en las naturalezas
realmente diversas de los cuerpos.
b) Por el otro, el movimiento, como tal, no implica ningún orden determinado,
y sólo podría dar cuenta de las mezclas o adiciones cuantitativas de elementos homo-
géneos, pero jamás de la constitución regular e inmutable de los edificios atómicos
o moleculares. Que la corteza periférica del átomo, en la teoría electrónica, “adopte
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el número ocho”, esto no depende del mecanicismo que, como tal, es indiferente al
número; sino más bien de una idea directriz inmanente al mecanicismo y radical-
mente distinta del movimiento local.
Tampoco son suficientes las explicaciones del orden por las leyes de la natura-
leza (o la necesidad) o por la evolución.
En el primer caso, las leyes de la naturaleza son el mismo orden (o un aspecto del
orden), y no pueden servir para explicarlo. Es un típico círculo vicioso. En realidad,
hay que explicarlas a ellas, lo mismo que al orden que en ellas se manifiesta.
En el segundo caso, la evolución no consigue hacerlo mejor, porque ella sería un
efecto y no un principio primero. De las distintas hipótesis (como las de Lamarck o
Darwin y sus variantes actuales) se ha querido deducir que todo se explicaría por las
causas eficientes y que, por ejemplo, “el ave no tiene alas para volar, sino que vuela
porque tiene alas. Pero esto es plantear mal el problema, porque no tanto se trata de
saber si el ave tiene alas para volar, cuanto de si las alas están hechas para volar (o para
nadar o para cantar). Además de todo lo dicho sobre las reservas que hay que hacer
en este tema (cfr.pág. 63), aquí solo resaltemos que la ciencia constata la insuficien-
cia de los factores externos para explicar la complejidad y diversidad viviente. En el
mejor de los casos eso condiciona la acción de factores internos que, a su vez, depen-
den de la idea directriz inmanente del viviente. Lo que es lo mismo decir que un orden
esencial gobierna el mecanismo evolutivo.
Una metafísica según la mente de Aristóteles y Santo Tomás ha respondido
muchos siglos antes a esta “religión del acaso” señalando la imposibilidad ontológi-
ca de colocar al azar como causa. Maritain señala:
“No ignoráis el ejemplo de Aristóteles: ¿débese concluir que un hombre es asesinado por
unos asaltantes porque ha comido alimentos demasiado salados? ¿Qué vínculos ligan
esta causa a aquel efecto?: tal hombre ha comido alimentos demasiado salados, ha teni-
do sed y, al dirigirse a la fuente para beber, los asaltantes, agazapados en la proximidad
de la fuente, han aprovechado la ocasión para darle muerte. Hay pues una serie de
causas y de efectos. Pero todo esto es necesario.(…). Tenemos aquí tres series causales:
La primera va del alimento a la sed.(…). En una segunda serie encontramos ante todo
una condición: la de la falta de agua en la casa.(…). Tenemos, por último, la tercera serie
causal, en razón de la cual los malhechores se hallan apostados en tal rincón, lo cual
depende, por ejemplo del hecho… de la tenaz persecución policial, etc. (…). Todos los
sucesos de cada serie causal tienen de consiguiente su causa dentro de su propia serie.
Pero la coincidencia de un acontecimiento de una serie… no tiene, como tal, causa
alguna en el universo entero, es decir, no tiene una naturaleza, un agente natural que
esté, en virtud de su estructura, previamente ordenado al hecho de la convergencia de
estos tres acontecimientos; no hay tampoco inteligencia creada que haya concebido esta
intención. (…). Lo expuesto quiere pues decir que el hecho como tal, a saber, la reunión
de estas tres líneas en un momento dado, es, en verdad, contingente, pero no es un SER
contingente. (…). Esa coincidencia no es un ser (sino en el pensamiento): existe sí, pero
no es una esencia, es una simple coincidencia; no tiene unidad ontológica que exija, para
que sea inteligible, su posición en el ser, una estructura operante que a él esté ordenada.
Ni ser verdadero, ni unidad verdadera, ni de consiguiente causa verdadera” (Siete lec-
ciones sobre el ser, Desclée de Brouwer, Buenos Aires, 1943, pág. 207-209).
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Vemos como Maritain relaciona –coincidiendo con lo dicho más arriba– todo
movimiento con una estructura operante, con una naturaleza que implica una preor-
denación, es decir, el movimiento es producto de un principio, no tanto un resultado.
Esto es lo que dice la filosofía. En el campo científico, por otra parte, volvemos a
encontrar testimonios que apoyan la postura realista metafísica. Por ejemplo, el
famoso biólogo Lucién Cuenot decía:
“La pinza del cangrejo no se parece a una verdadera pinza. Lo es. (…) La finalidad
natural no es una interpretación teórica: es el más evidente de los hechos” (Invention et
finalité en biologie, Paris, Flammarion, 1941, pág. 40, cit. por Gilson, op.cit., pág. 288).
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