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Es preciso insistir en que el ser humano es único y diferente de los demás animales.
Sólo el ser humano puede formar una sociedad en la que hay derechos y deberes que
hay que respetar y cumplir, respectivamente. Todo ello ha llegado a ser materia de
discusión o a ser negado por algunas teorías filosóficas, pero nadie vive de acuerdo
con esas teorías. Si alguien le dice que la libertad humana es una ilusión y que no hay
verdadera libertad, dígale usted: “Yo le debo 1.000 dólares, pero como no soy libre, no
se los voy a devolver porque estoy predeterminado a no devolvérselos”. Ya verá cómo
cree entonces que usted es libre y que tiene responsabilidad.
Lo mismo sucede cuando algún filósofo dice que el mundo entero es una ilusión que
nosotros producimos en nuestra cabeza. Cuando llegue el momento del almuerzo y le
traigan un buen plato, que no se lo coma, si es una ilusión. Se dicen muchas frases
como afirmaciones a priori pero no se vive de acuerdo con ellas. Hay que vivir
aceptando la realidad como es: la realidad se impone, y esto es lo que significa la
búsqueda de la verdad, porque la verdad, en cuanto es una afirmación, (sólo hay verdad
o mentira en una afirmación) expresa lo que las cosas son, de acuerdo con lo que son,
y nada más.
ESPIRITU Y MATERIA
El concepto de realidad no-material como explicación de la inteligencia es equivalente
a la afirmación de un alma, espíritu, que no entra dentro del marco de fuerzas y leyes
físicas, ni es imaginable en modo alguno, aunque sea comprensible como la causa
suficiente de consciencia, inteligencia y libertad. Su existencia no puede justificarse por
ningún modo de transmisión ligada a la herencia genética, pues al no tener estructura
material no puede dividirse ni reproducirse con ninguna “materia prima” del entorno: es
necesario acudir al concepto estricto de “creación” directa por un Ser también espiritual,
pero de potencia infinita (exigida por toda creación, aun de materia). Y esto es aplicable
a la creación de cualquier persona individual, así como a la raza humana.
Este deseo de supervivencia es característico del Hombre en todas las culturas: a pesar
de la experiencia obvia de la muerte y corrupción, en apariencia como la de los demás
animales, se dan ideas religiosas que incluyen de algún modo la negación de nuestra
propia caducidad. Ese YO que permanece a través de todas las vicisitudes de la vida
permanecerá también tras el misterio de la muerte, no solamente en la memoria o en
la descendencia familiar, sino en una realidad invisible pero, en muchos casos
concebida con actividad semejante a la de la vida ordinaria. Y esta supervivencia se
considera ligada a ceremonias o enterramientos adecuados
aun en muchas culturas actuales.