Mi segundo error fue esperar que me amara. Soy la niñera de los gemelos de Antony y los quiero profundamente. Implicarme sentimentalmente con su padre traía problemas. Sabía que lo haría antes de ponerme en esa posición. Todas aquellas posiciones. ¿Podría haberlo evitado? Sí. ¿Quería hacerlo? No. Antony era tan terriblemente irresistible que tenía que ser de piedra para no querer acostarme con él. Mi terco corazón no podía permitir que estuviera con otra. Así que hice lo que me dijo que hiciera. Me fui, dejándole a él y a los gemelos. Eso fue antes de descubrir que estaba embarazada. Antes de que decidiera ocultarle la noticia. Ahora, estoy tentada de volver y arreglar las cosas. ¿Será eso posible… o habré perdido mi única oportunidad de tener una familia de verdad? 1 ERIN
I ntenté mantener una expresión sobria mientras Antony me
explicaba el plan de la noche, como si nunca hubiera cuidado de los gemelos en los últimos tres años. “Y por favor, si algo va mal, llámame al móvil”, dijo, y yo asentí. La diferencia fundamental, entre aquella noche y todas las demás en que me había quedado a dormir en casa de Antony para cuidar de Elizabeth y Aaron, era que Antony no iba a estar trabajando al restaurante, donde ejercía de jefe de cocina. Era su día libre y, por primera vez desde que empecé a trabajar para él, iba a salir con alguien. El pobre hombre había perdido a su mujer en un accidente de coche, así que debería haberme alegrado al saber que tenía una cita, pero… bueno, no pude evitar ponerme celosa. Era muy consciente de que sentir algo por el propio jefe era inapropiado, pero lamentablemente me ocurrió a mí. Normalmente, se me daba muy bien ocultar mis sentimientos por Antony, pero me costó mucho desde que Dale, su nuevo ayudante de cocina, le organizó una cita a ciegas con Kayla, su prima. “Antony, tranquilo. Tengo todo bajo control. La cena está casi lista, los gemelos están en su cuarto de juegos. Ve, diviértete”, le dije con voz tranquilizadora. “Vale, de acuerdo. Me voy… ¿Me queda bien, sí?”. Lo miré de arriba abajo. Como todos los hermanos Braddock, Antony tenía el pelo y los ojos oscuros, y podría haber trabajado fácilmente como modelo si las circunstancias hubieran sido distintas. Pero lo que le distinguía de su hermano mayor, Ryan (¡que, sinceramente, daba un poco de miedo cuando se enfadaba!), y de sus hermanos pequeños, eran la sonrisa y los ojos. Nunca había visto sonreír a Ryan Braddock - bueno, al menos no antes de que empezara un romance con la antigua ayudante de cocina del resort, convertida en jefa del segundo restaurante, Alicia- pero sus hermanos, Sebastian, Joshua y Tucker eran siempre muy alegros, ya que habían crecido sin las preocupaciones y presiones que tenían Antony y Ryan. Los tres “pequeños” tenían sonrisas tranquilas y relajadas, especialmente Tucker, el más joven, el donjuán del barrio. Pero siempre era la cálida sonrisa de Antony, combinada con sus ojos ligeramente tristes, lo que llamaba mi atención. Cuando sonreía, probablemente a los demás les parecía feliz. Lo era en apariencia, sin embargo, yo fui probablemente una de las pocas personas que vio más allá de aquella sonrisa y vio la sombra que latía en su mirada. Había estado ahí desde el momento en que le conocí, apenas un mes después de que él y los gemelos habían perdido a May. Por lo que había oído, May Braddock era una mujer maravillosa. Apoyaba las ambiciones de Antony de emprender un negocio con Ryan y restaurar el resort que sus padres habían construido para devolverle su antiguo esplendor, y también era una fotógrafa de gran éxito y una esposa y madre muy devota. “Estás fenomenal”, repliqué. “Seguro que Kayla se quedará con la boca abierta”. “Sí, seguro”, respondió Antony, sin parecer del todo convencido. No sabía lo decía porque realmente no se lo creía (¿quién no se alegraría de tener una cita con él? Guapo, rico, con éxito y un gran padre. ¿Qué más podría querer una mujer?), o porque, en el fondo, aún no estaba preparado para salir con una mujer. De hecho, Antony ya me había confiado que le parecía demasiado pronto, pero había aceptado aquella cita tanto para quitarse a Dale de encima como porque admitía que se sentía solo. “Gracias. Y no te preocupes por molestarnos si los gemelos necesitan algo”, dijo. “Estarán bien. Vete, disfruta de tu cita”. “Gracias. Lo haré”. Antony salió de la cocina y oí que se dirigía a la sala de juegos, donde estaban Elizabeth y Aaron. Me volví hacia el horno, donde estaba preparando macarrones con queso. La cena estaba casi lista para que los gemelos pudieran comer, antes de bañarse y prepararse para ir a la cama. Oí cerrarse la puerta principal y, un momento después, entraron corriendo Aarón y Elizabeth. “Tenemos hambre”, dijo Aarón, con los ojos azules, como los de May, y el pelo oscuro, como su padre. Él y Elizabeth eran casi idénticos, las únicas diferencias eran estéticas, como el peinado y la ropa. Antony no era el tipo de padre que impone roles de género a sus hijos, y me apoyó cuando le sugerí que permitiera a los gemelos elegir su propia ropa y peinados, siempre que fueran apropiados para la escuela. Todo iba bien. A Aaron le encantaban todos los colores y a menudo se vestía con ropa de arco iris y calcetines desparejados. Sin embargo, le gustaba el pelo corto, como a su padre. A veces pensaba que había heredado de su padre y de sus tíos la no tan sutil aversión a las largas y desgreñadas mechas de su tío surfero. Tucker Braddock era una especie de oveja negra de la familia. Todos los demás hermanos trabajaban para mantener el resort de alguna manera: Ryan era el gerente, Antony el jefe de cocina, Sebastian el instructor de equitación, que ofrecía clases a los huéspedes, y Joshua el entrenador personal, que dirigía el gimnasio del resort. Tucker, recién licenciado, soñaba con convertirse en surfista profesional, a pesar de pasar más tiempo de fiesta que sobre las olas. Para compensar el pelo corto de su gemelo, Elizabeth intentaba batir el récord del pelo más largo de la historia, y parecía una auténtica princesa de cuento, Rapunzel, con el pelo que le llegaba casi por detrás de las rodillas. Sin embargo, cuidaba muy bien de él, y cuando se lo lavaba y cepillaba, no derramaba ni una lágrima; de hecho, todos los días me sugería peinados nuevos y divertidos para que los probara. Nos habíamos recogido el pelo en ocho largas trenzas que se ondulaban cuando ella movía la cabeza. “Soy Medusa”, dijo aquella mañana. A pesar de su larga melena, Elizabeth no era la típica niña “femenina”, y en lugar de estar obsesionada con las princesas, le encantaban la mitología y las leyendas antiguas. Sus favoritos eran los mitos griegos, y con Aarón jugaba a “luchar contra la gorgona”, en el que Aarón - armado con una espada y un escudo de plástico - tenía que acercarse sigilosamente a su gemela antes de que esta se diera la vuelta y lo convirtiera en piedra. “Los macarrones con queso están casi listos”, les dije a los gemelos. “¿Por qué no ponemos la mesa y traemos bebidas? Luego debería estar preparado”. “Voy a por los cubiertos”, dijo Aarón, corriendo a coger cuchillos y tenedores del cajón cercano. “Yo traeré los vasos”, contestó Elizabeth, eligiendo con cuidado tres “vasos” de un armario que había debajo. En realidad eran de plástico, pero los gemelos insistían en llamarlos vasos. Quizá querían sentirse mayores. Mientras ellos ponían la mesa, yo saqué una jarra de agua aromatizada naturalmente, un cuenco de ensalada, unos bocadillos y una selección de fruta fresca, y los coloqué en el centro de la mesa, junto con sal y pimienta. Cuando sonó la alarma del horno para recordarme que la cena estaba lista, Elizabeth y Aaron ya estaban sentados en sus sitios. Saqué los macarrones del horno y los dejé unos minutos en la encimera para que se enfriaran, luego los puse en la mesa con todo lo demás. Me uní a ellos y les ayudé a servirse, otra sugerencia que le había dado a Antony y que él aceptó. En lugar de poner comida en los platos de los niños y esperar que se lo comieran todo, les sugerí que eligieran qué comer en función de lo que hubiera en la mesa. Siempre me aseguraba de que la selección fuera sana, y Elizabeth y Aaron sabían que no debían pedir nada que no estuviera en la mesa. Darles una pequeña posibilidad de elección significaba que no se quejarían de tener que comer verduras ni nada por el estilo, y aclararía sus gustos. Durante un rato, los únicos sonidos que se oyeron fueron los de la comida, pero cuando los gemelos terminaron una ración de macarrones cada uno, así como varias frutas y verduras, pregunté: “¿Qué tal ha ido hoy el colegio?” “La señora Morgan me ha dejado leer mi libro delante de la clase”, dijo Aaron con orgullo. Era un auténtico ratón de biblioteca. Íbamos allí al menos dos veces por semana. Estaba leyendo un libro de cuentos clásicos. “Es estupendo, Aaron. Me encantaría que nos leyeras un cuento más tarde, si te apetece”, le dije, dedicándole una gran sonrisa. “¿Y tú, Elizabeth?” “Le enseñé mi pelo a la señora Morgan y le conté cómo Atenea maldijo a Medusa porque era más guapa que ella”. “Vaya, Elizabeth. Los dos sois muy listos”, dije, dedicándole una sonrisa. Desde que Elizabeth había empezado a mostrar interés por la mitología griega, yo había cogido libros apropiados para su edad, o había leído sobre las leyendas, y luego se las había vuelto a contar de una forma más adaptada a los niños. ¡Una niña de casi cuatro años no necesitaba saber por qué Atenea había maldecido a Medusa según la mitología! Después de cenar, los gemelos y yo cargamos juntos los platos sucios en el lavavajillas, y llegó la hora del baño. Hacía poco que habían empezado a mostrar que querían más independencia e intimidad, así que los bañé por separado. Se turnaban mientras el otro se entretenía con el iPad. Elizabeth pidió bañarse primero, así que dejé a Aaron en el dormitorio contiguo para que viera Paw Patrol en el iPad configurado especialmente para ellos, para que no accediera a nada inapropiado ni hiciera compras accidentales. “Temo que tengo que quitarte las trenzas”, le dije a Elizabeth mientras la bañera se llenaba de agua. “Muy bien, ya he terminado de fingir que soy Medusa. Mañana quiero que me las trences en la cabeza como una corona”, respondió ella, empezando a deshacer las trenzas. Aunque deshacer, lavar y peinar el pelo de Elizabeth llevó algún tiempo, no se quejó, y cuando por fin estuvo seco y recogido para que no se le cayera de la cara durante la noche, se quedó en el dormitorio con el iPad mientras yo bañaba a Aaron. Afortunadamente, limpiarle a él me llevó mucho menos tiempo. Después de ponerles a los dos el pijama, se tumbaron en sus respectivas camas para la hora del cuento. La casa donde vivían Antony y los gemelos era enorme, con una suite principal y tres habitaciones más. Una habitación era para mí, para cuando tenía que pasar allí la noche, y Elizabeth y Aaron compartían la mayor de las habitaciones, aunque, podrían haber tenido habitaciones separadas. Preferían compartir dormitorio, así que la habitación de invitados estaba dedicada a sus juguetes, libros y juegos. Aaron cogió su libro de cuentos y empezó a leer: “Érase una vez…”. Elizabeth se durmió a los pocos minutos, y cuando Aaron leyó tres veces la misma línea del cuento, supe que había llegado el momento de intervenir. “Vamos, cariño, es hora de dormir”, le dije, quitándole con cuidado el libro de las manos y colocándolo en la mesilla de noche. Aaron recostó la cabeza contra la almohada y cerró los ojos. Me acerqué y le di un beso en la frente, y luego hice lo mismo con Elizabeth. Después de apagar la luz, bajé las escaleras. Ya habíamos cargado el lavavajillas, pero quedaban algunas tareas por hacer - como poner algo de ropa a lavar - antes de poder disfrutar del resto de la velada. A Antony no le importaba que me tomara un vaso o dos de vino cuando estaba sola, ya que los gemelos rara vez se despertaban en mitad de la noche. Al principio, después de la muerte de su madre, me costó mucho conseguir que durmieran toda la noche; empleé varias técnicas, como una luz nocturna, e incluso me quedé en la habitación con ellos hasta que se durmieron profundamente. Me serví una copa de Chardonnay y me senté en el salón, viendo un reality show de pacotilla y enviando mensajes de texto a mi mejor amiga, Tina. Estaba tan guapo vestido para su cita, le escribí. Tina era la única persona que conocía mis sentimientos por Antony. Espero que su cita sea una mierda, me contestó. Estaba indecisa. Quería que Antony fuera feliz, de verdad, pero, en realidad, quería que lo fuera conmigo. 2 A NT O N Y
M e escabullí en casa intentando hacer el menor ruido
posible. Me sentía como un adolescente travieso que intenta evitar que sus padres le pillen borracho. No es que lo hubiera hecho nunca cuando era más joven. Ryan y yo teníamos que ser siempre los más responsables. Cuando nuestros padres abrieron el resort - que por entonces no era más que un humilde bed and breakfast - invirtieron hasta el último céntimo que tenían en el incipiente proyecto. El negocio no despegó hasta años más tarde, tras el nacimiento de mis tres hermanos pequeños. Sin embargo, ahora no intentaba despertar a mis padres. Intentaba no molestar a Erin y a los gemelos. Hacía mucho tiempo que no bebía tanto. Probablemente desde que perdí a May. Pero después de cenar con Kayla, sentí que lo necesitaba. Al entrar a trompicones en la cocina, me golpeé en un dedo del pie y lancé una palabrota. Un momento después, se encendió la luz y una Erin de aspecto somnoliento apareció en la puerta. “¿Antony?”, preguntó; ella era rubia y tenía el pelo largo y ondulado. Parecía haberse quedado dormida, a pesar de que aún llevaba la ropa de diario. “Perdona, no quería despertarte”, dije, sentándome en el mostrador. “No lo has hecho. Estaba viendo una película”, contestó. A juzgar por las arrugas de su cara, parecía más bien que se había quedado dormida en el sofá, pero en mi estado actual, ¿quién era yo para juzgar? “¿Qué tal tu cita?” Se sentó a mi lado en el mostrador del desayuno y, por un momento, me quedé mirándola. Sus ojos eran grandes y marrones y parecían como miel en la penumbra. “Terrible”, dije por fin. Erin frunció el ceño: “¿Qué ha pasado?”. “Necesito una copa para superarlo”, contesté, levantándome del taburete de la barra y abriendo la nevera. Dentro había una botella medio vacía de Chardonnay. La cogí y miré a mi alrededor en busca de unos vasos. “¿Quieres un poco?” “No, ya he bebido bastante por esta noche”, contestó Erin, aunque no comentó que yo aún necesitaba más. Eso era algo que apreciaba de Erin. Era una niñera excelente y no tenía nada que cuestionar cuando se trataba de los gemelos; además, si algo no les concernía directamente, nunca se entrometía en mi vida. Después de servirme un vaso y acomodarme en el mostrador del desayuno, preguntó: “Entonces, ¿qué ha pasado?”. “Oh, Kayla era adorable. Increíble, de hecho. Lo pasamos muy bien, hasta el final de la noche, cuando le pregunté cuándo podría volver a verla. Fue entonces cuando me dijo que no podíamos, que nunca saldría con un hombre con hijos”. Los ojos de Erin se abrieron de par en par. “¿Pero ella no sabía lo de los gemelos cuando aceptó la cita?”. “No, Dale omitió cómodamente esa parte. El asunto surgió durante la cena y, bueno, eso es algo que Kayla no quiere”. Suspiré, con los hombros caídos. “Así que hiciste lo que haría cualquier persona normal y ahogaste tus penas”, dijo Erin, mirando mi copa de vino. Me la bebí y sonreí: “Exacto. Pensé que me lo merecía”. “Y tienes toda la razón”, dijo ella amablemente. “Es una mierda que el hecho de que tuvieras hijos fuera un obstáculo para Kayla, pero hay otras mujeres ahí fuera”. Volví a resoplar. “Sí, pero ¿cuántas mujeres solteras van a querer salir con un viudo con gemelos de casi cuatro años?”. “Vamos, eres guapo, rico, tienes éxito y eres un padre maravilloso. Cualquier mujer estaría loca si rechazara eso”. Sonreí. “Lo dices porque soy tu jefe. Tienes que ser amable conmigo”. Por un momento, juré que Erin se ruborizó al bajar la mirada, pero cuando la levantó, todo parecía normal… pensé que me lo había imaginado por culpa del alcohol o algo así. “Hablo en serio”, continuó. “Simplemente, Kayla no era la mujer adecuada para ti. Pero al final la encontrarás”. “De todas formas, ¿cuándo tendría tiempo para tener citas? Conseguí esa cena con Kayla porque Dale nos citó. Entre el trabajo y los gemelos, pues no parece que vaya a ser tan pronto. A menos que puedas conjurar mágicamente a una mujer guapísima a la que le gusten los niños y esté interesada en mí”. Dejé escapar una risa hueca. Uno no tiene suerte de encontrar a la mujer perfecta dos veces en la vida. Mi suerte había sido conocer a May en la universidad, pero luego el destino me la había arrebatada cruelmente. No esperaba una segunda oportunidad. Tenía gemelos, y con eso era suficiente para mí. Erin se movió inquieta en su silla. “Lo siento, te he quitado el sueño, ¿verdad? Ya has hecho más que suficiente por un día; no necesitas escuchar también mis penas”. Me levanté del mostrador, cogí mi vaso de vino y di dos pasos tambaleantes hacia delante, antes de perder el equilibrio. Conseguí mantenerme en pie, pero dejé caer el vino y el vaso, que se hicieron añicos en el suelo. Erin se levantó al instante, pasando por encima del vaso con elegancia. Me cogió de los brazos y me llevó al salón. “Siéntate. Limpiaré el desorden y te haré café”, me dijo suavemente. Era una mujer tan tierna. Todo en ella era amable. Esa era una de las razones por las que era tan perfecta con los gemelos. Erin desapareció de nuevo en la cocina y miré la televisión para ver qué estaba viendo: Casablanca. Solté una risita, sabiendo cuánto le gustaban a Erin las películas clásicas. A veces, cuando volvía del restaurante, seguía levantada viendo viejas películas en blanco y negro. Ocasionalmente, me unía a ella para relajarme después del trabajo. Cuando volvió al salón, tenía dos tazas de café en la mano. Las dejó sobre la mesita y se sentó conmigo en el sofá. “Debería haberme quedado aquí a ver películas contigo”, dije distraídamente. ¿Por qué no podía encontrar a una mujer como Erin?, pensé. Me acerqué más, ignorando mi café, concentrándome únicamente en lo hermosa que parecía Erin iluminada exclusivamente por la luz de la televisión. Mientras la miraba, me di cuenta de repente: era perfecta. Guapa, inteligente, los gemelos la adoraban y lo sabía todo sobre mi pasado con May. Antes de que pudiera pensar en mis actos, acorté la distancia que nos separaba y apreté los labios contra los suyos. Erin abrió los ojos y se echó hacia atrás. “¿Qué haces?“, chilló. “Lo que debería haber hecho hace mucho tiempo”, respondí, extendiendo las manos. Erin me miró, sus ojos eran muy grandes, y por un momento temí que estuviera a punto de darme una bofetada y marcharse. Pero entonces se acercó, juntando vacilante sus labios a los míos. No me contuve mientras devoraba sus labios, agarrándola por la nuca para que acercáramos nuestros cuerpos. Sus labios eran tan suaves… casi no quería dejar de besarla, pero al mismo tiempo mi boca estaba hambrienta de más. Pasé la lengua por su garganta y saboreé su respiración entrecortada. Mis manos se movieron desde las suyas, bajando por su cuerpo, hasta llegar a sus pechos. Mi boca bajó, atravesó su clavícula y bajó hasta la abertura de la camiseta. Empujé hacia abajo, estirando el escote para dejarle el pecho al descubierto. Llevaba un sencillo sujetador negro, que resultaba más sexy que si hubiera llevado unas picardías de encaje. Cuando el cuerpo de Erin se puso rígido, me detuve y la miré. “¿Estás bien?” “Sí”, susurró, la luz del televisor resaltando su piel lechosa. “Pero quizá deberíamos ir al dormitorio”. Sonreí. “No podría estar más de acuerdo”. Me levanté del sofá y le ofrecí la mano para ayudarla a levantarse. Caminamos con cuidado por el oscuro salón, y luego la guíe escaleras arriba. En el pasillo, nos detuvimos, antes de hacer un gesto hacia mi dormitorio. “¿Te apetece acompañarme?”. En el rostro de Erin apareció una sonrisa que nunca antes había visto. Normalmente, eran dulces expresiones para los gemelos. Pero la forma en que me miraba era diferente, como si quisiera devorarme. Nunca me había sentido tan caliente y deseado desde que conocí a May. Saber que Erin estaba tan cachonda me excitó aún más, y sentí que mi polla se crispaba en mis pantalones. La cogí de la mano y la conduje a mi suite principal, una habitación dominada por mi cama con dosel y marco de acero. Cuando ambos llegamos a la cama, nada me impidió capturar los labios de Erin; mis besos eran más hambrientos que antes. La mirada que me había dirigido en el pasillo había despertado algo en mí, y ahora no podía apartar las manos ni los labios de ella. Erin gimió contra mi boca y mis manos volvieron a buscar sus pechos. Había echado un breve vistazo, tentador, cuando estábamos en el salón: quería más. Le quité la camisa y mis ojos admiraron cada detalle de su cuerpo. Erin tenía una cintura delgada y, a pesar de vivir en los Hamptons, una piel sorprendentemente clara. Sus pechos eran increíbles, perfectamente proporcionados con el resto de del cuerpo, y yo tenía ganas de saborearlos. Mis dedos tantearon ligeramente al quitarle el sujetador, pero en cuanto lo hice, mis labios descendieron. Le chupé el pezón, lo succioné con avidez hasta que se puso duro, y luego desplacé mi atención a su otro pecho. Erin arqueó la espalda y sus manos se movieron para desabrocharme la camisa. Sus dedos se deslizaron sobre los músculos de mi pecho, y su contacto fue tan suave como el resto de ella, enviándome cosquillas de placer por la espina dorsal. “Necesito saborear más de ti”, dije, y mi boca bajó por su cuerpo hasta la cintura de sus pantalones. Se los quité, los dejé caer al suelo y le quité las bragas. “Abre las piernas para mí”, le pedí, agarrándola por las rodillas y apartándolas. Erin cerró los ojos y apoyó la cabeza en la almohada cuando me coloqué entre sus piernas. Me tomé un momento para contemplar su hermoso cuerpo por última vez, antes de bajar la cabeza y lamer lo más íntimo de ella. Trabajé con la lengua desde su abertura hasta su clítoris, girando y chupando ese punto tan sensible, hasta que sus caderas se balancearon y dejó escapar gemidos de placer. “Y yo necesito sentirte dentro de mí”, dijo sin aliento. Al oírla, mi polla empezó a palpitar, de manera casi dolorosa, y me di cuenta de que necesitaba que me enterraran dentro de ella antes de explotar. Besé rápidamente su muslo, antes de enderezarme y coger la mesilla de noche. Busqué un paquete de condones y me puse uno, antes de agarrar las caderas de Erin y penetrarla profundamente. Erin soltó un grito de placer, y sus piernas se cerraron en torno a mis caderas, guiando mi ritmo. Nuestros cuerpos se movían al unísono, y yo aumenté la velocidad, sintiendo que mi orgasmo se acercaba. Cuando Erin gritó mi nombre y sentí que sus paredes internas se estrechaban en torno a mi polla, alcancé mi límite y, un instante después, llegó mi orgasmo. Me desplomé sobre Erin, mientras nuestros cuerpos seguían unidos. Suavemente, me aparté, sin dejar de abrazar a Erin, evitando aplastarla bajo mi peso. Me acurruqué contra ella, con los dedos acariciándole el pelo, y estaba casi dormido cuando me di cuenta de que tenía que asearme. Con cuidado, salí de la cama y me di una ducha rápida, antes de volver a la cama, donde Erin yacía satisfecha. Me subí a la cama a su lado y volví a estrecharla entre mis brazos, frotándome contra su nuca. Su respiración lenta y constante me ayudó a relajarme y me quedé dormido. 3 ERIN
M e desperté temprano, con el cuerpo deliciosamente
dolido y recordando la noche anterior que me inundaba la mente. Hasta aquella noche, había estado solamente con un chico, y había sido todo un lío de adolescentes torpes e incómodos. Con Antony fue estupendo: la forma en que hacía sentir mi cuerpo, las cosas que hice con su boca y sus dedos… el modo en que folló… No podía creer que hubiera sucedido de verdad. Miré a Antony, que seguía durmiendo pacíficamente a mi lado. Eran apenas las seis de la mañana, los gemelos aún no se habrían despertado, y me tomé un minuto para admirar al hombre que tenía allí conmigo. Ya le había visto sin camiseta en la piscina y en otras ocasiones, pero nunca había estado tan cerca de él como anoche, y por Dios, la realidad era mucho más increíble de lo que jamás había imaginado. Entonces me di cuenta. Me había acostado con mi jefe. Esto solo podía acabar mal. Salí rápidamente de la cama, cogí mi ropa y corrí a la habitación de invitados antes de que Elizabeth y Aaron se despertaran y se dieran cuenta de que había pasado la noche en la habitación de su padre. No podía creer que me hubiera dejado llevar. Sabía que no habría ocurrido si Anthony hubiera estado sobrio y no se estuviera recuperando del rechazo de Kayla, y me sentí fatal por haberme aprovechado de la situación. Me duché y luego me vestí a una velocidad récord antes de bajar a preparar el desayuno. Cuando Aaron y Elizabeth entraron en la cocina, con los ojos brillantes y charlando sobre el día que se avecinaba, yo ya había decidido hacer como si nada cuando Antony se despertara. Hoy iba a trabajar, así que no nos veríamos mucho. Pronto se iría al restaurante, pero antes llevaría a los gemelos a la guardería, así que tendría que darme prisa en prepararles el desayuno y la comida. Aaron y Elizabeth estaban comiendo los cereales y la fruta, cuando Antony entró en la cocina y se sirvió una taza de café. No dije nada, me mantuve ocupada preparando las fiambreras y fingiendo que lo de anoche nunca había ocurrido. “Como te llevas a los gemelos al colegio, me voy a casa para hacer unos recados, si te parece bien. Volveré más tarde para recogerlos y ocuparme de todo mientras estás en el trabajo”. Antony parpadeó y, siguiendo mi ejemplo, asintió: “Claro. Veré si puedo pasarme más tarde, después del turno de la comida”. “Vale, hasta luego”. Me volví hacia Aaron y Elizabeth. “Portaos bien en la escuela. Que tengáis un buen día y hasta luego”. Los besé a los dos y salí corriendo de casa sin decir una palabra más. En cuanto entré en el coche, envié un mensaje a Tina. ¡Dios mío! ¡Me he acostado con Antony! Qué demonios. Los detalles. ¡Ya!, respondió mi amiga. Nos vemos en la cafetería dentro de quince minutos y te lo contaré todo, le contesté. Quince minutos después, me senté en nuestra cafetería con un Frappuccino de Caramelo, y llegó Tina. Pidió una bebida y se unió a mí en la mesa habitual junto a la ventana. “¡Dispara!”, inquirió, sentándose frente a mí. Mientras sorbíamos nuestro Frappuccino, se lo conté todo. Hizo ruidos como “ooh” y “ahh” en todos los momentos oportunos y, cuando terminé, sonrió. “¡Lo has conseguido, chica!” Solté una risita y le dije: “No, no puede volver a ocurrir”. “¿Qué? ¿Estás loca? Ese hombre está buenísimo, y sé que lo deseas desde hace años”. “Eso es verdad”, dije. Al principio pensé que simplemente estaba colada por Antony, era tan divertido, guapo y amable, y se portaba de maravilla con los gemelos, pero con el tiempo me di cuenta de que mis sentimientos por él iban mucho más allá de un flechazo. “Pero no así. No estaba sobrio. Siento que me aproveché”. “Vamos, no estaba tan borracho como para no tener ni idea de lo que hacía. Habla con él más tarde… Si no le interesa, déjalo como una cosa de borrachos. Pero si lo está…”. Tina movió las cejas sugestivamente. “No le interesa. Estaba borracho y deprimido por el fracaso de su cita, eso es todo. Él no me ve así”. “¿No?” Tina esbozó una sonrisa de sabelotodo. “Tiene que hacerlo, si no, no habría ocurrido. Habla con él. A ver qué pasa”. “Uf, no puedo. ¿Y si me rechaza?” Confesar mis sentimientos a Antony, solo para que me dijera que todo había sido un error, me provocó un dolor en el pecho. No habría sido capaz de hacerlo. “Vamos, ¿qué tienes que perder? Si no le interesa, da igual. Pero si lo está…”, repitió Tina. Por un momento imaginé cómo sería, y mi corazón se volvió loco. Era todo lo que siempre había soñado. Los cuatro podríamos haber sido una familia: yo, Antony y los gemelos. Habría sido perfecto. Sabía que nunca podría sustituir a May, y eso no era lo que yo quería. Pero también sabía que podía hacer feliz a Antony. “Lo decidiré más tarde”, dije finalmente. “Si no saca el tema, ya sabré que cree que ha sido un error, pero si lo hace, hablaré con él”. “¡Sí! ¡Hazlo!”, dijo Tina triunfante. Después de salir de la cafetería, me fui a casa, desayuné e hice algunas tareas domésticas. Luego fui a la tienda a hacer algunas compras, antes de volver a casa de Antony para empezar a preparar la cena. Tenía que recoger a los gemelos del colegio al cabo de un par de horas, y Antony se quedaría en el restaurante la mayor parte del día, aunque a veces volvía entre la comida y la cena. ¿Quizá podría haber hablado con él entonces? Antes de darme cuenta, había llegado la hora de recoger a Aaron y Elizabeth, e intenté no sentirme demasiado decepcionada porque Antony no hubiera vuelto a casa. Era muy consciente de lo abarrotado que estaba a veces el resort. En cuanto los gemelos subieron al coche, empezaron a charlar. “Tenemos deberes”, dijo Aarón, sonando inusualmente contento. “Qué, pero si estáis en el jardín de infancia”, respondí incrédula. Aaron y Elizabeth asistían a una guardería privada de jornada completa en la que May los había matriculado antes del accidente. Lo hizo casi inmediatamente después de su nacimiento, debido a la enorme lista de espera. Cuando llegó el momento de que empezaran la guardería, Antony y yo visitamos el lugar. Al principio fue incómodo, sobre todo cuando el director pensó que éramos pareja, y Antony se vio obligado a explicar lo de la muerte de May. Ocurría a menudo cuando salíamos los cuatro juntos. Si la gente veía a un hombre y una mujer juntos con dos niños, pensaba en una pareja. Si se trataba de desconocidos al azar, no tenía sentido explicarles la situación: nunca volveríamos a verlos. Pero con la escuela, Antony prefería aclarar la situación. Pensaba que era importante que, aunque me pagaba por cuidar de sus hijos, yo participara en las decisiones sobre su educación y su futuro. Pasaba más tiempo con Aaron y Elizabeth que él, y había estado con ellos la mayor parte de su vida, desde que May murió cuando los gemelos tenían solo nueve meses. Juntos formábamos un buen equipo, haciendo lo que era mejor para los niños. Saber esto me hizo albergar esperanzas de que quizá nuestra relación pudiera ir más allá. Los niños me adoraban y los estaba criando bien. El único cambio en nuestra relación sería entre Antony y yo. “La señorita Morgan quiere que hagamos los deberes de matemáticas y lectura”, dijo Elizabeth, aunque no parecía tan entusiasmada como Aaron. “Pero yo quería jugar en el parque. Quiero practicar fútbol”. “¿Fútbol?”, pregunté mientras salíamos del aparcamiento del colegio. “Sí, hoy hemos visto un vídeo sobre la selección femenina. ¿Sabías que ganaron cuatro copas del mundo y cuatro medallas de oro olímpicas?”. “La verdad es que sí lo sabía. También han ganado ocho Copas de Oro de la Concacaf”, dije, impresionada no solo por la memoria de Elizabeth, sino también por el hecho de que en la escuela se enseñara algo sobre la selección femenina de fútbol. “Vale, ¿qué tal si os ayudo a las dos con los deberes y después practicamos fútbol en el parque?”. “No necesito ayuda”, dijo Aarón. “Seguro que no la necesitas, pero estaré allí de todos modos”. Cuando llegamos a casa, retomé la cena - estofado de ternera con muchas verduras - para que estuviera lista a tiempo para el final del entrenamiento de fútbol. Luego preparé a los gemelos una merienda después del colegio, y nos reunimos en el mostrador del desayuno para hacer los deberes. Aaron hizo los de matemáticas rápidamente, mientras que Elizabeth tuvo más dificultades. No es que no pudiera hacerlos, las preguntas eran apropiadas para su edad y capacidad - cosas sencillas como corregir frases que no habían sido puntuadas o sumar números básicos entre el uno y el diez -, pero no le resultaban atractivas, ya que hubiera preferido estar fuera. La ayudé sin facilitarle las respuestas, pero manteniéndola concentrada y recordándole que cuanto antes terminara, antes nos iríamos. Por fin los dos gemelos terminaron los deberes y lo guardaron todo en la mochila. “Vale, vamos a jugar al fútbol”, dije, cogiendo el balón y abriendo la puerta del patio. “Yo podría quedarme dentro leyendo mi libro”, dijo Aarón. Él seguía leyendo el libro de cuentos clásicos. Me detuve, no quería empujarle a hacer algo con lo que no se sintiera cómodo, pero al mismo tiempo, salir y hacer algo de actividad física sería bueno para él. Me puse en cuclillas, a la altura de sus ojos, y le dije suavemente: “¿Podrías jugar un rato al fútbol con Elizabeth y conmigo? El aire fresco te sentará bien. Si no te gusta, te prometo que puedes volver dentro y leer”. “Vale”, contestó Aarón indeciso, y salimos todos fuera. Preparé un poste de portería, que custodié, y luego instruí a los gemelos sobre cómo pasarse la pelota unos a otros y disparar a la portería. Elizabeth lo consiguió fácilmente, pero la coordinación de Aarón no era tan fluida, y cuando no conseguía marcar como su hermana, se frustraba. “Lo estás haciendo bien”, le animé. “Creo que con unos cuantos intentos más podrías conseguirlo. Pero si es lo que realmente quieres, puedes volver a tus cuentos”. Aaron miró la pelota y luego volvió a mirar la puerta del patio. Por un momento pensé que se quedaría fuera, pero luego corrió hacia la casa, dejándonos solas a Elizabeth y a mí. Sin su gemelo, Elizabeth no tenía con quién practicar, así que decidimos turnarnos para lanzar penaltis. Para tener casi cuatro años, tenía una precisión excelente, y marcó todos sus goles, además de detener tres de mis cinco tiros. Debería haberle dicho a Antony que la apuntara a un equipo de fútbol o algo así. De vuelta a casa, agotados y sudorosos, encontramos a Aaron felizmente sentado en el sofá leyendo su libro. Me impresionó ver que había conseguido leer una historia entera en el tiempo que Elizabeth y yo habíamos estado fuera. “¿Puedo contaros lo que pasó en “Los duendes y el zapatero”?”, preguntó al vernos entrar en la habitación. “Lavémonos primero para cenar y luego seré todo oídos”. Después de cenar, seguimos la rutina habitual de baño y cuento, y Aarón volvió a ofrecerse a leernos. Como siempre, Elizabeth se durmió enseguida, mientras Aarón luchaba con los ojos caídos para terminar el cuento -La Sirenita- con éxito. Tendría que haberle contado a Antony la afición de Aaron por la lectura. Antony y yo deberíamos haber hecho todo lo posible para animar a los pequeños hacia sus pasiones. Cuando los gemelos se durmieron, limpié, lavé la ropa y preparé sus almuerzos para el día siguiente, y luego esperé a que volviera Antony. Normalmente volvía del resort no más tarde de las dos de la madrugada. El servicio de cena terminaba a medianoche, y luego él y su equipo tardaban un par de horas en terminar y limpiar. Me acomodé en el sofá con un bol de palomitas y una película. Iba a ver “Lo que el viento se llevó“. A mi madre le encantaban los clásicos en blanco y negro, y verlos me recordaba a ella y a mi infancia en Long Island. Cuando oí abrirse la puerta principal hacia la una y media, se me aceleró el corazón, al saber que Antony estaba en casa y preguntándome si me hablaría de nuestro encuentro de la noche anterior… 4 A NT O N Y
M e desperté aún un poco aturdido y con los efectos de
una auténtica resaca. Me arrastré hasta la cama, buscando el cuerpo caliente de Erin, pero ya no estaba allí. Esto me despertó de golpe y me di cuenta, con un sobresalto, de lo que había sucedido la noche anterior. Mi mente se llenó de imágenes: mis labios en los suyos, mi boca en otros lugares, hundiendo en lo más profundo de su cuerpo. Por un momento, se me puso dura la polla, pero conseguí apartar ese tipo de pensamientos. No fue el caso. Miré por la habitación: su ropa había desaparecido y no parecía estar en el baño, y me di cuenta de que había vuelto a su cuarto. Menos mal, porque los gemelos iban a bajar a desayunar. Yo los llevaría al colegio antes de ir al restaurante, para que Erin pudiera irse a casa y estar un rato sola antes de recogerlos por la tarde. Luego se iba a quedar a cenar y a acostar a los niños, mientras que yo permanecía en el restaurante hasta las 2 aproximadamente. Afortunadamente, tendría un descanso entre la comida y el servicio de cena. En la ducha, intenté comprender mi estado de ánimo respecto a lo que había ocurrido la noche anterior. Al principio, tuve una sensación de culpabilidad, como si me hubiera aprovechado de Erin y de ser su jefe. Pero entonces recordé su mirada en el pasillo. No era exactamente la mirada de alguien que hace algo a regañadientes para complacer a otra persona. Me deseaba tanto como yo a ella. Quizá más. Pero la atracción física por sí sola no era razón suficiente para continuar. No tenía ni idea de que quería empezar a ligar con nadie, y mucho menos con la niñera de mis hijos. Y eso sin tener en cuenta los sentimientos de Erin hacia mí. Estaba claro que se veía atraída por mí, pero quizá solo físicamente, o por mi dinero. La realidad de estar con un padre soltero era muy distinta, y como Erin era cinco años más joven que yo, no estaba seguro de que fuera lo que buscaba. Al final, decidí seguir mis instintos. Si ella hubiera demostrado que estaba interesada en tener algo serio conmigo, quizá podríamos haberlo intentado. Pero si ella no lo hubiera mencionado, actuaría como si nunca hubiera pasado nada entre nosotros. Fui a la cocina, donde los gemelos estaban desayunando. Al verme, Erin se dio la vuelta y empezó a preparar los almuerzos para llevar de los niños. ” Como te llevas a los gemelos al colegio, me voy a casa para hacer unos recados, si te parece bien. Volveré más tarde para recogerlos y ocuparme de todo mientras estás en el trabajo”, dijo de repente. Su mensaje era alto y claro. Íbamos a hacer como si no hubiera pasado nada. Como no quería parecer insistente, pero también quería dejar claro que estaba dispuesto a hablar del tema, le contesté: “Claro. Veré si puedo pasarme más tarde, después del turno de la comida”. “Vale, hasta luego”. Erin me despidió y se volvió hacia Aaron y Elizabeth. Tras desearles un buen día y darles un beso, salió por la puerta sin mirarme. Su comportamiento me confirmó lo que pensaba: a Erin no le interesaba hablar de lo que había pasado la noche anterior, y mucho menos tener una relación conmigo. Ningún problema. Concentré mi atención en los gemelos. Debido a las largas horas en el restaurante, no pasaba mucho tiempo con ellos, así que saboreaba cada oportunidad que tenía de estar juntos, aunque solo fuera un trayecto en coche hasta el colegio. “¿Cómo estáis esta mañana?”, pregunté, reuniéndome con mis hijos en la mesa del desayuno. Aarón llevaba su habitual gama de colores brillantes, un calcetín morado chillón y el otro verde lima. Elizabeth parecía haber abandonado sus trenzas de “serpiente” del día anterior, y llevaba unas trenzas enroscadas en la cabeza a modo de corona. “Estoy bien”, dijo Aaron enérgicamente. “¿Te ha dicho Erin que anoche les leí un cuento a ella y a Elizabeth?”. Sintiéndome culpable, respondí: “No, no me lo dijo. Ya se había acostado cuando volví. Pero haré que me lo cuente todo más tarde, te lo prometo”. “¿Puedes pedirle que también me apunte a una clase de gimnasia extraescolar, por favor?”, preguntó Elizabeth. Últimamente había mostrado más interés por la gimnasia y los deportes, y decía que era su clase favorita. Hacía poco me había dicho que se estaba entrenando para convertirse en una guerrera amazona, como había leído en sus libros de mitología. En secreto, creía que una amazona era una gran mejora con respecto a una gorgona, pero no dije nada que pudiera molestar a mi hija. ¡Así, al menos, no me convertiría en piedra! “Sí, también hablaré de eso con Erin”, prometí, esperando tener la oportunidad de volver a casa entre la comida y la cena. Aunque Erin había dejado claro que no estaba interesada en una relación, aun así íbamos a tener que hacer todo lo posible por los gemelos, y no iba a permitir que ningún sentimiento incómodo nos impidiera estar a su lado. Después de desayunar, me aseguré de que mis hijos tuvieran todo lo que necesitaban para ir al colegio, y luego los cargué en el coche, lo cual fue toda una hazaña. Recordé cuando May se quedó embarazada e insistió en que vendiéramos nuestro Porsche. En aquel momento me mostré reticente, pero cuando nacieron Aaron y Elizabeth, enseguida quedó claro cuántas cosas necesitaban los niños, y la situación no cambió con el paso de los años. De hecho, sus necesidades no hicieron más que aumentar. Por suerte, Erin lo tenía todo organizado. Me habría vuelto loco sin ella. Este pensamiento me hizo reflexionar. Era una niñera muy buena. Cuando decidí contratarla, se presentó como la “susurradora de bebés”, y enseguida demostró que realmente lo era. Aunque los gemelos solo tenían nueve meses cuando May murió, de algún modo sintieron que había ocurrido algo terrible, y estaban inconsolables; les costaba dormir toda la noche, apenas comían y se aislaban. Erin hizo verdaderos milagros. Su amable paciencia marcó la diferencia, y pronto crearon una rutina, y yo me sentí muy a gusto volviendo al trabajo. Al crecer, Erin siguió demostrando por qué tenía aquella reputación: no podía evitar reconocerle el mérito de asegurarse de que comían sano, tenían intereses variados y vivían una vida gratificante. Por este motivo, no estaba seguro de si tener una relación con ella iba a ser la decisión correcta. Ella ya había dejado claro que no quería discutir por lo de la noche anterior y empezar una relación solo complicaría las cosas. ¿Y si hubiéramos roto? ¿Habría perdido lo mejor que nos había pasado a mí y a los gemelos? Dejé de pensar en Erin cuando llegué al restaurante. Empecé a prepararme para el servicio de comidas. Cuando llegó Dale, empezó a preguntarme por mi cita con su prima Kayla. “¿Por qué no le contaste lo de los gemelos?”, pregunté, intentando no parecer enfadado con mi sous-chef. “Lo siento, tío, la verdad es que no tenía ni idea. Nunca hablamos de eso”, respondió encogiéndose de hombros. “Probablemente es algo que deberías mencionar antes de concertar una cita a ciegas con alguien. Ya no quiere verme”. “Joder, lo siento”, volvió a decir Dale. “No pasa nada. Pero la próxima vez asegúrate primero de que saben lo de Aaron y Elizabeth, ¿vale?”, dije, aunque en realidad no quería que Dale me organizara otra cita. Intenté ser cortés, pero pronto me di cuenta de mi error. Dale sonrió y dijo: “De acuerdo. Conozco a la chica perfecta. La hermana de mi mejor amigo, Chantelle, trabaja en una guardería al otro lado de la ciudad, así que ya sabes que le gustan los niños”. “Sí, tal vez”, dije desdeñosamente, ocupándome de mis asuntos. Después del desastre con Kayla, no quería que Dale volviera a tenderme una trampa. Además, había que tener en cuenta a Erin… Volver a pensar en ella me trajo todos los recuerdos de la noche anterior, y volví a ponerme cachondo. Lejos de Erin y los gemelos, pude admitir, por fin, que siempre me había parecido atractiva. Tucker incluso había comentado su belleza cuando decidí contratarla, a pesar de que Ryan y yo le dijimos que no hiciera tonterías. No es que pensara que ella pudiera estar interesada en alguien cuatro años más joven. Sinceramente, ni siquiera pensé que se interesaría por mí. La diferencia de edad no era enorme, solo cinco años, pero pasábamos por fases de la vida tan distintas. Por un lado estaba yo, viudo y con gemelos, y por otro, ella, que únicamente había vivido en Long Island y trabajaba para mí. Lo que realmente necesitaba era alguien con quien hablar de todo esto, y sabiendo que Ryan había estado en una situación similar cuando se acostó con mi antigua sous chef, Alicia, envié un mensaje a mi hermano. Oye, estaba pensando que podríamos quedar más tarde. ¿Estás libre sobre las tres? Podría subir algo de comida y podríamos pasar el rato antes de que empiece el servicio de cena. Unos minutos después, Ryan respondió: Siempre tengo tiempo para mis hermanos. Nos vemos luego. Me apetecía volver a casa y hablar con Erin sobre los gemelos, pero decidí que lo mejor sería resolver primero qué hacer respecto a nuestra relación. Cuando el restaurante se vació después de la comida, le dije a Dale que me tomaría un descanso, luego cogí dos platos de sobras y me dirigí hacia el despacho de Ryan. Sonreí al ver salir a Alicia, con la barriga redonda por el embarazo. Fue una verdadera sorpresa. Nunca me habría imaginado que Ryan se acostara con alguien que trabajara para él, y mucho menos que tuviera un hijo con ella, pero en cambio, aquí estábamos, y para mi asombro mi hermano parecía realmente feliz. Incluso sonreía. “Hola, ¿cómo van las cosas?”, pregunté, dejando los platos de comida y acomodándome en el sillón frente a Ryan. “Todo está muy bien. Alicia acaba de pasar por aquí para informarme sobre el nuevo restaurante”. “Claro, por supuesto”, me burlé un poco de él, y me sorprendió ver que mi hermano mayor se ruborizaba. “Estábamos trabajando, te lo juro”, dijo insistentemente, y luego se puso a comer el plato de ensalada césar de pollo. Antes de comerme el mío, le pregunté: “¿Cómo le va? ¿Siendo tú su jefe y todo eso?”. Ryan sonrió mientras engullía un bocado de comida, y tras tragar dijo: “Intentamos mantener las dos cosas separadas en la medida de lo posible. Sé que no es habitual, y que hubo algunos cotilleos cuando anunciamos nuestra relación, pero ella me hace más feliz que nunca.” “¿Así que todo el drama merece la pena?” “Sí”. “Es bueno saberlo, porque me encuentro en una situación parecida. Me acosté con alguien con quien trabajo”. Seguí siendo muy vago, no fuera a ser que Ryan se diera cuenta de que estaba hablando de Erin. “¿Alguien del resort?”, preguntó. “Sí”, dije, añadiendo una pequeña mentira. “Pero creí que habías ido a cenar con la prima de Dale”. “Sí, y acabó mal. No quiere salir con hombres con hijos. Al final me emborraché y me enrollé con una mujer de aquí”. Conté la historia lo más sinceramente que pude sin revelar la identidad de esa persona. “¿Y te gusta?” “Sí. La conozco desde hace tiempo y me he dado cuenta de que siempre me ha gustado. Es raro, ya sabes, por el trabajo y todo eso”. “¿Qué piensa ella?”, preguntó Ryan. “No abordamos el tema. A la mañana siguiente me eludió y se largó”. Otra mentira, pero tenía que cubrir mis huellas. Aún no le había contado a Erin lo que sentía y, hasta que no estuviera seguro, no podía decírselo a nadie más. Ni siquiera a mi hermano. Ryan sonrió. “¿Tan desentrenado estás?” “¡Cállate! Creo que a ella le extrañó tanto como a mí, pero quiero seguir adelante. Si ella quiere. Es que no sé cómo“. “Bueno, hablar con ella sería un comienzo”, dijo mi hermano bromeando, tanto que me dieron ganas de abofetearle. “Pero tómate tu tiempo. Alicia y yo mantuvimos las cosas en secreto al principio y eso nos ayudó, ¿sabes? Llegamos a conocernos y comprendimos lo que ambos queríamos, así que fue más fácil cuando hicimos pública la relación.” Analicé el consejo de Ryan. No estaba mal, la verdad. ¿De qué servía contárselo a todo el mundo y enfrentarse a reacciones negativas o cotilleos si aún no lo habíamos hablado entre nosotros? Además, no quería dar una impresión equivocada a los gemelos. Pero si hubiéramos estado saliendo en secreto, podríamos habernos conocido bien antes de hacer oficial la relación. Ya está. 5 ERIN
C on un par de largas zancadas, Antony cruzó el pasillo y
entró en el salón a oscuras. Se acercó a mí en el sofá y me ofreció las manos. “Deberíamos hablar de lo de anoche”, empezó a decir mientras me levantaba. Antony me hizo callar apretando sus labios contra los míos, besándome hasta dejarme sin aliento. Cuando por fin nos separamos, dijo: “No podía dejar de pensar en ello, Erin. Te deseo”. La cabeza me daba vueltas y el corazón se me aceleraba. No podía ser verdad. “¿Qué quieres decir? ¿Quieres salir conmigo y decirles a los gemelos que estamos juntos?”. Antony dio un paso atrás. “No quiero decírselo a los gemelos, al menos todavía no. Creo que deberíamos mantenerlo en secreto durante un tiempo para conocernos mejor”. Le solté la mano y me dejé caer en el sofá. “¿Es porque soy tu niñera?”. Antony se sentó a mi lado. “Un poco… ya sabes que la gente hablará. Pero no es solo eso, antes hablé con Ryan…”. “¿Le has hablado a tu hermano de nosotros?”, pregunté optimista. Si Antony había confiado en Ryan, tenía que ser una buena señal. “Bueno, no le dije que estuviera interesado en ti. Le dije que era por alguien del restaurante”. “Ah”, dije, incapaz de ocultar mi decepción. “No es eso”, dijo Antony. Me acarició suavemente la cara, dirigiendo mi mirada hacia la suya. “Me gustas, Erin, y quiero ver cómo se desarrolla esto. Pero no puedo aguantar más dramas. Volver a salir, después de May, ya me resultará bastante difícil sin que todo el mundo opine y cotillee sobre nosotros. Y no quiero que se molesten los gemelos. Ya sabes lo mal que se tomaron la muerte de May. Tampoco quiero darles esperanzas sobre algo de lo que no estamos seguros”. “Entonces, ¿qué estás diciendo?”, pregunté, incapaz de mantener el contacto visual con él. Sus ojos oscuros eran demasiado intensos y mis sentimientos por él eran demasiado feroces. “Digo que quiero salir contigo y conocerte, pero en secreto. Seguirás trabajando para mí, podemos encontrar tiempo cuando vuelva del trabajo, y cosas así. ¿Qué te parece?” No era exactamente como había imaginado que se desarrollaría la velada con Antony, pero, por otra parte, tampoco lo había sido nuestra primera noche. Siempre había fantaseado con él, que me llevaría a una cena romántica, que me confesaría que estaba enamorado de mí desde hacía meses. Era una ingenua. Pero lo que me decía ya era algo. Me deseaba y quería estar conmigo. No me habría importado mantener la relación en secreto, siempre que fuera una situación temporal. “Vale, lo acepto”, respondí, acercándome y apretando mis labios contra los suyos. Besar a Antony sobrio y completamente bajo control fue fantástico. Se tomó su tiempo, jugueteando con su lengua, moviéndola contra la mía y mordiéndome el labio inferior. Luego bajó con la boca. Me besó a lo largo de la barbilla y me chupó el cuello hasta que jadeé. Me miró con los ojos llenos de pasión y dijo: “Deja que te lleve a la cama”. Se levantó del sofá, me ofreció la mano y me ayudó a levantarme. Con los dedos entrelazados, Antony me condujo escaleras arriba. Esta vez no hubo pausa en el pasillo. Con confianza, empujó la puerta del dormitorio y tiró de mí hacia dentro. En cuanto la puerta se cerró tras nosotros, sus labios volvieron a posarse en los míos y, mientras intentábamos llegar a la cama, sus manos se afanaron en quitarme la ropa. “Llevo todo el día pensando en estar dentro de ti”, dijo jadeando, dejándose caer sobre la cama. “Me encanta tu cuerpo”. Me miró como si fuera una diosa, sus ojos captando cada detalle, antes de bajar la cabeza para hacer lo mismo. Me besó por la garganta, con la lengua lamiéndome la clavícula, y luego se detuvo con la cabeza entre mis pechos. Los apretó entre sí, pellizcándome los pezones y chupando cada uno por turno hasta que se endurecieron y se pusieron sensibles. “Dios, me encanta sentir tu boca en mi cuerpo”, gemí sin aliento. “Bien, porque a mí me encanta tu sabor”, respondió Antony, bajando los labios de mis pechos. Su lengua llegó hasta mi ombligo, y entonces, como la noche anterior, me levantó las rodillas y las separó. “Casi tanto como me gustan los sonidos que haces cuando bajo sobre ti”. Se colocó entre mis piernas, y me quedé boquiabierta mientras me lamía el clítoris, para descender hasta mi abertura y pasar la lengua por mi entrada. Luego su boca volvió a mi clítoris y lo chupó con avidez, hasta que pulsó de necesidad y mis caderas empezaron a balancearse. “Ven, córrete para mí”, dijo, reemplazando su boca por sus dedos. Presionó mi clítoris, frotándolo rápidamente, y luego me metió dos dedos. La acción hizo que todo mi cuerpo se agarrotara por un momento, y luego me sentí explotar cuando me asaltaron las oleadas del orgasmo. Sin dejarme apenas tiempo para recuperar el aliento, Antony se levantó, cogió un preservativo de la mesilla de noche y lo desenrolló sobre su miembro antes de penetrarme profundamente. “¡Oh, Dios!”, grité, con las piernas cerradas en torno a sus caderas. Antony jugaba con mis pechos mientras se movía dentro de mí, a un ritmo lento y burlón. Empujó con más fuerza, hundiéndose completamente dentro de mí, y luego se apartó, dejando que la punta de su pene acariciara mi abertura. Repitió el movimiento; me podía haber vuelto loca. La sensación, que crecía después de que me hubiera hecho correrme con su boca, alcanzó un punto álgido que nunca antes había experimentado. “Más fuerte, más rápido”, jadeé. Antony sonrió y aumentó el ritmo, penetrándome. Sentía su piel chocar contra la mía y hundí las uñas a lo largo de su espalda. Alcanzamos el orgasmo al unísono, mis paredes internas se tensaron en torno a la polla de Antony mientras él se soltaba y luego se hundía lentamente en mí.
Salir a escondidas con Antony era mucho más divertido de lo
que imaginaba. Todas las noches, cuando volvía del trabajo, sabiendo que los gemelos estaban profundamente dormidos y nadie nos vería, Antony me llevaba a su dormitorio y follábamos. Siempre se aseguraba de que yo llegara al orgasmo, con la boca o con las manos, antes de hacer el amor y correrme por segunda vez. A veces, durante el día, iba al restaurante y nos echábamos un polvo rápido. Era excitante. No solo jugábamos con la imaginación en las posturas, sino que el riesgo de que nos pillaran en cualquier momento me excitaba aún más. Pero no se trataba únicamente de sexo. Algo cambió en Antony: estaba más presente que antes y encontraba cualquier excusa para regresar a casa. Salíamos juntos, cuidábamos de los gemelos y empezábamos a conocernos. Algunas tardes, después del trabajo, ni siquiera íbamos directamente a la habitación, sino que pasábamos tiempo viendo una película juntos. Y en sus días libres, salíamos con los gemelos. Era como si fuéramos una familia. Casi. Como siempre, no corregía a los extraños que suponían que estábamos juntos, pero seguía buscando formas de mantener nuestra relación en secreto. Cuando su hermano Ryan empezó a salir con Alicia nos dimos cuenta de que los cotilleos se propagaban con rapidez en los Hamptons, y el hecho de que yo pudiera seguir yendo a tomar un café con Tina sin que la gente hablara de mí era una buena señal. Significaba que nadie sabía nada de nosotros. “¿Y te parece bien mantenerlo en secreto?”, preguntó Tina, una mañana en que Antony había llevado a los gemelos a la guardería y yo tenía unas horas libres. “De momento, sí. Me gusta que nadie interfiera. Estamos los dos solos. Y los gemelos parecen tan tranquilos. He apuntado a Elizabeth a un equipo de fútbol extraescolar un día a la semana, y mientras ella está allí, Aaron y yo vamos al club de lectura de la biblioteca. No quiero hacer nada que les moleste”. “Vale, sí, lo entiendo, pero no puedes mantenerlo en secreto para siempre, ¿verdad?”. “Bueno, claro, pero aún no llevamos saliendo ni dos meses. Seguro que Antony empezará a contárselo a la gente cuando esté preparado”. “Ten cuidado, no quiero que te utilice”, dijo Tina, dirigiéndome una dulce sonrisa. Sus palabras me hicieron abandonar mi Frappuccino y sentí un dolor en el estómago. Llevaba unos días sintiendo esa sensación de malestar y, como no parecía pasárseme, empecé a preocuparme, pensando que estaba estresada, preguntándome cuándo - porque era cuándo, no si - Antony haría pública nuestra relación. Como el malestar no hacía más que empeorar, decidí pedir cita con el médico de familia. “Últimamente he estado un poco estresada, así que probablemente ese sea el motivo”, le dije a la doctora. “Pero pensé en hacerme un chequeo, por si acaso. Trabajo con niños y no quiero exponerlos a nada”. “Es comprensible”, dijo la Dra. Anders con una sonrisa tranquilizadora. “Pero antes de enviarle a hacerse un análisis de sangre, necesito preguntarle un par de cosas personales. ¿Es sexualmente activa? ¿Podría estar embarazada?” Sentí que me ruborizaba y contesté: “Salgo con alguien, sí, pero siempre utilizamos protección”. “Los preservativos pueden fallar, así que, a menos que también tome anticonceptivos, me alegraría más que se hiciera una prueba de embarazo. Aquí tenemos algunas que puede llevar al baño”. “Claro”, respondí para tranquilizar la doctora. Era solo una formalidad. No podía estar embarazada. ¿Verdad? ¡Pues no! “No sé cómo ha podido ocurrir”, le dije a la Dra. Anders, mirando la prueba positiva. “Siempre utilizábamos preservativo”. “Lo sé, pero como he dicho, no siempre son seguros al cien por cien, sobre todo si son más viejos”. Entrecerré los ojos. “¿Qué quieres decir?” “Los preservativos tienen una fecha de caducidad o, más exactamente, una fecha hasta la cual es mejor utilizarlos”, dijo sencillamente la doctora. Joder. No tenía ni idea. Después de salir de la consulta, me apresuré a volver a casa de Antony. Los gemelos estaban en el colegio y él en el trabajo, pero yo tenía las llaves para entrar. Entré en el dormitorio y abrí la mesilla de noche donde Antony guardaba los preservativos. Allí, en el cajón superior, había un paquete de doce del que solo quedaba un preservativo. Comprobé la fecha de la caja. Tenían cinco años, ¡antes incluso de que nacieran los gemelos! ¡Joder! ¡Joder! ¿Qué iba a hacer? Respiré entrecortadamente y se me apretó el pecho. ¿Estaba preparada para tener un hijo? ¿Habría querido Antony tener un hijo conmigo? Nuestra relación seguía siendo secreta, así que no tenía ni idea de cómo reaccionaría ante la noticia de mi embarazo… A menos que se lo dijera, pensé. No podía llevar embarazada más de ocho semanas, lo que significaba que aún me quedaba un mes antes de la primera ecografía, y los riesgos de aborto eran pequeños. En cuatro semanas podía haber pasado cualquier cosa. Decidí esperar, segura de que cuando estuviera embarazada de doce semanas, Antony les contaría a los gemelos lo de nuestra relación y lo haría público. 6 A NT O N Y
A l principio, mi relación con Erin fue genial. Ella seguía
trabajando como niñera de los gemelos - lo que me hacía sentir un poco extraño, pero hasta que no estuvimos preparados para hacer pública nuestra relación, me pareció injusto quitarle el sueldo - lo que nos permitía pasar mucho tiempo juntos. Había echado de menos tener a alguien esperándome en casa cada noche, y cuando empezamos a hacer algo más que ir directamente al dormitorio - como salir y ver películas - empecé a preguntarme por qué no lo habíamos hecho hasta entonces. Entonces, al cabo de unos dos meses, algo cambió. Erin ya no parecía ella misma. No comía tanto como habitualmente y estaba menos alegre. Me sentí fatal. Sabía que era yo quien quería mantener oculta la relación, y me preguntaba si mi necesidad de protegerme a mí y a los gemelos la estaba afectando. Decidí remediarlo con un viaje sorpresa a Nueva York. Así podríamos pasar tiempo juntos sin que nadie supiera quiénes éramos y disfrutar de la compañía del otro sin los gemelos cerca. El único problema era quién cuidaría de los niños. Podría haber pedido ayuda a los padres de May, pero no solo vivían en Florida, sino que me parecía extraño pedirles que cuidaran de sus nietos para que yo pudiera salir con otra mujer. Sabía que no les importaría - les encantaba ver a Aaron y Elizabeth -, pero sentía que, de algún modo, no estaba siendo leal a May. Habría sido más fácil pedir ayuda a alguien más cercano, pensé. Sin embargo, ninguno de mis hermanos pequeños era un niñero adecuado. Tampoco me habría planteado pedirle ayuda a Ryan, pero desde que se había enterado de que iba a ser padre, había cambiado mucho. Sabía que lo mejor habría sido presentarme con algún regalo para pedirle un favor, así que cogí uno de los postres de la cena y lo llevé al despacho de mi hermano. Cuando entré llevando una porción de tarta de queso, Ryan entrecerró los ojos. “¿Qué quieres?” Me reí, dejé el plato delante de él y me senté en el sillón de enfrente. “¿No puedo llevarle a mi hermano algo de merienda sin un motivo oculto?”. Ryan empezó a sospechar. “Nunca eres tan amable. Claro que no eres un auténtico gilipollas, como Tucker, pero no me traes dulces sin motivo. ¿Qué quieres?” Dejé escapar un suspiro. “Vale, me has pillado. Necesito un favor: ¿podríais Alicia y tú cuidar de los gemelos el fin de semana para que pueda escaparme con la mujer con la que salgo?”. “¿Por qué no puede hacerlo Erin, ya que es su trabajo?”. Joder. No podía decirle la verdad, así que me inventé una mentira en el momento. “Yo… le prometí este fin de semana libre hace meses. No puedo cambiar de opinión en el último momento, no sería justo para ella”. “Entonces, ¿por qué no te vas con la mujer con la que sales el fin de semana en que Erin no esté ocupada?”, respondió Ryan. Cogió la cuchara y se metió un bocado de tarta de queso en la boca, saboreándola lentamente, antes de tragar. “No puedo, este es el único fin de semana que ambos estamos libres. Vamos, por favor, estoy desesperado. Si aceptas, te prometo que cuando nazca el bebé, haré de niñero para que Alicia y tú podáis tomaros un descanso”. Ryan dio otro bocado a la tarta de queso, considerando mi oferta. “Primero tendré que hablarlo con Alicia. Recuerda que tiene hermanos pequeños a los que cuidar”. “Lo sé, lo sé. Házmelo saber, ¿vale?”. “Seguro”. Al salir del despacho de Ryan, tuve que aguantar para no reservar nuestro viaje; no tendría sentido pagar los billetes de avión y una habitación de hotel hasta que Ryan y Alicia aceptaran cuidar de los gemelos. Por suerte, me llamó enseguida y me dijo que los dos iban a pasar el fin de semana con Aarón y Elizabeth. “Recuerda que eres la primera persona a la que pediremos que cuide del bebé cuando nazca”, dijo Ryan antes de terminar la llamada. Me preparé para el viaje. Me moría de ganas de decirles a Erin y de contar a Dale que me iría a casa antes de la cena. Fui a buscar a Erin justo antes de que recogiera a Aaron y Elizabeth del colegio. “Tengo una sorpresa para ti”, le dije, cruzando la cocina y estrechándola entre mis brazos. Se puso de puntillas, de modo que nuestras bocas se encontraron, y la besé lentamente, saboreando cada momento juntos. Cuando nos separamos, le dije: “He reservado un viaje a Nueva York”. Los ojos color miel de Erin se abrieron de par en par. “¿Qué, cuándo?” “Este fin de semana. Nos alojaremos en el Ritz-Carlton, en Central Park. He pensado que podríamos ver un espectáculo de Broadway, salir a cenar y quizá ir de compras”. “Dios mío, me parece estupendo. Pero, ¿y los gemelos?” “Ryan y Alicia han accedido a cuidar de ellos”, respondí, divertido al ver que Erin parecía más conmocionada por aquello que por la verdadera sorpresa. “¡Vaya! ¿Cómo lo has conseguido?” “Prometí hacer de niñero cuando naciera su bebé”. Erin se rio. “¿No lo harías igualmente por ellos?”. “Bueno, sí, pero Ryan no lo sabía, y así tenemos un fin de semana para nosotros solos”. Erin sonrió. “Me parece genial. Y me encantaría seguir haciendo planes, pero ahora tengo que ir a recoger a los gemelos”. “Sí, claro y yo debería volver al trabajo”. Apreté los labios contra los de Erin, resistiendo el impulso de meterle la lengua en la boca, y en lugar de eso me aparté rápidamente hacia la puerta de casa.
El viernes por la tarde, temprano, acompañé a Aaron y
Elizabeth a casa de Alicia, donde vivían ella, Ryan y los hermanos pequeños de Alicia, con el propósito de asegurarme de que los gemelos pasaran un fin de semana estupendo. Hacía meses que no iban a ningún sitio sin Erin o sin mí, pero cualquier duda que tuvieran al estar en un sitio nuevo desapareció cuando apareció Evie, la hermana pequeña de Alicia, con un juguete de Paw Patrol. Los gemelos y Evie eran de la misma edad y congeniaron rápidamente. Cuando salí de casa, se pusieron los tres a correr de un lado a otro riendo a carcajadas. Sonreí comprensivamente a Alicia y Ryan y subí al coche. De vuelta en casa, Erin hizo las maletas y nos dirigimos al aeropuerto para pasar el fin de semana. Contraté un jet privado para el viaje, sin ahorrar dinero para que Erin se sintiera como una princesa. Nos sentamos a todo lujo, en asientos de cuero reclinables, bebiendo champán mientras volábamos hacia el sur, hasta la ciudad que nunca duerme. El vuelo duró solo treinta minutos, y a las ocho de la tarde Erin y yo nos registramos en el Ritz Carlton. Reservé entradas para ver Hamilton la noche siguiente, y cenar en Sardi’s, donde las caricaturas de personajes famosos adornaban las paredes. Pero para la primera noche no teníamos planes. “¿Adónde quieres ir a cenar?”, pregunté mientras subíamos en ascensor a nuestra suite del ático. Tampoco aquí había ahorrado, reservando la suite Legacy, que ofrecía una vista panorámica de Central Park y disponía de un gran comedor y una mesa de billar solo para nosotros. Al salir del ascensor y dirigirnos a la suite, Erin estaba cada vez más emocionada y casi se le salían los ojos de las órbitas. “Este sitio es precioso”, dijo. “Espera a ver el interior”. Abrí la puerta de la suite, atravesamos el vestíbulo de mármol y entramos en el primero de los dos salones. “Deberíamos pedir al servicio de habitaciones y comer aquí. Se está demasiado bien para ir a otro sitio”. “Bueno, si nos quedamos en la habitación toda la noche, no hay razón para que no podamos cenar desnudos”, dije bromeando. Erin sonrió. “Quizá te lo replantees cuando veas la sorpresa que he traído”. “¿Ah, sí? Ahora me has picado la curiosidad”, repliqué, imaginándomela en lencería de encaje. Erin cogió su maleta. “Deja que me cambie”. Todo lo que podía haber imaginado quedó eclipsado por la lencería roja que llevaba cuando salió del cuarto de baño. La pieza principal consistía en un conjunto de cuatro tirantes horizontales que atravesaban el cuerpo de Erin en diferentes puntos. Estos tirantes suspendían flores de encaje que recorrían toda la lencería y cubrían sugerentemente los puntos más llamativos, dejando el resto de su cuerpo desnudo. La combinación de los tirantes, que daban a la lencería un aire BDSM, y el delicado encaje, que la hacía provocativa y femenina a la vez, me hizo palpitar el corazón. “Te necesito”, dije, desabrochándome el cinturón y cruzando la habitación hacia ella. “Primero tienes que pillarme”, dijo Erin, con una sonrisa pícara, y luego se escabulló. Mientras me quitaba la ropa, perseguí a Erin por la suite, de habitación en habitación, hasta que por fin llegamos a la habitación con la mesa de billar, un sofá de cuero y un minibar antiguo con forma de globo terráqueo. Había una sola puerta para entrar y salir de esta habitación, y yo me puse delante de ella, atrapando de hecho a Erin. “¿Qué vas a hacer ahora?”, pregunté con una sonrisa burlona. Llevaba puesto nada más que mis ajustados bóxer negro, y vi que su mirada se centraba en mi ya palpitante polla mientras cruzaba la habitación hacia ella. Con una sonrisa de satisfacción, Erin respondió: “Lo que quieras. Estoy a tu servicio”. Oírla decir esas palabras me puso la polla aún más dura, y apreté los labios contra los suyos, clavando los dedos en su redondo culo. La levanté con facilidad y la coloqué sobre la mesa de billar, hundiendo los dedos bajo las flores de encaje para acariciarle. Erin estaba mojada y lista para mí. Bajé hasta su clítoris, en su abertura, y luego volví a subir, antes de ejercer una suave presión sobre su clítoris. Sabía lo que le gustaba, y marqué un círculo con el dedo alrededor de su punto más sensible, hasta que la oí jadear y agitar las caderas. “Te necesito dentro de mí”, dijo sin aliento, alargando la mano para agarrar mi polla dura como una roca. Mientras ella se tumbaba en la mesa de billar, me desnudé y me paré…. “Joder, no tengo condón. Espera”. Erin abrió mucho los ojos. “No pasa nada, tomo anticonceptivo”. “¿Cuándo fue la última vez que te hiciste un análisis?”, pregunté. “Hace años que no me acuesto con nadie, así que fue después de que mi ex y yo rompiéramos en la universidad”, respondió, mordiéndose el labio inferior. “¿Y tú?” “Solo he estado contigo y con May”, confesé. “Confío en ti si tú confías en mí”, dijo Erin. Me lo pensé un momento, y al recordar los años que Erin había trabajado para mí, me di cuenta de que nunca había mencionado que saliera con nadie. “Confío en ti”, respondí, mientras me subía a la mesa. Atrapé los labios de Erin entre los míos, besándola profundamente mientras mis manos recorrían sus pechos. Cuando sentí que mi erección volvía a cobrar vida, aparté la lencería de Erin y la penetré. Me sentí tan bien follándola sin condón. La sensación intensa, unida a la lencería sexy de Erin, y nuestra traviesa persecución por la suite no me permitieron durar mucho, y tras un par de empujones, me corrí dentro de ella. Sin embargo, a Erin no pareció importarle, pues ya me había asegurado de que se corriera antes que yo. Haciendo presión con mi peso sobre ella, se frotó contra mi cuello, sus manos recorrieron mi espalda y murmuró algo incomprensible contra mi piel. 7 ERIN
E l fin de semana en Nueva York con Antony fue como un
cuento de hadas. Después de nuestros juegos sensuales en la mesa de billar, pasamos toda la noche en la suite, en varios niveles de desnudez, y nos pusimos unas sencillas batas cuando llegó el servicio de habitaciones. Me sentí como una princesa por todo el empeño que Antony había puesto en nuestra velada. La suite era enorme, con jacuzzi en el cuarto de baño, y él intentó mimarme pidiendo champán y de postre, donuts cubiertos de pan de oro comestible por valor de 1.000 dólares. Como no quería decir que estaba embarazada rechazando el champán, bebí pequeños sorbos, y luego vertí el resto en el jacuzzi cuando Antony no miraba. Me sentía culpable por haber desperdiciado un champán tan caro, y tenía tantas ganas de contarle a Antony lo del bebé… Todavía no, dijo una voz en el fondo de mi mente. Quería ver cómo iban las cosas cuando volviéramos de Nueva York. Hicimos el amor innumerables veces, hasta que nos dolió todo el cuerpo, y luego nos acurrucamos juntos en la cama viendo películas. Al día siguiente, pasamos la mañana en el balneario del hotel, relajándonos y recibiendo masajes, y me sorprendí cuando el dueño nos preguntó cuánto tiempo llevábamos saliendo. Él respondió: “No mucho, solo un par de meses. Éramos colegas”, dijo con un pequeño rubor. “No te preocupes”, dijo el dueño del spa, guiñándonos un ojo. “Si mi jefa estuviera tan buena como ella, yo también transgrediría las normas”. Antony sonrió tímidamente, pero yo no pude evitar sentirme entusiasmada de que no ocultara nuestra relación. Quizá fuera porque estábamos en otra ciudad, con gente a la que nunca volveríamos a ver. En cualquier caso, era agradable no tener que esconderse. Ni siquiera nos escondimos cuando fuimos por la Fifth Avenue a pasar una tarde de compras. “Quiero comprarte algo que te recuerde nuestro viaje para toda la vida”, dijo Antony, deteniéndose delante de la tienda Tiffany’s. Miré el icónico cartel turquesa. “Oh, pero ya te has gastado mucho en este viaje”, dije. Sabía que ninguno de los hermanos Braddock estaba arruinado. El resort ganaba millones y yo, por supuesto, era consciente de lo que costaba la escuela privada de Aaron y Elizabeth. Sin embargo, esto era distinto. Antony estaba gastando su dinero para mí, y de repente no me sentí digna de su atención, y mucho menos de su dinero duramente ganado. “Tú lo vales”, dijo insistentemente, apretando sus labios contra los míos. Me cogió de la mano y me llevó a la joyería, donde miré a mi alrededor como una niña en una tienda de golosinas. Recorrí lentamente su interior, teniendo cuidado de elegir algo que no solo fuera barato, sino que no llamara la atención de nadie. Algo sencillo que tuviera un significado más profundo únicamente para Antony y para mí. Al final, elegí un brazalete de cadena de plata con dos círculos entrelazados. Aunque los círculos llevaban el logotipo de Tiffany’s, yo los veía como una representación de Antony y de mí juntos. Pero el diseño era lo bastante sencillo como para haberle dicho a cualquiera que había sido un regalo recibido de un familiar o algo así. “¿Estás segura de que eso es todo lo que quieres?”, preguntó Antony mientras salíamos de la tienda. “Estoy segura. Es más que suficiente para nosotros estar aquí, juntos. Me lo estoy pasando muy bien”. “Yo también”. Acortó la distancia que nos separaba y me besó lentamente, tomándose su tiempo para dejar que su lengua explorara mi boca, sin importarle que la gente pasara a nuestro lado por la calle y mirara hacia nosotros. Volvimos al ático y, al darme cuenta de la hora, dije: “Más vale que nos demos prisa si queremos llegar a tiempo para cenar en Sardi’s“. “Quizá deberíamos ducharnos juntos para ganar tiempo”, respondió Antony, con un brillo hambriento en los ojos. “Pero eso solo nos distraerá…”. Antony me interrumpió cruzando la habitación y apretando sus labios contra los míos. “Desde que te vi en bata en el balneario, estoy deseando tenerte a solas y desnuda. ¿Qué más da si llegamos tarde a cenar?”. Quise discutir - sobre todo porque tenía bastante hambre -, pero enseguida lo reconsideré cuando Antony me dedicó una sonrisa devastadoramente encantadora y me arrastró hasta el cuarto de baño. Abrió el grifo de la ducha y nos quitamos rápidamente la ropa. Una vez desnudos, entramos en la ducha - más que grande para dos - y nos colocamos bajo el chorro de agua caliente. Antony cogió una esponja y me enjabonó el cuerpo con el baño de burbujas, prestando especial atención a mis pechos. Los hizo resbalar con el jabón, y luego dijo: “Ponte de rodillas delante de mí, hay algo que quiero probar”. Curiosa, seguí sus órdenes, y él maniobró con su cuerpo para poder colocar su polla dura entre mis pechos enjabonados. Los apretó y empezó a empujar, el gel de ducha hizo que su polla se deslizara fácilmente entre mis pechos. Cada vez que la punta empujaba a través de la abertura entre mis pechos, arqueaba la cabeza para rodearle con la lengua. Siguió empujando hasta que se corrió, su cuerpo se hundió un instante y una sonrisa de satisfacción apareció en sus labios. Antony cogió la alcachofa de la ducha y me enjuagó el pecho y la cara, tocándome las mejillas y besándome ligeramente. “Ha estado genial”, dijo, ayudándome a levantarme. “Déjame devolverte el favor”. Me colocó de modo que casi estuviera sentada en la repisa destinada a los artículos de aseo, y luego se arrodilló frente a mí. Me abrió las piernas y se echó hacia abajo, masturbándome con la lengua mientras el agua caliente llovía sobre los dos. Sorprendiéndome, cogió la alcachofa de la ducha y ajustó el dial, dejando que el agua saliera como un chorro más directo. Colocó la alcachofa de la ducha perfectamente, de modo que el pulso constante del agua aplicara una suave presión sobre mi clítoris. Mientras sujetaba la alcachofa de la ducha con una mano, Antony introdujo dos dedos de la otra en mi interior, enroscándolos para acariciarme el punto G. La combinación de los dedos y la presión del chorro de agua hizo que me temblaran las piernas, y entonces sentí que mis músculos internos se tensaban. “¡Oh, Dios!”, grité mientras un orgasmo estremecedor sacudía mi cuerpo. Una vez recuperado el aliento, Antony y yo nos aseamos y vestimos para salir por la noche. Me alegré de que, antes de partir para el fin de semana, me hubiera dicho lo que íbamos a hacer, así que metí algo bonito en la maleta. Normalmente, cuando cuidaba de los gemelos, llevaba vaqueros y camiseta, o un simple mono, así que me gustó ponerme un conjunto negro con mangas de volantes y una banda dorada de cachemira para abrigarme. Le añadí unos elegantes tacones negros y un bolso a juego. El toque final era mi pulsera Tiffany que brillaba en mi muñeca. Me estaba maquillando y arreglando el pelo mientras Antony se vestía detrás de mí, y vislumbré su reflejo en el espejo. Ya le había visto vestido en ocasiones formales y cada vez me gustaba más. Llevaba un traje negro perfecto para su cuerpo, que acentuaba sus anchos hombros. Para que el traje fuera más relajado, había prescindido de la corbata, y su camisa blanca estaba ligeramente desabrochada, dejando ver solo un mechón de vello oscuro en el pecho. Dándome la vuelta, sonreí y le dije: “Estás muy guapo”. Antony me devolvió la sonrisa. “Y tú estás muy guapa vestida así. Esta es la bufanda que te regalé por Navidad, ¿verdad?”. Sonreí, impresionada de que se hubiera acordado. “Sí, es mi favorita”. Cogimos un taxi hasta Sardi’s y llegamos poco después de la hora de nuestra reserva. Como no queríamos llegar tarde al espectáculo, los dos pedimos los clásicos canelones al gratén de Sardi’s, que es una pasta rellena de carne picada mixta de cerdo y ternera, aderezada con setas Porcini y una salsa de tomate fresco. Al no tener un jacuzzi en el que echar el alcohol, tuve que insistir en beber solo agua. “No quiero que nada me embote los sentidos cuando veamos Hamilton”, dije. “Me parece justo”, dijo Antony, y pidió una botella de agua mineral helada. No podría describir con palabras lo increíble que era el espectáculo: las luces, la música, el vestuario. Todo era perfecto. Me encontré tarareando “You’ll Be Back” durante el trayecto en taxi hasta el hotel.
Todo el fin de semana fue como un sueño, y cuando llegó el
domingo por la tarde, casi no quería irme. Sin embargo, teníamos que volver a la realidad: Antony regresaría al trabajo y yo prepararía a los gemelos para una nueva semana escolar. Cuando aterrizamos de nuevo en los Hamptons, Antony dijo: “¿Por qué no te quedas aquí y deshaces la maleta mientras yo voy a buscar a Elizabeth y Aaron?”. Hice una pausa, con la mano en la maleta. Después del maravilloso fin de semana que acabábamos de pasar, había supuesto que recogeríamos juntos a los gemelos y les hablaríamos de nosotros. Quizá incluso a Ryan y Alicia. Antony seguramente notó la expresión de decepción en mi cara, dejó las llaves del coche en la encimera del desayuno y cruzó la habitación hacia mí. “He pasado el mejor fin de semana contigo, pero no puedo decírselo… todavía no”. “¿Por qué?”, pregunté, intentando no sonar quejumbrosa. “No quiero darles falsas esperanzas”, respondió. Se me llenaron los ojos de lágrimas. “¿Eso significa que crees que nuestra relación no durará?”. “No. ¿Qué? Claro que no, pero solo han pasado dos meses. Podría pasar cualquier cosa…” “Quiero estar contigo Antony, y solo contigo. Eso nunca cambia para mí, así que a menos que haya algo que no me estés contando”. Extendí la mano hacia él, pero Antony se zafó de mi agarre. “Necesito más tiempo para pensar”. Sin decir nada más, cogió las llaves y salió de casa. En cuanto la puerta se cerró tras él, dejé escapar las lágrimas. Arrastré la maleta escaleras arriba hasta la habitación de invitados y empecé a deshacerla lentamente. Realmente creía que aquello iba a ser el principio de algo; incluso había planeado contarle a Antony lo del embarazo, para que pudiéramos ir juntos a la primera ecografía. Dejé de deshacer las maletas y encontré la lencería roja que había comprado. Toda aquella diversión parecía solo un recuerdo lejano. Empujé la maleta y el montón de ropa hacia el armario y me metí en la cama. Una gran parte de mí deseaba volver a casa, pero estaba agotada, además debía estar allí por la mañana para llevar los gemelos a la escuela. En lugar de eso, me tapé con las sábanas y lloré contra la almohada. Oí que Antony volvía con Elizabeth y Aaron, pero fingí estar dormida para que no me molestaran. A la mañana siguiente, el aire estaba lleno de tensión, pero ninguno de los dos habló de nuestro fin de semana fuera. Después de dejar a los gemelos en el colegio, metí toda mi ropa en la maleta y me dirigí a casa. Sabía que tendría que volver allí cuando regresaran los gemelos, pero no podía quedarme en aquella casa. No podía soportar ningún recuerdo de aquel fin de semana mágico que parecía más un sueño que una realidad. Empujé la maleta hacia el armario, jurando que me ocuparía de la colada en otro momento. En lugar de eso, me desplomé sobre la cama y mi mirada se posó en mi pulsera de Tiffany’s. Lágrimas frescas me ardían los ojos. No entendía cómo habíamos pasado un fin de semana tan perfecto y luego Antony había actuado como si nunca hubiera sucedido. Mientras estábamos en Nueva York era como si nada nos retuviera: podíamos decirle a la gente que estábamos juntos y mostrarnos cariñosos en público, dos cosas que nunca hacíamos en casa. Había sido como si, de vuelta en los Hamptons, hubiera saltado un interruptor y yo volviera a ser su pequeño y sucio secreto o algo así… Sabía que necesitaba más tiempo antes de contárselo a los gemelos, pero no entendía por qué no podíamos decírselo a nadie. Estaba segura de que Ryan y Alicia lo entenderían y estarían de acuerdo en mantener nuestra relación en secreto. A menos que en realidad se tratase solo de una aventura para Antony. Pero, al mirar los dos círculos entrelazados de mi pulsera, no podía creerlo y evitar pensar en cómo me había mirado Antony, o en cómo me había sentido mientras hacíamos el amor. Solo tenía que ser paciente y darle más tiempo. 8 A NT O N Y
A ún estaba pensando si volver a casa entre la comida y la
cena cuando una llamada de Ryan decidió por mí. En secreto me alegré… Aún no estaba preparado para enfrentarme a Erin. Pensaba que nuestro fin de semana juntos en Nueva York había sido perfecto. Desde mi punto de vista, lo fue. Me había divertido mucho y no me había sentido tan feliz, tan vivo, tan libre, desde que habían nacido los gemelos, y May seguía conmigo. Después de perder a mi mujer, nunca pensé que volvería a sentirme así. Pero la mirada dolida de Erin cuando le dije que necesitaba más tiempo, y la forma en que me había ignorado aquella mañana, subrayaban lo diferentes que nos sentíamos respecto al futuro y yo no sabía qué hacer. Me encantaba estar con ella y quería seguir conociéndola, pero aún no estaba listo para anunciar públicamente nuestra relación. Subí al despacho de mi hermano con el almuerzo para los dos y me acomodé en el sillón frente a Ryan. Antes de comer los raviolis de espinacas y requesón que había preparado, mi hermano enarcó una ceja y preguntó: “¿Te acuestas con Erin?”. “Qué… no. ¿Cómo puedes pensar algo así?” dije, y supe que probablemente me había puesto del color de un tomate. Esperaba ser creíble a los ojos de mi hermano. “Aaron y Elizabeth dijeron que estás mucho más presente, y que tú y Erin les lleváis de paseo en vuestro día libre. Dicen que casi parece que tengan una familia de verdad”. Se me encogió el corazón. Era exactamente lo que me temía. Sabía que los gemelos querían a Erin, y con razón, pues había estado con ellos casi todos los días de su vida desde que tenían nueve meses. Si hubieran tenido siquiera un indicio de que Erin y yo estábamos juntos, habrían pensado que nos casaríamos pronto y Erin se convertiría en su madrastra, o algo así. Antes de decirles a Elizabeth y Aaron que estábamos juntos, tenía que estar seguro de que la relación con Erin duraría para siempre. De ninguna manera iba a herir a los gemelos haciendo algo que la apartara de sus vidas. Como no respondí, Ryan prosiguió: “Es decir… insististe en que nos quedáramos con los gemelos para pasar el fin de semana con la mujer con la que sales, y Erin no podía cuidar de Elizabeth y Aaron….. Alicia y yo sumamos dos más dos. Dime que nos equivocamos”. “No estáis equivocados”, confesé. Ryan me sonrió. “Lo sabía”. “Vale, pues no seas gilipollas”. Ryan sonrió y preguntó: “Entonces, ¿qué es esto? ¿Una aventura o hay algo más?”. Mi corazón empezó a latir con fuerza. “Algo más, supongo. No me había sentido así, bueno… desde May….”. La sonrisa burlona de mi hermano se transformó en una expresión dulce y sincera. “Eso es estupendo. Me alegro por ti. ¿Por qué no me lo habías dicho?” “Porque solo llevamos viéndonos un par de meses, todo es tan nuevo. Me gustaba que quedara entre nosotros dos”. “Sí, lo entiendo. Es una de las razones por las que Alicia y yo hemos mantenido nuestra relación en secreto. Pero ya sabes, por aquí es imposible guardar un secreto, ¿verdad? ¿Te has enterado de lo de Daniel Goldman? Goldman era nuestro mayor rival aquí en los Hamptons. Era dueño de un resort más grande que el nuestro, pero no tenía los extras que le ofrecíamos, como el rancho de Sebastian o el gimnasio que dirige Joshua. “No, ¿qué ha pasado?” pregunté, con el pecho apretado. Si Ryan estaba sacando el tema en relación con Erin y conmigo, no podía ser nada bueno. “Tuvo una aventura con su secretaria, que resulta que es veinte años más joven que él”. “¡Joder!” “Todo el mundo está hablando de ello. Igual que cuando se enteraron de lo mío con Alicia. Erin y tú podríais ser las siguientes”. “Eso es diferente. Como has dicho, la secretaria de Goldman es veinte años más joven que él. Además, Daniel Goldman está casado y tiene hijos. Erin no es mucho más joven que yo, y yo no estoy engañando a nadie”. Ryan se encogió de hombros. “La gente no lo verá así. Alicia y yo no hicimos nada malo, pero aun así hubo una reacción en cadena cuando se enteraron de que la ascendí a gerente del segundo restaurante. La gente pensará que te aprovechaste de Erin porque es tu niñera o algo así”. Suspiré. Ryan tenía razón. Siempre había temido la reacción de las personas de la zona ante la noticia de la relación entre Erin y yo. Esa era la otra razón por la que aún no quería hacerlo público. “Sé que tienes razón y que es mucho más fácil mantenerlo en secreto, pero creo que Erin lo ve de otra manera. Anoche, cuando le dije que iba a recoger a los gemelos yo solo, puso cara de tristeza. No quiero perderla por esto”. Ryan entrecerró los ojos. “Si no puede aceptar por qué quieres mantener tu relación en secreto durante un tiempo, ¿quizá no sea la persona adecuada para ti?”. Su sugerencia me enfadó. ¿Cómo podía decir eso después de que yo acabara de decir que nunca me había sentido tan feliz desde que May se murió? “Sí, porque a ti y a Alicia les funcionó muy bien”, respondí bruscamente. “No hace falta que seas descortés”, dijo Ryan en tono tranquilizador. “Solo intento ayudarte”. Suspiré. “Lo sé, lo sé, lo siento. Es simplemente que la situación está tan complicada… ¿Por qué la vida no puede ser sencilla?”. “¿Dónde estaría la gracia en eso?” exclamó Ryan con una sonrisa pícara, antes de volver a ponerse serio. “Si de verdad crees que Erin es tu persona, habla con ella. Cuéntale tus preocupaciones. Si le importas tanto como ella a ti, lo entenderá”. “Eso espero”.
No había tenido ocasión de hablar con Erin. Después de hablar
con Ryan y tomar el almuerzo, tuve que volver a la cocina para empezar a preparar la cena de aquella noche, y entonces, todos los demás pensamientos se borraron de mi mente mientras me concentraba en el trabajo. No me sorprendí cuando llegué a casa a las dos de la madrugada y Erin ya estaba en la cama. En su propia cama… en la habitación de invitados. Intenté no sentirme decepcionado. Después de haber dejado las cosas sin terminar la última vez, desde luego no esperaba encontrarla en mi cama. Aun así, habría estado bien dormirme con ella entre los brazos. A la mañana siguiente, tenía que llevar a los gemelos al colegio, y al bajar las escaleras los encontré en la mesa del desayuno. Sus almuerzos estaban listos y colocados junto a sus mochilas, mientras Erin sorbía una taza de café. Apenas me prestó atención cuando entré en la habitación, y el atmósfera estaba llena de tensión a nuestro alrededor. Sabía que había herido sus sentimientos y que tenía que arreglar las cosas, pero no era el momento. Me aclaré la garganta y dije: “Hay algo que quería discutir contigo. ¿Crees que podrías pasarte por el restaurante durante tu pausa para comer?”. Erin entrecerró los ojos. “¿Se trata de los gemelos?” “No, sobre otra cosa”, respondí, agrandando los ojos para que comprendiera mi intención no expresada. Un rubor cubrió su rostro, y cuando levantó la mano para tomar otro sorbo de café, vi la pulsera de Tiffany en su muñeca. Era una buena señal. “Sí, claro, me puedo pasar. Mándame un mensaje cuando estés libre e iré enseguida”, dijo, con la voz más suave. Le ofrecí una pequeña sonrisa, que ella me devolvió. Las cosas entre nosotros no eran perfectas, y sabía que le debía una disculpa y una explicación, pero el hecho de que Erin hubiera aceptado reunirse conmigo y ya no pareciera tan fría conmigo como antes, era sin duda una buena señal. Cuando los gemelos terminaron de desayunar, me despedí de Erin, prometiéndole que le enviaría un mensaje luego. Elizabeth y Aaron la abrazaron y la besaron, prometiendo que se portarían bien en el colegio, y Erin dijo que los recogería por la tarde. Echándonos una última mirada, los gemelos y yo salimos de casa en dirección al coche. Mientras conducíamos hacia el colegio, los niños charlaban de varias cosas. Gracias a Erin, Elizabeth y Aaron estaban creciendo. Había inscrito a Elizabeth en un equipo de fútbol después del colegio, y estaba haciendo grandes progresos. Según el entrenador, mi hija estaba destinada a ser la próxima Becky Sauerbrunn. Aaron también progresaba mucho en su club de lectura, y Erin me dijo que ya leía como un auténtico experto. “Os gusta Erin, ¿verdad?”, les pregunté a los dos. “¡Es la mejor!” respondió Elizabeth con una sonrisa. “Por supuesto. ¿Por qué?” preguntó Aarón. Era el más cauteloso de los dos y seguramente había percibido algo en mi tono. “Oh, lo pregunté simplemente para saberlo. Es que el tío Ryan mencionó que les habías dicho a él y a la tía Alicia que Erin y yo pasábamos más tiempo con vosotros”. El ceño de Aaron se transformó en una sonrisa. “Sí, es estupendo. Me gusta tenerla cerca… Sé que no es nuestra madre, pero…”. Miró a Elizabeth, que sonrió y asintió: “La queremos, papá. Esperamos que siempre esté aquí para cuidarnos”. “Yo también lo espero, niños”. “¡Sí!” dijo Elizabeth, y volvió a charlar sobre el entrenamiento de fútbol. 9 ERIN
C uando Antony se fue con los gemelos, solté un pequeño
suspiro. Quizá, cuando dijo que quería verme durante su descanso… empecé a fantasear. Seguramente, pero noté la luz en sus ojos cuando vi la pulsera de Tiffany en mi muñeca. Tenía que significar algo, ¿no? Decidí pasar la mañana descansando en casa de Antony, fui al salón y encendí la televisión. La programación diurna no era muy interesante y, como Tina estaba trabajando, lo único que tenía para entretenerme eran la redes sociales, así que decidí echarle un vistazo. Internet estaba lleno de cotilleos sobre el propietario de un hotel, Daniel Goldman, y su aventura con su secretaria. ¡Mierda! ¿Lo sabría Antony? Quizá por eso quiere verme… Quizá teme que nos descubran y quiere poner fin a nuestra aventura, pensé. Cuando empezamos la aventura, sabíamos que existía un cierto riesgo de que la gente de los Hamptons pudiera reaccionar mal. Al principio, los comentarios sobre la relación de Ryan y Alicia no eran precisamente amables. Ya me imaginaba las típicas reacciones: Es su niñera. ¿Tú crees que le paga por follarla? Sin duda, en cuanto nuestra relación se hiciera pública, todo se complicaría. Se me revolvió el estómago al pensarlo y corrí al baño a vomitar. Genial, ¡las náuseas matutinas! Volví a la cocina para servirme un vaso de agua, preguntándome qué diría Antony si le contara lo del embarazo. Aún faltaban unas semanas para mi primera ecografía, pero me esforzaba por guardarme el secreto. Seguramente, saber que estaba embarazada de él le demostraría la importancia que tenía para mí nuestra relación, y el hecho de tener que decírselo a los gemelos. Mis pensamientos volvieron a la reacción de la gente de aquí ante la relación de Daniel Goldman, y a cómo habían actuado cuando se enteraron de que Alicia y Ryan iban a tener un hijo. Mientras que sus hermanos le habían apoyado, el resto no había sido tan amable, algunos insinuando que Alicia era una cazafortunas que se había quedado embarazada a propósito para atrapar a Ryan. ¿Habría pensado la gente lo mismo de mí tras enterarme de que estaba embarazada? Sospechar que las personas reaccionarían mal no era un motivo suficiente para ocultar aún más el embarazo a Antony. Quería estar con él y demostrarle que tendríamos un futuro juntos. Cuando se acercó la hora de comer, me cambié y me puse algo bonito. Mi vestido no era demasiado llamativo, pero era mejor que cualquier cosa que me hubiera puesto cuidando a los gemelos. Los vaqueros ajustados abrazaban mis curvas y los zapatos hacían que mis piernas parecieran más largas. Encima llevaba una blusa rosa semitransparente, bonita y coqueta, con mangas de tres cuartos que dejaban ver mi brazalete. Me estaba arreglando el pelo y maquillando cuando recibí un mensaje de Antony. Estoy de descanso. Tengo ganas de verte, X. Mi corazón dio un salto al ver la X que indicaba un beso. No lo habría escrito si hubiera querido romper conmigo. Terminé de arreglarme, cogí la bolsa y me dirigí al coche. Cuando llegué al resort, Antony me estaba esperando en el aparcamiento. “Hola”, me dijo, recorriendo mi cuerpo con la mirada. “Estás muy bien así vestida”. “Gracias”, respondí torpemente, sin saber si abrazarlo, besarlo o qué otra cosa hacer. Seguí a Antony a través del aparcamiento, y entramos en el resort por una puerta poco utilizada, abriéndonos paso hacia un almacén desierto. El hecho de que se esforzara tanto por mantener nuestro encuentro en secreto no me llenó de confianza. “Tenemos que hablar”, dijo simplemente cuando la puerta del almacén se cerró tras nosotros. “Claro. Sí. Supongo que habrás visto el cotilleo sobre Daniel Goldman”. “Sí. Ryan me lo contó ayer cuando me preguntó si me acostaba contigo”. “¡¿Ryan lo sabe?!” Mi voz salió como un graznido agudo. “Sí. Durante nuestro último fin de semana, los gemelos le contaron que tú y yo salíamos con ellos más a menudo de lo habitual… sumado al hecho de que yo necesitaba que él hiciera de niñero para poder ir a Nueva York, y tú no estabas disponible ese fin de semana… Ya está, él y Alicia lo entendieron”. Debería haberme alegrado de que Ryan y Alicia supieran lo nuestro, pero algo en el tono de Antony sugería que no era tan sencillo. “Lo siento, te debo una disculpa por cómo actué cuando volvimos de Nueva York… no es que no quiera que los gemelos lo sepan. Es solo que es demasiado pronto para mí, y con los cotilleos sobre Goldman que corren por la zona, comprenderás que probablemente sea mejor que mantengamos las cosas en secreto durante un poco más de tiempo.” Dejé escapar un suspiro. Así que no quería romper conmigo… aunque desde luego no era la declaración pública de amor que yo quería oír. “Quiero estar contigo, Erin”, dijo Antony, con un tono más suave. Me estrechó entre sus brazos y me miró fijamente a los ojos. “Con el tiempo, quiero decírselo a los gemelos y a todos los demás, pero por ahora, me gustaría mantenerlo en secreto. ¿Estás de acuerdo?” Miré fijamente sus ojos oscuros y tormentosos. ¿No me había dicho a mí misma, después de Nueva York, que simplemente tenía que ser paciente y darle tiempo? Mientras ardía en deseos de gritar que estábamos juntos y compartir la maravillosa noticia del embarazo, comprendí sus razones. Al principio, mi plan era contarle lo del bebé después de la primera ecografía… Claro que habría estado bien ir juntos, pero así tendríamos más tiempo para acostumbrarnos a la relación y podría contarle a Antony lo del embarazo enseñándole una foto de nuestro bebé. “Me parece bien”, respondí yo por fin. A Antony se le iluminaron los ojos y sonrió. “Bien, porque odiaba la idea de no poder seguir haciéndolo”. Apretó sus labios contra los míos y todas mis dudas se disiparon. Aquel era mi sitio. Las manos de Antony recorrieron mi trasero y mis muslos, y me susurró al oído: “Me gustan estos vaqueros. Tienes un culo estupendo”. “Me alegro de que te guste. Me he vestido así por ti”, le contesté. “Te agradezco el esfuerzo, pero sería aún mejor si llevaras menos ropa”. Antony me besó desde la oreja, a lo largo del cuello y la clavícula. A medida que bajaba, empezó a desabrocharme la blusa. Me quitó rápidamente el sujetador y luego hundió la cabeza entre mis pechos, con la lengua yendo de pezón en pezón. Me agarró del culo y me hizo retroceder un poco, apretándome contra una estantería de artículos de limpieza. Yo jadeaba, él metió la mano en la cuenca entre mis pechos y se detuvo en la cintura de mis vaqueros. Me miró, con los dedos apoyados en el botón superior de mis vaqueros. “Te deseo”, dijo sin aliento. “Soy tuya”, dije, cubriendo su mano con la mía y animándole a que me desabrochara los pantalones. Mientras Antony me quitaba los ajustados vaqueros de las piernas, yo le bajé la cremallera de los pantalones y se los bajé para dejar al descubierto su erección, que se tensaba contra su bóxer negro. Empecé a masajearle la polla mientras Antony deslizaba dos dedos por el dobladillo de mis bragas y me acariciaba el clítoris. Sus dedos subieron y bajaron, aumentando la presión, hasta que sentí que me temblaban las piernas. “Estoy a punto de correrme”, le dije sin aliento. “Todavía no”, dijo con una sonrisa devastadora. Retiró los dedos, dejándome con ganas de más, pero antes de que pudiera quejarme, me bajó las bragas. Luego se desnudó y su polla quedó libre. Agarrándome el culo, Antony me penetró. Mis piernas rodearon su cintura y mi espalda se apoyó en la estantería mientras él me penetraba. “¡Oh, Dios!”, grité, y luego apreté la boca contra su hombro para amortiguar cualquier otro grito. Antony me folló con fuerza y rapidez, corriéndose unos instantes después que yo, y luego su cabeza cayó sobre mi hombro. Su apretón en mi culo se relajó, y mis piernas se deslizaron hacia atrás, mientras ambos recuperábamos el aliento. Después de ponernos de pie, Antony cogió papel de cocina industrial para limpiarnos. De todos modos, debería haberme duchado antes de recoger a los gemelos. Antony me besó el vientre mientras me abrochaba la blusa. Cuando nuestros ojos se encontraron, mi corazón pareció estallar y estuve a punto de contarle toda la verdad. No obstante, me detuve. Unas semanas más, me dije. Silencié todo lo que iba a decir apretando mi boca contra la de Antony, besándole profunda y lentamente, con la esperanza de poder transmitirle mis sentimientos. Puede que aún no fuera capaz de decirle todo lo que sentía, pero esperaba poder demostrárselo. Cuando Antony se apartó y se levantó, parecía aturdido y yo esbocé una pequeña y sutil sonrisa al pensar que mi beso había surtido el efecto deseado. “Intentaré volver pronto esta noche para que podamos comer juntos y ver una película”, dijo, mientras salíamos del almacén y caminábamos por el pasillo desierto. “Me gustaría”, dije, queriendo entrelazar mis dedos con los suyos, pero sabiendo que era mejor no hacerlo, por si alguien nos veía. Cuando salimos al aparcamiento, Antony se apartó unos centímetros de mí, para que nuestras posiciones parecieran menos íntimas. Me acompañó hasta el coche y, de nuevo, me asaltó la incómoda confusión de si debía abrazarle o no. Antes de que esto empezara, simplemente íbamos a despedirnos, así que me conformé con eso. Estaba abriendo la puerta del coche, cuando alguien pronunció el nombre de Antony. “Mierda, es mi sous chef Dale”, dijo, con los ojos abiertos por el pánico. “No pasa nada”, dije con voz suave. “Dile que estoy aquí para hablar de los gemelos”. Sabía que probablemente debería subir al coche, pero una parte de mí quería ver cómo Antony me presentaba a su colega, así que me detuve un momento más hasta que Dale nos alcanzó. “Oye, Antony, no molesto nada, ¿verdad?”. La mirada de Dale se movía entre Antony y yo, intentando comprender la situación. “No”, dijo Antony rápidamente. “Te presento a Erin, la niñera de mis hijos. Acaba de pasarse para hablarme de un asunto”. “Ah, claro. Encantado de conocerte, Erin”, dijo Dale, y luego se volvió hacia Antony. “En realidad venía a preguntarte si te interesa salir con la hermana de mi mejor amigo, Chantelle. ¿Recuerdas cuando te hablé de ella? Trabaja en una guardería al otro lado de la ciudad. ¿Qué te parece?”. Miré a Antony, que tenía los ojos desorbitados, y me quedé estupefacta cuando respondió: “Um, sí, me parece una buena idea. Miraré en mi agenda cuándo es mi próximo día libre y te llamaré”. Se me secó la garganta. ¿Pero qué narices…? “Perfecto. Le diré que espere tu llamada”. Dale sonrió. “Encantado de conocerte, Erin”. “Igualmente”, dije con los labios tensos. Dale pareció ajeno a mi malestar y me dedicó otra sonrisa antes de darse la vuelta y dirigirse hacia el resort. Una vez lejos, me volví hacia Antony, con los ojos entrecerrados. “¿Qué coño acaba de pasar?” 10 A NT O N Y
C uando Dale se marchó, Erin se volvió hacia mí con los
ojos muy apretados. “¿Qué coño acaba de pasar?”, preguntó, y casi pude ver el humo que le salía por las orejas. “Lo siento, me entró el pánico. No se me ocurría cómo decirle que no a Dale sin que me hiciera preguntas extrañas”. “¡Podrías haberle dicho que no te interesa cenar con la hermana de su amigo porque estás saliendo con alguien!”. “Sí, pero entonces habría preguntado con quién y…”. A Erin se le ensancharon los orificios nasales. “¡No tienes que dar explicaciones a nadie!”. “No pasa nada. Es solo una cena. Y así la gente sospechará menos de nosotros”, dije, haciendo que sonara completamente razonable. Sin embargo, al mirar a Erin, me di cuenta de que no era exactamente así. “¿Estás loco?” “Sé que es un poco extravagante, pero es la solución perfecta, ¿no crees? Si Dale le dice a la gente que salgo con esa chica, nadie hará preguntas al vernos juntos. Es la tapadera perfecta”. Erin resopló: “No puedo creer que te lo estés planteando. No quiero discutir contigo ahora, Ant, tengo que ducharme y recoger a los gemelos. Hablaremos de esto más tarde”. Sin decir nada más, entró en su coche y se alejó del aparcamiento, dejándome con pensamientos contradictorios peleando en mi cerebro. No me habría gustado cenar con Chantelle, pero conocía bien a Dale y sabía que no renunciaría a la idea. Este aspecto de su carácter le había convertido en un chef innovador, pero también en un colega insoportable. Sabía que la única forma de hacerle callar era darle lo que quería. Esperaba poder convencer a Erin de que era una buena idea cuando llegara a casa más tarde. Al entrar en la cocina, me di cuenta enseguida de que Dale no tenía intención de abandonar su loca idea de emparejarme con su amiga, y durante toda la velada no dejó de hablar de lo estupenda que era, de cómo pensaba que me gustaría, de cómo no le importaría que tuviera hijos.
Cuando volví a casa más tarde, Erin me estaba esperando en la
cocina. Llevaba puesto el pijama y me había preparado una comida ligera para terminar el día. “Gracias”, dije agradecido, acomodándome en la mesa para disfrutar del tazón de sopa de tomate y un sándwich de queso a la plancha. “De nada”, dijo en voz baja, y luego su mirada se volvió seria. “Pero, por favor, dime que le has dicho a Dale que has cambiado de opinión sobre la cita”. “No aceptó un no por respuesta. Créeme, es lo mejor. Iré a cenar con Chantelle, pero no demostraré que me interesa nada más. Intentaré ser lo más aburrido y antipático posible, y luego espero que Dale lo deje pasar”. Erin resopló: “¿Hablas en serio? ¿Esa es tu respuesta? Sé firme con él y dile que no”. “Erin, tú no sabes lo que significa trabajar con él todos los días. Créeme, así es más fácil”. “Está bien. Haz lo que creas mejor“. Erin dejó escapar un suspiro frustrado y salió de la cocina. Me levanté de la mesa y la seguí, pero al pie de la escalera me dirigió una mirada fría, haciéndome saber que había dado por terminada la discusión. A la mañana siguiente, se comportó conmigo con la misma frialdad, me sentí como si hubiera vuelto al punto de partida. Decidí que lo mejor sería dejarla enfurruñada. Después de cenar con Chantelle, y sin Dale para molestarme, estaba seguro de que Erin cambiaría de opinión. O al menos eso esperaba.
La cita entre Chantelle y yo estaba fijada para el domingo, uno
de los días más tranquilos del resort, y cuando entré en el salón, con unos pantalones elegantes y una camisa bonita, Erin me miró con los ojos entrecerrados. “Sabes que es una mala idea”, me dijo. Elizabeth y Aaron estaban jugando en el jardín y no podrían oír nuestra conversación. “Es demasiado tarde para echarse atrás”, repliqué, y Erin se agitó incómoda en el sofá. “Es una simple cena. Cancelarla ahora solo empeorará las cosas a largo plazo. Lo único que quiero es acabar de una vez”. “¿Y qué pasará la próxima vez que Dale quiera emparejarte con otra conocida suya? ¿O qué pasará si le gustas a Chantelle y sigue pidiendo verte? Esto no acabará nunca a menos que seas sincero…”. “No puedo contarle a nadie lo nuestro”, dije, insistente. Erin reaccionó enarcando las cejas. “No me refería a eso. ¿Por qué no les dices que aún no estás listo para tener citas? ¿Por qué es tan importante lo que piense uno de tus compañeros de trabajo sobre tu vida personal?”. “No es importante, pero ya te expliqué… Dale no suelta prenda tan fácilmente. Me temo que va a seguir presionándome para que le dé una respuesta, y entonces se enterará de lo nuestro. Te juro que sospecha desde que viniste al restaurante”. “¿Y si nos descubre? No conoce a Elizabeth ni a Aaron, no irá a decírselo. Ryan y Alicia ya lo saben, ¿qué tiene de malo que lo sepa otra persona?”. Miré el reloj. Había llegado tarde a mi cita con Chantelle. “Ahora no tengo tiempo para esto. Hablaremos más tarde”. Erin no replicó, y yo no tenía tiempo para seguir discutiendo, así que salí corriendo de casa y me metí en el coche. Fui a recoger a Chantelle a su casa, y me estaba esperando en la puerta, con un vestido de noche verde lima que resaltaba su piel oscura y sus ojos de gata. Era una mujer atractiva, y en otras circunstancias me habría encantado cenar con ella. Pero mientras Chantelle y yo caminábamos hacia mi coche, lo único en lo que podía pensar era Erin, y en la forma en que prácticamente me había ignorado cuando me había marchado. ¿Por qué no podía entender que lo hacía por nosotros? Había reservado mesa en un restaurante de Wainscott, a unos veinte kilómetros del resort, con la esperanza de no encontrarme con nadie conocido. Era una de las desventajas de ser el jefe de cocina de uno de los resorts más prolíficos de los Hamptons: todo el mundo me conocía, lo que hacía difícil salir en público sin que la gente se me acercara y me contara la última comida que habían tenido en el restaurante, o me rogara que les reservara una mesa, a pesar de que nuestra lista de espera actual era de un mes. Mis hermanos y yo éramos casi celebridades en la zona. Claro que no éramos comparables a los verdaderos famosos que visitaban el resort, pero todo el mundo sabía de nosotros y de nuestro trabajo. Durante meses tras la muerte de May, los clientes del restaurante habían estado presentando sus condolencias. El modo en que todo el mundo estaba tan implicado en los asuntos de los demás era otra razón por la que aún no quería hacer pública mi relación con Erin. Me habría gustado pasar tiempo con ella y con los gemelos, sin que todo el mundo cotilleara y opinara sobre nosotros. Cuando nos detuvimos en el aparcamiento del restaurante, Chantelle se volvió hacia mí con una sonrisa divertida y me dijo: “No eres muy hablador, ¿verdad? “Lo siento, es que tengo muchas cosas en la cabeza”. Salí del coche y di la vuelta para abrirle la puerta del acompañante. “Sí, Dale me ha dicho que eres padre soltero y que no has salido mucho desde que murió tu mujer. ¿Cuánto tiempo ha pasado, si se puede saber?”. “Tres años y medio”, contesté, sintiéndome culpable de que no fuera May quien ocupara mis pensamientos. “Mira, si todo esto es demasiado para ti, podemos aplazarlo”, dijo Chantelle comprensivamente. El contraste entre ella y Kayla, la prima de Dale, era sorprendente, y pensé distraídamente que si me hubiera dejado conocer primero a Chantelle, tal vez las cosas funcionarían. Pero entonces nunca me habría liado con Erin… Intenté apartar todos los pensamientos sobre Erin de mi mente. Aunque no tenía intención de cenar más de una vez con Chantelle, al menos le debía toda mi atención por el tiempo que íbamos a pasar juntos. “No, no… está bien”, respondí, guiándola hacia la puerta, donde el dueño del restaurante nos saludó indicándonos nuestra mesa. Mientras ojeábamos el menú y durante la cena, Chantelle y yo charlamos de varias cosas. Hablamos de trabajo y de repente, cuando surgió el tema de los gemelos, me encontré hablando de Erin. “Estaría perdido sin ella”, admití. “Se ha portado muy bien con los gemelos, y conmigo también. Nos ayuda a ver las cosas de otra manera, y me encanta pasar tiempo con ella, Elizabeth y Aaron”. Chantelle se detuvo con la cuchara del postre a medio camino de los labios. “Por favor, perdóname por hacer suposiciones, pero ¿hay algo entre Erin y tú?”. Sentí que me ponía rojo, y Chantelle asintió con complicidad. “Me lo imaginaba. Se te iluminan los ojos cada vez que hablas de ella. Mi única pregunta es: si te gusta tanto, ¿por qué estás aquí conmigo?”. “Es complicado”, dije. “Claro, lo entiendo. Salí con uno de los padres de la guardería donde trabajo, y cuando las cosas no funcionaron, era incómodo verle todos los días. Por suerte, su hijo no tardó mucho en empezar el colegio y no volví a verle”. “No es solo porque sea la niñera de mis hijos. Ya sabes cómo son los Hamptons. ¿Por qué crees que reservé en un restaurante a veinte kilómetros del resort?”. Chantelle se rio entre dientes: “Sí, los hermanos Braddock tienen ciertamente mala fama, pero no todo el mundo es un cotilla de poca monta. Mira, eres un tipo estupendo y creo que quizá en otras circunstancias podríamos llevarnos bien, pero no estoy dispuesta a salir con alguien a quien le gusta otra persona.” “Me parece justo, y siento haberte hecho perder el tiempo”, dije, dedicándole a Chantelle una sonrisa avergonzada. “No te preocupes. Me he sacado una cena gratis”, respondió con una sonrisa burlona. “Y a cambio, te daré un consejo: dile a Erin lo que sientes. La vida es demasiado corta para pensar en ‘y si…’”. Chantelle y yo terminamos nuestros postres y luego la llevé a casa. Cuando salió de mi coche, me dijo: “Cuéntale cómo te sientes”. Pensé que tal vez debería seguir su consejo y, mientras conducía hacia casa, pensé en cómo disculparme con Erin. Aunque no estaba preparado para anunciar públicamente nuestra relación, me daba cuenta, por fin, de que no era justo para nadie que siguiera dejando que Dale me emparejara con sus amigas. Sin embargo, cuando llegué a la casa, reinaba la oscuridad. Subí las escaleras y entré en mi dormitorio, pero estaba vacío. Lo más probable era que Erin siguiera enfadada conmigo y yo ya sabía que dormiría en la habitación de invitados. Tenía que encontrar la forma de compensarla. 11 ERIN
H ojeando los anuncios de trabajo, no podía creer que
hubiéramos llegado a tal punto. Me decía a mí misma que Antony se preocupaba por mí, que yo era algo más que una aventura para él, pero todo lo que había hecho últimamente no respetaba mis sentimientos. No podía soportarlo más. Había intentado ser comprensiva con lo de mantener nuestra relación en secreto por el bien de los gemelos, pero no podía entender por qué no podía enfrentarse a Dale o por qué pensaba que salir con otras mujeres estaba bien. Me daba igual lo que pensaran los demás. Estaba segura de que Dale no habría pestañeado si Antony se hubiera limitado a decirle que no estaba listo para salir con nadie. El hecho de que hubiera empezado a sospechar tras mi visita al restaurante era una completa tontería. Quiero decir, yo era la niñera de sus hijos, era normal visitarle en el trabajo para hablar con él de cualquier cosa. Antony era el culpable, el que intentaba hacerse el listo. Se acostaba conmigo, mientras seguía saliendo con otras, quién sabe, tal vez para encontrar a alguien mejor que yo. Tuve que luchar para detener las lágrimas. No quería llorar delante de Aaron y Elizabeth. En lugar de eso, aparté el teléfono, los preparé para irse a la cama y les leí un cuento. Pero cuando los gemelos se durmieron, me quedé sola en el salón de Antony y no pude evitar que mi mente se acelerara. Estaba con Chantelle. Me preguntaba de qué estarían hablando. ¿Se reía de sus chistes? ¿La encontraba atractiva? Sabía que nunca invitaría a una mujer a su casa, pero ¿y si ella le hubiera invitado a la suya? ¿Habría ido allí, esperando salirse con la suya? Lágrimas de rabia y frustración rodaron por mis mejillas. No podía soportarlo más… de verdad. Había sido una estúpida al pensar que Antony me quería, y estaba embarazada. Tenía que hacer lo mejor para mí y para el bebé: tenía que salir de los Hamptons. Cogí el teléfono y empecé a hojear de nuevo los anuncios de trabajo, pero seguro que todos los que ofrecían un buen sueldo iban a recibir muchas solicitudes, por no hablar del proceso de comprobación y las referencias. Necesitaba moverme lo más rápido posible. Necesitaba encontrar a alguien que buscara desesperadamente una niñera. Con esto en mente, llamé a mi vieja amiga Rebecca, que vivía en Nueva York. Gracias a ella empecé este trabajo. “Hola, Rebecca, soy Erin. ¿Qué tal?” “Hola, Erin, me alegro de oírte. ¿Cómo van las cosas en los Hamptons? ¿Sigues trabajando para aquel rico chef?” “En realidad, las cosas no van muy bien. Por eso te llamo. Necesito un trabajo nuevo, y rápido”. “¿Cómo de rápido?”, respondió Rebecca. Faltaban apenas dos semanas para mi ecografía, y yo hubiera querido marcharme antes. “Tengo menos de dos semanas”. “Oh, qué duro Erin… pero puede que tenga algo. Aunque te advierto ahora mismo que no es lo mejor. No te pagará lo que probablemente estés ganando, y el tipo tiene fama de ser un idiota. Por eso está tan desesperado por contratar a alguien: su última niñera dimitió de repente. Si te interesa, puedo pasarte su número”. “Claro, gracias. Cualquier cosa es mejor que dónde estoy ahora, y cuando me instale en Nueva York podré buscar algo mejor”. “Así de mal, ¿eh?”, dijo Rebecca comprensivamente. Antes de que pudiera contenerme, la confesión escapó de mis labios. “He desarrollado sentimientos por mi jefe, pero me ha dejado claro que no está interesado en nada serio”. “¡Ay! Bueno, no hay ninguna posibilidad de que te enamores de ese tipo, y cuando estés lejos del Sr. Incierto, podrás aclarar tus ideas”. “Ese es el plan”, respondí con tristeza. Cuando colgué el teléfono con Rebecca, me envió un mensaje de texto con el número del hombre de Nueva York. Consideré la posibilidad de llamarlo inmediatamente, pero como eran casi las ocho de la noche, supuse que preferiría que no lo molestaran, y me prometí llamarlo al día siguiente. En lugar de eso, me serví un vaso de vino y ahogué mis penas. Mientras bebía e intentaba ver una película, no podía dejar de preguntarme qué estaba haciendo Antony. Sin poder contenerme, abrí mi aplicación de redes sociales y busqué entre sus amigos hasta que encontré a Dale, y luego busqué en su lista de amigos a alguien llamada Chantelle. Era la séptima amiga, y como su trabajo figuraba como Guardería Ocean Surf, supe que había encontrado a la persona correcta. Me invadió una curiosidad morbosa y entré en su perfil. Joder. Era preciosa. Tenía la piel oscura y unos brillantes ojos de gato de color verde amarillento. En su foto de perfil, tenía el pelo rizado de forma natural y era realmente guapa. Miré otras fotos y descubrí que era igual de guapa con el pelo liso. Era una de esas mujeres fastidiosamente perfectas que están guapas independientemente de si visten informal o formalmente. Seguro que Antony se lo pasaba muy bien con ella, y el hecho de que trabajara con niños era una ventaja añadida. Si empezaba a salir con ella, no habría cotilleos embarazosos sobre cómo había sido su jefe antes, y estaba segura de que a los gemelos les encantaría. Me dolía el corazón y me tragué el vaso de vino. Aunque Antony no se hubiera enamorado de Chantelle, había dejado claro que no estaba interesado en nada serio conmigo; si lo estuviera, nunca habría accedido a cenar con ella. Sabía que el único final para nuestra relación sería que yo me fuera, así que decidí acostarme pronto para despertarme descansada y preparada para contactar con el tío de Nueva York a la mañana siguiente. Fui a mi habitación y me puse el pijama. Al ver la pulsera de Tiffany en mi muñeca, me la quité y la dejé en la mesilla de noche, luego me metí bajo las sábanas y lloré en mi almohada.
A la mañana siguiente, me levanté temprano para anticipar el
desayuno y preparar la comida para llevar de los gemelos. Una vez terminado, llamé al hombre de Nueva York, esperando que no fuera demasiado temprano. Tras unos cuantos timbres, alguien contestó: “Soy Jackson Raine, rápido”. “Sí, hola. Me llamo Erin Holland, soy amiga de Rebecca Bennett y me ha pasado su número diciendo que necesita desesperadamente una niñera”. “¿Cuándo puedes empezar?” “La semana que viene”, respondí, sin importarme que mi plazo de preaviso fuera de un mes. Pero no podía quedarme allí más tiempo. “¿Estás totalmente cualificada y dispones de un currículum actualizado?”. “Sí, soy diplomada en educación infantil y…”. “Sí, sí, eso está bien. Envíame tu currículum por correo electrónico a jackson@raineenterprises.com, y te llamaré a la hora de comer para repasarlo todo”, dijo el hombre, y luego terminó la llamada sin decir nada más. Cerré los ojos, sin saber si había conseguido el trabajo o no. Sin embargo, no tuve tiempo de pensar en ello, porque Elizabeth y Aaron entraron corriendo en la cocina y se llevaron toda mi atención. Los gemelos estaban terminando de desayunar cuando Antony también entró en la cocina. Me dedicó una pequeña sonrisa, que no correspondí, y en su lugar empecé a preparar las mochilas de los chicos. Aquel día iban a tener extraescolares, así que también preparé una bolsa con el equipo de fútbol de Elizabeth y los libros que Aaron había terminado de leer y tendría que devolver a la biblioteca. Antony carraspeó para llamar mi atención, y cuando miré en su dirección, dijo: “Hay algo importante de lo que tengo que hablarte. ¿Puedes pasarte por el resort cuando tengo el descanso?”. La última vez que Antony se me había declarado, nos habíamos echado un polvo rápido en el ropero del resort, pero poco después había aceptado tener aquella cita con Chantelle. Bueno, no iba a dejarme engañar otra vez. No quería ser su juguete de toma y daca a su antojo. “No puedo, hoy tengo que hacer recados”, dije sin rodeos. “Vale, intentaré volver pronto del restaurante esta noche para que podamos hablar”. “Claro, como quieras. Si tú llevas a los gemelos al colegio esta mañana, yo me iré a casa”, dije, cogiendo la equipación de fútbol de Elizabeth y los libros de la biblioteca de Aaron. Suavicé la voz y me volví hacia los gemelos. No era culpa suya que las cosas entre su padre y yo no hubieran funcionado. “Que tengáis un buen día en el colegio, los dos, y os recogeré esta tarde para ir al fútbol y al club de lectura”. Rápidamente besé a Elizabeth y Aaron en la frente, y luego me apresuré a salir por la puerta antes de que las lágrimas empezaran a rodar por mis mejillas. Dejar atrás a los gemelos sería la parte más dura de mudarme a Nueva York, pero sabía que tenía que ser egoísta y por una vez priorizar mi vida y la de mi bebé. Elizabeth y Aaron habían recorrido un largo camino desde que me convertí en su niñera. Habían crecido tanto, no solo físicamente, sino también en confianza, que sabía que mientras Antony eligiera bien a la nueva niñera, estarían bien sin mí. Sin embargo, iba a echarles mucho, mucho de menos.
De vuelta a casa, envié mi currículum por correo electrónico a
Jackson Raine, y luego empecé a buscar qué más necesitaría para trasladarme a Nueva York. No sabía cuánto me pagaría el Sr. Raine, pero Rebecca me advirtió que probablemente ganaría menos que con Antony. Iba a ser duro, pero por suerte tenía ahorros a los que recurrir. Tendría que empezar a buscar un trabajo mejor de inmediato. Conseguí encontrar dos posibles pisos que se ajustaban a mi presupuesto, y ambos buscaban inquilinos, lo que significaba que podría mudarme enseguida. El mayor problema habría sido la misma mudanza. En los casi cuatro años que había sido niñera de Elizabeth y Aaron, había acumulado un montón de cosas. Mi piso actual era modesto, pero no habría podido llevarme todo conmigo; sencillamente, no habría habido sitio en ninguno de los pisos que había visto por Internet. Habría tenido que guardar algunas cosas que no utilizaba. Luego habría que tener en cuenta los gastos de mudanza, y habría sido mejor coger el coche o volar a Nueva York. Estaba estudiando las distintas opciones cuando recibí un mensaje del Sr. Raine diciendo que quería hablar conmigo por videoconferencia online en la siguiente hora. Cargué el portátil y pulsé el enlace que me había proporcionado el Sr. Raine para la videoconferencia. Sonó brevemente, antes de que apareciera una imagen de vídeo en mi pantalla. Jackson Raine era unos diez años mayor que Antony, con el pelo pajizo que parecía un tupé. Sin duda había sido un hombre apuesto en su juventud, pero ahora, las ojeras y los mofletes que le colgaban del cuello le hacían parecer un pavo con peluca. “Estoy muy impresionado con tu currículum, Erin”, empezó el señor Raine. “¿Por qué quieres dejar un puesto tan lucrativo?”. “Es un asunto personal”, dije, incapaz de establecer contacto visual con él. El Sr. Raine se burló: “Entiendo. Bueno, ¿puedes empezar la semana que viene?”. “Sí, ya he empezado a buscar piso en Nueva York”. “Mis hijos son muy exigentes”, continuó el señor Raine. “Y las horas que tendrás que trabajar son muchas”. “Está bien”, mentí. Aunque trabajaba mucho para Antony - a menudo pasaba la noche en su casa - él era flexible, y los gemelos nunca habían supuesto un problema. Pero no podía permitirme el lujo de ser exigente. Tenía que salir de los Hamptons antes de que se me rompiera el corazón. “Tu salario será de 2.400 dólares al mes y tendrás un día libre a la semana. Cuidarás de los niños, lo que incluye prepararles todas las comidas y llevarlos al colegio y de vuelta a casa, desde las seis de la mañana hasta que yo vuelva de la oficina, que puede ser en cualquier momento entre las seis y las nueve de la noche.” Intenté mantener el rostro impasible mientras respondía: “De acuerdo”. Pero no lo estaba. Según mis rápidos cálculos, eran 100 dólares al día, por un mínimo de 12 horas de trabajo. No era mucho más que el salario mínimo, pero no estaba en condiciones de negociar. “Si te parece bien, me gustaría que empezaras el próximo lunes. Pendiente de las referencias de tu actual jefe, por supuesto”. “Por supuesto”, respondí, con los labios apretados. Eso significaba que tendría que decirle a Antony que iba a marcharme. 12 A NT O N Y
A l llegar a casa después de mi turno en el restaurante, la
casa estaba inusualmente silenciosa y sombría, y pensé que Erin se había acostado temprano, lo que significaba que no tendríamos ocasión de hablar. Luego me sorprendió verla sentada a la mesa, con una pila de papeles delante. “¿Qué es todo esto?”, pregunté, acercándome con cautela. “Mi dimisión y tus referencias para mi nuevo empleador. Lo único que tienes que hacer es firmarlo. Perdona que te avise con tan poca antelación, pero me voy este fin de semana”. Sentí que los ojos se me iban de la cabeza. “¿Este fin de semana?” “Sí, mi nuevo jefe quiere que empiece enseguida. Ya he firmado el alquiler de un nuevo piso en Nueva York, y…”. “¿Te mudas a Nueva York? ¿Qué pasa, Erin? ¿Es porque llevé a cenar a Chantelle? Quiero disculparme… tienes razón, me equivoqué al salir con otra persona mientras estábamos…”. No conseguí continuar la frase… ¿Saliendo? “Lo nuestro no fue más que una aventura”, dijo Erin con aire de despecto. “¿De verdad te lo crees? Pensaba que querías decírselo a los gemelos”. Me puse a caminar de un lado a otro. ¿De dónde había salido todo esto? No lo entendía. “Alguien me hizo una oferta mejor”, dijo Erin, incapaz de encontrarse con mi mirada. “Si lo que quieres es dinero, doblaré cualquier oferta. No puedo perderte. No encontraré otra niñera como tú”. Los ojos de Erin se entrecerraron. “No se trata únicamente del dinero. Es hora de que siga adelante”. “¿No eres feliz aquí? Creía que querías a Aaron y a Elizabeth. Si hay algún problema, podemos resolverlo. Si los gemelos se portan mal, hablaré con ellos. O si necesitas más tiempo libre, se puede arreglar algo. Dime, ¿qué necesitas para quedarte?”. Erin abrió la boca, volvió a cerrarla y sacudió la cabeza. “No hay nada que me obligue a quedarme. Lo siento… es que necesito un nuevo comienzo”. “No lo entiendo”, dije, dando un tímido paso adelante. Erin se puso firme un instante, su mirada buscó la mía, antes de que sus ojos se enfriaran y se diera la vuelta. “Y ese es exactamente el problema”, dijo. “Me voy a casa ahora. Tengo que empezar a hacer las maletas. Volveré mañana para preparar a los gemelos para el colegio, si los necesitas. Si no, los recogeré a las tres de la tarde, como siempre”. Su fría despedida, y el hecho de que ni siquiera se quedara a pasar la noche en mi casa, para poder dar la noticia a los gemelos con delicadeza, me llenaron de rabia. Creía que había algo especial entre Erin y yo, pero evidentemente me equivocaba. Nunca imaginé que se mostraría tan distante hacia Elizabeth y Aaron. Habrían quedado destrozados por su marcha, pero a ella no parecía importarle. Y precisamente por eso hice bien en no decirles que Erin y yo nos habíamos acostado. Pensé que era el principio de algo, pero al parecer ella solo había visto una aventura. Ahora que alguien le ofrecía más dinero, estaba feliz de abandonarnos a los tres. “De acuerdo, yo me ocuparé de preparar a los gemelos para ir al colegio”. El fuego me recorrió las venas y cogí la carta de recomendación que había impreso. “De hecho, si tienes que preparar tanto equipaje, hoy será tu último día. Te pagaré toda la semana, por supuesto, pero ya no necesito tus servicios”. “Pero… yo… los gemelos. ¿Ni siquiera puedo despedirme de ellos?” “Más vale que no”, dije acaloradamente. Les habría dolido bastante saber que Erin las abandonaba. No quería hacerles más daño. Abrí el cajón de la cocina, cogí un bolígrafo y firmé la referencia de Erin, luego se la arrojé. “Espero que seáis felices en Nueva York”, dije. Erin me arrebató el papel y por un momento vi un brillo de algo en sus ojos. ¿Arrepentimiento? Pero luego contestó: “Sin duda lo seré”. Sentí un dolor en el pecho mientras la veía salir de la cocina. Entonces oí el ruido de su coche y me di cuenta de que se había ido de verdad. Poco a poco me di cuenta de la realidad: Erin había dimitido. La cabeza me daba vueltas mientras intentaba poner todo en orden. ¿Qué iba a decirles a Aaron y a Elizabeth? ¿Quién iba a cuidar de ellos? ¿Qué podía haber hecho para que se quedara? Subí las escaleras con la intención de irme a la cama, pero en vez de eso, me dirigí a la habitación de invitados donde solía dormir Erin. Entré y vi que había cambiado las sábanas y se había llevado todas sus pertenencias. Me acomodé en la cama, preguntándome si se habría dejado algo, alguna excusa que pudiera utilizar para llamarla o algún indicio de por qué había dimitido realmente. Abrí la mesilla de noche y en el cajón superior estaba la pulsera de Tiffany que le había comprado en nuestro viaje a Nueva York. Volví a oír las palabras de Erin en mi mente. “Lo nuestro no fue más que una aventura“. Claro que lo había sido: ¿quién podría querer un padre soltero con dos hijos? Había sido un tonto al pensar que había algo más.
“¿Dónde está Erin?”, preguntó Aaron mientras él y Elizabeth
entraban en la cocina y se subían a los taburetes para desayunar. “Se ha ido. Le han hecho una oferta mejor”, respondí tajante. Los ojos de mis gemelos se abrieron al unísono, y Elizabeth preguntó: “¿Qué quieres decir?” “Ha encontrado un nuevo trabajo mejor pagado”. “¿Pero no podrías pagarle aún más?”, dijo Aarón. “Lo intenté, cariño, pero no le interesó. Dijo que necesitaba empezar de cero”. Elizabeth apartó su plato de tortitas y empezó a hacer aspavientos con la nariz, mientras Aarón rompía a llorar. “¡Haz que vuelva!”, se quejó. Si hubiera sido tan sencillo. “No puedo, lo siento. Ahora, venga, a comerse las tortitas. Tengo que llevaros al colegio”. Elizabeth saltó del taburete y Aaron la siguió. “No iremos al colegio hasta que recuperes a Erin”, dijo mi hija. “Ya os he dicho que no va a volver. No le importamos”, espeté, y los gemelos empezaron a llorar más fuerte. Me arrodillé para ponerme a la altura de Aaron y Elizabeth. Los abracé y les dije: “Lo siento. Yo también la echo de menos. Hice todo lo que pude para que se quedara”. Los gemelos lloraron sobre mis hombros, haciendo que se me partiera el corazón, y una pequeña parte de mí odió a Erin por haberlos entristecido tanto. Cuando se calmaron y se pusieron a ver la tele en el salón, llamé al colegio y le dije a la recepcionista que estaban enfermos. Luego llamé a Ryan. “Necesito tu ayuda”, dije cuando contestó mi hermano. “¿Qué ocurre? ¿Les ha pasado algo a Elizabeth y Aaron?”, preguntó, con el pánico evidente en la voz. “No, están bien. En la medida de lo posible, dada la baja de Erin”. “¿Ella qué? Enseguida voy”. Ryan terminó la llamada y, cinco minutos después, llegó a mi casa, y entró en cocina, donde yo tomaba asiento en la encimera con una taza de café frente a mí. “Le he pedido a Alicia que te sustituya hoy en el restaurante”, dijo Ryan, sentándose a mi lado. Luego su voz se suavizó. “¿Qué ha pasado?” Le expliqué todo, desde que había aceptado salir con Chantelle unos días antes, hasta la vuelta a casa la noche anterior y la dimisión de Erin. Cuando terminé, Ryan suspiró. “Por eso te advertí que tuvieras cuidado. Probablemente solo quería una cosa”. “Creía que era diferente, creía que teníamos algo especial”, dije, aún sin entender exactamente lo que había pasado. Sabía que había metido la pata al aceptar la cena con Chantelle, pero Erin ni siquiera me había permitido disculparme. Y el hecho de que hubiera aceptado un nuevo trabajo y un nuevo piso sin siquiera hablarlo antes conmigo demostraba lo poco que le importábamos los gemelos y yo. “Lo siento”, dijo Ryan. No era frecuente que mi hermano mayor hablara abiertamente de sus emociones. Desde que habíamos perdido a nuestros padres, ambos habíamos puesto buena cara por el bien de nuestros hermanos pequeños. Agradecí que Ryan me apoyara. Tras unos compases de silencio, dije: “¿Y ahora qué hago?”. “No te preocupes, llamaré a Sebastian y a Joshua…”. No se me escapó que Ryan estaba omitiendo a nuestro hermano pequeño, Tucker. No es que me sorprendiera. A Tucker solo le importaban las fiestas y el surf. “Junto con Alicia y yo, haremos turnos para cuidar de Aaron y Elizabeth hasta que encuentres una nueva niñera”. “Gracias. Siento que todo mi mundo se desmorona. No sé qué haría sin vosotros”. “Para eso existen las familias”, respondió Ryan con sencillez.
Al cabo de unos días, la gente empezó a cotillear sobre la
dimisión de Erin. El motivo variaba de una historia a otra. Algunos decían que era una maniobra de marketing para hacernos ganar más dinero, otros que había habido algún tipo de pelea acerca del futuro de Aaron y Elizabeth. Incluso hubo quien especuló con que habíamos tenido una relación que había acabado mal. Ojalá hubieran sabido la verdad. Hice lo que pude por ignorar las miradas curiosas y los murmullos, y me centré en los gemelos. No se habían tomado bien la marcha de Erin. Ni Aaron ni Elizabeth dormían bien, y a menudo acababan en la cama conmigo, negándose a volver al colegio. Hice todo lo que pude para asegurarles que todo iría bien; que nunca los abandonaría, y que pronto encontraría una nueva niñera a la que querrían tanto como habían querido a Erin. “Nadie la sustituirá jamás”, dijo Aaron con firmeza. Lo único que parecía ayudar era estar con Alicia y sus hermanos, a quienes Aaron y Elizabeth habían empezado a llamar primos, probablemente porque eso era para ellos el bebé de Alicia y Ryan, y no entendían la diferencia. Alicia y sus hermanos hicieron todo lo que pudieron para ayudar con los gemelos, cuidándolos en la medida de lo posible, pero como Alicia y su hermana mayor trabajaban en el resort, y los otros hermanos de Alicia iban a la escuela, no siempre podían estar allí. Ryan, Sebastian y Joshua también hacían lo que podían, pero, de nuevo, tenían sus propios trabajos. Me sorprendió que Tucker se ofreciera a ayudar y pasara una tarde jugando con los gemelos en la playa. Al final, sin embargo, tuve que admitir que era demasiado para mí, y llamé a los padres de May en Florida. Peter y Mary Riley estaban jubilados y estarían más que encantados de venir a los Hamptons durante una larga temporada para cuidar de sus nietos. Hacía meses que no veían a los gemelos - desde que los habíamos visitado en Navidad - y les agradaba pasar tiempo con Aaron y Elizabeth. Pero sabía que no sería una solución a largo plazo. Aunque Peter y Mary se hubieran mudado a los Hamptons, ambos tenían más de sesenta años y no estaban preparados para cuidar a tiempo completo de un par de niños de casi cuatro años. Tenía que admitirlo, por mucho que me doliera hacerlo. Erin nunca volvería y yo tendría que contratar a una nueva niñera. 13 ERIN
“E sta es la última”, dije, cerrando la maleta y dando un
paso atrás. Tina estaba a mi lado y las dos mirábamos mi piso vacío. “No puedo creer que te vayas”, dijo Tina con una sonrisa triste. “Nueva York está solo a unas horas. Cuando me instale, podrás venir a visitarme cuando quieras”, le contesté. Cogí mi maleta y juntas salimos del piso. Apagué todas las luces y cerré la puerta principal. “Claro, pero no será lo mismo”, respondió, mientras cruzábamos el aparcamiento hacia su coche. Había decidido vender mi coche. Nadie conducía en Nueva York y, para ser sinceros, aquel dinero extra era una bendición. Tina me dejó pasar la noche en su casa, nuestra última noche de chicas, antes de llevarme al aeropuerto al día siguiente. Todas mis cosas - salvo la maleta que cargué en el coche de Tina - ya habían sido enviadas a mi nuevo piso en Inwood, Manhattan, y me las entregarían al día siguiente por la tarde. Solo faltaba entregar las llaves a mi casero. Tina cruzó la ciudad en coche y yo entregué las llaves en la agencia inmobiliaria, donde me dijeron que, a la espera de una inspección de la vivienda para comprobar que no había creado ningún desperfecto, me devolverían la fianza en el plazo de un mes. Al salir de la agencia, compramos comida china para llevar, y Tina también se llevó una botella de vino. “Lástima que no puedas tomarte una copa conmigo”, dijo cuando salimos de la licorería. “Me gustan los refrescos”. Tina era la única persona a la que había hablado de mi embarazo, y me juró guardar el secreto. No es que conociera a Antony ni a sus hermanos como para contárselo. Cuando volvimos a casa de Tina, dejé la maleta en su habitación y nos sentamos en el sofá con la comida. “¿Y estás segura de que no quieres contarle lo del embarazo? Podría cambiar de opinión si lo supiera”. Sacudí la cabeza con tristeza. “No quiero que esté conmigo porque se sienta culpable por el bebé, o porque piense que es lo correcto. Quiero que lo haga porque me quiere, y ya ha dejado claro que no”. “Qué putada”, dijo Tina con empatía. “Lo es, pero lo superaré”. En realidad, en el fondo no me creía mis propias palabras. Hacía mucho tiempo que sentía algo por Antony. Demasiado tiempo, probablemente, pero al principio ni siquiera soñaba que pudiera pasar algo entre nosotros. Entonces ocurrió, dormimos juntos y me di cuenta de que sería imposible dejarlo. Esperar a su bebé lo hacía todo más difícil. Independientemente de que Antony lo supiera o no, estaríamos unidos para siempre. Pero tenía que hacer lo mejor para mí y para el bebé, y quedarme en los Hamptons no lo era. Me habría encantado que mi bebé hubiera crecido con un padre cariñoso y unos hermanastros que lo adoraran. No me cabía duda de que los gemelos estarían encantados si supieran lo del bebé. Pero, como le dije a Tina, no quería que Antony se quedara conmigo por sentido del deber. Y, desde luego, no quería que mi hijo sufriera sus cambios de humor y su actitud indecisa. Ya me había hecho bastante daño haciéndome sentir que no le importaba, que no era lo bastante importante. Nunca habría permitido que mi hijo se sintiera así. Percibiendo mi estado de ánimo, Tina cambió de tema. “¿Has pensado ya en algún nombre para el bebé?”. “La verdad es que no. Ni siquiera sé si será niño o niña. Espero únicamente que sea sano”. “Lo sabrás pronto, ¿verdad?”. “Sí, mi ecografía es la semana que viene. Estoy muy emocionada”. Tina sonrió. “Ojalá pudiera ausentarme del trabajo para estar allí contigo”. “Sé que estarías allí si pudieras, y no te preocupes, me aseguraré de hacer una foto y enviártela enseguida”. “Estoy impaciente por ser tía. Voy a mimar mucho a ese pequeño”. Pasamos el resto de la noche charlando de cosas al azar, mientras Tina bebía poco a poco su vino. Yo estaba un poco celosa, me habría encantado tomarme una copa en aquel momento, pero sabía que no lo haría, por el bien del bebé. Mi amiga me contó cómo le iba en el trabajo. Tina trabajaba en un salón de lujo de los Hamptons, donde peinaba, maquillaba y hacía tratamientos de belleza a los ricos y famosos que llegaban a la ciudad para pasar las vacaciones o asistir a acontecimientos especiales. Conocía todos los cotilleos sobre los famosos con los que trabajaba, y escuché con la respiración contenida cómo maquilló la boda de la estrella de Hollywood, Sarah Taylor, que se había casado recientemente con su prometido, el magnate de la música John Jones, en el Braddock Resort. “Él es un poco capullo, pero Sarah es realmente encantadora. Charlamos sobre las series y películas en las que ha actuado, e incluso nos hicimos algunas fotos juntas. E… ¿Has visto qué guapa estaba con su vestido de novia? Parecía una princesa”. Sonrió. “Sí, Antony me enseñó algunas fotos. Elizabeth estaba encantada con ella”. Mi sonrisa vaciló. “Lo siento, hablemos de otra cosa”, sugirió Tina. “En realidad, me gustaría dormir. Mañana tengo el vuelo temprano y quiero estar descansada para poder deshacer la maleta y prepararme antes de empezar a trabajar.” “Me parece bien”. Tina se levantó y recogió nuestros platos sucios, así como su vaso y la botella de vino casi terminada. Los llevó a la cocina, puso un tapón al vino y la botella en la nevera, y luego cargó los platos y vasos sucios en el lavavajillas. Nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones, y yo abrí la maleta para ponerme el pijama y coger mis artículos de aseo para lavarme rápidamente antes de acostarme. Una vez de vuelta en el dormitorio, me tumbé en la cama de invitados de Tina, mirando al techo. Ya había pasado la noche en casa de Tina, la cama era bastante cómoda, pero a pesar de mi cansancio no conseguía dormirme. No dejaba de preguntarme si estaba haciendo lo correcto. ¿Debería haberle dicho a Antony lo del bebé? Al final, caí en un sueño inquieto, plagado de pesadillas en las que le contaba a Antony lo del bebé, y él me acusaba de haberme quedado embarazada para tenderle una trampa. Me desperté sintiéndome fatal, y el café descafeinado y el bagel que compramos Tina y yo en nuestra cafetería favorita de camino al aeropuerto tampoco ayudaron. Como mi maleta era pequeña, no tenía que registrarla y podría llevarla en el avión como equipaje de mano, lo que significaba que tendría que hacer una cosa menos en el aeropuerto. Tina esperó conmigo el mayor tiempo posible, luego llegó el momento de pasar por los controles y despedirnos de verdad. Mi mejor amiga me estrechó en un fuerte abrazo y las dos contuvimos las lágrimas. “Si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme”, me dijo mientras nos alejábamos. “Lo sé, y si alguna vez te apetece cambiar de aires, ya sabes dónde estoy”. “Te voy a echar mucho de menos”. Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Tina, y yo no pude detener las mías. “Yo también voy a echarte mucho de menos”, me reí entre dientes. “Llámame esta noche para decirme que todo va bien”. “Lo haré”. “Vale, será mejor que me vaya. Te quiero”. “Yo también te quiero”, le contesté, y entonces se dio la vuelta y se dirigió hacia la salida, dejándome sola en el aeropuerto. Pasé un rato mirando las tiendas, aunque no tenía dinero ni ganas de comprar nada, y pronto me dirigí hacia la sala de embarque, donde también esperaban otros viajeros. Miré con envidia a los enamorados que se despedían, o a los amigos y familiares. Sabía que tenía a Tina a mi lado, pero una parte estúpida de mí esperaba que Antony apareciera en el aeropuerto, me declarara su amor y me convenciera para que me quedara. Al encontrarme sola, me sentí desilusionada, pero sin sorprenderme. Nuestra última conversación, y lo poco que había luchado para que me quedara, me demostraron que yo no le importaba. Yo solo había sido una aventura para él, alguien con quien mantener relaciones sexuales y cuidar de los gemelos. Sin embargo, dejarlos sin una explicación me rompió el corazón. No tenía ni idea de lo que Antony les había contado sobre mi marcha, pero incluso presentándolo de forma positiva, seguro que no iban a estar contentos. “El vuelo 16OT de East Hampton al aeropuerto LaGuardia de Nueva York está embarcando. Por favor, diríjanse a la zona de embarque con sus billetes“, anunció una voz por los altavoces del aeropuerto. Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras arrastraba la maleta por la sala y me dirigía a la zona de embarque. Deseé no haberme acostado con Antony. No, no es cierto, pensé mientras enseñaba la tarjeta de embarque al empleado del aeropuerto. Si nunca nos hubiéramos acostado, jamás me habría quedado embarazada, y eso era algo de lo que nunca me arrepentiría. Lo único que lamentaba era que mi bebé crecería sin conocer a su padre ni a sus hermanastros.
Menos mal que el vuelo de los Hamptons a Nueva York no fue
largo, y pronto aterricé en el aeropuerto de LaGuardia. La última vez que había visitado Nueva York, estaba con Antony, y él había alquilado un jet privado, así que vi muy poco del aeropuerto. Esta vez, como no tenía equipaje que recoger, me dirigí rápidamente desde el vestíbulo de llegadas, pasando junto a la gente que se reunía o se saludaba, hasta el aparcamiento. Había taxis amarillos alineados en el aparcamiento, esperando a las personas que llegaban al aeropuerto. Llamé a uno y le indiqué la dirección a la que me llevaría. Llegué a mi estudio de Inwood una hora antes de que los repartidores llegaran con las pertenencias que había enviado desde los Hamptons. El tiempo justo para asearme y comprobar que todo estaba como debía. Mi nuevo piso era pequeño, tenía solo dos habitaciones: un salón con una cama que se doblaba para convertirse en sofá y una pequeña cocina americana, y luego el cuarto de baño, que solo contenía un retrete y una ducha. Iba a ser difícil criar a un niño en un espacio tan reducido, pero esperaba que, ahora que estaba lejos de Antony, podría empezar a buscar un trabajo mejor pagado. Se suponía que el puesto con el Sr. Raine solo era temporal para alejarme de los Hamptons. Estaba deshaciendo la maleta y guardando la poca ropa que me había comprado en el diminuto vestidor que me habían proporcionado en el piso, cuando llegaron las personas que me entregarían el resto de mis pertenencias. Sabiendo que iba a vivir en un estudio, había guardado todo lo que no era necesario, pero aún quedaban tres cajas con más ropa, maquillaje y artículos de aseo, algunos platos, cubiertos y utensilios de cocina, junto con algunos objetos personales favoritos, como velas y libros, para que todo fuera un poco más acogedor. Después de desempaquetarlo todo, me di una ducha rápida y me preparé la ropa para el día siguiente. Jackson Raine quería que empezara temprano, a las 6 de la mañana, para que pudiera reunirme con sus hijos y prepararles el desayuno antes de llevarlos al colegio. Cuando volviera, me daría mi horario y me hablaría de sus normas de trabajo. El Sr. Raine parecía mucho más rígido que Antony, y me preocupaba trabajar para él, pero sabía que no tenía alternativa. Tendría que hacer lo que pudiera. 14 A NT O N Y
L os abuelos de los gemelos llegaron el mismo día que
Erin me comunicó que se marchaba, y a una parte de mí le habría encantado encontrarse con Peter y Mary en el aeropuerto, con la esperanza de ver también a Erin. ¿Quizá podría haberla convencida de que se quedara? Luego me lo pensé mejor. Ella había sido clara. Los gemelos y yo no éramos lo bastante importantes para ella. Así que, en vez de eso, quedé con Peter y Mary al día siguiente, lo que significaba que tendrían la oportunidad de ir a su hotel y relajarse un poco antes de ver a Aaron y Elizabeth. Los gemelos estaban entusiasmados por ver a sus abuelos, sobre todo porque Peter y Mary tenían planeadas unas divertidas excursiones de un día, aunque todos sabíamos que la visita iba a ser breve. Cuando les hablé de la marcha de Erin, me dijeron que no estaban seguros del tiempo que podrían ayudarme con los gemelos. Como no sabían que tenía problemas con Erin, ya habían reservado un crucero alrededor del mundo que saldría al cabo de un par de semanas. Y como quedaba tan poco tiempo para el viaje, no podían cancelarlo sin perder miles de dólares. Me sentí decepcionado, pero comprendí la situación. No era responsabilidad de ellos cuidar de Aaron y Elizabeth, y al menos así los gemelos podrían pasar algún tiempo de calidad con sus abuelos antes del viaje. Planeé aprovechar los pocos días que Elizabeth y Aaron estarían con Peter y Mary para entrevistar a las nuevas niñeras, de modo que pudieran reanudar una nueva rutina cuando los abuelos se marcharan. Peter y May tenían planeado un extenso itinerario de actividades, que incluía excursiones a la playa, clases de natación, minigolf, un día en un centro recreativo al aire libre e incluso paseos en poni con Sebastian en el rancho. Por primera vez desde la marcha de Erin, vi sonreír a Aaron y Elizabeth cuando llegaron sus abuelos. Cuando los gemelos se fueron, empecé a entrevistar a posibles niñeras. La primera candidata era una joven llamada Auli’i, que acababa de mudarse desde Hawai para estar con su novio, al que había conocido por Internet. Sería su primer trabajo como niñera, pero su currículum era prometedor. Era licenciada en Ciencias Sociales, Educación Infantil, y había crecido con seis hermanos, a los que cuidaba mientras sus padres trabajaban. “Como mencioné durante nuestra conversación telefónica, a los gemelos les ha costado mucho adaptarse desde que Erin se fue. Ha estado en sus vidas casi cuatro años. ¿Cómo piensas afrontar sus dificultades y su comportamiento?”, pregunté, mientras tomábamos asiento en mi salón. La joven de largo pelo oscuro y grandes ojos marrones me dirigió una suave sonrisa. “Con paciencia y comprensión. Aprendí desde muy joven que si quieres llegar a algo con los niños, tienes que hacer las cosas con dulzura. Guiarlos, no forzarlos. Escuchar sus sentimientos. Haz que se sientan auténticos como personas. Les animaría a hablar de Erin y de lo mucho que la echan de menos, pero también a conocerles y preguntarles por sus intereses”. Sonreí. Su respuesta me tranquilizó y tomé algunas notas. Después de entrevistar a Auli’i, le tocó el turno a una mujer mayor, llamada Veronica, con diez años de experiencia con niños. Le hice exactamente la misma pregunta. “Con mano firme. Los niños necesitan disciplina y rutina”, dijo Veronica. “Yo insistiría en que fueran a la escuela todos los días. Deberías asegurarte de que no cambian sus hábitos”. Tomé nota de las respuestas de Verónica, le agradecí su tiempo y pasé a la siguiente candidata. En el transcurso de la mañana hablé con niñeras con distintos niveles de experiencia y diferentes opiniones sobre cómo criar gemelos. Algunas, como Auli’i, eran partidarias de un enfoque suave, mientras que otras seguían los métodos de “amor duro” de Veronica. A la hora de comer tenía mucho en qué pensar y aproveché el descanso para hablar con mis hermanos y conocer sus opiniones. Ryan, Sebastian, Joshua y yo nos reunimos en el resort para comer. Habíamos invitado también a Tucker, pero estaba ocupado con una competición de surf en Southampton. Íbamos a reunirnos al cabo de un par de semanas, cuando volviera a la ciudad. “¿Cómo han ido las entrevistas?”, preguntó Ryan mientras estábamos reunidos en torno a una mesa privada, al fondo del restaurante. Mi ayudante de cocina, Dale, nos sirvió unos cuencos de sopa de almejas, con caldo y tomate. Ese chico había sido una bendición desde que Erin se había marchado. Había renunciado a intentar que saliera con sus amigas y familiares., y había tomado el timón del restaurante, asegurándose de que todo funcionara sin problemas mientras yo dedicaba tiempo a cuidar de los gemelos o a entrevistar a posibles niñeras. “Bien. Tengo muchas candidatas prometedoras. Solo intento averiguar si quiero a alguien que tenga un enfoque más suave, como haría Erin, o a alguien un poco más duro. Quizá si los gemelos tuvieran una mano más firme, se adaptarían mejor”. “Sigo sin entender por qué dejaste que Erin se fuera”, dijo Joshua. Desde que se había ido, y mis hermanos me habían ayudado a cuidar de los gemelos, todo el mundo sabía que Erin y yo dormíamos juntos. “A veces tienes que dejar marchar a la gente que quieres”, replicó Sebastian, y supe que se refería a su anterior relación con su novia del instituto, Lana, a la que había dejado cuando ella se mudó a Nueva York para dedicarse a su carrera de artista. “A veces por amor merece la pena arriesgarse”, replicó Joshua. “¿Como lo que haces con Caitlyn?”, le desafió Ryan. Mi hermano menor, Josh, sentía algo por su íntima amiga Caitlyn desde hacía años, pero aún no había dado el paso. “Es diferente”, dijo Joshua. “Caitlyn tiene novio. Sabes que está mal cortejar a alguien que tiene pareja”. “Tucker no estaría de acuerdo contigo”, dijo Ryan. “Por eso no acepto consejos sobre relaciones de Tucker”, replicó Joshua, y todos estuvimos de acuerdo con él. Ninguno de nosotros habría querido imitar a nuestro fiestero y rompecorazones hermano pequeño. “Yo me arriesgué con Alicia y funcionó”, dijo Ryan. “¿Así que crees que debería haber luchado más por Erin?”, pregunté, juntando las cejas. Me había hecho esa pregunta numerosas veces desde que ella se había marchado. ¿Qué más podía haber dicho o hecho para que se quedara? “No he dicho eso. Por todo lo que me contaste, Erin demostró que no valía la pena luchar por ella”, dijo Ryan. Desde que Erin se había marchado, él había estado enfadado con ella. Ryan pensaba que ella solo me utilizaba, y la rapidez con la que se había marchado era la prueba de que nunca le habíamos importado ni los gemelos ni yo. No sabía qué creer. Cuando por la noche me quedaba solo, la última conversación entre Erin y yo se repetía constantemente en mi mente. Aunque ella había dicho que se trataba solo de una aventura, había momentos en los que habría jurado que buscaba algo más en mi mirada. ¿Era todo producto de mi imaginación? O Erin estaba esperando a que yo admitiera lo que realmente sentía… Esto me llevó a la pregunta que me quitaba el sueño. ¿Qué sentía realmente por Erin? Ahora que se había ido, no quería responder a esa pregunta. “Nada de esto importa. Encontrar a la niñera sustituta adecuada es mi prioridad”, dije, desviando mi atención de Erin y volviendo a asuntos más importantes. Pasé mis notas de la entrevista a mis hermanos. “Me gusta esta Veronica, me recuerda a la tutora que contratamos para Tucker cuando estaba en segundo curso”, dijo Ryan. Me acordé de la tutora, se llamaba Natasha, y tanto Ryan como yo estábamos de acuerdo en que ella era la única razón por la que Tucker se graduó. Como todos nosotros, él luchó contra la muerte de nuestros padres, y lo afrontó a la manera típica de Tucker: bebiendo y saliendo de fiesta. Ryan y yo nos vimos obligados a intervenir, contratando a Natasha como tutora y permitiendo a Tucker salir con sus amigos a condición de que mejorara sus notas. Afortunadamente, el plan funcionó. “Estaba un poco dura”, dijo Joshua. “No, simplemente no te gustaba porque señalaba todas las gilipolleces que hacíais Tucker y tú”, replicó Sebastian, y luego se volvió hacia mí. “A mí también me gusta cómo suena Verónica. Creo que un cambio en el tipo de disciplina podría ser bueno para los gemelos”. “Sí, yo pensaba lo mismo”, dije, coincidiendo con la mayoría de mis hermanos. “Vale, le ofreceré el trabajo”. Después de comer, llamé a Veronica y acordamos un periodo de prueba de una semana para empezar, cuando los abuelos de los gemelos no estuvieran. Veronica estaba deseando que Elizabeth y Aaron volvieran a la rutina, cosa que yo apoyaba plenamente, para que volvieran al colegio, así como a las actividades extraescolares que Erin había organizado. Cuando Aaron y Elizabeth volvieron de pasar el día con sus abuelos, les dije que había contratado a una nueva niñera. “Se llama Verónica y empezará a trabajar con nosotros cuando se vayan los abuelos”, les dije. Aaron dejó el tenedor y me miró con sus grandes ojos azules. “Erin no va a volver nunca, ¿verdad?”. “Me temo que no, cariño”. “La echamos de menos”, dijo Elizabeth. Yo suspiré. “Yo también la echo de menos, pero es hora de seguir adelante. Empezarás a sentirte mejor cuando vuelvas a la escuela y asistas a tus actividades”. Al menos, eso era lo que esperaba, pero la realidad resultó ser muy distinta. En primer lugar, resultó evidente que invitar de visita a Peter y Mary no había sido la mejor idea. Los gemelos se divirtieron tanto con ellos que no querían dejarlos marchar, y el último día de Peter y Mary hubo muchas lágrimas. “Oh, mis dulces niños. Ojalá pudiéramos llevaros con nosotros”, dijo Mary suavemente, mientras los abrazaba a los dos. “Pero lo vuestro está aquí, con papà Antony”. “Pero no os preocupéis, os enviaremos muchas postales, y el viejo abuelo incluso aprenderá a chatear por Internet”, añadió Peter. “Y cuando volvamos, tendremos muchos regalos para vosotros”, dijo Mary. La promesa de los regalos, así como las frecuentes llamadas y postales, parecieron calmar a los gemelos, y todos saludamos a Mary y Peter en el aeropuerto con muchos abrazos. Al día siguiente de que se marcharan, presenté a los gemelos a Veronica por primera vez. Era sábado, así que no tenían que ir al colegio, y el plan consistía en pasar el fin de semana conociéndonos antes de volver a nuestros horarios normales. Veronica insistió en llevar a los gemelos al museo de historia natural de South Fork. Decía que todo lo que hiciera un niño debía ser educativo de algún modo. Aunque tanto a Elizabeth como a Aaron les interesó la exposición multimedia del museo sobre los gatos salvajes Panthera, todo lo demás les pareció aburrido, y cuando llegamos a casa parecían agotados y sin inspiración. El día siguiente no fue mejor, Veronica volvió a insistir en hacer algo educativo. Aunque Erin siempre había afirmado que se aseguraba de que los gemelos recibieran educación, también se aseguraba de que las actividades fueran divertidas y adecuadas a su edad. Me parecía que Veronica no tenía ni idea de cómo conectar con niños de casi cuatro años. El domingo por la tarde, llevé a Veronica aparte y le dije: “Lo siento, pero no creo que esto vaya a funcionar. Parece que tú y los gemelos no estáis en sintonía”. Verónica suspiró y sonrió con tristeza. “Me temo que tiene razón, señor Braddock. Siento no haber podido ofreceros a ti y a tus hijos lo que necesitáis, y os deseo buena suerte con la próxima candidata.” Tras despedirme de Veronica, llamé rápidamente a Auli’i y le pregunté si seguía interesada en el puesto. Cuando respondió que sí, la invité a conocer a los gemelos. A Aaron y a Elizabeth pareció gustarles mucho Auli’i, y cuando me ayudó a acostarlos y les contó algunos cuentos populares hawaianos, me sentí mucho más seguro. “Los llevaré al colegio como de costumbre, pero preferiría que pudieras recogerlos y cuidarlos hasta que yo vuelva del trabajo hacia la una de la madrugada. Puedes dormir en la habitación de invitados, o puedo pagarte un taxi hasta casa”. “No me importa quedarme en la habitación de invitados. Así será más fácil ayudarte por la mañana, ¿vale?”, sugirió Auli’i. Al principio, las cosas con Auli’i fueron bien. Ella y los gemelos se llevaban bien y su actitud era similar a la de Erin. Aaron y Elizabeth entraron en una rutina en la escuela: Auli’i los recogía y pasaba la tarde con ellos, luego les preparaba los almuerzos y los desayunos para el día siguiente, antes de tomarse un descanso hasta las tres de la tarde, como hacía Erin. Como mis hermanos y Alicia se habían ofrecido a ayudar con el cuidado de los niños los fines de semana, le di a Auli’i el sábado y el domingo libres. Los sábados por la mañana, preparaba tortitas a los gemelos para desayunar y nos sentábamos todos a la mesa para charlar sobre la semana. “¿Cómo os lleváis con Auli’i?”, pregunté. “Bien”, respondió Elizabeth. “Nos gusta más que Verónica. Ella era muy exigente”, añadió Aaron. “¿Así que os parecería bien que Auli’i se convirtiera en vuestra nueva niñera de forma permanente?”, pregunté, sintiendo un pequeño atisbo de esperanza de que las cosas fueran bien. Elizabeth y Aaron negaron con la cabeza. “No… queremos que vuelva Erin”. 15 ERIN
C aleb y Carson Raine eran una auténtica pesadilla.
Aquellos dos niños de seis años, mi nueva responsabilidad, pensaban que el mundo giraba a su alrededor, y su padre no hacía nada por desmentir esa idea. No es que me sorprendiera: Jackson Raine era un auténtico gilipollas, y entendía perfectamente por qué su antigua niñera se había marchado tan repentinamente. Caleb y Carson no habían recibido ni un gramo de disciplina en su vida. Si querían caramelos para desayunar, los tenían. Si se portaban mal en el colegio, no había repercusiones. Papá simplemente pagaba para que desaparecieran los problemas. “Los caramelos son geniales. A mí también me encantan. Pero ¿te has dado cuenta de que si comes demasiados te sientes más cansado y malhumorado?”, dije una tarde, mientras intentaba que Caleb y Carson comieran macarrones con queso, una comida que solía encantar a Aaron y Elizabeth. “¡Qué asco!”, dijo Caleb, tirando su cuenco al suelo. “¡Yo lo odio!”, añadió Carson, imitando a su hermano. Abandonaron la mesa y corrieron hacia el cajón de los caramelos, que, aunque había vaciado numerosas veces, siempre parecía volver a llenarse. Dejé escapar un suspiro agotado y empecé a limpiar. Aparte de que Caleb y Carson eran imposibles de manejar, y de que su padre no hacía nada por controlar su comportamiento, Jackson Raine parecía creer que los deberes de una niñera incluían los de una criada y una institutriz. Incluso cuando los niños estaban en el colegio, no tenía ni un momento para mí, se esperaba de mí que limpiara todas las habitaciones del ático, cocinara (platos que nadie parecía comer y yo acababa tirando), hiciera la colada y recados varios. Era agotador. Hipnotizados por el azúcar, Caleb y Carson empezaron a corretear por el piso, jugando y peleándose. Nada de lo que decía o hacía les calmaba. Cuando Jackson volvía de la oficina a las 9 de la noche, se reía y decía: “Los chicos son los chicos”. Al final se quedaban dormidos hacia las 2 de la madrugada y yo dormía un par de horas, antes de que todo el calvario volviera a empezar a las 6 de la mañana del día siguiente. Cada día era como estar en la película El día de la marmota, viviendo el mismo infierno una y otra vez. Cuando Caleb y Carson se iban al colegio y Jackson estaba trabajando, me encontraba llorando sola en la habitación de invitados. Desesperada, envié un mensaje a Tina y le pedí que me llamara durante su descanso. Cinco minutos después, sonó mi teléfono y el número de mi mejor amiga parpadeó en la pantalla. Con un pequeño suspiro de alivio, contesté. “Oh, gracias a Dios”, dije. “Le dije a mi jefe que era una emergencia”, contestó Tina, y agradecí su lealtad. “¿Qué pasa?” “Odio estar aquí”, sollocé. “Oh, Erin. Cariño, lo siento. ¿De verdad es tan malo?” “Imagina el peor escenario posible. Luego multiplícalo por diez”, dije, conteniendo a duras penas las lágrimas. “Los niños son indisciplinados y a su padre le da igual. Además, parece creer que también soy su criada, cocinera y secretaria”. “Vuelve a casa”, dijo Tina de forma comprensiva. “No puedo”, respondí, con el pecho oprimido. “Nada ha cambiado. Antony no me quiere. No puedo vivir y criar a un hijo en la misma ciudad que él. Es demasiado”. “¿Y no hay alternativa?” “Ahora mismo, no. El mercado está vacío. Mi única opción es cambiar de trabajo, pero no tengo la experiencia adecuada, además estoy embarazada, será bastante duro.” “Lo siento mucho”, dijo Tina, con un tono dulce y tranquilizador. “Ojalá pudiera hacer algo. Sabes que puedes venir y quedarte conmigo si quieres…”. “Pero eso no cambiaría nada, Tina. Lo que necesito es un trabajo de verdad”. “¿Y no tienes ahorros para dejarlo y tomártelo con calma hasta que aparezca algo mejor?”. “No. No con el embarazo y el mercado así. Podría quedarme sin casa. No puedo correr ese riesgo”. “Sabes que nunca te dejaría sin un lugar donde vivir”, dijo Tina con insistencia, sabía que podía contar con su ayuda, en el peor de los casos. Pero eso significaba que tendría que mudarme de nuevo a los Hamptons, y potencialmente volver a ver a Antony. Era la última opción. “Tendré que aguantar y hacer que las cosas funcionen aquí hasta que consiga un nuevo trabajo. Tiene que haber algo ahí fuera y tengo que cogerlo cuanto antes”. “Mantendré los oídos bien abiertos y te avisaré en caso de que me entere de algo. Sé que no quieres volver, pero tal vez podrías viajar o algo así, si hay un puesto mejor aquí”. “Tal vez, sí. Cualquier cosa es definitivamente mejor que lo que tengo ahora”. “Lo siento, pero tengo que irme ya. Mi próximo cliente llegará dentro de cinco minutos”. “Lo entiendo y te agradezco que me llames mientras estás en el trabajo”. “Te volveré a llamar esta noche. Te quiero”. “Yo también te quiero”. Terminé la llamada y dejé escapar otro suspiro. Por curiosidad, busqué en los anuncios de trabajo, tanto aquí como en los Hamptons, pero no encontré nada. Aunque hubiera habido algún anuncio, ¿habría vivido realmente en la misma ciudad que Antony? Claro, si no hubiera trabajado para él, no le habría visto todos los días, pero no podía evitarle para siempre. Al final se habría enterado del embarazo, ¿y entonces qué? ¿Habría querido formar parte de la vida de su bebé? De algún modo, no lo creía posible. Envié un mensaje breve a Rebeca, pidiéndole que me avisara lo antes posible si sabía algo, y luego volví al trabajo. Todo el ático era un desastre. Cada día Caleb y Carson correteaban como salvajes, sin importarles si rompían algo y dejando huellas de barro por todo el suelo de madera. Pasé la fregona. Doblé la colada. Arreglé las camas. Guardé los juguetes, las consolas y el equipo deportivo. Después de terminar todas las tareas domésticas, tenía una hora libre antes de recoger a los niños del colegio, pero no me quedaba tiempo para relajarme. Tenía que asegurarme de que la cena para Caleb, Carson y Jackson estuviera lista. Decidí cocinar un pollo asado con patatas y verduras, esperando por una vez tener suerte y que los niños comieran algo en vez de tirarlo. Con el asado en la olla de cocción lenta, tuve el tiempo justo para enviar unos documentos para Jackson antes de recoger a Caleb y Carson del colegio. En la escuela, su profesora, la señorita Turner, me llevó aparte para hablar conmigo en privado. “Señorita Holland, sé que es usted nueva en este papel, y sé que no es fácil, pero tengo serias preocupaciones por Caleb y Carson. Hoy se han negado a comer su almuerzo…”. Suspiré. ¿Qué niño se negaría a comer pizza? La había hecho a propósito con la esperanza de que los alejara de los dulces y las patatas fritas. “Y en el recreo se pelearon con otros niños porque se negaron a compartir la pelota”. “Lo siento. Hablaré con ellos y con el Sr. Raine cuando vuelva de su trabajo”. “Agradezco su esfuerzo, pero creo que se necesitan medidas más estrictas”, dijo la Srta. Turner. “¿Cómo qué?”, pregunté, con los ojos muy abiertos. “¿Has pensado en ponerte en contacto con los servicios sociales?”, sugirió la señorita Turner. Me quedé estupefacta ante su respuesta. Claro que lo había pensado, pero no era tan sencillo. Seguro que ella lo habría entendido. Incapaz de contenerme, dije: “¿De verdad lo cree?”. La Srta. Turner hizo una mueca. “Cuando los niños estaban en la guardería, su profesora, la señorita Crawford, hizo intervenir a los Servicios de Protección de Menores, y bueno… digamos que ella ya no trabaja aquí”. Asentí en señal de comprensión. “Ojalá pudiera ayudarle, de verdad, pero no puedo permitirme perder este trabajo. Estoy embarazada y no hay nada más en el mercado”. La señorita Turner sonrió con tristeza. “Lo comprendo, pero las cosas no serán más fáciles cuando tengas a tu bebé”. “Espero que aparezca algo mejor antes de eso”. “¿Y si no consigue otro trabajo?”. “No lo sé, pero aún tengo seis meses para averiguarlo, así que de momento hablaré con el señor Raine y veré qué puedo hacer”. “Gracias. Agradezco su tiempo y su ayuda. Buena suerte”. “Gracias”, digo, y me vuelvo hacia el aparcamiento, donde Caleb y Carson se están persiguiendo. Sin embargo, iba a necesitar algo más que buena suerte. Necesitaba un milagro. El viaje a casa con Caleb y Carson fue bien, como era de esperar. Los dos estaban de mal humor porque se habían metido en líos en el colegio, y cuando olieron el pollo asado cocinándose, empezaron a quejarse. “El pollo es asqueroso”, dijo Carson. “Y tú eres repugnante”, dijo él. “No sé por qué te contrató papá. Ni siquiera eres tan guapa como nuestra última niñera”. “Ya basta”, espeté, sintiéndome al borde del asiento. “Vete a jugar fuera”. Aunque la familia Raine vivía en un ático, Jackson era lo bastante rico como para permitirse un jardín cerrado en la azotea, lo que significaba que los chicos podían jugar “fuera” con su pelota. Sabía que volverían sucios y desparramarían por todo el piso, pero era un sacrificio que estaba dispuesta a hacer para alejarlos de mí. Estaba sirviendo pollo asado cuando entraron Caleb y Carson, previsiblemente cubiertos de tierra. “¡Te he dicho que no quiero esta mierda!”, dijo Caleb, cogiendo el plato sin probar bocado y tirándolo al suelo. “Eres estúpida y fea”. “Te odio”, añadió Carson, tirando su plato al suelo. “Sí, bueno, a mí tampoco me caéis muy bien”, le grité. Toda la habitación se quedó en silencio, y entonces los chicos empezaron a reírse a carcajadas. “¡Eh, papá!”, dijo Carson con suficiencia, y yo me volví horrorizada. Jackson Raine estaba de pie en su sucia cocina, con los niños cubiertos de tierra y platos de pollo asado por el suelo. “Erin. En mi despacho. Ahora“. Asentí con la cabeza y seguí a Jackson Raine en silencio. Cuando se cerró la puerta de su despacho, oí a Carson y Caleb riendo y gritando. “Sé que los chicos están vivaces, pero espero que hagas un mejor trabajo manteniendo orden por aquí”. “¿Vivaces? Son muy traviesos. ¿Sabes que hoy me ha llamado su profesora? Se negaron a comer y se pelearon con otro niño”. Jackson Raine enarcó una ceja. “¿Y qué esperas que haga?”. “No lo sé. ¿Disciplinarlos, tal vez?” “¿Ese no es tu trabajo?”, replicó el Sr. Raine con una sonrisa socarrona. “¡Usted es su padre!” dije, sintiendo cómo aumentaba mi enfado. “Sí, y como padre te pago para que los controles. Si no eres capaz de hacerlo, señorita Holland, quizá no seas idónea para el cargo”. “¿No soy idónea?”, dije con incredulidad. “¡Ni un santo podría controlar a esos dos! No me extraña que su última niñera se largara y que usted tuviera tanta prisa por encontrar una nueva. Cualquiera que decida trabajar para usted debe de estar desesperado”. “Que es exactamente lo que eres tú. ¿O me equivoco?” Volvió a sonreír y yo apreté los puños a los lados. “Eso pensaba yo. Así que sé una buena chica y anda por ahí. Espero que la cocina esté limpia y luego quiero que me traigas la cena y una copa de vino. Después, baña a los niños y mételos en la cama. Necesitan descansar”. Conseguir que Carson y Caleb se bañaran y se fueran a la cama era como intentar convencer a un pingüino de que viviera en el desierto del Sahara, pero sabía que sería inútil discutir con Jackson Raine. En una cosa tenía razón: estaba desesperada. Aquel horrible trabajo era todo lo que tenía, y hasta que encontrara algo mejor estaría atrapada allí con ellos. 16 A NT O N Y
E ra como si tuviera que explicar a Aaron y Elizabeth
todos los días que Erin no iba a volver, y no tenían más remedio que aceptar su decisión. Auli’i seguía trabajando como niñera y, a pesar de todo, estaba haciendo un trabajo fantástico. Aprecié mucho sus esfuerzos e imaginé lo difícil que debía de ser para ella adaptarse a nuestra situación y soportar que los gemelos no tuvieran a Erin. Al cabo de un par de semanas, empecé a pensar que las cosas iban a ir bien, cuando recibí una llamada del colegio en pleno día. Sabía que debía de haber ocurrido algo grave para que me llamaran mientras estaba en el trabajo, y no se hubieran puesto en contacto antes con Auli’i. “Sr. Braddock, siento molestarle en el trabajo, pero necesito que venga al colegio inmediatamente”, dijo por teléfono la Sra. O’Connor, la directora del colegio privado. “Enseguida voy”, dije, luego terminé la llamada y me volví hacia Dale. “¿Puedes encargarte tú mismo del servicio de comidas? Hay problemas en la escuela con los gemelos”. “Sí, ve. Lo tengo todo bajo control”, prometió Dale. Al salir del restaurante llamé a Auli’i y le expliqué que había recibido una llamada del colegio y que iba a recoger a los gemelos. Le pedí que volviera a casa más tarde para que yo pudiera volver al trabajo para el servicio de cena. Cuando llegué al colegio, la Sra. O’Connor ya había avisado a la recepcionista, Gail, para que me esperara y me dejara entrar inmediatamente. “Aaron y Elizabeth están con la señora O’Connor en su despacho. Hasta al final del pasillo y luego a la izquierda”. “Gracias”, dije, y luego me dirigí en la dirección indicada. Mientras caminaba por el pasillo decorado con colores brillantes, mi corazón empezó a latir con fuerza. ¿Qué podía haber pasado tan terrible para que la Sra. O’Connor me hubiera llamado mientras estaba en el trabajo? Llamé a la puerta de su despacho y un momento después escuché: “Pasa”. Cuando abrí la puerta, me sorprendió lo que encontré ante mí: Aaron estaba todo cubierto de pintura negra y, al parecer, había intentado cortarse el pelo con unas tijeras. Elizabeth tenía el pelo enmarañado, la ropa rota y una mancha de sangre en la cara. “¿Qué ha pasado?”, pregunté, sin saber si reír, llorar o gritar. “¿Se lo queréis contar vosotros o se lo digo yo?”, comentó tranquilamente la Sra. O’Connor. Los gemelos estaban sentados en silencio, sin mirarme a mí ni a la directora. Elizabeth miraba alrededor de la habitación con la vista fija en cualquier cosa, mientras que Aaron tenía los ojos fuertemente cerrados. Me senté en la silla que había entre ellos, frente a la señora O’Connor. “Todo empezó cuando otro niño hizo un comentario distraído sobre el hecho de que los gemelos tuvieran una nueva niñera. No fue nada malo, simplemente curiosidad infantil. Pero Aaron se derrumbó por completo. Empezó a llorar, luego cogió un bote de pintura y se lo echó encima, gritando que todo era negro y triste sin Erin”. La Sra. O’Connor hizo una pausa y continuó. “Los otros niños se quedaron estupefactos. Su profesora intentó mantener la situación bajo control, pero ninguno de ellos había visto nunca algo así. Un chico empezó a reírse y dijo que Aaron se había vuelto loco, y Elizabeth estalló. Empezó a gritar y a pegar al chico. Por desgracia, también le salió sangre. El chico está con la enfermera del colegio y no hay daños permanentes, pero Elizabeth tendrá que estar castigada. También insisto en que los gemelos empiecen a ver a un terapeuta infantil antes de volver al colegio. Puedo recomendarte algunos excelentes aquí en la zona”. Por un momento me quedé sentado, en silencio, atónito. No podía creer que Aaron y Elizabeth fueran capaces de las cosas que acababa de decirme la señora O’Connor. Pero tenía la prueba delante de mí. Finalmente me aclaré la garganta y dije: “Sí, por supuesto. Y, por favor, acepte mis más sinceras disculpas. Llegaré al fondo del asunto y prometo que, cuando se considere que los niños están preparados para volver a la escuela, pedirán disculpas a sus compañeros y a la profesora.” “Gracias, señor Braddock. Comprendo la difícil situación en la que se encuentra. Siempre es difícil cuando se va un auxiliar, pero imagino que es especialmente difícil para Aaron y Elizabeth, teniendo en cuenta por todo lo que han pasado. La escuela está dispuesta a ayudar en todo lo posible, pero también tenemos que salvaguardar a los demás alumnos.” “Lo comprendo, y tienes mi palabra de que Aaron y Elizabeth no volverán hasta que un terapeuta dé su consentimiento”. No creía que hubiéramos llegado a ese punto. Sabía que los niños echaban de menos a Erin, pero no creía que les afectara tanto. La Sra. O’Connor me dio los datos de contacto de algunos terapeutas de la ciudad, y luego firmé los papeles para que los gemelos se tomaran un descanso de la escuela. Finalmente, cuando todo estuvo listo, Elizabeth, Aaron y yo salimos del despacho del director. Me quedé en silencio a lo largo del pasillo, y ellos ni siquiera dijeron “hola” ni nada a Gail en la recepción. Entramos en el coche y seguían sin decir una palabra, y realmente no sabía qué hacer. El viaje de vuelta a casa fue desgarrador, mientras mis hijos permanecían sentados con aire hosco. Sabía que habían oído todo lo que había dicho la Sra. O’Connor, sabía que estaban angustiados, pero no querían abrirse conmigo. Al entrar en casa, les dije con calma: “Sé que necesitáis tiempo para procesar lo ocurrido, así que no os obligaré a hablar de ello ahora. Primero vamos a asearos y a comer. Pero necesito que entendáis que tenemos que hablar de lo ocurrido e iniciar el proceso de conseguir ayuda para los dos”. Para mi alivio, Elizabeth y Aaron asintieron. “Lo sentimos, papá”, dijo Aarón en voz baja. Tiré de mis hijos para abrazarlos. “Lo sé, y no estoy enfadado. Lo único que quiero es ayudaros a sentiros mejor y que todo vuelva a ir bien”. Mis palabras parecieron romper algún tipo de barrera cuando Aaron y Elizabeth empezaron a sollozar en mis brazos. Se me rompió el corazón al saber que mis hijos estaban sufriendo tanto.
Había acabado de bañar a los gemelos cuando llegó Auli’i.
Como no sabía si podría volver al trabajo para la cena o no, le dije a la niñera que se fuera a casa. “No, quiero quedarme. Déjame ayudar”, se ofreció, con voz tierna y comprensiva. “Aunque sea cocinando la cena para todos vosotros y estando aquí para daros apoyo moral”. “Gracias, Auli’i, te lo agradezco”. Mientras ella nos preparaba algo de comer, Aaron, Elizabeth y yo nos instalamos en el salón para hablar de lo que había pasado en el colegio. “Lo siento, papá”, dijo Elizabeth mansamente. “Es que estaba muy enfadada… porque Erin no va a volver, porque los abuelos tuvieron que marcharse y porque no tenemos una madre. Luego aquel tipo se rio de Aaron y no sé qué pasó. Fue como si me hubiera convertido en una bestia salvaje”. “Lo siento, cariño, subestimé lo duro que es esto para vosotros. Tenéis todo el derecho a estar enfadados, algunas de las cosas que os han pasado enfadarían a cualquiera. Yo también estoy enojado y triste. Echo de menos a Erin y echo mucho de menos vuestra madre”. “¿Cómo era ella?”, preguntó Aaron. “Elizabeth y tú sois lo mejor de ella. Era inteligente, valiente y creativa. Y tan, tan cariñosa. Os quería a las dos con todo su corazón”. “Casi nunca hablas de ella”, dijo Elizabeth con tristeza. “Lo sé, y lo siento. Perderla fue lo más duro que me ha pasado nunca, pero no es justo que mi dolor os impida conocer a vuestra madre. Os prometo que seré más abierto. Sin embargo, todos tenemos que trabajar para mejorar las cosas, ¿vale?”. “¿Acudiendo a un terapeuta, como dijo la señora O’Connor?”. “Sí, pero no os preocupéis, es algo bueno. Un terapeuta es como un profesor, pero te ayuda a comprender tus sentimientos. Puede ayudar a comprender por qué te sientes enfadado, o triste, y cuál es la mejor manera de afrontar lo que sientes.” “¿Vendrás tú también?”, preguntó Aarón. “Claro”. Acerqué a los gemelos. “Pase lo que pase, siempre os querré y nunca os dejaré”. “¿Cómo puedes decir eso? Mamá se ha ido. Los abuelos se han ido. Erin se ha ido”, dijo Elizabeth con tristeza. “Los abuelos se han ido de vacaciones, volverán dentro de unos meses y, cuando lo hagan, podrás volver a verlos”. “¿Y si no vuelven? ¿Y si tienen un accidente, como mamá? ¿Cómo les pasó a nuestros abuelos antes de que naciéramos?”, preguntó Aaron. Se me partió el corazón. Los gemelos no tenían ni cuatro años y ya habían sufrido tantas pérdidas. “No puedo prometerte que ninguno de nuestros seres queridos vaya a tener nunca un accidente, y ya sabes que la muerte forma parte de la vida. Todo el mundo muere tarde o temprano. Pero puedo prometerte que todos tus seres queridos harán todo lo posible por mantenerse a salvo y evitar accidentes. Lo que les ocurrió a mis padres y a mi madre fueron tragedias terribles, pero este tipo de cosas son raras. Hablar con un terapeuta sobre este tipo de cosas te ayudará a sentirte mejor y a comprender”. Los gemelos permanecieron en silencio mientras procesaban lo que les había dicho, y Auli’i entró en silencio en la habitación con cuencos de sopa de tomate y platos de queso a la plancha. Después de comer, decidí evitar más conversaciones pesadas durante el resto del día. Los gemelos ya habían pasado por mucho, necesitaban ser niños y divertirse. “¿Te parece bien que vuelva al restaurante? ¿O quieres que me quede aquí?”. “¿Te meterás en problemas por faltar al trabajo?” “Por supuesto que no. Hasta que los dos os encontréis mejor, Dale puede encargarse de todo. Contrataremos más personal si es necesario. Lo importante es que los dos estéis bien”. “Entonces queremos que te quedes”, dijo Elizabeth. “Vale, me quedaré. Y Auli’i también está aquí, por si necesitáis algo. Haré unas llamadas rápidas y luego podremos jugar todos juntos”. Salí del salón y le pedí a Auli’i que vigilara a los gemelos. Llamé a Dale y le puse al corriente de lo que ocurría. Luego llamé a Ryan y le sugerí que contratara a un cocinero temporal para que ayudara mientras los gemelos se adaptaban a todo. Ryan aceptó y me dijo que él y Alicia investigarían y entrevistarían a los candidatos. Saber que Alicia ayudaría me tranquilizó. Era una cocinera excelente y con su aportación todo iría bien. Después de eso, llamé a los distintos terapeutas de los que me había hablado la Sra. O’Connor y concerté citas preliminares con todos ellos para que los gemelos y yo pudiéramos hacernos una idea de cada uno y decidir a cuál seguiríamos viendo. Cuando volví al salón, Auli’i estaba jugando con los gemelos, mientras Elizabeth y Aaron apilaban ladrillos. “Estamos haciendo el Menehune“, dijo Elizabeth con una sonrisa. Levanté una ceja interrogante hacia Auli’i. “Es un viejo cuento popular hawaiano sobre gente pequeña que vive en zonas remotas de las islas y se pasa el día construyendo casas y otras estructuras”, dijo, y yo sonreí. Una de las cosas que apreciaba de Auli’i era su disposición a compartir su herencia y su cultura con los gemelos. A Aaron y Elizabeth les encantaba conocer nuevos lugares y gentes, y ampliar su visión del mundo era algo bueno. Los cuatro pasamos la tarde jugando juntos, después de lo cual preparé pasta y atún para cenar para todos. Luego, Auli’i me ayudó con el baño de los gemelos y la rutina para acostarlos, antes de leerles un cuento para que se durmieran. Por último, Auli’i y yo bajamos las escaleras. Mientras ella empezaba a cargar ollas y sartenes en el lavavajillas, le dije: “Puedo hacerlo yo. Vete a casa si quieres”. “¿Estás seguro? Estaré encantada de quedarme por si se despiertan los gemelos”. “Gracias, te lo agradezco. Pero creo que lo tengo todo bajo control”. “Vale. Asegúrese de cuidarse usted también, Sr. Braddock. No pude evitar oír algunas de las cosas de las que hablabais tú y los gemelos, y si Aaron y Elizabeth están luchando contra sus pérdidas pasadas, estoy segura de que tú también. No tienes que abrirte a mí, pero, por favor, habla con alguien sobre ello”. “Gracias, Auli’i. Lo haré y por favor, llámame Antony”, comenté, mientras me encargaba de cargar el lavavajillas. Cuando Auli’i se marchó, me di cuenta de que necesitaba hablar con alguien. El problema era que la persona con la que más deseaba hablar no estaba allí. Se me rompió el corazón cuando me di cuenta de lo mucho que echaba de menos a Erin. 17 ERIN
E ra mi primer día libre real en casi dos semanas, y la
única razón por la que Jackson Raine me dio permiso para ausentarme del trabajo fue para hacerme mi primera ecografía. “Nunca me dijiste que estabas embarazada cuando hablamos del trabajo”, me dijo el día anterior, cuando le había pedido un día libre. “Como no se puede despedir a una persona ni negarle un puesto por razones personales, no lo creí necesario. Te prometo que el embarazo no afectará a mi trabajo, y cuando llegue el momento de coger la baja por maternidad, me aseguraré de encontrar una sustituta adecuada.” “Más te vale. Y para cualquier futura cita con el médico, necesitaré un certificado sanitario, por favor”. Tuve que contenerme para no poner los ojos en blanco. “Por supuesto”, dije lo más educadamente que pude. Aun así, había conseguido tener todo el día libre. Qué bendición. Tratar con Caleb y Carson seguía siendo difícil, a pesar de mis esfuerzos por calmarlos y meterlos en una especie de rutina. Hiciera lo que hiciera, se peleaban, y el señor Raine nunca me apoyaba, sino que esperaba que “controlara” a sus hijos. Era una situación imposible. Mi única esperanza era contar los días que faltaban para marcharme. Por desgracia, aquel día no parecía muy cercano. Ni Rebecca, ni Tina ni yo habíamos encontrado ningún otro puesto de niñera, y yo empezaba a pensar que, para alejarme de la familia Raine, tendría que cambiar de profesión. Sinceramente, en aquel momento, trabajar en un restaurante de comida rápida me parecía más atractivo. Pero no iba a dejar que la familia Raine o mis problemas laborales me arruinaran el día. Iba a ver a mi bebé por primera vez y estaba muy emocionada. Desde niña había soñado con ser madre. Siempre me habían gustado los niños y siempre me había relacionado con ellos. Por eso estudié la carrera de puericultura y empecé a trabajar de niñera. Pero a pesar de la emoción de ver al bebé, también estaba nerviosa. Cómo deseaba que Antony estuviera aquí conmigo, pensé, mientras cruzaba la ciudad en metro hasta el centro de obstetricia y ginecología. Estaba un poco nerviosa, porque era la primera vez que visitaba al obstetra. Cuando aún estaba en los Hamptons, mi médico de cabecera, la Dra. Anders, se ocupaba de todos mis cuidados prenatales. Cuando le dije que me mudaba a Nueva York, me recomendó una comadrona en la ciudad, y elegí la mejor dentro de mi presupuesto. La Dra. Thompson era cara, y me alegré de tener un seguro médico y ahorros a los que recurrir, porque tenía una reputación excelente y estaba segura de estar en las mejores manos posibles. Llegué a su consulta y me registré en recepción. Había otro paciente antes que yo, una pareja que parecía rondar la treintena. Por el vientre redondeado de la mujer, debía de haber entrado en las últimas fases del embarazo, y cuando tomé asiento en la sala de espera, ella y su pareja me sonrieron. Les devolví el gesto, sintiéndome rara por estar sola. Sabía que muchas mujeres acudían solas a las citas prenatales, y nadie sabía por qué yo estaba sola, a pesar de lo cual sentía la ausencia de Antony. Debería haber estado allí. Desde que me había mudado a Nueva York, no había podido dejar de pensar en nuestra “relación” y de preguntarme si siempre había significado más para mí que para él. Sabía, incluso antes de que Antony y yo empezáramos a acostarnos, que no iba a ser fácil por varias razones, pero pensaba que con un poco de tiempo las cosas se arreglarían. Ahora no podía evitar preguntarme si me estaba engañando a mí misma creyendo algo que no era cierto por la desesperación que sentía al querer estar con él. Veía su vacilación a la hora de hablar de nosotros a los gemelos, o a cualquier otra persona, bajo una luz totalmente nueva. Era como si se estuviera escondiendo de mí, manteniendo nuestra relación en secreto. La pregunta a la que no podía responder era: ¿por qué? Si se trataba de una aventura, ¿por qué no se atrevía a ser sincero? ¿O estaba luchando por la pérdida de May? Yo no lo sabía. Nunca se había sincerado conmigo. El hecho de que no me llamara ni intentara ponerse en contacto conmigo desde que me fui me hizo darme cuenta de que mi primera teoría probablemente era correcta. Para él yo había sido simplemente una aventura. Lo que realmente apestaba, pero me alegré de haberlo descubierto en primer lugar. Si le hubiera dicho a Antony sobre mi embarazo, él habría terminado nuestra relación de todos modos. Tal vez incluso me habría despedido. Al menos, de este modo, me había marchado en mis propios términos y había protegido a mi hijo. Odiaba que creciera sin padre, pero seguramente no tener padre sería mejor que tener uno que no lo reconociera. Intenté dejar de pensar en Antony mientras esperaba a que la Dra. Thompson examinara al otro paciente. Finalmente la pareja se marchó y la Dra. Thompson salió de su despacho. Era mayor que la doctora Anders, pero no debía de tener más de cincuenta años, calculé, con el pelo negro recortado y una sonrisa amable. “¿Erin Holland?”, me llamó. “Sí, soy yo”, dije, levantándome y sacando el expediente médico de la Dra. Anders de mi bolso. Seguí a la Dra. Thompson hasta su despacho, donde se acomodó detrás de un gran escritorio de caoba y me invitó a ocupar el sillón de cuero situado frente a ella. Me senté y le entregué mi expediente médico. “Gracias”, dijo ella, examinándolos rápidamente. “¿Y este es su primer embarazo?”. “Así es”. “¿Cómo se encuentra? ¿Algún síntoma inusual?” “Estoy agotada, pero también puede ser por mi trabajo. Soy niñera”. La Dra. Thompson sonrió. “Ah, así que tiene mucha experiencia con niños. Eso le ayudará. Adoro a mis dos hijos, pero son difíciles de manejar. Aparte del cansancio, ¿todo lo demás está bien?”. “Sí, creo que sí. He tenido náuseas matutinas, pero he leído que son normales al principio”. “Así es, y al entrar en el segundo trimestre, deberían remitir. Si no, ven a verme y te recetaré algún medicamento”, dijo, y luego buscó el estetoscopio en el cajón de su escritorio. “Bien, quiero auscultar rápidamente tu corazón y el del bebé, y medirte la tensión arterial. También quiero tomar una muestra de orina y de sangre, para asegurarme de que todo va bien. Luego irás con mi ecografista, May, para que te haga la ecografía. ¿Te parece bien?” Por un momento me quedé estupefacta por el hecho de que mi ecografista se llamara como la difunta esposa de Antony. Qué extraña coincidencia. Cerré los ojos y negué con la cabeza. “Sí, perdón. Está bien. Gracias”. Tanto mis latidos como los del bebé parecían normales, según la doctora, y mis niveles de tensión arterial eran buenos. Esperé pacientemente a que me extrajera cuatro viales de sangre para enviarlos al laboratorio. “Como la ecografía produce mejores resultados cuando la vejiga está llena, te pediré que me traiga una muestra de orina más tarde”, me dijo la doctora Thompson, entregándome un bote de muestras. Me acompañó por el pasillo hasta el despacho de la ecografista y me indicó dónde estaban los aseos. “Hasta luego”, dijo, antes de marcharse. Un momento después, una mujer con una larga melena pelirroja recogida en una trenza y brillantes ojos verdes salió del despacho del ecografista. Me dedicó una sonrisa radiante. “Hola, soy May Bennett. ¿Está lista para su ecografía?” “Por supuesto”, respondí, siguiéndola al interior de la sala. La habitación estaba a oscuras, iluminada por el ecógrafo, que consistía en un monitor y un teclado, y dos sondas. Una era larga y delgada, y la otra se parecía a un escáner de códigos de barras que suele haber en las tiendas. Todo estaba sobre una unidad metálica que supongo contenía el sistema informático que lo procesa todo. Junto al ecógrafo había una mesa de exploración médica, ya cubierta con una capa de papel de seda protector. “Si quiere, puede quitarse los zapatos y subirse a la camilla”, dijo May. “Luego necesito que te levantes la camiseta hasta la base del sujetador y te bajes los pantalones hasta el pubis”. Hice lo que me pedía y, después de acomodarme y descubrirme el vientre, me untó la piel con gel calentito. Cogió la segunda sonda - la que parecía un escáner, pero más redondeada - y empezó a pasarla por mi vientre. Al cabo de un momento, apareció una imagen en el monitor y mi mundo se ralentizó. Allí, en blanco y negro, estaba mi bebé. Podía ver claramente su cabeza y su cuerpo, así como una larga pierna que sobresalía. Sentí que se me caían las lágrimas. Ojalá Antony estuviera allí para verlo. May pulsó algunos botones y giró algunos diales del teclado mientras movía la sonda. Al cabo de unos instantes, se volvió hacia mí con una sonrisa. “Todo tiene el aspecto esperado. A juzgar por el tamaño del bebé, estás embarazada de trece semanas”. Hice cuentas mentalmente y la fecha coincidía perfectamente con la primera vez que Antony y yo nos habíamos acostado. Además, calculando, ¡se suponía que el bebé nacería el día de mi cumpleaños! “¿Quieres una foto?” May me preguntó amablemente. “Me encantaría una. Gracias”. May me dio pañuelos para limpiarme el gel del estómago mientras imprimía una copia de la ecografía. “Bien, ahora tienes que tomar la muestra para la Dra. Thompson y volver a su despacho”, me dijo May mientras me sentaba y me entregaba la imagen de la ecografía. No pude evitar mirarla un momento, absorbiendo todos los detalles de mi bebé, aunque la imagen era en blanco y negro. Metí la foto en el bolso, me puse los zapatos y salí de la ecografía. Después de ir al baño, volví a la consulta de la doctora justo cuando estaba añadiendo una copia de la ecografía a mis notas médicas. “Su ecografía tiene buena pinta. Las medidas están en línea y el bebé tiene todo lo que debería tener en esta fase de desarrollo. ¿Puedo tomarle una muestra de orina, por favor?”. El médico llevó el frasco de plástico a una zona del lavabo. Lo abrió y sumergió en él lo que parecía una tira de papel tornasol. “Estoy analizando si hay indicios de azúcar, proteínas, cetonas, bacterias y células sanguíneas para asegurarme de que no tiene una infección urinaria, diabetes gestacional o preeclampsia”. La Dra. Thompson esperó unos minutos - quizá para que se desarrollaran los resultados - y luego selló el frasco de muestras y lo tiró a la papelera de residuos médicos. “Estos resultados también son todos normales. Está perfectamente sana y el embarazo progresa como debería. ¿Le recetó su anterior médico ácido fólico?”. “Sí, y sigo tomándolo todos los días según lo prescrito”, le contesté. “Estupendo. Si no tiene ninguna pregunta, puede irse. Pero, por favor, no dude en ponerse en contacto conmigo si algo cambia: si tiene dolor o sangrado, o si algo no va bien.” “Lo haré. Gracias”. Cogí mi carpeta y salí del despacho. En el trayecto en metro de vuelta a casa, no podía dejar de mirar la imagen de la ecografía. La anciana que estaba sentada a mi lado me miró y sonrió. “¿Es su primer hijo?”, me preguntó. “Sí. Hoy me han hecho la primera ecografía”. La anciana sonrió. “Todavía recuerdo la mía. Es increíble, ¿verdad? Y la tecnología ha avanzado tanto desde entonces. Mi hija mayor, Alison, está embarazada y no me lo podía creer cuando me enseñó la foto de la ecografía”. “Sí, es realmente increíble. ¿Cuántos hijos tiene?” “Cinco. Está Alison, luego David. Después vinieron las gemelas, Jennifer y Heather. Pensamos que habíamos terminado después de las mellizas, pero cinco años después llegó nuestro bebé sorpresa, James”. “Oh, vaya. ¿Cómo os las arreglasteis con cinco hijos?” La anciana soltó una risita. “Oh, simplemente te las apañas, ¿no?”. “Sí, supongo que sí”. Cuando volví a mi piso, hice una foto de la ecografía y se la envié a Tina. Mi mejor amiga contestó al mensaje menos de cinco minutos después. ¡Dios mío! Qué pequeño y qué mono. Ojalá hubiera podido estar allí. XXX A mí también, pero no pasa nada. XXX, le contesté. Pasé el resto del día descansando, pero no podía dejar de pensar en Antony y los gemelos. Sabía que Isabel y Aarón serían muy felices si supieran que tendrían un hermano, y se me partía el corazón al pensar que mi hijo crecería sin conocer a su padre ni a sus hermanastros. Ojalá las cosas fueran diferentes, pensé con un suspiro, mientras miraba la imagen de la ecografía. 18 A NT O N Y
D esde que ocurrió el episodio en el colegio, los gemelos
empezaron terapia, y pronto quedó claro que ambos tenían problemas de abandono. No era nada sorprendente, dado todo lo que les había ocurrido en sus breves vidas. Junto con el terapeuta, Jason, hablaron del dolor de haber perdido a su madre. Al principio, parecía extraño hablar de May, pero cuanto más tiempo pasaba, más fácil se volvía. Pronto compartí viejas fotos y recuerdos con Elizabeth y Aaron, y visitábamos la tumba con regularidad. Aún tenían mucho dolor que superar, pero al menos, por lo que respecta a su madre, las cosas iban mejorando poco a poco. Quizá porque eran muy jóvenes cuando la perdieron. El asunto de Erin había sido completamente distinto. Había estado en sus vidas desde que tenían nueve meses y, aunque era su niñera, pronto se hizo evidente a través de la terapia que la veían como mucho, mucho más. “¿Y no hay ninguna posibilidad de que vuelva, o de que os reconciliéis?”, preguntó Jason tras una de nuestras sesiones. “Desde luego, puedo ponerme en contacto con ella y ver si estaría dispuesta a venir a visitar a los gemelos o algo así. Pero depende de ella, en realidad, y después de cómo acabaron las cosas…”, me interrumpí. “Sí, quiero hablar contigo de ello, pero obviamente no con Elizabeth y Aaron aquí. ¿Estarías dispuesto a programar algunas sesiones individuales?”. “Si crees que puede ser útil, entonces sí, por supuesto”. “Así es. Creo que podría ayudarte a ser un mejor padre, pero no solamente eso, te ayudará como persona. Tú también tienes que cuidarte, Antony”. “Todo el mundo sigue diciendo eso”, repliqué, pensando en las palabras que Auli’i me había dicho unos días antes. “Eso es porque es importante. No puedes ser un buen padre, ni cocinero, ni ninguna otra cosa, mientras cargues con todo este peso”. Sabiendo que Jason tenía razón, y siendo consciente de que tenía otras personas en las que confiar para cuidar de los gemelos mientras yo estuviera en terapia, concerté una cita con Jason. Cuando salimos de la consulta, llevé a Aaron y a Elizabeth al parque. Siempre intentábamos hacer algo divertido después de las sesiones de terapia, para recompensarles por hablar de sentimientos difíciles. Las cosas con los gemelos no eran lo que eran antes de que Erin se fuera, pero estábamos mejorando. Mientras jugaban, un niño algo mayor se acercó a Aaron y Elizabeth y empezó a ser grosero con ellos. Me sentí en tensión, esperando que Aarón empezara a llorar o que Elizabeth lo atacara. En lugar de eso, mi hija miró fijamente al niño molesto y le dijo: “Déjanos en paz, por favor”. El chico no se fue, sino que empezó a patear el suelo en su dirección, así que Aaron se levantó. Se acercó a él y le dijo: ‘Mi hermana te ha pedido que nos dejes en paz. Si no lo haces, hablaré de ti a mi padre y él se lo dirá a tus padres”. Aaron me miró y yo asentí con la cabeza, asegurándome de que aquel chico tan molesto supiera que yo estaba allí. Al darse cuenta de que se iba a meter en un lío, el chaval se fue a otra zona del patio y dejó solos a los gemelos. Esbocé una pequeña sonrisa de orgullo. Unos días después, fui a mi primera sesión individual con Jason, mientras Auli’i cuidaba de Aaron y Elizabeth. Después, había quedado con Tucker, que acababa de regresar a la ciudad antes de ir a Florida a otra competición, aunque mis otros hermanos y yo nos preguntábamos en secreto si se iba porque se acercaban las vacaciones universitarias y quería estar con todas las jóvenes y atractivas estudiantes que disfrutaban de las playas durante su tiempo libre. Pasara lo que pasara por la cabeza de Tucker, decidí mantenerme fuera de ello. No necesitaba más drama en mi vida. Tras acomodarme en el despacho de Jason, él me miró y me preguntó: “¿Qué pasó realmente entre Erin y tú? Me parece que hay algo más de lo que dijisteis delante de los gemelos”. “Sí, no quería hablar delante de Elizabeth y Aaron, pero Erin y yo nos acostábamos”, confesé. Yendo directamente al grano, Jason preguntó: “¿Era solo sexo? ¿O había algo más?” Su pregunta me desconcertó… Había sido algo más que sexo, al menos para mí, pero no podía expresar con palabras lo que había significado. “En lo que a mí respecta, no fue una aventura, pero quería tomarme las cosas con calma y mantenerlo en secreto”. “¿Por qué?” “No quería dar falsas esperanzas a Aaron y Elizabeth por si las cosas no funcionaban entre Erin y yo. Supongo que tenía razón”. “¿Por qué? ¿Qué ocurrió para que Erin decidiera marcharse y mudarse?”. “Tuvimos una pelea. Había aceptado ir a una cita organizada por uno de mis colegas, y a Erin no le gustó. Fui a casa a disculparme. Me di cuenta de que haber aceptado la cita había sido un error, pero antes de que pudiera decir nada, Erin me dijo que se iba”. Se lo conté todo a Jason. Cómo Erin había apoyado mi insistencia en esperar para decirles a Aaron y Elizabeth que estábamos juntos, pero que no le gustaba que lo hubiera mantenido en secreto ante mis hermanos y compañeros, ni que hubiera permitido que Dale me tendiera una trampa para una cita. También le dije que Erin había dicho que se mudaba porque en su nuevo trabajo le pagaban mejor, y que para ella nuestra relación no era más que una aventura. Jason guardó silencio un rato antes de preguntar: “¿Es posible que Erin mintiera cuando dijo que para ella solo era una aventura?”. Mis ojos se abrieron de par en par. “¿Por qué iba a hacer eso? Jason negó con la cabeza y se rio un poco. “¿No es evidente? Por todo lo que me has contado, creo que le gustabas de verdad. Es evidente que quiere a los gemelos. No parece el tipo de persona que tiene una aventura con su jefe y luego se va cuando las cosas no funcionan. Podría equivocarme, ya que me baso en lo que me has contado, pero para mí las acciones de Erin son las de una mujer que te quería y se sintió rechazada.” “Pero… yo… ¿Por qué no me lo dijo? Dijo que entendía que no se lo dijera enseguida a Aaron y a Elizabeth…”. “Sí, pero no fue solo eso, ¿verdad? Seguías viéndote con otras mujeres y no le contaste a nadie tu relación con Erin. ¿No ves que, desde su punto de vista, eso era rechazo?”. Incliné la cabeza. “La cagué de verdad…”. “Sí, pero no es demasiado tarde para arreglarlo”, dijo Jason, dirigiéndome una pequeña sonrisa. “¿Realmente crees eso? ¿Qué puedo hacer?” “Un buen primer paso sería averiguar por qué aceptaste salir con otras mujeres y por qué eras tan reacio a decirle a la gente que Erin y tú estabais juntos”. “Ya te lo dije, no quería que los gemelos se hicieran ilusiones. Y luego estaba todo el escándalo de Daniel Goldman teniendo una aventura con su secretaria. Me preocupaba lo que pensara la gente”. Jason enarcó una ceja. “¿Pensabas anunciárselo a todo? ¿Por qué no decírselo simplemente a tus hermanos y amigos íntimos? No habrían cotilleado. E incluso si los demás se hubieran enterado, tú y Erin no estabais haciendo nada malo, no como Daniel Goldman. Y eso sigue sin explicar por qué aceptaste una cita de tu colega”. “No conoces a Dale. No acepta un no por respuesta. Habría seguido pidiendo información, y yo no quería que se enterara de lo de Erin y yo”. De nuevo, Jason preguntó: “¿Por qué?”, y de nuevo no se me ocurrió una buena respuesta. Seguro que Dale no iba a ir corriendo a contarle a todo el pueblo que Erin y yo estábamos juntos o algo así. “Creo que hay otra razón por la que nunca quisiste hacer pública tu relación con Erin, y entre ahora y nuestra próxima sesión, quiero que pienses mucho en cuál podría ser esa razón”, dijo Jason. Salí del despacho de Jason pensando en lo que me había dicho, y seguía distraído cuando quedé con Tucker para comer. Mi hermano pequeño estaba de buen humor. Había ganado su concurso en Southampton y estaba deseando ir a Florida. Pero, a pesar de su habitual egoísmo, Tucker me sorprendió diciendo: “¿Cómo están Elizabeth y Aaron? Josh dijo que había habido un pequeño accidente en el colegio. Cuando vuelva de Florida, puedo llevarlos un día a la playa si necesitáis un descanso”. Me emocioné de verdad. Aunque mi hermano era egocéntrico a veces, sabía que quería a sus sobrinos y que haría cualquier cosa por ellos. “Las cosas han ido mejorando desde que empezaron la terapia”, dije, y luego admití. “De hecho, yo mismo empecé a ver al terapeuta. Ha tenido algunas ideas interesantes”. “¿Sí?” Tucker enarcó una ceja. Me sorprendió un poco que mi hermano pequeño estuviera tan dispuesto a hablar de sentimientos y cosas así, pero pensé que a caballo regalado no había que mirarle el diente. Además, me vendrían bien algunas opiniones de alguien ajeno a la situación. “Me dijo que pensara en la verdadera razón por la que no quería hacer pública mi relación con Erin, y por qué estaba dispuesto a que un colega mío me organizara una cita”. “Tiene razón. Nunca fuiste un gran jugador. Os recuerdo a May y a ti juntos: erais la pareja perfecta”. No pude evitar reírme. “Creía que odiabas a May”. “Tío, era un adolescente cuando os juntasteis. Odiaba a todo el mundo. Pero no, May y tú teníais una buena relación. Y sé que perderla fue duro para ti y para los gemelos, pero con Erin podríais haber tenido una segunda oportunidad. ¿Por qué tirarlo todo por la borda?”. De verdad… no sabía por qué. “Háblame de tus planes para cuando estés en Florida”, dije, cambiando rápidamente de tema. Tucker abrió la boca y volvió a cerrarla rápidamente. Frunció el ceño, estudiando mi rostro, pero al verme en silencio sonrió. Aunque, extrañamente, la sonrisa parecía forzada. No tuve ocasión de interrogar a mi hermano antes de que se lanzara a una descripción detallada de sus planes. Hablaba más de las fiestas a las que quería asistir y de los bares que pensaba visitar que de la propia competición de surf, pero eso era Tucker. Solo agradecí tener algo menos intenso en lo que concentrarme y escuché con placer mientras mi hermano hablaba de lo que esperaba hacer en Florida. “Suerte con todo y pórtate bien”, le dije a Tucker mientras cruzábamos el aparcamiento después de comer. “¿No lo hago siempre?”, contestó, apoyándose en su moto con una sonrisa burlona. Negué con la cabeza y entré en el coche. Los problemas seguían a aquel chico allá donde fuera. Cuando llegué a casa, Elizabeth y Aaron estaban jugando alegremente con Auli’i. Sonreí y me uní a ellos para jugar a las serpientes y las escaleras. Auli’i nos preparó la cena y, después de servirla, le dije: “Puedes volver a irte pronto si quieres. Aquí todo está bastante tranquilo”. “¿Estás seguro? Puedo quedarme para ayudarte con la rutina de acostarse si quieres”. “No, gracias, ya me encargo yo. Pero quiero darte las gracias por todo lo que has hecho por nosotros últimamente. Incluso me animaste a hablar con alguien. Me ayudó mucho”. Auli’i me dedicó una sonrisa de oreja a oreja. “Me alegra oírlo, señor… ehm, Antony”. Cuando Auli’i se marchó, Elizabeth, Aaron y yo cenamos un delicioso estofado de ternera hawaiano, picante y rico con salsa de tomate, cebollas, zanahorias y patatas. La ternera estaba perfectamente tierna, y la sirvieron sobre arroz pegajoso para crear una comida reconfortante. Pensé distraídamente que si Auli’i alguna vez quería cambiar de trabajo, sería una excelente aprendiz en la cocina de mi restaurante.
Más tarde, después de que los gemelos se hubieran bañado y
yo les hubiera contado un cuento para dormir, me retiré a mi habitación con una taza de té de vainilla y manzanilla que se suponía que me ayudaría a dormir. Pero aunque me sentía relajado, mi cerebro no se apagaba y seguía pensando en las diversas conversaciones que había sostenido durante el día. Una pregunta dominaba mi mente: ¿por qué había insistido tanto en mantener en secreto mi relación con Erin? Empezaba a darme cuenta de que si hubiera sido más abierto - aunque no estuviera preparado para contárselo a los gemelos, al menos sí para decírselo a mis hermanos y compañeros, y para negarme a salir con otras mujeres - Erin nunca se habría marchado. Era como si me hubiera saboteado a mí mismo y hubiera condenado la relación al fracaso. ¿Por qué?, me pregunté. Por mucho que odiara admitir la respuesta, surgió rápida y fácilmente: porque tenía miedo. Tenía miedo de sentir algo parecido a lo que había sentido por May, por si el destino decidía arrebatarme cruelmente aquella felicidad. Y al darme cuenta de ello, también me di cuenta de que lo que sentía por Erin empezaba a coincidir con mis primeros sentimientos por May. Podría haber sido feliz. Podría haber tenido una segunda oportunidad y la había perdida. 19 ERIN
L a felicidad de ver a mi bebé por primera vez me hizo
compañía durante los días siguientes, pero no tardó en volver a ponerme de mal humor por el comportamiento de Caleb y Carson, y la actitud de Jackson Raine, que se negaba a disciplinar a sus hijos. Llevar a los chicos al colegio por la mañana era casi imposible. Se negaban a comer otra cosa que no fueran caramelos o patatas fritas. Luego no querían ducharse ni vestirse. Después, tenía que sobornarles con la promesa de más caramelos si iban al colegio y se portaban bien durante unas horas. Luego volvía al desván y limpiaba el desastre que habían hecho. Teniendo en cuenta que también ordenaba siempre por las tardes, no entendía cómo dos niños de seis años podían hacer semejante desastre en tan poco tiempo. Había envoltorios de chocolatinas y bolsas de patatas fritas a medio comer en el suelo de su habitación, ropa sucia tirada por todo el cuarto de baño y suciedad arrastrada desde fuera. El trabajo de limpieza era agotador, y aunque mi energía era mejor que en el primer trimestre, no me alcanzaban las horas del día para hacerlo todo. Después de limpiarlo todo - hasta que Carson y Caleb volvieran del colegio para destrozar todo mi trabajo, claro -, tenía que preparar la cena para los chicos y el señor Raine. Jackson insistía en las comidas tradicionales de “carne y verduras”, que por supuesto Caleb y Carson no tocaban. Era difícil encontrar algo que gustara a los tres, y normalmente solo cocinaba algo que sabía que le gustaría al Sr. Raine; los chicos tiraban cualquier cosa al suelo. Sin embargo, mi trabajo nunca terminaba. Mientras la cena se cocía a fuego lento, tenía que recoger los trajes del Sr. Raine de la tintorería y enviarle unos papeles. Apenas tuve tiempo de hacer estas cosas antes de tener que coger el metro para cruzar la ciudad y recoger a Caleb y Carson. Por suerte, su profesora no me llamó aparte para hablarme de su mal comportamiento. Pero eso no significaba que los chicos estuvieran tranquilos. De hecho, estaban tan alborotados que nos pidieron que saliéramos del metro antes de nuestra parada, lo que nos obligó a caminar otras dos manzanas hasta el piso. Naturalmente, Caleb y Carson lo encontraron divertidísimo, y estaban especialmente orgullosos de sí mismos por ser tan malos que nos echaron del metro. Cuando llegamos al piso, dejé que los chicos jugaran fuera, aunque sabía que tendría que limpiarlo todo. Me senté en el sofá y cerré los ojos un momento. Me quedé dormida y me desperté con el sonido de la alarma de incendios, Caleb y Carson corrían gritando y el piso estaba lleno de humo. Maldita sea. Me había olvidado de apagar la cocina y la cena se había quemado. Intentando calmar a los chicos, fui a buscar una escalera para poder apagar la alarma. Mientras intentaba encontrarla, el maldito aparato se disparó. Salí del armario y me encontré a Jackson Raine fulminándome con la mirada. “¿Qué demonios ha pasado?”, preguntó. Antes de que pudiera hablar, Caleb dijo: “Erin se quedó dormida y casi se quema el piso”. “Podrías habernos matado”, se quejó Carson. “Lo siento, fue un instante, no sé qué pasó. Tuvimos que bajarnos del metro una parada antes e ir andando a casa…” “¡Ya basta!” Gritó el señor Raine. Carson y Caleb intercambiaron una sonrisa y salieron corriendo de la habitación. “Te he dado una oportunidad tras otra y sigues demostrando tu incompetencia. Llegué pronto a casa porque el cheque que debías enviar la semana pasada se perdió en el correo, ¡¿y me encuentro con este desastre?!”. “Lo siento, señor, es que… con todas las tareas extra que espera que haga, además de tener que volver a casa andando…” Jackson Raine suelta una mueca. “Estoy harto de sus excusas, señorita Holland, está despedida”. “Pero… yo necesito este trabajo. Estoy segura de que podríamos llegar a un acuerdo. Si además contrataras a un ama de llaves, y hablaras con los chicos sobre su comportamiento, seguro que…” “¡YA BASTA! Estoy harto de tus excusas, de tu incompetencia y de tus sugerencias sobre cómo debo educar a mis hijos. Váyase ahora, señorita Holland, o llamaré a la policía”. Las lágrimas de rabia me quemaban los ojos. Necesitaba ese trabajo desesperadamente. Tan desesperadamente que estaba dispuesta a aguantar cualquier mierda, y no era suficiente. Bueno, al diablo Jackson Raine. Que le jodan a él, a sus horribles hijos y a sus ridículas normas. Cogí mi bolso y mi chaqueta y salí del piso sin decir ni una palabra más. En el trayecto en metro a casa echaba humo de rabia. No podía creer que Jackson Raine me hubiera tratado así, que hubiera permitido que sus hijos se comportaran de esa manera y que aun así tuviera la osadía de despedirme. No tenía ni idea de lo que iba a hacer, pero sabía que iba a hacer lo correcto. Cuando volví a mi apartamento estudio, llamé a los servicios sociales y les conté mi preocupación por Carson y Caleb, sabiendo que si los profesionales no intervenían, el horrible ciclo se repetiría sin fin. Realmente esperaba que las autoridades se implicaran antes de que otra niñera tuviera que pasar por el infierno que yo había vivido. Pero hacer lo correcto no pagaba las facturas. Estaba sin trabajo en aquel momento y solo tenía un par de miles de dólares ahorrados. Estaba embarazada de catorce semanas y las cosas no iban a ser más fáciles. Asustada, llamé a Tina para contarle lo que había pasado. “Ven a casa”, me dijo después de explicar el monstruo que era Jackson Raine. “No puedo Tina. No puedo enfrentarme a Antony. Pronto se empezará a notar la barriga y habrá muchas preguntas embarazosas”. “Haz que pague la pensión alimenticia. Al menos así no estarás tan corta de dinero”. “No puedo… No soportaría su mirada si me dijera que no quiere saber nada de mí ni del niño. Mejor me quedo donde estoy”. “¿Y hacer qué?”, dijo. Me quedé en silencio un momento, intentando pensar en mis opciones. “Podría buscar trabajo en un restaurante de comida rápida”. “Si ya estás agotada, trabajar en un fast-food no mejorará las cosas”. “Vale, conseguiré un trabajo de oficina o algo así”. “¿Sabes cuáles son las habilidades que la mayoría de los lugares requieren para sus secretarias en estos días? ¿Tienes experiencia con ordenadores y gestión de datos?”. Aunque Tina no podía verme, agaché la cabeza. “No”, dije con tristeza. “Pero puedo aprender”. “Seguro que puedes, Erin, pero tienes que ser realista”, dijo Tina con simpatía. “El mercado laboral está loco ahora mismo. Cada trabajo que solicites tendrá cientos, si no miles, de otros solicitantes. Tu mejor opción será optar a otros puestos de niñera”. “No puedo permitirme el lujo de esperar a otro puesto de niñera; mis ahorros no durarán mucho”. “Por eso deberías venir a casa. Puedes quedarte conmigo hasta que te recuperes, y si estás aquí, puedes hacer que Antony pague la pensión alimenticia. ¿No crees que es mejor?” “Déjame pensarlo, ¿vale?”, respondí. Sabía que volver a los Hamptons era probablemente lo mejor, pero el corazón se me volvía a romper cuando pensaba en tener que enfrentarme a Antony. Y la idea de vivir en la misma ciudad con él y los gemelos, criando sola a mi bebé, era más de lo que podía soportar. 20 A NT O N Y
U nos días después, cuando invité a Ryan, Sebastian y
Joshua a cenar, mi conversación con Jason y la verdadera razón por la que había apartado a Erin seguían en mi mente. Los gemelos estaban emocionados por ver a sus tíos, aunque un poco decepcionados porque Alicia y sus hermanos no se habían unido a nosotros. Se habían hecho muy amigos de Evie, la hermana pequeña de Alicia, que era unos seis meses mayor que ellos. Si May siguiera con nosotros, ¿habríamos intentado tener otro hijo?, me preguntaba. Nunca habíamos tenido ocasión de hablar de ello, pero pensar en cómo adoraban los gemelos a Evie me hizo tener la certeza de que algún día les encantaría tener un hermano. Sebastian y Joshua se ofrecieron a leerles a los gemelos un cuento antes de dormir, y oí muchas risitas que venían del dormitorio mientras bajaba las escaleras y entraba en la cocina, donde Ryan estaba cargando el lavavajillas. Me miró, sonrió y dijo: “No te acostumbres”. Yo me reí. “Ni se me ocurriría”. “Solo estoy siendo amable porque me alegra mucho ver que tú y los gemelos habéis vuelto por el buen camino. Nos tenías a todos preocupados, ¿sabes?”. Ryan metió el último plato en el lavavajillas y después nos sentamos en la encimera con una taza de espresso cada uno. Todo va mejor. Jason incluso cree que los gemelos podrían estar listos para volver pronto al colegio. Aunque, por supuesto, quiere seguir viéndolos con regularidad”. “¿Hablar con él está ayudando entonces?”. “Sí, mucho”. Bebí un sorbo de mi expreso, aunque todavía estaba demasiado caliente, para darme un momento para pensar. Sabía que reprimir las cosas era lo que me había llevado a esa situación, pero aun así me costaba abrirme a mi hermano. “Me pidió que pensara por qué nunca le conté a nadie lo de Erin y yo”. “Nos lo contaste a Alicia y a mí”, dijo Ryan. “No, vosotros lo habéis adivinado. Nunca habría dicho nada, y solo se lo conté a Sebastian, Joshua y Tucker porque necesitaba ayuda con los gemelos. Si hubiera podido, lo habría mantenido en secreto para siempre”. Hicimos una pausa mientras Sebastian y Joshua entraban en la cocina. Sebastian sonrió y dijo: “Están profundamente dormidos. No sé de dónde sacaron el cerebro esos chicos, pero desde luego no de ti”. Yo me reí. “No, todo es culpa de May”. Joshua me miró con curiosidad y luego sonrió. “Me alegro de que vuelvas a hablar de ella. Los gemelos dicen que les has hablado de su madre. Creo que eso es bueno”. Preparé a mis hermanos sus tazas de café expreso y se unieron a Ryan y a mí en la cocina. “Es algo bueno. Me siento fatal por haberles ocultado cosas durante tanto tiempo; se merecen saber lo increíble que era May”. “Lo era”, asintió Ryan, y levantó su copa. “Por May, a quien echamos muchísimo de menos”. “Por May“, repetimos todos, chocando nuestras tazas. “Hablar más de May no es lo único que he aprendido con la terapia. Jason me hizo cuestionarme por qué mantuve mi relación con Erin en secreto, y por fin he empezado a entenderlo. Tengo miedo. Tengo miedo de enamorarme de alguien, como hice con May, por si ocurre algo terrible.” Sebastian asintió con complicidad. “Sé que no es lo mismo, pero a veces siento que nunca amaré a nadie como amé a Lana. Sigo pensando en ella todos los días, y han pasado casi cinco años”. “Nunca pensé que me volvería a enamorar después de May, así que ni siquiera me di cuenta cuando el amor se acercó silenciosamente a mí… pero ahora lo entiendo todo, amé a Erin… no, espera… amo a Erin y no hay nada que lamente más que haber dejado que se fuera. Debería haber luchado más”. “Todavía hay tiempo”, dijo Joshua. En lugar de contestar, me volví hacia Ryan. “Estás muy callado. ¿En qué estás pensando? ¿Crees que estoy cometiendo un error?”. Ryan negó con la cabeza. “Sé que antes dije que no creía que Erin fuera adecuada para ti, pero bueno, he tenido tiempo de reconsiderarlo. Y por reconsiderar, me refiero a que Alicia me ayudó a ver las cosas desde otra perspectiva. Me señaló cómo ella y yo hemos cometido errores similares. Este es un problema con todos nosotros como hermanos, somos demasiado parecidos en nuestra terquedad y en nuestra negación a abrirnos sobre nuestros sentimientos.” Joshua y Sebastian rieron incómodos. Tenía razón, pero no creía que ninguno de nosotros estuviera preparado aún para abordar el tema por completo. “Debería haber sido sincero sobre mis sentimientos desde el principio”, admití. “No es demasiado tarde”, volvió a decir Joshua. “Llámala. Dile lo que sientes”. “Sí, la llamaré”. A pesar de lo que les había dicho a mis hermanos, no intenté llamar a Erin de inmediato porque, bueno, era un cobarde. Los gemelos por fin estaban volviendo a la normalidad y Jason había dicho que podían regresar a la escuela. Nuestras sesiones de terapia con él iban bien, al igual que mis sesiones individuales. No quería hacer nada que perturbara la calma que estábamos recuperando. Pero, en el fondo de mi mente, sabía que cuanto más esperara, menos posibilidades tendría de recuperar a Erin. O peor aún, ella podría conocer a alguien. Unos días más tarde, sentí que había recibido una señal de lo Alto cuando, hacia el final del servicio de comidas, uno de los camareros entró en la cocina y dijo que una clienta quería hablar conmigo. Siempre había alguien que quería hablar con el chef, estaba acostumbrado a la situación, así que me dirigí al comedor. Me quedé de piedra cuando vi que la clienta en cuestión era Tina, la amiga de Erin, a la que reconocí de cuando había estado en su casa. “Hola, ¿estás ocupado?”, me preguntó. “El servicio está a punto de terminar, así que puedo dedicarte algo de tiempo. ¿Cuál es el problema?” “Se trata de Erin. Quizá quieras sentarte”. Me dejé caer en la silla frente a Tina, con el corazón latiéndome con fuerza. ¿Qué había pasado? ¿Había llegado demasiado tarde y perdido a Erin para siempre? “¿Qué le pasa? ¿Está bien?” “No te preocupes, no ha tenido un accidente ni nada. Pero sinceramente, no está en un buen momento. Su nuevo jefe la despidió”. “¿Qué? ¿Por qué? Erin es una excelente trabajadora”. “Sí, pero por lo que ella me cuenta, él es un imbécil de primera clase. Y eso no es todo. Se quedó dormida mientras estaba de servicio y se quemó la cena”. Me quedé perplejo. Eso no suena a Erin. Es demasiado responsable para dejar que pase algo así. ¿Qué está pasando? “Está embarazada”, dijo Tina, y sentí un calor que abandonaba mi cuerpo. “¿Embarazada? ¿Cómo? ¿Cuándo?” Tina se rio y sacudió la cabeza. “¿Tú qué crees?” Mis ojos se abrieron de par en par. “Es mío”. “Claro que es tuyo”, dijo Tina cariñosamente. “Erin no es de las que se acuestan con cualquiera”. Cerré los ojos. “Lo sé, por supuesto, pero siempre hemos sido muy cuidadosos”. “No lo suficiente”, dijo Tina. “No se trata de eso. La cuestión es que Erin no está en un buen momento. El gilipollas de Nueva York la despidió aunque en realidad fue culpa suya…”. Alcé una ceja inquisitiva, pero Tina negó con la cabeza. “Ni siquiera eso es importante ahora. Le quedan pocos ahorros y el mercado laboral está fatal. Le he dicho que debería volver, pero tiene demasiado miedo porque cree que no la quieres ni a ella ni al bebé”. El sonido de esas palabras me rompió el corazón. “Por eso se fue, ¿verdad?” “Sí. Le rompiste el corazón, y si no quieres lamentarlo el resto de tu vida, te sugiero que lo arregles. Y rápido”. “Lo haré. Te lo juro. Dame su dirección e iré a verla lo antes posible”. Tina me sonrió satisfecha y sacó un papel del bolso. Deslizándolo por la mesa, vi que se trataba de un complejo de apartamentos en Inwood, Manhattan. “Gracias”, dije. “Pero no lo estropees, ¿vale? Porque te juro que si le haces daño, te cazaré y haré que te arrepientas”. A pesar de que Tina apenas medía metro y medio en comparación con mi metro ochenta, me tomé en serio su amenaza. Prometí lo mismo a cualquiera que hiciera daño a mis hijos, o a mis hermanos, y sabía que Erin y Tina eran prácticamente hermanas. Cuando Tina se fue, volví corriendo a la cocina y ayudé a Dale a limpiar. Mientras cerrábamos la cocina, le dije: “Lo siento mucho, pero tengo que dejarte otra vez. Te juro que es la última vez”. En lugar de enfadarse, Dale puso cara de preocupación. “¿Están bien los gemelos?” “Sí, están bien. La clienta que quería verme era amiga de Erin, y bueno, tengo que encontrarla. Ahora mismo”. Dale sonrió. “¡Ve a buscar a tu mujer, jefe! Yo mantengo el fuerte aquí”. “Gracias, amigo mío. Te lo agradezco de verdad”. Dejando el restaurante en las hábiles manos de Dale, me dirigí al despacho de Ryan para ponerle al día de lo que estaba pasando. Al igual que con Dale, no mencioné el embarazo. Todavía estaba tratando de procesar lo que sentía al respecto. Después de hablar con Ryan, me fui a casa para reservar un vuelo a Nueva York y le pregunté a Auli’i si podía pasar la noche cuidando de los gemelos. Por suerte, como yo tenía que estar en el restaurante al menos hasta la una de la madrugada, no le supuso ningún problema. Esperaba poder llevar a Erin a casa antes de que los gemelos se despertaran a la mañana siguiente. Antes de salir para el aeropuerto, hice una última cosa. Abrí el cajón de mi cama, donde había guardado la pulsera de Tiffany cuando Auli’i se convirtió oficialmente en la nueva niñera de los gemelos, y saqué el joyero. Me lo metí en el bolsillo junto con la cartera y el carné de identidad. Por fin estaba todo listo, volaba de los Hamptons a Nueva York. En ese momento me di cuenta de lo que estaba pasando. Erin estaba embarazada. No tenía ni idea de cuántas semanas estaba. ¿Sabías cuándo se había ido a Nueva York? ¿Se había ido por esa razón? Sinceramente, no la culpaba: la había tratado fatal y debía de tener miedo de mi reacción. Pero una parte de mí todavía estaba dolida porque me lo había ocultado. Sí, yo no había sido abierto y sincero con ella, pero ella tampoco. Ambos teníamos un problema de comunicación en el que tendríamos que trabajar para que nuestra relación funcionara. Y yo realmente deseaba que saliera bien. Más que nada. Ya estaba dispuesto a buscar a Erin, admitir lo equivocado que estaba y rogarle una segunda oportunidad antes de que Tina me hiciera una visita en el restaurante, y saber que Erin estaba embarazada de mí me volvía loco. No podía creer que casi había perdido la oportunidad de volver a ser padre. Casi había perdido mi segunda oportunidad de amar. Una vez que aterricé en el aeropuerto de LaGuardia, por suerte no tenía equipaje que esperar. Ni siquiera había pensado en hacer una maleta para pasar la noche. Lo único que había traído conmigo era la pulsera de Erin. Corrí a pasar por el control de salida y luego salí al aparcamiento para buscar un taxi. Como era de esperar, había algunos esperando a la gente que salía del aeropuerto, así que llamé a uno rápidamente y le di la dirección de Erin. El corazón me latía con fuerza mientras atravesábamos la ciudad y pensaba en lo que debía decir. Busqué el joyero en mi chaqueta y esperé encontrar las palabras adecuadas al ver a Erin. Alguien salía del edificio y me alegré de no tener que llamar al interfono. Una pequeña parte de mí temía que, si lo hacía, Erin no me dejara entrar. Al menos, cara a cara, habría podido disculparme y decirle lo mucho que significaba para mí. Respiré hondo y llamé a la puerta. Nadie respondió. Miré el reloj: eran las tres de la tarde, y como Tina me había dicho que habían despedido a Erin del trabajo, no podía imaginarme dónde más podría estar. Llamé más fuerte y al cabo de un momento la oí gritar: “Vale. Espera, espera. Ya voy“. Disimulé una risita, imaginando que se había quedado dormida en el sofá y que yo la había despertado. Cuando la puerta se abrió un momento después, tenía el pelo revuelto y el pijama, confirmando mi teoría. “¿Antony?”, preguntó frunciendo el ceño. Me miró como tratando de averiguar si todavía estaba soñando. 21 ERIN
M i corazón empezó a latir con fuerza cuando llamaron a
la puerta. Por un momento, asustada, pensé que era Jackson Raine, que había venido a reñirme por haberle denunciado al Servicio de Protección de Menores. Pero por lo que había oído a través de Rebecca, el señor Raine estaba demasiado liado con denuncias de malos tratos y con la custodia de sus hijos como para acosarme. Y aunque lo hubiera hecho, no le habría servido de nada afirmar que era apto para ser padre. Haciendo acopio de fuerzas, grité: “Vale. Espera, espera. Ya voy” y salí a rastras del salón. Esperaba que no fuera nadie importante, porque estaba segura de que tenía un aspecto horrible. Todavía estaba en pijama y con el pelo revuelto. Abrí la puerta y se me paró el corazón. No podía ser verdad. Estaba segura de que era un sueño. “¿Antony?”, dije, boquiabierta como un pez de colores. “¿Puedo entrar?”, preguntó suavemente. “¿Qué haces aquí?”, inquirí, sin intentar moverme de la puerta para permitirle entrar en mi piso. No solo parecía un tugurio, sino que no tenía ni idea de qué hacía él allí. “Prefiero hablar de esto dentro, donde tus vecinos no te oigan”, contestó Antony, mirando hacia el pasillo vacilante. Tenía razón. Las paredes de aquel bloque de apartamentos eran delgadas como el papel, y a menudo podía oír a la pareja de al lado discutiendo, seguida de sexo muy fuerte. Me hice a un lado para dejar entrar a Antony, cerré la puerta tras él y le conduje al salón, donde, inoportunamente, el sofá cama seguía abierto, a pesar de que eran más de las tres de la tarde. “Yo… ehm… deja que limpie un poco”, le dije, cogiendo el edredón. Antony puso su mano sobre la mía. “Erin, no pasa nada. Relájate. No me importa si estabas durmiendo o qué aspecto tiene tu piso. Lo único que me interesa es que estés bien”. Cerré los párpados. “¿Has venido hasta aquí para ver si estoy bien?”, pregunté. Me sonaba absurdo. Hacía semanas que Antony y yo no hablábamos, y la forma en que nos habíamos separado no había sido precisamente amistosa. Entonces lo entendí todo. “Voy a matar a Tina”. Antony se rio. “Hoy ha venido a verme al restaurante y me lo ha contado todo”. “¿Todo?“, dije, con los ojos desorbitados. Me latía el corazón en el pecho y un campo de batalla de emociones estalló en mi interior. Mi primer instinto fue matar a Tina por lo que había hecho. Entonces me di cuenta de las implicaciones de las palabras de Antony, y olvidando toda la sensación de irritación hacia mi amiga, me preocupé por lo que pasaría. ¿Acaso este sueño loco se convertiría en una pesadilla? “¿Por qué no me contaste lo del bebé?” Antony preguntó dulcemente. No parecía enfadado, estaba más triste y decepcionado, y la culpa hizo que mi corazón latiera con fuerza. Agache la cabeza. “Lo siento. Al principio, estaba esperando la semana doce, cuando las cosas pudieran estar más seguras y entonces… bueno, ya sabes lo que pasó…” “¿Estás de más de doce semanas?”, preguntó Antony, con los ojos aún más abiertos. “Estoy casi de catorce semanas. Me hicieron la primera ecografía la semana pasada”, admití, sintiéndome culpable por no haberle dicho nada. Aunque una parte de mí seguía sin estar segura de lo que significaba que él estuviera allí. “¿Está bien el bebé? ¿Tienes una foto?”, añadió Antony, con voz aún suave. “Sí, por supuesto, está aquí”. Me acerqué, metí la mano en el bolso y saqué la foto de la ecografía que había metido en una cartera de plástico para mantenerla a salvo. Se la entregué y añadí: “El bebé está bien. Todo va con normalidad”. Antony se quedó mirando la imagen, con el asombro evidente en sus ojos. No me pasó desapercibido el hecho de que su mano estaba apoyada en la mía. El silencio mientras miraba la foto de nuestro hijo era desgarrador, pero le concedí un momento, era lo menos que podía hacer después de ocultárselo durante tanto tiempo. Por fin Antony me devolvió la foto y yo la metí en mi bolso. “Erin, lo siento mucho”, empezó, y se me apretó el pecho. ¿Por qué lo sentía? Contuve la respiración, esperando lo peor. “Te alejé, y es el mayor error que he cometido”. “¿Qué quieres decir?” comenté, apenas atreviéndome a albergar esperanzas. “Dios, ¿por dónde empiezo? Estoy viendo a un terapeuta…” “¿En serio?” Esta noticia me sorprendió, pero sabía que era algo bueno. Antony me contó los problemas que habían tenido los gemelos, y me sentí fatal por haberles hecho daño en parte al marcharme. Aunque me alegré de que les hubiera llevado a buscar ayuda y a ser más sinceros con sus sentimientos. “Lo siento mucho”, dije, con las lágrimas rodando por mis mejillas. “Dejarlos… dejarte… me rompió el corazón, pero no podía quedarme”. “Creo que lo entiendo”, dijo Antony, cogiéndome las manos. “No te hice sentir exactamente protegida. No me sorprende que sintieras que no tenías más remedio que irte”. “Quería que me pidieras que me quedara”, admití. Por egoísta que fuera, necesitaba que Antony me dijera lo que realmente sentía. Todavía le necesitaba.“Debería haberlo hecho. Debería haberme dado cuenta antes de que te estaba alejando y haber hecho todo lo posible para que te quedaras. Nunca debería haber aceptado ir a aquella cita en la que Dale me tendió una trampa, y debería haber sido más sincero sobre nuestra relación. Pero no lo hice, porque tenía miedo de permitirme sentir algo demasiado profundo por ti. Tenía miedo de que la historia se repitiera”. “¿Qué? ¿Pensaste que si nos juntábamos me perderías como te pasó con May?”. “Sí, exactamente. Me aterrorizaba ser feliz… de enamorarme de ti…” Mis ojos se abrieron de par en par. “¿Qué has dicho?” Antony se rio. “Te amo, Erin. Te quiero y deseo un futuro contigo. Siento haber tenido que perderte para darme cuenta. Sé que tenemos mucho trabajo que hacer para arreglar las cosas entre nosotros. Sé que te hice mucho daño, y que tardarás en volver a confiar en mí, pero creo que podemos hacer que las cosas funcionen. Sé que no merezco esto, pero Erin, te lo ruego, ¿volverás a los Hamptons conmigo? No como niñera de los gemelos, sino como mi novia y madre de mi hijo”. Cuando Antony se metió la mano en el bolsillo y sacó un estuche de joyas Tiffany, el corazón me dio un vuelco. Por un momento me preocupé: era demasiado, demasiado pronto. Aún nos quedaba mucho por hacer. Pero entonces abrió la caja y, para mi alivio, no había un anillo de compromiso como yo hubiera esperado, sino la pulsera que me había regalado en nuestro viaje a Nueva York. Se me llenaron los ojos de lágrimas y asentí con la cabeza. “Sí, seré tu novia y volveré a los Hamptons contigo”. Antony me acarició dulcemente una mejilla y se acercó a mis labios. Me besó lentamente, saboreando cada momento, y las pesadillas de lo que habían sido las últimas semanas se esfumaron. Tenía razón, aún nos quedaba mucho por trabajar, y pensé que cuando volviéramos a los Hamptons, la terapia de pareja sería una buena idea. Pero en aquel momento, lo único en lo que podía concentrarme era en la sensación de sus labios sobre los míos y sus manos que suavemente me sujetaban la cabeza. Las manos de Antony se movieron para acariciarme las mejillas, y luego siguieron bajando por mi cuello, hasta detenerse en mis pechos. Abrió los ojos y preguntó: “¿Está bien?”. “Están un poco sensibles, pero por favor no pares”, murmuré en respuesta. Antony me sonrió, apretando sus labios contra los míos una vez más mientras sus manos seguían explorando mi cuerpo. Me desabrochó la camisa del pijama y, como no llevaba sujetador, mis pechos quedaron libres. Me los apretó suavemente, acariciándome los pezones. “Parecen más grandes”, dijo, y luego sus manos descendieron hasta mis caderas. “Y mira cómo se están rellenando tus curvas. Qué sexy”. Me ruboricé, pero me encantó su atención y la forma en que me recorría con la mirada. Me sentía como una voluptuosa diosa de la fertilidad o algo así. Antony inclinó la cabeza para chuparme y lamerme los pezones, hasta que ambos se pusieron rígidos, y luego su lengua siguió mi cuerpo hasta la cintura de los pantalones del pijama. Me los quitó con cuidado, junto con las bragas, y me tumbó de nuevo en la cama. “Menos mal que tienes el sofá abierto”, dijo, señalando el salón mientras se quitaba la camisa y se desabrochaba los pantalones. Pronto estuvimos los dos desnudos, y tiré de Antony hacia mí, envolviéndole con mis brazos y piernas para que pudiéramos encontrarnos más cerca el uno del otro. “Te he echado mucho de menos”, admití. “Yo también”, respondió Antony, y empezó a besarme de nuevo. Besó cada centímetro de mi cuerpo, prestando más atención a mi cuello y mis pechos, pero sin dejar ninguna parte de mí sin tocar por su boca, como si sus labios estuvieran registrando mi figura. Me relajé cuando su lengua recorrió mis muslos, y Antony se detuvo en el vértice. “¿Puedo?”, preguntó. “¡Oh Dios, por favor, sí!”, respondí sin aliento. Antony inclinó la cabeza, pasando la lengua desde mi clítoris hasta mi abertura, y luego de vuelta. Se colocó en posición, me agarró las rodillas con las manos y se llevó el clítoris a la boca. Su lengua se arremolinó alrededor del sensible punto y mis caderas empezaron a agitarse. Antony no cesó, pasando de chupar a lamer, hasta que jadeé y mi espalda se arqueó. Cuando mi orgasmo estaba a punto de alcanzar el clímax, Antony se apartó para introducir dos dedos en mi interior y los enroscó contra mi punto G. “¡Oh, Dios!”, grité mientras un orgasmo sacudía mi cuerpo. Antony tuvo tiempo de recuperar el aliento antes de colocarse a horcajadas sobre mí y su polla se deslizó hasta llenarme por completo. Abrí los ojos y vi a Antony mirándome con adoración. “Te amo”, dijo acariciándome el pelo con los dedos. “Yo también te amo”, respondí, rodeando su cintura con mis piernas. Sin romper el contacto visual, Antony aumentó su ritmo y sentí que mi orgasmo llegaba de nuevo. Sus movimientos aumentaron y continuó empujando dentro de mí. Mi segundo orgasmo llegó al mismo tiempo que el suyo. Después acercó mi cuerpo al suyo y me rodeó con sus brazos mientras me acariciaba el cuello. “Jamás te perderé”, susurró contra mi piel. 22 A NT O N Y
Q uería quedarme para siempre en la cama con Erin, pero
era consciente de que tenía mucho que hacer. Quería llegar a casa lo antes posible, para que los gemelos aún estuvieran despiertos y Erin y yo pudiéramos decirles, por fin, que estábamos juntos. También tendríamos que organizar la mudanza de Erin desde Nueva York y terminar su contrato de alquiler. “Por mucho que odie admitirlo, es probable que debamos mudarnos”, dije, alejándome de ella. “Sí, tienes razón. Ojalá pudiéramos quedarnos en la cama para siempre, pero tenemos que volver a por los gemelos. ¿Quién cuida de ellos?” Sentí una punzada de culpabilidad al admitir: “He contratado a una nueva niñera. Supongo que también será mejor que hablemos de eso. No me parece bien despedirla”. “No, en absoluto. Sé lo difíciles que son las cosas y, sinceramente, con el cansancio que me produce el embarazo, me vendría bien un par de manos más.” “De acuerdo, lo discutiremos con Auli’i cuando volvamos. Luego hay que ocuparse de este lugar. Si quieres, puedo poner fin a tu contrato de alquiler”. Los ojos de Erin se abrieron de par en par. “Maldita sea, ni siquiera había pensado en eso. Luego está el envío de mis cosas, aunque no he traído muchas. La mayoría está en el almacén”. “No te preocupes, nos ocuparemos de todo. Empaca lo que te baste para unos días. Lo demás lo arreglaremos cuando lleguemos a casa”. Erin sonrió. “Casa. Me gusta cómo suena eso, pero ¿estás seguro de que no vamos demasiado deprisa? Siempre podría alquilar una habitación en algún sitio o irme a vivir con Tina una temporada”. “¿Qué te gustaría hacer? Por lo que a mí respecta, no te dejaría marchar ni un segundo, pero si necesitas más tiempo, lo comprendo”. “Sinceramente, odio la idea de no despertarme contigo y sin los gemelos todos los días”. No pude ocultar una sonrisa de oreja a oreja. “Entonces múdate conmigo”. La sonrisa de Erin igualó la mía y dijo: “Me encantaría”. Ella dijo que lo mejor sería ducharse por turnos, diciendo que yo la distraería. Me dejó ir primero y, mientras estaba dentro, preparó ropa suficiente para los dos días siguientes. Luego, mientras ella se duchaba, reservé nuestros vuelos de vuelta a los Hamptons, e hice una llamada rápida a Auli’i para comunicarle que Erin volvía conmigo. “Tengo miedo de que los gemelos no se alegren de verme”, dijo Erin mientras volábamos de vuelta a los Hamptons. “No te preocupes, te han echado mucho de menos. Se alegrarán de verte de vuelta en casa”. “Sí, ¿pero se alegrarán de que estemos juntos y vayamos a tener un bebé?”. Cogí la mano de Erin entre las mías y la apreté suavemente. “Claro que se alegrarán. Te quieren, Erin”. “Espero que me perdonen por haberme ido”, dijo, con una clara preocupación en su voz. “Lo harán. Sus sesiones con Jason les están ayudando mucho a hablar de sus sentimientos”. Erin sonrió. “Tendré que darle las gracias a Jason. Parece que ha tenido un efecto positivo en todos vosotros. De hecho, estaba pensando que también deberíamos preguntarle por una terapia de pareja”. “Estoy de acuerdo. No quiero que ninguno de los dos cometamos los mismos errores. Quizá si hubiéramos sido más sinceros sobre nuestros sentimientos al principio, nada de esto habría ocurrido.” “Es verdad, pero ahora está bien”, dijo Erin, entrelazando sus dedos con los míos.
A medida que nos aproximábamos a casa, yo también empecé
a sentirme nervioso. Sabía que los gemelos se alegrarían de ver a Erin, pero aún tenían mucho que digerir, sobre todo después de contarles lo del embarazo. Además, había que tratar con Auli’i. Desde luego, no tenía nada en contra de la sugerencia de Erin de que siguiera siendo la niñera de los gemelos, y sabía que sería útil tener un par de manos más cuando llegara el bebé. Pero, hasta entonces, no sabía exactamente cuánto trabajo habría para ella. Se me ocurrió otra idea: la invitaría como aprendiz al restaurante, si le interesaba. Cuando llegamos a la puerta principal, Erin se detuvo a unos metros de ella. “Deberías entrar primero y hablar con ellos”, dijo. “Si eso es lo que quieres, lo haré, pero estoy seguro de que estarán encantados de verte”. Entonces me di cuenta de que no estaba tan convencida como yo, así que entré en casa mientras ella esperaba fuera. Los gemelos estaban terminando de cenar cuando entré en la cocina y se bajaron de la mesa de un salto al verme. “¡Papá!”, chilló Elizabeth, echándome los brazos al cuello. “Creíamos que no volverías hasta mañana. ¿Está todo bien?”, preguntó Aaron, abrazándome también. “Más que bien”, le dije con una sonrisa. “Os he traído una sorpresa… está afuera”. Antes de que pudiera levantarme, los gemelos corrieron de mis brazos y salieron del piso. Dirigí una sonrisa tranquilizadora a Auli’i antes de oír gritos de alegría. Salí y encontré a los gemelos abrazados a Erin, los tres llorando. Me uní a ellos y abracé a mi familia. “¡Has vuelto!“, dijo Aarón, emocionado. “Siento haberme ido”, respondió Erin, apartándole el pelo de la cara. “No pasa nada, lo entendemos. Papá dijo que necesitabas dinero”, contestó Elizabeth, buscándole la cara. Erin suspiró. “Lo siento, pero os dije una mentira”. Elizabeth y Aaron parecían confusos. “¿Qué quieres decir?”, preguntó Aarón. “Vamos dentro y os lo contaré todo”, dijo Erin, levantándose y cogiendo las manos de los gemelos. Entraron todos juntos en la cocina, donde Auli’i estaba preparando el lavavajillas. Ella se quedó paralizada, con los ojos muy abiertos. “Entonces me iré”. “No, quédate, por favor. No estoy aquí para arrebatarte el trabajo, así que, por favor, no te preocupes”, dijo Erin con dulzura. Auli’i me miró de manera incrédula. “¿Quieres acompañarnos mientras se lo explico todo a los gemelos?”, dije. “¿Seguro? Lo entiendo si es algo privado”. “Estoy seguro. Quiero que formes parte de esto, Auli’i. Estuviste ahí para mí y para los gemelos cuando te necesitamos. Nunca te rendiste, por difíciles que fueran las cosas. No olvido lealtades como esa”, dije, y luego le hice un gesto para que entrara en la sala de estar. Erin tomó asiento en el sofá con los gemelos, y Auli’i y yo nos sentamos en los sillones a ambos lados de la sala, frente a los demás. “Es culpa mía que Erin se haya ido”, dije. Erin y yo les dijimos a los gemelos que estábamos “saliendo”, pero que yo había hecho algo malo y Erin se había enfadado tanto que se había marchado. “Hablar con Jason me hizo darme cuenta de lo estúpido que había sido, así que volé a Nueva York, pedí perdón a Erin y le supliqué que volviera a casa conmigo”. Aaron sonrió. “¡Es como un cuento de hadas, y tú eres el valiente caballero que salvó a la princesa!”. “No exactamente, pero tuve mi final feliz”, dijo Erin y me sonrió. “Eso no es todo lo que tenemos que contarte. Antes de irnos, cuando papá y yo aún éramos ‘novios’, hicimos un bebé”. “¿Qué? ¿Dónde está?”, preguntó Elizabeth, mirando a su alrededor como si Erin tuviera uno escondido en el bolso o algo así. Al otro lado de la habitación, Auli’i se rio. “Está en mi vientre, creciendo. Pero tengo una foto por si queréis ver”. Antes de que los gemelos pudieran responder, Erin introdujo una mano en el bolso y sacó la foto de la ecografía. Se la dio a los gemelos, que se la pasaron de un lado a otro, mirándola con los ojos muy abiertos. “No parece un bebé”, dijo Elizabeth. “Parece un mono”, se rio Aarón. “Eso es porque aún no ha terminado de crecer. Tiene que quedarse allí otros seis meses; no nacerá hasta mi cumpleaños”. “¿Así que tu bebé recibirá tus regalos de cumpleaños?”, preguntó Aarón. “No, le daremos al bebé sus regalos”, dijo Erin. “¿Cómo se llama el bebé?”, preguntó Elizabeth. “Papá y yo aún no lo hemos hablado. Dentro de unos meses, cuando me hagan otra ecografía, puede que el médico nos diga si es niño o niña. Entonces elegiremos un nombre”. “Llamémosla Diana, como la Mujer Maravilla”, sugirió Elizabeth. “No, será niño y le pondremos Hans, como Hans Christian Anderson”. “Esperemos a saber si es niño o niña antes de hablar de nombres”, dije, tratando de impedir que los gemelos se dejaran llevar. “¿Erin seguirá siendo nuestra niñera aunque sea tu novia y vayas a tener un bebé?”, preguntó Elizabeth. “No quiero que Auli’i se vaya”, añadió Aaron. “Ninguno de nosotros quiere eso”, dije con firmeza, y luego volví mi atención hacia Auli’i. “Quiero que te quedes y ayudes a Erin con los gemelos y el bebé cuando llegue, si te parece bien. Pero con el regreso de Erin, cuidar de los gemelos no será un trabajo a tiempo completo, así que tengo otra oferta si te interesa. Creo que eres una excelente cocinera y que podrías desarrollarte en nuestro restaurante. Me gustaría ofrecerte un puesto de aprendiz”. Los ojos de Auli’i se abrieron de par en par. “Gracias, señor Braddock. No sé qué decir”. “No tienes que decir nada todavía. Tómate tu tiempo y piénsalo”. Después de todas las noticias, le pedí a Auli’i que se quedara a bañar a los gemelos, para que Erin pudiera deshacer las maletas e instalarse, y yo pudiera llamar a mis hermanos y a Dale para ponerlos al corriente. Luego, Erin y yo les contamos un cuento a los gemelos para que se durmieran. “Puedes tomarte unos días libres - pagados íntegramente, por supuesto - para relajarte después de todo tu duro trabajo, y pensar en mi oferta”, le dije a Auli’i más tarde, mientras ella, Erin y yo estábamos en la cocina. “Y, por favor, no pienses que quiero que te vayas”, añadió Erin. “Por todo lo que me ha contado Antony, eres una niñera maravillosa, y desde luego no me molestaría contar con ayuda extra. Pero, por favor, haz lo que creas que es mejor para tu futuro”. “Gracias, señora Bradd…”. Auli’i empezó, pero se detuvo y se tapó la boca con la mano. Mis ojos y los de Erin se abrieron de par en par, y ella dijo rápidamente: “Llámame Erin, por favor”. Cuando Auli’i se marchó, estreché a Erin entre mis brazos y acerqué mis labios a los suyos. “Bienvenida a casa”. 23 ERIN
N o tardé mucho en volver a casa. Me resultaba extraño
llamar así aquel lugar. Pero sabía que era donde debía estar, con Aaron, Elizabeth y Antony. Tras unos días de reflexión, Auli’i decidió aceptar el aprendizaje en el restaurante, diciendo que quería a Aaron y a Elizabeth, pero que ser niñera no era su pasión, que lo hacía para ganar dinero, y que siempre había soñado con ser cocinera. Antony preparó los papeles y, tras terminar la semana con los gemelos - en parte para despedirme y en parte para que yo pudiera volver a Nueva York y empaquetar mi piso -, Auli’i se trasladó al restaurante. Pasé un día en Nueva York, asegurándome de que todo estaba empaquetado y el piso limpio, y luego llamé a Rebecca para comunicarle que me mudaba de nuevo a los Hamptons y me tomaba un descanso como niñera. Estaba ocupada con Aaron y Elizabeth, y las cosas iban a ponerse aún más atareadas con la llegada del bebé. Iba a tomarme tiempo para disfrutar de mi familia. Mientras Rebecca y yo charlábamos, me contó que Jackson Raine había pagado mucho dinero para asegurarse de que sus hijos no fueran colocados en hogares de acogida. Los Servicios de Protección de Menores habían insistido en que le ayudara a disciplinar a Caleb y Carson y a asegurarse de que seguían una dieta equilibrada desde el punto de vista nutricional. Seguía buscando niñera - habiendo espantado a todas las posibles empleadas en mil kilómetros a la redonda -, pero la situación iba mejorando poco a poco. Saber que mi breve estancia con la familia Raine había ayudado de alguna manera me sacó una sonrisa. Cuando todo se arregló, todos volvimos a la rutina habitual, Antony insistió en cenar con sus hermanos - a excepción de Tucker, que seguía en una competición de surf en Florida -, entre ellos Alicia, y sus hermanos pequeños. Fue un espectáculo ver a Aaron y Elizabeth jugando con la hermana de Alicia, Evie, de cuatro años, y a los hermanos de Alicia, Tommy y Billy, dando patadas a una pelota en el patio con Sebastian y Joshua. Estaba un poco nerviosa por “conocer” a todos los Braddock como novia de Antony, no como niñera de sus hijos. Ya había conocido a los hermanos de Antony, por supuesto, y también había hablado con Alicia un par de veces, pero siempre a título profesional. Este era un territorio nuevo para mí. Además, Antony quería hablarles del niño, cosa que yo apoyaba plenamente. No iba a guardarme nada para mí por más tiempo, pero entonces pensé que Alicia también estaba embarazada y que estaría genial tener otra futura madre con la que hablar. Cuando terminamos de comer, Antony levantó la copa. “Tengo un anuncio”. Por el rabillo del ojo vi que Alicia y Ryan intercambiaban una mirada. “Erin y yo vamos a tener un bebé”. “Enhorabuena”, dijeron Sebastian y Joshua. “Sí, enhorabuena”, añadió Ryan. “Pero eso significa que le debo cincuenta pavos a Alicia”. “¿Cómo lo sabías?”, pregunté sintiéndome ahora más divertida que molesta de que lo hubieran averiguado. “Estás realmente resplandeciente”, contestó Alicia con una sonrisa. “Gracias. Tú también”, respondí. Alicia ya tenía una barriga prominente, pues su embarazo estaba más avanzado que el mío. Su pequeña estatura hacía que su barriga fuera aún más prominente, y en secreto sentí un poco de envidia. Me moría de ganas de que empezara a notarme a mí también. Ryan sacó un whisky añejo para brindar por su nuevo sobrino o sobrina, y los cuatro hermanos Braddock levantaron sus copas mientras Alicia y yo hablábamos de nuestros embarazos. Me alegró saber que no era la única que había experimentado extraños antojos de comida y sueños vívidos desde que se quedó embarazada. El resto de la velada transcurrió en un torbellino de charlas sobre bebés, hasta que los gemelos y Evie empezaron a inquietarse y quedó claro que se acercaba la hora de acostarse. Cuando todos se fueron, Antony y yo bañamos a los gemelos y luego les contamos un cuento para dormir. Aquella noche eligió a Elizabeth y, como su última obsesión eran los superhéroes de cómic, leímos Las aventuras de Wonder Woman.
Al día siguiente, mientras los gemelos estaban en el colegio,
me encontré con Tina en nuestra cafetería favorita durante su hora del almuerzo. “No sé si darte las gracias o atragantarme contigo”, le dije, mientras nos sentábamos con nuestros batidos. “Dame las gracias. Mira qué contenta estás”, respondió Tina con una sonrisa pícara. “Tienes razón”, coincidí. “Y, por todo lo que Antony me ha contado desde entonces, había decidido seguirme la pista de todos modos; tú simplemente aceleraste el proceso”. “Me alegro de que lo hayáis solucionado. Estaba muy preocupada”. “Lo sé, y te agradezco que te preocuparas por mí. Me sentí bien al volver a un lugar familiar, con la gente que me quería a mi alrededor y sin preocupaciones por mi trabajo. Ni siquiera me importó recibir algunas miradas curiosas del par de ancianas de la mesa de al lado. No sabía exactamente qué habían oído sobre mi relación con Antony y, sinceramente, no me importaba. No estábamos haciendo nada malo, así que dejamos hablar a los entrometidos. Al principio fue un poco extraño, recoger a los gemelos del colegio no como niñera, sino como acompañante de su padre. Antony se aseguró de que los datos de Elizabeth y Aaron estuvieran actualizados, y el colegio sabía que debía ponerse en contacto conmigo primero, por si ocurría algo, mientras Antony estaba en el trabajo. De camino a casa, pasamos por delante del restaurante. Sinceramente, tenía curiosidad por saber cómo le iba a Auli’i. En los pocos días que habíamos pasado juntas cuidando de Aaron y Elizabeth, aquella mujer me había caído realmente bien. Me hacía sentir un poco menos culpable saber que mi familia había estado en tan buenas manos mientras yo estaba en Nueva York, pero, ahora que era aprendiz de cocinera, me entristecía no contar con su apoyo con la llegada del bebé. Solo después de probar la cocina de Auli’i me di cuenta de que estaba realmente desaprovechada como niñera. ¡Cualquiera en el mundo debería haber probado sus recetas! Dale me saludó amablemente, e incluso se disculpó por haber intentado concertar tantas citas con Antony. “No pasa nada”, le aseguré, “no sabías que estábamos saliendo”. Auli’i dijo que su primera semana estaba yendo bien, que ya estaba aprendiendo mucho de Antony y Dale, y nos envió a mí y a los gemelos a casa con un poco de su estofado de ternera hawaiano para cenar.
Antony llegó tarde del restaurante - eran casi las dos de la
madrugada, debido a una mesa de última hora de veinte personas que no habían pensado en reservar con antelación - y yo me acosté mucho antes de que volviera. Fui vagamente consciente de su presencia mientras se desvestía para ir a la cama, y entonces sentí su confortante calor a mi lado. Me acurruqué contra él mientras me estrechaba entre sus brazos. “Te he echado de menos”, murmuró en mi cuello. Yo me reí. “Solo han pasado unas horas”. “Sí, y yo te he echado de menos”. Sus labios descendieron sobre los míos, y luego sus manos serpentearon por mi cuerpo bajo el camisón para demostrarme, por si acaso, cuánto me había echado de menos de verdad. 24 A NT O N Y
D espués de poner orden en casa, me propuse volver a
hacer terapia con Jason. Los gemelos habían mejorado mucho, pero no quería que volvieran a caer en los viejos malos hábitos de no compartir sus sentimientos. Además, sabía que después de que naciera el bebé sentirían celos. “¿Qué te parece tener un hermanito o hermanita?”, preguntó Jason cuando le dimos la noticia. “Estoy entusiasmado. Estoy impaciente por tener a alguien más con quien jugar”, dijo inmediatamente Aaron, con una sonrisa en la cara. Sin embargo, Elizabeth no respondió con el mismo entusiasmo que su gemelo. “¿Y tú, Elizabeth?”, dijo Jason en voz baja. Mi hija nos miró vacilante. “No pasa nada, cuéntanos cómo te sientes”, la animé. “¿Querrás al nuevo bebé más que a Aaron y a mí?”, preguntó con el labio tembloroso. “¿Qué? No, nunca. Lo bueno de ser padre es que tu corazón está lleno de un amor infinito, así que no importa cuántos hijos tenga, los querré a todos por igual”, dije. “¿Y Erin? Ella no es nuestra mamá, pero será la del nuevo hermanito o hermanita…”. “Elizabeth, cariño”, dijo Erin, levantándose de su asiento y sentándose frente a Elizabeth. Cogió las manos de mi hija entre las suyas y la miró profundamente a los ojos. “Os quiero a las dos con todo mi corazón. Incluso antes de que vuestro padre y yo nos juntáramos y tuviéramos un hijo, os quería a las dos. Nada puede cambiar eso”. “Pero ya te fuiste una vez”, dijo Aaron en voz baja. “Lo sé, y lo siento. Es lo que más lamento, y te prometo que, pase lo que pase en el futuro, nunca volveré a dejarte.” “¿Incluso si papá volviera a ponerte triste?”, preguntó Elizabeth. “Aunque papá volviera a entristecerme. Pero él y yo hacemos una promesa: haremos que Jason nos ayude a hablar de nuestros sentimientos, para que nunca volvamos a entristecernos el uno al otro”. Terminamos la sesión con los consejos de Jason sobre cómo hacer que los gemelos se sintieran queridos y seguros en los próximos meses, durante el embarazo y cuando llegara el bebé. Cuando nos fuimos, Antony reservó una sesión de pareja para la semana entrante. Tras salir de la consulta de Jason, llevamos a los gemelos al parque y luego a tomar un helado para que hablaran de sus sentimientos. “Lo que dijo Elizabeth me hizo pensar. No creo que nada pueda ser más duro que lo que acabamos de superar juntos…”. Entrelacé mis dedos con los de Erin. “Haré todo lo que esté en mi mano para que eso no ocurra”. “Lo sé, y yo también lo haré. Pero, bueno, nunca se sabe lo que puede pasar. Quiero asegurarme, si algo sale mal, de que siempre formaré parte de la vida de los gemelos. Quiero que crezcan conociendo a su hermano o hermana”. “Yo también quiero eso. Podemos hablarlo la semana que viene con Jason y luego me pondré en contacto con mi abogado”. “Gracias. Me gustaría”. Levanté nuestras manos unidas y besé los nudillos de Erin, una promesa tácita de que ahora que tenía esta segunda oportunidad, no cometería los mismos errores.
La semana siguiente volvimos con Jason, pero sin los gemelos.
“Me alegré mucho cuando reservaste las sesiones de pareja conmigo”, dijo Jason, mientras todos nos instalábamos. “Ayudó mucho a Antony y a los gemelos, y sé que puede ayudar a los dos antes de que llegue el bebé”. Erin sonrió. “Ese es el plan. Y quería darte las gracias por hacer que Antony se fijara realmente en sus sentimientos”. “Él hizo todo el trabajo duro”, dijo Jason. “Yo solo le di un empujón”. “De todos modos, no creo que estuviéramos aquí sin tu ayuda”, dije. “Todo forma parte del servicio”, dijo Jason. “¿Habéis hablado de todo?” “Más o menos”. Puse a Jason al corriente de lo que habíamos hablado en Nueva York. “Es una buena base. Creo que os ayudaría estar de acuerdo en que cometisteis errores la primera vez, pero que no guardaréis rencor ahora que tenéis esta segunda oportunidad.” “Estoy de acuerdo”, dijo Erin, lanzando una mirada en mi dirección. “El pasado está perdonado y tenemos un nuevo comienzo”. “Me alegra oírlo”, dijo Jason. “Lo importante es que siempre seáis sinceros el uno con el otro. No siempre será fácil al principio, pero a la larga, ser sincero fortalece las relaciones.” “Estoy de acuerdo”, dije, antes de añadir: “Hay algo más de lo que queríamos hablar. Después de la última sesión con los gemelos, Erin expresó su deseo de asegurarse de que, pase lo que pase entre nosotros, ella siempre esté en la vida de Aaron y Elizabeth”. “Una idea excelente. De hecho, iba a sugerir lo mismo. La estabilidad es vital para ellos, sobre todo cuando llegue el bebé. Necesitan sentirse seguros y saber que los dos seguís queriéndolos incondicionalmente”. “Claro”, dijo Erin. “Eso es todo lo que quiero, que Elizabeth y Aaron sepan que los quiero incondicionalmente. Puede que no sean mis hijos de sangre, pero siguen siendo mis hijos”. Sonrió. “Llamaré a mi abogado lo antes posible”.
Más tarde aquella noche, cuando los gemelos se fueron a la
cama y Erin y yo estábamos acurrucados en el sofá, no podía dejar de pensar en lo que Jason había dicho sobre la estabilidad y que los gemelos se sintieran seguros y supieran que los queríamos incondicionalmente. Sabía que era vital después de todo lo que habíamos pasado, y por eso apoyaba plenamente la idea de que Erin los adoptara. Pero no bastaba. Al menos, no para mí. No quería sentir que no solo los gemelos estaban protegidos. Después del lío que había montado con Erin, no quería dejarle ninguna duda de que la quería y me comprometería con ella para siempre. 25 ERIN
D urante los dos meses siguientes, todo siguió muy
tranquilamente. Las sesiones de terapia iban bien para todos, y nuestra relación iba cada vez mejor. Aaron y Elizabeth estaban aprendiendo mucho sobre cómo expresar y gestionar sus emociones, mientras que Antony estaba superando el dolor y el miedo que le había dejado la muerte de May. Yo aprendí a ser más abierta con mis sentimientos, a comunicarle a Antony cuando estaba disgustada por algo que él había dicho o hecho, en lugar de reprimirme y esperar que él supiera mágicamente lo que me pasaba. El embarazo continuó bien, y mi barriga empezó a llenarse y redondearse poco a poco. Aunque Alicia me había advertido de que me sentiría incómoda a medida que creciera, en realidad me alegré de tener que comprar ropa premamá. Mientras los gemelos estaban en el colegio, me dediqué a reorganizar la casa, a trasladar algunas cosas que tenía guardadas y a vaciar lo que antes era la habitación de invitados para poder utilizarla como dormitorio. Todavía teníamos una habitación extra, por si Aaron o Elizabeth querían su propio espacio, pero de momento seguían estando más que contentos de compartir. Cada vez más gente empezó a fijarse en mi barriga, y algunas ancianas me preguntaban cuándo nacería el niño. A nadie le importaba que Antony y yo estuviéramos juntos, y los únicos comentarios que recibíamos eran de personas que se alegraban de que le hubiera dado una segunda oportunidad de ser feliz. Me puse un poco nerviosa cuando Antony me dijo que se lo contaría a los padres de May cuando llamaran, desde su crucero por el mundo. En aquel momento estaban en Egipto y él también quería contarles lo del bebé. Sabía que era lo correcto, ya que Aaron y Elizabeth no se quedarían callados, pero aun así no pude evitar preocuparme. Al fin y al cabo, eran los padres de May y no quería que nadie pensara que intentaba sustituirla. Una tarde, cuando Antony no estaba trabajando, nos reunimos todos alrededor del ordenador para ver a Peter y Mary Riley. Antes de que los gemelos pudieran soltar la noticia del bebé, Antony me presentó. “Os acordáis de Erin, ¿verdad?”. Peter y Mary intercambiaron una mirada. “¿Tu antigua niñera? Pero yo creía que se había mudado a Nueva York”, dijo Peter. “Lo hizo, pero le pedí que volviera… y se mudara conmigo como mi novia”. “¿Estáis saliendo?”, dijo Mary, incapaz de ocultar su expresión de asombro. “Sí. Nadie podrá reemplazar a May, pero quiero mucho a Erin”. “Antony, nos alegramos de que sigas adelante con tu vida, pero…” “Sr. y Sra. Riley, si me permiten, entiendo que probablemente estén preocupados porque me fui. Sé que fue difícil para los gemelos, pero Antony y yo lo hablamos, y los cuatro estamos en terapia. Elizabeth y Aaron saben que no volveré a abandonarlos”. “Bien”, dijo Mary, mirándome fijamente a través de la cámara. “No quiero que mis nietos tengan que pasar por más dolor y pérdidas”. “Tienen mi palabra de que nunca haré nada que les haga daño intencionadamente”, prometí a los Riley. “Entonces tienes nuestra bendición”, dijo Mary, y nos ofreció una dulce sonrisa. “Hay algo más que tenemos que deciros”, añadió Antony, antes de que los gemelos pudieran intervenir. “Erin y yo vamos a tener un hijo juntos”. Una vez más, Peter y Mary intercambiaron una mirada, y esta vez fue Peter quien habló. “Felicidades. Seguro que Elizabeth y Aaron estarán encantados de tener un nuevo hermano”. “¡Lo estamos, abuelo!”, dijo Aaron y empezó a hablar del bebé. Elizabeth se unió a él, y pude ver una mirada de felicidad en los ojos de Mary por los gemelos mientras sus preocupaciones por que Antony y yo estuviéramos juntos se desvanecían. Después de que se cansaran de contarles a sus abuelos todo lo que había pasado desde que los Riley se fueron de crucero, Aaron y Elizabeth escucharon con la respiración contenida cómo Peter y Mary les contaban todos los lugares maravillosos que habían visitado. Ya teníamos una serie de postales pegadas en la nevera, y Peter prometió enviarnos también fotos por correo electrónico. Cuando terminamos la videollamada, Elizabeth y Aaron quisieron comprobar inmediatamente las fotos enviadas. Estaban sentados, mirando todos los lugares increíbles que habían visitado sus abuelos, y yo le susurré en voz baja a Antony. “Ha ido bien, ¿no crees?”. “Eso pensaba. Entiendo la preocupación de Mary, los gemelos se enfadaron cuando te fuiste, pero sé que confía en que estoy tomando la decisión correcta”. “Eso me quita un peso de encima, no me gustaría causar problemas con ellos”.
Unos días después de la videollamada con los Riley, Antony se
tomó el día libre en el trabajo y por la tarde sacamos a los gemelos del colegio: era el momento de mi ecografía de las veinte semanas. Me moría de ganas de que Elizabeth y Aaron vieran a su hermanito y esperaba que pudiéramos averiguar su sexo. Desde que volví a los Hamptons, había dejado de ver a la doctora Thompson. Por excelente que fuera, el viaje de dos horas y media para verla era demasiado. Aunque Antony podía permitirse comprar los billetes de avión, me parecía un derroche excesivo de un dinero que podríamos haber empleado de otra manera. La Dra. Thompson me recomendó una comadrona local, la Dra. Maines, y la visité una vez para una revisión antes de la ecografía. Era tan competente como la doctora Thompson y tenía un trato excelente. Me sentí afortunada por haber tenido dos veces tan buenos profesionales. Rápidamente nos llamaron a la consulta de la Dra. Maines, y los gemelos estaban jugando alegremente con sus iPads mientras yo hacia los controles habituales, como la tensión arterial, y comprobaba si había alguna anomalía. “Yo me encuentro bien”, confirmé. “¿Y tú, papá? Sé que ya has pasado por esto antes, pero cada embarazo es diferente”. “Estoy bien y encantado de volver a tener un bebé en casa”. Satisfecha de que todo estuviera como debía, la Dra. Maines tomó una muestra de sangre y luego me entregó un tubo de ensayo en el que recoger un poco de orina después de la ecografía. “Si desea volver a la sala de espera, nuestra ecografista Alison estará con usted en breve”, me dijo. “¿Cuándo podremos ver al bebé?”, preguntó Aaron, mientras volvíamos a acomodarnos en las sillas de la sala de espera. “Pronto. La ecografista nos llamará cuando estén listos”. “¿Qué es un ecografista?”, comentó Elizabeth. “Es un médico especial que utiliza un equipo para hacer fotos de los bebés cuando aún están en la barriga de su madre. Cuando vuestra mamá estaba embarazada de los dos, fue al ecografista e hicimos una foto. Os la enseñaré cuando lleguemos a casa”. Mientras yo me quitaba los zapatos y me acomodaba en la camilla, Elizabeth parecía fascinada ante el ecógrafo. Se paseó por él, deleitándose con cada detalle. “¿Para qué son todos esos botones y diales?” “Para medir al bebé y asegurarnos de que crece bien”, respondió Alison, untándome la barriga con gel. “¿Qué es eso?”, preguntó Elizabeth, poniéndose de puntillas para ver. “Esto es un gel especial que ayuda a mi sonda a funcionar”. Alison levantó la sonda y se la mostró a Elizabeth, luego a Aaron. “Mira, observa”. La hizo rodar sobre mi vientre y pronto apareció una imagen del bebé en el monitor. Antony me cogió de la mano, le miré y vi que tenía lágrimas en los ojos. Miré a los gemelos, que miraban boquiabiertos la imagen en el monitor. “Es más grande que la última vez”, observó Elizabeth. “Sí, y ya no parece un mono”, dijo Aaron, y todos nos echamos a reír. Alison pulsó unos botones y giró unos diales, antes de decir por fin: “Todo parece normal, y el crecimiento del bebé es perfecto. ¿Le gustaría saber el sexo del bebé?”. Miré a Antony y sonrió. “Sí, si tú quieres”. “Bueno, sería útil para comprar ropa”, dije, y luego le pedí a Alison que nos lo enseñara. “Esas tres líneas entre las piernas indican la formación de labios y vagina, lo que significa que probablemente tendrás una niña”, dijo. “¡Otra hermana!” Aarón se quejó y todos nos reímos. “¿Eso significa que podemos llamarla Diana?”, preguntó Elizabeth. “Tranquilízate un momento. No estoy seguro de que ponerle al bebé el nombre de la Mujer Maravilla sea la elección correcta”, dijo Antony, para diversión de Alison. Salimos de la consulta del médico con una nueva foto de la ecografía del bebé, mientras los cuatro discutíamos posibles nombres. “Deberíamos salir a celebrarlo”, sugirió Antony mientras cruzábamos el aparcamiento. No quería ser una aguafiestas, pero estaba agotada, y dije: “Sinceramente, me conformaría con algo de comida para llevar en el restaurante”. Antony se rio. “Tu principal antojo durante el embarazo es la cocina de Auli’i, ¿verdad?”. “¡Sí! Estoy obsesionada”. “Vale, vamos a por el restaurante”, dijo Antony mientras subíamos al coche. Mientras conducíamos por la ciudad, llamé al resort y solicité que me tomaran nota de un pedido. “Sabes, deberías plantearte abrir un servicio de entrega a domicilio. Apuesto a que a la gente de por aquí le encantaría”, murmuré distraídamente. Antony me miró y sonrió. “No es mala idea. Se lo propondré a Ryan mañana en el trabajo”. Cuando llegamos al resort, Antony entró a por algo de comida, tardando más de lo esperado. Pensé que se había quedado hablando de trabajo con Dale o Auli’i, pero cuando regresó cargando una caja de magdalenas de aspecto delicioso, comprendí por qué había tardado tanto. “¿Cómo sabías que también quería postre?”. “Llámalo intuición de chef”, respondió Antony con un guiño que hizo que me temblaran las rodillas. A pesar de estar agotada, me moría de ganas de llevármelo a la cama, es decir, a Antony. Las hormonas del embarazo habían intensificado mi deseo sexual, aunque a Antony no parecía molestarle. Nos sentamos los cuatro juntos a la mesa del comedor. Era agradable tener una verdadera comida familiar que no se apresurara a la mesa del desayuno. Auli’i nos había preparado cuencos de poke, poniendo especial cuidado en que fueran seguros para comer durante el embarazo cocinando el salmón y el atún. El pescado iba acompañado de arroz largo, coronado con una variedad de verduras frescas y crujientes. Era exactamente lo que necesitaba después de un largo día. Incluso a los gemelos, a los que normalmente no les gusta el pescado, les encantó y vaciaron completamente sus cuencos. Aunque estaba saciada, cuando Aaron trajo las magdalenas al comedor, no pude resistir la tentación del postre. Me detuve un momento, frunciendo el ceño, mientras Antony distribuía el pastel individualmente. ¿Qué tenía pensado? me pregunté. Normalmente, nos dejaba elegir por nosotros mismos. Estaba lamiendo la crema de queso cuando mi lengua tocó algo duro. Miré mi tarta y bajo el glaseado había un anillo. Un solitario de diamantes. Se me llenaron los ojos de lágrimas de alegría cuando Antony retiró el último glaseado y se arrodilló ante mí. “Erin, me haces más y más feliz cada día que pasa. ¿Me harías el honor de convertirte en mi esposa?” “¡Sí!”, respondí, con lágrimas rodando por mi mejilla. Me incliné y apreté mis labios contra los suyos, mientras Elizabeth y Aaron reían a nuestro alrededor. Nos besamos brevemente delante de los niños, pero al separarnos, susurré: “Quiero un beso de verdad más tarde”. Antony sonrió. En cuanto su padre se apartó, los gemelos se subieron a mi regazo para mirar el anillo de compromiso. Era un precioso diamante solitario, talla princesa, engarzado en una alianza de oro. “¡Es precioso!”, dijo Aaron. “Me gusta cómo brilla”, añadió Elizabeth. “¿Lo apruebas entonces? ¿Estás de acuerdo con que tu padre y yo nos casemos?” “¿Serás nuestra madre entonces?” Consideré mis palabras cuidadosamente. “Solo si eso es lo que queréis los dos. Sé que nunca sustituiré a vuestra madre, ni me gustaría hacerlo. Pero siempre os querré. Si quieres llamarme mamá, o seguir llamándome Erin, no importa. Lo que os haga felices a los dos”. “Podríamos llamarte Merin, por mamá-Erin”, sugirió Aaron. Elizabeth se rio. “Me gusta”, dije, sintiendo el corazón cálido y blando. 26 A NT O N Y
T odo estaba listo para la fiesta de compromiso, y yo me
sentía el hombre más afortunado del planeta. Estaba en mi habitación y en la de Erin, mirando el vestido que se había comprado para la fiesta: un precioso vestido de noche largo, de color rosa empolvado, con un lazo que le quedaba justo por encima de su redondeado vientre. Erin salió del baño con una toalla, y sentí que mi erección me oprimía los pantalones. Siempre había sido guapa, pero ahora que llevaba a mi hijo lo era aún más. “Ven aquí”, dije, cruzando la habitación, y Erin levantó las manos. “Primero, te mojaré el vestido, y segundo, no tenemos tiempo para esto ahora. Más tarde, lo prometo”. “Te tomo la palabra”, dije con una sonrisa burlona, y el calor se reflejó en las mejillas de Erin. Me encantaba el hecho de que todavía pudiera hacer que se sonrojara incluso después de meses juntos. Esperaba poder hacerlo para siempre. “¿Están listos los gemelos?”, preguntó, secándose y poniéndose ropa interior premamá ajustada que acentuaba no solo su creciente barriguita, sino también sus voluptuosos pechos. “Sí, están listos y esperan pacientemente abajo”, le dije. Elizabeth y Aaron siempre habían sido buenos chicos, pero ese día especialmente, sabían lo importante que era la fiesta. “Bien. ¿Puedes ir a comprobarlo?”, dijo Erin mientras se sentaba a maquillarse. Disfrutaba viéndola peinarse y maquillarse, pero también sabía que necesitaba un rato a solas, para ordenar sus pensamientos antes de la fiesta. Habíamos reservado la sala de eventos del resort y cerrado el restaurante por la noche, así que solo estarían nuestros invitados, es decir, media ciudad. No es que me importara, quería gritar a los cuatro vientos que Erin había aceptado casarse conmigo. Bajé las escaleras, donde los gemelos estaban viendo dibujos animados. Parecían tan mayores: Aaron con su chaquetita que era una réplica en miniatura de la mía, y Elizabeth con un vestido azul que se parecía al que llevaba Wonder Woman en la película. La princesa de Themyscira seguía siendo el ídolo de mi hija, aunque ella había dicho más de una vez que de mayor quería ser médico y fotografiar las entrañas de la gente. “¿Estáis las dos entusiasmadas con la fiesta?”, pregunté, anunciando mi presencia en el salón. “Sí, estoy deseando enseñarle a Evie la espada que escondí en mi vestido”, anunció Elizabeth, y levanté la vista. “No vas a llevar una espada a la fiesta”. “¡Pero papá!”, dijo Elizabeth gimoteando. El debate continuó hasta que Erin entró en la habitación, y entonces todos nos quedamos en silencio, asombrados por lo guapa que estaba. “¡Pareces una princesa!” dijo Elizabeth, con los ojos muy abiertos. Erin se puso en cuclillas y cogió las manos de Elizabeth. “¡Tú también! Estás muy guapa”. Se volvió hacia Aaron. “Y tú estás muy guapo y crecido”. Erin se puso recta, y la vi quitar delicadamente la espada de Elizabeth y apartarla de mi vista. Le dirigí una sonrisa apreciativa. Erin sacó el teléfono de su bolso de cuentas y lo apoyó en el televisor de pantalla plana. “Voy a poner el temporizador, así que todo el mundo de pie frente al sofá y a decir ¡patata!“. Nos reunimos alrededor, y los gemelos dijeron patata justo cuando se disparó el flash. La foto estaba un poco borrosa y Aaron miraba hacia otro lado, pero aun así era preciosa y sabía que haríamos muchas más fotos maravillosas a lo largo de la tarde. Condujimos, y luego cruzamos la ciudad hasta el complejo, aislado por la noche para darnos un poco de privacidad. Como medida adicional, Dale, Auli’i, Alicia y yo preparamos la comida con antelación y dispusimos una serie de mesas de bufé para que los invitados pudieran servirse ellos mismos, lo que significaba que todos tendríamos la noche libre. Entramos en el salón de actos, que estaba decorado con globos plateados y dorados, serpentinas, banderolas y otros elementos por el estilo, lo que lo hacía extraordinariamente festivo. La pista de baile principal estaba lista, en una de las paredes estaba el bar y en la otra las mesas del bufé. Alrededor del perímetro de la pista de baile había pequeñas mesas con unos cuatro invitados cada una. Elizabeth y Aaron chillaron de alegría y empezaron a lanzar globos, mientras Erin y yo hacíamos una última comprobación para asegurarnos de que todo estaba listo antes de que llegaran los invitados. Después, durante casi una hora, saludamos todos a los huéspedes y les felicitamos por sus buenos deseos. Ryan fue el primero, con Alicia radiante con su barriga redondeada. Jackie, la hermana mayor de Alicia, acompañaba a sus hermanos pequeños, y en cuanto Evie vio a Aaron y Elizabeth, corrió a jugar con ellos. Luego llegó Sebastian, con su novia, Sarah, una mujer con la que había estado saliendo recientemente. Les siguieron Auli’i y su novio Kevin. Luego llegó Dale con su novio Charlie, y después Joshua, solo. Me sorprendió ver a Tucker por una vez sin su chaqueta de cuero. Al igual que Joshua, no tenía pareja, aunque había tenido mucho que decir sobre todas las mujeres que había conocido en Florida. Lástima que no hubiera ganado el concurso de surf. Cuando llegó Tina, la amiga de Erin, me fijé en la cara de Tucker y me prometí vigilar a mi hermano pequeño. Lo último que necesitaba era que causara un drama con Erin acostándose con su amiga y luego dejándola. Cuando terminamos de socializar, se abrió la mesa del bufé y la gente empezó a servirse y a dividirse en grupos más pequeños. Me senté en una mesa con Erin, Ryan y Alicia, mientras los gemelos y Evie jugaban por allí cerca. “Veo que Tucker le ha echado el ojo a tu amiga”, comentó Ryan, señalando con la cabeza a nuestro hermano pequeño, que estaba flirteando con Tina en la barra. Erin entrecerró los ojos, pero antes de que pudiera hacer ningún comentario, le dije: “No te preocupes. Lo estoy vigilando. Si hace algún movimiento hacia ella, me le echaré encima. No quiero dramas en nuestra noche especial”. Erin se rio. “No te preocupes, Tina puede arreglárselas sola. Estoy segura de que conoce la reputación de Tucker; después de todo, trabaja en un salón de belleza. Ese lugar es la central de los cotilleos”. Sin embargo, ni Ryan ni yo apartamos los ojos de Tucker hasta que compró una botella de cerveza y fue a sentarse con Joshua. Después de que hubiéramos comido, hice una señal para que subieran el volumen del equipo de sonido y la gente se animó. Me levanté y le tendí la mano a Erin. “¿Me concedes el honor de este baile?”. “Me encantaría”, dijo Erin, entrelazando sus dedos con los míos mientras la ayudaba a levantarse. Entramos en la pista de baile con mis manos en la cintura de Erin y sus brazos alrededor de mi cuello. Todo se desvaneció excepto la hermosa mujer que tenía delante. “Me haces muy, muy feliz”, le dije, mirándola fijamente a sus cálidos ojos marrones. Me sonrió, radiante como el sol, y casi tuve que pellizcarme. Enamorarse una vez en la vida es raro, pero encontrar el amor por segunda vez después de una tragedia es aún más precioso. “Tú también me haces tan feliz”. Cuando terminó la canción, cogí la mano de Erin y, mientras ajustaba el micrófono, invité al silencio. Todos dejaron lo que estaban haciendo y centraron su atención en nosotros. “Familia y amigos, gracias por uniros a Erin y a mí para celebrar nuestro compromiso. Como muchos de ustedes saben, perdí trágicamente a mi primera esposa - y madre de mis gemelos -, May, en un accidente de coche hace casi cuatro años. Nunca pensé que volvería a encontrar el amor, pero el destino tenía otros planes, y esta extraordinaria mujer entró en mi vida. Ella mantuvo unida a mi familia durante años y ayudó a Elizabeth y Aaron a convertirse en los maravillosos niños que son ahora. He tenido la suerte de encontrar el amor verdadero no solo una vez, sino dos veces en mi vida. Y pronto tendré otro hijo”. A nuestro alrededor todos empezaron a aplaudir y le pasé el micrófono a Erin. “Gracias, Antony. Lo has dicho muy bien. Pero me gustaría añadir una cosa: Aaron y Elizabeth, sois los niños más maravillosos y estoy muy contenta de formar parte de vuestras vidas. Quiero hacerlo oficial y que sepáis que, pase lo que pase en el futuro, nunca os dejaré”. Erin se acercó a nuestra mesa para coger su bolso de cuentas y luego sacó dos certificados que entregó a Elizabeth y Aaron. “Aaron y Elizabeth Braddock, ¿me permitís adoptaros, por favor?”. Los gemelos empezaron a llorar de felicidad mientras todos los que nos rodeaban vitoreaban y aplaudían. Erin y yo levantamos a Elizabeth y Aaron, abrazándolos con fuerza, hasta que los gemelos se calmaron y nos dieron su respuesta. “Sí, puedes adoptarnos, Merin”, dijeron al unísono, utilizando el nuevo apodo que le habían puesto. Luego besaron a Erin en la mejilla. Empezó a sonar música de celebración y pronto todo el mundo volvió a animarse. Los cuatro permanecimos acurrucados un rato, y mi corazón se llenó de luz.
Llegamos tarde de la fiesta. Tan de madrugada que Aaron y
Elizabeth llevaban dormidos y los llevamos del resort al coche, y luego a su dormitorio. Erin y yo desnudamos a los gemelos con cuidado y ellos se revolvieron un poco antes de darnos besos soñolientos y acurrucarse bajo el edredón. Nos quedamos en la puerta unos instantes para verlos dormir. “¿Cómo he tenido tanta suerte?”, susurró Erin, con la luz del pasillo iluminándole suavemente la cara. “Yo soy el afortunado”, dije, entrelazando mis dedos con los suyos y guiándola por el pasillo hasta nuestra habitación. Observé, fascinado por su belleza, cómo Erin se desmaquillaba y trenzaba su larga melena rubia para irse a la cama. Mientras se quitaba el vestido de noche y lo colgaba en el armario, admiré sus curvas. Tenía los pechos turgentes y altos, con unos pezones que asomaban a través de la ropa interior, y sentí que mi excitación aumentaba. Me quité rápidamente la ropa, cuidando mucho menos mi vestido que Erin el suyo. En ese momento, no me importaba arrugarlo. Lo único que me importaba era tener mis labios sobre su cuerpo. Atraje a Erin hacia mí, chupando su labio inferior, antes de subir lentamente por su garganta y bajar por su cuello. Dejé escapar un pequeño jadeo mientras succionaba su piel, y luego, deslicé mis labios hasta sus pechos. Rápidamente le quité el sujetador y llevé a Erin a la cama, luego le quité también las bragas. Estaba desnuda delante de mí. Por un momento, no supe qué más quería: tener mi polla profundamente enterrada en ella o mi cabeza entre sus piernas. Al final decidí que penetrarla era mucho más satisfactorio cuando su abertura estaba húmeda, así que bajé por la cama. Agarré las rodillas de Erin, empujándolas hacia un lado, y la besé desde los pliegues de la rodilla hasta el ápice de los muslos. Me coloqué en posición y sentí los jugos que ya brillaban en su coño. Mi lengua se deslizó desde su abertura hasta rodear su clítoris, y las caderas de Erin se movieron. Aceleré el ritmo mientras su espalda se arqueaba y ella se movía al mismo ritmo que mi lengua. Chupé su clítoris hasta que palpitó y sentí que las piernas de Erin temblaban. Aflojando un poco el agarre, me acomodé e introduje dos dedos en ella, bombeando vigorosamente mientras sus músculos internos se tensaban a mi alrededor y ella gritaba. “¡Dios mío!” Me encantaban los sonidos que hacía cuando se corría, y mi polla se crispaba de anticipación. Le di unos instantes para que recuperara el aliento y me coloqué encima de ella. Erin abrió los ojos, una sonrisa perezosa cubrió sus labios y dijo: “Hazme el amor, Antony”. Le sonreí. “No quisiera nada más”. Me zambullí en ella y por un momento la sensación fue tan intensa que pensé que me corría antes de tiempo. Luego Erin cerró sus piernas alrededor de mis caderas y alcanzamos un ritmo más tranquilo. Extendí la mano para entrelazar mis dedos con los suyos, sin apartar la mirada de su rostro. Sentí que llegaba a mi punto álgido por segunda vez, y sus músculos internos apretando mi polla me llevaron al límite, y dejé escapar un gemido de placer al explotar dentro de ella. Formábamos una maraña de miembros sudorosos y nos quedamos tumbados recuperando el aliento hasta que nuestros ritmos cardíacos volvieron a la normalidad. Yo estaba casi dormido cuando Erin se levantó de la cama y me dijo que me metiera en la ducha con ella. Una vez limpios y en pijama, nos acurrucamos en la cama, en la clásica posición de cuchara, de modo que el trasero de Erin se apretaba contra mi regazo. Hundí la cabeza en su pelo, respirando el aroma de su perfume y dejé escapar un suspiro de satisfacción. “Te quiero, Erin Holland”, susurré en voz baja. “Yo también te quiero, Antony Braddock”, murmuró somnolienta. Me dormí acariciando su barriguita… allí donde crecía nuestro bebé. La vida nunca deja de sorprenderte: me había dado la mejor segunda oportunidad que hubiera podido imaginar y yo era el hombre más afortunado del mundo.