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DIME QUE ME AMAS

LOS DIABÓLICOS HERMANOS BRADDOCK


LIBRO DOS
LYDIA HALL
Copyright © 2023 por Lydia Hall
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TA M B I É N P O R LY D I A H A LL

Los Diabólicos Hermanos Braddock


Amor Abrasador
ÍNDICE
Blurb
1. Erin
2. Antony
3. Erin
4. Antony
5. Erin
6. Antony
7. Erin
8. Antony
9. Erin
10. Antony
11. Erin
12. Antony
13. Erin
14. Antony
15. Erin
16. Antony
17. Erin
18. Antony
19. Erin
20. Antony
21. Erin
22. Antony
23. Erin
24. Antony
25. Erin
26. Antony
BLURB

Mi primer error fue acostarme con mi jefe.


Mi segundo error fue esperar que me amara.
Soy la niñera de los gemelos de Antony y los quiero
profundamente.
Implicarme sentimentalmente con su padre traía problemas.
Sabía que lo haría antes de ponerme en esa posición.
Todas aquellas posiciones.
¿Podría haberlo evitado? Sí.
¿Quería hacerlo? No.
Antony era tan terriblemente irresistible que tenía que ser de
piedra para no querer acostarme con él.
Mi terco corazón no podía permitir que estuviera con otra.
Así que hice lo que me dijo que hiciera.
Me fui, dejándole a él y a los gemelos.
Eso fue antes de descubrir que estaba embarazada.
Antes de que decidiera ocultarle la noticia.
Ahora, estoy tentada de volver y arreglar las cosas.
¿Será eso posible… o habré perdido mi única oportunidad de
tener una familia de verdad?
1
ERIN

I ntenté mantener una expresión sobria mientras Antony me


explicaba el plan de la noche, como si nunca hubiera
cuidado de los gemelos en los últimos tres años.
“Y por favor, si algo va mal, llámame al móvil”, dijo, y yo
asentí.
La diferencia fundamental, entre aquella noche y todas las
demás en que me había quedado a dormir en casa de Antony
para cuidar de Elizabeth y Aaron, era que Antony no iba a
estar trabajando al restaurante, donde ejercía de jefe de cocina.
Era su día libre y, por primera vez desde que empecé a trabajar
para él, iba a salir con alguien.
El pobre hombre había perdido a su mujer en un accidente de
coche, así que debería haberme alegrado al saber que tenía una
cita, pero… bueno, no pude evitar ponerme celosa.
Era muy consciente de que sentir algo por el propio jefe era
inapropiado, pero lamentablemente me ocurrió a mí.
Normalmente, se me daba muy bien ocultar mis sentimientos
por Antony, pero me costó mucho desde que Dale, su nuevo
ayudante de cocina, le organizó una cita a ciegas con Kayla, su
prima.
“Antony, tranquilo. Tengo todo bajo control. La cena está casi
lista, los gemelos están en su cuarto de juegos. Ve, diviértete”,
le dije con voz tranquilizadora.
“Vale, de acuerdo. Me voy… ¿Me queda bien, sí?”.
Lo miré de arriba abajo. Como todos los hermanos Braddock,
Antony tenía el pelo y los ojos oscuros, y podría haber
trabajado fácilmente como modelo si las circunstancias
hubieran sido distintas. Pero lo que le distinguía de su
hermano mayor, Ryan (¡que, sinceramente, daba un poco de
miedo cuando se enfadaba!), y de sus hermanos pequeños,
eran la sonrisa y los ojos. Nunca había visto sonreír a Ryan
Braddock - bueno, al menos no antes de que empezara un
romance con la antigua ayudante de cocina del resort,
convertida en jefa del segundo restaurante, Alicia- pero sus
hermanos, Sebastian, Joshua y Tucker eran siempre muy
alegros, ya que habían crecido sin las preocupaciones y
presiones que tenían Antony y Ryan. Los tres “pequeños”
tenían sonrisas tranquilas y relajadas, especialmente Tucker, el
más joven, el donjuán del barrio. Pero siempre era la cálida
sonrisa de Antony, combinada con sus ojos ligeramente tristes,
lo que llamaba mi atención.
Cuando sonreía, probablemente a los demás les parecía feliz.
Lo era en apariencia, sin embargo, yo fui probablemente una
de las pocas personas que vio más allá de aquella sonrisa y vio
la sombra que latía en su mirada. Había estado ahí desde el
momento en que le conocí, apenas un mes después de que él y
los gemelos habían perdido a May. Por lo que había oído, May
Braddock era una mujer maravillosa. Apoyaba las ambiciones
de Antony de emprender un negocio con Ryan y restaurar el
resort que sus padres habían construido para devolverle su
antiguo esplendor, y también era una fotógrafa de gran éxito y
una esposa y madre muy devota.
“Estás fenomenal”, repliqué. “Seguro que Kayla se quedará
con la boca abierta”.
“Sí, seguro”, respondió Antony, sin parecer del todo
convencido. No sabía lo decía porque realmente no se lo creía
(¿quién no se alegraría de tener una cita con él? Guapo, rico,
con éxito y un gran padre. ¿Qué más podría querer una
mujer?), o porque, en el fondo, aún no estaba preparado para
salir con una mujer.
De hecho, Antony ya me había confiado que le parecía
demasiado pronto, pero había aceptado aquella cita tanto para
quitarse a Dale de encima como porque admitía que se sentía
solo.
“Gracias. Y no te preocupes por molestarnos si los gemelos
necesitan algo”, dijo.
“Estarán bien. Vete, disfruta de tu cita”.
“Gracias. Lo haré”. Antony salió de la cocina y oí que se
dirigía a la sala de juegos, donde estaban Elizabeth y Aaron.
Me volví hacia el horno, donde estaba preparando macarrones
con queso. La cena estaba casi lista para que los gemelos
pudieran comer, antes de bañarse y prepararse para ir a la
cama.
Oí cerrarse la puerta principal y, un momento después,
entraron corriendo Aarón y Elizabeth.
“Tenemos hambre”, dijo Aarón, con los ojos azules, como los
de May, y el pelo oscuro, como su padre. Él y Elizabeth eran
casi idénticos, las únicas diferencias eran estéticas, como el
peinado y la ropa.
Antony no era el tipo de padre que impone roles de género a
sus hijos, y me apoyó cuando le sugerí que permitiera a los
gemelos elegir su propia ropa y peinados, siempre que fueran
apropiados para la escuela. Todo iba bien. A Aaron le
encantaban todos los colores y a menudo se vestía con ropa de
arco iris y calcetines desparejados. Sin embargo, le gustaba el
pelo corto, como a su padre. A veces pensaba que había
heredado de su padre y de sus tíos la no tan sutil aversión a las
largas y desgreñadas mechas de su tío surfero.
Tucker Braddock era una especie de oveja negra de la familia.
Todos los demás hermanos trabajaban para mantener el resort
de alguna manera: Ryan era el gerente, Antony el jefe de
cocina, Sebastian el instructor de equitación, que ofrecía clases
a los huéspedes, y Joshua el entrenador personal, que dirigía el
gimnasio del resort. Tucker, recién licenciado, soñaba con
convertirse en surfista profesional, a pesar de pasar más
tiempo de fiesta que sobre las olas.
Para compensar el pelo corto de su gemelo, Elizabeth
intentaba batir el récord del pelo más largo de la historia, y
parecía una auténtica princesa de cuento, Rapunzel, con el pelo
que le llegaba casi por detrás de las rodillas. Sin embargo,
cuidaba muy bien de él, y cuando se lo lavaba y cepillaba, no
derramaba ni una lágrima; de hecho, todos los días me sugería
peinados nuevos y divertidos para que los probara. Nos
habíamos recogido el pelo en ocho largas trenzas que se
ondulaban cuando ella movía la cabeza.
“Soy Medusa”, dijo aquella mañana.
A pesar de su larga melena, Elizabeth no era la típica niña
“femenina”, y en lugar de estar obsesionada con las princesas,
le encantaban la mitología y las leyendas antiguas. Sus
favoritos eran los mitos griegos, y con Aarón jugaba a “luchar
contra la gorgona”, en el que Aarón - armado con una espada y
un escudo de plástico - tenía que acercarse sigilosamente a su
gemela antes de que esta se diera la vuelta y lo convirtiera en
piedra.
“Los macarrones con queso están casi listos”, les dije a los
gemelos. “¿Por qué no ponemos la mesa y traemos bebidas?
Luego debería estar preparado”.
“Voy a por los cubiertos”, dijo Aarón, corriendo a coger
cuchillos y tenedores del cajón cercano.
“Yo traeré los vasos”, contestó Elizabeth, eligiendo con
cuidado tres “vasos” de un armario que había debajo. En
realidad eran de plástico, pero los gemelos insistían en
llamarlos vasos. Quizá querían sentirse mayores.
Mientras ellos ponían la mesa, yo saqué una jarra de agua
aromatizada naturalmente, un cuenco de ensalada, unos
bocadillos y una selección de fruta fresca, y los coloqué en el
centro de la mesa, junto con sal y pimienta.
Cuando sonó la alarma del horno para recordarme que la cena
estaba lista, Elizabeth y Aaron ya estaban sentados en sus
sitios. Saqué los macarrones del horno y los dejé unos minutos
en la encimera para que se enfriaran, luego los puse en la mesa
con todo lo demás.
Me uní a ellos y les ayudé a servirse, otra sugerencia que le
había dado a Antony y que él aceptó. En lugar de poner
comida en los platos de los niños y esperar que se lo comieran
todo, les sugerí que eligieran qué comer en función de lo que
hubiera en la mesa. Siempre me aseguraba de que la selección
fuera sana, y Elizabeth y Aaron sabían que no debían pedir
nada que no estuviera en la mesa. Darles una pequeña
posibilidad de elección significaba que no se quejarían de
tener que comer verduras ni nada por el estilo, y aclararía sus
gustos.
Durante un rato, los únicos sonidos que se oyeron fueron los
de la comida, pero cuando los gemelos terminaron una ración
de macarrones cada uno, así como varias frutas y verduras,
pregunté: “¿Qué tal ha ido hoy el colegio?”
“La señora Morgan me ha dejado leer mi libro delante de la
clase”, dijo Aaron con orgullo. Era un auténtico ratón de
biblioteca. Íbamos allí al menos dos veces por semana. Estaba
leyendo un libro de cuentos clásicos.
“Es estupendo, Aaron. Me encantaría que nos leyeras un
cuento más tarde, si te apetece”, le dije, dedicándole una gran
sonrisa. “¿Y tú, Elizabeth?”
“Le enseñé mi pelo a la señora Morgan y le conté cómo
Atenea maldijo a Medusa porque era más guapa que ella”.
“Vaya, Elizabeth. Los dos sois muy listos”, dije, dedicándole
una sonrisa.
Desde que Elizabeth había empezado a mostrar interés por la
mitología griega, yo había cogido libros apropiados para su
edad, o había leído sobre las leyendas, y luego se las había
vuelto a contar de una forma más adaptada a los niños.
¡Una niña de casi cuatro años no necesitaba saber por qué
Atenea había maldecido a Medusa según la mitología!
Después de cenar, los gemelos y yo cargamos juntos los platos
sucios en el lavavajillas, y llegó la hora del baño. Hacía poco
que habían empezado a mostrar que querían más
independencia e intimidad, así que los bañé por separado. Se
turnaban mientras el otro se entretenía con el iPad.
Elizabeth pidió bañarse primero, así que dejé a Aaron en el
dormitorio contiguo para que viera Paw Patrol en el iPad
configurado especialmente para ellos, para que no accediera a
nada inapropiado ni hiciera compras accidentales.
“Temo que tengo que quitarte las trenzas”, le dije a Elizabeth
mientras la bañera se llenaba de agua.
“Muy bien, ya he terminado de fingir que soy Medusa.
Mañana quiero que me las trences en la cabeza como una
corona”, respondió ella, empezando a deshacer las trenzas.
Aunque deshacer, lavar y peinar el pelo de Elizabeth llevó
algún tiempo, no se quejó, y cuando por fin estuvo seco y
recogido para que no se le cayera de la cara durante la noche,
se quedó en el dormitorio con el iPad mientras yo bañaba a
Aaron. Afortunadamente, limpiarle a él me llevó mucho
menos tiempo.
Después de ponerles a los dos el pijama, se tumbaron en sus
respectivas camas para la hora del cuento. La casa donde
vivían Antony y los gemelos era enorme, con una suite
principal y tres habitaciones más. Una habitación era para mí,
para cuando tenía que pasar allí la noche, y Elizabeth y Aaron
compartían la mayor de las habitaciones, aunque, podrían
haber tenido habitaciones separadas. Preferían compartir
dormitorio, así que la habitación de invitados estaba dedicada
a sus juguetes, libros y juegos.
Aaron cogió su libro de cuentos y empezó a leer: “Érase una
vez…”.
Elizabeth se durmió a los pocos minutos, y cuando Aaron leyó
tres veces la misma línea del cuento, supe que había llegado el
momento de intervenir.
“Vamos, cariño, es hora de dormir”, le dije, quitándole con
cuidado el libro de las manos y colocándolo en la mesilla de
noche.
Aaron recostó la cabeza contra la almohada y cerró los ojos.
Me acerqué y le di un beso en la frente, y luego hice lo mismo
con Elizabeth.
Después de apagar la luz, bajé las escaleras. Ya habíamos
cargado el lavavajillas, pero quedaban algunas tareas por hacer
- como poner algo de ropa a lavar - antes de poder disfrutar del
resto de la velada. A Antony no le importaba que me tomara
un vaso o dos de vino cuando estaba sola, ya que los gemelos
rara vez se despertaban en mitad de la noche. Al principio,
después de la muerte de su madre, me costó mucho conseguir
que durmieran toda la noche; empleé varias técnicas, como
una luz nocturna, e incluso me quedé en la habitación con
ellos hasta que se durmieron profundamente.
Me serví una copa de Chardonnay y me senté en el salón,
viendo un reality show de pacotilla y enviando mensajes de
texto a mi mejor amiga, Tina.
Estaba tan guapo vestido para su cita, le escribí. Tina era la
única persona que conocía mis sentimientos por Antony.
Espero que su cita sea una mierda, me contestó.
Estaba indecisa. Quería que Antony fuera feliz, de verdad,
pero, en realidad, quería que lo fuera conmigo.
2
A NT O N Y

M e escabullí en casa intentando hacer el menor ruido


posible. Me sentía como un adolescente travieso que
intenta evitar que sus padres le pillen borracho. No es
que lo hubiera hecho nunca cuando era más joven. Ryan y yo
teníamos que ser siempre los más responsables. Cuando
nuestros padres abrieron el resort - que por entonces no era
más que un humilde bed and breakfast - invirtieron hasta el
último céntimo que tenían en el incipiente proyecto. El
negocio no despegó hasta años más tarde, tras el nacimiento de
mis tres hermanos pequeños.
Sin embargo, ahora no intentaba despertar a mis padres.
Intentaba no molestar a Erin y a los gemelos.
Hacía mucho tiempo que no bebía tanto. Probablemente desde
que perdí a May. Pero después de cenar con Kayla, sentí que
lo necesitaba.
Al entrar a trompicones en la cocina, me golpeé en un dedo del
pie y lancé una palabrota. Un momento después, se encendió
la luz y una Erin de aspecto somnoliento apareció en la puerta.
“¿Antony?”, preguntó; ella era rubia y tenía el pelo largo y
ondulado. Parecía haberse quedado dormida, a pesar de que
aún llevaba la ropa de diario.
“Perdona, no quería despertarte”, dije, sentándome en el
mostrador.
“No lo has hecho. Estaba viendo una película”, contestó. A
juzgar por las arrugas de su cara, parecía más bien que se
había quedado dormida en el sofá, pero en mi estado actual,
¿quién era yo para juzgar?
“¿Qué tal tu cita?”
Se sentó a mi lado en el mostrador del desayuno y, por un
momento, me quedé mirándola. Sus ojos eran grandes y
marrones y parecían como miel en la penumbra.
“Terrible”, dije por fin.
Erin frunció el ceño: “¿Qué ha pasado?”.
“Necesito una copa para superarlo”, contesté, levantándome
del taburete de la barra y abriendo la nevera. Dentro había una
botella medio vacía de Chardonnay. La cogí y miré a mi
alrededor en busca de unos vasos. “¿Quieres un poco?”
“No, ya he bebido bastante por esta noche”, contestó Erin,
aunque no comentó que yo aún necesitaba más. Eso era algo
que apreciaba de Erin. Era una niñera excelente y no tenía
nada que cuestionar cuando se trataba de los gemelos; además,
si algo no les concernía directamente, nunca se entrometía en
mi vida.
Después de servirme un vaso y acomodarme en el mostrador
del desayuno, preguntó: “Entonces, ¿qué ha pasado?”.
“Oh, Kayla era adorable. Increíble, de hecho. Lo pasamos muy
bien, hasta el final de la noche, cuando le pregunté cuándo
podría volver a verla. Fue entonces cuando me dijo que no
podíamos, que nunca saldría con un hombre con hijos”.
Los ojos de Erin se abrieron de par en par. “¿Pero ella no sabía
lo de los gemelos cuando aceptó la cita?”.
“No, Dale omitió cómodamente esa parte. El asunto surgió
durante la cena y, bueno, eso es algo que Kayla no quiere”.
Suspiré, con los hombros caídos.
“Así que hiciste lo que haría cualquier persona normal y
ahogaste tus penas”, dijo Erin, mirando mi copa de vino.
Me la bebí y sonreí: “Exacto. Pensé que me lo merecía”.
“Y tienes toda la razón”, dijo ella amablemente. “Es una
mierda que el hecho de que tuvieras hijos fuera un obstáculo
para Kayla, pero hay otras mujeres ahí fuera”.
Volví a resoplar. “Sí, pero ¿cuántas mujeres solteras van a
querer salir con un viudo con gemelos de casi cuatro años?”.
“Vamos, eres guapo, rico, tienes éxito y eres un padre
maravilloso. Cualquier mujer estaría loca si rechazara eso”.
Sonreí. “Lo dices porque soy tu jefe. Tienes que ser amable
conmigo”.
Por un momento, juré que Erin se ruborizó al bajar la mirada,
pero cuando la levantó, todo parecía normal… pensé que me
lo había imaginado por culpa del alcohol o algo así.
“Hablo en serio”, continuó. “Simplemente, Kayla no era la
mujer adecuada para ti. Pero al final la encontrarás”.
“De todas formas, ¿cuándo tendría tiempo para tener citas?
Conseguí esa cena con Kayla porque Dale nos citó. Entre el
trabajo y los gemelos, pues no parece que vaya a ser tan
pronto. A menos que puedas conjurar mágicamente a una
mujer guapísima a la que le gusten los niños y esté interesada
en mí”.
Dejé escapar una risa hueca. Uno no tiene suerte de encontrar
a la mujer perfecta dos veces en la vida. Mi suerte había sido
conocer a May en la universidad, pero luego el destino me la
había arrebatada cruelmente. No esperaba una segunda
oportunidad. Tenía gemelos, y con eso era suficiente para mí.
Erin se movió inquieta en su silla.
“Lo siento, te he quitado el sueño, ¿verdad? Ya has hecho más
que suficiente por un día; no necesitas escuchar también mis
penas”.
Me levanté del mostrador, cogí mi vaso de vino y di dos pasos
tambaleantes hacia delante, antes de perder el equilibrio.
Conseguí mantenerme en pie, pero dejé caer el vino y el vaso,
que se hicieron añicos en el suelo.
Erin se levantó al instante, pasando por encima del vaso con
elegancia. Me cogió de los brazos y me llevó al salón.
“Siéntate. Limpiaré el desorden y te haré café”, me dijo
suavemente.
Era una mujer tan tierna. Todo en ella era amable. Esa era una
de las razones por las que era tan perfecta con los gemelos.
Erin desapareció de nuevo en la cocina y miré la televisión
para ver qué estaba viendo: Casablanca. Solté una risita,
sabiendo cuánto le gustaban a Erin las películas clásicas. A
veces, cuando volvía del restaurante, seguía levantada viendo
viejas películas en blanco y negro. Ocasionalmente, me unía a
ella para relajarme después del trabajo.
Cuando volvió al salón, tenía dos tazas de café en la mano.
Las dejó sobre la mesita y se sentó conmigo en el sofá.
“Debería haberme quedado aquí a ver películas contigo”, dije
distraídamente.
¿Por qué no podía encontrar a una mujer como Erin?, pensé.
Me acerqué más, ignorando mi café, concentrándome
únicamente en lo hermosa que parecía Erin iluminada
exclusivamente por la luz de la televisión.
Mientras la miraba, me di cuenta de repente: era perfecta.
Guapa, inteligente, los gemelos la adoraban y lo sabía todo
sobre mi pasado con May.
Antes de que pudiera pensar en mis actos, acorté la distancia
que nos separaba y apreté los labios contra los suyos.
Erin abrió los ojos y se echó hacia atrás. “¿Qué haces?“,
chilló.
“Lo que debería haber hecho hace mucho tiempo”, respondí,
extendiendo las manos.
Erin me miró, sus ojos eran muy grandes, y por un momento
temí que estuviera a punto de darme una bofetada y marcharse.
Pero entonces se acercó, juntando vacilante sus labios a los
míos.
No me contuve mientras devoraba sus labios, agarrándola por
la nuca para que acercáramos nuestros cuerpos. Sus labios
eran tan suaves… casi no quería dejar de besarla, pero al
mismo tiempo mi boca estaba hambrienta de más. Pasé la
lengua por su garganta y saboreé su respiración entrecortada.
Mis manos se movieron desde las suyas, bajando por su
cuerpo, hasta llegar a sus pechos. Mi boca bajó, atravesó su
clavícula y bajó hasta la abertura de la camiseta. Empujé hacia
abajo, estirando el escote para dejarle el pecho al descubierto.
Llevaba un sencillo sujetador negro, que resultaba más sexy
que si hubiera llevado unas picardías de encaje.
Cuando el cuerpo de Erin se puso rígido, me detuve y la miré.
“¿Estás bien?”
“Sí”, susurró, la luz del televisor resaltando su piel lechosa.
“Pero quizá deberíamos ir al dormitorio”.
Sonreí. “No podría estar más de acuerdo”.
Me levanté del sofá y le ofrecí la mano para ayudarla a
levantarse. Caminamos con cuidado por el oscuro salón, y
luego la guíe escaleras arriba. En el pasillo, nos detuvimos,
antes de hacer un gesto hacia mi dormitorio.
“¿Te apetece acompañarme?”.
En el rostro de Erin apareció una sonrisa que nunca antes
había visto. Normalmente, eran dulces expresiones para los
gemelos. Pero la forma en que me miraba era diferente, como
si quisiera devorarme. Nunca me había sentido tan caliente y
deseado desde que conocí a May. Saber que Erin estaba tan
cachonda me excitó aún más, y sentí que mi polla se crispaba
en mis pantalones.
La cogí de la mano y la conduje a mi suite principal, una
habitación dominada por mi cama con dosel y marco de acero.
Cuando ambos llegamos a la cama, nada me impidió capturar
los labios de Erin; mis besos eran más hambrientos que antes.
La mirada que me había dirigido en el pasillo había despertado
algo en mí, y ahora no podía apartar las manos ni los labios de
ella.
Erin gimió contra mi boca y mis manos volvieron a buscar sus
pechos. Había echado un breve vistazo, tentador, cuando
estábamos en el salón: quería más. Le quité la camisa y mis
ojos admiraron cada detalle de su cuerpo.
Erin tenía una cintura delgada y, a pesar de vivir en los
Hamptons, una piel sorprendentemente clara. Sus pechos eran
increíbles, perfectamente proporcionados con el resto de del
cuerpo, y yo tenía ganas de saborearlos.
Mis dedos tantearon ligeramente al quitarle el sujetador, pero
en cuanto lo hice, mis labios descendieron. Le chupé el pezón,
lo succioné con avidez hasta que se puso duro, y luego
desplacé mi atención a su otro pecho.
Erin arqueó la espalda y sus manos se movieron para
desabrocharme la camisa. Sus dedos se deslizaron sobre los
músculos de mi pecho, y su contacto fue tan suave como el
resto de ella, enviándome cosquillas de placer por la espina
dorsal.
“Necesito saborear más de ti”, dije, y mi boca bajó por su
cuerpo hasta la cintura de sus pantalones. Se los quité, los dejé
caer al suelo y le quité las bragas.
“Abre las piernas para mí”, le pedí, agarrándola por las
rodillas y apartándolas.
Erin cerró los ojos y apoyó la cabeza en la almohada cuando
me coloqué entre sus piernas. Me tomé un momento para
contemplar su hermoso cuerpo por última vez, antes de bajar
la cabeza y lamer lo más íntimo de ella.
Trabajé con la lengua desde su abertura hasta su clítoris,
girando y chupando ese punto tan sensible, hasta que sus
caderas se balancearon y dejó escapar gemidos de placer.
“Y yo necesito sentirte dentro de mí”, dijo sin aliento.
Al oírla, mi polla empezó a palpitar, de manera casi dolorosa,
y me di cuenta de que necesitaba que me enterraran dentro de
ella antes de explotar. Besé rápidamente su muslo, antes de
enderezarme y coger la mesilla de noche. Busqué un paquete
de condones y me puse uno, antes de agarrar las caderas de
Erin y penetrarla profundamente.
Erin soltó un grito de placer, y sus piernas se cerraron en torno
a mis caderas, guiando mi ritmo. Nuestros cuerpos se movían
al unísono, y yo aumenté la velocidad, sintiendo que mi
orgasmo se acercaba.
Cuando Erin gritó mi nombre y sentí que sus paredes internas
se estrechaban en torno a mi polla, alcancé mi límite y, un
instante después, llegó mi orgasmo. Me desplomé sobre Erin,
mientras nuestros cuerpos seguían unidos.
Suavemente, me aparté, sin dejar de abrazar a Erin, evitando
aplastarla bajo mi peso. Me acurruqué contra ella, con los
dedos acariciándole el pelo, y estaba casi dormido cuando me
di cuenta de que tenía que asearme.
Con cuidado, salí de la cama y me di una ducha rápida, antes
de volver a la cama, donde Erin yacía satisfecha.
Me subí a la cama a su lado y volví a estrecharla entre mis
brazos, frotándome contra su nuca. Su respiración lenta y
constante me ayudó a relajarme y me quedé dormido.
3
ERIN

M e desperté temprano, con el cuerpo deliciosamente


dolido y recordando la noche anterior que me
inundaba la mente.
Hasta aquella noche, había estado solamente con un chico, y
había sido todo un lío de adolescentes torpes e incómodos.
Con Antony fue estupendo: la forma en que hacía sentir mi
cuerpo, las cosas que hice con su boca y sus dedos… el modo
en que folló…
No podía creer que hubiera sucedido de verdad. Miré a
Antony, que seguía durmiendo pacíficamente a mi lado. Eran
apenas las seis de la mañana, los gemelos aún no se habrían
despertado, y me tomé un minuto para admirar al hombre que
tenía allí conmigo.
Ya le había visto sin camiseta en la piscina y en otras
ocasiones, pero nunca había estado tan cerca de él como
anoche, y por Dios, la realidad era mucho más increíble de lo
que jamás había imaginado.
Entonces me di cuenta.
Me había acostado con mi jefe.
Esto solo podía acabar mal.
Salí rápidamente de la cama, cogí mi ropa y corrí a la
habitación de invitados antes de que Elizabeth y Aaron se
despertaran y se dieran cuenta de que había pasado la noche en
la habitación de su padre.
No podía creer que me hubiera dejado llevar. Sabía que no
habría ocurrido si Anthony hubiera estado sobrio y no se
estuviera recuperando del rechazo de Kayla, y me sentí fatal
por haberme aprovechado de la situación.
Me duché y luego me vestí a una velocidad récord antes de
bajar a preparar el desayuno. Cuando Aaron y Elizabeth
entraron en la cocina, con los ojos brillantes y charlando sobre
el día que se avecinaba, yo ya había decidido hacer como si
nada cuando Antony se despertara.
Hoy iba a trabajar, así que no nos veríamos mucho. Pronto se
iría al restaurante, pero antes llevaría a los gemelos a la
guardería, así que tendría que darme prisa en prepararles el
desayuno y la comida.
Aaron y Elizabeth estaban comiendo los cereales y la fruta,
cuando Antony entró en la cocina y se sirvió una taza de café.
No dije nada, me mantuve ocupada preparando las fiambreras
y fingiendo que lo de anoche nunca había ocurrido.
“Como te llevas a los gemelos al colegio, me voy a casa para
hacer unos recados, si te parece bien. Volveré más tarde para
recogerlos y ocuparme de todo mientras estás en el trabajo”.
Antony parpadeó y, siguiendo mi ejemplo, asintió: “Claro.
Veré si puedo pasarme más tarde, después del turno de la
comida”.
“Vale, hasta luego”. Me volví hacia Aaron y Elizabeth.
“Portaos bien en la escuela. Que tengáis un buen día y hasta
luego”.
Los besé a los dos y salí corriendo de casa sin decir una
palabra más.
En cuanto entré en el coche, envié un mensaje a Tina.
¡Dios mío! ¡Me he acostado con Antony!
Qué demonios. Los detalles. ¡Ya!, respondió mi amiga.
Nos vemos en la cafetería dentro de quince minutos y te lo
contaré todo, le contesté.
Quince minutos después, me senté en nuestra cafetería con un
Frappuccino de Caramelo, y llegó Tina. Pidió una bebida y se
unió a mí en la mesa habitual junto a la ventana.
“¡Dispara!”, inquirió, sentándose frente a mí.
Mientras sorbíamos nuestro Frappuccino, se lo conté todo.
Hizo ruidos como “ooh” y “ahh” en todos los momentos
oportunos y, cuando terminé, sonrió.
“¡Lo has conseguido, chica!”
Solté una risita y le dije: “No, no puede volver a ocurrir”.
“¿Qué? ¿Estás loca? Ese hombre está buenísimo, y sé que lo
deseas desde hace años”.
“Eso es verdad”, dije. Al principio pensé que simplemente
estaba colada por Antony, era tan divertido, guapo y amable, y
se portaba de maravilla con los gemelos, pero con el tiempo
me di cuenta de que mis sentimientos por él iban mucho más
allá de un flechazo. “Pero no así. No estaba sobrio. Siento que
me aproveché”.
“Vamos, no estaba tan borracho como para no tener ni idea de
lo que hacía. Habla con él más tarde… Si no le interesa, déjalo
como una cosa de borrachos. Pero si lo está…”. Tina movió
las cejas sugestivamente.
“No le interesa. Estaba borracho y deprimido por el fracaso de
su cita, eso es todo. Él no me ve así”.
“¿No?” Tina esbozó una sonrisa de sabelotodo. “Tiene que
hacerlo, si no, no habría ocurrido. Habla con él. A ver qué
pasa”.
“Uf, no puedo. ¿Y si me rechaza?” Confesar mis sentimientos
a Antony, solo para que me dijera que todo había sido un error,
me provocó un dolor en el pecho. No habría sido capaz de
hacerlo.
“Vamos, ¿qué tienes que perder? Si no le interesa, da igual.
Pero si lo está…”, repitió Tina.
Por un momento imaginé cómo sería, y mi corazón se volvió
loco. Era todo lo que siempre había soñado. Los cuatro
podríamos haber sido una familia: yo, Antony y los gemelos.
Habría sido perfecto. Sabía que nunca podría sustituir a May, y
eso no era lo que yo quería. Pero también sabía que podía
hacer feliz a Antony.
“Lo decidiré más tarde”, dije finalmente. “Si no saca el tema,
ya sabré que cree que ha sido un error, pero si lo hace, hablaré
con él”.
“¡Sí! ¡Hazlo!”, dijo Tina triunfante.
Después de salir de la cafetería, me fui a casa, desayuné e hice
algunas tareas domésticas. Luego fui a la tienda a hacer
algunas compras, antes de volver a casa de Antony para
empezar a preparar la cena.
Tenía que recoger a los gemelos del colegio al cabo de un par
de horas, y Antony se quedaría en el restaurante la mayor parte
del día, aunque a veces volvía entre la comida y la cena.
¿Quizá podría haber hablado con él entonces?
Antes de darme cuenta, había llegado la hora de recoger a
Aaron y Elizabeth, e intenté no sentirme demasiado
decepcionada porque Antony no hubiera vuelto a casa. Era
muy consciente de lo abarrotado que estaba a veces el resort.
En cuanto los gemelos subieron al coche, empezaron a charlar.
“Tenemos deberes”, dijo Aarón, sonando inusualmente
contento.
“Qué, pero si estáis en el jardín de infancia”, respondí
incrédula.
Aaron y Elizabeth asistían a una guardería privada de jornada
completa en la que May los había matriculado antes del
accidente. Lo hizo casi inmediatamente después de su
nacimiento, debido a la enorme lista de espera. Cuando llegó
el momento de que empezaran la guardería, Antony y yo
visitamos el lugar.
Al principio fue incómodo, sobre todo cuando el director
pensó que éramos pareja, y Antony se vio obligado a explicar
lo de la muerte de May. Ocurría a menudo cuando salíamos los
cuatro juntos. Si la gente veía a un hombre y una mujer juntos
con dos niños, pensaba en una pareja. Si se trataba de
desconocidos al azar, no tenía sentido explicarles la situación:
nunca volveríamos a verlos.
Pero con la escuela, Antony prefería aclarar la situación.
Pensaba que era importante que, aunque me pagaba por cuidar
de sus hijos, yo participara en las decisiones sobre su
educación y su futuro. Pasaba más tiempo con Aaron y
Elizabeth que él, y había estado con ellos la mayor parte de su
vida, desde que May murió cuando los gemelos tenían solo
nueve meses.
Juntos formábamos un buen equipo, haciendo lo que era mejor
para los niños. Saber esto me hizo albergar esperanzas de que
quizá nuestra relación pudiera ir más allá. Los niños me
adoraban y los estaba criando bien. El único cambio en nuestra
relación sería entre Antony y yo.
“La señorita Morgan quiere que hagamos los deberes de
matemáticas y lectura”, dijo Elizabeth, aunque no parecía tan
entusiasmada como Aaron. “Pero yo quería jugar en el parque.
Quiero practicar fútbol”.
“¿Fútbol?”, pregunté mientras salíamos del aparcamiento del
colegio.
“Sí, hoy hemos visto un vídeo sobre la selección femenina.
¿Sabías que ganaron cuatro copas del mundo y cuatro
medallas de oro olímpicas?”.
“La verdad es que sí lo sabía. También han ganado ocho
Copas de Oro de la Concacaf”, dije, impresionada no solo por
la memoria de Elizabeth, sino también por el hecho de que en
la escuela se enseñara algo sobre la selección femenina de
fútbol. “Vale, ¿qué tal si os ayudo a las dos con los deberes y
después practicamos fútbol en el parque?”.
“No necesito ayuda”, dijo Aarón.
“Seguro que no la necesitas, pero estaré allí de todos modos”.
Cuando llegamos a casa, retomé la cena - estofado de ternera
con muchas verduras - para que estuviera lista a tiempo para el
final del entrenamiento de fútbol. Luego preparé a los gemelos
una merienda después del colegio, y nos reunimos en el
mostrador del desayuno para hacer los deberes.
Aaron hizo los de matemáticas rápidamente, mientras que
Elizabeth tuvo más dificultades. No es que no pudiera
hacerlos, las preguntas eran apropiadas para su edad y
capacidad - cosas sencillas como corregir frases que no habían
sido puntuadas o sumar números básicos entre el uno y el diez
-, pero no le resultaban atractivas, ya que hubiera preferido
estar fuera.
La ayudé sin facilitarle las respuestas, pero manteniéndola
concentrada y recordándole que cuanto antes terminara, antes
nos iríamos.
Por fin los dos gemelos terminaron los deberes y lo guardaron
todo en la mochila.
“Vale, vamos a jugar al fútbol”, dije, cogiendo el balón y
abriendo la puerta del patio.
“Yo podría quedarme dentro leyendo mi libro”, dijo Aarón. Él
seguía leyendo el libro de cuentos clásicos.
Me detuve, no quería empujarle a hacer algo con lo que no se
sintiera cómodo, pero al mismo tiempo, salir y hacer algo de
actividad física sería bueno para él.
Me puse en cuclillas, a la altura de sus ojos, y le dije
suavemente: “¿Podrías jugar un rato al fútbol con Elizabeth y
conmigo? El aire fresco te sentará bien. Si no te gusta, te
prometo que puedes volver dentro y leer”.
“Vale”, contestó Aarón indeciso, y salimos todos fuera.
Preparé un poste de portería, que custodié, y luego instruí a los
gemelos sobre cómo pasarse la pelota unos a otros y disparar a
la portería. Elizabeth lo consiguió fácilmente, pero la
coordinación de Aarón no era tan fluida, y cuando no
conseguía marcar como su hermana, se frustraba.
“Lo estás haciendo bien”, le animé. “Creo que con unos
cuantos intentos más podrías conseguirlo. Pero si es lo que
realmente quieres, puedes volver a tus cuentos”.
Aaron miró la pelota y luego volvió a mirar la puerta del patio.
Por un momento pensé que se quedaría fuera, pero luego
corrió hacia la casa, dejándonos solas a Elizabeth y a mí.
Sin su gemelo, Elizabeth no tenía con quién practicar, así que
decidimos turnarnos para lanzar penaltis. Para tener casi cuatro
años, tenía una precisión excelente, y marcó todos sus goles,
además de detener tres de mis cinco tiros. Debería haberle
dicho a Antony que la apuntara a un equipo de fútbol o algo
así.
De vuelta a casa, agotados y sudorosos, encontramos a Aaron
felizmente sentado en el sofá leyendo su libro. Me impresionó
ver que había conseguido leer una historia entera en el tiempo
que Elizabeth y yo habíamos estado fuera.
“¿Puedo contaros lo que pasó en “Los duendes y el
zapatero”?”, preguntó al vernos entrar en la habitación.
“Lavémonos primero para cenar y luego seré todo oídos”.
Después de cenar, seguimos la rutina habitual de baño y
cuento, y Aarón volvió a ofrecerse a leernos. Como siempre,
Elizabeth se durmió enseguida, mientras Aarón luchaba con
los ojos caídos para terminar el cuento -La Sirenita- con éxito.
Tendría que haberle contado a Antony la afición de Aaron por
la lectura. Antony y yo deberíamos haber hecho todo lo
posible para animar a los pequeños hacia sus pasiones.
Cuando los gemelos se durmieron, limpié, lavé la ropa y
preparé sus almuerzos para el día siguiente, y luego esperé a
que volviera Antony. Normalmente volvía del resort no más
tarde de las dos de la madrugada. El servicio de cena
terminaba a medianoche, y luego él y su equipo tardaban un
par de horas en terminar y limpiar.
Me acomodé en el sofá con un bol de palomitas y una película.
Iba a ver “Lo que el viento se llevó“. A mi madre le
encantaban los clásicos en blanco y negro, y verlos me
recordaba a ella y a mi infancia en Long Island.
Cuando oí abrirse la puerta principal hacia la una y media, se
me aceleró el corazón, al saber que Antony estaba en casa y
preguntándome si me hablaría de nuestro encuentro de la
noche anterior…
4
A NT O N Y

M e desperté aún un poco aturdido y con los efectos de


una auténtica resaca. Me arrastré hasta la cama,
buscando el cuerpo caliente de Erin, pero ya no estaba
allí.
Esto me despertó de golpe y me di cuenta, con un sobresalto,
de lo que había sucedido la noche anterior.
Mi mente se llenó de imágenes: mis labios en los suyos, mi
boca en otros lugares, hundiendo en lo más profundo de su
cuerpo. Por un momento, se me puso dura la polla, pero
conseguí apartar ese tipo de pensamientos.
No fue el caso.
Miré por la habitación: su ropa había desaparecido y no
parecía estar en el baño, y me di cuenta de que había vuelto a
su cuarto. Menos mal, porque los gemelos iban a bajar a
desayunar.
Yo los llevaría al colegio antes de ir al restaurante, para que
Erin pudiera irse a casa y estar un rato sola antes de recogerlos
por la tarde. Luego se iba a quedar a cenar y a acostar a los
niños, mientras que yo permanecía en el restaurante hasta las 2
aproximadamente. Afortunadamente, tendría un descanso
entre la comida y el servicio de cena.
En la ducha, intenté comprender mi estado de ánimo respecto
a lo que había ocurrido la noche anterior. Al principio, tuve
una sensación de culpabilidad, como si me hubiera
aprovechado de Erin y de ser su jefe. Pero entonces recordé su
mirada en el pasillo. No era exactamente la mirada de alguien
que hace algo a regañadientes para complacer a otra persona.
Me deseaba tanto como yo a ella. Quizá más.
Pero la atracción física por sí sola no era razón suficiente para
continuar. No tenía ni idea de que quería empezar a ligar con
nadie, y mucho menos con la niñera de mis hijos. Y eso sin
tener en cuenta los sentimientos de Erin hacia mí. Estaba claro
que se veía atraída por mí, pero quizá solo físicamente, o por
mi dinero. La realidad de estar con un padre soltero era muy
distinta, y como Erin era cinco años más joven que yo, no
estaba seguro de que fuera lo que buscaba.
Al final, decidí seguir mis instintos. Si ella hubiera demostrado
que estaba interesada en tener algo serio conmigo, quizá
podríamos haberlo intentado. Pero si ella no lo hubiera
mencionado, actuaría como si nunca hubiera pasado nada entre
nosotros.
Fui a la cocina, donde los gemelos estaban desayunando. Al
verme, Erin se dio la vuelta y empezó a preparar los almuerzos
para llevar de los niños.
” Como te llevas a los gemelos al colegio, me voy a casa para
hacer unos recados, si te parece bien. Volveré más tarde para
recogerlos y ocuparme de todo mientras estás en el trabajo”,
dijo de repente. Su mensaje era alto y claro.
Íbamos a hacer como si no hubiera pasado nada.
Como no quería parecer insistente, pero también quería dejar
claro que estaba dispuesto a hablar del tema, le contesté:
“Claro. Veré si puedo pasarme más tarde, después del turno de
la comida”.
“Vale, hasta luego”. Erin me despidió y se volvió hacia Aaron
y Elizabeth. Tras desearles un buen día y darles un beso, salió
por la puerta sin mirarme.
Su comportamiento me confirmó lo que pensaba: a Erin no le
interesaba hablar de lo que había pasado la noche anterior, y
mucho menos tener una relación conmigo.
Ningún problema.
Concentré mi atención en los gemelos. Debido a las largas
horas en el restaurante, no pasaba mucho tiempo con ellos, así
que saboreaba cada oportunidad que tenía de estar juntos,
aunque solo fuera un trayecto en coche hasta el colegio.
“¿Cómo estáis esta mañana?”, pregunté, reuniéndome con mis
hijos en la mesa del desayuno.
Aarón llevaba su habitual gama de colores brillantes, un
calcetín morado chillón y el otro verde lima. Elizabeth parecía
haber abandonado sus trenzas de “serpiente” del día anterior, y
llevaba unas trenzas enroscadas en la cabeza a modo de
corona.
“Estoy bien”, dijo Aaron enérgicamente. “¿Te ha dicho Erin
que anoche les leí un cuento a ella y a Elizabeth?”.
Sintiéndome culpable, respondí: “No, no me lo dijo. Ya se
había acostado cuando volví. Pero haré que me lo cuente todo
más tarde, te lo prometo”.
“¿Puedes pedirle que también me apunte a una clase de
gimnasia extraescolar, por favor?”, preguntó Elizabeth.
Últimamente había mostrado más interés por la gimnasia y los
deportes, y decía que era su clase favorita. Hacía poco me
había dicho que se estaba entrenando para convertirse en una
guerrera amazona, como había leído en sus libros de
mitología. En secreto, creía que una amazona era una gran
mejora con respecto a una gorgona, pero no dije nada que
pudiera molestar a mi hija. ¡Así, al menos, no me convertiría
en piedra!
“Sí, también hablaré de eso con Erin”, prometí, esperando
tener la oportunidad de volver a casa entre la comida y la cena.
Aunque Erin había dejado claro que no estaba interesada en
una relación, aun así íbamos a tener que hacer todo lo posible
por los gemelos, y no iba a permitir que ningún sentimiento
incómodo nos impidiera estar a su lado.
Después de desayunar, me aseguré de que mis hijos tuvieran
todo lo que necesitaban para ir al colegio, y luego los cargué
en el coche, lo cual fue toda una hazaña. Recordé cuando May
se quedó embarazada e insistió en que vendiéramos nuestro
Porsche. En aquel momento me mostré reticente, pero cuando
nacieron Aaron y Elizabeth, enseguida quedó claro cuántas
cosas necesitaban los niños, y la situación no cambió con el
paso de los años. De hecho, sus necesidades no hicieron más
que aumentar.
Por suerte, Erin lo tenía todo organizado. Me habría vuelto
loco sin ella.
Este pensamiento me hizo reflexionar. Era una niñera muy
buena. Cuando decidí contratarla, se presentó como la
“susurradora de bebés”, y enseguida demostró que realmente
lo era. Aunque los gemelos solo tenían nueve meses cuando
May murió, de algún modo sintieron que había ocurrido algo
terrible, y estaban inconsolables; les costaba dormir toda la
noche, apenas comían y se aislaban. Erin hizo verdaderos
milagros. Su amable paciencia marcó la diferencia, y pronto
crearon una rutina, y yo me sentí muy a gusto volviendo al
trabajo. Al crecer, Erin siguió demostrando por qué tenía
aquella reputación: no podía evitar reconocerle el mérito de
asegurarse de que comían sano, tenían intereses variados y
vivían una vida gratificante.
Por este motivo, no estaba seguro de si tener una relación con
ella iba a ser la decisión correcta. Ella ya había dejado claro
que no quería discutir por lo de la noche anterior y empezar
una relación solo complicaría las cosas. ¿Y si hubiéramos
roto? ¿Habría perdido lo mejor que nos había pasado a mí y a
los gemelos?
Dejé de pensar en Erin cuando llegué al restaurante. Empecé a
prepararme para el servicio de comidas. Cuando llegó Dale,
empezó a preguntarme por mi cita con su prima Kayla.
“¿Por qué no le contaste lo de los gemelos?”, pregunté,
intentando no parecer enfadado con mi sous-chef.
“Lo siento, tío, la verdad es que no tenía ni idea. Nunca
hablamos de eso”, respondió encogiéndose de hombros.
“Probablemente es algo que deberías mencionar antes de
concertar una cita a ciegas con alguien. Ya no quiere verme”.
“Joder, lo siento”, volvió a decir Dale.
“No pasa nada. Pero la próxima vez asegúrate primero de que
saben lo de Aaron y Elizabeth, ¿vale?”, dije, aunque en
realidad no quería que Dale me organizara otra cita. Intenté ser
cortés, pero pronto me di cuenta de mi error.
Dale sonrió y dijo: “De acuerdo. Conozco a la chica perfecta.
La hermana de mi mejor amigo, Chantelle, trabaja en una
guardería al otro lado de la ciudad, así que ya sabes que le
gustan los niños”.
“Sí, tal vez”, dije desdeñosamente, ocupándome de mis
asuntos. Después del desastre con Kayla, no quería que Dale
volviera a tenderme una trampa. Además, había que tener en
cuenta a Erin…
Volver a pensar en ella me trajo todos los recuerdos de la
noche anterior, y volví a ponerme cachondo. Lejos de Erin y
los gemelos, pude admitir, por fin, que siempre me había
parecido atractiva. Tucker incluso había comentado su belleza
cuando decidí contratarla, a pesar de que Ryan y yo le dijimos
que no hiciera tonterías. No es que pensara que ella pudiera
estar interesada en alguien cuatro años más joven.
Sinceramente, ni siquiera pensé que se interesaría por mí. La
diferencia de edad no era enorme, solo cinco años, pero
pasábamos por fases de la vida tan distintas. Por un lado
estaba yo, viudo y con gemelos, y por otro, ella, que
únicamente había vivido en Long Island y trabajaba para mí.
Lo que realmente necesitaba era alguien con quien hablar de
todo esto, y sabiendo que Ryan había estado en una situación
similar cuando se acostó con mi antigua sous chef, Alicia,
envié un mensaje a mi hermano.
Oye, estaba pensando que podríamos quedar más tarde.
¿Estás libre sobre las tres? Podría subir algo de comida y
podríamos pasar el rato antes de que empiece el servicio de
cena.
Unos minutos después, Ryan respondió: Siempre tengo tiempo
para mis hermanos. Nos vemos luego.
Me apetecía volver a casa y hablar con Erin sobre los gemelos,
pero decidí que lo mejor sería resolver primero qué hacer
respecto a nuestra relación.
Cuando el restaurante se vació después de la comida, le dije a
Dale que me tomaría un descanso, luego cogí dos platos de
sobras y me dirigí hacia el despacho de Ryan.
Sonreí al ver salir a Alicia, con la barriga redonda por el
embarazo. Fue una verdadera sorpresa. Nunca me habría
imaginado que Ryan se acostara con alguien que trabajara para
él, y mucho menos que tuviera un hijo con ella, pero en
cambio, aquí estábamos, y para mi asombro mi hermano
parecía realmente feliz. Incluso sonreía.
“Hola, ¿cómo van las cosas?”, pregunté, dejando los platos de
comida y acomodándome en el sillón frente a Ryan.
“Todo está muy bien. Alicia acaba de pasar por aquí para
informarme sobre el nuevo restaurante”.
“Claro, por supuesto”, me burlé un poco de él, y me
sorprendió ver que mi hermano mayor se ruborizaba.
“Estábamos trabajando, te lo juro”, dijo insistentemente, y
luego se puso a comer el plato de ensalada césar de pollo.
Antes de comerme el mío, le pregunté: “¿Cómo le va? ¿Siendo
tú su jefe y todo eso?”.
Ryan sonrió mientras engullía un bocado de comida, y tras
tragar dijo: “Intentamos mantener las dos cosas separadas en la
medida de lo posible. Sé que no es habitual, y que hubo
algunos cotilleos cuando anunciamos nuestra relación, pero
ella me hace más feliz que nunca.”
“¿Así que todo el drama merece la pena?”
“Sí”.
“Es bueno saberlo, porque me encuentro en una situación
parecida. Me acosté con alguien con quien trabajo”. Seguí
siendo muy vago, no fuera a ser que Ryan se diera cuenta de
que estaba hablando de Erin.
“¿Alguien del resort?”, preguntó.
“Sí”, dije, añadiendo una pequeña mentira.
“Pero creí que habías ido a cenar con la prima de Dale”.
“Sí, y acabó mal. No quiere salir con hombres con hijos. Al
final me emborraché y me enrollé con una mujer de aquí”.
Conté la historia lo más sinceramente que pude sin revelar la
identidad de esa persona.
“¿Y te gusta?”
“Sí. La conozco desde hace tiempo y me he dado cuenta de
que siempre me ha gustado. Es raro, ya sabes, por el trabajo y
todo eso”.
“¿Qué piensa ella?”, preguntó Ryan.
“No abordamos el tema. A la mañana siguiente me eludió y se
largó”. Otra mentira, pero tenía que cubrir mis huellas. Aún no
le había contado a Erin lo que sentía y, hasta que no estuviera
seguro, no podía decírselo a nadie más. Ni siquiera a mi
hermano.
Ryan sonrió. “¿Tan desentrenado estás?”
“¡Cállate! Creo que a ella le extrañó tanto como a mí, pero
quiero seguir adelante. Si ella quiere. Es que no sé cómo“.
“Bueno, hablar con ella sería un comienzo”, dijo mi hermano
bromeando, tanto que me dieron ganas de abofetearle. “Pero
tómate tu tiempo. Alicia y yo mantuvimos las cosas en secreto
al principio y eso nos ayudó, ¿sabes? Llegamos a conocernos y
comprendimos lo que ambos queríamos, así que fue más fácil
cuando hicimos pública la relación.”
Analicé el consejo de Ryan. No estaba mal, la verdad. ¿De qué
servía contárselo a todo el mundo y enfrentarse a reacciones
negativas o cotilleos si aún no lo habíamos hablado entre
nosotros? Además, no quería dar una impresión equivocada a
los gemelos. Pero si hubiéramos estado saliendo en secreto,
podríamos habernos conocido bien antes de hacer oficial la
relación. Ya está.
5
ERIN

C on un par de largas zancadas, Antony cruzó el pasillo y


entró en el salón a oscuras. Se acercó a mí en el sofá y
me ofreció las manos.
“Deberíamos hablar de lo de anoche”, empezó a decir mientras
me levantaba.
Antony me hizo callar apretando sus labios contra los míos,
besándome hasta dejarme sin aliento.
Cuando por fin nos separamos, dijo: “No podía dejar de pensar
en ello, Erin. Te deseo”.
La cabeza me daba vueltas y el corazón se me aceleraba. No
podía ser verdad.
“¿Qué quieres decir? ¿Quieres salir conmigo y decirles a los
gemelos que estamos juntos?”.
Antony dio un paso atrás. “No quiero decírselo a los gemelos,
al menos todavía no. Creo que deberíamos mantenerlo en
secreto durante un tiempo para conocernos mejor”.
Le solté la mano y me dejé caer en el sofá. “¿Es porque soy tu
niñera?”.
Antony se sentó a mi lado. “Un poco… ya sabes que la gente
hablará. Pero no es solo eso, antes hablé con Ryan…”.
“¿Le has hablado a tu hermano de nosotros?”, pregunté
optimista. Si Antony había confiado en Ryan, tenía que ser una
buena señal.
“Bueno, no le dije que estuviera interesado en ti. Le dije que
era por alguien del restaurante”.
“Ah”, dije, incapaz de ocultar mi decepción.
“No es eso”, dijo Antony. Me acarició suavemente la cara,
dirigiendo mi mirada hacia la suya. “Me gustas, Erin, y quiero
ver cómo se desarrolla esto. Pero no puedo aguantar más
dramas. Volver a salir, después de May, ya me resultará
bastante difícil sin que todo el mundo opine y cotillee sobre
nosotros. Y no quiero que se molesten los gemelos. Ya sabes
lo mal que se tomaron la muerte de May. Tampoco quiero
darles esperanzas sobre algo de lo que no estamos seguros”.
“Entonces, ¿qué estás diciendo?”, pregunté, incapaz de
mantener el contacto visual con él. Sus ojos oscuros eran
demasiado intensos y mis sentimientos por él eran demasiado
feroces.
“Digo que quiero salir contigo y conocerte, pero en secreto.
Seguirás trabajando para mí, podemos encontrar tiempo
cuando vuelva del trabajo, y cosas así. ¿Qué te parece?”
No era exactamente como había imaginado que se
desarrollaría la velada con Antony, pero, por otra parte,
tampoco lo había sido nuestra primera noche. Siempre había
fantaseado con él, que me llevaría a una cena romántica, que
me confesaría que estaba enamorado de mí desde hacía meses.
Era una ingenua.
Pero lo que me decía ya era algo. Me deseaba y quería estar
conmigo. No me habría importado mantener la relación en
secreto, siempre que fuera una situación temporal.
“Vale, lo acepto”, respondí, acercándome y apretando mis
labios contra los suyos.
Besar a Antony sobrio y completamente bajo control fue
fantástico. Se tomó su tiempo, jugueteando con su lengua,
moviéndola contra la mía y mordiéndome el labio inferior.
Luego bajó con la boca. Me besó a lo largo de la barbilla y me
chupó el cuello hasta que jadeé.
Me miró con los ojos llenos de pasión y dijo: “Deja que te
lleve a la cama”.
Se levantó del sofá, me ofreció la mano y me ayudó a
levantarme. Con los dedos entrelazados, Antony me condujo
escaleras arriba. Esta vez no hubo pausa en el pasillo. Con
confianza, empujó la puerta del dormitorio y tiró de mí hacia
dentro. En cuanto la puerta se cerró tras nosotros, sus labios
volvieron a posarse en los míos y, mientras intentábamos
llegar a la cama, sus manos se afanaron en quitarme la ropa.
“Llevo todo el día pensando en estar dentro de ti”, dijo
jadeando, dejándose caer sobre la cama. “Me encanta tu
cuerpo”.
Me miró como si fuera una diosa, sus ojos captando cada
detalle, antes de bajar la cabeza para hacer lo mismo. Me besó
por la garganta, con la lengua lamiéndome la clavícula, y
luego se detuvo con la cabeza entre mis pechos. Los apretó
entre sí, pellizcándome los pezones y chupando cada uno por
turno hasta que se endurecieron y se pusieron sensibles.
“Dios, me encanta sentir tu boca en mi cuerpo”, gemí sin
aliento.
“Bien, porque a mí me encanta tu sabor”, respondió Antony,
bajando los labios de mis pechos. Su lengua llegó hasta mi
ombligo, y entonces, como la noche anterior, me levantó las
rodillas y las separó. “Casi tanto como me gustan los sonidos
que haces cuando bajo sobre ti”.
Se colocó entre mis piernas, y me quedé boquiabierta mientras
me lamía el clítoris, para descender hasta mi abertura y pasar
la lengua por mi entrada. Luego su boca volvió a mi clítoris y
lo chupó con avidez, hasta que pulsó de necesidad y mis
caderas empezaron a balancearse.
“Ven, córrete para mí”, dijo, reemplazando su boca por sus
dedos. Presionó mi clítoris, frotándolo rápidamente, y luego
me metió dos dedos. La acción hizo que todo mi cuerpo se
agarrotara por un momento, y luego me sentí explotar cuando
me asaltaron las oleadas del orgasmo.
Sin dejarme apenas tiempo para recuperar el aliento, Antony
se levantó, cogió un preservativo de la mesilla de noche y lo
desenrolló sobre su miembro antes de penetrarme
profundamente.
“¡Oh, Dios!”, grité, con las piernas cerradas en torno a sus
caderas.
Antony jugaba con mis pechos mientras se movía dentro de
mí, a un ritmo lento y burlón. Empujó con más fuerza,
hundiéndose completamente dentro de mí, y luego se apartó,
dejando que la punta de su pene acariciara mi abertura. Repitió
el movimiento; me podía haber vuelto loca. La sensación, que
crecía después de que me hubiera hecho correrme con su boca,
alcanzó un punto álgido que nunca antes había experimentado.
“Más fuerte, más rápido”, jadeé.
Antony sonrió y aumentó el ritmo, penetrándome. Sentía su
piel chocar contra la mía y hundí las uñas a lo largo de su
espalda.
Alcanzamos el orgasmo al unísono, mis paredes internas se
tensaron en torno a la polla de Antony mientras él se soltaba y
luego se hundía lentamente en mí.

Salir a escondidas con Antony era mucho más divertido de lo


que imaginaba. Todas las noches, cuando volvía del trabajo,
sabiendo que los gemelos estaban profundamente dormidos y
nadie nos vería, Antony me llevaba a su dormitorio y
follábamos. Siempre se aseguraba de que yo llegara al
orgasmo, con la boca o con las manos, antes de hacer el amor
y correrme por segunda vez.
A veces, durante el día, iba al restaurante y nos echábamos un
polvo rápido. Era excitante. No solo jugábamos con la
imaginación en las posturas, sino que el riesgo de que nos
pillaran en cualquier momento me excitaba aún más.
Pero no se trataba únicamente de sexo.
Algo cambió en Antony: estaba más presente que antes y
encontraba cualquier excusa para regresar a casa. Salíamos
juntos, cuidábamos de los gemelos y empezábamos a
conocernos. Algunas tardes, después del trabajo, ni siquiera
íbamos directamente a la habitación, sino que pasábamos
tiempo viendo una película juntos. Y en sus días libres,
salíamos con los gemelos. Era como si fuéramos una familia.
Casi.
Como siempre, no corregía a los extraños que suponían que
estábamos juntos, pero seguía buscando formas de mantener
nuestra relación en secreto. Cuando su hermano Ryan empezó
a salir con Alicia nos dimos cuenta de que los cotilleos se
propagaban con rapidez en los Hamptons, y el hecho de que
yo pudiera seguir yendo a tomar un café con Tina sin que la
gente hablara de mí era una buena señal. Significaba que nadie
sabía nada de nosotros.
“¿Y te parece bien mantenerlo en secreto?”, preguntó Tina,
una mañana en que Antony había llevado a los gemelos a la
guardería y yo tenía unas horas libres.
“De momento, sí. Me gusta que nadie interfiera. Estamos los
dos solos. Y los gemelos parecen tan tranquilos. He apuntado
a Elizabeth a un equipo de fútbol extraescolar un día a la
semana, y mientras ella está allí, Aaron y yo vamos al club de
lectura de la biblioteca. No quiero hacer nada que les
moleste”.
“Vale, sí, lo entiendo, pero no puedes mantenerlo en secreto
para siempre, ¿verdad?”.
“Bueno, claro, pero aún no llevamos saliendo ni dos meses.
Seguro que Antony empezará a contárselo a la gente cuando
esté preparado”.
“Ten cuidado, no quiero que te utilice”, dijo Tina,
dirigiéndome una dulce sonrisa.
Sus palabras me hicieron abandonar mi Frappuccino y sentí un
dolor en el estómago. Llevaba unos días sintiendo esa
sensación de malestar y, como no parecía pasárseme, empecé a
preocuparme, pensando que estaba estresada, preguntándome
cuándo - porque era cuándo, no si - Antony haría pública
nuestra relación.
Como el malestar no hacía más que empeorar, decidí pedir cita
con el médico de familia.
“Últimamente he estado un poco estresada, así que
probablemente ese sea el motivo”, le dije a la doctora. “Pero
pensé en hacerme un chequeo, por si acaso. Trabajo con niños
y no quiero exponerlos a nada”.
“Es comprensible”, dijo la Dra. Anders con una sonrisa
tranquilizadora. “Pero antes de enviarle a hacerse un análisis
de sangre, necesito preguntarle un par de cosas personales. ¿Es
sexualmente activa? ¿Podría estar embarazada?”
Sentí que me ruborizaba y contesté: “Salgo con alguien, sí,
pero siempre utilizamos protección”.
“Los preservativos pueden fallar, así que, a menos que
también tome anticonceptivos, me alegraría más que se hiciera
una prueba de embarazo. Aquí tenemos algunas que puede
llevar al baño”.
“Claro”, respondí para tranquilizar la doctora. Era solo una
formalidad. No podía estar embarazada. ¿Verdad?
¡Pues no!
“No sé cómo ha podido ocurrir”, le dije a la Dra. Anders,
mirando la prueba positiva. “Siempre utilizábamos
preservativo”.
“Lo sé, pero como he dicho, no siempre son seguros al cien
por cien, sobre todo si son más viejos”.
Entrecerré los ojos. “¿Qué quieres decir?”
“Los preservativos tienen una fecha de caducidad o, más
exactamente, una fecha hasta la cual es mejor utilizarlos”, dijo
sencillamente la doctora.
Joder. No tenía ni idea.
Después de salir de la consulta, me apresuré a volver a casa de
Antony. Los gemelos estaban en el colegio y él en el trabajo,
pero yo tenía las llaves para entrar.
Entré en el dormitorio y abrí la mesilla de noche donde
Antony guardaba los preservativos. Allí, en el cajón superior,
había un paquete de doce del que solo quedaba un
preservativo. Comprobé la fecha de la caja. Tenían cinco años,
¡antes incluso de que nacieran los gemelos!
¡Joder! ¡Joder! ¿Qué iba a hacer? Respiré entrecortadamente
y se me apretó el pecho. ¿Estaba preparada para tener un hijo?
¿Habría querido Antony tener un hijo conmigo?
Nuestra relación seguía siendo secreta, así que no tenía ni idea
de cómo reaccionaría ante la noticia de mi embarazo… A
menos que se lo dijera, pensé.
No podía llevar embarazada más de ocho semanas, lo que
significaba que aún me quedaba un mes antes de la primera
ecografía, y los riesgos de aborto eran pequeños. En cuatro
semanas podía haber pasado cualquier cosa. Decidí esperar,
segura de que cuando estuviera embarazada de doce semanas,
Antony les contaría a los gemelos lo de nuestra relación y lo
haría público.
6
A NT O N Y

A l principio, mi relación con Erin fue genial. Ella seguía


trabajando como niñera de los gemelos - lo que me
hacía sentir un poco extraño, pero hasta que no
estuvimos preparados para hacer pública nuestra relación, me
pareció injusto quitarle el sueldo - lo que nos permitía pasar
mucho tiempo juntos. Había echado de menos tener a alguien
esperándome en casa cada noche, y cuando empezamos a
hacer algo más que ir directamente al dormitorio - como salir y
ver películas - empecé a preguntarme por qué no lo habíamos
hecho hasta entonces.
Entonces, al cabo de unos dos meses, algo cambió. Erin ya no
parecía ella misma. No comía tanto como habitualmente y
estaba menos alegre. Me sentí fatal. Sabía que era yo quien
quería mantener oculta la relación, y me preguntaba si mi
necesidad de protegerme a mí y a los gemelos la estaba
afectando.
Decidí remediarlo con un viaje sorpresa a Nueva York. Así
podríamos pasar tiempo juntos sin que nadie supiera quiénes
éramos y disfrutar de la compañía del otro sin los gemelos
cerca.
El único problema era quién cuidaría de los niños. Podría
haber pedido ayuda a los padres de May, pero no solo vivían
en Florida, sino que me parecía extraño pedirles que cuidaran
de sus nietos para que yo pudiera salir con otra mujer. Sabía
que no les importaría - les encantaba ver a Aaron y Elizabeth -,
pero sentía que, de algún modo, no estaba siendo leal a May.
Habría sido más fácil pedir ayuda a alguien más cercano,
pensé. Sin embargo, ninguno de mis hermanos pequeños era
un niñero adecuado. Tampoco me habría planteado pedirle
ayuda a Ryan, pero desde que se había enterado de que iba a
ser padre, había cambiado mucho.
Sabía que lo mejor habría sido presentarme con algún regalo
para pedirle un favor, así que cogí uno de los postres de la
cena y lo llevé al despacho de mi hermano.
Cuando entré llevando una porción de tarta de queso, Ryan
entrecerró los ojos.
“¿Qué quieres?”
Me reí, dejé el plato delante de él y me senté en el sillón de
enfrente. “¿No puedo llevarle a mi hermano algo de merienda
sin un motivo oculto?”.
Ryan empezó a sospechar. “Nunca eres tan amable. Claro que
no eres un auténtico gilipollas, como Tucker, pero no me traes
dulces sin motivo. ¿Qué quieres?”
Dejé escapar un suspiro. “Vale, me has pillado. Necesito un
favor: ¿podríais Alicia y tú cuidar de los gemelos el fin de
semana para que pueda escaparme con la mujer con la que
salgo?”.
“¿Por qué no puede hacerlo Erin, ya que es su trabajo?”.
Joder. No podía decirle la verdad, así que me inventé una
mentira en el momento. “Yo… le prometí este fin de semana
libre hace meses. No puedo cambiar de opinión en el último
momento, no sería justo para ella”.
“Entonces, ¿por qué no te vas con la mujer con la que sales el
fin de semana en que Erin no esté ocupada?”, respondió Ryan.
Cogió la cuchara y se metió un bocado de tarta de queso en la
boca, saboreándola lentamente, antes de tragar.
“No puedo, este es el único fin de semana que ambos estamos
libres. Vamos, por favor, estoy desesperado. Si aceptas, te
prometo que cuando nazca el bebé, haré de niñero para que
Alicia y tú podáis tomaros un descanso”.
Ryan dio otro bocado a la tarta de queso, considerando mi
oferta. “Primero tendré que hablarlo con Alicia. Recuerda que
tiene hermanos pequeños a los que cuidar”.
“Lo sé, lo sé. Házmelo saber, ¿vale?”.
“Seguro”.
Al salir del despacho de Ryan, tuve que aguantar para no
reservar nuestro viaje; no tendría sentido pagar los billetes de
avión y una habitación de hotel hasta que Ryan y Alicia
aceptaran cuidar de los gemelos. Por suerte, me llamó
enseguida y me dijo que los dos iban a pasar el fin de semana
con Aarón y Elizabeth.
“Recuerda que eres la primera persona a la que pediremos que
cuide del bebé cuando nazca”, dijo Ryan antes de terminar la
llamada.
Me preparé para el viaje. Me moría de ganas de decirles a Erin
y de contar a Dale que me iría a casa antes de la cena.
Fui a buscar a Erin justo antes de que recogiera a Aaron y
Elizabeth del colegio.
“Tengo una sorpresa para ti”, le dije, cruzando la cocina y
estrechándola entre mis brazos.
Se puso de puntillas, de modo que nuestras bocas se
encontraron, y la besé lentamente, saboreando cada momento
juntos.
Cuando nos separamos, le dije: “He reservado un viaje a
Nueva York”.
Los ojos color miel de Erin se abrieron de par en par. “¿Qué,
cuándo?”
“Este fin de semana. Nos alojaremos en el Ritz-Carlton, en
Central Park. He pensado que podríamos ver un espectáculo
de Broadway, salir a cenar y quizá ir de compras”.
“Dios mío, me parece estupendo. Pero, ¿y los gemelos?”
“Ryan y Alicia han accedido a cuidar de ellos”, respondí,
divertido al ver que Erin parecía más conmocionada por
aquello que por la verdadera sorpresa.
“¡Vaya! ¿Cómo lo has conseguido?”
“Prometí hacer de niñero cuando naciera su bebé”.
Erin se rio. “¿No lo harías igualmente por ellos?”.
“Bueno, sí, pero Ryan no lo sabía, y así tenemos un fin de
semana para nosotros solos”.
Erin sonrió. “Me parece genial. Y me encantaría seguir
haciendo planes, pero ahora tengo que ir a recoger a los
gemelos”.
“Sí, claro y yo debería volver al trabajo”. Apreté los labios
contra los de Erin, resistiendo el impulso de meterle la lengua
en la boca, y en lugar de eso me aparté rápidamente hacia la
puerta de casa.

El viernes por la tarde, temprano, acompañé a Aaron y


Elizabeth a casa de Alicia, donde vivían ella, Ryan y los
hermanos pequeños de Alicia, con el propósito de asegurarme
de que los gemelos pasaran un fin de semana estupendo. Hacía
meses que no iban a ningún sitio sin Erin o sin mí, pero
cualquier duda que tuvieran al estar en un sitio nuevo
desapareció cuando apareció Evie, la hermana pequeña de
Alicia, con un juguete de Paw Patrol. Los gemelos y Evie eran
de la misma edad y congeniaron rápidamente. Cuando salí de
casa, se pusieron los tres a correr de un lado a otro riendo a
carcajadas.
Sonreí comprensivamente a Alicia y Ryan y subí al coche.
De vuelta en casa, Erin hizo las maletas y nos dirigimos al
aeropuerto para pasar el fin de semana. Contraté un jet privado
para el viaje, sin ahorrar dinero para que Erin se sintiera como
una princesa. Nos sentamos a todo lujo, en asientos de cuero
reclinables, bebiendo champán mientras volábamos hacia el
sur, hasta la ciudad que nunca duerme.
El vuelo duró solo treinta minutos, y a las ocho de la tarde
Erin y yo nos registramos en el Ritz Carlton. Reservé entradas
para ver Hamilton la noche siguiente, y cenar en Sardi’s,
donde las caricaturas de personajes famosos adornaban las
paredes. Pero para la primera noche no teníamos planes.
“¿Adónde quieres ir a cenar?”, pregunté mientras subíamos en
ascensor a nuestra suite del ático. Tampoco aquí había
ahorrado, reservando la suite Legacy, que ofrecía una vista
panorámica de Central Park y disponía de un gran comedor y
una mesa de billar solo para nosotros.
Al salir del ascensor y dirigirnos a la suite, Erin estaba cada
vez más emocionada y casi se le salían los ojos de las órbitas.
“Este sitio es precioso”, dijo.
“Espera a ver el interior”. Abrí la puerta de la suite,
atravesamos el vestíbulo de mármol y entramos en el primero
de los dos salones.
“Deberíamos pedir al servicio de habitaciones y comer aquí.
Se está demasiado bien para ir a otro sitio”.
“Bueno, si nos quedamos en la habitación toda la noche, no
hay razón para que no podamos cenar desnudos”, dije
bromeando.
Erin sonrió. “Quizá te lo replantees cuando veas la sorpresa
que he traído”.
“¿Ah, sí? Ahora me has picado la curiosidad”, repliqué,
imaginándomela en lencería de encaje.
Erin cogió su maleta. “Deja que me cambie”.
Todo lo que podía haber imaginado quedó eclipsado por la
lencería roja que llevaba cuando salió del cuarto de baño. La
pieza principal consistía en un conjunto de cuatro tirantes
horizontales que atravesaban el cuerpo de Erin en diferentes
puntos. Estos tirantes suspendían flores de encaje que
recorrían toda la lencería y cubrían sugerentemente los puntos
más llamativos, dejando el resto de su cuerpo desnudo. La
combinación de los tirantes, que daban a la lencería un aire
BDSM, y el delicado encaje, que la hacía provocativa y
femenina a la vez, me hizo palpitar el corazón.
“Te necesito”, dije, desabrochándome el cinturón y cruzando
la habitación hacia ella.
“Primero tienes que pillarme”, dijo Erin, con una sonrisa
pícara, y luego se escabulló.
Mientras me quitaba la ropa, perseguí a Erin por la suite, de
habitación en habitación, hasta que por fin llegamos a la
habitación con la mesa de billar, un sofá de cuero y un minibar
antiguo con forma de globo terráqueo. Había una sola puerta
para entrar y salir de esta habitación, y yo me puse delante de
ella, atrapando de hecho a Erin.
“¿Qué vas a hacer ahora?”, pregunté con una sonrisa burlona.
Llevaba puesto nada más que mis ajustados bóxer negro, y vi
que su mirada se centraba en mi ya palpitante polla mientras
cruzaba la habitación hacia ella.
Con una sonrisa de satisfacción, Erin respondió: “Lo que
quieras. Estoy a tu servicio”.
Oírla decir esas palabras me puso la polla aún más dura, y
apreté los labios contra los suyos, clavando los dedos en su
redondo culo. La levanté con facilidad y la coloqué sobre la
mesa de billar, hundiendo los dedos bajo las flores de encaje
para acariciarle. Erin estaba mojada y lista para mí.
Bajé hasta su clítoris, en su abertura, y luego volví a subir,
antes de ejercer una suave presión sobre su clítoris. Sabía lo
que le gustaba, y marqué un círculo con el dedo alrededor de
su punto más sensible, hasta que la oí jadear y agitar las
caderas.
“Te necesito dentro de mí”, dijo sin aliento, alargando la mano
para agarrar mi polla dura como una roca.
Mientras ella se tumbaba en la mesa de billar, me desnudé y
me paré…. “Joder, no tengo condón. Espera”.
Erin abrió mucho los ojos. “No pasa nada, tomo
anticonceptivo”.
“¿Cuándo fue la última vez que te hiciste un análisis?”,
pregunté.
“Hace años que no me acuesto con nadie, así que fue después
de que mi ex y yo rompiéramos en la universidad”, respondió,
mordiéndose el labio inferior. “¿Y tú?”
“Solo he estado contigo y con May”, confesé.
“Confío en ti si tú confías en mí”, dijo Erin.
Me lo pensé un momento, y al recordar los años que Erin
había trabajado para mí, me di cuenta de que nunca había
mencionado que saliera con nadie. “Confío en ti”, respondí,
mientras me subía a la mesa.
Atrapé los labios de Erin entre los míos, besándola
profundamente mientras mis manos recorrían sus pechos.
Cuando sentí que mi erección volvía a cobrar vida, aparté la
lencería de Erin y la penetré.
Me sentí tan bien follándola sin condón. La sensación intensa,
unida a la lencería sexy de Erin, y nuestra traviesa persecución
por la suite no me permitieron durar mucho, y tras un par de
empujones, me corrí dentro de ella. Sin embargo, a Erin no
pareció importarle, pues ya me había asegurado de que se
corriera antes que yo. Haciendo presión con mi peso sobre
ella, se frotó contra mi cuello, sus manos recorrieron mi
espalda y murmuró algo incomprensible contra mi piel.
7
ERIN

E l fin de semana en Nueva York con Antony fue como un


cuento de hadas. Después de nuestros juegos sensuales
en la mesa de billar, pasamos toda la noche en la suite,
en varios niveles de desnudez, y nos pusimos unas sencillas
batas cuando llegó el servicio de habitaciones.
Me sentí como una princesa por todo el empeño que Antony
había puesto en nuestra velada. La suite era enorme, con
jacuzzi en el cuarto de baño, y él intentó mimarme pidiendo
champán y de postre, donuts cubiertos de pan de oro
comestible por valor de 1.000 dólares.
Como no quería decir que estaba embarazada rechazando el
champán, bebí pequeños sorbos, y luego vertí el resto en el
jacuzzi cuando Antony no miraba. Me sentía culpable por
haber desperdiciado un champán tan caro, y tenía tantas ganas
de contarle a Antony lo del bebé…
Todavía no, dijo una voz en el fondo de mi mente. Quería ver
cómo iban las cosas cuando volviéramos de Nueva York.
Hicimos el amor innumerables veces, hasta que nos dolió todo
el cuerpo, y luego nos acurrucamos juntos en la cama viendo
películas.
Al día siguiente, pasamos la mañana en el balneario del hotel,
relajándonos y recibiendo masajes, y me sorprendí cuando el
dueño nos preguntó cuánto tiempo llevábamos saliendo.
Él respondió: “No mucho, solo un par de meses. Éramos
colegas”, dijo con un pequeño rubor.
“No te preocupes”, dijo el dueño del spa, guiñándonos un ojo.
“Si mi jefa estuviera tan buena como ella, yo también
transgrediría las normas”.
Antony sonrió tímidamente, pero yo no pude evitar sentirme
entusiasmada de que no ocultara nuestra relación. Quizá fuera
porque estábamos en otra ciudad, con gente a la que nunca
volveríamos a ver. En cualquier caso, era agradable no tener
que esconderse.
Ni siquiera nos escondimos cuando fuimos por la Fifth Avenue
a pasar una tarde de compras.
“Quiero comprarte algo que te recuerde nuestro viaje para toda
la vida”, dijo Antony, deteniéndose delante de la tienda
Tiffany’s.
Miré el icónico cartel turquesa. “Oh, pero ya te has gastado
mucho en este viaje”, dije.
Sabía que ninguno de los hermanos Braddock estaba
arruinado. El resort ganaba millones y yo, por supuesto, era
consciente de lo que costaba la escuela privada de Aaron y
Elizabeth.
Sin embargo, esto era distinto. Antony estaba gastando su
dinero para mí, y de repente no me sentí digna de su atención,
y mucho menos de su dinero duramente ganado.
“Tú lo vales”, dijo insistentemente, apretando sus labios contra
los míos.
Me cogió de la mano y me llevó a la joyería, donde miré a mi
alrededor como una niña en una tienda de golosinas.
Recorrí lentamente su interior, teniendo cuidado de elegir algo
que no solo fuera barato, sino que no llamara la atención de
nadie. Algo sencillo que tuviera un significado más profundo
únicamente para Antony y para mí.
Al final, elegí un brazalete de cadena de plata con dos círculos
entrelazados. Aunque los círculos llevaban el logotipo de
Tiffany’s, yo los veía como una representación de Antony y de
mí juntos. Pero el diseño era lo bastante sencillo como para
haberle dicho a cualquiera que había sido un regalo recibido
de un familiar o algo así.
“¿Estás segura de que eso es todo lo que quieres?”, preguntó
Antony mientras salíamos de la tienda.
“Estoy segura. Es más que suficiente para nosotros estar aquí,
juntos. Me lo estoy pasando muy bien”.
“Yo también”. Acortó la distancia que nos separaba y me besó
lentamente, tomándose su tiempo para dejar que su lengua
explorara mi boca, sin importarle que la gente pasara a nuestro
lado por la calle y mirara hacia nosotros.
Volvimos al ático y, al darme cuenta de la hora, dije: “Más
vale que nos demos prisa si queremos llegar a tiempo para
cenar en Sardi’s“.
“Quizá deberíamos ducharnos juntos para ganar tiempo”,
respondió Antony, con un brillo hambriento en los ojos.
“Pero eso solo nos distraerá…”.
Antony me interrumpió cruzando la habitación y apretando sus
labios contra los míos. “Desde que te vi en bata en el
balneario, estoy deseando tenerte a solas y desnuda. ¿Qué más
da si llegamos tarde a cenar?”.
Quise discutir - sobre todo porque tenía bastante hambre -,
pero enseguida lo reconsideré cuando Antony me dedicó una
sonrisa devastadoramente encantadora y me arrastró hasta el
cuarto de baño.
Abrió el grifo de la ducha y nos quitamos rápidamente la ropa.
Una vez desnudos, entramos en la ducha - más que grande
para dos - y nos colocamos bajo el chorro de agua caliente.
Antony cogió una esponja y me enjabonó el cuerpo con el
baño de burbujas, prestando especial atención a mis pechos.
Los hizo resbalar con el jabón, y luego dijo: “Ponte de rodillas
delante de mí, hay algo que quiero probar”.
Curiosa, seguí sus órdenes, y él maniobró con su cuerpo para
poder colocar su polla dura entre mis pechos enjabonados. Los
apretó y empezó a empujar, el gel de ducha hizo que su polla
se deslizara fácilmente entre mis pechos. Cada vez que la
punta empujaba a través de la abertura entre mis pechos,
arqueaba la cabeza para rodearle con la lengua. Siguió
empujando hasta que se corrió, su cuerpo se hundió un instante
y una sonrisa de satisfacción apareció en sus labios.
Antony cogió la alcachofa de la ducha y me enjuagó el pecho
y la cara, tocándome las mejillas y besándome ligeramente.
“Ha estado genial”, dijo, ayudándome a levantarme. “Déjame
devolverte el favor”.
Me colocó de modo que casi estuviera sentada en la repisa
destinada a los artículos de aseo, y luego se arrodilló frente a
mí. Me abrió las piernas y se echó hacia abajo,
masturbándome con la lengua mientras el agua caliente llovía
sobre los dos.
Sorprendiéndome, cogió la alcachofa de la ducha y ajustó el
dial, dejando que el agua saliera como un chorro más directo.
Colocó la alcachofa de la ducha perfectamente, de modo que
el pulso constante del agua aplicara una suave presión sobre
mi clítoris. Mientras sujetaba la alcachofa de la ducha con una
mano, Antony introdujo dos dedos de la otra en mi interior,
enroscándolos para acariciarme el punto G.
La combinación de los dedos y la presión del chorro de agua
hizo que me temblaran las piernas, y entonces sentí que mis
músculos internos se tensaban.
“¡Oh, Dios!”, grité mientras un orgasmo estremecedor sacudía
mi cuerpo.
Una vez recuperado el aliento, Antony y yo nos aseamos y
vestimos para salir por la noche. Me alegré de que, antes de
partir para el fin de semana, me hubiera dicho lo que íbamos a
hacer, así que metí algo bonito en la maleta. Normalmente,
cuando cuidaba de los gemelos, llevaba vaqueros y camiseta, o
un simple mono, así que me gustó ponerme un conjunto negro
con mangas de volantes y una banda dorada de cachemira para
abrigarme. Le añadí unos elegantes tacones negros y un bolso
a juego. El toque final era mi pulsera Tiffany que brillaba en
mi muñeca.
Me estaba maquillando y arreglando el pelo mientras Antony
se vestía detrás de mí, y vislumbré su reflejo en el espejo.
Ya le había visto vestido en ocasiones formales y cada vez me
gustaba más. Llevaba un traje negro perfecto para su cuerpo,
que acentuaba sus anchos hombros. Para que el traje fuera más
relajado, había prescindido de la corbata, y su camisa blanca
estaba ligeramente desabrochada, dejando ver solo un mechón
de vello oscuro en el pecho.
Dándome la vuelta, sonreí y le dije: “Estás muy guapo”.
Antony me devolvió la sonrisa. “Y tú estás muy guapa vestida
así. Esta es la bufanda que te regalé por Navidad, ¿verdad?”.
Sonreí, impresionada de que se hubiera acordado. “Sí, es mi
favorita”.
Cogimos un taxi hasta Sardi’s y llegamos poco después de la
hora de nuestra reserva. Como no queríamos llegar tarde al
espectáculo, los dos pedimos los clásicos canelones al gratén
de Sardi’s, que es una pasta rellena de carne picada mixta de
cerdo y ternera, aderezada con setas Porcini y una salsa de
tomate fresco.
Al no tener un jacuzzi en el que echar el alcohol, tuve que
insistir en beber solo agua.
“No quiero que nada me embote los sentidos cuando veamos
Hamilton”, dije.
“Me parece justo”, dijo Antony, y pidió una botella de agua
mineral helada.
No podría describir con palabras lo increíble que era el
espectáculo: las luces, la música, el vestuario. Todo era
perfecto. Me encontré tarareando “You’ll Be Back” durante el
trayecto en taxi hasta el hotel.

Todo el fin de semana fue como un sueño, y cuando llegó el


domingo por la tarde, casi no quería irme. Sin embargo,
teníamos que volver a la realidad: Antony regresaría al trabajo
y yo prepararía a los gemelos para una nueva semana escolar.
Cuando aterrizamos de nuevo en los Hamptons, Antony dijo:
“¿Por qué no te quedas aquí y deshaces la maleta mientras yo
voy a buscar a Elizabeth y Aaron?”.
Hice una pausa, con la mano en la maleta. Después del
maravilloso fin de semana que acabábamos de pasar, había
supuesto que recogeríamos juntos a los gemelos y les
hablaríamos de nosotros. Quizá incluso a Ryan y Alicia.
Antony seguramente notó la expresión de decepción en mi
cara, dejó las llaves del coche en la encimera del desayuno y
cruzó la habitación hacia mí.
“He pasado el mejor fin de semana contigo, pero no puedo
decírselo… todavía no”.
“¿Por qué?”, pregunté, intentando no sonar quejumbrosa.
“No quiero darles falsas esperanzas”, respondió.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. “¿Eso significa que crees
que nuestra relación no durará?”.
“No. ¿Qué? Claro que no, pero solo han pasado dos meses.
Podría pasar cualquier cosa…”
“Quiero estar contigo Antony, y solo contigo. Eso nunca
cambia para mí, así que a menos que haya algo que no me
estés contando”.
Extendí la mano hacia él, pero Antony se zafó de mi agarre.
“Necesito más tiempo para pensar”.
Sin decir nada más, cogió las llaves y salió de casa. En cuanto
la puerta se cerró tras él, dejé escapar las lágrimas.
Arrastré la maleta escaleras arriba hasta la habitación de
invitados y empecé a deshacerla lentamente. Realmente creía
que aquello iba a ser el principio de algo; incluso había
planeado contarle a Antony lo del embarazo, para que
pudiéramos ir juntos a la primera ecografía.
Dejé de deshacer las maletas y encontré la lencería roja que
había comprado. Toda aquella diversión parecía solo un
recuerdo lejano. Empujé la maleta y el montón de ropa hacia
el armario y me metí en la cama.
Una gran parte de mí deseaba volver a casa, pero estaba
agotada, además debía estar allí por la mañana para llevar los
gemelos a la escuela. En lugar de eso, me tapé con las sábanas
y lloré contra la almohada.
Oí que Antony volvía con Elizabeth y Aaron, pero fingí estar
dormida para que no me molestaran.
A la mañana siguiente, el aire estaba lleno de tensión, pero
ninguno de los dos habló de nuestro fin de semana fuera.
Después de dejar a los gemelos en el colegio, metí toda mi
ropa en la maleta y me dirigí a casa. Sabía que tendría que
volver allí cuando regresaran los gemelos, pero no podía
quedarme en aquella casa.
No podía soportar ningún recuerdo de aquel fin de semana
mágico que parecía más un sueño que una realidad. Empujé la
maleta hacia el armario, jurando que me ocuparía de la colada
en otro momento.
En lugar de eso, me desplomé sobre la cama y mi mirada se
posó en mi pulsera de Tiffany’s. Lágrimas frescas me ardían
los ojos.
No entendía cómo habíamos pasado un fin de semana tan
perfecto y luego Antony había actuado como si nunca hubiera
sucedido. Mientras estábamos en Nueva York era como si
nada nos retuviera: podíamos decirle a la gente que estábamos
juntos y mostrarnos cariñosos en público, dos cosas que nunca
hacíamos en casa. Había sido como si, de vuelta en los
Hamptons, hubiera saltado un interruptor y yo volviera a ser su
pequeño y sucio secreto o algo así…
Sabía que necesitaba más tiempo antes de contárselo a los
gemelos, pero no entendía por qué no podíamos decírselo a
nadie. Estaba segura de que Ryan y Alicia lo entenderían y
estarían de acuerdo en mantener nuestra relación en secreto.
A menos que en realidad se tratase solo de una aventura para
Antony.
Pero, al mirar los dos círculos entrelazados de mi pulsera, no
podía creerlo y evitar pensar en cómo me había mirado
Antony, o en cómo me había sentido mientras hacíamos el
amor.
Solo tenía que ser paciente y darle más tiempo.
8
A NT O N Y

A ún estaba pensando si volver a casa entre la comida y la


cena cuando una llamada de Ryan decidió por mí. En
secreto me alegré… Aún no estaba preparado para
enfrentarme a Erin.
Pensaba que nuestro fin de semana juntos en Nueva York
había sido perfecto. Desde mi punto de vista, lo fue. Me había
divertido mucho y no me había sentido tan feliz, tan vivo, tan
libre, desde que habían nacido los gemelos, y May seguía
conmigo.
Después de perder a mi mujer, nunca pensé que volvería a
sentirme así.
Pero la mirada dolida de Erin cuando le dije que necesitaba
más tiempo, y la forma en que me había ignorado aquella
mañana, subrayaban lo diferentes que nos sentíamos respecto
al futuro y yo no sabía qué hacer.
Me encantaba estar con ella y quería seguir conociéndola, pero
aún no estaba listo para anunciar públicamente nuestra
relación.
Subí al despacho de mi hermano con el almuerzo para los dos
y me acomodé en el sillón frente a Ryan.
Antes de comer los raviolis de espinacas y requesón que había
preparado, mi hermano enarcó una ceja y preguntó: “¿Te
acuestas con Erin?”.
“Qué… no. ¿Cómo puedes pensar algo así?” dije, y supe que
probablemente me había puesto del color de un tomate.
Esperaba ser creíble a los ojos de mi hermano.
“Aaron y Elizabeth dijeron que estás mucho más presente, y
que tú y Erin les lleváis de paseo en vuestro día libre. Dicen
que casi parece que tengan una familia de verdad”.
Se me encogió el corazón. Era exactamente lo que me temía.
Sabía que los gemelos querían a Erin, y con razón, pues había
estado con ellos casi todos los días de su vida desde que tenían
nueve meses. Si hubieran tenido siquiera un indicio de que
Erin y yo estábamos juntos, habrían pensado que nos
casaríamos pronto y Erin se convertiría en su madrastra, o algo
así.
Antes de decirles a Elizabeth y Aaron que estábamos juntos,
tenía que estar seguro de que la relación con Erin duraría para
siempre. De ninguna manera iba a herir a los gemelos
haciendo algo que la apartara de sus vidas.
Como no respondí, Ryan prosiguió: “Es decir… insististe en
que nos quedáramos con los gemelos para pasar el fin de
semana con la mujer con la que sales, y Erin no podía cuidar
de Elizabeth y Aaron….. Alicia y yo sumamos dos más dos.
Dime que nos equivocamos”.
“No estáis equivocados”, confesé.
Ryan me sonrió. “Lo sabía”.
“Vale, pues no seas gilipollas”.
Ryan sonrió y preguntó: “Entonces, ¿qué es esto? ¿Una
aventura o hay algo más?”.
Mi corazón empezó a latir con fuerza. “Algo más, supongo.
No me había sentido así, bueno… desde May….”.
La sonrisa burlona de mi hermano se transformó en una
expresión dulce y sincera. “Eso es estupendo. Me alegro por ti.
¿Por qué no me lo habías dicho?”
“Porque solo llevamos viéndonos un par de meses, todo es tan
nuevo. Me gustaba que quedara entre nosotros dos”.
“Sí, lo entiendo. Es una de las razones por las que Alicia y yo
hemos mantenido nuestra relación en secreto. Pero ya sabes,
por aquí es imposible guardar un secreto, ¿verdad? ¿Te has
enterado de lo de Daniel Goldman?
Goldman era nuestro mayor rival aquí en los Hamptons. Era
dueño de un resort más grande que el nuestro, pero no tenía los
extras que le ofrecíamos, como el rancho de Sebastian o el
gimnasio que dirige Joshua.
“No, ¿qué ha pasado?” pregunté, con el pecho apretado. Si
Ryan estaba sacando el tema en relación con Erin y conmigo,
no podía ser nada bueno.
“Tuvo una aventura con su secretaria, que resulta que es veinte
años más joven que él”.
“¡Joder!”
“Todo el mundo está hablando de ello. Igual que cuando se
enteraron de lo mío con Alicia. Erin y tú podríais ser las
siguientes”.
“Eso es diferente. Como has dicho, la secretaria de Goldman
es veinte años más joven que él. Además, Daniel Goldman
está casado y tiene hijos. Erin no es mucho más joven que yo,
y yo no estoy engañando a nadie”.
Ryan se encogió de hombros. “La gente no lo verá así. Alicia y
yo no hicimos nada malo, pero aun así hubo una reacción en
cadena cuando se enteraron de que la ascendí a gerente del
segundo restaurante. La gente pensará que te aprovechaste de
Erin porque es tu niñera o algo así”.
Suspiré. Ryan tenía razón. Siempre había temido la reacción
de las personas de la zona ante la noticia de la relación entre
Erin y yo. Esa era la otra razón por la que aún no quería
hacerlo público.
“Sé que tienes razón y que es mucho más fácil mantenerlo en
secreto, pero creo que Erin lo ve de otra manera. Anoche,
cuando le dije que iba a recoger a los gemelos yo solo, puso
cara de tristeza. No quiero perderla por esto”.
Ryan entrecerró los ojos. “Si no puede aceptar por qué quieres
mantener tu relación en secreto durante un tiempo, ¿quizá no
sea la persona adecuada para ti?”.
Su sugerencia me enfadó. ¿Cómo podía decir eso después de
que yo acabara de decir que nunca me había sentido tan feliz
desde que May se murió?
“Sí, porque a ti y a Alicia les funcionó muy bien”, respondí
bruscamente.
“No hace falta que seas descortés”, dijo Ryan en tono
tranquilizador. “Solo intento ayudarte”.
Suspiré. “Lo sé, lo sé, lo siento. Es simplemente que la
situación está tan complicada… ¿Por qué la vida no puede ser
sencilla?”.
“¿Dónde estaría la gracia en eso?” exclamó Ryan con una
sonrisa pícara, antes de volver a ponerse serio. “Si de verdad
crees que Erin es tu persona, habla con ella. Cuéntale tus
preocupaciones. Si le importas tanto como ella a ti, lo
entenderá”.
“Eso espero”.

No había tenido ocasión de hablar con Erin. Después de hablar


con Ryan y tomar el almuerzo, tuve que volver a la cocina
para empezar a preparar la cena de aquella noche, y entonces,
todos los demás pensamientos se borraron de mi mente
mientras me concentraba en el trabajo.
No me sorprendí cuando llegué a casa a las dos de la
madrugada y Erin ya estaba en la cama. En su propia cama…
en la habitación de invitados.
Intenté no sentirme decepcionado. Después de haber dejado
las cosas sin terminar la última vez, desde luego no esperaba
encontrarla en mi cama.
Aun así, habría estado bien dormirme con ella entre los brazos.
A la mañana siguiente, tenía que llevar a los gemelos al
colegio, y al bajar las escaleras los encontré en la mesa del
desayuno. Sus almuerzos estaban listos y colocados junto a sus
mochilas, mientras Erin sorbía una taza de café.
Apenas me prestó atención cuando entré en la habitación, y el
atmósfera estaba llena de tensión a nuestro alrededor.
Sabía que había herido sus sentimientos y que tenía que
arreglar las cosas, pero no era el momento.
Me aclaré la garganta y dije: “Hay algo que quería discutir
contigo. ¿Crees que podrías pasarte por el restaurante durante
tu pausa para comer?”.
Erin entrecerró los ojos. “¿Se trata de los gemelos?”
“No, sobre otra cosa”, respondí, agrandando los ojos para que
comprendiera mi intención no expresada.
Un rubor cubrió su rostro, y cuando levantó la mano para
tomar otro sorbo de café, vi la pulsera de Tiffany en su
muñeca. Era una buena señal.
“Sí, claro, me puedo pasar. Mándame un mensaje cuando estés
libre e iré enseguida”, dijo, con la voz más suave.
Le ofrecí una pequeña sonrisa, que ella me devolvió.
Las cosas entre nosotros no eran perfectas, y sabía que le debía
una disculpa y una explicación, pero el hecho de que Erin
hubiera aceptado reunirse conmigo y ya no pareciera tan fría
conmigo como antes, era sin duda una buena señal.
Cuando los gemelos terminaron de desayunar, me despedí de
Erin, prometiéndole que le enviaría un mensaje luego.
Elizabeth y Aaron la abrazaron y la besaron, prometiendo que
se portarían bien en el colegio, y Erin dijo que los recogería
por la tarde.
Echándonos una última mirada, los gemelos y yo salimos de
casa en dirección al coche.
Mientras conducíamos hacia el colegio, los niños charlaban de
varias cosas. Gracias a Erin, Elizabeth y Aaron estaban
creciendo. Había inscrito a Elizabeth en un equipo de fútbol
después del colegio, y estaba haciendo grandes progresos.
Según el entrenador, mi hija estaba destinada a ser la próxima
Becky Sauerbrunn. Aaron también progresaba mucho en su
club de lectura, y Erin me dijo que ya leía como un auténtico
experto.
“Os gusta Erin, ¿verdad?”, les pregunté a los dos.
“¡Es la mejor!” respondió Elizabeth con una sonrisa.
“Por supuesto. ¿Por qué?” preguntó Aarón. Era el más
cauteloso de los dos y seguramente había percibido algo en mi
tono.
“Oh, lo pregunté simplemente para saberlo. Es que el tío Ryan
mencionó que les habías dicho a él y a la tía Alicia que Erin y
yo pasábamos más tiempo con vosotros”.
El ceño de Aaron se transformó en una sonrisa. “Sí, es
estupendo. Me gusta tenerla cerca… Sé que no es nuestra
madre, pero…”.
Miró a Elizabeth, que sonrió y asintió: “La queremos, papá.
Esperamos que siempre esté aquí para cuidarnos”.
“Yo también lo espero, niños”.
“¡Sí!” dijo Elizabeth, y volvió a charlar sobre el entrenamiento
de fútbol.
9
ERIN

C uando Antony se fue con los gemelos, solté un pequeño


suspiro.
Quizá, cuando dijo que quería verme durante su descanso…
empecé a fantasear.
Seguramente, pero noté la luz en sus ojos cuando vi la pulsera
de Tiffany en mi muñeca. Tenía que significar algo, ¿no?
Decidí pasar la mañana descansando en casa de Antony, fui al
salón y encendí la televisión. La programación diurna no era
muy interesante y, como Tina estaba trabajando, lo único que
tenía para entretenerme eran la redes sociales, así que decidí
echarle un vistazo.
Internet estaba lleno de cotilleos sobre el propietario de un
hotel, Daniel Goldman, y su aventura con su secretaria.
¡Mierda! ¿Lo sabría Antony? Quizá por eso quiere verme…
Quizá teme que nos descubran y quiere poner fin a nuestra
aventura, pensé.
Cuando empezamos la aventura, sabíamos que existía un
cierto riesgo de que la gente de los Hamptons pudiera
reaccionar mal. Al principio, los comentarios sobre la relación
de Ryan y Alicia no eran precisamente amables.
Ya me imaginaba las típicas reacciones:
Es su niñera.
¿Tú crees que le paga por follarla?
Sin duda, en cuanto nuestra relación se hiciera pública, todo se
complicaría.
Se me revolvió el estómago al pensarlo y corrí al baño a
vomitar.
Genial, ¡las náuseas matutinas!
Volví a la cocina para servirme un vaso de agua,
preguntándome qué diría Antony si le contara lo del embarazo.
Aún faltaban unas semanas para mi primera ecografía, pero
me esforzaba por guardarme el secreto.
Seguramente, saber que estaba embarazada de él le
demostraría la importancia que tenía para mí nuestra relación,
y el hecho de tener que decírselo a los gemelos.
Mis pensamientos volvieron a la reacción de la gente de aquí
ante la relación de Daniel Goldman, y a cómo habían actuado
cuando se enteraron de que Alicia y Ryan iban a tener un hijo.
Mientras que sus hermanos le habían apoyado, el resto no
había sido tan amable, algunos insinuando que Alicia era una
cazafortunas que se había quedado embarazada a propósito
para atrapar a Ryan.
¿Habría pensado la gente lo mismo de mí tras enterarme de
que estaba embarazada?
Sospechar que las personas reaccionarían mal no era un
motivo suficiente para ocultar aún más el embarazo a Antony.
Quería estar con él y demostrarle que tendríamos un futuro
juntos.
Cuando se acercó la hora de comer, me cambié y me puse algo
bonito. Mi vestido no era demasiado llamativo, pero era mejor
que cualquier cosa que me hubiera puesto cuidando a los
gemelos. Los vaqueros ajustados abrazaban mis curvas y los
zapatos hacían que mis piernas parecieran más largas. Encima
llevaba una blusa rosa semitransparente, bonita y coqueta, con
mangas de tres cuartos que dejaban ver mi brazalete.
Me estaba arreglando el pelo y maquillando cuando recibí un
mensaje de Antony.
Estoy de descanso. Tengo ganas de verte, X.
Mi corazón dio un salto al ver la X que indicaba un beso. No lo
habría escrito si hubiera querido romper conmigo.
Terminé de arreglarme, cogí la bolsa y me dirigí al coche.
Cuando llegué al resort, Antony me estaba esperando en el
aparcamiento.
“Hola”, me dijo, recorriendo mi cuerpo con la mirada. “Estás
muy bien así vestida”.
“Gracias”, respondí torpemente, sin saber si abrazarlo, besarlo
o qué otra cosa hacer.
Seguí a Antony a través del aparcamiento, y entramos en el
resort por una puerta poco utilizada, abriéndonos paso hacia
un almacén desierto.
El hecho de que se esforzara tanto por mantener nuestro
encuentro en secreto no me llenó de confianza.
“Tenemos que hablar”, dijo simplemente cuando la puerta del
almacén se cerró tras nosotros.
“Claro. Sí. Supongo que habrás visto el cotilleo sobre Daniel
Goldman”.
“Sí. Ryan me lo contó ayer cuando me preguntó si me
acostaba contigo”.
“¡¿Ryan lo sabe?!” Mi voz salió como un graznido agudo.
“Sí. Durante nuestro último fin de semana, los gemelos le
contaron que tú y yo salíamos con ellos más a menudo de lo
habitual… sumado al hecho de que yo necesitaba que él
hiciera de niñero para poder ir a Nueva York, y tú no estabas
disponible ese fin de semana… Ya está, él y Alicia lo
entendieron”.
Debería haberme alegrado de que Ryan y Alicia supieran lo
nuestro, pero algo en el tono de Antony sugería que no era tan
sencillo.
“Lo siento, te debo una disculpa por cómo actué cuando
volvimos de Nueva York… no es que no quiera que los
gemelos lo sepan. Es solo que es demasiado pronto para mí, y
con los cotilleos sobre Goldman que corren por la zona,
comprenderás que probablemente sea mejor que mantengamos
las cosas en secreto durante un poco más de tiempo.”
Dejé escapar un suspiro. Así que no quería romper conmigo…
aunque desde luego no era la declaración pública de amor que
yo quería oír.
“Quiero estar contigo, Erin”, dijo Antony, con un tono más
suave. Me estrechó entre sus brazos y me miró fijamente a los
ojos. “Con el tiempo, quiero decírselo a los gemelos y a todos
los demás, pero por ahora, me gustaría mantenerlo en secreto.
¿Estás de acuerdo?”
Miré fijamente sus ojos oscuros y tormentosos. ¿No me había
dicho a mí misma, después de Nueva York, que simplemente
tenía que ser paciente y darle tiempo? Mientras ardía en
deseos de gritar que estábamos juntos y compartir la
maravillosa noticia del embarazo, comprendí sus razones. Al
principio, mi plan era contarle lo del bebé después de la
primera ecografía… Claro que habría estado bien ir juntos,
pero así tendríamos más tiempo para acostumbrarnos a la
relación y podría contarle a Antony lo del embarazo
enseñándole una foto de nuestro bebé.
“Me parece bien”, respondí yo por fin.
A Antony se le iluminaron los ojos y sonrió. “Bien, porque
odiaba la idea de no poder seguir haciéndolo”.
Apretó sus labios contra los míos y todas mis dudas se
disiparon. Aquel era mi sitio.
Las manos de Antony recorrieron mi trasero y mis muslos, y
me susurró al oído: “Me gustan estos vaqueros. Tienes un culo
estupendo”.
“Me alegro de que te guste. Me he vestido así por ti”, le
contesté.
“Te agradezco el esfuerzo, pero sería aún mejor si llevaras
menos ropa”. Antony me besó desde la oreja, a lo largo del
cuello y la clavícula. A medida que bajaba, empezó a
desabrocharme la blusa.
Me quitó rápidamente el sujetador y luego hundió la cabeza
entre mis pechos, con la lengua yendo de pezón en pezón. Me
agarró del culo y me hizo retroceder un poco, apretándome
contra una estantería de artículos de limpieza.
Yo jadeaba, él metió la mano en la cuenca entre mis pechos y
se detuvo en la cintura de mis vaqueros. Me miró, con los
dedos apoyados en el botón superior de mis vaqueros.
“Te deseo”, dijo sin aliento.
“Soy tuya”, dije, cubriendo su mano con la mía y animándole
a que me desabrochara los pantalones.
Mientras Antony me quitaba los ajustados vaqueros de las
piernas, yo le bajé la cremallera de los pantalones y se los bajé
para dejar al descubierto su erección, que se tensaba contra su
bóxer negro.
Empecé a masajearle la polla mientras Antony deslizaba dos
dedos por el dobladillo de mis bragas y me acariciaba el
clítoris. Sus dedos subieron y bajaron, aumentando la presión,
hasta que sentí que me temblaban las piernas.
“Estoy a punto de correrme”, le dije sin aliento.
“Todavía no”, dijo con una sonrisa devastadora.
Retiró los dedos, dejándome con ganas de más, pero antes de
que pudiera quejarme, me bajó las bragas. Luego se desnudó y
su polla quedó libre. Agarrándome el culo, Antony me
penetró. Mis piernas rodearon su cintura y mi espalda se apoyó
en la estantería mientras él me penetraba.
“¡Oh, Dios!”, grité, y luego apreté la boca contra su hombro
para amortiguar cualquier otro grito.
Antony me folló con fuerza y rapidez, corriéndose unos
instantes después que yo, y luego su cabeza cayó sobre mi
hombro. Su apretón en mi culo se relajó, y mis piernas se
deslizaron hacia atrás, mientras ambos recuperábamos el
aliento.
Después de ponernos de pie, Antony cogió papel de cocina
industrial para limpiarnos. De todos modos, debería haberme
duchado antes de recoger a los gemelos.
Antony me besó el vientre mientras me abrochaba la blusa.
Cuando nuestros ojos se encontraron, mi corazón pareció
estallar y estuve a punto de contarle toda la verdad.
No obstante, me detuve. Unas semanas más, me dije. Silencié
todo lo que iba a decir apretando mi boca contra la de Antony,
besándole profunda y lentamente, con la esperanza de poder
transmitirle mis sentimientos. Puede que aún no fuera capaz de
decirle todo lo que sentía, pero esperaba poder demostrárselo.
Cuando Antony se apartó y se levantó, parecía aturdido y yo
esbocé una pequeña y sutil sonrisa al pensar que mi beso había
surtido el efecto deseado.
“Intentaré volver pronto esta noche para que podamos comer
juntos y ver una película”, dijo, mientras salíamos del almacén
y caminábamos por el pasillo desierto.
“Me gustaría”, dije, queriendo entrelazar mis dedos con los
suyos, pero sabiendo que era mejor no hacerlo, por si alguien
nos veía.
Cuando salimos al aparcamiento, Antony se apartó unos
centímetros de mí, para que nuestras posiciones parecieran
menos íntimas.
Me acompañó hasta el coche y, de nuevo, me asaltó la
incómoda confusión de si debía abrazarle o no. Antes de que
esto empezara, simplemente íbamos a despedirnos, así que me
conformé con eso.
Estaba abriendo la puerta del coche, cuando alguien pronunció
el nombre de Antony.
“Mierda, es mi sous chef Dale”, dijo, con los ojos abiertos por
el pánico.
“No pasa nada”, dije con voz suave. “Dile que estoy aquí para
hablar de los gemelos”.
Sabía que probablemente debería subir al coche, pero una
parte de mí quería ver cómo Antony me presentaba a su
colega, así que me detuve un momento más hasta que Dale nos
alcanzó.
“Oye, Antony, no molesto nada, ¿verdad?”. La mirada de Dale
se movía entre Antony y yo, intentando comprender la
situación.
“No”, dijo Antony rápidamente. “Te presento a Erin, la niñera
de mis hijos. Acaba de pasarse para hablarme de un asunto”.
“Ah, claro. Encantado de conocerte, Erin”, dijo Dale, y luego
se volvió hacia Antony. “En realidad venía a preguntarte si te
interesa salir con la hermana de mi mejor amigo, Chantelle.
¿Recuerdas cuando te hablé de ella? Trabaja en una guardería
al otro lado de la ciudad. ¿Qué te parece?”.
Miré a Antony, que tenía los ojos desorbitados, y me quedé
estupefacta cuando respondió: “Um, sí, me parece una buena
idea. Miraré en mi agenda cuándo es mi próximo día libre y te
llamaré”.
Se me secó la garganta. ¿Pero qué narices…?
“Perfecto. Le diré que espere tu llamada”. Dale sonrió.
“Encantado de conocerte, Erin”.
“Igualmente”, dije con los labios tensos.
Dale pareció ajeno a mi malestar y me dedicó otra sonrisa
antes de darse la vuelta y dirigirse hacia el resort.
Una vez lejos, me volví hacia Antony, con los ojos
entrecerrados. “¿Qué coño acaba de pasar?”
10
A NT O N Y

C uando Dale se marchó, Erin se volvió hacia mí con los


ojos muy apretados. “¿Qué coño acaba de pasar?”,
preguntó, y casi pude ver el humo que le salía por las
orejas.
“Lo siento, me entró el pánico. No se me ocurría cómo decirle
que no a Dale sin que me hiciera preguntas extrañas”.
“¡Podrías haberle dicho que no te interesa cenar con la
hermana de su amigo porque estás saliendo con alguien!”.
“Sí, pero entonces habría preguntado con quién y…”.
A Erin se le ensancharon los orificios nasales. “¡No tienes que
dar explicaciones a nadie!”.
“No pasa nada. Es solo una cena. Y así la gente sospechará
menos de nosotros”, dije, haciendo que sonara completamente
razonable. Sin embargo, al mirar a Erin, me di cuenta de que
no era exactamente así.
“¿Estás loco?”
“Sé que es un poco extravagante, pero es la solución perfecta,
¿no crees? Si Dale le dice a la gente que salgo con esa chica,
nadie hará preguntas al vernos juntos. Es la tapadera perfecta”.
Erin resopló: “No puedo creer que te lo estés planteando. No
quiero discutir contigo ahora, Ant, tengo que ducharme y
recoger a los gemelos. Hablaremos de esto más tarde”.
Sin decir nada más, entró en su coche y se alejó del
aparcamiento, dejándome con pensamientos contradictorios
peleando en mi cerebro.
No me habría gustado cenar con Chantelle, pero conocía bien
a Dale y sabía que no renunciaría a la idea. Este aspecto de su
carácter le había convertido en un chef innovador, pero
también en un colega insoportable. Sabía que la única forma
de hacerle callar era darle lo que quería.
Esperaba poder convencer a Erin de que era una buena idea
cuando llegara a casa más tarde.
Al entrar en la cocina, me di cuenta enseguida de que Dale no
tenía intención de abandonar su loca idea de emparejarme con
su amiga, y durante toda la velada no dejó de hablar de lo
estupenda que era, de cómo pensaba que me gustaría, de cómo
no le importaría que tuviera hijos.

Cuando volví a casa más tarde, Erin me estaba esperando en la


cocina. Llevaba puesto el pijama y me había preparado una
comida ligera para terminar el día.
“Gracias”, dije agradecido, acomodándome en la mesa para
disfrutar del tazón de sopa de tomate y un sándwich de queso a
la plancha.
“De nada”, dijo en voz baja, y luego su mirada se volvió seria.
“Pero, por favor, dime que le has dicho a Dale que has
cambiado de opinión sobre la cita”.
“No aceptó un no por respuesta. Créeme, es lo mejor. Iré a
cenar con Chantelle, pero no demostraré que me interesa nada
más. Intentaré ser lo más aburrido y antipático posible, y luego
espero que Dale lo deje pasar”.
Erin resopló: “¿Hablas en serio? ¿Esa es tu respuesta? Sé
firme con él y dile que no”.
“Erin, tú no sabes lo que significa trabajar con él todos los
días. Créeme, así es más fácil”.
“Está bien. Haz lo que creas mejor“. Erin dejó escapar un
suspiro frustrado y salió de la cocina.
Me levanté de la mesa y la seguí, pero al pie de la escalera me
dirigió una mirada fría, haciéndome saber que había dado por
terminada la discusión.
A la mañana siguiente, se comportó conmigo con la misma
frialdad, me sentí como si hubiera vuelto al punto de partida.
Decidí que lo mejor sería dejarla enfurruñada. Después de
cenar con Chantelle, y sin Dale para molestarme, estaba
seguro de que Erin cambiaría de opinión. O al menos eso
esperaba.

La cita entre Chantelle y yo estaba fijada para el domingo, uno


de los días más tranquilos del resort, y cuando entré en el
salón, con unos pantalones elegantes y una camisa bonita, Erin
me miró con los ojos entrecerrados.
“Sabes que es una mala idea”, me dijo. Elizabeth y Aaron
estaban jugando en el jardín y no podrían oír nuestra
conversación.
“Es demasiado tarde para echarse atrás”, repliqué, y Erin se
agitó incómoda en el sofá. “Es una simple cena. Cancelarla
ahora solo empeorará las cosas a largo plazo. Lo único que
quiero es acabar de una vez”.
“¿Y qué pasará la próxima vez que Dale quiera emparejarte
con otra conocida suya? ¿O qué pasará si le gustas a Chantelle
y sigue pidiendo verte? Esto no acabará nunca a menos que
seas sincero…”.
“No puedo contarle a nadie lo nuestro”, dije, insistente.
Erin reaccionó enarcando las cejas. “No me refería a eso. ¿Por
qué no les dices que aún no estás listo para tener citas? ¿Por
qué es tan importante lo que piense uno de tus compañeros de
trabajo sobre tu vida personal?”.
“No es importante, pero ya te expliqué… Dale no suelta
prenda tan fácilmente. Me temo que va a seguir
presionándome para que le dé una respuesta, y entonces se
enterará de lo nuestro. Te juro que sospecha desde que viniste
al restaurante”.
“¿Y si nos descubre? No conoce a Elizabeth ni a Aaron, no irá
a decírselo. Ryan y Alicia ya lo saben, ¿qué tiene de malo que
lo sepa otra persona?”.
Miré el reloj. Había llegado tarde a mi cita con Chantelle.
“Ahora no tengo tiempo para esto. Hablaremos más tarde”.
Erin no replicó, y yo no tenía tiempo para seguir discutiendo,
así que salí corriendo de casa y me metí en el coche.
Fui a recoger a Chantelle a su casa, y me estaba esperando en
la puerta, con un vestido de noche verde lima que resaltaba su
piel oscura y sus ojos de gata. Era una mujer atractiva, y en
otras circunstancias me habría encantado cenar con ella. Pero
mientras Chantelle y yo caminábamos hacia mi coche, lo
único en lo que podía pensar era Erin, y en la forma en que
prácticamente me había ignorado cuando me había marchado.
¿Por qué no podía entender que lo hacía por nosotros?
Había reservado mesa en un restaurante de Wainscott, a unos
veinte kilómetros del resort, con la esperanza de no
encontrarme con nadie conocido. Era una de las desventajas de
ser el jefe de cocina de uno de los resorts más prolíficos de los
Hamptons: todo el mundo me conocía, lo que hacía difícil salir
en público sin que la gente se me acercara y me contara la
última comida que habían tenido en el restaurante, o me rogara
que les reservara una mesa, a pesar de que nuestra lista de
espera actual era de un mes.
Mis hermanos y yo éramos casi celebridades en la zona. Claro
que no éramos comparables a los verdaderos famosos que
visitaban el resort, pero todo el mundo sabía de nosotros y de
nuestro trabajo. Durante meses tras la muerte de May, los
clientes del restaurante habían estado presentando sus
condolencias.
El modo en que todo el mundo estaba tan implicado en los
asuntos de los demás era otra razón por la que aún no quería
hacer pública mi relación con Erin. Me habría gustado pasar
tiempo con ella y con los gemelos, sin que todo el mundo
cotilleara y opinara sobre nosotros.
Cuando nos detuvimos en el aparcamiento del restaurante,
Chantelle se volvió hacia mí con una sonrisa divertida y me
dijo: “No eres muy hablador, ¿verdad?
“Lo siento, es que tengo muchas cosas en la cabeza”. Salí del
coche y di la vuelta para abrirle la puerta del acompañante.
“Sí, Dale me ha dicho que eres padre soltero y que no has
salido mucho desde que murió tu mujer. ¿Cuánto tiempo ha
pasado, si se puede saber?”.
“Tres años y medio”, contesté, sintiéndome culpable de que no
fuera May quien ocupara mis pensamientos.
“Mira, si todo esto es demasiado para ti, podemos aplazarlo”,
dijo Chantelle comprensivamente. El contraste entre ella y
Kayla, la prima de Dale, era sorprendente, y pensé
distraídamente que si me hubiera dejado conocer primero a
Chantelle, tal vez las cosas funcionarían.
Pero entonces nunca me habría liado con Erin…
Intenté apartar todos los pensamientos sobre Erin de mi mente.
Aunque no tenía intención de cenar más de una vez con
Chantelle, al menos le debía toda mi atención por el tiempo
que íbamos a pasar juntos.
“No, no… está bien”, respondí, guiándola hacia la puerta,
donde el dueño del restaurante nos saludó indicándonos
nuestra mesa.
Mientras ojeábamos el menú y durante la cena, Chantelle y yo
charlamos de varias cosas. Hablamos de trabajo y de repente,
cuando surgió el tema de los gemelos, me encontré hablando
de Erin.
“Estaría perdido sin ella”, admití. “Se ha portado muy bien
con los gemelos, y conmigo también. Nos ayuda a ver las
cosas de otra manera, y me encanta pasar tiempo con ella,
Elizabeth y Aaron”.
Chantelle se detuvo con la cuchara del postre a medio camino
de los labios. “Por favor, perdóname por hacer suposiciones,
pero ¿hay algo entre Erin y tú?”. Sentí que me ponía rojo, y
Chantelle asintió con complicidad. “Me lo imaginaba. Se te
iluminan los ojos cada vez que hablas de ella. Mi única
pregunta es: si te gusta tanto, ¿por qué estás aquí conmigo?”.
“Es complicado”, dije.
“Claro, lo entiendo. Salí con uno de los padres de la guardería
donde trabajo, y cuando las cosas no funcionaron, era
incómodo verle todos los días. Por suerte, su hijo no tardó
mucho en empezar el colegio y no volví a verle”.
“No es solo porque sea la niñera de mis hijos. Ya sabes cómo
son los Hamptons. ¿Por qué crees que reservé en un
restaurante a veinte kilómetros del resort?”.
Chantelle se rio entre dientes: “Sí, los hermanos Braddock
tienen ciertamente mala fama, pero no todo el mundo es un
cotilla de poca monta. Mira, eres un tipo estupendo y creo que
quizá en otras circunstancias podríamos llevarnos bien, pero
no estoy dispuesta a salir con alguien a quien le gusta otra
persona.”
“Me parece justo, y siento haberte hecho perder el tiempo”,
dije, dedicándole a Chantelle una sonrisa avergonzada.
“No te preocupes. Me he sacado una cena gratis”, respondió
con una sonrisa burlona. “Y a cambio, te daré un consejo: dile
a Erin lo que sientes. La vida es demasiado corta para pensar
en ‘y si…’”.
Chantelle y yo terminamos nuestros postres y luego la llevé a
casa. Cuando salió de mi coche, me dijo: “Cuéntale cómo te
sientes”.
Pensé que tal vez debería seguir su consejo y, mientras
conducía hacia casa, pensé en cómo disculparme con Erin.
Aunque no estaba preparado para anunciar públicamente
nuestra relación, me daba cuenta, por fin, de que no era justo
para nadie que siguiera dejando que Dale me emparejara con
sus amigas.
Sin embargo, cuando llegué a la casa, reinaba la oscuridad.
Subí las escaleras y entré en mi dormitorio, pero estaba vacío.
Lo más probable era que Erin siguiera enfadada conmigo y yo
ya sabía que dormiría en la habitación de invitados.
Tenía que encontrar la forma de compensarla.
11
ERIN

H ojeando los anuncios de trabajo, no podía creer que


hubiéramos llegado a tal punto. Me decía a mí misma
que Antony se preocupaba por mí, que yo era algo más
que una aventura para él, pero todo lo que había hecho
últimamente no respetaba mis sentimientos. No podía
soportarlo más.
Había intentado ser comprensiva con lo de mantener nuestra
relación en secreto por el bien de los gemelos, pero no podía
entender por qué no podía enfrentarse a Dale o por qué
pensaba que salir con otras mujeres estaba bien. Me daba igual
lo que pensaran los demás. Estaba segura de que Dale no
habría pestañeado si Antony se hubiera limitado a decirle que
no estaba listo para salir con nadie. El hecho de que hubiera
empezado a sospechar tras mi visita al restaurante era una
completa tontería. Quiero decir, yo era la niñera de sus hijos,
era normal visitarle en el trabajo para hablar con él de
cualquier cosa.
Antony era el culpable, el que intentaba hacerse el listo. Se
acostaba conmigo, mientras seguía saliendo con otras, quién
sabe, tal vez para encontrar a alguien mejor que yo.
Tuve que luchar para detener las lágrimas. No quería llorar
delante de Aaron y Elizabeth. En lugar de eso, aparté el
teléfono, los preparé para irse a la cama y les leí un cuento.
Pero cuando los gemelos se durmieron, me quedé sola en el
salón de Antony y no pude evitar que mi mente se acelerara.
Estaba con Chantelle. Me preguntaba de qué estarían
hablando. ¿Se reía de sus chistes? ¿La encontraba atractiva?
Sabía que nunca invitaría a una mujer a su casa, pero ¿y si ella
le hubiera invitado a la suya? ¿Habría ido allí, esperando
salirse con la suya?
Lágrimas de rabia y frustración rodaron por mis mejillas. No
podía soportarlo más… de verdad. Había sido una estúpida al
pensar que Antony me quería, y estaba embarazada. Tenía que
hacer lo mejor para mí y para el bebé: tenía que salir de los
Hamptons.
Cogí el teléfono y empecé a hojear de nuevo los anuncios de
trabajo, pero seguro que todos los que ofrecían un buen sueldo
iban a recibir muchas solicitudes, por no hablar del proceso de
comprobación y las referencias.
Necesitaba moverme lo más rápido posible. Necesitaba
encontrar a alguien que buscara desesperadamente una niñera.
Con esto en mente, llamé a mi vieja amiga Rebecca, que vivía
en Nueva York. Gracias a ella empecé este trabajo.
“Hola, Rebecca, soy Erin. ¿Qué tal?”
“Hola, Erin, me alegro de oírte. ¿Cómo van las cosas en los
Hamptons? ¿Sigues trabajando para aquel rico chef?”
“En realidad, las cosas no van muy bien. Por eso te llamo.
Necesito un trabajo nuevo, y rápido”.
“¿Cómo de rápido?”, respondió Rebecca.
Faltaban apenas dos semanas para mi ecografía, y yo hubiera
querido marcharme antes. “Tengo menos de dos semanas”.
“Oh, qué duro Erin… pero puede que tenga algo. Aunque te
advierto ahora mismo que no es lo mejor. No te pagará lo que
probablemente estés ganando, y el tipo tiene fama de ser un
idiota. Por eso está tan desesperado por contratar a alguien: su
última niñera dimitió de repente. Si te interesa, puedo pasarte
su número”.
“Claro, gracias. Cualquier cosa es mejor que dónde estoy
ahora, y cuando me instale en Nueva York podré buscar algo
mejor”.
“Así de mal, ¿eh?”, dijo Rebecca comprensivamente.
Antes de que pudiera contenerme, la confesión escapó de mis
labios. “He desarrollado sentimientos por mi jefe, pero me ha
dejado claro que no está interesado en nada serio”.
“¡Ay! Bueno, no hay ninguna posibilidad de que te enamores
de ese tipo, y cuando estés lejos del Sr. Incierto, podrás aclarar
tus ideas”.
“Ese es el plan”, respondí con tristeza.
Cuando colgué el teléfono con Rebecca, me envió un mensaje
de texto con el número del hombre de Nueva York. Consideré
la posibilidad de llamarlo inmediatamente, pero como eran
casi las ocho de la noche, supuse que preferiría que no lo
molestaran, y me prometí llamarlo al día siguiente.
En lugar de eso, me serví un vaso de vino y ahogué mis penas.
Mientras bebía e intentaba ver una película, no podía dejar de
preguntarme qué estaba haciendo Antony. Sin poder
contenerme, abrí mi aplicación de redes sociales y busqué
entre sus amigos hasta que encontré a Dale, y luego busqué en
su lista de amigos a alguien llamada Chantelle.
Era la séptima amiga, y como su trabajo figuraba como
Guardería Ocean Surf, supe que había encontrado a la persona
correcta.
Me invadió una curiosidad morbosa y entré en su perfil.
Joder.
Era preciosa. Tenía la piel oscura y unos brillantes ojos de gato
de color verde amarillento. En su foto de perfil, tenía el pelo
rizado de forma natural y era realmente guapa. Miré otras
fotos y descubrí que era igual de guapa con el pelo liso. Era
una de esas mujeres fastidiosamente perfectas que están
guapas independientemente de si visten informal o
formalmente.
Seguro que Antony se lo pasaba muy bien con ella, y el hecho
de que trabajara con niños era una ventaja añadida. Si
empezaba a salir con ella, no habría cotilleos embarazosos
sobre cómo había sido su jefe antes, y estaba segura de que a
los gemelos les encantaría.
Me dolía el corazón y me tragué el vaso de vino.
Aunque Antony no se hubiera enamorado de Chantelle, había
dejado claro que no estaba interesado en nada serio conmigo;
si lo estuviera, nunca habría accedido a cenar con ella.
Sabía que el único final para nuestra relación sería que yo me
fuera, así que decidí acostarme pronto para despertarme
descansada y preparada para contactar con el tío de Nueva
York a la mañana siguiente.
Fui a mi habitación y me puse el pijama. Al ver la pulsera de
Tiffany en mi muñeca, me la quité y la dejé en la mesilla de
noche, luego me metí bajo las sábanas y lloré en mi almohada.

A la mañana siguiente, me levanté temprano para anticipar el


desayuno y preparar la comida para llevar de los gemelos. Una
vez terminado, llamé al hombre de Nueva York, esperando que
no fuera demasiado temprano.
Tras unos cuantos timbres, alguien contestó: “Soy Jackson
Raine, rápido”.
“Sí, hola. Me llamo Erin Holland, soy amiga de Rebecca
Bennett y me ha pasado su número diciendo que necesita
desesperadamente una niñera”.
“¿Cuándo puedes empezar?”
“La semana que viene”, respondí, sin importarme que mi plazo
de preaviso fuera de un mes. Pero no podía quedarme allí más
tiempo.
“¿Estás totalmente cualificada y dispones de un currículum
actualizado?”.
“Sí, soy diplomada en educación infantil y…”.
“Sí, sí, eso está bien. Envíame tu currículum por correo
electrónico a jackson@raineenterprises.com, y te llamaré a la
hora de comer para repasarlo todo”, dijo el hombre, y luego
terminó la llamada sin decir nada más.
Cerré los ojos, sin saber si había conseguido el trabajo o no.
Sin embargo, no tuve tiempo de pensar en ello, porque
Elizabeth y Aaron entraron corriendo en la cocina y se
llevaron toda mi atención.
Los gemelos estaban terminando de desayunar cuando Antony
también entró en la cocina. Me dedicó una pequeña sonrisa,
que no correspondí, y en su lugar empecé a preparar las
mochilas de los chicos. Aquel día iban a tener extraescolares,
así que también preparé una bolsa con el equipo de fútbol de
Elizabeth y los libros que Aaron había terminado de leer y
tendría que devolver a la biblioteca.
Antony carraspeó para llamar mi atención, y cuando miré en
su dirección, dijo: “Hay algo importante de lo que tengo que
hablarte. ¿Puedes pasarte por el resort cuando tengo el
descanso?”.
La última vez que Antony se me había declarado, nos
habíamos echado un polvo rápido en el ropero del resort, pero
poco después había aceptado tener aquella cita con Chantelle.
Bueno, no iba a dejarme engañar otra vez. No quería ser su
juguete de toma y daca a su antojo.
“No puedo, hoy tengo que hacer recados”, dije sin rodeos.
“Vale, intentaré volver pronto del restaurante esta noche para
que podamos hablar”.
“Claro, como quieras. Si tú llevas a los gemelos al colegio esta
mañana, yo me iré a casa”, dije, cogiendo la equipación de
fútbol de Elizabeth y los libros de la biblioteca de Aaron.
Suavicé la voz y me volví hacia los gemelos. No era culpa
suya que las cosas entre su padre y yo no hubieran funcionado.
“Que tengáis un buen día en el colegio, los dos, y os recogeré
esta tarde para ir al fútbol y al club de lectura”.
Rápidamente besé a Elizabeth y Aaron en la frente, y luego me
apresuré a salir por la puerta antes de que las lágrimas
empezaran a rodar por mis mejillas.
Dejar atrás a los gemelos sería la parte más dura de mudarme a
Nueva York, pero sabía que tenía que ser egoísta y por una vez
priorizar mi vida y la de mi bebé. Elizabeth y Aaron habían
recorrido un largo camino desde que me convertí en su niñera.
Habían crecido tanto, no solo físicamente, sino también en
confianza, que sabía que mientras Antony eligiera bien a la
nueva niñera, estarían bien sin mí.
Sin embargo, iba a echarles mucho, mucho de menos.

De vuelta a casa, envié mi currículum por correo electrónico a


Jackson Raine, y luego empecé a buscar qué más necesitaría
para trasladarme a Nueva York. No sabía cuánto me pagaría el
Sr. Raine, pero Rebecca me advirtió que probablemente
ganaría menos que con Antony. Iba a ser duro, pero por suerte
tenía ahorros a los que recurrir. Tendría que empezar a buscar
un trabajo mejor de inmediato.
Conseguí encontrar dos posibles pisos que se ajustaban a mi
presupuesto, y ambos buscaban inquilinos, lo que significaba
que podría mudarme enseguida. El mayor problema habría
sido la misma mudanza. En los casi cuatro años que había sido
niñera de Elizabeth y Aaron, había acumulado un montón de
cosas. Mi piso actual era modesto, pero no habría podido
llevarme todo conmigo; sencillamente, no habría habido sitio
en ninguno de los pisos que había visto por Internet. Habría
tenido que guardar algunas cosas que no utilizaba. Luego
habría que tener en cuenta los gastos de mudanza, y habría
sido mejor coger el coche o volar a Nueva York.
Estaba estudiando las distintas opciones cuando recibí un
mensaje del Sr. Raine diciendo que quería hablar conmigo por
videoconferencia online en la siguiente hora.
Cargué el portátil y pulsé el enlace que me había
proporcionado el Sr. Raine para la videoconferencia. Sonó
brevemente, antes de que apareciera una imagen de vídeo en
mi pantalla.
Jackson Raine era unos diez años mayor que Antony, con el
pelo pajizo que parecía un tupé. Sin duda había sido un
hombre apuesto en su juventud, pero ahora, las ojeras y los
mofletes que le colgaban del cuello le hacían parecer un pavo
con peluca.
“Estoy muy impresionado con tu currículum, Erin”, empezó el
señor Raine. “¿Por qué quieres dejar un puesto tan lucrativo?”.
“Es un asunto personal”, dije, incapaz de establecer contacto
visual con él.
El Sr. Raine se burló: “Entiendo. Bueno, ¿puedes empezar la
semana que viene?”.
“Sí, ya he empezado a buscar piso en Nueva York”.
“Mis hijos son muy exigentes”, continuó el señor Raine. “Y
las horas que tendrás que trabajar son muchas”.
“Está bien”, mentí. Aunque trabajaba mucho para Antony - a
menudo pasaba la noche en su casa - él era flexible, y los
gemelos nunca habían supuesto un problema. Pero no podía
permitirme el lujo de ser exigente. Tenía que salir de los
Hamptons antes de que se me rompiera el corazón.
“Tu salario será de 2.400 dólares al mes y tendrás un día libre
a la semana. Cuidarás de los niños, lo que incluye prepararles
todas las comidas y llevarlos al colegio y de vuelta a casa,
desde las seis de la mañana hasta que yo vuelva de la oficina,
que puede ser en cualquier momento entre las seis y las nueve
de la noche.”
Intenté mantener el rostro impasible mientras respondía: “De
acuerdo”. Pero no lo estaba. Según mis rápidos cálculos, eran
100 dólares al día, por un mínimo de 12 horas de trabajo. No
era mucho más que el salario mínimo, pero no estaba en
condiciones de negociar.
“Si te parece bien, me gustaría que empezaras el próximo
lunes. Pendiente de las referencias de tu actual jefe, por
supuesto”.
“Por supuesto”, respondí, con los labios apretados.
Eso significaba que tendría que decirle a Antony que iba a
marcharme.
12
A NT O N Y

A l llegar a casa después de mi turno en el restaurante, la


casa estaba inusualmente silenciosa y sombría, y pensé
que Erin se había acostado temprano, lo que significaba
que no tendríamos ocasión de hablar.
Luego me sorprendió verla sentada a la mesa, con una pila de
papeles delante.
“¿Qué es todo esto?”, pregunté, acercándome con cautela.
“Mi dimisión y tus referencias para mi nuevo empleador. Lo
único que tienes que hacer es firmarlo. Perdona que te avise
con tan poca antelación, pero me voy este fin de semana”.
Sentí que los ojos se me iban de la cabeza. “¿Este fin de
semana?”
“Sí, mi nuevo jefe quiere que empiece enseguida. Ya he
firmado el alquiler de un nuevo piso en Nueva York, y…”.
“¿Te mudas a Nueva York? ¿Qué pasa, Erin? ¿Es porque llevé
a cenar a Chantelle? Quiero disculparme… tienes razón, me
equivoqué al salir con otra persona mientras estábamos…”.
No conseguí continuar la frase… ¿Saliendo?
“Lo nuestro no fue más que una aventura”, dijo Erin con aire
de despecto.
“¿De verdad te lo crees? Pensaba que querías decírselo a los
gemelos”.
Me puse a caminar de un lado a otro. ¿De dónde había salido
todo esto? No lo entendía.
“Alguien me hizo una oferta mejor”, dijo Erin, incapaz de
encontrarse con mi mirada.
“Si lo que quieres es dinero, doblaré cualquier oferta. No
puedo perderte. No encontraré otra niñera como tú”.
Los ojos de Erin se entrecerraron. “No se trata únicamente del
dinero. Es hora de que siga adelante”.
“¿No eres feliz aquí? Creía que querías a Aaron y a Elizabeth.
Si hay algún problema, podemos resolverlo. Si los gemelos se
portan mal, hablaré con ellos. O si necesitas más tiempo libre,
se puede arreglar algo. Dime, ¿qué necesitas para quedarte?”.
Erin abrió la boca, volvió a cerrarla y sacudió la cabeza. “No
hay nada que me obligue a quedarme. Lo siento… es que
necesito un nuevo comienzo”.
“No lo entiendo”, dije, dando un tímido paso adelante.
Erin se puso firme un instante, su mirada buscó la mía, antes
de que sus ojos se enfriaran y se diera la vuelta. “Y ese es
exactamente el problema”, dijo. “Me voy a casa ahora. Tengo
que empezar a hacer las maletas. Volveré mañana para
preparar a los gemelos para el colegio, si los necesitas. Si no,
los recogeré a las tres de la tarde, como siempre”.
Su fría despedida, y el hecho de que ni siquiera se quedara a
pasar la noche en mi casa, para poder dar la noticia a los
gemelos con delicadeza, me llenaron de rabia. Creía que había
algo especial entre Erin y yo, pero evidentemente me
equivocaba. Nunca imaginé que se mostraría tan distante hacia
Elizabeth y Aaron. Habrían quedado destrozados por su
marcha, pero a ella no parecía importarle.
Y precisamente por eso hice bien en no decirles que Erin y yo
nos habíamos acostado. Pensé que era el principio de algo,
pero al parecer ella solo había visto una aventura. Ahora que
alguien le ofrecía más dinero, estaba feliz de abandonarnos a
los tres.
“De acuerdo, yo me ocuparé de preparar a los gemelos para ir
al colegio”. El fuego me recorrió las venas y cogí la carta de
recomendación que había impreso. “De hecho, si tienes que
preparar tanto equipaje, hoy será tu último día. Te pagaré toda
la semana, por supuesto, pero ya no necesito tus servicios”.
“Pero… yo… los gemelos. ¿Ni siquiera puedo despedirme de
ellos?”
“Más vale que no”, dije acaloradamente. Les habría dolido
bastante saber que Erin las abandonaba. No quería hacerles
más daño.
Abrí el cajón de la cocina, cogí un bolígrafo y firmé la
referencia de Erin, luego se la arrojé.
“Espero que seáis felices en Nueva York”, dije.
Erin me arrebató el papel y por un momento vi un brillo de
algo en sus ojos. ¿Arrepentimiento? Pero luego contestó: “Sin
duda lo seré”.
Sentí un dolor en el pecho mientras la veía salir de la cocina.
Entonces oí el ruido de su coche y me di cuenta de que se
había ido de verdad.
Poco a poco me di cuenta de la realidad: Erin había dimitido.
La cabeza me daba vueltas mientras intentaba poner todo en
orden. ¿Qué iba a decirles a Aaron y a Elizabeth? ¿Quién iba a
cuidar de ellos?
¿Qué podía haber hecho para que se quedara?
Subí las escaleras con la intención de irme a la cama, pero en
vez de eso, me dirigí a la habitación de invitados donde solía
dormir Erin. Entré y vi que había cambiado las sábanas y se
había llevado todas sus pertenencias.
Me acomodé en la cama, preguntándome si se habría dejado
algo, alguna excusa que pudiera utilizar para llamarla o algún
indicio de por qué había dimitido realmente.
Abrí la mesilla de noche y en el cajón superior estaba la
pulsera de Tiffany que le había comprado en nuestro viaje a
Nueva York.
Volví a oír las palabras de Erin en mi mente. “Lo nuestro no
fue más que una aventura“.
Claro que lo había sido: ¿quién podría querer un padre soltero
con dos hijos? Había sido un tonto al pensar que había algo
más.

“¿Dónde está Erin?”, preguntó Aaron mientras él y Elizabeth


entraban en la cocina y se subían a los taburetes para
desayunar.
“Se ha ido. Le han hecho una oferta mejor”, respondí tajante.
Los ojos de mis gemelos se abrieron al unísono, y Elizabeth
preguntó: “¿Qué quieres decir?”
“Ha encontrado un nuevo trabajo mejor pagado”.
“¿Pero no podrías pagarle aún más?”, dijo Aarón.
“Lo intenté, cariño, pero no le interesó. Dijo que necesitaba
empezar de cero”.
Elizabeth apartó su plato de tortitas y empezó a hacer
aspavientos con la nariz, mientras Aarón rompía a llorar.
“¡Haz que vuelva!”, se quejó.
Si hubiera sido tan sencillo.
“No puedo, lo siento. Ahora, venga, a comerse las tortitas.
Tengo que llevaros al colegio”.
Elizabeth saltó del taburete y Aaron la siguió. “No iremos al
colegio hasta que recuperes a Erin”, dijo mi hija.
“Ya os he dicho que no va a volver. No le importamos”,
espeté, y los gemelos empezaron a llorar más fuerte.
Me arrodillé para ponerme a la altura de Aaron y Elizabeth.
Los abracé y les dije: “Lo siento. Yo también la echo de
menos. Hice todo lo que pude para que se quedara”.
Los gemelos lloraron sobre mis hombros, haciendo que se me
partiera el corazón, y una pequeña parte de mí odió a Erin por
haberlos entristecido tanto.
Cuando se calmaron y se pusieron a ver la tele en el salón,
llamé al colegio y le dije a la recepcionista que estaban
enfermos.
Luego llamé a Ryan. “Necesito tu ayuda”, dije cuando
contestó mi hermano.
“¿Qué ocurre? ¿Les ha pasado algo a Elizabeth y Aaron?”,
preguntó, con el pánico evidente en la voz.
“No, están bien. En la medida de lo posible, dada la baja de
Erin”.
“¿Ella qué? Enseguida voy”.
Ryan terminó la llamada y, cinco minutos después, llegó a mi
casa, y entró en cocina, donde yo tomaba asiento en la
encimera con una taza de café frente a mí.
“Le he pedido a Alicia que te sustituya hoy en el restaurante”,
dijo Ryan, sentándose a mi lado. Luego su voz se suavizó.
“¿Qué ha pasado?”
Le expliqué todo, desde que había aceptado salir con Chantelle
unos días antes, hasta la vuelta a casa la noche anterior y la
dimisión de Erin.
Cuando terminé, Ryan suspiró. “Por eso te advertí que tuvieras
cuidado. Probablemente solo quería una cosa”.
“Creía que era diferente, creía que teníamos algo especial”,
dije, aún sin entender exactamente lo que había pasado.
Sabía que había metido la pata al aceptar la cena con
Chantelle, pero Erin ni siquiera me había permitido
disculparme. Y el hecho de que hubiera aceptado un nuevo
trabajo y un nuevo piso sin siquiera hablarlo antes conmigo
demostraba lo poco que le importábamos los gemelos y yo.
“Lo siento”, dijo Ryan.
No era frecuente que mi hermano mayor hablara abiertamente
de sus emociones. Desde que habíamos perdido a nuestros
padres, ambos habíamos puesto buena cara por el bien de
nuestros hermanos pequeños. Agradecí que Ryan me apoyara.
Tras unos compases de silencio, dije: “¿Y ahora qué hago?”.
“No te preocupes, llamaré a Sebastian y a Joshua…”. No se
me escapó que Ryan estaba omitiendo a nuestro hermano
pequeño, Tucker. No es que me sorprendiera. A Tucker solo le
importaban las fiestas y el surf. “Junto con Alicia y yo,
haremos turnos para cuidar de Aaron y Elizabeth hasta que
encuentres una nueva niñera”.
“Gracias. Siento que todo mi mundo se desmorona. No sé qué
haría sin vosotros”.
“Para eso existen las familias”, respondió Ryan con sencillez.

Al cabo de unos días, la gente empezó a cotillear sobre la


dimisión de Erin. El motivo variaba de una historia a otra.
Algunos decían que era una maniobra de marketing para
hacernos ganar más dinero, otros que había habido algún tipo
de pelea acerca del futuro de Aaron y Elizabeth. Incluso hubo
quien especuló con que habíamos tenido una relación que
había acabado mal.
Ojalá hubieran sabido la verdad.
Hice lo que pude por ignorar las miradas curiosas y los
murmullos, y me centré en los gemelos. No se habían tomado
bien la marcha de Erin. Ni Aaron ni Elizabeth dormían bien, y
a menudo acababan en la cama conmigo, negándose a volver
al colegio.
Hice todo lo que pude para asegurarles que todo iría bien; que
nunca los abandonaría, y que pronto encontraría una nueva
niñera a la que querrían tanto como habían querido a Erin.
“Nadie la sustituirá jamás”, dijo Aaron con firmeza.
Lo único que parecía ayudar era estar con Alicia y sus
hermanos, a quienes Aaron y Elizabeth habían empezado a
llamar primos, probablemente porque eso era para ellos el
bebé de Alicia y Ryan, y no entendían la diferencia.
Alicia y sus hermanos hicieron todo lo que pudieron para
ayudar con los gemelos, cuidándolos en la medida de lo
posible, pero como Alicia y su hermana mayor trabajaban en
el resort, y los otros hermanos de Alicia iban a la escuela, no
siempre podían estar allí.
Ryan, Sebastian y Joshua también hacían lo que podían, pero,
de nuevo, tenían sus propios trabajos. Me sorprendió que
Tucker se ofreciera a ayudar y pasara una tarde jugando con
los gemelos en la playa.
Al final, sin embargo, tuve que admitir que era demasiado para
mí, y llamé a los padres de May en Florida. Peter y Mary Riley
estaban jubilados y estarían más que encantados de venir a los
Hamptons durante una larga temporada para cuidar de sus
nietos. Hacía meses que no veían a los gemelos - desde que los
habíamos visitado en Navidad - y les agradaba pasar tiempo
con Aaron y Elizabeth. Pero sabía que no sería una solución a
largo plazo. Aunque Peter y Mary se hubieran mudado a los
Hamptons, ambos tenían más de sesenta años y no estaban
preparados para cuidar a tiempo completo de un par de niños
de casi cuatro años.
Tenía que admitirlo, por mucho que me doliera hacerlo. Erin
nunca volvería y yo tendría que contratar a una nueva niñera.
13
ERIN

“E sta es la última”, dije, cerrando la maleta y dando un


paso atrás.
Tina estaba a mi lado y las dos mirábamos mi piso vacío.
“No puedo creer que te vayas”, dijo Tina con una sonrisa
triste.
“Nueva York está solo a unas horas. Cuando me instale,
podrás venir a visitarme cuando quieras”, le contesté.
Cogí mi maleta y juntas salimos del piso. Apagué todas las
luces y cerré la puerta principal.
“Claro, pero no será lo mismo”, respondió, mientras
cruzábamos el aparcamiento hacia su coche.
Había decidido vender mi coche. Nadie conducía en Nueva
York y, para ser sinceros, aquel dinero extra era una bendición.
Tina me dejó pasar la noche en su casa, nuestra última noche
de chicas, antes de llevarme al aeropuerto al día siguiente.
Todas mis cosas - salvo la maleta que cargué en el coche de
Tina - ya habían sido enviadas a mi nuevo piso en Inwood,
Manhattan, y me las entregarían al día siguiente por la tarde.
Solo faltaba entregar las llaves a mi casero.
Tina cruzó la ciudad en coche y yo entregué las llaves en la
agencia inmobiliaria, donde me dijeron que, a la espera de una
inspección de la vivienda para comprobar que no había creado
ningún desperfecto, me devolverían la fianza en el plazo de un
mes.
Al salir de la agencia, compramos comida china para llevar, y
Tina también se llevó una botella de vino.
“Lástima que no puedas tomarte una copa conmigo”, dijo
cuando salimos de la licorería.
“Me gustan los refrescos”. Tina era la única persona a la que
había hablado de mi embarazo, y me juró guardar el secreto.
No es que conociera a Antony ni a sus hermanos como para
contárselo.
Cuando volvimos a casa de Tina, dejé la maleta en su
habitación y nos sentamos en el sofá con la comida.
“¿Y estás segura de que no quieres contarle lo del embarazo?
Podría cambiar de opinión si lo supiera”.
Sacudí la cabeza con tristeza. “No quiero que esté conmigo
porque se sienta culpable por el bebé, o porque piense que es
lo correcto. Quiero que lo haga porque me quiere, y ya ha
dejado claro que no”.
“Qué putada”, dijo Tina con empatía.
“Lo es, pero lo superaré”. En realidad, en el fondo no me creía
mis propias palabras. Hacía mucho tiempo que sentía algo por
Antony. Demasiado tiempo, probablemente, pero al principio
ni siquiera soñaba que pudiera pasar algo entre nosotros.
Entonces ocurrió, dormimos juntos y me di cuenta de que sería
imposible dejarlo. Esperar a su bebé lo hacía todo más difícil.
Independientemente de que Antony lo supiera o no, estaríamos
unidos para siempre.
Pero tenía que hacer lo mejor para mí y para el bebé, y
quedarme en los Hamptons no lo era. Me habría encantado que
mi bebé hubiera crecido con un padre cariñoso y unos
hermanastros que lo adoraran. No me cabía duda de que los
gemelos estarían encantados si supieran lo del bebé. Pero,
como le dije a Tina, no quería que Antony se quedara conmigo
por sentido del deber. Y, desde luego, no quería que mi hijo
sufriera sus cambios de humor y su actitud indecisa.
Ya me había hecho bastante daño haciéndome sentir que no le
importaba, que no era lo bastante importante. Nunca habría
permitido que mi hijo se sintiera así.
Percibiendo mi estado de ánimo, Tina cambió de tema. “¿Has
pensado ya en algún nombre para el bebé?”.
“La verdad es que no. Ni siquiera sé si será niño o niña.
Espero únicamente que sea sano”.
“Lo sabrás pronto, ¿verdad?”.
“Sí, mi ecografía es la semana que viene. Estoy muy
emocionada”.
Tina sonrió. “Ojalá pudiera ausentarme del trabajo para estar
allí contigo”.
“Sé que estarías allí si pudieras, y no te preocupes, me
aseguraré de hacer una foto y enviártela enseguida”.
“Estoy impaciente por ser tía. Voy a mimar mucho a ese
pequeño”.
Pasamos el resto de la noche charlando de cosas al azar,
mientras Tina bebía poco a poco su vino. Yo estaba un poco
celosa, me habría encantado tomarme una copa en aquel
momento, pero sabía que no lo haría, por el bien del bebé.
Mi amiga me contó cómo le iba en el trabajo. Tina trabajaba
en un salón de lujo de los Hamptons, donde peinaba,
maquillaba y hacía tratamientos de belleza a los ricos y
famosos que llegaban a la ciudad para pasar las vacaciones o
asistir a acontecimientos especiales. Conocía todos los
cotilleos sobre los famosos con los que trabajaba, y escuché
con la respiración contenida cómo maquilló la boda de la
estrella de Hollywood, Sarah Taylor, que se había casado
recientemente con su prometido, el magnate de la música John
Jones, en el Braddock Resort.
“Él es un poco capullo, pero Sarah es realmente encantadora.
Charlamos sobre las series y películas en las que ha actuado, e
incluso nos hicimos algunas fotos juntas. E… ¿Has visto qué
guapa estaba con su vestido de novia? Parecía una princesa”.
Sonrió. “Sí, Antony me enseñó algunas fotos. Elizabeth estaba
encantada con ella”. Mi sonrisa vaciló.
“Lo siento, hablemos de otra cosa”, sugirió Tina.
“En realidad, me gustaría dormir. Mañana tengo el vuelo
temprano y quiero estar descansada para poder deshacer la
maleta y prepararme antes de empezar a trabajar.”
“Me parece bien”. Tina se levantó y recogió nuestros platos
sucios, así como su vaso y la botella de vino casi terminada.
Los llevó a la cocina, puso un tapón al vino y la botella en la
nevera, y luego cargó los platos y vasos sucios en el
lavavajillas.
Nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones, y yo abrí la
maleta para ponerme el pijama y coger mis artículos de aseo
para lavarme rápidamente antes de acostarme.
Una vez de vuelta en el dormitorio, me tumbé en la cama de
invitados de Tina, mirando al techo. Ya había pasado la noche
en casa de Tina, la cama era bastante cómoda, pero a pesar de
mi cansancio no conseguía dormirme.
No dejaba de preguntarme si estaba haciendo lo correcto.
¿Debería haberle dicho a Antony lo del bebé?
Al final, caí en un sueño inquieto, plagado de pesadillas en las
que le contaba a Antony lo del bebé, y él me acusaba de
haberme quedado embarazada para tenderle una trampa.
Me desperté sintiéndome fatal, y el café descafeinado y el
bagel que compramos Tina y yo en nuestra cafetería favorita
de camino al aeropuerto tampoco ayudaron.
Como mi maleta era pequeña, no tenía que registrarla y podría
llevarla en el avión como equipaje de mano, lo que significaba
que tendría que hacer una cosa menos en el aeropuerto.
Tina esperó conmigo el mayor tiempo posible, luego llegó el
momento de pasar por los controles y despedirnos de verdad.
Mi mejor amiga me estrechó en un fuerte abrazo y las dos
contuvimos las lágrimas.
“Si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme”, me dijo
mientras nos alejábamos.
“Lo sé, y si alguna vez te apetece cambiar de aires, ya sabes
dónde estoy”.
“Te voy a echar mucho de menos”. Las lágrimas empezaron a
correr por las mejillas de Tina, y yo no pude detener las mías.
“Yo también voy a echarte mucho de menos”, me reí entre
dientes.
“Llámame esta noche para decirme que todo va bien”.
“Lo haré”.
“Vale, será mejor que me vaya. Te quiero”.
“Yo también te quiero”, le contesté, y entonces se dio la vuelta
y se dirigió hacia la salida, dejándome sola en el aeropuerto.
Pasé un rato mirando las tiendas, aunque no tenía dinero ni
ganas de comprar nada, y pronto me dirigí hacia la sala de
embarque, donde también esperaban otros viajeros.
Miré con envidia a los enamorados que se despedían, o a los
amigos y familiares.
Sabía que tenía a Tina a mi lado, pero una parte estúpida de mí
esperaba que Antony apareciera en el aeropuerto, me declarara
su amor y me convenciera para que me quedara.
Al encontrarme sola, me sentí desilusionada, pero sin
sorprenderme.
Nuestra última conversación, y lo poco que había luchado para
que me quedara, me demostraron que yo no le importaba. Yo
solo había sido una aventura para él, alguien con quien
mantener relaciones sexuales y cuidar de los gemelos.
Sin embargo, dejarlos sin una explicación me rompió el
corazón. No tenía ni idea de lo que Antony les había contado
sobre mi marcha, pero incluso presentándolo de forma
positiva, seguro que no iban a estar contentos.
“El vuelo 16OT de East Hampton al aeropuerto LaGuardia de
Nueva York está embarcando. Por favor, diríjanse a la zona de
embarque con sus billetes“, anunció una voz por los altavoces
del aeropuerto.
Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras arrastraba la
maleta por la sala y me dirigía a la zona de embarque.
Deseé no haberme acostado con Antony.
No, no es cierto, pensé mientras enseñaba la tarjeta de
embarque al empleado del aeropuerto. Si nunca nos
hubiéramos acostado, jamás me habría quedado embarazada, y
eso era algo de lo que nunca me arrepentiría.
Lo único que lamentaba era que mi bebé crecería sin conocer a
su padre ni a sus hermanastros.

Menos mal que el vuelo de los Hamptons a Nueva York no fue


largo, y pronto aterricé en el aeropuerto de LaGuardia.
La última vez que había visitado Nueva York, estaba con
Antony, y él había alquilado un jet privado, así que vi muy
poco del aeropuerto. Esta vez, como no tenía equipaje que
recoger, me dirigí rápidamente desde el vestíbulo de llegadas,
pasando junto a la gente que se reunía o se saludaba, hasta el
aparcamiento.
Había taxis amarillos alineados en el aparcamiento, esperando
a las personas que llegaban al aeropuerto. Llamé a uno y le
indiqué la dirección a la que me llevaría.
Llegué a mi estudio de Inwood una hora antes de que los
repartidores llegaran con las pertenencias que había enviado
desde los Hamptons. El tiempo justo para asearme y
comprobar que todo estaba como debía.
Mi nuevo piso era pequeño, tenía solo dos habitaciones: un
salón con una cama que se doblaba para convertirse en sofá y
una pequeña cocina americana, y luego el cuarto de baño, que
solo contenía un retrete y una ducha.
Iba a ser difícil criar a un niño en un espacio tan reducido,
pero esperaba que, ahora que estaba lejos de Antony, podría
empezar a buscar un trabajo mejor pagado. Se suponía que el
puesto con el Sr. Raine solo era temporal para alejarme de los
Hamptons.
Estaba deshaciendo la maleta y guardando la poca ropa que
me había comprado en el diminuto vestidor que me habían
proporcionado en el piso, cuando llegaron las personas que me
entregarían el resto de mis pertenencias.
Sabiendo que iba a vivir en un estudio, había guardado todo lo
que no era necesario, pero aún quedaban tres cajas con más
ropa, maquillaje y artículos de aseo, algunos platos, cubiertos
y utensilios de cocina, junto con algunos objetos personales
favoritos, como velas y libros, para que todo fuera un poco
más acogedor.
Después de desempaquetarlo todo, me di una ducha rápida y
me preparé la ropa para el día siguiente. Jackson Raine quería
que empezara temprano, a las 6 de la mañana, para que
pudiera reunirme con sus hijos y prepararles el desayuno antes
de llevarlos al colegio. Cuando volviera, me daría mi horario y
me hablaría de sus normas de trabajo.
El Sr. Raine parecía mucho más rígido que Antony, y me
preocupaba trabajar para él, pero sabía que no tenía
alternativa. Tendría que hacer lo que pudiera.
14
A NT O N Y

L os abuelos de los gemelos llegaron el mismo día que


Erin me comunicó que se marchaba, y a una parte de mí
le habría encantado encontrarse con Peter y Mary en el
aeropuerto, con la esperanza de ver también a Erin. ¿Quizá
podría haberla convencida de que se quedara?
Luego me lo pensé mejor. Ella había sido clara. Los gemelos y
yo no éramos lo bastante importantes para ella.
Así que, en vez de eso, quedé con Peter y Mary al día
siguiente, lo que significaba que tendrían la oportunidad de ir a
su hotel y relajarse un poco antes de ver a Aaron y Elizabeth.
Los gemelos estaban entusiasmados por ver a sus abuelos,
sobre todo porque Peter y Mary tenían planeadas unas
divertidas excursiones de un día, aunque todos sabíamos que
la visita iba a ser breve.
Cuando les hablé de la marcha de Erin, me dijeron que no
estaban seguros del tiempo que podrían ayudarme con los
gemelos. Como no sabían que tenía problemas con Erin, ya
habían reservado un crucero alrededor del mundo que saldría
al cabo de un par de semanas. Y como quedaba tan poco
tiempo para el viaje, no podían cancelarlo sin perder miles de
dólares.
Me sentí decepcionado, pero comprendí la situación. No era
responsabilidad de ellos cuidar de Aaron y Elizabeth, y al
menos así los gemelos podrían pasar algún tiempo de calidad
con sus abuelos antes del viaje.
Planeé aprovechar los pocos días que Elizabeth y Aaron
estarían con Peter y Mary para entrevistar a las nuevas niñeras,
de modo que pudieran reanudar una nueva rutina cuando los
abuelos se marcharan.
Peter y May tenían planeado un extenso itinerario de
actividades, que incluía excursiones a la playa, clases de
natación, minigolf, un día en un centro recreativo al aire libre e
incluso paseos en poni con Sebastian en el rancho.
Por primera vez desde la marcha de Erin, vi sonreír a Aaron y
Elizabeth cuando llegaron sus abuelos.
Cuando los gemelos se fueron, empecé a entrevistar a posibles
niñeras. La primera candidata era una joven llamada Auli’i,
que acababa de mudarse desde Hawai para estar con su novio,
al que había conocido por Internet.
Sería su primer trabajo como niñera, pero su currículum era
prometedor. Era licenciada en Ciencias Sociales, Educación
Infantil, y había crecido con seis hermanos, a los que cuidaba
mientras sus padres trabajaban.
“Como mencioné durante nuestra conversación telefónica, a
los gemelos les ha costado mucho adaptarse desde que Erin se
fue. Ha estado en sus vidas casi cuatro años. ¿Cómo piensas
afrontar sus dificultades y su comportamiento?”, pregunté,
mientras tomábamos asiento en mi salón.
La joven de largo pelo oscuro y grandes ojos marrones me
dirigió una suave sonrisa. “Con paciencia y comprensión.
Aprendí desde muy joven que si quieres llegar a algo con los
niños, tienes que hacer las cosas con dulzura. Guiarlos, no
forzarlos. Escuchar sus sentimientos. Haz que se sientan
auténticos como personas. Les animaría a hablar de Erin y de
lo mucho que la echan de menos, pero también a conocerles y
preguntarles por sus intereses”.
Sonreí. Su respuesta me tranquilizó y tomé algunas notas.
Después de entrevistar a Auli’i, le tocó el turno a una mujer
mayor, llamada Veronica, con diez años de experiencia con
niños. Le hice exactamente la misma pregunta.
“Con mano firme. Los niños necesitan disciplina y rutina”,
dijo Veronica. “Yo insistiría en que fueran a la escuela todos
los días. Deberías asegurarte de que no cambian sus hábitos”.
Tomé nota de las respuestas de Verónica, le agradecí su tiempo
y pasé a la siguiente candidata.
En el transcurso de la mañana hablé con niñeras con distintos
niveles de experiencia y diferentes opiniones sobre cómo criar
gemelos. Algunas, como Auli’i, eran partidarias de un enfoque
suave, mientras que otras seguían los métodos de “amor duro”
de Veronica.
A la hora de comer tenía mucho en qué pensar y aproveché el
descanso para hablar con mis hermanos y conocer sus
opiniones.
Ryan, Sebastian, Joshua y yo nos reunimos en el resort para
comer. Habíamos invitado también a Tucker, pero estaba
ocupado con una competición de surf en Southampton. Íbamos
a reunirnos al cabo de un par de semanas, cuando volviera a la
ciudad.
“¿Cómo han ido las entrevistas?”, preguntó Ryan mientras
estábamos reunidos en torno a una mesa privada, al fondo del
restaurante.
Mi ayudante de cocina, Dale, nos sirvió unos cuencos de sopa
de almejas, con caldo y tomate. Ese chico había sido una
bendición desde que Erin se había marchado. Había
renunciado a intentar que saliera con sus amigas y familiares.,
y había tomado el timón del restaurante, asegurándose de que
todo funcionara sin problemas mientras yo dedicaba tiempo a
cuidar de los gemelos o a entrevistar a posibles niñeras.
“Bien. Tengo muchas candidatas prometedoras. Solo intento
averiguar si quiero a alguien que tenga un enfoque más suave,
como haría Erin, o a alguien un poco más duro. Quizá si los
gemelos tuvieran una mano más firme, se adaptarían mejor”.
“Sigo sin entender por qué dejaste que Erin se fuera”, dijo
Joshua.
Desde que se había ido, y mis hermanos me habían ayudado a
cuidar de los gemelos, todo el mundo sabía que Erin y yo
dormíamos juntos.
“A veces tienes que dejar marchar a la gente que quieres”,
replicó Sebastian, y supe que se refería a su anterior relación
con su novia del instituto, Lana, a la que había dejado cuando
ella se mudó a Nueva York para dedicarse a su carrera de
artista.
“A veces por amor merece la pena arriesgarse”, replicó
Joshua.
“¿Como lo que haces con Caitlyn?”, le desafió Ryan.
Mi hermano menor, Josh, sentía algo por su íntima amiga
Caitlyn desde hacía años, pero aún no había dado el paso.
“Es diferente”, dijo Joshua. “Caitlyn tiene novio. Sabes que
está mal cortejar a alguien que tiene pareja”.
“Tucker no estaría de acuerdo contigo”, dijo Ryan.
“Por eso no acepto consejos sobre relaciones de Tucker”,
replicó Joshua, y todos estuvimos de acuerdo con él. Ninguno
de nosotros habría querido imitar a nuestro fiestero y
rompecorazones hermano pequeño.
“Yo me arriesgué con Alicia y funcionó”, dijo Ryan.
“¿Así que crees que debería haber luchado más por Erin?”,
pregunté, juntando las cejas. Me había hecho esa pregunta
numerosas veces desde que ella se había marchado.
¿Qué más podía haber dicho o hecho para que se quedara?
“No he dicho eso. Por todo lo que me contaste, Erin demostró
que no valía la pena luchar por ella”, dijo Ryan. Desde que
Erin se había marchado, él había estado enfadado con ella.
Ryan pensaba que ella solo me utilizaba, y la rapidez con la
que se había marchado era la prueba de que nunca le habíamos
importado ni los gemelos ni yo.
No sabía qué creer.
Cuando por la noche me quedaba solo, la última conversación
entre Erin y yo se repetía constantemente en mi mente.
Aunque ella había dicho que se trataba solo de una aventura,
había momentos en los que habría jurado que buscaba algo
más en mi mirada. ¿Era todo producto de mi imaginación? O
Erin estaba esperando a que yo admitiera lo que realmente
sentía… Esto me llevó a la pregunta que me quitaba el sueño.
¿Qué sentía realmente por Erin?
Ahora que se había ido, no quería responder a esa pregunta.
“Nada de esto importa. Encontrar a la niñera sustituta
adecuada es mi prioridad”, dije, desviando mi atención de Erin
y volviendo a asuntos más importantes.
Pasé mis notas de la entrevista a mis hermanos.
“Me gusta esta Veronica, me recuerda a la tutora que
contratamos para Tucker cuando estaba en segundo curso”,
dijo Ryan.
Me acordé de la tutora, se llamaba Natasha, y tanto Ryan
como yo estábamos de acuerdo en que ella era la única razón
por la que Tucker se graduó. Como todos nosotros, él luchó
contra la muerte de nuestros padres, y lo afrontó a la manera
típica de Tucker: bebiendo y saliendo de fiesta. Ryan y yo nos
vimos obligados a intervenir, contratando a Natasha como
tutora y permitiendo a Tucker salir con sus amigos a condición
de que mejorara sus notas.
Afortunadamente, el plan funcionó.
“Estaba un poco dura”, dijo Joshua.
“No, simplemente no te gustaba porque señalaba todas las
gilipolleces que hacíais Tucker y tú”, replicó Sebastian, y
luego se volvió hacia mí. “A mí también me gusta cómo suena
Verónica. Creo que un cambio en el tipo de disciplina podría
ser bueno para los gemelos”.
“Sí, yo pensaba lo mismo”, dije, coincidiendo con la mayoría
de mis hermanos. “Vale, le ofreceré el trabajo”.
Después de comer, llamé a Veronica y acordamos un periodo
de prueba de una semana para empezar, cuando los abuelos de
los gemelos no estuvieran.
Veronica estaba deseando que Elizabeth y Aaron volvieran a la
rutina, cosa que yo apoyaba plenamente, para que volvieran al
colegio, así como a las actividades extraescolares que Erin
había organizado.
Cuando Aaron y Elizabeth volvieron de pasar el día con sus
abuelos, les dije que había contratado a una nueva niñera.
“Se llama Verónica y empezará a trabajar con nosotros cuando
se vayan los abuelos”, les dije.
Aaron dejó el tenedor y me miró con sus grandes ojos azules.
“Erin no va a volver nunca, ¿verdad?”.
“Me temo que no, cariño”.
“La echamos de menos”, dijo Elizabeth.
Yo suspiré. “Yo también la echo de menos, pero es hora de
seguir adelante. Empezarás a sentirte mejor cuando vuelvas a
la escuela y asistas a tus actividades”.
Al menos, eso era lo que esperaba, pero la realidad resultó ser
muy distinta.
En primer lugar, resultó evidente que invitar de visita a Peter y
Mary no había sido la mejor idea. Los gemelos se divirtieron
tanto con ellos que no querían dejarlos marchar, y el último día
de Peter y Mary hubo muchas lágrimas.
“Oh, mis dulces niños. Ojalá pudiéramos llevaros con
nosotros”, dijo Mary suavemente, mientras los abrazaba a los
dos. “Pero lo vuestro está aquí, con papà Antony”.
“Pero no os preocupéis, os enviaremos muchas postales, y el
viejo abuelo incluso aprenderá a chatear por Internet”, añadió
Peter.
“Y cuando volvamos, tendremos muchos regalos para
vosotros”, dijo Mary.
La promesa de los regalos, así como las frecuentes llamadas y
postales, parecieron calmar a los gemelos, y todos saludamos a
Mary y Peter en el aeropuerto con muchos abrazos.
Al día siguiente de que se marcharan, presenté a los gemelos a
Veronica por primera vez. Era sábado, así que no tenían que ir
al colegio, y el plan consistía en pasar el fin de semana
conociéndonos antes de volver a nuestros horarios normales.
Veronica insistió en llevar a los gemelos al museo de historia
natural de South Fork. Decía que todo lo que hiciera un niño
debía ser educativo de algún modo. Aunque tanto a Elizabeth
como a Aaron les interesó la exposición multimedia del museo
sobre los gatos salvajes Panthera, todo lo demás les pareció
aburrido, y cuando llegamos a casa parecían agotados y sin
inspiración.
El día siguiente no fue mejor, Veronica volvió a insistir en
hacer algo educativo. Aunque Erin siempre había afirmado
que se aseguraba de que los gemelos recibieran educación,
también se aseguraba de que las actividades fueran divertidas
y adecuadas a su edad. Me parecía que Veronica no tenía ni
idea de cómo conectar con niños de casi cuatro años.
El domingo por la tarde, llevé a Veronica aparte y le dije: “Lo
siento, pero no creo que esto vaya a funcionar. Parece que tú y
los gemelos no estáis en sintonía”.
Verónica suspiró y sonrió con tristeza. “Me temo que tiene
razón, señor Braddock. Siento no haber podido ofreceros a ti y
a tus hijos lo que necesitáis, y os deseo buena suerte con la
próxima candidata.”
Tras despedirme de Veronica, llamé rápidamente a Auli’i y le
pregunté si seguía interesada en el puesto. Cuando respondió
que sí, la invité a conocer a los gemelos.
A Aaron y a Elizabeth pareció gustarles mucho Auli’i, y
cuando me ayudó a acostarlos y les contó algunos cuentos
populares hawaianos, me sentí mucho más seguro.
“Los llevaré al colegio como de costumbre, pero preferiría que
pudieras recogerlos y cuidarlos hasta que yo vuelva del trabajo
hacia la una de la madrugada. Puedes dormir en la habitación
de invitados, o puedo pagarte un taxi hasta casa”.
“No me importa quedarme en la habitación de invitados. Así
será más fácil ayudarte por la mañana, ¿vale?”, sugirió Auli’i.
Al principio, las cosas con Auli’i fueron bien. Ella y los
gemelos se llevaban bien y su actitud era similar a la de Erin.
Aaron y Elizabeth entraron en una rutina en la escuela: Auli’i
los recogía y pasaba la tarde con ellos, luego les preparaba los
almuerzos y los desayunos para el día siguiente, antes de
tomarse un descanso hasta las tres de la tarde, como hacía
Erin.
Como mis hermanos y Alicia se habían ofrecido a ayudar con
el cuidado de los niños los fines de semana, le di a Auli’i el
sábado y el domingo libres.
Los sábados por la mañana, preparaba tortitas a los gemelos
para desayunar y nos sentábamos todos a la mesa para charlar
sobre la semana.
“¿Cómo os lleváis con Auli’i?”, pregunté.
“Bien”, respondió Elizabeth.
“Nos gusta más que Verónica. Ella era muy exigente”, añadió
Aaron.
“¿Así que os parecería bien que Auli’i se convirtiera en
vuestra nueva niñera de forma permanente?”, pregunté,
sintiendo un pequeño atisbo de esperanza de que las cosas
fueran bien.
Elizabeth y Aaron negaron con la cabeza. “No… queremos
que vuelva Erin”.
15
ERIN

C aleb y Carson Raine eran una auténtica pesadilla.


Aquellos dos niños de seis años, mi nueva
responsabilidad, pensaban que el mundo giraba a su
alrededor, y su padre no hacía nada por desmentir esa idea. No
es que me sorprendiera: Jackson Raine era un auténtico
gilipollas, y entendía perfectamente por qué su antigua niñera
se había marchado tan repentinamente.
Caleb y Carson no habían recibido ni un gramo de disciplina
en su vida. Si querían caramelos para desayunar, los tenían. Si
se portaban mal en el colegio, no había repercusiones. Papá
simplemente pagaba para que desaparecieran los problemas.
“Los caramelos son geniales. A mí también me encantan. Pero
¿te has dado cuenta de que si comes demasiados te sientes más
cansado y malhumorado?”, dije una tarde, mientras intentaba
que Caleb y Carson comieran macarrones con queso, una
comida que solía encantar a Aaron y Elizabeth.
“¡Qué asco!”, dijo Caleb, tirando su cuenco al suelo.
“¡Yo lo odio!”, añadió Carson, imitando a su hermano.
Abandonaron la mesa y corrieron hacia el cajón de los
caramelos, que, aunque había vaciado numerosas veces,
siempre parecía volver a llenarse.
Dejé escapar un suspiro agotado y empecé a limpiar.
Aparte de que Caleb y Carson eran imposibles de manejar, y
de que su padre no hacía nada por controlar su
comportamiento, Jackson Raine parecía creer que los deberes
de una niñera incluían los de una criada y una institutriz.
Incluso cuando los niños estaban en el colegio, no tenía ni un
momento para mí, se esperaba de mí que limpiara todas las
habitaciones del ático, cocinara (platos que nadie parecía
comer y yo acababa tirando), hiciera la colada y recados
varios. Era agotador.
Hipnotizados por el azúcar, Caleb y Carson empezaron a
corretear por el piso, jugando y peleándose. Nada de lo que
decía o hacía les calmaba. Cuando Jackson volvía de la oficina
a las 9 de la noche, se reía y decía: “Los chicos son los
chicos”.
Al final se quedaban dormidos hacia las 2 de la madrugada y
yo dormía un par de horas, antes de que todo el calvario
volviera a empezar a las 6 de la mañana del día siguiente.
Cada día era como estar en la película El día de la marmota,
viviendo el mismo infierno una y otra vez.
Cuando Caleb y Carson se iban al colegio y Jackson estaba
trabajando, me encontraba llorando sola en la habitación de
invitados.
Desesperada, envié un mensaje a Tina y le pedí que me
llamara durante su descanso.
Cinco minutos después, sonó mi teléfono y el número de mi
mejor amiga parpadeó en la pantalla.
Con un pequeño suspiro de alivio, contesté.
“Oh, gracias a Dios”, dije.
“Le dije a mi jefe que era una emergencia”, contestó Tina, y
agradecí su lealtad. “¿Qué pasa?”
“Odio estar aquí”, sollocé.
“Oh, Erin. Cariño, lo siento. ¿De verdad es tan malo?”
“Imagina el peor escenario posible. Luego multiplícalo por
diez”, dije, conteniendo a duras penas las lágrimas. “Los niños
son indisciplinados y a su padre le da igual. Además, parece
creer que también soy su criada, cocinera y secretaria”.
“Vuelve a casa”, dijo Tina de forma comprensiva.
“No puedo”, respondí, con el pecho oprimido. “Nada ha
cambiado. Antony no me quiere. No puedo vivir y criar a un
hijo en la misma ciudad que él. Es demasiado”.
“¿Y no hay alternativa?”
“Ahora mismo, no. El mercado está vacío. Mi única opción es
cambiar de trabajo, pero no tengo la experiencia adecuada,
además estoy embarazada, será bastante duro.”
“Lo siento mucho”, dijo Tina, con un tono dulce y
tranquilizador. “Ojalá pudiera hacer algo. Sabes que puedes
venir y quedarte conmigo si quieres…”.
“Pero eso no cambiaría nada, Tina. Lo que necesito es un
trabajo de verdad”.
“¿Y no tienes ahorros para dejarlo y tomártelo con calma hasta
que aparezca algo mejor?”.
“No. No con el embarazo y el mercado así. Podría quedarme
sin casa. No puedo correr ese riesgo”.
“Sabes que nunca te dejaría sin un lugar donde vivir”, dijo
Tina con insistencia, sabía que podía contar con su ayuda, en
el peor de los casos.
Pero eso significaba que tendría que mudarme de nuevo a los
Hamptons, y potencialmente volver a ver a Antony.
Era la última opción.
“Tendré que aguantar y hacer que las cosas funcionen aquí
hasta que consiga un nuevo trabajo. Tiene que haber algo ahí
fuera y tengo que cogerlo cuanto antes”.
“Mantendré los oídos bien abiertos y te avisaré en caso de que
me entere de algo. Sé que no quieres volver, pero tal vez
podrías viajar o algo así, si hay un puesto mejor aquí”.
“Tal vez, sí. Cualquier cosa es definitivamente mejor que lo
que tengo ahora”.
“Lo siento, pero tengo que irme ya. Mi próximo cliente llegará
dentro de cinco minutos”.
“Lo entiendo y te agradezco que me llames mientras estás en
el trabajo”.
“Te volveré a llamar esta noche. Te quiero”.
“Yo también te quiero”.
Terminé la llamada y dejé escapar otro suspiro. Por curiosidad,
busqué en los anuncios de trabajo, tanto aquí como en los
Hamptons, pero no encontré nada.
Aunque hubiera habido algún anuncio, ¿habría vivido
realmente en la misma ciudad que Antony?
Claro, si no hubiera trabajado para él, no le habría visto todos
los días, pero no podía evitarle para siempre. Al final se habría
enterado del embarazo, ¿y entonces qué?
¿Habría querido formar parte de la vida de su bebé? De algún
modo, no lo creía posible.
Envié un mensaje breve a Rebeca, pidiéndole que me avisara
lo antes posible si sabía algo, y luego volví al trabajo.
Todo el ático era un desastre. Cada día Caleb y Carson
correteaban como salvajes, sin importarles si rompían algo y
dejando huellas de barro por todo el suelo de madera.
Pasé la fregona. Doblé la colada. Arreglé las camas. Guardé
los juguetes, las consolas y el equipo deportivo.
Después de terminar todas las tareas domésticas, tenía una
hora libre antes de recoger a los niños del colegio, pero no me
quedaba tiempo para relajarme. Tenía que asegurarme de que
la cena para Caleb, Carson y Jackson estuviera lista.
Decidí cocinar un pollo asado con patatas y verduras,
esperando por una vez tener suerte y que los niños comieran
algo en vez de tirarlo.
Con el asado en la olla de cocción lenta, tuve el tiempo justo
para enviar unos documentos para Jackson antes de recoger a
Caleb y Carson del colegio.
En la escuela, su profesora, la señorita Turner, me llevó aparte
para hablar conmigo en privado. “Señorita Holland, sé que es
usted nueva en este papel, y sé que no es fácil, pero tengo
serias preocupaciones por Caleb y Carson. Hoy se han negado
a comer su almuerzo…”.
Suspiré. ¿Qué niño se negaría a comer pizza? La había hecho
a propósito con la esperanza de que los alejara de los dulces y
las patatas fritas.
“Y en el recreo se pelearon con otros niños porque se negaron
a compartir la pelota”.
“Lo siento. Hablaré con ellos y con el Sr. Raine cuando vuelva
de su trabajo”.
“Agradezco su esfuerzo, pero creo que se necesitan medidas
más estrictas”, dijo la Srta. Turner.
“¿Cómo qué?”, pregunté, con los ojos muy abiertos.
“¿Has pensado en ponerte en contacto con los servicios
sociales?”, sugirió la señorita Turner.
Me quedé estupefacta ante su respuesta. Claro que lo había
pensado, pero no era tan sencillo. Seguro que ella lo habría
entendido. Incapaz de contenerme, dije: “¿De verdad lo
cree?”.
La Srta. Turner hizo una mueca. “Cuando los niños estaban en
la guardería, su profesora, la señorita Crawford, hizo intervenir
a los Servicios de Protección de Menores, y bueno… digamos
que ella ya no trabaja aquí”.
Asentí en señal de comprensión. “Ojalá pudiera ayudarle, de
verdad, pero no puedo permitirme perder este trabajo. Estoy
embarazada y no hay nada más en el mercado”.
La señorita Turner sonrió con tristeza. “Lo comprendo, pero
las cosas no serán más fáciles cuando tengas a tu bebé”.
“Espero que aparezca algo mejor antes de eso”.
“¿Y si no consigue otro trabajo?”.
“No lo sé, pero aún tengo seis meses para averiguarlo, así que
de momento hablaré con el señor Raine y veré qué puedo
hacer”.
“Gracias. Agradezco su tiempo y su ayuda. Buena suerte”.
“Gracias”, digo, y me vuelvo hacia el aparcamiento, donde
Caleb y Carson se están persiguiendo.
Sin embargo, iba a necesitar algo más que buena suerte.
Necesitaba un milagro.
El viaje a casa con Caleb y Carson fue bien, como era de
esperar. Los dos estaban de mal humor porque se habían
metido en líos en el colegio, y cuando olieron el pollo asado
cocinándose, empezaron a quejarse.
“El pollo es asqueroso”, dijo Carson.
“Y tú eres repugnante”, dijo él. “No sé por qué te contrató
papá. Ni siquiera eres tan guapa como nuestra última niñera”.
“Ya basta”, espeté, sintiéndome al borde del asiento. “Vete a
jugar fuera”.
Aunque la familia Raine vivía en un ático, Jackson era lo
bastante rico como para permitirse un jardín cerrado en la
azotea, lo que significaba que los chicos podían jugar “fuera”
con su pelota.
Sabía que volverían sucios y desparramarían por todo el piso,
pero era un sacrificio que estaba dispuesta a hacer para
alejarlos de mí.
Estaba sirviendo pollo asado cuando entraron Caleb y Carson,
previsiblemente cubiertos de tierra.
“¡Te he dicho que no quiero esta mierda!”, dijo Caleb,
cogiendo el plato sin probar bocado y tirándolo al suelo. “Eres
estúpida y fea”.
“Te odio”, añadió Carson, tirando su plato al suelo.
“Sí, bueno, a mí tampoco me caéis muy bien”, le grité.
Toda la habitación se quedó en silencio, y entonces los chicos
empezaron a reírse a carcajadas.
“¡Eh, papá!”, dijo Carson con suficiencia, y yo me volví
horrorizada.
Jackson Raine estaba de pie en su sucia cocina, con los niños
cubiertos de tierra y platos de pollo asado por el suelo.
“Erin. En mi despacho. Ahora“.
Asentí con la cabeza y seguí a Jackson Raine en silencio.
Cuando se cerró la puerta de su despacho, oí a Carson y Caleb
riendo y gritando.
“Sé que los chicos están vivaces, pero espero que hagas un
mejor trabajo manteniendo orden por aquí”.
“¿Vivaces? Son muy traviesos. ¿Sabes que hoy me ha llamado
su profesora? Se negaron a comer y se pelearon con otro
niño”.
Jackson Raine enarcó una ceja. “¿Y qué esperas que haga?”.
“No lo sé. ¿Disciplinarlos, tal vez?”
“¿Ese no es tu trabajo?”, replicó el Sr. Raine con una sonrisa
socarrona.
“¡Usted es su padre!” dije, sintiendo cómo aumentaba mi
enfado.
“Sí, y como padre te pago para que los controles. Si no eres
capaz de hacerlo, señorita Holland, quizá no seas idónea para
el cargo”.
“¿No soy idónea?”, dije con incredulidad. “¡Ni un santo podría
controlar a esos dos! No me extraña que su última niñera se
largara y que usted tuviera tanta prisa por encontrar una nueva.
Cualquiera que decida trabajar para usted debe de estar
desesperado”.
“Que es exactamente lo que eres tú. ¿O me equivoco?” Volvió
a sonreír y yo apreté los puños a los lados. “Eso pensaba yo.
Así que sé una buena chica y anda por ahí. Espero que la
cocina esté limpia y luego quiero que me traigas la cena y una
copa de vino. Después, baña a los niños y mételos en la cama.
Necesitan descansar”.
Conseguir que Carson y Caleb se bañaran y se fueran a la
cama era como intentar convencer a un pingüino de que
viviera en el desierto del Sahara, pero sabía que sería inútil
discutir con Jackson Raine.
En una cosa tenía razón: estaba desesperada. Aquel horrible
trabajo era todo lo que tenía, y hasta que encontrara algo mejor
estaría atrapada allí con ellos.
16
A NT O N Y

E ra como si tuviera que explicar a Aaron y Elizabeth


todos los días que Erin no iba a volver, y no tenían más
remedio que aceptar su decisión.
Auli’i seguía trabajando como niñera y, a pesar de todo, estaba
haciendo un trabajo fantástico. Aprecié mucho sus esfuerzos e
imaginé lo difícil que debía de ser para ella adaptarse a nuestra
situación y soportar que los gemelos no tuvieran a Erin.
Al cabo de un par de semanas, empecé a pensar que las cosas
iban a ir bien, cuando recibí una llamada del colegio en pleno
día.
Sabía que debía de haber ocurrido algo grave para que me
llamaran mientras estaba en el trabajo, y no se hubieran puesto
en contacto antes con Auli’i.
“Sr. Braddock, siento molestarle en el trabajo, pero necesito
que venga al colegio inmediatamente”, dijo por teléfono la
Sra. O’Connor, la directora del colegio privado.
“Enseguida voy”, dije, luego terminé la llamada y me volví
hacia Dale.
“¿Puedes encargarte tú mismo del servicio de comidas? Hay
problemas en la escuela con los gemelos”.
“Sí, ve. Lo tengo todo bajo control”, prometió Dale.
Al salir del restaurante llamé a Auli’i y le expliqué que había
recibido una llamada del colegio y que iba a recoger a los
gemelos. Le pedí que volviera a casa más tarde para que yo
pudiera volver al trabajo para el servicio de cena.
Cuando llegué al colegio, la Sra. O’Connor ya había avisado a
la recepcionista, Gail, para que me esperara y me dejara entrar
inmediatamente.
“Aaron y Elizabeth están con la señora O’Connor en su
despacho. Hasta al final del pasillo y luego a la izquierda”.
“Gracias”, dije, y luego me dirigí en la dirección indicada.
Mientras caminaba por el pasillo decorado con colores
brillantes, mi corazón empezó a latir con fuerza. ¿Qué podía
haber pasado tan terrible para que la Sra. O’Connor me
hubiera llamado mientras estaba en el trabajo?
Llamé a la puerta de su despacho y un momento después
escuché: “Pasa”.
Cuando abrí la puerta, me sorprendió lo que encontré ante mí:
Aaron estaba todo cubierto de pintura negra y, al parecer,
había intentado cortarse el pelo con unas tijeras. Elizabeth
tenía el pelo enmarañado, la ropa rota y una mancha de sangre
en la cara.
“¿Qué ha pasado?”, pregunté, sin saber si reír, llorar o gritar.
“¿Se lo queréis contar vosotros o se lo digo yo?”, comentó
tranquilamente la Sra. O’Connor.
Los gemelos estaban sentados en silencio, sin mirarme a mí ni
a la directora. Elizabeth miraba alrededor de la habitación con
la vista fija en cualquier cosa, mientras que Aaron tenía los
ojos fuertemente cerrados.
Me senté en la silla que había entre ellos, frente a la señora
O’Connor.
“Todo empezó cuando otro niño hizo un comentario distraído
sobre el hecho de que los gemelos tuvieran una nueva niñera.
No fue nada malo, simplemente curiosidad infantil. Pero
Aaron se derrumbó por completo. Empezó a llorar, luego
cogió un bote de pintura y se lo echó encima, gritando que
todo era negro y triste sin Erin”.
La Sra. O’Connor hizo una pausa y continuó.
“Los otros niños se quedaron estupefactos. Su profesora
intentó mantener la situación bajo control, pero ninguno de
ellos había visto nunca algo así. Un chico empezó a reírse y
dijo que Aaron se había vuelto loco, y Elizabeth estalló.
Empezó a gritar y a pegar al chico. Por desgracia, también le
salió sangre. El chico está con la enfermera del colegio y no
hay daños permanentes, pero Elizabeth tendrá que estar
castigada. También insisto en que los gemelos empiecen a ver
a un terapeuta infantil antes de volver al colegio. Puedo
recomendarte algunos excelentes aquí en la zona”.
Por un momento me quedé sentado, en silencio, atónito. No
podía creer que Aaron y Elizabeth fueran capaces de las cosas
que acababa de decirme la señora O’Connor.
Pero tenía la prueba delante de mí.
Finalmente me aclaré la garganta y dije: “Sí, por supuesto. Y,
por favor, acepte mis más sinceras disculpas. Llegaré al fondo
del asunto y prometo que, cuando se considere que los niños
están preparados para volver a la escuela, pedirán disculpas a
sus compañeros y a la profesora.”
“Gracias, señor Braddock. Comprendo la difícil situación en la
que se encuentra. Siempre es difícil cuando se va un auxiliar,
pero imagino que es especialmente difícil para Aaron y
Elizabeth, teniendo en cuenta por todo lo que han pasado. La
escuela está dispuesta a ayudar en todo lo posible, pero
también tenemos que salvaguardar a los demás alumnos.”
“Lo comprendo, y tienes mi palabra de que Aaron y Elizabeth
no volverán hasta que un terapeuta dé su consentimiento”.
No creía que hubiéramos llegado a ese punto. Sabía que los
niños echaban de menos a Erin, pero no creía que les afectara
tanto.
La Sra. O’Connor me dio los datos de contacto de algunos
terapeutas de la ciudad, y luego firmé los papeles para que los
gemelos se tomaran un descanso de la escuela.
Finalmente, cuando todo estuvo listo, Elizabeth, Aaron y yo
salimos del despacho del director. Me quedé en silencio a lo
largo del pasillo, y ellos ni siquiera dijeron “hola” ni nada a
Gail en la recepción. Entramos en el coche y seguían sin decir
una palabra, y realmente no sabía qué hacer.
El viaje de vuelta a casa fue desgarrador, mientras mis hijos
permanecían sentados con aire hosco. Sabía que habían oído
todo lo que había dicho la Sra. O’Connor, sabía que estaban
angustiados, pero no querían abrirse conmigo.
Al entrar en casa, les dije con calma: “Sé que necesitáis
tiempo para procesar lo ocurrido, así que no os obligaré a
hablar de ello ahora. Primero vamos a asearos y a comer. Pero
necesito que entendáis que tenemos que hablar de lo ocurrido
e iniciar el proceso de conseguir ayuda para los dos”.
Para mi alivio, Elizabeth y Aaron asintieron.
“Lo sentimos, papá”, dijo Aarón en voz baja.
Tiré de mis hijos para abrazarlos. “Lo sé, y no estoy enfadado.
Lo único que quiero es ayudaros a sentiros mejor y que todo
vuelva a ir bien”.
Mis palabras parecieron romper algún tipo de barrera cuando
Aaron y Elizabeth empezaron a sollozar en mis brazos. Se me
rompió el corazón al saber que mis hijos estaban sufriendo
tanto.

Había acabado de bañar a los gemelos cuando llegó Auli’i.


Como no sabía si podría volver al trabajo para la cena o no, le
dije a la niñera que se fuera a casa.
“No, quiero quedarme. Déjame ayudar”, se ofreció, con voz
tierna y comprensiva. “Aunque sea cocinando la cena para
todos vosotros y estando aquí para daros apoyo moral”.
“Gracias, Auli’i, te lo agradezco”.
Mientras ella nos preparaba algo de comer, Aaron, Elizabeth y
yo nos instalamos en el salón para hablar de lo que había
pasado en el colegio.
“Lo siento, papá”, dijo Elizabeth mansamente. “Es que estaba
muy enfadada… porque Erin no va a volver, porque los
abuelos tuvieron que marcharse y porque no tenemos una
madre. Luego aquel tipo se rio de Aaron y no sé qué pasó. Fue
como si me hubiera convertido en una bestia salvaje”.
“Lo siento, cariño, subestimé lo duro que es esto para
vosotros. Tenéis todo el derecho a estar enfadados, algunas de
las cosas que os han pasado enfadarían a cualquiera. Yo
también estoy enojado y triste. Echo de menos a Erin y echo
mucho de menos vuestra madre”.
“¿Cómo era ella?”, preguntó Aaron.
“Elizabeth y tú sois lo mejor de ella. Era inteligente, valiente y
creativa. Y tan, tan cariñosa. Os quería a las dos con todo su
corazón”.
“Casi nunca hablas de ella”, dijo Elizabeth con tristeza.
“Lo sé, y lo siento. Perderla fue lo más duro que me ha pasado
nunca, pero no es justo que mi dolor os impida conocer a
vuestra madre. Os prometo que seré más abierto. Sin embargo,
todos tenemos que trabajar para mejorar las cosas, ¿vale?”.
“¿Acudiendo a un terapeuta, como dijo la señora O’Connor?”.
“Sí, pero no os preocupéis, es algo bueno. Un terapeuta es
como un profesor, pero te ayuda a comprender tus
sentimientos. Puede ayudar a comprender por qué te sientes
enfadado, o triste, y cuál es la mejor manera de afrontar lo que
sientes.”
“¿Vendrás tú también?”, preguntó Aarón.
“Claro”. Acerqué a los gemelos. “Pase lo que pase, siempre os
querré y nunca os dejaré”.
“¿Cómo puedes decir eso? Mamá se ha ido. Los abuelos se
han ido. Erin se ha ido”, dijo Elizabeth con tristeza.
“Los abuelos se han ido de vacaciones, volverán dentro de
unos meses y, cuando lo hagan, podrás volver a verlos”.
“¿Y si no vuelven? ¿Y si tienen un accidente, como mamá?
¿Cómo les pasó a nuestros abuelos antes de que naciéramos?”,
preguntó Aaron.
Se me partió el corazón. Los gemelos no tenían ni cuatro años
y ya habían sufrido tantas pérdidas.
“No puedo prometerte que ninguno de nuestros seres queridos
vaya a tener nunca un accidente, y ya sabes que la muerte
forma parte de la vida. Todo el mundo muere tarde o
temprano. Pero puedo prometerte que todos tus seres queridos
harán todo lo posible por mantenerse a salvo y evitar
accidentes. Lo que les ocurrió a mis padres y a mi madre
fueron tragedias terribles, pero este tipo de cosas son raras.
Hablar con un terapeuta sobre este tipo de cosas te ayudará a
sentirte mejor y a comprender”.
Los gemelos permanecieron en silencio mientras procesaban
lo que les había dicho, y Auli’i entró en silencio en la
habitación con cuencos de sopa de tomate y platos de queso a
la plancha.
Después de comer, decidí evitar más conversaciones pesadas
durante el resto del día. Los gemelos ya habían pasado por
mucho, necesitaban ser niños y divertirse.
“¿Te parece bien que vuelva al restaurante? ¿O quieres que me
quede aquí?”.
“¿Te meterás en problemas por faltar al trabajo?”
“Por supuesto que no. Hasta que los dos os encontréis mejor,
Dale puede encargarse de todo. Contrataremos más personal si
es necesario. Lo importante es que los dos estéis bien”.
“Entonces queremos que te quedes”, dijo Elizabeth.
“Vale, me quedaré. Y Auli’i también está aquí, por si
necesitáis algo. Haré unas llamadas rápidas y luego podremos
jugar todos juntos”.
Salí del salón y le pedí a Auli’i que vigilara a los gemelos.
Llamé a Dale y le puse al corriente de lo que ocurría. Luego
llamé a Ryan y le sugerí que contratara a un cocinero temporal
para que ayudara mientras los gemelos se adaptaban a todo.
Ryan aceptó y me dijo que él y Alicia investigarían y
entrevistarían a los candidatos. Saber que Alicia ayudaría me
tranquilizó. Era una cocinera excelente y con su aportación
todo iría bien.
Después de eso, llamé a los distintos terapeutas de los que me
había hablado la Sra. O’Connor y concerté citas preliminares
con todos ellos para que los gemelos y yo pudiéramos
hacernos una idea de cada uno y decidir a cuál seguiríamos
viendo.
Cuando volví al salón, Auli’i estaba jugando con los gemelos,
mientras Elizabeth y Aaron apilaban ladrillos.
“Estamos haciendo el Menehune“, dijo Elizabeth con una
sonrisa.
Levanté una ceja interrogante hacia Auli’i.
“Es un viejo cuento popular hawaiano sobre gente pequeña
que vive en zonas remotas de las islas y se pasa el día
construyendo casas y otras estructuras”, dijo, y yo sonreí.
Una de las cosas que apreciaba de Auli’i era su disposición a
compartir su herencia y su cultura con los gemelos. A Aaron y
Elizabeth les encantaba conocer nuevos lugares y gentes, y
ampliar su visión del mundo era algo bueno.
Los cuatro pasamos la tarde jugando juntos, después de lo cual
preparé pasta y atún para cenar para todos. Luego, Auli’i me
ayudó con el baño de los gemelos y la rutina para acostarlos,
antes de leerles un cuento para que se durmieran.
Por último, Auli’i y yo bajamos las escaleras.
Mientras ella empezaba a cargar ollas y sartenes en el
lavavajillas, le dije: “Puedo hacerlo yo. Vete a casa si quieres”.
“¿Estás seguro? Estaré encantada de quedarme por si se
despiertan los gemelos”.
“Gracias, te lo agradezco. Pero creo que lo tengo todo bajo
control”.
“Vale. Asegúrese de cuidarse usted también, Sr. Braddock. No
pude evitar oír algunas de las cosas de las que hablabais tú y
los gemelos, y si Aaron y Elizabeth están luchando contra sus
pérdidas pasadas, estoy segura de que tú también. No tienes
que abrirte a mí, pero, por favor, habla con alguien sobre ello”.
“Gracias, Auli’i. Lo haré y por favor, llámame Antony”,
comenté, mientras me encargaba de cargar el lavavajillas.
Cuando Auli’i se marchó, me di cuenta de que necesitaba
hablar con alguien. El problema era que la persona con la que
más deseaba hablar no estaba allí. Se me rompió el corazón
cuando me di cuenta de lo mucho que echaba de menos a Erin.
17
ERIN

E ra mi primer día libre real en casi dos semanas, y la


única razón por la que Jackson Raine me dio permiso
para ausentarme del trabajo fue para hacerme mi
primera ecografía.
“Nunca me dijiste que estabas embarazada cuando hablamos
del trabajo”, me dijo el día anterior, cuando le había pedido un
día libre.
“Como no se puede despedir a una persona ni negarle un
puesto por razones personales, no lo creí necesario. Te
prometo que el embarazo no afectará a mi trabajo, y cuando
llegue el momento de coger la baja por maternidad, me
aseguraré de encontrar una sustituta adecuada.”
“Más te vale. Y para cualquier futura cita con el médico,
necesitaré un certificado sanitario, por favor”.
Tuve que contenerme para no poner los ojos en blanco. “Por
supuesto”, dije lo más educadamente que pude.
Aun así, había conseguido tener todo el día libre. Qué
bendición.
Tratar con Caleb y Carson seguía siendo difícil, a pesar de mis
esfuerzos por calmarlos y meterlos en una especie de rutina.
Hiciera lo que hiciera, se peleaban, y el señor Raine nunca me
apoyaba, sino que esperaba que “controlara” a sus hijos. Era
una situación imposible. Mi única esperanza era contar los
días que faltaban para marcharme.
Por desgracia, aquel día no parecía muy cercano. Ni Rebecca,
ni Tina ni yo habíamos encontrado ningún otro puesto de
niñera, y yo empezaba a pensar que, para alejarme de la
familia Raine, tendría que cambiar de profesión.
Sinceramente, en aquel momento, trabajar en un restaurante de
comida rápida me parecía más atractivo.
Pero no iba a dejar que la familia Raine o mis problemas
laborales me arruinaran el día. Iba a ver a mi bebé por primera
vez y estaba muy emocionada.
Desde niña había soñado con ser madre. Siempre me habían
gustado los niños y siempre me había relacionado con ellos.
Por eso estudié la carrera de puericultura y empecé a trabajar
de niñera.
Pero a pesar de la emoción de ver al bebé, también estaba
nerviosa.
Cómo deseaba que Antony estuviera aquí conmigo, pensé,
mientras cruzaba la ciudad en metro hasta el centro de
obstetricia y ginecología.
Estaba un poco nerviosa, porque era la primera vez que
visitaba al obstetra. Cuando aún estaba en los Hamptons, mi
médico de cabecera, la Dra. Anders, se ocupaba de todos mis
cuidados prenatales. Cuando le dije que me mudaba a Nueva
York, me recomendó una comadrona en la ciudad, y elegí la
mejor dentro de mi presupuesto.
La Dra. Thompson era cara, y me alegré de tener un seguro
médico y ahorros a los que recurrir, porque tenía una
reputación excelente y estaba segura de estar en las mejores
manos posibles.
Llegué a su consulta y me registré en recepción. Había otro
paciente antes que yo, una pareja que parecía rondar la
treintena. Por el vientre redondeado de la mujer, debía de
haber entrado en las últimas fases del embarazo, y cuando
tomé asiento en la sala de espera, ella y su pareja me
sonrieron.
Les devolví el gesto, sintiéndome rara por estar sola. Sabía
que muchas mujeres acudían solas a las citas prenatales, y
nadie sabía por qué yo estaba sola, a pesar de lo cual sentía la
ausencia de Antony.
Debería haber estado allí.
Desde que me había mudado a Nueva York, no había podido
dejar de pensar en nuestra “relación” y de preguntarme si
siempre había significado más para mí que para él.
Sabía, incluso antes de que Antony y yo empezáramos a
acostarnos, que no iba a ser fácil por varias razones, pero
pensaba que con un poco de tiempo las cosas se arreglarían.
Ahora no podía evitar preguntarme si me estaba engañando a
mí misma creyendo algo que no era cierto por la desesperación
que sentía al querer estar con él.
Veía su vacilación a la hora de hablar de nosotros a los
gemelos, o a cualquier otra persona, bajo una luz totalmente
nueva. Era como si se estuviera escondiendo de mí,
manteniendo nuestra relación en secreto.
La pregunta a la que no podía responder era: ¿por qué? Si se
trataba de una aventura, ¿por qué no se atrevía a ser sincero?
¿O estaba luchando por la pérdida de May? Yo no lo sabía.
Nunca se había sincerado conmigo.
El hecho de que no me llamara ni intentara ponerse en
contacto conmigo desde que me fui me hizo darme cuenta de
que mi primera teoría probablemente era correcta. Para él yo
había sido simplemente una aventura.
Lo que realmente apestaba, pero me alegré de haberlo
descubierto en primer lugar.
Si le hubiera dicho a Antony sobre mi embarazo, él habría
terminado nuestra relación de todos modos. Tal vez incluso me
habría despedido.
Al menos, de este modo, me había marchado en mis propios
términos y había protegido a mi hijo. Odiaba que creciera sin
padre, pero seguramente no tener padre sería mejor que tener
uno que no lo reconociera.
Intenté dejar de pensar en Antony mientras esperaba a que la
Dra. Thompson examinara al otro paciente.
Finalmente la pareja se marchó y la Dra. Thompson salió de su
despacho. Era mayor que la doctora Anders, pero no debía de
tener más de cincuenta años, calculé, con el pelo negro
recortado y una sonrisa amable.
“¿Erin Holland?”, me llamó.
“Sí, soy yo”, dije, levantándome y sacando el expediente
médico de la Dra. Anders de mi bolso.
Seguí a la Dra. Thompson hasta su despacho, donde se
acomodó detrás de un gran escritorio de caoba y me invitó a
ocupar el sillón de cuero situado frente a ella. Me senté y le
entregué mi expediente médico.
“Gracias”, dijo ella, examinándolos rápidamente. “¿Y este es
su primer embarazo?”.
“Así es”.
“¿Cómo se encuentra? ¿Algún síntoma inusual?”
“Estoy agotada, pero también puede ser por mi trabajo. Soy
niñera”.
La Dra. Thompson sonrió. “Ah, así que tiene mucha
experiencia con niños. Eso le ayudará. Adoro a mis dos hijos,
pero son difíciles de manejar. Aparte del cansancio, ¿todo lo
demás está bien?”.
“Sí, creo que sí. He tenido náuseas matutinas, pero he leído
que son normales al principio”.
“Así es, y al entrar en el segundo trimestre, deberían remitir. Si
no, ven a verme y te recetaré algún medicamento”, dijo, y
luego buscó el estetoscopio en el cajón de su escritorio. “Bien,
quiero auscultar rápidamente tu corazón y el del bebé, y
medirte la tensión arterial. También quiero tomar una muestra
de orina y de sangre, para asegurarme de que todo va bien.
Luego irás con mi ecografista, May, para que te haga la
ecografía. ¿Te parece bien?”
Por un momento me quedé estupefacta por el hecho de que mi
ecografista se llamara como la difunta esposa de Antony. Qué
extraña coincidencia.
Cerré los ojos y negué con la cabeza. “Sí, perdón. Está bien.
Gracias”.
Tanto mis latidos como los del bebé parecían normales, según
la doctora, y mis niveles de tensión arterial eran buenos.
Esperé pacientemente a que me extrajera cuatro viales de
sangre para enviarlos al laboratorio.
“Como la ecografía produce mejores resultados cuando la
vejiga está llena, te pediré que me traiga una muestra de orina
más tarde”, me dijo la doctora Thompson, entregándome un
bote de muestras.
Me acompañó por el pasillo hasta el despacho de la ecografista
y me indicó dónde estaban los aseos.
“Hasta luego”, dijo, antes de marcharse.
Un momento después, una mujer con una larga melena
pelirroja recogida en una trenza y brillantes ojos verdes salió
del despacho del ecografista. Me dedicó una sonrisa radiante.
“Hola, soy May Bennett. ¿Está lista para su ecografía?”
“Por supuesto”, respondí, siguiéndola al interior de la sala.
La habitación estaba a oscuras, iluminada por el ecógrafo, que
consistía en un monitor y un teclado, y dos sondas. Una era
larga y delgada, y la otra se parecía a un escáner de códigos de
barras que suele haber en las tiendas. Todo estaba sobre una
unidad metálica que supongo contenía el sistema informático
que lo procesa todo.
Junto al ecógrafo había una mesa de exploración médica, ya
cubierta con una capa de papel de seda protector.
“Si quiere, puede quitarse los zapatos y subirse a la camilla”,
dijo May. “Luego necesito que te levantes la camiseta hasta la
base del sujetador y te bajes los pantalones hasta el pubis”.
Hice lo que me pedía y, después de acomodarme y
descubrirme el vientre, me untó la piel con gel calentito. Cogió
la segunda sonda - la que parecía un escáner, pero más
redondeada - y empezó a pasarla por mi vientre.
Al cabo de un momento, apareció una imagen en el monitor y
mi mundo se ralentizó.
Allí, en blanco y negro, estaba mi bebé. Podía ver claramente
su cabeza y su cuerpo, así como una larga pierna que
sobresalía.
Sentí que se me caían las lágrimas.
Ojalá Antony estuviera allí para verlo.
May pulsó algunos botones y giró algunos diales del teclado
mientras movía la sonda. Al cabo de unos instantes, se volvió
hacia mí con una sonrisa.
“Todo tiene el aspecto esperado. A juzgar por el tamaño del
bebé, estás embarazada de trece semanas”.
Hice cuentas mentalmente y la fecha coincidía perfectamente
con la primera vez que Antony y yo nos habíamos acostado.
Además, calculando, ¡se suponía que el bebé nacería el día de
mi cumpleaños!
“¿Quieres una foto?” May me preguntó amablemente.
“Me encantaría una. Gracias”.
May me dio pañuelos para limpiarme el gel del estómago
mientras imprimía una copia de la ecografía.
“Bien, ahora tienes que tomar la muestra para la Dra.
Thompson y volver a su despacho”, me dijo May mientras me
sentaba y me entregaba la imagen de la ecografía.
No pude evitar mirarla un momento, absorbiendo todos los
detalles de mi bebé, aunque la imagen era en blanco y negro.
Metí la foto en el bolso, me puse los zapatos y salí de la
ecografía. Después de ir al baño, volví a la consulta de la
doctora justo cuando estaba añadiendo una copia de la
ecografía a mis notas médicas.
“Su ecografía tiene buena pinta. Las medidas están en línea y
el bebé tiene todo lo que debería tener en esta fase de
desarrollo. ¿Puedo tomarle una muestra de orina, por favor?”.
El médico llevó el frasco de plástico a una zona del lavabo. Lo
abrió y sumergió en él lo que parecía una tira de papel
tornasol.
“Estoy analizando si hay indicios de azúcar, proteínas,
cetonas, bacterias y células sanguíneas para asegurarme de que
no tiene una infección urinaria, diabetes gestacional o
preeclampsia”.
La Dra. Thompson esperó unos minutos - quizá para que se
desarrollaran los resultados - y luego selló el frasco de
muestras y lo tiró a la papelera de residuos médicos.
“Estos resultados también son todos normales. Está
perfectamente sana y el embarazo progresa como debería. ¿Le
recetó su anterior médico ácido fólico?”.
“Sí, y sigo tomándolo todos los días según lo prescrito”, le
contesté.
“Estupendo. Si no tiene ninguna pregunta, puede irse. Pero,
por favor, no dude en ponerse en contacto conmigo si algo
cambia: si tiene dolor o sangrado, o si algo no va bien.”
“Lo haré. Gracias”.
Cogí mi carpeta y salí del despacho. En el trayecto en metro de
vuelta a casa, no podía dejar de mirar la imagen de la
ecografía. La anciana que estaba sentada a mi lado me miró y
sonrió.
“¿Es su primer hijo?”, me preguntó.
“Sí. Hoy me han hecho la primera ecografía”.
La anciana sonrió. “Todavía recuerdo la mía. Es increíble,
¿verdad? Y la tecnología ha avanzado tanto desde entonces.
Mi hija mayor, Alison, está embarazada y no me lo podía creer
cuando me enseñó la foto de la ecografía”.
“Sí, es realmente increíble. ¿Cuántos hijos tiene?”
“Cinco. Está Alison, luego David. Después vinieron las
gemelas, Jennifer y Heather. Pensamos que habíamos
terminado después de las mellizas, pero cinco años después
llegó nuestro bebé sorpresa, James”.
“Oh, vaya. ¿Cómo os las arreglasteis con cinco hijos?”
La anciana soltó una risita. “Oh, simplemente te las apañas,
¿no?”.
“Sí, supongo que sí”.
Cuando volví a mi piso, hice una foto de la ecografía y se la
envié a Tina. Mi mejor amiga contestó al mensaje menos de
cinco minutos después.
¡Dios mío! Qué pequeño y qué mono. Ojalá hubiera podido
estar allí. XXX
A mí también, pero no pasa nada. XXX, le contesté.
Pasé el resto del día descansando, pero no podía dejar de
pensar en Antony y los gemelos. Sabía que Isabel y Aarón
serían muy felices si supieran que tendrían un hermano, y se
me partía el corazón al pensar que mi hijo crecería sin conocer
a su padre ni a sus hermanastros.
Ojalá las cosas fueran diferentes, pensé con un suspiro,
mientras miraba la imagen de la ecografía.
18
A NT O N Y

D esde que ocurrió el episodio en el colegio, los gemelos


empezaron terapia, y pronto quedó claro que ambos
tenían problemas de abandono. No era nada
sorprendente, dado todo lo que les había ocurrido en sus
breves vidas.
Junto con el terapeuta, Jason, hablaron del dolor de haber
perdido a su madre. Al principio, parecía extraño hablar de
May, pero cuanto más tiempo pasaba, más fácil se volvía.
Pronto compartí viejas fotos y recuerdos con Elizabeth y
Aaron, y visitábamos la tumba con regularidad.
Aún tenían mucho dolor que superar, pero al menos, por lo
que respecta a su madre, las cosas iban mejorando poco a
poco. Quizá porque eran muy jóvenes cuando la perdieron.
El asunto de Erin había sido completamente distinto. Había
estado en sus vidas desde que tenían nueve meses y, aunque
era su niñera, pronto se hizo evidente a través de la terapia que
la veían como mucho, mucho más.
“¿Y no hay ninguna posibilidad de que vuelva, o de que os
reconciliéis?”, preguntó Jason tras una de nuestras sesiones.
“Desde luego, puedo ponerme en contacto con ella y ver si
estaría dispuesta a venir a visitar a los gemelos o algo así. Pero
depende de ella, en realidad, y después de cómo acabaron las
cosas…”, me interrumpí.
“Sí, quiero hablar contigo de ello, pero obviamente no con
Elizabeth y Aaron aquí. ¿Estarías dispuesto a programar
algunas sesiones individuales?”.
“Si crees que puede ser útil, entonces sí, por supuesto”.
“Así es. Creo que podría ayudarte a ser un mejor padre, pero
no solamente eso, te ayudará como persona. Tú también tienes
que cuidarte, Antony”.
“Todo el mundo sigue diciendo eso”, repliqué, pensando en las
palabras que Auli’i me había dicho unos días antes.
“Eso es porque es importante. No puedes ser un buen padre, ni
cocinero, ni ninguna otra cosa, mientras cargues con todo este
peso”.
Sabiendo que Jason tenía razón, y siendo consciente de que
tenía otras personas en las que confiar para cuidar de los
gemelos mientras yo estuviera en terapia, concerté una cita
con Jason.
Cuando salimos de la consulta, llevé a Aaron y a Elizabeth al
parque. Siempre intentábamos hacer algo divertido después de
las sesiones de terapia, para recompensarles por hablar de
sentimientos difíciles. Las cosas con los gemelos no eran lo
que eran antes de que Erin se fuera, pero estábamos
mejorando.
Mientras jugaban, un niño algo mayor se acercó a Aaron y
Elizabeth y empezó a ser grosero con ellos. Me sentí en
tensión, esperando que Aarón empezara a llorar o que
Elizabeth lo atacara.
En lugar de eso, mi hija miró fijamente al niño molesto y le
dijo: “Déjanos en paz, por favor”.
El chico no se fue, sino que empezó a patear el suelo en su
dirección, así que Aaron se levantó. Se acercó a él y le dijo:
‘Mi hermana te ha pedido que nos dejes en paz. Si no lo haces,
hablaré de ti a mi padre y él se lo dirá a tus padres”.
Aaron me miró y yo asentí con la cabeza, asegurándome de
que aquel chico tan molesto supiera que yo estaba allí. Al
darse cuenta de que se iba a meter en un lío, el chaval se fue a
otra zona del patio y dejó solos a los gemelos.
Esbocé una pequeña sonrisa de orgullo.
Unos días después, fui a mi primera sesión individual con
Jason, mientras Auli’i cuidaba de Aaron y Elizabeth. Después,
había quedado con Tucker, que acababa de regresar a la ciudad
antes de ir a Florida a otra competición, aunque mis otros
hermanos y yo nos preguntábamos en secreto si se iba porque
se acercaban las vacaciones universitarias y quería estar con
todas las jóvenes y atractivas estudiantes que disfrutaban de
las playas durante su tiempo libre. Pasara lo que pasara por la
cabeza de Tucker, decidí mantenerme fuera de ello. No
necesitaba más drama en mi vida.
Tras acomodarme en el despacho de Jason, él me miró y me
preguntó: “¿Qué pasó realmente entre Erin y tú? Me parece
que hay algo más de lo que dijisteis delante de los gemelos”.
“Sí, no quería hablar delante de Elizabeth y Aaron, pero Erin y
yo nos acostábamos”, confesé.
Yendo directamente al grano, Jason preguntó: “¿Era solo
sexo? ¿O había algo más?”
Su pregunta me desconcertó… Había sido algo más que sexo,
al menos para mí, pero no podía expresar con palabras lo que
había significado. “En lo que a mí respecta, no fue una
aventura, pero quería tomarme las cosas con calma y
mantenerlo en secreto”.
“¿Por qué?”
“No quería dar falsas esperanzas a Aaron y Elizabeth por si las
cosas no funcionaban entre Erin y yo. Supongo que tenía
razón”.
“¿Por qué? ¿Qué ocurrió para que Erin decidiera marcharse y
mudarse?”.
“Tuvimos una pelea. Había aceptado ir a una cita organizada
por uno de mis colegas, y a Erin no le gustó. Fui a casa a
disculparme. Me di cuenta de que haber aceptado la cita había
sido un error, pero antes de que pudiera decir nada, Erin me
dijo que se iba”.
Se lo conté todo a Jason. Cómo Erin había apoyado mi
insistencia en esperar para decirles a Aaron y Elizabeth que
estábamos juntos, pero que no le gustaba que lo hubiera
mantenido en secreto ante mis hermanos y compañeros, ni que
hubiera permitido que Dale me tendiera una trampa para una
cita.
También le dije que Erin había dicho que se mudaba porque en
su nuevo trabajo le pagaban mejor, y que para ella nuestra
relación no era más que una aventura.
Jason guardó silencio un rato antes de preguntar: “¿Es posible
que Erin mintiera cuando dijo que para ella solo era una
aventura?”.
Mis ojos se abrieron de par en par. “¿Por qué iba a hacer eso?
Jason negó con la cabeza y se rio un poco. “¿No es evidente?
Por todo lo que me has contado, creo que le gustabas de
verdad. Es evidente que quiere a los gemelos. No parece el
tipo de persona que tiene una aventura con su jefe y luego se
va cuando las cosas no funcionan. Podría equivocarme, ya que
me baso en lo que me has contado, pero para mí las acciones
de Erin son las de una mujer que te quería y se sintió
rechazada.”
“Pero… yo… ¿Por qué no me lo dijo? Dijo que entendía que
no se lo dijera enseguida a Aaron y a Elizabeth…”.
“Sí, pero no fue solo eso, ¿verdad? Seguías viéndote con otras
mujeres y no le contaste a nadie tu relación con Erin. ¿No ves
que, desde su punto de vista, eso era rechazo?”.
Incliné la cabeza. “La cagué de verdad…”.
“Sí, pero no es demasiado tarde para arreglarlo”, dijo Jason,
dirigiéndome una pequeña sonrisa.
“¿Realmente crees eso? ¿Qué puedo hacer?”
“Un buen primer paso sería averiguar por qué aceptaste salir
con otras mujeres y por qué eras tan reacio a decirle a la gente
que Erin y tú estabais juntos”.
“Ya te lo dije, no quería que los gemelos se hicieran ilusiones.
Y luego estaba todo el escándalo de Daniel Goldman teniendo
una aventura con su secretaria. Me preocupaba lo que pensara
la gente”.
Jason enarcó una ceja. “¿Pensabas anunciárselo a todo? ¿Por
qué no decírselo simplemente a tus hermanos y amigos
íntimos? No habrían cotilleado. E incluso si los demás se
hubieran enterado, tú y Erin no estabais haciendo nada malo,
no como Daniel Goldman. Y eso sigue sin explicar por qué
aceptaste una cita de tu colega”.
“No conoces a Dale. No acepta un no por respuesta. Habría
seguido pidiendo información, y yo no quería que se enterara
de lo de Erin y yo”.
De nuevo, Jason preguntó: “¿Por qué?”, y de nuevo no se me
ocurrió una buena respuesta. Seguro que Dale no iba a ir
corriendo a contarle a todo el pueblo que Erin y yo estábamos
juntos o algo así.
“Creo que hay otra razón por la que nunca quisiste hacer
pública tu relación con Erin, y entre ahora y nuestra próxima
sesión, quiero que pienses mucho en cuál podría ser esa
razón”, dijo Jason.
Salí del despacho de Jason pensando en lo que me había dicho,
y seguía distraído cuando quedé con Tucker para comer.
Mi hermano pequeño estaba de buen humor. Había ganado su
concurso en Southampton y estaba deseando ir a Florida.
Pero, a pesar de su habitual egoísmo, Tucker me sorprendió
diciendo: “¿Cómo están Elizabeth y Aaron? Josh dijo que
había habido un pequeño accidente en el colegio. Cuando
vuelva de Florida, puedo llevarlos un día a la playa si
necesitáis un descanso”.
Me emocioné de verdad. Aunque mi hermano era egocéntrico
a veces, sabía que quería a sus sobrinos y que haría cualquier
cosa por ellos.
“Las cosas han ido mejorando desde que empezaron la
terapia”, dije, y luego admití. “De hecho, yo mismo empecé a
ver al terapeuta. Ha tenido algunas ideas interesantes”.
“¿Sí?” Tucker enarcó una ceja.
Me sorprendió un poco que mi hermano pequeño estuviera tan
dispuesto a hablar de sentimientos y cosas así, pero pensé que
a caballo regalado no había que mirarle el diente. Además, me
vendrían bien algunas opiniones de alguien ajeno a la
situación.
“Me dijo que pensara en la verdadera razón por la que no
quería hacer pública mi relación con Erin, y por qué estaba
dispuesto a que un colega mío me organizara una cita”.
“Tiene razón. Nunca fuiste un gran jugador. Os recuerdo a
May y a ti juntos: erais la pareja perfecta”.
No pude evitar reírme. “Creía que odiabas a May”.
“Tío, era un adolescente cuando os juntasteis. Odiaba a todo el
mundo. Pero no, May y tú teníais una buena relación. Y sé que
perderla fue duro para ti y para los gemelos, pero con Erin
podríais haber tenido una segunda oportunidad. ¿Por qué
tirarlo todo por la borda?”.
De verdad… no sabía por qué.
“Háblame de tus planes para cuando estés en Florida”, dije,
cambiando rápidamente de tema.
Tucker abrió la boca y volvió a cerrarla rápidamente. Frunció
el ceño, estudiando mi rostro, pero al verme en silencio sonrió.
Aunque, extrañamente, la sonrisa parecía forzada.
No tuve ocasión de interrogar a mi hermano antes de que se
lanzara a una descripción detallada de sus planes. Hablaba más
de las fiestas a las que quería asistir y de los bares que pensaba
visitar que de la propia competición de surf, pero eso era
Tucker. Solo agradecí tener algo menos intenso en lo que
concentrarme y escuché con placer mientras mi hermano
hablaba de lo que esperaba hacer en Florida.
“Suerte con todo y pórtate bien”, le dije a Tucker mientras
cruzábamos el aparcamiento después de comer.
“¿No lo hago siempre?”, contestó, apoyándose en su moto con
una sonrisa burlona.
Negué con la cabeza y entré en el coche. Los problemas
seguían a aquel chico allá donde fuera.
Cuando llegué a casa, Elizabeth y Aaron estaban jugando
alegremente con Auli’i. Sonreí y me uní a ellos para jugar a las
serpientes y las escaleras.
Auli’i nos preparó la cena y, después de servirla, le dije:
“Puedes volver a irte pronto si quieres. Aquí todo está bastante
tranquilo”.
“¿Estás seguro? Puedo quedarme para ayudarte con la rutina
de acostarse si quieres”.
“No, gracias, ya me encargo yo. Pero quiero darte las gracias
por todo lo que has hecho por nosotros últimamente. Incluso
me animaste a hablar con alguien. Me ayudó mucho”.
Auli’i me dedicó una sonrisa de oreja a oreja. “Me alegra
oírlo, señor… ehm, Antony”.
Cuando Auli’i se marchó, Elizabeth, Aaron y yo cenamos un
delicioso estofado de ternera hawaiano, picante y rico con
salsa de tomate, cebollas, zanahorias y patatas. La ternera
estaba perfectamente tierna, y la sirvieron sobre arroz pegajoso
para crear una comida reconfortante.
Pensé distraídamente que si Auli’i alguna vez quería cambiar
de trabajo, sería una excelente aprendiz en la cocina de mi
restaurante.

Más tarde, después de que los gemelos se hubieran bañado y


yo les hubiera contado un cuento para dormir, me retiré a mi
habitación con una taza de té de vainilla y manzanilla que se
suponía que me ayudaría a dormir.
Pero aunque me sentía relajado, mi cerebro no se apagaba y
seguía pensando en las diversas conversaciones que había
sostenido durante el día.
Una pregunta dominaba mi mente: ¿por qué había insistido
tanto en mantener en secreto mi relación con Erin?
Empezaba a darme cuenta de que si hubiera sido más abierto -
aunque no estuviera preparado para contárselo a los gemelos,
al menos sí para decírselo a mis hermanos y compañeros, y
para negarme a salir con otras mujeres - Erin nunca se habría
marchado.
Era como si me hubiera saboteado a mí mismo y hubiera
condenado la relación al fracaso.
¿Por qué?, me pregunté.
Por mucho que odiara admitir la respuesta, surgió rápida y
fácilmente: porque tenía miedo.
Tenía miedo de sentir algo parecido a lo que había sentido por
May, por si el destino decidía arrebatarme cruelmente aquella
felicidad. Y al darme cuenta de ello, también me di cuenta de
que lo que sentía por Erin empezaba a coincidir con mis
primeros sentimientos por May.
Podría haber sido feliz. Podría haber tenido una segunda
oportunidad y la había perdida.
19
ERIN

L a felicidad de ver a mi bebé por primera vez me hizo


compañía durante los días siguientes, pero no tardó en
volver a ponerme de mal humor por el comportamiento
de Caleb y Carson, y la actitud de Jackson Raine, que se
negaba a disciplinar a sus hijos.
Llevar a los chicos al colegio por la mañana era casi
imposible. Se negaban a comer otra cosa que no fueran
caramelos o patatas fritas. Luego no querían ducharse ni
vestirse. Después, tenía que sobornarles con la promesa de
más caramelos si iban al colegio y se portaban bien durante
unas horas.
Luego volvía al desván y limpiaba el desastre que habían
hecho. Teniendo en cuenta que también ordenaba siempre por
las tardes, no entendía cómo dos niños de seis años podían
hacer semejante desastre en tan poco tiempo. Había
envoltorios de chocolatinas y bolsas de patatas fritas a medio
comer en el suelo de su habitación, ropa sucia tirada por todo
el cuarto de baño y suciedad arrastrada desde fuera.
El trabajo de limpieza era agotador, y aunque mi energía era
mejor que en el primer trimestre, no me alcanzaban las horas
del día para hacerlo todo. Después de limpiarlo todo - hasta
que Carson y Caleb volvieran del colegio para destrozar todo
mi trabajo, claro -, tenía que preparar la cena para los chicos y
el señor Raine. Jackson insistía en las comidas tradicionales de
“carne y verduras”, que por supuesto Caleb y Carson no
tocaban. Era difícil encontrar algo que gustara a los tres, y
normalmente solo cocinaba algo que sabía que le gustaría al
Sr. Raine; los chicos tiraban cualquier cosa al suelo.
Sin embargo, mi trabajo nunca terminaba. Mientras la cena se
cocía a fuego lento, tenía que recoger los trajes del Sr. Raine
de la tintorería y enviarle unos papeles. Apenas tuve tiempo de
hacer estas cosas antes de tener que coger el metro para cruzar
la ciudad y recoger a Caleb y Carson.
Por suerte, su profesora no me llamó aparte para hablarme de
su mal comportamiento. Pero eso no significaba que los chicos
estuvieran tranquilos. De hecho, estaban tan alborotados que
nos pidieron que saliéramos del metro antes de nuestra parada,
lo que nos obligó a caminar otras dos manzanas hasta el piso.
Naturalmente, Caleb y Carson lo encontraron divertidísimo, y
estaban especialmente orgullosos de sí mismos por ser tan
malos que nos echaron del metro.
Cuando llegamos al piso, dejé que los chicos jugaran fuera,
aunque sabía que tendría que limpiarlo todo.
Me senté en el sofá y cerré los ojos un momento.
Me quedé dormida y me desperté con el sonido de la alarma
de incendios, Caleb y Carson corrían gritando y el piso estaba
lleno de humo.
Maldita sea. Me había olvidado de apagar la cocina y la cena
se había quemado.
Intentando calmar a los chicos, fui a buscar una escalera para
poder apagar la alarma.
Mientras intentaba encontrarla, el maldito aparato se disparó.
Salí del armario y me encontré a Jackson Raine fulminándome
con la mirada.
“¿Qué demonios ha pasado?”, preguntó.
Antes de que pudiera hablar, Caleb dijo: “Erin se quedó
dormida y casi se quema el piso”.
“Podrías habernos matado”, se quejó Carson.
“Lo siento, fue un instante, no sé qué pasó. Tuvimos que
bajarnos del metro una parada antes e ir andando a casa…”
“¡Ya basta!” Gritó el señor Raine.
Carson y Caleb intercambiaron una sonrisa y salieron
corriendo de la habitación.
“Te he dado una oportunidad tras otra y sigues demostrando tu
incompetencia. Llegué pronto a casa porque el cheque que
debías enviar la semana pasada se perdió en el correo, ¡¿y me
encuentro con este desastre?!”.
“Lo siento, señor, es que… con todas las tareas extra que
espera que haga, además de tener que volver a casa
andando…”
Jackson Raine suelta una mueca. “Estoy harto de sus excusas,
señorita Holland, está despedida”.
“Pero… yo necesito este trabajo. Estoy segura de que
podríamos llegar a un acuerdo. Si además contrataras a un ama
de llaves, y hablaras con los chicos sobre su comportamiento,
seguro que…”
“¡YA BASTA! Estoy harto de tus excusas, de tu incompetencia
y de tus sugerencias sobre cómo debo educar a mis hijos.
Váyase ahora, señorita Holland, o llamaré a la policía”.
Las lágrimas de rabia me quemaban los ojos.
Necesitaba ese trabajo desesperadamente. Tan
desesperadamente que estaba dispuesta a aguantar cualquier
mierda, y no era suficiente.
Bueno, al diablo Jackson Raine. Que le jodan a él, a sus
horribles hijos y a sus ridículas normas.
Cogí mi bolso y mi chaqueta y salí del piso sin decir ni una
palabra más.
En el trayecto en metro a casa echaba humo de rabia. No podía
creer que Jackson Raine me hubiera tratado así, que hubiera
permitido que sus hijos se comportaran de esa manera y que
aun así tuviera la osadía de despedirme.
No tenía ni idea de lo que iba a hacer, pero sabía que iba a
hacer lo correcto. Cuando volví a mi apartamento estudio,
llamé a los servicios sociales y les conté mi preocupación por
Carson y Caleb, sabiendo que si los profesionales no
intervenían, el horrible ciclo se repetiría sin fin. Realmente
esperaba que las autoridades se implicaran antes de que otra
niñera tuviera que pasar por el infierno que yo había vivido.
Pero hacer lo correcto no pagaba las facturas. Estaba sin
trabajo en aquel momento y solo tenía un par de miles de
dólares ahorrados. Estaba embarazada de catorce semanas y
las cosas no iban a ser más fáciles.
Asustada, llamé a Tina para contarle lo que había pasado.
“Ven a casa”, me dijo después de explicar el monstruo que era
Jackson Raine.
“No puedo Tina. No puedo enfrentarme a Antony. Pronto se
empezará a notar la barriga y habrá muchas preguntas
embarazosas”.
“Haz que pague la pensión alimenticia. Al menos así no
estarás tan corta de dinero”.
“No puedo… No soportaría su mirada si me dijera que no
quiere saber nada de mí ni del niño. Mejor me quedo donde
estoy”.
“¿Y hacer qué?”, dijo.
Me quedé en silencio un momento, intentando pensar en mis
opciones. “Podría buscar trabajo en un restaurante de comida
rápida”.
“Si ya estás agotada, trabajar en un fast-food no mejorará las
cosas”.
“Vale, conseguiré un trabajo de oficina o algo así”.
“¿Sabes cuáles son las habilidades que la mayoría de los
lugares requieren para sus secretarias en estos días? ¿Tienes
experiencia con ordenadores y gestión de datos?”.
Aunque Tina no podía verme, agaché la cabeza. “No”, dije con
tristeza. “Pero puedo aprender”.
“Seguro que puedes, Erin, pero tienes que ser realista”, dijo
Tina con simpatía. “El mercado laboral está loco ahora mismo.
Cada trabajo que solicites tendrá cientos, si no miles, de otros
solicitantes. Tu mejor opción será optar a otros puestos de
niñera”.
“No puedo permitirme el lujo de esperar a otro puesto de
niñera; mis ahorros no durarán mucho”.
“Por eso deberías venir a casa. Puedes quedarte conmigo hasta
que te recuperes, y si estás aquí, puedes hacer que Antony
pague la pensión alimenticia. ¿No crees que es mejor?”
“Déjame pensarlo, ¿vale?”, respondí. Sabía que volver a los
Hamptons era probablemente lo mejor, pero el corazón se me
volvía a romper cuando pensaba en tener que enfrentarme a
Antony. Y la idea de vivir en la misma ciudad con él y los
gemelos, criando sola a mi bebé, era más de lo que podía
soportar.
20
A NT O N Y

U nos días después, cuando invité a Ryan, Sebastian y


Joshua a cenar, mi conversación con Jason y la
verdadera razón por la que había apartado a Erin
seguían en mi mente.
Los gemelos estaban emocionados por ver a sus tíos, aunque
un poco decepcionados porque Alicia y sus hermanos no se
habían unido a nosotros. Se habían hecho muy amigos de
Evie, la hermana pequeña de Alicia, que era unos seis meses
mayor que ellos. Si May siguiera con nosotros, ¿habríamos
intentado tener otro hijo?, me preguntaba. Nunca habíamos
tenido ocasión de hablar de ello, pero pensar en cómo
adoraban los gemelos a Evie me hizo tener la certeza de que
algún día les encantaría tener un hermano.
Sebastian y Joshua se ofrecieron a leerles a los gemelos un
cuento antes de dormir, y oí muchas risitas que venían del
dormitorio mientras bajaba las escaleras y entraba en la
cocina, donde Ryan estaba cargando el lavavajillas.
Me miró, sonrió y dijo: “No te acostumbres”.
Yo me reí. “Ni se me ocurriría”.
“Solo estoy siendo amable porque me alegra mucho ver que tú
y los gemelos habéis vuelto por el buen camino. Nos tenías a
todos preocupados, ¿sabes?”.
Ryan metió el último plato en el lavavajillas y después nos
sentamos en la encimera con una taza de espresso cada uno.
Todo va mejor. Jason incluso cree que los gemelos podrían
estar listos para volver pronto al colegio. Aunque, por
supuesto, quiere seguir viéndolos con regularidad”.
“¿Hablar con él está ayudando entonces?”.
“Sí, mucho”. Bebí un sorbo de mi expreso, aunque todavía
estaba demasiado caliente, para darme un momento para
pensar. Sabía que reprimir las cosas era lo que me había
llevado a esa situación, pero aun así me costaba abrirme a mi
hermano. “Me pidió que pensara por qué nunca le conté a
nadie lo de Erin y yo”.
“Nos lo contaste a Alicia y a mí”, dijo Ryan.
“No, vosotros lo habéis adivinado. Nunca habría dicho nada, y
solo se lo conté a Sebastian, Joshua y Tucker porque
necesitaba ayuda con los gemelos. Si hubiera podido, lo habría
mantenido en secreto para siempre”.
Hicimos una pausa mientras Sebastian y Joshua entraban en la
cocina.
Sebastian sonrió y dijo: “Están profundamente dormidos. No
sé de dónde sacaron el cerebro esos chicos, pero desde luego
no de ti”.
Yo me reí. “No, todo es culpa de May”.
Joshua me miró con curiosidad y luego sonrió. “Me alegro de
que vuelvas a hablar de ella. Los gemelos dicen que les has
hablado de su madre. Creo que eso es bueno”.
Preparé a mis hermanos sus tazas de café expreso y se unieron
a Ryan y a mí en la cocina.
“Es algo bueno. Me siento fatal por haberles ocultado cosas
durante tanto tiempo; se merecen saber lo increíble que era
May”.
“Lo era”, asintió Ryan, y levantó su copa. “Por May, a quien
echamos muchísimo de menos”.
“Por May“, repetimos todos, chocando nuestras tazas.
“Hablar más de May no es lo único que he aprendido con la
terapia. Jason me hizo cuestionarme por qué mantuve mi
relación con Erin en secreto, y por fin he empezado a
entenderlo. Tengo miedo. Tengo miedo de enamorarme de
alguien, como hice con May, por si ocurre algo terrible.”
Sebastian asintió con complicidad. “Sé que no es lo mismo,
pero a veces siento que nunca amaré a nadie como amé a
Lana. Sigo pensando en ella todos los días, y han pasado casi
cinco años”.
“Nunca pensé que me volvería a enamorar después de May, así
que ni siquiera me di cuenta cuando el amor se acercó
silenciosamente a mí… pero ahora lo entiendo todo, amé a
Erin… no, espera… amo a Erin y no hay nada que lamente
más que haber dejado que se fuera. Debería haber luchado
más”.
“Todavía hay tiempo”, dijo Joshua.
En lugar de contestar, me volví hacia Ryan. “Estás muy
callado. ¿En qué estás pensando? ¿Crees que estoy cometiendo
un error?”.
Ryan negó con la cabeza. “Sé que antes dije que no creía que
Erin fuera adecuada para ti, pero bueno, he tenido tiempo de
reconsiderarlo. Y por reconsiderar, me refiero a que Alicia me
ayudó a ver las cosas desde otra perspectiva. Me señaló cómo
ella y yo hemos cometido errores similares. Este es un
problema con todos nosotros como hermanos, somos
demasiado parecidos en nuestra terquedad y en nuestra
negación a abrirnos sobre nuestros sentimientos.”
Joshua y Sebastian rieron incómodos. Tenía razón, pero no
creía que ninguno de nosotros estuviera preparado aún para
abordar el tema por completo.
“Debería haber sido sincero sobre mis sentimientos desde el
principio”, admití.
“No es demasiado tarde”, volvió a decir Joshua. “Llámala.
Dile lo que sientes”.
“Sí, la llamaré”.
A pesar de lo que les había dicho a mis hermanos, no intenté
llamar a Erin de inmediato porque, bueno, era un cobarde. Los
gemelos por fin estaban volviendo a la normalidad y Jason
había dicho que podían regresar a la escuela. Nuestras sesiones
de terapia con él iban bien, al igual que mis sesiones
individuales. No quería hacer nada que perturbara la calma
que estábamos recuperando. Pero, en el fondo de mi mente,
sabía que cuanto más esperara, menos posibilidades tendría de
recuperar a Erin. O peor aún, ella podría conocer a alguien.
Unos días más tarde, sentí que había recibido una señal de lo
Alto cuando, hacia el final del servicio de comidas, uno de los
camareros entró en la cocina y dijo que una clienta quería
hablar conmigo. Siempre había alguien que quería hablar con
el chef, estaba acostumbrado a la situación, así que me dirigí al
comedor.
Me quedé de piedra cuando vi que la clienta en cuestión era
Tina, la amiga de Erin, a la que reconocí de cuando había
estado en su casa.
“Hola, ¿estás ocupado?”, me preguntó.
“El servicio está a punto de terminar, así que puedo dedicarte
algo de tiempo. ¿Cuál es el problema?”
“Se trata de Erin. Quizá quieras sentarte”.
Me dejé caer en la silla frente a Tina, con el corazón
latiéndome con fuerza. ¿Qué había pasado? ¿Había llegado
demasiado tarde y perdido a Erin para siempre?
“¿Qué le pasa? ¿Está bien?”
“No te preocupes, no ha tenido un accidente ni nada. Pero
sinceramente, no está en un buen momento. Su nuevo jefe la
despidió”.
“¿Qué? ¿Por qué? Erin es una excelente trabajadora”.
“Sí, pero por lo que ella me cuenta, él es un imbécil de primera
clase. Y eso no es todo. Se quedó dormida mientras estaba de
servicio y se quemó la cena”.
Me quedé perplejo. Eso no suena a Erin. Es demasiado
responsable para dejar que pase algo así. ¿Qué está pasando?
“Está embarazada”, dijo Tina, y sentí un calor que abandonaba
mi cuerpo.
“¿Embarazada? ¿Cómo? ¿Cuándo?”
Tina se rio y sacudió la cabeza. “¿Tú qué crees?”
Mis ojos se abrieron de par en par. “Es mío”.
“Claro que es tuyo”, dijo Tina cariñosamente. “Erin no es de
las que se acuestan con cualquiera”.
Cerré los ojos. “Lo sé, por supuesto, pero siempre hemos sido
muy cuidadosos”.
“No lo suficiente”, dijo Tina. “No se trata de eso. La cuestión
es que Erin no está en un buen momento. El gilipollas de
Nueva York la despidió aunque en realidad fue culpa suya…”.
Alcé una ceja inquisitiva, pero Tina negó con la cabeza. “Ni
siquiera eso es importante ahora. Le quedan pocos ahorros y el
mercado laboral está fatal. Le he dicho que debería volver,
pero tiene demasiado miedo porque cree que no la quieres ni a
ella ni al bebé”.
El sonido de esas palabras me rompió el corazón. “Por eso se
fue, ¿verdad?”
“Sí. Le rompiste el corazón, y si no quieres lamentarlo el resto
de tu vida, te sugiero que lo arregles. Y rápido”.
“Lo haré. Te lo juro. Dame su dirección e iré a verla lo antes
posible”.
Tina me sonrió satisfecha y sacó un papel del bolso.
Deslizándolo por la mesa, vi que se trataba de un complejo de
apartamentos en Inwood, Manhattan.
“Gracias”, dije.
“Pero no lo estropees, ¿vale? Porque te juro que si le haces
daño, te cazaré y haré que te arrepientas”.
A pesar de que Tina apenas medía metro y medio en
comparación con mi metro ochenta, me tomé en serio su
amenaza. Prometí lo mismo a cualquiera que hiciera daño a
mis hijos, o a mis hermanos, y sabía que Erin y Tina eran
prácticamente hermanas.
Cuando Tina se fue, volví corriendo a la cocina y ayudé a Dale
a limpiar. Mientras cerrábamos la cocina, le dije: “Lo siento
mucho, pero tengo que dejarte otra vez. Te juro que es la
última vez”.
En lugar de enfadarse, Dale puso cara de preocupación.
“¿Están bien los gemelos?”
“Sí, están bien. La clienta que quería verme era amiga de Erin,
y bueno, tengo que encontrarla. Ahora mismo”.
Dale sonrió. “¡Ve a buscar a tu mujer, jefe! Yo mantengo el
fuerte aquí”.
“Gracias, amigo mío. Te lo agradezco de verdad”.
Dejando el restaurante en las hábiles manos de Dale, me dirigí
al despacho de Ryan para ponerle al día de lo que estaba
pasando. Al igual que con Dale, no mencioné el embarazo.
Todavía estaba tratando de procesar lo que sentía al respecto.
Después de hablar con Ryan, me fui a casa para reservar un
vuelo a Nueva York y le pregunté a Auli’i si podía pasar la
noche cuidando de los gemelos. Por suerte, como yo tenía que
estar en el restaurante al menos hasta la una de la madrugada,
no le supuso ningún problema. Esperaba poder llevar a Erin a
casa antes de que los gemelos se despertaran a la mañana
siguiente.
Antes de salir para el aeropuerto, hice una última cosa. Abrí el
cajón de mi cama, donde había guardado la pulsera de Tiffany
cuando Auli’i se convirtió oficialmente en la nueva niñera de
los gemelos, y saqué el joyero. Me lo metí en el bolsillo junto
con la cartera y el carné de identidad.
Por fin estaba todo listo, volaba de los Hamptons a Nueva
York. En ese momento me di cuenta de lo que estaba pasando.
Erin estaba embarazada.
No tenía ni idea de cuántas semanas estaba. ¿Sabías cuándo se
había ido a Nueva York? ¿Se había ido por esa razón?
Sinceramente, no la culpaba: la había tratado fatal y debía de
tener miedo de mi reacción. Pero una parte de mí todavía
estaba dolida porque me lo había ocultado. Sí, yo no había
sido abierto y sincero con ella, pero ella tampoco.
Ambos teníamos un problema de comunicación en el que
tendríamos que trabajar para que nuestra relación funcionara.
Y yo realmente deseaba que saliera bien.
Más que nada.
Ya estaba dispuesto a buscar a Erin, admitir lo equivocado que
estaba y rogarle una segunda oportunidad antes de que Tina
me hiciera una visita en el restaurante, y saber que Erin estaba
embarazada de mí me volvía loco. No podía creer que casi
había perdido la oportunidad de volver a ser padre. Casi había
perdido mi segunda oportunidad de amar.
Una vez que aterricé en el aeropuerto de LaGuardia, por suerte
no tenía equipaje que esperar. Ni siquiera había pensado en
hacer una maleta para pasar la noche. Lo único que había
traído conmigo era la pulsera de Erin. Corrí a pasar por el
control de salida y luego salí al aparcamiento para buscar un
taxi. Como era de esperar, había algunos esperando a la gente
que salía del aeropuerto, así que llamé a uno rápidamente y le
di la dirección de Erin.
El corazón me latía con fuerza mientras atravesábamos la
ciudad y pensaba en lo que debía decir. Busqué el joyero en mi
chaqueta y esperé encontrar las palabras adecuadas al ver a
Erin.
Alguien salía del edificio y me alegré de no tener que llamar al
interfono. Una pequeña parte de mí temía que, si lo hacía, Erin
no me dejara entrar. Al menos, cara a cara, habría podido
disculparme y decirle lo mucho que significaba para mí.
Respiré hondo y llamé a la puerta.
Nadie respondió.
Miré el reloj: eran las tres de la tarde, y como Tina me había
dicho que habían despedido a Erin del trabajo, no podía
imaginarme dónde más podría estar.
Llamé más fuerte y al cabo de un momento la oí gritar: “Vale.
Espera, espera. Ya voy“.
Disimulé una risita, imaginando que se había quedado dormida
en el sofá y que yo la había despertado. Cuando la puerta se
abrió un momento después, tenía el pelo revuelto y el pijama,
confirmando mi teoría.
“¿Antony?”, preguntó frunciendo el ceño. Me miró como
tratando de averiguar si todavía estaba soñando.
21
ERIN

M i corazón empezó a latir con fuerza cuando llamaron a


la puerta. Por un momento, asustada, pensé que era
Jackson Raine, que había venido a reñirme por haberle
denunciado al Servicio de Protección de Menores. Pero por lo
que había oído a través de Rebecca, el señor Raine estaba
demasiado liado con denuncias de malos tratos y con la
custodia de sus hijos como para acosarme. Y aunque lo
hubiera hecho, no le habría servido de nada afirmar que era
apto para ser padre.
Haciendo acopio de fuerzas, grité: “Vale. Espera, espera. Ya
voy” y salí a rastras del salón.
Esperaba que no fuera nadie importante, porque estaba segura
de que tenía un aspecto horrible. Todavía estaba en pijama y
con el pelo revuelto.
Abrí la puerta y se me paró el corazón. No podía ser verdad.
Estaba segura de que era un sueño.
“¿Antony?”, dije, boquiabierta como un pez de colores.
“¿Puedo entrar?”, preguntó suavemente.
“¿Qué haces aquí?”, inquirí, sin intentar moverme de la puerta
para permitirle entrar en mi piso. No solo parecía un tugurio,
sino que no tenía ni idea de qué hacía él allí.
“Prefiero hablar de esto dentro, donde tus vecinos no te
oigan”, contestó Antony, mirando hacia el pasillo vacilante.
Tenía razón. Las paredes de aquel bloque de apartamentos eran
delgadas como el papel, y a menudo podía oír a la pareja de al
lado discutiendo, seguida de sexo muy fuerte.
Me hice a un lado para dejar entrar a Antony, cerré la puerta
tras él y le conduje al salón, donde, inoportunamente, el sofá
cama seguía abierto, a pesar de que eran más de las tres de la
tarde.
“Yo… ehm… deja que limpie un poco”, le dije, cogiendo el
edredón.
Antony puso su mano sobre la mía. “Erin, no pasa nada.
Relájate. No me importa si estabas durmiendo o qué aspecto
tiene tu piso. Lo único que me interesa es que estés bien”.
Cerré los párpados. “¿Has venido hasta aquí para ver si estoy
bien?”, pregunté. Me sonaba absurdo. Hacía semanas que
Antony y yo no hablábamos, y la forma en que nos habíamos
separado no había sido precisamente amistosa.
Entonces lo entendí todo. “Voy a matar a Tina”.
Antony se rio. “Hoy ha venido a verme al restaurante y me lo
ha contado todo”.
“¿Todo?“, dije, con los ojos desorbitados. Me latía el corazón
en el pecho y un campo de batalla de emociones estalló en mi
interior. Mi primer instinto fue matar a Tina por lo que había
hecho. Entonces me di cuenta de las implicaciones de las
palabras de Antony, y olvidando toda la sensación de irritación
hacia mi amiga, me preocupé por lo que pasaría.
¿Acaso este sueño loco se convertiría en una pesadilla?
“¿Por qué no me contaste lo del bebé?” Antony preguntó
dulcemente. No parecía enfadado, estaba más triste y
decepcionado, y la culpa hizo que mi corazón latiera con
fuerza.
Agache la cabeza. “Lo siento. Al principio, estaba esperando
la semana doce, cuando las cosas pudieran estar más seguras y
entonces… bueno, ya sabes lo que pasó…”
“¿Estás de más de doce semanas?”, preguntó Antony, con los
ojos aún más abiertos.
“Estoy casi de catorce semanas. Me hicieron la primera
ecografía la semana pasada”, admití, sintiéndome culpable por
no haberle dicho nada. Aunque una parte de mí seguía sin
estar segura de lo que significaba que él estuviera allí.
“¿Está bien el bebé? ¿Tienes una foto?”, añadió Antony, con
voz aún suave.
“Sí, por supuesto, está aquí”. Me acerqué, metí la mano en el
bolso y saqué la foto de la ecografía que había metido en una
cartera de plástico para mantenerla a salvo. Se la entregué y
añadí: “El bebé está bien. Todo va con normalidad”.
Antony se quedó mirando la imagen, con el asombro evidente
en sus ojos. No me pasó desapercibido el hecho de que su
mano estaba apoyada en la mía.
El silencio mientras miraba la foto de nuestro hijo era
desgarrador, pero le concedí un momento, era lo menos que
podía hacer después de ocultárselo durante tanto tiempo.
Por fin Antony me devolvió la foto y yo la metí en mi bolso.
“Erin, lo siento mucho”, empezó, y se me apretó el pecho.
¿Por qué lo sentía? Contuve la respiración, esperando lo peor.
“Te alejé, y es el mayor error que he cometido”.
“¿Qué quieres decir?” comenté, apenas atreviéndome a
albergar esperanzas.
“Dios, ¿por dónde empiezo? Estoy viendo a un terapeuta…”
“¿En serio?” Esta noticia me sorprendió, pero sabía que era
algo bueno.
Antony me contó los problemas que habían tenido los
gemelos, y me sentí fatal por haberles hecho daño en parte al
marcharme. Aunque me alegré de que les hubiera llevado a
buscar ayuda y a ser más sinceros con sus sentimientos.
“Lo siento mucho”, dije, con las lágrimas rodando por mis
mejillas. “Dejarlos… dejarte… me rompió el corazón, pero no
podía quedarme”.
“Creo que lo entiendo”, dijo Antony, cogiéndome las manos.
“No te hice sentir exactamente protegida. No me sorprende
que sintieras que no tenías más remedio que irte”.
“Quería que me pidieras que me quedara”, admití. Por egoísta
que fuera, necesitaba que Antony me dijera lo que realmente
sentía.
Todavía le necesitaba.“Debería haberlo hecho. Debería
haberme dado cuenta antes de que te estaba alejando y haber
hecho todo lo posible para que te quedaras. Nunca debería
haber aceptado ir a aquella cita en la que Dale me tendió una
trampa, y debería haber sido más sincero sobre nuestra
relación. Pero no lo hice, porque tenía miedo de permitirme
sentir algo demasiado profundo por ti. Tenía miedo de que la
historia se repitiera”.
“¿Qué? ¿Pensaste que si nos juntábamos me perderías como te
pasó con May?”.
“Sí, exactamente. Me aterrorizaba ser feliz… de enamorarme
de ti…”
Mis ojos se abrieron de par en par. “¿Qué has dicho?”
Antony se rio. “Te amo, Erin. Te quiero y deseo un futuro
contigo. Siento haber tenido que perderte para darme cuenta.
Sé que tenemos mucho trabajo que hacer para arreglar las
cosas entre nosotros. Sé que te hice mucho daño, y que
tardarás en volver a confiar en mí, pero creo que podemos
hacer que las cosas funcionen. Sé que no merezco esto, pero
Erin, te lo ruego, ¿volverás a los Hamptons conmigo? No
como niñera de los gemelos, sino como mi novia y madre de
mi hijo”.
Cuando Antony se metió la mano en el bolsillo y sacó un
estuche de joyas Tiffany, el corazón me dio un vuelco. Por un
momento me preocupé: era demasiado, demasiado pronto.
Aún nos quedaba mucho por hacer. Pero entonces abrió la caja
y, para mi alivio, no había un anillo de compromiso como yo
hubiera esperado, sino la pulsera que me había regalado en
nuestro viaje a Nueva York.
Se me llenaron los ojos de lágrimas y asentí con la cabeza. “Sí,
seré tu novia y volveré a los Hamptons contigo”.
Antony me acarició dulcemente una mejilla y se acercó a mis
labios. Me besó lentamente, saboreando cada momento, y las
pesadillas de lo que habían sido las últimas semanas se
esfumaron.
Tenía razón, aún nos quedaba mucho por trabajar, y pensé que
cuando volviéramos a los Hamptons, la terapia de pareja sería
una buena idea. Pero en aquel momento, lo único en lo que
podía concentrarme era en la sensación de sus labios sobre los
míos y sus manos que suavemente me sujetaban la cabeza.
Las manos de Antony se movieron para acariciarme las
mejillas, y luego siguieron bajando por mi cuello, hasta
detenerse en mis pechos.
Abrió los ojos y preguntó: “¿Está bien?”.
“Están un poco sensibles, pero por favor no pares”, murmuré
en respuesta.
Antony me sonrió, apretando sus labios contra los míos una
vez más mientras sus manos seguían explorando mi cuerpo.
Me desabrochó la camisa del pijama y, como no llevaba
sujetador, mis pechos quedaron libres. Me los apretó
suavemente, acariciándome los pezones.
“Parecen más grandes”, dijo, y luego sus manos descendieron
hasta mis caderas. “Y mira cómo se están rellenando tus
curvas. Qué sexy”.
Me ruboricé, pero me encantó su atención y la forma en que
me recorría con la mirada. Me sentía como una voluptuosa
diosa de la fertilidad o algo así.
Antony inclinó la cabeza para chuparme y lamerme los
pezones, hasta que ambos se pusieron rígidos, y luego su
lengua siguió mi cuerpo hasta la cintura de los pantalones del
pijama. Me los quitó con cuidado, junto con las bragas, y me
tumbó de nuevo en la cama.
“Menos mal que tienes el sofá abierto”, dijo, señalando el
salón mientras se quitaba la camisa y se desabrochaba los
pantalones.
Pronto estuvimos los dos desnudos, y tiré de Antony hacia mí,
envolviéndole con mis brazos y piernas para que pudiéramos
encontrarnos más cerca el uno del otro.
“Te he echado mucho de menos”, admití.
“Yo también”, respondió Antony, y empezó a besarme de
nuevo.
Besó cada centímetro de mi cuerpo, prestando más atención a
mi cuello y mis pechos, pero sin dejar ninguna parte de mí sin
tocar por su boca, como si sus labios estuvieran registrando mi
figura.
Me relajé cuando su lengua recorrió mis muslos, y Antony se
detuvo en el vértice.
“¿Puedo?”, preguntó.
“¡Oh Dios, por favor, sí!”, respondí sin aliento.
Antony inclinó la cabeza, pasando la lengua desde mi clítoris
hasta mi abertura, y luego de vuelta. Se colocó en posición, me
agarró las rodillas con las manos y se llevó el clítoris a la boca.
Su lengua se arremolinó alrededor del sensible punto y mis
caderas empezaron a agitarse.
Antony no cesó, pasando de chupar a lamer, hasta que jadeé y
mi espalda se arqueó. Cuando mi orgasmo estaba a punto de
alcanzar el clímax, Antony se apartó para introducir dos dedos
en mi interior y los enroscó contra mi punto G.
“¡Oh, Dios!”, grité mientras un orgasmo sacudía mi cuerpo.
Antony tuvo tiempo de recuperar el aliento antes de colocarse
a horcajadas sobre mí y su polla se deslizó hasta llenarme por
completo.
Abrí los ojos y vi a Antony mirándome con adoración.
“Te amo”, dijo acariciándome el pelo con los dedos.
“Yo también te amo”, respondí, rodeando su cintura con mis
piernas.
Sin romper el contacto visual, Antony aumentó su ritmo y
sentí que mi orgasmo llegaba de nuevo. Sus movimientos
aumentaron y continuó empujando dentro de mí. Mi segundo
orgasmo llegó al mismo tiempo que el suyo.
Después acercó mi cuerpo al suyo y me rodeó con sus brazos
mientras me acariciaba el cuello.
“Jamás te perderé”, susurró contra mi piel.
22
A NT O N Y

Q uería quedarme para siempre en la cama con Erin, pero


era consciente de que tenía mucho que hacer. Quería
llegar a casa lo antes posible, para que los gemelos aún
estuvieran despiertos y Erin y yo pudiéramos decirles, por fin,
que estábamos juntos.
También tendríamos que organizar la mudanza de Erin desde
Nueva York y terminar su contrato de alquiler.
“Por mucho que odie admitirlo, es probable que debamos
mudarnos”, dije, alejándome de ella.
“Sí, tienes razón. Ojalá pudiéramos quedarnos en la cama para
siempre, pero tenemos que volver a por los gemelos. ¿Quién
cuida de ellos?”
Sentí una punzada de culpabilidad al admitir: “He contratado a
una nueva niñera. Supongo que también será mejor que
hablemos de eso. No me parece bien despedirla”.
“No, en absoluto. Sé lo difíciles que son las cosas y,
sinceramente, con el cansancio que me produce el embarazo,
me vendría bien un par de manos más.”
“De acuerdo, lo discutiremos con Auli’i cuando volvamos.
Luego hay que ocuparse de este lugar. Si quieres, puedo poner
fin a tu contrato de alquiler”.
Los ojos de Erin se abrieron de par en par. “Maldita sea, ni
siquiera había pensado en eso. Luego está el envío de mis
cosas, aunque no he traído muchas. La mayoría está en el
almacén”.
“No te preocupes, nos ocuparemos de todo. Empaca lo que te
baste para unos días. Lo demás lo arreglaremos cuando
lleguemos a casa”.
Erin sonrió. “Casa. Me gusta cómo suena eso, pero ¿estás
seguro de que no vamos demasiado deprisa? Siempre podría
alquilar una habitación en algún sitio o irme a vivir con Tina
una temporada”.
“¿Qué te gustaría hacer? Por lo que a mí respecta, no te dejaría
marchar ni un segundo, pero si necesitas más tiempo, lo
comprendo”.
“Sinceramente, odio la idea de no despertarme contigo y sin
los gemelos todos los días”.
No pude ocultar una sonrisa de oreja a oreja. “Entonces
múdate conmigo”.
La sonrisa de Erin igualó la mía y dijo: “Me encantaría”.
Ella dijo que lo mejor sería ducharse por turnos, diciendo que
yo la distraería. Me dejó ir primero y, mientras estaba dentro,
preparó ropa suficiente para los dos días siguientes. Luego,
mientras ella se duchaba, reservé nuestros vuelos de vuelta a
los Hamptons, e hice una llamada rápida a Auli’i para
comunicarle que Erin volvía conmigo.
“Tengo miedo de que los gemelos no se alegren de verme”,
dijo Erin mientras volábamos de vuelta a los Hamptons.
“No te preocupes, te han echado mucho de menos. Se
alegrarán de verte de vuelta en casa”.
“Sí, ¿pero se alegrarán de que estemos juntos y vayamos a
tener un bebé?”.
Cogí la mano de Erin entre las mías y la apreté suavemente.
“Claro que se alegrarán. Te quieren, Erin”.
“Espero que me perdonen por haberme ido”, dijo, con una
clara preocupación en su voz.
“Lo harán. Sus sesiones con Jason les están ayudando mucho a
hablar de sus sentimientos”.
Erin sonrió. “Tendré que darle las gracias a Jason. Parece que
ha tenido un efecto positivo en todos vosotros. De hecho,
estaba pensando que también deberíamos preguntarle por una
terapia de pareja”.
“Estoy de acuerdo. No quiero que ninguno de los dos
cometamos los mismos errores. Quizá si hubiéramos sido más
sinceros sobre nuestros sentimientos al principio, nada de esto
habría ocurrido.”
“Es verdad, pero ahora está bien”, dijo Erin, entrelazando sus
dedos con los míos.

A medida que nos aproximábamos a casa, yo también empecé


a sentirme nervioso. Sabía que los gemelos se alegrarían de
ver a Erin, pero aún tenían mucho que digerir, sobre todo
después de contarles lo del embarazo.
Además, había que tratar con Auli’i. Desde luego, no tenía
nada en contra de la sugerencia de Erin de que siguiera siendo
la niñera de los gemelos, y sabía que sería útil tener un par de
manos más cuando llegara el bebé. Pero, hasta entonces, no
sabía exactamente cuánto trabajo habría para ella. Se me
ocurrió otra idea: la invitaría como aprendiz al restaurante, si
le interesaba.
Cuando llegamos a la puerta principal, Erin se detuvo a unos
metros de ella. “Deberías entrar primero y hablar con ellos”,
dijo.
“Si eso es lo que quieres, lo haré, pero estoy seguro de que
estarán encantados de verte”.
Entonces me di cuenta de que no estaba tan convencida como
yo, así que entré en casa mientras ella esperaba fuera.
Los gemelos estaban terminando de cenar cuando entré en la
cocina y se bajaron de la mesa de un salto al verme.
“¡Papá!”, chilló Elizabeth, echándome los brazos al cuello.
“Creíamos que no volverías hasta mañana. ¿Está todo bien?”,
preguntó Aaron, abrazándome también.
“Más que bien”, le dije con una sonrisa. “Os he traído una
sorpresa… está afuera”.
Antes de que pudiera levantarme, los gemelos corrieron de mis
brazos y salieron del piso. Dirigí una sonrisa tranquilizadora a
Auli’i antes de oír gritos de alegría.
Salí y encontré a los gemelos abrazados a Erin, los tres
llorando.
Me uní a ellos y abracé a mi familia.
“¡Has vuelto!“, dijo Aarón, emocionado.
“Siento haberme ido”, respondió Erin, apartándole el pelo de
la cara.
“No pasa nada, lo entendemos. Papá dijo que necesitabas
dinero”, contestó Elizabeth, buscándole la cara.
Erin suspiró. “Lo siento, pero os dije una mentira”.
Elizabeth y Aaron parecían confusos.
“¿Qué quieres decir?”, preguntó Aarón.
“Vamos dentro y os lo contaré todo”, dijo Erin, levantándose y
cogiendo las manos de los gemelos.
Entraron todos juntos en la cocina, donde Auli’i estaba
preparando el lavavajillas.
Ella se quedó paralizada, con los ojos muy abiertos. “Entonces
me iré”.
“No, quédate, por favor. No estoy aquí para arrebatarte el
trabajo, así que, por favor, no te preocupes”, dijo Erin con
dulzura.
Auli’i me miró de manera incrédula. “¿Quieres acompañarnos
mientras se lo explico todo a los gemelos?”, dije.
“¿Seguro? Lo entiendo si es algo privado”.
“Estoy seguro. Quiero que formes parte de esto, Auli’i.
Estuviste ahí para mí y para los gemelos cuando te
necesitamos. Nunca te rendiste, por difíciles que fueran las
cosas. No olvido lealtades como esa”, dije, y luego le hice un
gesto para que entrara en la sala de estar.
Erin tomó asiento en el sofá con los gemelos, y Auli’i y yo nos
sentamos en los sillones a ambos lados de la sala, frente a los
demás.
“Es culpa mía que Erin se haya ido”, dije.
Erin y yo les dijimos a los gemelos que estábamos “saliendo”,
pero que yo había hecho algo malo y Erin se había enfadado
tanto que se había marchado.
“Hablar con Jason me hizo darme cuenta de lo estúpido que
había sido, así que volé a Nueva York, pedí perdón a Erin y le
supliqué que volviera a casa conmigo”.
Aaron sonrió. “¡Es como un cuento de hadas, y tú eres el
valiente caballero que salvó a la princesa!”.
“No exactamente, pero tuve mi final feliz”, dijo Erin y me
sonrió. “Eso no es todo lo que tenemos que contarte. Antes de
irnos, cuando papá y yo aún éramos ‘novios’, hicimos un
bebé”.
“¿Qué? ¿Dónde está?”, preguntó Elizabeth, mirando a su
alrededor como si Erin tuviera uno escondido en el bolso o
algo así.
Al otro lado de la habitación, Auli’i se rio.
“Está en mi vientre, creciendo. Pero tengo una foto por si
queréis ver”.
Antes de que los gemelos pudieran responder, Erin introdujo
una mano en el bolso y sacó la foto de la ecografía. Se la dio a
los gemelos, que se la pasaron de un lado a otro, mirándola
con los ojos muy abiertos.
“No parece un bebé”, dijo Elizabeth.
“Parece un mono”, se rio Aarón.
“Eso es porque aún no ha terminado de crecer. Tiene que
quedarse allí otros seis meses; no nacerá hasta mi
cumpleaños”.
“¿Así que tu bebé recibirá tus regalos de cumpleaños?”,
preguntó Aarón.
“No, le daremos al bebé sus regalos”, dijo Erin.
“¿Cómo se llama el bebé?”, preguntó Elizabeth.
“Papá y yo aún no lo hemos hablado. Dentro de unos meses,
cuando me hagan otra ecografía, puede que el médico nos diga
si es niño o niña. Entonces elegiremos un nombre”.
“Llamémosla Diana, como la Mujer Maravilla”, sugirió
Elizabeth.
“No, será niño y le pondremos Hans, como Hans Christian
Anderson”.
“Esperemos a saber si es niño o niña antes de hablar de
nombres”, dije, tratando de impedir que los gemelos se dejaran
llevar.
“¿Erin seguirá siendo nuestra niñera aunque sea tu novia y
vayas a tener un bebé?”, preguntó Elizabeth.
“No quiero que Auli’i se vaya”, añadió Aaron.
“Ninguno de nosotros quiere eso”, dije con firmeza, y luego
volví mi atención hacia Auli’i. “Quiero que te quedes y ayudes
a Erin con los gemelos y el bebé cuando llegue, si te parece
bien. Pero con el regreso de Erin, cuidar de los gemelos no
será un trabajo a tiempo completo, así que tengo otra oferta si
te interesa. Creo que eres una excelente cocinera y que podrías
desarrollarte en nuestro restaurante. Me gustaría ofrecerte un
puesto de aprendiz”.
Los ojos de Auli’i se abrieron de par en par. “Gracias, señor
Braddock. No sé qué decir”.
“No tienes que decir nada todavía. Tómate tu tiempo y
piénsalo”.
Después de todas las noticias, le pedí a Auli’i que se quedara a
bañar a los gemelos, para que Erin pudiera deshacer las
maletas e instalarse, y yo pudiera llamar a mis hermanos y a
Dale para ponerlos al corriente. Luego, Erin y yo les contamos
un cuento a los gemelos para que se durmieran.
“Puedes tomarte unos días libres - pagados íntegramente, por
supuesto - para relajarte después de todo tu duro trabajo, y
pensar en mi oferta”, le dije a Auli’i más tarde, mientras ella,
Erin y yo estábamos en la cocina.
“Y, por favor, no pienses que quiero que te vayas”, añadió
Erin. “Por todo lo que me ha contado Antony, eres una niñera
maravillosa, y desde luego no me molestaría contar con ayuda
extra. Pero, por favor, haz lo que creas que es mejor para tu
futuro”.
“Gracias, señora Bradd…”. Auli’i empezó, pero se detuvo y se
tapó la boca con la mano.
Mis ojos y los de Erin se abrieron de par en par, y ella dijo
rápidamente: “Llámame Erin, por favor”.
Cuando Auli’i se marchó, estreché a Erin entre mis brazos y
acerqué mis labios a los suyos. “Bienvenida a casa”.
23
ERIN

N o tardé mucho en volver a casa. Me resultaba extraño


llamar así aquel lugar. Pero sabía que era donde debía
estar, con Aaron, Elizabeth y Antony.
Tras unos días de reflexión, Auli’i decidió aceptar el
aprendizaje en el restaurante, diciendo que quería a Aaron y a
Elizabeth, pero que ser niñera no era su pasión, que lo hacía
para ganar dinero, y que siempre había soñado con ser
cocinera.
Antony preparó los papeles y, tras terminar la semana con los
gemelos - en parte para despedirme y en parte para que yo
pudiera volver a Nueva York y empaquetar mi piso -, Auli’i se
trasladó al restaurante.
Pasé un día en Nueva York, asegurándome de que todo estaba
empaquetado y el piso limpio, y luego llamé a Rebecca para
comunicarle que me mudaba de nuevo a los Hamptons y me
tomaba un descanso como niñera. Estaba ocupada con Aaron y
Elizabeth, y las cosas iban a ponerse aún más atareadas con la
llegada del bebé. Iba a tomarme tiempo para disfrutar de mi
familia.
Mientras Rebecca y yo charlábamos, me contó que Jackson
Raine había pagado mucho dinero para asegurarse de que sus
hijos no fueran colocados en hogares de acogida. Los
Servicios de Protección de Menores habían insistido en que le
ayudara a disciplinar a Caleb y Carson y a asegurarse de que
seguían una dieta equilibrada desde el punto de vista
nutricional. Seguía buscando niñera - habiendo espantado a
todas las posibles empleadas en mil kilómetros a la redonda -,
pero la situación iba mejorando poco a poco.
Saber que mi breve estancia con la familia Raine había
ayudado de alguna manera me sacó una sonrisa.
Cuando todo se arregló, todos volvimos a la rutina habitual,
Antony insistió en cenar con sus hermanos - a excepción de
Tucker, que seguía en una competición de surf en Florida -,
entre ellos Alicia, y sus hermanos pequeños.
Fue un espectáculo ver a Aaron y Elizabeth jugando con la
hermana de Alicia, Evie, de cuatro años, y a los hermanos de
Alicia, Tommy y Billy, dando patadas a una pelota en el patio
con Sebastian y Joshua.
Estaba un poco nerviosa por “conocer” a todos los Braddock
como novia de Antony, no como niñera de sus hijos. Ya había
conocido a los hermanos de Antony, por supuesto, y también
había hablado con Alicia un par de veces, pero siempre a título
profesional. Este era un territorio nuevo para mí. Además,
Antony quería hablarles del niño, cosa que yo apoyaba
plenamente. No iba a guardarme nada para mí por más tiempo,
pero entonces pensé que Alicia también estaba embarazada y
que estaría genial tener otra futura madre con la que hablar.
Cuando terminamos de comer, Antony levantó la copa. “Tengo
un anuncio”. Por el rabillo del ojo vi que Alicia y Ryan
intercambiaban una mirada. “Erin y yo vamos a tener un
bebé”.
“Enhorabuena”, dijeron Sebastian y Joshua.
“Sí, enhorabuena”, añadió Ryan. “Pero eso significa que le
debo cincuenta pavos a Alicia”.
“¿Cómo lo sabías?”, pregunté sintiéndome ahora más divertida
que molesta de que lo hubieran averiguado.
“Estás realmente resplandeciente”, contestó Alicia con una
sonrisa.
“Gracias. Tú también”, respondí.
Alicia ya tenía una barriga prominente, pues su embarazo
estaba más avanzado que el mío. Su pequeña estatura hacía
que su barriga fuera aún más prominente, y en secreto sentí un
poco de envidia. Me moría de ganas de que empezara a
notarme a mí también.
Ryan sacó un whisky añejo para brindar por su nuevo sobrino
o sobrina, y los cuatro hermanos Braddock levantaron sus
copas mientras Alicia y yo hablábamos de nuestros embarazos.
Me alegró saber que no era la única que había experimentado
extraños antojos de comida y sueños vívidos desde que se
quedó embarazada.
El resto de la velada transcurrió en un torbellino de charlas
sobre bebés, hasta que los gemelos y Evie empezaron a
inquietarse y quedó claro que se acercaba la hora de acostarse.
Cuando todos se fueron, Antony y yo bañamos a los gemelos y
luego les contamos un cuento para dormir. Aquella noche
eligió a Elizabeth y, como su última obsesión eran los
superhéroes de cómic, leímos Las aventuras de Wonder
Woman.

Al día siguiente, mientras los gemelos estaban en el colegio,


me encontré con Tina en nuestra cafetería favorita durante su
hora del almuerzo.
“No sé si darte las gracias o atragantarme contigo”, le dije,
mientras nos sentábamos con nuestros batidos.
“Dame las gracias. Mira qué contenta estás”, respondió Tina
con una sonrisa pícara.
“Tienes razón”, coincidí. “Y, por todo lo que Antony me ha
contado desde entonces, había decidido seguirme la pista de
todos modos; tú simplemente aceleraste el proceso”.
“Me alegro de que lo hayáis solucionado. Estaba muy
preocupada”.
“Lo sé, y te agradezco que te preocuparas por mí.
Me sentí bien al volver a un lugar familiar, con la gente que
me quería a mi alrededor y sin preocupaciones por mi trabajo.
Ni siquiera me importó recibir algunas miradas curiosas del
par de ancianas de la mesa de al lado. No sabía exactamente
qué habían oído sobre mi relación con Antony y, sinceramente,
no me importaba. No estábamos haciendo nada malo, así que
dejamos hablar a los entrometidos.
Al principio fue un poco extraño, recoger a los gemelos del
colegio no como niñera, sino como acompañante de su padre.
Antony se aseguró de que los datos de Elizabeth y Aaron
estuvieran actualizados, y el colegio sabía que debía ponerse
en contacto conmigo primero, por si ocurría algo, mientras
Antony estaba en el trabajo. De camino a casa, pasamos por
delante del restaurante. Sinceramente, tenía curiosidad por
saber cómo le iba a Auli’i. En los pocos días que habíamos
pasado juntas cuidando de Aaron y Elizabeth, aquella mujer
me había caído realmente bien. Me hacía sentir un poco menos
culpable saber que mi familia había estado en tan buenas
manos mientras yo estaba en Nueva York, pero, ahora que era
aprendiz de cocinera, me entristecía no contar con su apoyo
con la llegada del bebé. Solo después de probar la cocina de
Auli’i me di cuenta de que estaba realmente desaprovechada
como niñera. ¡Cualquiera en el mundo debería haber probado
sus recetas!
Dale me saludó amablemente, e incluso se disculpó por haber
intentado concertar tantas citas con Antony.
“No pasa nada”, le aseguré, “no sabías que estábamos
saliendo”.
Auli’i dijo que su primera semana estaba yendo bien, que ya
estaba aprendiendo mucho de Antony y Dale, y nos envió a mí
y a los gemelos a casa con un poco de su estofado de ternera
hawaiano para cenar.

Antony llegó tarde del restaurante - eran casi las dos de la


madrugada, debido a una mesa de última hora de veinte
personas que no habían pensado en reservar con antelación - y
yo me acosté mucho antes de que volviera.
Fui vagamente consciente de su presencia mientras se
desvestía para ir a la cama, y entonces sentí su confortante
calor a mi lado. Me acurruqué contra él mientras me
estrechaba entre sus brazos.
“Te he echado de menos”, murmuró en mi cuello.
Yo me reí. “Solo han pasado unas horas”.
“Sí, y yo te he echado de menos”.
Sus labios descendieron sobre los míos, y luego sus manos
serpentearon por mi cuerpo bajo el camisón para demostrarme,
por si acaso, cuánto me había echado de menos de verdad.
24
A NT O N Y

D espués de poner orden en casa, me propuse volver a


hacer terapia con Jason. Los gemelos habían mejorado
mucho, pero no quería que volvieran a caer en los
viejos malos hábitos de no compartir sus sentimientos.
Además, sabía que después de que naciera el bebé sentirían
celos.
“¿Qué te parece tener un hermanito o hermanita?”, preguntó
Jason cuando le dimos la noticia.
“Estoy entusiasmado. Estoy impaciente por tener a alguien
más con quien jugar”, dijo inmediatamente Aaron, con una
sonrisa en la cara.
Sin embargo, Elizabeth no respondió con el mismo entusiasmo
que su gemelo.
“¿Y tú, Elizabeth?”, dijo Jason en voz baja.
Mi hija nos miró vacilante.
“No pasa nada, cuéntanos cómo te sientes”, la animé.
“¿Querrás al nuevo bebé más que a Aaron y a mí?”, preguntó
con el labio tembloroso.
“¿Qué? No, nunca. Lo bueno de ser padre es que tu corazón
está lleno de un amor infinito, así que no importa cuántos hijos
tenga, los querré a todos por igual”, dije.
“¿Y Erin? Ella no es nuestra mamá, pero será la del nuevo
hermanito o hermanita…”.
“Elizabeth, cariño”, dijo Erin, levantándose de su asiento y
sentándose frente a Elizabeth. Cogió las manos de mi hija
entre las suyas y la miró profundamente a los ojos. “Os quiero
a las dos con todo mi corazón. Incluso antes de que vuestro
padre y yo nos juntáramos y tuviéramos un hijo, os quería a las
dos. Nada puede cambiar eso”.
“Pero ya te fuiste una vez”, dijo Aaron en voz baja.
“Lo sé, y lo siento. Es lo que más lamento, y te prometo que,
pase lo que pase en el futuro, nunca volveré a dejarte.”
“¿Incluso si papá volviera a ponerte triste?”, preguntó
Elizabeth.
“Aunque papá volviera a entristecerme. Pero él y yo hacemos
una promesa: haremos que Jason nos ayude a hablar de
nuestros sentimientos, para que nunca volvamos a
entristecernos el uno al otro”.
Terminamos la sesión con los consejos de Jason sobre cómo
hacer que los gemelos se sintieran queridos y seguros en los
próximos meses, durante el embarazo y cuando llegara el
bebé. Cuando nos fuimos, Antony reservó una sesión de pareja
para la semana entrante.
Tras salir de la consulta de Jason, llevamos a los gemelos al
parque y luego a tomar un helado para que hablaran de sus
sentimientos.
“Lo que dijo Elizabeth me hizo pensar. No creo que nada
pueda ser más duro que lo que acabamos de superar juntos…”.
Entrelacé mis dedos con los de Erin. “Haré todo lo que esté en
mi mano para que eso no ocurra”.
“Lo sé, y yo también lo haré. Pero, bueno, nunca se sabe lo
que puede pasar. Quiero asegurarme, si algo sale mal, de que
siempre formaré parte de la vida de los gemelos. Quiero que
crezcan conociendo a su hermano o hermana”.
“Yo también quiero eso. Podemos hablarlo la semana que
viene con Jason y luego me pondré en contacto con mi
abogado”.
“Gracias. Me gustaría”.
Levanté nuestras manos unidas y besé los nudillos de Erin, una
promesa tácita de que ahora que tenía esta segunda
oportunidad, no cometería los mismos errores.

La semana siguiente volvimos con Jason, pero sin los gemelos.


“Me alegré mucho cuando reservaste las sesiones de pareja
conmigo”, dijo Jason, mientras todos nos instalábamos.
“Ayudó mucho a Antony y a los gemelos, y sé que puede
ayudar a los dos antes de que llegue el bebé”.
Erin sonrió. “Ese es el plan. Y quería darte las gracias por
hacer que Antony se fijara realmente en sus sentimientos”.
“Él hizo todo el trabajo duro”, dijo Jason. “Yo solo le di un
empujón”.
“De todos modos, no creo que estuviéramos aquí sin tu
ayuda”, dije.
“Todo forma parte del servicio”, dijo Jason. “¿Habéis hablado
de todo?”
“Más o menos”. Puse a Jason al corriente de lo que habíamos
hablado en Nueva York.
“Es una buena base. Creo que os ayudaría estar de acuerdo en
que cometisteis errores la primera vez, pero que no guardaréis
rencor ahora que tenéis esta segunda oportunidad.”
“Estoy de acuerdo”, dijo Erin, lanzando una mirada en mi
dirección. “El pasado está perdonado y tenemos un nuevo
comienzo”.
“Me alegra oírlo”, dijo Jason. “Lo importante es que siempre
seáis sinceros el uno con el otro. No siempre será fácil al
principio, pero a la larga, ser sincero fortalece las relaciones.”
“Estoy de acuerdo”, dije, antes de añadir: “Hay algo más de lo
que queríamos hablar. Después de la última sesión con los
gemelos, Erin expresó su deseo de asegurarse de que, pase lo
que pase entre nosotros, ella siempre esté en la vida de Aaron
y Elizabeth”.
“Una idea excelente. De hecho, iba a sugerir lo mismo. La
estabilidad es vital para ellos, sobre todo cuando llegue el
bebé. Necesitan sentirse seguros y saber que los dos seguís
queriéndolos incondicionalmente”.
“Claro”, dijo Erin. “Eso es todo lo que quiero, que Elizabeth y
Aaron sepan que los quiero incondicionalmente. Puede que no
sean mis hijos de sangre, pero siguen siendo mis hijos”.
Sonrió. “Llamaré a mi abogado lo antes posible”.

Más tarde aquella noche, cuando los gemelos se fueron a la


cama y Erin y yo estábamos acurrucados en el sofá, no podía
dejar de pensar en lo que Jason había dicho sobre la
estabilidad y que los gemelos se sintieran seguros y supieran
que los queríamos incondicionalmente. Sabía que era vital
después de todo lo que habíamos pasado, y por eso apoyaba
plenamente la idea de que Erin los adoptara. Pero no bastaba.
Al menos, no para mí. No quería sentir que no solo los
gemelos estaban protegidos.
Después del lío que había montado con Erin, no quería dejarle
ninguna duda de que la quería y me comprometería con ella
para siempre.
25
ERIN

D urante los dos meses siguientes, todo siguió muy


tranquilamente. Las sesiones de terapia iban bien para
todos, y nuestra relación iba cada vez mejor.
Aaron y Elizabeth estaban aprendiendo mucho sobre cómo
expresar y gestionar sus emociones, mientras que Antony
estaba superando el dolor y el miedo que le había dejado la
muerte de May. Yo aprendí a ser más abierta con mis
sentimientos, a comunicarle a Antony cuando estaba
disgustada por algo que él había dicho o hecho, en lugar de
reprimirme y esperar que él supiera mágicamente lo que me
pasaba.
El embarazo continuó bien, y mi barriga empezó a llenarse y
redondearse poco a poco. Aunque Alicia me había advertido
de que me sentiría incómoda a medida que creciera, en
realidad me alegré de tener que comprar ropa premamá.
Mientras los gemelos estaban en el colegio, me dediqué a
reorganizar la casa, a trasladar algunas cosas que tenía
guardadas y a vaciar lo que antes era la habitación de invitados
para poder utilizarla como dormitorio. Todavía teníamos una
habitación extra, por si Aaron o Elizabeth querían su propio
espacio, pero de momento seguían estando más que contentos
de compartir.
Cada vez más gente empezó a fijarse en mi barriga, y algunas
ancianas me preguntaban cuándo nacería el niño. A nadie le
importaba que Antony y yo estuviéramos juntos, y los únicos
comentarios que recibíamos eran de personas que se alegraban
de que le hubiera dado una segunda oportunidad de ser feliz.
Me puse un poco nerviosa cuando Antony me dijo que se lo
contaría a los padres de May cuando llamaran, desde su
crucero por el mundo. En aquel momento estaban en Egipto y
él también quería contarles lo del bebé. Sabía que era lo
correcto, ya que Aaron y Elizabeth no se quedarían callados,
pero aun así no pude evitar preocuparme. Al fin y al cabo, eran
los padres de May y no quería que nadie pensara que intentaba
sustituirla.
Una tarde, cuando Antony no estaba trabajando, nos reunimos
todos alrededor del ordenador para ver a Peter y Mary Riley.
Antes de que los gemelos pudieran soltar la noticia del bebé,
Antony me presentó. “Os acordáis de Erin, ¿verdad?”.
Peter y Mary intercambiaron una mirada. “¿Tu antigua niñera?
Pero yo creía que se había mudado a Nueva York”, dijo Peter.
“Lo hizo, pero le pedí que volviera… y se mudara conmigo
como mi novia”.
“¿Estáis saliendo?”, dijo Mary, incapaz de ocultar su expresión
de asombro.
“Sí. Nadie podrá reemplazar a May, pero quiero mucho a
Erin”.
“Antony, nos alegramos de que sigas adelante con tu vida,
pero…”
“Sr. y Sra. Riley, si me permiten, entiendo que probablemente
estén preocupados porque me fui. Sé que fue difícil para los
gemelos, pero Antony y yo lo hablamos, y los cuatro estamos
en terapia. Elizabeth y Aaron saben que no volveré a
abandonarlos”.
“Bien”, dijo Mary, mirándome fijamente a través de la cámara.
“No quiero que mis nietos tengan que pasar por más dolor y
pérdidas”.
“Tienen mi palabra de que nunca haré nada que les haga daño
intencionadamente”, prometí a los Riley.
“Entonces tienes nuestra bendición”, dijo Mary, y nos ofreció
una dulce sonrisa.
“Hay algo más que tenemos que deciros”, añadió Antony,
antes de que los gemelos pudieran intervenir. “Erin y yo
vamos a tener un hijo juntos”.
Una vez más, Peter y Mary intercambiaron una mirada, y esta
vez fue Peter quien habló. “Felicidades. Seguro que Elizabeth
y Aaron estarán encantados de tener un nuevo hermano”.
“¡Lo estamos, abuelo!”, dijo Aaron y empezó a hablar del
bebé.
Elizabeth se unió a él, y pude ver una mirada de felicidad en
los ojos de Mary por los gemelos mientras sus preocupaciones
por que Antony y yo estuviéramos juntos se desvanecían.
Después de que se cansaran de contarles a sus abuelos todo lo
que había pasado desde que los Riley se fueron de crucero,
Aaron y Elizabeth escucharon con la respiración contenida
cómo Peter y Mary les contaban todos los lugares maravillosos
que habían visitado. Ya teníamos una serie de postales pegadas
en la nevera, y Peter prometió enviarnos también fotos por
correo electrónico.
Cuando terminamos la videollamada, Elizabeth y Aaron
quisieron comprobar inmediatamente las fotos enviadas.
Estaban sentados, mirando todos los lugares increíbles que
habían visitado sus abuelos, y yo le susurré en voz baja a
Antony. “Ha ido bien, ¿no crees?”.
“Eso pensaba. Entiendo la preocupación de Mary, los gemelos
se enfadaron cuando te fuiste, pero sé que confía en que estoy
tomando la decisión correcta”.
“Eso me quita un peso de encima, no me gustaría causar
problemas con ellos”.

Unos días después de la videollamada con los Riley, Antony se


tomó el día libre en el trabajo y por la tarde sacamos a los
gemelos del colegio: era el momento de mi ecografía de las
veinte semanas. Me moría de ganas de que Elizabeth y Aaron
vieran a su hermanito y esperaba que pudiéramos averiguar su
sexo.
Desde que volví a los Hamptons, había dejado de ver a la
doctora Thompson. Por excelente que fuera, el viaje de dos
horas y media para verla era demasiado. Aunque Antony podía
permitirse comprar los billetes de avión, me parecía un
derroche excesivo de un dinero que podríamos haber
empleado de otra manera.
La Dra. Thompson me recomendó una comadrona local, la
Dra. Maines, y la visité una vez para una revisión antes de la
ecografía. Era tan competente como la doctora Thompson y
tenía un trato excelente. Me sentí afortunada por haber tenido
dos veces tan buenos profesionales.
Rápidamente nos llamaron a la consulta de la Dra. Maines, y
los gemelos estaban jugando alegremente con sus iPads
mientras yo hacia los controles habituales, como la tensión
arterial, y comprobaba si había alguna anomalía.
“Yo me encuentro bien”, confirmé.
“¿Y tú, papá? Sé que ya has pasado por esto antes, pero cada
embarazo es diferente”.
“Estoy bien y encantado de volver a tener un bebé en casa”.
Satisfecha de que todo estuviera como debía, la Dra. Maines
tomó una muestra de sangre y luego me entregó un tubo de
ensayo en el que recoger un poco de orina después de la
ecografía.
“Si desea volver a la sala de espera, nuestra ecografista Alison
estará con usted en breve”, me dijo.
“¿Cuándo podremos ver al bebé?”, preguntó Aaron, mientras
volvíamos a acomodarnos en las sillas de la sala de espera.
“Pronto. La ecografista nos llamará cuando estén listos”.
“¿Qué es un ecografista?”, comentó Elizabeth.
“Es un médico especial que utiliza un equipo para hacer fotos
de los bebés cuando aún están en la barriga de su madre.
Cuando vuestra mamá estaba embarazada de los dos, fue al
ecografista e hicimos una foto. Os la enseñaré cuando
lleguemos a casa”.
Mientras yo me quitaba los zapatos y me acomodaba en la
camilla, Elizabeth parecía fascinada ante el ecógrafo. Se paseó
por él, deleitándose con cada detalle.
“¿Para qué son todos esos botones y diales?”
“Para medir al bebé y asegurarnos de que crece bien”,
respondió Alison, untándome la barriga con gel.
“¿Qué es eso?”, preguntó Elizabeth, poniéndose de puntillas
para ver.
“Esto es un gel especial que ayuda a mi sonda a funcionar”.
Alison levantó la sonda y se la mostró a Elizabeth, luego a
Aaron. “Mira, observa”.
La hizo rodar sobre mi vientre y pronto apareció una imagen
del bebé en el monitor. Antony me cogió de la mano, le miré y
vi que tenía lágrimas en los ojos.
Miré a los gemelos, que miraban boquiabiertos la imagen en el
monitor.
“Es más grande que la última vez”, observó Elizabeth.
“Sí, y ya no parece un mono”, dijo Aaron, y todos nos
echamos a reír.
Alison pulsó unos botones y giró unos diales, antes de decir
por fin: “Todo parece normal, y el crecimiento del bebé es
perfecto. ¿Le gustaría saber el sexo del bebé?”.
Miré a Antony y sonrió. “Sí, si tú quieres”.
“Bueno, sería útil para comprar ropa”, dije, y luego le pedí a
Alison que nos lo enseñara.
“Esas tres líneas entre las piernas indican la formación de
labios y vagina, lo que significa que probablemente tendrás
una niña”, dijo.
“¡Otra hermana!” Aarón se quejó y todos nos reímos.
“¿Eso significa que podemos llamarla Diana?”, preguntó
Elizabeth.
“Tranquilízate un momento. No estoy seguro de que ponerle al
bebé el nombre de la Mujer Maravilla sea la elección
correcta”, dijo Antony, para diversión de Alison.
Salimos de la consulta del médico con una nueva foto de la
ecografía del bebé, mientras los cuatro discutíamos posibles
nombres.
“Deberíamos salir a celebrarlo”, sugirió Antony mientras
cruzábamos el aparcamiento.
No quería ser una aguafiestas, pero estaba agotada, y dije:
“Sinceramente, me conformaría con algo de comida para
llevar en el restaurante”.
Antony se rio. “Tu principal antojo durante el embarazo es la
cocina de Auli’i, ¿verdad?”.
“¡Sí! Estoy obsesionada”.
“Vale, vamos a por el restaurante”, dijo Antony mientras
subíamos al coche.
Mientras conducíamos por la ciudad, llamé al resort y solicité
que me tomaran nota de un pedido.
“Sabes, deberías plantearte abrir un servicio de entrega a
domicilio. Apuesto a que a la gente de por aquí le encantaría”,
murmuré distraídamente.
Antony me miró y sonrió. “No es mala idea. Se lo propondré a
Ryan mañana en el trabajo”.
Cuando llegamos al resort, Antony entró a por algo de comida,
tardando más de lo esperado. Pensé que se había quedado
hablando de trabajo con Dale o Auli’i, pero cuando regresó
cargando una caja de magdalenas de aspecto delicioso,
comprendí por qué había tardado tanto.
“¿Cómo sabías que también quería postre?”.
“Llámalo intuición de chef”, respondió Antony con un guiño
que hizo que me temblaran las rodillas.
A pesar de estar agotada, me moría de ganas de llevármelo a la
cama, es decir, a Antony. Las hormonas del embarazo habían
intensificado mi deseo sexual, aunque a Antony no parecía
molestarle.
Nos sentamos los cuatro juntos a la mesa del comedor. Era
agradable tener una verdadera comida familiar que no se
apresurara a la mesa del desayuno.
Auli’i nos había preparado cuencos de poke, poniendo especial
cuidado en que fueran seguros para comer durante el embarazo
cocinando el salmón y el atún. El pescado iba acompañado de
arroz largo, coronado con una variedad de verduras frescas y
crujientes.
Era exactamente lo que necesitaba después de un largo día.
Incluso a los gemelos, a los que normalmente no les gusta el
pescado, les encantó y vaciaron completamente sus cuencos.
Aunque estaba saciada, cuando Aaron trajo las magdalenas al
comedor, no pude resistir la tentación del postre.
Me detuve un momento, frunciendo el ceño, mientras Antony
distribuía el pastel individualmente. ¿Qué tenía pensado? me
pregunté. Normalmente, nos dejaba elegir por nosotros
mismos.
Estaba lamiendo la crema de queso cuando mi lengua tocó
algo duro. Miré mi tarta y bajo el glaseado había un anillo.
Un solitario de diamantes.
Se me llenaron los ojos de lágrimas de alegría cuando Antony
retiró el último glaseado y se arrodilló ante mí.
“Erin, me haces más y más feliz cada día que pasa. ¿Me harías
el honor de convertirte en mi esposa?”
“¡Sí!”, respondí, con lágrimas rodando por mi mejilla. Me
incliné y apreté mis labios contra los suyos, mientras Elizabeth
y Aaron reían a nuestro alrededor.
Nos besamos brevemente delante de los niños, pero al
separarnos, susurré: “Quiero un beso de verdad más tarde”.
Antony sonrió.
En cuanto su padre se apartó, los gemelos se subieron a mi
regazo para mirar el anillo de compromiso. Era un precioso
diamante solitario, talla princesa, engarzado en una alianza de
oro.
“¡Es precioso!”, dijo Aaron.
“Me gusta cómo brilla”, añadió Elizabeth.
“¿Lo apruebas entonces? ¿Estás de acuerdo con que tu padre y
yo nos casemos?”
“¿Serás nuestra madre entonces?”
Consideré mis palabras cuidadosamente. “Solo si eso es lo que
queréis los dos. Sé que nunca sustituiré a vuestra madre, ni me
gustaría hacerlo. Pero siempre os querré. Si quieres llamarme
mamá, o seguir llamándome Erin, no importa. Lo que os haga
felices a los dos”.
“Podríamos llamarte Merin, por mamá-Erin”, sugirió Aaron.
Elizabeth se rio.
“Me gusta”, dije, sintiendo el corazón cálido y blando.
26
A NT O N Y

T odo estaba listo para la fiesta de compromiso, y yo me


sentía el hombre más afortunado del planeta. Estaba en
mi habitación y en la de Erin, mirando el vestido que se
había comprado para la fiesta: un precioso vestido de noche
largo, de color rosa empolvado, con un lazo que le quedaba
justo por encima de su redondeado vientre.
Erin salió del baño con una toalla, y sentí que mi erección me
oprimía los pantalones. Siempre había sido guapa, pero ahora
que llevaba a mi hijo lo era aún más.
“Ven aquí”, dije, cruzando la habitación, y Erin levantó las
manos.
“Primero, te mojaré el vestido, y segundo, no tenemos tiempo
para esto ahora. Más tarde, lo prometo”.
“Te tomo la palabra”, dije con una sonrisa burlona, y el calor
se reflejó en las mejillas de Erin.
Me encantaba el hecho de que todavía pudiera hacer que se
sonrojara incluso después de meses juntos. Esperaba poder
hacerlo para siempre.
“¿Están listos los gemelos?”, preguntó, secándose y
poniéndose ropa interior premamá ajustada que acentuaba no
solo su creciente barriguita, sino también sus voluptuosos
pechos.
“Sí, están listos y esperan pacientemente abajo”, le dije.
Elizabeth y Aaron siempre habían sido buenos chicos, pero ese
día especialmente, sabían lo importante que era la fiesta.
“Bien. ¿Puedes ir a comprobarlo?”, dijo Erin mientras se
sentaba a maquillarse.
Disfrutaba viéndola peinarse y maquillarse, pero también sabía
que necesitaba un rato a solas, para ordenar sus pensamientos
antes de la fiesta.
Habíamos reservado la sala de eventos del resort y cerrado el
restaurante por la noche, así que solo estarían nuestros
invitados, es decir, media ciudad. No es que me importara,
quería gritar a los cuatro vientos que Erin había aceptado
casarse conmigo.
Bajé las escaleras, donde los gemelos estaban viendo dibujos
animados. Parecían tan mayores: Aaron con su chaquetita que
era una réplica en miniatura de la mía, y Elizabeth con un
vestido azul que se parecía al que llevaba Wonder Woman en
la película. La princesa de Themyscira seguía siendo el ídolo
de mi hija, aunque ella había dicho más de una vez que de
mayor quería ser médico y fotografiar las entrañas de la gente.
“¿Estáis las dos entusiasmadas con la fiesta?”, pregunté,
anunciando mi presencia en el salón.
“Sí, estoy deseando enseñarle a Evie la espada que escondí en
mi vestido”, anunció Elizabeth, y levanté la vista.
“No vas a llevar una espada a la fiesta”.
“¡Pero papá!”, dijo Elizabeth gimoteando.
El debate continuó hasta que Erin entró en la habitación, y
entonces todos nos quedamos en silencio, asombrados por lo
guapa que estaba.
“¡Pareces una princesa!” dijo Elizabeth, con los ojos muy
abiertos.
Erin se puso en cuclillas y cogió las manos de Elizabeth. “¡Tú
también! Estás muy guapa”. Se volvió hacia Aaron. “Y tú
estás muy guapo y crecido”.
Erin se puso recta, y la vi quitar delicadamente la espada de
Elizabeth y apartarla de mi vista. Le dirigí una sonrisa
apreciativa.
Erin sacó el teléfono de su bolso de cuentas y lo apoyó en el
televisor de pantalla plana.
“Voy a poner el temporizador, así que todo el mundo de pie
frente al sofá y a decir ¡patata!“.
Nos reunimos alrededor, y los gemelos dijeron patata justo
cuando se disparó el flash.
La foto estaba un poco borrosa y Aaron miraba hacia otro
lado, pero aun así era preciosa y sabía que haríamos muchas
más fotos maravillosas a lo largo de la tarde.
Condujimos, y luego cruzamos la ciudad hasta el complejo,
aislado por la noche para darnos un poco de privacidad. Como
medida adicional, Dale, Auli’i, Alicia y yo preparamos la
comida con antelación y dispusimos una serie de mesas de
bufé para que los invitados pudieran servirse ellos mismos, lo
que significaba que todos tendríamos la noche libre.
Entramos en el salón de actos, que estaba decorado con globos
plateados y dorados, serpentinas, banderolas y otros elementos
por el estilo, lo que lo hacía extraordinariamente festivo. La
pista de baile principal estaba lista, en una de las paredes
estaba el bar y en la otra las mesas del bufé. Alrededor del
perímetro de la pista de baile había pequeñas mesas con unos
cuatro invitados cada una.
Elizabeth y Aaron chillaron de alegría y empezaron a lanzar
globos, mientras Erin y yo hacíamos una última comprobación
para asegurarnos de que todo estaba listo antes de que llegaran
los invitados.
Después, durante casi una hora, saludamos todos a los
huéspedes y les felicitamos por sus buenos deseos. Ryan fue el
primero, con Alicia radiante con su barriga redondeada.
Jackie, la hermana mayor de Alicia, acompañaba a sus
hermanos pequeños, y en cuanto Evie vio a Aaron y Elizabeth,
corrió a jugar con ellos. Luego llegó Sebastian, con su novia,
Sarah, una mujer con la que había estado saliendo
recientemente. Les siguieron Auli’i y su novio Kevin. Luego
llegó Dale con su novio Charlie, y después Joshua, solo.
Me sorprendió ver a Tucker por una vez sin su chaqueta de
cuero. Al igual que Joshua, no tenía pareja, aunque había
tenido mucho que decir sobre todas las mujeres que había
conocido en Florida. Lástima que no hubiera ganado el
concurso de surf.
Cuando llegó Tina, la amiga de Erin, me fijé en la cara de
Tucker y me prometí vigilar a mi hermano pequeño. Lo último
que necesitaba era que causara un drama con Erin acostándose
con su amiga y luego dejándola.
Cuando terminamos de socializar, se abrió la mesa del bufé y
la gente empezó a servirse y a dividirse en grupos más
pequeños.
Me senté en una mesa con Erin, Ryan y Alicia, mientras los
gemelos y Evie jugaban por allí cerca.
“Veo que Tucker le ha echado el ojo a tu amiga”, comentó
Ryan, señalando con la cabeza a nuestro hermano pequeño,
que estaba flirteando con Tina en la barra.
Erin entrecerró los ojos, pero antes de que pudiera hacer
ningún comentario, le dije: “No te preocupes. Lo estoy
vigilando. Si hace algún movimiento hacia ella, me le echaré
encima. No quiero dramas en nuestra noche especial”.
Erin se rio. “No te preocupes, Tina puede arreglárselas sola.
Estoy segura de que conoce la reputación de Tucker; después
de todo, trabaja en un salón de belleza. Ese lugar es la central
de los cotilleos”.
Sin embargo, ni Ryan ni yo apartamos los ojos de Tucker hasta
que compró una botella de cerveza y fue a sentarse con
Joshua.
Después de que hubiéramos comido, hice una señal para que
subieran el volumen del equipo de sonido y la gente se animó.
Me levanté y le tendí la mano a Erin. “¿Me concedes el honor
de este baile?”.
“Me encantaría”, dijo Erin, entrelazando sus dedos con los
míos mientras la ayudaba a levantarse.
Entramos en la pista de baile con mis manos en la cintura de
Erin y sus brazos alrededor de mi cuello. Todo se desvaneció
excepto la hermosa mujer que tenía delante.
“Me haces muy, muy feliz”, le dije, mirándola fijamente a sus
cálidos ojos marrones.
Me sonrió, radiante como el sol, y casi tuve que pellizcarme.
Enamorarse una vez en la vida es raro, pero encontrar el amor
por segunda vez después de una tragedia es aún más precioso.
“Tú también me haces tan feliz”.
Cuando terminó la canción, cogí la mano de Erin y, mientras
ajustaba el micrófono, invité al silencio. Todos dejaron lo que
estaban haciendo y centraron su atención en nosotros.
“Familia y amigos, gracias por uniros a Erin y a mí para
celebrar nuestro compromiso. Como muchos de ustedes saben,
perdí trágicamente a mi primera esposa - y madre de mis
gemelos -, May, en un accidente de coche hace casi cuatro
años. Nunca pensé que volvería a encontrar el amor, pero el
destino tenía otros planes, y esta extraordinaria mujer entró en
mi vida. Ella mantuvo unida a mi familia durante años y ayudó
a Elizabeth y Aaron a convertirse en los maravillosos niños
que son ahora. He tenido la suerte de encontrar el amor
verdadero no solo una vez, sino dos veces en mi vida. Y
pronto tendré otro hijo”.
A nuestro alrededor todos empezaron a aplaudir y le pasé el
micrófono a Erin.
“Gracias, Antony. Lo has dicho muy bien. Pero me gustaría
añadir una cosa: Aaron y Elizabeth, sois los niños más
maravillosos y estoy muy contenta de formar parte de vuestras
vidas. Quiero hacerlo oficial y que sepáis que, pase lo que pase
en el futuro, nunca os dejaré”.
Erin se acercó a nuestra mesa para coger su bolso de cuentas y
luego sacó dos certificados que entregó a Elizabeth y Aaron.
“Aaron y Elizabeth Braddock, ¿me permitís adoptaros, por
favor?”.
Los gemelos empezaron a llorar de felicidad mientras todos
los que nos rodeaban vitoreaban y aplaudían.
Erin y yo levantamos a Elizabeth y Aaron, abrazándolos con
fuerza, hasta que los gemelos se calmaron y nos dieron su
respuesta.
“Sí, puedes adoptarnos, Merin”, dijeron al unísono, utilizando
el nuevo apodo que le habían puesto. Luego besaron a Erin en
la mejilla.
Empezó a sonar música de celebración y pronto todo el mundo
volvió a animarse. Los cuatro permanecimos acurrucados un
rato, y mi corazón se llenó de luz.

Llegamos tarde de la fiesta. Tan de madrugada que Aaron y


Elizabeth llevaban dormidos y los llevamos del resort al
coche, y luego a su dormitorio.
Erin y yo desnudamos a los gemelos con cuidado y ellos se
revolvieron un poco antes de darnos besos soñolientos y
acurrucarse bajo el edredón.
Nos quedamos en la puerta unos instantes para verlos dormir.
“¿Cómo he tenido tanta suerte?”, susurró Erin, con la luz del
pasillo iluminándole suavemente la cara.
“Yo soy el afortunado”, dije, entrelazando mis dedos con los
suyos y guiándola por el pasillo hasta nuestra habitación.
Observé, fascinado por su belleza, cómo Erin se
desmaquillaba y trenzaba su larga melena rubia para irse a la
cama. Mientras se quitaba el vestido de noche y lo colgaba en
el armario, admiré sus curvas. Tenía los pechos turgentes y
altos, con unos pezones que asomaban a través de la ropa
interior, y sentí que mi excitación aumentaba.
Me quité rápidamente la ropa, cuidando mucho menos mi
vestido que Erin el suyo. En ese momento, no me importaba
arrugarlo. Lo único que me importaba era tener mis labios
sobre su cuerpo.
Atraje a Erin hacia mí, chupando su labio inferior, antes de
subir lentamente por su garganta y bajar por su cuello. Dejé
escapar un pequeño jadeo mientras succionaba su piel, y
luego, deslicé mis labios hasta sus pechos.
Rápidamente le quité el sujetador y llevé a Erin a la cama,
luego le quité también las bragas. Estaba desnuda delante de
mí.
Por un momento, no supe qué más quería: tener mi polla
profundamente enterrada en ella o mi cabeza entre sus piernas.
Al final decidí que penetrarla era mucho más satisfactorio
cuando su abertura estaba húmeda, así que bajé por la cama.
Agarré las rodillas de Erin, empujándolas hacia un lado, y la
besé desde los pliegues de la rodilla hasta el ápice de los
muslos. Me coloqué en posición y sentí los jugos que ya
brillaban en su coño. Mi lengua se deslizó desde su abertura
hasta rodear su clítoris, y las caderas de Erin se movieron.
Aceleré el ritmo mientras su espalda se arqueaba y ella se
movía al mismo ritmo que mi lengua. Chupé su clítoris hasta
que palpitó y sentí que las piernas de Erin temblaban.
Aflojando un poco el agarre, me acomodé e introduje dos
dedos en ella, bombeando vigorosamente mientras sus
músculos internos se tensaban a mi alrededor y ella gritaba.
“¡Dios mío!”
Me encantaban los sonidos que hacía cuando se corría, y mi
polla se crispaba de anticipación.
Le di unos instantes para que recuperara el aliento y me
coloqué encima de ella.
Erin abrió los ojos, una sonrisa perezosa cubrió sus labios y
dijo: “Hazme el amor, Antony”.
Le sonreí. “No quisiera nada más”.
Me zambullí en ella y por un momento la sensación fue tan
intensa que pensé que me corría antes de tiempo. Luego Erin
cerró sus piernas alrededor de mis caderas y alcanzamos un
ritmo más tranquilo. Extendí la mano para entrelazar mis
dedos con los suyos, sin apartar la mirada de su rostro.
Sentí que llegaba a mi punto álgido por segunda vez, y sus
músculos internos apretando mi polla me llevaron al límite, y
dejé escapar un gemido de placer al explotar dentro de ella.
Formábamos una maraña de miembros sudorosos y nos
quedamos tumbados recuperando el aliento hasta que nuestros
ritmos cardíacos volvieron a la normalidad. Yo estaba casi
dormido cuando Erin se levantó de la cama y me dijo que me
metiera en la ducha con ella.
Una vez limpios y en pijama, nos acurrucamos en la cama, en
la clásica posición de cuchara, de modo que el trasero de Erin
se apretaba contra mi regazo. Hundí la cabeza en su pelo,
respirando el aroma de su perfume y dejé escapar un suspiro
de satisfacción.
“Te quiero, Erin Holland”, susurré en voz baja.
“Yo también te quiero, Antony Braddock”, murmuró
somnolienta.
Me dormí acariciando su barriguita… allí donde crecía nuestro
bebé. La vida nunca deja de sorprenderte: me había dado la
mejor segunda oportunidad que hubiera podido imaginar y yo
era el hombre más afortunado del mundo.

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