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Deal - La siriventa y el multimillionario

Los multimillionarios de Nueva York


Lana Stone

Loving Hearts Publishing


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Suite 225C

Oakland Park, FL. Estados Unidos 33311

Foto de portada: 171853197 de Sergey Nivens compartida vía Adobe Stock


Índice

1. Dana
2. Connor

3. Dana
4. Connor
5. Dana

6. Connor

7. Dana
8. Connor
9. Dana
10. Connor
11. Dana
12. Connor
13. Dana
14. Connor

15. Dana
16. Connor
17. Dana
18. Connor
19. Dana
20. Connor
21. Dana
22. Connor

23. Dana
24. Connor
25. Dana
26. Connor

27. Dana
28. Connor

29. Dana
30. Connor

31. Dana
32. Dana

33. Connor

34. Dana
Dana

ABRÍ LAS PUERTAS DOBLES y entré en la suite de lujo de


la planta cuarenta y ocho del Hotel Royal Renaissance, la
primera opción para quienes el Four Seasons no era lo
suficientemente glamoroso.

Aunque el tiempo apremiaba, el paisaje me hizo detenerme un


segundo ya que las ventanas de suelo a techo ofrecían una
fantástica vista del centro de Nueva York y de Central Park.

¡No te entretengas, Dana! Mi agenda era apretada y Beccs, mi


mejor amiga, iba a aparecer en cualquier momento.

Me apresuré a limpiar la araña de cristal de Murano que


proyectaba la luz del sol en miles de formas sobre el techo de
mármol blanco que se extendía hasta el dormitorio principal.

A la izquierda de la cama, que era lo suficientemente grande


como para girar con un coche pequeño, había un armario
empotrado cuyas puertas abiertas dejaban ver exquisitos
vestidos de noche y elegante ropa de diario de Prada, Chanel y
Dior. En el tocador junto a la puerta, los diamantes de las joyas
brillaban con la luz del sol, atrayéndome mágicamente. El
precioso conjunto de joyas consistía en un collar, unos
pendientes y una pulsera de diamantes de muchos quilates.

Con cuidado, levanté el collar por los cierres y lo llevé a mi


escote. Mis ojos azul claro brillaban en el espejo como los
diamantes. Una sonrisa de ensueño se dibujó en mis labios
mientras posaba frente al espejo. Aparté de mi cara un rizo
rebelde que se había escapado de mi trenza.

El collar me favorecía, que era más de lo que se podía decir de


mi traje, un vestido gris oscuro hasta la rodilla que nunca
había hecho un favor a la figura de nadie.

Pero ¿qué no daría yo por mi plan de siete años? Sí, incluso


ponerme este horrible y aburrido traje de una pieza para eso, al
igual que las otras ochenta y ocho camareras de piso del Hotel
Royal Renaissance. La verdad es que desfiguraba la forma de
todas las chicas, incluso mi figura menuda o la de Beccs,
cuyas curvas envidiaba en secreto. La autoestima de la
subdirectora, Shannon Williams, probablemente no hubiera
soportado otra cosa. Pero no tenía que aguantar mucho más. Si
seguía con mi estrategia, tendría mi propio hotel en seis años.
Había terminado mi licenciatura en administración de
empresas el año pasado y ahora estaba cogiendo experiencia
en el mejor hotel de la ciudad. Quería conocer todos los
departamentos desde la base, para lo cual renuncié con gusto a
un salario inicial mayor al que habría tenido derecho con mi
título.
Contemplé mi reflejo en el espejo, llegaría el momento en que
podría permitirme una joya tan maravillosa.

– ¡Te pillé!

¡Cielos!

Casi dejé caer el collar por el susto y mi rostro delataba


culpabilidad.

– No ha pasado nada, Beccs – respondí apresuradamente.

Inmediatamente volví a poner el collar en su sitio y levanté


ambas manos por encima de la cabeza como un delincuente
ante la pistola de un policía.

La idea de que podría haber roto el collar me dio vértigo.


Seguramente costaba tanto como un coche o un piso pequeño.
Diablos, esa cantidad de diamantes probablemente valía más
de lo que yo podía ganar en toda mi vida.

– Dana Swanson, eres incorregible. – suspiró Rebecca


mientras levantaba la ceja izquierda en tono de advertencia.

– No ha pasado nada. – repetí con énfasis.

Pero Rebecca siguió mirándome con reproche mientras se


cruzaba de brazos y se apoyaba en el marco de la puerta.

Sabía que tenía que mantener las manos lejos de las


pertenencias de los clientes, pero no había rebuscado en una
maleta, sólo había tenido una pequeña fantasía. Cuando las
joyas estaban colocadas tan a la vista en el tocador,
simplemente no podía resistirme. Era casi una invitación, un
llamamiento a soñar, y no creo que sea delito soñar un poco
¿O sí? No era ninguna ladrona y juro por lo más sagrado que
siempre volvía a poner todas mis oportunidades de soñar
despierta en su sitio.

Rebecca seguía en silencio, con su mirada de reproche


atravesando mi cara de desconcierto. No podía soportar esa
mirada mucho más tiempo. Afortunadamente, conocía lo
suficiente a mi mejor amiga como para saber cómo distraerla.

De mi bolsillo lateral saqué un paquete de gominolas y me


eché una buena docena en la mano. Guardé las amarillas para
mí y luego sostuve las gominolas restantes delante de la nariz
de Rebecca.

– ¿Quieres? – pregunté mientras masticaba.

Me encantaba picar más de lo que debía, así que siempre tenía


una cantidad considerable de dulces en mis bolsillos. Por
supuesto, sólo aquellos que no corrían peligro de derretirse:
ositos de goma, Smarties, Skittles, frutos secos… Siempre
tenía algo para cada estado de ánimo.

Rebecca me miró y mantuvo los labios un poco abiertos, como


si quisiera soltar inmediatamente otra reprimenda. Era
exactamente la misma mirada con la que Beccs miraba a su
hija Emma cuando había hecho algo malo.

Aproveché la oportunidad para meterle una gominola verde en


la boca.

– ¡Dana!

Rebecca me lanzó una mirada maligna con sus ojos verdes,


pero inmediatamente empezó a masticar con fruición. No hay
nada como el efecto placentero y calmante de las gominolas
verdes.

– Por eso deberías tener la boca cerrada – dije en tono seco.

Rebecca se atragantó y luego se echó a reír.

– ¡No me digas que Vincent McMiller sigue acechándote,


Dana! –

– No, McMiller ya no me persigue, ¡sólo su dedo en la boca! –

Pensé en el trascendental primer día de instituto, cuando había


bostezado desprevenidamente y de repente el dedo de Vincent
McMiller, el guaperas, el jugador de fútbol y mi mayor
enemigo, estaba en mi boca. Desde entonces, tengo la manía
de ponerme la mano en la boca cuando bostezo.

Para olvidarme del recuerdo del sabor del dedo de McMiller,


me metí otro puñado de gominolas en la boca. Mientras tanto,
Beccs había empezado a quitar las sábanas de satén de la cama
con dosel y yo acudí en su ayuda.

Como era imposible hacer estas camas gigantescas sola sin


dejar arrugas o pliegues, las sirvientas de las suites se dividían
en equipos de dos, lo que hacía mucho más llevadero el
monótono trabajo.

– Tu obsesión por los juguetes de lujo de los clientes te va a


costar caro algún día. – dijo Rebecca con expresión de
preocupación mientras sacaba la funda de satén del edredón y
la dejaba en el suelo.

– No hago nada malo, sólo sueño despierta. – respondí


mientras quitaba las fundas de las almohadas.
Rebecca hizo una pausa en su trabajo por un momento y me
miró fijamente.

– Williams acabaría con tus sueños si se enterara de esto.

Me aparté un mechón de pelo de la cara. Tuve que admitir


entre dientes que mi mejor amiga tenía razón, pero ¿por qué
tenía que cambiar? En ese momento, mis sueños eran lo único
que tenía y me negaba rotundamente a enterrarlos.

– Probablemente tengas razón. Nuestra jefa me despediría.

– Pero primero haría que te echaran brea y plumas y te


perseguiría por todos los pisos.

Nos reímos, aunque la situación no era para nada graciosa.


Shannon Williams era la jefa de personal más mezquina que se
pueda imaginar. Entre nosotras, las camareras de piso, se le
conocía como “la Guardiana del Limbo”. Reconocía las
buenas intenciones de mi jefa, pero la Sra. Williams aplicaba
las normas y reglas de forma tan tenaz y agresiva que hacía
honor a su mote. A pesar de ello, o quizás por ello, había sido
nombrada recientemente subdirectora del hotel.

Desde entonces, las camareras sufrían aún más que antes


porque ahora también podía llevar a la práctica sus ideas más
locas.

– ¿Sabes cuál es mi verdadero problema en la vida? – pregunté


retóricamente. – ¡Que soy demasiado buena!

Y que estoy pelada. Y que siempre tengo hambre. Y mi vida


amorosa… Mejor no entremos en eso.
Beccs empezó a reírse echando la cabeza hacia atrás. Su pelo
rojo natural brillaba y se veía más rubio bajo la luz del sol.

– ¿De qué te ríes? – pregunté encogiéndome de hombros.

– Yo no diría buena, lo llamaría tímida nivel diez mil,

– Bueno, Beccs, tampoco te pases.

– ¡Te he dicho cien millones de veces que nunca exagero!

Para secundar su voz seria se puso las manos en las caderas,


luego respiró profundamente y se inclinó hacia mí con una
expresión de complicidad.

– Ahora en serio, deberías decir lo que piensas más a menudo,


eres nuestra portavoz ante la dirección y desde lo de las
propinas hay bastante resentimiento.

El mismo día en que la Sra. Williams había sido ascendida,


había prohibido aceptar propinas. Cualquiera que infringiera
esta norma sería despedida al momento.

– Lo sé. Es terrible que hayamos tenido que cubrir tantos


puestos en un solo mes como solemos hacer en un año. –
suspiré.

Había conocido personalmente a cada una de las camareras


despedidas. Chicas buenas y agradables que realmente no
podían evitarlo. Algunos clientes insistían en darnos propina y
no paraban hasta que aceptábamos.

– Y echo de menos al señor Moore. – continué quejándome.

Jack Moore era el antiguo subdirector con el que tenía muy


buena relación. Había desempeñado un papel importante en mi
plan de siete años y había sido una especie de mentor para mí
cuando empecé. Hasta que le ofrecieron un trabajo como
director de hotel en un lugar elegante cerca del Madison
Square Garden. Y quien le sustituyó fue nada menos que
Shannon Williams.

– Todos lo hacemos. Pero tienes que hablar con ella de esto,


Dana.

– Lo sé. Pero no quiero que se moleste y me eche. No puedo


evitarlo, no puedo abrir la boca con ella.

Tal vez fuera el miedo a que las cosas fueran a peor para
nosotras, las camareras, o tal vez la mirada gélida de mi jefa a
la que nunca le había llevado la contraria.

– No te hemos elegido portavoz por nada, eres servicial e


inteligente. Sólo necesitas confiar más en ti misma, eso
mejoraría tu vida y también nuestra situación en el hotel.

Asentí con la cabeza.

– Lo sé, Beccs. Pero todo era mucho más fácil con el señor
Moore… – argumenté, pero mi mejor amiga me cortó.

– ¡Y tampoco te vendría mal un poco de sexo!

– ¡Rebecca! – resoplé sorprendida por la franqueza de mi


amiga.

Aunque tenía bastante razón. Aparté los pensamientos de mis


desastrosas citas de los últimos meses y llevé las sábanas al
carro de la ropa sucia. Beccs me siguió y sacó unas sábanas
limpias cuyo aroma a canela y vainilla me llegó.
Como no quería seguir hablando de mi inexistente vida
amorosa, cambié rápidamente de tema.

– ¿Emma sigue hablando de su cumpleaños todos los días?

– Lo primero que hace cada mañana es preguntar si hoy es el


gran día. No puede esperar a cumplir seis años. – dijo
Rebecca, radiante de orgullo materno.

De hecho, faltaban poco menos de tres semanas para el gran


día de Emma.

– Qué mona.

Mi corazón se hinchó porque Emma era la niña más linda del


mundo.

Hicimos juntas la cama, asegurándonos de que las sábanas


limpias no tocaran el suelo en ningún momento o de lo
contrario teníamos que poner unas nuevas.

– ¿Y qué pasa con Disneylandia? – pregunté mientras alisaba


las arrugas de las sábanas. Rebecca suspiró con fuerza y se
pasó el dorso de la mano por la frente.

– Bueno. Las propinas que faltan… se nota. Pero tal vez pueda
conseguir algunos eventos más. Una fiesta aquí, una boda allá.
Ya sabes.

La decepción que se reflejó en la cara de Rebecca era evidente


y mi corazón se rompió un poco.

– Lo resolveremos. – dije sonriendo con confianza.

Le habría dado todo lo que tenía ahorrado a mi mejor amiga


sin dudarlo, pero no tenía nada ahorrado. Guardaba las
propinas que iba recibiendo en un tarro en mi cocina y las
donaba una vez al mes a una organización benéfica diferente.
El dinero no alcanzaba ni de lejos para el sueño de tener mi
propio hotel, pero sí para una comida contundente, un abrigo o
un medicamento.

– ¿Se te ocurre algo? – preguntó Rebecca con desánimo


mientras tiraba del edredón para hacer desaparecer las últimas
arrugas.

– Podríamos detener el cambio climático, entonces Williams


tendría demasiado frío y se volvería al infierno.

Nos reímos tanto que tuvimos que dejar de acomodar las


almohadas por un momento.

– No lo digas muy alto, Dana, que es capaz de estar


escuchando a escondidas. – susurró Beccs tapándose la boca
con la mano.

Automáticamente miré la radio que llevaba en la riñonera.

– A ver, está loca, pero no tanto.

– Yo creo que sí.

He de reconocer que también había pensado que las radios


grababan todas las conversaciones, pero entonces la señora
Williams seguramente ya habría intervenido. Cuando
trabajábamos juntas y no había ningún cliente alrededor, casi
siempre hablábamos entre nosotras, al igual que las otras
camareras.

– Tal vez sea un poco demasiado ambiciosa, ¿sabes lo que


quiero decir? Que sólo sea una euforia inicial y que se le quite
con el tiempo.

No tenía ni idea de por qué defendía a mi jefa. Posiblemente


porque esperaba que con el tiempo se relajara de verdad, lo
que nos haría la vida mucho más fácil a todos.

–¿Un poco? – dijo Rebeca repitiendo mis palabras.

– Tiene buenos principios, pero lo lleva todo al extremo. Eso


es lo que parece.

– Vale, tú ganas.

– Y aún queda la Semana de la Moda. – gritó en voz alta


Rebecca haciéndose la diva y llevándose la mano a la frente.

Durante la Semana de la Moda, el Hotel Royal Renaissance


estaba en estado de emergencia; en ningún otro momento se
reunía tanta gente con peticiones extrañas.

– ¿Quién era tu favorito el año pasado? – pregunté con


curiosidad.

– Sin duda el tipo de Europa del Este que revisó primero toda
la habitación con un contador Geiger y luego a nosotras cada
vez que entrábamos en la habitación. ¿Y el tuyo?

– Creo que el artista había cubierto todo el suelo con césped


que sólo se podía pisar descalzo.

–¡Eso sí que era raro!

Sí, el Hotel Royal Renaissance cumplía todos los deseos, no


era un dicho, era una realidad.

– Por cierto, he oído que la planta cuarenta y nueve está


reservada desde hace tiempo por un solo huésped, así que tiene
que ser súper rico. Estoy deseando ver con qué nos va a salir. –
dije con una sonrisa.

Antes de que Rebecca pudiera responder, mi radio crepitó.

– ¡Daaanaaa! Hay un cliente en la habitación 2811 que no está


contento con la limpieza de su camisa. – dijo la voz de
Shannon Williams desde el aparato.

– Ahora mismo me encargo. – respondí por radio.

– Por favor, hazlo.

El crepitar cesó, la Guardiana del limbo había desaparecido de


la línea.

– De todas formas, ¿por qué siempre te llama para pedirte


cosas extra? Seguro que hay otras camareras en el piso
veintiocho. Y ese tipo de cosas son más bien para la recepción,
en mi opinión.

– Yo también me lo pregunto. No lo sé. ¿Tal vez porque soy


demasiado buena?

– O porque tu nombre es del único del que se acuerda.

– ¡Creo que es por mi carácter servicial!

Rebecca soltó una pequeña carcajada.

– Bueno, entonces supongo que es gracias a tu naturaleza


servicial que pronto tendrás que dividirte en dos para poder
llegar a todo.

–¿Puedes arreglártelas sola, Beccs?

– Sí, ya soy mayorcita, la cama está hecha, puedo pasar la


aspiradora yo sola y somos buenas amigas.
– Vale, nos vemos luego entonces. – me despedí con una
sonrisa.

Mientras me marchaba, Beccs me llamó.

– Oye, antes de que me olvide, esta noche voy a organizar un


concurso de karaoke. ¿Te apetece venir?

– ¿Karaoke? No es lo que más me apetece.

– ¡Venga, vente, no tienes que cantar! Ya tenemos a los


concursantes, va a ser muy divertido.

Si Rebecca presentaba el concurso, seguro que iba a ser


divertido. No se cortaba un pelo en sus eventos y siempre tenía
el chiste adecuado.

– Venga, Dana. Por favor. Si la noche va bien, me dejarán


presentar allí más a menudo y eso nos acercará mucho más a
Disneyland. Necesito que me des apoyo moral.

No podía negarle a mi mejor amiga un deseo. Y menos cuando


imaginaba los grandes y brillantes ojos de Emma frente a mí
reflejando Disneylandia.

– Vale, me has convencido.


Connor

LA LIMUSINA SE DETUVO y, sin levantar la vista, supe que


estaba en mi destino: la entrada del Hotel Royal Renaissance.

Hacía tiempo que no estaba en la ciudad, pero Nueva York no


había cambiado, la ciudad nunca lo hace. Ruidosa. Frenética.
Palpitante. Exactamente como me gusta. Ninguna otra ciudad
del mundo podría igualar ese dinamismo. Había viajado
mucho en los últimos años, pero ni Moscú ni París ni Tokio
podían igualar a Nueva York.

– Señor, puedo hacer el check in por usted. – se ofreció


amablemente mi chófer.

Su voz era profunda y hacía que ese hombre bajito y de pelo


gris pareciera más fuerte de lo que era. Aunque habíamos
estado hablando todo el camino, no le conocía. Era uno de los
chóferes de papá de la compañía Lancester, la empresa de mi
padre. Tenía una cantidad nada despreciable de acciones de la
empresa, pero prefería concentrarme en mi propio negocio.

– No, lo haré yo mismo, John. Lleva el coche al garaje.


Había pasado las últimas semanas en Inglaterra desarrollando
un nuevo tipo de cerveza en mi fábrica. Allí me había reunido
con los mejores cerveceros del Reino Unido para que me
enseñaran el arte de elaborar cerveza. Aunque tenía muchos
contactos británicos, el clásico inglés de Oxford sonaba
extraño para un hombre de la Costa Este, cuyo tono áspero y
pragmático podía resultar acelerado o agresivo para ellos.
Nada que ver en absoluto con la forma tan elegante de hablar
de un inglés que venía del sureste de la isla. Así que hoy he
buscado conversaciones por todas partes. Durante todo el
vuelo había estado hablando por teléfono y luego charlando
con John, el chófer, durante el trayecto.

– Como desee, señor.

Saqué un billete de cien dólares del bolsillo, nunca llevaba


billetes más pequeños.

– Puedes coger un taxi e irte a casa con tu mujer, hoy me


quedaré en el hotel.

– Gracias, pero no es necesario. – declinó amablemente el


chófer.

– Lo sé. Tómalo de todos modos, vete al próximo partido de


los Boston Beasts o lleva a tu mujer a cenar.

Sonriendo agradecido, John cogió el billete.

– Gracias, que tenga un buen día, Sr. Lancester.

Después de salir del coche, me acomodé las mangas de mi


traje Armani hecho a medida y me ajusté los gemelos. Miré
con nostalgia el coche deportivo mientras giraba lentamente
hacia la siguiente calle lateral que llevaba al aparcamiento
subterráneo del hotel.

El elegante modelo era un auténtico deleite para la vista y rara


vez se veía en el centro de la ciudad. Una bestia a la que
querías provocar y perseguir a gran velocidad por la autopista.
En el denso tráfico de la ciudad de Nueva York un Bugatti era
un auténtico desperdicio.

Un botones vino a recibirme a la puerta giratoria acristalada


engastada en oro. El chico apenas era mayor de edad y su
barba estaba completamente ausente, pero tenía la expresión
seria de un hombre mayor, como todo el personal que había en
el Hotel Royal Renaissance.

– Señor, ¿puedo encargarme de su equipaje?

– Gracias, pero ya está en mi habitación.

Entré en el enorme vestíbulo de la recepción, que se fundía a


la perfección con un bar. Sin duda, allí se servían bebidas muy
selectas pero el olor crudo de la cerveza aún permanecía en mi
nariz.

Caminé con decisión hacía la recepción y mis pasos resonaban


en el costoso y pulido suelo de mármol. Detrás del mostrador
de recepción había tres empleados con traje, peinados y
expresiones faciales idénticas. Dos de ellos estaban
escribiendo algo y un tercero hablaba tranquilamente por
teléfono mientras tomaba notas sobre la marcha.

Antes de llegar al mostrador, una de las recepcionistas me


saludó con una sonrisa mientras seguía mirando su periódico.
Su profesional sonrisa se volvió genuina cuando me miró a los
ojos, lo que interpreté casi como un intento de coqueteo. No
me tomé en serio su aleteo de pestañas; no era mi tipo, en
ningún sentido de la palabra.

– Bienvenido al Royal Renaissance. ¿Qué puedo hacer por


usted? – preguntó con una amplia sonrisa.

Ella seguía sonriendo, pero la risa pronto desaparecería al


mencionar mi nombre. Siempre era lo mismo, fuera donde
fuera.

– Me gustaría registrarme. – respondí apoyándome en el frío


tablero del mostrador. – Soy Connor Lancester. – dije
sonriendo para atenuar al menos un poco el impacto de las
palabras. Tres. Dos. Uno…

La sonrisa desapareció y su rostro se volvió blanco como la


cal. Entonces se produjeron respiraciones entrecortadas y la
joven comenzó a aporrear el teclado con fuerza.

– ¡Sr. Lancester, por supuesto! Lo siento mucho, debería


haberlo sabido. – tartamudeó la recepcionista.

Nunca había entendido por qué mi nombre ponía en estado de


alerta a la mayoría de la gente, pero a veces mi lado bromista
me llevaba a saborearlo un poco.

– ¿Cómo no lo sabías? – dije observando a la confundida


mujer con una mirada seria.

Por un lado, me dio pena, pero por otro, no pude evitar


divertirme.
– Yo… eh… – tartamudeó la recepcionista torpemente antes
de volver a ponerse en modo profesional. Su mirada coqueta
había desaparecido.

Obviamente todo el mundo conocía mi apellido, el de mi


padre, pero casi nadie conocía mi cara a menos que leyera la
revista Forbes. Valoraba mi privacidad, por lo que mantenía al
público alejado de mi vida privada todo lo que podía.

– No pasa nada. – dije con un guiño y luego leí la etiqueta con


su nombre. – Dime, Caroline. ¿Está lista mi suite? El vuelo ha
sido agotador y esta noche tengo otra reunión de trabajo.

– Por supuesto, su equipaje ya está arriba.

Caroline rebuscó entre algunos papeles, cogió una tarjeta


electrónica y la colocó en una pequeña caja negra. Sonó
brevemente y la recepcionista asintió satisfecha. Recorrió la
recepción y me condujo a un ascensor apartado de los demás.

– Este es su ascensor personal. – continuó explicándome


Caroline. Apoyó la tarjeta en un cuadro en el marco de la
puerta izquierda y las puertas del ascensor se abrieron en
silencio.

– ¿Desea que le acompañe a la suite y le ayude a familiarizarse


con todo?

Mi teléfono vibró en el bolsillo de mi chaqueta y me hacía una


idea de quién estaba al otro lado de la línea.

– Gracias, me las apañaré.

De mala gana, saqué mi smartphone del bolsillo y miré la


pantalla confirmando mis temores. Mamá.
– Espero que tenga una estancia agradable, Sr. Lancester.– dijo
la recepcionista saludando amablemente con la cabeza y se
apresuró a volver a la recepción.

Atendí la llamada y me metí en el ascensor, esperando que


todo el metal causara interferencias.

– Hola, mamá.

– ¿Connor? ¿Has llegado bien?

Mi madre, Diana Lancester, era la mujer más cariñosa que


conocía. Sí, tenía mucho amor para dar y lo que más quería era
tener decenas de nietos a su alrededor. Quería a mi familia,
pero estaba muy lejos de querer la mía propia.

– Sí, acabo de registrarme.

– Vale, bien. Me alegro mucho de que hayas aterrizado bien. –


ronroneó al teléfono. Entonces se hizo el silencio. Pulsé el
botón de la planta cuarenta y nueve y las puertas se cerraron
sin hacer ruido. El ascensor se movía tan suavemente que
podría haber construido un castillo de naipes en él.

– Mamá, ¿para qué has llamado? ¿Qué quieres? – pregunté.

– ¿Qué? ¡Para nada! Sólo quería preguntarle a mi hijo si había


llegado bien. –contestó con voz chillona y recriminatoria.

Sin embargo, sabía exactamente para qué me llamaba mi


madre. Me apoyé en la pared y saqué mi Gameboy del bolsillo
de la chaqueta. Llevaba jugando al Tetris desde que era un
niño siempre que podía. Cuando la encendía, inmediatamente
sonaba la típica melodía de Tetris que era imposible sacarse de
la cabeza según se escuchaba.
– ¡Connor! ¿Estás jugando al Tetris mientras hablamos por
teléfono?

Sí, así era.

– No, es la música del ascensor.

– Ah…– respondió mi madre con desconfianza.

Sin embargo, no dejó que le molestara por mucho tiempo,


porque había cosas más importantes que quería escuchar de
mí.

– Bueno, te dejo descansar. Te veo en la boda, ¿sí?

Se trataba de la boda de un conocido lejano por la que había


tenido que volver de Londres una semana antes de lo previsto
porque aún le debía un favor a mamá y ahora se lo estaba
cobrando. En realidad, no se trataba de una boda, sino de una
reunión de multimillonarios e inversores que aprovechaban la
ocasión para hacer nuevos contactos. Eventos a los que sólo
asistía por el bien de mi familia.

– Ah, Connor, por cierto…

– ¿Sí?

– Dijiste que vendrías con una chica… – dijo con voz


temblorosa por la anticipación de los futuros nietos.

– Sí.

– Vendrá, ¿verdad? Me muero por conocerla.

– Creo que sí. – mentí sintiéndome culpable.

No había acompañante, no había novia y ciertamente no había


ninguna relación seria. Podía prescindir de eso. Mis coartadas
eran mujeres de un servicio de chicas de compañía muy
discreto.

Sin embargo, desgraciadamente, la mujer en cuestión – la


única que podía hacer el trabajo – tuvo que cancelar su cita
porque había comido ostras en mal estado.

Gracias a los servicios de escort había conseguido evitar los


persistentes intentos de mi madre de tenderme una trampa.

– ¡Oh, estoy tan emocionada! Ya es hora de que tengas una


relación seria y te cases, hijo, quiero que seas feliz.

– No, mamá. Quieres nietos. – le corregí con una sonrisa.

– Una cosa no quita la otra.

– Creo que lo de los hijos es más para Max, ¿no crees?

Mi madre suspiró audiblemente. Sí, mi hermana pequeña era


un caso aparte, descarada, impetuosa y salvaje.

– Ya sabes cómo es ella. Pero le voy a presentar al hijo de los


Bradford, ¡sería una buena opción para ella!

Sólo de pensar en la reacción de Maxine ante el vástago más


joven de los Bradford me hizo soltar una carcajada.

– ¡Buena suerte con eso, mamá! Buena suerte.

– No me lo pones fácil, ¿lo sabes?

Ping. El ascensor llegó a la planta cuarenta y nueve y las


puertas se abrieron.

– Mamá, tengo que irme ahora, te veré en la boda.

– Nos vemos pronto, Connor. Tengo muchas ganas de verte.


– Y yo a ti.

Suspirando, salí del ascensor, apagué mi Gameboy y entré en


mi suite. Tal y como me habían anunciado, mi equipaje ya
estaba allí y mi banco de pesas hecho a medida estaba justo al
lado de la puerta del balcón. Necesitaba aire fresco cuando
hacía ejercicio, era la única manera de llevarme a mis
límites… y más allá. Los gimnasios abarrotados eran la muerte
de cualquier sesión de entrenamiento.

Me dirigí hacia el baño para aliviar mi inminente dolor de


cabeza, me eché agua fría en la cara y me tomé una aspirina.
El vuelo transatlántico me había agotado.

Ese maldito jet lag de siempre.

El dormitorio de esta planta era más grande que algunos pisos.


La cama era enorme y el armario que contenía mi ropa era aún
más grande. Todos mis trajes estaban bien colocados en
perchas y estantes, sin arrugas, y hasta parecían un poco
perdidos con tanto espacio. Pero una prenda destacaba entre
las demás, un vestido plateado hecho a mano.

Estaba en el Hotel Royal Renaissance, no había duda de que


era un error. En el hotel más exclusivo de toda la ciudad, y
probablemente de toda América, no había errores. Saqué el
vestido de la percha y lo miré con más detenimiento. Había un
papel anudado a una de las tiras anchas con un cordón que
desaté para leer la tarjeta. “De nada, Max.”

– Genial. – gruñí.
Luego arrugué el papel y lo dejé caer a mi lado en el suelo
junto con el vestido. Maxine, esa pequeña bruja, nunca perdía
la oportunidad de burlarse de mí. No había manera de terminar
esta loca guerra de hermanos. Necesitaba una coartada, eso era
seguro. Tan seguro como que no quería decepcionar a mi
madre.

Pero ¿dónde iba a conseguir una mujer que cumpliera con mis
requisitos en tan poco tiempo? Tenía que ser elegante, educada
y no destacar en la alta sociedad. El 95% de las chicas
disponibles caían sólo en esta criba. Encontrar una agencia
discreta de chicas de compañía era otro problema. Y con tan
poca antelación no pude encontrar una mujer que se ajustara a
mis necesidades.

¡Mierda!
Dana

EL IRISH OAK PUB estaba lleno cuando Beccs y yo


entramos. El barullo se mezclaba con la música pop moderna.

Ahora entiendo por qué algunos clientes prefieren quedarse


fuera del bar con sus bebidas charlando en pequeños grupos.
Sólo en los reservados construidos en la esquina había algo de
silencio.

– Qué alegría que hayas venido. – gritó Rebecca por encima


del ruido dándome una palmadita en el brazo.

– Por supuesto que vendría – le grité.

Pensándolo bien fue definitivamente más agradable salir con


mi amiga que tener que pasar la noche en casa. Sola. Con una
bolsa de patatas y una temporada de Big Bang Theory.

A veces envidiaba a mi mejor amiga porque el marido de


Rebecca, Tom, era genial, y junto con Emma hacía que su
felicidad fuera perfecta.

Rebecca se abrió paso a través de la sala y yo luché por


seguirla mientras nos apretabamos entre la densa multitud.
Poco a poco nos fuimos acercando a la barra, que se anunciaba
con el típico olor a cerveza y cacahuetes.

– ¿Siempre hay tanta gente aquí? – pregunté sin aliento


cuando por fin llegamos a la barra.

– No lo sé. – respondió Rebecca encogiéndose de hombros.

A menudo acompañaba a Beccs a sus eventos y funciones,


pero prefería las pequeñas fiestas de cumpleaños, las bodas y
otras celebraciones. Lo importante era si podía esconderme
entre la multitud sin llamar la atención, a diferencia de mi
mejor amiga, que adoraba su segundo trabajo y le gustaba ser
el centro de atención.

Conseguí un sitio libre al final de la barra, que reclamé


rápidamente para mí. Como el concurso iba a empezar en unos
minutos, Rebecca se quedó de pie junto a mí y me tocó en el
hombro.

– Supongo que hoy está más concurrido porque está el


concurso. Es muy conocido, sobre todo porque hay premios. –
me dijo.

– ¿Hay premios en metálico? – dije con asombro.

– Sí. Quinientos cincuenta y cinco dólares. Un buen comienzo


para invertir, creo.

– Estoy de acuerdo. – asentí con convicción. – Invertiría el


dinero en chocolate o helado, como reserva para mi erótica
masa oscilante de las caderas, ya sabes. – me reí mientras me
metía las manos en los costados y giraba las caderas como una
bailarina exótica algo torpe.
Rebecca se unió a las risas y luego su rostro volvió a ponerse
un poco más serio.

– Si todo va bien, podré ser anfitriona aquí cada semana. – dijo


Rebecca con entusiasmo.

–¡Eso es genial!

– Sí, eso ayudaría de verdad económicamente y podría ahorrar


algo de dinero para la universidad de Emma.

Queriendo apoyar moralmente a mi mejor amiga y mejor


presentadora del mundo, le di un abrazo.

– Todo va a salir bien, Beccs. Eres la mejor organizadora de


eventos que conozco. La velada va a ser divertida, ¡y apuesto a
que hay muchos cantantes muy buenos!

– ¿A cuántos organizadores de eventos conoces? – preguntó


Rebecca mirándome de forma crítica.

– A los suficientes como para tener una opinión. – le contesté


sin profundizar en su pregunta.

Rebecca miró su reloj y luego hizo una señal para que se


acercara a uno de los tres camareros, que estaban tirando
cerveza de varios grifos y preparando cócteles sin parar.

– ¿Qué les sirvo, señoras?

– Pídete lo que quieras, Dana, yo te invito.

– Bueno, en ese caso, me gustaría la mejor botella de whisky.

Rebecca y el camarero intercambiaron miradas inseguras, que


disfruté por un momento antes de reír a carcajadas.

– Es una broma, un Bitter Lemon, por favor.


– Suena bien, yo también tomaré uno.

El camarero sonrió amablemente antes de preguntar.

– Tengo una cerveza, algo especial y gratis para todas las


chicas guapas hoy. ¿Qué les parece, señoras?

Me preguntaba si el camarero estaba ligando con muchas


mujeres con este truco y la rechacé amablemente. Rebecca
también negó claramente con la cabeza.

– Tu jefa me mataría si empiezo a arrastrarme por el escenario.


Hablando de escenario, tengo que irme. Hay que organizar
esto un poco.

Sacó un billete de cinco dólares de su bolso y lo puso en la


mano del camarero.

– Va a salir todo bien, Beccs. Pase lo que pase, soy y siempre


seré tu mayor groupie. – dije animando a mi mejor amiga.

– Eres un encanto. Deséame suerte de todos modos.

– Cuando tienes talento, no necesitas suerte.

Le guiñé un ojo a Beccs y luego crucé los dedos índice y


corazón, sabiendo lo supersticiosa que era a veces. En
realidad, no era supersticiosa: atraía la mala suerte.

Beccs desapareció entre la multitud dejándome a solas con el


camarero, que mantuvo más contacto visual conmigo y se
inclinó sobre la barra.

– La cerveza es realmente muy buena y es gratis. – intentó de


nuevo.

Él era persistente, pero yo también.


– No bebo cerveza.

– Bueno, entonces sólo un sorbo, pero por favor, pruébala, es


importante. Mi jefe quiere que regale un total de doscientas
botellas durante la noche.

Suspiré. Por un lado, me dio pena el camarero, pero por otro


lado no quería cerveza. Sin embargo, por la mirada de
compasión que me recordaba a un pequeño gatito en apuros,
accedí.

– Venga, vale. ¡Dame esa cerveza!

– ¡Ahora mismo!

Ni un segundo después, tenía una botella de cerveza abierta


ante mí. La etiqueta decía Lancester Light en letras curvas.
Visualmente, la cerveza tenía un aspecto muy elegante pero no
bebí nada, sólo limpié las gotas de condensación que caían del
cuello de la botella, mientras mi mirada se perdía por la sala.

Guirnaldas, serpentinas y carteles con los colores de la


bandera nacional irlandesa colgaban por todas partes
anunciando el concurso de karaoke. Antes, de pequeña,
deseaba profundamente ser cantante, pero deseché
rápidamente la idea cuando no pude sacar ni una sola nota en
un recital delante de todo el instituto.

Rebecca estaba de pie en el fondo del escenario hablando con


dos hombres. Tenía los brazos cruzados delante del pecho y su
expresión se volvió seria. A juzgar por sus trajes, eran los
patrocinadores del concurso. Cuanto más se prolongaba la
conversación, más insatisfechos parecían los tres.
Los dos hombres salieron del escenario, dejando a Rebecca
sola. Tomó aire, puso su cara de profesionalidad del Hotel
Royal Renaissance y se dirigió a la mesa de mezclas que
estaba a un lado del escenario. Al pulsar un botón, las grandes
luces del escenario se encendieron y la música se apagó. El bar
también se calmó y las primeras conversaciones se apagaron
por completo. Rebecca cogió uno de los micrófonos y se situó
en el centro del escenario.

– ¡Bienvenido al Irish Oak! ¿Estáis listos para el karaoke? –


abrió el evento Rebecca. Hubo vítores y aplausos contenidos
aquí y allá y el público se fijó poco a poco en Rebecca. Ya no
había ninguna señal de su descontento. Yo misma conocía bien
esa cara de profesionalidad, como camarera siempre sonreía
sin importar lo triste que estuviera o lo grosero que fuera el
huésped.

– ¡He dicho que si tenéis ganas de karaoke!

– ¡Sí! – aclamó el público con más fuerza.

– ¡Muy bien! En total habrá… – vaciló brevemente Rebeca. –


¡Diez concursantes! No quiero revelaros demasiado, pero ¡van
a hacer temblar las paredes!

Los vítores se hicieron aún más fuertes.

– Pero antes de empezar… – comenzó Rebecca y luego esperó


a que se apagaran los vítores – quiero pedir un gran aplauso
para nuestro principal patrocinador. ¡NYC Music FM! En
representación de la emisora está Billy, del programa matinal
de la emisora.
El público enloquecía, las copas se alzaban, el nivel de alcohol
subía por momentos y los camareros aceleraban el ritmo.

– ¡Y también un aplauso para Jonathan Murphy por ser el


anfitrión del concurso de karaoke!

De nuevo los invitados aplaudieron, silbaron y gritaron.


Rebecca tuvo que esperar a que el volumen se apagara.

– Una cosita antes de explicar las reglas… – Rebecca mantuvo


las puntas de los dedos juntas y su voz se elevaba con cada
palabra.

Conocía a mi mejor amiga y lo sabía: esto no era una minucia.


Sea cual sea el problema, era cualquier cosa menos pequeño.

– Lamentablemente, uno de los participantes ha tenido que


cancelar con poca antelación por motivos de salud.

Los invitados corearon al unísono un “ohhh” antes de que


Rebecca continuara.

– Así que, si hay alguien más entre vosotros que quiera


aprovechar su oportunidad, que lo diga ahora.

Rebecca miró alrededor del pub con nerviosismo, con la


esperanza de ver a través de la multitud, deteniéndose
brevemente en los clientes individuales, con la esperanza de
que alguien saltara inmediatamente y gritara “aquí”, pero
permaneció en silencio. Miré a mi alrededor, había algunas
expresiones de indecisión aquí y allá, pero nadie se animó.

– De acuerdo, debéis de ser muy tímidos. – dijo Rebecca


guiñando un ojo. – No importa, estaré aquí en la mesa de
mezclas toda la noche por si alguien desea participar en el
concurso. Después de todo, ¡hay quinientos cincuenta y cinco
dólares en efectivo de premio!

El entusiasmo era grande, casi como si Rebecca acabara de


prometer a los invitados una cerveza gratis. También es verdad
que era una gran cantidad de dinero

– ¡De acuerdo! – Rebecca se hizo oír de nuevo. – ¡Las reglas


son sencillas! Vosotros sois los jueces, ¡todos y cada uno de
ustedes! Después de cada canción, mediremos el volumen con
este pequeño aparato: un decibelímetro. Yo aquí, Billy en el
centro y Jonathan en la barra. Gana el que más aplausos
reciba. Para hacerlo más emocionante, ¡no revelaremos el
resultado hasta el final! Empecemos con nuestra primera
cantante, Kimmy, que cantará un clásico de Amy Winehouse.
Un gran aplauso para Kimmy.

El público recibió a Kimmy, una joven morena, con un gran


aplauso. Kimmy subió al escenario, tomó el micrófono de
Rebecca y esperó a que empezara la música. Su rostro
amigable bajó la mirada tímidamente hacia el suelo y parecía
querer acurrucarse en su chaqueta universitaria de gran
tamaño. Hasta que la música se puso en marcha y cantó Back
to Black de Amy Winehouse con una voz potente.

Me balanceé al ritmo de la música y, cuando se cantó la última


nota, todos vitorearon y aplaudieron con fuerza, yo también
aplaudí con fuerza. Sin duda, los demás concursantes no lo
iban a tener fácil.

Rebecca volvió al escenario y le quitó el micrófono a Kimmy


para pedirle al siguiente cantante que subiera al escenario.
Mientras tanto, seguía mirando la botella de cerveza que tenía
delante, que no había tenido mucha suerte conmigo.

Bueno, un pequeño sorbo no puede hacer daño.

Con cuidado, me llevé la botella a los labios y probé un


pequeño sorbo. Me sorprendió. ¿Era realmente cerveza lo que
estaba bebiendo? Perpleja por el delicioso sabor, tomé un
sorbo más grande, miré la etiqueta y volví a beber.

¡Esta cerveza estaba muy buena! Mientras me preguntaba por


qué había estado sin beber cerveza durante tanto tiempo, me
sentí observada. No de una manera espeluznante sintiéndome
acosada, pero sí que sentía las miradas. Sin embargo, en la
abarrotada taberna era imposible encontrar a mi observador, si
es que existía.

No te pongas paranoica.

Estaba en una sala llena de gente, así que por supuesto una o
dos miradas me rozarían.

Cuando el rockero del escenario cantó Last Resort, todos mis


pensamientos paranoicos desaparecieron. Lo único que
importaba ahora era el himno de mi juventud, que marcaba el
estado de ánimo de todo el Irish Oak.

En silencio, canté la canción, recordando con nostalgia mis


días de instituto cuando la canción sonaba continuamente en
todas las fiestas de las fraternidades.

Los aplausos al final de la canción fueron tan fuertes que me


tapé los oídos mientras aplaudía tan fuerte como podía.
Definitivamente, esta canción era mi favorita.
Rebecca tardó un buen rato en anunciar al siguiente cantante y,
cuando empezó la canción, abandonó el escenario con cara de
preocupación. Cuanto más se acercaba a mí, más fruncía el
ceño.

– Un vodka con hielo. – pidió Rebecca al camarero, al que


había explicado hacía diez minutos que no quería beber
alcohol.

Realmente tenía que ser súper serio.

– ¿Es tan grave? – pregunté preocupada.

– Uno de los concursantes ha abandonado, así que ¡sí! – dijo


Rebecca suspirando y vaciando su vodka.

– Sí, eso ya lo has dicho, pero ¿cuál es el problema?

El ambiente era estupendo y los cantantes lo animaron aún


más. Calculé que sólo durante la última canción habían pasado
por la barra treinta litros de cerveza y decenas de cócteles. El
sueño húmedo de todo dueño de bar.

– Debe haber once concursantes. – dijo Rebecca señalando el


cartel que había sobre el escenario y que anunciaba a once
concursantes, elegidos entre decenas de aspirantes.

– El patrocinador quiere esa cifra concreta. Para Facebook y


los periódicos. Esa era la condición para el premio en
metálico, once concursantes por quinientos cincuenta y cinco
dólares, o no pagarán.

– ¡Qué mala leche! ¿Las excepciones no funcionan? El


concurso ya está en marcha.
– ¿Sabes lo que puede pasar si no se entrega el dinero del
premio al ganador? Pues que habrá una gran tormenta de
mierda contra el Irish Oak por sus mentiras y sus métodos
cutres de marketing. – dijo Rebecca sin apenas poder contener
las lágrimas.

– Y te va a salpicar a ti, ¿verdad?

Rebecca asintió y pidió un segundo vodka.

– El tipo dijo que nos daría hasta el último cantante para


encontrar un sustituto, pero hasta ahora no parece que nadie
más se presente. También la gente está empezando a
emborracharse demasiado como para subir al escenario. ¡Dios,
qué desastre!

Me hubiera gustado darle a Beccs un abrazo reconfortante,


pero había demasiada gente a nuestro alrededor. Si encontraba
a nadie que se subiera al escenario, se acabaría la carrera de
presentadora de Beccs, y se correría la voz rápidamente. No
más trabajos secundarios también significarán no más
Disneylandia para Emma. Sabía que esas fatídicas palabras me
iban a costar carísimas, pero las dije de todos modos.

– ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar?

Mierda. Rebecca me miró con los ojos muy abiertos y me


asintió enérgicamente.

– ¡Puedes cantar!

– ¡No, absolutamente no! Sabes que haría cualquier cosa por


ti, ¡pero eso no!

– ¡Pero sabes cantar, y muy bien, de hecho!


Sí. En casa, en la ducha, cuando no había nadie. Rebecca
estaba aludiendo a la noche en la que no pude contenerme por
una canción de Frozen que Emma había estado toda la noche
escuchando en bucle. Después de lo que parecía la enésima
vez, nos pusimos juntas a cantar el éxito de Disney en la sala
de estar, utilizando escobas y mandos a distancia como
micrófonos. ¿Quién puede reprimir el impulso de cantar esta
canción? Así es, nadie.

– Sí. Delante de ti y de Emma, ¡no de mil personas!

– Oh, vamos, como mucho doscientas.

– Beccs, no puedo hacerlo. De verdad que no puedo. – intenté


escurrirme, como una anguila en tierra firme. – Tal vez alguien
se presente al final.

Realmente no podía, la confianza en mí misma no era


precisamente mi punto fuerte. No había salido bien en la
secundaria y sin duda no necesitaba esa sensación una segunda
vez.

La canción estaba llegando a su fin y Rebecca tuvo que volver


al escenario.

– Sí, yo también espero que alguien más se presente, ¡si no


estoy jodida!

Beccs hizo subir al escenario a un cantante tras otro, todos


cantando un repertorio mixto. La mayoría de las mujeres
eligieron canciones pop clásicas, los hombres cosas más
rockeras. Sin embargo, también hubo una persona atípica que
cantó una canción del conocido musical El fantasma de la
ópera y una joven -Annie- que probó suerte con un rap.
Cuando sonaron las primeras notas de Bodak Yellow, el
público enloqueció por completo. Cuando se puso a hacer
twerking al ritmo de la música, público masculino se vino
arriba. Que las mujeres se pongan de rodillas y muevan el culo
era una tendencia nueva pero persistente que se extendía por
todos los clubes y bares donde sonaba música marchosa. Los
hombres silbaban y gritaban tan fuerte que su voz era casi
inaudible.

Cuando me acabé la cerveza, pedí otro Bitter Lemon y una


bolsa de patatas fritas con pimentón, que mordisquee al ritmo
de la música. Un hombre joven y guapo de tez oscura se abrió
paso entre la multitud y se inclinó hacia el camarero.

– Hola, me gustaría una combinación especial, ¿podría ser? –


preguntó el hombre con acento español.

– Claro, ¿qué es?

– Sólo toma un vaso y vierte dos tercios de Lancester Light, un


tercio de Spicey Dream of Havana y un trago de Blizzard
Boiled Bourbon, ¿sí?

Fruncí el ceño y me concentré en evitar que mi gesto se


desencajara por completo. ¿Qué tipo de combinación era esa?
El camarero también se quedó perplejo, pero accedió
inmediatamente a la inusual petición.

– Es una apuesta. – explicó el español con una sonrisa.

Luego aceptó el vaso lleno, pagó al camarero y volvió a


desaparecer entre la multitud.
Vaya. ¿Qué narices acababa de pasar? Se despertó mi
curiosidad queriendo saber de qué se trataba esa apuesta tan
creativa. Con el rabillo del ojo, observé cómo se hacía paso
entre la multitud hasta un pequeño reservado. El español se
sentó en una silla vacía cuyo lado opuesto quedaba oculto tras
una gran cantidad de gente.

¡Deja de espiar a extraños! Había cosas más importantes,


como el hecho de que, cuanto más se animara la gente con
cada canción, más bajas eran las probabilidades de que
Rebecca pudiera encontrar otro cantante y, cuanto más se
acercaba el final del espectáculo, más pálida estaba. Su
bronceado natural de verano había desaparecido por completo.

Qué mala suerte, estaba en un aprieto, y me odiaba a mí


misma por dejar caer a mi mejor amiga. Pero tampoco podía
cantar delante de tanta gente. ¿Qué pasa si canto fuera de
tono? Los anteriores cantantes se habían preparado para este
concurso y habían seguido cada nota a la perfección.

Cielos, esto no era realmente un concurso de karaoke, sino una


batalla por ser el mejor cantante del mundo. No tenía ninguna
posibilidad, en el peor de los casos empeoraría la situación de
Beccs y hundiría el concurso de karaoke.

El último cantante fue llamado al escenario e hizo una gran


imitación de Michael Jackson, incluyendo el típico atuendo
con camisa ancha, pantalones ajustados y zapatos brillantes.
Pero en comparación con los demás participantes, los aplausos
fueron más bien moderados. ¿Tal vez porque parecía
demasiado profesional?
Rebecca parecía estar a punto de desmayarse.

Dios, Beccs. ¡Te lo debo!

Me levanté de la barra y salí al escenario mientras el clon de


Michael Jackson se marchaba. Estuve a punto de dar un rodeo
hasta el baño de las chicas para esconderme, pero mi sentido
del deber como mejor amiga me recordó que si nuestros
papeles se hubieran invertido, Beccs me habría sacado del
apuro.

Conscientemente, me centré sólo en Rebecca y no en el


público a mi izquierda. Rebecca parpadeó una pequeña
lágrima de alegría por el rabillo del ojo y sus labios se
formaron en un agradecimiento sin sonido, luego siguió
presentando.

Esperemos que esto no acabe en desastre.

– Y ahora vamos con nuestra última concursante, ¡Dana!


Interpretará…

– Suéltalo

– ¡Suéltalo de Frozen! Un gran aplauso para Dana, por favor.

Rebecca me entregó el micrófono, que pesaba una tonelada. El


público enloqueció y yo me vi obligada a girarme hacia el
público porque en el otro extremo de la sala estaba la pantalla
en la que aparecían las letras de las canciones, pero que los
otros cantantes no habían necesitado. A diferencia de mí, ellos
se habían preparado, pero yo sólo tenía ganas de que me
tragara la tierra. El público me miraba expectante.
Ay, Dios mío. Todos estos grandes cantantes… y luego estaba
yo.

Me quedé mirando fijamente hacia abajo, porque mientras sólo


pudiera ver mis propios pies, podía ignorar a medias al
público. La música comenzó, respiré profundamente y canté
las primeras notas con una voz delicada, casi inaudible. A
través de los altavoces situados a mi izquierda y a mi derecha
podía oír mi propia voz, que Beccs ajustaba en la mesa de
mezclas para ofrecer al público el mejor sonido posible al
igual que con los últimos cantantes. Sin autotune ni otras
manipulaciones, por supuesto. Sólo ajustaba el volumen de la
voz para que se pudieran oír mejor las voces.

El corazón me latía tan fuerte que apenas podía oír la música,


pero me armé de valor y fui subiendo el volumen. Y ¡sorpresa!
Me gustaba porque la acústica me recordaba a cantar en la
ducha, sólo que ahora había cerca de doscientas personas
escuchándome. Nadie huyó, buena señal. Me solté cada vez
más y cuando empezó el estribillo incluso llegué a mirar a
algunas caras del público. No había miradas críticas, sólo
gente divirtiéndose y cantando, incluso algunos hombres se
dejaron llevar por el estribillo.

De repente entendí por qué mis predecesores se habían sentido


tan cómodos en el escenario; el ambiente, la energía que había
en el escenario, era genial. El público me acompañaba y
cantaba conmigo. Ya no había vuelta atrás. Canté la canción
llena de emoción y sin miedo a las notas torcidas, como en la
ducha.
¡Toma eso, instituto! ¡Estoy haciendo temblar el garito!

Joder, me sentí como si tuviera una sobredosis de cafeína.

La canción había acabado más rápido de lo que esperaba, el


tiempo había pasado increíblemente rápido. A continuación, se
produjeron estruendosas aclamaciones. Silbidos. Algunos se
pusieron de pie y aplaudieron con las manos en alto. ¡Qué
sensación más increíble! Pero al igual que la música, mi recién
recuperada confianza en mí misma volvió a desaparecer y
quise desaparecer lo antes posible.

¡Para, no! ¡Quédate ahí!

– ¡Un aplauso para Dana! – animó aún más Rebecca al


público. – Nos tomaremos un breve descanso para evaluar
nuestras mediciones y luego coronaremos al ganador o
ganadora. –

Los vítores se fueron apagando poco a poco a medida que


bajaba del escenario, del cual apenas se veía el final.
Sonriendo emocionada, regresé de nuevo a la esquina de la
barra y rebusqué en un cuenco de cacahuetes desatendido. En
mi pequeño y seguro escondite al borde de la barra pude tomar
un respiro. Y picar. Algunos de mis amigos decían que era una
auténtica profesional de la trituración del picoteo, yo más bien
me definiría como una valiente aficionada.

Mi corazón seguía martilleando violentamente en mi pecho.

Dejé que esta extraña sensación se asentara. ¡Increíble!


Realmente me había subido a ese escenario, frente a esa
enorme multitud y había cantado fuerte y con ganas, ¡y sin
desmayarme o tener un ataque de nervios!

Rebecca consultó con los dos organizadores del fondo. No se


tardó mucho en comparar y sumar todas las puntuaciones, pero
el público y los participantes empezaban a impacientarse. Por
supuesto, era más de medianoche y la mayoría de ellos tenía
que ir a trabajar mañana. Cielos, sólo pensar en lo cansada que
iba a estar mañana para trabajar hacía que me dolieran las
sienes.

Beccs y los dos chicos de traje fueron recibidos en el escenario


con un atronador aplauso.

– ¡Tenemos los resultados!

Vítores.

– Pero para darle más emoción, vamos a llamar al escenario a


los tres finalistas.

Más vítores.

– Gracias a todos los participantes, ¡lo habéis hecho todos


fenomenal!

Más vítores y luego silencio.

Rebecca abrió un papel doblado y lo leyó en voz alta.

– Con un volumen de ciento veinticuatro decibelios, el


equivalente a un martillo neumático o a una tormenta de
truenos, habéis conseguido que David suba al podio con Last
Resort.
David subió al escenario. Se dieron la mano y recibió una
botella de champán y un diploma. Yo también aplaudí con
fuerza a mi favorito de la noche.

– En segundo lugar, ciento treinta y ocho decibelios


alcanzaron vuestros aplausos para Annie con Bodak Yellow.
¡Chicos, habéis llegado al volumen de una carrera de coches!

Aplausos atronadores y, cuando Annie salió al escenario, parte


del público volvió a rapear las primeras líneas de la canción.
También recibió una botella de champán y un sobre.

– ¡Y ahora vamos con el primer puesto! Se registraron ciento


cuarenta y seis decibelios. Eso es más que un avión de
combate.

Vaya. Me pregunto quién fue el ganador. Había tenido la


sensación de que habían hecho más ruido con mi favorito, pero
tal vez sólo porque yo misma me había animado muy fuerte.
Justo después vino Annie, que había triunfado sobre todo con
los hombres con su baile, pero tampoco le habían aplaudido
más que a ningún otro concursante, al menos no me lo pareció.

– El primer puesto es para… ¡redoble de tambores!

Cielos, Rebecca sabía exactamente cómo mantener al público


en vilo. Yo me revolvía en la silla, todo el público se había
quedado en silencio.

– ¡Daaanaaa! Enhorabuena.

Los aplausos comenzaron y automáticamente yo aplaudí con


ellos antes de caer en la cuenta. Espera. Dana era mi nombre.
Atónita, busqué la mirada de mi amiga, que me hizo señas
para que me uniera a ella en el escenario. Mis piernas se
volvieron pesadas como el plomo y me agaché para que nadie
me viera. Dios, estaba tan avergonzada como cuando celebré
mi cumpleaños con Beccs en la bolera y de repente todo el
mundo me cantó el cumpleaños feliz.

– ¡Vamos, no seas tímida! ¡Dana!

– ¡Dana! ¡Dana! ¡Dana! – coreó el público uniéndose de


inmediato.

No me quedaba otra, tenía que subir al escenario. Como si


estuviera en trance, subí las escaleras, estreché la mano de los
dos hombres cuyos nombres había olvidado y abracé a Beccs,
que me dio una botella de champán, un trofeo y quinientos
cincuenta y cinco dólares.

Hacía tiempo que no tenía tanto dinero en la mano. El público


aplaudió y enloqueció, se sacaron algunas fotos para la prensa
y luego el dueño del bar anunció la hora feliz. Cuando dejé el
escenario, me dirigí inmediatamente a la salida, porque ahora
que el concurso había terminado, la mayoría de la gente quería
abandonar el pub a toda prisa.

Una y otra vez me paraban personas parcialmente borrachas y


me elogiaban por mis dotes de cantante, lo que desencadenaba
una extraña sensación en mí.

Cuando por fin llegué a la salida, respiré con ganas el


refrescante aire nocturno. Miré rápidamente el fajo de billetes
que tenía en la mano todavía temblando ligeramente de
emoción. Aunque la zona era bastante tranquila, me sentía
incómoda con tanto dinero en efectivo.
Todavía no podía creer que acabara de ganar tanto dinero. Me
pregunto si Beccs tuvo algo que ver. No, los otros dos
organizadores también tenían un contador.

Ahora me preguntaba qué iba a hacer con el dinero. ¿Gastarlo?


¿Invertirlo? ¿Ahorrarlo? No. Tenía una idea mejor.

– ¡Dana, estuviste increíble! – dijo Rebecca abrazándome por


detrás.

Una frase que no solía escuchar a menudo, pero que hoy se


hizo más frecuente.

– ¿Te dieron el trabajo? – pregunté con curiosidad.

– ¡Sí, gracias! Te debo una.

– Sí, por supuesto, me debes al menos tres favores por esto. –


dije con cara seria y una sonrisa reprimida.

– De acuerdo. Si alguna vez te casas, ¡yo organizaré todo,


desde la fiesta de compromiso hasta la noche de bodas, todo!

– ¡Como si fuera a casarme algún día! Ni tengo novio ni


alguien que pudiera serlo.

– Tienes veinticuatro años, tienes mucho tiempo para


encontrar al hombre ideal, no te preocupes.

– ¡Tía, estoy deseando meterme en la cama! – dije bostezando


con fuerza.

Mi cama estaba en un minúsculo estudio que no vale la pena


mencionar y que sólo estaba amueblado con lo más esencial.
Con el poco tiempo que pasaba en casa, las decoraciones y los
adornos nunca habían sido una prioridad. Siempre estaba en el
Hotel Royal Renaissance trabajando o con Beccs y su familia.

– ¡Y yo! Esperemos que Tom llegue pronto… Vaya, ¿es tan


tarde ya? Casi no merece la pena acostarse a esta hora. – dijo
Rebecca mirando su reloj.

– Casi. Pero soy tacaña y aprovecharé cada segundo que pueda


dormir.

Rebecca se relajó cuando vio una gran furgoneta blanca


doblando la esquina. Era Tom, conduciendo hacia el pub con
su furgoneta de trabajo. En la furgoneta, Rebecca transportaba
la decoración de las fiestas que organizaba. Guirnaldas de
luces, velas, manteles de tela, globos, pétalos de rosa y un
sinfín de cosas más. Era un misterio para mí cómo podía meter
todas esas cosas en la parte trasera de la furgoneta.

– ¿Quieres que te llevemos?

– No, está bien. Cogeré un taxi.

Mi piso estaba en la dirección opuesta. Tom se estaba


acercando y nos despedimos con un abrazo. Al hacerlo,
coloqué el trofeo, mi bolso y la botella justo detrás de mí en el
alféizar de la ventana del pub.

– Ha sido una noche fantástica, gracias. – me agradeció


Rebecca por última vez.

– Un momento, esto es para el cumpleaños de Emma. – dije


entregando a Rebecca el fajo de dinero del premio. – Para
Disneylandia.

– No, no puedo aceptarlo. Estás loca.


– Tampoco tienes que aceptarlo, es un regalo para Emma, de
su madrina.

– ¡Gracias!

Rebecca estaba a punto de llorar de nuevo, sólo que esta vez


eran lágrimas de alegría. Tom aparcó el coche justo al lado del
pub y me saludó amistosamente sin bajarse del coche.

– Nos vemos mañana, ¿sí? – dijo Rebecca abriendo la puerta


del copiloto.

– Claro que te veré mañana, estoy deseando ver qué nuevas


ideas tiene Shannon Williams para arruinar al hotel.

Rebecca se rio a carcajadas y se subió al coche.

– Sí, no nos lo podemos perder. Buenas noches.

– ¡Buenas noches!

Un taxi pasó por delante del pub, cogí rápidamente mi bolso y


me metí corriendo en él.
Connor

OTRA NEGATIVA.

Frustrado, tiré el teléfono sobre la cama y miré con reproche el


vestido plateado que había en el otro extremo de la habitación.

Había consultado prácticamente todos los servicios de


confianza de chicas de compañía que conocía, pero ninguno
tenía una chica adecuada para mí en tan poco tiempo.
Normalmente contrataba a estas discretas acompañantes con
meses de antelación, porque estos eventos siempre se
anunciaban a lo grande. Lástima que hubiese creído que mi
presencia en Londres sería excusa suficiente para mi madre, y
más aún que la chica que me iba a acompañar tuviera un
desagradable malestar estomacal.

¿Se creyeron una emergencia en mi recién adquirida


cervecería británica? Por supuesto. Pero tal vez había
problemas en otra de empresas que requerían mi presencia.
Desgraciadamente no, las uvas para el vino de mis dos
bodegas italianas estaban lejos de estar listas para la cosecha y
en mi destilería de aguardiente en Suiza los procesos de
producción no estarían terminados hasta la próxima primavera.

Mi teléfono sonó, Gordon Griffith, el responsable de


producción de mi cervecería.

Hablando del rey de Roma… Es cierto que habría preferido


que me llamaran de la agencia, pero ya me daba igual y
aceptaba cualquier excusa.

– Sí, dime.

– Hola, sólo quería informarle de que la cerveza ha llegado al


aeropuerto JFK. Todavía tenemos que revisarlas, pero estoy
convencido de que todas las botellas han sobrevivido al viaje.
– dijo Gordon con optimismo.

Era imposible no notar su típico acento británico incluso con


el enorme ruido de fondo, una mezcla de los anuncios de la
megafonía, el barullo de voces y otros ruidos típicos de los
aeropuertos.

– Muy bien. – contesté.

– ¿Dónde entregamos la cerveza?

En realidad, me hubiese gustado dar a probar la cerveza en


algunos pubs de Inglaterra antes de ponerla a la venta, pero
Max me había dicho que me presentara en la boda, así que
había improvisado.

– Te mando la dirección. Gracias, Gordon.

– No hay problema.
– Oh, ¿podrías encargarte del registro y de la asignación de
gastos? Estoy liado con otras cosas y aún no he tenido tiempo
de hacerlo.

– Lo haré.

– Gracias. Se puede contar contigo.

Terminé la llamada y envié la dirección del Irish Oak a mi


encargado de producción. Este era el pub más cercano al Hotel
Royal Renaissance, por lo que podía ir andando sin problemas
y respirar el aire nocturno de Nueva York.

Un breve pitido anunció un correo electrónico.

Maldita sea, otra cancelación.

Ahora sólo quedaban dos solicitudes abiertas que aún no me


habían cancelado. Maldita sea, no quería defraudar a mi madre
ni tampoco que me juntaran con la mitad de la alta sociedad
femenina. Necesitaba un puto plan B, pero más urgentemente
necesitaba un pequeño descanso de todo esto. Entre atender
los negocios y las posibles acompañantes, no había podido
descansar desde que llegué al hotel.

Me serví un bourbon Lancester en un vaso ancho de cristal.


Normalmente nunca me daba al escocés antes de las diez, pero
situaciones desesperadas exigen medidas desesperadas.

Me senté en el sillón tapizado de cuero auténtico y agité


pensativo el líquido ámbar mientras aspiraba su aroma
ahumado y penetrante. El bourbon procedía de la destilería de
mi padre y siempre llevaba una botella en mis viajes, un poco
de casa para llevar.
Me recosté y cerré los ojos un segundo. Mis incansables ganas
de marcha se estaban vengando ahora. Me costaba pensar y lo
de la acompañante parecía no tener solución.

No podía presentarme en un evento tan exclusivo con una


simple prostituta, haría un daño irreparable a la reputación de
mi familia. Tampoco podía faltar al evento ya que mi madre,
llena de orgullo materno, había dicho a todo el mundo que me
presentaría con mi novia y si no acudía le rompería el corazón.

El sonido de mi teléfono móvil me sorprendió tanto que una


sacudida recorrió mi cuerpo y derramé la mitad del bourbon
sobre mis pantalones.

¡Mierda!

Maldiciendo, dejé el vaso mojado sobre la mesa y contesté la


llamada.

– ¿Dígame?

– ¿Señor Lancester? – preguntó un hombre con acento


español.

– Sí, soy yo.

– Perfecto. Soy Justino Olivera. ¿Tiene tiempo para una breve


reunión? Sé que es muy improvisado, pero sólo voy a estar
hoy en la ciudad y cuando supe que también se encontraba
aquí… – dijo el Sr. Olivera dejando abierta el final de la frase
con un inglés

macarrónico pero fácil de entender.


¿Quién era Justino Olivera? Tuve que pararme un momento y
ordenar mis pensamientos hasta que caí en la cuenta. Era el de
la destilería Olivera.

– Por supuesto, señor Olivera. Me encantaría poder hablar por


fin con usted en persona. – respondí feliz, ya que llevaba
mucho tiempo esperando una llamada de los Olivera.

Me pregunté si podría programar nuestra reunión antes de la


degustación de cerveza, pero un vistazo a mi reloj artesanal me
hizo estremecer.

– ¿Y ya mañana vuelve a Cuba?

– Sí, señor.

Maldita sea.

Nuestros compañeros se habían estado escribiendo o llamando


por teléfono durante semanas y nuestros horarios y zonas
horarias siempre se superponían de forma tan inconveniente
que nunca se había llegado a una reunión.

Tenía grandes planes con la destilería Olivera, pero si


cancelaba la cata me sería imposible aplazar el lanzamiento de
mi cerveza. A menos que…

– Señor Olivera, ¿qué le parecería una reunión informal de


negocios en un lugar sencillo?

– Me parece bien. – contestó el cubano tras un breve y


reflexivo silencio.

– Muy bien, le enviaré la dirección entonces.

– Gracias, hasta luego entonces.


Cuando terminó la llamada, envié la dirección del Irish Oak al
Sr. Olivera y me quité mi traje empapado de bourbon.

Cambié mi traje sastre por unos vaqueros oscuros mucho más


cómodos y una camisa a juego de Versace.

De buen humor, salí del hotel y me dirigí a mi reunión de


negocios. La posibilidad de hacer finalmente negocios con los
Olivera me hizo olvidar mi problema con la acompañante.

Respiré profundamente el aire fresco de la noche que me


llegaba. Incluso después de anochecer en la ciudad, sus
habitantes seguían muy despiertos. Los corredores corrían en
pequeños grupos por Central Park, los mensajeros en bicicleta
aprovechaban la tranquilidad del tráfico y los estudiantes
pasaban a mi lado con actitud festiva. Incluso en mis
numerosos viajes a Europa y Asia, no había encontrado una
ciudad que pudiera reflejar el espíritu de Nueva York.

Me detuve frente al pub y esperé al Sr. Olivera, que bajó de


una limusina negra poco después. Justino Olivera también
llevaba ropa informal, más apropiada para un pub que un traje
a medida. Consideré que era una buena señal cuando mis
posibles socios comerciales valoraban más sus habilidades que
su aspecto exterior.

– Señor Lancester, es un gran placer conocerle por fin en


persona.

– El placer es todo mío. – respondí.

– Este es un lugar realmente inusual para una reunión. – señaló


Olivera mirando a su alrededor.
Aunque Justino Olivera apenas superaba los treinta, tenía la
expresión facial de un viejo y experimentado hombre de
negocios. Debajo de su cara de póquer, sin duda tenía una
expresión dura que pude ver a primera vista.

– Estoy dando a probar mi nueva cerveza aquí ahora mismo,


como último paso antes de que salga al mercado. – le dije
explicando mi poco convencional pero efectiva estrategia.

– Ah, ya veo. Un método interesante, aunque un poco


extravagante para nuestro negocio.

La familia Olivera había sido uno de los mayores productores


de ron de Sudamérica desde los años 60 y no cabía duda de
que la Destilería Olivera también estaría entre los productores
de alcohol más rentables del mundo en los próximos cinco o
diez años.

Podría haber disertado durante horas sobre las razones por las
que mi método poco convencional daba mucha mejor
información sobre la cerveza que los métodos de prueba
estándar, pero lo dejé en una breve frase.

– ¿En qué otro lugar puedo obtener una opinión tan honesta y
auténtica sobre la cerveza que en un bar donde a la gente le
gusta beber cerveza?

– Está bien. – asintió Olivera pensativo.

Después de un breve apretón de manos, entramos en el interior


del concurrido pub. El ambiente bullicioso y la música alegre
se extendía por el local.
Ambos tomamos asiento en un pequeño reservado para mi
reunión. Desde allí tenía una buena vista de la barra y de los
invitados, bastantes de los cuales tenían una botella de mi
cerveza en sus manos o en la mesa. A juzgar por el contenido
de la botella, a la mayoría de los invitados les gustaba. Buena
señal. En el escenario había un gran cartel que anunciaba un
concurso de karaoke que estaba a punto de comenzar.

Una camarera muy simpática nos tomó nota.

– Dos Lancester Light por favor.

– Lo siento, señor. Pero hoy sólo pueden probarla ciertas


personas y no podemos hacer excepciones. – dijo haciendo
desaparecer su amplia sonrisa.

Esas personas en concreto eran hoy mujeres, así que sólo tenía
que observar a la mitad de los clientes y mañana mi equipo de
Lancester Light documentará las reacciones en los hombres.

– Estoy seguro de que harás una excepción conmigo. Soy


Connor Lancester, el dueño. – le dije guiñandole el ojo con
complicidad.

La camarera alternaba la vista de su cuaderno y yo y luego


volvió a sonreír.

– ¡Ahora mismo!

Miré cómo la camarera desaparecía entre la multitud y luego


volví mi atención al empresario que tenía enfrente.

– Entonces, Sr. Olivera, ¿qué es exactamente lo que le


interesa?
– La destilería Olivera busca financiación para expandirse.

Mientras Justino Olivera entraba en detalles, observé a las


mujeres del bar. Una mujer en particular me llamó la atención.
Era joven, desprendía belleza natural y tenía unos preciosos
rizos rubios. Con una tímida sonrisa, charló con una amiga y
con el camarero, negó con la cabeza, pero finalmente cedió y
aceptó una botella de Lancester Light.

Sonreí. El camarero debía estar tomándose muy en serio lo de


repartir cerveza gratis. La amiga de la rubia desapareció por un
momento entre la multitud y luego reapareció en el escenario,
como presentadora del concurso. Hubo un brindis y decenas
de botellas de cerveza de mi fábrica se elevaron en el aire. Sin
embargo, sólo tenía ojos para la belleza rubia, que seguía
acariciando la condensación a lo largo del cuello de la botella
con sus delgados dedos. La mirada reflexiva de la joven se
dirigió al escenario donde ahora estaban cantando.

Cada fibra de mi cuerpo quería acercarse a ella, apartarle un


rizo rubio de la cara y preguntarle cómo se llamaba y por qué
no bebía ni una gota de cerveza.

¿Cómo te llamas, preciosa?

Se suponía que debía seguir escuchando a Olivera, pero mi


cerebro se apagó cuando se llevó la botella de cerveza a sus
carnosos labios. Me había desconectado por completo de
Olivera, sólo estábamos ella, yo y todas las cosas que quería
hacerle.

“Bella”, gruñó mi bestia interior.


Traté de prestar atención a cada reacción de la belleza
desconocida. Tras el primer sorbo miró sorprendida la etiqueta
de la botella de cerveza, luego dio otro sorbo y sonrió tan
adorablemente que me contagió.

– ¿Qué opina, señor Lancester? – preguntó Olivera.

Para ser sincero, no tenía ni idea sobre qué quería mi opinión


el empresario.

– Soy optimista. – respondí con seguridad.

Una respuesta estándar que se utilizaba a menudo pero que


rara vez tenía un significado real.

– Opino igual.

Qué suerte.

– ¡Salud! – dijo Olivera cogiendo la botella de cerveza que


tenía delante para brindar

Mientras yo dejaba mi botella, el cubano daba un gran trago.

– No sé mucho de cerveza, pero sabe bien. – dijo Olivera.

– Gracias.

Dejé que mi mirada vagara sobre los invitados, que hablaban


animadamente, cantaban o incluso bailaban. Eso era
exactamente lo que estaba tratando de conseguir con mi
cerveza y parecía que mi cerveza encajaba perfectamente en la
escena.

Podría haber captado también su estado de ánimo, pero el


brillo de Bella me atrapó. Se contoneaba al ritmo de la música,
pero hacía lo posible por no destacar entre la multitud. ¿Por
qué? Aunque Bella trataba de ocultar su belleza y suprimir su
brillo, yo había visto lo que había debajo de la superficie. Mi
bestia atravesaría su superficie sin problemas.

Maldita sea, mi mente vagó en una dirección que no me


gustaba porque me gustaba demasiado.

Ahora no. Hoy no.

– ¿No vas a probar la cerveza? – preguntó Olivera con voz


sospechosa.

– No, no bebo alcohol. – respondí secamente sin poder apartar


los ojos de la Bella.

Justino Olivera se rió a carcajadas, pensando que era una


broma, así que sonreí brevemente antes de explicarme.

– Sé que es un poco inusual que un hombre que creció en una


dinastía de productores de alcohol y se gana la vida con ello
no beba alcohol.

– Sí, señor. Pero entonces, ¿cómo decide qué producto llega al


mercado?

– Con una degustación clásica. Que no me guste


especialmente el sabor del alcohol no significa que no disfrute
de su olor. Tengo un sentido del olfato muy fiable.

– Ya veo.

Había una sospecha y una duda en su voz que Olivera no pudo


disimular con una sonrisa, pero ya estaba acostumbrado a eso.

– ¿Qué tal una pequeña demostración?


– De acuerdo. Vaya a la barra y pida algo, ya sea cerveza o
bourbon. Lo principal es que la bebida esté en un vaso que
pueda girar.

Había crecido con el bourbon y, con los años, mi interés por


los otros procesos del alcohol también creció. Siempre había
acertado en todas las demostraciones e indudablemente lo
haría también ahora.

Olivera asintió, se levantó y se abrió paso entre la multitud


hasta la barra. Estaba al lado de la Bella. Darme cuenta de que
sería una acompañante perfecta me golpeó como una bofetada.
No sólo me atraía por fuera como la luz a una polilla, sino que
su sonrisa me decía que su carácter también me gustaría.
Quizás era un poco tímida para mi gusto, pero eso no era un
obstáculo para mí, sino más bien un reto.

Me froté las sienes con un suspiro e inmediatamente descarté


mi plan. Ligar con mujeres en los bares no era lo mío, de
alguna manera era demasiado raro y no muy elegante.

Aun así, seguí observando a la Bella, y cada vez que sus labios
carnosos se posaban sobre el borde de la botella de cerveza, mi
bestia interior gruñía con fuerza.

Olivera volvió. La parte superior de su cuerpo bloqueaba mi


visión de Bella. Frente a mí había un gran vaso de líquido
oscuro.

– Salud, salud, Señor Lancester.

Cuando Justino Olivera volvió a sentarse frente a mí, Bella


había desaparecido.
Maldita sea. No creía en las almas gemelas, pero ¿y si acababa
de perder a mi alma gemela? Examiné a los asistentes a la
fiesta buscando su adorable rostro, sus rizos dorados y su
brillante sonrisa, pero fue en vano. Había desaparecido.

Señor, ¿qué me estaba pasando? ¿Estás echando de menos a


una desconocida? Eso no era propio de mí, Connor Lancester,
heredero de la dinastía Lancester y eterno soltero.

Mi subconsciente quería convencerme de que, de todas


formas, era demasiado tímida para mí. La bella no resistiría a
mi bestia ni un solo segundo.

Suspirando, levanté el vaso hacia arriba, miré el alcohol, que


parecía ámbar líquido, y luego lo olí. Picante y ahumado.
Ligeramente ácido con una nota final dulce. Con la primera
respiración filtré casi todos los matices hasta que sonreí
victorioso.

¿Realmente pensaba Olivera que no reconocería mi propio


alcohol? Sin duda había una mezcla de Lancester Light y un
alcohol más fuerte en el vaso. Ron o bourbon, quizás un licor
oscuro. Olí por segunda vez, esta vez prestando atención a las
notas más pequeñas. ¿Caramelo? Y algo más. Canela.

Pensativo, dejé que mi mirada recorriera la sala y entonces la


vi de nuevo. Era bella. En el último lugar donde me la
esperaba, es decir, en el escenario.

Cantó una canción que incluso los hombres adultos tarareaban,


y el público enloqueció. Su voz era suave y apacible en las
primeras notas, tal como había imaginado que sería ella. Pero
su inseguridad aún dominaba y eclipsaba su radiante belleza.
– Entonces, ¿qué le he puesto delante, señor Lancester?

– Mi propia cerveza.

Inspiré una última vez. Olía dulce y afrutado. ¿Melocotón?


¿Manzana?

Ahora la voz de Bella se hizo más fuerte y poderosa, toda su


postura cambió y de repente había un fuego ardiendo en sus
ojos azul claro como el cristal que normalmente sólo veía en
un lugar, en mi sala de juegos.

Apenas podía concentrarme en el olor del alcohol. Hasta hace


un momento el olor había sido dominante y tan fácil de
reconocer como si fueran colores, pero ahora en mi mente sólo
estaba Bella.

– Mezclada con ron. Creo que de cuatro o cinco años, en esa


época la nota de caramelo era muy popular. – dije.

Olivera asintió con la cabeza, pero siguió en silencio. Había un


tercer líquido, pero lo único en lo que podía pensar era en
cómo sonaría la voz de Bella cuando gemía, gritaba o
suspiraba de placer.

Casi me volvió loco no saber lo que Olivera me había puesto


delante. ¿Otra cerveza? ¿Otro bourbon? ¿Zumo o agua? En
realidad, debería avergonzarme de mi pésima actuación porque
podría hacerlo mejor. Mucho mejor, de hecho.

– El último ingrediente es complicado. – confesé.

– Así es. – sonrió Olivera.


– Un ron dulce. Me recuerda un poco a su Sweet Havana
original. – dije pensativo.

La canción terminó y el público aplaudió. Dejé el vaso por un


momento y me uní a los aplausos antes de volver a centrarme
en mi socio y en nuestra apuesta. Me puse también a escuchar
a medias a la presentadora porque me moría por saber cuál era
el verdadero nombre de Bella. Pero había tanto ruido en el pub
que no podía oír nada.

– No, siento decepcionarle, señor. Se ha acercado, pero no.


Aun así, es todo un logro, ha acertado dos de los tres
ingredientes, yo ni siquiera podría distinguir mis propios
rones.

– Gracias. – refunfuñé con descontento.

Bella bajó del escenario y desapareció entre la multitud. Otra


vez. Inmediatamente mi bestia quiso acecharla, perseguirla y
cazarla, pero yo tenía obligaciones. Si no estuviera tan
interesado en este proceso secreto de la destilería Olivera, hace
tiempo que habría empezado la caza de Bella.

Miré expectante a mi futuro socio comercial.

– Hasta ahora, todo suena bastante bien y estoy dispuesto a


invertir, pero con una condición.

Ahora tenía toda la atención de Olivera. El cubano se inclinó


un poco hacia delante para escuchar mejor.

– Quiero elaborar mil litros de ron utilizando su proceso


secreto.
– Sabe que no puedo hacer eso. No puedo revelar todos
nuestros secretos familiares. – dijo Olivera sonriendo y
negando con la cabeza.

Bella seguía siendo invisible, oculta por las decenas de


clientes que se encontraban alrededor de la barra. Me
preguntaba si todavía estaría allí.

– No, sólo estoy interesado en el proceso en sí. No me interesa


un imperio del ron.

En realidad, sólo quería una cosa en este momento: a Bella.


Quería seguir observándola, luego seducirla y llevarla a mi
habitación de hotel donde ambos pasaríamos mucho, mucho
tiempo.

– No parece de esos, señor Lancester, pero las normas son las


normas.

– Entiendo. – dije pensativo pasando la mano por el borde del


vaso. – Esa es mi única condición, pero es esencial para
nuestro trato.

La presentadora estaba anunciando los ganadores de la noche


y sabía que el tiempo se me acababa. Después de la entrega de
premios, la mayoría de los invitados seguramente
abandonarían el pub. Probablemente incluyendo la belleza
desconocida que perseguía obsesivamente.

– Una lástima. Hablaré con mi padre y con la junta


nuevamente, pero no creo que cambien de opinión a corto
plazo, haría falta una oferta realmente buena.
– Por supuesto, pónganse en contacto con mi gente cuando
tengan una respuesta. Y ahora que hemos terminado con los
negocios, disfrutemos de la noche. – dije dando por terminada
la reunión.

– No se ofenda, pero debería irme. Mañana tengo bastantes


compromisos y mi vuelo de vuelta a Cuba sale muy temprano.

– Muy bien, ha sido un placer conocerle, Sr. Olivera.

– Lo mismo digo, Señor Lancester.

Nos dimos la mano y luego Justino Olivera abandonó el Irish


Oak.

Ahora que podía concentrarme plenamente en Bella, el


acuerdo fallido me pareció menos lamentable de lo que había
sido.

Al igual que los demás invitados, Bella miraba expectante al


escenario. La presentadora lo hizo emocionante, pero cuando
anunció el ganador de la noche, Bella se puso pálida. Qué
linda.

Cuando la ganadora no subió al escenario, el presentador


animó al público a gritar su nombre. Dana.

Insegura, Bella se mordió el labio, luego se levantó y subió al


escenario. Bella -Dana- estaba radiante de sorpresa y alegría,
pero ser tan celebrada por la multitud le parecía incómodo. Me
habría encantado cogerla en brazos de forma protectora y
arrastrarla a mi sala más privada para protegerla de sus
miedos.
Después de que Dana fuera aclamada, hubo una gran y
confusa multitud y casi la mitad de los asistentes abandonaron
el local de golpe.

Dana hablaba con la presentadora mientras sostenía el vaso


con las dos manos, pasando el pulgar por el borde del vaso
como hacía siempre que pensaba. La multitud se arremolinaba
cada vez más en la salida y me recordó a un elefante pasando
por el ojal de una aguja. Entonces, en un instante, perdí de
vista la belleza que me había vuelto loco -y me había costado
una apuesta- durante toda la noche.

Me levanté para poder ver mejor la sala, pero fue inútil. Bella
se había ido y también mi oportunidad de arrojarla a mi bestia.

Suspiré, cogí mi vaso y salí a tomar el aire. Quizá la escasa


esperanza de volver a ver a Dana también me hizo salir. Fuera,
con el aire fresco de la noche, mis pensamientos se calmaron.
La acera estaba desierta, sólo había una pareja caminando por
el lado opuesto de la calle, agarrados del brazo y riéndose.

Qué efecto tan extraño había tenido Dana en mí durante toda


la noche. Ninguna mujer me había inspirado nunca tanta
fascinación, y menos aún tanta confusión.

Busqué una pista de por dónde había desaparecido, incluso


una pequeña pista habría sido suficiente. Algo que me hiciera
pensar que volvería a ver a Dana, pero no pasó nada. Ni una
maldita señal que compensara el sentimiento de derrota.

Me quedé pensando en la mezcla de alcohol que se movía de


un lado a otro en el vaso, y luego volví a acercarme la copa a
la nariz. Ahora había descifrado el peso de los matices, casi
como si la solución estuviera en el líquido. Los olores eran
ahora tan fáciles de reconocer para mí como el abecedario.

Dos tercios de Lancester Light, un tercio de Spicey Dream of


Havana y una pizca de Blizzard Boiled Bourbon.

Sonreí, porque mis habilidades no me habían traicionado, sólo


había perdido brevemente la concentración. Cuando mi
teléfono vibró, dejé el vaso en el alféizar de la ventana, justo al
lado del trofeo del primer premio del concurso, que tomé en
mis manos, riendo.

Una señal.

Volví a poner el trofeo en el alféizar de la ventana para leer


mis mensajes. Uno de los mensajes era de mi hermana Max,
queriendo confirmar una vez más que habíamos quedado
mañana. También hubo negativas a ambas solicitudes de la
agencia de acompañantes, lo que tomé como otra señal más.

Con una sonrisa de satisfacción, volví a guardar el teléfono en


el bolsillo y cogí el trofeo.

Mi bestia quería cazar a la Bella, sin duda, pero el resto de mí


buscaba a la Cenicienta, que había perdido su trofeo. ¡Tenía
que encontrarla!
Dana

BOSTEZANDO, CONTINUÉ CON OTRA de las almohadas


de pluma.

– ¿Cansada? – preguntó Rebecca. Me quitó la almohada y la


colocó en la cama grande.

– ¡Muerta de cansancio! – respondí volviendo a bostezar.

Hoy nos han asignado a Beccs y a mí las suites de lujo de la


planta treinta y ocho.

– La culpa es tuya por irte de ruta por la ciudad en mitad de la


noche. – dijo Rebecca con una sonrisa y echándome una
mirada de reproche.

– Qué mala eres, Beccs, sólo quería recuperar mi trofeo.

– Pues no sirvió de mucho, ¿no? – Rebecca se rió con regodeo.


– Ese trofeo valía ocho dólares, si quieres te compro uno
nuevo de plástico después del trabajo.

– No se trata del valor material, sino del valor simbólico.


Nunca he ganado nada, ¡nunca! Ni en las casetas de la feria,
siempre pierdo. – resoplé indignada.

– Dana Swanson, eres la criatura más desafortunada de todo el


planeta.

– Bueno, supongo que tendré que cargar con eso. – respondí


suspirando teatralmente.

– ¿Qué tal fue la reunión? – preguntó Rebecca.

– No preguntes. Si esto sigue así, que sea otra la portavoz.

– ¿Por?

– Porque no quiero seguir dando malas noticias. Se ve que los


argumentos aparentemente lógicos no son suficientes para
anular los planes de Shannon Williams. – dije mordiéndome el
labio con frustración

Realmente lo había intentado, había sido educada y


comprensiva, pero a la subdirectora le daba igual. Alguien
tenía que decirle las cosas, eso estaba claro. Lo que no tenía
tan claro era si yo era esa persona. He de reconocer que tenía
demasiado miedo de decir algo que no debía, por lo que a
menudo acababa no diciendo nada. El hecho de que mi futuro
estuviera en manos de la Guardiana del limbo tampoco
ayudaba, ya que ella podía decidir el curso de mi carrera. Me
gustara o no, el éxito o el fracaso de mi plan de siete años
dependía de Shannon Williams.

– No sé si quiero saber con qué ha salido ahora… – se quejó


Rebecca murmurando.

– Quiere poner buscapersonas en todas las habitaciones a


partir del piso treinta.
– Espera, ¿qué?

– Sí, lo que oyes. Cada camarera recibirá un buscapersonas


específico para cada habitación para hacer de chica de los
recados con cosas que los huéspedes ya pueden pedir
directamente a recepción.

– Increíble. Así que nos van a llamar para un montón de cosas


de las que ni siquiera somos responsables.

–Exactamente.

Enfadada, Beccs metió las almohadas bajo las mantas sin dejar
de sacudir la cabeza. Como estaba golpeando literalmente las
almohadas de plumas, me costó mucho volver a ahuecarlas.
Tras volver a colocar los improvisados sacos de boxeo en su
sitio, fui al carrito de la limpieza y cogí el plumero de plumas
de avestruz. Poco a poco, el enfado de Rebecca se había
disipado lo suficiente como para que le contara cómo había
transcurrido la conversación.

– También le dije eso, que tampoco podemos hacer nuestro


verdadero trabajo si teníamos que salir corriendo cada dos por
tres, pero no dio su brazo a torcer.

– Me da rabia que tengamos que cargar con la culpa de los


errores de otros.

Y a mí, Beccs, y a mí.

Rebecca recogió todas las sábanas y fundas y las sacó fuera


mientras yo limpiaba cuidadosamente el polvo de los marcos
de las puertas.
Desde la enorme sala de estar se oía el ruido de la aspiradora,
que se movía enérgicamente de un lado a otro, señal
inequívoca de que Beccs seguía enfadada. La pobre aspiradora
nunca le había hecho ningún daño, pero Beccs siempre pagaba
su mal humor con ella.

Al pasar el paño a los bordes del espejo del tocador, mi mirada


se detuvo en un gran joyero. En su interior había docenas de
pulseras, anillos y pendientes. Dios, había más dinero en esa
caja del tamaño de una caja de zapatos que el que ganaría en
toda mi vida. Me llamó especialmente la atención un par de
pendientes: dos pequeños diamantes engastados en filigrana de
oro. Juraría que mi abuela tenía exactamente los mismos.

Sólo un vistazo muy, muy rápido.

Con cuidado saqué los pendientes y los miré con más de cerca.
Sí, mi Abuela también tenía unos pendientes así. Mis abuelos
regentaban una pequeña y hermosa pensión en Nueva Orleans
donde mis padres y yo solíamos ir todas las vacaciones.
Maravillosos pero lejanos recuerdos flotaban en mi cabeza.

Por desgracia, la pensión ya no existía; quedó destruida hace


años, como miles de otras casas, tras una devastadora
tormenta. Mis abuelos no pudieron hacer frente a las pérdidas,
por lo que mis padres se mudaron a Nueva Orleans para
ayudarles mientras que yo me quedé en Nueva York para
empezar mis estudios.

Perdida en mis pensamientos, hice girar los pequeños


pendientes con las puntas de mis dedos. Luego mis manos
actuaron como si tuvieran vida propia y de repente los
pendientes estaban en los lóbulos de mis orejas.

Cielos, me parecía a la abuela en sus años de juventud, que


sólo conocía por fotos antiguas. Los mismos ojos azules, la
misma barbilla estrecha. Sólo que mi pelo rubio rizado estaba
trenzado en lugar de suelto.

Ya, ¡basta de soñar despierta!

Con cuidado, me quité el pendiente izquierdo y lo volví a


poner en la caja.

– ¡Daaanaaa!

Salté asustada antes de sacar la radio del bolsillo.

– ¿Sí?

– ¡La suite del ático de la planta cuarenta y nueve ha quedado


vacía! Hay que limpiarla inmediatamente.

Fruncí el ceño y miré a Beccs, que seguía desahogando su


frustración con la aspiradora porque ni ella ni yo estábamos a
cargo de la suite presidencial, sino de la planta treinta y ocho,
con la que ya estábamos muy ocupadas. Sin embargo, no
podía volver a contradecir a mi jefa, una vez al día era el
límite máximo de nuestra relación. No tenía más opción
porque lo que ella decía iba a misa.

– Por supuesto, Sra. Williams.

– ¡Inmediatamente!

Que sí, que lo he entendido. Puse los ojos en blanco.

– Voy para allí. – repetí, poniendo de nuevo los ojos en blanco.


Entré directamente en el salón y me puse delante de Beccs,
que entendió la señal y apagó la aspiradora.

–Beccs, ¿te apañas tú sola aquí? Tengo que ir arriba.

– Claro. Ve, ve… antes de que a alguien se le ocurra contratar


negreros, o mejor aún, collares eléctricos con radiocontrol.

Me reí.

– No lo digas muy alto. Probablemente nos veamos en la


habitación de al lado o en la siguiente, no tengo ni idea.

– ¡Nos vemos la semana que viene! – siguió bromeando


Rebecca.

Sin desviarme para no perder ni un valioso segundo, me dirigí


al último piso, que no estaba tan frecuentado como las otras
suites. Lógico, ¿quién se iba a gastar veinte mil dólares en una
sola noche de hotel?

¡Veinte mil dólares!

Vale, de acuerdo, la suite constaba de dos plantas, tenía más de


ochocientos metros cuadrados y diez habitaciones, piscina
privada, su propio cine, dos ascensores independientes hasta la
recepción y hasta el aparcamiento subterráneo y una vinoteca
privada, pero ¿realmente una persona necesitaba tanto lujo?

Tardé un poco tanto en el ascensor como en la puerta de la


habitación. Mi tarjeta de acceso por sí sola no era suficiente
para abrir la puerta, ya que las zonas de entrada y los
ascensores privados estaban vigilados por cámaras para
garantizar la total privacidad. Sólo podían abrirlas un servicio
de seguridad distinto, que por supuesto también se habían
comprometido a mantener la discreción. Medidas de seguridad
caras para una clientela cara.

La suite estaba vacía. Me puse manos a la obra o al menos esa


era mi intención. Aparte de la cama con dosel del dormitorio
principal, el huésped no parecía haber hecho uso de nada más.
Ni del cine ni del bar. Nada. Me sentí aliviada al ver que el
cliente no había celebrado una fiesta salvaje durante la noche,
pero la imagen de la cama con dosel me hizo suspirar.

En realidad, las camas eran la razón por la que las camareras


de piso trabajaban en equipos de dos, pero los edredones
cubiertos de seda no estaban en el suelo, lo cual era bueno
porque significaba que el huésped no quería sábanas nuevas
porque unas pequeñas arrugas y pliegues no le molestaban.

Estaba concentrada en la ropa de cama cuando me fijé en una


tela plateada tirada en el suelo del vestidor abierto. Para que
no se me olvidara ordenarlo, lo recogí enseguida. La tela era
suave y flexible, ¡este precioso vestido debe haber costado el
sueldo de una semana! Las lentejuelas bordadas a mano
alrededor de la parte superior del vestido brillaban con la luz
del día. La espalda del vestido era escotada, mientras que la
tela alrededor del pecho y la cintura era ajustada.

Hay que reconocer que envidiaba a la mujer que podía llevar


este elegante vestido. Me pregunto si se sentía como una
princesa con él. Seguramente no, de lo contrario no lo habría
tirado al suelo y lo habría dejado allí.

Soñando, sostuve el vestido frente a mi cuerpo e imaginé que


era esa envidiable mujer dueña del vestido. Me imaginé siendo
invitada por un apuesto príncipe a un baile de cuento de hadas
donde habría sido, sin duda, la mujer más feliz de la noche.

Volví a colgar el vestido en una percha con todo el cuidado


que merecía. Al hacerlo me di cuenta de que, por lo demás, el
vestidor estaba lleno de trajes a medida, elegantes y caros.
Quienquiera que fuera el dueño de estos trajes tenía los
hombros anchos y una bonita figura.

Prácticamente me obligué a salir del vestidor para hacer la


cama porque no podía evitar entregarme a mi ensoñación
mientras estiraba las sábanas y alisaba cuidadosamente con la
mano cada arruga.

Aunque tenía mucha tarea con estirando las sábanas, el vestido


no me dejaba ir. Era casi como si el vestido me estuviera
llamando más y más fuerte hasta que gritó.

¡No, de ninguna manera!

Una y otra vez escuchaba la voz de Beccs en mi cabeza,


hablando de problemas, despidos y otros castigos. Sabía que
mi mejor amiga y mi voz interior tenían razón, pero seguía
sopesando las opciones mientras me metía un puñado de
gominolas en la boca a la vez. No podía pensar con claridad
con el estómago vacío.

Valoré los hechos. La suite estaba desierta desde hacía unos


diez minutos, así que lo más probable es que el huésped
tardara bastante en volver. Además, la suite me había sido
asignada, por lo que no había nadie de la casa que pudiera ver
lo que tardaba. ¿Debería arriesgarme, siempre y cuando la
obsesión de mi jefa por la vigilancia no llegara al punto de que
hubiera videovigilancia en los dormitorios? ¿Cámaras secretas
en lomos de libros o en las plantas de interior? ¿Micrófonos de
escucha en la alarma de incendios? En cualquier caso,
tampoco me extrañaría que esos planes estuvieran ya en el
cajón de la subdirectora. La privacidad y la dignidad eran
conceptos desconocidos para mi jefa, al igual que la confianza
en sus propios empleados.

Miré mi reloj y observé con satisfacción que había limpiado la


suite en menos de siete minutos. Teníamos veinticinco minutos
asignados para el último piso, que también se ajustaban al alza
según la situación. Tardaría otros diez minutos con la segunda
planta, así que me quedaban al menos ocho minutos en los que
nadie me echaría de menos.

Cielos, me picaba el gusanillo como nunca. Ese vestido


brillante era demasiado mágico para ignorarlo.

Venga, una vez más, sólo una vez más. ¡Sólo un segundo!

Volví al vestidor, al vestido más bonito que había tenido -o


tendría- en mis manos. Me entregué a mis ensoñaciones de
príncipes y cuentos de hadas mientras me miraba en el espejo.

Sin pensarlo, me quité mi uniforme y me puse el vestido


plateado hasta el suelo. Difícil de creer, pero estaba hecho para
mí, ¡me quedaba perfecto! Parecía una auténtica señora,
elegante y con estilo, la espalda escotada añadía atractivo sin
parecer vulgar. Quien haya hecho el vestido sabía exactamente
lo que estaba haciendo.

Una y otra vez me giré frente al gran espejo y miré el vestido


desde diferentes ángulos. Cada uno de ellos halagaba mi
esbelta figura y mis curvas femeninas.

Me sobresalté cuando la puerta principal se abrió y luego se


cerró de nuevo. Dios.

¡Por favor, que sea Rebecca!


Connor

PING.

Con el típico sonido, el ascensor anunció que había llegado a


la planta baja. Me acerqué con decisión al mostrador de
recepción y me atendió una empleada cuyo rostro aún no
conocía. Tenía más o menos la edad de mi madre y llevaba el
pelo castaño canoso recogido en un moño apretado. En
conjunto, la mujer parecía la estricta institutriz de un internado
femenino.

– Buenos días, Sr. Lancester.

Se había corrido la voz rápidamente sobre quién era yo, a estas


alturas estoy seguro de que todo el personal me conocía.

– Buenos días, ¿hay algún paquete para mí?

– Sí señor, un momento por favor. – se excusó saliendo de la


recepción.

¡Qué bien! Me había olvidado de los recuerdos de Londres


para mi hermana en el avión porque estaba enfrascado en mis
conversaciones de negocios. Me apoyé en el mostrador de la
recepción, pero al meter la mano en el bolsillo del pantalón,
estaba vacío.

Maldita sea. Había olvidado mi móvil en la habitación, pero


cuando sentí la Gameboy en el bolsillo de mi chaqueta, tuve
que sonreír brevemente. Nunca me había olvidado mi
Gameboy en ningún sitio, pero siempre me dejaba el teléfono
por ahí.

Lo malo era que estaba esperando la llamada de uno de los


agentes que había puesto a buscar a Bella. Todavía no había
aparecido ningún artículo en los periódicos que me dijera algo
más sobre la identidad de la fascinante belleza.

Sabía exactamente tres cosas sobre ella. Su nombre -Dana-,


que me estaba volviendo loco y, en tercer lugar, que no
descansaría hasta encontrar a la Bella.

La recepcionista volvió y me entregó una pequeña bolsa


morada.

– Aquí tiene, Sr. Lancester.

– Genial. – le agradecí mirando dentro de la bolsa que


contenía una caja de bombones hechos a mano, una botella de
mi cerveza casera y una bola de nieve con el Big Ben dentro.

Suspirando, volví a la planta superior y me detuve en seco


cuando vi el carrito de la limpieza en la entrada de mi suite.

Las criadas del Hotel Royal Renaissance eran realmente


rápidas. Oí ruidos suaves procedentes del dormitorio,
aparentemente la camarera seguía aquí.
– No te molesto, sólo olvidé algo. – dije en voz alta mientras
atravesaba la suite.

– No hay problema. – respondió la camarera en voz baja.


Tenía la sensación de haber oído su voz antes pero después de
haber conocido a docenas de criadas y otro personal por el
hotel, no le di importancia.

Ya en el dormitorio principal, saqué mi móvil del cajón


superior de la mesilla de noche. Desde el vestidor se
escuchaban fuertes suspiros.

– ¿Va todo bien? – pregunté.

– Sí. Sí, todo bien.

Esa voz me resultaba familiar…

De todos modos, no importaba cuánto pánico había en la voz


de la chica, lo cierto es que no sonaba a que todo estuviera
bien. Preocupado, abrí la puerta que estaba entreabierta. Lo
que vi casi me dejó sin palabras.

¿Estoy soñando?

Delante de mí estaba Bella, intentando desesperadamente


quitarse el vestido plateado para la boda. Sin éxito. Me miró
con sus grandes ojos azules mientras yo no podía evitar
mirarla. No sé por qué llevaba puesto el vestido, pero le
quedaba como un guante y acentuaba perfectamente sus
curvas femeninas.

Me preguntaba si Bella sabía que estaba en la boca del lobo en


ese momento.
– ¿Qué estás haciendo? – le pregunté.

– Estoy limpiando la habitación. – contestó Dana con


inseguridad mientras el color de sus mejillas aumentaba.

– Este conjunto es un poco excesivo para limpiar, incluso para


el Royal Renaissance Hotel, ¿no crees?

– Ay Dios, perdón, no pude resistirme. Lo siento mucho.

Di un paso hacia la belleza que había estado en mi mente


desde ayer.

– Ese vestido te queda muy bien.

Ella no contestó nada, sino que se mordió los labios. Me


preguntaba qué pensamientos habría detrás de esa cara bonita.
¿Qué más escondía bajo su bella superficie? ¿Un interior
profundo?

Sus ojos azules brillaban y me recordaban el brillo del mar al


amanecer. Parecía tan inocente, tan tímida, tan vulnerable.
Como un cervatillo.

Inevitablemente, la chica desencadenó en mí un instinto de


protección y, al mismo tiempo, todo lo contrario: mi instinto
de caza. Di otro paso hacia ella.

– ¿No vas a agradecerme el cumplido?

No le quité los ojos de encima, porque quería ver cada


pequeña emoción en su rostro.

– Gracias, señor. – dijo con una voz apenas audible.

Debía haber muchas cosas pasando por su cabeza en ese


momento. No podía negar que me había gustado bastante. Me
encantaba cuando provocaba pensamientos acelerados. Me
encantaba aún más cuando ponía nerviosas a las mujeres.

Cuando Dana me miró con sus grandes e inocentes ojos, me di


cuenta de que le sacaba una cabeza. Su pecho subía y bajaba a
cada segundo.

Aspiré su aroma. Olía como un dulce día de primavera. Dios,


me encantaba lo inocente que parecía, incluso olía a dulce
inocencia. Dana no se movió, la tenía atrapada con mi mirada.

– Entonces, Dana, ¿qué hacemos ahora? –

– Por favor, señor… – dijo Dana con quebrada.

Casi me desmayo ante su voz entrecortada y asustada. Incluso


sin estar desnuda de rodillas frente a mí, Dana tenía una
actitud tan sumisa que me hubiera encantado ponerla sobre
mis rodillas en ese mismo momento. Porque sí, porque podía.

¿Pero era la persona adecuada para eso? Dana parecía tan


delicada, tan frágil, pero en el escenario había demostrado que
también tenía fuerza. Y también había un poco de locura en
ella, de lo contrario nunca se habría atrevido a ponerse ese
vestido.

Pero si realmente cabía la posibilidad de que se convirtiera en


mi esclava, tenía que explorar sus límites con cuidado. Dana
ciertamente parecía no conocer sus propios límites.

Sacudí todos los pensamientos lejos de mí. ¿De dónde había


sacado la idea de que a esta chica le gustarían las cosas que
quería hacerle? Sólo porque la había encontrado no significaba
que fuera a tener conmigo.
¡Sí! Los hombres como yo sabían lo que necesitaban las chicas
como Dana. Además, sabía que sería la acompañante perfecta
para esa noche porque su carisma natural era más fuerte que la
inseguridad con la que luchaba.

Me hubiera encantado verla así durante horas, pero ya no tenía


tiempo, ya llegaba tarde a mi reunión.

– ¿Qué voy a hacer contigo, eh? – pregunté de nuevo.

– Por favor, no se lo diga a mi jefa, haré lo que sea, ¡lo que


sea!

Oh, Dana, me lo estás poniendo demasiado fácil.

La curiosidad de Dana había resuelto mis dos mayores


problemas de un plumazo: encontrarla a ella y el de la
acompañante para la boda.

– ¿Te gusta el vestido?

La pregunta pareció sorprenderle.

– Sí. Es el vestido más bonito que he visto nunca. – respondió


vacilante.

– ¿Qué piensas, Dana? – dije pronunciando su nombre


deliberadamente y con lentitud, sacándolo con fruición. – Yo
considero esta situación como nuestro pequeño secreto y tú
consideras el vestido como un regalo mío.

Dana suspiró aliviada, pero cuando se dio cuenta de que tenía


más cosas que decir, contuvo la respiración.

– Pero a cambio, tienes que acompañarme a un pequeño


evento esta noche.
Se mordió el labio inferior, pensativa.

Dios, no faltaba mucho para que perdiera los estribos si seguía


mordiéndose el labio inferior de forma tan seductora.

– Señor, no puedo aceptarlo.

– ¿Por qué no?

– Está prohibido, señor.

Dios, si Dana se seguía dirigiendo a mí como Señor, me la


follaría ahí mismo. Mi mirada inquisitiva fue suficiente para
que Dana diera una explicación.

– Está totalmente prohibido que con los huéspedes del hotel …

– ¿Follen?

Dana asintió tímidamente con la cabeza.

– Yo lo habría dicho de otra manera, pero sí.

Maldita sea, tenía que haber una verdadera fuerza de la


naturaleza escondida bajo esa tímida superficie, estaba seguro.
Dana era un diamante en bruto que necesitaba ser pulido para
sacar a relucir su belleza interior, pero bajo mi experimentada
dirección la refinaría, la ennoblecería y perfeccionaría.

De acuerdo, definitivamente necesitaba una esclava de nuevo,


en las últimas semanas y meses mi trabajo me había ocupado
tanto que no tenía tiempo para nada más. La noche con ella
decidiría, no sólo si Dana quería seguir ese camino conmigo,
sino también si podía seguirlo.

– En ese caso, no hay ningún problema. La fiesta es al aire


libre y vamos como invitados. Además, no estarás pensando
en seducirme, ¿verdad?

Las mejillas de Dana se sonrojaron. Negó con la cabeza y tuve


que sonreír.

– ¿De verdad no le va a contar a nadie lo que acaba de pasar


aquí?

Negando con la cabeza, coloqué un mechón suelto detrás de la


oreja de Dana. No había duda de las chispas que saltaban entre
nosotros.

– No, será nuestro secreto. Fue un error, y los errores ocurren.

– ¡Gracias, nunca lo olvidaré! – suspiró aliviada.

– Entonces, ¿trato hecho? ¿Me acompañarás esta noche?

– Pero no tengo ningún zapato adecuado. – dijo mirando sus


zapatos negros sin adornos, un modelo de lo más feo que
llevaban todas las camareras del hotel.

– Me encargaré de eso, no te preocupes. – le tranquilicé.

– Hmm.

Dana no podía admitirlo todavía, pero hacía tiempo que había


decidido animar un poco esta aburrida y formal fiesta. Calculé
que Dana irrumpiría en uno o dos minutos como máximo.

Genial. Así que, después de todo, había encontrado a una


mujer para que me acompañara a la boda esta noche, e incluso
a primera vista sabía que esta mujer tenía potencial para más.
Más de lo que estaba dispuesto a admitir.

– Y tengo que trabajar hasta las seis, – añadió Dana


rápidamente.
– ¿Tanto tiempo? Son ahora… las nueve. – dije mirando mi
reloj de oro.

– Sí, esto es una pesadilla durante la Semana de la Moda. –


dijo Dana sonriendo y apartándose de la cara el mechón rizado
y rebelde que había intentado domar todo el tiempo.

Ahora Dana ya parecía mucho menos tímida que antes.

– Eso suena horrible.

Yo también era adicto al trabajo, pero la mayor parte del


trabajo se hacía en mi cabeza. El cuerpo de Dana, en cambio,
tenía que estar molido cuando terminara la Semana de la
Moda, y de una manera que a nadie le gustaría.

– Es mi trabajo. – respondió amablemente.

Buena respuesta.

– Entonces, ¿tenemos un trato?

– No estoy segura. No creo que sea una buena acompañante.

– Eso lo decidiré yo.

Mi mirada se volvió más seria y mis ojos se oscurecieron con


mi mirada sombría. Le di una pequeña muestra de lo que podía
esperar.

– De acuerdo. ¿A qué hora tengo que estar aquí?

Buena chica.

– Justo después de que termine tu turno. Cuanto antes, mejor.

– Muy bien. Y a cambio, no le dirá a nadie lo que pasó aquí. –


dijo Dana casi en tono de mando para asegurarse de cuál era el
trato.

Sonreí sin mostrar los dientes porque ella estaba muy


susceptible con los detalles del contrato.

– Por supuesto, soy un hombre de palabra.

Dana me tendió la mano. Su delicada mano parecía diminuta


en la mía.

– ¿Trato hecho? – preguntó con una mirada expectante.

– Trato hecho. – respondí.

Entonces se hizo el silencio, pero no un silencio incómodo.


Me pareció más bien un silencio reflexivo. Tímidamente,
Dana se rascó la nuca y bajó la mirada. Un pendiente de
diamante de muchos quilates brillaba en su oreja derecha.

– Bonito pendiente, ¿dónde está el otro?

– ¿Qué? – preguntó Dana mientras dirigía sus manos a las


orejas y todo el color desaparecía de su rostro.

– ¡Oh no, el pendiente! Disculpa, tengo que irme – dijo Dana


alterada.

Intentó salir por la puerta, pero le bloqueé el paso, así que se


chocó contra mí con todas sus fuerzas. Su delicado cuerpo
vaciló al encontrarse con mis enormes músculos, pero yo pude
atrapar su liviano cuerpo. Nuestros ojos se encontraron, los
ojos de Dana eran tan profundos como el océano. El tiempo se
detuvo por un breve momento hasta que Dana se aclaró la
garganta.

– Gracias.
Le ayudé a levantarse, ella arregló sus mechones rubios y
luego se metió entre el marco de la puerta y yo.

– ¿No te olvidas de algo?

Dana pensó por un momento, luego se miró a sí misma y se


tocó las sienes.

– Ay, Dios. No sé dónde tengo la cabeza.

Sí, obviamente no lo sabía; seguramente el pendiente perdido


significaba mucho para ella. Dana pasó su esbelto cuerpo
delante de mí por segunda vez.

– Necesito cambiarme.

Por supuesto que entendí la indirecta, pero la ignoré. Su


cuerpo era hermoso e indiscutiblemente impecable. No había
nada que Dana tuviera que ocultar y nada de lo que
avergonzarse.

Si algún día fuera mi chica, eso sería lo primero que haría para
quitarle esa mala costumbre. La Bestia haría que la Bella
reconociera su propia belleza.

– Adelante. – dije estirando el brazo hacia su uniforme


tentadoramente.

– Sola, por favor. – contestó Dana mordiéndose los labios.

– Vale. Pero sólo porque lo pediste muy amablemente.

Lo decía en serio, se podía llegar muy lejos conmigo con una


buena petición. Al salir de la habitación recordé que aún tenía
el trofeo de Dana.

– Una cosa más, querida.


Volví al dormitorio y lo saqué del cajón, después de todo
Cenicienta necesitaba recuperar su zapato de cristal perdido, al
igual que mi princesa de hielo necesitaba recuperar su trofeo.

Dana me observó atentamente. Cuando tuve su trofeo en mis


manos, sus ojos se volvieron enormes.

– ¡Ese es mi trofeo!

– Así es, y te lo mereces.

Las mejillas de Dana se pusieron rojas y miró al suelo


avergonzada.

– Ay, no. ¿Me escuchó ayer?

– Sí.

Me divirtió que a Dana avergonzara más que la escucharan


que la sorprendieran con el vestido de otra persona.

– Me temo que no puedo llevarme el trofeo ahora. – suspiró


Dana.

– Entonces lo dejaremos aquí y puedes llevártelo luego. – le


ofrecí.

– Gracias, señor.

Para no perder la noción del tiempo, miré el reloj. Las nueve y


cuarto. Ahora tenía que salir corriendo para ver a mi hermana.

– Nos vemos esta noche. – me despedí.

Mientras caminaba, miré a Dana por última vez y salí de la


suite.
Sorprendentemente, había matado dos pájaros de un tiro. En
primer lugar, había encontrado a Bella más rápido de lo que
esperaba y, en segundo lugar, ahora tenía una acompañante
para la noche y podría seguir guardando las apariencias ante
mi familia.

Y tal vez tendría una nueva esclava.


Dana

¡QUE NO CUNDA EL pánico! ¡Respira! ¡Tranquila!

Era más fácil decirlo que hacerlo, pero me obligué a mantener


la calma. Todo parecía tan surrealista, todo esto no podía estar
pasando. Hoy todo había sido una cadena de terribles
coincidencias y estupideces. Era como si yo fuera la
protagonista de una pésima comedia de la vida, con el destino
como director.

¿Cómo pude haber olvidado quitarme el otro pendiente?

Shannon Williams me había llamado por radio en el momento


en que acababa de ponerme los pendientes y ante esa voz
estridente mi cerebro se quedó en blanco. Instinto de
autoconservación.

Y lo que es peor, el pendiente olvidado no era más que una


gota en el océano teniendo en cuenta lo que me acababa de
pasar.

Me había puesto un vestido de un huésped. Mal. Peor aún, me


habían pillado haciéndolo y de repente tenía una cita con un
tipo multimillonario que, además, era escandalosamente
guapo.

Dios, mis piernas volvieron a temblar al pensar en esos ojos


marrones oscuros mirándome. Sombríos y deseosos. ¿Cómo
podía tan sólo una sola mirada suya tener tanto poder sobre
mí?

Tenía la energía de un lobo, peligroso e impredecible, pero al


mismo tiempo parecía seguro y tenía todo bajo control. No
podía creer lo tranquilo que estaba. En el fondo tenía que
admitir que me había gustado. Y ni siquiera se había
presentado. ¡Dios mío, adoraba a un hombre al que ni siquiera
conocía!

Me preguntaba qué habría detrás de ese rostro perfecto y


atractivo. Me hubiera gustado leer sus pensamientos en ese
momento, pero tal vez sus pensamientos hubieran acabado
conmigo.

¡Maldita inseguridad!

Mi corazón se aceleró al pensar en él susurrando mi nombre,


tan salvaje y desafiante. Un fuerte contraste con su sonrisa
descarada cuando me había restregado mi trofeo por la cara.
Todavía no podía creer que me hubiera escuchado en el pub.
Dios.

¡Hoy es el peor día de mi vida!

Traté de calmarme con respiraciones profundas. En el vestidor


sólo pude fijarme en el multimillonario, en su mirada profunda
y sus anchos hombros. Sus ojos oscuros me habían catapultado
completamente fuera del aquí y el ahora.

¡Cielos, esa mirada! ¡Esa confianza en sí mismo!

Solo los hombres que sabían lo que querían tenían ese tipo de
confianza en sí mismos y yo era lo suficientemente inteligente
como para saber que ése era el tipo de hombre más peligroso
que había. Esos hombres tomaban lo que querían, porque
podían. Y ahora iba a salir con un hombre así. Realmente
debía tener cuidado, porque no importaba lo cuidadosa que
fueras, ni con cuántas cadenas, cerrojos y candados de
seguridad te protegieras, ellos abrían una cerradura tras otra
con determinación, encanto y una sonrisa. Eso no podía pasar
en mi cita de esta noche.

Si hubiera dejado ese maldito vestido en paz, nada de esto


habría pasado. Bueno, casi todo. El problema del pendiente
todavía estaba ahí, y en realidad ese era mi mayor problema.
En el peor de los casos, me uniría a la larga lista de criadas que
habían sido despedidas por la Sra. Williams por diversas
razones, a menudo injustas. Pero si en mi despido aparecía la
palabra “robo”, todo se acabaría, porque eso significaba que
nunca volvería a encontrar otro trabajo. Y entonces, mi sueño
de tener mi propio hotelito se vería finalmente truncado y ni
siquiera el mejor plan de siete años del mundo hubiese servido
para nada.

Me puse en marcha de inmediato. Había una pequeña


posibilidad de que la clienta aún no hubiera regresado a la
habitación y pudiera devolver el pendiente.
Como si no hubiera pasado nada. Pan comido.

O no. Beccs ya estaba en el siguiente piso y la clienta entró de


nuevo en la habitación, lo que me hizo suspirar
profundamente.

Esto no me podía estar pasando a mí.

Me sentí como la víctima de un gran drama cósmico. Pero hoy


era como si tuviera un imán para los líos. Tal vez el destino
estaba tumbado en el sofá con sus amigos comiendo palomitas
esperando ansiosamente a que metiera la pata de nuevo.

¿Y ahora qué? No podía entrar en la habitación y gritar: “¡Ta


chán, aquí está el pendiente!”. No, no podía hacer eso,
necesitaba una excusa para poder volver a la habitación.
Pensativa, recorrí el largo pasillo y me detuve frente a los
ascensores. Había una pequeña mesa auxiliar que los separaba
y, sobre ella, un jarrón con rosas. Bingo.

Cogí el jarrón de la mesa y volví a la habitación. Juré cientos


de veces que nunca jamás volvería a tocar ni una joya que
estuviera en las habitaciones. Nunca más, ¡y desde luego
tampoco la ropa! El día de hoy me había superado. También
juré no volver a salir con huéspedes, por muy sexys o
encantadores que fueran.

Con el corazón a mil, llamé a la puerta de la habitación.

– Servicio de habitaciones.

– Adelante. – contestó una voz severa que pertenecía a una


señora mayor.
Abrí la puerta con mi tarjeta llave, mientras hacía equilibrios
con el jarrón con la otra mano.

– Le traigo unas flores, cortesía de la casa.

– Qué detalle.

Su voz era fría y sin emoción, y su expresión aún menos


animada. La mujer parecía la típica institutriz estricta de un
lúgubre hospicio. Por lo menos tenía el mismo aspecto.
Llevaba el pelo bien recogido, sus cejas eran dos trazos finos y
angulosos, y sus labios estaban apretados. La rigidez facial
añadida por el Botox reforzaba este estereotipo.

– Estoy segura de que las flores quedarán de maravilla en la


cómoda del dormitorio. – dije poniéndome en marcha de
inmediato.

– No, déjalas aquí en la mesa. Gracias.

Genial. ¿Y ahora? Inmediatamente me vino a la cabeza la


primera y más importante regla de Shannon Williams: En esta
casa, el invitado siempre tiene razón, por muy equivocado que
esté.

– Como desee. – dije apretando los dientes,

Mi cerebro era un caos. Busqué desesperadamente la manera


de colarme en el dormitorio, pero no se me ocurría nada. Mis
pensamientos se aceleraron, se desbordaron y no dejaron más
que el vacío. Bueno, no del todo. Los gatitos de un vídeo que
Beccs me había enseñado esta mañana seguían en mi cabeza,
pero por desgracia esos gatitos tan monos no me iban a ayudar
ahora. ¡Concentración!
Hasta que, finalmente, se me ocurrió una idea que me salvaría.
No era ni creativa ni especialmente buena, pero era mejor que
nada.

– ¿Le importa si echo un vistazo rápido al baño en suite?

– ¿Por qué? – contestó la señora mientras parecía que


intentaba levantar una ceja.

– Ha habido un problema con las cañerías en el piso superior y


he de asegurarme de que las habitaciones de alrededor no se
vean afectadas.

Contuve la respiración, porque era la peor mentirosa del


mundo. La punta de mi nariz tembló y mis mejillas se
enrojecieron en cuanto mentí. ¿Qué puedo decir? Simplemente
no me gustaba la mentira, cosa que no me parece censurable.

– Si eso es así, adelante.

Sí, una buena y vieja rotura de tubería de agua siempre


funcionaba.

– Gracias.

Me relajé y corrí literalmente al dormitorio para poner el


pendiente de mi bolsillo lateral con su compañero. Luego, el
siguiente susto, al abrir el joyero no había ni rastro de él.

No podía ser cierto.

¿Y dónde diablos estaba el otro pendiente? ¿Había una cámara


oculta? ¿O una terapia de choque de Beccs? Suspiré con
fuerza. ¿No lo había puesto en su sitio? No podía recordarlo al
cien por cien.
– ¿Va todo bien? – gritó la clienta desde el salón.

– Sí, todo bien.

¡No, no iba bien!

Entre lágrimas guardé el pendiente. Sin duda se iba a notar


más si había solo un pendiente que si faltaban los dos. Nadie
se daría cuenta entre tantas toneladas de joyas, siempre y
cuando volviera a encontrar los dos pendientes. ¡Ojalá!

Y si se diera cuenta… ¡no! No podía ni quería pensar en eso


todavía, no todo estaba perdido aún, el compañero no podía
estar muy lejos.

Recorrí el suelo alrededor de la mesa con ojos de águila hasta


la sala de estar, sólo tenía que volver sobre mis pasos. Tal vez
el pendiente se había enganchado en mi vestido y se había
caído de camino a la suite de la planta cuarenta y nueve.

–¿Hay algo más que pueda hacer por usted? – pregunté


mientras escudriñaba discretamente el suelo de la habitación.

– No, no lo creo.

– Bien. Si necesita cualquier cosa, llámeme, estaré encantada


de ayudarle. – dije con una sonrisa azucarada. – Espero que
disfrute de la Semana de la Moda.

– Muy amable, gracias.

En realidad, esperaba averiguar con esa breve conversación


hasta cuándo se iba a quedar en el hotel, pero el diálogo había
sido tan cortante que fue imposible. Al menos había bastantes
posibilidades de que la señora se quedara hasta el final de la
Semana de la Moda. Si no, me habría corregido, ¿no? Ahora
mi única posibilidad era comprobarlo en el sistema de forma
discreta, pero primero me puse a rastrear el suelo y lentamente
volví por donde había venido. Metro a metro, peiné las
alfombras persas y los suelos de mármol. Mi mirada iba de
izquierda a derecha y viceversa, como si estuviera viendo un
partido de tenis.

La búsqueda se me complicó en algunas de las alfombras más


claras, un diamante en una alfombra clara era como una aguja
en un pajar, casi invisible a simple vista.

Estaba tan concentrada en escudriñar el suelo que me olvidé


de todo lo que me rodeaba, hasta que casi me choqué con la
subdirectora.

Sí, es oficial: el universo me odia.

–¡Dana! No puedes pasearte por los pasillos aquí perdida en


tus pensamientos y esperar que los clientes te esquiven.

– Sí, lo sé, ¡lo siento! No volverá a ocurrir.

– Espero que no. ¿Qué estás haciendo aquí en cualquier caso?


– preguntó Shannon Williams con una mirada crítica.

– Una clienta ha perdido un pendiente y lo estoy buscando.

Intenté decir la verdad; quizás podía mentir a un huésped, pero


mi jefa, con la que había trabajado tantos años, era más difícil
de engañar.

– Bueno…– dijo buscando las palabras adecuadas – Sigue con


eso, pero ¡cuidado con los clientes! Me tengo que ir, una de las
sirvientas quiere irse antes porque dice que se encuentra mal.
No me lo puedo creer. Vacaciones durante la Semana de la
Moda. Algunas personas tienen cada cosa. Tal vez debería
recortar la paga extra de Navidad por este tipo de cosas.

Shannon Williams pasó corriendo junto a mí en dirección a los


ascensores. Si no hablaba con Beccs ahora mismo, iba a
estallar. Tal vez mi mejor amiga podría sacarme de este lío.

Tenía que encontrar ese pendiente, literalmente toda mi carrera


dependía de ese pendiente.

Por favor, por favor, por favor.


Connor

AL IGUAL QUE AYER, la limusina aparcó justo delante de la


entrada del Hotel Royal Renaissance. John, el chófer, primero
abrió cortésmente la puerta del copiloto para dejar salir a
Maxine y luego salí yo del coche.

Inmediatamente llegó un botones y, junto con el chófer, vació


el contenido del maletero. Había aprovechado el encuentro con
mi hermana no sólo para hablar con ella del último viaje y de
negocios, sino también para ir de compras. Tres pares de
hermosos zapatos de tacón en cuatro tamaños diferentes cada
uno, así como colorete, polvos y sombra de ojos por valor de
más de cuatro mil dólares. También ropa interior, perfumes y
cremas perfumadas. Todo lo que una mujer necesitaba para ir
de invitada a una boda, según Maxine.

Por supuesto que me gustaba rodearme de mujeres guapas,


pero no tenía ni idea de la cantidad de capas de maquillaje que
había en el rostro de una mujer de aspecto natural. Mi mente
volvió a Dana, que era simplemente preciosa sin una tonelada
de maquillaje. Sin duda, Dana poseía el tipo de belleza natural
que algunas mujeres intentaban de conseguir tras horas frente
al espejo.

Cuando entramos en el vestíbulo, dejé que mi hermana fuera la


primera y dos botones cogieron todas las bolsas para llevarlas
a mi suite.

– Qué elegante, qué elegante. – dijo Maxine, girando sobre sí


misma.

Al hacerlo, su veraniego vestido blanco se levantó un poco.

– Un poco demasiado grande, ¿no?

– Bueno, ¿qué esperabas del hotel más caro de la ciudad?

– Yo qué sé. – dijo Max encogiéndose de hombros.

Su mirada analizó el vestíbulo con todo detalle. Deformación


profesional que diría Max. No importaba dónde estuviera, en
su mente estaba moviendo muebles, colocando diferentes
jarrones, cambiando suelos o colgando otros cuadros y
lámparas. ¿Por qué lo sabía? Porque Max hacía que todo el
mundo se enterase, siempre sin excepción, pero yo seguía
queriendo a mi hermana.

– Tal vez un poco más de color, más oro y tal vez otros tonos
cálidos. Todo ese mármol blanco con los muebles de cuero
negro y las rosas por todas partes hace que parezca la sala del
trono de la reina de corazones.

Tuve que reírme. Ahora que Maxine había sacado el tema en


voz alta, me acordé de Alicia en el País de las Maravillas.
– Puedo organizarte una charla con el director si quieres. De
todos modos, quería hablar conmigo. – sugerí.

– Claro, en este momento estoy que no doy abasto, pero


siempre estoy abierta a este tipo de proyectos,

– ¿Y dónde está tu amada? – preguntó mi curiosa hermana


cambiando bruscamente de tema.

– Buena pregunta. Supongo que debe de estar por aquí.

– Ya veo.

Tranquilo, sabiendo que mi acompañante de esa noche estaba


realmente aquí en alguna parte, me metí las manos en los
bolsillos y miré a mi hermana con seriedad.

– Así que no crees que una hermosa mujer me vaya a


acompañar hoy a la boda.

– Así es. – sonrió Maxine con descaro. – Porque eres Connor


Lancester, no puedes durar diez minutos en el mismo lugar y
mucho menos con la misma gente. Además, todas tus
anteriores novias no aparecieron por segunda vez.

Sí, así es como se me podría describir en pocas palabras.

– ¿Entonces para qué compré todas esas cosas?

– Para tener una coartada, y luego, de repente, que se ponga


enferma, o ser médica y tener que volver a su organización
benéfica en África. ¿Sabes? no me extrañaría que un día
dijeras que tu novia es Batman y que le necesitaban en
Gotham.

Puse una segunda sonrisa ganadora.


– Pues créeme, no apareceré solo esta noche sino con una
chica muy especial. – dije con una sonrisa ganadora.

– ¿Le vas a pagar para que haga eso?

La mirada de Maxine era seria, pero sus ojos brillaban con


picardía.

– No, no le voy a pagar por ello, ¿quién te crees que soy? –


pregunté inocentemente.

– Alguien que haría cualquier cosa para evitar las tácticas


casamenteras de mamá.

– Te refieres más bien a los desastres casamenteros.

– Sí, o algo así. Quizá deberías hacer caso a la intuición de


mamá y ver a quién te presenta. – dijo encogiéndose de
hombros y apoyando la cabeza en su hombro.

– Lo mismo digo. – respondí aún más triunfante.

Porque la conversación de hoy con mi madre me había


demostrado que su condición de protegida se estaba
desmoronando.

Mirando el reloj, refunfuñé suavemente ya que esperaba a


Dana en mi suite en veinte minutos.

– Tengo que irme, mi acompañante llegará pronto a mi suite,


¿te gustaría subir a tomar algo?

– De acuerdo, parece todo muy creíble, Connor, pero sigo sin


creerte. De todas formas, no puedo, todavía tengo que
vestirme.

– Entonces te veré en la boda, hermanita.


– Lo mismo digo, hermanito. Por cierto, mamá y papá se
mueren por saber a quién vas a traer.

– Muy bien, te veo allí entonces.

– Ah, y gracias de nuevo por la bola de nieve, me encanta.

Sonriendo, abracé a mi hermana y le di un beso fraternal en la


frente.

– Sólo lo mejor para mi hermanita.

A Maxine le encantaban las bolas de nieve y se había


convertido en una tradición para mí llevarle una bola de nieve
de cada país y ciudad importante que visitaba. Tenía pánico a
volar, por lo que rara vez salía del país.

– Hasta luego. – sonrió Maxine y se dirigió hacia la salida.

A mitad de camino, se detuvo y se giró por última vez.

– ¿Cómo se llama tu acompañante? – preguntó

– Dana. – respondí sin dudar.

Maxine se mordió los labios.

– Hmm, ¿a que va a ser verdad que vas acompañado?

Le guiñé un ojo a mi hermana.

– Y tú mejor que te traigas a alguien.

De lo contrario, mamá se encargaría de ello.

– Vamos, ni de broma. – se rió Max.

Ya en mi suite, llevé las bolsas de las compras al dormitorio y


coloqué las cremas, el maquillaje y el perfume frente al gran
tocador con espejo. Nunca me había interesado cómo se
maquillaba una mujer, pero con Dana sentí que tenía que
observarla.

Me dejé caer en el amplio sillón de cuero, saqué mi Gameboy


del bolsillo lateral y la encendí. A mi lado había una copa de
Cabernet Sauvignon de Musica, cuyo aroma afrutado y dulce
fue mi primera creación vinícola. No muchos sabían el
significado del juego de palabras porque había dedicado este
vino a la melodía del Tetris que me acompañó toda la vida: la
música A.

Antes de que el primer bloque superara la última fila, se oyó


un suave golpe en la puerta. Literalmente salté del sillón para
abrirle la puerta a Dana antes de que pudiera usar su tarjeta
llave para hacerlo. Sólo porque me estaba dando una tregua de
las mujeres solteras, seguro que llamaba mi atención.

– Me alegro de que estés aquí, te agradezco que seas tan


puntual, Dana.

– Gracias.

Dana me sonrió tímidamente y le abrí la puerta.

– Ha sido un día duro, ¿eh?

– Y tanto. – asintió ella

– ¿Has encontrado el otro pendiente?

– No. – suspiró Dana con fuerza. – Pero lo haré.

Sonrió su derrota con valentía y luego sus ojos se posaron en


el vestido que estaba tendido sobre mi cama. Su expresión de
pena dio paso al entusiasmo. Dios, apenas podía apartar los
ojos de Dana a pesar de que todavía llevaba ese horrible
uniforme, ¿qué efecto tendría en mí una vez que llevara un
vestido digno de ella?

– Nunca pensé que me pondría un vestido así.

– Ya lo has hecho. – me burlé de ella, aunque sabía lo que


quería decir.

Dana me devolvió la sonrisa y luego su rostro volvió a ponerse


serio.

– No estoy seguro de cómo… llamarte.

– Sólo Connor, eres mi acompañante esta noche, no necesitas


llamarme señor.

En la cama sí.

– Bien, sólo Connor, iré a prepararme entonces.

Sus ojos azules brillaron con fuerza. Ya había perdido parte de


su timidez y esperaba que el resto desapareciera también.

– Todavía tenemos algo de tiempo, puedes ducharte tranquila


si quieres.

– ¿De verdad?

– De verdad. ¿Cuándo fue la última vez que te diste una ducha


caliente relajante?

– ¡Pues hace mucho!

Sus ojos se agrandaron y se iluminaron.

– Adelante, el baño está libre.


Señalé el cuarto de baño abierto y enseguida desapareció. Sólo
unos segundos después pude oír el agua correr y me volví a
sentar en el sillón.

Mis dedos agarraron mi Gameboy mientras hacía todo lo


posible por controlarme. Cada fibra de mi cuerpo quería
seguirla hasta el baño y hacerle cosas indecibles que podrían
gustarle más de lo que ella admitiría. Pero permanecí sentado.
Dana era diferente, sin duda, su efecto sobre mí era casi
aterrador, pero le aplicaría a ella las mismas reglas que a todas
las demás mujeres a las que les permitía acercarse a mí.

Con Dana tuve la incómoda sensación de que podría ser la


primera en llegarme de verdad en el proceso, pero todo a su
tiempo.

Aunque los pies de Dana aún estaban mojados, volaba


silenciosamente por el suelo como un hada mientras sus
voluminosos rizos rubios rebotaban a cada paso a pesar de la
humedad.

El cansancio se borró de su rostro dejando ver su piel suave y


blanca y sus brillantes ojos azules. Las pequeñas pecas
alrededor de su nariz hacían que su impoluta piel pareciera
más viva. Cuando me vio se detuvo como un ciervo en estado
de shock atrapado por mi mirada.

– No pensé que siguieras aquí. – admitió Dana en voz baja.

Lo sabía.

– Haz como si no estuviera. – le dije mientras admiraba su


cuerpo torneado bien envuelto bajo la toalla.
Señalé el tocador que tenía delante.

– Ah, vale.

Todavía desconcertada, pero asintiendo, se sentó frente al


espejo y echó un vistazo a los mil artículos de maquillaje que
mi hermana había lanzado a la cesta de la compra como una
posesa.

Por supuesto que no quería tentar a la suerte, pero en cierto


modo agradecí que la mirada de Dana recorriera los objetos
con tanta desgana como yo. Además, me encantaba su piel
natural.

Una y otra vez nuestras miradas se cruzaban en el espejo.

– Connor, ¿qué esperas de mí como acompañante? Nunca he


hecho algo así y no quiero avergonzarte.

– En realidad todo lo que tienes que hacer para pasar


desapercibida es sonreír amablemente y beber mucho
champán. Además, estarás allí conmigo, nos dejarán en paz,
estoy seguro.

– ¿Por qué quieres que te dejen solo? ¿No son estos eventos
para beber champán del caro con los amigos?

Me reí.

– En realidad, estas fiestas sólo sirven para hacer nuevos


contactos. En estos eventos rara vez se hacen amigos y yo, o
ya he hecho negocios con la mayoría de los invitados, o no los
haría nunca.

– Bueno, eso suena a compañía de calidad.


– Lo es, créeme, la compañía de alto nivel que tienes en mente
sólo se puede encontrar en Pesadilla en la Cocina.

– Hmm, no sé, me parece que los cuchillos por la espalda son


casi peor que te apunten con un arma.

Respiró profundamente.

– Ay Dios, lo siento, no quería… juzgar.

– Bueno, lo has hecho. – respondí.

No era frecuente que alguien compartiera su opinión sincera


conmigo.

– Pero valoro las opiniones honestas y los puntos de vista


interesantes. No tienes ni idea de las pocas veces que alguien
está en desacuerdo conmigo.

– Sí, me puedo hacer una idea, conozco la otra cara de la


moneda.

Sus ojos permanecían concentrados en su rostro, sus


movimientos parecían decididos, pero de vez en cuando se
tomaba un breve momento para devolverme la mirada en el
espejo.

– Dime, Connor, ¿para qué me necesitas? Si lo único que


quieres es que sonría y no quieres socializar.

Sí, ¿cómo se lo explicaba sin que se lo tomara a mal?

– Te necesito porque si no, mi madre me echará encima a toda


la élite femenina.

Dana sonrió ampliamente.


– No creo que esas mujeres necesiten la intervención de tu
madre con lo atractivo que eres.

Cuando Dana se dio cuenta de que acababa de coquetear


conmigo, su sonrisa cedió y se distrajo pintándose un párpado.
Tanta inocencia metida en ese increíble cuerpo era una mezcla
peligrosa para mí. Mi bestia se frotaba las pezuñas y cuanto
más tiempo pasaba con Dana, más dispuesto estaba a soltar la
cadena.

– Mi madre está desesperada por tener la casa llena de nietos


así que se agarra a cualquier clavo ardiendo.

– Y tú te agarras a cualquier clavo para alejarte de los nietos.

– Sí, se podría decir así.

Los apegos, la permanencia en un lugar y la regularidad no


tenían cabida en mi inconstante estilo de vida.

– Una vida huyendo es sólo media vida. – dijo Dana pensativa.

– Bueno, con todo lo que he pasado es suficiente para cinco


vidas.

– Sigue sin valer nada si no tienes a nadie con quien


compartirlo.

No respondí a eso, sino que pensé largamente en la veracidad


de sus palabras.

Dana, mientras tanto, cogió un cepillo ovalado y se peinó los


rizos húmedos, no precisamente con delicadeza.

– Sólo se pueden quitar bien los nudos con un buen tirón. –


dijo Dana al notar mi mirada crítica.
Mientras Dana recogía su maravilloso cabello, la detuve.

– Para. Deberías llevar el pelo suelto.

Dana asintió y extendió su pelo semiseco de manera uniforme


sobre su espalda y hombros.

– Hecho.

Dana se levantó y aliviado, me di cuenta de que no había


usado ni la mitad de lo que había en la mesa. Dana no había
perdido nada de su belleza natural por el maquillaje; al
contrario, parecía una auténtica dama, como una princesa de
cuentos.

Mi princesa.

Intrigada, se paró frente a la cama en la que estaba el vestido.

– ¿A qué esperas? – pregunté.

– A que me dejes cambiarme.

– Adelante, cámbiate.

Mi mirada era seria y mi énfasis estaba entre una petición y


una orden. Le estaba dando una pequeña muestra de lo que le
esperaba si decidía entregarse a mí.

Las mejillas de Dana se sonrojaron. No dijo nada, pero su


mirada fue clara.

Vale, realmente necesitaba quitarle esa inseguridad si quería


tener algo con ella. Despacio, poco a poco. Pero eso era
demasiado para mi bestia, su timidez sólo la alimentaba. Y
ahora mismo, mi bestia estaba bastante hambrienta. Tendría
que quitarle toda su visión del mundo, tal vez incluso
destruirla y reconstruirla, pero ella tenía que estar realmente
preparada para eso y no lo estaba. Todavía no.

Maldita sea, tuve que hacer acopio de todo el autocontrol que


tenía para no tirarme a Dana en el acto con esos pensamientos.
Mi erección se apretaba dolorosamente contra el pantalón del
traje.

Si hubiera tenido más tiempo, la habría hecho desnudarse


completamente para mí.

Voluntariamente… y llena de excitación.

Pero no teníamos más tiempo. De hecho, ya llegábamos


demasiado tarde pero no había querido privar a Dana de la
ducha de lluvia con chorros de masaje en la pared, que
limpiaba todo el cansancio a alta presión. No es que a nadie en
la boda le importara que llegáramos tarde. Y menos a los
propios novios, que hacía tiempo que se habían ido de luna de
miel.

Me aclaré la garganta y me levanté.

– Deberías vestirte. Todavía queremos ver algo de la


celebración, ¿no?

– Sí, claro.

– Pero la próxima vez veré cómo lo haces.

Mi voz no dejaba lugar a dudas de que lo decía en serio. Dana


no dijo nada, pero el brillo de sus ojos al probar mi dominio
fue delicioso.
Me alejé de ella para que pudiera ponerse el vestido plateado
hasta el suelo.

– Ya estoy.

– ¡Date la vuelta! – le ordené.

No había tenido ocasión de mirarla bien esta mañana, cosa que


ahora me apresuraba a hacer. Era como si el vestido hubiera
sido confeccionado para ella, como si resaltara con estilo sus
perfectas curvas. Junto con los tacones plateados, cuyas tiras
estaban adornadas con hebillas doradas, estaba espectacular.
Definitivamente, Dana sería la mujer más elegante de la
noche, y todos y cada uno de los tíos de la fiesta la echarían el
ojo, sin lugar a duda.

En su mano izquierda llevaba un pequeño bolso negro con


adornos dorados, con el mismo diseño que sus tacones.

Dana no se daba cuenta de lo increíblemente guapa que era, de


lo contrario estoy seguro de que no sería tan reservada e
insegura, pero una vez que convencí a Dana de su belleza, no
hubo forma de detenerla. A ninguno de los dos.

– Buena chica. – la elogié.

Si Dana me dejara, le mostraría su belleza, su fuerza y mucho


más.

Sonriendo, Dana hizo una reverencia y sus ojos se posaron en


la toalla que había en el suelo, que recogió y colocó con
cuidado.

Sacudiendo la cabeza, volvió.


– Lo siento, la costumbre. Es difícil dejar de ser uno mismo.

– Dímelo a mí.

Mi voz era humeante y parecía un gruñido. No sabía muy bien


si era yo o mi bestia la que había contestado, lo que me hizo
comprender su problema.

– ¡Vamos, tenemos que irnos! – dije.

Porque si no nos íbamos ahora, mi bestia se abalanzaría sobre


Dana, eso seguro.
Dana

ABRUMADOR.

Eso fue todo lo que pude decir de este evento, sólo el tamaño
del salón de baile me dejó sin palabras, ¡parecía que podía
caber todo Central Park!

– ¿Me permites este baile? – me preguntó Connor


encantadoramente.

Me tendió el brazo y lo agarré con agradecimiento. Connor era


todo un caballero, aunque no pude evitar fijarme en su aspecto
sombrío. Agarré con más fuerza el pequeño bolso negro que
tenía en la mano como si fuera mi salvavidas. Dentro había un
pañuelo, un paquete de gominolas de miel del bosque y el
compañero del pendiente perdido. ¿Por qué? No lo sabía
realmente, quizás porque no había querido dejar las pruebas de
mi crimen en el hotel.

– Si no te importa que lo diga, eres la mujer más hermosa de la


noche.

– Gracias. – dije sonriendo tímidamente.


¡Increíble! Esta mañana pensaba que el mayor acontecimiento
de la noche sería una tarrina de Ben & Jerry’s y cantar en el
coche compartido y ahora iba a una boda con el soltero más
encantador del mundo cuyo alojamiento costaba más que un
chalet. De alguna manera, sentí que había pasado por alto algo
en la letra pequeña, pero no había letra pequeña, ni contratos
ocultos ni cláusulas. Sólo su oferta, que simplemente no pude
rechazar. El mejor trato de mi vida, lo cual era irónico, porque
rechazarlo me habría costado todo lo que me importaba. Sin
embargo, cuanto más conocía a Connor, más segura estaba de
que habría guardado nuestro secreto a pesar de todo.

Connor me condujo a lo largo de la sala, pasando por docenas


de mesas redondas cubiertas de tela y decoradas con hermosos
ramos de flores. En el borde había un enorme buffet lleno de
macaron, tartas, cremas en tarros y otros dulces. Todo parecía
casi intacto y no había ni una sola persona delante, ¡qué
desperdicio! ¿Era yo la única en esta sala a la que le rugía el
estómago sólo con mirarlo?

– ¿Qué te parece?

– Es simplemente increíble. – me maravillé. – Me temo que


Beccs no creerá nada de esto a menos que haya fotos de
prueba.

– Tienes el vestido, eso debería ser prueba suficiente, ¿no?

– Cierto.

Sentí que mis mejillas se enrojecían.


Pasamos junto a un cuarteto de cuerda que tocaba el Canon en
Re de Pachelbel y la pista de baile se llenó de más y más
parejas.

– Vamos allí. – propuso Connor, y yo asentí.

Con un movimiento fluido, Connor me rozó la mano con


indiferencia, y su calor dejó un cosquilleo en la piel que se fue
extendiendo.

Cielos, era difícil creer lo que un toque tan sutil podía


hacerme. ¿Lo había hecho a propósito o había sido una
coincidencia y Connor ni siquiera conocía el efecto de sus
gestos? No, cuando miré sus profundos ojos marrones percibí
que sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Nos detuvimos frente a una gran ventana curva que daba al


jardín engalanado. Desde aquí también tenía una buena vista
de la enorme sala, en la que debía haber quinientas personas.
Debía haber costado una fortuna organizar todo. Todo estaba
perfectamente dispuesto y decorado con colores vivos y
cálidos. Miles de flores, coronas, jarrones y ramos dejaban en
el aire un delicado aroma veraniego. Sin embargo, la presencia
de los asistentes me producía escalofríos.

– ¿La gente es siempre tan… fría? – pregunté.

La arrogancia y el esnobismo competían entre sí, las mujeres


se enzarzaban en competiciones por tener las joyas más
llamativas, los hombres comparan los caballos de sus coches
deportivos y el crecimiento de sus acciones.
No eran conversaciones que me parecieran propias de una
boda pero que sin embargo escuchaba en todas partes. Pero lo
más desconcertante para mí fue la ausencia de los novios.

– Como he dicho antes, estos eventos son para hacer negocios.


No hay chapoteos divertidos en las piscinas de tiburones.

Connor escupió esa palabra como si fuera bilis amarga y yo


sabía exactamente lo que quería decir. La mayoría de los
invitados me recordaban al Hotel Royal Renaissance.

– Si ignoras esas conversaciones, sigue siendo bonito.


Deberíamos disfrutarlo. – dije dando vueltas como una
bailarina.

Connor no me soltó la mano, al contrario, la retiró con


elegancia y caí en sus fuertes brazos, riendo.

– Tienes razón, especialmente con una acompañante tan


elegante. No me resultará difícil disfrutar de esta noche al
máximo.

Su aroma era cautivador, masculino y picante, de sándalo con


un ligero toque de caramelo. Por un momento me detuve y
disfruté del momento.

¿Quién hubiera pensado que, sobre todo yo, acabaría saliendo


un día con un multimillonario de ensueño? Así es, nadie. Ni
siquiera en mis sueños podría haberlo imaginado. Y para
colmo, Connor no sólo era escandalosamente guapo, sino
también complaciente y agradable, muy distinto a la mayoría
de las personas súper ricas con las que tenía contacto en el
hotel.
– ¿Quieres algo de beber? – preguntó Connor.

– Sí, por favor.

Connor hizo una seña a uno de los muchos camareros que se


acercaban, haciendo equilibrios con las bandejas cargadas con
docenas de copas. Copas de champán de la mejor calidad o
zumo de naranja recién exprimido. Connor cogió dos copas y
me pasó la copa con el champán mientras él eligió el zumo de
naranja.

– Salud.

– Salud.

Con cuidado, como si se tratara de un líquido caliente


hirviendo, lo sorbí. Nunca había bebido champán en mi vida y
menos uno de este precio. Me sorprendió lo afrutado y
espumoso que era, nada que ver con el vino espumoso de la
tienda de la esquina.

– ¿Por qué no bebes champán? – pregunté con curiosidad.

Cuando tienes tu propio chófer no tienes que preocuparte de


los niveles de alcohol en sangre, pero Connor había
mencionado durante el viaje que no bebía alcohol. Nunca. Por
el camino, también había mencionado algunas cosas sobre su
familia para que yo no me sintiera avergonzada más tarde si la
conversación se iba de las manos.

– No me gusta el sabor. – respondió con una sonrisa.

– ¿Y qué pasa con tu propio alcohol?


– ¿Qué pasa con eso? – dijo levantando la ceja izquierda en
una mezcla de reproche y curiosidad que me hizo flaquear.

– Es como si un chef no probara su propia comida o un


compositor no escuchara su obra terminada.

Connor me miró mientras me apartaba un rizo rubio de la cara


con el dorso de la mano. Luego acarició mi mejilla con las
puntas de sus dedos hasta llegar a mi cuello.

– Hay muchos sentidos para disfrutar las cosas.

Su murmullo sonó como una sombría promesa. Y ahí estaba


de nuevo, ese brillo oscuro en sus ojos. Ese deseo fatal al que
apenas podía resistirme.

¡Para! Apenas lo conoces, me insté a tener cuidado. Aparte de


eso, yo sólo era su coartada, algo que estaba muy feliz de
obviar, pero que sin embargo no podía olvidar si quería salir
de esto con el corazón intacto.

Connor se acercó un paso más, con su mirada fija en mí.

– Te sorprendería lo que tus sentidos pueden captar. – dijo


inclinándose hacia mí en un susurro.

Ay, Dios.

El cosquilleo en mi abdomen se extendió por todo mi cuerpo


en una fracción de segundo, seguido de un escalofrío que
recorrió cada nervio, cada célula de mi ser, hasta la punta de
mi cabello.

Pero antes de que pudiera decir nada, Connor dio un paso atrás
y estrechó la mano de un hombre que venía detrás de mí antes
de darle un abrazo fraternal. Tenía más o menos la misma edad
que Connor, llevaba un esmoquin sencillo, pero de aspecto
caro y parecía realmente contento de haberse encontrado a
Connor. A su lado había una joven con un elegante vestido de
satén. El brillo de sus ojos sólo era comparable con las joyas
increíblemente hermosas que llevaba, que sin duda estaban
hechas a mano. Los numerosos e intrincados detalles y
adornos evidenciaban una gran pasión.

– Josh, qué sorpresa. – saludó Connor al hombre. – Y Sam,


estás guapísima.

– Dana, me gustaría presentarte a Josh y Samantha Anderson.


– dijo Connor poniendo su brazo alrededor de mis hombros.

– Hola. Encantada de conoceros.

Sonreí, pero todos los fusibles saltaban en mi cabeza porque


Connor no me los había mencionado. Vaya, no tenía ni idea de
qué decir si me metían en la conversación. ¿Sonreír
amablemente, asentir con la cabeza y esperar a que se quede
en preguntas sobre el tiempo?

Connor pareció percibir mi inseguridad porque mi cuerpo se


puso duro como una tabla. Cada músculo de mi cuerpo se
había tensado tanto que me recordaba a la densidad del
granito. Pero al mismo tiempo, mi espalda agarrotada y mis
músculos de granito se unieron a mis débiles rodillas, al sentir
el brazo de Connor rodeándome la cintura de forma protectora.

– Realmente no esperaba veros a los dos, ¿qué estáis haciendo


aquí? – preguntó Connor.
– Hemos venido para la Semana de la Moda. – respondió Sam
con una sonrisa.

Pude escuchar un leve acento de Europa del Este que me


pareció encantador.

– Pero seguramente no para mirar los últimos zapatos o


sombreros, ¿verdad?

– No. – respondió Josh, cuyo acento también parecía


encantador. – Esta vez también participamos.

Guau.

A mi parecer ninguno de los dos tenía pinta de estar diseñando


para la Semana de la Moda. Parecían demasiado realistas,
amables y sobre todo normales para eso.

– Bueno, ya era hora.

Connor se volvió hacia mí.

– Josh es uno de los joyeros con más talento de toda Europa. –


me explicó.

Entonces las joyas que llevaba Sam eran de Josh, ¡qué


romántico!

Josh asintió agradecido y tomó una copa de champán de un


camarero que pasaba por allí.

– ¿Cómo va la cerveza? – preguntó.

– Genial, realmente genial. Haré que te envíen un barril si


quieres.

– Insisto.
Josh se aclaró brevemente la garganta.

– ¿Has encontrado por fin un diseñador para las botellas? –


preguntó.

Connor negó con la cabeza.

– No, todavía no, pero todavía estamos haciendo algunas


pruebas para la Lancester Light antes de que salga al mercado,
así que, si todavía te interesa, podemos hablarlo.

El nombre de la cerveza me hizo aguzar los oídos, ya que ayer


había bebido una botella de Lancester Light. Fue la primera
cerveza que me gustaba.

– Tal vez. Se me ha caído un gran trabajo para después de la


Semana de la Moda, así que tendría tiempo.

Sam se metió en la conversación.

– Dana, ¿qué te parece si disfrutamos de la fiesta mientras los


hombres hablan de negocios? – dijo tendiéndome la mano.

Lancé una mirada a Connor, que asintió con una sonrisa.

– Me encantaría.

Acepté con gusto la invitación de Sam porque me sentía


incómoda metiéndome en la conversación de negocios de
Connor. Sentía que eran asuntos privados que no me
incumben.

Aun así, me pregunté si habría conocido mejor sobre Connor


si me hubiera quedado. Parecía tan misterioso y reservado,
como si tuviera un secreto que nunca podría ver la luz del día.
Cuanto más tiempo estaba con Connor, más preguntas me
hacía.

Caminando, con Sam tirando eufóricamente de mí por el


pasillo, me volví hacia mi encantador acompañante por última
vez.

– No te preocupes, cariño. Te encontraré de nuevo.

Ojalá.

Sam esquivó la mayor parte de la fiesta con confianza.

– ¿Vemos de cerca los postres? – preguntó Sam, tirando ya de


mí hacia ellos.

–¿Quién puede resistirse a esos cupcakes tentadores? –


respondí.

Sam se inclinó hacia mí.

– Genial. Llevo todo el tiempo queriendo comer algo, pero se


iba a ver feo estar ahí de pie sola. – me susurró

– Bueno, ahora somos dos. – contesté riendo.

Decididas, nos dirigimos a los postres, que parecían


maravillosos incluso desde la distancia. Cuanto más nos
acercábamos, mejor se veía. Todo era perfecto.

– Hmm. Todo parece delicioso. – suspiró Sam.

No sabía ni por dónde empezar con este maravilloso buffet,


porque me hubiera encantado probarlo todo. Primero en el
orden en que se sirvieron y luego otra vez en orden alfabético.

Estaba en el cielo del azúcar.


– Qué bonitas y elegantes son las decoraciones. – dije con
entusiasmo.

– Es raro que alguien siga teniendo pasión por lo que hace. –


respondió Sam, acariciando con orgullo su collar.

Entonces tomamos dos platos y comenzamos nuestro festín de


calorías. Sam optó por un gran trozo de tarta de chocolate con
moras y yo me zampé más macarons de lo que mis caderas
perdonarían.

Pero tenían un sabor tan divino que cada bocado valía la pena.

– ¿Desde cuándo os conocéis? – preguntó Sam, tratando de


animar una charla informal. La pregunta fue tan repentina que
casi me atraganté. Si Sam supiera cuál era la situación real,
probablemente habría optado por hablar del tiempo.

– Nos acabamos de conocer.

– Oh, qué bien, entonces aún todo es nuevo y emocionante,


con mariposas en el estómago.

– Sí, podría decirse que sí. – dije dándole un mordisco a un


macaron de pistacho.

– Recuerdo que cuando conocí a Josh, al principio todo era


tan… negocios y yo era increíblemente tímida y de repente,
¡bam! Sentimientos abrumadores y una atracción que dura
hasta el día de hoy y que se hace más fuerte cada día que pasa.

A Sam se le iluminaron los ojos y se le dibujó una suave


sonrisa en los labios. Envidiaba su relación perfecta.

– Eso suena maravilloso.


– Sí, lo es, pero no creo que la Semana de la Moda le haga
ningún bien.

– ¿Por qué?

– Porque no ha hecho ninguna joya desde hace semanas, sólo


se ha dedicado a papeleos y documentos. La Semana de la
Moda hace que la gente se vuelva loca.

– Dímelo a mí, igual que en el hotel. – suspiré.

En el Hotel Royal Renaissance también se desató el caos en


cuanto se distribuyeron los primeros carteles del evento de
moda.

– ¿Así que trabajas en la industria hotelera? Qué emocionante.

Maldita sea, Sam era buena oyente, y yo ya estaba metiendo la


pata.

– Sí, algo así. – dije lentamente, tratando febrilmente de pensar


en una manera de escabullirme de esa situación. – Así que
Josh hace las joyas él mismo, ¿no?

– Sí, después de redescubrir su pasión, fue difícil sacarlo de su


taller. – dijo Sam sonriendo y tocando inconscientemente su
collar.

Se me había ocurrido una idea.

– Dime, ¿por casualidad Josh también hace pendientes?

– Depende, ¿por qué? – preguntó Sam inclinando la cabeza

Me mordí los labios porque lo que iba a hacer me parecía casi


prohibido, pero era mi única oportunidad de enmendar el
mayor error de mi vida.
– Me da un poco de vergüenza, pero a veces soy bastante
torpe. – dije encogiéndome de hombros y sonriendo con
incomodidad. – En resumen, he perdido un pendiente que
significa mucho para mí. He estado buscando y buscando…
pero no lo encuentro.

En realidad, había querido pedirle ayuda a Beccs, pero tuvo


que salir del hotel a toda prisa porque Emma se había caído en
la escuela. Ni siquiera me di cuenta al principio y cuando
Rebecca me envió un breve mensaje desde el hospital, casi me
da un infarto. Por suerte no había pasado nada malo, nada que
un beso maternal en la frente y una tirita de unicornio arco iris
no pudieran curar.

– Oh, siento mucho lo del pendiente. Josh está bastante


ocupado en este momento, pero estoy seguro de que tendrá
tiempo después de la Semana de la Moda.

– ¡Demasiado tarde! – solté antes de que pudiera contenerme.

Ups.

– ¿Es urgente?

– Sin entrar en los detalles, sí, es súper urgente.

Me avergoncé de mis crípticas declaraciones, pero no podía


permitir que Sam se convirtiera en cómplice de mi robo
involuntario.

– Ya, si me envías una foto del otro pendiente lo meteré en su


agenda de alguna manera. Ahora que lo pienso, probablemente
mañana.

Mi corazón dio un salto de alegría.


– No tengo una foto, pero tengo aquí el otro pendiente.

– Qué feliz coincidencia.

Sí, qué coincidencia. No lo hagas.

Era más bien un recordatorio para no hacer ninguna otra


estupidez. Le entregué a Sam el pendiente, que ella, como una
verdadera experta, miró desde varios ángulos.

– Es una pieza preciosa. Estoy casi segura de que Josh sacará


tiempo para ello pronto, porque el diseño se ajusta
definitivamente a sus preferencias.

Me quité un enorme peso de encima.

– ¡Eso es genial! ¿Cuánto me costará?

¿Mi futuro salario anual? ¿Ocho trabajos extra? ¿Mi alma? Era
difícil de creer, pero ese estúpido pendiente casi me hace
querer vender mi alma al diablo.

– Nada en absoluto. – dijo Sam sonriendo cálidamente.

– No, eso me incomodaría. – respondí con sinceridad.

Prefiero reunir el dinero con docenas de trabajos secundarios


que estafar artículos de lujo a personas inocentes.

– Este pendiente, – dijo Sam poniéndolo delante de mi cara –


es mi única oportunidad de disfrutar de unos momentos
tranquilos con Josh. Ha estado tan ocupado últimamente con la
planificación, los modelos y los encargos especiales de los
otros organizadores que como que nos perdemos, y esto me
hace robarle algo de tiempo. El tiempo con Josh es lo más
preciado para mí, más que cualquier diamante, así que es un
trato justo.

Me quedé sin palabras y envidiosa de su intenso amor.

– De acuerdo, me parece justo. ¿Crees que podría tener el


pendiente para esta semana?

Ese era el tiempo que la dueña del pendiente se alojaría en el


hotel según pude saber.

– Creo que sí. Me llevaré el pendiente y lo cuidaré, ¿te parece


bien?

– Por supuesto. Muchas gracias. Que hagas esto por mí


significa mucho.

Sí, me sentí realmente aliviada, ¡por fin algo iba bien! Ahora
podría disfrutar de la velada y de lo que pudiera suceder.

Detrás de Sam aparecieron Connor y Josh, relajados mientras


paseaban por la fiesta, riéndose después de que Connor soltara
un chiste. Cuando llegaron a nosotros, Connor preguntó con
una sonrisa:

– Bueno, ¿estás disfrutando de la fiesta?

– Sí, mucho. – dije mirando a Sam con complicidad.

No sólo había resuelto mi mayor problema, sino que también


había demostrado que, sin duda, había gente agradable en esas
fiestas.

– ¿Cómo van tus reuniones de trabajo?

– Muy bien. – dijo Connor, sonriendo a Josh, quien a su vez le


devolvió la sonrisa, y luego miró a Sam.
– ¿Sam? ¿Te importa si secuestro a Dana? Me gustaría
presentarla a mis padres.

Tragué saliva.

Respira profundamente. ¡Sólo son sus padres!


Connor

GUIÉ A DANA A través de la fiesta con la esperanza de que


mi madre se contuviera un poco. Con su brillante
personalidad, decía todo lo que le salía del alma y Maxine era
su vivo reflejo. Yo, en cambio, me parecía más a mi padre:
tranquilo, reflexivo, adicto al trabajo. Pero no creía que Dana
fuera a conocerlo hoy, porque mi padre odiaba este tipo de
eventos incluso más que yo.

– No te preocupes, mi familia es muy agradable.

– Seguro que sí. – respondió Dana con entusiasmo.

Sus uñas se clavaron profundamente en mi brazo por la


emoción, pero no dejé que se me notara.

– Las mujeres de mi familia son un poco directas a veces. – le


expliqué. – No te lo tomes como algo personal.

– De acuerdo.

Un camarero pasó junto a nosotros y Dana cogió una copa de


champán mientras caminábamos.
– No puedo creer que esté haciendo esto. – dijo bebiéndose la
copa de un trago para armarse de valor.

Mamá y Maxine estaban al lado de la pista de baile. Las dos


estaban observando a las parejas que bailaban con la misma
mirada crítica. Maxine llevaba un vestido dorado de seda hasta
la rodilla y mi madre llevaba el mismo diseño con un corte
menos atrevido que le llegaba hasta el tobillo.

– Allí están. Simplemente sonríe con amabilidad, asiente con


la cabeza y todo irá bien –dije despreocupadamente.

Dana asintió con la cabeza y luego me mostró una sonrisa


horrenda.

– Qué sonrisa tan adorable.

Dana soltó una risita y la mueca se convirtió en una sonrisa


genuina. Me detuve en seco y le aparté un rizo rubio de la
cara.

– Sé natural.

Mis dedos permanecieron en su mejilla más tiempo del


necesario. La piel de Dana era tan suave, tan cálida, que tenía
que tocarla y no podía apartarme de ella.

Dana me miró con sus enormes ojos azules.

– ¿Y si no les gusto? ¿O si hablo de más? ¿Y si te avergüenzo?


¿Cómo vas a quedar entonces?

Puse un dedo en los labios de Dana haciéndola callar.

– Eres hermosa, encantadora y simpática. Quizá demasiado


tímida para mi gusto, pero créeme: les vas a encantar.
– Eso espero.

Dana se obligó a sonreír, luego respiró profundamente y


asintió.

– Nunca me equivoco con las mujeres.

Me di cuenta de la mirada interrogativa de Dana, pero la


ignoré; ya le respondería a esa pregunta.

Cuando mamá nos vio, casi dejó caer la copa de champán al


suelo de alegría.

– ¡Connor! – me llamó saludando como si estuviéramos en


una estación de tren o en un aeropuerto y no en una boda de
lujo.

El cuerpo de Dana se tensó, pero cuando le acaricié


suavemente su espalda con mi mano derecha, su postura
volvió a relajarse.

– Hola, mamá. Estás muy guapa.

Me separé de Dana para abrazar a mi madre.

– ¡Tienes que venir a verme más a menudo! – me reprendió sin


dejar de abrazarme.

– Lo haré, te lo prometo.

Le di a mi hermana un beso en la frente, como siempre hago.

– Hola, Max.

Con una mirada crítica, Maxine miró a Dana.

– ¿No nos vas a presentar a tu acompañante? – preguntó con


curiosidad.
Puse mi brazo alrededor del hombro de Dana y la empujé un
paso hacia adelante. Había más resistencia en ese delicado
cuerpo de lo que había sospechado, se necesitaba más fuerza
de la que esperaba para mover a Dana.

– ¡No seas tímida! – le dije. – Os presento a Dana. – dije


dirigiéndome a mi familia.

A mamá se le iluminaron los ojos, que ya reflejaban dos


docenas de nietos con rizos angelicales y ojos azules
brillantes.

– ¡Encantada de conocerte! Diana Lancester.

– Encantada de conocerle, Sra. Lancester. – dijo Dana


estrechándole la mano.

– Oh, por favor, llámame Diana. – contestó pidiéndole que le


tuteara.

– ¡Me siento tan vieja aquí! – dijo mi madre inclinándose


hacia delante en un susurro.

– Mamá, eso es sólo porque papá se ha encerrado en el bar con


todos los viejos de verdad. – respondió Maxine.

– Dana, soy Maxine, encantada de conocerte.

Sí, a mi padre no le gustaban los eventos de este tipo, así que


se había encerrado en un bar privado con otros hombres hasta
que la fiesta terminara.

Esperaba que mi familia hablara ahora de las lluvias, de la gala


benéfica o de mi viaje a Londres, pero sabía que tocaba un
duro interrogatorio.
Mi madre miró a Dana de arriba abajo y suspiró reconfortada.

– Ese vestido te queda como un guante, es precioso.

– Gracias, nunca había llevado un vestido tan maravilloso.


Estoy encantada. – respondió

– ¡Es tan adorable! – dijo mi madre dándome una palmada en


el pecho.

– Sí que lo es. – respondí sonriendo con orgullo a Dana.

Era realmente encantadora.

– Debo confesar que había pensado que eras un mito. –


intervino Max.

Dana se rió a carcajadas y luego me miró.

– No, no soy un mito. – le guiñó el ojo Dana.

Aunque podía sentir lo tensa que estaba Dana bajo mi mano,


parecía más confiada por fuera. Era muy buena actriz cuando
hacía falta.

– ¿Y dónde os conocisteis? – preguntó Maxine dando un sorbo


a su champán mientras su mirada seguía posada en Dana.

– En el Hotel Royal Renaissance. – respondió Dana con una


sonrisa.

– ¿Y cómo exactamente? – preguntó Max mirándome a mí


ahora.

– De repente se puso delante de mí con un vestido precioso,


con unos ojos enormes que me miraban y tuve que pedirle
salir.
La expresión crítica de Maxine se suavizó y mi madre nos
miró a mí y a Dana con deleite.

– Oh, qué romántico. – dijo mamá con entusiasmo.

– Plausible. – dijo Maxine – De acuerdo, te creo.

Molesta, Dana frunció el ceño.

– ¿Hay alguna razón para no hacerlo?

– Oh, no. Sólo que Connor no nos ha presentado a nadie en


mucho tiempo. – dijo Max encogiéndose de hombros.

Me aclaré la garganta y mi mano se deslizó desde la espalda de


Dana hasta su cintura. Tenía la forma perfecta, el agarre
perfecto…

– Es difícil encontrar una mujer adecuada para mí.

Hablaba en serio. Aparte del hecho de que viajaba mucho y


que casi no tenía tiempo de conocer a ninguna chica, las
mujeres que encontraba no eran mi tipo. Arrogantes,
enamoradas del lujo, muy poco cerebro, demasiado Botox y
ninguna pasión. Y luego estaban mis deseos que había que
cumplir… deseo que pocas mujeres podían satisfacer. Mi
bestia era exigente y había pocas mujeres que pudieran
apaciguar a mi bestia en traje.

Los ojos de Dana se iluminaron de placer ante mi sincero


cumplido.

Mamá se acercó un paso más.

– Dime, Dana, ¿te gustaría tener hijos algún día?

– ¡Mamá! – suspiré porque nunca se anda con rodeos.


– ¿Qué? Es una pregunta normal entre mujeres. – defendió
Maxine a mamá con una sonrisa.

– ¿Cuánto te ha pagado mamá para que dijeras eso?

– Nada. Pero sabes que soy una buena hija. – dijo Maxine
guiñándome el ojo descaradamente.

Con eso abrió la siguiente ronda de nuestra perpetua guerra de


hermanos.

– Si fueras buena hija ya tendrías descendencia. – repliqué con


calma.

– Touché.

– ¡Shh! – interrumpió mamá, que había puesto su cara de


sensacionalismo. – ¿Entonces, Dana?

– En algún momento sí. Cuando veo lo feliz que es mi mejor


amiga con su hija se me derrite el corazón.

– Sí, es bastante maravilloso. ¿Y sabes qué más sería


realmente maravilloso? Que los dos vinierais a nuestra gala.

Y el premio a la peor transición fue para… ¡redoble de


tambores! Mamá.

Dana se puso pálida.

– ¿Una gala?

– ¡Sí! Todos los años hacemos una pequeña gala benéfica y


recaudamos dinero para una buena causa.

No se puede decir que los eventos de mis padres sean


pequeños. Toda la élite de la Costa Este se reunía una vez al
año en la finca Lancester para superarse unos a otros con sus
pujas para recaudar fondos.

– Tienes que venir. – se burló Maxine.

A veces mi hermana pequeña era una auténtica bruja.

Antes de que pudiera decir nada, Dana respondió.

– Suena genial. Es estupendo que os comprometáis a ayudar a


los demás, pero me temo que… me va a ser imposible, tengo
la agenda llena las próximas semanas.

En su rostro se podía ver auténtico arrepentimiento.

Quise decir algo, pero me contuve. Al fin y al cabo, ni siquiera


sabía cómo sería la mañana siguiente, ¡y mucho menos el mes
siguiente, que es cuando se celebraba la gala!

Por supuesto que sentía que había algo entre Dana y yo, una
tierna atracción y un claro deseo. Y luego había momentos en
los que esa sensación volvía a desaparecer, desplazada por la
inseguridad de Dana.

Probablemente era mejor no precipitarse y esperar. No podía


obligar a Dana a dar el primer paso, pero tenía que hacerlo, era
la única manera de asegurarme de que lo había decidido
libremente.

– Es una auténtica lástima. – dijo mamá con tono de pesar.

– Sí, yo también lo creo. – le guiñé un ojo. – Ya veremos,


quizás pueda.

– Sí, tal vez. – respondió Dana tímidamente.


– Me encantaría. No es fácil encontrar buena compañía por
aquí. – dijo Maxine.

Primero brindó por Dana y luego por mí.

Sonreí. No es que le dé ningún valor a la bendición de mi


hermana, pero era obvio que a Maxine le gustaba Dana y eso
me gustaba. Al igual que a nuestra madre, que no tenía pelos
en la lengua y decía lo que pensaba sin importar las reacciones
que pudiera provocar.

Maxine miró a su alrededor.

– Tengo que hablar con el organizador, ¡estos ramos son


maravillosos!

– Mi hermana es una de las mejores diseñadoras de interiores


del mundo. También organiza las fiestas de mis padres.

– Y otros eventos. Pero también casas particulares y hoteles. –


añadió Maxine con orgullo.

– Qué bien. Creo que es bonito poder perseguir tu pasión.

La mirada de Dana se volvió soñadora y me pregunté qué


hacía latir su corazón.

– Bueno, ¿qué te parecen estos ramos, Dana?

Tenía más que curiosidad por la respuesta de Dana porque


cuando Maxine hacía preguntas de ese tipo sólo quería
avergonzar a la persona y ponerla en apuros.

– Creo que son preciosos, pero para una gala me decantaría


por flores menos rosas, más amarillas y moradas. Y manteles
blancos como la nieve. El blanco roto les quita mucho color a
las flores.

Maxine estaba obviamente impresionada por la respuesta de


Dana. Asintió con la cabeza y miró pensativa las mesas
decoradas.

– Sí, tienes razón. Los manteles blanco puro quedarían mucho


mejor. ¿Trabajas en el sector?

Dana estaba visiblemente avergonzada.

– No, pero mi mejor amiga sí y habla mucho de sus trabajos.

– Tu amiga sabe lo que se hace. – dijo Max guiñando un ojo.

Me metí en la conversación.

– Ahora, si nos disculpan… Me gustaría pedirle a Dana que se


uniera a la pista de baile.

– Claro, adelante. – dijo Max – Vamos, mamá, dijimos que


íbamos a ver los jardines. Fue un placer conocerte, Dana. Me
encantaría volver a verte.

– ¡Oh, sí, un placer! – respondió mamá mientras se alejaba.

– Yo también me alegro de haberos conocido. –dijo Dana tras


ellas y luego respiró hondo.

La conversación había ido mejor de lo que esperaba. Mucho


mejor. Por un momento incluso había sentido que Dana había
sido algo más que una simple acompañante.

Sin embargo, tuve que recordarme a mí mismo que Dana no


era realmente nada más. Teníamos un trato que acabaría con la
fiesta.
A medianoche mi Cenicienta desaparecerá en la noche ….

Pero el hecho de que aún no fuera mi novia no significaba que


no pudiera llegar a serlo, ¿no?

– Entonces, ¿puedo sacarte a bailar?

Dana dudó.

– No sé bailar.

– No es necesario que sepas, basta con que el hombre sepa. Yo


te guiaré.

– Suena tentador, pero…

No había terminado. Ahí estaba de nuevo, la inseguridad de


Dana.

Si alguna vez tuviera el placer de que Dana se pusiera de


rodillas frente a mí, sin duda mi bestia le quitaría toda la
inseguridad. Dana se interponía en su propio camino y se
estaba frenando. En mi opinión no tenía sentido que se
quedara quieta.

Cuando escuché mi nombre, suspiré suavemente.

– ¿Connor? Qué sorpresa verte por aquí.

Incluso antes de ver a Deborah Landry, la había olido. Llevaba


usando el mismo perfume desde que la conocí hace quince
años en un almuerzo organizado para los inversores de la
empresa Lancester.

– Deborah, qué alegría verte.

Saludé a mi vieja amiga con un abrazo.


Deborah llevaba el pelo rubio platino hasta la barbilla y
alrededor del cuello llevaba un pesado collar de oro adornado
con esmeraldas que combinaba perfectamente con su vestido
verde de escote pronunciado. Como siempre, Deborah había
dado mucha importancia a su aspecto.

– ¿Puedo presentarle a mi acompañante, Dana?

Primero señalé a Dana, luego a Deborah.

– Dana, esta es Deborah Landry, una vieja amiga.

– Encantada de conocerte. – dijo Dana, tendiéndole la mano,


aunque Deborah la ignoró.

– Sí, yo también, querida. Entonces, Connor, ¿qué tal por


Inglaterra?

– Genial. La nueva cerveza va a ser muy buena. Todavía se


están haciendo pruebas, pero saldrá al mercado en dos o tres
meses.

– Fascinante. – dijo Deborah monótonamente. – Deberías


darme un tour por la cervecería alguna vez. O incluso mejor,
por los viñedos de Italia. Sicilia debe ser preciosa en esta
época del año.

– Por supuesto, si alguna vez se presenta la oportunidad.

– Seguro que se presentará. – sonrió Deborah.

– ¿Y cómo está tu primo? He oído que tuvo una caída en el


derby.

– ¡Sí, terrible! Pero creo que ya está mejor. No tenemos mucho


contacto. – dijo Deborah dando un sorbo a su copa de
champán y revisando sus uñas pintadas de color beige. – En
cualquier caso, me ha encantado verte por aquí. Ha pasado
demasiado tiempo.

Asentí con la cabeza. En realidad, me había topado con


Deborah en todas las fiestas importantes, lo cual no era
sorprendente ya que nuestros padres solían tener muchos
proyectos juntos. Por no hablar de que este círculo no es tan
grande como se puede llegar a pensar.

Dana observó el proceso en silencio y luego me agarró la


mano.

– Me apetece bailar ahora. – me dijo.

Con toda su fuerza, tiró de mí hacia la pista de baile, pero con


un aspecto tan grácil y delicado como el de una verdadera
dama.

– Lo siento, Deborah. Pero no se le niega un deseo a una


señorita. – dije encogiéndome de hombros. – Te veré más
tarde.

Enfadada, Deborah miró en dirección a Dana.

– Estoy segura de que sí. –, respondió ella con dulzura.

La pequeña orquesta interpretó una alegre versión del vals más


famoso de Johann Strauss: El Danubio azul. Una mala canción
para una bailarina principiante. Pero Dana se dejó llevar
suavemente y ligera como una pluma bajo mi mano. Sin duda
tenía una sensibilidad natural para mis movimientos y la
melodía.

– ¿Por qué has cambiado de opinión? – pregunté.


Aunque ya sabía la respuesta desde hace tiempo. No sé por
qué, pero mi vieja amiga tenía el mismo efecto escalofriante
en todas mis acompañantes.

– Bailar es bonito, ¿no?

– ¿No acabas de decir que no sabías bailar?

– Y sigo sin saber. Debe ser tu personalidad de líder. – dijo


sonriendo.

Si supieras…

Le dirigí a Dana una mirada seria.

– Más bien creo que estabas celosa.

– ¿Yo? No. ¿De quién? – respondió Dana inocentemente. Casi


le creí.

– A mí también me gustaría saberlo. Deborah es sólo una vieja


amiga.

–¿A la que le gusta coquetear contigo? – dijo apartándose un


rizo rubio de la cara.

– Así que sí que estás celosa.

– ¿Te gustaría que estuviera?

Su pregunta parecía sincera. Inmediatamente la sonrisa


desapareció de mi cara mientras Dana me miraba expectante
con sus grandes ojos azules.
Dana

ME RECOSTÉ EN LA cómoda tapicería de cuero de la


limusina y cerré los ojos. No aguantaba ni un segundo más,
bailar con esos tacones prohibidos me había destrozado los
pies.

– Ha sido una noche maravillosa, Connor.

– Cierto. Y tú has sido una acompañante maravillosa.

Me había sentido como una verdadera princesa. Todos los


hermosos vestidos de gala, la maravillosa música y las
preciosas decoraciones: todas las chicas y mujeres soñaban
con un evento así. Sin embargo, la velada me dejó algo
insatisfecha. No, no era la noche, sino Connor, que no había
respondido a mi pregunta. ¡Me mataba la curiosidad!

Connor hizo una señal al conductor y la limusina se puso en


marcha. Por supuesto, sabía que nuestro trato había terminado,
pero me aferraba a la idea de que seguía siendo su
acompañante. Me mordí los labios para no decir nada
precipitado, ansiosa por escuchar su respuesta. La sonrisa de
Connor me perseguía.

Su estúpida y hermosa sonrisa de “¿te gustaría que estuviera


celosa?”.

¿Qué tipo de respuesta fue esa? ¡No!

¿Y por qué me molestaba? Habíamos pasado sólo una noche


juntos, ese era el trato. Ni más ni menos.

Me quité los tacones como si fueran patatas calientes y el


dolor punzante de mis tobillos remitió inmediatamente.
Gimiendo de placer, masajeé los músculos de mis piernas.

– Cielos, no sé ni cómo lo voy a hacer mañana.

– ¿Por qué no te tomas el día libre?

– No se nos permite pedir permiso durante la Semana de la


Moda y otras grandes convenciones. Así que haré caso a
cualquier sugerencia.

– ¿Con una sonrisa? – Connor murmuró suavemente.

Algo había cambiado en su expresión.

– Por supuesto.

– He de reconocer que me gusta la idea de que mañana te


acordarás de mí con cada movimiento que hagas.

La mirada que me dirigió era condenadamente peligrosa


porque decía “sé lo que quiero: a ti.”

Sólo se me ocurrían dos formas muy opuestas de afrontar esta


situación. Una, sonreír amablemente, aceptarlo y ver a dónde
me llevaba.
O dos, poner a Connor en su sitio.

Sí, era multimillonario y sí, era guapísimo. Olía bien, su voz


ronca me transportaba a otros reinos y era el mejor bailarín del
mundo. ¿Pero eso le daba derecho a ponerme en esos apuros?

Cielos, sí, estaría pensando en Connor todo el día de mañana,


y también al siguiente. Incluso después seguramente. Pero de
ninguna manera iba a restregárselo por la cara a Connor. No
quería que supiera lo fascinante que me resultaba. Además,
quería proteger mi corazón de ese hombre peligroso que
podría robarlo fácilmente.

Decidí pagarle con la misma moneda, él me debía una


respuesta así que yo también se la debía a él.

– ¿Quieres que piense en ti a cada paso? – pregunté victoriosa.

– Sí. – respondió Connor con seriedad.

Maldita sea.

No me lo esperaba. Connor me había dejado sin palabras con


una respuesta simple y honesta, un solo sí.

Aun así, me permití seguir ilusionándome. Desde luego, la


boda había sido una preciosa fantasía que me había permitido
soñar por un breve momento. Pero el sueño se acabaría al
terminar la noche.

¿Y qué pasa con Cenicienta?

Bueno, Cenicienta fue probablemente la excepción. La mínima


probabilidad posible en una estadística tan pequeña que nadie
le prestó atención.
Cenicienta fue la desviación del cero coma cero cero uno por
ciento en un universo lleno de coincidencias.

¿Cuál era la probabilidad de que volviera a tener la misma


suerte?

Así es, demasiado pequeña para que valiera la pena


mencionarla.

Cuanto más nos acercamos a mi piso, más tenso se volvía el


ambiente, al menos para mí. Connor se sentó tranquilamente a
mi lado, observándome. No pude leer nada en su rostro,
ninguna emoción delataba lo que estaba pensando. Parecía un
libro abierto escrito en una lengua extranjera.

– ¿Qué más vas a hacer hoy? – pregunté cuando ya no pude


soportar el silencio.

Cielos, después de decir mi pregunta en voz alta, me pareció


una tontería. La única respuesta posible era dormir. Pero
Connor no parecía cansado. Hay que admitir que yo tampoco
porque estaba demasiado emocionada como para pegar ojo
ahora mismo.

– ¿Qué voy a hacer o qué quiero hacer? –, preguntó.

Me dirigió una mirada seria y sombría. Está claro que sólo


debía haber preguntado si estaba preparada para la respuesta,
pero ¿cómo podía resistirme a Connor? La respuesta era
sencilla, no podía, no podía resistirme a él.

Así que respiré profundamente.

– Quiero saber las dos cosas.


Oh, vaya. Incluso antes de responder, su mirada hizo que mi
abdomen se estremeciera.

– Voy a llevar a la mujer más bella de la noche a casa como un


caballero. Pero lo que quiero es llevarla a mi suite y hacerle
cosas que ningún caballero haría.

Me quedé sin aliento.

Dios, ¿cómo podría resistir una mirada así, unas palabras así?

Pensando, traté de interpretar la expresión de Connor.

– Creo que eres un auténtico caballero.

– Entonces estás muy equivocada, Dana. Soy un lobo con piel


de cordero, una bestia en traje.

Su mirada era seria, sus ojos brillaban con intensidad. Quedé


atrapada en su mirada, pero no me sentí perdida, pues las cosas
quedaron claras como el agua en ese momento.

Quería probar que estaba equivocada, ya que estaba


desesperada por ver al lobo e invocar a la bestia. Una pequeña
parte de mí todavía se rebelaba y no quería que lo hiciera por
miedo a que me rompiera mi frágil corazón. La incertidumbre
y la curiosidad libraban una dura batalla en mi interior.

– Entonces, – me retó Connor sin tapujos – ¿quieres


averiguarlo?

– Sí.

Me ganó la curiosidad.

– ¿Estás segura?

La voz de Connor era baja y áspera como un trueno.


– Sí. –respondí con voz firme.

Sonaba más segura de lo que me sentía. ¡Cielos, lo que estaba


haciendo ahora era muy emocionante! Todo mi cuerpo
cosquilleaba de emoción.

– Bien. Estoy seguro de que no me decepcionarás. – murmuró


Connor.

No sabía qué significaba la críptica afirmación de Connor,


pero estaba segura de que estaba a punto de averiguarlo. Pulsó
el interfono que estaba conectado a la cabina del conductor.

– John, llévanos directamente al hotel, por favor, al


aparcamiento subterráneo.

Todo mi cuerpo se estremeció.

– Sabes que los hombres como yo… para las mujeres como tú,
son jodidamente peligrosos, ¿verdad?

– Sí. – suspiré con voz temblorosa.

Sabía muy bien lo peligroso que era Connor para mí. Hizo que
mis principios se tambalearan, por su culpa había roto decenas
de reglas… y lo peor era que lo había disfrutado.

Este hombre me estaba volviendo loca y quería perderme en


su locura. Qué absurdo, ¿no? Otros lo llamarían pasión.

Connor me rozó la mejilla, me agarró la barbilla con el pulgar


y el índice y me giró la cabeza en su dirección.

– No tienes que tener miedo. Te cuidaré bien, créeme.

– Lo sé.
La mirada de Connor se posó suavemente en mí. Su actitud
reflexiva le sentaba bien y provocaba en mí algo parecido a
una confianza primitiva. Como si hubiera un vínculo oculto
entre nosotros, fuerte e indestructible, que sólo necesitaba
descubrir.

– Te he encontrado irresistible toda la noche, Dana.

Sonreí tímidamente. Sí, yo también encontré atractivo a


Connor con su esmoquin oscuro, pues sus ojos parecían aún
más sombríos y profundos que de costumbre con este atuendo.
Me había parecido precioso que me llevara por el salón de
baile en sus fuertes brazos, casi me había parecido que volaba.

Su mano continuó, sobre mis pómulos, cuello, hasta mi


clavícula.

Un gemido bajo escapó de mi garganta. Sus manos recorrieron


la parte superior de mi brazo y el pliegue del mismo, hasta la
muñeca. Tocó cada centímetro de mi piel expuesta, como si
hubiera letras en mi piel que pudiera leer con sus dedos como
un ciego.

A través de los cristales tintados pude ver el aparcamiento


subterráneo del hotel y poco después el coche se detuvo.

– Esta noche te voy a follar como nunca te han follado nunca.


– dijo Connor.

Mi abdomen se contrajo expectante ante estas repentinas y


claras palabras. Casi me lleva al orgasmo sólo con sus
palabras.

– Pero primero tienes que hacer algo por mí.


– ¿El qué?

– Ahora lo verás. Ven. – me instó Connor.

Abrió la puerta, salió y me tendió la mano, pero sin esos


tacones de un metro de altura me resultó mucho más fácil salir
que antes. Llevé los zapatos junto con mi bolso en la mano
izquierda y luego comencé a caminar.

– Espera un momento. ¿Vas a caminar descalza hasta el


ascensor?

Respondí a la mirada de incomprensión de Connor


encogiéndome de hombros.

– Por supuesto. No voy a dar ni medio paso más con estos


zapatos.

– Te entiendo, pero no vas a andar por aquí descalza.

– No te preocupes, el Hotel Royal Renaissance está tan limpio


que podrías comer en el suelo. – le tranquilicé.

– No me discutas. Pronto aprenderás que es mejor no


contradecirme.

Me agarró por la cintura y me echó por encima de su hombro


tan ligera como una pluma. Conmocionada, grité y reí a partes
iguales mientras me llevaba así al ascensor.

– ¡Bájame ya! – le ordené, golpeando mis puños contra su


espalda.

Al no responder, pateé también mis piernas en un intento de


liberarme de alguna manera, pero Connor no cedió.
– ¿Quieres estarte quieta? – dijo con voz reprobatoria y me
agarró con más fuerza.

Con la mano libre, me dio una palmada en el trasero que no


hizo más que reforzar mi resistencia. En ese momento, olvidé
todas las inseguridades. Éramos sólo Connor, yo y esta
situación degradante.

– No soy una pequeña, bájame ya. – intenté de nuevo.

– ¿Ah, no? Así es como estás comportándote ahora. –replicó


Connor con calma. – Sé buena chica y quédate quieta.

Al darme cuenta de mi falta de oportunidades, dejé de


resistirme. Connor era demasiado fuerte, además se movía
mucho más rápido, lo que sin duda acortaría la degradante
posición sobre su hombro.

– Ya está.

No quise mostrar ningún tipo de gratitud, así que me mantuve


en silencio. Mientras mi mirada recorría el aparcamiento
subterráneo vacío, mi corazón se detuvo en seco. Todas las
cubiertas de los garajes, los ascensores y los pasillos estaban
equipados con cámaras de vigilancia. No es que pensara que la
seguridad se interesara mucho por nuestras andanzas, pero
había que ir a lo seguro. Apoyé mi cara fuertemente contra la
espalda de Connor para que lo único que se viera en los vídeos
fueran mis rizos salvajes ocultando mi cara.

¡Cielos, olía tan increíblemente bien a sándalo, tan masculino!

El ascensor privado estaba en nuestro piso así que las puertas


se abrieron en el mismo instante en que Connor pulsó el botón.
Después de enviar el ascensor al último piso, me dejó
deslizarme de sus hombros.

– Por fin. – dije esforzándome por sonar desafiante y luego


ordené mis rizos salvajes. También había una cámara en los
ascensores privados, justo encima del botón de emergencia,
pero sólo se activaba cuando alguien utilizaba el ascensor. Por
seguridad, me apreté tanto contra la pared que mi espalda
cubría la cámara que tenía detrás.

Connor me sonrió y pareció disfrutar el momento al máximo.

– ¿Qué, no me das las gracias?

– ¿Por qué? ¿Por humillarme?

Connor levantó una ceja y su rostro se volvió más serio.

– Confía en mí. Hay muchas mujeres a las que les encantaría


darme las gracias por cosas aún más humillantes.

Sí, había oído hablar de estas cosas, pero en realidad no tenía


ni idea de ellas. Mi vida amorosa consistía en un maratón de la
serie Sexo en Nueva York y una tarrina familiar de Ben &
Jerry’s.

– Te creo, pero no soy una de ellas.

– Creo que lo eres, sólo que aún no lo sabes.

Podía verme en sus ojos oscuros. Su expresión seria y decidida


contrastaba con mi expresión de incertidumbre reflejada en sus
iris.

– ¿Es eso lo que quieres que haga?


El ascensor frenó suavemente y las puertas se abrieron en
silencio. La suave luz de unas pequeñas lámparas de mesa caía
hacia nosotros.

– No. Ven conmigo.

Connor me cogió de la mano y me llevó de vuelta al


dormitorio principal.

La cama había sido hecha en mi ausencia. Hay pocas cosas


más agradables que una cama recién hecha. Me pregunto si los
demás huéspedes lo apreciaban tanto como yo ahora.

Connor me llevó ante el gran espejo, que me mostraba de pies


a cabeza. Entonces dio dos pasos atrás y me rodeó como un
lobo rodea a su presa.

¿Qué pretendía? Mi abdomen cosquilleó de excitación, sólo mi


inseguridad se interpuso vacilante.

Dios, ¿qué me iba a hacer Connor?

Se detuvo justo detrás de mí. Tan cerca que podía sentir su


aliento caliente en mi nuca. Su aroma masculino me atrapó. En
ese momento, rodeaba todo mi ser.

Me miró directamente a los ojos a través del espejo que


teníamos enfrente.

– Tuviste la oportunidad de desnudarte delante de mí, de


enloquecerme con tu hermoso cuerpo y dejarme boquiabierto,
pero no lo hiciste.

Me mordí los labios.

– Yo no soy… así.
– Lo sé. Eres demasiado insegura, demasiado tímida para eso.
Pero quiero que hoy te superes a ti misma y que abandones
parte de tu inseguridad. No tienes ni idea de todo el potencial
que tendrías si tu inseguridad no te frenara tanto.

– Si tú lo dices. –le contesté sonriendo tímidamente.

En el fondo, sentía que sus palabras habían dado en el blanco.


Hubo muchas situaciones en las que deseé haber tenido más
confianza, pero fue más fácil decirlo que hacerlo.

– Sé que hace falta valor. – me dijo Connor con simpatía –


Enséñame tu cuerpo.

Donde su aliento se encontraba con mi piel, dejaba un


cosquilleo.

– Pero ¿qué pasa si no te gusto?

Me miré a mí misma y mi mirada se detuvo en mis pies


descalzos.

– Nunca he entendido porqué las mujeres más bellas son las


que tienen más dudas. Connor me dio un beso en la nuca.

– Tu cuerpo es perfecto. No hay nada de qué avergonzarse. –


continuó diciendo

Mi mirada seguía baja, pero había verdadera sinceridad en su


voz. Seguramente Connor podía ver cada pequeña emoción en
mi cara a través del espejo.

Me pregunto si él sabía la batalla que estaba librando en mi


interior ahora mismo.
– Esta noche eres mía. Muéstrame tu cuerpo. Muéstrame todo
lo que puedes ofrecer. Muéstrame que me quieres, muéstrame
qué quieres ser mía.

Su mano rozó mi cuello mientras levantaba mi barbilla. Así


que me vi obligada a mirarle directamente a los ojos.

Connor me miró inquisitivamente.

– ¿Quieres ser mía esta noche?

– Sí.

Me rendí. Sus habilidades de seducción eran increíbles. Nunca


en mi vida se me habría ocurrido responder a su pregunta con
un no. Connor me hizo sentir deseada, una sensación increíble.
Me encantaba la ilusión que habíamos creado los dos juntos,
me encantaba este “nosotros”.

Me encantaba que fuera suya. Sí, claro, probablemente sólo


por una noche, pero me permití disfrutarla mientras duró.

Connor me agarró de las muñecas y recorrió con la punta de


los dedos mis brazos hasta llegar al tirante de mi vestido.
Lentamente deslizó los anchos tirantes sobre mis hombros y
tiró de la tela hacia abajo.

Connor me miró, sus ojos atrajeron mi mirada como si fuera


magia. Si hubiera querido, podría haber conservado el vestido.
Habría sido fácil apartar sus brazos y gritar que parara, pero no
lo hice. Con miradas suplicantes, le rogué a Connor que
siguiera haciendo lo que estaba haciendo. Quería más ese
cosquilleo en el vientre, más de sus miradas y más de él.
Desesperadamente.
Aunque la situación era extraña para mí, me sentía segura con
él. Connor era mi salvavidas en un mundo desconocido.

– Buena chica. – me susurró Connor al oído.

La tela rozaba mis pechos, mi estómago y finalmente caía en


suaves ondas hasta el suelo.

Ahora estaba desnuda frente a él. De acuerdo, casi. No estaba


completamente desnuda, pero aún llevaba un par de bragas de
color champán, casi transparentes, cuyos bordes estaban
enmarcados con delicados adornos de encaje.

Connor me dio tiempo para acostumbrarme a la nueva


situación. Una suave brisa recorrió la habitación a través de la
ventana abierta, dejando a su paso un cosquilleo que me dejó
la piel de gallina.

– Mírate. – ordenó Connor.

Sobre el espejo me sonrió y yo le devolví la sonrisa. La cálida


luz de las lámparas de mesa halagaba mi cuerpo.

– Pareces tallada en mármol. – murmuró Connor mientras me


acariciaba la piel.

Tenía una sonrisa seductora en los labios y sus ojos oscuros


centelleaban como estrellas negras.

– ¿Ves? No hay nada de qué avergonzarse.

Connor me agarró las muñecas y las guió hacia mi costado.


Desde allí dirigió mis manos hacia abajo sobre mi cintura. Usó
mis manos para tocarme. Intentando reprimir un gemido, me
mordí los labios.
– No tienes nada de qué avergonzarte, Dana. No de esto, no de
tus hermosos pechos.

Pasó las manos por mis pechos, cuyas curvas destacaban


claramente contra mi torso. Mis pezones ya se habían puesto
rígidos y sensibles por la excitación. Gimiendo, eché la cabeza
hacia atrás y sentí el fuerte torso de Connor detrás de mí. De
este modo, siguió tocando mi cuerpo hasta que casi perdí la
cabeza.

Connor enterró su cara en mi pelo.

– ¡Dilo! – ordenó en voz baja.

– No tengo nada de qué avergonzarme. – susurré.

– Más fuerte.

– ¡No tengo nada de qué avergonzarme!

– Eres una buena chica que sin duda no tiene nada de qué
avergonzarse con este cuerpo perfecto. – confirmó Connor mis
palabras.

Luego empujó mis manos hacia abajo aún más hasta que
llegaron al dobladillo de mis bragas. Poco a poco, las puntas
de mis dedos se deslizaban bajo la tela.

Jesús. Jadeé y luego suspiré de placer. Me relajó enormemente


sentir que Connor sabía exactamente lo que estaba haciendo y
cómo iba a reaccionar. Mis nalgas se apretaron firmemente
contra su dura erección, que claramente empujaba a través de
la tela de sus pantalones.
Connor apretó más mis manos contra mi pubis mientras se
frotaba contra mi culo. Todo el tiempo me miró a los ojos.

– No hay mejor cumplido para el cuerpo de una mujer que una


polla jodidamente dura. – dijo con voz ronca.

Sentí mi propia lujuria. El abdomen me temblaba y apenas


podía sostenerme sobre mis piernas temblorosas. Cada célula
de mi cuerpo hormigueaba. Fue abrumador - ¡y probablemente
era sólo el juego previo a los preliminares!

– ¿Te está gustando ser mi chica hasta ahora?

– Es indescriptible. Nunca había tenido sensaciones tan


intensas.

Pude ver su sonrisa de satisfacción en el espejo.

– No es nada comparado con el orgasmo que vas a tener.


Connor

DESLICÉ LAS BRAGAS DE Dana sobre sus caderas. Ligera


como una pluma, la fina tela caía hasta sus tobillos. Maldita
sea, su cuerpo era hermoso.

Para ayudarla, cogí la mano de Dana y la empujé dos pasos


hacia delante. Ahora estaba ante mí desnuda y no sólo
físicamente. Su mirada me indicaba que estaba absolutamente
dispuesta a entregarse a mí. Acaricié suavemente su clavícula,
pero esta vez con mis propias manos. Quería sentirla, en toda
su majestuosidad y en cada parte de su cuerpo. La suave piel
de Dana era cálida y con aroma a clavo y bajo su tierna piel
sus músculos se tensaron ante mi contacto.

Le besé la nuca, empezando por la oreja y bajando hasta el


omóplato.

– Me gustas. –, murmuré, sin dejar de besarle – Me vuelves


loco, Dana.

Maldita sea, no podía esperar a probar su lujuria. Con ninguna


mujer me había contenido como lo hacía con Dana en ese
momento. No sé por qué, pero cuando sus grandes ojos
captaban mi mirada y todos mis fusibles saltaban.

Dana gimió suavemente, manteniendo los labios ligeramente


separados, lo que hizo que mi bestia se enfureciera.

¡No pierdas el control! Cubrí su otro hombro con suaves besos


también, aunque quería agarrarla, tirarla a la cama y follarla
tan fuerte como pudiera. Eso sería más tarde, primero quería
saborear cada momento. Le debía a Dana admirar, apreciar y
adorar su belleza primero.

Sin embargo, antes de desatar mi bestia en traje sobre Dana,


necesitaba dejar una cosa clara.

– Si me pides que pare, paro. ¿Vale?

– Sí. –asintió Dana.

En realidad, tenía un sistema más complicado y una palabra de


seguridad, pero Dana parecía tan inexperta que demasiada
información sólo la confundiría. Un “para” era suficiente para
empezar, después de todo sólo estaba dando a Dana una
muestra de lo que iba a ocurrir en un futuro, si es que había un
futuro. Era posible que Dana entrara en shock al ver a mi
bestia o que quisiera huir. No había ninguna garantía de que se
quedara, aunque, en el fondo, esperaba que lo hiciera.

Me sacudí los pensamientos, pues ahora sólo existía el aquí y


el ahora, ahora mismo sólo estábamos Dana, yo y mi jodida y
dura erección.

– ¡Abre las piernas un poco más! – le ordené.


Dana obedeció y abrió un poco las piernas, entonces agarré el
interior de su muslo y separé sus piernas un poco más.

– ¡Estira más la espalda, quiero que te pongas completamente


recta!

Inmediatamente Dana se enderezó, llena de gracia y orgullo,


como una amazona.

– Buena chica. – dije elogiando su postura – Ahora levanta los


brazos.

Suavemente, agarré sus dos muñecas y las guié hacia arriba,


entrelazando sus manos en la parte posterior de su cabeza.

– Me gustas aún más así.

Dana me sonrió con orgullo, obviamente le gustaba el hecho


de que me gustara. Muy bien, así es exactamente como debe
ser. Esa era exactamente la premisa para todo lo demás que iba
a hacer con ella.

El mero hecho de que yo estuviera delante de ella con mi


esmoquin mientras ella estaba desnuda había provocado un
desequilibrio natural de poder. No había duda de quién estaba
al mando ahora. Nadie tenía dudas de que yo era un hombre
dominante y ella una chica sumisa. Al mantener su posición,
Dana lo había entendido y aceptado.

La besé. Suave y sensual al principio, luego la pasión se


encendió entre nosotros y nuestro interminable beso se volvió
más feroz e intenso. Nuestras lenguas se tocaron, se
acariciaron y se saborearon mutuamente mientras un profundo
gruñido escapaba de mi garganta.
Maldita sea, sonaba como un lobo hambriento, mi bestia
dándose a conocer lentamente.

Dana besaba bien y sabía aún mejor. No sé si fueron minutos u


horas, pero cuando nos separamos sin aliento, me frotaba el
labio inferior con desconcierto, intentando recordar el sabor de
Dana. Nunca antes un beso había sido tan significativo como
éste. Los ojos de Dana me decían que ella sentía lo mismo.

Tracé el contorno de su labio inferior con la punta del pulgar y


Dana abrió automáticamente la boca de tal manera que no
pude resistirme. Su boca se sentía cálida y húmeda, la punta de
su lengua lamía suavemente mi dedo.

Gemí suavemente. Para parecer tan reservada, casi virginal,


Dana estaba haciendo un buen trabajo. Me volvía loco con la
forma en que me lamía el dedo. Cada vez más fuerte hasta que
lo chupaba, apenas podía esperar a que Dana repitiera eso con
mi polla.

– Lo estás haciendo muy bien. – le susurré.

Entonces saqué mi pulgar de su boca sólo para cambiarlo por


mis dedos índice y corazón para poder penetrar su boca aún
más profundamente. Sus labios carnosos y suaves se cerraron
con fuerza alrededor de mis dedos. Me pregunto cuánto podría
soportar. ¿Podría hundir todo mi miembro en su boca? Sólo
pensar en ello hizo que mi erección presionara dolorosamente
contra la tela de mi esmoquin.

Seguí disfrutando de su boca, cediendo a la fantasía de que era


mi dura erección la que se follaba su boca.
Algún día, sí. Pero hoy no. Hoy sólo podría mostrarle a Dana
una fracción de lo que me gustaba. Esa noche, Dana sólo tuvo
una pequeña muestra de mis inclinaciones. Lo suficiente para
mostrarle lo que era, pero no lo suficiente para asustarla.
Tampoco tuve que encadenar a mi bestia. Sabía que tendría
que ir despacio con Dana, pero estaba seguro de que la espera
merecería la pena. Con un poco de experiencia, Dana se
enfrentaría a mi bestia en traje. Incluso sentía que sólo mi
bestia podía satisfacer sus deseos más profundos y ocultos.

Sí, ahora el exterior de Dana parecía tan frágil como el cristal,


pero debajo había una mujer fatal. La inseguridad que llevaba
por fuera era sólo una fachada con la que se aprisionaba a sí
misma.

No te preocupes, te liberaré.

Si Dana me lo permitía, sacudiría toda su visión del mundo, tal


vez incluso tendría que destruirla y reconstruirla. Pero ella
tenía que estar realmente preparada para eso, y no lo estaba.
Todavía no.

– Quiero que te quedes quieta hasta que te permita moverte de


nuevo.

Dana asintió. Con mis dedos en su boca, no podía hablar.


Disfruté de mis dedos dentro de ella durante unos momentos
más, empujando con fuerza unas cuantas veces más y luego
me alejé de ella.

Dana me miró expectante. El azul de sus ojos me recordaba al


cielo brillante de un día de verano sin nubes.
Todavía húmedos por su boca, mis dedos recorrieron sus
pezones, que se pusieron aún más duros bajo mi toque
experimentado. Sus pechos firmes y bien formados eran un
verdadero sueño. Se adaptan perfectamente a mis grandes
manos y, por tanto, tenían el tamaño ideal.

Dana se mordió los labios de placer, reprimiendo sus gemidos.


Tomé sus pezones entre el pulgar y el índice y los pellizqué
suavemente al principio, luego cada vez más fuerte. Los
gemidos reprimidos de Dana se hicieron más fuertes y, cuando
aumenté la presión otra vez, se revolvió sorprendida.

– ¡Quédate quieta, Dana! – la amonesté.

Por supuesto, yo contaba con que no se quedaría quieta, pero


para mi gran sorpresa, Dana aguantó valientemente hasta que
terminé de trabajar en sus sensibles pezones. Definitivamente,
podía soportar más de lo que aparentaba.

– Bien hecho.

Me acerqué un paso más para estar cerca de ella. Su


respiración regular y fuerte me hacía cosquillas en la piel.
Seguramente la parte superior de los brazos de Dana ya ardía
como el fuego, pues esta posición era una de las más dolorosas
de todas para las mujeres inexpertas.

– Es agotador, ¿verdad?

– Sí. – suspiró Dana.

– Sólo un poco más. Sé que me odiarás por ello, pero si estás


dispuesta a pagar ese precio, te daré a cambio las sensaciones
más intensas que jamás tendrás. Créeme, si aguantas, te
encantará.

– No estoy tan segura de eso.

Su sinceridad me hizo sonreír suavemente. Acaricié


suavemente las mejillas de Dana, provocando un suave suspiro
en ella.

– El placer y el dolor están a veces muy cerca, la línea es tan


fina que se superponen en algunos lugares.

– No es la primera vez que haces esto, ¿verdad?

La pregunta debió costarle mucho a Dana, así que la


recompensé con la verdad, aunque no solía hablar de otras
mujeres.

La mirada seria que le dirigí a Dana respondió a su pregunta y,


sin duda, suscitó más preguntas que dejé sin respuesta.

Por supuesto que tenía experiencia en lo que hacía. Además,


no sólo tenía experiencia, sino que era un experto, un talento
excepcional, una leyenda en mi campo. Sabía exactamente lo
que las mujeres necesitaban para sentirse realmente satisfechas
y sabía exactamente qué hacer para convertir el dolor en placer
y viceversa.

Mi mano derecha se deslizó entre sus piernas. Dana cerró los


ojos y echó la cabeza hacia atrás. Podía sentir claramente su
excitación, estaba mojada y absolutamente preparada para mí,
pero eso no significaba que la reclamara de inmediato. No, yo
también quería aprovechar al máximo y disfrutar de este
momento. Cuanto más prolongaba el placer de Dana en la
agonía, más intensas se volvían todas sus percepciones y
sentimientos.

– ¿Puedes sentir lo mojada que estás? – pregunté.

–Sí. –suspiró Dana.

– ¿Y eso por qué? – seguí preguntando.

– Por ti.

– ¿Por mí o por lo que te estoy haciendo?

– Ambos, diría yo.

– Muy bien.

Sus brazos empezaron a temblar y, por la expresión de su cara,


me di cuenta de que no faltaba mucho para que esa postura
dejara de ser viable para ella, pero aun así Dana se mordía los
labios con valentía, haciéndome sentir orgulloso. Empecé a
masajear su punto más sensible porque no podía evitarlo. Su
cuerpo reaccionó violentamente a mis caricias, sus piernas
temblaban de placer cada vez más.

– Ya puedes bajar los brazos.

Suspirando, Dana bajó los brazos. El alivio estaba escrito en


su cara. Alternadamente, apretó y soltó las manos. No me
inmuté y la penetré con un dedo, provocando un fuerte gemido
de Dana. Las piernas le temblaban tanto que le rodeé el cuerpo
con un brazo para sujetarla. Agradecida, Dana se apoyó en mi
pecho. Maldita sea, estaba tan mojada y apretada… no pude
evitar continuar. La respiración de Dana era cada vez más
rápida y errática. No faltaba mucho para que se corriera.
Esperemos que grite fuerte y se retuerza de placer…

Agarré firmemente las caderas de Dana y la llevé al borde de


la cama, pues todo su cuerpo temblaba tanto que ya no podía
mantenerse en pie. No es que me hubiera importado que se
pusiera de rodillas delante de mí, pero ahora tenía que
follármela. Por Dios, casi exploto.

Estaba tumbada de forma tan sensual en la cama que tuve que


hacer acopio de todo el autocontrol posible para no tirarme
encima de ella.

– Te voy a follar mucho tiempo, joder. – le dije


desabrochándome la camisa y tirándola al suelo.

Dejé que Dana me mirara por un momento y me quité también


el resto de la ropa. Cuando vio mi erección, sus ojos se
abrieron de par en par.

Sonriendo, separé sus piernas y me arrodillé entre ellas.


Entonces froté mi erección entre sus piernas, lo que hizo gemir
a Dana. Su lujuria era imposible de pasar por alto o de ignorar.
Dana estiró sus caderas hacia mí, apenas podía esperar a que
me la follara.

Lamí juguetonamente sus pezones erectos, provocando otro


gemido sensual.

– Voy a follarte hasta que te corras para mí. – jadeé.

Dana se mordió los labios con inseguridad, pero no dijo nada.

– ¿Por qué ese gesto? – pregunté mientras Dana seguía


mirándome en silencio.
En realidad, nunca preguntaba a mis esclavas, porque esperaba
que expresaran sus problemas por sí mismas. Mis esclavas no
sólo tenían el derecho de hacerlo, sino incluso el deber.

Pero Dana no era mi esclava, al menos no todavía, así que no


conocía mis reglas.

– Nada. – respondió Dana con dudas – Es que nunca he tenido


un orgasmo.

La miré brevemente y luego asentí.

– Voy a cambiar eso ahora.

Dana me sonrió y pude ver la duda en sus ojos, pero en


cuestión de minutos le demostraría que estaba equivocada. Por
suerte para ella, me di cuenta al instante de lo que le faltaba a
Dana para llegar al orgasmo. Era yo. Dana me necesitaba para
satisfacer sus fantasías más oscuras y no necesitaba pedírmelo
una segunda vez.

Pellizqué ambos pezones, casi siempre de forma suave y


juguetona, pero a veces sin previo aviso con tanta fuerza que
Dana levantaba toda la parte superior de su cuerpo. Me tomé
mi tiempo trabajando sus pechos una vez más, disfrutando de
la forma en que Dana se retorcía, gemía y jadeaba bajo mis
hábiles dedos.

Sólo cuando la excitación de Dana estaba completamente


sintonizada conmigo, seguí adelante, frotando mi erección
contra su húmeda entrada y penetrándola.

Maldita sea. Está tan prieta.


Incluso cuando no me movía, Dana se cerraba tan fuerte a mi
alrededor que casi me corría. Jadeando, disfruté de la
sensación de estar dentro de ella hasta que Dana gimió con
fuerza, clavando sus uñas profundamente en mi espalda y
apenas pude contener a mi bestia.

Con movimientos firmes, la empujé una y otra vez.


Lentamente al principio, para que Dana se acostumbrará a mi
tamaño, luego cada vez más fuerte, más profundo. Con cada
centímetro de más que empujaba, Dana se hacía más fuerte.

Una y otra vez, Dana empujó su pelvis hacia mí para que la


penetrara aún más profundamente. Para aumentar aún más el
efecto, Dana rodeó mi cintura con sus piernas. Sí, Dana se la
metió de lleno y se folló a sí misma con mi polla. Su
inseguridad había desaparecido, lo que me complacía
enormemente. Había sospechado que Dana tenía un lado sucio
y depravado en su interior, pero el hecho de que saliera a la
superficie tan rápidamente me impresionó. Por Dios, amé a
Dana por mostrarme su interior tan rápidamente.

Nuestros cuerpos chocaron una y otra vez cada vez con más
violencia. El calor entre nosotros seguía aumentando, pero no
nos quemábamos, al contrario, nos volvíamos aún más
salvajes y apasionados. Los gemidos de Dana eran sensuales y
sonaban hermosos, al igual que sus ojos y el resto de su
cuerpo. Me encantaba la forma en que sus pechos se movían al
ritmo de mis empujones.

Maldita sea, Dana era perfecta… y depravada a partes iguales.


Perfecto.
– ¡Quiero que te corras para mí, Dana! – jadeé con voz
gutural.

– Entonces fóllame más fuerte. – gimió Dana.

¡Música para mis oídos! Dana quería aún más, mucho más de
lo que había esperado en un principio.

– Dios, ¿tienes idea de lo loco que me estás volviendo?

Dana me sonrió. Intensa. Salvaje. Excitada.

De muy buena gana, accedí a la petición de Dana. Ella había


llamado a la bestia, y ahora la tenía, y no iba a tener en cuenta
su delicada apariencia. Tan fuerte como pude, tomé lo que era
mío. Su coño temblaba y palpitaba, apretándose alrededor de
mi erección. Me follé a Dana como más me gustaba, sin
piedad, sin compasión y como necesitaba en ese momento.

Su respiración se volvió más y más errática, jadeando con cada


empuje. Su cuerpo se tensaba cada vez más y vibraba. Los
párpados de Dana se agitaron y echó la cabeza hacia atrás.

Conocía las señales y sabía que estaba a punto de correrse.

– Córrete. – ordené por segunda vez.

Esta vez Dana fue lo suficientemente inteligente como para


escucharme, porque ignorar mis órdenes podría tener
consecuencias fatales para ella. Dana se corrió. Violentamente.
Su cuerpo se levantó y sus uñas se clavaron en mi espalda.

Disfruté de la intensidad con la que Dana acogió su orgasmo.


Esas marcas de arañazos seguirían recordándome nuestra
noche juntos los próximos días sin duda.
Los gemidos de Dana se convirtieron en suaves suspiros, y las
fuertes y salvajes sacudidas de su abdomen también me
proporcionaron la liberación que necesitaba.

Bombeé mi semen dentro de ella, luego me dejé caer a un lado


y vi a Dana rendirse completamente a las oleadas de su primer
orgasmo. Acaricié suavemente su mejilla y la elogié.

– Buena chica.

La respiración de Dana volvió lentamente a la normalidad,


pero su cuerpo siguió temblando durante mucho tiempo.

– Vaya. ¿Era esa la bestia en traje? – preguntó jadeante.

– No. – respondí con una sonrisa – La bestia te habría hecho


cosas muy diferentes.

– ¿Y qué me habría hecho la bestia?

– Seguiría follándote.

Con correas. Sujeciones. Azotes. Velas.

A Dana no se le permitiría correrse tan rápido como hoy una


vez que estuviera bajo mi control. Dana sonrió satisfecha y
cerró los ojos. En cuestión de segundos se quedó dormida y la
observé un rato antes de quedarme dormido yo también.

A la mañana siguiente un cojinazo me despertó bruscamente.


Después, un cojín del sillón volando hacia mi cabeza y
seguido, la camisa del esmoquin de la noche anterior.

Dana estaba desnuda y saltaba nerviosa por la habitación.

– ¡Maldita sea! No está.


No tenía ni idea de lo que estaba haciendo Dana ni de por qué
estaba tan alterada.

– ¿El qué? – pregunté.

– ¡Mi uniforme de trabajo! Una de las camareras debió


llevárselo con las toallas, sólo mis zapatos siguen en el
vestidor. Además, tenía que estar trabajando hace ya media
hora.

Me levanté, sujeté a Dana por la muñeca y le di un beso en la


frente.

– Entonces, ¿por qué no te pones el vestido de anoche hasta


que encuentres otro uniforme?

– No puedo, destacaría demasiado con este vestido.

– Entonces, como alternativa, ponte tus zapatos de trabajo y


nada más. – bromeé.

Sorprendida, me miró con la boca abierta.

–¡Connor!

Seguí sonriendo. Sí, la verdad es que me pareció bastante


simpática la conmoción de Dana, que se ponía nerviosa con
demasiada facilidad.

Dana me miró con seriedad.

– La entrada a tu suite y el pasillo del ascensor están vigilados


por cámaras. – suspiró.

– ¿En serio?

– Sí, nos avisan por radio cuando un huésped de las suites


caras sale de la habitación.
– Vaya.

El hotel realmente se preocupaba por sus huéspedes.

– Si mi jefa me ve, estoy jodida. No quiero perder mi trabajo,


que me despidan ahora sin duda no está en mi plan de siete
años. ¿Y por el garaje? Podrías llevarme fuera en el coche.

Suspiré suavemente.

– No creo que eso sea posible, Dana.

– ¿Por qué no?

– Porque hoy están revisando mi ascensor privado. ¿No


debería saberlo mi jefa de camareras?

Los hermosos ojos azules de Dana reflejaron las primeras


lágrimas.

No llores, Dana.

No sé por qué unas lágrimas me alteraron tanto, pero lo


hicieron.

– Oh Dios, tienes que estar bromeando. – dijo Dana echando la


cabeza hacia atrás y resoplando con fuerza.

Estaba al borde de la desesperación, por eso la tomé en mis


brazos. Acaricié sus rizos rubios para consolarla mientras ella
apretaba su cara húmeda contra mi pecho.

Cuando se calmó un poco, suspiró por segunda vez.

– Nada de esto habría pasado si la camarera se hubiera


limitado a sacudir las toallas como dice el libro de normas.

– ¿Por qué está eso en el libro de normas?


–Por culpa de Oscar. – dijo Dana encogiéndose de hombros.

– ¿Y quién es Oscar?

– Oh, es cierto, tú no sabes esa historia, todos los miembros


del personal de aquí conocen la historia. Oscar era la serpiente
de Ozzy Osbourne. Y todavía lo es, espero. El Sr. Osbourne se
hospedó aquí hace mucho tiempo, y su serpiente había estado
bastante cómoda entre las toallas. Luego una cosa llevó a la
otra… y Óscar casi se dio una ducha en la lavandería.

Me reí a carcajadas.

– Aquí realmente se viven cosas absurdas.

Dana asintió.

– No te preocupes, tengo una idea.

– ¿De verdad?

– Sí. – respondí y me dirigí al teléfono, donde me pusieron


directamente con recepción.

– Buenos días, Sr. Lancester. ¿Qué puedo hacer por usted?

Reconocí la voz de la recepcionista del moño austero.

– Por favor, tráigame un gran desayuno, con mucha fruta y dos


cafés con sirope de avellana, nata y salsa de chocolate.

Murmurando en voz baja, la recepcionista repitió mi pedido.


Incluso podía oír el sonido del bolígrafo sobre el papel.

– Perfecto. ¿Hay algo más que pueda hacer por usted?

Miré expectante a Dana.


– ¿Tienes una amiga aquí que pueda ayudarte? ¿Alguien de
confianza?

– Sí, Rebecca Hatfield. – me susurró Dana.

Me aclaré brevemente la garganta y volví a hablar con la


recepcionista.

– Me encantaría que esa camarera tan amable de ayer, Rebecca


Hatfield, nos trajera el desayuno.

– Un momento, por favor.

Se hizo el silencio. Dana se limitaría a explicarle a su amiga lo


que había sucedido y cuando Rebecca Hatfield volviera a por
el carro tendría un uniforme para Dana, así de sencillo.

– Lo siento, pero la Sra. Hatfield no está en este momento.

Vale, era un contratiempo, pero no pasaba nada.

– Entonces haz que alguien más lo lleve arriba y asegúrese de


que la Sra. Hatfield lo recoja, ¿le importa?

Entonces, la amiga de Dana no metería nada en la suite, sino


que la sacaría.

– Por supuesto, señor. Me ocuparé de ello de inmediato. ¿Hay


algo más que pueda hacer por usted?

– No, ahora estoy feliz como una perdiz. Gracias.

Colgué y la cara de Dana reflejaba todo tipo de emociones.


Miedo, incertidumbre, aprehensión, pero también curiosidad.

– ¿Me dirás cómo me ayudará el desayuno?


También había un matiz de enfado en su tono de preocupación.
¿Estaba Dana enfadada consigo misma? ¿Conmigo?

Levanté una ceja, molesto. En otras circunstancias, ese tono


me habría enfurecido.

Todavía no…

– Primero desayunamos, luego llamaré al servicio de


habitaciones y el carro del desayuno volverá a por ti.

– No lo entiendo del todo, Connor.

– Te vas a esconder en el carro, así de simple.

Dana se rió a carcajadas.

– Buen chiste.

– Hablo completamente en serio. Y como el carro será más


difícil de empujar, necesitarás una amiga que pueda guardar el
secreto.

Su risa se apagó y luego se mordió los labios, pensativa.

– Eso podría funcionar, la verdad.

– Por supuesto que funcionará. – dije fingiendo seguridad.

Dana me sonrió.

– Por casualidad no tendrás una excusa para llegar tarde, ¿no?

Antes de que pudiera contestar, sonó mi teléfono y miré la


pantalla.

Mal momento.

– Lo siento, tengo que atender esta llamada. Puedes ir a


ducharte mientras tanto.
Dana

ME METÍ EN LA ducha y me enjaboné por tercera vez


consecutiva. Sentí que ya me había quitado la primera capa de
la piel, pero estaba demasiado enfadada para parar. Agradecida
por tener un ritual al que aferrarme, cogí el jabón por cuarta
vez.

” Lo siento, tengo que atender esta llamada. Puedes ir a


ducharte mientras tanto”, repetí las palabras de Connor.

Claro, le había respondido. Estás tratando de deshacerte de mí,


pensé.

No es que pensara que podía reclamarle a Connor, pero en el


fondo sí. Para Connor, la pasada noche había sido
probablemente la última, aunque me había hecho sentir
especial todo el tiempo.

Sí, anoche había sido su chica.

Pero ahora no era anoche y ya no era su chica. Ahora era la


mañana siguiente. En definitiva, la magia de la noche anterior
no se había trasladado a la mañana, sino todo lo contrario.
Después de aquella mágica celebración de la boda y del sexo
más fenomenal del mundo, la mañana siguiente había sido
prácticamente el punto más bajo de mi vida hasta el momento.
Tenía una severa resaca de la aventura y lo que me dolía no era
la cabeza, sino el corazón, y la cabeza me estallaba pensando
en mi futuro laboral.

Estaba noventa y nueve por ciento segura de que hoy iba a


empezar mi último día de trabajo, con más de una hora de
retraso y con las mejillas sonrojadas porque la noche anterior
todavía estaba escrita en mi cara. Aunque consiguiera
escabullirme de la suite de Connor sin que se dieran cuenta, mi
retraso no iba a pasar desapercibido.

¿Era normal que mi plan de siete años me diera igual pero no


los celos que sentía porque Connor prefería contestar una
llamada a estar conmigo?

Señor, mi sueño de tener un hotelito cada vez se alejaba cada


vez más y a su vez la presencia Deborah se hacía cada vez más
tangible. Me estaba matando el no saber si Deborah era quien
estaba al otro lado de la línea.

Sí, Connor había dado en el blanco, estaba celosa de esa


mujer. Desde luego no por su carácter ni por su aspecto, pero
estaba celosa de las oportunidades que se le presentaban. Tenía
el mundo a sus pies y lo peor era que vería a Connor una y otra
vez en los eventos más exclusivos del mundo.

Al pensar en lo insistente que había sido Deborah al coquetear


con Connor ayer, me froté un poco más. Cielos, ayer me trató
como si no fuera nadie, me hizo sentir que no era competencia
para ella.

¿Y si estaba en lo cierto? Yo sólo era una simple camarera de


piso y, además, sólo su coartada. Aun así, me sentí mal al
pensar que Connor podría casarse con esa mujer algún día, ¡se
merecía algo mejor!

A lo largo de la conversación, Deborah había mantenido más


contacto visual con sus uñas que con Connor. No sólo había
sido vanidosa sino también condescendiente y arrogante.

Giré el grifo hacia la izquierda y en un segundo el agua


humeante se convirtió en hielo líquido. Una forma dolorosa
pero efectiva de enfriar mi mente. Me mordí los labios y me
obligué a permanecer de pie bajo el agua helada hasta que mi
ira desapareció por completo. Tardó más de lo que me hubiera
gustado.

Luego salí de la ducha temblando y envolví el cuerpo con una


toalla. De vuelta a la habitación, toda la estancia estaba
inundada de olor a café. El servicio de habitaciones ya había
llegado y reconocí inmediatamente los aromas del café de la
casa.

En el Hotel Royal Renaissance sólo se servía café elaborado


con granos de café etíopes tostados.

– Huele de maravilla. – me entusiasmé siguiendo el aroma del


café hasta la bandeja sobre la cama.

– Y sabe aún mejor. – añadió Connor con una sonrisa.


Estaba tumbado en la cama llevando sólo una camisa blanca
abierta además de los bóxers y tenía un aspecto irresistible.

Levanté con cuidado la taza que estaba en el carro de servicio


junto a la cama y le di un sorbo al café, que estaba adornado
con nata montada y crema de chocolate hasta más allá del
borde. ¡El sirope de avellana dulce en el café era divino!

– El sabor es increíble. – dije.

– El tuyo es aún mejor. – sonrió Connor.

Me tendió la mano y su cumplido me halagó. ¿Tal vez había


estado pensando demasiado y esto era algo más que una
aventura de una noche para Connor?

Agarré su mano, respondí a la llamada de sus labios y le besé.


Me devolvió el beso de manera tan intensa y sensual que tenía
que significar algo para él, ¡lo notaba claramente!

El corazón me latía con fuerza en el pecho porque, después de


todo, quizá era algo más que una chica de una noche.

– Sí, definitivamente sabes mejor. – murmuró Connor.

Suavemente, me lamió los labios, bajando por mi cuello hasta


la clavícula. Su lengua dejó un ligero cosquilleo que reverberó
muchas veces en mi abdomen.

– Deberíamos desayunar. – dije suspirando a pesar de no tener


hambre.

Tampoco quería levantarme y de ninguna manera volver a salir


de esa suite. Pero si quería mantener mi trabajo tenía que
hacerlo.
– Sí, deberíamos. – repitió Connor mis palabras, sensual y
seductor.

Dejó que sus dedos se deslizaran por el copioso desayuno.


Croissants recién horneados, mermelada casera, una pequeña
bandeja de queso y fruta fresca cubierta de chocolate.

Connor cogió una uva fresca y me la llevó a los labios. Nunca


había comido unas uvas tan dulces.

Luego me entregó una fresa cubierta de chocolate. Justo


cuando estaba a punto de darle un mordisco, retiró la fruta y
me robó otro beso en su lugar.

– Oye, ¿intentas matarme de hambre? – protesté haciendo un


puchero.

– Nada de eso. – se rió Connor dándome la fresa.

La forma en que Connor me trataba se sentía tan bien que


deseé que ese momento nunca terminara. Lo nuestro parecía
real, demasiado real para ser inventado.

Durante un buen rato seguimos tonteando, burlándonos el uno


del otro y haciéndonos carantoñas. Por un breve momento nos
olvidamos de que el tiempo apremiaba.

– Debería empezar a prepararme. – suspiré con fuerza.

Darme cuenta de que todo estaba a punto de terminar pesaba


una tonelada sobre mis hombros.

– Bien, entonces haré que alguien llame a Rebecca de nuevo.


¿Es una buena amiga?

– Mi mejor amiga. – dije sonriendo con orgullo.


No había forma de que Beccs me defraudara, ¡pondría la mano
en el fuego!

– Excelente. Tu plan de siete años está definitivamente a salvo.

Connor me guiñó un ojo y luego cogió el teléfono para llamar


a Rebecca.

– Gracias. – respondí en voz baja.

Siempre que no se dé cuenta de mi retraso.

Me senté en el tocador para intentar deshacer los nudos de mi


obstinado pelo. Aquellas bestias rizadas se habían convertido
de la noche a la mañana en nudos casi inabordables. Sin mi
acondicionador especial que mi peluquero había hecho
específicamente para mí a base de extracto de flor de clavo,
los nudos se tendrían que quedar ahí. Lo único que me ayudó
fue anudar el pelo en un moño impecable y esperar que nadie
se diera cuenta de los nudos. Los moños despeinados eran una
provocación para Shannon Williams y motivo de
amonestación.

Me ocupé de mi pelo con una concentración suprema hasta


que me distrajo Connor.

– Estará aquí en unos minutos.

– Genial.

No. Que esto no termine todavía…

– Es una pena que no lleves tu precioso pelo suelto. – dijo


Connor con auténtico pesar en su voz.
– Tengo que hacerlo. – le expliqué – No se nos permite llevar
el pelo suelto y, con estos nudos, no puedo hacerme una
coleta.

Ser camarera en el Hotel Royal Renaissance conllevaba más


obligaciones que derechos, pero aquí todo el mundo lo
soportaba porque haber trabajado aquí quedaba muy bien en el
currículum. Además, el hotel era una parte fundamental de mi
plan de siete años. Aprendería de los mejores lo que hay que
hacer, o mejor, lo que no hay que hacer. Había una cosa que ya
había aprendido: valoraría a mi personal tanto como a mis
huéspedes.

Connor me acarició los hombros, poniendo fin a mi


ensoñación. Asintió en señal de comprensión y me miró
directamente a los ojos a través del espejo.

– Si fueras mi sirvienta, te dejaría llevar el pelo suelto.

– ¿Es una oferta de trabajo? – pregunté con una sonrisa.

Era obvio para mí que era una broma. Pero algo en la mirada
de Connor me decía que estaba tomando mis palabras más en
serio de lo que debía.

– El pelo suelto sería lo único que llevarías. Quizá también un


buen par de tacones.

Connor agarró la toalla en la que me había envuelto y la abrió.

– No deberías ocultar ese hermoso cuerpo.

Vale. Lo decía en serio.

– Connor, yo…
No sabía qué decir o sentir. Había mucho caos en mi cabeza y
un caos aún mayor en mi corazón. ¡Connor me tenía
completamente desconcertada!

Antes de que pudiera decir nada, llamaron a la puerta.

– Esa debe ser tu amiga. Le abriré y ya podrás vestirte.

Gracias a Beccs no tuve que responder a Connor en ese


momento, aunque también me entristeció que todo terminara
con su aparición.

Connor cogió sus pantalones y desapareció del dormitorio.


Poco después, oí la voz de Rebecca en la puerta. ¿Cómo iba a
explicarle la situación a mi mejor amiga? ¿Y qué pasaría
después con Connor? ¿Habría más?

Me puse rápidamente el vestido de gala, cogí mis zapatos de


trabajo, que no combinaban en absoluto con el elegante
vestido y el bolso con mi teléfono del vestidor. De paso, cogí
unas cuantas uvas más y sonreí al ver mi trofeo en el tocador.

– Hola, Beccs. Adivina qué ha pasado. – saludé radiante.

Las palabras de mi mejor amiga se atascaron en su garganta


cuando me vio así.

– Sí, así es. Encontré mi trofeo.

– ¿Dana?

Sus ojos se volvieron enormes. La última vez que se quedó tan


boquiabierta fue en el Día Mundial del Donut cuando hubo un
80% de descuento en todos los pasteles de Dunkin’ Donuts.
¿O eran mis ojos?
– Beccs, necesito tu ayuda, tienes que sacarme de aquí o
Shannon Williams me matará. Me estaba acercando a la puerta
para ganar tiempo. Cada minuto de retraso ponía en peligro mi
plan de siete años.

– Y tanto. – respondió Rebecca – Pero ¿qué estás haciendo


aquí vestida así?

– No es lo que piensas. – dije avergonzada mirando al suelo.

Aunque era justo lo que seguramente estaba pensando.

Hay que reconocer que no tenía ni idea de lo que estaba


pasando por la cabeza de mi amiga en estos momentos; este
tipo de cosas ocurren muy, muy raramente.

Connor se aclaró la garganta. Llevaba los pantalones del traje,


pero la camisa seguía abierta. Esos apretados abdominales casi
me hacen babear de nuevo. El cuerpo de Connor era increíble.
Tan fuerte, musculoso y masculino.

¡Cielos, y todas las cosas que Connor le había hecho a mi


cuerpo! Como ningún otro hombre antes, Connor había
cumplido su promesa. Elegante como un caballero y al mismo
tiempo tan áspero y salvaje que casi no podía explicarlo.

– Dana fue mi encantadora acompañante en la velada de


anoche. – dijo Connor.

– ¡Guau! Pero ¿cómo ha sido? – soltó Rebecca.

– Se lo pedí. – dijo Connor resumiendo la tarde anterior.

– Beccs, no quiero presionarte, pero tendría que haber


empezado a trabajar hace más de una hora. Deberíamos
ponernos en marcha. – le insistí.

– Sólo has empezado diez minutos tarde. – dijo Rebecca


sonriendo como cuando un niño pequeño ha hecho algo malo.

– ¿Qué?

– Jenny, la de la lavandería, encontró tu tarjeta de acceso, la


radio y unas dos docenas de caramelos en tu uniforme y me lo
dio todo.

– ¡Beccs, eres un ángel! Realmente te debo una, pero ahora


mismo necesito que me saques de aquí.

– ¿Y cómo? ¿Quieres que te esconda bajo mi vestido?

– No, en el carro de servicio.

Beccs se rió igual que yo antes cuando Connor lo había


sugerido. Sólo que ahora era mi mirada la que permanecía
seria, silenciando lentamente a Beccs. Frunció el ceño
mientras miraba el carro de servicio.

– Hmm. Ahora que lo pienso, eso podría funcionar, la verdad.

Me volví hacia Connor para despedirme. Beccs fue a buscar el


carro mientras tanto, dejándonos algo de privacidad. Pero
despedirme de él, teniendo en cuenta que mi mejor amiga
podía oírlo todo fue aún más difícil de lo que ya era.

– Gracias por una noche tan mágica.

Las palabras fluyeron empalagosas como la miel por mis


labios.

¿Tenía que darle un beso de despedida? ¿Un abrazo? ¿O


volver a llamarlo Sr. Lancester?
– No, tengo que darte las gracias yo a ti por una velada tan
bonita. – sonrió Connor.

El destello de sus ojos me indicó que no estaba pensando en la


fiesta, sino en la noche conmigo.

– Supongo que ahora me toca colarme en el hotel. – dije


frotándome el antebrazo tímidamente.

– Buena suerte.

Connor me guiñó un ojo antes de acercarse.

– Espero que te acuerdes de mí en cada paso que des.

Vaya. Connor realmente sabía cómo volverme loca.

– Venga, métete. – me incitó Rebecca mientras volvía con el


carro de servicio.

Miré por última vez a Connor y me sonrió.

– ¿A qué esperas? Agáchate. – me dijo.

– Estás disfrutando demasiado con esto. – me quejé.

Entonces me puse de rodillas, levanté el pesado mantel blanco


del carro de servicio y me metí debajo. El carro parecía mucho
más grande por fuera que por dentro. Tuve que agacharme,
pero aun así las puntas de mis pies sobresalían y mi espalda se
apretaba firmemente contra la parte inferior del tablero de la
mesa. Debajo de mi torso metí mis zapatillas y mi nuevo
bolso.

Por suerte no sufría de claustrofobia, de lo contrario todo el


plan habría fracasado. Por supuesto, mi posición era cualquier
cosa menos cómoda, pero pude soportar durante unos minutos.
Volví a estirar el brazo bajo el mantel y levanté la palma de la
mano.

– ¿Puedes darme otro racimo de uvas de esos? Están


demasiado buenas. – pregunté.

– ¿Cómo puedes pensar en comer ahora mismo? – suspiró mi


mejor amiga.

Sin embargo, inmediatamente sentí el peso de un gran racimo


de uvas en mi mano.

– ¡Si las probaras sabrías de lo que hablo! – respondí con


seguridad.

Golpes silenciosos seguidos de un breve gemido.

– ¡Tienes razón!

– Te lo dije.

Habría asentido con la cabeza, pero la tenía atrapada entre el


tablero de la mesa, las rodillas y el bolso.

– Bien, en marcha. – dijo Rebecca.

El carro comenzó a moverse lentamente y me quejé.


Lógicamente, el carrito de servicio pesaba ahora cincuenta
kilos más de lo habitual. ¡Esperemos que las ruedas no se
rompan con mi peso! No podía tener un carro de servicio roto
en mi lista de transgresiones también.

– Señor Lancester, ha sido un placer. Háganos saber si necesita


algo más. – se despidió Beccs con la forma habitual de las
criadas.
– Encantado de conocerte también. – respondió Connor –
Estoy seguro de que nos veremos por ahí.

Sí, yo también lo espero.

No podía ver a través de la gruesa tela, pero gracias a mi oído


no estaba completamente desorientada. Oí que la puerta de la
habitación se abría y volvía a cerrarse un momento después.
Entonces Beccs me empujó por el largo pasillo hasta que
llegamos al ascensor del personal.

– ¿Dana? ¿Hay algo que quieras contarme?

– Eh… ¿nooo? – dije alargando mi respuesta para parecer más


inocente.

Bing.

Las puertas del ascensor se abrieron. Recibí una violenta


sacudida cuando las ruedas pasaron por encima de los bordes
del suelo del ascensor. Ahora que tenía que depender
únicamente de mi sentido del oído y del equilibrio, dejé en
blanco todos los demás sentidos. Sentí los movimientos del
ascensor, muy suaves y constantes, acompañados de un bajo
silbido que nunca había notado.

– ¿Y por casualidad se te olvidó mencionar ayer que estabas


saliendo con el huésped más sexy de todo el hotel, no, de todo
el planeta?

– ¡Que tu marido no te oiga decir eso! – le dije indignada.

– ¡Dana Swanson, no me cambies de tema!


– Vale, iba a decírtelo. Ayer te estuve buscando por todas
partes, pero luego tuviste que ir a casa con Emma y con toda la
emoción, bueno, se me olvidó. ¿Emma está bien? – pregunté
preocupada.

– Sí, se había hecho una herida en la rodilla jugando, pero no


necesitó puntos. Estaba tan asustada que no paró de llorar
hasta que llegué. Ay, mi ratoncito… ¡espera! ¡Dana, lo estás
haciendo de nuevo!

– ¿El qué? – respondí inocentemente– Y eligió la tirita de


unicornio arco iris, ¿no?

– ¡Dana! –me reprendió Beccs riendo.

Bing.

Unos instantes después se oyó otro estruendo y luego Rebecca


empujó el carrito por el pasillo a una velocidad constante.
Mientras mi mejor amiga se mantuvo callada yo también
mantuve la boca cerrada. Podía haber invitados en el pasillo y
las camareras que hablaban solas no parecían muy
profesionales. Y las camareras que empujaban a otra camarera
en un carrito aún menos.

– Entonces, ¿vas a contarme cómo terminaste saliendo con ese


multimillonario increíblemente bien formado?

– Como dijo, me invitó a salir.

– ¡Detalles, Dana! Necesito detalles. Como tu mejor amiga y


cómplice del crimen, también quiero los detalles escabrosos,
¿entendido?
Rebecca estaba muy emocionada. Su voz chirriaba anticipando
mi respuesta con alegría.

– No sé ni por dónde empezar.

– Por el principio. ¿Dónde se vieron por primera vez?

– En su suite. – respondí secamente.

Hay que reconocer que me daba vergüenza contarle las


circunstancias exactas de nuestro encuentro cuando ella ya me
había advertido que no cometiera esos errores. Sí, en el caso
altamente improbable de que más adelante tuviera hijos y
nietos, esta sería una gran anécdota de abuela, pero mi
condición de abuela dentro de treinta años y la realidad eran
dos mundos completamente diferentes que probablemente
nunca se cruzarían.

– ¿Dónde estabas exactamente? ¿Qué hiciste? ¿Y después?


Que te lo tengo que sacar con sacacorchos.

Respiré profundamente para poder responder a la batería de


preguntas.

– Estaba en el vestidor…

– ¡Shh! ¡Silencio! ¡Shannon Williams viene!

Nunca me había alegrado tanto de encontrarme con mi jefa.


Entonces me di cuenta de que era el peor momento posible. Si
me encontraba en ese carro de servicio, se acababa mi trabajo
para siempre. Contuve la respiración, esperando que no me
diera ningún tirón en el gemelo o por estornudar.

– Buenos días. –saludó Beccs de forma demasiado amistosa.


La histeria de su voz era inconfundible.

– Buenos días. – saludó Shannon Williams – ¿Qué estás


haciendo aquí?

– Es el carro de servicio de la suite de la planta cuarenta y


nueve. Lo voy a devolver.

– No sabía que aquí también había una entrada a la cocina…

No había sido una pregunta. Aun así, mi jefa no perdió la


oportunidad de sermonear a Beccs.

– Aquí sólo hay un par de oficinas y el vestuario del personal.


– dijo la Sra. Williams con voz crítica.

– Eh, sí. –respondió Beccs con inquietud – ¿Dónde narices


tengo la cabeza?

– Ten cuidado de no cometer más errores así.

– No. Quiero decir, sí. Tendré cuidado. Volveré al ascensor.

– Iré contigo. Tengo que hablar con el sumiller sobre el


maridaje de zumos sin alcohol del Entrecôte, sólo le han dado
nueve puntos de diez, es inaceptable.

– Eso es terrible.

Podía oír claramente el sarcasmo en la voz de Rebecca.

El Entrecôte era uno de los restaurantes de alta cocina del


hotel y llevaba años ostentando tres estrellas Michelin. En
total, cinco de los doce restaurantes tenían al menos una
estrella, algo de lo que la casa estaba muy orgullosa, pero
dados los elevados precios nunca me había atrevido a probar
ninguno.
Mientras Rebecca empujaba el carro hacia el ascensor, yo
contenía la respiración. El carro retumbó mucho más fuerte de
lo habitual, lo que afortunadamente mi jefa ignoró.

– Di… – Shannon Williams pensó un momento antes de


continuar – ¿Has visto a Dana? He estado llamándola por
radio toda la mañana, pero solo me da excusas. Siento que me
evita o como que ni siquiera está aquí.

– Sí. La última vez que la vi fue en el piso cuarenta y nueve.


Estoy segura de que se pondrá en contacto con usted en un
minuto.

Sonreí ante las medias verdades de Rebecca.

– La llamaré por radio otra vez. – dijo Shannon Williams.

– ¡No! – gritó Rebecca.

Pero fue demasiado tarde.

– ¡Daaanaaa! – gritó en la radio con su habitual voz chillona.

Como las dos radios estaban a sólo un metro de distancia se


acoplaban emitiendo agudos pitidos.

¡Ay!

Como uñas arañando una pizarra sólo que mil veces más
fuerte. Tan fuerte que por un segundo no pude escuchar nada.
Pero lo peor era que no podía hacer ruido. Nada de suspiros,
nada de gemidos, tenía que soportar mi dolor en silencio y sin
hacer ruido.

Rebecca se quejó.

– Siempre pasa eso en el ascensor. – mintió Rebecca.


Por supuesto, ella sabía perfectamente que el acoplamiento se
debía a la corta distancia.

– ¿De verdad? No me había pasado nunca.

Shannon Williams parecía confundida.

– Pondré eso en la lista de normas inmediatamente. No más


radio en el ascensor. No puedes hacer pasar a nadie por eso.

– Sí, buena idea.

– Oh, ¡cómo vuela el tiempo!

Shannon Williams pulsó otro botón.

– Se me hace tarde. Dígale al sommelier que llegaré tarde,


ahora tengo que atender al Sr. Lancester. El Sr. Campbell y yo
tenemos una reunión con nuestro huésped más preciado.

Vaya. El Sr. Calvin Lloyd Campell -director general e hijo del


fundador Sir Clinton Campell- no solía alojarse en su propio
hotel, aunque todos conocían su nombre y lo pronunciaban
con reverencia.

– Eso es genial, supongo. – dijo Rebecca pensativa.

– Sí, lo es. – respondió Shannon Williams.

Me preguntaba de qué tenían que hablar con Connor.

El ascensor frenó y las puertas se abrieron. A juzgar por el


nivel de ruido estábamos en el vestíbulo.

Shannon Williams salió del ascensor y sus tacones resonaron


en el suelo de mármol. Justo antes de que se cerraran las
puertas, se detuvo.
– Por favor, retiren todas las flores del piso treinta y ocho. Una
de las clientas es alérgica a ellas y está estornudando todo el
tiempo. No sé por qué, pero una camarera puso ayer un ramo
de flores en la suite de esa clienta. Encárgate de ello, ¿quieres?

Genial.

Mi fallida acción de “vamos a intentarlo” había hecho más


ruido de lo que me hubiera gustado y mis antecedentes penales
dentro del hotel se estaban alargando, pero al menos se hizo un
duplicado del único pendiente que aún tenía.

– Por supuesto que lo haré. – dijo Beccs a nuestra jefa antes de


que las puertas se cerraran de nuevo y nos quedáramos solas.
Continuamos nuestro viaje involuntario hasta el tercer sótano,
donde se encontraba la cocina del buffet del desayuno.

– Qué intenso todo estos dos últimos días, ¿no crees Dana?

– Y que lo digas.

Había mucho barullo en el tercer sótano. Las ollas sonaban,


los platos también, se oían gritos, los pasos rápidos resonaban
en los pasillos. Allí abajo, lejos de las miradas críticas de los
huéspedes, el ambiente era muy diferente al de las zonas
públicas.

– Te dejaré aquí un minuto y te conseguiré un nuevo uniforme,


¿de acuerdo?

– Espera, ¿qué?

Antes de que pudiera objetar, el coche se detuvo y los pasos de


Rebecca se alejaron de mí.
No lo podía creer, Beccs me había dejado en algún lugar en
medio de la nada.

De repente, el carro volvió a moverse. Me asomé


cautelosamente por debajo del mantel y vi unas piernas
gruesas como troncos de árbol metidas en unos pantalones de
cuadros y unos zapatos blancos a medio cerrar tan grandes
como cajas de plátanos.

¡Oh, no, por favor, no! No conocía muy bien a los cocineros ni
a los auxiliares, ni tampoco a los numerosos ayudantes de
cocina. Había demasiado personal como para conocerlos a
todos personalmente y ya me costaba seguir la pista a las
camareras.

Las posibilidades de que me vieran eran mayores de lo que me


hubiera gustado, y no tenía ni idea de lo que pasaría si uno de
los cocineros me encontraba. Todavía llevaba puesto mi
vestido de fiesta, pero ya era demasiado tarde para pretender
ser una clienta. Tampoco podía saltar del carro de servicio y
gritar “hey, soy camarera y me he perdido” sin que llegara a
oídos de mi jefa de una manera u otra. Situaciones así se
extienden más rápido que un incendio forestal en California.

Por favor, ¿podría mejorar un poco el día?


Connor

– LO SIENTO, SEÑOR Lancester, la señora Williams suele


ser muy responsable. – se disculpó Calvin Lloyd Campell por
tercera vez en muy poco tiempo.

Una y otra vez el director del hotel miraba su Rolex de oro y


luego se llevaba sus gafas de diseño con montura negra a la
base de la nariz.

– Aunque la señora Williams aún no está aquí, me gustaría


hablar de mi petición. – dije. La petición que había hecho en la
recepción esa mañana había llegado hasta la dirección. Ahora
me hacían esperar a la subdirectora. De no haber sido una
petición tan especial, me habría marchado hace tiempo.

– Por supuesto, Sr. Lancester. ¿Qué podemos hacer por usted?

– Le doy máxima importancia al orden y la limpieza por lo


que me gustaría tener una camarera de guardia. – dije.

Por supuesto, no quería cualquier camarera, sino una en


particular. Sonreí al pensar en mi chica. Dana no lo sabía, pero
me había impresionado más de lo que hubiera querido.
Ninguna mujer que había conocido había llegado a este punto.
En una noche, Dana me tenía bajo su hechizo.

¡Maldita sea, quería tanto a Dana! Quería follarla, atarla,


azotarla, follarla aún más fuerte y agarrar su piel y su pelo.

– Estoy seguro de que eso se puede gestionar, señor Lancester.


– respondió el director del hotel con optimismo. –De hecho,
creo que nuestra jefa de personal ya tiene un concepto similar
en mente.

– Excelente. – sonreí con satisfacción.

Dios, las cosas que haría con Dana ahora que podía llamarla a
mi antojo todo el día.

– Ah, aquí viene por fin. – suspiró aliviado el señor Campell


señalando a Shannon Williams, que se detuvo justo delante de
nosotros con la cabeza alta.

Llevaba un maletín negro apretado frente a su pecho como si


fuera un escudo, agarrado con tanta fuerza que sus uñas
dejaban claras marcas.

– Sr. Lancester, Sr. Campbell, discúlpenme, ha habido una


emergencia médica.

– Nada serio, espero. – dije.

La Sra. Williams negó con la cabeza.

– Un shock alérgico, pero ya está todo controlado.

– Me alegra oírlo. Siéntese. – dije señalando la silla vacía.

– Gracias.
Aunque el señor Campell se esforzaba por ser discreto, no se
me escaparon las miradas de castigo en dirección a su adjunta.

– Al Sr. Lancester le gustaría tener una camarera de guardia


personal. – dijo.

– ¿Qué le parece un buscapersonas personal? Así podría


contactar con la camarera de forma fácil y rápida.

Asentí con la cabeza.

– Me gusta esa idea. ¿Cuánto tiempo tardaría en implantarse?

– Ahora mismo me encargo de eso.

– Genial. Me gustaría que Dana Swanson tuviera el


localizador, por favor.

Cada vez que pronunciaba el nombre de Dana veía su rostro


frente a mí. Con los labios ligeramente separados y sus ojos
brillantes, mirándome con devoción.

– ¿Dana Swanson? ¿Hay alguna razón en particular?

Shannon Williams me miró pensativa antes de anotar el


nombre.

– Sí. Me gusta su comportamiento reservado y hace un buen


trabajo.

Estaba seguro de que Dana pronto sería cualquier cosa menos


reservada. Pronto daría forma a este diamante en bruto para
convertirlo en un brillante. Sólo pensar en cómo iba a llevar a
Dana más allá de sus límites me hizo sentir que mi erección se
despertaba. Hay que reconocer que me encantaba poner a
prueba, cruzar y superar los límites. Obviamente Dana tenía
muchos límites que podía cruzar una vez que fuera mi esclava.

– La Srta. Swanson será toda suya.

Estaba a punto de levantarme cuando Shannon Williams


respiró profundamente y deslizó los papeles de su carpeta
frente a mí.

– Señor Lancester, si me permite, hay algo más que nos


gustaría discutir con usted.

– Tiene diez minutos.

– Estoy elaborando la carta para el año que viene con mis


sumilleres, no sólo para el Royal Renaissance Hotel de Nueva
York, sino también para otros de nuestros hoteles. Queremos
que su nombre aparezca en la próxima selección.

– Me siento halagado. – respondí.

Los críticos habían puesto mis vinos y licores por las nubes y
con razón. Sólo para mi licor de manzana suizo había hecho
plantar dos docenas de variedades de manzana diferentes para
crear la mezcla ideal entre afrutado y ácido. Había tardado tres
años en alcanzar la perfección. Pero ¿qué podía decir? Sólo me
conformaba con lo mejor.

– Nos interesaría sobre todo el vino, y más concretamente, el


Cabernet Sauvignon de Música para nuestros restaurantes. Y
posiblemente un licor basado en él. Puede ver el tamaño de los
diferentes hoteles en los documentos.

El Cabernet Sauvignon de Música fue el primer vino que


elaboré. El nombre era un homenaje a la melodía del tema de
Tetris “Music A”, que conocían todos los que habían jugado al
Tetris aunque fuera una vez.

La oferta parecía interesante hasta que vi cuántas botellas


quería pedir el Hotel Royal Renaissance.

– Por muy tentadora que suene su oferta, he de rechazarla.

El Sr. Campell se aclaró la garganta.

– Estoy seguro de que podemos acordar un buen precio, Sr.


Lancester.

De nuevo negué con la cabeza.

– No es el precio lo que me preocupa, sino la cantidad. Sólo


cultivamos las uvas en los mejores lugares y reducimos las
cepas para obtener un mayor contenido de azúcar. Con estas
cantidades, sería imposible mantener la calidad.

– Es una pena. – suspiró la Sra. Williams.

El Sr. Campell terminó su Chateau Margaux de un trago.

– Piense un poco más la oferta, Sr. Lancester, y díganos sus


condiciones.

– Por supuesto.

Pero mis intereses y los del Hotel Royal Renaissance estaban


demasiado alejados para llegar a un acuerdo. No estaba
dispuesto a rebajar la calidad de mi vino en favor de la
cantidad, ni mucho menos.

Con el rabillo del ojo vi a una mujer con un mono rosa


brillante en el mostrador de recepción, que estaba en diagonal
frente a la sala VIP. Sólo una mujer muy segura de sí misma
llevaba ropa tan chillona en Nueva York: Deborah. Señaló con
un gesto salvaje a un botones inmóvil.

– Ahora, si me disculpan.

Me despedí formalmente pues no tenía ningún interés en una


charla acartonada con el director del hotel y la jefa de
personal. Dana me había contado lo suficiente, aunque
indirectamente, sobre estos negreros para saber con qué clase
de personas estaba tratando.

– Por supuesto. Ha sido un placer, señor Lancester. –


respondió el señor Campell.

Cuando Deborah me vio se puso las manos en las caderas y


soltó un grito agudo.

– ¡Connor! Qué sorpresa verte aquí.

– Encantado de verte también, Deborah.

Por lo general, sólo coincidía con Deborah en eventos de la


alta sociedad. Nos abrazamos brevemente y luego Deborah se
ajustó la hebilla de Gucci de su mono hasta el tobillo.

Mientras lo hacía, observó con ojos de lince a los botones que


llevaban sus maletas hacia el ascensor.

– ¡Cuidado, son maletas de diseño!

– Ayer mencioné que estaba aquí, ¿no?

– Lo había olvidado. – dijo Deborah tocándose la cabeza un


instante. – Así que te vas a quedar aquí un tiempo, ¿no?

– Sí, hasta la gala de mis padres. Se lo prometí a mi madre.


– ¡Eso es genial! La gala de tus padres es siempre tan
glamurosa. – dijo Deborah entusiasmada mientras se quitaba
las gafas de sol Ray-Ban de la frente y limpiaba los cristales.

– Y por una buena causa. – añadí.

– ¿Tienes acompañante? Esta… Nadine, no. ¿Sonya? ¿Cómo


se llamaba?

– Tu memoria para los nombres es realmente terrible,


Deborah.

Deborah se encogió de hombros mientras me miraba


expectante.

– Se llama Dana y sí, espero que venga conmigo.

Inmediatamente pensé en lo guapa que estaba Dana en traje de


noche y me imaginé conduciéndola por la finca Lancester,
prestando especial atención a la apartada casa de la piscina o al
laberinto de setos, para hacer una escapada aventurera. Tal vez
también podría guiar a Dana hacia el extenso terreno, que no
tenía más que el canto de los grillos y la luz de las estrellas.

Para ser precisos, me apetecía ir a los tres lugares uno tras otro
con Dana. Allí se sometería a mis órdenes, no porque yo la
obligara, sino porque ella me había dado ese poder. Sonreí
feliz.

– Hola, ¿Tierra a Connor? – dijo Deborah haciendo un gesto


para llamar mi atención.

– Estaba en mi mundo.
– Sí, me he dado cuenta, ¿me invitas a comer? He oído que el
bogavante con salsa de mantequilla trufada es estupendo.

– En otro momento, Deborah. Quizás tengo otra reunión.

– ¿“Quizás”? ¿Me estás cancelando por otra? Qué vergüenza,


Connor Lancester. – dijo torciendo los labios.

Suspirando miré mi reloj.

– ¿Puedo compensarte con una copa? Tengo un poco de


tiempo.

– Muy bien, una copa. – sonrió Deborah.

Se aferró a mi antebrazo y no lo soltó hasta que llegamos al


bar. No sé por qué, pero Deborah nunca había actuado de
manera tan agresiva y prepotente.
Dana

EL CARRO DE SERVICIO en el que me escondía fue


empujado a la gran cocina abierta, podía oírlo, pero sobre todo
podía olerlo. ¡Huele de maravilla! A bollería recién horneada,
café y mermelada hirviendo. En un descuido, mi escondite
chocó con otro carro y se detuvo.

Observé la cocina por debajo del mantel con cuidado. Vi a una


docena de cocineros y ayudantes de cocina y escuché muchas
otras voces a lo lejos.

Había mucho ruido y hacía mucho calor aquí. El tipo


corpulento que había estado empujando el carro de servicio se
alejó con pasos acelerados y me atreví a exhalar de alivio. Al
menos estaba fuera de peligro de momento.

¿Y ahora qué? No tenía ni idea, así que lo único que podía


hacer era esperar a Beccs que, con suerte, me traería un
uniforme. Suponiendo que Rebecca me encontrara aquí. Pero
tampoco podía estar escondida todo el día en la cocina en un
carro de servicio.
– ¿Por qué me pasan estas cosas? – me pregunté susurrando.

Porque tienes un imán para los líos, respondió mi cínico


subconsciente.

Sí, cuanto más quería mantenerme al margen de todo, más la


liaba. Tampoco me había ofrecido para ser la portavoz de más
de noventa camareras.

Suspiré. Cuanto más intentaba alejarme de los problemas, más


probable era que me persiguieran. De acuerdo, algo de culpa
había tenido, me había puesto un vestido ajeno en una suite y
pensé que me saldría con la mía. Pensamiento erróneo. El
karma.

Miré por el otro lado del carro. Había otros carros a mi lado,
que estaban siendo preparados uno a uno. Oh, oh, esto no pinta
bien.

Las dos ayudantes de cocina estaban trabajando muy rápido.


Probablemente porque tenían que preparar docenas de carros
nuevos cada día. Descubrían el carro, quitaban el mantel,
limpiaban la estructura metálica y volvían a cubrirlo.

Cinco carros más hasta llegar al mío. Las dos mujeres


hablaban del último episodio de una telenovela que yo sólo
conocía por los anuncios.

¡Por dios, Rebecca, date prisa!

– Brad engañó a Natasha. ¡Con Marc! ¿Puedes creerlo? Con


Marc. – dijo la ayudante de cocina más mayor.

Su voz ronca parecía aún más excitada que de costumbre por


el drástico giro de los acontecimientos.
La ayudante de cocina más joven soltó una exclamación

– ¿Qué? ¡Estúpido trabajo por turnos! ¿Y cómo reaccionó


Juan? ¿Acaso lo sabe?

Cuatro carros más. Las voces eran cada vez más fuertes.

– ¡Bueno, imagínate! Se enfadó y tuvo sexo por venganza con


June.

– No me lo puedo creer. – suspiró la más joven.

Intenté recordar el nombre de la telenovela en vano. Algo de


“Gossip”. De todos modos, los anuncios que había visto ya
anunciaban que había muchos giros dramáticos en la serie.

Sólo tres carros se interpusieron entre yo y las dos mujeres. En


realidad, debería idear un plan B y buscar una solución, pero
mi cerebro sólo utilizó sus células grises para averiguar cómo
se llamaba la maldita serie.

Dos carros. Mi corazón martilleaba dolorosamente contra mi


pecho y la búsqueda del título de la serie continuaba. Por Dios.

Sólo un carro más y ninguna solución a la vista. Ni siquiera el


nombre de la serie de televisión se me ocurre.

Me preparé para lo peor. Sólo unos segundos más y las dos


mujeres sacarían el mantel del carro de servicio y me
descubrirán.

¡Grand Valley Gossip! Ese era el nombre de la novela. Bien, al


menos una cosa ya estaba resuelta.

Las dos mujeres estaban ahora de pie a ambos lados del carro
limpiando los platos mientras seguían hablando del
maravillosamente definido perfil de Brad y de lo bien que le
iría con Michael.

El mantel se levantó por las esquinas. Contuve la respiración.

¿Tal vez pueda hablar con las dos mujeres y convencerlas de


que me guarden el secreto?

Sí, claro. De ninguna manera.

Sin duda era demasiado. Una sirvienta con un vestido de


diseño de una clienta escondida en el carro de servicio sería un
escándalo tan grande como lo había sido la serpiente Oscar.

El mantel estaba lo suficientemente levantado como para que


mis piernas y brazos fueran completamente visibles desde el
exterior. ¿Quizás no se darían cuenta de que estaba sentada en
la parte baja?

Los pasos se acercaban. Una mano chocó tan fuerte contra la


placa metálica del carro de servicio que me sobresalté.

– ¡Hola!

¡Beccs había llegado en el momento justo! El mantel volvió a


caer y respiré aliviada.

– Hola. – respondió irritada la ayudante de cocina más mayor.

Sentí que Rebecca presionaba una tela sólida contra el mantel:


un uniforme nuevo enrollado que acepté con gratitud
esperando que nuestro pequeño contrabando pasara
desapercibido.

Ahora sólo tenía que salir del carro para poder cambiarme en
algún lugar tranquilamente.
– Hay mucho movimiento aquí en la cocina. – balbuceó mi
mejor amiga.

– Si, por eso tenemos que seguir trabajando. – dijo la chica


más joven.

Sus manos volvieron a agarrar el mantel. Con su pie, Rebecca


dio una patada en mi dirección. Me puse en el lado largo,
mientras que las dos ayudantes de cocina se colocaron en los
dos lados cortos. La patada fue una señal de que debía salir, o
eso creía. Con precaución, asomé la cabeza. No había moros
en la costa y me arrastré al lado de Rebecca para salir del carro
de servicio. ¿Ahora a dónde iba? No podía levantarme, sonreír
encantadoramente y salir de la cocina.

– Espera un momento. Antes de que me vaya de nuevo,


necesito que me digas…. – vaciló Rebecca.

– ¿Sí?

– Necesito saber dónde están las neveras. Tengo que ir a por


algo. – se inventó Rebecca como excusa. – Sí, eso es. Los
frigoríficos, por eso estoy aquí.

– ¿Qué necesitas? Aquí todo se almacena por separado debido


a las alergias, la contaminación cruzada y demás.

¿Era una pista de Rebecca para que me metiera en una de las


grandes cámaras frigoríficas? ¿Estaba el terreno libre? ¿O sólo
estaba diciendo lo que tenía en mente con emoción? Vi la
puerta entreabierta de una de las cámaras justo delante de mí.
Pero con los muebles de cocina y los aparadores a mi
izquierda y derecha, no tenía una visión clara.
– Eh, um. Creo que está justo en esa nevera grande de ahí.

Rebecca señaló con ambas manos una gran cámara frigorífica


a unos diez metros de donde yo estaba. Sí, ese gesto más que
exagerado era inconfundible. Salí escopetada.

– Sólo hay verduras crudas y de hoja verde. Espinacas,


lechuga iceberg, col. Apio. Ese tipo de cosas.

– Sí, justo. Eso es lo que quiere el cliente. El cliente quiere


apio fresco. De hecho, ¡mucho apio fresco! – dijo Rebecca
asintiendo enérgicamente con la cabeza.

Tan rápido como pude, seguí arrastrándome por el áspero


suelo de la cocina con el uniforme en la mano izquierda y el
bolso en la derecha. Al hacerlo, tuve cuidado de no dañar mi
vestido de gala. El vestido no tenía la culpa de mi estupidez y
no debía sufrir más de lo necesario. Además, era lo único que
tenía como recuerdo de la noche anterior.

Me acerqué cada vez más a las cámaras de refrigeración. De


fondo podía oír a Rebecca hablando con las dos ayudantes de
cocina sobre las excéntricas peticiones de los invitados.

¡Sólo unos metros más! Espero que mi karma negativo se haya


agotado ya. No necesitaba que un cocinero tropezara conmigo
y me tirara encima una olla de quince litros de pudín fresco o
de mermelada en conserva.

Afortunadamente, no ocurrió nada de eso en mi largo camino


hacia la cámara frigorífica. Llegué a mi vestuario sin ninguna
quemadura de tercer grado ni bloques de cuchillos cayendo
sobre mí y, por lo que parecía, tampoco nadie me había visto.
Especialmente esto último rozó el milagro en esta ajetreada
cocina.

Ahora no podía perder el tiempo. Me levanté de un salto, me


quité el adorable vestido que había sobrevivido intacto a la
acción y me puse el uniforme.

Con el corazón encogido, enrollé bien el vestido de cóctel y lo


metí en la bolsa. Justo cuando me estaba atando el cinturón de
tela, la puerta se abrió de un tirón.

– ¡Rebecca! Estoy… – vacilé – ¡Hola!

Frente a mí no estaba Rebeca, sino un hombre. A juzgar por


sus fornidas piernas, había sido el tipo que me había empujado
hasta aquí. No sólo era muy fuerte de piernas, sino que sus
hombros también eran muy anchos. Llevaba una gran caja de
madera con una docena de lechugas.

Su aspecto exterior me recordaba a los culturistas que se


habían pasado con los anabolizantes. Su rostro tenía una
expresión inescrutable. Dios.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

Su voz era profunda y aterradora, definitivamente tenía las


características de un buen supervillano de una
superproducción.

– Eso mismo me pregunto yo. – respondí con un suspiro.

Detrás de los anchos hombros del ayudante de cocina vi a


Beccs pasar a toda prisa.

– Me está ayudando. – respondió Rebecca.


Entonces cogió la primera caja que había en la sala y me la
puso en la mano.

– Siempre hay mucho caos durante la Semana de la Moda. El


huésped del piso cuarenta y nueve está causando un tremendo
caos en este momento.

Primero el potencial supervillano miró críticamente a Beccs,


luego a mí, y sus duros rasgos se suavizaron. Me atreví a
respirar de nuevo.

– Sí, claro. Aquí siempre pasa algo. – respondió el hombre


encogiéndose de hombros. Se hizo a un lado y nos dejó
espacio a Rebecca y a mí. Llevando una caja de apio y otra de
patatas, Beccs y yo escapamos de la cocina. Realmente lo
habíamos conseguido, aunque me sentía como un ladrón por
haber cogido veinte kilos de patatas.

Al final del pasillo, dejé la pesada caja en el suelo y abracé a


mi mejor amiga.

– ¡Beccs, me has salvado la vida!

– Lo sé. –, sonrió Rebecca.

Colocó la caja de apio junto a las patatas.

–¿Qué hacemos ahora con esto? – preguntó pensativa


cruzando los brazos delante del pecho,

– En caso de duda siempre hay que destruir las pruebas. – dije


riendo y frotándome el estómago. Mi mejor amiga se dio
cuenta inmediatamente de que destruir era lo mismo que
comer.
– ¿Y quién va a pelar todas las patatas?

– Tienes razón. ¿Qué tal si los devolvemos? Más tarde, en


algún momento. Así no se notará tanto.

Miré a mi alrededor.

– Es mejor que los pongamos ahí en el rincón. Nadie los


encontrará.

– De acuerdo. Buen plan. ¡Ahora vuelve a los pisos


superiores! Vamos con mucho retraso.

– Tengo la sensación de que va a ser un día de trabajo muy


largo.

– ¡Espero que lo suficiente para que me cuentes todos los


detalles!

Rebecca pulsó el botón para subir. A esa hora, la mayoría de


los ascensores estaban libres porque las camareras se
dedicaban a hacer las habitaciones y la mayoría de los
huéspedes que podían pedir algo estaban fuera, así que el
ascensor no tardó en llegar. Al principio me había molestado
que, por la mañana, después del desayuno, hubiera tanto
silencio como a medianoche.

– Antes dijiste algo de tu trofeo. ¿Qué era? Estaba demasiado


distraída mirando esos abdominales duros como el acero.

Me reí.

– Connor encontró mi trofeo.

– ¿Así que te escuchó cantar? ¿Y aún así salió contigo? – se


burló Rebecca.
– ¡Beccs, no tiene gracia!

– Sí que la tiene. – sonrió. – Y ahora quiero saber todo lo


demás. Cada detalle.

Como Rebecca todavía tenía que hacer pedidos de limpieza en


la recepción, fuimos al vestíbulo. De camino, le conté a mi
mejor amiga todo lo que había pasado la noche anterior. La
fiesta, la música, el baile, mi corazón latiendo con fuerza y el
carácter complaciente de Connor.

– Dana, lo que me cuentas es precioso. – dijo Rebecca.

– Ay, sí. Como un cuento de hadas, ¡salvo que todo era real!

– ¿Crees que podría convertirse en algo más?

Lo pensé durante mucho tiempo.

– No lo creo. Es decir, es muy agradable. Y atractivo. Pero


también muy seguro de sí mismo …

– ¡Y no olvides que es multimillonario! – dijo Rebecca con


una sonrisa hasta las orejas.

– Sí, es asquerosamente rico.

– ¿A qué esperas? Lánzate a por él.

– No. Creo que fue una cosa de una sola noche. Fui una buena
acompañante y por eso me dio el vestido.

Rebecca entornó los ojos, pensativa. Ups, en realidad iba a


guardarme los detalles más delicados para mí.

– Espera un momento. ¿Cómo fue que surgió ese trato?


– Bueno, fue una de esas cosas…– dije yéndome por las
ramas.

– ¿Qué tipo de cosas exactamente?

Beccs volvió a lanzarme esa mirada de “qué has hecho esta


vez”, que supongo que me merecía.

– ¡Vale! Me pilló probándome el vestido. ¿Contenta?

Para aclararlo, levanté mi bolso, que contenía el vestido.

– ¿Y luego te pidió que fueras a la boda con él?

– Sí. – asentí con la cabeza.

– ¿Por qué tengo la sensación de que no quedó ahí?

– Pues sí. Esa noche fue mágica, pero no creo que haya una
segunda.

Ay. Suspiré con fuerza, porque por supuesto deseaba poder


conocer mejor a Connor, pero evalué de forma pesimista-
realista que mis posibilidades eran nulas.

Rebecca sacudió la cabeza con incredulidad.

– Esto es realmente increíble. ¡Todo esto es tan increíble,


Dana! ¿Has sido invitada a una boda por un misterioso
multimillonario buenorro, incluso has dormido en su
habitación -probablemente también con él- y ahora tiras la
toalla sin más?

– Sólo soy una camarera de piso y demasiado mayor para


seguir creyendo en cuentos de hadas. ¿Qué puedo ofrecerle?

– ¿Hola? ¿No viste la forma en la que te miraba? Está claro


que eras algo más que una camarera para él. Además, ¡para mí
tú vales más! Que un tipo encuentre tu trofeo perdido, de
contigo y te arrastre a una boda suena sospechosamente a
príncipe azul moderno. ¡Eso requiere un final feliz! ¿Nunca
has oído hablar de las leyes de la física?

– Dudo que las leyes de la física tengan algo que ver. – dije
disipando con una sonrisa mi angustia.

Aun así, reflexioné sobre las palabras de Beccs mientras me


abrazaba y me plantaba un beso amistoso en la mejilla.

Por supuesto, también había sentido que entre Connor y yo


había más de lo que parecía, una conexión que no podíamos
negar, lo había sentido claramente y, a juzgar por su mirada, él
también lo había sentido. Por la forma en que Connor me
miró, ¡tenía que sentir lo mismo!

Las puertas del ascensor se abrieron.

– Hmm, tal vez tengas razón después de todo. – le respondí a


mi mejor amiga.

– ¡Claro que sí!

Sonriendo, nos dirigimos a la recepción para que Rebecca


pudiera entregar el pedido de limpieza cuando una fuerte
carcajada resonó hacia nosotros desde la zona VIP junto a la
zona del bar.

Dios, reconocí esa voz al instante entre miles de voces.

Deborah.

Inmediatamente me tapé la parte izquierda de la cara con la


mano y me puse de espaldas a la zona VIP.
– ¿Quién es? – susurró Rebecca.

– Esa es Deborah Landry. Ella también estuvo en la boda.

– ¿La conoces?

Rebecca se quedó mirando la zona VIP.

– Mira, también está Connor.

Inmediatamente mi corazón comenzó a palpitar cuando


escuché su nombre. Me arriesgué a mirar por encima del
hombro y vi a Deborah y a Connor sentados juntos en la zona
VIP riéndose. No tenía motivos, pero me sentí engañada. Con
valentía, apreté los dientes y me tragué mi frustración.

– Se lanzaba sobre Connor como si yo no estuviera allí.

– Sí, parece que está haciendo lo mismo.

Me habría encantado unirme a ellos, pero ni se me permitía y


además quedaría expuesta como camarera. Era lo mejor para
ambos, Connor podía guardar las apariencias y yo conservaba
mi trabajo.

Sin mencionar que Connor no era mi novio. Así que ni


siquiera tenía derecho a juzgarle ahora ni a enfadarme porque
se viera con Deborah.

Me pregunto si él sabía lo superficial que era Deborah debajo


de sus toneladas de maquillaje. No. Por alguna razón ella era
su punto ciego.

Tiré de Rebecca hacia mí por los hombros.

– Tienes que cubrirme para que no me vea.

– ¿Por qué?
– ¡Porque Deborah no sabe que sólo soy una camarera!

–¿No lo sabe?

–¡No! Fingí ser la novia de Connor en la boda. Nadie sabía


que sólo era su camarera. Tampoco puedo dejar que eso se
difunda, ¡o Shannon Williams me echará!

Está claro que últimamente habían ocurrido demasiadas cosas


que podrían llevar al despido. Lancé otra mirada cautelosa por
encima del hombro. Deborah y Connor ya no estaban sentados
en uno de los palcos sino en la entrada de la zona VIP.

– ¡Tenemos que irnos ya!

El pánico se extendió por mi cuerpo.

– Vale, vale. Respira, Dana, todo va a salir bien. El hueco de la


escalera está más cerca que los ascensores. Vamos allí. – dijo
Rebecca con calma tirando de mí tras ella.

– ¿Cómo puedes estar tan tranquila?

– Nunca has ido al supermercado con Emma cuando los


Crunchy Crinkles están agotados, ¿verdad?

Me reí. Sí, Emma adoraba esas galletas de chocolate más que


nada y si Rebecca no tenía cuidado, su hija sólo se alimentaría
de ellas.

Una vez en el hueco de la escalera, respiré profundamente.

–Tenemos que averiguar cuánto tiempo lleva Deborah aquí.

–Deja de ponerte en lo peor, ¿y si sólo está visitando a


Connor?

–Sí. O tal vez se ha mudado con él. –, respondí cínicamente.


–Supongo que tu optimismo no tiene límites hoy. – bromeó
Rebecca.

Aunque luché contra mi sonrisa, no pude reprimirla. Rebecca


rebuscó en sus profundos bolsillos cosidos al vestido y sacó mi
radio y mi tarjeta llave.

– Antes de que me olvide, aquí están tus cosas.

– Eres un encanto. Te debo un gran favor. – le agradecí.

– No. – dijo Rebecca negando con la cabeza. – Eso nos iguala.


Has salvado mi concurso de karaoke y el cumpleaños de
Emma.

Rebecca rebuscó una vez más en su bolsillo. Entre el pulgar y


el índice sostenía algo que no pude distinguir a primera vista.
Extendí mi mano y Rebecca dejó caer el objeto sobre mi
palma.

No puede ser verdad.

– ¡Me lo debes! Vi un solo pendiente y pensé que uno llamaba


más la atención que ninguno. Por eso me lo quedé.

– Oh, Rebecca.

Estaba a punto de llorar.

– Se acabó, Dana. ¡Esto tiene que parar! Con nostalgia o sin


ella. – siguió reprendiendo Rebeca.

Así que no había perdido el otro pendiente, lo tenía Rebecca


todo este tiempo.

– ¿Dónde está el otro pendiente? – preguntó Rebeca al ver mi


cara de contrariedad.
Con un diseñador de joyas en la Semana de la Moda de Nueva
York.

– ¡Por el amor de Dios! ¿Qué hace ahí?

– Lo están duplicando. Pensé que había perdido el otro


pendiente de camino a la planta cuarenta y nueve. La cosa con
Connor … y todo el estrés con Shannon Williams. Yo tampoco
sé dónde tenía la cabeza.

Rebecca volvió a meter la cabeza en el cuello y gimió con


fuerza.

– Dana, atraes mágicamente la mala suerte.

No discutí, sólo cogí el pendiente y lo metí en el bolso, que


seguía llevando.

– Deberíamos ponernos en marcha. Las habitaciones no se van


a hacer solas. – me froté las sienes palpitantes. – Pero primero
tengo que guardar esta bolsa en la taquilla.

– Claro, de camino. ¿Cuánto tardarán en hacerte el pendiente?

– Lo harán lo más rápido que puedan.

En realidad, no tenía ni idea de cómo recuperar el pendiente.


No tenía números de móvil, ni direcciones, nada. Dios, ¿en
qué estaba pensando?

Había pensado… y esperado que Connor se pusiera en


contacto de nuevo. Pero por lo que parece se lo estaba pasando
en grande con Deborah. Mi orgullo estaba más manchado de
lo que quería admitir y me sentí muy mal al ser reemplazada y
olvidada tan rápidamente.
Sólo había sido una noche y realmente sabía en qué me estaba
metiendo, pero mi corazón se rompió un poco.

– No deberíamos perder más tiempo. –dije y subí corriendo las


escaleras.

Rebecca me siguió hasta el primer piso. Desde allí tomamos el


ascensor hasta la planta dieciocho, donde había vestuarios para
el personal y también un gran almacén de sábanas y toallas
limpias, carros de limpieza y suministros de limpieza varios
que servían para reponer los demás almacenes.

Saqué el vestido arrugado del bolso y lo colgué en una percha


de mi taquilla.

– Pobre vestido.

Tiré de la tela tensa, salvando lo que se podía salvar. Por un


breve momento, las arrugas desaparecieron de la tela, dejando
el vestido de cóctel con un aspecto inmaculado de nuevo.

– ¡Daaanaaa! – graznó desde la radio.

– Maldita sea, justo lo que necesitaba. – me quejé.

Con un ademán ostentoso, cerré la puerta de la taquilla y me


atendí la radio.

– ¡Contesta ya! – ordenó Rebecca.

– ¿Sí, señora Williams? – pregunté angelicalmente.

–Quiero que hagas la cama del piso cuarenta y nueve.

La suite de Connor.

–Me encargaré de ello.


–¡Ahora mismo!

–Por supuesto.

¿Habría ido Connor a su suite con Deborah y ahora tenía que


deshacerme de las pruebas de su breve coqueteo? Me sentí mal
y al mismo tiempo intenté convencerme de que la cama de
Connor estaba simplemente revuelta y que no debía darle
demasiada importancia a la situación.

– Lo siento, Rebecca. ¿Pero puedes preguntar a las chicas de


abajo si pueden ayudarte? Todavía les debo el evento de
Pascua.

– Claro que sí. ¿Hacer la cama es un código secreto para algo


entre tú y Connor? – preguntó Rebecca con una sonrisa
traviesa y levantando una ceja de forma conspirativa.

– No, creo que no. – respondí apocada.

Entonces me dirigí a la suite más cara de todo el hotel.

¿Por qué estaba Connor tan cerca de mí? Acababa de aparecer


en mi vida y anidaba en mi mente de forma imprevista. Y a
partir de ahí, parecía controlar todo mi cuerpo. Desde los
latidos de mi corazón hasta el cosquilleo en mi estómago cada
vez que escuchaba su nombre.
Connor

ME RECOSTÉ EN EL cómodo sillón, que crujió suavemente


bajo mi peso. Poco después Dana estaba llamando a mi puerta.
Nunca lo admitiría, pero estaba contando los segundos
mientras disfrutaba del olor de mi Cabernet Sauvignon de
Música, que me traía recuerdos. Pero no era sólo el vino lo que
me traía recuerdos, mi camisa oliendo a ella también me hacía
soñar. Era como si sus ojos radiantes siguieran iluminando la
habitación.

Maldita sea, Dana se las había arreglado para dejar una


enorme huella en el poco tiempo que llevaba allí. En mi
interior surgían sentimientos que no había sentido en mucho
tiempo, combinados con mi deseo físico por ella, una mezcla
peligrosa. Simplemente tenía que volver a ver a Dana, no
podía evitarlo.

Llamaron a la puerta.

– Entra. – dije y me puse de pie.


Dana entró tímidamente por la puerta. Su expresión reflejaba
incertidumbre.

– ¿Quiere que haga la cama… señor?

Diablos, estaba disfrutando demasiado del saludo. Cuando


Dana me llamaba señor, sonaba tan reverente y lleno de
respeto. Dejé la copa de vino y me acerqué a Dana.

– Sí.

Mi mirada captó sus ojos. Dana se mordió los labios carnosos


y curvados y me sostuvo la mirada con valentía. Sin duda,
debió de suponer un gran esfuerzo por su parte devolverme la
mirada durante tanto tiempo.

Me preguntaba qué estará pasando por esa bonita cabeza tuya


ahora mismo.

– Bueno, entonces me pondré a trabajar.

Dana sonrió brevemente y pasó junto a mí, pero la agarré del


brazo y la acerqué.

– ¿A qué viene tanta formalidad, bella dama?

– Tengo muy poco tiempo y todavía tengo mucho que hacer. –


respondió Dana secamente.

Su voz sonó apurada. Sí, creí que estaba muy ocupada, pero
había más. Su repentina y fría manera de rechazarme no podía
tener nada que ver con la presión del tiempo.

– ¿Y bien? – pregunté.

– ¿Qué?

– Te pregunto, eso no es todo, ¿verdad?


– No.

Dana apartó la cara y, suspirando, intentó soltar mi mano de la


parte superior de su brazo, pero mi agarre se hizo más fuerte.

¡No te vas a escapar de mí tan fácilmente, Dana!

– Quiero que me digas qué está pasando.

Mi voz era seria al igual que mi mirada.

– A mí también me gustaría saberlo. Ese es exactamente el


problema. No sé qué pasa entre nosotros.

Se le quebró la voz y respiró profundamente.

– Y no sé si hay algo entre nosotros, o si sólo lo estoy


imaginando.

Dana estaba al borde de las lágrimas. Pobrecita, estaba hecha


un lío.

–¿Qué te hace pensar eso?

–No soy estúpida, Connor. Sé lo que son las aventuras de una


noche. No creo que encaje en… tu mundo.

– Es exactamente por eso que te llamé. Porque quiero saber si


encajas en mi mundo. Y creo que sí, y me gustaría que lo
hicieras.

Dana me miró críticamente.

– ¿Qué quieres decir?

– Tengo gustos particulares. Ya lo hablamos ayer.

–¿La bestia en traje?

–Exactamente.
–Yo también quisiera encajar en tu mundo. – susurró Dana.

Nunca había visto una mirada más sincera, una mirada llena de
miedo y devoción a partes iguales. Su respiración se calmó y
sentí que se relajaba lentamente.

Mi agarre en sus brazos se aflojó, ya no la sujetaba, sólo la


sostenía.

– Entonces vamos a descubrir si te gusta mi mundo. – le


contesté suavemente. Le tendí la mano y la llevé al dormitorio.

Cuando Dana vio la cama recién hecha, se detuvo.

– Pero si la cama está hecha.

– De momento. – respondí.

– Bueno, bueno.

Dana sonrió con audacia. Su postura despectiva había


desaparecido y quedaba la curiosidad. Desaté el nudo de su
cinturón.

– Quiero poner a prueba tus límites, quiero llevarte a tus


límites… y más allá.

El cuerpo de Dana se estremeció. Con emoción. Con


excitación. Con miedo.

– Me vas a odiar y amar al mismo tiempo. Me rogarás que


traspase tus límites.

Lentamente, abrí su vestido. La pesada tela se deslizó por sus


hombros hasta el suelo. Bajo su vestido, Dana sólo llevaba
bragas. Sus pechos se levantaban suavemente de su torso, con
los pezones rígidos. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso.
A pesar de su inseguridad, su postura erguida era elegante y
regia.

Si Dana recorriera este camino, yo sería el fuego en su infierno


y la salvación en su cielo.

– No tienes que tener miedo, Dana. Yo te cuidaré y te


protegeré. ¿Confías en mí?

– Sí, confío en ti. – respondió Dana. – Parece una locura, pero


siento como si te conociera de toda la vida.

– No, no parece una locura. Eres como un libro abierto para


mí, donde puedo leer fácilmente cualquier secreto por muy
enterrado que esté.

Aun así, me tomaría mi tiempo para explorar sus límites.


Construir la confianza es un proceso largo y constante. Pero
para lo que iba a hacer con Dana, la confianza era esencial.
Romper los límites sin confianza era una tortura, no una
redención, incluso para mí.

– Bien, nos tomaremos nuestro tiempo. Todavía quedan


algunas cosas por hablar, pero llegaremos a eso más adelante.
Ahora mismo, te daré una muestra de lo que te espera si sales
conmigo.

La cogí de la mano y la llevé a la cama. Dana comprendió


inmediatamente que debía tumbarse de espaldas en la cama.
Mientras estaba allí tumbada, provocativa e increíblemente
sexy, mis pantalones empezaron a apretarme. Dana me miró
expectante.

– Quítate la ropa.
Lentamente, Dana tiró de sus bragas hasta la mitad del muslo,
luego inclinó las piernas y se despojó de la tela por completo.
Me volvía loco que estuviera desnuda delante de mí pero
tapando sus partes más íntimas. ¿Cuándo comprenderá de una
vez lo hermosa que es?

Al mismo tiempo, me miró expectante. Sí, tenía planes para


ella, pero primero tenía que ocuparme de ese muro sin sentido
de inseguridad y miedo a ser juzgada. Esa fachada tras la que
se escondía Dana era lo primero que derribaría.

Dana era hermosa, no había necesidad de ocultar su cuerpo. Su


cuerpo debía ser adorado, pero no se convertiría en una diosa
hasta que ella misma lo entendiera.

–Tócate. – le ordené.

Dana me miró sorprendida.

– ¿No quieres hacerlo?

–No. Quiero que te toques.

Mecánicamente, Dana se pasó las manos por el cuerpo.

– No así. Tócate como quieres que te toque.

Sus movimientos se volvieron más suaves, más sentidos. Poco


a poco, Dana se permitió meterse en la situación. Al principio,
Dana se limitó a pasar las manos por el comienzo de sus
pechos hasta que se acostumbró a la extraña situación. Se
pellizcó los pezones y gimió ligeramente. Dana se tocó a sí
misma, como si se sintiera así por primera vez. Estaba seguro
de que experimentaría muchas más primeras veces conmigo.
–Sí, así de fácil. – dije. –¡Convénceme con tu cuerpo de que
debo follarte ahora!

Dana suspiró sensualmente mientras se tocaba. Una y otra vez


me miraba y sonreía con satisfacción mientras yo no ocultaba
mi excitación.

Con una mirada oscura y codiciosa, observé a Dana que se


echaba con gracia en la cama y me sonreía seductoramente.
Ella sabía exactamente lo que estaba haciendo en ese
momento. Sí, estaba seguro de que Dana me estaba volviendo
loco conscientemente en ese momento. ¿Tal vez porque ya
estaba delirando gracias a mis palabras anteriores y quería que
la siguiera? O posiblemente le había cogido el gusto a querer
volverme loco, porque lo hizo.

–Me has convencido. – dije. – Dios, Dana, me gustas mucho.

–Y a mí me gusta lo que dices.

Con valentía, Dana se mordió el labio inferior.

Sí, había superado el primer obstáculo. Su inseguridad dejó de


ser, al menos por el momento, un problema. Ahora podría
seguir adelante. Me acerqué a la cubitera y saqué un cubo de
hielo grande y cuadrado.

El rocío que caía sobre Dana incluso antes de que el hielo


tocara su piel la hizo temblar. Desde aquellas pequeñas y
heladas gotas de rocío, la piel de gallina se extendió en oleadas
por todo su cuerpo. Su piel se veía tan hermosa cuando
temblaba. Cuando le pasé el cubito de hielo por el estómago,
Dana inhaló bruscamente.
–¿Frío? – le pregunté con una sonrisa burlona. – Pararé cuando
te parezca demasiado frío.

–No, refrescante. – dijo Dana entre dientes.

Esperaba que mi oferta de parar arañara su orgullo porque me


encantaba que las mujeres me desafiaran. ¡Necesitaba mujeres
con carácter! No podía hacer nada con las muñecas sin
voluntad.

–Bien entonces.

Pasé el cubito de hielo por su estómago y cuanto más me


acercaba a sus hermosos pechos, más rápida se volvía la
respiración de Dana. Sus manos se clavaron en la tela de la
colcha. Cuando el hielo tocó sus sensibles y rígidos pezones,
Dana gimió con fuerza.

– Entonces, ¿todavía te refresca?

Sí. Me encanta como se siente, jadeó Dana.

– Bien, no voy a dejar de hacerlo hasta que el hielo se derrita.

Alternando, froté el cubo de hielo sobre sus dos pechos. El


cuerpo de Dana se retorcía maravillosamente bajo mi contacto.
Cuanto más tiempo tocaba a Dana con el hielo, más caliente se
ponía su cuerpo. Cuando ya no pude controlarme, coloqué el
cubito de hielo sobre su vientre plano y empecé a
desabrocharme la camisa.

– Quédate bien quieta. Si el hielo se cae, te pongo otro cubito.

Inmediatamente, Dana detuvo la respiración. El cubo de hielo


se deslizó amenazadoramente hacia adelante y hacia atrás
sobre su propio rocío.

Me había desabrochado la mitad de la camisa, pero con cada


botón me tomaba más tiempo. Dana miraba fijamente al techo,
haciendo un gran esfuerzo para controlar su respiración
mientras yo disfrutaba del espectáculo.

– Sabes. – comencé. – Te he querido desde la primera vez que


nos conocimos.

–¿De verdad? – preguntó Dana, mirándome directamente a los


ojos.

Se mordió los labios y trató de mantener la compostura


mientras el fuego ardía en su mirada.

– Sí. He estado con algunas mujeres, y he tenido algunas


mujeres. Pero nunca ninguna de esas mujeres me ha llamado
señor con tanta pasión como tú.

Durante un segundo, Dana sonrió con orgullo, al tiempo que


seguía concentrando la tensión de su cuerpo. Realmente estaba
aguantando bien y estaba seguro de que ambos nos
divertiríamos mucho juntos.

Cuando me desabroché el último botón de la camisa, solté a


Dana y cogí el cubito de hielo. En ese momento el hielo se
había reducido a más de la mitad. Dana suspiró aliviada y se
relajó mientras el cubito de hielo seguía deslizándose por su
piel, dejando un rastro de frío húmedo.

– Te has olvidado de darme las gracias. – la amonesté.

–¿Por qué? – preguntó Dana, irritada.


– Por no tener que aguantar más.

Dana soltó una risita hasta que vio mi mirada seria y se calló
de inmediato.

– ¿En serio?

– Sí. Pero hoy lo voy a dejar pasar, todo esto es nuevo para ti.
Ya hablaremos sobre tus derechos y responsabilidades luego,
después de que te haya follado.

Dana asintió. Suspiraba con fuerza mientras le pasaba el


cubito de hielo por el interior del muslo.

– Sigo esperando. – dije, apretando más el cubito de hielo


contra su piel.

– Gracias. – dijo Dana rápidamente.

Se quedó en silencio un momento y luego añadió con


inseguridad: “Señor”.

– Buena chica. – la elogié.

Cuando el cubito de hielo se había derretido por completo, me


quité los pantalones. Mi miembro estaba duro y preparado, no
podía esperar a follar por fin con Dana. Mi polla, que había
estado presionando dolorosamente contra mis pantalones todo
el tiempo, también pensaba lo mismo.

Dana se relamió lascivamente al ver mi polla enorme y dura.


Lancé la ropa a un lado de la cama y cogí el cinturón de tela de
Dana, que doblé y puse alrededor de la muñeca derecha de
Dana. Luego tiré de los extremos a través del nudo y giré su
brazo hacia un lado para que todo su cuerpo se moviera con él
hasta que finalmente quedó tumbada boca abajo. Esto me
permitió atar las dos muñecas juntas en su espalda.

– Así es como me gustas. – gemí, frotando mi miembro contra


su trasero desnudo. Con la palma de mi mano le di una
palmada en su magnífico culo. Dana jadeó sorprendida. Su
cabeza estaba inclinada hacia un lado, pero tenía una buena
vista de mí.

Una segunda vez mi mano bajó, esta vez en la otra nalga.


Alternativamente, trabajé sus dos nalgas, que poco a poco
fueron tomando más y más color.

Con cada golpe, Dana jadeaba antes de que el jadeo se


convirtiera en un gemido.

– ¿Te gusta? – pregunté, y Dana asintió inmediatamente.

– Entonces dilo.

– Me gusta. –, gimió Dana. – Pero también me pone nerviosa.

–¿Que te pegue o que te guste?

– Ambos. Quiero moverme, luchar, quiero tocarte y al mismo


tiempo quiero ataduras más fuertes.

– Bien.

–¿Connor? ¿Qué me estás haciendo? – preguntó Dana con


miedo.

– Te estoy liberando.

Mis manos se habían inmortalizado en marcas rojas en la piel


de Dana. De esta y otras muchas maneras me inmortalizaría
muchas más veces. Pero el cuerpo de Dana no sólo llevaría
marcas visibles, no, también dejaría marcas que nadie más
podría ver.

Con mi mano separé sus piernas. Cuando sentí su humedad,


gemí suavemente. Me gustaba la forma en que el cuerpo de
Dana respondía a mí. Una clara señal de que Dana era la
elegida. Los gemidos y los orgasmos quizá puedan fingirse,
pero la excitación no.

Con dos dedos penetré a Dana y su cuerpo se estremeció. Se


empujó hacia mí tanto como pudo. Dios, estaba tan apretada…
tan mojada.

En realidad, tenía la intención de azotar su trasero un poco


más, pero no pude. La presión era demasiada, casi sentía que
iba a explotar si no tomaba a Dana ahora mismo. Duro y
profundo y una y otra vez.

Saqué mis dedos de ella y los sustituí por mi polla que entró en
ella sin esfuerzo. Dana gimió fuertemente cuando mi miembro
le llenó por completo. La tomé exactamente como había
imaginado. Sin piedad, introduje mi dura polla en ella una y
otra vez, cada vez más profundamente. Dana jadeaba con cada
empuje, sus párpados se agitaban y su coño palpitaba
rítmicamente. Poco después se corrió.

– Por favor. – suplicó Dana. – Por favor, fóllame más fuerte.

Por supuesto, accedí a su petición con mucho gusto. Empujé


tan fuerte como pude. Se sentía increíble, estaba drogado con
sus gemidos, adicto a su estrechez.

–¿Te gusta que te folle duro y profundo, así como te mereces?


– Sí. – gritó Dana con voz ronca. – ¡Sí!

Gruñí de excitación y me agarré a sus caderas para poder


follarla aún más fuerte. Una película brillante de sudor se
formó en la espalda de Dana, su cuerpo se retorcía y se agitaba
más salvajemente, estaba completamente en éxtasis.

Maldita sea, Dana estaba tan excitada ahora mismo que haría
cualquier cosa para que le permitiera correrse. Pero ahora sólo
quería oírla gritar, quería oír, sentir, ver cómo se entregaba a
su clímax, que era inminente en cualquier momento.

– Córrete para mí. – susurré.

Mi tono suave contrastaba con la ferocidad con la que me


follaba a Dana.

– ¡Gracias, señor!

Dios, era tan inocente y tan depravada ….

El clímax de Dana fue intenso. Mientras ella se apretaba a mi


alrededor, yo no podía evitar correrme con los movimientos de
bombeo.

Joder, se habían acumulado muchas cosas desde la noche


anterior, que ahora estallaban en un violento orgasmo.

Me acomodé suavemente en su espalda, besé su omóplato y


recuperé el aliento por un momento. El abdomen de Dana
seguía retorciéndose, continuando el masaje de mi miembro y
yo disfrutaba cada segundo.

Cuando los dos nos tranquilizamos un poco, desaté el nudo de


las muñecas de Dana.
– ¿He conocido a la bestia en traje ahora? – preguntó Dana.

– Una parte muy pequeña, sí. – respondí con una sonrisa. – La


cantidad de cosas que puedas ver de la bestia depende
completamente de ti.

Dana me sonrió tímidamente y se cubrió el cuerpo con el


edredón. Era simplemente increíble. Un segundo había estado
gritando salvaje y desinhibidamente mientras teníamos el sexo
más violento del mundo y al siguiente volvía a ser la inocencia
personificada.

–¿Connor?

–¿Sí, Dana?

–¿Cuánto tiempo vas a estar aquí?

– Todo el tiempo que quiera, hasta la gala del mes que viene
seguro.

– Qué bien.

Dana se acurrucó contra mi hombro.

–¿Por qué lo preguntas?

– Oh, por nada. Creo que debería volver a ponerme en marcha.


– suspiró Dana y se levantó. – He estado aquí demasiado
tiempo.

– Dana, aún no me conoces bien, lo sé. Pero cuando pregunto


algo, espero una respuesta sincera. Dime, ¿por qué has
preguntado cuánto tiempo voy a estar aquí?

Dana me miró con culpabilidad mientras se ponía el vestido.


– Porque me gusta saber de antemano cuánto tiempo va a
durar esto entre nosotros.

–¿Y crees que una vez que me vaya se acabó?

Dana asintió. Se puso el cinturón con el que la había atado


hace un momento alrededor de la cintura.

– Sólo soy una camarera, ¿qué puedo ofrecerte?

– Más de lo que crees.

Me levanté y me acerqué a ella.

– Eres preciosa, tienes carácter y un cuerpo precioso. Eres un


diamante en bruto que sólo necesita ser moldeado y pulido
para que brillen las facetas más bellas.

Dana bajó la mirada al suelo, pero yo le levanté la punta de la


barbilla con el dedo índice.

– Dime por qué dudas en realidad, Dana. – pregunté con


seriedad, pero con voz suave y comprensiva.

– No sé por qué no puedo resistirme a ti. Tal vez porque no


quiero. Tu atracción es increíble, Connor. Pero no quiero ser
un juguete que sólo te interese a corto plazo. No quiero ser un
número insignificante en tu lista de conquistas.

– Shhh. – interrumpí a Dana, colocando mi dedo índice en sus


labios. – ¿Cuándo te he hecho sentir que eras sólo un juguete o
un número?

– Te vi antes con Deborah, os veía tan juntos…

Me reí.

– ¿Por eso estabas tan insegura antes?


– Sí. – suspiró Dana.

– Te aseguro que sólo tengo una chica y elijo sabiamente.

– ¿Y tienes una chica en este momento? – preguntó Dana.

– No estoy seguro. Aunque es salvaje y desinhibida en la cama


es muy insegura al mismo tiempo.

– Parece que necesitas quitártela de encima. – Dana sonrió.

– Cierto. Pero sólo puedo hacerlo si ella me cuenta cuándo


tiene algo en mente. Sólo puedo llevarla más allá de sus
límites si puedo confiar en que me hable. Cuando sube la
marea, una presa puede romperse fácilmente si se apuntala en
los lugares equivocados.

– Creo que tu chica puede confiar en ti lo suficiente si le das


tiempo.

Bien. Muy bien, Dana se había decidido y la besé. Largo e


intenso. Sus labios eran tan suaves y dulces que no quería
separarme de ella nunca más así que Dana tomó el relevo por
mí. Se separó lentamente, aunque de mala gana.

– Tengo que irme, Connor. Hay mucho que hacer y Rebecca


me ha estado cubriendo todo el día. No puedo dejarla colgada
ahora.

– Sí, lo entiendo. Puedo hablar con… ¿cómo se llamaba? Esa


subdirectora que también se ocupa del personal.

–¿Shannon Williams?

– Sí, eso es. Podría hablar con ella alguna vez sobre contratar
más personal. – le ofrecí.
–¡De ninguna manera

–¿Por qué?

– La última vez que un huésped sugirió más personal, hubo


horas extras para todos nosotros. Muy poco personal es igual a
pereza y mal trabajo para los jefes. Vamos muy justas y no hay
tiempo para nada más, pero nos arreglamos con nuestras
tareas. Por muy buenas que sean tus intenciones, no acabaría
bien.

Qué desastre de gestión de personal. No tenía ni idea de por


qué Dana hacía todo esto, pero sentía el máximo respeto por
ella.

– Lo entiendo.

– Gracias por intentarlo, de verdad. De todos modos, ¿cómo


conoces a la subdirectora?

– Tuve una reunión de trabajo con ella y el director esta


mañana. Llegó tarde porque tenía que atender a otro huésped,
debido a una alergia o algo así.

La sonrisa de Dana desapareció de su rostro al igual que todo


el color.

– Espero que la reunión haya ido bien.

– Me fue bastante bien, pero no tanto a la dirección.

–¿Por qué llegó tarde?

– No, porque la oferta no encajaba. ¿Por qué lo preguntas?

– Estoy seguro de que la Sra. Williams va a descargar sus


frustraciones con nosotros otra vez. Eso, … combinado con la
reacción alérgica, va a ser una bomba. Odia que las cosas no
salgan según lo previsto.

Dana respiró profundamente. Sus rasgos se relajaron y se


obligó a sonreír.

– Todo irá bien.

– Estoy seguro de que sí. No rodarán cabezas, estoy seguro.

– No estoy tan segura de eso, he hecho esperar a Rebecca


mucho tiempo. – dijo Dana.

– Hablando de eso, mi madre sigue esperando confirmación


para la gala. Por supuesto, como mi chica, es tu deber
acompañarme.

–¿En serio? – chilló Dana con alegría.

Luego se aclaró la garganta y puso una expresión más seria,


pero siguió sonriendo.

– Quiero decir, por supuesto que te acompañaré a esa gala.

– Muy bien, se lo diré. Pero yo también tengo que irme ahora,


he quedado en la ciudad y tengo algunas cosas que hacer.

En realidad, ya debería estar en camino, pero era más


importante para mí ampliar mi trato con Dana.

– Bien. ¿Cuándo volveré a verte? – preguntó Dana.

Me miró con una mirada dulce y azucarada y unas pestañas


irresistibles.

– ¿Qué tal mañana?

– Me encantaría. ¿Cuándo quieres que venga?


– Yo diría que me dejes sorprenderte. – sonreí. – Te lo haré
saber, no te preocupes.

Dana me miró expectante. Todavía no sabía lo que iba a hacer


con ella, pero estaba seguro de que mañana se me ocurrirían
una o dos cosas que hacer con ella.
Dana

ME PUSE A CUBIERTO detrás de un carro de lavandería


alto. De nuevo, porque por tercera vez desde que había
empezado mi turno hacía cuatro horas me escondía de
Deborah Landry, que recorría el hotel como yo recorro mi
cocina cuando tengo hambre. Deborah estaba todo el tiempo
pegada a su teléfono rosa cubierto de diamantes, gritando con
su voz chillona por los pasillos. Era imposible no escuchar
ninguna de sus conversaciones si estabas en el mismo piso que
ella.

¿Oíste esto? ¿Sabías esto? ¿Te has enterado de que…?

Sí, en el mundo de los ricos y famosos había obviamente


mucho de lo que hablar. A veces eran los zapatos del primo, a
veces el peinado de la novia del tío. Básicamente, algún
accesorio siempre rozaba la agresión visual. A veces también
ocurría que el instructor de yoga o el entrenador personal
tenían la desfachatez de estar en mejor forma física que sus
clientes.
Los tacones de Deborah retumbaron en el suelo enmoquetado
hacia el ascensor pasando por delante de mí.

En realidad, sólo quería sacar las sábanas usadas un momento,


pero como Deborah era huésped del Hotel Royal Renaissance
desde ayer, mi trabajo se complicaba innecesariamente.

¿Tal vez debería hablar con Deborah y explicarle las


circunstancias? Tal vez mi primera y segunda impresión había
sido engañosa y en realidad era la joven y agradable amiga que
Connor veía en ella.

– ¡Oh, Virginia! Qué graciosa eres -dijo Deborah con una risita
– ¿Por casualidad no estarías en el evento del otro día? Sí, en
el que Darlene Boyle se cayó por las escaleras porque se le
rompió el tacón. ¡Qué vergüenza! Sí, a mí también me hubiera
gustado verlo.

No. Tenía razón, fue Connor quien se equivocó con ella.

Resoplando, puse los ojos en blanco. ¿Cómo podía burlarse


tanto de un accidente que sonaba tan doloroso? La compasión
obviamente no existía en el vocabulario de Deborah. Sólo
cuando Deborah desapareció en el ascensor, volví a la suite
que estaba terminando.

Allí cambié las fundas de todas las almohadas, las ahuequé y


las dispuse sobre la cama. Después, limpié el polvo de las
mesas y los aparadores y pasé la aspiradora.

En realidad, ahora tenía un descanso, pero me empeñé en tener


listas todas las suites de la planta treinta y seis primero. Le
debía a Rebecca el trabajo preliminar porque ayer me había
cubierto las espaldas durante mucho tiempo. Y también estaba
esa inquietud interior porque Connor no había dado señales de
vida todavía. No sé qué pretendía, pero cada minuto que
esperaba me ponía más y más nerviosa. ¡Era todo tan
emocionante e inusual! En mi vida, habitualmente tranquila,
por fin había variedad y un hombre realmente atractivo y
encantador.

Yo era su chica. Mi abdomen volvió a cosquillear al pensar en


sus palabras. El cosquilleo se extendió y desplazó todas las
dudas que surgían. Después de todo, apenas nos conocíamos,
aunque los sentimientos eran tan intensos como si nos
conociéramos desde siempre.

Cerré la suite terminada. Ahora sólo había una habitación en


esta planta. Habitación 4601, la habitación de Deborah.

– Daaanaaa – la voz de Shannon Williams retumbó en la radio.

– ¿Sí, Sra. Williams?

– Por qué no vienes a mi oficina, tenemos algo que hablar.

– Enseguida voy. – respondí y me dirigí inmediatamente al


despacho de la subdirectora. La habitación de Deborah podía
esperar.

El despacho de Shannon William estaba en la planta baja para


poder vigilarlo todo, como siempre decía. Cualquiera que
conociera a mi jefa sabía que en realidad quería controlar a su
personal.

La puerta del despacho de la señora Williams estaba abierta,


pero me detuve en el umbral y llamé.
– Entra, Dana.

– Gracias.

Shannon Williams no estaba sola en el despacho, junto a ella


había un hombre de mediana edad con un traje a medida y
unas gruesas gafas de montura de pasta. Mi jefa se sentó en su
amplio sillón de cocodrilo y me hizo señas para que me uniera
a ella.

– Buenas tardes. –saludé a ambos.

– Henry Hayward, un placer conocerle. – se presentó el


hombre.

– Dana Swanson, trabajo aquí como …

– Es la camarera de piso que habla por todas las demás. La


cara del personal, por así decirlo. – me interrumpió la Sra.
Williams.

Se levantó y cerró la puerta.

Mi jefa ya me había cortado tantas veces que había aprendido


a mantener la calma y a sonreír para disimular la molestia.

– Muy bien, entonces, podemos empezar. – dijo el Sr.


Hayward.

Levantó un maletín de cuero negro sobre la mesa. Hizo un clic


y luego levantó la parte superior del maletín.
Inconscientemente, me puse de puntillas para mirar dentro del
maletín, pero la vista me fue vetada. Me sentí como en una
película de James Bond. Lo que sea que mi jefa estaba a punto
de hacer, no podía ser bueno.
– Dana, hay algunas cosas que tenemos que discutir. – la Sra.
Williams abrió oficialmente la reunión.

– Por supuesto, espero poder ser de ayuda.

–¡Oh, sin duda! – respondió exageradamente. – Primero,


necesito que averigües por mí quién puso flores en la
habitación de la Sra. Greenwood. Tiene alergia al polen.

– Oh, no. – mi sorpresa no era fingida. – ¿Es grave? ¿Está


bien?

– ¡Claro que está bien, es sólo polen! Sólo tuvo que estornudar
un poco y trasladarse a otra suite. Pero es una cuestión de
principios, ¡por eso casi no llego a una importante reunión
ayer!

– ¿Se cambió a otra suite? – pregunté.

Eso era todo lo que podía pensar en ese momento. Después de


todo, tenía que devolver las joyas.

– Um, quiero decir… ¿Sabe la Sra. Greenwood quien pudo ser


la camarera?

Espero que no.

La Sra. Williams sacó un par de gafas del maletín. Eran lisas,


cuadradas y de color negro mate. Su mirada iba y venía entre
mi cara y las gafas.

– No, me temo que no. Sólo pudo reducirlo a una mujer y


camarera, pero ya descubrirás tú quien fue. ¿Verdad?

Estoy segura de que no lo haré.

– Haré lo que pueda.


– Genial. ¿Te importaría ponerte estas gafas?

¿Qué es esto ahora?

Enfadada, acepté las gafas y me las puse.

– No, quítatelas. Demasiado intrusiva.

Confundida, me quité las gafas y la Sra. Williams me entregó


otro modelo. Una vez más, las lentes estaban colocadas en
monturas negras, pero los bordes eran mucho más finos.

–¡No, definitivamente no, demasiado vulgar!

¿Qué demonios?

La Sra. Williams me entregó un tercer par de gafas.

– Así mejor, pero todavía no es perfecto. – dijo Shannon


Williams, pensativa. – Ah, parece que has causado una buena
impresión al Sr. Lancester.

Cuando surgió el nombre de Connor, contuve la respiración.

– ¿Sí? – pregunté con cautela.

– Parece que no quería un mayordomo personal.

Los huéspedes de la última planta solían disponer de un


mayordomo personal que se ocupaba de todas sus necesidades.

– ¿Ah, ¿no?

Mi jefa me entregó el cuarto par de gafas. Esta vez con


monturas redondas en un azul oscuro. La Sra. Williams
sacudió la cabeza significativamente antes de que las gafas
hubieran tocado el puente de mi nariz.

– No, insistió en tener una criada personal.


– ¿En serio?

– Sí. O es muy desordenado o tiene una obsesión con la


limpieza.

O quiere a la criada.

Mientras me ponía el siguiente modelo del Sr. Hayward, la


Sra. Williams agitó un pequeño aparato delante de mi cara.

– Esto, querida, es un localizador.

– Pero tengo una radio, ¿no?

– ¡No cualquier localizador, Dana! El localizador personal del


Sr. Lancester. ¿Quiere su propia criada? La tiene, así de fácil
es para un cliente del Hotel Royal Renaissance.

– De acuerdo.

Así es como Connor iba a contactarme. Tenía que reconocerlo,


era muy creativo. Acepté el buscapersonas dubitativa y, tras
una rápida inspección, lo metí en el bolsillo lateral izquierdo.

Expectante, el óptico levantó otro par de gafas en mi


dirección.

– Pruébeselas.

Me puse las gafas laqueadas de color rojo brillante. Shannon


Williams me miró. Tenía claro que esas gafas eran las más feas
que había visto nunca, pero la señora Williams tardó
demasiado para mi gusto en llegar a la misma conclusión.

– Siguiente.

Poco a poco, el Sr. Hayward se fue inquietando, ya que debía


de haberse quedado sin modelos.
Shannon Williams suspiró y luego dijo despreocupadamente.

– Ah, los ascensores del personal serán revisados y reparados


en las próximas dos semanas.

– ¿Así que vamos a tener uno de los ascensores de los


clientes?

– No, no exactamente. – respondió la subdirectora


encogiéndose de hombros.

– ¿Qué quieres decir?

– Que tendréis que usar las escaleras durante ese tiempo.

Me quedé boquiabierta y todas las alarmas sonaron en mi


cabeza. Diariamente, recorría el hotel piso por piso. Vale, las
tareas del día a día serían las mismas. La aspiradora, la ropa de
cama, los carros de limpieza y todas esas cosas estaban en
almacenes separados en cada planta, que se reponían todos los
días. ¿Pero qué pasaría con las criadas que trabajaban en los
pisos superiores? ¿Debíamos subir más de treinta pisos?

– Señora Williams, que vayamos por las escaleras durante las


próximas dos semanas no es factible. – dije pensativa.

En silencio, esperé a que mi jefa no me gritara por


contradecirla. Al mismo tiempo, calculaba en mi cabeza
cuántos kilómetros al día recorría ya como camarera sin la
falta de ascensores.

– ¿Por qué no? El ejercicio te mantiene en forma.

Me habría encantado tirarme al cuello de mi jefa por esas


palabras. ¡Como si mi trabajo no fuera ya lo suficientemente
duro! En lugar de atacar a mi ignorante jefa, respiré hondo y
busqué en mi cerebro una solución. Al menos teníamos las
leyes de nuestro lado ya que resulta que tenía el enorme libro
por casa y durante bastante tiempo había sido mi lectura poco
romántica y seca a la hora de dormir. Esa fue una de las
razones por las que me convertí en la portavoz de las criadas
casi por unanimidad.

¿Quién iba a pensar que realmente valía la pena conocer casi


todas las normas y leyes relevantes del sector?

– Sra. Williams, no quiero parecer grosera, pero necesitamos


los ascensores. Para la restauración y para el servicio de
habitaciones. Los tiempos de espera serían mucho, mucho más
largos. Me temo que eso será un verdadero inconveniente para
muchos huéspedes.

Si querías convencer a la dirección, tenías que pensar como la


dirección. Cuanto mayor sea la satisfacción, mayores serían
los beneficios. Lo había interiorizado y quizás me ayudó a
mejorar las condiciones de trabajo para mí y mis más de
noventa compañeras. Y me lancé con más argumentos.

– Todas las sirvientas se moverán mucho más y sudarán


mucho más por ello. Tanto es así que ningún desodorante o
perfume del mundo podrá enmascarar el olor. Por no hablar de
que el nuevo código de vestimenta incluiría caras rojas y
cabellos despeinados.

– ¡Para, es suficiente! – me interrumpió Shannon Williams. –


Cierto, tienes razón. Déjame pensar un segundo, y ponte estas
gafas.
Sí. Unos cuantos pelos despeinados y manchas de sudor eran
una pesadilla para mi jefa, tanto como subir cuarenta tramos
de escaleras para mí. Definitivamente debería recordar ese
argumento para futuras reuniones.

Cogí un par de gafas sencillas y me las puse.

Se volvió hacia el Sr. Hayward, con el alivio escrito en su cara.

– ¡Me las llevo! Empezaremos con un pequeño pedido…


digamos, ¿treinta piezas? Sólo habría que hacer cambios
mínimos, pero lo discutiremos más tarde.

¿Treinta pares de gafas? ¿Para qué demonios? ¿Qué sentido


tiene todo esto?

– Sí, sería posible. Sólo deme un mes. – asintió el Sr.


Hayward.

– ¿Perdón? – interrumpí –¿Por qué debo probarme las gafas?

Ahora sí que tuve que reprimir mi creciente ira. El problema


de la prohibición de los ascensores seguía ahí y a mi jefa sólo
le interesaba la puta moda.

– Quiero aumentar la eficacia de mi personal.

–¿Con gafas? – pregunté críticamente.

– Gafas con cámara de vigilancia.

–¿Quieres espiarnos?

Me quedé sin palabras. Mi jefa tenía muchas ganas de


controlar pero que quisiera introducir esas medidas era
increíble. ¿Era legal? Sólo había visto cámaras de vigilancia
en gafas en las películas. Que yo supiera, no había precedentes
de este tipo de cosas.

– Bueno, espiar es una palabra tan negativa. No, por supuesto


que no quiero eso. Es sólo para poder saber qué trabajo no se
está realizando correctamente.

– Trabajamos con eficacia, rapidez y bien. – dije defendiendo


el trabajo de todas las criadas.

– Puedes demostrármelo con las gafas entonces.

Bueno, con esto no podía usar lo de las manchas de sudor y los


mechones sueltos.

– ¿Qué dice el director?

– Todavía nada. Quiero probar primero algunos prototipos y


hacer estadísticas.

Asentí con la cabeza, aturdida. No tenía palabras para lo que


estaba sintiendo en este momento. La paranoia de mi jefa ya
no era un caso para RRHH, ¡sino para la psiquiatría!

Se oyeron dos pitidos. Tardé un segundo en darme cuenta de


que el sonido provenía de mi bolsillo. ¡El localizador de
Connor! Mi estómago se estremeció expectante cuando cogí el
aparato. El panel de la pantalla digital sólo decía: 4901. Era de
suponer que el localizador había sido configurado para mostrar
el número de la habitación desde la que se había enviado la
señal.

Me pregunto si esto también era un prototipo que se extendía a


varias habitaciones y pisos.
– Es el Sr. Lancester. – dije.

– Bueno, entonces… vete.

– Creo que voy a practicar ya y a cronometrar cuánto tardo en


llegar hasta la planta cuarenta y nueve. Veamos cuánto tiempo
me lleva y esperemos que no sea nada urgente.

Ahora no me preocupaba mi tono. La prohibición de los


ascensores era una idiotez y ya no lo ocultaba.

– De acuerdo, tú ganas, si hay que subir más de diez pisos, se


les permite usar uno de los ascensores para los clientes de
atrás.

– Yo y todas las demás camareras.

La Sra. Williams miraba pensativa al suelo.

– No, las demás pueden ir por las escaleras.

¡Que le den a la moderación!

– Soy la portavoz de mis compañeras, no lo exijo sólo para mí,


lo exijo para todas. O usamos todas los ascensores si tenemos
que subir más de cinco pisos o yo también los subiré.

Shannon Williams me miró con rabia, pero también con una


pizca de respeto.

– No estoy acostumbrada a que seas así, Dana. Agradezco tu


esfuerzo.

Me sorprendí a mí mismo. Nunca antes había tenido tanta


confianza y elocuencia con la Sra. Williams. Me pregunto si
tenía algo que ver con el hecho de que Connor me estaba
esperando y ya podía estar con él.
La Sra. Williams colocó su mano ruidosamente sobre la mesa.

– Me parece bien. Cualquier persona que necesite subir más de


siete pisos puede utilizar un ascensor debidamente señalizado
para hacerlo.

– Gracias, iré a ver al Sr. Lancester ahora entonces.

La ira seguía ardiendo en los ojos de Shannon William.

– En el futuro, espero que vuelvas a tu antigua moderación.


¿Está claro?

– Por supuesto.

Estas amenazas no deben ser malinterpretadas.

Lo pensé de camino a la planta superior. ¿Cómo iba a explicar


a mis colegas que esto era una victoria? Tener que subir siete
malditos pisos era un horror para mí también.

Hay leyes de salud y seguridad para eso.

Sí, había leyes para proteger a los trabajadores. Hubo


trabajadores que se tomaron en serio estas leyes y fueron
despedidos al poco tiempo y hubo trabajadores que se callaron
y mantuvieron sus empleos.

La vida no era un concierto de deseos. Lo único que me alivió


fue mi plan tangible de siete años. Al final de ese plan yo
misma tomaría las decisiones y, a diferencia de Shannon
Williams, no perdería mi humanidad por más ganancias.

Llamé a la puerta de la suite de Connor y me abrió


rápidamente.

– Bien, tienes el localizador. – dijo Connor con una sonrisa.


– Sí, sí no, no estaría aquí, supongo. – respondí encogiéndome
de hombros.

– Entra. Tengo algo para ti.

Connor me metió dentro, cerró la puerta a mis espaldas y me


dio un largo y apasionado beso. Codicioso y exigente, su
lengua invadió mi boca mientras me empujaba contra la
puerta.

Era difícil creer que en un segundo Connor estuviera tan


tranquilo y al siguiente estuviera encima de mí como un loco.

– He estado pensando en ti toda la noche y en lo que voy a


hacerte. Apenas puedo contenerme al pensar en lo
sensualmente que vas a gritar. – murmuró Connor.

Le siguió otro beso.

Mis rodillas se doblaron y me habría derrumbado si Connor no


me hubiera sujetado. Cuando por fin nos separamos, Connor
me llevó a la gran sala de estar. Las ventanas estaban abiertas
y las cortinas de raso blanco se movían de un lado a otro con
la ligera brisa.

–¿El beso era lo que querías darme? – pregunté aún sin


aliento.

– No, algo más.

Connor se acercó a la mesa y levantó una pequeña caja


cubierta de terciopelo.

– Un regalo para ti.

– Connor… no tienes por qué.


Sonriendo, me encogí de hombros ante lo que quería
regalarme. No quería joyas. No quería ropa y no quería lujos.
Todo lo que quería era Connor, su encanto y su bestia en traje.

– ¿No llevas ni cinco minutos aquí y ya quieres


contradecirme?

Vacilé y miré en silencio al suelo tratando de no empeorar mi


situación. Connor abrió la caja en silencio. Dentro había una
hermosa pulsera de plata con pequeños colgantes. Con
cuidado, asombrada, pasé el dedo índice por el intrincado
brazalete.

– Vaya, esto es precioso. – dije con entusiasmo.

–¡Tú eres preciosa! – replicó Connor. – Eres especial, Dana,


única, como esta pulsera.

– ¿Qué significan los pequeños colgantes? – pregunté con


curiosidad.

– El vestido representa cuando nos conocimos. – explicó


Connor con una sonrisa. – Y la clave representa nuestro primer
baile. La máscara simboliza tu máscara, que dejarás caer por
completo para mí.

Su rostro se volvió más serio y respiré profundamente. Connor


tenía esa mirada de nuevo. Sombrío, oscuro, salvaje.

– Y la brújula representa tu palabra de seguridad: mayday.

– ¿Mayday?

– Estoy casi seguro de que nunca la necesitarás, pero el hecho


de saber que hay una salida te da mucha seguridad.
Vaya. Su voz ronca me dejó la piel de gallina. ¿Estaba loca por
sentir que los brazos de Connor eran el lugar más seguro del
mundo?

Mis dedos se deslizaron sobre cada colgante unido a la


pulsera.

– ¿Qué simboliza el candado?

– Significa que ahora eres mía. Eres mi chica. Me amarás por


lo que te hago y me odiarás por ello. Te poseeré y así te
liberaré. Te mostraré los abismos más profundos para que
puedas saborear las cumbres más dulces. Te arrodillarás ante
mí y estarás orgullosa de tu humildad. Y encontrarás la
redención en tus tormentos. Sólo tienes que decir que sí.

Dios, me sentía tan atraída por Connor, por su encanto, su


calma, su lado oscuro, que no pude evitar decir que sí. Quería
entregarme a él, ¡más que nada en el mundo! No sabía
exactamente lo que me esperaba, pero sabía que Connor
cuidaría de mí.

– Sí. – respondí con la voz temblorosa por la excitación. –


Quiero ser tuya.

– Buena chica.

Connor sonrió suavemente, luego tomó la pulsera de la caja y


la colocó alrededor de mi muñeca izquierda.

– Ahora eres mía.

Ya no había vuelta atrás.


Connor

LLENO DE IMPACIENCIA, ACARICIÉ el látigo de cuero


mientras observaba a Dana con deseo. Con un plumero de
avestruz, limpió la suite bajo mi atenta mirada. Llevaba una
seductora lencería de encaje, medias de nylon hasta la rodilla y
unos tacones prohibidos.

– Hace tiempo que tengo esta fantasía. – dije con una sonrisa.
– He de decir que me ha gustado mucho lo que he visto.

– ¿Y estoy a la altura de las expectativas de tu fantasía? –


preguntó Dana sin interrumpir su trabajo.

– No, las superas con creces.

Aunque Dana ocultó su rostro tras el plumero negro supe que


le había gustado mi cumplido porque su postura se volvió más
orgullosa. Me acerqué a la espalda de Dana y le acaricié
suavemente los omóplatos con la fusta. Se detuvo un momento
hasta que mi chasquido de reprimenda la animó a continuar.

– Me gustas, Dana.

– Me gusta que te guste. – respondió tímidamente.


–¿Y qué más te gusta? – pregunté, porque quería saber más
sobre Dana, y lo que le pasaba por su bonita cabeza.

En realidad, quería saber todo sobre ella. Su perfume favorito,


lo que ha marcado su vida, su película favorita, a dónde le
gustaría viajar, los sueños que perseguía y qué miedos tenía.
Quería saber cada pequeño secreto que me ocultaba.

– ¿Quieres saber lo que me gusta?

– Sí.

Dana pensó por un momento.

– Soy adicta a Ben & Jerry’s, necesito equilibrio y me gusta la


música country tanto como el heavy metal.

Increíble, no podía imaginarme a esta tímida y delicada


criatura entre rudos amantes del metal de pelo negro.

– ¿Y de qué tienes miedo? – seguí preguntando.

Dana dudó un momento, luego se volvió hacia mí y me miró


directamente a los ojos.

– Me dan miedo los conductores imprudentes, siempre me


tomo las críticas demasiado en serio y… –

Dana se mordió los labios.

–¿Y? – repetí expectante.

– No, no puedo contarte eso.

– Sí puedes.

Mi mirada era inconfundible. Sólo si conocía los miedos de


Dana podría protegerla de ellos o ayudarle a superarlos.
– Pensarás que estoy loca. – dijo Dana suspirando.

– Lo que pienso que eres, cómo te veo y lo que hago contigo


es mi elección.

Mis facciones se suavizaron y aparté suavemente un rizo rubio


de su cara.

– Eres mi chica. Puedes contarme cualquier cosa que tengas en


mente. Para lo que tengo pensado para ti también necesito
conocer tus miedos. Puedes confiar en mí y a cambio te
mostraré mi mundo.

Dana asintió y respiró profundamente.

– Lo sé. Vale… Me da miedo bostezar con la boca abierta en


público.

De acuerdo. Eso es realmente… particular.

En realidad, esperaba todo tipo de cosas. Las arañas tal vez, o


el miedo a volar, el miedo a los carteristas, o el miedo a los
truenos.

– Te avisé.

Dana se encogió de hombros, el desplante resonaba en su voz,


y su mirada decía “te lo dije”.

En realidad, se habría merecido un trasero al rojo vivo por esa


mirada, pero estaba demasiado interesado en cómo Dana había
llegado a tener ese miedo.

–¿Por qué?

– Es una larga historia. La versión corta: en mi época del


instituto, un compañero me metió el dedo en la boca mientras
bostezaba y fui el hazmerreír de mis compañeros durante
semanas.

Le sonreí, sujeté la barbilla de Dana entre el pulgar y el índice


y le abrí la boca. Pasé mi pulgar por sus labios carnosos y
suaves antes de entrar en su boca.

– ¿También tienes miedo ahora?

Dana sacudió la cabeza y cerró los ojos, relajándose. Pasé mi


lengua por su suave y húmeda lengua, provocando un suave
gemido.

Sin previo aviso, retiré mi mano y me alejé dos pasos de ella.


La mirada de sorpresa, casi de reproche, iba dirigida a mí.
Dios, me encantaban las miradas así.

– Bien, ahora vamos con las reglas que debes saber.

–¿Hay reglas?

Dana me miró inocentemente.

– Reglas que has aceptado en silencio y obligaciones que has


cumplido hace tiempo.

–¿Hay más?

Dana inclinó la cabeza y se apoyó en la cómoda que acababa


de desempolvar. Inmediatamente extendí la mano con la fusta
y le di un golpe en el muslo izquierdo.

– Vayamos directamente a la primera regla. Si te ordeno que


hagas algo, lo que sea, lo harás hasta que te permita parar. Yo
hago las reglas y doy las órdenes y tú obedecerás felizmente
sin cuestionarlas.
Mi voz suave contrastaba con el firme fustazo que Dana
aceptó en silencio. Pero inmediatamente se levantó de un salto
para seguir limpiando el polvo de la cómoda.

Una segunda vez la fusta bajó por el cuerpo de Dana, esta vez
golpeando su muslo derecho.

– Regla número dos: debes agradecerme todo lo que te doy. Y


estaría bien que te disculparas por cualquier transgresión.

Después del tercer golpe, Dana se detuvo un momento y


respiró profundamente antes de reanudar su trabajo.

–¡Gracias, señor!

– Buena chica.

Observé de cerca el rostro de Dana desde un lado, se mordió


los labios carnosos y se concentró por completo en su trabajo y
en mi voz. Muy bien.

– Regla número tres: stop, para, no son palabras a las que


responderé en determinadas situaciones.

–¿Para eso es la palabra de seguridad? ¿Mayday? – preguntó


Dana.

– Exactamente. Recuérdalo bien porque será la única palabra


que pueda frenarme en ese momento. Si es demasiado para ti,
úsala, pero ten en cuenta que conozco tus límites y sabré si
abusas del poder de esa palabra.

Dana asintió pensativa, sin dejar de trabajar.

– Como cuarta regla, espero una honestidad absoluta. Siempre


te diré la verdad y espero que tú hagas lo mismo. Odio las
mentiras.

Mi expresión siguió siendo seria. Moví la fusta de cuero suave


a un lado y otro de mi mano, me acerqué y la hice sonar en el
aire con un silbido. No había combinación más hermosa que el
siseo cortante de la fusta y las reacciones que ese sonido
provocaba. Aunque la fusta no tocó la piel de Dana en ningún
momento, ésta se estremecía ligeramente cada vez
preparándose para el siguiente golpe.

– Y la última regla, pero la más importante por ahora: eres


mía. Eres mi chica. No perteneces a nadie más. No aceptarás
órdenes de nadie más y no te follará nadie más que yo. ¿Lo
entiendes?

– Sí. – susurró Dana.

– ¿Y estás de acuerdo con eso?

– Sí. – contestó más fuerte.

– Buena chica.

Los brillantes ojos azules de Dana reflejaban orgullo y


expectación, pero también incertidumbre. Esto último era
innecesario; yo era su salvavidas sin importar a dónde la
llevara y era su paracaídas sin importar el abismo al que la
empujara.

–¿Connor?

–¿Dana?

–¿Esta última regla se aplica también a ti?


Ahora entendía de dónde venía la inseguridad de Dana, no era
miedo a lo desconocido, era algo totalmente distinto.

– Eres mi chica y mientras seas mi chica, puedes estar segura


de que tienes toda mi atención en exclusiva.

Dana exhaló aliviada. Con eso, todo lo que había que decir se
había dicho. Ahora sabía en qué se estaba metiendo y en sus
labios se dibujó una suave sonrisa que la hacía parecer
inocente. Dios, sólo esa mirada me hizo querer follarla aún
más salvaje, más sucio. Mi polla tiesa lo vio igual, pero tuvo
que esperar un poco más.

– ¿Tienes más preguntas que te ronden por la cabeza?

– Creo que no.

– Si se te ocurre algo, siempre podemos hablarlo.

– Gracias, señor.

Dana me miró con desgana.

Maldita sea, mi bestia en traje estaba tirando de sus cadenas


que estaban peligrosamente bajo tensión. Le di un golpe con la
fusta, justo debajo de la primera marca roja de su muslo,
surgía una segunda. Dana se mordió los labios y reprimió un
gemido.

– Cuando te doy una tarea – comencé – la realizas hasta que


yo diga lo contrario. No me gusta repetirme.

– Entendido. – respondió apresuradamente Dana y continuó


limpiando.
Limpió cuidadosamente los armarios, las cómodas y las
vitrinas bajo mi supervisión.

De nuevo la fusta cayó sobre Dana, ahora también empezaban


a aparecer hermosas marcas en sus magníficas nalgas.

–¿Por qué? – preguntó Dana casi desafiante.

– Porque me gusta. – respondí – Y porque puedo.

Dana asintió y aguantó los siguientes golpes con entereza. Ella


la escondía, pero pude ver la ira explosiva en sus ojos, que por
supuesto yo buscaba. Provoqué a Dana para que se rebelara y
así poder castigarla aún más severamente. Con esto mataba
dos pájaros de un tiro, Dana se atrevía a salir de su caparazón
y yo podía vivir mi lado dominante. Mis golpes se volvieron
más duros, Dana jadeaba con cada golpe. No pasó mucho
tiempo antes de que todo el trasero de Dana brillara. Para no
tener ninguna experiencia, lo estaba haciendo muy bien.
Decidida, Dana miró al frente, prestando atención sólo a su
trabajo. Definitivamente quería impresionarme, hacerlo todo
bien y no decepcionarme. Todavía no se lo había dicho, pero
ya estaba muy orgulloso de ella.

Chica valiente.

Las marcas rojas de su piel parecían una obra de arte y yo era


el artista que las había creado.

– Debo confesar que me sorprende la templanza con la que te


dejas azotar.

– Me gusta. – respondió Dana pensativa – Mucho.

Sonreí con satisfacción.


– No tienes ni idea de lo loco que me vuelves con eso.

Maldita sea, Dana no era consciente de cuánto poder tenía


realmente sobre mí. Bajo su desmoronada fachada, escondía
una ninfómana hambrienta que esperaba que yo desatara a mi
bestia. Una mezcla peligrosa y altamente explosiva que se
convertiría en una supernova al contacto. Con una escala
imprevisible, fuertes golpes y un fuego abrasador, apenas
podía esperar a que llegara el momento.

–¡De rodillas! – ordené.

Dana siguió inmediatamente mi orden. Bajó al suelo y le quité


el plumero.

– Cuando te arrodilles para mí, tus piernas deben estar más


separadas.

Deslicé una mano entre sus piernas, que ella abrió de buena
gana.

– Eso es. Quiero poder tocarte aquí cuando quiera.

Masajeé el punto más sensible de Dana a través de la tela de


sus bragas. Dana gimió suavemente y apoyó su cabeza en mi
nuca con placer.

– Y las manos, las apoyas en los muslos con las palmas hacia
arriba. Eso es todo. Asegúrate de que tu espalda esté recta.

Después de corregir su posición, la postura de Dana se acercó


bastante a la perfección.

Ya sabía que Dana era una esclava especial. Claro que algunas
cosas requerían un gran esfuerzo y tiempo, pero era un
pequeño precio a pagar por lo que ambos ganábamos como
resultado.

Atentamente, observé cada movimiento de su cuerpo. Cada


movimiento, caída o desalineación era castigado con golpes en
la parte superior del brazo. Mientras seguía caminando a su
alrededor, observando su maravillosa postura de sumisión,
Dana me siguió con la mirada.

– En realidad, tu cabeza debería estar baja y tu mirada dirigida


hacia abajo, pero quiero que me mires. Quiero que veas lo bien
que me caes.

Dana sonrió.

Del cajón de la cómoda saqué un vibrador negro mate que


funcionaba con pilas. El aparato alargado tenía un aspecto
discreto, pero tenía bastante potencia. El vibrador tenía tres
velocidades. El primer nivel era para calentar, el segundo nivel
proporcionaba una gran excitación y el tercer nivel obligaba
literalmente a las mujeres a llegar al orgasmo. Encendí el
aparato en el nivel uno y el motor zumbó suavemente. Primero
dejé que el vibrador se deslizara desde su ombligo para darle
una idea de lo que estaba a punto de suceder entre sus piernas.
Dana jadeó suavemente mucho antes de que llegara a su punto
más sensible.

– ¡Oh dios!

La reacción de Dana cuando el vibrador encontró su destino


fue inconfundible. Las primeras sacudidas involuntarias se
produjeron de inmediato.
– ¡Aprieta las piernas! – le ordené. Dana cerró las piernas y
mantuvo el vibrador en su sitio. Ella gimió de placer y echó la
cabeza hacia atrás.

–¡Recuerda tu postura!

Mi voz admonitoria se aseguró de que Dana volviera a su


posición básica. Sus gemidos eran cada vez más fuertes y sus
piernas empezaban a temblar.

Lo que esta cosa le haría sólo en el nivel tres …

– Como mi chica, mi esclava, no sólo tienes que salir de tu


caparazón, abrirte a mí y enfrentarte a nuevos retos, a veces
tienes que hacer justo lo contrario.

Con una mirada interrogante, Dana me miró. Su respiración


era rápida y sus suaves y sensuales suspiros se convirtieron en
fuertes gemidos.

– A veces también hay que frenar, ahora mismo, por ejemplo.

– No lo entiendo del todo.

– Lo harás en un momento.

Lleno de expectación, me desabroché el botón del pantalón y


liberé mi erección. Dura y rígida, apuntaba justo a Dana, cuya
boca estaba a una altura perfecta. Con mi mano izquierda
rodeé mi miembro y la masajeé para endurecer aún más mi
erección antes de entrar con ella en la boca de Dana.

– No permitiré que te corras hasta después de la mamada.

– De acuerdo. – respondió Dana asintiendo y sacando el


vibrador de entre sus piernas. Todavía no se había dado cuenta
del problema que esto suponía.

– El vibrador se queda entre las piernas.

Ahora había entendido. Me miró con ojos amplios e


interrogantes. Su mirada era desgarradora.

– No sé si podré hacerlo. – dijo mansamente.

– Cuanto más te esfuerces, antes te correrás.

–¡Gracias, señor!

Sus ojos ardían de ira. Perfecto.

De buena gana, Dana abrió la boca y me dejó entrar en ella.


Sus labios carnosos se acurrucaron suavemente alrededor de
mi polla, sin apretar ni aflojar demasiado, lo justo. Una y otra
vez me introduje en su cálida y húmeda boca, penetrando cada
vez un poco más.

¡Dios, su boca es increíble!

Con la punta de su lengua lamia y masajeaba mi miembro.

– Lo estás haciendo bien. – la elogié.

Mi pene se puso aún más duro dentro de ella. Mientras la


agarraba por el pelo de la nuca, ayudándola a marcar el ritmo y
la profundidad. Dana se dejó guiar de buen grado por mí. Sólo
cuando mi punta presionó contra su garganta se produjo una
ligera resistencia. Los gemidos de Dana fueron sofocados por
mi polla, muy dentro de ella.

–¡Muéstrame lo profundo que puedes meterte mi polla en tu


boca! – gruñí.
Poco a poco, Dana dejó que mi miembro se deslizara más
profundamente en su garganta. Su cuerpo temblaba cada vez
más, seguramente no podría contener su orgasmo mucho más
tiempo, pero yo tampoco podía.

Enterré mis manos en sus largos rizos rubios y tiré de su


cabeza cada vez más hacia mí. Sólo cuando la punta de su
nariz tocó mi vientre, cuando no pude hundir más mi polla en
ella, me detuve.

Maldita sea, qué bien se siente eso.

Cuando solté a Dana, ella echó la cabeza hacia atrás por


reflejo y respiró profundamente. Sin orden ni aviso, Dana
tomó mi polla tan profundamente como pudo una segunda vez.
Mi bestia en traje se volvió salvaje.

La boca de Dana, su lengua y su mirada salvaje me volvieron


loco. En realidad, tenía la intención de tomarme mi tiempo,
quería ver a Dana retorciéndose, luchando contra su orgasmo y
rogándome que me corriera al final.

Pero hizo un buen trabajo. Tan bueno que no pude evitar


correrme. Ahora.

Le agarré el pelo con más fuerza, empujé con decisión varias


veces, le follé la garganta tan profundamente como pude y me
corrí dentro de ella. Dana mantuvo el contacto visual todo el
tiempo.

Se veía tan bien con mi polla dentro de ella que disfruté de la


vista mientras bombeaba mi oro por su garganta.

– Ya puedes correrte. – jadeé, y sus ojos brillaron agradecidos.


Dejé que mi polla se deslizara sobre sus labios y vi cómo Dana
alcanzaba su merecido clímax. La liberación estaba escrita en
su cara y se veía preciosa mientras se corría. Elegante y
orgullosa, mantuvo su postura casi a la perfección.

– Bien hecho. – le sonreí. Luego la ayudé a levantarse del


suelo y la llevé a la cama porque sus piernas estaban tan
blandas y flexibles como la goma.

– Descansa un minuto, mientras tanto iré a darme una ducha.

Me habría encantado tumbarme en la cama con ella y apartar


los rizos rubios de Dana de su cara, susurrarle al oído lo bonita
que era y todas las cosas que quería hacerle, pero mi agenda
me requería.

– De acuerdo. – respondió Dana – Mientras tanto, ¿puedes


darme tu teléfono?

– ¿Qué vas a hacer con él? – pregunté.

– Grabarte mi número para que puedas llamarme fuera de mi


horario de trabajo. – dijo Dana inclinando la cabeza y
sonriendo con dulzura.

– De acuerdo, si me lo pides tan dulcemente.

Cogí mi IPhone del escritorio, lo desbloqueé y se lo entregué.

– Vuelvo enseguida.

Desaparecí en el baño y me preparé en un santiamén. Había


terminado de ducharme incluso antes de que el agua caliente
saliera por las tuberías. Me sequé el cuerpo sólo
superficialmente antes de envolver la toalla alrededor de mis
caderas y dirigirme al vestidor. De camino, observé a Dana,
que seguía escribiendo en su teléfono móvil.

– Es un número muy largo. – dijo con una sonrisa al ver mi


mirada crítica.

– Deberías prepararte para salir de la habitación antes que yo,


no vaya a ser que tengas problemas con tu jefa.

– Tienes razón.

Dana se revolvió en la cama, suspirando. Luego se levantó de


la enorme cama y se vistió. Como despedida, rodeé su torso
con ambos brazos y besé a Dana profusamente.

– Me lo he pasado genial. – dije con una sonrisa.

– Sí, ha estado… bien. – respondió Dana tímidamente.

– ¿Bien? Te mostraré lo que es bueno en un minuto.

Sin previo aviso, me la eché al hombro. Aunque Dana forcejeó


violentamente, golpeando sus manos contra mi espalda y
pateando sus piernas contra mi pecho, continué sujetándola y
azotándola con mi mano libre.

Gritó y rió a partes iguales.

–¡Connor! ¡Bájame!

Sólo después de unos cuantos golpes más, en su ahora sensible


trasero, la bajé de nuevo.

– Deberías tener más cuidado con las palabras que usas.

– ¡Lo tendré, señor! – dijo Dana riendo.

– Y puedes llamarme señor más a menudo.


Su sonrisa se desvaneció al instante. Era tan linda cuando la
confundía. Paradójicamente, cuando Dana se quitaba la ropa
también renunciaba a gran parte de su inseguridad y viceversa.

– Hablaremos de eso mañana, ahora tengo que irme.

– ¿Todo bien… señor?

En silencio le sonreí pues quería darle a su bonita cabecita


algo en lo que pensar cuando yo no estuviera.

Maxine ya estaba bebiendo su frappuccino de fresa con extra


de crema y extra de chispitas cuando llegué al Sweet &
Savory. En realidad, habría llegado a tiempo si una empresa de
mudanzas no hubiera aparcado en la segunda y tercera fila de
la avenida West End. Todo el tráfico hacia Central Park se
había paralizado por eso. Pero bueno, ahora que estaba aquí
podía concentrarme plenamente en las cariñosas burlas de mi
hermana.

– Hola, hermanita.

– Hola. Me alegro de que al final hayas venido. – dijo Max


con tono cínico.

– Soy un hombre ocupado. – respondí.

Hice un gesto a una camarera para que me trajera un café con


leche con sirope de avellana y nata montada.

– No te ha retenido tu nueva novia, ¿verdad? – dijo Maxine


mirándome con sospecha.
– No, había un camión de mudanza aparcado en medio de la
calle.

– Ya veo.

La mirada suspicaz de mi hermana se mantuvo.

– Pero si, antes de eso estaba con Dana.

–¿En serio? – dijo Max levantando las cejas.

– Sí, en serio.

– Hmm. ¿Cuál era su color de ojos?

– Los ojos de Dana son azules. Como un cielo sin nubes en un


día de verano para ser exactos.

Maxine dudó. Una camarera trajo mi pedido y Max,


obviamente, aprovechó el tiempo para pensar. Sí, mi hermana
me conocía muy bien, su desconfianza hacia Dana era
comprensible. En realidad, mi familia no me había visto con
una misma mujer más de dos veces. Al pensar que Dana
podría ser la última mujer que presentaría a mi familia, me
detuve un momento antes de dar un sorbo a mi café con leche.

Maldita sea, era un poco pronto para esos pensamientos,


después de todo, ¡apenas nos conocíamos!

– Así que…– comenzó Maxine.

Dio dos sorbos más a su frappuccino antes de continuar.

– ¿Realmente conociste a Dana en el hotel?

El interrogatorio continuó sin piedad. Cogí una servilleta del


servilletero y la extendí delante de mí.
– Sí, nos conocimos en el hotel.

Doblé las esquinas opuestas, alisé el pliegue y di la vuelta a la


servilleta.

–¡Connor Lancester, te conozco! Me estás ocultando algo, lo


sé.

– Sí, eres mi hermana, por supuesto que me conoces y no, no


estoy ocultando nada. – dije encogiéndome de hombros.

– Supe a primera vista que Dana no era una actriz o una chica
de compañía, era demasiado amable y tenía los pies demasiado
en la tierra para serlo. – concluyó Max.

La servilleta doblada se había convertido en un cisne de


origami que contemplaba con satisfacción. El origami era
relajante y concentrarse en doblar las finas servilletas de papel
era mejor que tener que mirar la cara crítica de mi hermana.
Maxine era una persona hiperactiva e impaciente y junto con
su gran confianza en sí misma era una mezcla peligrosa.

El interrogatorio pasó a una segunda y tercera ronda. En vano


mi hermana buscaba puntos débiles, pero aún así, no se rendía.
Mi secreto estaba realmente a salvo, pero decidí que mi
hermana lo supiera. En realidad, había sido mi compañera de
crimen desde nuestros años de juventud y podía confiar en
ella.

– Muy bien, te lo diré, Max.

Cogí la servilleta más cercana del dispensador.

–¡Soy toda oídos! – dijo Max emocionada y se inclinó hacia


delante
– Dana y yo, en toda la noche, no te hemos mentido ni una
sola vez.

– Continúa. – me incitó Maxine. Cualquiera que me conociera


un poco sabía que siempre decía la verdad. A veces me
guardaba algunos detalles, pero nunca mentía.

– Nos conocimos en el hotel, sólo que ella no es una huésped


allí como tú y mamá sospechaban, es camarera de piso.

Maxine abrió la boca para lanzar un grito sin sonido.

–¡Vaya, ¡qué romántico! Cuéntame más, quiero detalles.

Le conté a mi hermana la historia a cámara rápida y los ojos de


Maxine se hacían cada vez más grandes. Por supuesto, omití la
parte del dormitorio, que no era asunto suyo, pero compartí
todos los demás detalles con mi hermana.

– Es realmente genial y puede que vaya a más. – terminé mi


explicación, colocando otro pájaro de origami frente a mí.

A estas alturas, el cisne tenía una bandada de espíritus afines a


su alrededor.

– Tú, ¿quieres compromiso? ¡Oye, oye! Connor Lancester va a


tener una relación seria.

– Connor Lancester podría tener una relación. – corregí a mi


hermana pequeña.

– Lo que sea que esté pasando con Dana, no lo fastidies,


parece muy buena para ti.

Asentí con la cabeza. Maxine se inclinó al otro lado de la mesa


y susurró con complicidad.
– Tienes mi bendición, me gusta.

– Oh, qué suerte tengo.

–¡Oh, Connor, ¡qué poco romántico eres!

No, la verdad es que no lo soy.

– Vuestra relación es como un cuento de hadas moderno…


¡como la Cenicienta! – siguió diciendo Max – Sin duda, una
señal cósmica de que la relación tiene que suceder y de que
tendrá buena estrella.

–¿Desde cuándo crees en los cuentos de hadas modernos?

– Desde que te vi con Dana.

Me callé porque no podía estar en desacuerdo con ella. No sé


por qué, pero deseaba que mi hermana tuviera razón.

Max pidió una magdalena de frambuesa que la camarera trajo


inmediatamente. La magdalena tenía un aspecto realmente
delicioso como todo en Sweet & Savory y olía aún mejor.

Maxine dio un mordisco a la enorme magdalena.

–¿Así que de verdad vas a venir a la gala? – preguntó Max con


una mirada curiosa.

– Sí, iremos. Dana lo oculta, pero está increíblemente


emocionada.

– Por supuesto, todo es nuevo para ella.

Maxine dio otro gran bocado.

– No es lo único nuevo para Dana… – dije pensativo. – Me


pregunto si todavía pensará en mí a cada paso.
–¿Qué quieres decir?

– Nada, sólo estaba pensando en voz alta.

– De todos modos, me dio pena que os fuerais tan pronto. –


murmuró Max, con la boca medio llena. – A mamá le hubiera
gustado hablar con Dana un poco más.

– Apuesto a que sí. Después de que Dana y yo estuvimos


bailando estábamos bastante cansados, así que volvimos al
hotel.

– Oh, ahora que lo dices. ¿Hablaste con ellos? ¿Les has


preguntado si están interesados en la mejor diseñadora de
interiores del mundo?

Maldición, sabía que se me había olvidado algo.

– En realidad sólo querían mi alcohol, pero lo rechacé, el


pedido era demasiado grande.

–¿Así que me han dicho que no? Maxine levantó las cejas.

– Bueno, no exactamente. – dije, encogiéndome de hombros.

– Ni les has preguntado, ¿verdad?

– Sí, iba a hacerlo… pero Deborah estaba de repente en el


vestíbulo y quería saludarla.

–¿Deborah? ¿Deborah Landry?

– Si.

Maxine miró hacia abajo, pensativa.

– Así que por eso me estaba preguntando por ti. Ahora


entiendo. ¿Así que fue a verte?
– No, se cambió de hotel. Los productos de limpieza del otro
hotel le habían provocado una reacción alérgica.

–¿Ah, ¿sí? Una alergia, sí, claro.

Max puso los ojos en blanco de forma dramática.

–¿Qué estás tratando de decirme, Maxine?

– Que eres la persona más inteligente que conozco, pero


cuando se trata de mujeres, sentimientos y arte moderno, eres
idiota. Un caso perdido.

– Da Vinci, Monet, Miguel Ángel. Son grandes artistas cuyas


obras aprecio. Pero embadurnarse con pinturas de dedos y
revolcarse en un lienzo sigue siendo, en cualquier caso, una
autoterapia, ¡pero no arte! – dije defendiendo mi punto de
vista. Apreciaba la artesanía clásica, no sólo la pintura.
Estrictamente hablando, yo mismo era un artista, combinando
alcoholes nuevos y viejos y creando algo nuevo y mejor a
partir de ellos. Un buen cocinero o un buen músico también
era un artista. A mis ojos, cualquier cosa en la que se pudiera
ver la atención al detalle y el esfuerzo era arte. ¡Pero no eso!

– Eso es exactamente lo que quiero decir, Connor.

Hice suspirar a mi hermana.

– Tu sensibilidad es nula. De hecho, estás absolutamente


ciego. Mira, lo que sea que Deborah esté tramando, no pinta
bien, ¿de acuerdo?

– Sólo somos viejos amigos, nada más.


Deborah y yo nos conocíamos desde hacía tiempo, aunque no
muy bien. Nos encontrábamos regularmente en las fiestas
hasta que pasé más tiempo en el extranjero por mis negocios.

– No lo veo así. Me estaba dando la brasa para saber dónde te


hospedabas. – continuó quejándose Max.

–¡No sé qué os pasa, pero no me metáis en vuestra pelea de


gatas! – gruñí.

– No hay ninguna pelea de gatas. Después de que Deborah


tuviera toda la información que quería, se subió a su escoba y
se fue volando. – dijo Maxine con dulzura.

Quisiera o no, no pude evitar sonreír. El rápido ingenio de mi


hermana era siempre refrescante.

– Ay, hermanita. – suspiré.

¿Cómo iba a hacer entender a mi hermana pequeña que no


tenía absolutamente nada que temer de Deborah?

– Bueno, tengo que irme. Por fin han llegado los muebles
hechos a mano en Francia y les prometí a los Monroe que los
llevaría directamente. Créeme, ¡va a ser con diferencia el
consultorio médico más bonito de todo Nueva York!

– Seguro que sí. – respondí.

Mi hermana tenía mucho talento. La gente hacía cola para ser


asesorada por ella.

Nos levantamos y puse un billete de cincuenta dólares sobre la


mesa.
– Bueno, yo también me tengo que ir, tengo otra cita en la
Semana de la Moda.

–¿Tú y la Semana de la Moda?

– No exactamente. Tengo una cita con Josh.

–¿Josh Anderson estará en la Semana de la Moda este año?


¿Cómo lo has sabido?

– Me lo dijo en la boda.

Mi hermana me dio un golpe en el pecho.

– ¿Por qué no me lo dijiste?

– Te lo estoy diciendo ahora.

– Idiota. – dijo Max resoplando con fuerza. – ¿Qué vas a hacer


con Josh en la Semana de la Moda?

Sonreí.

– He encargado unas joyas y ya están listas.

–¿Para Dana?

– Sí.

– Oh, Connor, te ha dado bien fuerte. Me alegro muchísimo


por ti.

Mi hermana me abrazó más fuerte de lo que estaba


acostumbrado de ella.

– Sí, la verdad es que sí. – respondí.

–¿Ves? Eso en ti es una declaración de amor en toda regla.

Mierda, mi hermana pequeña tenía razón.


Dana

AUNQUE SABÍA QUE ESTABA en la suite de Connor había


perdido completamente la orientación. El pañuelo de seda
negro que Connor había atado alrededor de mis ojos bloqueaba
toda la luz del día. Me lo había puesto cuando entré en la suite
y me llevó al dormitorio. La oscuridad había agudizado mis
otros sentidos. Oía cada uno de los pasos de Connor y el
aroma de su aftershave me envolvió. Cuando se acercó lo
suficiente a mí incluso me pareció que podía sentir el calor de
su cuerpo en mi piel desnuda.

Unos suaves amarres de cuero me rodeaban las muñecas y los


tobillos. Pero como todavía no estaban unidas por una cadena,
podía mover los brazos libremente. Sólo llevaba esos amarres
y mi orgullo, nada más.

Los pasos de Connor se detuvieron, se paró cerca de mí y me


dio un suave beso en los labios. Me agarró de las muñecas y
me acercó hacia él. Cuando mis brazos estaban completamente
extendidos fuera de mi cuerpo, él giró mis palmas hacia arriba.
Sentí claramente el peso de los amarres de cuero.
– Quédate así. – ordenó Connor, y luego se alejó de mí.

El metal o la chapa traquetearon suavemente. Entonces se


acercó a mí de nuevo. Esperé ansiosamente para ver lo que
Connor había preparado para mí. Me mordí el labio inferior
con anticipación y escuché el silencio.

Algo frío tocó mi palma izquierda. Duro y suave y no


especialmente pesado. Una bandeja vacía, estaba bastante
segura. Un momento después, Connor colocó una segunda
bandeja en mi otra mano.

–¿Cuánto tiempo puedes sostener estas bandejas?

Las dos bandejas redondas no pesaban mucho y me pregunté


si quizás estaba subestimando la dificultad de la tarea porque
hasta ahora sus órdenes parecían bastante sencillas.

– Diez minutos, tal vez quince. – respondí con seguridad. Me


preguntaba donde estaba la trampa.

– Eso es muy optimista. – dijo Connor.

Su voz denotaba auténtica sorpresa. Así que sin duda había


una trampa. Pero en cualquier caso seguramente no podría
corregir mi tiempo, así que me quedé callada.

De repente, la bandeja izquierda se hizo un poco más pesada y


luego la derecha. Connor parecía estar poniendo manzanas o
naranjas sobre ella porque las bandejas se hacían cada vez más
pesadas. No sé cuánta fruta habría apilada en las bandejas,
pero sabía a ciencia cierta que no podría aguantar el peso ni
cinco minutos.
–¿Y ahora qué? – preguntó Connor, con voz suave y cariñosa.
– ¿Cuánto tiempo puedes aguantar ahora?

No iba a rendirme, iba a hacer que Connor se sintiera


orgulloso y a aguantar lo que fuera por él. Connor había
cumplido con todo lo que me había prometido. Nunca en mi
vida me había sentido tan libre, tan segura y deseada como con
él.

– ¡Aguantaré lo que me ordene, señor!

– Qué respuesta más gratificante. – murmuró suavemente


Connor.

Escuché a Connor caminar a mi alrededor de nuevo. Entonces,


la fusta silbó en el aire. No había rozado mi piel, pero me
sirvió para recordar que podía golpear mi cuerpo en cualquier
momento.

– Vamos a ver cuánto tiempo puedes aguantar entonces y en


ese tiempo repite las reglas que te enumeré ayer.

Asentí con la cabeza.

– Sí. – dije entre dientes.

Las bandejas pesaban cada vez más.

– Cada vez que digas mal una regla o dejes caer una naranja,
serás castigada. ¿Entendido?

– Sí, señor.

– Me encanta que me llames señor. – dijo Connor.

Sonreí. Connor era realmente increíble. ¡Esa mezcla de


encanto, abdominales y sensualidad dominante era
insuperable!

La punta de la fusta acarició suavemente mis brazos. Tan


inesperadamente que casi se me cae toda la bandeja, pero
recuperé el equilibrio en el último momento.

– ¿Regla número uno? – preguntó Connor.

– Tú das las órdenes.

– Muy bien. ¿Y la regla número dos?

– Agradecer. – respondí escuetamente.

Me concentré por completo en el equilibrio y en el ardor de


mis brazos.

–¿Y cómo? – preguntó Connor.

– ¡Con mucho gusto! – dije casi gritando.

– Exactamente. ¿Y ahora estás contenta?

Su voz era áspera y oscura.

Me lo pensé un momento antes de contestar porque la


respuesta a esa pregunta era cualquier cosa menos sencilla.

– Yo lo llamaría más bien pre-alegría. – respondí – De lo que


vendrá después de esto.

– Hoy me estás sorprendiendo con unas respuestas muy


bonitas, Dana.

Sus elogios se sentían bien, demasiado bien. Llena de orgullo,


recurrí a toda la fuerza que tenía para mantener el equilibrio de
las bandejas, pero las manos me temblaban cada vez más. No
iba a aguantar mucho más.
– ¿Regla número tres? – preguntó Connor sacándome de mis
pensamientos.

– Sólo te detendrás cuando diga la palabra de seguridad.


Mayday.

– Qué bien lo estás haciendo, Dana.

– ¿De verdad?

Dudé de la afirmación de Connor porque apenas podía pasar


por alto el temblor de mis brazos.

– Sí. Me gusta la forma en la que te esfuerzas tanto por mí, la


forma en que todo tu cuerpo tiembla y se estremece y la forma
en que te muerdes el labio inferior cuando te acercas a tus
límites.

La fusta volvió a acariciar mi piel desnuda, desde los


omóplatos hasta las caderas. Al suave cuero le siguió un
cosquilleo que erizó toda la piel de mi cuerpo.

Gimiendo suavemente, eché la cabeza hacia atrás y entonces


sucedió. Varias naranjas de la bandeja izquierda se resbalaron,
el peso hizo que se inclinara la bandeja hacia un lado y
finalmente todas las naranjas cayeron al suelo.

¡Mierda!

Enfadada, me mordí los labios para no decir todas las


palabrotas que me imaginaba. Esperaba golpes, pero no pasó
nada. Connor se puso de rodillas a mi lado y recogió las
naranjas que habían caído al suelo.

– Lo siento, señor.
Esperaba suavizar un poco mi castigo.

– ¿La cuarta regla? – preguntó despistándome por completo.

Había entendido bien, ¿no? Habría una penalización por cada


fruta caída. ¿Debo recordárselo? No, prefiero no hacerlo.

Apilaba en la bandeja una naranja tras otra.

– No voy a mentir, nunca.

– Bien.

La bandeja pesaba cada vez más. Connor había colocado


naranjas no sólo en la bandeja izquierda, sino también en la
derecha. Definitivamente había más naranjas que antes.

Si hubiera sabido esto antes, habría preferido los latigazos.


Unas cuantas rojeces no eran nada en comparación con el
dolor de mis brazos. ¡Arden como el fuego! Pero no dije nada,
sólo acepté mi castigo en silencio.

– Vamos con la última regla. – me incitó Connor.

– Sólo te pertenezco a ti.

Mi abdomen se estremeció violentamente ante esas palabras.

– Buena chica.

Sus palabras compensaban todo el dolor que estaba sintiendo


ahora. Le di las gracias en voz baja.

– En realidad, pensé que se te caerían más naranjas.

– Pareces como si estuvieras decepcionado. – afirmé.

– Cierto, tenía pensados unos castigos tan bonitos para ti. –


murmuró Connor.
– Qué pena. – respondí con demasiado cinismo.

– Dana, querida. Olvidas que estamos jugando mi juego, con


mis reglas.

Tragué saliva. La verdad es que lo había olvidado. Todo lo que


había a mi alrededor era oscuridad, Connor y este dolor casi
insoportable. Quizá también mi orgullo, que me obligaba a
seguir sujetando esas malditas bandejas.

Connor se alejó de mí y yo traté de escuchar sus pasos, cosa


que no pude. Parecía estar empeñado en ocultar cualquier
sonido que pudiera delatarle. No fue hasta que volvió a estar
cerca de mí y su aliento caliente tocó mi cuello que supe
dónde estaba Connor. Sus brazos rodearon mi torso y, de
repente, sin previo aviso, presionó dos cubitos de hielo con
firmeza contra mis pezones.

Gemí con fuerza, haciendo una mueca de dolor y luchando por


mantener el equilibrio. Me costó toda la concentración y toda
la fuerza que me quedaba. Mi cuerpo se estremeció
violentamente y apenas pude controlar los jadeos que
comenzaron.

– ¿Frío? – se burló Connor, como la última vez.

Hijo de puta.

– Sí.

Esta vez no le di el gusto, sino que me resigné a la realidad. La


radio de la sala de estar sonó. Giré la cabeza hacia un lado.

– No hemos terminado. – me amonestó Connor.


– Lo sé. Pero tengo que contestar. Shannon Williams penaliza
todo lo que supere los diez segundos de respuesta.

Con la palma de su mano, Connor me dio una fuerte bofetada


en el trasero. Me esforcé por mantener el equilibrio para que
no cayeran más naranja al suelo.

– ¿Así castiga la desobediencia? – preguntó Connor con


suficiencia.

– Ojalá.

Ahora podría por fin dejar esas malditas bandejas en el suelo,


o mejor aún, lanzarlas con rabia contra las paredes.

– Muy bien, espera aquí y mantén tu posición yo te traeré la


radio.

¡Mierda! Podría haber funcionado.

Aun así, fue una bendición cuando los dos cubitos de hielo
dejaron de derretirse en mis rígidos pezones. Exhalé aliviada.

Connor volvió y me acercó la radio a la boca.

– Asiente con la cabeza cuando quieras que pulse el botón y


una segunda vez cuando hayas terminado. – dijo Connor.

Ni siquiera me permitió ver la luz durante ese breve momento.

Asentí con la cabeza. Se oyó un breve chasquido.

–¿Hola? ¿Qué pasa? – pregunté, y luego asentí de nuevo.

– Dana. Necesito tu ayuda. Ya. – dijo Rebecca.

–¿Qué ha pasado?
Intenté que lo que Connor y yo estábamos haciendo no se
notara en mi voz.

– Los proveedores de la lavandería han hecho una huelga de


advertencia, ¡hoy no habrá toallas limpias!

– ¿Y nuestra lavandería interna no puede cubrirnos mientras?

Por supuesto que el Hotel Royal Renaissance tenía su propia


pequeña lavandería, pero alrededor del noventa por ciento de
las sábanas, fundas y toallas se lavaban fuera del hotel.

– Sí lo van a hacer, pero necesitan toda la gente que puedan


para doblar las toallas. ¿Puedes venir a ayudar?

¿Me dejaría? Giré la cabeza expectante hacia donde creía que


estaba Connor.

– ¿Puedo ir? Suena muy grave.

– Por supuesto. – respondió Connor.

Hubo otro chasquido.

– Ahora mismo bajo.

Esperé a que Connor me quitara la venda y las bandejas, pero


no ocurrió nada de eso.

– ¿Cuánto tiempo vas a estar allí? – preguntó Connor con


curiosidad.

– Hmm. – reflexioné en voz alta – Supongo que habrá entre


doscientas y quinientas toallas que doblar, así que alrededor de
una hora.

Dios, mis brazos pesaban como el plomo. ¡Como el plomo


quemado!
– Bien, entonces quiero que me traigas toallas limpias luego.

– Sí, señor.

– Creo que deberías seguir pensando en mí mientras tanto. –


dijo Connor.

Entonces, inesperadamente, un ligero pero constante dolor se


extendió desde mis sensibles pezones a todo mi cuerpo.

– Sí, realmente te quedan bien.

Su voz era gutural y profunda.

Genial. Ahora no sólo me ardían los brazos, sino también los


pezones. Finalmente, Connor me quitó las dos bandejas y dejé
caer los brazos. Al principio, la posición relajada era aún más
dolorosa que la anterior pero no me importaba. Ni por un
segundo más iba a poder aguantar esas malditas bandejas de
plata.

Después de que Connor dejara audiblemente las bandejas me


quitó la venda. Parpadeé cegada por el brillo de la luz del día.

Connor se puso detrás de mí, me agarró por los hombros y me


hizo girar hacia el gran espejo del tocador.

– ¿No crees que esas pinzas para los pezones te quedan muy
bien?

Miré mi torso desnudo en silencio en el espejo. En mis


pezones había unas pequeñas y discretas pinzas, cada una con
dos pequeñas bolas decorativas colgando del extremo.

¿Realmente podría soportar estas cosas durante una hora


entera?
– Sí, pero… no sé si podré soportarlo. – confesé abiertamente
mi preocupación.

– Entonces será mejor que te des prisa.

Inquieto, jugó con las bolas de plata.

– Sí, señor. – respondí, dirigiendo a Connor una mirada


desafiante.

Su sonrisa se amplió aún más y metió las manos en los


bolsillos del pantalón.

– Te esperaré aquí entonces y pensaré cómo voy a abordar tu


insolente comportamiento.

Me mordí los labios antes de poder decir otra estupidez, así


que me limité a asentir y luego me vestí a toda prisa para
dirigirme a la lavandería del hotel para ayudar a Beccs y a las
demás.

Algunos habrían descrito la lavandería, que estaba en el


sótano, más bien como una sauna de vapor finlandesa, y yo
olía desde lejos el pánico que se había desatado allí.

–¡Gracias a Dios, Dana! – gritó Rebecca desde una esquina.

Estaba de pie frente a una mesa amplia y muy larga doblando


una toalla tras otra sin parar. Alrededor las lavanderas
enfurecidas se arremolinaban descargando toallas limpias
sobre la mesa y cambiándolas por las toallas ya dobladas.

– Vaya, menuda se ha liado aquí. – me maravillé.

¡El eufemismo del año! La lavandería estaba al límite de su


capacidad y cualquier ayuda era bienvenida.
Me puse al lado de Rebecca y me puse a doblar también
toallas de baño grandes. Me dolían los brazos cada vez que
doblaba una toalla a lo largo, y los pechos cuando la toalla se
doblaba a lo ancho. Con cada movimiento sentía a Connor
conmigo, tal y como había prometido.

– Acabas de llegar de la suite principal, ¿no? – preguntó


Rebecca.

– ¿Por qué lo dices?

– Porque estás resplandeciente.

– ¿Resplandeciente? El calor se te debe haber subido a la


cabeza. – me reí a carcajadas.

Rebecca no dijo nada, pero me miró con reproche. Así era


exactamente como miraba a Emma cuando hacía algo malo y
la pillaban.

– Entonces, ¿estabas en la suite principal o no?

– Sí.

– ¡Lo sabía! ¡Hay algo entre tú y el Sr. Jackpot! ¿Es serio? –


dijo gritando.

Precisamente por eso no quería decir nada, al menos no aquí.


Más de la mitad de las lavanderas habían dejado de trabajar
por un breve momento para poder atender al grito de Rebeca.

Genial.

– De acuerdo, te lo contaré todo, ¡pero no aquí! Luego.

–¡No creo que pueda aguantar! – protestó Rebecca – Después


de años de abstinencia, cada miradita es emocionante. Y justo
ahora no me quieres contar nada.

Rebecca hizo un mohín mientras doblaba más toallas.

– Bueno, decir abstinencia es un poco exagerado, ¿no crees?

– ¿Cuándo fue la última vez que tuviste sexo, eh?

La pregunta surgió de la nada.

¿Hoy? No. Eso fue más un juego previo con la esperanza de


que el sexo estaba por venir.

– Ayer. – respondí con orgullo y puse las manos en las caderas,


al tiempo que estiraba el pecho hacia delante para darle más
sentido a mi declaración.

Resultó ser un terrible error porque el enderezamiento de mis


pechos hizo que un intenso dolor recorriera mi cuerpo.

¡No dejes que se te note! Respira.

– No con Connor, tonta. Antes de eso.

Lo pensé durante mucho tiempo. Demasiado tiempo.

– Qué más da, ¿vale?

– Te pillé. – sonrió Rebecca triunfalmente.

– Vale, me rindo.

Luego me incliné hacia delante y continué en susurros.

– Ha estado hablando con Shannon Williams. Tengo mi propio


localizador para su habitación así que puede llamarme
directamente para… – no estaba segura de hasta qué punto
entrar en detalles – cosas que hacer.

Los ojos de Rebecca se abrieron de par en par.


– Entonces o es muy tonto o está totalmente encaprichado
contigo.

– Sí, supongo que sí.

– Dana Swanson. No se puede responder afirmativamente a las


dos preguntas.

–¿Por qué no?

–¡Y no puedes contestarme con otra pregunta!

– Pues ya ves que sí.

Sí, disfruté poniendo a mi mejor amiga en un aprieto.

– Vamos a dejar algo claro. ¿Hay algo serio entre vosotros?

– Creo que sí. – me animé.

Había algo solemne y grandioso en decirlo en voz alta y


provocaba en mí sentimientos de euforia. Tan eufórica que
hasta me había olvidado de mis pinzas de los pezones por un
momento.

– ¡Oh, estoy tan feliz por ti!

Rebecca tiró la toalla medio doblada sobre la mesa y me


abrazó con fuerza. Tan fuerte que mis pinzas se vieron
peligrosamente afectadas. La intensa sensación me hizo llorar.
Me mordí los labios para reprimir un grito. Con suerte,
Rebecca no sentiría las partes metálicas a través del uniforme
de tela.

– Oh, Dana. Estás llorando de verdad. – observó Rebecca


cuando nos separamos la una de la otra.
Sonriendo, me limpié la lágrima de la que Beccs era más o
menos responsable.

– Sí, lo de Connor es bastante intenso. – respondí.

Para distraerme de mi dolor y evitar más abrazos dolorosos,


me levanté la muñeca y le mostré a Rebecca la pulsera que me
había regalado.

–¡Pero ¡qué bonita, debe haberle costado una fortuna!

– Es una pieza única, hecha por Josh Anderson. Expone aquí


en la Semana de la Moda. – dije.

Rebecca se quedó boquiabierta.

– Vaya.

Luego seguimos doblando toallas de nuevo. Siguieron


llegando nuevos ayudantes a la lavandería por lo que la
emergencia de toallas pronto se convirtió en una simple
escasez de toallas.

En cuestión de segundos, Beccs, yo y decenas de otras


lavanderas, camareras e incluso recepcionistas estábamos
doblando toallas de diferentes tamaños.

– ¡Ya casi está!, Por fin podremos hacer un descanso. – gritó


eufórica Rebecca. Murmullos de aprobación.

De repente me encontraba en un dilema. No quería dejar


plantado a Connor ni a mis compañeras. Poner los pies en alto
y tomar un merecido café sonaba tentador, pero librarse de
esas pinzas metálicas alrededor de mis palpitantes pezones
sonaba aún mejor.
– Daaanaaa. – llamó Shannon Williams por la radio.

–¿Sí?

– Hay un cristal roto en la habitación 3601.

– Ahora mismo me pongo a ello. Suspiré con fuerza.

Así fue cómo mi supervisora había decidido por mí que al


final ni una cosa ni la otra.

– Iros a la pausa sin mí, lo siento chicas. – me despedí.

–¡Y nosotras! – respondió Rebecca.

– Y gracias por tu ayuda. – me agradeció una de las


lavanderas.

A continuación, todo el grupo se unió al agradecimiento.

– De nada.

De camino a la habitación 3601, me equipé con una


aspiradora, una escoba y un recogedor.

No era raro que se rompieran los vasos. Todos los días se


rompían decenas de vasos en el Hotel Royal Renaissance. Las
copas de champán y los vasos de vino eran especialmente
vulnerables debido a sus finos tallos.

Llamé a la puerta de la habitación.

–¡Entra! – respondió una voz nasal y femenina.

¡No, por favor, no!

¿Acaso había escuchado mal? No. Pude identificar


inmediatamente este tono despectivo. Genial. ¡En un
momento, todo me estallaría en la cara porque Deborah
Landry me iba a descubrir!

– Para hoy, por favor. – refunfuñó Deborah a través de la


puerta.

Mantén la calma y la dignidad.

Entré en la suite. La habitación estaba dividida en dos con un


bonito y espacioso salón y un dormitorio separado con un gran
baño. Deborah estaba tumbada en el sofá con las piernas
cruzadas, de espaldas a la puerta. No podía ver nada más que
sus pies, que estaban enfundados en unos zapatos rosas de
gran tamaño. Deborah estaba sentada muy abajo en el sofá.
Sólo quedaban visibles algunos rulos individuales y un
teléfono móvil sostenido en el aire.

– Allí. – dijo Deborah señalando el armario de los licores,


delante del cual había una copa de champán rota.

– Me encargo ahora mismo, señorita Landry. – respondí con


voz disimulada.

Pero Deborah, afortunadamente, estaba tan ocupada con


Snapchat e Instagram que no me prestaba ninguna atención.
Me puse a trabajar cuando sonó el teléfono de Deborah.

– ¡Jennifer! Por fin, ¡llevo horas intentando localizarte! ¿Qué?


No. No puedo creerlo.

Deborah no se esforzaba en ocultar sus conversaciones por la


forma en la que gritaba a su teléfono.

Al menos la copa de champán se había roto en el tallo, lo que


significaba dos trozos sin mayores astillas, así que sólo tenía
que permanecer en la boca del lobo por un corto tiempo.

– ¿Te has enterado de que Cathrine Porter dejó a su novio


después de que le pusiera tetas nuevas?

Problemas del primer mundo …

Recogí los dos trozos rotos, los tiré a la papelera y aspiré


generosamente la alfombra de alrededor. Mis movimientos
eran más bien escasos, para evitar un poco mis pezones,
porque cada movimiento, incluso ya cada respiración, dolía.

– ¡Hola, estoy al teléfono!

– Lo siento, ya he terminado. – respondí con tranquilidad.


Normalmente, siempre mantenía la calma con este tipo de
clientes, pero la mera presencia de Deborah hacía que me
hirviera la sangre.

Deborah soltó una risita.

– No, todavía no. Aunque ando todo el día por este maldito
hotel, no lo he vuelto a ver. Pero créeme, le mostraré lo que se
está perdiendo.

Agudicé mi oído, aunque tampoco quería escuchar a


escondidas. Bueno, en realidad sí, pero sabía que no era
apropiado. Aun así, me tomé mi tiempo para escuchar sin que
me pillaran. Lentamente, salí de la habitación y escuché
algunas partes de la conversación, cuyo contexto no me
quedaba claro. Para eso tendría que haber escuchado al
interlocutor de Deborah, pero podría jurar que Deborah estaba
hablando de Connor. Sabía que sí. Pero ahora yo era su chica,
¡yo y nadie más!
–¡Espera un momento! – gritó Deborah tras de mí.

Qué movida.

¿Me habría reconocido?

– ¿Sí? – pregunté, asomándome a la puerta.

– Hay una propina en la mesa. Sería de mala educación que no


la aceptaras.

Sí, había visto los dos dólares en la mesa.

– No se nos permite aceptar propinas. Órdenes de la dirección.

– Ah vale. – murmuró Deborah.

Extendió el brazo y saludó.

– Entonces puedes irte.

Qué alegría.

Cuando cerré la puerta, Deborah se levantó del sofá


horrorizada.

No… ¿en serio? Nuestras miradas se encontraron durante


medio segundo antes de cerrar la puerta.

Contuve la respiración y no me moví ni un centímetro.


Respirando con fuerza, escuché la puerta. Deborah estaba al
teléfono, blasfemando sobre la quiebra de un conocido.

¡Qué suerte!

Si Deborah me reconociera, no se iba a quedar callada. Me


confrontaría con el hecho de que sólo era una camarera, una
ciudadana de segunda clase y que no tenía cabida en la
sociedad de élite. Algo así, supongo.
Cuando recuperé la compostura, dejé atrás la habitación 3601
tan rápido como pude. De momento no había ninguna Deborah
consternada corriendo tras de mí.

Cuando llegué a los ascensores, dudé. En realidad, quería


pulsar el botón de los ascensores superiores, después de todo
no quería hacer esperar a Connor. Entonces me di cuenta de
que había olvidado las toallas limpias para él. Resoplando,
eché la cabeza hacia atrás y exhalé con fuerza.
Connor

IMPACIENTE, MIRÉ EL RELOJ, Dana llegaba tarde.


Dejarme plantado era un grave error que mis anteriores
esclavas sólo habían cometido una vez.

Punto negativo por eso.

Al menos Dana se castigaba a sí misma cada vez que se


retrasaba, con esas preciosas e intensas pinzas que le
recordaban que era mía.

Decidí acomodarla un poco, literalmente.

Para ello, sólo tenía que encontrar la manera de que Dana


estuviera en el mismo ascensor que yo, lo que no era tarea
fácil ya que había decenas de ascensores en el Hotel Royal
Renaissance.

De todos modos, se me ocurría una solución. Soborné a la


recepción para que desactivara temporalmente todos los demás
ascensores en caso de emergencia.

Cuando llegué a la planta baja, vi un pequeño grupo de niños


jugando juntos en el vestíbulo. Bingo.
El grupo estaba formado por tres niños y una niña, todos ellos
de unos diez años. La niña llevaba una falda de diseño
mientras que los chicos llevaban trajes a medida. Estaban
discutiendo si los copos de maíz sabían mejor crujientes o
empapados. Crujientes.

– Hola. – saludé a los niños, que inmediatamente me miraron


con ojos críticos. – ¿Os apetece ayudarme con una broma?

Ahora sus ojos brillaban de curiosidad. Por mucho que


parecieran hombres de negocios en miniatura, seguían siendo
niños.

– Depende. – respondió la niña con timidez.

–¡Y tiene un precio! – añadió seriamente uno de los chicos.

Llevaba un traje gris que le hacía parecer un hombre de


negocios demasiado bajito. Había olvidado lo buenos
negociadores que podían llegar a ser los malditos críos.

– De acuerdo. Primero te diré para qué necesito tu ayuda y


luego me dices el precio.

– De acuerdo. – contestó el mismo niño de forma profesional.

– Vas a los ascensores y te paras en cada piso hasta que llegas


arriba.

Calculé el tiempo aproximado que tardarían los ascensores.

– Y lo mismo al bajar. – añadí

– Vale, parece divertido. – se rió la niña.

– Por supuesto. – le animé.

– Mil dólares.
Dios mío, este crío era un tipo duro.

Saqué mi cartera del bolsillo y comprobé cuánto dinero tenía


encima. Normalmente pagaba todo con mis tarjetas de crédito
porque era más fácil y cómodo que llevar un fajo de billetes.

Estaba convencido de que incluso el chico podía tener un


datáfono para tales fines. Tenía exactamente cien dólares en
efectivo.

– Tienes que estar bromeando. – dije seriamente. – Cien


dólares. Eso es todo.

– De ninguna manera…

El niño fue interrumpido por la niña.

–¡TRATO HECHO!

Satisfecho, saqué el billete de cien dólares del bolsillo y se lo


entregué a la niña, que lo aceptó con una sonrisa. La niña
definitivamente tenía menos experiencia con el dinero que sus
amigos, lo que me venía bien.

–¿Estás loca? Ese tipo nos acaba de engañar con el noventa


por ciento. – le reprendió el niño.

–¡Y si se hubiera ido con otros niños, ahora no tendríamos el


dinero! – se defendió desafiante la niña.

–¡Aquí no hay ningún otro niño!

Me aclaré la garganta.

– Dile a tus padres que ahora vas a jugar en el ascensor y


luego nos vamos. Coge todo menos el ascensor del extremo
derecho, ¿vale?
– Los negocios son los negocios. – refunfuñó el empresario en
miniatura y se marchó con sus amigos.

Subí al único ascensor libre, me apoyé en la pared y saqué mi


Gameboy del bolsillo de la chaqueta. Mientras lo hacía, pensé
en mi primer dinero ganado con esfuerzo. Debía de tener la
edad de esos niños cuando me ofrecieron visitas privadas a la
fábrica de bourbon de mis padres. El concepto tuvo tan buena
acogida que estas visitas siguen existiendo hoy en día, sólo
que con una gestión diferente.

Subí una y otra vez, pero siempre acababa en la planta baja,


¿dónde si no?

Cuando había superado la nonagésima fila del Tetris y las


formas geométricas bajaban a toda velocidad, Dana estaba
finalmente de pie frente a la puerta del ascensor, mirándome
con enormes ojos azules.

– Disculpe, señor. Tomaré el siguiente ascensor para traerle las


toallas. – tartamudeó Dana. – Puede que tarde un poco, todos
los demás ascensores están ocupados en los pisos superiores y
se mueven con lentitud. Niños, supongo.

Dana era tan linda cuando no sabía qué decir.

– Lo sé. – respondí con una sonrisa. – Entra, insisto.

–¿Cómo sabes que son niños?

Dana entró y me miró con una mirada crítica e irritada.

– Les di cien dólares por ello.


Dana enarcó las cejas con indignación, pero a pesar de ello se
subió y volvió la cara hacia las puertas, que se estaban
cerrando.

–¿Cómo están tus pezones? – pregunté mientras el ascensor


comenzaba a moverse.

El rubor de la vergüenza subió a la cara de Dana y se mordió


los labios.

–¿Qué, los ascensores están vigilados con micrófonos?

– No. – dijo Dana negando con la cabeza.

– Bien, entonces respóndeme.

– Odio esas cosas. – suspiró Dana.

– Me lo imagino. Dime, ¿dónde está la cámara?

– Justo encima de las puertas del ascensor. – respondió Dana


sin mirar – ¿Me quitarás las pinzas pronto? Por favor, no
puedo aguantar más.

– Tan pronto como lleguemos a mi suite. Lo prometo.

Suspiró aliviada. Volví a guardar la Gameboy en el bolsillo y


me quité la chaqueta. Entonces di un paso adelante y me puse
delante de Dana. Cuando mi chaqueta tocó su cuerpo, se
estremeció brevemente.

En caso de que alguien estuviera vigilando la cámara, parecía


que estaba de pie frente a ella, relajado. Pero en realidad
estaba frotando mi chaqueta en lugares bastante sensibles.
Dana mantuvo las piernas como estaban, aprendía rápido.

– Me muero de ganas de follar contigo. – murmuré.


Apreté más la chaqueta contra Dana, que ahora suspiraba
suavemente.

– Y yo.

– Has sido obediente y has dejado las pinzas donde deben


estar, así que ahora puedes decirme cómo quieres que te folle.

Dana pensó por un momento. Seguro que buscaba una


posición que diera un poco de descanso a sus forzados pechos,
pero había pocas opciones.

– Yo, um… – gimió Dana.

Apenas podía contenerse.

– Preferiblemente en la cama.

Sonreí.

– ¿Y qué más? ¿Qué más?

– Quiero ver tu cara. – susurró Dana.

– ¿Por qué?

– Porque me gusta cómo me miras.

– ¿Y cómo te miro?

– Lleno de excitación y de codicia. Decidido a tomar lo que


quiere.

Gruñí satisfecho. Maldita sea, no podía esperar a follarme ya a


Dana. ¿Era yo o el ascensor se ralentizaba cuanto más
hablábamos?

Me pregunto cómo de lento le parecía a Dana que iba el


ascensor. Ella sentía con cada respiración que me pertenecía
mientras estaba atrapada aquí conmigo.

Cuando por fin llegamos al último piso conduje a mi chica sin


miramientos al dormitorio.

– Desvístete. – ordené.

Dana obedeció inmediatamente, quitándose la ropa de la parte


superior de su cuerpo, pero de forma lenta y cuidadosa. Sus
pezones estaban tan enrojecidos que incluso una bocanada de
aire debía sentirse como un látigo. Por supuesto, al principio
había elegido unas pinzas que ejercían una presión débil en
comparación con otros modelos, pero después de más de una
hora incluso los más experimentados llegaban a su límite con
ellas. Desnuda y llena de expectación, se puso delante de mí y
me miró.

– Junta las manos detrás de la espalda.

Lentamente, dobló los brazos hacia atrás y los cruzó como yo


le había indicado. Toqué las bolas de plata que colgaban de las
pinzas. Inhaló bruscamente.

– Ahora ponte de rodillas.

Me encantaba cuando Dana se arrodillaba ante mí, con los ojos


bajos, el pecho sacado y la espalda perfectamente arqueada.
Hay que reconocer que me gustaba tanto su aspecto que Dana
iba a pasar mucho tiempo en el suelo de ahora en adelante,
pero ahora se arrodillaba delante de mí porque si no lo hacía,
acabaría igualmente arrodillada de dolor. Dana aún no estaba
preparada para este tipo de dolor, un dolor que superaba todo
lo que había experimentado antes, pero estaba seguro de que
podría soportarlo o nunca le habría puesto las pinzas. Una vez
que Dana superó los primeros segundos de agonía, le esperaba
el orgasmo más intenso.

Cuando toqué las dos pinzas Dana contuvo la respiración.

–¡Quiero que respires! – le ordené. – Respira profundamente


ahora.

Dana tardó unos segundos en sobreponerse antes de cumplir


mi orden. Respiró profundamente y, mientras tanto, solté las
dos pinzas. Dana se dobló de dolor y la apreté con fuerza
contra mis hombros para que se apoyara. Las lágrimas
corrieron por sus mejillas, pero había aguantado con valentía.

– Bien hecho. – le elogié.

– Por esto. – titubeó Dana, y luego respiró profundamente. –


Por esto, me debes el mejor sexo de mi vida.

Increíble. En un principio pensé que tardaría mucho más en


recuperarse y, al segundo Dana estaba pensando ya en la
recompensa, lo que me complació extraordinariamente. A
pesar del dolor desconocido, Dana no había olvidado su
orgullo, pero sí había dejado de lado su inseguridad.

– No te debo nada, llegaste tarde. – respondí suavemente, y


luego le aparté unos rizos rubios de la cara. – Pero igual
deberías darme las gracias.

Dana me miró. Medio pensativa, medio desafiante. ¡Dios,


cómo me gustaba esa mirada!

– ¿O te gustaría ir a trabajar con pinzas aún más fuertes


mañana como castigo por llegar tarde?
–¡Gracias, señor!

– Buena chica. Siempre me lo agradecerás en el futuro sin que


tenga que pedírtelo.

Dana asintió. A Dana le esperaban más tarde unas cuantas


reglas más, pero quería introducir esas reglas poco a poco para
que Dana tuviera tiempo suficiente para familiarizarse con
ellas. Todas las normas a la vez sólo llevarían a una exigencia
excesiva y a la confusión.

–¡Ahora ponte en la cama para que pueda follarte! – gruñí con


hambre. Pero mi bestia no era con traje porque sí. La ayudé a
levantarse como un caballero y le ofrecí mi mano. Aunque
Dana no lo dejaba ver -y no pasó desapercibido para mi-, su
cuerpo seguía sufriendo un intenso dolor.

Mi dura erección se apretaba contra mis ajustados pantalones.


Odiaba que mi polla estuviera presionada contra la ropa, algo
que me ocurría con bastante frecuencia últimamente gracias a
Dana.

De un tirón, me quité los pantalones y los bóxers y me acosté


en la cama con Dana. Suavemente, pasé mi dedo desde su
muñeca por la parte superior de su brazo hasta su clavícula.

La piel de Dana era tan suave que podría acariciarla todo el


día. Desde su clavícula, continué bajando por su costado hasta
su punto más sensible. Su humedad me excitó aún más.
Decidido, separé más sus piernas y me arrodillé entre ellas.
Con mi pulgar seguí masajeando su punto más sensible
mientras dos dedos la penetraban. Dana gimió y estiró sus
caderas hacia mí.
– ¿Tienes idea de lo loco que me estás volviendo, Dana?

– Sí. – jadeó. – ¡Me pasa exactamente lo mismo contigo!

Probé su excitación, probé su pasión.

–¡Di que eres mía! – le ordené murmurando.

– Soy tuya.

Dana dijo esas palabras con respeto y sinceridad mejor que en


mi imaginación y que en cualquier fantasía posible. Ninguna
de mis esclavas había dicho nunca esas palabras con tanto
sentimiento, porque había una diferencia significativa entre
Dana y sus predecesoras.

Dana era real, al igual que sus sentimientos y sus deseos, y mis
sentimientos por ella eran igualmente reales.

Sin previo aviso, la penetré. Dana había tenido la opción de


decidir cómo debía tomarla, podría haber dicho cualquier cosa.
Duro, profundo, rápido, animal. Lento, sensual, cariñoso.

Pero ella había guardado silencio, dejándome elegir a mí. Así


que la follé como más me gustaba, sin piedad, duro y hasta el
fondo.

¡Joder, se sentía tan bien! Estaba casi increíblemente apretada,


y con cada empuje se cerraba más alrededor de mi erección.
Dana gimió con fuerza y apretó sus caderas contra mi pelvis.
Sus dedos se clavaron en la manta y su respiración se aceleró.

La empujaba con fuerza, cada vez más fuerte, dentro de ella.


El gemido de Dana fue sensual, fuerte y una clara señal de que
se acercaba el orgasmo. Yo también estaba casi listo, lo estaba
desde antes. Dios, la idea de cómo había tenido que trabajar
con sus pinzas, cómo debía de intentar compensar cada
movimiento y ocultar el dolor, me volvía medio loco. Sus
pechos rebotaban con cada empuje, un espectáculo delicioso.

–¿Cómo se sintieron las pinzas?

– Muy dolorosas y algo humillante también. – gimió Dana.

–¿Te ha gustado?

– Sí. – suspiró.

–¿Así que te gusta que te humillen?

– Sí, señor.

Mi erección se hizo aún más dura, llenando aún más su


estrechez. Con cada empujón me acercaba a la liberación que
no quería aplazar. Dana me había puesto demasiado cachondo
para eso.

– Córrete para mí. – le susurré al oído.

Los párpados de Dana se agitaron, su cuerpo se tensó y sus


gemidos se volvieron cada vez más salvajes. Llevé mi cuerpo
al máximo rendimiento, mis músculos se volvieron duros
como el acero y resaltaban a simple vista. Dana observaba mis
músculos con una mirada codiciosa, sus ojos alternaban entre
la parte superior de mi cuerpo y mi polla follándola. Su
delicado cuerpo brillaba de sudor. Con Dana se sentía
increíblemente bien, tan diferente a lo anterior. Mejor.

El orgasmo estalló sobre ambos como una repentina tormenta


en alta mar. Violento, abrumador, gigantesco. Pensé que estaba
preparado cuando las olas se me vinieron encima, pero no fue
así. No estaba preparado para los sentimientos que Dana
desató en mí.

Exhausto, me dejé caer junto a Dana y traté de recuperar el


aliento.

– Sí. – jadeó Dana. – Por esto han valido la pena las pinzas.

– No lo digas muy alto. – respondí con una sonrisa de


satisfacción.

–¡Para eso valían las pinzas! – exclamó Dana.

Desafiante, me sonrió.

¡Una pícara tan encantadora!

–¿No has tenido suficiente?

De un fuerte tirón, puse a Dana boca abajo y la azoté con la


palma de la mano. Al principio sólo se reía, pero a medida que
mis golpes se hacían más fuertes, su risa se convertía en
gemidos. Un golpe siguió a otro hasta que su trasero se puso
rojo. Sólo entonces la solté.

– Ya está, es suficiente por ahora. Dejemos esta diversión para


después.

– Qué pena. – respondió Dana.

Estaba claro que a Dana le gustaba su papel de sumisa. Su


curiosidad le estaba ganando y se abría cada vez más a lo que
iba a suceder. Sí, ambos íbamos a divertirnos mucho más.

– Oh, Dios. – exclamó Dana, sorprendida, mientras miraba mi


reloj de pulsera. – ¡Tengo que irme o llegaré tarde!
–¿Tarde para qué o para quién?

– Tengo una cita en Central Park.

Ahora tenía curiosidad, Dana no había dicho nada de una cita.

– Con Sam Anderson.

– Qué bien. Os caísteis bien en la boda, ¿no?

– Sí, es muy simpática y mandó hacer un pendiente para mí,


bueno, un duplicado.

– Creo que sé a qué pendiente te refieres.

– Si. Ese es. – respondió Dana, con la cara tensa por el dolor. –
De todas formas, recuperé el compañero original, así que no
tengo que cambiarlo al final. Pero fui tonta y ya le había dado
a Sam el otro pendiente.

– Qué aventura.

– Ya te digo. Juro que esos pendientes están malditos -dijo


Dana con cara seria-.

No creía en maldiciones ni en ningún otro fenómeno


sobrenatural, era demasiado racional para eso. Por no hablar
de que otro tema me preocupaba más.

–¿A qué hora trabajas mañana? – pregunté.

– Estoy de guardia hasta tarde, ¿por qué?

–¿Puedes tomarte mañana libre?

–¿Durante la semana de la moda? No, no puedo.

– Qué rabia. Me gustaría tenerte mañana para mí todo el día y


toda la noche. – mascullé.
–¿Qué se te ha ocurrido? – preguntó Dana con curiosidad.

– Es una sorpresa. Pero estoy seguro de que te gustará.

No quería revelar aún lo que tenía en mente porque si Dana


sabía lo que le esperaba, estropearía la sorpresa.

–¿Bastaría con que me tuvieras toda la mañana y toda la


noche? – preguntó Dana con una mirada coqueta y se levantó.

– Sí, tendría que ser así. – murmuré.

Por supuesto, respetaba que Dana se tomara su trabajo tan en


serio, pero tenía que admitir que no entendía su lealtad,
especialmente con esas condiciones de trabajo.

De la cajonera superior saqué una pequeña caja y se la


entregué a Dana.

– Tengo otro detalle para ti, para que no olvides nuestras


últimas… conversaciones más serias.

Curiosa, Dana abrió la caja de terciopelo y sus ojos azules


comenzaron a iluminarse.

–¡Vaya, son preciosos! Muchas gracias. –dijo Dana.


Directamente sostuvo su pulsera junto a los pequeños
colgantes.

– La pluma. – empecé y me interrumpió Dana. – El plumero.

– Mira, si me vuelves a interrumpir, te seguiré dando azotes.

–¡Discrepo, señor!

Mi mirada de reproche la puso en su sitio.

– Y las bolitas son para recordarte el día de hoy. – dije.


– ¿Y la piña?

Sonreí.

– Fruta exótica. Pensé que una naranja habría sido demasiado


aburrida.

Dana me sonrió con esa sonrisa que todo hombre ansía. Una
sonrisa llena de amor, calidez y afecto. Sentimientos reales y
honestos.

– Los colgantes son realmente hermosos.

La ayudé a colocar las pequeñas piezas únicas de filigrana en


su pulsera.

– Estoy seguro de que habrá más momentos memorables en el


futuro.

– Si la tendencia continúa, pronto necesitaré una carretilla para


llevar todos los recuerdos en mi muñeca. – dijo Dana con una
sonrisa.

– Entonces te pagaré un mayordomo para que lo haga.

Los dos nos reímos. Aunque nunca lo hubiera llegado a


imaginar, Dana era la mezcla perfecta de amiga y amante.
Combinación de la que nunca había podido disfrutar.

Dana recogió su ropa interior, pero yo la sujeté por el brazo y


se la quité de las manos.

– Ahorrarás más tiempo si te pones el uniforme enseguida. –


dije.

– ¿Y qué pasa con mi ropa interior?

– Yo te la guardo.
Recogió su uniforme y se lo puso. Había una suave sonrisa en
sus labios, tal vez incluso con una pizca de timidez.

– Además, tengo algo más para ti. Quiero que lo lleves cuando
te recoja mañana. También puedes llevarlo a tu reunión en
Central Park. Sí, creo que eso me gustaría aún más.

Cogí la gran bolsa rosa que estaba junto a la cómoda y se la


entregué. Había visto ese vestido en la Semana de la Moda y
supe al instante que estaba hecho para el cuerpo de Dana.

– Pero puedes dármelo mañana, ¿o no estarás aquí mañana?

– Me voy del hotel mañana. – dije.

–¿Qué? ¿Por qué?

Dana me miró sorprendida.

Porque soy un maldito espíritu libre y no puedo evitarlo.


Dana

–¿VAS A DEJAR EL hotel mañana? – pregunté incrédula.

La bomba que Connor acababa de soltar me dejó sin palabras.

– Sí, necesito un cambio de aires. – respondió Connor.

Vaya.

Ahora la única pregunta era si Connor sólo iba a hacer un


cambio de lugar o si era un cambio radical, incluyendo una
nueva mujer. En un segundo imaginé docenas de escenarios de
cómo Connor se iría y me dejaría. Pero de ser así, ¿me habría
hecho más regalos y mandado a hacer objetos únicos para
recordar ciertos momentos?

No. Sí. Tal vez. ¡Caos emocional a la enésima potencia!

¿Quizás regalos de despedida? ¡Cielos! Respiré


profundamente.

–¿Y qué pasa con nosotros? – pregunté con cautela temiendo


la respuesta. Mi corazón martilleaba dolorosamente contra mi
pecho.
–¿Qué pasa con nosotros?

Ouch. Me hubiera gustado estrangularlo por esa


contrapregunta.

–¿Qué pasará con nosotros cuando te vayas?

Ahora Connor parecía haber notado mi preocupación.


Finalmente. Me agarró por los hombros y me acercó a él.
Lleno de pasión, me besó y capturó mi labio inferior con sus
dientes. Ese beso dijo todo lo que necesitaba saber y me
permití respirar de nuevo.

– Nada cambia entre nosotros. – dijo Connor cuando nos


separamos el uno del otro.

– Me gusta eso.

Suspiré aliviada y le sonreí. Sin duda debería mantener mis


emociones bajo mejor control. Había reaccionado de forma
muy extrema pero no podía evitarlo con Connor. A estas
alturas, Connor se había convertido en algo tan importante
para mí que sólo la idea del rechazo me dolía. Oh, Dios. Esto o
terminaba en una muy improbable boda o en un corazón roto.

No te vuelvas loca.

–¿Y a dónde te vas? – pregunté con curiosidad.

– Cerca.

Como sonreía y esquivaba mi pregunta, probablemente quería


mantener el secreto. ¿Era por eso por lo que quería que me
tomara un día libre? ¿Por qué quería enseñarme su nuevo
alojamiento? Connor señaló la bolsa, cuyo contenido aún
desconocía.

– Adelante, ábrelo.

Sentí una gran curiosidad y accedí con mucho gusto a su


petición. Puse la bolsa sobre la cama, la abrí literalmente y
busqué la tela blanca que había dentro.

Era un vestido blanco de verano hasta la rodilla, con la tela


más suave que jamás había tenido en mis manos. El vestido
era ajustado en la cintura, y el ancho cinturón de cuero que lo
acompañaba combinaba a la perfección.

– Oh, es precioso. Estoy deseando ponérmelo cuando salga del


trabajo. – dije entusiasmada.

Connor me entregó una caja de zapatos que contenía unas


sandalias romanas con cordones a juego. El cuero tenía el
mismo relieve que el cinturón de cuero. Se notaba que todo
había sido hecho a mano. Un bonito papel troquelado sujeto
con un cordón marrón confirmó mi sospecha, era de un
diseñador italiano.

– No sé cómo pagarte esto.

Me incomodaban los regalos caros que me hacía Connor


porque no quería que nadie pensara que estaba con él sólo por
su dinero. ¡No me importaba en absoluto su dinero!

– Eso es lo que estás haciendo. Pagas con tus miradas, tus


sonrisas y tus gritos sensuales. – respondió Connor.

Sus ojos oscuros brillaron con lujuria.


– Deberías irte ya. – gruñó. – De lo contrario, te voy a follar de
nuevo.

– Sí, señor. – ronroneé deliberadamente de forma provocativa.


Me ajusté el uniforme y besé a Connor una vez más.

– Te recogeré mañana después del trabajo, ¿vale?

– Sí. Pero me tengo que ir ahora de verdad.

– Lo sé. – respondió Connor y luego me acompañó a la puerta.

– No puedo esperar a verte mañana. – me despedí.

– Mañana va a ser un día precioso, vas a ver.

Cuando atravesé la puerta, Connor me detuvo una vez más.

–¡Espera, una pregunta más!

Su voz seria sonaba urgente.

–¿Sí?

– Los cereales. ¿Prefieres los copos de maíz crujientes o


blandos?

Vale, ¡Connor parecía demasiado serio para una pregunta tan


trivial!

–¡Blandos en leche con cacao, por supuesto!

Connor frunció el ceño.

– Los copos de maíz blandos son para la gente con dentadura


postiza.

– No, para los entendidos y la gente a la que le gusta la


tranquilidad. Los ruidos fuertes por la mañana son horribles. –
me justifiqué.
– Y también lo es comer sin resistencia. – respondió Connor
con una carcajada.

–¿Así que te gusta lo indisciplinado? Lo tendré en cuenta.

Sonriendo, me dirigí a los ascensores porque tenía prisa. No


había forma de dejar plantada a Sam después de que me sacara
de apuros aún estando en medio del caos de la Semana de la
Moda. Los preparativos siempre eran duros, estresantes y
alocados.

Me dirigí a los vestuarios del personal tan rápido como pude.


Estaba fuera del trabajo, con todas las tareas hechas, y por el
momento no había ningún contratiempo. No me encontré con
ninguna compañera en todo el camino, lo cual agradecí. Así
que no tenía que inventar ninguna historia para la bolsa que
me había dado Connor en la suite.

Tampoco había nadie en el vestuario, mejor aún. Después de


todo, Connor me había robado la ropa interior. Por supuesto
que tenía ropa de repuesto y ropa interior en mi taquilla. Ropa
interior negra que se transparentaba bajo la tela blanca del
vestido de verano. Y no quería salir en pleno verano con una
sudadera con la costura desgastada y unos vaqueros largos.
Así que no tuve más remedio que seguir el consejo de Connor
y ponerme el vestido directamente.

Me favorecía la figura sin ser demasiado voluminoso, ya que


quedaba suelto y aireado sobre la piel mientras que el cinturón
de cuero resaltaba mi cintura. ¡Los zapatos iban perfectamente
con este conjunto! Calculé que ahora mismo llevaba el sueldo
de tres meses en ropa, quizá más.
Justo cuando estaba cerrando la puerta de la taquilla, oí el
ruido de la radio, seguido de la llamada estándar de Shannon
William

– ¡Daaaanaaa!

Volví a mirar el reloj para cerciorarme. Sí, hacía un cuarto de


hora que había terminado de trabajar y podía irme del hotel
con la conciencia tranquila. ¿O no? Sólo pensar que mi jefa
tenía otra de sus locas ideas me hacía sentir mal. ¿Quién más,
si no yo, podría disuadirla de estas peligrosas ideas? Así es,
nadie.

Apreté los dientes y esperé que sólo se tratara de vasos rotos o


de ropa de cama sucia mientras abría la taquilla de nuevo.

–¿Sí? – pregunté.

– Ah, qué bueno que sigas aquí. Te necesito en mi oficina.

–¿Es importante? Ya me he cambiado y voy de camino a una


reunión.

–¡Sí, es muy importante!

– Muy bien, voy para allí. – suspiré.

–¡Muy bien!

– Pero no me voy a volver a cambiar, joder. – dije sin pulsar el


botón de la radio. No destacaría en el hotel con un vestido así.

Mientras bajaba las escaleras, me imaginé qué planes tenía


nuestra subdirectora. ¿Dispositivos de seguimiento para todo
el personal implantados en la piel? ¿Micrófonos cosidos en la
ropa? Tampoco me extrañaría que tomara huellas dactilares,
ADN y muestras de piel por si acaso.

Llamé a la puerta cerrada.

– Entra. – dijo la Sra. Williams.

– Aquí me tiene. – dije secamente.

Con suerte, mi jefa iría al grano y yo llegaría a mi cita


relativamente a tiempo.

– Bien, vamos directas a… – titubeó brevemente Shannon


Williams al ver mi vestido. – Oh, no sabía que tenías tanto
estilo.

Sí, incluso los elogios de mi jefa siempre sonaban como un


insulto y por eso no le di las gracias.

– Volvamos al tema.

Se levantó de su silla de oficina revestida de cuero y caminó


alrededor de la mesa.

– Estas gafas con cámara todavía tienen que ser aprobadas por
el comité de empresa. A cambio, quiero poner a prueba todas
las funciones. Quiero convencer al comité de empresa de que
estas gafas serán una revolución para el sector de la hostelería.

Más bien un enorme paso atrás.

Valientemente, me mordí los labios para no decir nada malo.


Nelson Mandela, Mahatma Ghandi, Martin Luther King. Eran
revolucionarios. Los que hacen el bien. Pero Shannon
Williams era simplemente neurótica y retrógrada.
– Sigo pensando que no es una buena idea. – dije seriamente. –
Podría ser malinterpretado por el personal y por los huéspedes.
La discreción es primordial en el Hotel Royal Renaissance al
fin y al cabo.

– Y seguiremos manteniendo esa discreción. Estas grabaciones


sólo se manejarán internamente y no se revelarán al público en
ningún momento.

– Hay piratas informáticos que pueden burlar esos programas


con facilidad, y quizá haya guardias de seguridad que puedan
vender las grabaciones a la prensa. – indiqué.

– No te preocupes por eso, he contratado un equipo de


seguridad para eso. Sólo serás responsable de las camareras.

–¿Y qué quiere que haga exactamente?

Shannon Williams cogió un papel de la mesa.

– Firma esto.

Tomé el documento que había sido redactado por el abogado


de la empresa. Avancé lentamente en la ininteligible jerga
legal, pero leí todo con atención, incluida la letra pequeña. En
resumen, no sólo debía renunciar a mi privacidad, sino que
además debía aceptar la vigilancia. Esto fue un mazazo a mis
derechos humanos.

¡Por supuesto que no aceptaría la vigilancia! Pero si no


firmaba me quedaba sin trabajo hoy, eso seguro.

–¿Pasa algo? – preguntó la Sra. Williams cuando dudé.

¡Recuerda tu plan de siete años!


–¿Está todo realmente aprobado? – pregunté. – Realmente me
parece…

Mi jefa me cortó.

– O firmas esto o encontraré una nueva defensora de las


camareras. ¿Está claro?

Vaya. Fueron unas palabras muy fuertes contra las que me


hubiera gustado rebelarme, pero me recompuse. Si firmaba la
estúpida nota vendiendo mi alma, tal vez podría sabotear la
acción de las gafas lo suficiente como para mandar el proyecto
a paseo.

– Déjeme un bolígrafo. – dije.

Inmediatamente me dio un bolígrafo de plata que utilicé para


firmar el papel.

–¿Cuándo estarán listas las gafas?

– No falta mucho, Dana. Te avisaré cuando estén.

– Bien.

Así que tuve tiempo de sobra para leer sobre este tipo de
tecnología y poner la cámara en la peor situación posible.
Había declarado la guerra a mi jefa en mi mente.

– Ahora, si no le importa, me tengo que ir.

No era una pregunta, sino una petición de que me dejara ir.

– Por supuesto. Me alegro de que nos llevemos tan bien.

Shannon Williams fingió ser vencedora. Como prueba de


nuestra amistad, agitó el papel firmado en el que yo había
entregado mi alma al hotel.
A veces me preguntaba si todas estas fatigas merecían la pena
por un buen currículum. Sin duda podría aprender algo en el
segundo mejor hotel de la ciudad.

Desde el Hotel Royal Renaissance hasta el zoológico de


Central Park, donde había quedado con Sam, sólo había un tiro
de piedra. Sin embargo, llegué casi media hora tarde. Como
excusa, había comprado una caja grande y dos cafés en Donut
Duke, el Dunkin Donuts para ricos. Aunque no había cola en
la tienda, la caja, compuesta por nueve rosquillas diferentes,
había tardado más de diez minutos porque todas habían sido
adornadas con cariño. A toda prisa, tarareé un mantra -no
derrames el café, no derrames el café- y me apresuré a llegar a
la entrada del parque, frente al zoológico de Central Park.

¡Qué idea tan estúpida la de llevar el vestido en este momento!


Me puse a sudar ante la mera idea de que una gota de café
cayera sobre la preciosa tela. No sé lo que Connor tenía
planeado para mí mañana, pero quería estar perfecta para ello.

Sam, que estaba en la entrada de Central Park, me saludó


cuando me vio.

Por favor, no te enfades.

–¡Hola Sam! Siento llegar tarde, no pude salir antes del hotel.

Sam parecía aliviada y se reía.

–¡Oh! ¡Me preocupaba que ya te hubieras marchado! Yo


también estaba a punto de irme.

En sus manos, Sam también tenía una gran caja de macarons y


dos cafés para llevar.
Me uní a su risa. ¡Qué casualidad que las dos lleguemos tarde!
Y una coincidencia aún mayor fue que nos disculpáramos de
la misma manera. ¿Acaso éramos algo así como hermanas de
espíritu?

Una ráfaga de viento me hizo temblar y luego entrar en pánico


cuando la ligera tela de mi vestido voló con él. Para mi gusto,
el viento exponía demasiado mis piernas. Un poco más y
medio Central Park habría visto que no llevaba ropa interior.
¡Ayuda!

Busqué una forma de escapar del viento. De alguna manera,


tuve que deshacerme de mis donuts lo antes posible para poder
conservar mi vestido. Era un soleado día de verano y el parque
estaba lleno de corredores, parejas de picnic y niños jugando.
Casi todos los bancos del parque estaban ocupados, pero cerca
de un gran campo de ajedrez vi un banco libre y corrí hacia él.

–¡Vamos a sentarnos allí! – le grité a Sam, que me siguió a


toda prisa. Sólo cuando llegué a la sombra del viejo roble que
se alzaba justo delante del banco del parque aminoré el paso.

Nos sentamos juntas en un amplio banco de madera y


colocamos las tazas de café a nuestro lado. En mi regazo, abrí
la caja de donuts y al mismo tiempo protegí mi vaporoso
vestido del viento. Los donuts estaban cubiertos con diversos
glaseados de chocolate y azúcar, y adornados con azúcar glas
y perlas de colores. Algunos de ellos estaban rellenos de
budines, nata y otras cremas. Tenían un aspecto tan diferente
como su sabor, pero todos tenían dos cosas en común. En
primer lugar, tenían un aspecto delicioso, como en un cartel
publicitario y, en segundo lugar, las calorías eran de tres
dígitos.

Sam cogió un donut con chocolate blanco y chispitas


plateadas.

– Muchas gracias, tienen muy buena pinta. – me agradeció


Sam y lo mordió con fruición. –¡Mmm! Y saben aún mejor.

Al mismo tiempo, me puso la caja de macarons delante de las


narices y no me lo pensé dos veces. Elegí uno rosa relleno de
mermelada de fresa.

– Guau, delicioso. – dije con entusiasmo. Estos eran, con


diferencia, los mejores macarons que había comido en mi vida.
El hojaldre estaba crujiente por fuera, suave por dentro y el
relleno de crema afrutada era maravilloso.

Juntos mordisqueamos un dulce tras otro.

– Dios, estos donuts son tan irresistiblemente dulces. Me


encantan. – dijo Sam.

– Sí, a mí también me cuesta decir que no a las cosas dulces.


Inmediatamente me acordé de mi alijo de golosinas de los
bolsillos laterales, y del acopio en mi taquilla, y del alijo no
tan secreto en casa de Rebecca. Llegué a la conclusión de que
tal vez debería optar por frutas o verduras saludables más a
menudo.

– Qué se lleva en Praga cuando llegas tarde? – pregunté con


curiosidad. Había oído hablar mucho de la ciudad checa pero
el conocimiento de un auténtico lugareño valía mucho más que
cualquier anuncio o postal.
– Tartas y pasteles caseros, pero ahora también tenemos las
grandes cadenas americanas.

– Los pasteles caseros suenan muy bien.

– Sí, a menudo hago mis propias tartas utilizando fruta de


nuestra propia finca.

Mis ojos se hicieron enormes.

– Un huerto propio, ¡qué bonito!

– No, no es exactamente un huerto, los árboles están en


nuestros terrenos.

–¿Terrenos? – pregunté.

En realidad, esperaba que Sam y Josh vivieran en una mansión


señorial, no en un rancho; después de todo, eran diseñadores,
no vaqueros.

– Sí. Las joyas son la pasión de Josh, la mía son los caballos.
Me encantan esos animales y me encanta trabajar con niños.
Gracias a Josh pude cumplir ambos sueños a la vez.

– Qué bonito. ¡Me parece estupendo que seáis capaces de


equilibrar todo y que tengáis un matrimonio perfecto! ¿Cómo
lo hacéis?

Sam pensó por un momento, su rostro se volvió serio. Luego


le siguió una sonrisa y finalmente respondió.

– Tuvimos nuestros altibajos, bastante profundos en realidad,


pero confiamos el uno en el otro, nos aferramos a nuestro
amor y al final todo salió bien.

– Espero poder contar una historia así en el futuro.


Sí, oficialmente tenía mucha envidia de la vida de cuento de
Sam.

– Estoy seguro de que lo harás. La forma en que Connor te


miraba…

Sam sonrió con complicidad sin terminar su frase.

–¿Sí? ¿Cómo me miró?

– Como no había mirado a nadie antes.

Tragué. Sam parecía seria, y tampoco había razón para que


mintiera. Aun así, tenía que saber más.

–¿De verdad?

– Sí, de verdad. Josh y Connor son amigos desde hace años y


nos visita a veces cuando está en Europa.

Una gran sensación se extendió desde mi corazón a todo mi


cuerpo.

Como a nadie antes.

– Dime, Sam. ¿Has traído el pendiente?

– Oh, sí. Espera un momento.

Sam rebuscó en su bolso y sacó una pequeña bolsa de


terciopelo. Justo en ese momento me había dado cuenta de que
no había hablado con Sam del pendiente para nada, aunque era
la razón por la que habíamos quedado. Con Sam era bastante
fácil hablar de lo mundano y lo divino. Hay que reconocer que
nunca había creído que entre los ricos y famosos todavía
hubiera gente que, a pesar de todo el dinero y el éxito, siguiera
teniendo los pies en la tierra como Sam. Connor también era
diferente, pero de otra manera. Era consciente del poder que
tenía, pero no lo usaba.

Sam abrió la bolsa, que estaba atada con un cordón, y dejó


caer el contenido sobre su mano. Dos pendientes idénticos.

– Cuando me llamaste, Josh ya había terminado, así que ahora


tienes un repuesto por si se te vuelve a perder.

– Oh, si lo llego a saber… ¡Muchas gracias!

–¡No, yo soy la que tiene que dar las gracias! Con todo el
estrés, la organización y esas modelos terriblemente mimadas
fue un verdadero placer para Josh hacer lo que realmente le
gusta.

Miré más de cerca los dos pendientes. Cada detalle coincidía.


La única diferencia era una pequeña goma azul unida al
extremo de los cierres.

–¿Cuál es el original? – pregunté insegura.

– El de la goma es el duplicado.

–¡Increíble, Josh es realmente brillante!

– Sí, lo es. – dijo Sam con entusiasmo.

Sus ojos brillaban de amor. Sus ojos se posaron en mi pulsera


y sonrió.

–¿Y la pulsera? – pregunté.

Con vista de halcón busqué la causa de la sonrisa de Sam.

– Cada uno de estos pequeños colgantes son exclusivos de


Josh. Lo recuerdo bien, Connor vino a vernos especialmente
en la Semana de la Moda por eso. Y creo que conoces a
Connor lo suficiente como para saber que odia a muerte todo
ese olor a perfume químico. – replicó Sam.

– ¿De verdad? Vaya. Ahora me gusta aún más esta pulsera.

Y también Connor.

– Creo que fueron algunos colgantes más los que encargó a


Josh, pero puedo estar equivocada. – dijo Sam pensativa.

– No, creo que Connor aún tiene una o dos sorpresas para mí.

Las mariposas de mi estómago bailaban samba emocionadas


por el tiempo que me esperaba con Connor.

– También sería bastante aburrido sin sorpresas.

– Es cierto. Aunque debo confesar que la vida de la jet-set no


me atrae en absoluto. – suspiró Sam. – Mi establo, mis
caballos y una salida al teatro son suficientes para mí.

– Sí, todo el mundo se vuelve loco en el hotel durante la


Semana de la Moda también. En realidad, toda la ciudad.

Mientras observábamos a un par de perros que intentaban


cazar mariposas volando, devoramos todos los pasteles.

Dos cafés fuertes y lo que parecía un millón de calorías


después, terminamos nuestra reunión. Sam estaba muy
ocupada con el evento y todavía tenía cosas que hacer y yo
quería darme un baño de burbujas después de un día tan
estresante.

– Gracias por una reunión tan encantadora. Después de todo,


Nueva York tiene rincones tranquilos. – se despidió Sam.
– Sí, sólo tienes que conocerlos y luego esconderte allí para
que el estrés no te alcance. – dije. – Gracias de nuevo por tu
ayuda.

– Para eso estamos.

Nos abrazamos amistosamente y luego Sam llamó a un taxi


mientras yo caminaba hacia el centro de Manhattan. El baño
de burbujas tendría que esperar, las mariposas de mi estómago
necesitaban más paseo. Cualquier otra cosa habría sido un
desperdicio en un día de verano tan hermoso. Y desde la
Quinta Avenida podía llegar a casa en autobús, taxi o metro.

Durante todo el paseo pensé en lo que Connor había planeado


para mí mañana. Estaría tranquilo en el hotel, aburrido. Ya
echaba de menos el juego secreto entre nosotros, aunque mis
pezones discreparan. Por otro lado, Connor seguramente había
pensado en algo que compensara su ausencia en el hotel.

Connor Lancester, ¿qué estarás tramando?


Connor

ESPERÉ CON IMPACIENCIA A que la recepcionista me


confirmara que me habían hecho el check-out, pero el sistema
informático se mostró poco cooperativo en ese momento.

– Lo siento muchísimo, señor, ¿puedo invitarle a un champán


o a un café mientras espera? – me preguntó amablemente el
recepcionista.

– No, no hace falta, esperaré. – respondí molesto.

Saqué mi teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta. Tampoco


había recibido aún ningún mensaje de Max, aunque había
dicho que se pondría en contacto conmigo hace media hora.
¿No funciona nada hoy? Le envié otro mensaje. “¿Ya está
todo?”

Mi hermana no contestaba, pero vivía pegada a su maldito


móvil. Ya estaba pensando en la bronca que le iba a echar en
caso de que se retrasara y, por tanto, no pudiera cumplir su
promesa de entregar a tiempo.
– Señor. – llamó discretamente la atención el recepcionista. –
¿Le importaría firmar aquí? Ya estaría todo listo.

Acepté una pluma estilográfica, firmé el papel y devolví


ambos.

– Muchas gracias. Espero que haya disfrutado de su estancia


en el Hotel Royal Renaissance.

– Sí, gracias.

Salí del hotel y Dana me estaba esperando en la valla de la


entrada principal como habíamos acordado. Llevaba el vestido
que le había comprado en la Semana de la Moda y estaba
encantadora, irresistible. Sus rizos rubios volaban sobre sus
hombros con la brisa de verano. Cuando Dana me vio, su
radiante sonrisa era más brillante que el sol de la mañana.

– Buenos días. – me saludó Dana radiante.

– Buenos días, solete. Estás muy guapa.

Dana se miró tímidamente y sus mejillas se sonrojaron.

– Gracias.

Le di un suave beso en los labios, pero se apartó.

–¿Qué pasa? – pregunté.

– Bueno, el hotel… las cámaras.

Dana inclinó la cabeza hacia una de las cámaras de seguridad


que vigilaban la entrada.

Ah sí, esas estúpidas reglas del hotel. Por otro lado, me


pareció simpática la forma en que Dana intentaba cumplir con
todas las reglas, sin importar lo absurdas que fueran. Tal vez
debería hacer algunas reglas así también sólo para ver su cara
confundida entre el orgullo y la inseguridad. Me imaginé a
Dana mordiéndose en silencio los labios para no manifestar su
espanto, o cruzando los brazos a la espalda para no atacarme
con ellos. Sí, estaría bien.

– Pero ya no soy un huésped. Así que la policía de las normas


no puede detenerte. – dije con una sonrisa.

Siguió un segundo beso, que esta vez Dana disfrutó.

– Si, tienes toda la razón, bueno ¿qué plan tienes hoy?

– Ya te dije que era una sorpresa. – le dije con una expresión


de conspiración.

Entonces le pasé el brazo por encima y Dana me rodeó con el


suyo. Paseamos juntos por Manhattan hasta llegar a Central
Park.

En realidad, mi destino estaba en la otra dirección, pero tenía


que ganar tiempo. Claro que podía arriesgarme y que saliera
todo bien, o bien acabar enseñándole una obra a Dana.

– Estoy muy emocionada. – dijo Dana expectante. Echó la


cabeza hacia atrás y disfrutó de los rayos de sol que hacían
brillar sus ojos.

– Yo también. – dije con sinceridad.

Mi móvil vibró. Por fin. Lo cogí sin comprobar la pantalla


para ver de quién era la llamada.

– ¿Sí?
– Oye Connor, todo está listo. Sólo tardé un poco más porque
una de las entregas se quedó retenida en la aduana.

–¡Genial, eres la mejor!

– Sí, lo sé, pero también sé que a Dana le va a parecer muy


oscuro. – refunfuñó Maxine.

–¡No es oscuro, es moderno!

– Sí, bueno, lo que sea, pero no digas después que no te


advertí, ¿de acuerdo?

– Gracias, hermanita.

– La factura más el recargo por las prisas te llegará pronto.

Max se rió y colgó.

Dana me miró interrogante.

– Maxine hizo algo para mí relacionado con mi sorpresa para


ti.

– Vaya, sí que sacas la artillería pesada cuando tu hermana está


involucrada. – dijo Dana pensativa. – No has planeado nada…
enorme, tampoco, ¿verdad?

– No, no creo que sea enorme.

Oculté el hecho de que tuviera una definición diferente de


enorme debido a mi estilo de vida. De todos modos, Dana
sabía desde hace tiempo que yo pensaba en una escala
diferente. Ahora la conduje a mi destino sin ningún desvío.
Nos detuvimos frente a la puerta de un enorme rascacielos.
Del bolsillo de mi pantalón saqué un pañuelo de seda que
Dana ya conocía.
–¿Qué vas a hacer? – preguntó Dana nerviosa.

– No quiero estropear la sorpresa. – murmuré y le vendé los


ojos.

Agarré las manos de Dana y la guié cuidadosamente hacia


adelante.

–¿Connor? No vamos a …

¡Dana era tan linda! Sonreí ante sus pensamientos no


expresados.

– No, no voy a follarte en mitad de la calle.

Me acerqué a su oído y le susurré

– Si algún día te follo en público, quiero que lo veas. Quiero


que veas todas las miradas, toda la excitación, todas las
fantasías que tendrán gracias a ti.

El cuerpo de Dana se estremeció y amenazó con tropezar.

– Iba a decir jugar a la gallinita ciega, pero creo que me gusta


más tu sugerencia.

Sonriendo, puse mi brazo alrededor de su cintura para poder


ayudarla mejor. Era ligera como una pluma en mis fuertes
brazos.

Abrí la puerta principal y conduje a Dana directamente al


ascensor.

– Ya casi está, ahora sólo queda subir. – murmuré mientras


empujaba a Dana hacia el ascensor abierto, que
inmediatamente se dirigió al último piso.
Una vez allí Dana se dejó conducir sin resistencia, lo que me
facilitó bastante guiarla hacia donde yo quería.

Cuando llegamos al centro del loft solté a Dana.

–¿Lista?

–¡Más que lista!

Le quité la venda.

– Ya puedes abrir los ojos.

Dana parpadeó para acostumbrarse a la brillante luz del día, y


luego miró a su alrededor.

–¿Dónde estamos? – preguntó con curiosidad, dándose la


vuelta.

– En nuestro piso.

– Espera, ¿qué? ¿Nuestro piso?

Dana se detuvo bruscamente. Sus ojos se abrieron de par en


par.

– Sí, me has oído bien. Este es nuestro piso, a sólo tres


manzanas del Hotel Royal Renaissance.

–¿Nos has comprado un loft? – preguntó Dana incrédula.

– Sí. Quiero que estés conmigo tan a menudo y tanto tiempo


como sea posible. Eres mi chica.

Dana atravesó la gran sala de estar abierta que conducía


directamente a la cocina y yo la seguí. Había paredes de cristal
panorámicas por todas partes, que ofrecían una gran vista de
Nueva York.
Su mirada se detuvo en la pared del salón, en cuyo centro
colgaba su trofeo, enmarcado en oro.

–¿Expusiste mi trofeo como una obra de arte?

– Así es. – respondí sonriendo, sabiendo lo mucho que


significaba ese trofeo para ella.

– Es muy dulce de tu parte. – dijo Dana.

Me besó y luego Dana siguió caminando hacia el otro extremo


del piso, donde estaba el dormitorio.

– Vaya, esto es enorme. ¿Tanto espacio sólo para nosotros


dos?

–¿Te gusta? Maxine lo decoró a mi gusto.

–¡Oh, sí, es genial!

¡Ja, toma eso Max!

– Puede que sea un poco lúgubre, pero se puede arreglar con


unas luces en el techo y más lámparas. – dijo Dana con
desgana.

¡Mierda! Touché Maxine, touché.

Saqué un manojo de llaves de mi bolsillo y se las entregué a


Dana.

– Estas son tus llaves. Esta llave de aquí es para la puerta


principal, y esta otra es para la puerta del piso… Esta es la
llave del garaje, y esta llave… te llevará directamente al cielo,
o al infierno, lo que yo elija.

Dana se mordió los labios en previsión.


–¿Y dónde está la cerradura para abrirla?

– Te mostraré.

La cogí de la mano y la llevé hasta el dormitorio. Detrás había


una escalera que llevaba a un piso superior. Estas escaleras
conducían a la acogedora terraza de la azotea con barbacoa,
piscina infinita y una zona de estar semicubierta a la izquierda.
Y a la derecha, una puerta para entrar en mis cuatro paredes
favoritas. La sala de juegos.

En esta habitación sólo estábamos Dana, yo y el desequilibrio


de poder entre nosotros.

– Adelante, entra. – le indiqué.

Con incertidumbre, Dana seleccionó la llave adecuada y la


introdujo en la cerradura. Era fácil de ver porque la llave de
bronce, juguetona, destacaba claramente sobre las brillantes
llaves de plata. Abrió la puerta negra y entró.

–¿También la hizo Maxine? – preguntó Dana tímidamente.

– No. Esta es la única habitación de la casa en la que sólo


podemos entrar tú y yo. Nadie la ha visto nunca, excepto
nosotros.

Había montado la sala de juegos antes de que Maxine pusiera


un pie en el piso.

Impresionada, Dana dejó que su mirada recorriera la


habitación. Sí, a primera vista mi sala de juegos debía ser
abrumadora. Para cada chica que había tenido, había
construido un cuarto de juegos separado que siempre se
ajustaba a sus preferencias. Pero con la sala de juegos de
Dana, me había superado. Una luz suave caía en la habitación
desde varias lámparas pequeñas, bañando el papel pintado
negro con estampados barrocos rojos en una luz mística. La
propia puerta estaba acolchada con cuero negro. Nadie fuera
de esta habitación podía oír los gritos por muy fuertes que
fueran los de Dana. Sus gritos eran todos míos.

Había una cruz de San Andrés en las paredes con un brazalete


de cuero colgando de cada extremo. La habitación también
contaba con un columpio del amor de cuero, un armario lleno
de vibradores, consoladores y plugs de varios tamaños y una
gran cama king-size con sujeciones de cuero que también
colgaban de los extremos. Junto a la cama había un amplio
sillón de cuero desde el que podía observar a Dana en el futuro
mientras ella se arrodillaba frente a mí. Anillas colgadas en las
paredes a varias alturas para encadenar a Dana en todas las
posiciones posibles. Tal y como me gustaba, y tal y como me
apetecía. También había látigos y fustas de diversas texturas y
longitudes colgando de un perchero. El suelo estaba cubierto
de una suave alfombra negra que absorbía el ruido,
amortiguaba los pasos y no rozaba las rodillas tan
rápidamente. Esto último era lo más importante. También
había espacio en la gran sala para otros equipos de gran
tamaño que harían latir más rápido el corazón de cualquier
hombre dominante.

Dana no dijo nada, pero se paseó por la habitación como si


fuera una extraña que no tenía nada que hacer aquí. Sin
embargo, ella era el alma de la habitación, la razón de su
existencia.
Abrió los cajones con vacilación, como si un depredador
pudiera saltar. Sonreí. No había depredadores en los cajones,
ni monstruos. Pero cosas que sacaron de mi propia bestia.
Amarres, cuerdas, pinzas, velas, vibradores, consoladores,
plugs.

– Hoy puedes elegir con qué vamos a jugar. – prometí.

– Muchas cosas ni siquiera sé para qué son. – susurró Dana


tímidamente.

– No te preocupes, tarde o temprano sabrás para qué sirve cada


cosa.

– Estoy segura de que sí. – sonrió Dana con aire de


conspiración.

– Ahora elige con qué te voy a volver loca.

Dana señaló con precisión la cruz negra de San Andrés.

– Con esto.

Perfecto. Mi polla palpitaba contra la tela de mis pantalones


esperando ser utilizada. Maldita sea, Dana no iba a salir de
esta habitación hoy. Lo más probable es que la bestia en traje
insistiera en ocuparse de mi chica durante los siguientes tres
días seguidos. Y no me importaba.

–¿Por qué quieres empezar con esto? – pregunté con


curiosidad.

– Porque sé cómo funciona.

–¿No tienes curiosidad por saber qué más te depara esta


habitación?
Me acerqué a Dana y le abracé la cintura por detrás. Mi aliento
le hizo cosquillas en la nuca y sentí que se estremecía. Incluso
en la pálida y cálida luz, pude ver el rastro de la piel de gallina
que se extendía por su piel.

– Sí, pero con la cruz sé lo que me espera… y eso me gusta.

–¿Te gusta la idea de estar atada ahí? ¿Indefensa y


completamente a mi merced?

– Sí.

Vi el esfuerzo que le costó a Dana decir la verdad.

– Bien.

Solté a Dana y me dirigí a la puerta.

– Una vez cerrada esta puerta, eres mi esclava y yo soy tu


amo. En cuanto entres en esta sala, te arrodillarás en el centro
y esperarás mis órdenes. ¿Entiendes?

– Sí, señor. – respondió Dana.

Se puso de rodillas y apoyó las palmas de las manos en los


muslos como le había indicado. Con los ojos bajos y la postura
perfecta, miró al suelo.

– Buena chica. – respondí y cerré la puerta.

Dana parecía tan inocente con su vestido blanco mientras la


habitación que la rodeaba era puro pecado. Me senté en el
cómodo sillón de cuero y miré a Dana. No me cansaba de ver
esa imagen.

– Quiero que elijas al menos una cosa más. Algo que no


conozcas.
– Sí, señor.

Dana se levantó y volvió a abrir cada cajón. Con la mirada


pensativa, tardó mucho tiempo en sacar un objeto. Su cuerpo
me impidió ver el cajón, luego se dirigió al soporte de la fusta
en el lado opuesto y sacó una paleta.

–¡Muéstrame lo que has elegido! – ordené.

Dana se acercó a mí. Su mirada iba y venía entre mi cara y el


suelo. Asentí y Dana volvió a arrodillarse. En sus manos tenía
la paleta y dos bolas unidas por una cuerda. Las bolas del amor
tenían un diseño moderno y brillaban en rojo metalizado. Pero
la paleta en su mano me irritó. ¿Era Dana realmente tan
inexperta que nunca había visto un látigo de cuero tan ancho?

–¿Nunca has visto una paleta antes?

– Sí lo he hecho, sólo que no sé qué es. – respondió Dana.


Sostuvo las bolas de amor por la cuerda.

–¿Entonces por qué has traído la paleta?

– Porque quiero que me castigues con ella. – Dana sonrió


tímidamente, pero en sus ojos ardía el fuego de la pasión.

– Sí, sin duda hay que castigarte si no cumples órdenes


sencillas. – la amonesté.

– Pensaba que hoy íbamos a jugar con mis reglas.

Dana se atrevió a sonreír en señal de victoria.

– No del todo, cariño, pero si quieres que la pala te acompañe


hoy, por favor, hazlo. Eso se puede arreglar.
Dana sonrió satisfecha. Por ahora. No tenía ni idea de lo
mucho que se iba a tener que esforzar con las bolas de amor.
Sí, esas lindas bolitas no parecían muy amenazantes, ¡pero lo
eran! Le tendí la mano, que Dana aceptó. Primero desabroché
el ancho cinturón de cuero que rodeaba su cintura, luego le
quité el vestido de verano y lo puse sobre el respaldo de la silla
de cuero. Casi pensé que era una pena verla desnuda ahora.
Con el vestido, Dana parecía inocente como un ángel, con una
mirada pecaminosa y ardiente.

La empujé por los hombros hacia la cruz hasta que tocó la


madera con la parte superior del cuerpo. La punta de su nariz
tocó la pared hasta que giró la cabeza para mirarme. Primero
tomé la muñeca izquierda de Dana y la guié hasta el brazalete
de cuero. La ancha correa de cuero estaba acolchada y
diseñada para soportar todo el peso de Dana. Hice lo mismo
con su muñeca derecha.

Con cariño, besé su cuello y tomé su piel entre mis dientes,


jugando con mi lengua, variando la presión y provocando el
primer gemido sensual de Dana.

Con mi rodilla separé más sus piernas. La lujuria de Dana se


manifestó húmeda entre sus piernas.

Al igual que había hecho con las muñecas antes, até los
tobillos de a los extremos de la cruz con las esposas de cuero.
Retrocedí dos pasos y observé mi obra terminada. El esbelto
cuerpo de Dana se veía muy bien en esta posición. Sus
músculos estaban tensos y respiraba profundamente. Sus
piernas estaban abiertas y su culo parecía muy atractivo en
esta posición.

En mis manos calenté las bolas de amor que Dana había


elegido. Era el juego con las bolas más pequeñas, del tamaño
de las de golf.

– Son bolas de amor. – le expliqué.

Pensativo, miré el juguete mientras Dana me observaba con el


rabillo del ojo. No podía ver mucho desde su posición. Es
bueno, aumentaría su excitación.

–¿Cómo funcionan? – jadeó Dana.

– Oh, es muy sencillo. – dije.

Con mi mano metí la mano entre sus piernas, muy abiertas.


Gemí suavemente al sentir su humedad mientras masajeaba su
punto más sensible con movimientos circulares.

– Estoy a punto de poner estas dos bolas en tu pequeño y


caliente coño y no tienes que hacer nada más que mantenerlas
dentro de ti.

Ante mis palabras, Dana gimió. Introduje la primera bola, que


aumentó los gemidos de Dana, seguida en breve por la
segunda. Dana se mordió los labios y siguió gimiendo a través
de la boca cerrada, echando la cabeza hacia atrás.

Dana apenas sentía un pequeño peso todavía, pero sabía que


este efecto no duraría mucho.

– Por ahora no te parecerá una tarea difícil, pero créeme, con


cada minuto que pase, el peso de estas bolas será el doble. –
anuncié.

Entonces tomé la paleta. Dejé que el látigo de cuero negro


silbara en el aire hasta que golpeó infaliblemente el trasero de
Dana. Un fuerte chasquido, seguido de sensuales gemidos. Le
siguió un segundo golpe, que aterrizó ligeramente desplazado
sobre el primero.

Dana se retorció en sus ataduras, buscando apoyo en ellas, y


pude ver en su mirada que ahora entendía de qué se trataba. El
tercer golpe aterrizó en los muslos bajo sus redondas nalgas. A
juzgar por su reacción, Dana debía ser mucho más sensible allí
que en su magnífico trasero.

Siguió un golpe tras otro, siempre un poco tambaleante. Hasta


que todo su trasero brillaba rojizo hasta los muslos. Ahora que
su piel estaba tan bien provista de sangre, Dana reaccionaría
aún más sensiblemente a mi tratamiento.

–¿Ya están pesando más las bolas? – pregunté.

– Sí, pesan mucho de hecho. – jadeó Dana.

Al ver mi mirada de advertencia, añadió rápidamente:


“¡Señor!”.

– Muy bien. – dije.

De nuevo arremetí contra ella y le cubrí el culo con golpes


firmes. Dios, me encantaba el sonido de la paleta cortando
bruscamente el aire y me encantaba el sonido de la paleta
golpeando su piel suave y sonrosada. Pero, sobre todo, disfruté
de su reacción inmediata. El suave suspiro que trató de
reprimir y la forma en que arañó sus ataduras fue un verdadero
festín para mí.

Su trasero rojo era una verdadera obra de arte. Miré con


orgullo la obra que había creado.

– ¿Cuántos golpes más puedes aguantar con esas bolas de


amor? – pregunté.

Dana se introdujo en su interior y todo su abdomen tembló.


Para no haber usado nunca bolas de amor, Dana lo estaba
haciendo muy bien. No importaba la respuesta de Dana, no
importaba lo que durara, estaba muy orgulloso de mi chica.

– No creo que haya muchos más.

– Dana, querida. A estas alturas deberías saber que valoro las


respuestas concretas -gruñí.

Mi voz sonaba peligrosa, amenazante.

–¡Disculpe, señor! Doce golpes. – respondió inmediatamente


Dana.

– Doce golpes. – repetí su respuesta.

Estuve de acuerdo con eso, excepto que habría imaginado diez


o quince golpes. El número doce debió ser el primero que se le
ocurrió a Dana bajo presión.

– Cuenta alto y claro. Si lo consigues, te follaré como


recompensa.

–¿Y qué pasa si no lo consigo? – preguntó Dana con cautela.

Manteniendo la tensión, ignoré su pregunta y arremetí contra


ella. Ningún castigo que yo nombrara era tan amenazante
como lo que la imaginación de Dana ideara. No había mejor
motivación.

– “¡Uno!”

La mirada de Dana se volvió seria. No hizo más preguntas.


Bien. De todos modos, no respondería a más preguntas por
ella por el momento.

A continuación, el siguiente golpe.

– Dos… ¡Tres! … ¡Cuatro! … ¡Cinco!

Sus enumeraciones se convirtieron cada vez más en gritos. Los


golpes se hacían un poco más fuertes cada golpe. Dana se
mordió los labios, debe ser jodidamente agotador mantener
tanta tensión corporal ahora.

Los siguientes tres golpes le abofetearon el culo. Me pregunto


si Dana se habrá arrepentido ya de haber elegido la paleta.

–¡NUEVE!

El noveno golpe fue el más firme hasta ahora. Dana jadeó en


busca de aire. Me tomé el tiempo de mirar su trasero al rojo
vivo que contrastaba en color con su tez blanca. Con el borde,
tracé los contornos desde su omóplato hasta la parte posterior
de sus rodillas.

Dana gimió y gimió. Esperar los últimos tres golpes fue peor
que los propios golpes.

–¡Dieeeez!

A Dana le temblaba la voz. Sus ojos suplicantes buscaban mi


mirada, suplicando en silencio que la liberara, pero yo no tenía
piedad.

De nuevo me tomé un tiempo agonizante antes de asestar el


siguiente golpe. El penúltimo golpe golpearía su regordete
culo aún más fuerte que todos los golpes anteriores.

–¡ONCE!

Dana se retorció en las ataduras, pero mantuvo valientemente


la tensión de su cuerpo. Tenía mi máximo respeto por su
resistencia.

– Sólo un golpe más, querida. Entonces habrá terminado.

– Sí. – jadeó Dana.

Pero no iba a soltarla tan rápido. Quería mostrarle claramente


que la tenía en la palma de mi mano. Yo estaba a cargo de todo
lo que ocurría en esta habitación, tal y como se me antojaba.

Con valentía, Dana me sostuvo la mirada.

Buena chica.

Dana estaba realmente metida en su papel, sus suaves suspiros


eran música para mis oídos. El juego muscular de su cuerpo
tembloroso era hermoso de contemplar y disfruté del momento
un instante más, para luego darle a Dana la liberación que
pedía en silencio.

El golpe final hizo que todo el cuerpo de Dana se


estremeciera.

– ¡Doce!

Ni un segundo después, las bolas de amor cayeron al suelo con


un sonido sordo y Dana se dejó caer exhausta en las ataduras.
Con ternura, le aparté el pelo y le besé el cuello.

– Lo has hecho muy bien Dana, estoy orgulloso de ti.

Cubrí sus omóplatos con más besos y Dana suspiró


celosamente.

– Fuiste muy valiente, y por eso ahora te voy a follar como


recompensa.

– Gracias, señor.

Me bajé la cremallera de los pantalones y liberé mi erección.


Maldita sea, quería follarla tal y como estaba delante de mí.
Todo ese esfuerzo hizo que Dana estuviera ahora bien apretada
para mí, incluso más apretada que de costumbre. Inhalé
bruscamente al pensar en ello, froté mi polla brevemente
contra su humedad y luego la penetré. Apretado no podría
describir lo fuerte que Dana se cerró alrededor de mi miembro.
¡Jodidamente apretado!

Dana gimió y empujó su culo hacia mí lo mejor que pudo en


su posición. Con cada empuje, Dana se tensaba aún más, y las
contracciones de su cuerpo eran suficientes para hacer que mi
erección fuera aún más dura.

– Te sientes tan bien. – murmuré contra su hombro.

Lamí su piel de sabor salado. Al momento siguiente estaba


enterrando mis dientes en la piel de Dana, tirando, mordiendo
más fuerte. Tan fuerte que Dana jadeó con fuerza. Intentó
retorcerse y escapar de mí de esa manera, pero no había
escapatoria para ella. Dana era mi chica, era toda mía.
–¿Puedo correrme? –gritó Dana sin aliento. Su cuerpo estaba
electrificado, brillando, ardiendo.

– Sí, córrete para mí.

¿Cómo podía negarle un orgasmo cuando lo pedía con tanto


entusiasmo?

Dana se corrió, gritando fuertemente mientras se retorcía en


sus ataduras. Su cuerpo palpitante, su violento temblor y sus
sensuales gemidos hicieron el resto por mí. Empujé tan fuerte
como pude, provocando unos cuantos gritos celestiales más de
Dana. Entonces me entregué también a mi clímax.
Sacudiéndome, me corrí dentro de ella, chorreando en lo más
profundo de Dana mientras seguía disfrutando de esa increíble
estrechez.

–¿Siempre va a ser así? – preguntó jadeante, sonriendo


felizmente al mismo tiempo.

– Cada vez que juguemos será diferente. – respondí pensativo.

–¿Y qué hay de los sentimientos de después? ¿Siempre me


sentiré así de bien al final?

– Sí, prometí.

¿Para qué si no iba a sumergirla en los abismos si las


profundidades no prometían nada bueno?
Dana

MIENTRAS EMPUJABA EL CARRO de la ropa sucia por


los pasillos le conté a Rebecca lo de esta mañana en susurros.
No podía pensar en nada más que en Connor. Sus ojos
marrones oscuros, sus definidos abdominales y su voz ronca
no dejaban de resonar en mi cabeza.

Con cada paso sentía que me dolían los músculos de la cintura.


¡Músculos que no sabía ni que existían! Connor se empeñaba
en hacerse sentir a cada paso.

–¿De verdad te ha comprado un piso? – preguntó Rebeca con


incredulidad.

– Bueno. Compró un piso y me dio las llaves. – le contesté.

Tratando de ocultar mi mirada pesimista, miré a un lado.


Beccs era mi mejor amiga, pero aún así le oculté que había
mirado la placa con el nombre al salir.

LANCESTER - decía en letras grandes. Faltaba mi nombre y


me sentí un poco sorprendida con ese letrero. Intenté
convencerme con el hecho de que tal vez Connor se había
olvidado, pero no funcionó.

– ¿Y qué vas a hacer con tu piso?

Sí, lo de mi piso, Beccs había perdido la fe, eso seguro.

– Bueno. Supongo que esta noche estará vacío.

–¿Qué? – gritó Rebecca horrorizada.

–¡Shh! No hagas tanto ruido. – le advertí para que se callara.

– Lo siento.

Rebecca respiró profundamente.

–¿No va todo esto demasiado rápido?

– Sí, más o menos, pero lo que hay entre Connor y yo es serio.


Nunca había sido tan serio. La expresión de mi cara no dejó a
Rebeca ninguna duda sobre la autenticidad de mis
sentimientos. Aun así, tenía que admitir que la dulce idea de
compartir piso tenía un regusto amargo porque Connor
simplemente no me había tenido en cuenta. Esperaba que me
fuera a vivir con él como algo natural y que dejara mi antiguo
piso en un día.

Bueno, en realidad no tenía ningún apego a mi piso de una


sola habitación con inmejorables vistas a un patio trasero con
un enorme cartel publicitario de sopa enlatada, ¡pero era una
cuestión de principios! ¿El control de Connor iba más allá del
dormitorio? Incluso fuera de la sala de juegos, ¿era yo su chica
sumisa y obediente que tenía que aceptar todas sus decisiones
con una sonrisa?
–¡Quiero saberlo todo sobre el loft! – soltó Rebecca, una vez
superada su sorpresa inicial.

–¡Es enorme, muy moderno, con una cocina totalmente


equipada y un dormitorio enorme! Hay una ducha de lluvia
con chorros de masaje en el baño grande y hay una piscina en
la terraza de la azotea. Una piscina de ensueño donde tienes
unas vistas increíbles de la ciudad, de Central Park y del Hotel
Royal Renaissance.

Además de salas de juego con equipos que podrían volver loco


a todo y a todos.

– Vaya. Tengo que ir a verte cuanto antes. – se maravilló


Rebecca.

–¡Por supuesto! Tráete a Emma y a Tom y haremos una fiesta


en la piscina con collares hawaianos, grandes gafas de sol y
cócteles de colores.

– Suena genial.

Poco a poco mi ira por la decisión de Connor sobre mí se


disipó. Si le dijera cómo me ha hecho sentir, estoy segura de
que lo entendería y me preguntaría primero la próxima vez que
tome una decisión importante. Estoy segura de que lo haría.

Empujé el carro de la lavandería hasta el final del pasillo y


luego abrí la primera suite de la izquierda. Nadie se alojó en
esa suite mientras duró el mantenimiento del ascensor, sólo se
utilizó como almacén temporal porque el almacén estándar
estaba a rebosar y no había espacio suficiente.

–¡Hecho! – me alegré.
El nivel de locura de la Semana de la Moda bajaba con cada
desfile que se celebraba. Todo el mundo, incluida la propia
ciudad, estaba recuperando la calma poco a poco. Ahora, a la
hora de la cena, todo estaba muy tranquilo porque la mayoría
de los huéspedes estaban cenando o tenían citas fuera del
hotel.

–¡Bien, ahora sólo queda una cosa por hacer!

Beccs se puso las manos en las caderas, puso su expresión


conspiradora y me miró con seriedad.

Refunfuñé en voz alta.

–¡Lo sé, pero no sé cómo!

Con aire pensativo, saqué los pendientes del bolsillo y los


miré. Había sufrido lo indecible por culpa de estos malditos
cachivaches a pesar de que la dueña, la señora Greenwood, no
se había enterado en absoluto de su desaparición. Un poco
desafortunado, pero definitivamente una ventaja para mí.

– Bueno, ya sabemos que no funcionará con las flores. –


comenzó Rebecca con el principio de exclusión.

– No, además no puedo entrar en la habitación porque podría


reconocerme.

–¿Sabes al menos a qué habitación se ha cambiado?

– Sí.

Rebusqué en mi bolsillo lateral y encontré una nota entre una


barra de albaricoque integral y unos chicles de vino, que agité
triunfalmente. Fue lo primero que investigué cuando empecé
mi servicio. Se le ofreció una mejora y ahora está en la planta
cuarenta y tres. Habitación 4319.

– Hmm, ¿qué tal una alarma de incendio o una cobra en la


habitación de al lado que se ha colado en el sistema de
ventilación?

– No, tenemos que ser más sutiles. Mucho más sutiles. No


queremos causar un pánico masivo y sumir al hotel en el caos,
Beccs. Sólo queremos recuperar ese pendiente.

– Es más fácil decirlo que hacerlo, Srta. Agravio.

– ¡Oye! – le espeté con el dedo índice levantado. –¡Tú sacaste


el segundo pendiente del joyero!

–¡Después de que te pusieras las joyas!

– Vale, vale, tú ganas.

Puse los ojos en blanco y las dos nos echamos a reír en


silencio.

– Gracias. Puede que yo también me haya dejado llevar


demasiado. – admitió Rebecca.

– Un poquito, tal vez. – respondí manteniendo el pulgar y el


índice juntos como si estuviera sosteniendo un alfiler.

Llevaba unos días devanándose los sesos sobre cómo


recuperar los pendientes, pero todos los planes anteriores
fracasaron incluso en teoría. O me descubrían o no llegaba al
joyero.

–¿Y ahora qué?


– No lo sé. – me encogí de hombros. – Es una pena que
Connor no esté aquí, estoy segura de que tendría un plan, uno
bastante loco probablemente, pero también lo suficientemente
ingenioso como para que funcionara.

–¿Como la última vez?

– Exacto, como la última vez.

No me gustó nada cuando mi mejor amiga empezó a


murmurar. “Como la última vez”.

Beccs me miró con esa mirada de loca que sólo tenía cuando
sólo quedaba un trozo de tarta de chocolate en el bufé, pero
había tres personas interesadas. Oh, ahora sonó el timbre, y
supe exactamente lo que mi mejor amiga estaba haciendo.

–¡No! De ninguna manera, Beccs.

Me negué a pensar en esa posibilidad.

– Vamos, ¿por qué no? Ha funcionado antes y no tenemos


nada mejor.

– El hecho de que funcionara la última vez fue casi un


milagro. Podían habernos pillado en tantos lugares que no
quiero ni pensar en ello. Todavía me siento como una criminal.

– Dana Swanson, criada más buscada por apropiación ilegal de


un carro de servicio. Rebecca soltó una sonora carcajada.

–¡Deja de burlarte de mí tan descaradamente!

–¡Oblígame!

Rebecca se rió aún más fuerte.

– Vale, estoy pensando en nuestro carro de Troya, ¡tú ganas!


Resoplé desafiante, pero para Beccs seguía siendo una
victoria.

– Muy bien, vamos a repasar nuestra única idea hasta ahora en


detalle.

– Vamos al piso cuarenta y tres, o más bien me empujas hacia


allí. – empecé.

– Hasta ahora, todo bien. Un plan sin fisuras hasta ahora, creo.

– Entonces nos pilla Shannon Williams y perdemos nuestros


trabajos.

– Error. ¿Qué estaría haciendo en el piso cuarenta y tres de


todos modos?

– No lo sé. Bien, entonces llegaremos a la habitación de la Sra.


Greenwood y luego nos pilla ella.

Una vez más, mi optimismo era ilimitado. No lo hagas.

–¡Incorrecto! – me corrigió de nuevo mi mejor amiga. – La


distraeré mientras tú dejas el pendiente.

– Aun así, este plan no es seguro, deberíamos idear algo mejor.

–¿Cuándo se va?

– Mañana. – dije casi llorando.

– Entonces hoy es nuestra última oportunidad, mañana por la


mañana como muy tarde cuando esté haciendo la maleta se
dará cuenta de que le falta un pendiente y se desatará el caos.

– Lo sé.

Mi mejor amiga tenía toda la razón.


– Pero todavía no sabemos cómo entrar en la suite.

– Le llevaremos una botella de champán, así de sencillo.

Hay que reconocer que el plan de Rebecca era bastante bueno,


así que asentí.

– Muy bien, devolvamos el pendiente. Al fin y al cabo, nuestro


carro de Troya tiene un porcentaje de éxito del cien por cien,
así que ¿qué podría salir mal? – me dije a mí misma para
animarme.

–¡Muy bien, esa es mi mejor amiga! Vamos.

Juntas fuimos al piso cuarenta y tres donde, como en todos los


demás pisos, había un almacén en la primera habitación de la
izquierda que contenía todo lo que necesitaba para mi trabajo
de camarera. Justo antes de que se revisaran los ascensores,
habíamos reabastecido a fondo cada almacén. Cualquier otra
cosa que necesitara

tenía que subirlo por las escaleras y no estaba por la labor.


Especialmente ahora, que estaba sintiendo las secuelas de esas
malditas bolas de amor con cada tramo de escaleras.

Una vez en la planta cuarenta y tres, Beccs y yo recuperamos


el aliento durante unos minutos y volvimos a repasar el plan.
Un plan lleno de lagunas, escollos y preguntas sin respuesta,
pero mejor que nada.

Me pregunto si mis libros saldrán indemnes de la mudanza. ¿Y


todos mis muebles?

¡Oh, Dios! Los encargados de la mudanza no sólo


transportarían mis muebles sino también toda mi ropa interior,
incluida la que sólo usaba para estar por casa. No había
pensado en nada eso.

–¿Cómo de discretos crees que son los de la mudanza?

La pregunta rondaba mi mente de manera tan fuerte y


persistente que tuve que escupirla.

–¿Eh? ¿Ahora qué te hace pensar en la mudanza? – preguntó


Rebecca, irritada.

– Beccs, ¿qué crees que hacen cuando encuentran, por


ejemplo, cosas picantes?

– Venga ya, Dana, ¿qué van a encontrar tuyo? Eres aburrida.

–¡Oye! – protesté.

– Lo siento, ya sabes lo que quiero decir.

Beccs me dio un beso en la mejilla.

– ¿Y si encuentran mi bat-cueva? ¿O algo realmente asqueroso


de mi doble vida secreta de la que no tienes ni idea?

– Entonces estoy segura de que serán discretos con tu bat-


cueva.

Sonriendo, saqué un carro de servicio de la esquina y Beccs


puso un nuevo mantel hasta el suelo sobre él.

–¿Qué clase de champán vamos a comprar, señora


Greenwood? – preguntó Rebecca. Sus manos paseaban por las
grandes cajas de madera que contenían una pequeña selección
de las variedades más populares.

– Uno que me pueda permitir. – dije con un suspiro.


Obviamente iba a pagarlo de mi propio bolsillo a modo de
lección ya que mi mala conciencia no me permitía hacer otra
cosa. Por no hablar de que Shannon Williams era capaz de
poner a todas las camareras contra la pared si faltaba en el
inventario una botella de champán, aunque fuera de diez
dólares.

–¿Qué te parece este?

Rebecca me entregó una botella.

Era un champán Blanc de Blancs y por la etiqueta parecía


caro.

–¡Uf, son setenta y cinco dólares!

En mi cabeza calculé cuántos Ben & Jerry’s eran.

– No veo ninguno más barato… uno por trescientos y otro por


ochocientos veinticinco dólares.

– Muy bien, ese entonces. – resoplé.

Me despedí en mi mente de un montón de helados con virutas


de chocolate, trozos de caramelo, fruta escarchada o crocante.
Ni siquiera el consuelo de pensar que todos esos helados no
acabarían en mis caderas me animó.

Rebecca puso el champán en una cubitera, colocó dos copas de


champán al lado y levantó el mantel.

–¡Escóndete! – ordenó en un tono de mando que ya había


escuchado varias veces hoy, aunque en un contexto
completamente diferente.

– Sí, señora. –respondí sonriendo.


Entonces me escondí debajo del carro. Hoy parecía aún más
estrecho y bajo que la última vez, pero seguí echándole valor.

– Vamos. – dijo Rebecca.

Abrió la puerta y el carro se puso en marcha. La habitación


4319 no estaba muy lejos, en el primer tercio del pasillo.

A través de la pesada tela del mantel, los sonidos sólo llegaban


de forma tenue.

Mientras esperaba, me preguntaba por qué estas suites seguían


llamándose habitaciones, aunque estuvieran formadas por
varias habitaciones.

Rebecca llamó a la puerta y gritó: “Servicio de limpieza” y


poco después le invitaron a entrar.

– Buenas tardes, señora Greenwood. – saludó amablemente


Rebecca una vez más.

El carro seguía rodando. Habíamos acordado que Rebecca me


empujaría lo más cerca posible del dormitorio para que
pudiera salir y dejar el pendiente.

El carro se detuvo y la tela se levantó ligeramente por un lado.


¡Esa era mi señal!

– Le traigo un detalle de parte de la casa. – explicó


alegremente Rebecca.

Con cuidado, levanté más la tela e hice una rápida inspección.


Me encontré directamente frente a la puerta abierta del
dormitorio. Me quité un peso de encima. Sólo ahora había
caído en que la puerta podía estar cerrada.
En silencio, me bajé del carro de servicio y me arrastré como
un ninja hasta el dormitorio. Cielos, si la jugada salía bien, era
una historia estupenda para demostrarles a mis nietos lo guay
que era su abuela, pero si la jugada salía mal, era una historia
que no iban a pasar por alto en ninguna entrevista de trabajo
del planeta.

– Oh, qué bien. – respondió la señora Greenwood. – Quisiera


una copa ahora mismo, por favor.

– Con mucho gusto.

Pude oír el corcho que estallaba suavemente. Sólo unos metros


más hasta el joyero. Unos pocos metros y me libraría del
maldito pendiente.

Sólo había un problema, desde el suelo no podía verlo. Si


simplemente dejara caer los pendientes, la Sra. Greenwood se
daría cuenta de inmediato. Aunque no faltara nada, levantaría
sospechas.

– Una copa de champán Blanc de Blancs. Que lo disfrute.

Rebecca entregó la copa a la señora Greenwood. Acto seguido


Rebecca se llevó las manos a la espalda y me hizo una seña.

No tenía tiempo para pensar, tenía que actuar, ¡y actuar ya!


Decidí que lo más seguro era simplemente sacar el joyero de la
cómoda y poner los pendientes en su sitio.

Dicho y hecho. Con la punta de los dedos, saqué el joyero de


la cómoda. Al hacerlo, Rebecca me dirigió una mirada de
advertencia.

– Date prisa. – formaron sus labios sin sonido.


Me sentí tremendamente aliviada cuando sostuve el pesado
joyero en mis manos. Sin embargo, tonta de mí, había
subestimado la longitud de la tapa que se enganchó en el borde
de la cómoda e hizo un ruido sordo. ¡Mierda!

Contuve la respiración y no me moví ni un centímetro.

–¿Qué fue eso? – preguntó la señora Greenwood.

–¿Perdón? ¿Qué fue qué? – Rebecca se hizo la tonta.

Extendió sus dedos al máximo en señal de que no debía


moverme.

– Ese… ¿Ruido?

– Yo no he oído ningún ruido, Sra. Greenwood.

Rebecca agitó las manos en señal de pánico. ¿Qué demonios


se supone que significa eso? ¿No hacer nada? ¿Apúrate?
¿Algo intermedio?

Confié en mi instinto y volví a meter el pendiente en la caja


tan rápido como pude.

– Estoy segura de que el ruido procedía del dormitorio. –


murmuró pensativa la señora Greenwood.

– Disculpe, yo no he oído nada. – respondió Rebecca.

Se giró, me miró insistentemente y susurró: “¡Fuera!”.

Buen plan, Rebecca. ¿Dónde diablos me meto?

Volví a dejar el joyero sobre la mesa y me arrastré hacia la


puerta principal. Cuando llegué al carro, levanté el mantel y
cuando ya estaba casi metida, empezó a moverse.
– Aparta este carro, quiero comprobarlo. La ventana está
abierta, no sea que se haya roto algo.

En el mismo momento en que lo ordenó, la Sra. Greenwood


apartó ella misma el carro.

El pánico se apoderó de mí cuando la Sra. Greenwood se


apresuró a entrar en el dormitorio. Si la señora Greenwood
hubiera corrido medio metro más hacia la izquierda, se habría
tropezado con mis pies.

Mi corazón latía tan fuerte que temía que se oyera. En


realidad, no sonaba como un latido, más bien como el
martilleo de un pájaro carpintero, ¡así de rápido me iba el
corazón!

Tras el susto inicial, aproveché la oportunidad para volver a


subir al carro sin que se diera cuenta.

– Hmm, pues parece que no ha sido nada. – observó la señora


Greenwood. Había algo de decepción en su voz.

– Bueno, le dejo el champán. – se despidió Rebecca.

– Oh, no, llévatelo. Esta copita… es suficiente para mí, no soy


mucho de champán.

Tratando de no protestar en voz alta, me mordí los labios.


Acababa de comprarle a esta mujer un champán de setenta y
cinco dólares y lo dejó después de media copa…

– Sin problema, que tenga un buen día. – dijo Rebecca con


dulzura.
Luego empujó el carro de servicio para sacarlo de la suite y
llevarlo al almacén. Cuando Rebecca cerró la puerta, me bajé
del carro.

– Ay Dios mío. No puedo creer que haya funcionado, Beccs.

Me sentí muy bien. La adrenalina y las endorfinas recorrieron


mi cuerpo. Me levanté de un salto y abracé a mi mejor amiga.

– Claro que ha funcionado, hacemos un equipo cojonudo,


como Mulder y Scully. – animó Beccs.

Saqué dos copas de champán del armario y serví


generosamente el Blanc de Blancs.

– Esto hay que celebrarlo.

Rebecca agarró una de las copas y brindamos juntas.

–¡Salud!

El champán acababa de burbujear en la copa, lo que sólo podía


anticipar su gran sabor. ¿O quizás no? Nada más lejos de la
realidad. Tuve que hacer un esfuerzo para no escupir la bebida
en la copa.

– Ugh. Es lo más asqueroso que he bebido en mi vida.

La cara de Rebecca también era de asco.

– Sí. ¡Puaj! Asqueroso.

– Alguien se va a tener que disculpar con la Sra. Greenwood.

–¡No puedo creer lo bien que ha reaccionado! – respondió


Rebecca.
– Ya te lo he dicho, el buen gusto no tiene nada que ver con el
dinero. – afirmé con naturalidad.

Luego entré en el baño y tiré el contenido de mi copa y el resto


de la botella por el retrete.

Cielos, acabo de tirar setenta y cinco dólares por el desagüe,


¡qué desperdicio!

Intente alejar ese pensamiento de mi cabeza. No había sido un


desperdicio, era el precio que había tenido que pagar por mi
estupidez. Pero ahora todo había vuelto a la normalidad. Por
fin me había librado del maldito pendiente y, con suerte, de la
maldición que había traído.

–¿Qué te parece si celebramos nuestra victoria en O’Riley’s?


Allí también hay champán amargo y cerveza rancia y mucho
más barato. – sugirió Beccs.

El bar estaba muy cerca del Hotel Royal Renaissance, y


Rebecca solía trabajar allí.

–¡Claro, me encantan las alitas de pollo caseras de allí! – me


entusiasmé.

Casi todos los buenos pubs de Nueva York tenían una


especialidad. Un plato único, una salsa especial, una mezcla
secreta de especias. Algo que eclipsaba todo lo demás y que te
enganchaba enseguida. En O’Riley’s eran las alitas de pollo
con un adobo de chile hecho siguiendo una antigua receta
familiar.

–Perfecto. Así me cuentas todo lo de la gala a la que vas a ir.

–Tu sensacionalismo no tiene límites, Beccs.


–¿Quién sería yo si no indagara hasta saber el mínimo detalle?

–¿Una persona normal con tacto?

–¡Efectivamente!

Las dos nos reímos.

–Vale, vale. Tú ganas. Venga, vámonos. Terminemos la noche


antes de que a la señora Williams se le ocurra algo que nos
quite las ganas de celebrar.

– Daaanaaa. – imitó Rebecca a nuestra jefa, un poco


demasiado bien para mi gusto.

Respiré profundamente. Todo había salido bien, se había


devuelto el pendiente a su legítimo dueño, el hotel estaba
tranquilo y las cosas no podían ir mejor con Connor.

Todo iba bien, quizás demasiado bien para ser verdad.


Connor

– ¿PUEDO AYUDAR A la dama más bella de la gala a salir


del coche? – pregunté con una sonrisa.

– Por supuesto, no podría negarle nada al hombre más guapo


de la gala.

Con una mirada seductora, Dana aceptó mi mano y salió de la


limusina. Sus tacones tenían una altura prohibida y acentuaban
magníficamente sus larguísimas piernas.

Maldita sea, no me cansaba de Dana. Sus ojos y su sonrisa


brillaban con el cielo estrellado.

–¿Puedes creer lo rápido que ha volado el tiempo, Connor?

–El tiempo pasa muy rápido cuando te diviertes. – respondí


conspiradoramente y conduje a Dana hasta la gran escalera de
piedra de la mansión.

Tuvo que recoger su vestido largo para no pisar la tela rosa de


gasa.
Desde que se puso ese vestido sin mangas, no había podido
dejar de mirarla. El vestido era de corte ajustado en el pecho y
acentuaba sus pechos, así como su femenina cintura. A ojos de
todos los invitados a la gala, mi compañera de velada sería una
princesa y sólo yo sabía lo que realmente era Dana: ¡mi chica,
mi ángel, mi puta! Dios, realmente tuve que controlarme para
no inclinar a Dana sobre la barandilla aquí y ahora y convertir
su mirada de princesa en una mirada de “me han follado bien y
duro”

–Dime, ¿no se puede ir por otro sitio? Estas escaleras son


potencialmente letales con estos zapatos.

Habíamos ido a propósito por la puerta de servicio porque no


me apetecía esperar en mi limusina casi toda la gala por culpa
de unas cuantas fotos de prensa a la entrada.

–Confía en mí, cuando veas la larga fila de coches frente a la


entrada principal, me lo agradecerás. Pueden pasar horas hasta
que llegue el último coche.

Dana se puso de puntillas, intentando en vano inspeccionar la


vasta finca de mis padres. –Tienes razón, supongo.

–Bien, por eso estamos usando la entrada de servicio, quiero


que disfrutes cada segundo de esta gala.

Dana me sonrió.

–Es muy amable de tu parte.

–Vale la pena sólo por esa sonrisa.

Pero la sensación de incomodidad que Dana había provocado


en mí por culpa de las escaleras no desaparecía. Sin
pensármelo dos veces, escarbé en la tela de gasa hasta agarrar
sus piernas y luego me eché a Dana por encima del hombro.

–¡Connor! No puedes seguir transportándome como una saco


sólo porque te apetece.

– Ya deberías conocerme y saber que puedo y lo haré cuando


me apetezca.

Dana ni siquiera intentó rebelarse, sólo resopló con fuerza


hasta que llegamos a lo alto de la escalera y la puse en el suelo
con cuidado.

– Buena chica. Aunque todavía te debo veinte azotes por esa


queja.

Dana contuvo la respiración, se tragó la rabia y sonrió.


Discutir sólo le habría valido más azotes. En lugar de eso,
miró brevemente a su alrededor sólo para asegurarse de que
nadie nos había visto y luego me miró de forma inquisitiva.

–¿Estarán aquí Josh y Sam Anderson?

– No, se fueron de vuelta a Praga poco después de la Semana


de la Moda. Josh acaba de reestructurar su empresa, así que
tiene que estar encima un poco más que de costumbre.

– Qué pena, me hubiera encantado haberle dado las gracias en


persona.

Dana suspiró con fuerza.

–¿Por la pulsera?

– No, por el pendiente. Sin la ayuda de Sam, me habría dado


otro ataque al corazón con tanto sobresalto.
Recordé el pendiente y su homólogo perdido cuando Dana me
había conocido en mi suite.

– Sí, lo del pendiente.

Sonreí, porque entonces había cabreado mucho a Dana.

– Ya, no estarías sonriendo así si supieras toda la historia. –


soltó Dana.

No pasó ni un segundo y se tapó la boca con ambas manos.

–¿Ah sí? – pregunté con suficiencia. – Pues cuéntamelo.

Dana se detuvo en seco y miró pensativa al suelo. Su rostro


reflejaba muchas emociones, desde la excitación hasta la
aprensión, lo tenía todo.

– Hmm. – comenzó Dana pensativa, pero volvió a titubear.

Tomé su barbilla entre el pulgar y el índice y la levanté. Con


eso, obligué a Dana a mirarme directamente a los ojos.

– Sácalo. – la insté.

Tras respirar profundamente, Dana asintió.

– Fue un accidente, ¿vale? Sólo iba a probarmelos un minuto,


luego me distraje y olvidé devolver uno de los pendientes.
Cuando volví, su compañero había desaparecido, al igual que
el de Beccs. Al día siguiente, los dos estaban allí de repente,
pero para entonces ya le había dado a Sam una copia del
pendiente.

– Menuda aventura. – dije todavía con una amplia sonrisa.

– Devolver los dos pendientes de vuelta a la suite fue una


aventura, me sentí como un ninja en un caballo de Troya, o
mejor dicho, ¡carro de servicio de Troya!

Dana enterró la cara entre las dos manos y suspiró con fuerza.

– No sé por qué tengo un imán para los líos.

– Puede que tenga que ver con tu manía de llevar las cosas de
los demás huéspedes. – sugerí.

–¡No es una obsesión ni nada de eso! A veces me gusta


imaginar que soy otra persona.

–¿Por qué quieres ser otra persona?

– A veces no me gusta la Dana estándar. Insegura, torpe,


desordenada.

–¿Y qué pasa con mi chica? Es elegante, sensual y cada vez


más segura.

Dana se mordió los labios. Sus mejillas sonrosadas dieron


paso a un profundo tono de rojo.

– Sí, creo que me gusta bastante la Dana de la sala de juegos. –


respondió con una sonrisa.

– Bien, sabes que te voy a castigar por no ser sincera conmigo


desde el principio, ¿no?

Me miró con rebeldía y al mismo tiempo con expresión seria


hasta que sus rasgos se suavizaron de nuevo.

– Sí, señor.

–¿Hay algo más que deba saber?

– No.
Miré a Dana con seriedad, tratando de captar cada pequeña
emoción en su rostro. Cuando Dana me miró así, con sus
grandes y brillantes ojos azules y su boca ligeramente abierta,
apenas pude contenerme.

Como no dije nada, Dana añadió.

– De verdad, no hay nada más, lo juro. No me he probado


nada más desde el vestido y, por Dios, los pendientes me
metieron en tantos problemas que ya he aprendido la lección.

– Buena chica.

Entonces conduje a Dana a los jardines contiguos donde se


celebraba la gala. Debido al elevado número de invitados, no
hubo más remedio que celebrar la fiesta al aire libre.

Los caminos estaban marcados con farolillos, guirnaldas de


luces y antorchas. Había ramos de flores repartidos por todas
partes y el suave canto de los grillos se mezclaba con los
delicados tonos de algunos instrumentos de cuerda. Seguíamos
la música.

– Esto es increíble. – se maravilló Dana. – ¿Y tú creciste aquí?

– Sí, junto con Max. Estábamos siempre juntos, sobre todo los
días de lluvia.

–¿Cómo consiguieron todo esto? Todo Central Park cabría


aquí sin problema. En tu casa solo.

– No, cariño, no tanto.

Cuando llegamos a la entrada del jardín nos detuvimos un


momento para que Dana pudiera disfrutar de todas las
imágenes. Nos situamos a la derecha de la villa y de la casa
del personal que hay detrás. Había carpas más pequeñas y
abiertas repartidas por el césped, pero también había pequeñas
mesas redondas bajo las estrellas. Se habían colocado
alfombras rojas a modo de rejilla en el jardín para que las
invitadas no tuvieran que prescindir de sus tacones.

Aunque todavía era temprano, muchos invitados ya habían


llegado y paseaban por el jardín, se reunían en pequeños
grupos o bailaban al ritmo de la suave música de la orquesta.

– Vaya, es todo como un cuento de hadas.

Sonreí y le ofrecí a Dana mi brazo, que ella enganchó con


gratitud.

– Mi hermana tiene realmente un don para esto, no todos los


eventos de este tipo están tan bien organizados.

Poco a poco nos dirigimos a un pequeño cenador situado al


final del jardín, desde el cual teníamos una buena vista del
bullicio que se iba formando.

– Aquí es donde descubrí mi pasión por mezclar y


experimentar con las bebidas.

–¿De verdad?

Asentí con la cabeza.

– Sí, Maxine había organizado una fiesta de té para mamá y


para mí y mezclé todos los zumos de frutas que pude
encontrar.

–¿Y sabía bien?


Dana puso la misma cara de asco que puso Maxine cuando
probó mi primera mezcla de Lancester, que no tuvo mucho
éxito. Me reí a carcajadas.

– No, era absolutamente repugnante, pero despertó mi interés.

– Vaya. ¿Así que ahora mismo estoy recibiendo un tour


privado por tu infancia?

– Podría decirse que sí.

–¡Quiero saber más! – me dijo.

– Créeme, mi madre te contará tantas cosas que te harán


sangrar los oídos.

Dana soltó una risita y se apoyó en una viga de soporte


cubierta de hiedra del cenador. – Seguro que fue maravilloso
crecer aquí.

– Lo fue. – confirmé. – Pero basta de hablar de mí, ¿dónde te


criaste?

Dana había hablado muy poco de su pasado hasta ahora,


quería cambiar eso.

– Principalmente me crié en Nueva Orleans. Mis abuelos


tenían una bonita pensión allí.

– Una casa de huéspedes pequeña y bonita te pega más que


una mansión gigante y desordenada.

–¿Tú crees?

– Sí, una persona con carácter necesita un lugar con carácter. –


respondí con una sonrisa.

–¿Y esto no tiene carácter?


– No, esto es sólo para presumir.

– Pero tú tienes carácter. – protestó Dana.

– Tampoco vivo aquí. – respondí sonriendo. Puse mi brazo


alrededor del hombro de Dana y le besé la frente. Mi interés
por el pasado de Dana permaneció un rato.

–¿Por qué quieres trabajar en el Hotel Royal Renaissance? – le


pregunté.

– Quiero aprender todo lo que pueda de los mejores para poder


valerme por mí misma más adelante.

– Ya veo.

Por un momento me pregunté si debía decir mis pensamientos


en voz alta.

– No creo que estés con ellos tan bien como crees, la verdad.

– Ah, ¿ahora también eres experto en hostelería? – se burló


Dana.

Se notaba que era muy apasionada cuando se trataba de su


profesión.

– No. Pero no tengo que ser un experto para saber que el


mármol de Carrara, la plata de ley y los diamantes de alto
quilate, deja poco espacio para la pasión.

Si hay algo que he aprendido en mi carrera, es precisamente


eso. Un buen vino sólo se convierte en algo perfecto cuando se
le pone pasión. Antes de eso, es sólo una bebida promedio sin
más. No sólo es así con el alcohol, también lo es con el arte o
la música, la gastronomía, o cualquier aspecto de la vida real.
Sólo la verdadera pasión hace que nazca el carácter. También
era capaz de comprender el verdadero carácter de Dana sólo
cuando la pasión estaba involucrada.

– Sin pasión no somos nada. – concluí mis pensamientos.

– Vaya, creo que tengo que necesito tiempo para asimilar eso.
– murmuró Dana.

–¿Qué tal una copa para la señora? – pregunté ya de pie antes


de que me respondiera.

– Me encantaría.

Llevé a Dana a una de las muchas pequeñas islas donde había


camareros que podían atender casi cualquier petición. Pedí un
vino espumoso para Dana y un ponche de frutas sin alcohol
para mí. Ambas bebidas contenían fruta congelada en lugar de
cubitos de hielo. Había insistido en esto porque los cubitos de
hielo aguaban el sabor de todo. Max estuvo de acuerdo,
aunque más por el aspecto que por el sabor. No había visto
cubitos de hielo en las fiestas organizadas por mis padres
desde que tenía dieciséis años.

Me dejé arrastrar por breves conversaciones por todas partes,


presentando con orgullo a Dana como mi acompañante de la
noche. Estaba mucho más relajada que en la boda, pero eso
también había sido un caso aparte.

– Connor, ¿dónde está tu familia? Creía que eran los


anfitriones del evento -preguntó Dana, pensativa.

– Así es, y en este tipo de eventos sociales, es de buena


educación que el anfitrión llegue tarde.
–¿De verdad?

– Los camareros, los barmans y los músicos los entretienen


maravillosamente, ¿verdad?

– Cierto.

Cuanto más oscuro estaba, más brillaban las lámparas, las


velas y las guirnaldas de luces por todo el jardín. Dana no se
cansaba de mirar todo el evento con entusiasmo.

– Me siento como una princesa de una película de Disney. –


dijo Dana.

– Supongo que entonces soy tu apuesto príncipe y caballero de


brillante armadura.

Me acerqué a ella, tomé su mano y la puse sobre mi hinchada


erección.

– Y también soy la bestia de la que debes salvarte.

Dana ahogó su gemido mordiéndose los labios. Por desgracia,


no pude susurrar más cosas depravadas al oído de mi chica.

– Hola hermanito, hola Dana. – nos saludó Maxine.

Sin saber qué hacer con su mano en mi erección, Dana se


aclaró la garganta. Como no quería avergonzar más a Dana, di
un paso a un lado y ella se aferró inmediatamente a su copa de
champán como si fuera su salvavidas en alta mar.

– Hola, hermanita. – saludé a Max con un beso en la frente.

Llevaba un vestido de seda azul claro que favorecía su esbelta


y alta figura.

– Hola, Maxine, estás espectacular.


Dana y mi hermana se saludaron como viejas amigas.

–¡Y tú más, querida!

–¿Cómo fue tu entrevista con el director? – le pregunté.

Después de haber olvidado por completo pedir una cita para


mi hermana en mi primera reunión, había organizado una
segunda reunión poco después.

– Olvídalo, ese barco zarpó. Tenemos opiniones


completamente diferentes sobre la estética, no hay nada que
rascar ahí. – dijo Maxine encogiéndose de hombros.

Aunque a primera vista parecía inocente y simpática, era una


dura mujer de negocios y todo le salía a pedir de boca.

– No saben lo que se pierden. – dije de todos modos por


educación.

– Dime, Dana ¿Qué te parece tu casa? Connor dijo que estabas


emocionada. – Maxine cambió de tema.

Con los ojos entrecerrados, miró a Dana, como un policía duro


que quiere escuchar la confesión de un delincuente.

Respondí por ella.

– ¡Le pareció perfecto! ¿Verdad, cariño?

No iba a darle a mi hermana la satisfacción de saber que mi


piso era demasiado oscuro para el gusto de Dana. Odiaba que
Maxine me mirara con esa mirada de “te lo dije”.

–¡Sí, es enorme! – exclamó Dana. – Y después de unas cuantas


lámparas y fundas blancas, el loft está perfectamente
iluminado.
–¡Ajá!

Maxine me apuntó con su dedo índice en señal de reproche y


lo golpeó contra mi pecho varias veces.

– ¡Te dije que era demasiado oscuro!

–¡Oh! Bueno, no quería decir eso tampoco. – intentó Dana


salvar la situación.

– No quise ofenderte, Maxine. Lo hiciste muy bien, y …

– No pasa nada, Dana, yo también dije que era demasiado


oscuro. – respondió Maxine con dulzura.

Entonces sus ojos volvieron a dirigirse a mí. Exigente,


extendió la palma de la mano.

– Dame la pasta.

– Está bien. – suspiré y puse en la mano de Max un billete de


quinientos dólares recién salido de la imprenta.

La verdad es que unos pocos dólares no me dolían, pero el


triunfo de Max sí. El simbolismo de mi derrota quedó
subrayado cuando Max dobló los billetes con una sonrisa y los
dejó desaparecer en su escote.

Dana se rascó el cuello, irritada.

– Creo que me he perdido algo.

– No, no lo has hecho. – dije con una sonrisa.

Justo cuando Maxine iba a objetar, vio la pulsera de Dana.

–¡Vaya, qué pulsera más bonita!


– Sí, a mí también me encanta, es de Connor. – dijo Dana con
entusiasmo.

Le tendió la mano a Maxine para que pudiera examinarla más


de cerca. En ese momento yo también quería emborracharme.
Por supuesto que quería a mi hermana… y también a Dana,
pero no estaba hecho para esas conversaciones. Decidí dejar a
las chicas conversando y dar un paseo hasta el bar, pero una
mano en el hombro me lo impidió.

– Sr. Lancester, es un placer verle por aquí.

Gracias al acento español pude reconocer inmediatamente la


voz. Era Justino Olivera, que mantenía en secreto su nuevo
proceso de fermentación.

– Encantado de verle también, Sr. Olivera. Esta es mi hermana


Maxine y esta es mi hermosa acompañante Dana. – les
presenté a todos. –¿Cómo va el negocio?

No es que me interesara mucho, el Sr. Olivera no quería


ninguna colaboración por lo que había dejado de interesarme
como empresario. Sin embargo, quizás me revelara algo sobre
el proceso que tanto me interesaba, así que me contuve.

–¡Nuestra señal! – dijo Maxine exageradamente.

Agarró a Dana por la muñeca y tiró de ella hacia una de las


barras montadas que había entre dos grandes mesas cubiertas
de canapés.

–¡Uh! ¿Te importa? – me preguntó Dana dejándose arrastrar.

– Por supuesto que no, pero no deberías dejar que las mujeres
te secuestren en eventos como este.
Le guiñé un ojo. Entonces mi chica desapareció entre la
multitud dejando un vacío en mi interior que apenas podía
describir.
Dana

MAXINE ME ARRASTRÓ POR el jardín hasta que nos


detuvimos al lado de un bar, de donde Max cogió dos copas de
champán. Sin embargo, insistí en un champán con mucho
zumo de naranja porque quería recordar cada detalle de esa
maravillosa velada. Aquella noche fue un sueño hecho
realidad al que me aferraría para siempre, pasara lo que pasara.

– ¡Ya estamos, ahora enséñame esa pulsera otra vez! – ordenó


Maxine.

– Con mucho gusto.

Le tendí la muñeca con orgullo. Desde que Connor me había


regalado esta pulsera, no me cansaba de enseñarla. Me habría
encantado imprimirla en un póster y ponerla como un bucle
publicitario durante un partido de la NBA y mostrarle al
mundo entero el regalo que me hizo Connor.

– Es una preciosidad y un trabajo puramente artesanal. – dijo.

– Sí, es de Josh Anderson. Esperaba poder darle las gracias de


nuevo en persona, ya que hizo algo más por mí.
Desgraciadamente, se fueron poco después de la Semana de la
Moda.

– Qué mala suerte. Pero con la frecuencia con la que Connor


va a Europa, no pasará mucho tiempo antes de que haga un
desvío a Praga y puedas verles allí. – dijo Maxine tan
despreocupadamente, como si fuera la cosa más normal del
mundo subirse en un jet y volar a Europa.

Para mí, tomar el tren a Nueva Orleans para visitar a mis


padres ya era como una vuelta al mundo.

–¿De verdad? ¿Crees que me llevaría?

– Claro, eres su novia.

Mi corazón saltó de alegría. Connor me había llamado “novia”


delante de su hermana. Como novia estable. Como una
relación. Su chica.

Ahora no era la pulsera lo que quería mostrar al mundo entero,


sino el hombre que estaba a mi lado.

Maxine me miró expectante, tenía que decir algo, pero mi


mente bailaba samba y no podía ordenar el caos en mi cabeza.
¡Dios, Connor me presentaba como su novia!

Los labios de Maxine se movieron, pero no escuché nada, mi


corazón latía demasiado fuerte.

Sonríe amablemente, asiente con la cabeza y espera que no sea


una pregunta, Dana.

–¿De verdad crees que me llevaría a Europa?


No sé qué más había dicho Maxine después de eso, pero la
pregunta me brotó mientras luchaba por deshacerme de mis
almibarados pensamientos.

– Claro, ¿por qué no?

Estaba en la luna, pero mi euforia se vio atenuada por el hecho


de que nunca tenía más de dos días libres seguidos y las
vacaciones eran tan inexistentes en el Hotel Royal
Renaissance como los derechos de sus trabajadores. A los que
tenían vacaciones u horas extras se las pagaban, era una ley no
escrita.

– Bueno, seguramente tendré mucho que hacer. – tartamudeé


para mis adentros.

–¿Dónde hay mucho que hacer? – preguntó Maxine.

– En el trabajo.

Lo dejé en una declaración vaga, manteniendo abiertas todas


las opciones. Al fin y al cabo, no tenía ni idea de cuánto le
había contado Connor a su hermana sobre mí. No quería meter
a Connor en problemas, ni tampoco a mí. Esta noche no. Todo
era tan perfecto.

– No te preocupes, Connor me lo contó todo.

Maxine me guiñó un ojo de forma conspiradora.

¿Realmente todo? ¿O era lo que Maxine creía? Insegura, me


mordí el labio inferior. También podría ser que la hermana de
Connor no supiera nada, pero sospechara algo y tratara de
engañarme de esa manera.
–¿De verdad? – pregunté entonces.

– Claro, me contó todos los detalles de vuestro primer


encuentro.

Maldita sea, Maxine no me estaba dando mucha información.


¿Sabía Maxine la verdad o no? Me arriesgué y me tiré a la
piscina con chaleco salvavidas.

–¿Y no te importa que te hayamos presentado una versión


ligeramente adornada de nuestro primer encuentro?

Maxine se rió a carcajadas.

– Créeme, si me importara, ya te habrías dado cuenta.

En los ojos de Maxine brillaba auténtica locura. Sí, no había


duda de que tenía una fuerte personalidad.

La locura de Maxine desapareció y me sonrió ampliamente.

– Además, tu plan de siete años me parece bastante


interesante, demuestra una verdadera visión empresarial.

Vale, si ella estaba al tanto de mi plan, sabía a qué atenerme


ahora mismo. Llena de alivio, suspiré en voz alta.

– Me alegro de que hayamos puesto las cartas sobre la mesa.

Ahora la velada podía ser aún más tranquila porque no tenía


que pensar en lo que podía decir y lo que no. No sólo se me
daba fatal mentir… también era una de las reglas establecidas
por Connor. A través de sus opiniones, palabras y reglas, las
cosas morales, casi mundanas, se convirtieron de repente en
algo sagrado que yo adoraba.
– Dana, tengo que confesar que esto hace que me caigas aún
mejor.

–¿Sí? – entrecerré los ojos.

– Claro. El hecho de que hayas dicho que sí así, sin saber qué
esperar, sin conocer a nadie, es bastante valiente. Le hiciste un
gran favor a mi hermano al hacer eso.

Se inclinó hacia delante y dijo con complicidad:

– Eres la primera persona que trae a dos eventos seguidos.

Vaya. ¿Era la primera? ¿Era presuntuoso esperar que también


fuera la última que Connor llevaría al resto de eventos?

–¿La primera? – repetí con un suspiro.

–¡Respira, anda! – dijo Maxine con una mirada preocupada.

Respiré profundamente.

–¡Estoy bien!

– Bien, me estaba preocupando.

¿Qué? ¿Maxine me acababa de reconocer que yo era la


primera mujer en la que Connor estaba realmente interesado y
esperaba que me quedara como si nada? Los Lancaster estaban
realmente locos, de una manera que me gustaba.

Maxine brindó por mí.

– Por las últimas primicias.

– Salud.

Mientras tomaba un pequeño sorbo, escuché a la pequeña


orquesta que tocaba la Primavera de Vivaldi.
Maxine hizo que le trajeran una nueva copa con otro vino
espumoso. Admiré lo sobria que parecía todavía. Me
preguntaba si la mayoría de los invitados aquí estaban más o
menos inmunizados de base debido a los litros de alcohol que
se beben en tales eventos.

– Realmente le causaste una gran impresión a Connor. –


continuó Maxine haciendo que casi me atragantara.

–¿Sí?

– Por supuesto, no te habría hecho un regalo tan personal.


Créeme, trajo a muchas mujeres aquí y ni una sola llevaba
algo único.

–¿Cuántas mujeres? – pregunté insegura, sin estar segura de


querer saber la respuesta.

– Muchas. ¡Muchísimas!

Los ojos de Maxine se hicieron enormes.

– Interesante.

No había catalogado a Connor como un playboy en absoluto,


más bien todo lo contrario por la forma en que Connor se
comportaba conmigo. A mis ojos, Connor era un verdadero
caballero al que a veces le gustaba poner a las mujeres de
rodillas de manera muy elegante.

– Interesante. – murmuré otra vez.

Luego acerqué mis labios, pensativa, al borde de la copa de


champán.
¿Y si Connor volviera a su cambiante dieta de una mujer al
día? Maxine pudo ver cómo mi incertidumbre se extendía
repentinamente a través de mí.

– Estoy cien por cien segura de que nos volveremos a ver en el


próximo evento.

– Yo también lo espero.

El evento se estaba animando. Decenas de conversaciones


silenciosas resonaban en el enorme jardín, que estaba repleto
de cientos de invitados. Me mareaba sólo de pensar en lo que
debió costar organizarlo.

Para distraerme de alguna manera, dejé mi copa en una de las


mesas cercanas y arranqué las hojas que colgaban de un gran
ramo.

– Estos son realmente bonitos. – me entusiasmé. – ¡Todo aquí


encaja a la perfección! Las mesas, los manteles, las guirnaldas
de luces y las flores, la música… Debe haber costado mucho
trabajo organizar todo esto.

– Sí, eso parece, pero gracias por el cumplido. – respondió


Maxine.

Tardé un segundo en darme cuenta de que Maxine había


organizado la fiesta. No sé cómo pude olvidarlo, aunque
Connor me lo había dicho antes.

– Vaya, ¿has hecho tú todo esto?

– Sí. Bueno, los ramos no los hice yo misma pero sí me


encargué de la decoración y de las mesas. Normalmente,
Connor se encarga del catering y mis padres patrocinan varias
cosas para obtener mayores donaciones.

– Vaya.

Eso fue todo lo que pude decir. Connor me había dicho que
Maxine era una buena decoradora y que se había hecho un
nombre, pero Maxine tenía más o menos la misma edad que
yo. Mientras que yo apenas había terminado mis estudios y
ascendía lenta y arduamente como camarera, Maxine ya estaba
en la cima. Ella había logrado cosas que yo ni siquiera me
había atrevido a soñar.

– Oh, vamos, es sólo una pequeña fiesta en el jardín. –dijo


Maxine.

¿Había sido una falsa modestia o hablaba en serio? Quería


saber más.

–¿Y qué más has organizado?

– Participo en el gran Derby de Texas, que es como el fútbol


para la élite. Pero sobre todo amueblo las casas de los actores
súper ricos y otros famosos.

Ahora sí que estaba enganchada.

– ¿De quién es la casa en la que estás trabajando ahora?

– Hm, en realidad soy bastante discreta al respecto a menos


que mis clientes den mi nombre.

–¡Oh, vamos, no me hagas sonsacártelo! Por favor, por favor,


por favor. – le supliqué.
– Vale, estoy trabajando en la mansión de Bonnie Buckley y
Ted Sylvester en Los Ángeles ahora mismo.

Dios mío. – hiperventilé. – ¡Bonnie Buckley! Creo que nunca


he estado tan celosa.

–¿Quieres saber de quién estoy celosa? – preguntó Maxine.

Se acercó un paso más a mí y susurró.

– De los entrenadores personales de Jason Momoa y Chris


Hemsworth. ¡Cielos, se me cae la baba con esos cuerpazos!

Los dos nos reímos a carcajadas.

– Sí, a esos sí que hay que tenerles envidia. – estuve de


acuerdo.

De todos modos, Connor no tenía un entrenador personal, pero


por la forma en que entrenaba, no lo necesitaba. Se motivaba a
sí mismo, se ponía al límite y sólo con imaginarme su torso
desnudo y sudoroso brillando a la luz del sol, me hacía sentir
un cosquilleo en el abdomen. El juego de músculos bajo su
piel impecable era un deleite para la vista.

– Dana, ¿eres tú? Estás babeando.

Maxine soltó una risita. Me había pillado soñando despierta y


di un respingo de culpabilidad.

–¡Uy, ups!

Por reflejo, me limpié la boca con el dorso de la mano y luego


dije lo primero que se me pasó por la cabeza.

– Estabas hablando con Connor antes sobre el Hotel Royal


Renaissance, ¿tienes un encargo allí?
– No, no exactamente. Yo sí quería… un trabajo así sería un
desafío, pero no estaban interesados.

– Qué pena. Así que seguirán torturando a sus huéspedes con


esa recargada ostentación.

–¡Tú lo has dicho! Con o sin el mejor servicio, el hotel


necesita renovar su decoración.

– Bueno, quizá te pidan ayuda dentro de unos años, cuando el


hotel se quede sin huéspedes.

Con ello me refería no sólo al estilo caro y estilísticamente


antiguo, sino también a los métodos que empleaba Shannon
Williams con el personal como las gafas con cámara de
vigilancia. Sólo podía sacudir la cabeza con desconcierto. Lo
siguiente era ponernos micrófonos en los empastes dentales e
implantar dispositivos de seguimiento en el cuello.

– Bueno, y entonces declinaré la oferta porque resulta que


estaré… eh… de compras. Brindemos. Oh, las tostas siempre
se acaban tan rápido…

Maxine lo dijo con tanta seriedad y profesionalidad que tuve


que reírme.

Entre la multitud vi a Connor hablando animadamente con el


señor Olivera. El botón superior de la camisa de Connor estaba
desabrochado, y con mi mente seguí desnudándolo. Había una
suave sonrisa en su llamativo rostro y cuando miró pensativo a
un lado y me devolvió la mirada, todo mi cuerpo se
estremeció. Las mariposas de mi estómago revoloteaban
salvajes y excitadas, sentía que estaba a punto de despegar.
Nunca me había sentido así en toda mi vida, especialmente por
una sonrisa.

No podía negarlo, estaba perdidamente enamorada.

–¡Hola, Tierra llamando a Dana!

Maxine agitó su mano delante de mi cara.

– Lo siento, estaba pensando.

– Sí, te fuiste. ¡Y babeando otra vez! Y ahí no hay ningún


Chris Hemsworth desnudo, sólo mi hermano -dijo en broma.

Luego su expresión se volvió repentinamente muy seria. Mi


corazón se detuvo al pensar que esa mirada asesina estaba
dirigida a mí, pero Maxine no me miraba a mí, sino justo
detrás.

– Genial, zorra a las once.

Inmediatamente miré a un lado, curiosa por saber quién había


provocado la ira de Maxine, y suspiré con fuerza al ver a mi
némesis pavoneándose como si la gala estuviera dedicada a
ella.

– Oh, mierda, me he dejado en casa mi collar de ajos y mi


crucifijo precisamente hoy. –dije conteniendo la respiración.

Por un momento había olvidado por completo que estaba en


un evento glamuroso y que ese tipo de cinismo estaba mejor
visto en una noche de chicas con Beccs.

– Créeme, no puedes deshacerte de este demonio ni con agua


bendita bendecida por el mismísimo Papa. – respondió Maxine
secamente. – Me gusta tu sentido del humor, por cierto.
–¿Qué humor? – pregunté seriamente.

– De este tipo.

Observamos con miradas críticas cómo Deborah agarraba dos


copas de champán y miraba a los invitados con desdén.
Llevaba un vestido azul cielo hasta el suelo adornado con
diamantes en la parte superior del cuerpo.

–¿Conoces bien a Deborah? – pregunté.

– Bueno, no muy bien. Sus padres tienen una gran compañía


minera de arena.

– Compañía minera de arena. Qué nivel.

– Sí, pero no es tan bonito como parece. Roban la arena de las


costas africanas, desestabilizando con ello todo el hábitat,
destruyendo costas enteras y el hogar de miles de animales y
plantas. Son como una mafia.

Se me cayó la mandíbula.

–¡Eso es terrible!

– Nada más se refleja en su mentalidad. Deborah Landry es


rica, arrogante, odiosa, pero lo peor de todo es que le gusta
Connor desde hace años.

–¡Lo sabía!

Así que mis celos habían tenido su razón de ser después de


todo, y lo peor estaba por llegar.

Deborah separó a la multitud como Moisés separó el mar y


vino directamente hacia Maxine y hacia mí. Genial. Justo lo
que me faltaba ahora.
–¡Maxine Lancester! – gritó Deborah histéricamente. –¡Qué
agradable sorpresa verte aquí!

– Vivo aquí. – respondió secamente mientras yo intentaba


reprimirme la risa.

– Ah, cierto. Había olvidado que aún vivías con tus padres. -se
burló Deborah.

Auch.

Deborah se limitó a ignorarme, igual que la última vez. Mejor.


Con esta mujer el control de mis impulsos se desconectaba y
una palabra equivocada era suficiente para que sus extensiones
acabaran en el suelo. Respiré hondo.

Me pedí a mí misma que conservara la calma, aunque no me


consideraba una persona agresiva.

– Discúlpame un momento, tengo que hacer algo. Ahora


vuelvo. – se despidió Maxine.

¡No! ¡No te vayas!

Casi me sentí un poco traicionada porque Maxine me dejó sola


con mi competencia. Con tristeza, la observé caminar
decididamente hacia la orquesta.

– Así que… Joanne, bonita fiesta, ¿no? – Deborah se dirigió a


mí.

– Sí, maravillosa.

Al principio ni siquiera corregí a Deborah porque no quería


mostrar ninguna debilidad. Por supuesto, Deborah había dicho
otro nombre a propósito, pero ignoré el éxito de esa burla
condescendiente.

– ¿Y adónde ha ido Connor? ¿Te ha dejado aquí?

– Es adulto, sabe cuidar de sí mismo. – respondí.

¿Qué demonios hacía Maxine allí con el director de la


orquesta? Estaba teniendo una conversación. ¡Genial! ¿Tenía
que ocurrir esto ahora? ¿No puede hablar Max con el director
de orquesta más tarde?

Deborah dio un paso hacia mí y me miró fijamente.

– Te he visto. – dijo Deborah.

Inmediatamente se me disparó el pulso. El pánico se apoderó


de mí y cada vez me resultaba más difícil respirar. Como pude,
traté de proteger mis emociones del mundo exterior.
Ciertamente no quería darle a Deborah esa satisfacción.

– Sí, nos vimos en la boda.

Mientras no hubiera hechos, tenía la presunción de inocencia.

– No aquí, sino en el Hotel Royal Renaissance.

– Ah, sí.

Miré con nostalgia a Maxine, esperando que viniera a


rescatarme, pero Maxine estaba demasiado concentrada en el
director como para darse cuenta de mi situación.

– No como huésped. – añadió Deborah con frialdad.

Qué zorra.
Me tragué con valentía el pesado nudo que tenía en la
garganta.

–¿Y qué? – pregunté.

–¿Connor sabe de tu, digamos, menos glamurosa vida?

– Por supuesto, así es como nos conocimos.

Las comisuras de sus labios se torcieron ligeramente. La


primera emoción que había visto en el rostro lleno de bótox de
Deborah. Ni siquiera masticando el chicle movía la cara, así
que debí haberla sorprendido mucho.

– De todos modos, conozco a Connor, y sé que eres un


entretenimiento para él. Un juguete que tirará cuando se canse,
como decenas de juguetes antes.

Ahora mi pánico se había convertido en ira. Bien. Porque


necesitaba que la ira se desatara para decir lo que quería decir,
no, lo que necesitaba decir, para zanjar el asunto con Deborah
de una vez por todas.

–¿Siempre compra un loft para sus juguetes?

Las comisuras de la boca de Deborah se volvieron a torcer.


¡Ja! Ese pequeño y mínimo movimiento fue casi una especie
de recompensa para mí. Un triunfo. Un golpe bajo.

¡Toma eso, Deborah!

Deborah sacó otro chicle de su bolso Gucci, abrió el papel rosa


que lo envolvía y se lo metió en la boca. Relamiéndose los
labios, Deborah masticaba ahora un trozo de chicle tan grande
como una pelota de ping-pong.
– Escucha, cariño. – dijo Deborah. – No estás en su liga, y
nunca podrás jugar allí.

– Supongo que eso lo decidirá Connor. – respondí.

Aun así, Deborah había conseguido sembrar en mí las


primeras semillas de la duda. Maldita sea.

– Sí, ¡y al final se dará cuenta de que soy la adecuada para él!


No una criada vulgar y corriente.

– Hasta ahora, el resultado es de uno a cero a favor de la


criada.

Utilicé deliberadamente las palabras de Deborah mientras


mostraba discretamente mi pulsera hecha a mano, que no pasó
desapercibida.

La conmoción se reflejó en el rostro de Deborah, cuyos labios


emitieron un grito sordo. Un momento después recuperó la
compostura y miró entre la multitud.

–¿Qué pasa si se descubre que Connor Lancester, hijo de la


dinastía Lancester, está saliendo con una simple sirvienta?

¡Connor estaba por encima de esas cosas! ¿No era así? Sí,
probablemente.

Busqué la ayuda de Maxine. ¡Sin su rápido ingenio, perdería


esta pelea! Se sacó el billete de quinientos dólares del escote y
se lo entregó al director. Asintiendo con satisfacción, le
estrechó la mano y luego volvió.

– Lo siento, tenía que arreglar una cosa allí’. – se disculpó


Max. Me dio un ligero empujón con el codo y me susurró:
“¡Confía en mí, valdrá la pena!”.

No tenía ni idea de lo que quería decir Maxine, pero no


importaba. La batalla se había librado y Deborah había
ganado. Antes de que pudiera decir nada, Connor apareció
detrás de mí y me rodeó la cintura con sus brazos.

–¿Y bien, señoritas? ¿Se lo estás pasando bien?

– Fabuloso. – gritó Deborah.

No dije nada, sólo me di la vuelta, agarré la prominente


mandíbula de Connor con ambas manos y lo besé
desinhibidamente con mucha lengua. Todos se quedaron
asombrados, pero eso era exactamente lo que pretendía.
Aparte de querer superar a Deborah, necesitaba el beso, la
seguridad de Connor de que yo le importaba.

Cuando nos separamos sin aliento, Connor me miró


sorprendido, lo que hizo que mi corazón latiera más rápido
porque era una sorpresa alegre. Le sonreí y luego miré al
suelo, avergonzada, porque no tenía ni idea de si un beso así
en una recaudación de fondos de la élite era demasiado. En
cualquier caso, el beso fue una declaración a Deborah, a mí
misma y al mundo. Que Connor no me hubiera negado ese
beso era una buena señal.

Deborah volvió a tomar la palabra.

– Muy bien, me voy a socializar un poco.

Brindó por Connor y Maxine, y luego me miró fijamente.

– Y a ti, querida, estoy segura de que te volveré a ver en el


hotel.
No fue una declaración, sino una amenaza helada que me
recorrió toda la espina dorsal.

– Vale. – respondí, pero lo que realmente quería decir era:


¡Espero no volver a verte nunca más!

Deborah se dio la vuelta y se fue. En ese mismo momento,


Maxine hizo una señal discreta al director de orquesta y la
música cambió inmediatamente a la Marcha Imperial, lo que
irritó un poco a algunos invitados que carecían de contexto.
Yo, en cambio, comprendí inmediatamente lo que Maxine
había organizado y tuve que sonreír mientras Maxine se
aguantaba la risa. Sin embargo, la duda que se había sembrado
en mí echó raíces y se infiltró en mi buen humor.

Cuando Deborah se dio cuenta de que era el objeto de la


broma de Maxine, levantó brevemente el dedo corazón en
nuestra dirección mientras seguía caminando obstinadamente.

Maxine me dio una palmadita en la espalda.

–¡Ha sido la mejor inversión de mi vida!

– Sí. – respondí.

Ante eso, sonreí con valentía, intentando que no se notara mi


mal humor porque si no Deborah habría ganado.

La mirada de Connor se alternaba entre Maxine y yo.

–¿Qué habéis hecho?

– ¿Nosotras? Nada. – chilló Maxine con entusiasmo.

–¿Dana?
Connor levantó la ceja de la misma manera que lo hizo en la
sala de juegos. Esa mirada hizo que me flaquearan las rodillas.
No, no del todo. Rodillas blandas era la palabra equivocada.
Quería hundirme de rodillas, con la espalda recta y las manos
en el regazo, esperando sus órdenes.

– Estábamos hablando de cosas de chicas.

No era mentira, habían sido cosas de chicas. Aun así, me sentí


un poco defraudada porque Connor debía de referirse a otra
cosa con el término. Pero sabía que a Connor le gustaba
Deborah por alguna razón, así que no quería contarle nada de
este incidente. Su mirada siguió posada en mí.

Maxine levantó su copa en el aire, llamando la atención de


Connor.

– Estábamos hablando sobre joyas. Sobre las decoraciones


excesivas del hotel Royal Renaissance, sobre Europa y sobre
los actores con tabletas de chocolate. De tíos jodidamente
buenorros… – ronroneó Maxine. No terminó la frase, sino que
dejó que los oyentes lo hicieran por sí mismos.

– Vale, es suficiente. – cedió Connor con una sonrisa. – ¿Así


que la orquesta tocó espontáneamente el tema del que
probablemente sea el supervillano más famoso del mundo?

– Eso parece, supongo. – coincidió Maxine con dulzura.

– Bueno, si eso fue una broma, habría sido una muy buena.

Sabía exactamente lo que Connor estaba haciendo. ¡No caigas,


Maxine!

– Hmm, la verdad que sí.


Veía cómo la voluntad de Maxine se debilitaba a cada
segundo.

– No sé cómo podría haber superado eso en nuestra


competición de hermanos.

Maxine suspiró con fuerza.

– Vale, de acuerdo, admito que la de la orquesta he sido yo.

Connor sonrió.

– No me sorprende en realidad, aún así habría esperado más


profesionalidad por tu parte.

– Di algo, señora Yo Soy Mejor . – se defendió Maxine.

Connor me miró. Mierda. Esperaba que en esta discusión yo


fuera la Suiza neutral que se mantenía al margen.

–¿Sí? – pregunté inocentemente.

– ¿No crees que mi hermana debería tomarse más en serio esta


recaudación de fondos?

Oh no, estaba atrapada en el medio y no tenía idea de parte de


quién ponerme. Por supuesto que Connor tenía razón, ¡pero
también Maxine!

–¡Prefiero mantenerme al margen!

– No, no lo harás. Quiero tu opinión sobre esto. – me instó


Connor en términos inequívocos.

– Estoy de acuerdo contigo. – respondí con un suspiro, pero


cuando Connor asintió satisfecho, respiré profundamente. –
¡Pero sólo el treinta por ciento!
–¡Ja! – soltó Maxine. – Además, permítame informarle de que
usted -en sentido estricto- pagó a la orquesta.

– Eres de lo que no hay, hermanita.

Connor negó con la cabeza, pero tenía una sonrisa en los


labios que no podía reprimir. Luego me pasó el brazo por las
caderas y me acercó.

– Recordaré lo del treinta por ciento.

Cielos, ¿por qué sus amenazas provocaban esas fantasías en


mí?

Pasó suavemente su mano por mis rizos abiertos. Sus ojos


marrones irradiaban una leve seguridad y yo disfruté de su
mirada.

–¿Le gustaría bailar a la mujer más bella de la noche?

– Sí, pero sólo con el que posiblemente sea el hombre más


guapo de la noche. – respondí con una sonrisa y le cogí la
mano.

– Muy bien, me voy de aquí, se está volviendo demasiado


cursi para mí. – dijo Maxine juguetonamente seria. –¡Disfrutad
de la noche!

– Lo haremos.

Realmente lo pensaba, aunque la voz de Deborah, a pesar de


todo, resonaba en mi cabeza.

¿Era yo, Dana Swanson, una torpe camarera de piso adicta al


azúcar, acechada por la tragedia, lo suficientemente buena para
Connor Lancester, empresario multimillonario y dios del sexo
con el mundo a sus pies?
Connor

¿CUÁNTO TIEMPO LLEVABA DANA esperándome en la


sala de juegos?

Miré mi reloj y sonreí satisfecho. Dana llevaba veinte minutos


esperándome, en lencería fina, arrodillada con una postura
perfecta.

Maldita sea, mientras miraba el horizonte de Nueva York


desde el sillón de mi salón, me imaginé a Dana esperándome
impaciente. Cada segundo que pasaba le costaría más
mantener su perfecta postura, pero sabía que no se movería ni
un centímetro.

No porque Dana no pudiera, sino porque yo no se lo había


permitido. Así de sencillo. Cualquier cosa que no le permitiera
explícitamente hacer en la sala de juegos estaba
automáticamente prohibida. Una regla sencilla y fácil de
entender, pero difícil de aplicar.

Veinticinco minutos. Nunca había hecho esperar a Dana tanto


tiempo y, para ser sincero, lo estaba disfrutando más de lo
debido. ¡Dios, me encantaba tener tanto poder sobre Dana! A
medida que mi confianza y mi amor crecían, también lo hacían
los límites de Dana. A estas alturas, Dana ya se había
familiarizado con la mayoría de los juguetes de mi cuarto de
juegos.

Cuando sentí que había dejado a Dana con sus pensamientos el


tiempo suficiente, me levanté y fui hacia ella.

Como era de esperar, Dana estaba arrodillada, con una postura


perfecta, en medio de la habitación, de espaldas a la puerta.
Esta postura era lo primero que Dana había aprendido, y la
aguantaba perfectamente.

Lo único que me molestó de esta obra de arte visual fue la


mirada sombría de Dana. No parecía estar concentrada, sino
sumida en sus pensamientos, como en los últimos días.
Aunque lo negaba, Dana no podía ocultar que tenía la cabeza
en otra parte. Tarde o temprano tendría que confiarme lo que
le pasaba, pero no la presioné, sobre todo en los lugares donde
sentía que me lo debía.

–¿Y bien, cariño? ¿Es agotador? – pregunté, y la expresión


pensativa de Dana desapareció al instante.

Me sonrió agradecida por no dejarla más tiempo a solas con


sus pensamientos.

– Sí, señor.

Dana me respondió con orgullo. No había la más mínima


tensión en su voz.
Como un lobo, aceché a su alrededor, consumiendo su cuerpo
con miradas codiciosas.

–¿Qué quieres que te haga hoy?

Le di a elegir.

– Lo que te apetezca. – respondió Dana.

Con el rabillo del ojo, me observó detenidamente.

– Has sido una chica muy buena últimamente, demasiado


buena quizás.

Hablé en voz baja y con cuidado. Parecía apropiado en la sala


de juegos. En mi pequeño y oscuro santuario, donde rendía
homenaje al pecado y Dana era mi diosa que me servía.

Dana se levantó. Sin preguntar. Sin permiso.

–¿Por qué estás de pie?

Mi voz sonaba áspera y peligrosa.

– Te estoy dando una razón para castigarme. – respondió Dana


con una sonrisa, y luego cogió un flagelo.

Con una expresión inocente, jugó con las docenas de correas


de cuero que colgaban del mango. Ahora sí que Dana estaba
metida de lleno en el asunto.

– Qué buena niña traviesa eres. – murmuré. Mi chica me


estaba volviendo particularmente loco hoy. Le quité el flagelo,
la agarré por las caderas y la acerqué para darle un beso
apasionado. A través de sus labios ligeramente separados,
invadí su boca con mi lengua, lamiendo la punta de su lengua
y saboreando su dulce inocencia. Dana jadeó suavemente. Sus
párpados se agitaron sensualmente y apretó su cuerpo contra el
mío, frotándose deliberadamente contra mi dura erección.

– Desvístete. – ordené mientras nos separábamos el uno del


otro.

Dana obedeció al pie de la letra. Se desabrochó con elegancia


el sujetador de encaje negro con ribetes rojos y se quitó
seductoramente la ropa interior hasta quedar desnuda ante mí.
Lleno de expectación, cogí los amarres de cuero negro de la
cómoda y se los puse.

Dana estaba muy guapa cuando los amarres adornaban sus


muñecas y tobillos. Por eso formaban parte de casi todos
nuestros juegos. Casi parecía que los amarres se habían
convertido en parte de Dana. En realidad, los amarres de cuero
debían estar en el cajón, pero por mi nueva preferencia,
siempre estaban al alcance de la mano en la cómoda.

Dana no llevaba ahora más que los amarres de cuero negro y


su orgullosa humildad.

Sonriendo, rodeé a mi chica una vez más, luego abrí un cajón


y saqué una barra de plata, con dos ojales con ganchos en
ambos extremos ajustables. Sólo pensar en fijar el tobillo y los
amarres de Dana al mismo tiempo me volvía medio loco.

Dana miró con curiosidad la barra separadora mientras la


llevaba a la cama.

–¡Inclínate hacia delante, preciosa! – le ordené.

Inmediatamente, Dana se apoyó en el colchón con las manos y


se inclinó tanto hacia delante que su espalda formó un
seductor hueco.

Me arrodillé detrás de ella y fijé la barra a los amarres de sus


tobillos para que sus piernas permanecieran abiertas quisiera o
no.

Dana no se resistió, lo cual era aconsejable, porque Dana había


sido de hecho una buena chica durante demasiado tiempo, y
me emocionaba que finalmente se me permitiera castigarla.
Demonios, ardía en deseos de castigarla y sentía placer usando
cualquier cosa con ella.

– Será mejor que te quedes quieta. – le advertí a Dana antes de


trabajar su pequeña espalda con el flagelo. Ella gimió
suavemente, recibiendo mis golpes mientras estiraba aún más
su seductor trasero, ¡qué espectáculo!

Las finas correas de cuero le azotaron la espalda, un poco más


fuerte con cada golpe, pero Dana se mantuvo obedientemente
quieta. El látigo se movía cada vez más hacia abajo hasta que
aparecieron las primeras manchas también en su trasero.

Cada vez que arremetía, el cuero cortaba el aire con un fuerte


silbido. Junto con los jadeos, gemidos y suspiros de Dana, era
una composición única que hacía que mi erección fuera aún
más dura. Dana era claramente más sensible en las piernas que
en otras partes de su cuerpo, ya que su suave suspiro se
convirtió en un sonido fuerte y animal cuando el cuero golpeó
sus muslos, pero incluso así mantuvo valientemente su
posición.

Hay que reconocer que estaba jugando con ella a un juego


perverso. Cada golpe era más fuerte, al tiempo que su piel se
volvía cada vez más sensible. Dana ahogó sus gritos
mordiéndose los labios. Fui misericordioso y permití a Dana
un breve descanso para recuperar el aliento.

Las finas líneas rojas que se extendían por su impecable


cuerpo eran casi como un mapa de nuestros viajes a la sala de
juegos. Reverentemente, acaricié el cuerpo caliente de Dana
con el flagelo y mi mano siguió poco después.

Sus muslos estaban abiertos de forma tan tentadora que no


pude resistirme a acariciar con mis dedos su punto más
sensible. La humedad se había acumulado entre sus piernas y
gemí satisfecho. Dana suspiró suavemente mientras la
penetraba con dos dedos.

Tan cálido… y húmedo… y apretado.

– Me encanta cuando te mojas así para mí.

Maldita sea, la excitación de Dana era como una droga para


mí, y cuanto más recibía de ella, más adicto me volvía. La
tomé con mis dedos y masajeé ese punto tan especial que hizo
que Dana explotara en segundos. Su abdomen se agitó y le
costó visiblemente mantener la posición.

– ¿Puedo correrme? – preguntó suavemente, casi con timidez.

– Todavía no. – respondí en voz baja.

Un fuerte contraste con las duras embestidas. Dana se puso


más tensa y su cuerpo comenzó a temblar.

–¡Por favor, señor! – gritó.


Todavía no, cariño. Para facilitarle las cosas, retiré mis dedos
de ella y le di un beso en los omóplatos. Sus grandes ojos me
miraron con reproche.

– Tendrás que ser capaz de aguantar un poco más por mí antes


de que te permita correrte.

Dana asintió en silencio. Sabía muy bien que estaba haciendo


acopio de todo su autocontrol en este momento para no
gritarme o rogarme ahora mismo. Fui despiadado en ese
sentido.

– Sí, señor.

En su mirada ardía la ira, que no podía ocultar. No podía


culparla, porque acababa de engañarla para que no llegara al
orgasmo, pero puse una cara de advertencia que no impidió
que Dana siguiera mirándome fijamente.

Había tanto fuego en sus ojos que sentí que estaba a punto de
incendiar mi traje.

Entonces, Dana, ¿quieres jugar con fuego? Puedes tenerlo.

Encendí una de las largas velas rojas que había en un


candelabro con fines más que decorativos. Eran una
producción especial hecha de cera agradable a la piel con un
punto de fusión bajo.

Mientras la vela ardía, agarré a Dana, cuyos grandes ojos de


cervatillo se fijaron en mí. Sus ojos volvían a mirar la vela que
estaba a punto de sentir. Había guardado la cera caliente para
un momento adecuado, y ese momento había llegado.
– Serás una buena chica y te quedarás quieta hasta que la vela
se haya consumido lo suficiente como para que pueda usarla,

– Sí, señor.

Guié los brazos de Dana hacia arriba, y luego continué


trabajando el trasero de Dana. No tan fuerte como antes, pero
tampoco con aprensión, ya que me encantaba la forma en que
el cuerpo de Dana se estremecía y sus hermosos pechos
rebotaban ligeramente con cada golpe.

La barra de separación significaba que Dana tenía que


equilibrar cada golpe con la parte superior de su cuerpo. Todo
su cuerpo estaba electrificado.

– Debe ser bastante agotador. – murmuré con suficiencia.

Sin embargo, sabía muy bien que Dana soportaría mucho más
por mí, sólo para complacerme.

– Sí, lo es. – respondió suavemente.

Era mi chica y me fascinaba tanto su humildad que no podía


apartar mis orgullosos ojos de ella.

– Es muy agotador. – corrigió Dana.

Le temblaban las piernas. No duraría mucho tiempo en esa


posición ya que tenía que seguir corrigiendo su postura. Tras
unos cuantos golpes más, me detuve y me acerqué a Dana.
Podía sentir el calor de su cuerpo y su respiración acelerada y
caliente.

– Tienes una opción, Dana. – susurré y luego dejé una pausa


significativa.
– O te sigo pegando con el flagelo -de pie- o si no, pasamos a
la vela ahora -acostada-.

La mirada de Dana iba y venía entre el látigo de cuero en mi


mano y la vela. Antes había mirado la vela como si fuera algo
peligroso, siniestro, ahora le parecía más bien una salvación.

Dana dejó que su mirada se posara en la vela, haciendo así su


elección. Bien. Ahora realmente la calentaría. Me puse de
rodillas frente a Dana, le besé el estómago y luego me la eché
al hombro para llevarla a la cama.

Con ternura, cubrí sus brazos de besos antes de asegurarla a la


parte superior del marco de la cama. Ahora Dana estaba
completamente indefensa ante mí, nada podía salvarla de mi
bestia. La bestia fue despiadada, y la bestia tomaba lo que
quería. Siempre.

–¡Cierra los ojos! – le ordené. Dana obedeció, aunque de mala


gana. Una cosa era quitarle la vista con un paño o una venda, y
otra muy distinta prohibirle simplemente ver. Era más intenso
porque todavía tenía una opción, sólo la prohibición se
interponía entre querer hacerlo y hacerlo.

– Buena chica. – la elogié y recogí la vela, que ya se había


consumido lo suficiente.

Antes de extender la cera caliente sobre el cuerpo de Dana, me


eché un poco en la muñeca, sólo para asegurarme de que la
temperatura era lo suficientemente baja.

Perfecto. La cera no estaba tan caliente como para causar


quemaduras, pero sí lo suficiente como para volver loca a
Dana con ella. Me gustaba la idea de Dana retorciéndose bajo
el calor y suplicando por su orgasmo.

Con esta pequeña cosa ardiente ahora provocaría los más


bellos sonidos de Dana, pero primero quería torturarla un poco
con sus expectativas al respecto.

Lenta y tiernamente pasé mi mano libre por su cuerpo. Desde


los tobillos hasta las muñecas, no se me escapó ni un solo
punto.

Cada vez que Dana pensaba que la cera caliente estaba a punto
de caer sobre ella, daba un pequeño respingo. Se veía hermosa,
tan inocente, pero Dana ya no era así desde hacía mucho
tiempo. Desde nuestra primera noche juntos, la había
corrompido de todas las formas posibles, y las mujeres
corrompidas eran las más bellas a mis ojos.

Finalmente redimí a mi chica inclinando la vela sobre su


brazo. Las primeras y diminutas gotas golpearon su piel,
corrieron un poco por su brazo hasta que se enfriaron y
volvieron a solidificarse.

Dana suspiró suavemente.

– ¿Qué se siente? – pregunté.

En el mismo momento dejé que la cera goteara sobre su otro


brazo, por si acaso había olvidado la sensación de nuevo.

– Extraño. Primero muy caliente, casi insoportable, y luego un


momento después… – Dana buscó las palabras adecuadas.

–¿De repente quieres más? – terminé su frase.


– Sí. – respondió Dana en voz baja.

Su voz temblaba y sonaba reverente, a la vez que áspera y


exigente.

Accedí gustosamente a la petición. Poco a poco fui cubriendo


sus brazos con la cera roja.

Todas las sensaciones debían estar mezclándose en Dana en


este momento. Eso era lo que mejor hacía. Mezclar cosas.
Blanco y negro. Dolor y placer. Amor y odio. Cosas que en
realidad estaban claramente separadas por una línea, de
repente tenían infinitos matices y la línea divisoria
desaparecía. Y de repente te hacías nuevas preguntas sobre
respuestas que ya conocías.

Cada vez que hacía eso con Dana, sabía que tenía que
cuestionar todo lo que había aprendido antes y algunas cosas
se volvían repentinamente claras.

En sus pechos, Dana era especialmente sensible a la cera, sus


manos se clavaban profundamente en los amarres de cuero
mientras su respiración se aceleraba.

Se veía hermosa retorciéndose de placer de esa manera. Y con


cada gota caliente, Dana se retorcía un poco más, sabiendo que
esto sólo extendía la cera aún más por su cuerpo. Cuando sus
brazos y la parte superior del cuerpo estaban casi
completamente cubiertos de cera, coloqué la vela en la parte
inferior de su pierna. A partir de ahí fui subiendo poco a poco.

– Si ya reaccionas así con tus hermosos pechos, me pregunto


cómo de intenso será en otros lugares.
Dana se mordió los labios.

La cera se extendió por los muslos de Dana y recorrió su


sensible interior. A estas alturas, toda la sábana estaba cubierta
de cera, pero eso no hizo más que perfeccionarme la vista.

Tan caliente…

Cuanto más me acercaba al punto más sensible de Dana,


mayor era su tensión. Era imposible para ella resistirse. Sus
manos estaban firmemente sujetas a los postes de la cama y
sus piernas estaban sujetas por la barra de separación. Contuvo
la respiración, era lo único que podía hacer. Dana sólo podía
quedarse quieta ahora, esperar el dolor y superarlo por mí.

Me encantaban los pequeños temblores que recorrían su


cuerpo y lo mucho que Dana se esforzaba por mantener los
párpados cerrados. Su corazoncito latía tan fuerte que casi
podía oírlo.

– ¿Cómo puedes mantenerte tan tranquilo mientras yo estoy


ardiendo así? – preguntó Dana.

– Años de práctica. Créeme, cariño, o ya encima de ti.

Sólo unos pocos centímetros más hasta que la cera tocara sus
muslos, donde su piel era más sensible. A estas alturas, la vela
alargada se había reducido a más de la mitad. De hecho, ahora
sólo era un gran trozo de cera ardiente que sostenía entre mis
dedos.

Dana ya se estaba preparando para las sensaciones más


extremas, pero hoy no iría tan lejos, lo que no significaba que
fuera a iniciarla ahora mismo. Jugué con sus miedos y
expectativas durante un rato más.

– Me encanta cuando hago una obra de arte con tu cuerpo. –


dije murmurando.

– Soy tuya y puedes hacer lo que quieras conmigo. – susurró


Dana con devoción. – Me gusta que hoy sea tu obra de arte.

Maldita sea. Al oír esas palabras, mi bestia, mi lado rudo y


salvaje, tomó el control. Volví a poner la vela en el candelabro,
me quité el traje y me arrodillé junto a Dana. Primero liberé su
brazo izquierdo del poste de la cama, luego el derecho. Pero
sólo para sujetarlo a un pequeño ojal en la barra de separación.
Así que Dana tuvo que mantener la única posición posible
para ella con estas ataduras. Sus brazos estaban estirados hacia
arriba a la altura de la cintura, al igual que sus piernas.

La tentadora vista de las partes más íntimas de Dana me hizo


gruñir suavemente. No es que Dana tuviera otra opción, pero
me encantaba cuando se mostraba ante mí.

– Ya puedes volver a abrir los ojos, Dana.

A pesar de la cálida luz de la habitación, Dana parpadeó un par


de veces hasta que se acostumbró a la luminosidad de la sala
de juegos. Miró más de cerca la barra de separación a la que
estaban atados sus muñecas y tobillos. La curiosidad y la
excitación se mezclaban a partes iguales en su mirada. Casi
invisibles fueron sus movimientos para colocarse en una
posición más cómoda, pero enseguida dejé al descubierto el
cuerpo de Dana. Intentó no dejar ver lo difícil y agotador que
era para ella esa postura.
–¿Cómoda?

– Sí, señor. – respondió Dana.

Provocadoramente, me miró directamente a los ojos.

–¿Qué fue eso de mentir, preciosa?

– Eso merece un castigo. – Dana sonrió.

Si Dana supiera en qué otras posiciones podría forzarla con


una barra separadora, dejaría de reírse, pero todo a su tiempo.

Ahora me follaría a mi niña traviesa. No podía pensar en otra


cosa. Sólo estaba mi polla dura, su pequeño y apretado coño y
el fuego entre nosotros. Esa visión caliente, lo preparada, lo
mojada que estaba Dana para mí, hizo el resto.

Gruñendo, me arrodillé entre sus muslos abiertos y le clavé mi


dura erección, sin perder tiempo. Empujé una y otra vez. Me
agarré a su barra separadora y me dejé perder completamente
en mi éxtasis, porque eso era exactamente lo que necesitaba y
lo que Dana ansiaba. Diablos, Dana siempre me daba
exactamente lo que había estado buscando toda mi vida, y eso
que ni siquiera lo había pedido.

Dana era la única mujer a la que podía reprender y castigar


como quisiera y me adoraba por ello.

Dana era la única mujer a la que podía follarme tan fuerte y


profundamente que gritaba de placer.

Dana era la única mujer que amaba fuera de la sala de juegos.

Reduje el ritmo, mis embestidas ya no eran duras, sino


sensuales, pero seguían siendo igual de profundas. Hasta la
empuñadura hundí mi erección en su pequeño y apretado
coño.

– Dios, Dana, no puedo contenerme contigo.

Dana dijo algo, pero las palabras se desvanecían en gemidos.


Sin embargo, sentí exactamente lo que Dana quería decir. En
momentos como éste, las palabras no eran necesarias para
conocer la definición de sus sentimientos. Entonces el
orgasmo estalló sobre Dana y se entregó a mí sin freno. Ella
apretó fuerte, jodidamente fuerte, alrededor de mi erección, y
yo gemí e incliné mi cabeza hacia atrás.

¡Joder! Eso se sentía tan jodidamente bien.

¿Dónde se había escondido esta mujer todos estos años?

Empujé un par de veces más, disfrutando de la tensión


alrededor de mi miembro, y luego lo saqué. Con rápidos
movimientos de bombeo, seguí masajeando mi erección.
Quería ver mi oro en su cuerpo, perfeccionando aún más mi
obra de arte de marcas y cera.

Gimiendo, me derramé sobre el cuerpo de Dana. Seguía


respirando con dificultad e irregularidad. Sin embargo, Dana
no perdió la oportunidad de mirarme furtivamente. Sus ojos se
deslizaron por mi torso sudoroso, mis abdominales tensos
hasta mi miembro medio rígido.

A pesar de lo excitado que estaba, Dana no debería estar


provocándome. A diferencia de mí, ella todavía tenía
obligaciones.
– Sólo deberías retarme a un segundo asalto si puedes
soportarlo. – dije amonestándole.

– Disculpe, señor. – ronroneó Dana. Ella se relamió y dirigió


hábilmente mi mirada hacia su centro.

– Dios mío. – gruñí – Realmente tienes ganas.

– Tal vez. – sonrió con coquetería.

– Te azotaré por eso después, una y otra vez. Me voy a poner


cachondo contigo y te voy a volver loca hasta que me ruegues
que por fin te meta la polla en la boca.

Mi voz era tranquila, pero irradiaba una autoridad increíble.


Poder.

Solté los amarres de cuero de la barra de separación, liberando


a Dana de su incómoda posición.

– Pero no hasta que vuelvas del trabajo.

– Entonces, ¿por qué me lo dices ahora? – preguntó Dana.

– Porque sé que estarás pensando en ello todo el tiempo –


sonreí con complicidad.

– Bien. O llamaré para decir que estoy enferma y pasaremos el


día en la sala de juegos. A juzgar por la cara de Dana, iba en
serio. Es raro. En realidad, para Dana, el trabajo era el eje
central de su vida, aunque últimamente apenas habláramos de
él.

–¿Soy tan mala influencia para ti?

– No, sólo me has pervertido. – respondió Dana con una


sonrisa.
Un momento después, su rostro volvió a ponerse serio.

– Es que últimamente no me gusta tanto estar en el Hotel


Royal Renaissance. Eso es todo.

–¿Mucho estrés?

– Sí, podría decirse que sí. Sólo hay clientes a los que les gusta
volver locas a las pobres criadas.

– A mí también me gusta volverte loco.

– No, eso es algo completamente diferente. Contigo me gusta


ser sumisa, pero con este tipo de invitados es sólo una
humillación. ¿Sabes? Sólo quiero poder salvar las apariencias,
pero ahora mismo es bastante difícil. – suspiró con fuerza.

Pobrecita. Ojalá pudiera hacer algo para ayudarla.

– ¿Por eso estás tan callada? – pregunté, aunque ya sabía la


respuesta.

Sin responder, Dana agarró mi reloj que estaba sobre la


cómoda y gritó.

–¡Ay, Dios! Debería darme prisa.

Se levantó de un salto y corrió descalza hacia el vestidor, un


piso más abajo. Sus pies descalzos resonaban en el suelo de
mármol negro. Después de ponerme el traje, la seguí. Aunque
entré en el vestidor sólo unos minutos después que ella, apenas
reconocí la habitación. Decenas de vestidos, camisas y zapatos
estaban esparcidos por la habitación, y en medio de todo se
arrodillaba una angustiada Dana, enterrando su rostro entre las
manos.
–¿Qué pasa? – pregunté.

Puse mi mano en su hombro desnudo para reconfortarla.

– No tengo nada que ponerme.

–¿Y qué pasa con toda la ropa que te rodea?

– No es mi ropa.

– Por supuesto que lo es, ¿de quién si no?

Dana miró a su alrededor y se encogió de hombros.

– Sí, me las compraste, pero no es mi ropa. ¿Lo entiendes?


Mis vestidos están en cajas en algún lugar del sótano, al igual
que todas mis cosas.

No soy experto en analogías femeninas, pero era obvio que no


se trataba de los vestidos.

– Puedo subirte todo si quieres.

–¡No cambia nada!

–¿No cambia el qué?

– Un armario lleno de Prada, Gucci y Versace no cambia el


hecho de que soy una simple criada.

Todavía no tenía ni idea de lo que Dana estaba hablando o de


cuál era el problema.

– Eso no es cierto, Dana. Eres inteligente, bonita y divertida.


Eres mi chica.

–¿Pero es suficiente?

Dana se levantó y, aunque volvió la cara hacia otro lado, vi


una bruma de lágrimas en sus ojos.
– Dana, mírame. – le ordené con severidad.

Dana obedeció, pero verla tan angustiada casi me rompe el


corazón. La tomé en mis brazos y le acaricié el pelo.

– Nunca seré como tú. – sollozó.

– Me perteneces, y eso es lo único que importa.

– ¿Es así como piensan tus padres? ¿Tu hermana? ¿La alta
sociedad de la que te rodea? ¿Deborah?

Sus preguntas parecían acusaciones. Poco a poco fui


adivinando qué le pasaba a Dana en realidad.

– Por supuesto.

–¿Así que les has hablado de mí?

– Max lo sabe, y os lleváis muy bien de todos modos.

–¿Y nadie más lo sabe?

– Todavía no he podido decírselo a mis padres. Pero mi madre


te quiere, tanto si eres una criada como una heredera
millonaria. No le importa, todo lo que quiere es una gran
familia feliz.

Dana se mordió los labios, pensativa.

– Deborah lo sabe.

–¿Y qué?

No sabía lo que Dana estaba tratando de decirme.

– Ella cree que no soy lo suficientemente buena para ti.

–¿Ella dijo eso?


– Sí, muy claramente en realidad. – respondió Dana
desafiante.

Levanté una ceja y miré a Dana con atención. Sea lo que sea lo
que haya pasado entre las dos, había hecho mella en Dana. Esa
debía ser la razón de su extraño comportamiento, pero también
Dana podría habérmelo dicho antes.

– Tal vez lo hayas entendido mal.

– No, sus palabras fueron más que claras.

Dana me miró con rabia.

– Y aunque lo dijera, ¿qué más da? ¿Desde cuándo te importa


tanto la opinión de los demás?

–¡Porque no se trata sólo de mí, sino de nosotros! – respondió


Dana indignada.

– Sí, lo entiendo.

– Pero nada más.

– No, nada más. – respondí con sinceridad.

–¡Y ese es el maldito problema!

Dana cogió el vestido rosa que tenía más cerca y se lo puso.

En silencio, esperé a que Dana se explicara.

– ¿Soy lo suficientemente buena para ti? – susurró Dana.

No se atrevió a mirarme a los ojos mientras me hablaba.

– Por supuesto que sí. Te lo demuestro cada día.

¿De dónde sacó Dana la idea de que no era así? Había


comprado un puto piso cerca de su trabajo, repartía cariños y
azotes a partes iguales, y hasta hace unos minutos había creído
que todo estaba bien entre los dos.

– Entonces, ¿por qué sólo me presentaste como tu


acompañante en la boda? – preguntó Dana.

Pero no me dio tiempo a responder, sino que fue directamente


a por mí con preguntas.

– ¿Por qué tu nombre es el único que aparece en la puta placa


de nuestro piso? ¿Y por qué tus padres no saben la verdad?

Dana ya no pudo contener las lágrimas. La habría abrazado de


nuevo, pero Dana rechazó todos los intentos. Así que me
apoyé en el marco de la puerta y esperé a que se calmara un
poco.

– ¿Connor? No sé cómo voy a conseguir formar parte de tu


mundo si no me haces sentir que lo soy.

Podría cambiar la estúpida placa con el nombre ahora mismo,


llamar a mis padres y luego esparcir las pertenencias de Dana
por todo el piso, pero sabía que eso no resolvía el problema.
Todo esto no era más que una excusa, rabia contenida que se
disparaba hacia fuera por una válvula rota. Si sólo pudiera
encontrar esa maldita válvula.

– Tal vez deberías decir que estás enferma hoy para que
podamos resolver esto.

Saqué mi móvil del bolsillo y se lo ofrecí.

– No. – Dana negó con la cabeza. – Necesito pensar un poco


primero, y tú también deberías hacerlo antes de que
empecemos a pensar en cosas de las que luego nos
arrepintamos.

Esas fueron sus últimas palabras antes de desaparecer de la


habitación y luego del piso. Lo que quedó fue el silencio, la
confusión y yo.

¿Qué demonios acaba de pasar?


Dana

AUNQUE MIS LÁGRIMAS SE habían secado hace tiempo,


aún podía sentirlas. Incluso los huéspedes del hotel Royal
Renaissance me miraban hoy con más pena que de costumbre,
si es que se fijaban en mí.

Afortunadamente, la mayoría no presta atención a las criadas.

En este momento, mi cinismo era el que más gritaba, junto con


mi conciencia culpable. Sabía que había tratado a Connor
injustamente, después de todo él no tenía ni idea de lo que hizo
Deborah en la gala.

¡Pero debería haberlo sabido!

¿Habría cambiado algo? Tal vez. Si me hubiera marchado de


la gala sin prestarle a Deborah ni un segundo de atención,
seguro que ahora no tendría ninguna duda. Ni de mi relación,
ni de mi estatus, ni de mí misma.

Se me apretó el estómago al recordar mi primera pelea con


Connor. En realidad, debería haber tenido la valentía de
contarle a Connor lo que estaba pasando dentro de mí. Connor
era tan comprensivo que seguramente habría tomado en serio
mis sentimientos y temores.

Y ahí llegó, la peor sensación de todos los tiempos. Me sentí


fatal por haberle gritado a Connor sin razón alguna y me
hubiera encantado dejarlo todo y disculparme con él
inmediatamente.

–Daaanaaa. – llamó Shannon Williams por la radio.

Zumbaba y crepitaba más fuerte de lo habitual, quizá debería


cambiar las pilas.

– ¿Sí, Sra. Williams?

– ¡A mi oficina!

– Allí estaré.

Si alguien me hubiera dicho esta mañana que me pondría


contenta con las absurdas tareas de Shannon Williams, lo
habría tachado de loco. Pero sí, de alguna manera hoy me
alegré de que la loca de mi jefa tuviera una tarea para mí. Algo
que me ofreciera variedad y me distrajera. ¡Hoy sin duda
necesitaba un descanso de mis confusos sentimientos!

Desde que los ascensores de servicio volvieron a funcionar,


todo volvió a la normalidad en el hotel. Al menos había algo
que se sentía normal.

La puerta del despacho de Shannon Williams estaba cerrada,


así que llamé dos veces y esperé a que me dieran permiso para
entrar.

–¡Sí, pasa!
Entré. A primera vista, me di cuenta de que Shannon Williams
estaba radiante de alegría. No era buena señal, mi jefa nunca
estaba de buen humor a menos que pudiera llevar a cabo uno
de sus planes de vigilancia de supervillana. Mi siguiente
mirada fue al escritorio de mi jefa, que estaba lleno de
monturas de gafas, y entonces supe por qué estaba sonriendo.
Al final lo de las gafas con cámara salió adelante.

– ¿Así que la junta aprobó las gafas al final? – pregunté con


cautela.

– ¡Todavía no! Pero lo hará, créeme que lo hará.

Mi jefa sonreía emocionada.

– Claro. – respondí casi sin ocultar mi sarcasmo.

Pero la Sra. Williams estaba tan eufórica que no se dio cuenta


de nada, ni siquiera de su evidente pérdida de realidad.

– Vamos, Dana. Ponte las gafas. – exigió Shannon Williams.

– Claro.

Me acerqué a la gran mesa sobre la que había docenas de


monturas de gafas negras.

Shannon Williams cogió uno de los modelos y me lo entregó.

– Las gafas se ven geniales, ¿no? Completan el conjunto del


servicio.

Cogí las gafas y me la puse. Se me hacía rarísimo.

– Bueno. No puedo decirlo hasta que vea el conjunto. –


respondí mientras seguía mirando por encima del borde de las
gafas.
Los cristales de la montura no tenían graduación, pero aun así
se me hacía extraño ver mi campo de visión enmarcado.

–¡Oh, sí! Claro.

La Sra. Williams sacó un espejo de mano del cajón superior y


me lo entregó.

“Qué fuerte”. Eso fue lo primero que se me pasó por la cabeza.


El pensamiento que siguió fue “raro”. Todo lo que vino
después de eso fue algo entre extravagante y totalmente
disparatado. Por no hablar de que, en conjunto, no combinaba
nada: unas gafas elegantes de pasta y un uniforme de una pieza
deslavado no pegaban en ningún universo posible.

– ¿Y estas gafas están grabando ahora todo lo que veo? –


pregunté.

– Sí, tan pronto como el técnico del edificio y los de seguridad


hayan instalado todo el material técnico.

Los equipos técnicos, las pantallas y los discos duros se


encontraban en las salas de seguridad. Sólo que ahora los
guardias de seguridad no sólo vigilarían los garajes, los
aparcamientos y los pasillos, sino también a mis compañeras.
Algo así nunca podría salir bien, pero no protesté más porque
no tenía sentido. Tenía que poner en marcha el proyecto de
alguna otra manera.

– Bueno, vuelvo al trabajo. – le dije.

– ¿Por qué no vuelves media hora antes del final del servicio
para que podamos evaluar los resultados juntas?

– Será un placer. – respondí con dulzura.


Cuando la puerta se cerró de golpe detrás de mí, solté un
grueso mechón de mi coleta. Ahora un rizo rubio bailaba de un
lado a otro frente al objetivo de la cámara instalada en el lado
izquierdo de la montura. También ajusté el encuadre varias
veces y dejé algunas huellas en la cámara.

Fue un buen comienzo, ¿no? Tal vez Rebecca tenía otra idea
para sabotear más la fase de prueba. Hoy nos habían asignado
los pisos inferiores. Cuanto menor fuera el número de la
habitación, menor era el equipamiento del personal de
limpieza. Las habitaciones eran mucho más pequeñas, al igual
que las camas, y el número de baños se reducía drásticamente
junto con ellas. A cambio, el número de habitaciones se
triplicó.

De camino a la quinta planta, bajaba la mirada ante cada


huésped. Me sentía incómoda grabando a la gente en secreto.
Definitivamente no servía para agente secreto.

La radio crepitó.

– Dana, se ha roto un cristal en la habitación 3601.

En silencio, repetí el número de la habitación.

Habitación 3601 - la habitación de Deborah.

Aunque hace tiempo que Connor había dejado el hotel,


Deborah seguía allí. Pero desde la gala ya no ocultaba mi
trabajo, había dejado de esconderme en los pasillos o de
inventar excusas para evitar el piso treinta y seis. Pero todavía
no quería entrar en la habitación de Deborah.
– Ahora mismo estoy muy ocupada. – mentí, esperando que la
cámara no transmitiera aún ninguna imagen que pudieran
poner al descubierto mi mentira.

Un silencio interminable. Me preguntaba si otra criada estaría


disponible. Recé en silencio para cruzarme con una de mis
compañeras y que se hiciera cargo de esta molesta tarea.

– Eso puede esperar. Pareces causar muy buena impresión a


los clientes.

Entrecerré los ojos. ¿Qué había querido decir mi jefa con eso?

Esto me hizo sentir tan mal que me dio náuseas.

– Estoy muy ocupada, le pediré a Rebecca que lo haga. –


intenté por última vez.

– No, la clienta insistió en ti porque fuiste muy amable la


última vez.

Por supuesto.

– Estoy de camino.

Suspiré, pues no tenía otra opción. Si me hubiera negado, tarde


o temprano me despedirían. Aun así, tenía miedo de lo que se
avecinaba. Deborah Landry sin duda me había preparado una
emboscada. Joder, eso era lo que menos necesitaba. Si al
menos no hubiera discutido con Connor, esto no sería tan
desagradable y podría escuchar con la cabeza alta lo que
Deborah tuviera que decir.

Cuando llegué a la habitación 3601 me había cincelado una


expresión neutra. No era perfecta pero aun así me dio algo de
tranquilidad. Ese semblante me iba a durar mucho. Si me daba
prisa, no tardaría ni dos minutos en limpiar los trozos.

Llamé a la puerta y Deborah me invitó a entrar un segundo


después.

– Has tardado mucho. – se quejó Deborah de inmediato.

Hoy llevaba una falda verde menta y una blusa blanca. Su


atuendo se completaba con un cinturón dorado de Chanel.

– Ya estoy aquí. – respondí con calma.

Este era el tipo de reproche que recibían las camareras todos


los días, así que podía lidiar fácilmente con ello.

Tuvimos un concurso de miradas de primera clase. Deborah


parecía estar pensando y finalmente abrió la boca para decir
algo.

– Bonitas gafas, Josephine. No pensé que tuvieras tanto estilo.

Me callé. ¿Qué podría haber dicho? ¿Que era un nuevo


artilugio de espionaje para el personal?

Examiné el suelo con una mirada rápida en busca de los


cristales rotos. Había un vaso de whisky roto justo delante de
la barra. Incluso sin mirar más de cerca, pude ver que alguien
lo había roto porque se había astillado en cientos de pedazos.

Sin esperar la petición de Deborah, y mucho menos una orden,


me puse a recoger los pedazos.

¿Estaría ya la cámara transmitiendo en vivo? Al menos no


grababa mis gestos, que me resultaban difíciles de controlar.

– Tenemos que hablar de Connor. – comenzó Deborah.


– No, no tenemos. – respondí mientras recogía los fragmentos
grandes con la mano y los tiraba a un contenedor de plástico.

Deborah se aclaró la garganta.

– Lo siento, pero creo que he oído mal.

– No voy a hablar de Connor. – repetí.

Tampoco quería hablar de mi relación con Connor, ni quería


discutir al respecto con Deborah. Yo era la chica de Connor y
eso no iba a cambiar, ¡hubiéramos discutido o no!

– Me pregunto si la dirección del hotel sabe lo maleducadas


que son sus criadas.

Respiré profundamente, luego solté el montón de cristales


rotos y me puse de pie.

– Como camarera, me estoy comportando de forma


absolutamente correcta con usted, señorita Landry. Pero
ciertamente no tengo que comportarme ni me comportaré
como su amiga después de nuestro encuentro en la gala. Sobre
todo, no voy a pelear en una batalla que ya he ganado hace
tiempo.

La ira ardía en Deborah, su sangre hervía y el rubor de la ira


era evidente incluso bajo su colorete.

– Yo en tu lugar no estaría tan segura de la victoria, no tienes


ni idea de con quién te estás metiendo, Dana.

Deborah escupió mi nombre como si fuera bilis.

– Cierto, y no me importa.
Por fuera me mostré imperturbable y tranquila, pero por dentro
celebraba mi rápido ingenio, el coraje y la fuerza que acababa
de demostrar.

¡Toma eso, Deborah!

– Mierda, te voy a joder. ¡Voy a aplastar esa insignificante


existencia que llamas vida bajo mis talones y a escupirla!

Deborah estaba viniéndose arriba, mostrando su verdadera


cara. ¡Espero que la maldita cámara haya grabado eso! ¡Me
habría encantado correr a seguridad ahora mismo para
asegurar la grabación y enseñarsela a Connor! Pero me
contuve y seguí concentrándome en Deborah.

– Debe ser una vida bastante solitaria la que llevas. Con tanta
envidia y resentimiento. – afirmé con naturalidad – ¿De qué
sirve la cuenta bancaria más abultada del mundo si no tienes
amigos, ni familia con la que compartir todas las alegrías de la
vida?

Sabiendo muy bien que a Deborah le habría encantado


apuñalarme por la espalda, me alejé de ella para aspirar los
fragmentos de vidrio restantes. Sonreí triunfalmente para mis
adentros mientras Deborah estaba a punto de explotar de rabia.
Hay que reconocer que la rabia de Deborah era como una
droga para mí, de la que quería más. Y además de eso, yo tenía
el control. Mientras la aspiradora estuviera en marcha,
Deborah tenía que guardar silencio.

Deborah me dio un doloroso codazo en el hombro y


desapareció en el dormitorio. Estaba un poco decepcionada
con la cobardía con la que Débora se había retirado de repente,
¿el orgullo herido necesitaba lamerse las heridas?

En cualquier caso, ahora no me importaba aspirar la alfombra


con más cuidado que de costumbre.

Sólo cuando no pude alargar más la aspiración, Deborah


regresó y se apoyó en el marco de la puerta, sonriendo. Su
rostro había cambiado, el brillo malicioso de sus ojos no
presagiaba nada bueno.

– No deberías cantar victoria tan pronto. – sonrió Deborah con


picardía.

Así que ya había encontrado una nueva forma de atacarme.


Pero si el ataque era igual que el anterior, supongo que no
tenía nada de qué preocuparme. Podría soportar un empujón.

– La alfombra ya está limpia, señorita Landry. – dije con


frialdad y luego salí de la habitación.

Dios mío. ¿Qué acababa de pasar?

Sólo en ese momento me di cuenta de lo fuerte que me latía el


corazón. Todo el tiempo me había sentido tan tranquila, tan
superior. Pero ahora sentía lo nerviosa que estaba en realidad.

Entonces me di cuenta de lo que acababa de suceder en la


habitación 3601 y me quedé sin aire.

¡Mierda, estoy jodida!

Aunque tuviera que admitirlo a regañadientes, Deborah


realmente podría destruir mi vida. Si Deborah hablaba con
Shannon Williams, estaría jodida del todo. Había roto docenas,
tal vez cientos de reglas de la casa durante la estancia de
Connor como huésped.

Sí, las reglas de la casa no eran leyes y romperlas no era un


crimen, pero igualmente tenían consecuencias: el despido.

Tuve el mal presentimiento de que éste era mi último día como


camarera. Y si no podía hablar con alguien de mis problemas
de inmediato, corría el riesgo de reventar. Saqué la radio del
bolsillo y pulsé el botón de transmisión.

– ¿Rebecca?

– ¡Presente! – respondió rápidamente por radio.

– Se están acabando las sábanas en el piso treinta y tres.

–¡Ay, Dios! Ahora mismo voy.

Su voz sonaba áspera y preocupada. Con razón. Era mi código


secreto para: ¡Ayuda, el mundo se acaba! y otros problemas
similares.

¡Ayuda! ¡SOS! ¡Socorro! … Mayday.

– Gracias, Beccs.

El lavadero de la planta treinta y tres era algo así como mi


refugio para catástrofes o mi base secreta de superhéroes.
Rebecca lo había bautizado así hace tiempo. Para el resto de
las camareras, era simplemente el lavadero del piso treinta y
tres.

Me preguntaba si mis gafas ya estaban grabando. Hace un


momento deseaba que todo se grabara, pero ahora no me
importaba que hubiera una conexión suelta o un cortocircuito
porque me sentía vigilada. Cuando estas gafas se convirtieran
en parte del uniforme, el día a día de las camareras sería
paranoia y más paranoia.

De todos modos, no podía dejarme las gafas puestas o mi


conferencia secreta no sería secreta por mucho tiempo, pero
tenía una idea para eso.

De camino al ascensor del servicio, me desvié un poco hacia el


aseo del personal más cercano. Abrí la puerta, me quité las
gafas y las guardé en el bolsillo lateral. Allí estarían a buen
recaudo entre las gominolas de miel del bosque y los
caramelos de crema de fresa.

A continuación, apagué la radio y me dirigí a mi lugar de


encuentro secreto. El plan era perfecto, nadie sospecharía
nada. Si después me preguntaban por qué no me había vuelto a
poner las gafas, simplemente podía decir: ¡Uy, se me olvidó!

Rebecca ya me estaba esperando.

– ¿Qué ha pasado? – dijo antes de que la puerta se cerrara de


golpe.

Su rostro mostraba auténtica preocupación.

– Beccs, ha sido horrible. Ya el día empezó jodidamente mal. –


empecé a contar.

De acuerdo, en realidad había empezado de forma brillante,


con un delicioso desayuno seguido de múltiples orgasmos
incluso antes de que entrara en la sala de juegos.

– ¡Cuéntame! – exigió Rebecca.


– Connor y yo nos peleamos por Deborah. Por lo que dijo.
¡Dios, cómo odio a esa mujer! Y creo que está intentando que
me despidan, acabo de estar en su habitación con ella.

– ¿¡Qué estabas dónde!? ¿Cómo ha sido? – preguntó Rebecca,


horrorizada.

– Tiró un vaso al suelo e hizo que me llamaran.

– Estás de broma…

– No, lo hizo, trató de hacerme quedar mal otra vez.

– Pero no lo consiguió, ¿verdad?

La expresión de Rebecca se tensó y sus manos se cerraron en


puños. Casi parecía como si Rebecca estuviera a punto de
lanzar un puñetazo en cualquier momento.

– No, estuve totalmente tranquila, tan tranquila que Deborah


casi explota. Pero creo que eso sólo empeoró las cosas. La
desesperación me comía por dentro. ¡Me tenía que haber
callado!

– Tendrás que explicármelo con más detalle.

– Si Deborah lo cuenta, me despedirán. Estoy cien por cien


segura de que va a irse de la lengua.

–¡No es en serio! ¿Y qué dice Connor de esto? ¿Has hablado


ya con él? Seguro que está de tu lado.

Me mordí los labios.

– Connor y yo tuvimos una pelea antes de venir al trabajo.

Rebecca inclinó la cabeza hacia atrás con un gemido.


– No hablas en serio, ¿verdad? ¿Os habéis peleado por esa
zorra?

Asentí con la cabeza y tragué con valentía las primeras


lágrimas que brotaban.

– ¿Qué dijo Connor exactamente?

– Nada de lo que quería oír. – resoplé.

Pero sólo porque no era lo que quería oír en ese momento no


significaba que sus respuestas fueran incorrectas, ¿verdad?
¡Mierda!

Debería haberme protegido, ese era su deber, después de todo


yo era su chica.

– ¿Pero lo que había que decir? – preguntó Rebecca con


cautela.

– Tal vez. – admití a regañadientes.

En el fondo, tenía que admitir que mi mejor amiga tenía razón.


Hasta ahora lo había visto todo desde mi punto de vista. Para
él, Deborah no era una bestia, ni un monstruo, sólo era la niña
mimada de unos padres adinerados que eran amigos de sus
padres.

– Tal vez. – repetí mis propias palabras – tal vez me dejé llevar
demasiado por mis emociones. Tengo tanto miedo de perderle.

Y de repente me di cuenta de por qué había reaccionado de


forma tan extrema, quería a Connor. Le quería de verdad, y de
ninguna manera quería perderlo por alguien como Deborah.
No, en realidad no quería perderlo con nadie. Yo era su chica,
e iba a seguir siéndolo durante todo el resto de mi maldita
vida.

– ¿Crees que puedes volver a sacar el tema?

– Sí, creo que sí, no gritamos. Bueno, Connor al menos no.

– Bueno, entonces, estoy segura de que se solucionará pronto


y esta noche te reirás de lo ocurrido. Él tampoco quiere
perderte, estoy segura.

Las palabras de Rebecca fueron un bálsamo para mi alma.


Ahora la discusión con Connor no pesaba tanto sobre mis
hombros. La presión en el pecho, la sensación de no poder
respirar disminuyó, pero no desapareció por completo.
Rebecca también se dio cuenta de mi expresión pensativa.

–¿Hay algo más?

–¿Qué voy a hacer si me despiden?

– Estoy segura de que Connor comprará el Hotel Royal


Renaissance para que puedas volver a trabajar aquí. – dijo
Rebecca riendo.

– Y si…

No me atreví a terminar la frase. Al mismo tiempo, traté de


convencerme de que sólo era una pequeña discusión tonta.
Una pequeña discusión que no significaba nada. Una diminuta
cosa que seguramente se habría evaporado a la noche. ¡Ojalá!

Sacudí la cabeza y aparté todos los pensamientos de mí, luego


miré a mi mejor amiga.
– Da igual, hay cosas más importantes de las que preocuparse
ahora.

–¿Cómo qué?

– Tengo esas estúpidas gafas con cámara aquí. – susurré.

En realidad, el susurro no había sido necesario, pero parecía


apropiado.

–¿De verdad? ¡dejamelas ver!

– Aquí no. – continué susurrando – En el pasillo. Creo que ya


estamos en el aire.

–¡Vaya, es como el Gran Hermano! – dijo Rebeca fascinada


con un toque demasiado eufórico para mi gusto.

– Tenemos que asegurarnos de que esto no se apruebe nunca.

– Podríamos ir a la policía. – dijo Rebecca encogiéndose de


hombros.

– Tu pragmatismo te honra, Beccs. Pero denunciar al


empresario anula nuestra seguridad laboral.

–¿Y si lo filtramos a la prensa? De forma anónima, por


supuesto.

– Yo también lo había pensado, pero probablemente nos


costaría el puesto de trabajo a todos. Si se cuestiona la
discreción del hotel más discreto de la ciudad, ¿quién va a
venir aquí?

– Ya se nos ocurrirá algo, seguro. Y tú y Connor estaréis bien,


ambos sois ya mayorcitos, sabréis solucionarlo.

Beccs me guiñó un ojo.


– Gracias.

Abracé a mi mejor amiga y le di un beso en la mejilla.

– Habría perdido los nervios si no llega a ser por ti.

– Para eso están las mejores amigas. Ahora debemos ponernos


en marcha, la alfombra del pasillo del piso doce está
esperándonos.

– Claro. – respondí con alivio.

Ahora parecía volar con cada paso, estaba tan aliviada. Justo
antes de los ascensores, saqué mis gafas del bolsillo y dije:

–¡Salimos al aire en tres, dos, uno!

Rebecca soltó una suave risita, pero no pudo contener más la


risa cuando me vio con las gafas.

– ¡Dana, pareces una profesora!

Casi me sentí halagada por el cumplido, pero entonces


Rebecca añadió:

– De una película para adultos.

A continuación, Rebecca imitó una mamada apasionada que


me hizo reír.

– ¡Si sigues burlándote de mí así, me aseguraré de que


empieces a usar una de estas cosas mañana!

–¡Oh, no! – continuó gimiendo Rebecca.

Sacudí la cabeza y desvié la mirada de mi mejor amiga, que no


paraba de hacer muecas porno.
– Ay, casi lo olvido. – recordé, sacando mi radio del bolsillo y
encendiéndola de nuevo. Ahora que mi pequeña reunión del
consejo secreto en el lavadero había terminado, tenía que
volver a estar disponible para todos.

Rebecca ya se había calmado, y ahora nos pusimos juntas con


las alfombras de los pisos inferiores.

Una cosa me había quedado clara. No había nada que pudiera


detenerme y no había nada que pudiera destruir mi relación.

– ¡Daaanaaa!

– Ya voy. – respondí anticipándome.

No hubo respuesta. Extraño, pero tampoco sospechoso.

El tiempo con Rebecca había pasado volando, y justo ahora


estábamos abasteciendo el carro con productos de limpieza.

– ¿Ahora tienes poderes psíquicos?

– No. Pero tengo que pasar por su despacho antes de terminar


el turno para hablar de las gafas.

La mirada de Rebecca iba y venía entre su reloj de muñeca y


yo.

– Pero no salimos del trabajo hasta dentro de dos horas.

Vale. Si que era un poco extraño, la verdad.

– ¿Tal vez estaba mirando las grabaciones y se dio cuenta de


algo? O tal vez no haya ninguna grabación porque la
tecnología aún no funciona.

– Bueno. Lo sabrás en un minuto. – dijo Rebecca.


– Sí. – respondí – Pero algo me da mala espina.

– Sólo hazme saber si necesitas refuerzos en el foso de los


leones.

–¡Lo haré!

Mientras Beccs cruzaba los dedos por mí, entré en el despacho


de mi jefa con una inquietud. La sensación se intensificó
cuando oí voces exaltadas a través de la puerta del despacho
semicerrado de la señora Williams. Una voz histérica y la
propia Sra. Williams tratando de calmar en un falsete
igualmente alto. Con precaución, miré a través de la rendija.

¡Mierda, mierda, mierda!

Quería darme la vuelta, pero la señora Williams ya me había


visto a través de la puerta.

– ¡Dana, me alegro de que estés aquí para que podamos


arreglar esta situación tan incómoda!

– Por supuesto. – respondí con profesionalidad. Entonces miré


a Deborah, que estaba de pie delante del escritorio,
completamente consternada. Su maquillaje estaba
completamente corrido.

–¡Sí! – gritó Deborah – ¡Esa es la ladrona!

Me señaló con un dedo levantado y mi corazón se detuvo por


un momento.

– ¿Qué? No entiendo nada. – respondí con toda la calma que


pude, aunque el pánico me invadiera.

¿Así que este era el plan de Deborah? ¿Acusarme de robar?


–¡Me robaste mi broche!

– No he robado nada, Sra. Landry.

Ahora intervino Shannon Williams.

– Pero hoy estuviste en la habitación 3601, ¿no es así Dana?

– Sí, porque se había roto un vaso. Limpié la habitación y me


fui.

–¡Mentira! – le espetó Deborah.

Si Deborah hubiera sabido lo cerca que estaba de abalanzarme


sobre ella con gritos de guerra, garras y cuerpo entero, estoy
segura de que no habría gritado de esa manera. Pero se sentía
superior. Dominante.

– Hmm. – pensó la Sra. Williams en voz alta. – Dana, ¿qué


tienes que decir ante esta acusación?

– Que no tengo nada que ocultar, pueden registrarme. A mí, mi


taquilla, lo que quieran. No era culpable de nada y, aunque
odiaba la idea de que unos desconocidos rebuscaran entre mis
cosas, era la única forma de demostrar mi inocencia. ¡Y yo era
inocente, maldita sea!

– Está bien, vacíate los bolsillos. – dijo tranquilamente


Shannon Williams.

Su expresión era seria, pero obviamente no sabía qué hacer


con la situación. Esta situación sentó un precedente en el Hotel
Royal Renaissance.

– Sí, ¡vacíate los bolsillos! – repitió Deborah en un siseo,


como si fuera un eco malvado de mi jefa.
– Vale.

Me metí la mano en los bolsillos laterales y saqué primero la


radio, luego un puñado de gominolas de miel del bosque,
seguido de algunos caramelos envueltos individualmente y un
poco de refresco que debía llevar semanas en el bolsillo
lateral. Lo puse todo sobre la mesa.

– Dios mío, Dana. Espero que, con todo ese azúcar, por tu bien
tengas un seguro dental complementario. – dijo la señora
Williams con asombro y tuve que reprimir una sonrisa.

– No hay broche. – dije.

Shannon Williams asintió pensativa. Su mirada seguía


moviéndose de mis caderas a mi alijo de dulces y me pareció
ver un atisbo de envidia en la cara de mi jefa. Está claro que la
Sra. Williams olvidó que yo caminaba varios kilómetros al día
en el hotel.

– Tengo que darte una advertencia, lo sabes. ¿No? Está


prohibido comer en las suites y en los pasillos.

– Lo sé, pero por eso aquí sólo como gominolas, no se derriten


ni se pegan. – sonreí inocentemente.

–¡Tiene más bolsillos! – gruñó Deborah.

– Si, cierto. – respondí.

Por reflejo, mis manos se dirigieron a los bolsillos del pecho


que nunca utilizaba.

¡Que todo esto no sea verdad! ¡Por favor, que sólo sea un mal
sueño!
Deseaba despertar de mi pesadilla, pero esto no era un sueño,
ni una ilusión, ni un espejismo. Tampoco lo era la cosa
redonda y dura que estaba en el bolsillo del pecho. Estaba
realmente allí.

Al no responder, Deborah actuó por su cuenta y sacó del


bolsillo de mi pecho el broche, que debió colocar ella misma.

–¡Ese es mi broche! Una rara reliquia familiar que lleva en mi


familia generaciones y que no tiene precio.

Sin miramientos, Deborah arrojó la reliquia familiar sobre la


mesa.

– Yo… no tengo ni idea de cómo llegó eso a mi bolsillo. –


tartamudeé.

– Dana, las pruebas están en tu contra.

¡No, no, no!

Esperaba fervientemente que mi jefa no dijera las siguientes


palabras.

– Voy a tener que despedirte.

Mi plan de siete años ardió inmediata e irremediablemente.

–¡Muy bien! – se burló Deborah.

– Y en cuanto a usted, señora Landry – continuó Shannon


Williams – si desea presentar cargos, le apoyaremos.
Discretamente, espero.

¿Presentar cargos? ¿Qué? Pensé que había escuchado mal.


¿Ahora iba a ir a juicio por algo que ni siquiera había hecho?
En el peor de los casos, ¿incluso a la cárcel?
Deborah gruñó pensativa. Su mirada sádica se fijó en mí. Sí,
disfrutaba viéndome sufrir.

En cuestión de segundos, todo mi futuro pasaba por delante.


Con el despido por robo, ni un solo hotel, ni restaurante, ni
nadie, me contrataría. Si mi jefa seguía adelante, tendría la
etiqueta de ladrona. Nadie contrataba ladrones porque nadie
quería arriesgarse a posibles robos.

¿Cómo pudo pasar? Espera, sabía cómo había podido pasar.

– Puedo demostrar mi inocencia. – salté señalando las gafas.

Inmediatamente, Shannon Williams, como si le hubiera picado


una avispa, se levantó de su asiento y me agarró por los
hombros.

–¡Recuerda el contrato que firmaste! – susurró.

Luego se dirigió a Deborah.

– Señora Landry, ya le hemos hecho perder bastante tiempo. Si


no necesita nada más, puede marcharse.

– Bien. Tendrá noticias de mi abogado. – dijo con aire


empresarial y desapareció del despacho con una sonrisa
exagerada.

Puede que el karma no venga por encargo, ¡pero el karma


siempre llega

Mi mirada se posó en el broche que seguía sobre la mesa. Así


que Deborah me había engañado con esta preciosa reliquia
familiar. Inteligente, porque no podía demostrar mi inocencia
ya que lo de las gafas no era tan legal como mi jefa hubiera
deseado. ¡Y ambas lo sabíamos!

– Ella me puso el broche, lo juro. Puedo probarlo con la


cámara.

– No, la cámara no está grabando nada todavía. – dijo


rápidamente Shannon Williams.

– Está mintiendo.

Puede que se me diera fatal mentir, pero reconocía


rápidamente a un mentiroso.

– Mira, Dana. Te aprecio mucho y desde luego no quiero


despedirte.

Con un suspiro, mi jefa terminó de completar la frase.

– Pero ¿tiene que hacerlo, aunque sea inocente?

– Sí, por desgracia, tengo que pensar en la reputación del


hotel. Deborah Landry nos hará pasar un mal rato si se entera
de que no te han despedido. ¿Y qué crees que pasará cuando la
prensa se entere de esto? ¡Un robo en el Hotel Royal
Renaissance! Demasiado escandaloso.

–¿Así que eso es todo? – pregunté con lágrimas en los ojos y


el estómago dolorido.

– Lo siento, sí. Todo lo que puedo hacer por ti es un pequeño


acuerdo. Estoy segura de que podré encontrar una solución
discreta con la Sra. Landry.

¿Se supone que ahora debo estar agradecido a mi jefa por eso?

– No sé qué decir.
Me quedé sin palabras.

– No tienes que decir nada, sólo deja las gafas y la radio,


limpia tu taquilla y lleva los uniformes a la lavandería.

– Gracias por nada. – dije decepcionada y salí del despacho.

– ¡Daaanaaa! – gritó la Sra. Williams tras de mí.

El despido tuvo al menos un aspecto positivo. Nunca más me


iban a llamar de forma tan estridente y horrible.

– ¿Qué?

– Recuerda el contrato que firmaste. Hazte un favor y déjalo


estar.

Si yo iba a caer, ¿por qué no arrastrar al Hotel Royal


Renaissance conmigo? Probablemente porque estaba en una
canoa pequeña y los abogados del hotel me hundirían sin
piedad sin que nadie se diera cuenta. Había perdido mi
esperanza y mi trabajo.

Con suerte, al menos podría arreglar las cosas con Connor,


porque no podía perderlo a él también. De lo contrario, estaba
realmente perdida.
Connor

ME SENTÉ EN EL loft, encaminándome hacia mi próximo


récord del Tetris, pensando. La tarde se desvanecía en la
noche, pasando como la fresca brisa de verano a través de la
ventana abierta. Tan maravillosa como lo fue Dana antes en el
dormitorio.

Quién entiende a las mujeres.

¿De dónde sacó Dana la idea de que no era suficiente para mí?
Si no fuera en serio, probablemente no la habría llevado a
eventos, ni habría comprado un piso juntos ni habría pospuesto
mi próximo viaje a Europa durante un mes. No había sentido
por ninguna otra mujer en este mundo lo que sentía por Dana.
¡Dios, nunca había sentido nada por ninguna otra mujer en el
mundo! Dana era mi chica, maldita sea. Tal vez aún no era
consciente de eso.

Pensativo, me serví un escocés Macallan. El olor aromático y


delicado de la obra maestra escocesa calmó mis pensamientos.
¿Qué iba a hacer con Dana? ¿Cómo debía tratarla después de
la discusión? ¿Cómo reaccionaría ante mí? Preguntas y más
preguntas.

Mi lado pragmático sólo quería arrastrar a Dana a la sala de


juegos, azotarla, lo que llevaría rápidamente a un sexo de
reconciliación salvaje y desinhibido, pero las cosas
simplemente no se arreglarían después de eso. Sea cual sea el
problema de Dana, no podía resolverlo en mi sala de juegos.

No puedo resolver todos mis problemas con la polla.

¿Y entonces qué? No soy bueno para este tipo de cosas. Las


relaciones nunca habían sido lo mío, pero por Dana quería
intentarlo. Para mí, el sexo de reconciliación era más efectivo
y duradero, mucho más honesto de lo que pudieran ser las
palabras. Pero yo era un hombre, no tenía ni idea de si las
mismas reglas se aplicaban a Dana o si prefería las palabras.

Finalmente decidí comprometerme con ambas corrientes de


pensamiento. Primero el sexo de reconciliación y luego, si el
problema no se resolvía, podríamos hablar de él.

La puerta se cerró de golpe. Inmediatamente me levanté, cerré


las manos en puños y, automáticamente, los puse delante de la
parte superior de mi cuerpo. Luego me quedé en mi posición
de ataque por un momento hasta que me di cuenta de que
Dana acababa de darle una patada a la puerta como si fuera los
SWAT.

Se apoyó contra la puerta de la entrada, con expresión de


dolor. Cuando nuestras miradas se encontraron, no dijo ni una
palabra. Toda su calidez y resplandor habían abandonado su
rostro. Si tuviera que describirla con una palabra,
“desesperación” sería lo más ajustado a lo que vi.

¿Tenía yo la culpa? ¡Soy un maldito idiota! Apreté los dientes


con fuerza y miré a Dana intensamente. Me sentí mal mirando
a Dana así, diablos, mal no era la palabra, ¡me sentí como una
mierda!

A su izquierda y a su derecha había dos grandes bolsas de


papel. No eran bolsas de la compra, eran simples bolsas de
papel marrón.

– Dana, ¿qué ha pasado? – pregunté.

Poco a poco, mi tono muscular se relajó y dejé que los brazos


colgaran a los lados.

– Qué pronto has vuelto. ¿Has salido antes?

No dijo nada, sólo siguió mirándome. Sus ojos se llenaron de


lágrimas y sus hermosos y carnosos labios temblaron.
Pobrecita.

El odio crecía en mi interior, odio hacia la persona que le


había hecho tanto daño y hacia mí mismo. Para mí, la
discusión anterior no había sido más que un desacuerdo. No es
el fin del mundo, no es un final, pero para Dana parece haber
sido mucho más angustioso.

O había pasado algo más, algo de lo que la podría haber


protegido. ¡No! ¡Debería haberla protegido!

– Maldita sea, háblame.

Dana se estremeció y miró hacia abajo, insegura y asustada.


Joder. No había querido hablarle de forma tan brusca pero no
había podido contenerme. No cuando algo tan grave estaba
afectando a Dana.

Me acerqué a ella y la miré, al menos al triste montoncito de


tristeza que quedaba de Dana.

¿Era yo? ¿Era culpa mía?

Una lágrima corrió por su mejilla y la atrapé con mi dedo


índice. Dana suspiró cuando mi dedo tocó su piel y su mano
agarró mi muñeca. Al principio pensé que iba a alejarla pero,
al contrario, enterró su cara en mi palma. Buscaba mi cercanía,
mi ternura y mi protección.

Ahora sabía que la discusión de antes no tenía absolutamente


nada que ver con su dolor. Tiernamente besé su mejilla
húmeda y probé sus lágrimas saladas.

Dana no quería hablar, lo entendía, pero necesitaba saber si


estaba bien, si estaba herida, si ….

–¿Estás bien?

La miré brevemente en busca de pistas, de ropa rasgada,


suciedad o sangre. Lleno de alivio, no encontré nada de eso.
Más y más lágrimas corrieron por las mejillas de Dana y la
apreté fuertemente contra mi pecho mientras mis fuertes
brazos la protegían del cruel mundo.

– Estoy aquí. – le susurré al oído.

Con cuidado, acaricié el suave y rizado cabello de Dana y la


dejé llorar. Al principio fue sólo un sollozo silencioso, pero
pronto no hubo forma de detener a Dana. Tampoco tuvo que
contenerse, la abracé con fuerza, protegiéndola de todos los
peligros amenazantes.

Lloraba desconsoladamente y sus sollozos me dolían en el


pecho. Me hubiera gustado quitarle la pena que le pesaba, que
amenazaba con aplastarla.

Sólo cuando las lágrimas de Dana se secaron lentamente y su


respiración se calmó, dije algo.

– Sea lo que sea que haya pasado, ya acabó.

– Ese es el problema. — sollozó Dana –¡Se acabó!

– ¿Qué se acabó?

– ¡Todo! Mi futuro, mi trabajo, mi plan de siete años. Todo ha


desaparecido.

Miré las grandes bolsas que Dana había dejado caer. Dentro no
había ropa nueva, ni cajas de zapatos, sólo algunas prendas de
uso cotidiano, fotos y otras cosas.

– ¿Has dejado el trabajo? – pregunté sorprendido.

– No, me han despedido. – dijo Dana con amargura.

Sus ojos brillaban de ira, ahogados por nuevas lágrimas. Dana


Swanson, camarera modelo, educada y amable, despedida…

–¿Por qué?

– ¡Porque me acusan de haber robado! Pero en realidad puedo


demostrar lo contrario en vídeo.

– ¿En vídeo? – repetí sus últimas palabras.


Traté de ordenar los caóticos pensamientos de Dana, pero no
pude.

– ¿Tenemos eco aquí? – preguntó Dana desesperadamente,


luego se mordió los labios y me miró con tristeza.

– Lo siento, Connor. No quería gritarte, es que nunca me


habían tratado tan… injustamente.

– Está bien. Ahora cuéntame qué ha pasado. – susurré.

Le di un suave beso en la frente. Una pequeña y significativa


señal de aceptación sincera de su disculpa. Dana se secó las
lágrimas de la cara y respiró hondo.

– Firmé un contrato hace unas semanas para guardar silencio,


pero no puedo seguir callada. – me dijo.

Dana me lanzó una mirada críptica.

–¿De qué tipo de contrato estamos hablando?

– Nuestra subdirectora quiere dotar a todas las camareras de


gafas con cámara.

Fruncí el ceño.

– En ningún mundo posible el comité de empresa aprobaría


eso, y mucho menos la dirección. La privacidad es un derecho
fundamental.

Dana asintió.

– Lo intenté. Pero tampoco importa. Las gafas pueden


demostrar mi inocencia. ¡No he robado nada, Connor! Te juro
que no.

Ahora Dana estaba llorando de nuevo.


Maldita sea, quería asaltar el hotel en ese mismo momento
para llevar a los responsables ante la justicia. Nadie podía
hacerle eso a mi chica, ¡nadie!

– ¿Y qué dijo tu jefa? ¿Te cree?

– Bueno, extraoficialmente sí, pero la versión oficial es difícil


de probar sin el vídeo porque el broche estaba en mi bolsillo.

– Encontraremos una solución. Lo prometo.

Miré profundamente a los ojos de Dana con una expresión


decidida.

Mientras acariciaba a Dana su fragante cabello, ya estaba


pensando en soluciones. Abogados que bombardearan el hotel
con amenazas, advertencias y reclamaciones por daños y
perjuicios, o periodistas que pudieran publicar informes. Para
ello, necesitaba conocer cada detalle.

– Dime, Dana, ¿has vuelto a probarte joyas? – pregunté.

En el mismo instante en que pronuncié las palabras, me


arrepentí de ellas. En realidad, no había querido decirlo así y
ahora mi pregunta sonaba cortante, casi de reproche.

–¡No, claro que no!

Dana me clavó una mirada de reproche que sin duda merecía.

– Sólo tenía que asegurarme, Dana.

– Vaya, gracias por tu confianza.

Sus palabras sonaban amargas. Me apartó la mano y pasó


junto a mí de lado. Por fin Dana se había alejado de la puerta
principal, pero desgraciadamente por razones equivocadas. Se
había escapado de mí.

No se detuvo hasta que llegó a la mesa del salón donde todavía


estaba el escocés Macallan. Cogió el vaso y se lo bebió todo
de un trago. Sin ningún gusto, se bebió el whisky de cinco mil
dólares para atenuar su dolor. Dana se sirvió otro vaso de la
botella y volvió a vaciarlo. Cuando Dana levantó la botella por
tercera vez, puse la mano en el cuello de la botella y la empujé
de nuevo a la mesa.

– Ya es suficiente.

– Cierto, tienes razón.

Inclinó la cabeza hacia atrás, dio un largo suspiro y luego me


miró inquisitivamente.

–¿Por qué Deborah me odia tanto? ¿Qué le he hecho?

– ¿Deborah? ¿Qué tiene ella que ver con esto?

– Ella hizo que me despidieran. – sollozó Dana.

– ¿Deborah Landry?

¿Qué me había perdido entre esas dos mujeres? ¿O Maxine


había orquestado algo? Mi hermana nunca había ocultado que
no le gustaba Deborah.

– ¿Qué otra Deborah va a ser? Me metió el broche cuando


estaba en su habitación.

Al ver mi cara de interrogación, añadió.

– ¡Porque rompió un vaso! Aunque hubiera querido, nunca


estuve cerca de ese broche.
Dana enterró la cara entre las manos.

– Si me denuncia, estoy jodida. Nadie querrá contratar a una


ladrona.

– No llegaremos a eso. Hablaré con ella. – dije pensativo.

–¿De verdad?

– Por supuesto, no te denunciará. No te preocupes por eso.


Voy a hablar con ella, y vosotras dos deberíais tener una
conversación y arreglar las cosas.

– Dime, ¿estás loco?

Dana se levantó del sofá con rabia.

– ¿Deborah arruina mi vida y tú hablas de perdonarla?

Ahora la conversación iba en una dirección que yo no quería


en absoluto. Daba igual lo que dijera ahora, todo sería usado
en mi contra. Pero tampoco podía permitir ese tono, mi orgullo
no me lo permitía.

– Cuida tu tono. – exclamé.

– ¡Joder, no! No estamos en la sala de juegos, y esto no es un


juego. Esto es la vida real, Connor. Me gustaba mi vida tal y
como era.

Ignoré su provocación. Estaba disgustada, lo entendía, pero no


podía seguir tan tranquilo y comprensivo por mucho tiempo.

– Hablaré con Deborah, ¿qué más quieres?

– ¡Que le hables de lo que le tienes que hablar!

– ¿Y qué se supone que significa eso? – farfullé


– Ella te quiere, Connor. Quiere ser tu chica. Hazle entender
que no lo es y que no la quieres.

La voz de Dana se quebró.

– Sólo te quiero a ti. – respondí.

– Pues demuéstramelo, joder.

–¿Qué crees que hago todo el tiempo, Dana?

– Has insinuado que yo podía haber cogido el broche. Por la


razón que sea, no me creíste. Me acusas de empezar una
discusión infantil con Deborah. ¡Por el amor de Dios, ni
siquiera te das cuenta de lo mucho que he sufrido por culpa de
Deborah últimamente! ¡En el hotel! Tener que esconderme y
todo eso.

No dije nada, sólo la miré sombríamente y no moví ni un


centímetro de mi cuerpo. Me pareció que estábamos jugando a
las cacerolas en un campo de minas en ese momento. Pero era
evidente que Dana tenía más cosas que decir, así que mi
silencio me pareció apropiado, casi cortés.

– Me vistes con ropa cara, pero eso no cambia el hecho de que


nunca seré como la élite sólo porque me parezca a ellos. Me
compras un loft, pero sólo escribes tu nombre en la placa de la
puerta y tienes todas mis cosas guardadas en cajas en el
sótano. Me llevas a fiestas maravillosas, pero sólo me
presentas como tu acompañante. No como tu novia. No como
tu amor. No como tu esclava.

Dana se perdió en su ira, y los sentimientos que debía haber


estado reprimiendo durante mucho tiempo estallaron en su
interior.

– ¡Maldita sea, Connor! Dices que te encanta cómo grito,


cómo gimo. Dices que te encanta follarme duro y profundo.
Pero nunca me susurras al oído que me amas. Sólo lo que me
haces.

Dana tenía razón. No es que la eclipsara a propósito, pero


mierda, tenía razón. No me atreví a decirlo. No ahora, no así.

Te quiero.

Era un maldito idiota.

– A veces creo que no te merezco, Dana.

La expresión de su cara me dijo que esas no eran las palabras


que quería oír.

Te quiero.

¿Tenía que enfadarse tanto mi orgullo precisamente ahora?


Dos simples palabras.

– Sí, yo también lo creo. – dijo Dana. Su expresión parecía tan


triste, tan atormentada, que me hubiera gustado volver a
tomarla en mis brazos. En mis brazos estaba a salvo del resto
del mundo. De lo único que no podía protegerla era de mí
mismo, porque yo era la razón por la que lloraba tanto, cuando
se suponía que yo debía ser quien secara sus lágrimas.

Dana se tapó la boca con las manos, como si quisiera evitar


decir palabras de las que luego pudiera arrepentirse.

–¡Di que me amas! – ordenó Dana.

– Sabes que sí. Eres mi chica.


De repente, la expresión de Dana se volvió rígida, sin
emoción. Como si todo se hubiera congelado en segundos.

– Respuesta equivocada. – dijo ella, caminando de nuevo hacia


la puerta.

–¿Qué estás haciendo?

–¿Qué crees que hago? Me voy.

– No te atrevas. – gruñí.

Pero Dana me ignoró a mí, a mis palabras y a mi orden.

–¡Dana!

Quería ir tras ella, agarrarla por los hombros y atrapar su


cuerpo entre la pared y yo, mirarla a los ojos y decirle que
acababa de cometer el mayor error de su vida. Quería secar sus
lágrimas con besos calientes, susurrarle al oído las palabras
que tanto ansiaba. Quería arrastrarla por el pelo hasta la sala
de juegos y castigarla y follarla hasta que perdiera la cabeza.
Azotes. Follar. Azotes. Follar. Una y otra vez.

Pero no hice nada de eso, sólo me quedé mirando. Mi orgullo


paralizó todo mi cuerpo e incluso mi mente.

Dana abrió la puerta y se fue. Todo fue como a cámara lenta.


Por un segundo dudó y se detuvo, esperándome. Podía oír
cómo se le rompía el corazoncito mientras el silencio no se
rompía. Sabía exactamente cómo se sentía porque también me
rompía el corazón.

Cuando la puerta se cerró de golpe, sentí como si el silencio


me atravesara todo el cuerpo. Dana se había ido, y la
habitación se llenó de vacío y dolor. Dana se había ido, y se
había llevado mi corazón con ella.

– Te quiero, Dana. Joder, te quiero de verdad.


Dana

DEJÉ CAER MI CUCHARA en la tarrina vacía de Ben &


Jerry’s con resignación. La mirada de Rebecca iba y venía
entre yo y la reserva familiar de helado vacía que me había
estado sirviendo con la cuchara desde que llegué a casa de
Rebecca.

– Por casualidad no tendrás otro envase familiar ¿verdad? –


pregunté.

– No, no estábamos preparados para que vinieras, de lo


contrario habríamos comprado provisión para un año. –
respondió cínicamente Rebecca.

– Hmm, yo también preferiría estar en otro sitio ahora mismo.


– refunfuñé.

Beccs me había recordado dolorosamente por qué estaba aquí


con ella en lugar de en mi piso. Pero por lo que parecía, ahora
no tenía hogar.

– Lo siento, no quise decir eso.

– Lo sé.
Sonreí conciliadoramente a mi mejor amiga. Nadie podía
culparla por haberme acabado un enorme helado en cuestión
de minutos o de que mi vida amorosa fuera un completo
desastre.

–¿No tienes el cerebro congelado? – preguntó Rebecca, con la


voz llena de asombro.

– Sí, pero soy masoquista.

Rebecca se rió, y dejé que mi mejor amiga pensara que era una
broma.

– Shannon Williams se está volviendo loca. – Rebecca cambió


de tema.

– Ay, sí, por favor, cuéntame más sobre mi antigua jefa que me
echó sin miramientos.

– Lo siento, Dana, tienes que superarlo.

–¿Por qué? ¿Porque eres una sádica?

– No, no soy una sádica, pero vale, hablemos de Connor.

– Muy bien, sádica. – dije con un suspiro – ¿Qué pasó en el


Hotel Royal Renaissance después de que me echaran? Y antes
de que contestes, voy a conseguir ese alijo secreto de Crunchy
Crinkles que le has estado ocultando a Emma, si no, no hay
nada que me retenga aquí.

Acentué mis últimas palabras de forma demasiado teatral,


como una diva, lo que provocó una risita de Beccs.

– Vaya, te has convertido en una dura negociadora. Se te ha


pegado la visión de negocios de Connor, ¿eh?
Rebecca salió del nido de almohadas y mantas que había
construido en el sofá y se dirigió a la cocina.

No sólo su sentido de la negociación.

De hecho, Connor no sólo me había dado nuevos sentidos,


sino que me había robado todos mis otros sentidos al mismo
tiempo.

Ansiaba el aroma masculino, ácido pero cálido, del sándalo.

Ansiaba que sus dedos rozaran mi piel.

Ansiaba su voz profunda y suave susurrando cosas en mi oído.

Ansiaba ver su cuerpo fuerte, sus ojos marrones.

Ansiaba el sabor de sus dulces labios.

En mi mente, sólo estaba Connor. Mi corazón latía sólo para él


y todos mis sentidos le obedecían mejor que a mí. ¡Cada fibra
de mi cuerpo anhelaba a Connor!

– Hola. ¡Tierra a Dana!

Rebecca interrumpió mis pensamientos agitando un paquete


medio lleno de Crunchy Crinkles delante de mi cara.

Como una víbora, me abalancé sobre él en cuestión de


segundos, reclamando los crujientes cereales que parecían
mini donuts de colores. Beccs me dio un cuenco y vertí en él
una generosa porción de cereales.

–¡Faltan los aros de chocolate! – dije horrorizada.

Los pequeños aros crujientes tenían diferentes sabores.


Chocolate, vainilla, fresa y limón. Estaba convencida de que la
combinación de todos los sabores hacía que los Crunchy
Crinkles tuviera tanto éxito.

– Bueno, ¿qué puedo decir? Sólo soy una sádica. – respondió


Rebecca con una sonrisa. – Los de chocolate son los mejores,
así que son los primeros que desaparecen. Se acabó.

– Hmph. – dije masticando después de meterme un puñado en


la boca.

Me faltaba el sabor a chocolate, por lo que el sabor era


imperfecto, como yo sin Connor.

¿Estaba exagerando? No. Vale, quizás sí, pero tanto si había


ido demasiado rápido como si no, Connor podría haberme
detenido, pero no lo hizo. Eso era un hecho. Podría haberme
abrazado, gritado, rogado, hecho cualquier cosa, pero no lo
hizo.

Rebecca se aclaró la garganta.

–¿Qué vas a hacer ahora, Dana?

– No lo sé. – respondí impotente.

Aparte de la ropa que llevaba, mi teléfono móvil y una cartera


sin dinero, no tenía nada. Mi piso había sido desalojado y
todas mis pertenencias estaban en el sótano del piso de
Connor.

– Confía en mí. Un día o dos como mucho y Shannon


Williams estará de rodillas rogándote que vuelvas.

– ¿Por qué estás tan segura?


– La noticia de que te despidieron se difundió en cuestión de
segundos, al igual que ciertos rumores sobre cámaras secretas.
Williams se está volviendo loca porque el teléfono no deja de
sonar y hay una multitud de empleados haciendo cola ante la
puerta de su oficina. Ha habido un caos con los pedidos
porque algunos miembros del personal han rellenado mal las
hojas de pedido.

– Pero sólo me han despedido hace un día.

– Todas las camareras lo saben. Además de las lavanderas y …

Interrumpí a mi mejor amiga.

– ¿Están saboteando el hotel? ¿Por mí?

– ¿Qué? ¡Nosotros no! Estamos jodidamente desorientados y


perdidos sin ti.

Me conmovió hasta las lágrimas que mi mejor amiga y mis


compañeras me apoyaran de esa manera. Pero incluso juntas
no teníamos ninguna posibilidad contra Deborah. El cliente
siempre tiene la razón, y punto.

– Es muy dulce de tu parte, pero por favor no arriesgues tu


trabajo por mí. Todo esto ya es bastante injusto. – suspiré.

–¡No! Hazles saber lo que han perdido. – protestó Rebecca.

– Tal vez no sea tan grave. – traté de hacerme sentir mejor


sobre mi situación.

Después de todo, sólo había perdido mi trabajo, no mi futuro.


Todas las puertas estaban abiertas para mí.

Para, ¿a quién quiero engañar? La vida no es tan sencilla.


Sabía que me estaba engañando a mí misma. Deborah lo había
hecho, había ganado la batalla, y yo había perdido todo lo que
me importaba.

De todos modos, podía olvidarme de mi carrera en la


hostelería, nadie quería contratar ladrones y a nadie le
interesaban los motivos. Como ocurre a menudo en la
sociedad, todo el mundo tiene una etiqueta.

Mujer. Hombre. Joven. Viejo. Sano. Enfermo. Pequeño.


Grande. Gordo. Delgado. Americano. Extranjero.

Las etiquetas no dejaban espacio para nada más y menos para


la personalidad.

Volviendo al tema, finalmente podía tomarme unos días libres


para visitar a mis padres. Con el estricto horario de trabajo y
pocos días libres, hacía meses que no veía a mi familia.

– Hace tiempo que no voy a ver a mis padres a Nueva Orleans,


ahora tendría tiempo.

– Me parece un buen plan. – dijo Rebecca.

Sin embargo, no parecía muy convencida. Por supuesto que


no. Yo misma estaba insatisfecha con mi plan y si apenas me
atrevía a levantarme del sofá, ¿cómo iba a atravesar el país?

No es que no quisiera ver a mis padres -quiero a mis padres-,


pero eso era sólo un objetivo a corto plazo y no un plan a largo
plazo.

El vacío dentro que sentía era abrumador. ¿Qué diablos iba a


hacer con mi vida? De día había sacrificado mi tiempo por el
hotel y de noche me había dedicado a Connor. Y ahora ambos
eran parte de mi pasado.

Rebecca miró el reloj.

– Tom y Emma volverán en cualquier momento. Así que o


volvemos a esconder los Crunchy Crinkles, o vas a tener que
compartirlos.

– Son míos. – gruñí, rodeando con mis brazos el gran paquete.

– Vale, vale.

Rebecca levantó las manos en un gesto de tranquilidad.

– Bien, ya hemos resuelto la cuestión de la propiedad. – dije,


sonriendo.

Solté el paquete y sostuve el lado abierto en dirección a Beccs.

– No gracias, sólo me gustan los de chocolate.

– Filistea, tienes que comerlos juntos, todos los sabores a la


vez, ¡sólo así serán una revelación!

–¡Dana Swanson, la profetisa culinaria ha hablado! – gritó


Rebecca desde el otro lado de la sala con asombro.

–¡Idiota!

Riendo, cogí un puñado de Crunchy Crinkles y se los lancé a


Rebecca.

– ¡Oh, no! He desatado la ira de la profetisa. ¡Piedad!


¡Misericordia!

Dios, amaba a mi mejor amiga porque siempre nos reíamos


muchísimo. Éramos como un viejo matrimonio que se apoyaba
en los buenos momentos, pero sobre todo en los malos.
Rebecca era un gran apoyo para mí y confiaba en ser lo mismo
para ella cuando las cosas iban mal.

– Realmente eres la mejor amiga del mundo Beccs.

– Bueno, en ese caso: La semana que viene hay otro karaoke y


siempre me faltan cantantes.

Mi mejor amiga sonrió con complicidad.

–¡De ninguna manera!

– Serás bienvenida.

– Si, por supuesto.

– Y sabes que también siempre serás bienvenida aquí,


¿verdad? Quédate aquí hasta que te decidas.

La voz de Rebecca era suave y cariñosa, como la de una madre


que consuela a su hijo con palabras tranquilizadoras. Respiré
hondo y mi visión se nubló con una nueva neblina de lágrimas.

– Gracias, te lo agradezco mucho.

– Por supuesto, eres de la familia.

– De alguna manera todo se arreglará, ¿verdad?

– Sí. Quiero decir, siempre puede ser peor, pero mira el lado
bueno. Si te deshaces de todo ese mal karma ahora, lo habrás
usado todo para cuando tengas treinta años, ¡y nada se
interpondrá en tu felicidad!

– Gracias, eso es exactamente lo que quería oír.

–¡De nada!
Rebecca se acercó y me abrazó con fuerza.

– Para eso están las mejores amigas.

No pude reprimir mi sonrisa. Tal vez Rebecca tenía razón en


eso, en algún momento tenía que compensar mi mal karma.
Eso, o el mundo era el lugar más injusto de todo el universo.

– Bueno, me vas a contar lo que te pasó con Connor, ¿de


acuerdo?

Rebeca había puesto su expresión de curiosidad. Con esa


mirada, parecía una periodista profesional que podía conseguir
que hasta el político más reservado le contara todos sus trapos
sucios.

– No sé exactamente qué pasó. – suspiré tratando de ordenar


mis pensamientos.

– Pero nada que no se pueda solucionar, ¿verdad?

Tragué el enorme nudo que tenía en la garganta que ahora me


pesaba en el estómago.

–¿Dana?

– Se acabó. – susurré.

–¿De verdad?

– Creo que sí.

Rebecca me abrazó de nuevo.

– Lo siento mucho, se os veía tan bien.

– Sí, yo también lo pensaba, y entonces, ¡bang! Todo te estalla


en la cara.
– Te lo juro, Dana. Mañana por la mañana voy a echar pintura
verde permanente en todos los botes de champú y jabón de
Deborah para que todo el mundo vea lo bruja que es.

– O no hacemos nada y no gastamos energía. – argumenté.

–¡Ah! ¡Psicología inversa, muy bien! La dejamos tranquila


hasta que piense que, en cada esquina, en cada llamada
telefónica y en cada pequeño ruido se esconde nuestra
venganza.

Vale, eso no era lo que había querido decir, pero mantuvo a


Rebecca ocupada haciendo planes. Era mejor que tener que
hablar de Connor, porque sólo pensar en él me hacía que el
dolor de mi corazón fuera insufrible.

Maldita sea, quería volver al loft, arrastrarlo a la sala de juegos


y encerrarnos allí para siempre. Lejos, muy lejos de la cruel
realidad. Pero ¿Connor quería eso? Lo dudaba. Probablemente
no significara nada para él o no me habría dejado ir.

Nerviosa, jugué con mi pulsera. En realidad, debería


habérmela quitado, pero era demasiado pronto para eso. No
estaba preparada para mostrarle al mundo que Connor y yo ya
no estábamos juntos. Cedí a la ilusión de que seguía siendo su
chica mientras tuviera la pulsera. El grillete que me ataba a la
vida de Connor y que yo misma me había puesto. La pulsera
era a la vez un grillete y un salvavidas, aunque ahora sólo me
uniera a recuerdos dolorosos.

Rebecca me lanzó una mirada cómplice.

– Y si hablaras con él ahora, ¿crees que podrías solucionarlo?


–¡Si Connor quiere algo de mí, que venga a buscarme!

– Hmm. ¿De verdad piensas eso?

– Sí. Si me quisiera, lo habría dicho y demostrado.

–¿Y no lo ha hecho? – preguntó Rebecca pensativa.

Ahora me puse a pensar. Rebecca me había empujado


astutamente a un abismo al que ahora tenía que enfrentarme.

Maldita traidora.

Independientemente de que supiera que Rebeca sólo quería lo


mejor para mí, ahora mismo la odiaba por ello.

Un fuerte golpe resonó en el piso como si arrancaran la puerta.

– ¡Mamá! ¡Tía Dana! – gritó Emma eufóricamente.

– Hola, mi amor. – saludó Rebecca a su hija que


inmediatamente se lanzó a sus brazos.

–¡Emma! ¿Qué tal el entrenamiento? – pregunté aliviada.

Me alegraba que ahora Emma fuera el centro de la


conversación y ya no… da igual. Durante las últimas semanas,
Emma se había apuntado al equipo de animadoras junior que
había organizado la escuela para animar a los niños a hacer
más ejercicio.

–¡Genial! ¡Mira!

Emma me enseñó con orgullo una tirita llena de colores y


decenas de gatitos en su espinilla izquierda.

– Ay, tesoro, ¿qué pasó?

La preocupación apareció en el rostro de Rebecca.


Tom, el marido de Rebecca, se unió a la conversación. Emma
subió las escaleras casi el doble de rápido que su padre.

– La más grande estaba en la cima de la pirámide.

–¡Qué, y yo no estaba allí! ¡Oh, crecen tan rápido!

–¡Y si Brenda no se hubiera tambaleado así, no nos habríamos


derrumbado! – resopló Emma.

–¿Por eso llevas esa tirita de gatitos?

Emma asintió.

–¡Pero mala hierba nunca muere! – dijo mirando fijamente a


su padre.

Seguramente había aprendido esta expresión de Tom, que


nunca se quejaba por nada.

– Pero una hierba que habrá que alimentar, ¿no? – preguntó


Rebeca.

–¡Sí!

Inmediatamente sus ojos se dirigieron a la caja de Crunchy


Crinkles y al tazón lleno que descansaba en mi regazo.

– Toma.

Le tendí el paquete a Emma, pero al ver la mirada de reproche


de Rebecca, retiré inmediatamente los cereales.

– Quiero decir… dulces sólo después de la cena.

– ¿Y has cenado sin nosotros? – preguntó Emma


decepcionada.
Dejó que su mirada vagara por el sofá. Era imposible no ver
los envoltorios de caramelos vacíos, los ositos de goma
desperdigados y el envase familiar de Ben & Jerry’s. Estaba
sentada en medio de una masacre de dulces cometida por mí.
Además, me había metido en un rincón del que no había
escapatoria, así que me levanté de un salto y me dirigí a la
cocina.

–¿Quién tiene hambre de macarrones con queso a la Dana?

–¡Yoooooo! – dijo Emma.

Tom me siguió y dijo:

– Puedo hacerlo yo si prefieres hablar con Rebecca.

Lleno de comprensión, casi un poco demasiado compasivo,


me miró.

– No pasa nada.

Entonces me incliné hacia delante y susurré:

– Prefiero escaparme del interrogatorio un rato hasta que mis


pensamientos se ordenen.

Tom sonrió con complicidad y luego volvió a la sala de estar


abierta mientras yo me desvivía en la cocina para preparar la
cena. Con el rabillo del ojo contemplé la idílica estampa
familiar en la que se encontraba Beccs. Risas. Risas.
Conversaciones serias. Enfados. Un día normal para mi mejor
amiga, la chica más dulce del mundo, y para Tom. El sol
brillaba, todo era perfecto y el mundo seguía girando… pero
sin mí. Hoy todo era diferente para mí y ahora, rodeada de la
gente que quería, me sentía más sola que nunca. Lo había
perdido todo, todo había desaparecido y también había perdido
la última esperanza de un final feliz. Me dolió darme cuenta,
pero no tanto como pensar que Connor me había dejado, que
mi plan de siete años se había esfumado y que Deborah me
había robado la última pizca de dignidad que aún poseía en mi
último día de trabajo.

Todo estaba perdido.


Connor

– CONNOR LANCESTER, ERES un maldito idiota. – me


reprendió Maxine.

Su mirada de reproche me atravesó hasta que el pastel de


arándanos casero que le estaban sirviendo le calmó un poco.

– Ya lo sé, Max.

– Bien.

Sacó su móvil, me dio la espalda y dijo:

– Sonríe.

Ni lo intenté. Desde que Maxine había descubierto Snapchat,


llenaba de spam Internet con todo lo que se ponía delante de
su objetivo, aunque la gente no recordara nada a los pocos
minutos.

Suspirando, revolví mi latte macchiato con extra de sirope de


avellana y crema y pensé:

– Si las mujeres no ocultaran sus sentimientos y deseos en


mensajes crípticos, sino que simplemente dijeran lo que
quieren, habría muchos menos problemas.

– Entonces, ¿tengo yo la culpa de tu estupidez? ¿O Dana? ¿O


te refieres al género femenino en general?

Me apuntó con los dientes del tenedor de postre de forma


acusatoria, y levanté la ceja izquierda.

– No sé ni para qué te lo he contado. – gruñí.

Sin embargo, no había mencionado ni una sola palabra sobre


lo que pasó en el hotel.

– Yo sí. No quieres revolcarte en la autocompasión, ¡quieres


recuperar a Dana! ¡Sólo que aún no lo sabes! – Maxine asintió
con convicción.

¿Era eso lo que quería?

Con mucho cuidado, hice una grulla de origami con una


servilleta y la coloqué frente a mí. Incluso el maldito pájaro de
papel me miraba con reproche, o eso me parecía.

Joder, extrañaba a Dana más que a nada en el mundo.


¿Cambiaría todo lo que tengo por Dana? ¡Mierda, sí, lo decía
en serio!

– La amo. – dije, por primera vez.

– Entonces díselo. Demuéstraselo.

– No, ese tren se fue. – suspiré suavemente, asegurándome de


que al menos la grulla no se quedara sola. – Además, Dana ya
me habría llamado si fuera lo suficientemente seria.

– A veces las mujeres también huyen, esperando que vayan


detrás de ellas. – dijo Maxine con convicción.
Pensé en la noche en que Dana me había dejado y en cómo
había dudado brevemente. No se había detenido para decir
nada, sólo me estaba esperando. Dios, Maxine tenía toda la
razón, fui un maldito idiota.

– Le rompí el corazón. No sé si podré compensárselo.

No sólo el corazón de Dana estaba roto, el mío también. Me lo


había arrancado del pecho cuando se fue. Sólo quedaba su
dulce aroma floral en las sábanas. Todo lo demás había
desaparecido, su risa, su calidez, sus ojos brillantes.

Maldita sea. Ninguna mujer en el mundo podría volver a


darme lo que realmente necesitaba, sólo Dana podía. Sólo con
Dana a mi lado mi mundo era perfecto.

– Si no haces algo, nunca lo sabrás, se lo debes a Dana.

– Tienes razón.

– Por supuesto que sí.

Maxine me sonrió, luego su sonrisa se perdió y las comisuras


de su boca se inclinaron grotescamente hacia abajo.

–¿Qué hace Deborah Landry aquí? ¿Está acechando mi perfil


de Snapchat? – dijo entre dientes.

– No, he quedado con ella. – respondí mirando el reloj.

Deborah había llegado demasiado pronto.

–¿De qué vas?

– Tengo que aclarar algo con ella.

Si quería saber lo que pasó realmente en el hotel, tenía que


escuchar todas las partes. Cuando Deborah me vio, se acercó
inmediatamente a nuestra mesa.

–¡Connor!

Por primera vez, me di cuenta de cómo gritaba mi nombre


cuando me veía.

– Hola Deborah.

Y por primera vez, me di cuenta de lo despectivamente que


miraba a mi hermana pequeña.

– Pensé que nadie nos iba a.… molestar.

Maxine lanzó a Deborah una mirada aún más despectiva que


yo nunca hubiera pasado por alto.

– Lo mismo pensaba yo.

Inmediatamente las dos me atacaron con miradas asesinas.


Probablemente hubiera sido mejor quedar con ellas en lugares
diferentes, porque sabía perfectamente cómo se podía
complicar la cosa entre Deborah y Max. Poco a poco
empezaba a entender por qué mi hermana se sentía así. Si sólo
una fracción de lo que Dana me había dicho era cierto …
Maldita sea. ¿De dónde me saqué que Dana no me estaba
diciendo la verdad? Era una regla que Dana siempre se había
tomado en serio. Ni una sola vez había traicionado mi
confianza, además, ya no tenía motivos para soñar con las
joyas de otra persona: yo había hecho realidad sus sueños.

– Por favor, siéntate, Deborah, tengo algo que decirte. – dije


seriamente.
Deborah se acomodó su extravagante vestido, luego se sentó y
pidió un café con leche con dos azúcares y leche desnatada.

– Eso suena muy serio. ¿Qué es tan importante? – preguntó


Deborah con curiosidad.

Al oír esto, me hizo un guiño por el que otros hombres se


derretirían, pero no yo. Por fin había visto el teatro que
escondía tras su dura fachada.

– Quiero que recapacites sobre Dana.

–¿El qué?

Deborah se hizo la inocente y Maxine aguzó el oído.

–¿Connor? ¿Qué me he perdido?- dijo Maxine.

– Te lo explicaré más tarde. – dije con cara de urgencia.

De mala gana, asintió y se mordió los labios.

Deborah se inclinó hacia delante y apoyó la barbilla en el


dorso de la mano. Mientras lo hacía, me obligó literalmente a
mirar su amplio escote.

– Soy toda oídos.

Desvié la mirada con disgusto. Maldita sea, ¿cómo había


estado tan ciego durante estos años? ¿Cómo había visto
amistad donde sólo había deseo barato? ¿Interés nacido de la
codicia? ¿Cómo podía haber dudado de Dana?

Quise levantarme e irme, pero no podía porque tenía que


reparar el daño que Deborah había causado. Aun así, juré por
Dios y por todo lo que consideraba sagrado que esta sería la
última vez que hablaría con Deborah Landry.
– Retira los cargos contra Dana. Sabes que eso no está bien.

Los ojos de Deborah se agrandaron, los de Maxine aún más.


Pero una mirada de advertencia mía fue suficiente para que
Maxine guardara silencio.

– Aaah, ¿estamos hablando de tu… ex-novia?

Apreté los dientes.

– Estamos hablando de mi novia. – le corregí.

– Bueno, eso no es lo que dice la gente.

– Espero tres cosas de ti. Uno, que dejes tus juegos, dos, que
dejes a Dana en paz, y tres, que pares de bombardear al hotel
con posibles demandas.

– Uy, Connor, ¡cómo te pones!

Deborah me tocó el pecho con su dedo índice. Al parecer no


había entendido aún la gravedad de la situación.

– No voy a retirar mi denuncia, ¡ese broche era una reliquia


familiar!

Diablos, estaba a punto de perder los nervios. Quería que el


mundo de Deborah se derrumbara y hacerle lo que me había
hecho a mí y sobre todo a Dana. Pero mantuve la calma,
porque se lo debía a Dana. Ya tendría tiempo de incendiar su
mundo después de limpiar el nombre de Dana.

– Sabes lo de las gafas de videovigilancia, ¿verdad?


Seguramente se usarán como prueba.

–¿Qué gafas?

El premio gordo.
– Las gafas que llevaba Dana tenían una cámara que ahora
tienen todos los hoteles, por lo que el robo tendría que estar
grabado.

– Estás de broma.

Deborah jugueteó con su vestido de diseño sintiéndose


incómoda.

–¿Crees que estoy de broma?

– No.

– Bien, entonces escúchame con atención porque sólo te lo


voy a decir una vez. Retira tu denuncia falsa ya que puede ser
refutada. Pide disculpas por haberte equivocado, públicamente
y con tanto remordimiento que se te escaparán algunas
lágrimas. Además, no volverás a dirigirnos la palabra ni a
Dana ni a mí, ¿entendido?

–¿Pero Connor? No quise decir eso.

– Sí querías.

–¡Joder, sí, Deborah! Eres una jodida zorra. – intervino


Maxine.

Deborah entrecerró los ojos y dirigió a Max una mirada letal.

– Hice todo esto por ti, ¡Sabes que hubiera sido la mejor
opción! ¡Soy rica! Soy…

– Eres un asco de persona. – la interrumpí en tono tranquilo –


Sabes que podría acabar con tu vida de lujo con un chasquido
de dedos.
Deborah apretó los labios con fuerza sabiendo muy bien que
realmente podía.

– Pero te dejaré vivir tu mierda de vida si limpias la reputación


de Dana.

Me costó mucho aparentar una actitud tan fría y


despreocupada por fuera cuando casi estaba explotando por
dentro. Mis venas bombeaban lava a través de mi cuerpo y mis
oídos rugían con fuerza.

– Por favor, de todos modos, soy demasiado buena para ti. –


siseó Deborah – No puedo creer que te pongas tan…
sentimental por una criada sin importancia.

Se levantó de un salto y salió corriendo de la cafetería y de mi


vida. Esperemos que para siempre.

Maxine miró a Deborah y luego volvió a mirar hacia mí.

–¡Será zorra!

– Sí. – gruñí.

Una zorra que había conseguido sabotear mi relación. La única


relación verdaderamente seria que había tenido.

–¿Por qué no me contaste esto antes?

– Porque quería hablar contigo de Dana y de mis sentimientos


por ella, no de Deborah. – pensé en voz alta – Joder. Soy
idiota.

– Sí. Puedes decirlo bien alto. En realidad, no deberías


transmitir tus genes de idiota. Tienes mucha suerte de que
Dana pueda compensarlo. – dijo mi hermana secamente.
– Sabes que nuestros genes son casi idénticos, ¿verdad
Maxine?

– Casi. Solo que yo he heredado los genes no idiotas y el


pelazo de mamá y tú los genes idiotas y la afición de papá por
el alcohol y la tranquilidad.

–¿Ah, sí?

–¡Sí!

Max se acarició su cabello negro hasta la barbilla cuyas puntas


volaban en todas direcciones.

– También heredaste la boca sucia de mamá y su forma de


cuidar, aunque de forma extraña.

Maxine ladeó la cabeza y sonrió.

– Cierto. Entonces, ¿cómo vas a recuperar el corazón de Dana


ahora que has derrotado al dragón?

– Con tu ayuda. – respondí.

Sabía perfectamente cual era la solución a todos los


problemas, sólo necesitaba unas cuantas manos que me
ayudaran a ponerlo todo en marcha lo antes posible.

– Bueno, debido a mis genes de cuidadora, supongo que no


tengo otra opción, ¿verdad?

–¿Tienes papel y lápiz? – pregunté.

Maxine asintió y sacó de su bolso un pequeño bloc de dibujo y


un bolígrafo. En las primeras páginas había dibujos detallados
de un salón con chimenea. Después había un invernadero y un
dormitorio con el mismo estilo de casa de campo.
Muy bonito, pero no podía concentrarme en eso ahora. Mi
máxima prioridad era Dana, tenía que recuperarla a toda costa.
Todo mi cuerpo clamaba por ella, y sin ella, mi corazón sólo
seguía latiendo en señal de protesta. Sin Dana, yo no era nada.
¿Por qué no me había dado cuenta antes? La amaba con toda
mi alma.

Te quiero, Dana.

La próxima vez que viera a Dana, no me guardaría las


palabras, no, las gritaría a todo el mundo, las haría volar por el
cielo en una pancarta de avión y me las tatuaría en el pecho.
Ojalá no fuera demasiado tarde para eso.

– Tengo un plan. – le dije mientras llenaba una página en


blanco con una lista. – Pero te necesito para eso, hermanita.

Una vez terminada la lista, le devolví el bloc a Maxine. Sus


ojos se abrieron de par en par.

– Vaya, creo que necesitas más de doce hermanas para eso.

La lista era bastante larga, pero sabía que el trabajo merecería


la pena.

– Si alguien puede hacerlo, esa eres tú.

Maxine entrecerró los ojos y alternando su mirada entre la lista


y yo.

– Hm. Bastante atrevido, pero si los planetas se alinean y


empiezo ahora mismo…

– Puedes hacerlo en poco tiempo. Digamos, ¿para el fin de


semana? – terminé su frase, sin dejar espacio para la
negociación.

Cada día que pasaba sin Dana era un día perdido.

–¿Estás loco? ¡¡¡Cómo voy a hacer esto en tan poco tiempo!!!

– Eres la mejor, si alguien puede hacerlo, eres tú, Super Max.

Maxine puso los ojos en blanco, pero yo sabía que había


ganado hace tiempo. Maxine era, sin duda, la mejor en lo que
hacía, y no perdía la oportunidad de demostrarlo.

– Bien, de acuerdo, pero te va a costar más.

– Vale.

Saqué mi tarjeta oro de la cartera y se la pasé a Maxine.

– No me importa lo que cueste. Lo principal es hacerlo cuanto


antes.

– Venga, me pongo a ello entonces, ya se me ha ocurrido algo.


De todos modos, te mantendré informado, ¿vale?

– Por favor.

Nos levantamos, pagué la cuenta y salimos juntos de la


cafetería. Antes de que Max subiera a su limusina, le di un
abrazo.

– Gracias, hermanita, significa mucho para mí que me ayudes.

– Claro que sí, hermanito, somos una familia, seguimos juntos,


pase lo que pase.

Me dio un beso en la mejilla.

– ¿Qué vas a hacer ahora?

Saqué mi móvil del bolsillo y lo levanté.


– Tengo que organizar algunas reuniones.

Mientras caminaba por el vestíbulo del Hotel Royal


Renaissance, me sorprendí buscando a Dana por un momento.
Dana no está aquí, idiota.

Cuando ayer expresé mi deseo de reunirme, la dirección del


hotel me citó para hoy. Qué menos, yo era un cliente
importante y un maldito empresario de éxito y a la gente
exitosa no se le hace esperar.

– Señor Lancester, un gusto tenerle aquí. – me saludó la señora


Williams.

Cuando me tendió la mano, no le devolví el saludo. Esta mujer


era un monstruo con traje de diseñador. Hizo que despidieran a
Dana, por no mencionar que yo ya sabía lo que ocurría entre
bambalinas.

– Me alegro de que haya podido organizar una reunión tan


rápido. – dije con frialdad. Se pudo ver brevemente el miedo
en su rostro, luego se recompuso y su mirada se posó en el
maletín que yo llevaba.

–¿Quiere que le lleve el maletín?

– No, gracias, prefiero llevarlo yo.

Dentro de ese maletín de cuero estaba el perdón de Dana, o al


menos eso esperaba.

– Por favor, sígame.


La Sra. Williams me señaló el camino y me condujo al
despacho del director, el Sr. Campell. Entramos juntos a la
oficina.

– Buenas tardes, señor Lancester. – me saludó el director del


hotel – Por favor, siéntese. Señaló la silla que estaba frente a
su enorme mesa.

– Gracias.

Me senté y la Sra. Williams se puso de lado contra la pared


más de cara al director del hotel que hacia mí.

–¿Ha cambiado de opinión? – preguntó el director sin rodeos.

– No.

Me incliné hacia atrás e hice una pausa significativa. Los ojos


del director se abrieron de par en par y entonces continué:

– Pero tengo otra oferta para usted. Una que creo que le va a
interesar.

– Le escucho, Sr. Lancester.

Puse el maletín sobre la mesa y lo abrí. Salieron docenas de


documentos, contratos, informes y estadísticas que pasé al
director y esperé.

El Sr. Campell leyó los papeles con atención mientras no


dejaba de mirarme.

–¿Y están firmados ante notario?

– Por supuesto. – le aseguré al director – Si lo desea, puede


pedirle a sus abogados que verifiquen todo.

El director entregó los papeles a su adjunta.


– Suponiendo que estemos de acuerdo, y que todo funcione
como se describe en la teoría, ¿qué quiere a cambio?

El Sr. Campell me miró críticamente.

Como empresario, si me hubieran presentado mi propio


contrato, tendría las mismas dudas, mi trato era demasiado
bueno.

– Sólo soy un intermediario en esto. No quiero comisiones ni


derechos de autor. Nada de eso.

Entonces saqué otro papel del maletín y se lo di al director del


hotel.

– Sólo quiero que firme esto.

Observé atentamente las reacciones del Sr. Campell mientras


leía el documento que liberaba a Dana de todos los cargos.
Una referencia perfecta para un empleado perfecto. Con esa
recomendación firmada por el propio director, Dana quedaría
absuelta de todos los cargos y no tendría problemas para
conseguir un trabajo fijo en cualquier lugar. No es que mi plan
requiriera tal cosa, pero sabía lo mucho que significaba para
Dana un currículum limpio.

– ¿Dana Swanson? ¿Esa camarera de la que hablamos el otro


día? – preguntó el director a su ayudante.

– Sí, señor.

Me aclaré la garganta.

– El problema fue causado por un huésped y lo sabe tan bien


como yo.
Miradas. Silencio. Tensión. Nadie dijo nada. Mientras yo
miraba seriamente a la subdirectora, ella intercambiaba
miradas significativas con el director.

– Bueno. – dijo – antes de eso era bastante ejemplar, siempre


puntual y responsable.

– Y no se olvide del trato. Un acuerdo por el que estoy seguro


que otros directores de hotel se pelearían.

El director del hotel estaba luchando consigo mismo.

–¿Y puede garantizarme que la Destilería Olivera también


aceptará este trato?

– Se lo garantizo.

–¿Y cómo puede garantizar con eso?

Sonreí con confianza.

– Porque lo he hablado con Justino Olivera personalmente. Y


si tiene un momento, puede discutir los detalles con él
personalmente.

Los dos empresarios, tanto el Sr. Campbell como el Sr.


Olivera, tenían las mismas ambiciones, nada se oponía al
acuerdo. Ambas partes estaban buscando socios potenciales en
ese momento, esa había sido mi suerte.

Un momento después, sonó el teléfono. En el momento justo.

El Sr. Campell levantó el auricular y asintió.

– Que suba, por favor.

De su bolsillo del pecho, el Sr. Campell sacó una pluma


estilográfica grabada, quitó la tapa y firmó la referencia de
Dana con una gran rúbrica.

– Aquí tiene.

El Sr. Campell me devolvió el documento. Rápidamente lo


agarré y lo guardé de forma segura en el maletín.

– Gracias.

Apenas podía contener mi euforia, y no veía la hora de darle a


Dana el papel que demostraba su inocencia. Con esas
referencias, podría trabajar en cualquier sitio, y si no le
gustaba otro hotel, simplemente le compraría el maldito Hotel
Royal Renaissance.

– Supongo que hemos terminado con los negocios y querrá


tomarse un momento para prepararse para el señor Olivera. –
me despedí.

– Gracias, Sr. Lancester. Ha sido un placer. Tiene mi mayor


respeto por sus desinteresados actos de caridad.

Asentí con la cabeza al director del hotel. Al fin y al cabo, no


necesitaba saber que no había actuado de forma altruista:
estaba matando dos pájaros de un tiro. Recuperaría a Dana y,
gracias al acuerdo millonario entre el hotel y la Destilería
Olivera, tenía la promesa de producir yo mismo cien litros de
ron utilizando su proceso. Me pregunto si a Dana le gustará
Cuba.

Había conseguido el mejor trato posible para todas las partes.


Tenía todo lo que quería sin las obligaciones que cualquiera
preferiría evitar.

La Sra. Williams me acompañó fuera.


– Escuche, Sr. Lancester. Si ve a Dana… estaría dispuesta a
devolverle su antiguo puesto. De hecho, después de que la
Srta. Landry aclare toda esta terrible confusión, ¡estaría
encantada! ¿Podría darle el mensaje, por favor?

Me miró con tristeza.

Por nada en el mundo.

Desde luego, no volvería a arrojar a Dana a la boca del lobo,


porque mi chica no se lo merecía.

– ¿Podría llamar a una de las camareras a la recepción, por


favor? – pregunté.

Frunció el ceño. No sé por qué casi todas mis peticiones


provocaban ceños fruncidos en este hotel donde sólo había
peticiones extravagantes.

¿Una bañera llena de champán? No hay problema.

¿Una habitación llena de pingüinos? Pero por supuesto.

¿Determinada camarera? ¿Qué?

– Por supuesto. – respondió la Sra. Williams a regañadientes


porque yo había pasado por alto su petición.

En caso de que Dana realmente quisiera trabajar aquí, tendría


que ampliar mi trato con el director y asegurarme de que Dana
ocupara el puesto de la loca de su supervisora. Por supuesto, la
dimisión podría haber sido parte del trato, pero no estaba
seguro de que fuera a funcionar y quería ir a lo seguro. Dana
necesitaba hacer borrón y cuenta nueva para su plan de siete
años.
–¿A quién quiere que llame?

– Rebecca Hatfield. Dígale que se trata de un asunto muy


importante.

La Sra. Williams asintió.

– Por supuesto. Enviaré a la camarera a la recepción


inmediatamente.

– Gracias.

Nos separamos sin mediar más palabra. Ella volvió al


despacho del director del hotel y yo tomé el ascensor hasta el
vestíbulo. Allí me apoyé en una pared lateral desde la que
tenía una vista perfecta de la recepción y saqué mi Gameboy
del bolsillo lateral mientras esperaba.

Antes de que hubiera borrado las cinco primeras filas, Rebecca


estaba en la recepción mirando a su alrededor.

A mi pesar, todavía no tenía una buena relación con Rebecca.


Aunque ella y Dana eran mejores amigas, sólo había venido a
visitarla un par de veces. Pero claro, con un trabajo así, era
casi imposible conciliar familia, tiempo libre, vida social y
todo lo demás. Hasta hace poco, Dana y Rebecca llevaban
años viéndose en el trabajo todos los días. Lógicamente esas
cosas unen. Por eso era tan importante que Rebecca entendiera
mi plan, porque yo era algo así como su archienemigo ahora
mismo por romperle el corazón a su mejor amiga.

Cuando Rebecca encontró mi mirada, me miró mal.

–¿Qué quieres?
Cruzó los brazos frente a su pecho.

– Quiero hablar contigo.

–¿Crees que me voy a aliar con el enemigo? Olvídalo, Connor.

Me miró con hostilidad y no podía culparla. Esperaba que


entendiera que mis intenciones eran buenas y que haría todo lo
que estuviera en mi mano para recuperar a Dana.

– Quiero que Dana vuelva, a toda costa.

–¿Por qué?

– Porque sé que ella también quiere que vuelva.

Rebecca levantó una ceja y me miró críticamente. Sus brazos


permanecieron cruzados frente a su pecho, lo que no era una
buena señal.

– ¿Y qué te hace estar tan seguro de eso? Sabes que Dana me


odiará si algo sale mal.

– Nos necesitamos mutuamente para que nuestro mundo sea


perfecto. La amo, joder. Y sé que Dana también a mí.

Rebecca asintió pensativa. Ahora dejó caer los brazos


haciendo que toda su postura fuera menos hostil.

– Supongamos, y voy a ser muy clara, que te creo, ¿cómo vas


a recuperarla?

– Necesito tu ayuda para eso.

La cara de Rebecca estaba llena de dudas y yo lo entendía.


Tenía razón. Si mi plan fracasaba, puede que Dana nunca
perdonara a su mejor amiga, pero si funcionaba -y por Dios,
esperaba que así fuera-, Dana le estaría eternamente
agradecida.

– Lo siento, no puedo arriesgarme. – dijo Rebecca con un


suspiro, dejándome solo en el vestíbulo.

Pero su apariencia de seriedad se estaba resquebrajando y si le


entraba bien quizás podría poner a Rebecca de mi lado.
Abandonar no era una opción.

–¡Rebecca, espera!

Corrí tras ella y la agarré por los hombros. Mirando


profundamente a sus ojos, le di una visión perfecta de mi alma
atormentada.

– Acéptalo, la has cagado. Fin de la historia. No podría


soportar que le hicieras más daño a Dana. ¿Sabes lo jodida que
está?

Sí, claro que sí. ¡Yo estaba igual, joder! Incluyendo el


sentimiento de culpabilidad que echaban sal en la herida
porque yo era el culpable de toda esta situación.

– Sin ti, todo mi plan fracasará. – le dije.

Necesité todas mis fuerzas para hablar lo suficientemente alto.


Estaba tan cansado…

–¿Y bien?

Aproveché la última oportunidad que tenía.

– Escucha mi plan, y después te lo piensas, ¿vale?

–¿Por qué quieres contarme tu plan? Podría decírselo a Dana.


Todo. O nada en absoluto.
– Si no me ayudas, todo habrá terminado igualmente y puedes
decirle lo que quieras.

Rebecca suspiró mientras ponía los ojos en blanco.

– Está bien, tienes cinco minutos.

No perdí el tiempo y le conté a Rebecca todos los detalles de


mi plan para recuperar a Dana. ¿Sería capaz de compensar el
haberle roto el corazón a Dana?

Nunca me lo perdonaría si no lo hiciera.


Dana

¡QUEMA, QUEMA, QUEMA! REBOTÉ frenéticamente por


la cocina mientras sostenía una bandeja horno con unas
manoplas demasiado finas.

Busqué desesperadamente un espacio libre para la bandeja de


horno a doscientos grados de temperatura, pero toda la
encimera de la cocina estaba llena de bolsas de harina y
azúcar, cuencos con huevos separados y otros ingredientes
para hornear. Y la mesa de la cocina estaba ocupada por cuatro
tartas de frutas terminadas y un pastel de tres pisos.

La bandeja quemaba cada vez más a través de las manoplas


baratas y resoplé.

Cuando escuché la puerta cerrarse de golpe casi se me cayó la


bandeja.

–¡Hola, hemos vuelto! – anunció Beccs.

–¡Mamá, huele a tarta! – exclamó Emma emocionada. – ¡La


tía Dana ha hecho una tarta!
– No sólo una. – dije desde la cocina preparando a mi mejor
amiga para la subida de azúcar que se avecinaba.

Como el calor abrasador empezó a quemarme las yemas de los


dedos no tuve más remedio que dejar la bandeja de horno en el
suelo a falta de una alternativa mejor.

Emma corrió emocionada hacia la cocina llevando todavía un


zapato. Rebecca la siguió, y su cara al ver el caos que me
rodeaba no tuvo precio.

– Dios mío. ¿Pero qué ha pasado aquí?

– Pues yo soy lo que ha pasado.

Me aparté un rizo suelto de la cara y sonreí encantadoramente


a Beccs.

Hay que reconocer que el caos era enorme y no tenía ni idea


de cómo había llegado a esto. En realidad, sólo quería hacer
una simple tarta de manzana con una de las viejas recetas de la
abuela y luego la repostería me distrajo tanto de mi pena que
me puse a hornear como una loca. A la tarta de manzana le
siguió una tarta crujiente con arándanos y una tarta de fresas
con crema pastelera. Entre tarta y tarta, iba haciendo una tarta
de crema de chocolate de tres pisos, que aún no estaba del todo
lista. Todavía faltaba decorarla.

Hasta tres veces había ido a la tiendita de la esquina para


comprar más huevos y harina. Las dependientas de la tienda
debían de pensar que estaba loca, pero ¿qué no hace uno para
escapar de su pena? Al menos por un instante pude olvidarme
de todo.
– Vaya, tienen una pinta estupenda. – se maravilló Rebecca
mirando las tartas.

– Por favor, sírvete tú misma. – le ofrecí.

– Última vez antes de la cena, pero sólo porque tienen una


pinta deliciosa. – dijo Rebecca, dirigiendo una mirada seria a
su hija.

–¡Quiero la de fresas!

Emma saltó en el aire con alegría con sus dulces coletas


trenzadas balanceándose.

Cogí tres platos de postre del mueble y les serví unos enormes
trozos de tarta. Juntas fuimos a la sala de estar abierta y nos
sentamos en el sofá para ver con Emma las noticias de los
niños, que ella insistía en ver todos los días.

– Tía, esta tarta está muy rica, deberías hornear para nosotros
más a menudo, Dana.

– Gracias.

– Tal vez podrías montar una pastelería ahora que has


escapado de la esclavitud.

Suspiré con fuerza.

– Eso sólo fue un horneado terapéutico.

–¿Ayudó?

– Sí, la verdad es que sí. – mentí obligándome a sonreír.

Desde que saqué la última tarta del horno, Connor volvió a ser
omnipresente. Así que mi nueva terapia no era muy sostenible.
Dios, ¿cómo podía este hombre incrustarse tan
persistentemente en mi mente? Todavía estaba allí… nunca se
había ido.

– Qué mal se te da mentir. – afirmó Rebecca con toda


naturalidad.

– Lo sé y no quiero hablar de ello, ¿vale? ¿Qué tal en el


trabajo?

– ¡Genial! – respondió Rebecca con demasiada rapidez.

– Tú tampoco mientes muy bien. – comenté.

– Supongo que no.

– Entonces, ¿qué ha pasado hoy en el Hotel Royal


Renaissance?

– Oh, nada en especial. Nada que pueda interesarte.

Rebecca se encogió de hombros. Estaba ocultando algo, eso


seguro, sólo que aún no sabía el qué.

– No lo sé. ¿Quizás metiste demasiado la cabeza en el horno y


ahora tienes un golpe de calor? Alucinaciones y cosas así.

Miré a mi amiga con ojos críticos. No había duda, Rebecca


tenía un secreto. Pero antes de que pudiera descubrir el secreto
de mi mejor amiga, sonó el timbre de la puerta principal y me
sobresalté.

Mi primer pensamiento: ¡Connor!

Mi segundo pensamiento: Tom había olvidado las llaves.

Mi tercer pensamiento: ¡Por favor, por favor, Connor! ¡No, por


favor, Connor no!
Rebecca se dirigió al interfono, frunciendo el ceño. Fuera
quien fuera, Rebecca no lo sabía. Bueno, al menos podría
descartar una extraña fiesta sorpresa de “estamos aquí para ti”.
Beccs pulsó el timbre y se tiró de nuevo en el sofá.

– Era Tom, se ha vuelto a olvidar las llaves.

– Casi me da un ataque al corazón con tu marido. – dije.

Luego me metí un gran trozo de tarta en la boca para aliviar


aún más mi dolor.

–¿De verdad? – Beccs me miró con ojos enormes. –


¿Esperabas que alguien más llamara a la puerta?

–¡No!

Sí, no sabía exactamente lo que esperaba. Mis emociones


estaban hechas un lío y hacía tiempo que les había perdido la
pista.

–¡Admítelo, echas de menos a Connor! – me instó mi mejor


amiga.

–¿Qué te hace pensar en Connor ahora? – hice una


contrapregunta.

– Porque es obvio que has estado pensando en él.

– No lo he hecho.

–¡Sí que lo has hecho!

–¡Eh, ya están las noticias! – nos interrumpió Emma con una


mirada sabihonda haciéndonos callar.

–¡Sólo admítelo, Dana! – continuó Beccs discutiendo en


susurros.
– Vale, de acuerdo. He estado pensando en él, aunque ni
siquiera sé si tendría algo que decirle. ¿Estás ya contenta,
pesada?

– Lo estoy.

Rebecca pinchó un gran trozo de fresa con el tenedor.

– Tal vez sólo tienes que escucharle.

Pensé en el argumento de Rebecca, pero su solución era


demasiado fácil. La vida sólo era así de fácil en las películas
de Hollywood y en las novelas románticas, pero no en la vida
real.

Así que, después de pensarlo mucho, negué con la cabeza.

– No creo que tenga nada que decirle, si no, ya lo habría


hecho.

Desganada me puse a hurgar en mi tarta.

– Eh… ¿Olvidaste que estás escondida en mi piso y que tu


teléfono está apagado desde hace días?

– Y te olvidas de que Connor es Connor. Ya habría encontrado


la manera de contactarme si realmente quisiera.

– Oh, vamos Dana, tal vez cometió un error al igual que tú.
Ambos cometieron errores de los que se arrepienten.

Entrecerré los ojos y miré profundamente a los ojos de


Rebecca.

–¿Desde cuándo estás de parte de Connor?

Levantó las manos de forma apaciguadora, interrumpiendo el


gesto con otro trozo de tarta y dijo:
– No lo estoy. Sólo digo… que tal vez Connor está arrepentido

– No digas tonterías, Beccs. – respondí sacudiendo la cabeza.

Por supuesto que deseaba que Connor volviera. Pero tenía que
enfrentarme a la realidad y aceptar las consecuencias. Rebecca
también debería verlo así. Como mi mejor amiga, su deber era
frenar mis esperanzas utópicas y quitármelas de la cabeza por
completo, no sembrar nuevas esperanzas en mí. A menos
que…

– ¡¡Has hablado con Connor!!

–¿Yo? No. – Rebecca negó con la cabeza violentamente.

Tom entró en el piso. Tuve que interrumpir mi interrogatorio


por un momento.

– Hola, señoras. – nos saludó e inspiró profundamente. – Qué


bien huele aquí–.

– Hola Tom. Hay varias tartas en la cocina, sírvete. – le saludé.

–¡No me lo digas dos veces!

Tom desapareció hacia la cocina y yo reanudé mi


interrogatorio.

–¡Rebecca, respóndeme!

Un fuerte estruendo. Seguido de un grito masculino y un golpe


seco. Enseguida nos levantamos de un salto, mientras que
Emma hacía tiempo que se había dirigido a la cocina.

Tom estaba tumbado en el suelo con la cara retorcida de dolor


y el pie izquierdo metido en la tarta de yogur y cerezas que
había puesto en el suelo para que se enfriara.
–¡Ay, Dios, ¡Tom! Lo siento muchísimo. – me disculpé mil
veces.

Mientras tanto, Rebecca se puso de rodillas para examinar a


Tom más de cerca. A primera vista parecía ileso.

– Hmm. Supongo que no puedes salvar la tarta. – refunfuñó


Tom.

Estiró el pie levantando la bandeja y cayeron cerezas y migas


de pastel.

–¿Estás bien, cariño? – preguntó Rebecca.

Tom se sacudió rápidamente las extremidades, luego se frotó


la cabeza y asintió.

– Sí, supongo que sí. Mejor que la tarta de cereza, en cualquier


caso.

Quería darme una torta a mí misma por olvidarme por


completo de la tarta en el suelo.

–¡Tom, lo siento muchísimo! – sollocé.

– Está bien, no me he roto nada. – me tranquilizó Tom.

Se liberó de la bandeja de horno y se quitó el zapato y el


calcetín manchados de tarta.

– Una vez oí que el yogur es bueno para la piel. – se rió Tom y


Rebecca y yo nos reímos también.

– Me voy al baño a limpiarme.

– Ve, cariño, Dana y yo limpiaremos este desastre.


Cogí una servilleta de cocina y la usé para recoger los trozos
más grandes de la tarta mientras Beccs se encargaba de la
bandeja. Emma, todavía riendo, volvió a la televisión.

– Si hay algo que no echo de menos del trabajo es esto. –


comenté.

– Hablando de trabajo, conseguí un trabajo a tiempo parcial de


forma súper espontánea. Los ojos de Rebecca brillaron.

– Oh, genial. ¿es buena la oferta?

– Sin duda, y pensé que tal vez podrías ayudarme. Ya sabes,


volver a rodearte de gente. Recuerda, tu plan de siete años no
se va a hacer desde el sofá.

Resoplé.

–¡No me importa el plan! Sabes que me dan igual la gente y


las fiestas.

–¡Justo por eso es por lo que quiero que vengas conmigo! No


quiero que mi mejor amiga se convierta en una solitaria que
colecciona gatos y renuncia a los hombres para siempre.

– Ay, Beccs. No exageres. No es para tanto.

– Ajá. ¿Y cuántos cientos de tartas habrá aquí mañana?


¿Señora Repostera “no-loca”?

Como siempre, mi mejor amiga tenía razón, pero no quería


salir. Ahí fuera, el peligro de que apareciera algún hombre y
me arrancara repentinamente el corazón del pecho aumentaba
enormemente. No quería hacerle eso a mi corazón por segunda
vez.
– Dana Swanson, si no te saco por la puerta, voy a llamar a
Vincent McMiller para que te eche de casa con el dedo.

–¡No eres capaz!

–¿Apostamos?

– Vale, tú ganas, te ayudo.

– Muy bien, ¿ahora qué vamos a hacer con todas estas tartas?
¿Comérnoslas?

Conté mentalmente cuántos kilos de azúcar había consumido y


negué con la cabeza de forma exagerada. Había decenas de
miles de deliciosas calorías frente a mí.

– Hmm, supongo no debería hacerle eso a mis caderas.

–¿Dana? Eres consciente de lo que comes en el hotel todos los


días. ¿No? Ositos de goma, caramelos y más cosas.

– Eso es diferente. – me defendí haciendo un puchero.

– Ah. Claro que sí. Los ositos de goma y las tartas son dos
cosas completamente diferentes, por supuesto.

– Sí. El trozo de pastel no cabría en el bolsillo lateral.

–¿Esa es tu regla para los dulces? ¿Que te quepa en los


bolsillos?

– Exactamente. Tiene que caber en mi bolsillo y no derretirse


ni pegarse. ¿Sigue existiendo el comedor social detrás del
parque?

– Sí, creo que sí. ¿Por qué?


– Creo que les hace más falta dos pasteles y una tarta de tres
pisos que a nosotros. Además, todavía tenemos la mitad del
pastel de fresas.

Rebecca asintió pensativa y luego sonrió.

– Buena idea. ¡Sí, hagámoslo! Traigo rápido una caja de la


furgoneta y nos vamos, ¿te parece?

– En realidad, me apetecía disfrutar de mi solitaria existencia


hasta el final de la semana, pero si tengo que…

– ¡Sí, tienes que! – Beccs sonrió triunfalmente.

A continuación, cogió la llave de la furgoneta del tablero y


desapareció.

Suspiré. Por un lado, estaba inmensamente agradecida de que


mi mejor amiga se asegurara de que no cayera en el pozo pero,
por otro lado, un hoyo profundo no estaría mal. Muy muy
abajo, en la oscuridad, todo estaría muy claro, ¡y no habría
ningún Connor Lancester para romperme el corazón! Al
mismo tiempo, no tenía ni idea de cómo sería la vida sin
Connor. Desde que se fue, me faltaba algo. Ni las tartas, ni
Beccs, ni el Hotel Royal Renaissance podían llenar el vacío
que había dejado. Sólo el propio Connor podía hacer eso y lo
que hacía conmigo… en la sala de juegos y más allá.

Mayday.

Aunque nunca había pronunciado esa palabra, había sido la


más preciosa que conocía. Lástima que no haya servido para
detener mi torbellino mental. Cielos, Connor seguía teniendo
más control sobre mi cuerpo que yo, lo cual disfrutaba. De
hecho, aún lo deseaba.

¿Tal vez debería llamarle o volver a su loft y hablar con él?


¿Quizá Rebecca tenía razón y Connor también me echaba de
menos? Sí, o tal vez hace tiempo que pasó de mí. O está con
Deborah. Al pensar en la zorra más zorra, como la llamaba
Maxine, aparté esos pensamientos y me enfadé.

Esa maldita zorra me había quitado todo lo que me importaba


y Connor lo había permitido. Connor me había traicionado,
nada más.

Ahora, de repente, ya no quería meterme en un agujero, ¡al


contrario! Quería demostrar al mundo entero que no
necesitaba un hombre a mi lado. Todo lo que necesitaba, ya lo
tenía. Amigos que me apoyaban y una familia que me quería.
Eso era todo lo que necesitaba en mi vida, al menos intentaba
convencerme de eso.

–¿Lista? – Rebecca interrumpió mis pensamientos.

Metió una tarta tras otra en una gran caja de espuma de


poliestireno.

– Sí, claro.

Me levanté de la encimera de la cocina y seguí a Rebecca


hacia el gran mundo. En una ciudad llena de bullicio y ruido,
una ciudad en la que te perdías sin rumbo sin importarle a
nadie.

¿A quién quiero engañar? ¡No puedo vivir sin Connor!


Dana

INTENTE CONDUCIR LA FURGONETA evitando la calle


principal, lo que resultó bastante difícil en hora punta. Era
imposible aparcar cerca del Hotel Royal Renaissance y menos
con una furgoneta tan grande.

Según las estadísticas, había una posibilidad entre novecientas


sesenta mil de ser alcanzado por un rayo. La posibilidad de
morir por atacado por un tiburón era de una entre tres coma
siete millones. Conseguir un sitio gratis para aparcar en Nueva
York con una furgoneta de casi seis metros de largo estaba en
algún punto intermedio.

Dios, ¿por qué me había dejado convencer para recoger a


Rebecca a deshoras? Porque Tom necesitaba la furgoneta
pequeña para recoger a Emma del entrenamiento de las
animadoras después de su turno, por eso. Ah, y luego estaba el
problema de que Beccs, de lo contrario, llegaría tarde a su
fiesta super improvisada que debía organizar y a la que me
obligaba a asistir para desprenderme de una vez de mis
estúpidas aspiraciones. Cuando divisé una plaza de
aparcamiento libre en una calle lateral, hice una parada de
emergencia de película con chirridos y neumáticos humeantes
incluidos. Hubo un fuerte golpe y un estruendo en la parte
trasera de la furgoneta cuando algunas de las cajas apiladas se
cayeron. Una rápida mirada de reojo fue suficiente para
comprobar los daños: parecía que un unicornio acababa de
explotar.

Estuve a punto de saltar del asiento del conductor, pero para


hacerlo tenía que sacar el coche de la carretera primero y había
decenas de conductores detrás de mí que me daban la razón
con un concierto de bocinas.

Me dirigí al callejón lateral y aparqué la furgoneta de Beccs


antes de echar un vistazo a los daños que había causado.

Suspirando, me di cuenta de que no sólo había explotado un


pequeño unicornio, sino toda una manada de unicornios.

Había guirnaldas, confeti de purpurina y flores por todas


partes, que Beccs había ordenador según un sistema del que no
tenía ni idea. Pero mi sentido del orden me obligó a hacer al
menos un control de daños. También había unas cuantas cajas
que estaban medio vacías, así que las saqué primero. Me sentí
un poco como un detective rastreando pistas y sacando
conclusiones.

Primero ordené las guirnaldas por colores sin problema, pero


no fue tan fácil hacer lo mismo con el confeti de purpurina.

Mientras ordenaba, me di cuenta de que Beccs debía haber


aumentado bastante su presupuesto porque, aunque la calidad
era importante para ella, nunca había usado decoraciones tan
caras.

Las decoraciones eran de color gris, plata y rosa, incluso el


confeti y los globos. Seguro que había servilletas, manteles y
flores en los mismos tonos en las cajas cerradas.

O era un bautizo o.… una fiesta de compromiso o de boda.

Inmediatamente dejé de lado mi trabajo de detective. ¿En serio


Beccs me iba a llevar a una puta boda? No, mi mejor amiga
nunca me haría eso. Al menos eso esperaba y, de ser así, ¡la
mataría con mis propias manos!

Tan rápido como pude, recogí las cosas y las tiré en las cajas
más cercanas para eliminar por completo las pruebas de la
existencia de parejas felices.

Hay que admitir que quien había encargado la decoración tenía


buen gusto. Habría elegido los mismos colores y estilo para el
banquete de mi boda sin duda.

Al pensar que Connor y yo… mi corazón dio un vuelco.

De forma lenta pero segura, dejé el suelo de la furgoneta


impoluto y en poco tiempo todo estaba metido de nuevo en
cajas. Incluyendo mi frustración.

Luego dejé la furgoneta y me dirigí directamente al hotel


Royal Renaissance. Beccs nunca me encontraría aquí, ni por
asomo, y en plena hora punta no había forma de parar fuera
del hotel y recogerla.

Con el viento soplando desde detrás de mi falda plisada color


champán y dándole impulso a mis pasos, avancé rápidamente.
También me decidí por una blusa blanca y unos zapatos de
salón a media altura, ni muy festivos ni muy informales. Con
esto, podría dar la talla en cualquier tipo de evento.

Me detuve a las puertas del hotel y observé el ajetreo de los


botones sacando frenéticamente las maletas de una limusina
mientras uno de los porteros recibía a un huésped mayor con
una barba que le llegaba al pecho.

Tuve que admitir a regañadientes que echaba de menos mi


antiguo trabajo. No las estúpidas normas y reglamentos ni a mi
jefa, sino el ambiente y las agradables conversaciones con las
otras camareras y, a veces, con los huéspedes. Sí, lo extrañaba
más de lo que quería admitir.

A pocos metros de la entrada, caminé de un lado a otro durante


un buen rato. Miraba mi reloj impacientemente porque Beccs
debería haber aparecido hace veinte minutos. Bien es cierto
que hacer horas extras era algo bastante común, pero Rebecca
también tenía otros compromisos, por no hablar de que todavía
tenía que aclararme si estábamos organizando una boda o si
estaba equivocada.

Beccs me dejó sola con estos pensamientos durante un tiempo


angustiosamente largo y, para empeorar las cosas, me crucé
con Shannon Williams. La subdirectora, por lo general tan
serena y segura de sí misma, parecía hoy bastante distraída y
estresada. Su elegante traje pantalón tenía arrugas y de su
peinado, por lo demás impecable, colgaban mechones sueltos.

Tan rápido como pude, me giré hacia un lado, pero era


demasiado tarde, ya me había visto.
– ¿Daaanaaa?

Mierda.

Miré al suelo en silencio porque esa traidora no se merecía


hablar conmigo, había dinamitado mi plan de siete años con un
chasquido de dedos y nunca se lo perdonaría.

– ¿Cómo estás, Dana?

Me quedé callada e hice como si la Sra. Williams fuera


invisible.

–¿Qué haces aquí? ¿Has cambiado de opinión? – insistió.

Tenía que deshacerme de ella de algún modo, de lo contrario


no podría garantizar nada.

– Aquí esperando aquí a una amiga.

– Ah. Y yo que pensaba que te habían convencido.

¿Convencido? ¿Convencido quién? ¿Cuándo?

– Señora Williams, sólo estoy aquí esperando a una amiga. –


repetí esperando que la destructora de mis sueños
desapareciera por fin.

– Lo entiendo. ¿Pero no te interesa para nada tu antiguo


trabajo?

¿Mi antiguo trabajo? ¿El que acababa de perder, así como mi


fe en la humanidad?

Incluso si todos mis problemas desaparecieran de repente


como por arte de magia, habían pasado demasiadas cosas en el
Hotel Royal Renaissance. La próxima vez que hubiera un
problema, el hotel sin duda me dejaría la patata caliente y no
quería que eso ocurriera por segunda vez. Definitivamente, me
merecía algo mejor.

¿Por qué Shannon Williams me estaba ofreciendo mi antiguo


puesto? Desde luego no por simpatía. No, sería todo gracias a
Rebecca y probablemente era debido en parte al caos que
supuso que nadie pudiera hacerse cargo de mis funciones tan
rápidamente.

¡Qué falsa e hipócrita!

– Creo que mis prioridades han cambiado un poco. – dije con


frialdad. Odiaba a Shannon Williams por dejar que Deborah se
saliera con la suya con todo lo que había pasado en el hotel.
Sacudiendo la cabeza, me pregunté hasta qué punto llegaba la
poca vergüenza de mi jefa, y luego me detuve en seco.

–¿Cómo es que quieres volver a contratarme después de todo


lo que pasó?

Shannon Williams entrecerró los ojos.

– Espera, ¿el Sr. Lancester no ha hablado contigo todavía?

¿Connor? ¿Connor había hablado con la subdirectora sobre


mí? De repente, mi corazón latía tan fuerte que retumbaba en
mis oídos.

– No, ¿por qué iba a hacerlo? – pregunté con toda la calma que
pude, aunque mi voz temblaba un poco.

Alguien me tocó el hombro por detrás, me asusté y di un paso


a un lado. Antes de que cualquier esperanza palpitante pudiera
alojarse en mí, me di la vuelta y miré a Rebeca directamente a
los ojos.
–¡Joder, Beccs! Me has dado un susto de muerte.

– Vamos, tenemos que irnos. – me instó Rebeca tirando del


brazo para alejarme del hotel, ignorando a la Guardiana del
limbo.

Shannon Williams mantuvo el ritmo y siguió hablándome.

– Dana, piénsalo bien, puedes recuperar tu antiguo trabajo


cuando quieras. Ahora mismo. Con un aumento y una
compensación, por supuesto.

Rebecca aceleró el paso como si tratara de huir de mi antigua


jefa. Por encima de mi hombro gritó:

– Lo siento mucho, señora Williams, pero tenemos mucha,


mucha prisa. Además, Dana no está interesada.

De acuerdo, por un lado, Beccs tenía toda la razón, el tiempo


era oro y yo no tenía ningún interés en mi antiguo trabajo, pero
aún así me sentía traicionada porque mi amiga hablaba en mi
nombre.

– Oye, puedo hablar por mí misma. – protesté deteniéndome y


mirando a mi antigua jefa directamente a los ojos.

– Gracias por la oferta, pero no me interesa. Un aumento de


sueldo no compensa las injusticias que ha cometido conmigo.
Quiero un trabajo en el que se valore mi trabajo y en el que se
me aprecie como persona. No es el caso del Hotel Royal
Renaissance, donde sólo cuenta la extravagancia y el dinero,
nada más.

En realidad, sólo me di cuenta de que me sentía así cuando me


escuché decirlo en voz alta. Prefería trabajar en una pensión de
mala muerte barata que en el Hotel Royal Renaissance.

Shannon Williams no dijo nada más y se quedó con la boca


abierta de espanto y mirándome decepcionada.

– Que tenga un buen día. – terminé la conversación.

Entonces dejé que Rebecca me arrastrara sin oponer


resistencia, quien casi se equivocó dos veces de camino de lo
rápido que caminaba.

–¿Qué te ha dicho Williams? – preguntó Rebecca con cautela.

– No mucho. Quería devolverme mi trabajo y hablaba de


Connor.

–¿Ah, sí? ¿Y qué?

¿Era eso el sensacionalismo de Rebecca? ¿O sabía más de lo


que decía? Maldita sea, ¿qué estaba pasando aquí?

– Nada en concreto, sólo que habían hablado de mí. – dije


pensativa – ¿Crees que le contó lo de Deborah y que les habló
bien de mí?

El corazón me latía con fuerza en el pecho.

– Puede ser, sería un detalle de su parte, ¿no?

– No te hagas la tonta, Beccs. Estás metida en el ajo de alguna


manera, ¡quiero saber qué pasó en el hotel ahora mismo!

Rebecca miró su reloj de pulsera.

–¡Dios, ¡qué tarde! Tenemos que irnos o nos perderemos la


fiesta que se suponía que teníamos que organizar.
–¡No me cambies de tema! – amonesté a mi mejor amiga
levantando el dedo índice de forma amenazante.

– De todas formas, ¿cuándo ibas a decirme que ibas a


organizar una boda?

Rebecca me miró. Medio sonriente, medio desesperada.

– Bueno. No quiero que te pierdas nada en la vida, eres


demasiado importante para mí. Además, es una fiesta de
compromiso, no una boda.

– Ah, vale, entonces no pasa nada, es sólo una fiesta de


compromiso. – refunfuñé cínicamente. – ¿De verdad crees que
me apetece una fiesta de compromiso en estos momentos?
¿Con gente feliz celebrando su amor?

Rebecca suspiró.

– Sí, creo que eso es exactamente lo que necesitas.

– Muy bien, experta en la materia.

– Dana, asúmelo. Tienes que superarlo, ¿vale?

– Podrías dejarme en la próxima estación de servicio.

Beccs me miró negando con la cabeza, resoplé con fuerza y no


dije nada más.

Bueno, supongo que ahora Beccs tenía que ver mi cara de


enfado durante las próximas tres semanas.

“Tienes que superarlo, Beccs.”

Llegamos al coche, le entregué las llaves a Rebecca y me senté


en el lado del copiloto. Como seguía castigando a mi mejor
amiga con mi silencio, encendió la radio para que los últimos
éxitos musicales vibraran en la furgoneta.

Rebecca arrancó, salió de la calle lateral y se unió al lento


tráfico. Condujimos hacia el norte por Manhattan. Ella seguía
mirando su reloj con el ceño fruncido.

–¿Vamos mal de tiempo? – pregunté con un poco de cinismo.

Por supuesto que no quería que mi mejor amiga tuviera


problemas por llegar tarde.

– Un poco tal vez, pero nos las arreglaremos.

Mientras sonaba el nuevo superéxito de Bonnie Buckley, Wild,


Wild Heartbeats y me olvidé por completo de lo cabreada que
estaba con Rebecca y, en lugar de eso, comencé a seguir el
ritmo de la alegre melodía en el salpicadero.

Cuanto más conducíamos, más rural se volvía la zona, hasta


que dejamos atrás la gran ciudad. ¿Dónde diablos era este
evento? Beccs nunca suele organizar nada tan lejos.

– Por cierto, ¿a dónde vamos? – pregunté.

– Ya lo verás cuando lleguemos. No creo que lo conozcas.

–¿Y cuándo llegaremos?

– Pronto. – suspiró Rebecca.

– Ya estás haciendo las mismas preguntas molestas que Emma.

Ahora Rebecca había provocado mi sarcasmo.

–¡Tengo hambre! Y también sed. Además, ¡tengo que ir al


baño! Me aburro. – dije enumerando todo tipo de frases
estereotipadas que se les ocurrían a los niños durante un viaje
largo en coche.

Rebecca se rió.

–¡Vale, vale! Unos minutos más y ya estamos allí. ¿Ves ese


lugar de allí? Ahí es donde vamos.

Señaló un pequeño pueblo costero en el horizonte.

Mi mirada se alternaba entre la aldea de enfrente y el pueblo


de atrás hasta que el mar acaparó mi vista. Estaba tan cerca
que sentí que podía saborear la sal en el aire. Incluso desde la
distancia pude ver el típico encanto rural costero. A su vez,
Nueva York estaba al alcance de la mano.

– Es bonito, ¿no? – preguntó Rebecca.

– De ensueño. – dije pensativa.

De alguna manera no podía quitarme de la cabeza la


conversación con Shannon Williams. Ya nada encajaba y el
comportamiento de Rebecca tampoco. Pero tal vez estaba
imaginándome cosas porque no podía creer que mi relación
con Connor realmente hubiera terminado.

Tal vez sólo necesitaba un poco de distancia de todo. Unas


vacaciones cortas en Nueva Orleans con mis padres era una
opción. Me pregunto si mis padres estarían decepcionados
conmigo cuando se enteraran de lo que había pasado. Estoy
segura de que sí…

Rebecca condujo por el pueblo hasta que nos detuvimos frente


a una bonita pensión.
– Vale, primero llevaremos todas las cajas al vestíbulo y luego
nos encargaremos de la decoración, ¿sí? – preguntó Rebecca.

– Tú eres la jefa. – respondí.

– Lo sería si te pagara. – Rebecca se rió y se bajó para abrir las


puertas traseras de la furgoneta.

La encantadora pensión se encontraba en una pequeña colina a


las afueras del pueblo y el mar estaba tan cerca que se podían
oír las olas.

– Despierta, Dana, que vamos tarde. – me reprendió Rebecca.

Me puso una caja de guirnaldas en la mano.

–¡Cuidado que me pongo en huelga y me manifiesto! –


amenacé con una sonrisa.

– Uy no, eso sería terrible. Entonces me vería obligada a


disolver la manifestación con un cañón de agua… o con esa
manguera de jardín de ahí.

Rebecca señaló una manguera de jardín pulcramente enrollada


que colgaba de una valla de madera pintada de blanco que
rodeaba toda la propiedad.

La pensión estaba pintada del mismo blanco y se encontraba


en el centro de un hermoso jardín. Dios, este idílico lugar era
perfecto.

En un futuro, cuando ya hubiese acumulado suficiente dinero


y experiencia, quería dirigir una pensión exactamente igual a
la de mis abuelos. Una pequeña casa, diseñada y gestionada
con amor, justo como la que tenía delante y organizar una
fiesta de compromiso de ensueño.

Aparte de un jardinero que cuidaba unas rosas silvestres, no vi


a nadie. Sin invitados, sin supuesta novia, nadie.

–¡Hola! – saludó Rebeca al jardinero.

Le devolvió el saludo y luego señaló la puerta principal


abierta.

– Genial, ¡gracias!

La zona de entrada estaba bordeada por un pequeño porche de


madera en el que había docenas de flores en flor. La mayoría
de las flores eran blancas o rosadas, al igual los adornos que
había traído Rebecca.

Juntas arrastramos una caja tras otra hasta el gran vestíbulo,


cuyas ventanas de suelo a techo ofrecían una hermosa vista del
jardín y el mar.

Cuanto más tiempo permanecía allí, mayores eran mis ganas


de visitar a mis padres en Nueva Orleans. Mi nostalgia se hizo
casi insoportable. Al mismo tiempo, me sorprendí
memorizando los pequeños detalles con los que la pensión
estaba decorada con tanto cariño. El estuco estaba bellamente
grabado, unos cuadros atemporales colgaban en marcos
dorados y los muebles tapizados me invitaban a acurrucarme.

Mi estómago se tensaba dolorosamente cuanto más tiempo


pasaba aquí. Todo, absolutamente todo, se veía exactamente
como siempre lo había imaginado. Mismos muebles, mismo
estilo, colores, flores, todo. Era como si alguien hubiera puesto
mis sueños en un papel, y sí, estaba tremendamente celosa de
quienquiera que fuera el dueño de la pensión.

–¡Bien! – dijo Rebecca en voz alta dejando la caja frente a


ella. – Esa era la última caja.

– Mi espalda no puede más. – me quejé frotándome mis


doloridas lumbares.

Beccs asintió con la cabeza.

– Bueno, voy a ponerme con este lío.

Rebecca ordenó las cajas de forma brusca. No sólo había que


decorar el vestíbulo sino también el comedor de al lado. La
vajilla ya estaba colocada y, a juzgar por el número, debía ser
una pequeña fiesta romántica. De repente ya no me sentía
cómoda aquí. Todo me recordaba a Connor y a lo que
podríamos haber llegado a ser.

–¿Qué hago ahora? – pregunté. Me moría de ganas de que


Rebecca me encargara todo tipo de tareas para poder irnos
cuanto antes.

– Espera.

Rebecca salió del vestíbulo y volvió un momento después con


un gran ramo de flores que me puso en la mano.

– Podrías llevar el ramo a la habitación de la futura novia, en


el primer piso. Justo al subir las escaleras, no tiene pérdida.

Rebecca cogió una escalera y empezó a colgar las guirnaldas,


dejando unos centímetros de espacio en el techo para que el
estuco pudiera seguir luciéndose.
Apreté los dientes porque realmente no quería entrar en esa
habitación. En todas las demás, sí, pero no en esa maldita
habitación. Mi corazón roto no podría soportar tanta felicidad
y amor en este momento.

– ¿No puedo simplemente colgar alguna guirnalda o poner la


mesa?

– Sólo hay una escalera. Ya me encargaré yo de la mesa al


final, hay que pulir los platos.

– Pues ya lo hago yo. – sugerí.

–¡No! – gritó Rebecca.

Había un toque de histeria en su voz. Se aclaró brevemente la


garganta y luego continuó hablando con más calma.

– Quiero decir que tienes que dejar el ramo en la habitación


ahora. Los invitados están a punto de llegar y luego no
podemos aparecer en la suite nupcial. Sería de mala educación.

¡Mierda!

Suspiré.

– Vale, pero sabes que te odio, ¿verdad? Arrastrarme a una


fiesta de compromiso…ahora…

– Y también sé que no lo dices en serio. – respondió Rebecca


con una sonrisa.

Como me dijo Rebecca, no tuve problemas para encontrar la


suite nupcial. Todo el maldito camino, desde las escaleras,
estaba cubierto de pétalos.
Quienquiera que fuera el novio, era un auténtico romántico.
Todo el lugar apestaba a romanticismo. La acertada decoración
era otra muestra de su buen gusto. Aunque odiaba las
circunstancias, deseaba que al novio la novia le dijera que sí.
Cualquiera que se tomara tantas molestias era digno de ser
amado.

Esta constatación suavizó un poco mi dolor. Aun así, me sentí


como un ladrón cuando llegué a la suite.

Por decencia y costumbre, llamé a la puerta y esperé antes de


entrar en la habitación.

La suite era espaciosa y estaba amueblada con tanto estilo


como el resto de la pensión. Los grandes ventanales ofrecían
una magnífica vista del mar. Todo el suelo estaba cubierto de
pétalos de flores y había cientos de velas encendidas en los
armarios y en las mesas.

Envidiaba a la mujer para la que habían organizado todo esto.


Sí, estaba celosa de una desconocida de la que no sabía
absolutamente nada. Sacudiendo la cabeza, coloqué el ramo de
flores en la única mesa libre, que estaba justo al lado de la
gran cama con dosel.

Sobre la cama había un hermoso vestido de seda blanco,


precioso y caro.

– No dejas nada al azar, ¿verdad? – pregunté.

Aunque me sentía como una intrusa y mi pasado hablaba por


mí, miré más de cerca el vestido.

¡Sólo mira, no toques!


Los recuerdos se hicieron presentes. La última vez, mi
ensoñación casi me costó el trabajo. Pero si no me hubiera
puesto el vestido, quizá nunca hubiera salido con Connor. Me
dolía el corazón roto y no pude evitar preguntarme si
retrocedería en el tiempo si pudiera.

Uy, me llamó la atención algo en lo que no me había fijado


antes. Junto al vestido había un solo pendiente. Sonreí ante esa
coincidencia que me resultaba tan familiar. Todo aquí me
recordaba a mi primer encuentro con Connor. El vestido, el
pendiente, incluso el olor a sándalo estaba en el aire.

Dios, cómo me había atraído Connor desde el primer


momento, sus cálidos brazos y ese fuego que había encendido
mi pasión. Connor me había enseñado muchas cosas. Joder,
Connor me había mostrado mis deseos más profundos,
reprimidos durante tanto tiempo.

– Si supieras cuánto lo siento. – oí susurrar a Connor.

Cielos, todavía poseía todos mis sentidos. Ahora no sólo lo


olía, sino que también lo oía, pero no pude sentirlo.

Eché un último vistazo al vestido y al pendiente, y luego


emprendí la retirada. Al girar, me topé con una pared que no
estaba allí antes. Una fuerte y dura fragancia masculina, ácida
y con una nota de sándalo. Dios, no era una pared, era Connor,
impidiendo que me cayera con sus fuertes brazos.

Tras recuperar la compostura, retrocedí dos pasos.

–¿Connor? ¿Qué haces aquí?

– Lo correcto.
– No entiendo nada…

Pero cuando Connor tomó mi mano entre las suyas, contuve la


respiración. Antes de que dijera una sola palabra, tuve que
parpadear para evitar las lágrimas. Todo mi cuerpo enloquecía,
sentía calor y frío al mismo tiempo.

Dios, había echado tanto de menos sus manos sobre mi


cuerpo.

– Todavía llevas mi pulsera. – dijo Connor con una sonrisa.

Con su dedo índice acarició los pequeños colgantes con


devoción.

Por supuesto que seguía llevando su pulsera. Después de todo,


yo era su chica. Al menos lo fui durante un tiempo. Una época
que asociaba con los mejores recuerdos de mi vida, pero
también con los peores.

– Dana, he sido un tonto, un puto idiota, y por fin me he dado


cuenta. Espero que no sea demasiado tarde.

– Sí, fuiste un idiota. – repetí antes de que se me quebrara la


voz.

Connor asintió. Ahora, por primera vez, me atreví a mirarle a


la cara. Parecía cansado, pero también esperanzado. Sus ojos
marrones se iluminaron con afecto. No había duda de que lo
decía en serio.

– He cometido errores imperdonables en el pasado, pero


todavía espero que puedas perdonarme para que podamos
tener un futuro juntos.
Connor sonrió, medio dolorido, medio esperanzado.

Nunca lo había visto tan desesperado. Ni una sola una vez.

Por supuesto que te perdono, fue lo primero que pasó por mi


mente, pero por alguna razón me callé. Me quedé mirando a
Connor con incredulidad.

Me preguntaba cómo sería ese futuro. ¿Viviríamos felices para


siempre? Probablemente no. Especialmente si Deborah se salía
con la suya. Además, ni siquiera sabía cómo iba a ser mi vida
mañana. Ya no tenía trabajo ni una meta y, sin perspectivas,
me faltaba el impulso para pensar siquiera en el día siguiente.

– Connor, no sé si puedo soportar esto de nuevo. Me has roto


el corazón.

– Y cuando te fuiste, te llevaste el mío contigo. – respondió


Connor.

Me limpió una lágrima de la mejilla con el pulgar. Sus


palabras comenzaron a reparar mi corazón roto. Lentamente,
pero podía sentir que mi corazón y mi alma se curaban.

– Nos han puesto tantas piedras en nuestro camino que me


cuesta mirar hacia adelante.

– No te preocupes, te construiré un castillo con estas piedras


que nos protegerá de todo y te llevarán donde quieras ir.

Odié a Connor por decir exactamente lo que quería oír. Era


exactamente lo que quería sentir y lo que necesitaba para
perdonarle.

–¿Y qué pasa con Deborah? – se me volvió a quebrar la voz.


– Se ha ido y se ha ido para siempre. No te va a denunciar y no
tendrás más problemas, lo he solucionado todo. No te
preocupes, no volverá a molestarnos.

Así que efectivamente Connor había estado en el Hotel Royal


Renaissance y me había defendido. Ahora todo estaba claro
como el agua y comprendí por qué todos los que me rodeaban
habían actuado de forma tan extraña, ¡era por Connor! Cielos,
debe haber estado organizando todo durante días.

–¿De verdad? – pregunté sólo para asegurarme. Todo era


demasiado perfecto. Tenía que haber una trampa. Una aguja
que reventara mi sueño, un pelo en la sopa, algo.

– De verdad. Te quiero, Dana, te quiero más que a nada en el


mundo.

Cuando Connor dijo las dos palabras mágicas, dos veces, mi


corazón se detuvo por un momento. Me quedé sin palabras y
se me ablandaron las piernas.

Connor se puso de lado un momento y abrió el cajón superior


de la cómoda. De allí sacó un regalo envuelto, tan ancho y
grueso como un sobre.

–¿Qué es esto? – pregunté.

– Es mi intento de salvarnos. – dijo con una sonrisa. – Ábrelo.

Acepté el regalo. Estaba envuelto en papel rojo y era más


pesado de lo que parecía. Se sentía enorme y rígido. ¿Un
marco de fotos?

Separé el papel con cuidado y saqué una placa plateada


suavemente pulida del tamaño de una tabla de cortar. Se veía
elegante, sin duda, pero ¿por qué Connor me daba algo así?
¿Una tabla de cortar plateada?

–¡Dale la vuelta! – me incitó Connor.

– Uy.

No había caído en que el tablero también tenía un frente. Me


quedé sin aire cuando cumplí la petición de Connor. Tracé con
la punta de mis dedos la escritura grabada, decorada con vides
y volutas.

Dana y Connor Lancester

– Oh, Connor. – suspiré emocionada hasta las lágrimas.

En ese mismo momento, Connor se arrodilló frente a mí.


Abrió una pequeña caja de cuero, en cuyo lecho aterciopelado
había un anillo de plata con un enorme diamante. Justo al lado
había una versión en miniatura para mi pulsera.

Dios mío.

– Te doy todo lo que tengo. Mi corazón, mis sueños, mi futuro


y mis pensamientos. Dana Swanson, ¿Quieres casarte
conmigo?
Connor

ASÍ QUE AHÍ ESTABA, ese momento que cambiaría mi vida


para siempre. Y la decisión de cómo cambiaría mi futuro
dependía completamente de Dana.

No podía creer lo bien que se sentía que alguien decidiera por


mí. Me pregunto si Dana era consciente del poder que tenía en
ese momento. Por lo general, siempre era yo quien tenía el
control y tomaba las decisiones.

Abrí la pequeña caja de cuero y tuve que hacer acopio de todas


mis fuerzas para que no me temblaran las manos. Dana estaba
a punto de decidir el futuro de ambos.

– Te doy todo lo que tengo. Mi corazón, mis sueños, mi futuro


y mis pensamientos. Dana Swanson, ¿quieres casarte
conmigo?

Dana estaba frente a mí, con lágrimas en la cara, mirándome


con los ojos muy abiertos. Sus ojos se deslizaban de un lado a
otro entre la placa de la puerta y el anillo.

–¿Me estás pidiendo que sea tu esposa?


– Mi esposa. Mi mejor amiga. Mi señora. Mi puta. Mi chica.

– Esto es tan… inesperado. – suspiró Dana.

Entonces se le quebró la voz.

Maldita sea, sentía como si me fueran a aplastar el corazón.


Me quedé inmóvil, tratando de escuchar una respuesta en el
silencio de Dana.

– Di algo. – susurré finalmente cuando Dana no rompió su


silencio.

Su hermoso rostro reflejaba una infinidad de emociones.

– Sabes, al principio no creía que me quisieras de verdad. De


hecho, pensé que me sacarías de tu vida después de nuestra
primera noche y me habría parecido bien -dijo Dana pensativa
– Pero entonces me mostraste tu bestia y mis deseos secretos,
tan oscuros y siniestros que nunca quise verlos.

– No, no son oscuros y siniestros. Tus deseos son radiantes,


redentores y hermosos. – murmuré.

– A través de ti sí, los conviertes en algo hermoso, Connor. –


dijo Dana.

Pasó su dedo índice por el anillo de compromiso. Una pieza


única de alto quilate de Josh Anderson que había traído
especialmente desde la República Checa en mi avión privado,
al igual que el pendiente que estaba sobre la cama.

Había querido recrear el momento en el que nos conocimos,


sólo que de forma mucho más romántica. Un encuentro que
cambió mucho la vida de ambos. Así como este momento
podría cambiar nuestras vidas para siempre.

Mi corazón lo sabía perfectamente, ya no podía vivir sin Dana.


Éramos almas gemelas y Dana tenía que verlo y, sobre todo,
sentirlo.

¡Dana, sólo di que sí!

– Connor… tenías razón. Estaba celosa de Deborah. Estaba


celosa de su riqueza, de su influencia, y del hecho de que ella
podía darte lo que querías.

A Dana le tembló el labio inferior y una lágrima recorrió su


mejilla. Debió de necesitar mucha fuerza para admitir esa
debilidad.

– No, Deborah no puede en absoluto darme lo que necesito, ni


con su dinero ni con su terrible carácter. Todo lo que necesito
eres tú. Me das todo lo que necesito para ser feliz.

Respiré hondo mientras miraba profundamente los ojos azul


cielo de Dana llenos de lágrimas.

– Dana, soy un hombre que lo tiene todo. Dinero, poder e


influencia, pero sin ti no soy nada.

Si Dana no decía que sí ahora mismo, me volvería loco, eso


seguro. La odiaba por ponerme en este aprieto. Ahora me
podía hacer una idea de lo mucho que hacía sufrir a Dana en la
sala de juegos.

– ¿Estoy soñando, Connor? Todo esto es demasiado perfecto,


tú y esta pensión y nuestro romántico primer encuentro.
– No, no estás soñando, Dana, pero hasta que no respondas a
mi pregunta, esto es una pesadilla. – dije pensativo.

– Quiero que me lleves en tus brazos y me pongas de rodillas.


Quiero que seas tierno conmigo y que me azotes lo más fuerte
que puedas. Quiero compartir los buenos momentos contigo y
superar los malos juntos.

Por primera vez desde que conocía a Dana, decía lo que


deseaba ella. No sólo yo había crecido en nuestra relación,
Dana también lo había hecho. Lleno de orgullo, le sonreí
mientras seguía hablando.

– Me encanta que me mires así y la sensación que me produce.


Quiero que me mires así todos los días, todas las noches, por
el resto de nuestras vidas. ¡Sí! Quiero casarme contigo.

Ninguna risa, por sincera que fuera, ni ningún gemido, por


sensual que fuera, resonó en mi alma como las últimas
palabras de Dana.

¡Me casaré contigo!

Como un caballero, puse el anillo de compromiso en el dedo


anular de Dana, pero entonces no hubo quien me parara. Me
levanté de un salto, envolví a Dana en mis brazos y la besé
larga y apasionadamente hasta que no tuve más aire en mis
pulmones. En ese momento no necesitaba aire, respiraba a
Dana y sólo la necesitaba a ella para vivir. Ella hacía latir mi
corazón y era la razón por la que seguía latiendo.

Sin aliento nos separamos el uno del otro y Dana seguía


llorando, pero ahora, afortunadamente, eran lágrimas de
alegría porque había una sonrisa en sus labios.

– Di que me quieres otra vez. – suplicó Dana.

– Te quiero.

– Qué bonito suena. Se adapta a tu voz cuando lo dices. Dilo


otra vez.

– Te amo, con toda mi alma y mi corazón. Te quiero.

Ahora que decía esas palabras, me daba cuenta de lo idiota que


había sido. Esas palabras nunca se habían sentido más
honestas y significativas y si le hubiera dicho antes a Dana lo
que sentía por ella en el fondo, nos habría ahorrado muchos
problemas.

– Yo también te quiero, Connor.

Ahora fue Dana quien exigió un beso. Sensual y lleno de


ternura. Sus labios eran suaves y estaban ligeramente
separados, lo que me permitió introducir mi lengua en su boca.
Sabía tan bien. Dulce y llena de anhelo. De nuevo, sólo nos
separamos el uno del otro cuando nos quedamos sin aliento.

Era como si me hubiera quitado de encima un peso de una


tonelada ahora que la había recuperado.

– No estabas aquí por casualidad, ¿verdad? – preguntó Dana


con una sonrisa.

Ella ya sabía la respuesta.

– No, en realidad no. – sonreí a sabiendas.

–¡Tengo que enseñarle este anillo a Rebecca! Y también tengo


que llamar a mis padres y a los tuyos. Y …
Puse mi dedo en los labios de Dana.

– Shh. Todo a su tiempo. Creo que deberíamos darle a


Rebecca unos minutos más para decorar tranquila. Habrá
muchos momentos y oportunidades para celebrarlo con todos.
Lo único que importa ahora es que tú y yo estamos juntos de
nuevo.

–¡Lo sabía! Estaba compinchada contigo. – resopló Dana casi


con reproche.

– Sí, pero me costó mucho convencerla. Muchísimo,


incluyendo horas de interrogatorio. Es una buena amiga.

– Sí, típico de Beccs. – sonrió Dana, luego su rostro se volvió


más serio.

– Entonces, ¿qué hacemos hasta que la fiesta comience?

– Se me ocurre algo. – dije.

Entonces saqué un par de esposas de mi bolsillo.

– Como eres tan buena chica, te dejaré elegir cómo te follo.

Dana ladeó la cabeza y se mordió los labios con lascivia.

– Hmm. Me temo que he sido una chica muy, muy mala


últimamente.

– Bueno, bueno. Entonces, ¿qué quieres que haga contigo,


chica mala? – gruñí, caminando alrededor de Dana hasta
colocarme detrás de ella y besar su cuello.

– No me han azotado en mucho tiempo. – susurró Dana.

Su cuerpo se estremeció cuando la agarré por las caderas y


apreté su culo contra mi miembro rígido.
– Me parece una buena idea. – murmuré en su oído.

– Gracias, señor.

El señor nunca había sonado más significativo. La voz de


Dana insufló alma a las palabras sin vida dándoles un
significado más profundo.

– Quítate la ropa, cariño.

Dana obedeció inmediatamente. Se desabrochó la blusa blanca


y se quitó la falda plisada. Yo mismo me encargué de la ropa
interior de encaje blanco y de sus zapatos.

– Echaba de menos esta vista. – dije con reverencia.

– Y yo esta sensación.

¿Qué había hecho yo para merecer a esta mujer? Ninguna otra


mujer me había vuelto tan loco.

Se oyó un clic cuando las esposas que rodeaban la muñeca


izquierda de Dana se cerraron. Luego llevé a Dana a la cama
con dosel y coloqué el cuerpo de Dana entre el mío y el poste
de la cama que llegaba hasta el techo. Las manos de Dana
siguieron hacia arriba guiadas por las mías. Muy por encima
de su cabeza había una gran anilla metálica a través de la cual
pasé las esposas hasta la mitad asegurando la muñeca derecha
de Dana a ella. Dana no tuvo más remedio que ponerse de
puntillas. Sin embargo, me sonrió expectante mientras le
acariciaba los brazos.

Sigue sonriendo, cariño.


Donde mis uñas tocaban su piel, se erizaba. Masajeé sus
pechos, frotando mis pulgares sobre sus pezones, que se
erguían lentamente.

– Me gusta verte atada, Dana.

Pellizqué con fuerza ambos pezones provocando el primer


grito sensual de Dana. Su cuerpo se retorcía entre mis manos y
sus ataduras, pero Dana no podía escapar de mi dominio.

– Maldita sea, Dana. No tienes idea del placer que me da tu


dolor. Tu dolor es un regalo para mí, nunca lo olvides.

– No, señor. – jadeó Dana.

Le solté los pezones. Una breve sacudida recorrió su cuerpo y


luego se relajó. Con sus grandes y brillantes ojos azules, Dana
me devolvió la mirada, entregada y llena de confianza.

Con mi pie, empujé el suyo hacia un lado, obligando a Dana a


abrir más las piernas. Dana tenía que hacer equilibrios, pero se
veía muy seductora haciéndolo.

–¿Agotador?

– No, más bien incómodo. – respondió Dana.

Su mirada se detuvo en las esposas.

– Oh, ¿la princesa sólo ha sido mimada con esposas de cuero


acolchadas? – sonreí maliciosamente.

– No soy una princesa. – espetó Dana con los ojos brillando


desafiantes.

– Así es, ahora eres mi puta.


Deslicé mi mano entre sus piernas. Sin duda, encontré el punto
más sensible de Dana y lo froté con movimientos circulares.
Gimiendo, Dana inclinó la cabeza hacia atrás.

– Buena chica. – dije. – Acepta de mí todo lo que te doy. Dolor


y placer.

– Sí, señor.

Seguí frotando su perla, sintiendo su humedad y disfrutando


de los suaves suspiros de Dana mientras rodeaba su cintura
con mi brazo libre. Sus suspiros se hicieron más fuertes
mientras la penetraba con dos dedos. Estiró la pelvis para que
la llevara más adentro, pero me tomé mi tiempo y moví mis
dedos agonizantemente despacio dentro de ella.

– Por favor. – suplicó en voz baja.

– Shhh.

Todavía no, cariño.

Cubrí su cuello con suaves besos, aspirando su aroma mientras


lo hacía. Olía tan maravillosamente bien, dulce y floral, como
puro pecado.

– Por favor. – siguió gimiendo Dana.

– Si vuelves a desobedecer mis ordenes, te castigaré, y tendré


que sacar el plug y el vibrador. ¿Entendido?

– Sí, señor. – contestó Dana con dulzura, pero entornando los


ojos al mismo tiempo. Dana me estaba provocando, lo sabía.
Me pregunto si ella sabía que estaba jugando con mis cartas al
hacerlo. Quería castigarla, golpearla, atarla, amordazarla,
follarla hasta dejarla sin sentido y hacerle tantas cosas
prohibidas que me llevaría una eternidad hacer todo lo que
tenía en mente.

– No puedes volver a hablar hasta que te dé permiso.

Dana asintió con una inconfundible sonrisa en los labios.

¿Quieres jugar? Entonces, ¡juguemos! Mi juego. Mis reglas.


Mis decisiones.

¡Dios, cómo amaba a esta mujer! Era difícil creer lo fina que
se había vuelto la línea de Dana entre la timidez sumisa y la
rebelión desafiante.

Se había abierto a mí y había llegado al límite de sus


posibilidades conmigo… y más allá.

Me alejé de Dana, fui al tocador y saqué una mordaza de


anillo.

– Estás de suerte, Dana. Hoy incluso voy a ayudarte a


obedecer mis órdenes. Abre la boca.

La mirada de Dana se deslizaba de un lado a otro entre la


mordaza y yo y de buen grado abrió la boca. El gran anillo
metálico obligaba a Dana a mantener la boca bien abierta y las
dos correas de cuero que até en la parte posterior de su cabeza
lo mantenían todo en su sitio.

Pasé mi dedo índice por los suaves labios de Dana y luego


entré en su boca para demostrarle que podía hacerlo. Podía
tomar su boca cuando quisiera. Maldita sea, me encantaba
demostrarle a Dana el poder que tenía sobre ella, sobre su
cuerpo, su mente y su alma. Entonces volví a penetrar su
centro, tan lenta y sensualmente como antes, sabiendo que
estaba volviendo loca a Dana con ello. Así era exactamente
como quería que estuviera.

– Ahora estás a mi merced. – dije– Puedo follarte tan lento o


tan duro como quiera y no hay nada que puedas hacer. ¿Te
gusta eso?

La penetré de nuevo con mis dedos. La expresión de su cara lo


decía todo. Los ojos de Dana siempre la traicionaban, porque
su rostro era para mí como un libro abierto en el que podía leer
todo, aunque sus pensamientos eran a menudo tan profundos
como el océano. Besé su boca abierta y luego me concentré de
nuevo en mis dedos masajeando sus puntos más sensibles.
Dana cambió nerviosamente el peso entre sus piernas.

– Ya te estás cansando, ¿verdad? – le pregunté suavemente.

Dana asintió.

– Tendrás que tener un poco de paciencia, bonita.

Entonces moví mis dedos más rápido, más profundo, dando a


Dana el alivio que necesitaba desesperadamente. Gimió
roncamente por la boca sin poder evitar que la saliva se le
escapara por las comisuras de los labios. Apretó fuertemente
mis dedos y me imaginé cómo se sentiría mi erección dentro
de ella, que presionaba dolorosamente contra mis pantalones.

El abdomen de Dana se sacudió y movió la pelvis hacia


delante y hacia atrás. Su cuerpo se agitó y tembló cuando su
orgasmo se hacía más tangible. Salí de ella un segundo antes
de que Dana se corriera. Dana me miró con reproche y enfado
a partes iguales.

– Como mi chica, deberías saber que primero tienes que


ganarte el orgasmo. – sonreí.

Liberé una de sus muñecas de las esposas y las piernas de


Dana se doblaron inmediatamente. Sólo mi firme agarre en su
cintura impidió que Dana cayera al suelo. Lentamente puse a
Dana de rodillas y cuando me miró tan sumisamente desde
abajo con la boca abierta en señal de invitación, no pude
contenerme. Me bajé los pantalones, liberé mi polla y la
introduje en su húmeda y cálida garganta. Duro y profundo, tal
y como Dana se merecía, tal y como ella misma quería. Tomé
su cabeza entre mis manos y Dana se dejó guiar por mí.
Después de unas cuantas embestidas fuertes reduje el ritmo,
pero empujé más profundo en ella. Sabía que le estaba
pidiendo mucho a Dana cuando me la follaba tan
profundamente, hasta la empuñadura, pero ella lo soportó por
mí. Era mi puta, mi chica, mi esclava.

Su boca se sentía tan bien, su lengua suave, su paladar duro, su


aliento caliente. Una combinación peligrosa que podría
hacerme explotar en segundos.

Todavía no…

Acababa de recuperar a Dana, no iba a soltarla tan rápido.


Maldita sea, me encantaría encadenarla en la sala de juegos y
nunca, nunca dejarla ir.

Con un agarre firme, introduje mi polla en lo más profundo de


ella, tanto que la punta de su nariz tocó mi vientre. Su garganta
se estrechó alrededor de mi punta, estimulándome
intensamente. Dana mantenía el contacto visual conmigo todo
el tiempo, lo que hizo que mi bestia se enfureciera.

Se veía tan increíble con mi polla en su boca mirándome.


Dana no podía darme una mirada más sumisa.

– Tócate. – la recompensé por su mirada.

Inmediatamente su mano izquierda, aún colgando con las


esposas, se movió entre sus piernas. Lleno de orgullo, le sonreí
mientras seguía empujando en su garganta. Al principio me
contuve, no quería liberar a la bestia todavía, pero había estado
encerrada entre rejas demasiado tiempo y apenas podía ser
contenida. Para ser sincero, tampoco quería retenerla por más
tiempo. Solté a la bestia y se abalanzó sobre Dana.

Fuerte. Salvaje. Profunda. Desinhibida. Apasionada.


Libidinosa. Deseosa.

Dana también notó la diferencia y continuó concentrándose en


seguir todos mis movimientos, lo que no fue tan fácil porque
me dejaba llevar por mis deseos. Dana no tuvo más remedio
que aceptar lo que le daba.

Empujé con fuerza unas cuantas veces más, disfrutando de la


visión de mi polla hundiéndose en la boca de Dana y luego
exploté dentro de ella, ciertamente no por última vez hoy.

Mientras sacaba mi miembro de su boca, observé fascinado


cómo mi oro goteaba lentamente por las comisuras de su boca
hacia sus pechos y corría por su garganta al mismo tiempo.
Con una mordaza de anillo era casi imposible tragar.
– Buena chica. – la elogié.

Liberé la boca amordazada de Dana, que cerró agradecida.


Pasé mi pulgar por la comisura de la boca de Dana, recogí mi
semen y se lo metí en la boca. Ella lamió voluntariamente mi
dedo hasta que no hubo más rastros de mi explosión en su
cuerpo.

Dios, cómo había echado de menos a Dana y esto. Ahora era


su turno, la levanté por los brazos y la miré profundamente a
los ojos.

–¿Cómo quieres que te folle?

Dana se quedó mirando mi erección aún dura y se relamió.

Maldita sea, aún no había empezado y ahora que tenía a Dana


de vuelta mi resistencia parecía infinita.

– Como me merezco. – respondió con una sonrisa.

En la penumbra, le guiñé un ojo. Una sonrisa se dibujó en mis


labios, seguida de un gruñido gutural. Empujé a Dana hacia a
la cama. Como un depredador, trepé sobre ella, besé su
garganta y agarré sus muñecas extendiéndolas hacia arriba
lejos de su cuerpo.

Quería ver su cara, cada una de sus expresiones. Me encantaba


la cara que ponía cuando se corría.

Sin previo aviso, empujé y la penetré hasta la empuñadura.


Dana estaba más que preparada para mí. Incluso cuando
todavía estaba atada al poste de la cama, no podía negar su
deseo por mí. La humedad entre sus piernas hablaba por sí
sola.
Dana gimió empujando sus caderas hacia mí. Acepté su
invitación y empecé a follarle aún más profundamente. Con
cada embestida provocaba gritos sensuales e intensos en Dana.
Sus párpados revolotearon y su respiración se volvió cada vez
más irregular. Todo el cuerpo de Dana estaba electrificado, sus
músculos se tensaron, sus manos se cerraron en puños y la
locura en su mirada se hizo cada vez más presente. La locura
de Dana era el aire que mi bestia necesitaba respirar.

Era una paradoja. Por un lado, quería follarla para siempre y


no parar nunca pero, por otro lado, quería correrme
inmediatamente. Opté por comprometerme. Quería compartir
mi orgasmo con Dana, igual que compartía el placer y el dolor
con ella. Y ahora el resto de mi vida.

–¡Córrete para mí! – le ordené.

Dana me obedeció al instante. Sus piernas me rodearon la


cintura y su interior se apretó tanto alrededor de mi erección
que yo también me corrí. Por segunda vez en poco tiempo,
bombeé mi semen en su cuerpo. Juntos nos entregamos al
orgasmo que recorrió nuestros cuerpos en oleadas provocando
temblores en el otro. Maldita sea, eso no eran olas, eran
tsunamis.

Apoyé la cabeza en el pecho de Dana para recuperar un poco


el aliento. Dana suspiró suavemente y, cuando aflojé mi
agarre, se apartó un rizo de la cara.

–Vaya, ha sido…. – jadeó Dana buscando las palabras


adecuadas.

–Jodidamente bueno. – añadí.


–Jodidamente necesario. – corrigió Dana, sonriéndome.

–Bueno, ¿y dónde está esa inocente y tímida criada?

–La has pervertido.

Sonreí y besé a Dana.

Llamaron a la puerta y sentí que Dana se estremecía.

–Hola, ¿todo bien por ahí? – llamó Rebecca a través de la


puerta cerrada.

–Sí. ¡No entres! – respondió Dana nerviosa.

Me apartó de ella y se cubrió improvisadamente con el


edredón.

–¿Seguro? Llevas mucho tiempo ahí, ¿cómo va?

–¡Espera! Salgo corriendo. – grité.

–¿Otra vez? – pregunté con una sonrisa.

–¡Connor!

–Vale. – llamó Rebecca a través de la puerta cerrada, pero no


escuché ningún paso.

– ¿Qué tal si vas al baño, cariño?

–De acuerdo. – respondió Dana y entró tambaleándose en el


baño con las esposas aún colgando de su muñeca.

No fue hasta que oí el agua de la ducha que le abrí la puerta a


Rebecca.

–¿Y? – preguntó Rebeca con curiosidad.

–¡Ha dicho que sí!


–¡Ah! ¡Lo sabía! Enhorabuena. – gritó Rebecca con alegría.

Me abrazó fuertemente y luego volvió a saltar en el lugar. Se


aclaró la garganta y luego puso una expresión formal.

– Por supuesto que me haré la sorprendida cuando Dana me


enseñe el anillo de compromiso.

–Por supuesto. – respondí con aire conspirador. – ¿Está todo


listo abajo?

– Sí, todo está listo y yo de los nervios. Tú y Dana os vais a


casar, ¡todavía no me lo puedo creer! – chilló Rebecca.

–Bajaremos enseguida. – dije.

–Vale, guay, guay, guay. – parloteaba emocionada Rebecca


mientras corría por el pasillo como si la persiguiera una
manada de lobos.

Cerré la puerta tras de mí, me desvestí y me uní a Dana en la


ducha.

–¿Qué quería Rebeca? – preguntó con curiosidad.

–Oh, sólo quería asegurarse. – dije encogiéndome de hombros.


– Como esos mensajes de WhatsApp que te manda tu mejor
amigo en las primeras citas para saber si tu cita es una asesina
en serie o una coleccionista de sellos y necesitas ayuda.

– Ah, vale, bueno saberlo, aunque Beccs y yo nunca hemos


hecho algo así. – dijo Dana riéndose. – Pero está bien que
quisiera una señal de vida de mi parte.

– ¡Más bien de la mía! – respondí seriamente mientras


enjabonaba su sedosa y suave piel.
Me habría encantado volver a follar con Dana, pero no quería
hacer esperar a nuestros invitados, que aún no habían visto a
Dana.

–Deberíamos darnos prisa. – dije mientras Dana se enjuagaba


el champú del pelo.

–¿Por qué? Quiero pasarme todo el día aquí. –respondió Dana


con nostalgia.

–Créeme, lo que he preparado es mucho mejor.

–¿Mejor que el sexo? Además, aún no me has azotado.

Dana hizo un puchero y sus ojos brillaron con intensidad.

Tuve que controlarme para no agarrar a Dana, empujarla


contra la pared y follármela.

–No me he olvidado de tu culo, ni del plug ni del vibrador. – le


susurré al oído.

–Suena tentador. – ronroneó y luego cogió el jabón una vez


más.

Dios, se iba a quedar en la ducha para siempre si no hacía


nada, así que giré el grifo hacia el otro lado y en cuestión de
segundos el agua caliente, cuyo vapor se había extendido por
todo el baño, se convirtió en agua helada que parecía
carámbanos.

Dana gritó.

–¡Connor!

Con ambos brazos, bloqueé la salida de Dana.


–¡Muy bien, cariño, si insistes en seguir duchándote, adelante!
– ordené, gruñendo.

Enfadada, me miró fijamente. Tenía la piel de gallina y sus


pezones estaban tan rígidos que deseé tener pinzas para
pezones a mi alcance.

En realidad, se suponía que el agua helada debía refrescarme,


pero tuvo exactamente el efecto contrario.

–¡Bien, tú ganas, ya voy!

Dana se rindió con un suspiro. Con una sonrisa triunfal, cerré


el agua y le entregué una toalla.

–Oye, ¿por qué no vas así? – pregunté con una sonrisa.

–Porque soy una chica traviesa.

–Y tanto, qué traviesa eres, Dana.

Después de secarme, salí del baño y esperé a que Dana se


preparara. Hice traer del loft todo su maquillaje y todas sus
cosas.

Para entonces Dana llevaba más de un cuarto de hora en el


baño y no había señales de que fuera a abandonarlo pronto, el
secador de pelo no dejaba de sonar.

–¡Dana, llegamos tarde!

–Sólo un minuto. – respondió Dana, y finalmente salió del


baño.

Vaya. Se veía muy seductora con ese labial rojo y esas


pestañas largas y curvas. Sus rizos rubios colgaban sueltos
sobre sus hombros y sus ojos azules brillaban.
–Estás muy guapa.

Dana sonrió y recogió el precioso vestido blanco que se había


caído antes de la cama. Le ayudé a ponérselo y a cerrar la
cremallera de la espalda.

–Me queda perfecto.

Dana se sonrió a sí misma, radiante.

–Claro, está hecho a medida.

Dana me sonrió cálidamente, luego sus ojos se posaron en el


pendiente que también estaba tirado en el suelo y lo recogió.

– Este pendiente me resulta bastante familiar.

–Lo sé, es el pendiente de cuando nos conocimos. Le pedí a


Josh que lo hiciera porque aún recordaba perfectamente tu
encargo.

Dana se rió a carcajadas.

–Nunca vas a dejar que lo olvide, ¿verdad?

–No. Nunca. – respondí con una sonrisa.

Se puso el pendiente y suspiró.

– Me temo que no he traído zapatos a juego con el vestido.

–Sí los tienes. – respondí caminando hacia el armario y


abriendo la puerta. No sólo había hecho traer aquí todas mis
cosas y las de Dana, sino que también estaban todas las cajas
del piso de Dana. Estaban en la planta superior esperando a ser
distribuidas por la pensión, incluido su trofeo.

– Bueno, ¿cómo estoy? – preguntó Dana.


Giró como una bailarina para que el vestido girara con ella.

– Perfecta. Y ahora ven conmigo, que se nos hace muy tarde.

Le agarré de la mano y la saqué literalmente de la suite


nupcial.

– Estoy tan emocionada que no puedo esperar más. –dijo


Dana.

Aunque ella miró hacia otro lado yo había visto claramente su


mirada.

–Veinte azotes más.

Dana no respondió nada, sólo sonrió satisfecha. Al llegar a las


escaleras oí voces suaves y ruidos sordos. Me detuve en seco y
frené a Dana.

– Cierra los ojos, Dana. No tengas miedo que yo te sostengo. –


le ordené.

Cerró los ojos y la guié paso a paso por las escaleras, donde
todos los invitados ya estaban esperando para recibirnos.
Maldita sea, no quería ni pensar en lo que habría pasado si mi
plan no hubiera funcionado.

Eché una rápida mirada alrededor de la sala, que estaba casi a


punto de estallar de emoción y luego acaricié suavemente la
mejilla de Dana.

– Puedes volver a abrir los ojos.

Cuando Dana volvió a abrir los ojos, di la señal y todos a su


alrededor gritaron al unísono: –¡Sorpresa!
Dana parpadeó y miró a su alrededor con asombro. Ahora
Rebecca iba igual de elegante que el resto de los invitados que
yo había convocado para celebrar nuestro compromiso juntos.

–Oh, Connor. ¿Por qué no dijiste nada? – preguntó Dana al


borde de las lágrimas.

–Porque entonces no sería una sorpresa. – respondí, sonriendo.

Entonces Dana se volvió hacia los invitados.

–¡Mamá, papá! ¿Qué hacéis aquí?

–Celebrando tu compromiso, ¡qué si no! – respondió la madre


de Dana.

Abrazó a sus padres y la madre de Dana sollozaba mientras su


padre acariciaba eufóricamente la espalda de ambas mujeres.

–Os he echado tanto de menos.

Entonces Dana se acercó a Rebecca, le dio un golpe amistoso


contra el hombro y la abrazó.

–¡Lo sabías todo!

–No sólo lo sabía, sino que lo organicé todo. –presumió Beccs


sacando pecho.

Entonces Emma tomó la palabra, situándose entre Tom y


Rebecca.

–Si te sirve de consuelo, a mí tampoco me lo dijo.

Se encogió de hombros e inclinó la cabeza, lo que hizo reír a


todos los invitados. Pero Emma fue la que más impresionó a
mi madre.
–¡Ay pero que niña tan bonita! Estoy deseando que tengas tú
los tuyos. – exclamó con alegría.

Maxine agarró a nuestra madre por el brazo.

–Tranquila mamá, primero la boda, luego la luna de miel y


después los nietos.

–Por desgracia Sam y Josh no pudieron venir con tan poca


antelación, pero me prometieron que sin duda estarían en la
boda. Al fin y al cabo, van a equipar a la novia más bella del
mundo con unas joyas maravillosas. – dije.

–No puedo expresar con palabras lo abrumada que estoy.

–No tienes que hacerlo, nuestros corazones laten al mismo


tiempo y puedo sentirlo.

Aunque era una fiesta pequeña, todo el mundo tardó bastante


en felicitarnos. Papá todavía no podía creer que tuviera una
prometida de verdad, sobre todo porque había perdido un
coche deportivo en una apuesta con Maxine. Al parecer los
dos siempre habían hecho apuestas a mis espaldas sobre qué
tipo de chica de compañía presentaba a mi familia en los
eventos.

Las invitadas hicieron cola para ver el anillo de compromiso


de Dana, riéndose alegremente. Una y otra vez levantaban la
mano de Dana hacia la luz, mientras la compañía masculina
más tranquila se contentaba con asentir con la cabeza y beber
un buen bourbon.

No dejaba de tocar un pequeño paquete alargado que tenía en


mi bolsillo, esperando el momento adecuado para darle a Dana
su verdadero regalo de compromiso. Pero una y otra vez Dana
o yo nos enredábamos en conversaciones que no queríamos
cortar ni interrumpir.

Cuando el ambiente se calmó un poco tomé la palabra


golpeando un tenedor de pastel contra una copa de champán.

–Disculpadme, pero tengo unas palabras que decir.

Miré brevemente a la multitud silenciosa y luego continué.

–Me gustaría daros las gracias a todos. Gracias a Rebecca por


organizar toda la fiesta y traerme a mi novia.

Sonreí agradecido a Rebecca.

–Y gracias a los padres de Dana por venir desde Nueva


Orleans con tan poca antelación.

También miré con cariño a los padres de Dana. Sabía lo


mucho que significaba para Dana y sus padres poder celebrar
juntos este día.

–Y gracias, mamá y papá por sacar tiempo para venir con tan
poco preaviso.

Mis padres brindaron por mí y mamá, en particular, me miró


con orgullo.

–También tengo que dar las gracias a mi hermana, Max, has


obrado un verdadero milagro y sólo gracias a tus esfuerzos
podemos celebrar este día.

Max me guiñó un ojo, luego me acerqué a Dana y le tomé la


mano.
–Te agradezco que hayas dicho que sí, me has hecho el
hombre más feliz del mundo.

Dana estaba tan conmovida que se limitó a asentir con la


cabeza sin poder decir nada. No hacía falta, sus sentimientos
eran más claros que las palabras.

– Para celebrar nuestro compromiso, quiero darte esto. – dije


entregándole a Dana el paquete.

Curiosa, la abrió y me miró con los ojos muy abiertos.

– ¿Una llave?

–No es una llave cualquiera, es la llave de tu pensión.

–¿Mi pensión?

–Sí, todo esto es tuyo ahora.

Señalé las habitaciones a su alrededor.

–Para eso era la gran placa, ¿no? – concluyó Dana.

–Efectivamente. – sonreí.

–Vaya, pensé que era sólo algo simbólico. ¿Maxine? Lo


decoraste tú, ¿no?

–Sí, pero esta vez me ha dado carta blanca para decorarlo a


nuestro gusto. – respondió Max riendo.

–Es perfecto. – dijo Dana con entusiasmo.

–No, todavía no. – interrumpió la conversación el padre de


Dana y la madre nos entregó un pequeño paquete del tamaño
de una caja de zapatos.
Mientras yo sostenía la caja, Dana abrió el gran lazo y levantó
la tapa. En su interior había una vieja campanilla pulida hasta
brillar.

–¿Esto es de la pensión de los abuelos?

Los ojos de Dana se llenaron de lágrimas.

–Sí. Te hemos traído todo lo que quedaba de allí. – sonrió la


madre de Dana.

–¡Gracias! – sollozó Dana. – Muchas gracias a todos. Sois


geniales y os quiero. Gracias por compartir conmigo el mejor
día de mi vida.

–Por el nuevo amor. – mi padre levantó su copa.

–¡Salud! – se unieron todos los demás.

Puse un disco en un viejo tocadiscos de la pared y, tras un


breve murmullo, sonó una hermosa música clásica de baile.
Entonces le tendí la mano a Dana y le pregunté:

– ¿Puedo pedirle a mi prometida un baile?

Dana sonrió y en sus ojos azules y brillantes pude verme a mí


mismo, sonriendo y contento. Ahora yo era parte de ella, igual
que ella era parte de mí.

–Con mucho gusto. – respondió Dana dejando que la guiara al


centro de la sala. Rodeé su pequeño cuerpo con mis brazos
mientras ella apoyaba su cabeza en mi fuerte pecho y se dejaba
guiar por mí. En silencio disfrutamos de nuestro primer baile
como prometidos.
Acababa de vivir uno de esos preciosos momentos que
desearías que nunca acabaran. ¿Pero no eran esos los
momentos los que hacían que la vida fuera preciosa? Sí, joder,
hay que disfrutar de cada momento mientras se pueda.

Cuando la canción llegaba a su fin, le susurré al oído:

– Me haces la persona más feliz del mundo. Te quiero.

–Yo también te quiero, Connor.


Dana

CON AIRE PENSATIVO, DEJÉ que mi dedo se deslizara


sobre el collar que estaba en el joyero de la cómoda, justo al
lado de aquel trofeo que había cambiado mi vida para siempre.
Vacilante, cogí el collar y lo sostuve contra mi cuello.

Me gustaba como quedaba y sonreí con satisfacción. Mi


reflejo me devolvió la sonrisa.

–Sí, Dana, esta joya combina perfectamente con tu traje. – me


dije a mí misma.

Entonces me fijé en mi pulsera, que a estas alturas ya tenía


bastantes colgantes. Pequeñas piezas de joyería que estaban
vinculadas a preciosos recuerdos. Pero probablemente el
recuerdo más impresionante estaba en mi dedo anular derecho,
donde estaban mi anillo de compromiso y mi alianza.

Para mi yo era su chica, su esposa, su puta, y quería ser todo


eso para él también. Amaba cada parte de mí tal y como era,
igual que yo amaba todas las facetas de Connor. Su lado
amable, sus errores, su bestia.
Miré el reloj y me sorprendió el tiempo que había pasado.

¡Uy, otra vez tarde!

Aunque ya me había instalado en la pensión y todo el trabajo


era bastante intuitivo, a menudo me sumía en ensoñaciones
que luego me llevaban a la falta de tiempo, lo cual no era nada
nuevo. Salí de mi pequeño vestidor que, al igual que el resto
de mis habitaciones privadas, estaba en el último piso, y
caminé decididamente hacia el jardín. Aunque el sol aún
estaba bajo, el jardín brillaba como un edén. El exuberante
verde del césped brillaba mientras que las flores y los setos de
todo el jardín resplandecían con los colores más vivos. El
hecho de que este lugar tuviera un aspecto tan paradisíaco se
debía a Alberto, que llevaba más de veinte años cuidando el
jardín y que en estos momentos se encontraba podando un
enorme saúco. La repentina venta les había afectado mucho a
él y a su mujer, pero les había ofrecido a ambos seguir
trabajando aquí. Era un gran jardinero y su mujer era una
cocinera igualmente buena. A los invitados les encantaban sus
tradicionales platos italianos.

–Buenos días, Alberto.

–Buenos días, Dana. – me respondió Alberto con su acento


italiano.

– ¿Has terminado ya el ramo para los invitados que van a


venir? – pregunté.

– ¡Si, si! Arabella ya ha recogido y preparado las flores.

– Genial, seguro que el ramo estará tan bonito como siempre.


Alberto me asintió agradecido y luego siguió con el saúco, con
el que Connor seguía teniendo grandes esperanzas. Hay que
reconocer que todavía no entendía mucho de alcohol, pero
todo lo que Connor nos servía a mí y a nuestros invitados
sabía increíblemente bien.

El vestíbulo de la pensión ya olía a café recién hecho y a las


tartas que Arabella había horneado ella misma como todas las
mañanas. Se mezclaba con el aroma ligeramente dulce que
desprendían los pequeños ramos de rosas rojas que había por
toda la pensión.

Satisfecha, me di cuenta de que todo estaba preparado para los


huéspedes recién llegados. Perfecto, porque iban a llegar en
cualquier momento.

Aunque nuestra pensión acababa de abrir sus puertas ya se


estaba corriendo la voz y la recomendaban para unas
vacaciones cortas en la costa este, lo que me hacía sentirme
muy orgullosa.

La pequeña campana situada sobre la puerta de entrada


anunció la llegada de los clientes e inmediatamente me
apresuré a la entrada para recibirles. Mientras lo hacía, me
miré en el gran espejo del vestíbulo para comprobar mi
aspecto una última vez.

– Bienvenidos. – saludé a la pareja británica, el señor y la


señora Holmes.

En el Hotel Royal Renaissance, los huéspedes no eran más que


números de habitación con cuentas bancarias, pero en mi
pensión nos dirigíamos a cada uno de ellos por su nombre.
–Buenas tardes. – respondió amablemente el Sr. Holmes. Tenía
aspecto de profesor universitario y estaba en edad de jubilarse.
Su mujer había enlazado su brazo con el suyo y miraba
alrededor.

– ¡Qué lugar más bonito y tranquilo! – comentó entusiasmada


la señora Holmes, que parecía un poco más joven que su
marido.

– Por eso hemos venido, querida.

La mirada que le dirigió a su esposa me derritió el corazón.


Así es exactamente como quería que Connor me mirara dentro
de veinte, treinta, cincuenta años. Tan lleno de amor y cariño.

– Espero que hayan tenido un buen viaje. – pregunté.

– Sí, el vuelo y el cambio de hora son un poco agotadores. –


respondió la señora Holmes visiblemente cansada.

– Es cierto. – respondí con simpatía. – Si quieren puedo


llevarles a su habitación para que puedan descansar. Nos
ocuparemos del equipaje más tarde.

– Sería muy amable. – respondió abrazando a su mujer con


fuerza.

¡Cielos, los dos eran tan lindos que quise adoptarlos!

Cogí la última llave del tablero -las siete suites estaban ya


completas- y conduje a mis invitados a las escaleras. Aunque
sólo había unas pocas habitaciones no les faltaba de nada.
Había un baño enorme, una cama aún más grande y todas las
habitaciones tenían una preciosa vista al amplio jardín o al
mar. En mi pensión, el lujo y la atención al detalle se
encontraban y mezclaban armoniosamente.

– Desde aquí se puede acceder a la terraza y al invernadero y


en el sótano está la zona de sauna y la piscina climatizada.

Conduje a la pareja por las escaleras hasta el primer piso y les


abrí la puerta.

– Aquí es, avísenme si necesitan algo. – dije con una sonrisa.

Agradecida, la pareja entró en la suite y me quedé atentamente


observando su reacción.

–¿Les gusta? – pregunté con curiosidad.

– Oh, sí, es precioso, igual que en las fotos. – dijo la señora


Holmes entusiasmada.

– Me alegra oírlo. Siéntanse como en su casa y, si quieren,


nuestra cocinera les preparará una cesta de picnic esta tarde
para un bonito picnic en el cenador o en la playa.

El Sr. Holmes asintió.

– Me gusta la idea.

Sonreí con satisfacción.

– Bien, entonces prepararé todo y les dejaré descansar ahora.

De vuelta a la recepción sonó el teléfono: Connor. Aun así,


descolgué el teléfono y por costumbre dije:

– Pensión Lancester. Le habla Dana, ¿en qué puedo ayudarle?

– Sala de juegos. Ahora.


Connor sólo dijo esas cuatro palabras, pero fueron suficiente
para que mi cuerpo se revolucionara. Su voz era áspera y
gutural y luego Connor colgó. No, no había sido Connor, era
su bestia la que me llamaba… y yo estaba encantada de
responder a esa llamada. Un fuego artificial de sensaciones se
extendió desde mi abdomen hasta la punta de los dedos.

Antes de salir, puse un cartel que señalaba la campanilla y el


teléfono. Por lo general, Rebecca o Arabella estaban lo
suficientemente cerca como para escuchar la campanilla. Por
supuesto, Beccs trabajaba aquí ahora y no sólo como camarera
-cuidábamos juntas todas las habitaciones- sino también como
directora de eventos.

Salí rápidamente de la sala de recepción porque no quería


hacer esperar a Connor.

Diablos, aún no me había hecho nada, ni siquiera me había


tocado y sin embargo sentí que me preparaba para él. De
hecho, estaba más que preparada.

–¡Te pillé! – gritó Rebecca desde detrás de mí.

Me estremecí y me detuve.

–¿Pillada haciendo qué? – pregunté.

– Ah, yo qué sé, parecías culpable.

– No tengo nada que ocultar.

– Entonces, ¿por qué te asustaste?

Rebecca había vuelto a poner su cara de periodista malota, lo


que me hizo suspirar. Mi mejor amiga me conocía demasiado
bien.

– Tal vez me iba a ver a Connor un minuto, acaba de llamar.

–¿Y qué quería?

– Buena pregunta. – respondí.

Azotarme, tal vez. Atarme y amordazarme. Hacía tiempo que


tampoco usaba las pinzas para los pezones …

–¿Es urgente? – preguntó Rebecca.

– Sí.

– No, no lo creo. ¿Por qué?

Rebecca sonrió ampliamente mientras me presentaba el plan


de la próxima semana.

– Conseguí el violonchelista que realmente quería para la


cena. Ah y este es el menú que hice con Arabella.

– Pinta genial, como siempre. – dije sonriendo con


satisfacción.

– Gracias, jefa. – dijo Rebecca con una amplia sonrisa.

–¡Sabes que no me gusta que me llames así!

– Muy bien, jefa.

–¡Beccs!

Incliné la cabeza hacia atrás y resoplé.

– Me voy a ver a Connor.

–¡Sí, sí, capitán!


Amenazante, señalé con el dedo índice a Rebeca y puse cara
seria pero mi fachada se desmoronaba rápidamente y no pude
contener la risa.

Desde el primer día, Rebecca había estado jugando a este


juego conmigo y, para mi asombro, no dejaba de inventarse
nuevos términos para mi cargo.

– Nos vemos.

Mientras caminaba recordé que aún no había terminado mi


lista de tareas.

– ¿Beccs? ¿Podría seguir encargarte de las servilletas de tela?


Hay que plancharlas y doblarlas, no sé cuánto tiempo me
necesitará Connor.

– Claro, eso está hecho.

– Gracias.

Rápidamente me dirigí a nuestras propias cuatro paredes.


Nuestra sala de juegos estaba escondida detrás del dormitorio,
y llamé con cautela a la puerta cerrada. De hecho, la sala de
juegos era más grande que el resto de nuestra suite, lo cual no
era sorprendente porque Connor y yo pasábamos más tiempo
aquí que en cualquier otro sitio, así que tenía sentido.

– Entra.

Entré vacilante y, antes de cerrar la puerta tras de mí, me di


cuenta de que Connor me miraba con el ceño fruncido desde
su sillón.

– Llegas tarde. – fue todo lo que dijo.


– Le pido perdón, señor.

Me arrodillé, puse las manos sobre mi regazo y miré al suelo


con asombro.

–¿Qué se supone que debo hacer contigo, cariño?


Constantemente desafías mis órdenes directas. Podrías
esforzarte más, ¿o realmente tengo que castigarte siempre? –
murmuró Connor.

No cabe duda de que disfrutaba estar en una posición tan


poderosa. Se levantó y acechó a mi alrededor como un lobo de
caza.

– ¿Tal vez tus castigos no son lo suficientemente efectivos? –


me burlé de manera deliberadamente provocativa.

Incliné la cabeza hacia un lado y le sonreí.

– Podrías esforzarte un poco más.

Oh, vaya, me estaba mirando con tanta oscuridad que todo mi


abdomen se estremeció.

Esa mirada me estaba volviendo loca. Me habría encantado


levantarme y desbocarme sobre él, pero en lugar de eso
permanecí inmóvil sobre mis rodillas. Sin embargo, mis
miradas lascivas, seguían echando leña al fuego.

– Qué traviesa estás hoy.

– Sí, señor. Soy una chica muy mala.

Connor me dio un tierno beso y me susurró:

– Nunca dejes de ser mi chica mala, cariño.

– Nunca. – respiré.
Aceptaré todo lo que me des. Dolor y placer.

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