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Suite 225C
1. Dana
2. Connor
3. Dana
4. Connor
5. Dana
6. Connor
7. Dana
8. Connor
9. Dana
10. Connor
11. Dana
12. Connor
13. Dana
14. Connor
15. Dana
16. Connor
17. Dana
18. Connor
19. Dana
20. Connor
21. Dana
22. Connor
23. Dana
24. Connor
25. Dana
26. Connor
27. Dana
28. Connor
29. Dana
30. Connor
31. Dana
32. Dana
33. Connor
34. Dana
Dana
– ¡Te pillé!
¡Cielos!
– ¡Dana!
Tal vez fuera el miedo a que las cosas fueran a peor para
nosotras, las camareras, o tal vez la mirada gélida de mi jefa a
la que nunca le había llevado la contraria.
– Lo sé, Beccs. Pero todo era mucho más fácil con el señor
Moore… – argumenté, pero mi mejor amiga me cortó.
– Qué mona.
– Bueno. Las propinas que faltan… se nota. Pero tal vez pueda
conseguir algunos eventos más. Una fiesta aquí, una boda allá.
Ya sabes.
– Vale, tú ganas.
– Sin duda el tipo de Europa del Este que revisó primero toda
la habitación con un contador Geiger y luego a nosotras cada
vez que entrábamos en la habitación. ¿Y el tuyo?
– Hola, mamá.
– ¿Sí?
– Sí.
– Genial. – gruñí.
Luego arrugué el papel y lo dejé caer a mi lado en el suelo
junto con el vestido. Maxine, esa pequeña bruja, nunca perdía
la oportunidad de burlarse de mí. No había manera de terminar
esta loca guerra de hermanos. Necesitaba una coartada, eso era
seguro. Tan seguro como que no quería decepcionar a mi
madre.
Pero ¿dónde iba a conseguir una mujer que cumpliera con mis
requisitos en tan poco tiempo? Tenía que ser elegante, educada
y no destacar en la alta sociedad. El 95% de las chicas
disponibles caían sólo en esta criba. Encontrar una agencia
discreta de chicas de compañía era otro problema. Y con tan
poca antelación no pude encontrar una mujer que se ajustara a
mis necesidades.
¡Mierda!
Dana
–¡Eso es genial!
– ¡Ahora mismo!
No te pongas paranoica.
Estaba en una sala llena de gente, así que por supuesto una o
dos miradas me rozarían.
– ¡Puedes cantar!
– Suéltalo
Vítores.
Más vítores.
– ¡Daaanaaa! Enhorabuena.
– ¡Gracias!
– ¡Buenas noches!
OTRA NEGATIVA.
– Sí, dime.
– No hay problema.
– Oh, ¿podrías encargarte del registro y de la asignación de
gastos? Estoy liado con otras cosas y aún no he tenido tiempo
de hacerlo.
– Lo haré.
¡Mierda!
– ¿Dígame?
– Sí, señor.
Maldita sea.
Podría haber disertado durante horas sobre las razones por las
que mi método poco convencional daba mucha mejor
información sobre la cerveza que los métodos de prueba
estándar, pero lo dejé en una breve frase.
– ¿En qué otro lugar puedo obtener una opinión tan honesta y
auténtica sobre la cerveza que en un bar donde a la gente le
gusta beber cerveza?
Esas personas en concreto eran hoy mujeres, así que sólo tenía
que observar a la mitad de los clientes y mañana mi equipo de
Lancester Light documentará las reacciones en los hombres.
– ¡Ahora mismo!
– Opino igual.
Qué suerte.
– Gracias.
– Ya veo.
Aun así, seguí observando a la Bella, y cada vez que sus labios
carnosos se posaban sobre el borde de la botella de cerveza, mi
bestia interior gruñía con fuerza.
– Mi propia cerveza.
Me levanté para poder ver mejor la sala, pero fue inútil. Bella
se había ido y también mi oportunidad de arrojarla a mi bestia.
Una señal.
– ¿Por?
–Exactamente.
Enfadada, Beccs metió las almohadas bajo las mantas sin dejar
de sacudir la cabeza. Como estaba golpeando literalmente las
almohadas de plumas, me costó mucho volver a ahuecarlas.
Tras volver a colocar los improvisados sacos de boxeo en su
sitio, fui al carrito de la limpieza y cogí el plumero de plumas
de avestruz. Poco a poco, el enfado de Rebecca se había
disipado lo suficiente como para que le contara cómo había
transcurrido la conversación.
Con cuidado saqué los pendientes y los miré con más de cerca.
Sí, mi Abuela también tenía unos pendientes así. Mis abuelos
regentaban una pequeña y hermosa pensión en Nueva Orleans
donde mis padres y yo solíamos ir todas las vacaciones.
Maravillosos pero lejanos recuerdos flotaban en mi cabeza.
– ¡Daaanaaa!
– ¿Sí?
– ¡Inmediatamente!
Me reí.
Venga, una vez más, sólo una vez más. ¡Sólo un segundo!
PING.
¿Estoy soñando?
– ¿Follen?
– Hmm.
Buena respuesta.
Buena chica.
– Gracias.
Le ayudé a levantarse, ella arregló sus mechones rubios y
luego se metió entre el marco de la puerta y yo.
– Necesito cambiarme.
Si algún día fuera mi chica, eso sería lo primero que haría para
quitarle esa mala costumbre. La Bestia haría que la Bella
reconociera su propia belleza.
– ¡Ese es mi trofeo!
– Sí.
– Gracias, señor.
¡Maldita inseguridad!
Solo los hombres que sabían lo que querían tenían ese tipo de
confianza en sí mismos y yo era lo suficientemente inteligente
como para saber que ése era el tipo de hombre más peligroso
que había. Esos hombres tomaban lo que querían, porque
podían. Y ahora iba a salir con un hombre así. Realmente
debía tener cuidado, porque no importaba lo cuidadosa que
fueras, ni con cuántas cadenas, cerrojos y candados de
seguridad te protegieras, ellos abrían una cerradura tras otra
con determinación, encanto y una sonrisa. Eso no podía pasar
en mi cita de esta noche.
– Servicio de habitaciones.
– Qué detalle.
– Gracias.
– No, no lo creo.
– Tal vez un poco más de color, más oro y tal vez otros tonos
cálidos. Todo ese mármol blanco con los muebles de cuero
negro y las rosas por todas partes hace que parezca la sala del
trono de la reina de corazones.
– Ya veo.
– Gracias.
En la cama sí.
– ¿De verdad?
Lo sabía.
– Ah, vale.
– ¿Por qué quieres que te dejen solo? ¿No son estos eventos
para beber champán del caro con los amigos?
Me reí.
Respiró profundamente.
– Hecho.
Mi princesa.
– Adelante, cámbiate.
– Sí, claro.
– Ya estoy.
– Dímelo a mí.
ABRUMADOR.
Eso fue todo lo que pude decir de este evento, sólo el tamaño
del salón de baile me dejó sin palabras, ¡parecía que podía
caber todo Central Park!
– ¿Qué te parece?
– Cierto.
– Salud.
– Salud.
Ay, Dios.
Pero antes de que pudiera decir nada, Connor dio un paso atrás
y estrechó la mano de un hombre que venía detrás de mí antes
de darle un abrazo fraternal. Tenía más o menos la misma edad
que Connor, llevaba un esmoquin sencillo, pero de aspecto
caro y parecía realmente contento de haberse encontrado a
Connor. A su lado había una joven con un elegante vestido de
satén. El brillo de sus ojos sólo era comparable con las joyas
increíblemente hermosas que llevaba, que sin duda estaban
hechas a mano. Los numerosos e intrincados detalles y
adornos evidenciaban una gran pasión.
Guau.
– Insisto.
Josh se aclaró brevemente la garganta.
– Me encantaría.
Ojalá.
Pero tenían un sabor tan divino que cada bocado valía la pena.
– ¿Por qué?
Ups.
– ¿Es urgente?
¿Mi futuro salario anual? ¿Ocho trabajos extra? ¿Mi alma? Era
difícil de creer, pero ese estúpido pendiente casi me hace
querer vender mi alma al diablo.
Sí, me sentí realmente aliviada, ¡por fin algo iba bien! Ahora
podría disfrutar de la velada y de lo que pudiera suceder.
Tragué saliva.
– De acuerdo.
– Sé natural.
– Lo haré, te lo prometo.
– Hola, Max.
– Nada. Pero sabes que soy una buena hija. – dijo Maxine
guiñándome el ojo descaradamente.
– Touché.
– ¿Una gala?
Por supuesto que sentía que había algo entre Dana y yo, una
tierna atracción y un claro deseo. Y luego había momentos en
los que esa sensación volvía a desaparecer, desplazada por la
inseguridad de Dana.
Me metí en la conversación.
Dana dudó.
– No sé bailar.
Si supieras…
– Por supuesto.
Maldita sea.
Dios, ¿cómo podría resistir una mirada así, unas palabras así?
– Sí.
Me ganó la curiosidad.
– ¿Estás segura?
– Sabes que los hombres como yo… para las mujeres como tú,
son jodidamente peligrosos, ¿verdad?
Sabía muy bien lo peligroso que era Connor para mí. Hizo que
mis principios se tambalearan, por su culpa había roto decenas
de reglas… y lo peor era que lo había disfrutado.
– Lo sé.
La mirada de Connor se posó suavemente en mí. Su actitud
reflexiva le sentaba bien y provocaba en mí algo parecido a
una confianza primitiva. Como si hubiera un vínculo oculto
entre nosotros, fuerte e indestructible, que sólo necesitaba
descubrir.
– Ya está.
– Yo no soy… así.
– Lo sé. Eres demasiado insegura, demasiado tímida para eso.
Pero quiero que hoy te superes a ti misma y que abandones
parte de tu inseguridad. No tienes ni idea de todo el potencial
que tendrías si tu inseguridad no te frenara tanto.
– Sí.
– Más fuerte.
– Eres una buena chica que sin duda no tiene nada de qué
avergonzarse con este cuerpo perfecto. – confirmó Connor mis
palabras.
Luego empujó mis manos hacia abajo aún más hasta que
llegaron al dobladillo de mis bragas. Poco a poco, las puntas
de mis dedos se deslizaban bajo la tela.
No te preocupes, te liberaré.
– Bien hecho.
– Es agotador, ¿verdad?
– Por ti.
– Muy bien.
Nuestros cuerpos chocaron una y otra vez cada vez con más
violencia. El calor entre nosotros seguía aumentando, pero no
nos quemábamos, al contrario, nos volvíamos aún más
salvajes y apasionados. Los gemidos de Dana eran sensuales y
sonaban hermosos, al igual que sus ojos y el resto de su
cuerpo. Me encantaba la forma en que sus pechos se movían al
ritmo de mis empujones.
¡Música para mis oídos! Dana quería aún más, mucho más de
lo que había esperado en un principio.
– Buena chica.
– Seguiría follándote.
–¡Connor!
– ¿En serio?
Suspiré suavemente.
No llores, Dana.
– ¿Y quién es Oscar?
Me reí a carcajadas.
Dana asintió.
– ¿De verdad?
Todavía no…
– Buen chiste.
Dana me sonrió.
Mal momento.
– Genial.
Era obvio para mí que era una broma. Pero algo en la mirada
de Connor me decía que estaba tomando mis palabras más en
serio de lo que debía.
– Connor, yo…
No sabía qué decir o sentir. Había mucho caos en mi cabeza y
un caos aún mayor en mi corazón. ¡Connor me tenía
completamente desconcertada!
– ¿Dana?
– ¿Qué?
– Buena suerte.
– ¡Tienes razón!
– Te lo dije.
Bing.
Bing.
– Estaba en el vestidor…
– Eso es terrible.
¡Ay!
Como uñas arañando una pizarra sólo que mil veces más
fuerte. Tan fuerte que por un segundo no pude escuchar nada.
Pero lo peor era que no podía hacer ruido. Nada de suspiros,
nada de gemidos, tenía que soportar mi dolor en silencio y sin
hacer ruido.
Rebecca se quejó.
Genial.
– Qué intenso todo estos dos últimos días, ¿no crees Dana?
– Y que lo digas.
– Espera, ¿qué?
¡Oh, no, por favor, no! No conocía muy bien a los cocineros ni
a los auxiliares, ni tampoco a los numerosos ayudantes de
cocina. Había demasiado personal como para conocerlos a
todos personalmente y ya me costaba seguir la pista a las
camareras.
Dios, las cosas que haría con Dana ahora que podía llamarla a
mi antojo todo el día.
– Gracias.
Aunque el señor Campell se esforzaba por ser discreto, no se
me escaparon las miradas de castigo en dirección a su adjunta.
Los críticos habían puesto mis vinos y licores por las nubes y
con razón. Sólo para mi licor de manzana suizo había hecho
plantar dos docenas de variedades de manzana diferentes para
crear la mezcla ideal entre afrutado y ácido. Había tardado tres
años en alcanzar la perfección. Pero ¿qué podía decir? Sólo me
conformaba con lo mejor.
– Por supuesto.
– Ahora, si me disculpan.
Para ser precisos, me apetecía ir a los tres lugares uno tras otro
con Dana. Allí se sometería a mis órdenes, no porque yo la
obligara, sino porque ella me había dado ese poder. Sonreí
feliz.
– Estaba en mi mundo.
– Sí, me he dado cuenta, ¿me invitas a comer? He oído que el
bogavante con salsa de mantequilla trufada es estupendo.
Miré por el otro lado del carro. Había otros carros a mi lado,
que estaban siendo preparados uno a uno. Oh, oh, esto no pinta
bien.
Cuatro carros más. Las voces eran cada vez más fuertes.
Las dos mujeres estaban ahora de pie a ambos lados del carro
limpiando los platos mientras seguían hablando del
maravillosamente definido perfil de Brad y de lo bien que le
iría con Michael.
– ¡Hola!
Ahora sólo tenía que salir del carro para poder cambiarme en
algún lugar tranquilamente.
– Hay mucho movimiento aquí en la cocina. – balbuceó mi
mejor amiga.
– ¿Sí?
Miré a mi alrededor.
Me reí.
– Ay, sí. Como un cuento de hadas, ¡salvo que todo era real!
– No. Creo que fue una cosa de una sola noche. Fui una buena
acompañante y por eso me dio el vestido.
– Pues sí. Esa noche fue mágica, pero no creo que haya una
segunda.
– Dudo que las leyes de la física tengan algo que ver. – dije
disipando con una sonrisa mi angustia.
Deborah.
– ¿La conoces?
– ¿Por qué?
– ¡Porque Deborah no sabe que sólo soy una camarera!
–¿No lo sabe?
– Oh, Rebecca.
– Pobre vestido.
La suite de Connor.
–Por supuesto.
Llamaron a la puerta.
– Sí.
Su voz sonó apurada. Sí, creí que estaba muy ocupada, pero
había más. Su repentina y fría manera de rechazarme no podía
tener nada que ver con la presión del tiempo.
– ¿Y bien? – pregunté.
– ¿Qué?
–Exactamente.
–Yo también quisiera encajar en tu mundo. – susurró Dana.
Nunca había visto una mirada más sincera, una mirada llena de
miedo y devoción a partes iguales. Su respiración se calmó y
sentí que se relajaba lentamente.
– De momento. – respondí.
– Bueno, bueno.
– Quítate la ropa.
Lentamente, Dana tiró de sus bragas hasta la mitad del muslo,
luego inclinó las piernas y se despojó de la tela por completo.
Me volvía loco que estuviera desnuda delante de mí pero
tapando sus partes más íntimas. ¿Cuándo comprenderá de una
vez lo hermosa que es?
–Tócate. – le ordené.
–Bien entonces.
Dana soltó una risita hasta que vio mi mirada seria y se calló
de inmediato.
– ¿En serio?
– Sí. Pero hoy lo voy a dejar pasar, todo esto es nuevo para ti.
Ya hablaremos sobre tus derechos y responsabilidades luego,
después de que te haya follado.
– Entonces dilo.
– Bien.
– Te estoy liberando.
Saqué mis dedos de ella y los sustituí por mi polla que entró en
ella sin esfuerzo. Dana gimió fuertemente cuando mi miembro
le llenó por completo. La tomé exactamente como había
imaginado. Sin piedad, introduje mi dura polla en ella una y
otra vez, cada vez más profundamente. Dana jadeaba con cada
empuje, sus párpados se agitaban y su coño palpitaba
rítmicamente. Poco después se corrió.
Maldita sea, Dana estaba tan excitada ahora mismo que haría
cualquier cosa para que le permitiera correrse. Pero ahora sólo
quería oírla gritar, quería oír, sentir, ver cómo se entregaba a
su clímax, que era inminente en cualquier momento.
– ¡Gracias, señor!
–¿Connor?
–¿Sí, Dana?
– Todo el tiempo que quiera, hasta la gala del mes que viene
seguro.
– Qué bien.
Me reí.
–¿Shannon Williams?
– Sí, eso es. Podría hablar con ella alguna vez sobre contratar
más personal. – le ofrecí.
–¡De ninguna manera
–¿Por qué?
– Lo entiendo.
– ¡Oh, Virginia! Qué graciosa eres -dijo Deborah con una risita
– ¿Por casualidad no estarías en el evento del otro día? Sí, en
el que Darlene Boyle se cayó por las escaleras porque se le
rompió el tacón. ¡Qué vergüenza! Sí, a mí también me hubiera
gustado verlo.
– Gracias.
– ¡Claro que está bien, es sólo polen! Sólo tuvo que estornudar
un poco y trasladarse a otra suite. Pero es una cuestión de
principios, ¡por eso casi no llego a una importante reunión
ayer!
¿Qué demonios?
– ¿Ah, ¿no?
O quiere a la criada.
– De acuerdo.
– Pruébeselas.
– Siguiente.
–¿Quieres espiarnos?
– Por supuesto.
– ¿Mayday?
– Buena chica.
– Hace tiempo que tengo esta fantasía. – dije con una sonrisa.
– He de decir que me ha gustado mucho lo que he visto.
– Me gustas, Dana.
– Sí.
– Sí puedes.
– Te avisé.
–¿Por qué?
–¿Hay reglas?
–¿Hay más?
Una segunda vez la fusta bajó por el cuerpo de Dana, esta vez
golpeando su muslo derecho.
–¡Gracias, señor!
– Buena chica.
– Buena chica.
–¿Connor?
–¿Dana?
Dana exhaló aliviada. Con eso, todo lo que había que decir se
había dicho. Ahora sabía en qué se estaba metiendo y en sus
labios se dibujó una suave sonrisa que la hacía parecer
inocente. Dios, sólo esa mirada me hizo querer follarla aún
más salvaje, más sucio. Mi polla tiesa lo vio igual, pero tuvo
que esperar un poco más.
– Gracias, señor.
Chica valiente.
Deslicé una mano entre sus piernas, que ella abrió de buena
gana.
– Y las manos, las apoyas en los muslos con las palmas hacia
arriba. Eso es todo. Asegúrate de que tu espalda esté recta.
Ya sabía que Dana era una esclava especial. Claro que algunas
cosas requerían un gran esfuerzo y tiempo, pero era un
pequeño precio a pagar por lo que ambos ganábamos como
resultado.
Dana sonrió.
– ¡Oh dios!
–¡Recuerda tu postura!
– Lo harás en un momento.
–¡Gracias, señor!
– Vuelvo enseguida.
– Tienes razón.
–¡Connor! ¡Bájame!
– Hola, hermanita.
– Ya veo.
– Sí, en serio.
– Supe a primera vista que Dana no era una actriz o una chica
de compañía, era demasiado amable y tenía los pies demasiado
en la tierra para serlo. – concluyó Max.
–¿Así que me han dicho que no? Maxine levantó las cejas.
– Si.
– Bueno, tengo que irme. Por fin han llegado los muebles
hechos a mano en Francia y les prometí a los Monroe que los
llevaría directamente. Créeme, ¡va a ser con diferencia el
consultorio médico más bonito de todo Nueva York!
– Me lo dijo en la boda.
Sonreí.
–¿Para Dana?
– Sí.
– Cada vez que digas mal una regla o dejes caer una naranja,
serás castigada. ¿Entendido?
– Sí, señor.
– ¿De verdad?
¡Mierda!
– Lo siento, señor.
Esperaba suavizar un poco mi castigo.
– Bien.
– Buena chica.
Hijo de puta.
– Sí.
– Ojalá.
Aun así, fue una bendición cuando los dos cubitos de hielo
dejaron de derretirse en mis rígidos pezones. Exhalé aliviada.
–¿Qué ha pasado?
Intenté que lo que Connor y yo estábamos haciendo no se
notara en mi voz.
– Sí, señor.
– ¿No crees que esas pinzas para los pezones te quedan muy
bien?
– Sí.
Genial.
– Vale, me rindo.
– Vaya.
–¿Sí?
– De nada.
– No, todavía no. Aunque ando todo el día por este maldito
hotel, no lo he vuelto a ver. Pero créeme, le mostraré lo que se
está perdiendo.
Qué movida.
Qué alegría.
¡Qué suerte!
– Mil dólares.
Dios mío, este crío era un tipo duro.
– De ninguna manera…
–¡TRATO HECHO!
Me aclaré la garganta.
– Y yo.
– Preferiblemente en la cama.
Sonreí.
– ¿Por qué?
– ¿Y cómo te miro?
– Desvístete. – ordené.
– Soy tuya.
Dana era real, al igual que sus sentimientos y sus deseos, y mis
sentimientos por ella eran igualmente reales.
–¿Te ha gustado?
– Sí. – suspiró.
– Sí, señor.
– Sí. – jadeó Dana. – Por esto han valido la pena las pinzas.
Desafiante, me sonrió.
– Si. Ese es. – respondió Dana, con la cara tensa por el dolor. –
De todas formas, recuperé el compañero original, así que no
tengo que cambiarlo al final. Pero fui tonta y ya le había dado
a Sam el otro pendiente.
– Qué aventura.
–¡Discrepo, señor!
Sonreí.
Dana me sonrió con esa sonrisa que todo hombre ansía. Una
sonrisa llena de amor, calidez y afecto. Sentimientos reales y
honestos.
– Yo te la guardo.
Recogió su uniforme y se lo puso. Había una suave sonrisa en
sus labios, tal vez incluso con una pizca de timidez.
– Además, tengo algo más para ti. Quiero que lo lleves cuando
te recoja mañana. También puedes llevarlo a tu reunión en
Central Park. Sí, creo que eso me gustaría aún más.
Vaya.
– Me gusta eso.
No te vuelvas loca.
– Cerca.
– Adelante, ábrelo.
–¿Sí?
– ¡Daaaanaaa!
–¿Sí? – pregunté.
–¡Muy bien!
– Volvamos al tema.
– Estas gafas con cámara todavía tienen que ser aprobadas por
el comité de empresa. A cambio, quiero poner a prueba todas
las funciones. Quiero convencer al comité de empresa de que
estas gafas serán una revolución para el sector de la hostelería.
– Firma esto.
Mi jefa me cortó.
– Bien.
Así que tuve tiempo de sobra para leer sobre este tipo de
tecnología y poner la cámara en la peor situación posible.
Había declarado la guerra a mi jefa en mi mente.
–¡Hola Sam! Siento llegar tarde, no pude salir antes del hotel.
–¿Terrenos? – pregunté.
– Sí. Las joyas son la pasión de Josh, la mía son los caballos.
Me encantan esos animales y me encanta trabajar con niños.
Gracias a Josh pude cumplir ambos sueños a la vez.
–¿De verdad?
–¡No, yo soy la que tiene que dar las gracias! Con todo el
estrés, la organización y esas modelos terriblemente mimadas
fue un verdadero placer para Josh hacer lo que realmente le
gusta.
– El de la goma es el duplicado.
Y también Connor.
– No, creo que Connor aún tiene una o dos sorpresas para mí.
– Sí, gracias.
– Gracias.
– ¿Sí?
– Oye Connor, todo está listo. Sólo tardé un poco más porque
una de las entregas se quedó retenida en la aduana.
– Gracias, hermanita.
–¿Connor? No vamos a …
–¿Lista?
Le quité la venda.
– En nuestro piso.
– Te mostraré.
– Con esto.
– Sí.
– Bien.
Al igual que había hecho con las muñecas antes, até los
tobillos de a los extremos de la cruz con las esposas de cuero.
Retrocedí dos pasos y observé mi obra terminada. El esbelto
cuerpo de Dana se veía muy bien en esta posición. Sus
músculos estaban tensos y respiraba profundamente. Sus
piernas estaban abiertas y su culo parecía muy atractivo en
esta posición.
– “¡Uno!”
–¡NUEVE!
Dana gimió y gimió. Esperar los últimos tres golpes fue peor
que los propios golpes.
–¡Dieeeez!
–¡ONCE!
Buena chica.
– ¡Doce!
– Gracias, señor.
– Sí, prometí.
– Lo siento.
– Suena genial.
–¡Hecho! – me alegré.
El nivel de locura de la Semana de la Moda bajaba con cada
desfile que se celebraba. Todo el mundo, incluida la propia
ciudad, estaba recuperando la calma poco a poco. Ahora, a la
hora de la cena, todo estaba muy tranquilo porque la mayoría
de los huéspedes estaban cenando o tenían citas fuera del
hotel.
– Sí.
Beccs me miró con esa mirada de loca que sólo tenía cuando
sólo quedaba un trozo de tarta de chocolate en el bufé, pero
había tres personas interesadas. Oh, ahora sonó el timbre, y
supe exactamente lo que mi mejor amiga estaba haciendo.
–¡Oblígame!
– Hasta ahora, todo bien. Un plan sin fisuras hasta ahora, creo.
–¿Cuándo se va?
– Lo sé.
–¡Oye! – protesté.
– Ese… ¿Ruido?
–¡Salud!
–¡Efectivamente!
Dana me sonrió.
–¿Por la pulsera?
– Sácalo. – la insté.
Dana enterró la cara entre las dos manos y suspiró con fuerza.
– Puede que tenga que ver con tu manía de llevar las cosas de
los demás huéspedes. – sugerí.
– Sí, señor.
– No.
Miré a Dana con seriedad, tratando de captar cada pequeña
emoción en su rostro. Cuando Dana me miró así, con sus
grandes y brillantes ojos azules y su boca ligeramente abierta,
apenas pude contenerme.
– Buena chica.
– Sí, junto con Max. Estábamos siempre juntos, sobre todo los
días de lluvia.
–¿De verdad?
–¿Tú crees?
– Ya veo.
– No creo que estés con ellos tan bien como crees, la verdad.
– Vaya, creo que tengo que necesito tiempo para asimilar eso.
– murmuró Dana.
– Me encantaría.
– Cierto.
– Dame la pasta.
– Por supuesto que no, pero no deberías dejar que las mujeres
te secuestren en eventos como este.
Le guiñé un ojo. Entonces mi chica desapareció entre la
multitud dejando un vacío en mi interior que apenas podía
describir.
Dana
– En el trabajo.
– Claro. El hecho de que hayas dicho que sí así, sin saber qué
esperar, sin conocer a nadie, es bastante valiente. Le hiciste un
gran favor a mi hermano al hacer eso.
Respiré profundamente.
–¡Estoy bien!
– Salud.
–¿Sí?
– Muchas. ¡Muchísimas!
– Interesante.
– Yo también lo espero.
– Vaya.
Eso fue todo lo que pude decir. Connor me había dicho que
Maxine era una buena decoradora y que se había hecho un
nombre, pero Maxine tenía más o menos la misma edad que
yo. Mientras que yo apenas había terminado mis estudios y
ascendía lenta y arduamente como camarera, Maxine ya estaba
en la cima. Ella había logrado cosas que yo ni siquiera me
había atrevido a soñar.
–¡Uy, ups!
– De este tipo.
Se me cayó la mandíbula.
–¡Eso es terrible!
–¡Lo sabía!
– Ah, cierto. Había olvidado que aún vivías con tus padres. -se
burló Deborah.
Auch.
– Sí, maravillosa.
– Ah, sí.
Qué zorra.
Me tragué con valentía el pesado nudo que tenía en la
garganta.
¡Connor estaba por encima de esas cosas! ¿No era así? Sí,
probablemente.
– Sí. – respondí.
–¿Dana?
Connor levantó la ceja de la misma manera que lo hizo en la
sala de juegos. Esa mirada hizo que me flaquearan las rodillas.
No, no del todo. Rodillas blandas era la palabra equivocada.
Quería hundirme de rodillas, con la espalda recta y las manos
en el regazo, esperando sus órdenes.
– Bueno, si eso fue una broma, habría sido una muy buena.
Connor sonrió.
– Lo haremos.
– Sí, señor.
Le di a elegir.
– Sí, señor.
Había tanto fuego en sus ojos que sentí que estaba a punto de
incendiar mi traje.
– Sí, señor.
Sin embargo, sabía muy bien que Dana soportaría mucho más
por mí, sólo para complacerme.
Cada vez que Dana pensaba que la cera caliente estaba a punto
de caer sobre ella, daba un pequeño respingo. Se veía hermosa,
tan inocente, pero Dana ya no era así desde hacía mucho
tiempo. Desde nuestra primera noche juntos, la había
corrompido de todas las formas posibles, y las mujeres
corrompidas eran las más bellas a mis ojos.
Cada vez que hacía eso con Dana, sabía que tenía que
cuestionar todo lo que había aprendido antes y algunas cosas
se volvían repentinamente claras.
Tan caliente…
Sólo unos pocos centímetros más hasta que la cera tocara sus
muslos, donde su piel era más sensible. A estas alturas, la vela
alargada se había reducido a más de la mitad. De hecho, ahora
sólo era un gran trozo de cera ardiente que sostenía entre mis
dedos.
–¿Mucho estrés?
– Sí, podría decirse que sí. Sólo hay clientes a los que les gusta
volver locas a las pobres criadas.
– No es mi ropa.
–¿Pero es suficiente?
– ¿Es así como piensan tus padres? ¿Tu hermana? ¿La alta
sociedad de la que te rodea? ¿Deborah?
– Por supuesto.
– Deborah lo sabe.
–¿Y qué?
Levanté una ceja y miré a Dana con atención. Sea lo que sea lo
que haya pasado entre las dos, había hecho mella en Dana. Esa
debía ser la razón de su extraño comportamiento, pero también
Dana podría habérmelo dicho antes.
– Sí, lo entiendo.
– Tal vez deberías decir que estás enferma hoy para que
podamos resolver esto.
– ¡A mi oficina!
– Allí estaré.
–¡Sí, pasa!
Entré. A primera vista, me di cuenta de que Shannon Williams
estaba radiante de alegría. No era buena señal, mi jefa nunca
estaba de buen humor a menos que pudiera llevar a cabo uno
de sus planes de vigilancia de supervillana. Mi siguiente
mirada fue al escritorio de mi jefa, que estaba lleno de
monturas de gafas, y entonces supe por qué estaba sonriendo.
Al final lo de las gafas con cámara salió adelante.
– Claro.
– ¿Por qué no vuelves media hora antes del final del servicio
para que podamos evaluar los resultados juntas?
Fue un buen comienzo, ¿no? Tal vez Rebecca tenía otra idea
para sabotear más la fase de prueba. Hoy nos habían asignado
los pisos inferiores. Cuanto menor fuera el número de la
habitación, menor era el equipamiento del personal de
limpieza. Las habitaciones eran mucho más pequeñas, al igual
que las camas, y el número de baños se reducía drásticamente
junto con ellas. A cambio, el número de habitaciones se
triplicó.
La radio crepitó.
Entrecerré los ojos. ¿Qué había querido decir mi jefa con eso?
Por supuesto.
– Estoy de camino.
– Cierto, y no me importa.
Por fuera me mostré imperturbable y tranquila, pero por dentro
celebraba mi rápido ingenio, el coraje y la fuerza que acababa
de demostrar.
– Debe ser una vida bastante solitaria la que llevas. Con tanta
envidia y resentimiento. – afirmé con naturalidad – ¿De qué
sirve la cuenta bancaria más abultada del mundo si no tienes
amigos, ni familia con la que compartir todas las alegrías de la
vida?
– ¿Rebecca?
– Gracias, Beccs.
– Estás de broma…
– Tal vez. – repetí mis propias palabras – tal vez me dejé llevar
demasiado por mis emociones. Tengo tanto miedo de perderle.
– Y si…
–¿Cómo qué?
Ahora parecía volar con cada paso, estaba tan aliviada. Justo
antes de los ascensores, saqué mis gafas del bolsillo y dije:
– ¡Daaanaaa!
–¡Lo haré!
– Dios mío, Dana. Espero que, con todo ese azúcar, por tu bien
tengas un seguro dental complementario. – dijo la señora
Williams con asombro y tuve que reprimir una sonrisa.
¡Que todo esto no sea verdad! ¡Por favor, que sólo sea un mal
sueño!
Deseaba despertar de mi pesadilla, pero esto no era un sueño,
ni una ilusión, ni un espejismo. Tampoco lo era la cosa
redonda y dura que estaba en el bolsillo del pecho. Estaba
realmente allí.
– Está mintiendo.
¿Se supone que ahora debo estar agradecido a mi jefa por eso?
– No sé qué decir.
Me quedé sin palabras.
– ¿Qué?
¿De dónde sacó Dana la idea de que no era suficiente para mí?
Si no fuera en serio, probablemente no la habría llevado a
eventos, ni habría comprado un piso juntos ni habría pospuesto
mi próximo viaje a Europa durante un mes. No había sentido
por ninguna otra mujer en este mundo lo que sentía por Dana.
¡Dios, nunca había sentido nada por ninguna otra mujer en el
mundo! Dana era mi chica, maldita sea. Tal vez aún no era
consciente de eso.
–¿Estás bien?
– ¿Qué se acabó?
Miré las grandes bolsas que Dana había dejado caer. Dentro no
había ropa nueva, ni cajas de zapatos, sólo algunas prendas de
uso cotidiano, fotos y otras cosas.
–¿Por qué?
Fruncí el ceño.
Dana asintió.
– Ya es suficiente.
– ¿Deborah Landry?
–¿De verdad?
Te quiero.
Te quiero.
– No te atrevas. – gruñí.
–¡Dana!
– Lo sé.
Sonreí conciliadoramente a mi mejor amiga. Nadie podía
culparla por haberme acabado un enorme helado en cuestión
de minutos o de que mi vida amorosa fuera un completo
desastre.
Rebecca se rió, y dejé que mi mejor amiga pensara que era una
broma.
– Ay, sí, por favor, cuéntame más sobre mi antigua jefa que me
echó sin miramientos.
– Vale, vale.
–¡Idiota!
– Serás bienvenida.
– Sí. Quiero decir, siempre puede ser peor, pero mira el lado
bueno. Si te deshaces de todo ese mal karma ahora, lo habrás
usado todo para cuando tengas treinta años, ¡y nada se
interpondrá en tu felicidad!
–¡De nada!
Rebecca se acercó y me abrazó con fuerza.
–¿Dana?
– Se acabó. – susurré.
–¿De verdad?
Maldita traidora.
–¡Genial! ¡Mira!
Emma asintió.
–¡Sí!
– Toma.
– No pasa nada.
– Ya lo sé, Max.
– Bien.
– Sonríe.
– Tienes razón.
–¡Connor!
– Hola Deborah.
–¿El qué?
– Espero tres cosas de ti. Uno, que dejes tus juegos, dos, que
dejes a Dana en paz, y tres, que pares de bombardear al hotel
con posibles demandas.
–¿Qué gafas?
El premio gordo.
– Las gafas que llevaba Dana tenían una cámara que ahora
tienen todos los hoteles, por lo que el robo tendría que estar
grabado.
– Estás de broma.
– No.
– Sí querías.
– Hice todo esto por ti, ¡Sabes que hubiera sido la mejor
opción! ¡Soy rica! Soy…
–¡Será zorra!
– Sí. – gruñí.
–¿Ah, sí?
–¡Sí!
Te quiero, Dana.
– Vale.
– Por favor.
– Gracias.
– No.
– Pero tengo otra oferta para usted. Una que creo que le va a
interesar.
– Sí, señor.
Me aclaré la garganta.
– Se lo garantizo.
– Aquí tiene.
– Gracias.
– Gracias.
–¿Qué quieres?
Cruzó los brazos frente a su pecho.
–¿Por qué?
–¡Rebecca, espera!
–¿Y bien?
–¡Quiero la de fresas!
Cogí tres platos de postre del mueble y les serví unos enormes
trozos de tarta. Juntas fuimos a la sala de estar abierta y nos
sentamos en el sofá para ver con Emma las noticias de los
niños, que ella insistía en ver todos los días.
– Tía, esta tarta está muy rica, deberías hornear para nosotros
más a menudo, Dana.
– Gracias.
–¿Ayudó?
Desde que saqué la última tarta del horno, Connor volvió a ser
omnipresente. Así que mi nueva terapia no era muy sostenible.
Dios, ¿cómo podía este hombre incrustarse tan
persistentemente en mi mente? Todavía estaba allí… nunca se
había ido.
–¡No!
– No lo he hecho.
– Lo estoy.
– Oh, vamos Dana, tal vez cometió un error al igual que tú.
Ambos cometieron errores de los que se arrepienten.
Por supuesto que deseaba que Connor volviera. Pero tenía que
enfrentarme a la realidad y aceptar las consecuencias. Rebecca
también debería verlo así. Como mi mejor amiga, su deber era
frenar mis esperanzas utópicas y quitármelas de la cabeza por
completo, no sembrar nuevas esperanzas en mí. A menos
que…
–¡Rebecca, respóndeme!
Resoplé.
–¿Apostamos?
– Muy bien, ¿ahora qué vamos a hacer con todas estas tartas?
¿Comérnoslas?
– Ah. Claro que sí. Los ositos de goma y las tartas son dos
cosas completamente diferentes, por supuesto.
Mayday.
– Sí, claro.
Tan rápido como pude, recogí las cosas y las tiré en las cajas
más cercanas para eliminar por completo las pruebas de la
existencia de parejas felices.
Mierda.
– No, ¿por qué iba a hacerlo? – pregunté con toda la calma que
pude, aunque mi voz temblaba un poco.
Rebecca suspiró.
Rebecca se rió.
– Genial, ¡gracias!
– Espera.
¡Mierda!
Suspiré.
– Lo correcto.
– No entiendo nada…
– Uy.
Dios mío.
– Te quiero.
– Gracias, señor.
– Y yo esta sensación.
–¿Agotador?
– Sí, señor.
– Shhh.
¡Dios, cómo amaba a esta mujer! Era difícil creer lo fina que
se había vuelto la línea de Dana entre la timidez sumisa y la
rebelión desafiante.
Dana asintió.
Todavía no…
–¡Connor!
Dana gritó.
–¡Connor!
Cerró los ojos y la guié paso a paso por las escaleras, donde
todos los invitados ya estaban esperando para recibirnos.
Maldita sea, no quería ni pensar en lo que habría pasado si mi
plan no hubiera funcionado.
–Y gracias, mamá y papá por sacar tiempo para venir con tan
poco preaviso.
– ¿Una llave?
–¿Mi pensión?
–Efectivamente. – sonreí.
– Me gusta la idea.
Me estremecí y me detuve.
– Sí.
–¡Beccs!
– Nos vemos.
– Gracias.
– Entra.
– Nunca. – respiré.
Aceptaré todo lo que me des. Dolor y placer.