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Historia 6to Derecho - El Uruguay en la primera década de la Guerra

Fría. Situación general y posicionamiento en el conflicto. 1945 - 1955


El Uruguay emergió de la posguerra, “con importantes reservas en moneda extranjera, un nivel
de vida en ascenso y sus líderes políticos llenos de confianza en el país y su futuro”. El fin de
la segunda guerra mundial despertó expectativas y esperanzas, generó en el país un “ingenuo
optimismo,” que se vio reforzado por el triunfo futbolístico en el Mundial de Brasil de 1950.

“Es el nuestro un pequeño gran país. Si alguna vez se le pudo llamar con verdad laboratorio
de experimentación del derecho laboral, hoy se le puede calificar, con igual razón de pequeño
oasis de paz, libertad y justicia en un mundo perturbado por trágicas realidades o
comprometedoras perspectivas”
Tengamos clara conciencia de que el Uruguay es un país de excepción”

Quizás sea este el momento en que alcanzó mayor aceptación colectiva el mensaje ideológico sintetizado
en la frase “como el Uruguay no hay”, sostienen las historiadoras Ana Frega e Ivette Trochón, “que llevó
al punto máximo la creencia en un Uruguay “excepcional” pero que también marcó el fin de las
utopías” pues a una década de sostenido crecimiento 1945-1955, siguió la crisis económica.

Fue una época fermental en la discusión política e intelectual y en la creación artística. El discurso
reformista democrático integrador convive y se enfrenta con otros discursos políticos (conservador,
socialista) e intelectuales, como el de la “Generación Crítica” nucleada en el Semanario Marcha.

El período 1947-1958 es denominado por gran parte de la historiografía uruguaya como neobatllismo,
movimiento político que se caracterizó, según el historiador Benjamín Nahúm, “por un nuevo empuje y
por la aplicación de algunas ideas centrales de la ideología batllista a las realidades distintas de la
segunda posguerra mundial.” Esta surgió en los primeros años del siglo XX, se auto identificó como
“reformismo” y la historiografía uruguaya lo llamó “batllismo” o “primer batllismo” en reconocimiento al
liderazgo ejercido por José Batlle y Ordóñez, tío de Luis Batlle Berres, quien será el líder del “segundo
batllismo” o “neobatllismo”.

En Uruguay los diferentes actores fueron adoptando posiciones ante el nuevo orden internacional de post
guerra, mostrando su simpatía, oposición o neutralidad ante el conflicto que enfrentaba a las dos
potencias que durante la segunda guerra mundial habían sido aliadas. Ciertos sectores, como los
responsables del diario El Día, voceros del batllismo más conservador liderado por los hijos de José Batlle
y Ordóñez, definieron su posición tempranamente. El 2 mayo de 1945, en la celebración de la derrota
de Alemania no izaron la bandera de la URSS entre las de los aliados, defendiendo a partir de entonces
una postura antisoviética. El sector herrerista del Partido Nacional y los comunistas coincidirán en “su
oposición a la creciente coordinación militar interamericana y a los mecanismos hemisféricos creados
para consolidar el predominio de los Estados Unidos” En medios obreros, estudiantiles e intelectuales
muchos se inclinaron por el tercerismo, una postura latinoamericanista que condena el expansionismo
imperialista de ambas potencias y la hipocresía de sus argumentos. Dentro de la izquierda culta uruguaya
se procesó una polémica a partir de libros y artículos periodísticos editados entre 1946 y 1947 por
destacadas figuras profesionales y políticas que plantearon visiones opuestas acerca del régimen
soviético. En 1947 el Partido Socialista toma posición alineándose contra el “totalitarismo comunista”
ante la visión desfavorable que tiene de la URSS su principal líder, Emilio Frugoni luego de su misión
diplomática en Moscú.

Tras ser electo presidente, en 1947, Tomás Berreta fue invitado por el gobierno norteamericano a visitar
Estados Unidos, práctica que desarrollará este país con los presidentes electos de América Latina, en
una estrategia de asegurar alianzas e influencias. Esta visita se concretó a comienzos de 1947 y será
criticada entre otros por Carlos Quijano, quien escribió “Don Tomás se va a Estados Unidos. Está bien.
Es la reproducción en el tiempo del viaje a Canosa. ¿Cómo se puede gobernar en estos tiempos caóticos
sin recoger el espaldarazo de Washington?”. Berreta estaba intranquilo por el proyecto expansionista de
Argentina, tenía interés en asegurarse el apoyo de Estados Unidos ante un eventual conflicto con el país
vecino. Este temor será compartido por su sucesor, Luis Batlle Berres quien manifestó su preocupación
de que EEUU abandonara Uruguay a Argentina; buscará “apoyo político y posible apoyo económico de
emergencia, en el caso de que Argentina se atreviera a dislocar la economía uruguaya, reteniendo la
exportación de elementos esenciales para Uruguay”.

El discurso político del gobierno uruguayo y otros discursos en la primera


década de la Guerra Fría (1947-1958)
En su discurso de asunción, el 14 de agosto de 1947, L. Batlle Berres refiere a la “violenta revolución
social y política que convulsiona a todos los pueblos” manifestando su visión del mundo de posguerra,
como un mundo conmocionado por el enfrentamiento. Cinco meses después que el presidente Henry
Truman pronunciará su discurso ante el Congreso de Estados Unidos, definiendo la que será la visión
oficial de la potencia líder del “mundo libre” en los siguientes cuarenta años, Batlle Berres realiza un
planteo similar, y alude, sin nombrarlo al enfrentamiento ideológico entre liberalismo y comunismo. Se
involucra así en un debate que tiene sus orígenes en el Uruguay a comienzos del siglo XX, pero que
adquiere otras connotaciones en el marco de la Guerra Fría. Considera que “la hora exige intervenir,
orientar el movimiento, para dirigir las fuerzas”.

En las relaciones internacionales Batlle Berres suscribirá las instrucciones dadas a la delegación que
concurrirá a la Conferencia de Río de Janeiro, del que surgirá el TIAR:

“esto no puede suponer intervencionismo, porque está muy lejos de nuestro ánimo, pero sí reclama
solidaridad de todos los pueblos para asegurar la paz y la democracia, porque está en el interés de
todos imponer estos ideales y hacerlos respetar, desde que su imperio significa progreso, felicidad y
justicia social”.

Se ubica como partidario de la no intervención, pero reclama solidaridad si se trata de asegurar la paz y
la democracia, asocia paz y democracia con progreso, felicidad y justicia social. Estos términos además
de respeto a las leyes, al orden, a la libertad, están vinculados en varios de sus discursos. Son conceptos
e ideas fundamentales de su pensamiento. La insistencia en estos principios como rectores de la acción
política acercan su discurso al promovido por Estados Unidos que también asociaba paz, democracia,
libertad, orden, progreso, felicidad; sin nombrarlo, de sus palabras se desprenden afinidades. Se
diferencia en que asocia a los principios mencionados la justicia social y en el rechazo a la intervención,
aunque reclama solidaridad, no aclarando la forma en que esta se concretaría.

Al asumir la presidencia afirma “Apresurarse a ser justo es asegurar la tranquilidad, es brindarle al


ciudadano los elementos principales y básicos para que tenga para vivir y hasta él lleguen los beneficios
del progreso y de la riqueza”.

Sintetiza en esta frase su propuesta de acción desde el gobierno, así como su concepto de justicia social:
ésta consiste en asegurar desde el Estado un mínimo de satisfacción de necesidades que permita una
vida digna que implica que este asuma el rol de distribuir la riqueza.

Asocia justicia y democracia y plantea la urgencia de la acción del gobierno en este sentido.
“Apresurarse a ser justo es luchar por el orden y es asegurar el orden […] lo sabio es continuar por ese
camino saliéndole al encuentro a los justos reclamos que haga el pueblo para darles solución a través
de la ley conscientemente estudiada, sin esperar reacciones violentas de quienes se sientan
desatendidos u olvidados”

Las reformas sociales, plantea, deben acelerarse y en ese sentido hay una urgencia por llevar adelante
las mismas que lo diferencia del primer Batllismo. Este se identificaba, según Giudici y González Conzi,
como

“una tendencia netamente reformista: una primera reforma prepara una segunda, y ésta a su vez una
tercera, y cada una apoyándose en la anterior y derivando de ella, no brusco o repentino cambio, sino
gradual transición. De esta manera todo se alcanza sin perturbar el equilibrio social, paulatinamente,
en un movimiento progresivo, rítmico. Las conquistas se irán sucediendo, una tras otra: hasta la
última. Sin violencias ni sacudidas. Armoniosamente.”

Batlle Berres refiere a continuar por ese camino, aludiendo a las reformas desarrolladas en las primeras
décadas del siglo XX, las medidas adoptadas en ese entonces fueron correctas y aún tienen vigencia,
propone continuarlas. De esta forma se lograría evitar los enfrentamientos, y se continuarían
introduciendo cambios a través de leyes, que son “vías normales”, a través de reformas no de
enfrentamientos, pero para evitarlos, es necesario actuar de forma urgente.

El concepto de justicia social en el Uruguay comienza a plasmarse a partir de los primeros años del siglo
XX durante el “reformismo” liderado por José Batlle y Ordoñez. El primer batllismo se apartaba del
liberalismo clásico y se afiliaba a un liberalismo reformista, o según el historiador Gerardo Caetano,
“republicanismo solidarista,” enfatizaba una visión más activista de la política y del ejercicio de la
ciudadanía, una concepción más cercana a la libertad positiva (libertad para) que a una libertad negativa
(libertad de) jerarquizando la participación y movilización ciudadanas, privilegiando los objetivos
colectivos sobre las reivindicaciones individuales. Este campo político ideológico se había desarrollado en
Europa a partir de la segunda mitad del siglo XIX como respuesta a la cuestión social y a las luchas por
la democratización; defendían el rol regulador del Estado, la intervención del Estado en los asuntos
económicos y sociales, el principio de igualdad de oportunidades, el sufragio universal (mediado por un
proceso de reforma electoral y extensión de la educación), la desacralización de la propiedad privada y
de la universalización de la educación.

Hacia 1943, el presidente J.J de Amézaga, retoma esta perspectiva en un discurso a la Asamblea General,
pero la preocupación por el desorden y la conflictividad social es evidente

“la injusticia que no se corrige provoca tarde o temprano reacciones incontenibles que pasan sobre los
pueblos como cometas sociales” “no perdamos la oportunidad de asegurar la paz interna, la paz social
y juremos aproximarnos […] para dar a todos los habitantes de la República, lo que con razón y justicia
reclaman" “la inteligencia y los sentimientos humanitarios aconsejan aceptar los nuevos rumbos que
traza la justicia social” Partidario de “leyes justas que protejan al trabajo, sin despojos ni agravios para
nadie” ”el contrato de trabajo no puede subsistir como contrato de adhesión en el que predomina la
voluntad de una de las partes”

La preocupación de Luis Batlle Berres por el mantenimiento del orden, por realizar los cambios por las
vías legales, evitando conflictos y violencia, la idea de la “revolución en el orden”, basados en su
valoración y confianza en la democracia profundizan y consolidan esta asociación entre justicia
socialdemocracia, ley-orden. La intención de su discurso es convencer a la población de la necesidad de
un Estado benefactor que redistribuya la riqueza permitiendo al ciudadano acceder a los elementos
principales y básicos. La solución a los “justos reclamos” debe provenir del aparato estatal, a partir de
la legislación y no de la movilización de los sectores más vulnerables

Los discursos del elenco político reformista en el contexto de la Guerra Fría, se inscribieron en un
concepto de democracia en el que se priorizaba la libertad y la justicia social, incluyendo derechos
económicos, sociales y culturales, además de los políticos y civiles. Comparten los principios defendidos
por el batllismo, del que se sienten continuadores, pero enfatizan en la prioridad de la libertad y la
satisfacción de los elementos básicos a todos los ciudadanos, que deben darse conjuntamente, “la
seguridad económica sin libertad es opresión en lo social y dictadura en lo político”.

Es prioritario que se legisle para que todos los ciudadanos tengan asegurado lo básico, no alcanza con
tener asegurados los derechos políticos y civiles ya consagrados, pero se rechaza la seguridad económica
sin libertad, por consiguiente realiza una crítica implícita al modelo socialista desarrollado en la Unión
Soviética.

En múltiples discursos Batlle Berres argumenta a favor de la justicia social.

“la justicia social provoca el goce de vivir, apaga el ánimo de violencia, reduce a los sediciosos y quita
valor a la palabra de los rebeldes. La justicia la necesitan quienes sufren, pero a su mismo amparo es
más sereno el reposo de los poderosos”

La justicia social es concebida como una cuestión de interés general, favorece el bien común, es necesaria
para los desposeídos y útil a los ricos. Disminuir las diferencias sociales, acercar los extremos asegura
el orden, evita los conflictos. Justicia social y orden son conceptos asociados insistentemente en los
discursos de estos años.

“Entiendo que no es posible que haya gente que tiene mucho y a su lado quien no tenga nada. Una
sociedad así no puede caminar porque no se puede caminar habiendo desvalidos y gente humilde al
extremo, al lado de quienes tienen por demasía. Eso no es ni garantía de orden, ni garantía de paz, ni
seguridad de tranquilidad […] hay mucha gente desvalida y a la que no se le ha protegido en sus
derechos, debiendo ir, por consiguiente, en su socorro con apresuramiento, […] puede transformarse,
con justicia, en un enemigo peligroso.”

Alertaba a los parlamentarios americanos:


“La paz, puede ser alterada por la injusticia y por la opresión. El que padece es un resignado o un
revolucionario y el progreso constructivo no se hace con ninguno de estos dos hombres. Los pueblos
deben palpar los beneficios de la existencia de la Democracia: los poderosos gozando de la libertad y
de la justicia y los necesitados, de la libertad, igualmente, pero también de la justicia, que ha de llegar
hasta ellos sin demora, dando alimento al necesitado y trabajo al obrero y tierras al hombre del campo
y bienestar a todos.”

El enfrentamiento fundamental al que refiere este discurso, pronunciado en plena segunda guerra
mundial, era entre democracia y totalitarismo. Para que la primera triunfara “los pueblos deben palpar
los beneficios de la existencia de la Democracia”; distingue dentro del pueblo a poderosos y
necesitados pero ambos grupos deben gozar de la libertad y de la justicia. Esta ha de llegar hasta ellos
– “los necesitados” – sin demora y diferencia distintos elementos que deben ser distribuidos: alimento
al necesitado y trabajo al obrero y tierras al hombre del campo y bienestar a todos.

Libertad es mencionada en primer lugar, previo a justicia y esto no es casual. Como liberal, Luis Batlle
Berres priorizaba la libertad, este era un derecho conquistado que debía defenderse y consolidarse,
derecho civil y político que debían gozar todos los integrantes de la sociedad. Pero además de libertad,
deben gozar de justicia. Es mencionada en segundo lugar, poniendo de manifiesto su ideología liberal
reformista, la justicia es prioritaria también, pero después de concretarse los derechos civiles y políticos.

Para poder realizar la justicia social se requiere la intervención del Estado en la economía, en la
distribución de la riqueza, favoreciendo a quienes tienen menos recursos.

El Estado era concebido como tutor de los intereses de la República y de los más débiles, al asegurar el
orden y el bienestar económico. En 1948 Batlle Berres afirmaba, “la economía dirigida de gobierno tiene
como función principal, en primer término, la custodia y tutela de los grandes intereses económicos de
la República y después la tutela en custodia de los intereses de los pequeños, que no tiene otro ayudante
ni otra tutela ni otra vigilancia a su lado, ni más honrada que la del gobierno, siempre dispuesto a
colaborar con ellos.”

“el pequeño es el que realiza la riqueza del país y además el pequeño es el que necesita la vigilancia y
tutela del Estado; el grande no desea que intervenga el Estado, porque, por lo general, la intervención
del Estado es para retacear su ganancia, no es para aumentarla. En cambio, el pequeño necesita la
tutela del Estado, porque el Estado le va a garantizar la forma de su trabajo.”

El Estado debe aplicar una política redistributiva para que hasta el ciudadano “lleguen los beneficios del
progreso y de la riqueza”. Respecto de cómo implementar esa política redistributiva, la industria, tiene
para Batlle Berres, un rol fundamental, proporciona un “reparto justo de la ganancia”, salario bien
remunerado al obrero y a quienes trabajan en la administración, a los hombres de trabajo que identifica
con el pueblo.

El progreso constructivo no se hace con el que padece, este es un resignado o un


revolucionario. Rechaza tanto la actitud resignada como la revolucionaria en quien padece, ninguna
conduce al progreso y por lo tanto deben ser evitadas. La distribución apunta a atender especialmente
al que sufre, al necesitado; éste es débil, necesita protección. La mirada de Batlle Berres es
paternalista, refiere implícitamente a otro que atienda a esa necesidad. Será el Estado quien cumpla
ese rol distributivo realizando justicia y promoviendo el progreso. El Estado resuelve a partir de la
distribución de la riqueza el sufrimiento del “necesitado” afianzando el” progreso constructivo y la paz”.

La intención del discurso es lograr el más amplio apoyo social posible a su propuesta, convencer a la
población acerca de la importancia de la industria para el desarrollo económico del país y para mejorar
la calidad de vida de la población en general. Busca convencer a los opositores de la política proteccionista
que impulsaba el Estado respecto de la industria, en particular a los sectores agropecuarios, al mostrar
que el desarrollo de esta previene los conflictos sociales. La amenaza de la revolución, del comunismo,
está presente, y la intención de realizar reformas de forma urgente, con el objetivo de detenerlos y
mantener el orden es evidente.

Su propósito de impulso a la industria, la intervención estatal en lo económico y social, estatismo y


dirigismo económico, aumento de los servicios brindados por el Estado, ampliación de los derechos
sociales por medio de la legislación social y laboral y la búsqueda del apoyo de diversas clases sociales
lo acercan a los movimientos reformistas de la región llamados populismos. Sin embargo, se diferencia
de los mismos, en el énfasis puesto en las libertades democráticas

Como liberal, comparte la idea de progreso constructivo, un progreso que los hombres construyen en el
marco de una democracia, a partir de avances sucesivos en las leyes, en el desarrollo económico, en la
educación y el conocimiento. Rechaza el camino revolucionario; desde su perspectiva liberal reformista,
las leyes son el camino para los cambios. Rechaza asimismo la resignación, porque esta lleva a la
pasividad, al inmovilismo. Como liberal, heredero del pensamiento ilustrado, comparte la valoración del
hombre como sujeto de la historia y motor del progreso.

El historiador Juan Oddone consigna que Luis Batlle Berres expresa una fuerte animosidad contra el
mandatario argentino, Juan Domingo Perón, por ser un militar con simpatías nazi fascistas, por su
intervención en los asuntos uruguayos, por su política regional expansiva, por querer incorporar a
Uruguay contra su voluntad a planes integracionistas que no lo beneficiaban, por perjudicar al Uruguay
con medidas económicas en el comercio, turismo y consumo de artículos de primera necesidad, por su
represión a la oposición democrática, sus medidas autoritarias contra la prensa, el derecho de reunión y
asociación. La valoración que Luis Batlle Berres tenía de la democracia y la libertad lo diferencian sostiene
G. D`Elía del Peronismo y de otros movimientos populistas de su tiempo. Diferenciarse del país vecino
será una prioridad, constituyéndose voluntariamente, según el historiador Germán Rama, en su contra
modelo.

Al discurso de la dirigencia política se le suma el discurso filosófico, en particular el que expresa el


pensamiento de Carlos Vaz Ferreira quien, desde su Cátedra Libre, difundía la idea de la excepcionalidad
del Uruguay y la importancia de la democracia.

Sin embargo, en su discurso Vaz Ferreira también reflexionaba sobre el debate de su tiempo sobre la
democracia y un “estado de espíritu nuevo” que adjetiva como “especialmente peligroso”: opinar que
todas las organizaciones políticas son malas. Desarrolla los que considera son los verdaderos
fundamentos de la democracia. La democracia tiene, afirma Vaz, fundamentos positivos, no es
únicamente el mal menor; es bien. Estimula al individuo, lo perfecciona, porque los hombres deben
considerar problemas, discutir, luchar y resolver. Define este plano como positivo idealista, abierto,
porque al estimular las individualidades, abre las posibilidades, las aspiraciones, la marcha de la especie,
estimula las posibilidades humanas. Identifica además un plano positivo práctico de la democracia, el
bien resultante del valor y capacidad de muchos componentes y de las organizaciones dirigidas por la
libertad y espontaneidad. La “resultante de la acción de esos hombres – en cierta proporción inferiores
o poco conscientes – que eligen, y de esos mandatarios, no todos o no siempre superiores tampoco; que
la resultante de toda esa vida impura-lo que sale-tiende a ser mejor que los componentes. Hay cierta
neutralización, aunque sea parcial, de males, con resultante en buen sentido”.
Señalaba que los educadores tenían como tarea prioritaria prevenir o corregir la posición negativa hacia
la democracia que por ese entonces se difundía, y afirmar la idea que es el mejor régimen político posible,
haciendo comprender y sentir sus verdaderos fundamentos.

En el campo del arte, Joaquín Torres García y la acción de su taller invitaba a pensar y crear desde el
sur, proponiendo un arte alternativo que buscaba acercar la cultura y el arte a los sectores más amplios
de la sociedad, e incluso a aquellos que eran en general olvidados. Entre 1942 y 1953 el Taller Torres
García edita la revista Removedor, con la que a difunden sus obras, exposiciones, y las ideas en las que
se basa su propuesta artística. J. Torres García publica además entre 1944 y 1948 las obras que explican
su teoría artística Universalismo Constructivo, Mística de la pintura y Lo aparente y lo concreto en el
Arte.

“Yo traía…todo mi programa completo a desarrollar aquí […] Había recogido las últimas vibraciones
tocantes al arte en Europa, sabía que era el esfuerzo hecho, y veía […] el que había de hacerse. Y
pensé que, esto que debía hacerse hoy, podía hacerse aquí. Por un método gradual, teniendo en
cuenta todo, si encontraba hombres dispuestos a seguirme, se podía realizar algo muy superior a lo
realizado últimamente en Europa”

Por momentos J. Torres García parecía tener una visión


desalentadora acerca de la posibilidad de cambio en el ámbito
artístico y de la acción que pudiera tener el Taller
y Removedor en esa empresa. El verdadero artista, afirmaba
Torres, ¿quién tomará en serio lo que diga y haga?, y tomando
palabras de Ibsen, advertía “sólo las minorías tenían razón”.
Sin embargo, se produjo un cambio en su posición al referirse
a las ideas y al trabajo silencioso que hacen y nadie puede
detener, “las ideas, el constante esfuerzo y trabajo, ya dan su
fruto. La opinión cambia.”

Se encuentra en los discursos, tanto políticos, filosóficos o


artísticos un optimismo acerca de las posibilidades de realizar
transformaciones que tuvieran efectos positivos en la realidad
del país en los diversos ámbitos. Asimismo, se advierte
también preocupación por la existencia de amenazas a esas
realizaciones.

Dibujo de Torres García, Joaquín, en Revista Círculo y


Cuadrado, N° 1,1936, p. 2.

Políticas que desarrollaron los gobiernos reformistas y


sus efectos económicos, sociales y culturales
Los gobiernos en esta década desarrollaron un modelo nacionalista, industrialista, pro-agrícola y
redistributivista iniciado en las primeras décadas del siglo XX y retomado a partir de 1943 pasada la
crisis de los años 30, la ruptura democrática y el gobierno autoritario que la sucedió, y los efectos de los
primeros años de la segunda guerra mundial.

Nacionalizaron y estatizaron empresas de servicios, pasando varias de origen inglés y privado a la órbita
estatal, adoptaron políticas de protección y fomento a la industria, continuaron medidas, como el control
de cambios (instalado en 1931), o complejizaron otras, como el contralor de Exportaciones e
Importaciones (creado en 1941), aumentaron los créditos de la banca estatal a la industria (de 19,9 %
en 1945 a 40 % en 1955).

Buscaron fomentar la explotación agrícola y diversificarla, protegiendo cultivos industriales, fijando


“precios sostén”. Promovieron el poblamiento del campo y el surgimiento de una clase media rural
mediante la Ley de colonización (1948) y la creación del Instituto Nacional de Colonización (1948), que
expropiaría grandes extensiones de tierra “mediante una retribución razonable” para dividirlas y
repartirlas entre pequeños y medianos poseedores.

Continuaron con la aprobación de leyes sociales que se habían impulsado durante el batllismo en las
primeras décadas del siglo XX, y reiniciado en 1942, extendiendo las jubilaciones a nuevos sectores de
trabajadores y adoptando medidas en beneficio de los sectores más carenciados y destinados a asegurar
la alimentación. En setiembre de 1947 se crea al Consejo Nacional de Subsistencias cuyo objetivo sería
controlar los precios de los artículos de primera necesidad fiscalizando los costos de los mismos bajo el
lema “Abastece, atestigua, abarata”. En 1950, las Asignaciones Familiares (creadas en 1943) se
centralizan en el Consejo de Asignaciones Familiares extendiendo los beneficios que prestaba al núcleo
familiar a los hijos de obreros y trabajadores hasta los 16 años si demostraban la continuación de sus
estudios y hasta los 18 en caso de incapacidad.

Al asumir Batlle Berres serán dejados de lado proyectos de ley que ilegalizaban las huelgas en los
servicios públicos y reglamentaban otras, creando los tribunales de conciliación obligatoria, que habían
sido presentadas por el gobierno de Tomás Berreta, quien se desempeñó como Presidente entre marzo
y agosto de 1947 a quien le preocupaba incrementar la riqueza pero también la conflictividad obrera,
razón por la cual propuso un proyecto de ley de tribunales de conciliación y arbitraje obligatorios en caso
de conflicto.

Batlle Berres mantendrá un diálogo con los sindicatos y con diversos sectores políticos, entre ellos el
Partido Comunista.

En el diario oficialista Acción, se afirmaba “Nosotros creemos que nuestro partido ha impulsado la
inmensa mayoría de las conquistas obreras [pero] si se pretende adjudicar esta obra a la existencia de
una clase obrera organizada, lo cierto es que entonces se debe reconocer que esa clase obrera ha podido
llevar adelante sus reivindicaciones en función de la existencia de un efectivo clima de respeto y de
garantía por el trabajador, por su organización y por sus dirigentes […]. Hay un gobierno quincista
abanderado y custodio celoso de esas libertades. Que no se olvide”

En el discurso de Luis Batlle es clara la intención de atribuirse la legislación social con el objetivo de
conquistar el voto obrero. Sin embargo, la ampliación de la legislación social se había retomado luego
de las primeras décadas del siglo XX a partir de 1942, con gobiernos cuyos dirigentes no eran batllistas.
La Ley de Consejos de Salarios, aprobado durante el gobierno de J.J. de Amezaga (1943) reconoció a
los trabajadores y empresarios en un plano de igualdad para negociar, con la mediación del Estado, los
salarios.

Es cierto que Batlle Berres al asumir la Presidencia frenó proyectos que limitaban la libertad sindical,
pero en momentos de creciente conflictividad se aplicaron medidas del código penal frente a huelgas en
los servicios públicos, se establecieron medidas prontas de seguridad ante conflictos generalizados en la
salud y transporte y se dispuso que personal militar sustituyera trabajadores en huelga.

Además a fines de 1947 se creó el denominado Servicio de Inteligencia y Enlace (SIE) de la Policía de
Montevideo, un protagonista central de la Guerra Fría en nuestro país, que investigará a sindicalistas,
militantes y políticos considerados sospechosos de amenazar el orden.

Con el desarrollo de la actividad industrial había aumentado el número de trabajadores de este sector y
también su organización y capacidad de presionar para mejorar sus condiciones laborales.

Otro sector que había crecido era el de los trabajadores estatales de las empresas y servicios públicos.
A la ampliación del Estado por el aumento de sus funciones y organismos se sumó con la nueva
Constitución de 1952 la coparticipación de los partidos políticos mayoritarios en las direcciones de los
entes estatales. Esto llevará a un exorbitante aumento de los funcionarios (de 57.500 en 1936 pasarán
a ser 166.400 en 1955 y 193.700 en 1961) y a una disminución de su capacidad y eficiencia que fue
sustituida por el favor político y el reparto de cargos como criterio de selección.

La extensión de jubilaciones y pensiones aumentó el número de pasivos: de 73.300 en 1938 pasaron a


278.000 en 1961. Un criterio de justicia social pero también un criterio político-electoralista explica este
aumento notorio.

La política cultural pública impulsó en estos años el desarrollo y la ampliación del acceso a la cultura y
la educación por múltiples caminos. Expandió el Sodre, fundó la Comedia Nacional (1947), la Escuela
Multidisciplinaria de Arte Dramático Margarita Xirgú (1949), creó nuevas escuelas y liceos, la Facultad
de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República (1948), y el Instituto de Profesores Artigas
(1951).

En el campo del Arte la utopía propuesta por Joaquín Torres García y la acción de su Taller, la primera
manifestación colectiva de la pintura de vanguardia en América del Sur, según Cecilia de Torres, buscaba
acercar el arte a los sectores más amplios de la sociedad; encontró en ciertos directores administrativos
del Estado, apoyo para la concreción de su proyecto pues la dirigencia política impulsaba la
democratización de la cultura.

Los murales del Hospital Saint Bois realizados en 1944 son su mayor manifestación en el espacio público,
por la cantidad de obras (35), sus dimensiones y la cantidad de artistas que involucró (21). Las obras
en ese caso se colocaron al alcance de los que sufren una enfermedad. Quienes debían internarse por
padecer tuberculosis, abandonaban su vida anterior, a veces de manera irreversible. Joaquín Torres
García compartió la idea que los enfermos necesitaban alimentarse con experiencias visuales que les
permitieran conectarse con lo cotidiano, con la vida, el hombre, el mundo del trabajo, los transportes, la
música, que hiciera posible mantener el deseo de vivir, la esperanza. El doctor Pablo Purriel reconocía
que habían tenido “la suerte de encontrarnos con un hombre de excepción – don Joaquín Torres García –
, que en noble gesto altruista puso en forma desinteresada su arte y el de sus discípulos a nuestra
disposición, para dar color, intensidad y vida a estas paredes hasta ayer frías e inhospitalarias.”

Acercar el arte al público no especializado, a la gente común, y diseñar los edificios de las instituciones
públicas con un criterio urbanístico y arquitectónico funcional y didáctico, generador de valores
democráticos y de reconocimiento y aprecio al arte y a la cultura nacional, fue una política pública del
Estado uruguayo en esos años, como demuestra una investigación de la Facultad de Arquitectura
coordinada por Laura Cesio que identificó en 1940 el inicio de la realización de un grupo de liceos
modernos con gran coherencia y valores significativos que constituyen un proyecto con connotaciones
políticas, educativas, sociales, arquitectónicas y urbanísticas. “Pertenecen a un período en el que se
buscó la modernización institucional, son representantes de la imagen de una arquitectura estatal
generados a partir de una verdadera política de estado.”

Los veintitrés liceos identificados fueron planificados y proyectados en la Oficia de Arquitectura del
Ministerio de Obras Públicas, integrado por un equipo de arquitectos que tuvo una continuidad en su
gestión. En estos locales destinados a la enseñanza de adolescentes se incluyen obras artísticas que al
igual que las del Saint Bois se integran a la arquitectura. Responde a una política cultural del Estado que
valorizaba el rol que podían desarrollar la obra de los artistas nacionales en las instituciones públicas y
que buscaba acercar el arte a sectores de la población que de otra forma difícilmente accederían a ellas.

Se legisló impulsando esta política. La ley 10.098 (1941) estableció que en la construcción de locales
escolares podrá invertirse hasta el 5% “en decoración artística que será confiada a pintores y escultores
nacionales”, y la ley 10.511 (1944) precisó que se aplicara en la construcción de escuelas. La presencia
de obras en diferentes liceos indica que se extendió a los mismos esta disposición.

La realización de los murales en instituciones del Estado, como el Hospital Saint Bois, diversos centros
educativos u otros establecimientos estatales (estaciones de ANCAP etc.) es testimonio de una política
pública de apoyo a los artistas nacionales a la vez que de democratización del arte y de la cultura al
incluirla en los espacios públicos.

Los gobiernos reformistas, ¿Lograron una profundización de la democracia?,


y si es así ¿de qué modelo?
En el discurso político y las acciones de los gobiernos reformistas batllistas, el concepto de democracia
reúne un contenido político y social, en términos actuales diríamos que su concepto es de democracia
sustantiva, entendiendo la misma como inclusión no solamente de las masas a la participación política
sino también al goce de derechos sociales y culturales.

Muestra de ello son las medidas adoptadas en beneficio de los sectores más carenciados que
anteriormente consignamos, como la creación del Consejo Nacional de Subsistencias o la creación del
Consejo de Asignaciones Familiares y la extensión de los beneficios prestados al núcleo familiar, a los
hijos de obreros y trabajadores.

Se vinculaba la justicia social a la alimentación, a resolver el problema del hambre considerando que
este no puede esperar a cambios graduales, que demoren dos generaciones. Las reformas sociales para
Batlle Berres debían acelerarse y en ese sentido manifestó una urgencia por llevar adelante las mismas
que lo diferenció del primer Batllismo.

“El neobatllismo de los cuarenta y cincuenta constituyó un tercer momento de expansión del Estado
social y empresario que se expandió tanto bajo la modalidad estatista (al estilo del primer batllismo)
como en la más puramente regulatoria (al estilo del terrismo)”

La legislación y la gestión administrativa del período promovieron una profundización de la democracia


desde una perspectiva ideológica liberal reformista. Además de la alimentación, la extensión de la
educación, se constata la búsqueda de acercar la cultura y en particular el arte a la más amplia población
posible.

La democratización que consolidan presenta sin embargo claras debilidades.

Se desarrolló en el marco del proceso de industrialización que entre 1930 y 1955 cambió
estructuralmente la economía del país. La industria se transformó en el sector dinámico, contribuyendo
a la redistribución del ingreso nacional. Transformó insumos nacionales e importados de escaso valor
agregado. El resultado final fue una industria muy vulnerable a la disponibilidad de las divisas externas
y a los cambios en el ingreso nacional y su distribución. Salvo la industria de la carne y textil ninguna
fue capaz de generar las divisas necesarias para su funcionamiento. “Crecieron “hacia adentro”, y no
“desde adentro” generando espacios competitivos externos. “

Entre 1944-1955 el crecimiento acelerado de la industria manufacturera se despega de la evolución del


PBI. Aumentaron los precios de las exportaciones, en particular la lana y se reforzaron los instrumentos
proteccionistas (restricciones y prohibiciones) junto a la sobrevaluación del peso que abarató los medios
de producción importados. La suba de salarios cuestionó la rentabilidad esperada, el gobierno respondió
instrumentando o profundizando una política de subsidios directos e indirectos al salario (asignaciones
familiares, subsidio a alimentos básicos y al transporte).

El mercado interno era el principal destinatario de la industria nacional y el Estado fomentó el aumento
del consumo con la creación empleos, necesarios dada la ampliación de los servicios brindados, pero que
fueron distribuidos con un criterio clientelista, con el objeto de asegurar votos y no priorizando la
idoneidad para el desempeño de la función lo cual evidencia debilidades y contradicciones del proceso
democratizador implementado y constituirá un problema a futuro.

No obstante ello, en el período estudiado el discurso democratizador tuvo un efecto en la realidad, las
propuestas se concretaron en leyes y acciones adoptadas por quienes ocupaban cargos de gestión en
instituciones estatales que contribuyeron a realizar la utopía democratizadora.

El discurso tuvo en aquel tiempo una función utópica que pasó del pensamiento a la acción. La utopía
también se concretó en la medida que los hombres de aquel tiempo fueron lo que creyeron ser y lo que
otros creyeron que eran.

Actuaron durante una fase de crecimiento económico del país que cesó en 1957, año en el que se inicia
una profunda crisis que pone de manifiesto las debilidades del modelo y su fracaso, lo que llevó al triunfo
de las fuerzas opositoras en las elecciones de 1958.

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