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Módulo 5
La universidad, entre la democratización y la represión – experiencia del
'73, dictadura y retorno de la democracia
Introducción
Ubicaremos primero las coordenadas del contexto político que hubo entre 1970 y
1973, para poder comprender mejor el intento de democratización con el cual se abre el
decenio, así como el punto de partida de las complejidades de ese escenario signado por el
enfrentamiento y la violencia.
La radicalización política
1 Para más información, puede leerse la nota La crisis que cambió al mundo (y Argentina) por varias
décadas, disponible en https://eleconomista.com.ar/aniversario-70/la-crisis-cambio-mundo-y-
argentina-varias-decadas-n44692
Vamos a retomar y ampliar lo que presentamos en el módulo anterior: las
transformaciones ideológicas e identitarias del estudiantado universitario en línea con el
contexto nacional e internacional. Habíamos visto que hacia fines de los ‘60, a la par de la
instalación de la “Revolución Argentina”, se produjo un nuevo proceso de politización en
cuanto a las formas de entender la relación entre la Universidad y la realidad social y
política (Buchbinder, 2005). Si los problemas del país tenían como causa última su posición
dependiente y desventajosa en el sistema internacional, por consiguiente también la tenía la
estructura social, y con ella sus instituciones, entre las cuales está la Universidad. Las
dificultades o situaciones que esta podría estar atravesando tenían raíces en algo, por
ende, más complejo, que requería de un paso a la acción política a gran escala para
modificarlo.
Entre 1962 y 1965, se llevó a cabo el Concilio Vaticano II – reunión que convocó a
todos los obispos cristianos a discutir y acordar sobre la interpretación de la doctrina, pautas
y criterios del accionar eclesiástico– del cual devino un quiebre en torno al involucramiento
de la Iglesia en las complejas realidades sociales. En ese recorrido que ya venía haciendo
como institución (que miramos en el módulo anterior), este Concilio, sumado a la
Conferencia de Medellín (1968) – para obispos latinoamericanos– impulsó justamente una
redefinición de la misión cristiana de lucha por y con los desposeídos para la liberación
del ser humano. Surgen de allí la idea de la opción preferencial por los pobres – enfocar
el trabajo en comunidades y barrios marginales imitando a Jesús– y el famoso Movimiento
de Sacerdotes para el Tercer Mundo que llevó a la práctica estas concepciones y produjo
influyentes figuras, como el Padre Mujica. Todo ello quedó condensado en la Teología de la
Liberación, corriente que, a partir de esos postulados, consideraba a la situación de los
pobres de América Latina como un “pecado social” al acometer contra la dignidad humana,
por lo que debía transformarse. Hasta podría decirse que se tendieron puentes entre
cristianismo y marxismo que antes eran impensados debido al sesgo anticomunista de la
Iglesia, pero que ahora cobraban mucho más sentido al ver en ambos proyectos un común
denominador de un mundo igualitario, sin opresión.
Dentro de las áreas del conocimiento, vamos a poner la lupa sobre las ciencias
sociales. En todo este proceso que analizamos, éstas también atravesaron un cambio de
paradigma. Hasta ese momento, sus banderas habían sido el conocimiento “objetivo” de la
realidad social, la separación de ciencia e ideología y la promoción de la figura del
especialista. La “sociología científica” era el modelo a seguir para todas las ciencias
sociales, teniendo como referente era Gino Germani 2. Cabe aclarar que bajo estas pautas
se habían realizado avances constitutivos, en materia de calificación, volumen e importancia
de trabajos, cátedras, reconocimiento regional e internacional. Este despegue fue parte de
la Edad de Oro de la Universidad, aunque se había gestado durante el peronismo.
2 Sociólogo italiano (1911 - 1979) que, durante el fascismo, se radicó en Argentina y se volvió un
referente de su campo. Se destacó por sus investigaciones sobre las transformaciones de la
estructura social argentina; la modernización de las sociedades latinoamericanas y sus
complejidades, sus preocupaciones respecto a la democracia y el autoritarismo.
El caso que traemos tuvo lugar en el ámbito de la Carrera de Sociología de la
Universidad de Buenos Aires. En ella, este pensamiento que señalamos había sido
“hegemónico” hasta que los procesos de radicalización política y las nuevas formas de
subjetivación que ya desarrollamos impulsaron la formación de cátedras disidentes. Más
allá de los aportes que efectivamente esa etapa trajo, su forma de hacer ciencia era vista
como importadora de modelos extranjeros que no estaban diseñados para interpretar la
compleja realidad de América Latina; que bajo la excusa de la “neutralidad valorativa” (no
anteponer valores particulares ni ideologías a la hora de hacer ciencia) no denunciaban la
situación dependiente latinoamericana, proponiendo la modernización y el desarrollo según
“intereses imperialistas”, o no permitían tomar partido por causas populares. De hecho,
muchos movimientos “de masas” o del pueblo – como el peronista– no eran vistos como
democráticos sino incipientes formas de relaciones de poder autoritarias con sus líderes.
Veremos a continuación que nuevas influencias en la sociología llevaron a echar luz sobre
la pertinencia de ese tipo de análisis.
Los universitarios de la generación de los ‘60 instauraron su propia visión del grado de
compromiso con los problemas nacionales que el científico social debería tener, y de la
mano una mejor comprensión de esa realidad local, que para ellos, exigía un modelo más
autóctono de generación de conocimiento. Ya a principios de la década, nuevos
investigadores introdujeron perspectivas marxistas, teorías antropológicas y de la
comunicación más recientes, que fueron ganando terreno sobre la ya clásica “sociología
científica”. Por supuesto, esto fue un intenso ciclo de debates y tensiones entre ambos
paradigmas que se dirimió, podría decirse, con el golpe de la Revolución Argentina. Las
renuncias, cese de funciones y exilio, modificaron la población docente; especialmente en la
Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (Sociología se dictaba allí). Así, hacia fines de los
‘60, las clases eran dictadas por otros perfiles vinculados al catolicismo posconciliar,
peronismo y la nueva izquierda en general. Las figuras de Justino O’ Farrell – sacerdote
jesuita– y de Gonzalo Cárdenas –formado en Economía– fundarían junto a otros jóvenes
sociólogos las Cátedras Nacionales dictadas entre 1968 y 1972. Eran un grupo de
materias, la mayoría especiales, optativas, a modo transversal de “formación cultural”, salvo
por las obligatorias Sociología Sistemática e Historia Social Latinoamericana, a cargo de
cada uno respectivamente.
Uno de los aportes más trascendentes con los que se enseñaba en estas cátedras era
la teoría de la dependencia. Esta funcionaba para pensar las relaciones internacionales y
la economía mundial, evidenciando la desigualdad de recursos y poder entre las
“metrópolis” o potencias y “satélites” o países subdesarrollados. La subordinación de los
segundos no sólo era económica sino política y cultural. Autores como Enzo Faletto, André
Gunder Frank, Fernando Henrique Cardozo, Celso Furtado, entre otros, escribieron sus
tesis partiendo del hecho de que los países pobres proveen de recursos naturales y mano
de obra a los ricos que ya poseen un alto nivel de desarrollo industrial. Como lo que éstos
producen es más complejo, son mayores las ganancias que obtienen al insertarlo en los
mercados; así como las materias primas que exportan aquellos son infinitamente más
baratas, lo que causa que nunca reúnan lo suficiente como para desenvolver su propia
estructura económica y permanezcan atados a esa relación dispar y dependiente. A pesar
de que estos teóricos compartían algo del diagnóstico con el desarrollismo (que vimos el
módulo pasado) este paradigma iba más allá y desconfiaba incluso de éste último como
estrategia de soberanía económica y política. ¿Por qué? Según esta perspectiva, también
es cierto que, como a las naciones ricas les es útil esta relación (sus beneficios siempre se
multiplican) se encargan de seguir manteniendo esta lógica dependiente. Procuran influir en
lo cultural y político para que no haya posibilidad de darle lugar a propósitos de modificar
esta desigualdad, aunque en apariencia a veces fomenten el desarrollo. Cada vez que se
avizora una chance así, utilizan la fuerza física y otras formas de coacción (como los
bloqueos, embargos, préstamos, créditos…) para mantener las sociedades a raya.
Con ese marco las Cátedras Nacionales encuadraban la historia argentina y regional,
no solamente para interpretarla sino para actuar sobre los problemas del presente y el
futuro. Así, se podían reivindicar, exaltar o cuestionar figuras, próceres, movimientos,
recuperar pasajes de lucha popular, indígena, esclava, etc… según su accionar en favor de
la liberación o la perpetuación de la dependencia. En ese sentido, nacionalismo, socialismo,
marxismo, peronismo, podían ser parte de una misma historia de rebelión frente a ese
esquema dependiente. Por el contrario, si se continuaba haciendo sociología desde el
“empirismo acrítico”, la historia no tenía determinaciones subjetivas colectivas, sólo era la
descripción de los hechos y procesos sociales; aunque quisieran buscarse relaciones
causales o predicciones científicas, no abría el juego a que hubiese sujetos con
aspiraciones transformadoras. De igual manera podía ocurrirle al mismo marxismo, por
ejemplo, si se lo vaciaba de su carácter político y se lo dejaba como mera teoría de la
sociedad, podía igualmente alejarse del pueblo, no comprenderlo y repudiar su accionar por
“desviarse” del camino esperado, tal como la izquierda había visto al peronismo al principio.
Antes de finalizar este apartado, cabe recuperar la apropiación que estas Cátedras y
el peronismo de izquierda pudieron hacer de un pensador marxista como Antonio Gramsci 3.
Éste traía el concepto de “voluntad nacional-popular” como aquella posible organización
política, cultural, moral e intelectual del pueblo cuyo proyecto fuera disputar la hegemonía.
Para América Latina, esto armonizaba mejor con la diversidad de movimientos y frentes
policlasistas y dinámicos. En la Argentina, esto fue identificado con la experiencia del
peronismo, por lo tanto, fue posible imprimirle un sentido revolucionario en clave de
liberación nacional, y, sobre todo, colocando al pueblo como sujeto de ese proceso.
3 Militante e intelectual italiano (1891-1937) que nació en Cerdeña y murió en prisión en Roma, encarcelado por
el régimen fascista de Mussollini. Se lo reconoce como uno de los exponentes del “marxismo occidental”
(Anderson, 1976). Incorporó una nueva serie de reflexiones a partir de las nuevas condiciones que imponía el
siglo XX. Principalmente, los estudios de las “superestructuras”; entendidas como aquellas expresiones políticas,
sociales, culturales que estaban sujetas a la base económica, necesarias para que existiera una determinada
hegemonía (dirección y dominación de la sociedad).
Cámpora, decreta la intervención de las universidades nacionales, como para dejar en claro
que empezaría una etapa totalmente nueva. En ella, la conexión entre las organizaciones
estudiantiles y el gobierno era fundamental. Sobre todo, fue la Juventud Universitaria
Peronista (JUP) su principal actor, ocupando gobernaciones, ministerios y conducción de
universidades.
Hemos visto que ya los mismos estudiantes realizaban, informalmente, por sus
diversas formas de militancia, tareas que podrían englobarse en la “extensión universitaria”,
en tanto y en cuanto acercaban todo ese clima de ideas que estaba ocurriendo al interior de
la institución a espacios fuera de ella. Con este intento de “institucionalización”, se
difundieron aun más las propuestas de este tipo de actividades, expresando sus ideas sobre
la relación Universidad y Sociedad.
La violencia política que se vivía a nivel país tenía lugar en varios escenarios de la
vida pública, entre ellos, resaltaba la Universidad. Esto guarda relación con lo que venimos
analizando juntos: en ella se habían condensado todos los elementos del cambio cultural
que eran identificados como “subversivos” por los sectores cívico-militares dominantes.
Fue el escenario de la lucha gremial estudiantil, la resignificación del peronismo, la
radicalización política, la gestación y/o articulación con nuevos grupos guerrilleros; todos
procesos que tenían lugar en otros espacios de la sociedad civil pero que allí se
concentraban en mayor densidad y relevancia.
El frío, tenso y asfixiante paisaje cotidiano de las universidades que se había dibujado
en tiempos de la Triple A, se definió finalmente con el nuevo golpe de Estado cívico-militar
de 1976. Los locales de la militancia universitaria habían sido clausurados, los centros de
estudiantes barridos, había “celadores” – policías o militares– que vigilaban la actividad
académica para proveer de información a la actividad sistemática de persecución de todos
aquellos considerados posibles “subversivos”. Muchos secuestros fueron de hecho
realizados a la salidas de las casas de estudios.
La Universidad, por lo tanto, tenía que ser doblegada a ese Estado capturado por las
FF. AA, y ser compatible con el pretendido modelo de sociedad ajena al compromiso social
y político. Si la Revolución Argentina procuraba la “despolitización”, la nueva dictadura
cívico-militar acometió directamente contra los lazos que constituían esa sociedad y con sus
espacios de fortalecimiento. Entre ellos, el ámbito universitario.
Esto es, la decadencia del capitalismo industrial motorizado por la demanda, el auge
de los poderes trasnacionales y financieros, sumado a la nueva desconfianza de la
capacidad estatal para administrar empresas y actuar sobre los indicadores económicos,
inclinaron la balanza hacia el ensayo de políticas liberales nuevamente ortodoxas. La
recesión, marcada por la inflación y el estancamiento de la actividad, trató de solucionarse
mediante el ajuste y el retraimiento de la gestión pública de esos aspectos. Se volvió a
confiar en el mercado como regulador “natural” de su propio funcionamiento. O sea, para
que la producción, la ganancia y el capital pudieran acrecentarse otra vez, había que
proporcionarle un terreno amplio y sin restricciones al gran empresariado. La cuestión es
que la organización de la sociedad civil, con las características que había adoptado, era un
obstáculo para una política tan radical que ciertamente se llevaría por delante a muchos
sectores. En ese sentido, precisaba ser desarticulada.
En momentos en que el aumento del precio internacional del petróleo creaba una
masa de capitales a la busca de ganancias rápidas, la apertura financiera permitió que
se volcaran al país, alimentaran a la especulación y crearan la base de una deuda
externa que desde entonces se convirtió en el más fuerte condicionante de la economía
local [...] Mientras muchas de las actividades básicas languidecían y numerosas
empresas quebraban, la actividad financiera especulativa y los contratos con el Estado
permitieron la formación de poderosos grupos económicos, que operaban
simultáneamente en diversas actividades, aprovechaban de los recursos públicos y
adquirían empresas con dificultades. (Romero, 1997, p:78)
Retomando la cuestión del plan sistemático de represión, fue luego con la labor de la
Comisión Nacional para la Desaparición de Personas (CONADEP), ya en democracia,
que se conoció públicamente. La existencia de “desaparecidos” – ninguna autoridad se
hacía cargo de su detención y desconocían su paradero– ya había sido denunciada durante
la dictadura por organismos de DDHH y especialmente por las Madres de Plaza de Mayo.
Lo que se consigue con el retorno democrático es la investigación de todo el mecanismo
clandestino desplegado por las FF.AA y su divulgación al resto de la sociedad. Así, después
de siete años de una cotidianeidad “paralela” a los crímenes de lesa humanidad, se
difundieron las operaciones de secuestro y tortura, la localización de los centros
clandestinos de detención, las posibilidades que se le daban a los detenidos de ser
liberados o asesinados; destapando al terrorismo de Estado. Entre las 30.000 víctimas que
se estiman, según la CONADEP, algunos eran miembros de organizaciones armadas,
muchos dirigentes sindicales, obreros, empleados, otros estudiantes secundarios y
universitarios, docentes, sacerdotes, intelectuales, artistas, periodistas y otros activistas.
Como ya hemos afirmado, la Universidad fue uno de los principales sitios en los que
se volcó el accionar represivo de la dictadura. Además de ello, el gobierno de facto ordenó
que ésta quedara efectivamente bajo el control del Poder Ejecutivo, a través de la ley
21.276. Quedaron prohibidos los órganos de gobierno representativos, las actividades
gremiales y políticas. En la concepción de los militares, todo este entorno, más que la
escuela, era tierra para que germinara la subversión y se propiciara el “adoctrinamiento”. Al
principio, fueron los mismos oficiales de las FFAA los que ejercieron la autoridad,
repartiendo entre las fuerzas las varias instituciones. El objetivo final era la profunda
reestructuración de todo el sistema universitario, al igual que en otros ámbitos (Buchbinder,
2005). Veamos en detalle ese proceso.
Como lo relata Romero (1997), se produjo una gran afiliación partidaria. El Partido
Justicialista –el peronismo– pasó por varias internas para ir definiendo nuevos dirigentes.
Surgió el Partido Intransigente que nucleó una parte del progresismo de izquierda. La
derecha se encontró en la UCD- Unión del Centro Democrático con la figura de Alsogaray.
La principal fuerza que logró adeptos y votos fue la renovada Unión Cívica Radical bajo el
liderazgo de Raúl Alfonsín. Lo rodearon dirigentes universitarios, intelectuales, activistas;
fue el único que logró una impresión moderna y ética en su campaña. En él se canalizaron
las esperanzas y la voluntad de los argentinos de terminar con la violencia, conseguir
estabilidad política y económica. La democracia misma era aclamada como la vía y el fin
para realizar todos esos “sueños” pendientes.
Conclusiones
Esos mismos dos procesos se vivieron dentro, o, mejor dicho, en conjunto con la
Universidad. Estudiamos cómo se formó el nuevo paradigma de liberación nacional, nutrido
del catolicismo postconciliar, las experiencias de la nueva izquierda latinoamericana y
canalizado en una relectura y apropiación del peronismo por parte de los jóvenes.
Asimismo, vimos cómo se resignificó el ser intelectual sin poder ser pensado por fuera del
compromiso social y político.
El proyecto de Universidad del ‘73 expresó todo el acumulado simbólico de los ‘60, en
tanto y en cuanto invitó a una institución de puertas abiertas, modernizadora e involucrada
en la realidad nacional. Sin embargo, . No pudo llegar a consolidarse del todo ya que la
coyuntura política sería profundamente adversa. Esta experiencia sería efímera porque
luego de que el tercer gobierno peronista iniciara con la fuerza de la nueva izquierda, dio un
volantazo hacia la derecha La muerte de Perón definitivamente direccionó la correlación de
fuerzas hacia la derecha más conversadora y radicalizada. La represión y persecución ilegal
de todo aquel considerado “comunista” y “subversivo”– a manos sobre todo de la Triple A–
había llegado para quedarse.