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Universidad Nacional de las Artes CINO 2023

Estado, Sociedad y Universidad


Cátedra Montero

Unidad II: Modelos de Universidad y procesos históricos en la Argentina del


s.XX y s.XXI

Módulo 5
La universidad, entre la democratización y la represión – experiencia del
'73, dictadura y retorno de la democracia

Introducción

En este módulo trabajaremos los principales hechos y procesos que se sucedieron


luego de la alta efervescencia social y política de fines de los ‘60 – condensada en el
Cordobazo– y hasta el fin de la última dictadura cívico- militar de nuestro país. La invitación
es a reflexionar cómo la relación entre el Estado, la Sociedad y la Universidad estuvo en
permanente conflicto, por los polémicos roles que cada una asumió en la década.

Ubicaremos primero las coordenadas del contexto político que hubo entre 1970 y
1973, para poder comprender mejor el intento de democratización con el cual se abre el
decenio, así como el punto de partida de las complejidades de ese escenario signado por el
enfrentamiento y la violencia.

Ahondaremos esta vez en todas las características y particularidades de la


radicalización política de la época y en especial, del estudiantado universitario.
Analizaremos las fuentes y concepciones del paradigma de liberación nacional que
encuadró esta época. En ese sentido, estudiaremos el caso de las Cátedras Nacionales,
dictadas en la carrera de Sociología entre 1968 y 1972, como un ejemplo de los aportes al
conocimiento que se realizaron en ese momento. En la misma clave, nos detendremos en el
proyecto de la Universidad del ‘73, que, a pesar de su corta duración, expresó qué modelo
habían deseado los estudiantes y docentes para poder transformar algo de la realidad.

Finalmente, recorremos los años de la violencia política y la consolidación de la


política represiva, pasando por el peronismo de derecha y llegando a la dictadura de 1976.
Así, veremos la idea del gobierno de facto de reestructurar profundamente la universidad y
disciplinar a la sociedad argentina.
Contexto político 1970-1973

Si el Cordobazo había “herido de muerte” al gobierno de Onganía – tomando la


expresión de José Luis Romero (AÑO)– el asesinato del ex-presidente Pedro E.
Aramburu en junio de 1970 a manos de Montoneros finalmente lo desintegró. Porque si se
había propuesto el orden y la subordinación de la sociedad civil a la eficiencia y la técnica,
estos dos hechos evidenciaban que había conseguido todo lo contrario a su desactivación
política. Como trabajamos el módulo anterior, la movilización popular fue la respuesta al
cierre de esos canales institucionales de participación y, en estos años que abordaremos
acá, cobró especial relevancia la forma armada revolucionaria.
El secuestro, “enjuiciamiento” y muerte del general que había sido responsable de las
políticas de “desperonización” y en ese marco, de fusilamientos, fue planificado y
perpetrado por una de las principales organizaciones armadas guerrilleras que, a finales de
la década del ‘60, empezaron a hacer sus apariciones públicas mediante acciones de
guerrilla urbana. Puntualmente, Montoneros se posicionaba dentro del nuevo “peronismo
de izquierda”, y hasta había despertado cierta simpatía de la población al principio por su
accionar “justiciero”. Su origen era nacionalista y católico progresista, lo integraban
mayormente jóvenes de clase media, media-alta, ligados a la acción social religiosa,
inspirados a su vez por el guevarismo y/o la izquierda revolucionaria en general. El
peronismo fue identificado como la experiencia local que hacía de instancia necesaria para
llegar al socialismo, no imitando al modelo soviético, sino un socialismo en clave de
liberación nacional y popular, un proyecto verdaderamente revolucionario. Montoneros
procuró movilizar y organizar a distintos sectores: estudiantes, trabajadores, habitantes de
las villas. La Juventud Peronista era la agrupación política con la cual articulaba su
actividad militar; juntas serían el emblema de la opción por ambos métodos que caracterizó
esta época.
Con todo este bagaje, inmediatamente después de que este grupo cometiera el
asesinato, Onganía fue reemplazado por el general Levingston, quien no consiguió
tampoco amainar la violencia política. En lo económico, contó con el radical Aldo Ferrer
como Ministro de Economía, quien intentó apoyar al empresariado nacional, propósito que
no fue suficiente para evitar otra inflación. Mientras tanto, la preparación del resto de los
partidos políticos para una eventual salida electoral se volvía más sólida. En noviembre de
1970, dejando de lado diferencias previas, el radicalismo encabezado por Balbín se acercó
al “justicialismo” – nueva forma de hacerse llamar del ex-partido peronista– y junto a otros
partidos dieron a conocer un documento llamado La Hora del Pueblo para expresar la
voluntad de llamar a elecciones democráticas. Al año siguiente, asumiría la presidencia
Alejandro A. Lanusse, que se ocupó de concretar ese pedido. Junto a su Ministro del
Interior, el dirigente radical Arturo Mor Roig, lanzaron el programa presentado como "Gran
Acuerdo Nacional". Quedó claro cuál sería el próximo paso: abrir el juego electoral.
Así, la proscripción del peronismo fue finalmente abandonada, pero no por eso se
deshizo el clima turbulento. Aunque Perón empezó a aparecer abierto al diálogo con varios
actores, el nuevo problema se situaba entre sus mismos seguidores. Ya no se trataba del
histórico movimiento obrero, una parte de los industriales nacionales, o aquellos que
creyeran en la “verticalidad” del líder…Estaba, por un lado, la tendencia juvenil que se
había gestado en la década de los ‘60, que habían hecho esta relectura latinoamericanista e
izquierdista del peronismo; de ellos emanaba el descrito brazo revolucionario. Por otro, un
creciente grupo de derecha conservador, que creían necesario una figura como la de
Perón para cerrar el ciclo de movilización popular, estabilizar la economía e iniciar una
nueva etapa de crecimiento nacional. Aunque desde ya existían adeptos moderados entre
medio de estos dos horizontes de país, la polarización y enfrentamiento fueron en aumento.
Finalmente, fue elegido Héctor Cámpora, por el Frente Justicialista de Liberación-
FREJULI, candidato que contó con un amplio apoyo del sector juvenil mencionado;
representó todo el proceso de politización de esta franja etaria y hasta canalizó el voto de
los más radicalizados. Su asunción, por ejemplo, contó con la presencia de Salvador
Allende, presidente socialista democrático de Chile (quien lamentablemente sería derrocado
en septiembre de ese mismo año). Vamos a desarrollar en este módulo cómo esta breve
presidencia fue de la mano de un montón de transformaciones en el mundo universitario
también.
1973 condensó esta efímera pero poderosa experiencia de “primavera de los
pueblos”. Incluyó, sin embargo, episodios oscuros y trágicos, como la Masacre de Ezeiza.
El 20 de junio, cuando Perón regresó a la Argentina, fueron a recibirlo al aeropuerto ambas
tendencias de esa polarización mencionada. Cuando la izquierda peronista se aproximó a lo
que iba a ser el palco, fueron violentamente atacados y desalojados por la derecha. La
vuelta del líder, tras 18 años de espera, se había imaginado como una bienvenida eufórica,
colectiva y de reunificación nacional; y terminó siendo una jornada de muertos y heridos que
cristalizó que lejos se estaba de una vida pacífica y democrática, al contrario, públicamente
abrió una etapa de enfrentamientos y persecución.
En esa secuencia, Cámpora tuvo que dejar su cargo para convocar a nuevas
elecciones de las que resultó electo presidente Perón, acompañado de su esposa María
Estela “Isabel” Martínez de Perón como vicepresidenta. El conflicto interno del peronismo
se agudizó. El tema fue que el mismo Perón que había apoyado a la Juventud Peronista
desde el exilio, al poco tiempo explicitó su opción por los sectores más tradicionales y en su
círculo había figuras de posiciones más extremas. Al año siguiente, el 1° de mayo de 1974,
las columnas de Montoneros y otras agrupaciones del ala juvenil revolucionaria,
abandonaron la Plaza de Mayo al haber sido despreciados por Perón. Éste nunca había
planteado un proyecto de socialismo nacional, es cierto; su plan para este tercer mandato
era el de un Pacto Social, mediado por el Estado, entre trabajadores y empresarios para
fortalecer la industria nacional.
El 1° de julio de ese mismo año, falleció enfermo Perón. Su viuda asumió la
presidencia, ejerciendo el cargo sin la misma autoridad, legitimidad y capacidad que su
difunto esposo, rodeada de presiones e influencias. Entre ese círculo, debemos sí o sí
llamar la atención sobre José López Rega, ex-secretario privado de Perón y Ministro de
Bienestar Social. Creó una organización paramilitar denominada la Alianza
Anticomunista Argentina o Triple A, para amenazar, perseguir y asesinar activistas
sindicales, intelectuales, artistas, religiosos, referentes guerrilleros, del campo de la
izquierda, de otras facciones del peronismo. Frente a ello, los actos de las organizaciones
armadas se recrudecieron.
Por otra parte, estuvo el plan de ajuste conocido como “Rodrigazo”, que devaluó
fuertemente la moneda y aumentó las tarifas de servicios públicos, entre otras cosas. Éste,
lanzado en 1975, sería identificado como el antecedente del cambio de paradigma
económico hacia el neoliberalismo. A nivel mundial, los gobiernos de los países
capitalistas desarrollados estaban realizando reformas estructurales en ese sentido de
austeridad y liberalización de los mercados. Si recordamos los apuntes sobre la época
dorada del capitalismo, tenemos en cuenta que este modo de producción iba acompañado
de un Estado de Bienestar, de enfoque interventor. Con la crisis del petróleo en 1973 1 este
modelo se empezó a desmoronar, pues se habían encarecido todos los costos de la
industria, los precios del intercambio internacional, generando una “estanflación”
(estancamiento de la actividad económica + inflación) difícil de reactivar por los métodos
habituales. Por eso los gobiernos se volcaron a intentarlo dejando más espacio al libre
juego del mercado.
El escenario resultante de todos estos factores era altamente conflictivo, ya que las
consecuencias para las condiciones de vida de las clases trabajadoras fue negativa, esta
vez sin proyectos políticos legítimos que los sostuvieran. En Argentina, el Rodrigazo y la
violencia política sin dudas signaron una etapa oscura que serviría de antesala a la última
dictadura cívico-militar.

La radicalización política

1 Para más información, puede leerse la nota La crisis que cambió al mundo (y Argentina) por varias
décadas, disponible en https://eleconomista.com.ar/aniversario-70/la-crisis-cambio-mundo-y-
argentina-varias-decadas-n44692
Vamos a retomar y ampliar lo que presentamos en el módulo anterior: las
transformaciones ideológicas e identitarias del estudiantado universitario en línea con el
contexto nacional e internacional. Habíamos visto que hacia fines de los ‘60, a la par de la
instalación de la “Revolución Argentina”, se produjo un nuevo proceso de politización en
cuanto a las formas de entender la relación entre la Universidad y la realidad social y
política (Buchbinder, 2005). Si los problemas del país tenían como causa última su posición
dependiente y desventajosa en el sistema internacional, por consiguiente también la tenía la
estructura social, y con ella sus instituciones, entre las cuales está la Universidad. Las
dificultades o situaciones que esta podría estar atravesando tenían raíces en algo, por
ende, más complejo, que requería de un paso a la acción política a gran escala para
modificarlo.

En ese nuevo proceso de subjetivación de los estudiantes – de entenderse e


identificarse colectivamente a partir de su actuación en la nueva coyuntura y la construcción
de otros horizontes– tomó forma la idea de que “la Universidad debía integrarse en el
proceso de liberación y reconstrucción nacional y la autonomía de la institución debía
fundarse en la autonomía cultural del pueblo” (Buchbinder, 2005, p. 3). Es decir, ya no había
autogobierno ni libertad de producción científica posible si el sistema puertas afuera seguía
siendo igual de injusto socialmente y subordinado política y económicamente a las
exigencias del capitalismo global. En ese sentido, el movimiento estudiantil se fue nutriendo
de ideologías y valores, entre ellos el peronismo, el cristianismo católico posconciliar, la
nueva izquierda latinoamericana, tres vertientes cuyo punto en común era que todas
constituían una relectura de sus versiones originarias desde el paradigma de liberación.
Asimismo, esto derivó en la incorporación de universitarios a distintas organizaciones
revolucionarias, algunas armadas y otras no.

Entre 1962 y 1965, se llevó a cabo el Concilio Vaticano II – reunión que convocó a
todos los obispos cristianos a discutir y acordar sobre la interpretación de la doctrina, pautas
y criterios del accionar eclesiástico– del cual devino un quiebre en torno al involucramiento
de la Iglesia en las complejas realidades sociales. En ese recorrido que ya venía haciendo
como institución (que miramos en el módulo anterior), este Concilio, sumado a la
Conferencia de Medellín (1968) – para obispos latinoamericanos– impulsó justamente una
redefinición de la misión cristiana de lucha por y con los desposeídos para la liberación
del ser humano. Surgen de allí la idea de la opción preferencial por los pobres – enfocar
el trabajo en comunidades y barrios marginales imitando a Jesús– y el famoso Movimiento
de Sacerdotes para el Tercer Mundo que llevó a la práctica estas concepciones y produjo
influyentes figuras, como el Padre Mujica. Todo ello quedó condensado en la Teología de la
Liberación, corriente que, a partir de esos postulados, consideraba a la situación de los
pobres de América Latina como un “pecado social” al acometer contra la dignidad humana,
por lo que debía transformarse. Hasta podría decirse que se tendieron puentes entre
cristianismo y marxismo que antes eran impensados debido al sesgo anticomunista de la
Iglesia, pero que ahora cobraban mucho más sentido al ver en ambos proyectos un común
denominador de un mundo igualitario, sin opresión.

La experiencia de los curas villeros y obreros, los miembros laicos de la Acción


Católica, no sólo fue inspiradora para la generación de finales de los ‘60, fue también un
puente entre la militancia política y la acción social. La confluencia entre la idea de un
“socialismo nacional” y la de construir el Reino de Dios no como una promesa para después
de la muerte, sino en vida y en la tierra, se erigió como un norte. Pero implicó todavía más:
a la hora de elegir un camino para llevar a cabo esa “misión”, con el criterio de hacerlo en
conjunto con “el pueblo”, se eligió el peronismo, en su carácter de movimiento nacional-
popular. Así, una buena parte de la Iglesia que provenía de una tradición antiperonista,
inició su proceso de “peronización”; de igual manera que ocurría con los universitarios
(Buchbinder, 2005). Muchos estudiantes adhirieron a esta propuesta y realizaban
actividades de servicio, solidaridad, apoyo escolar en villas, etc…; lo que también sumó a su
socialización política.

Como bien podríamos ir deduciendo de este viraje producido en el mundo


universitario, la cuestión fue que ya no bastaba con la enseñanza y la actividad académica,
ni siquiera con la política interna de la institución. La reflexión era importante y necesaria,
sin embargo, se difundió la idea de que había que pasar a la acción. Ser intelectual –
científico, periodista, escritor, investigador…– se resignificó. Se problematizó y discutió el
compromiso de los intelectuales con la realidad social y política. Al principio, se
denunciaba la histórica separación que habían demostrado del pueblo, al no comprender en
sus inicios al fenómeno del peronismo, el alejamiento de las ideas de izquierda de los
sectores populares o sus creencias religiosas. Por eso, se empezó desde un “anti-
intelectualismo” hasta finalmente asimilar que no había manera de ser intelectual sin estar
comprometido; se lo incorporó como una cualidad fundamental (Ghilini, 2011).

Algo hemos anticipado respecto a la influencia de la Revolución Cubana. No era el


único ejemplo de guerra de guerrillas en el Tercer Mundo, sin embargo, era un poderoso
prototipo de derrumbamiento de un modelo económico y político de explotación de un país
por la potencia estadounidense, para instalar uno antiimperialista y comunista. Y había
ocurrido en América Latina. Tanto como representó una “amenaza” para los defensores del
orden, “fogoneó” la percepción de que era posible reproducir la experencia. El método tenía
que ser el mismo, la violencia. Para cambiar definitivamente el sistema opresor había que
derribarlo con la misma fuerza que éste se imponía. A ese giro nos referimos cuando
hablamos de radicalización política, al recrudecimiento de las tácticas revolucionarias
utilizadas, al empuje al extremo de esa lucha. Esto se vio en las organizaciones que
decidieron imitar los métodos de la guerrilla urbana y rural, que crecieron y sumaron a sus
filas estudiantes, sacerdotes, intelectuales, es decir, personas que solían tener otro tipo de
activismo. La violencia pasó a verse como una alternativa más, su ejercicio como forma de
resolución de los conflictos políticos se vio legitimado en una coyuntura en la cual los
mecanismos institucionales habituales eran objeto de proscripción, anulación o represión
(Buchbinder, 2005).

La “nueva izquierda” incluía, entonces, todos estos movimientos y activismos que


releyeron y renovaron el campo de prácticas y discursos de lo que era este espectro
político, en función de la realidad de América Latina. Es en ese contexto, en el cual se
destacó la revisión y adopción del peronismo por los universitarios, que se termina de
romper la hegemonía del reformismo y se crea una nueva tradición. Además, la gran
mayoría de las agrupaciones estudiantiles empezaron a definirse en función de su vínculo
con una organización política específica, como un partido político, movimiento y/o grupo
armado (Buchbinder, 2005). Más allá de estas expresiones radicalizadas, lo central fue que
la “nueva izquierda” se volvió una “perspectiva legítima de pensamiento social” en la
universidad (Ghilini, 2011). Vamos a ver ahora un ejemplo concreto de esa articulación
entre producción de conocimiento, enseñanza y militancia política: las Cátedras Nacionales.

El caso de las Cátedras Nacionales (Ghilini, 2011)

Dentro de las áreas del conocimiento, vamos a poner la lupa sobre las ciencias
sociales. En todo este proceso que analizamos, éstas también atravesaron un cambio de
paradigma. Hasta ese momento, sus banderas habían sido el conocimiento “objetivo” de la
realidad social, la separación de ciencia e ideología y la promoción de la figura del
especialista. La “sociología científica” era el modelo a seguir para todas las ciencias
sociales, teniendo como referente era Gino Germani 2. Cabe aclarar que bajo estas pautas
se habían realizado avances constitutivos, en materia de calificación, volumen e importancia
de trabajos, cátedras, reconocimiento regional e internacional. Este despegue fue parte de
la Edad de Oro de la Universidad, aunque se había gestado durante el peronismo.

2 Sociólogo italiano (1911 - 1979) que, durante el fascismo, se radicó en Argentina y se volvió un
referente de su campo. Se destacó por sus investigaciones sobre las transformaciones de la
estructura social argentina; la modernización de las sociedades latinoamericanas y sus
complejidades, sus preocupaciones respecto a la democracia y el autoritarismo.
El caso que traemos tuvo lugar en el ámbito de la Carrera de Sociología de la
Universidad de Buenos Aires. En ella, este pensamiento que señalamos había sido
“hegemónico” hasta que los procesos de radicalización política y las nuevas formas de
subjetivación que ya desarrollamos impulsaron la formación de cátedras disidentes. Más
allá de los aportes que efectivamente esa etapa trajo, su forma de hacer ciencia era vista
como importadora de modelos extranjeros que no estaban diseñados para interpretar la
compleja realidad de América Latina; que bajo la excusa de la “neutralidad valorativa” (no
anteponer valores particulares ni ideologías a la hora de hacer ciencia) no denunciaban la
situación dependiente latinoamericana, proponiendo la modernización y el desarrollo según
“intereses imperialistas”, o no permitían tomar partido por causas populares. De hecho,
muchos movimientos “de masas” o del pueblo – como el peronista– no eran vistos como
democráticos sino incipientes formas de relaciones de poder autoritarias con sus líderes.
Veremos a continuación que nuevas influencias en la sociología llevaron a echar luz sobre
la pertinencia de ese tipo de análisis.

Los universitarios de la generación de los ‘60 instauraron su propia visión del grado de
compromiso con los problemas nacionales que el científico social debería tener, y de la
mano una mejor comprensión de esa realidad local, que para ellos, exigía un modelo más
autóctono de generación de conocimiento. Ya a principios de la década, nuevos
investigadores introdujeron perspectivas marxistas, teorías antropológicas y de la
comunicación más recientes, que fueron ganando terreno sobre la ya clásica “sociología
científica”. Por supuesto, esto fue un intenso ciclo de debates y tensiones entre ambos
paradigmas que se dirimió, podría decirse, con el golpe de la Revolución Argentina. Las
renuncias, cese de funciones y exilio, modificaron la población docente; especialmente en la
Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (Sociología se dictaba allí). Así, hacia fines de los
‘60, las clases eran dictadas por otros perfiles vinculados al catolicismo posconciliar,
peronismo y la nueva izquierda en general. Las figuras de Justino O’ Farrell – sacerdote
jesuita– y de Gonzalo Cárdenas –formado en Economía– fundarían junto a otros jóvenes
sociólogos las Cátedras Nacionales dictadas entre 1968 y 1972. Eran un grupo de
materias, la mayoría especiales, optativas, a modo transversal de “formación cultural”, salvo
por las obligatorias Sociología Sistemática e Historia Social Latinoamericana, a cargo de
cada uno respectivamente.

La propuesta de las Cátedras Nacionales era la enseñanza de las ciencias sociales en


clave crítica, comprometida, resaltando su carácter político (su rol en la reproducción y/o
transformación de determinadas estructuras de poder) y desde el paradigma de “liberación
nacional”. Colaboró a difundir la noción militante de que la universidad era otro espacio de
país que había que conquistar, otro frente de lucha, de ganar terreno frente a la hegemonía.
En ese sentido, proponía vincularse con las luchas y movimientos que abogaban por esa
causa. En cuanto a su corpus teórico-conceptual, éste se desarrollaba alrededor del
imperialismo, la idea de un Tercer Mundo, la dependencia, el neocolonialismo; se ocupó de
escribir y discutir los movimientos nacional-populares tercermundistas, analizar la historia
económica-social argentina y latinoamericana. Los autores más leídos incluían la corriente
del pensamiento nacional (Scalabrini Ortiz, Jauretche, Hernández Arregui) y líderes políticos
tercermundistas (Artigas, Bolívar, Sandino, Perón, Cooke y Mao Tse Tung). No se trataba
de material académico estrictamente hablando, pues muchos eran escritos argumentativos
y políticos, lo que desafiaba la tradición cientificista que denostaba el trabajo con “ensayos”.

Uno de los aportes más trascendentes con los que se enseñaba en estas cátedras era
la teoría de la dependencia. Esta funcionaba para pensar las relaciones internacionales y
la economía mundial, evidenciando la desigualdad de recursos y poder entre las
“metrópolis” o potencias y “satélites” o países subdesarrollados. La subordinación de los
segundos no sólo era económica sino política y cultural. Autores como Enzo Faletto, André
Gunder Frank, Fernando Henrique Cardozo, Celso Furtado, entre otros, escribieron sus
tesis partiendo del hecho de que los países pobres proveen de recursos naturales y mano
de obra a los ricos que ya poseen un alto nivel de desarrollo industrial. Como lo que éstos
producen es más complejo, son mayores las ganancias que obtienen al insertarlo en los
mercados; así como las materias primas que exportan aquellos son infinitamente más
baratas, lo que causa que nunca reúnan lo suficiente como para desenvolver su propia
estructura económica y permanezcan atados a esa relación dispar y dependiente. A pesar
de que estos teóricos compartían algo del diagnóstico con el desarrollismo (que vimos el
módulo pasado) este paradigma iba más allá y desconfiaba incluso de éste último como
estrategia de soberanía económica y política. ¿Por qué? Según esta perspectiva, también
es cierto que, como a las naciones ricas les es útil esta relación (sus beneficios siempre se
multiplican) se encargan de seguir manteniendo esta lógica dependiente. Procuran influir en
lo cultural y político para que no haya posibilidad de darle lugar a propósitos de modificar
esta desigualdad, aunque en apariencia a veces fomenten el desarrollo. Cada vez que se
avizora una chance así, utilizan la fuerza física y otras formas de coacción (como los
bloqueos, embargos, préstamos, créditos…) para mantener las sociedades a raya.

Con ese marco las Cátedras Nacionales encuadraban la historia argentina y regional,
no solamente para interpretarla sino para actuar sobre los problemas del presente y el
futuro. Así, se podían reivindicar, exaltar o cuestionar figuras, próceres, movimientos,
recuperar pasajes de lucha popular, indígena, esclava, etc… según su accionar en favor de
la liberación o la perpetuación de la dependencia. En ese sentido, nacionalismo, socialismo,
marxismo, peronismo, podían ser parte de una misma historia de rebelión frente a ese
esquema dependiente. Por el contrario, si se continuaba haciendo sociología desde el
“empirismo acrítico”, la historia no tenía determinaciones subjetivas colectivas, sólo era la
descripción de los hechos y procesos sociales; aunque quisieran buscarse relaciones
causales o predicciones científicas, no abría el juego a que hubiese sujetos con
aspiraciones transformadoras. De igual manera podía ocurrirle al mismo marxismo, por
ejemplo, si se lo vaciaba de su carácter político y se lo dejaba como mera teoría de la
sociedad, podía igualmente alejarse del pueblo, no comprenderlo y repudiar su accionar por
“desviarse” del camino esperado, tal como la izquierda había visto al peronismo al principio.

El punto estaba en estudiar la sociedad desde la particularidad de ese pueblo


oprimido por la dominación de las potencias (primero las coloniales como España y
Portugal, luego las neocoloniales como Inglaterra y EEUU). Era el concepto de “clase” el
que resultaba poco idóneo para pensar esa América Latina, no la población respecto a un
supuesto rol histórico determinado por una teoría elaborada en otras latitudes. Más que una
clase obrera homogénea había una población mayoritaria diversa y explotada de distintas
maneras. En fin, el hilo conductor era la oposición imperialismo - movimiento de
liberación nacional, no burguesía-proletariado (Ghilini, 2011).

Antes de finalizar este apartado, cabe recuperar la apropiación que estas Cátedras y
el peronismo de izquierda pudieron hacer de un pensador marxista como Antonio Gramsci 3.
Éste traía el concepto de “voluntad nacional-popular” como aquella posible organización
política, cultural, moral e intelectual del pueblo cuyo proyecto fuera disputar la hegemonía.
Para América Latina, esto armonizaba mejor con la diversidad de movimientos y frentes
policlasistas y dinámicos. En la Argentina, esto fue identificado con la experiencia del
peronismo, por lo tanto, fue posible imprimirle un sentido revolucionario en clave de
liberación nacional, y, sobre todo, colocando al pueblo como sujeto de ese proceso.

La universidad del ‘73

Continuando el recorrido histórico que venimos haciendo, retomemos desde la


“primavera” de 1973. No obstante se trató de un breve período democrático barrido
drásticamente por un giro autoritario y luego clausurado por un golpe de Estado, fue
también una original y animosa experiencia para la Universidad. Cuando asume Héctor

3 Militante e intelectual italiano (1891-1937) que nació en Cerdeña y murió en prisión en Roma, encarcelado por
el régimen fascista de Mussollini. Se lo reconoce como uno de los exponentes del “marxismo occidental”
(Anderson, 1976). Incorporó una nueva serie de reflexiones a partir de las nuevas condiciones que imponía el
siglo XX. Principalmente, los estudios de las “superestructuras”; entendidas como aquellas expresiones políticas,
sociales, culturales que estaban sujetas a la base económica, necesarias para que existiera una determinada
hegemonía (dirección y dominación de la sociedad).
Cámpora, decreta la intervención de las universidades nacionales, como para dejar en claro
que empezaría una etapa totalmente nueva. En ella, la conexión entre las organizaciones
estudiantiles y el gobierno era fundamental. Sobre todo, fue la Juventud Universitaria
Peronista (JUP) su principal actor, ocupando gobernaciones, ministerios y conducción de
universidades.

Sería, igualmente, en marzo de 1974 que se consolidaría legalmente el modelo de


Universidad propuesto por el peronismo de izquierda. Se sancionó una nueva Ley
Universitaria que intentó conjugar las ideas de las agrupaciones mencionadas con los
pilares del reformismo. Es decir, la autonomía y el cogobierno universitario estaban
contemplados, al mismo tiempo que la misión de la institución en la sociedad quedaba
enmarcada en el desarrollado paradigma de liberación nacional. Era su obligación aportar y
prestar servicio a ese proceso y finalidad, por lo tanto, la enseñanza, la investigación, tenían
que colaborar a establecer la independencia científica y tecnológica, por ejemplo. Debían
formar una noción cultural autóctona, nacional y popular, al punto de establecer la
incompatibilidad de la docencia universitaria con "el desempeño de funciones jerárquicas o
no al servicio de empresas multinacionales o extranjeras" (citado por Buchbinder, 2005).
Además, fueron apartados de sus cargos los profesores y autoridades que habían sido
parte de la dictadura de la Revolución Argentina. Por otro lado, existía la noción de que la
hegemonía de los sectores dominantes se ejercía también a través de los planes de estudio
y formas de evaluación, instalando valores y expectativas de comportamiento convenientes
al sistema capitalista. Por eso, se impulsaron cambios en esos aspectos también.

Se instauraron los exámenes grupales y los planes de estudios y los programas de


las materias se adaptaron al nuevo clima revolucionario que se vivía en las instituciones
académicas. Se avanzó en la modificación de la estructura de enseñanza procurando
transformar la tradicional modalidad de clases teóricas y prácticas sustituyéndola por
"reuniones y encuentros" y se intentó avanzar en la supresión de las diferencias jerárquicas
de los miembros del cuerpo docente (Buchbinder, 2005, p. 8).

Hemos visto que ya los mismos estudiantes realizaban, informalmente, por sus
diversas formas de militancia, tareas que podrían englobarse en la “extensión universitaria”,
en tanto y en cuanto acercaban todo ese clima de ideas que estaba ocurriendo al interior de
la institución a espacios fuera de ella. Con este intento de “institucionalización”, se
difundieron aun más las propuestas de este tipo de actividades, expresando sus ideas sobre
la relación Universidad y Sociedad.

La Universidad del ‘73 condensó todo el proceso de subjetivación política juvenil de la


década que la precedió, más allá de que no todos los sectores estudiantiles fueran
exactamente peronistas. Lo central estaba en la creencia colectiva que el mundo podía ser
diferente. Se entendía como una posibilidad real, que congregaba, por ende, a la lucha
cotidiana, desde la corriente con la cual se identificaran o en general. Por otro lado, según
Buchbinder (2005), estos proyectos no llegaron a evaluar cómo se componían
verdaderamente las estructuras de poder en la propia institución y en las de gobierno,
cayendo en cierto simplismo y hasta desconocimiento respecto a ellas. Fue una etapa breve
pero de alta intensidad, que quedaría trunca y por eso “inmortalizada” en su originalidad.

De la muerte de Perón al 24 de marzo

Entonces, retomemos lo que habíamos presentado: luego de la muerte del general


Perón en julio de 1974, queda como presidenta su viuda María Estela “Isabel” Martínez de
Perón, dando lugar a un giro conservador y autoritario. Esto tuvo sus consecuencias
inmediatas para la Universidad, ya que reanudaría y redoblaría las medidas represivas y
persecutorias.

En esa bajada de línea “antisubversiva” se produjeron cambios forzosos de


autoridades, nuevos despidos de profesores e incluso exilios. En esta etapa apareció más
que en otras la figura del “interventor”, que, a diferencia de los que se habían puesto en
otras ocasiones, estos generalmente trabajaban acompañados de parapoliciales,
paramilitares, miembros de la Triple A. Esta vigilancia constante no sólo desmanteló y
enterró el proyecto de la Universidad del ‘73, sino que forzó a que la mayor parte de la
militancia pasara a la clandestinidad. Asimismo, esto llevó a un nuevo “vaciamiento” de la
institución como tal, porque drenó toda la construcción colectiva de estudiantes y docentes
de la última década, la organización en sus diversas formas y el acumulado de producción
académica. Espacios como las Cátedras Nacionales se convirtieron en un recuerdo, y la
presencia de “espías” en las aulas moneda corriente.

La violencia política que se vivía a nivel país tenía lugar en varios escenarios de la
vida pública, entre ellos, resaltaba la Universidad. Esto guarda relación con lo que venimos
analizando juntos: en ella se habían condensado todos los elementos del cambio cultural
que eran identificados como “subversivos” por los sectores cívico-militares dominantes.
Fue el escenario de la lucha gremial estudiantil, la resignificación del peronismo, la
radicalización política, la gestación y/o articulación con nuevos grupos guerrilleros; todos
procesos que tenían lugar en otros espacios de la sociedad civil pero que allí se
concentraban en mayor densidad y relevancia.

Venimos sosteniendo que Estado, Sociedad y Universidad están en permanente


interacción, ya sea por concordancia o por disputa. Lo que sucedió en este conflictivo
período, a partir de 1974, fue que el Estado ocupado por tendencias conservadoras y
reaccionarias trató de imponerse por sobre la sociedad civil, buscando su “disciplinamiento”
y teniendo que hacerlo a través de sus puntos más neurálgicos de actividad. Es cierto que
la violencia política, o la violencia como herramienta política, también a su manera era
utilizada por los diferentes grupos revolucionarios de izquierda y peronistas; tomar el poder
por la fuerza o la lucha física contra el enemigo eran parte de la “guerra de guerrillas”. No
obstante, ello es muy diferente de lo que pasó a ocurrir después de la muerte de Perón,
porque aquí era el mismo Estado el que ejercía la violencia para silenciar a la movilización
social por todos los frentes y lo hacía de forma ilegal.

El frío, tenso y asfixiante paisaje cotidiano de las universidades que se había dibujado
en tiempos de la Triple A, se definió finalmente con el nuevo golpe de Estado cívico-militar
de 1976. Los locales de la militancia universitaria habían sido clausurados, los centros de
estudiantes barridos, había “celadores” – policías o militares– que vigilaban la actividad
académica para proveer de información a la actividad sistemática de persecución de todos
aquellos considerados posibles “subversivos”. Muchos secuestros fueron de hecho
realizados a la salidas de las casas de estudios.

La última dictadura cívico-militar

El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional se propuso, como su


nombre lo indica, restablecer el orden – de acuerdo a sus valores– a través del
disciplinamiento de la movilización social alcanzada en las últimas dos décadas. Esto iba
mucho más allá del desarme de los grupos revolucionarios, tarea que se utilizó como
excusa para la represión y desarticulación de los espacios y vínculos sociales. La
altísima conflictividad social que había signado el período 1955-1975 buscó ser sustituida
por una pasividad a la fuerza, no por una pacificación genuina, negociada y abierta.

La Universidad, por lo tanto, tenía que ser doblegada a ese Estado capturado por las
FF. AA, y ser compatible con el pretendido modelo de sociedad ajena al compromiso social
y político. Si la Revolución Argentina procuraba la “despolitización”, la nueva dictadura
cívico-militar acometió directamente contra los lazos que constituían esa sociedad y con sus
espacios de fortalecimiento. Entre ellos, el ámbito universitario.

Antes de ahondar en ello, es necesario comprender tres puntos centrales, que


explican la caracterización habitual de este período como el más oscuro y violento de
nuestra historia reciente. Uno, que la persecución, detención, tortura y hasta asesinato
de personas constituyó un plan sistemático (tenía instancias determinadas y sucesivas y
funcionaba de igual forma en distintos lugares del país); dos, el mismo fue llevado adelante
por el mismo Estado de forma clandestina, ilegal, violando todas las garantías
constitucionales y los derechos humanos; tres, que ello fue sólo una de las caras de todo
el proyecto de gobierno, la otra fue el modelo económico que implementó. Quiso terminar
con el Estado interventor en la economía y garante del bienestar social, con lo que había
sido el patrón de la Edad de Oro de nuestro país y de occidente en general, para alinearse
con las nuevas tendencias que se perfilaban.

Esto es, la decadencia del capitalismo industrial motorizado por la demanda, el auge
de los poderes trasnacionales y financieros, sumado a la nueva desconfianza de la
capacidad estatal para administrar empresas y actuar sobre los indicadores económicos,
inclinaron la balanza hacia el ensayo de políticas liberales nuevamente ortodoxas. La
recesión, marcada por la inflación y el estancamiento de la actividad, trató de solucionarse
mediante el ajuste y el retraimiento de la gestión pública de esos aspectos. Se volvió a
confiar en el mercado como regulador “natural” de su propio funcionamiento. O sea, para
que la producción, la ganancia y el capital pudieran acrecentarse otra vez, había que
proporcionarle un terreno amplio y sin restricciones al gran empresariado. La cuestión es
que la organización de la sociedad civil, con las características que había adoptado, era un
obstáculo para una política tan radical que ciertamente se llevaría por delante a muchos
sectores. En ese sentido, precisaba ser desarticulada.

Esa sociedad – en la cual se incluye destacadamente a la Universidad– debía


subordinarse a la dirección mercantil y empresarial, más eficiente y ordenada que la de un
Estado sujeto a las presiones sindicales y políticas. Tal como lo relata José Luis Romero
(1997), este proyecto eliminó la protección a la industria nacional y abrió a la importación,
descomponiendo el principal bastión de integración y fuerza de los trabajadores y emblema
del modelo de país precedente. Esto cambiaría radicalmente la Argentina conocida,
reforzando su vulnerabilidad económica:

En momentos en que el aumento del precio internacional del petróleo creaba una
masa de capitales a la busca de ganancias rápidas, la apertura financiera permitió que
se volcaran al país, alimentaran a la especulación y crearan la base de una deuda
externa que desde entonces se convirtió en el más fuerte condicionante de la economía
local [...] Mientras muchas de las actividades básicas languidecían y numerosas
empresas quebraban, la actividad financiera especulativa y los contratos con el Estado
permitieron la formación de poderosos grupos económicos, que operaban
simultáneamente en diversas actividades, aprovechaban de los recursos públicos y
adquirían empresas con dificultades. (Romero, 1997, p:78)
Retomando la cuestión del plan sistemático de represión, fue luego con la labor de la
Comisión Nacional para la Desaparición de Personas (CONADEP), ya en democracia,
que se conoció públicamente. La existencia de “desaparecidos” – ninguna autoridad se
hacía cargo de su detención y desconocían su paradero– ya había sido denunciada durante
la dictadura por organismos de DDHH y especialmente por las Madres de Plaza de Mayo.
Lo que se consigue con el retorno democrático es la investigación de todo el mecanismo
clandestino desplegado por las FF.AA y su divulgación al resto de la sociedad. Así, después
de siete años de una cotidianeidad “paralela” a los crímenes de lesa humanidad, se
difundieron las operaciones de secuestro y tortura, la localización de los centros
clandestinos de detención, las posibilidades que se le daban a los detenidos de ser
liberados o asesinados; destapando al terrorismo de Estado. Entre las 30.000 víctimas que
se estiman, según la CONADEP, algunos eran miembros de organizaciones armadas,
muchos dirigentes sindicales, obreros, empleados, otros estudiantes secundarios y
universitarios, docentes, sacerdotes, intelectuales, artistas, periodistas y otros activistas.

La política universitaria del Proceso de Reorganización Nacional

Como ya hemos afirmado, la Universidad fue uno de los principales sitios en los que
se volcó el accionar represivo de la dictadura. Además de ello, el gobierno de facto ordenó
que ésta quedara efectivamente bajo el control del Poder Ejecutivo, a través de la ley
21.276. Quedaron prohibidos los órganos de gobierno representativos, las actividades
gremiales y políticas. En la concepción de los militares, todo este entorno, más que la
escuela, era tierra para que germinara la subversión y se propiciara el “adoctrinamiento”. Al
principio, fueron los mismos oficiales de las FFAA los que ejercieron la autoridad,
repartiendo entre las fuerzas las varias instituciones. El objetivo final era la profunda
reestructuración de todo el sistema universitario, al igual que en otros ámbitos (Buchbinder,
2005). Veamos en detalle ese proceso.

En primer lugar, implicó el control estricto a nivel político e ideológico del


contenido, programas, discusiones de clase, dinámicas de enseñanza, actividades
extracurriculares; absolutamente todo era cuidadosamente sometido a la inspección militar.
Se modificaron los planes de estudio de casi todas las carreras, pero particularmente de
aquellas de Ciencias Sociales y Humanidades, al ser consideradas como puntos de
“penetración ideológica subversiva” (citado en Buchbinder, 2005). Otras fueron directamente
suspendidas o clausuradas. Fue la época de la quema de libros y bibliotecas enteras.

En segundo lugar, se pensó un plan para redimensionar el sistema universitario,


volviéndolo más reducido y así más fácil de vigilar. Por un lado, se retomó la redistribución y
reducción de la matrícula en universidades dispersas a lo largo y ancho del territorio, de la
mano de políticas de admisión – como exámenes de ingresos para competir por los
menores cupos– e implementación de aranceles. Esto partió del diagnóstico, expresado por
el ministro de Educación, que argumentaba, en relación al nivel primario y secundario, el
sistema universitario estaba “sobredimensionado” y había que “invertir esa pirámide” (citado
por Buchbinder, 2005). Por otro lado, se procuró que las actividades de investigación
científica tuvieran lugar fuera de las universidades, con financiamiento empresarial y
privado.

Podemos ver cómo la Universidad necesitaba ser completamente reestructurada para


obedecer al proyecto de este Estado dictatorial, y, en el mismo sentido, producir sujetos,
personas, funcionales a ello también. Ése era el objetivo último de expulsar a cualquiera
sospechoso de manifestar una disidencia y de designar profesores que fueran afines a los
principios del régimen. El mismo acceso a las casas de estudios estaba custodiado por
policías y militares. En conclusión, la actividad académica en general estaba presionada y
condicionada, para poder cumplir con el propósito de la “Reorganización Nacional”. Una
consecuencia de este proceso, al haber estado focalizado en las principales universidades
públicas del país, fue el crecimiento del sistema privado y la concurrencia a las
universidades “medianas” que habían sido creadas a principios de los ‘70.

No obstante el control y el redimensionamiento, políticas más bien “defensivas”, según


Buchbinder (2005) no hubo una política importante de planeamiento y organización de todo
el sistema universitario desde el principio. Recién para 1980, se sancionó una nueva ley, sin
consultar a la comunidad académica, que indicaba que los rectores y decanos debían ser
designados por el Poder Ejecutivo, los profesores lo serían por concurso, se arancelaría la
cursada y las autoridades directivas no podrían tener cargos en política ni realizar
declaraciones. Por otra parte, en cuanto al presupuesto estatal destinado a la universidad,
fue achicándose progresivamente, por lo que se pretendía cubrir esa falta con aranceles.
Esta problemática fue uno de los detonantes para la reactivación estudiantil: en diciembre
de 1980 la Federación Universitaria Argentina rechazó públicamente la política arancelaria y
al año siguiente los petitorios y solicitadas se volvieron cada vez más frecuentes. Por
supuesto, el tono era cauteloso y las temáticas todavía no podían ir más allá de la falta de
comisiones de clase, la poca oferta horaria o escasez de materiales y libros (Buchbinder,
2005).

No sería hasta la derrota en la guerra de Malvinas que desencadenó el final de la


dictadura que esa vida política vería el camino abierto para resurgir. El inicio de la campaña
electoral para octubre de 1983 definitivamente lo permitiría.
La vuelta a la democracia

Que la participación política volviera a tener lugar a partir de las elecciones


presidenciales y legislativas tiñó de orientación partidaria a las renacidas agrupaciones
universitarias. Cada una militaba por alguna lista a nivel nacional y se consolidó como su
brazo estudiantil. El activismo en general se reactivó en una variedad de ámbitos sociales y
estuvo enmarcado (como trabajamos en el primer módulo) por la bandera de los derechos
humanos y la urgencia del retorno a la democracia. Si en los ‘60, ‘70, lo que movía a los
diversos colectivos era la idea de cambiar el mundo y/o de hacer la revolución, en este
momento lo era la dimensión humana, ética y plural de la política en libertad.

Como lo relata Romero (1997), se produjo una gran afiliación partidaria. El Partido
Justicialista –el peronismo– pasó por varias internas para ir definiendo nuevos dirigentes.
Surgió el Partido Intransigente que nucleó una parte del progresismo de izquierda. La
derecha se encontró en la UCD- Unión del Centro Democrático con la figura de Alsogaray.
La principal fuerza que logró adeptos y votos fue la renovada Unión Cívica Radical bajo el
liderazgo de Raúl Alfonsín. Lo rodearon dirigentes universitarios, intelectuales, activistas;
fue el único que logró una impresión moderna y ética en su campaña. En él se canalizaron
las esperanzas y la voluntad de los argentinos de terminar con la violencia, conseguir
estabilidad política y económica. La democracia misma era aclamada como la vía y el fin
para realizar todos esos “sueños” pendientes.

Conclusiones

Empezamos este módulo con el repaso del convulsionado contexto político de la


Argentina entre 1970 y 1973. El fracaso de la Revolución Argentina en disciplinar a la
sociedad había quedado claro luego del Cordobazo: el autoritarismo había provocado
mayores niveles de descontento y movilización social. La década de los ‘70 en nuestro país
se abre con los actos públicos de las organizaciones armadas, señalando la principal
característica del período, la radicalización política. La otra sería el breve intento de
reestablecer el régimen democrático, a la par del fin de la proscripción del peronismo y el
controversial regreso del líder.

Esos mismos dos procesos se vivieron dentro, o, mejor dicho, en conjunto con la
Universidad. Estudiamos cómo se formó el nuevo paradigma de liberación nacional, nutrido
del catolicismo postconciliar, las experiencias de la nueva izquierda latinoamericana y
canalizado en una relectura y apropiación del peronismo por parte de los jóvenes.
Asimismo, vimos cómo se resignificó el ser intelectual sin poder ser pensado por fuera del
compromiso social y político.

Trabajamos con el caso de las Cátedras Nacionales como ejemplo esencial de la


original formación y actividad académica de fines de los ‘60 y principios de los ‘70.
Representaron el apogeo de la visión crítica y, al mismo tiempo, propositiva, que la
Universidad gestó como resistencia a las políticas autoritarias y como motor para una
renovada construcción democrática nacional-popular. Su marco teórico, basado en la teoría
de la dependencia, marcó un antes y un después en las ciencias sociales argentinas. A
pesar de la avalancha que vendría con la represión y la dictadura, la idea de hacer ciencia
como una forma de militancia permanece como el gran aporte de esta experiencia.

El proyecto de Universidad del ‘73 expresó todo el acumulado simbólico de los ‘60, en
tanto y en cuanto invitó a una institución de puertas abiertas, modernizadora e involucrada
en la realidad nacional. Sin embargo, . No pudo llegar a consolidarse del todo ya que la
coyuntura política sería profundamente adversa. Esta experiencia sería efímera porque
luego de que el tercer gobierno peronista iniciara con la fuerza de la nueva izquierda, dio un
volantazo hacia la derecha La muerte de Perón definitivamente direccionó la correlación de
fuerzas hacia la derecha más conversadora y radicalizada. La represión y persecución ilegal
de todo aquel considerado “comunista” y “subversivo”– a manos sobre todo de la Triple A–
había llegado para quedarse.

La violencia política marcó la etapa previa a la irrupción de la última dictadura cívico-


militar de Argentina. Aunque aquella se venía ejerciendo como herramienta en ambos polos
del espectro ideológico, con el golpe de Estado ésta fue ejercida por los poderes estatales
de manera sistemática y clandestina. Las universidades fueron uno de los blancos centrales
a los que apuntó la represión, desarticulando toda la organización estudiantil y cercenando
toda la libertad académica.

Hemos visto la oscuridad en la que se sumergieron la sociedad y la Universidad


argentinas durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional. También reflexionamos
sobre la ligazón entre el intento de establecer un proyecto económico neoliberal y la
necesidad de disciplinar la movilización social, a través de la destrucción de los lazos
colectivos. El encierro y estancamiento universitarios fueron una grave herida que sólo
empezaría a sanar en 1983 con la vuelta a la democracia. Ésta traería consigo el
renacimiento de la actividad política en las universidades junto con las demás libertades
académicas.
Bibliografía

BUCHBINDER, Pablo (2005). Historia de las Universidades Argentinas. Cap.9: La


Universidad entre la politización, la masificación y las dictaduras. Ed. Sudamericana,
Buenos Aires.

GHILINI, Anabela (2011). “Sociología y Liberación Nacional. La Experiencia del grupo


universitario de las Cátedras Nacionales”, en Revista QuestionVol 1, Nº 29

ROMERO, José Luis (1997). Breve historia de la Argentina. Disponible en


http://institutocieloazul.edu.ar/wp-content/uploads/2016/11/romero-jose-luis-breve-
historia-de-la-argentina.pdf

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