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LOS PROFETAS

1. ¿Qué son los profetas? 

Las palabras hebraicas que la Biblia usa para llamar a los profetas son: Nabi, Hozé, Zoé
(vidente). La más frecuente es Nabi: el que habla con vehemencia, bajo el influjo de una fuerza
superior, un inspirado. Entre los hebreos el nombre indica la naturaleza de lo designado o con su
misión -si es una persona-, de ahí la importancia de conocer los términos usados para designar al
profeta. Son tres: (aybn): profeta; (hzwj): visionario; (hawr): el vidente. Con estos mismos
nombres se designa tanto a los verdaderos como a los falsos profetas. Si nos referimos a las otras
civilizaciones se puede decir que los fenómenos proféticos de tipo intuitivo que encontramos en
la Biblia fueron rarísimos entre los Sumero-Acadios1. En cambio, fueron más frecuentes los
movimientos extáticos y la adivinación. Los oráculos de Mari 2 son los que tienen más parecido
con la profecía bíblica, aunque su contenido es completamente diferente.
La palabra profeta es griega y significa: “Hablar en nombre de...”. Por tanto, el nombre
profeta indica claramente la misión de estos hombres: el profeta es el que habla en nombre de
Yahvé; es su voz viva en medio del pueblo, para recordar las promesas entre Dios y su pueblo,
para enderezar y corregir. Por tanto, tiene doble finalidad: ANUNCIAR Y DENUNCIAR.
En la Biblia también los profetas son llamados como: guardianes del pueblo, centinelas de
Yahvé. Son hombres de fuerte personalidad y espiritualidad, intermediarios, siervos de Yahvé.
Son hombres que, bajo el impulso de Dios, comprenden lo que está sucediendo y transmiten al
pueblo un continuo llamado a la conversión, y su misión es discernir la voluntad de Dios sobre el
presente del pueblo, para proyectarlo a un futuro de esperanza y de salvación.

2. ¿Cómo nació el profetismo? 

En el plan de salvación, Dios siempre ha llamado a algunas personas, a quienes envió a su


pueblo. Sin embargo, cuando hablamos de profetas nos referimos a aquellos que dejaron escritos
su pensamiento y sus profecías, y constan en el Canon bíblico3.

3. ¿Cuáles son las enseñanzas principales de los profetas? 

Recordarles la Alianza, reprocharles la infidelidad y las consecuencias de esa infidelidad; si


no se convierten, juicio y condena. Otras enseñanzas son la restauración, como esperanza, el
resto, el Mesianismo, la perspectiva escatológica, es decir, la proyección de las promesas
proféticas más allá del tiempo. Cualquier camino de investigación conduce al convencimiento de
que los profetas son instrumentos en manos de Dios, es decir, personas elegidas gratuitamente
por el Señor, para transmitir su palabra. El estudio de la profecía ha de comenzar; por tanto, por
el análisis de la vocación profética. La misión de los grandes personajes bíblicos (Abraham,

3
Moisés, Gedeón, David, etc.) nace en el contexto de la vocación de Israel, como pueblo: elegidos
como lo fue Israel.
Esto queda reflejado en los relatos de vocación, que contienen los siguientes elementos
comunes: encuentro con Dios, discurso introductorio, misión, objeción humana, confirmación
divina y signo. Todos los que han ejercido alguna función en Israel (patriarcas, jueces, reyes,
sacerdotes, profetas) son conscientes de que cumplen una misión específica de parte de Dios,
puesto que pertenecen a un pueblo especialmente elegido. Las tres instituciones (reyes-
sacerdotes-profetas) tienen por finalidad cumplir un designio salvador de Dios dentro del pueblo,
pero cada uno tiene un objetivo y unas características concretas. Sin embargo, ni los reyes ni los
sacerdotes recibieron una llamada específica y personal: los reyes porque alcanzaron el trono por
herencia, especialmente en el reino del Sur, o por usurpación; los sacerdotes, porque habían de
pertenecer a la tribu de Leví, descendientes de Aarón. Todos los profetas, se sintieron llamados
por Dios, aunque sólo de cinco se ha escrito el relato de su vocación: Am 7,15; Os 1,2; Is 6; Jer
1,4-10 y Ez 2,3-3,9. Por lo similares que son, muchos autores descubren en ellos el llamado
género literario de vocación.

4. ¿Qué características tienen los profetas? 

Un llamado de Dios, esa llamada reviste al profeta de una misión: ser la voz de Dios; esa
llamada nace siempre en una experiencia fuerte de Dios; la misión trae consigo contrariedades y
cruces, pero el Señor les protege y les ayuda.
 Monoteísmo: no hay otro Dios que el Señor:
a) Dios es soberano absoluto de la historia. No se muestra en un lugar privilegiado ni
es tampoco el dios de la naturaleza, cuya fecundidad y ciclos reflejan su
presencia. Los profetas y los sabios (Sal 29; 96...) reconocen al Señor como dueño
de la Creación, pero es en sus intervenciones en la historia donde Dios se da a
conocer. Son gestos divinos que llaman al pueblo a volver a Él (Am 4,4-12). Dios
se manifiesta a través de todos los acontecimientos humanos y los profetas
interpretan el sentido de esa manifestación divina en la historia.
b) Dios tiene con Israel una relación particular que Oseas denomina Alianza. En
Amos, Dios es el compañero del camino, que comunica sus secretos a sus siervos
los profetas. A Oseas se debe la imagen esponsal (Os 1-3), y la paterno-filial (Os
11-12). La elección es un don gratuito que el pueblo debe reconocer (Is 2,11; Jer
9,24).
c) Dios es Santo, su relación con el pueblo no significa que sea uno más, y menos
que sea manipulable por medio de sacrificios. Dios es trascendente, el Altísimo,
está explicitado en Isaías (cap. 6). La santidad del pueblo estriba en ser distinto de
los demás también en sus exigencias morales. Dios es el "Santo de Israel" (Is
5,19-24), porque se ha hecho cercano en su relación de amistad ("Hablaré a su
corazón" Os 2,16), y de conversación de esposo enamorado ("Me has seducido y
me he dejado seducir" Jer 20,7).
d) El castigo es consecuencia de no cumplir las exigencias de la elección.
e) Alianza, nace por pura iniciativa de Dios, es fruto de su bondad y de su
misericordia, aunque conlleva unos compromisos ineludibles. Sólo Dios puede
pedir cuentas cuando estos compromisos no son guardados y rompen la alianza.
Por ello tienen especial importancia los oráculos de proceso, en los que el Señor
cita a su pueblo al tribunal (Os 1,4; Miq 6,2). Todos los profetas recogen la
tradición de la Alianza, en el doble aspecto de compromiso de amor y de
exigencias morales.

 Mesianismo es la verdadera espina dorsal de los profetas.


a) Preexilicos: parten de la profecía de Natán (2 Sam 7, 14) para expresar su idea de
salvación del pueblo a través de un descendiente de David. No adularon al rey ni
asumieron "el estilo de la corte". espiritualizan la idea mesiánica, quitando
importancia al monarca reinante y subrayando su condición de elegido del Señor.
Isaías hace más referencias a la realeza davídica, pero nunca menciona al rey por
su nombre; le aplica títulos grandiosos, pero en ellos se glorifican más las
acciones prodigiosas del Señor que al personaje receptor de las mismas. También
lo hacen Miqueas (5,1-5), y Jeremías contiene un único oráculo (Jer 23,5-6) que
anuncia la venida de un vástago davídico que reinará con la justicia del Señor.

b) Los profetas exílicos apenas hablan del mesianismo real. Ezequiel llega a quitar el
título de rey al príncipe davídico que regirá al Israel restaurado (Ez 37,25). Mesías
se denomina a todo personaje que en nombre de Dios triga la salvación a Israel,
aunque sea extranjero, como el caso de Ciro (Is 41,14). La salvación vendrá ante
todo a través del pueblo, de uno nacido en el pueblo; en este contexto se
comprende el alcance de la idea del “resto”: unos pocos, pertenecientes a Israel,
alcanzarán para sí y sus compatriotas la liberación plena.

c) En los profetas postexilicos el juicio divino, que es función mesiánica, ya no se


hace entre Israel y los demás pueblos, sino entre los justos y los impíos (Mal 3,13-
21). En los últimos profetas, hay una mayor espiritualización del mesianismo que
cuadra mejor con la escatología. Israel juzga a las naciones y prefigura el juicio
definitivo de Dios (día de Yahvé) que alcanzará al pueblo y a todas las naciones.
La sublimación de la escatología conducida por los apocalípticos llevará a la idea
trascendente del Mesías. En el libro de Daniel, la figura del Hijo del Hombre (Dan
7,9-14), da testimonio de la esperanza en un salvador.

 Doctrina moral y social: Los profetas, en particular los preexílicos, insistieron en las
exigencias sociales de la fe. Son portadores de la doctrina sobre la elección y la Alianza,
e insisten en las virtudes inherentes. Pero sus contemporáneos, viven apartados de las
exigencias que ellos predican, y violan los derechos de los débiles y toman las
costumbres de los gentiles. Denuncian la opresión y proclaman la predilección por los
“pobres del Señor” (anawim). Son muestra de quienes son los necesitados de la
protección divina, llegan a identificarse como los justos y piadosos, con el resto fiel,
capaz de invocar a Dios. Los preceptos morales son los mismos que aparecen en la Ley,
pero hacen un esfuerzo de interiorización, exigiendo un corazón limpio, por encima de
los actos externos. Cada individuo es responsable de sus propios actos. Las exigencias
cultuales también forman parte del mensaje, es purificar y rectificar las desviaciones del
culto. Piden coherencia, por la denuncia de los ritos puramente externos y su falta de
aplicación en la vida moral y social. Un pueblo que se acerca a Dios en la liturgia y en los
sacrificios, no puede negarlo en sus costumbres depravadas e injustas.

5. ¿Cuántos son los profetas? 

Son cuatro mayores: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel; y trece menores: Oseas, Joel,
Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías y
Baruc.

6. ¿Cuál es la tesis de los Profetas?

a) Isaías.  El libro transmitido bajo su nombre, sólo en una parte relativamente pequeña,
contenida en los cap. 1-39, procede del gran profeta de Jerusalén (que actuó entre los años 740 y
700  a.C. aproximadamente). Según la sentencia más común se deben a Isaías las siguientes
partes: cap. 1 (compuesto alrededor del año 701); 2, 6-4, 1 (del primer tiempo); 5 + 9, 7-11 y 10,
1-4  (de distintas épocas); 6-9, 6 - «memorial» o «libro del Emmanuel» (sobre los años 740-
732); 11, 1-6 (9?) (el Mesías de la raíz de Jesé, tiempo indeterminado); 14, 24-
32  (probablemente de su época posterior); 17, 1-11 (antes del 732); 17, 12-18, 6 (tiempo
posterior); 19, 115 (?); 20, 1-6 (hacia el 711); 22, 1-25 (tiempo posterior); 28, 1 hasta el cap. 32,
20  (a excepción de breves interpolaciones como 20, 18-26; tiempo posterior). Los mayores
fragmentos anónimos son cap. 24-27 (gran apocalipsis de Isaías, tal vez del s. III a.C.), capítulo
33  (liturgia profética postexílica), cap. 34-35 (apocalipsis menor de Isaías, tal vez del s. IV),
cap. 36-39 (apéndice histórico tomado de 2 Re 18, 13-20, 19).
Por su cantidad, la obra auténtica de Isaías no es especialmente grande. En cambio, su
calidad en contenido y forma merece la más alta estima. Isaías, marcado para siempre por la
visión de su vocación, anuncia preeminentemente a Yahveh como el Dios santísimo, ante cuya
majestad ha de doblarse todo orgullo humano en Israel y entre las naciones. Sólo la fe en Yahveh
da firmeza o consistencia (el «subsistir» de 7, 9). La negativa a él y al prójimo acarrea castigo.
De la catástrofe del castigo sólo se salva un resto, en el que el Dios de la elección cumplirá
mesiánicamente su promesa hecha en Sion a la casa de David.
La segunda parte del libro (cap. 40-55) procede de un discípulo de Isaías, de nombre
desconocido, que trabajó en el exilio 150 años más tarde. Cumplido ya el juicio de Dios sobre
Israel (587), este Deutero-Isaías empalma sobre todo con las promesas de gracia del «Santo de
Israel», hechas por Isaías a Sion, y proclama en forma francamente hímnica un nuevo éxodo y
una nueva ocupación de la tierra como inicio de una era de salud que, partiendo del único Dios
creador y rey de la historia, se inaugurará para todos los pueblos y hasta para el cosmos entero.
Es incierto si los cánticos del «siervo de Yahveh», (42, 1-9; 49, 1-6; 50, 4-11; 52,13;
53,12)  cuya interpretación es hasta hoy día discutida, fueron o no compuestos por mano del
profeta mismo; en todo caso han sido interpolados.
La tercera parte del libro de Isaías (cap. 56-66), llamada Trito-Isaías, surgió a la vuelta del
destierro en un grupo profético influido por el Deutero-Isaías, y describe escatológicamente las
predicciones sobre Sion, y en algunos pasajes las describe incluso apocalípticamente. El relieve
que en el Trito-Isaías se da al día de Yahveh y a la carta de la alianza y sus deberes, confiere a la
vez una nueva dimensión a la anterior profecía de desdicha.

b) Jeremías. La obra escrita de este profeta, que actuó en Jerusalén por los años 627-586, es
particularmente copiosa y permite a la vez entrar profundamente en la esfera personal de una
vida profética. El libro de Jeremías ha experimentado indudablemente una larga historia de
colección y clasificación. Sin embargo, son relativamente pocas las piezas que no se remonten a
la postre a Jeremías o a su secretario Baruc. Entre ellas hay que contar, p. ej.: 9, 11-15; 10, 1-16;
17, 19-27; 23, 33-40; 32, 17-23; además, los oráculos sobre los pueblos extranjeros de los
capítulos 46-51, por lo menos en su forma actual, y el capítulo final histórico (52). Todavía se
discute hasta qué punto están reelaborados los fragmentos de color deuteronómico (p. ej., 7, 1-8,
3; 18, 1-12; 21, 1-10).
Jeremías, que al ser llamado era todavía joven, atacó bajo el rey reformista Josías (627-
609)  la «baalización» de la religión de Yahveh, que había arraigado bajo Manasés, y la
propagación del culto astral. Sin duda enjuiciaba positivamente la reforma según el espíritu del
Deuteronomio, e incluso es posible que tomara parte activa en ella. La temprana muerte de
Josías (609), una dura prueba para todos los fieles a Yahveh, significó para Jeremías el comienzo
de su calvario. Ante el rey Yoyaquim (608-597) y su régimen tuvo que presentarse como heraldo
de desdichas. Según su predicción en la catástrofe venidera caerá el templo mismo. Esta postura
atrajo dura enemistad y persecución sobre el profeta, que se atrevió a calificar a Babel de
instrumento de castigo de Yahveh contra su pueblo. Bajo el débil rey Sidkiyyá (597-587) fue
declarado traidor a la patria por el partido imperante pro-egipcio, y escapó por un pelo a la
muerte. Después de la conquista de Jerusalén por los neo-babilonios, fue hecho gobernador su
amigo Guedalyá, que sin embargo, cayó pronto, víctima del acero asesino. La oposición en su
huida a Egipto se llevó por la fuerza a Jeremías, y allí se pierde toda huella.
En sus «Confesiones» (11, 18-12, 6; 15, 10-11; 17, 12-18; 18, 18ss; 20, 7-18), Jeremías nos
permite dar una ojeada a su interior atormentado. Su alma, de fina sensibilidad, queda casi
destrozada por el contraste entre el amor a su pueblo y su misión como profeta de desdichas. En
esta situación, las palabras de salvación con las que pudo iluminar el futuro, las cuales están
contenidas en los cap. 30-33 y anuncian una «nueva alianza», fueron también para él mismo luz
y consuelo.

c) Ezequiel. El libro de Ezequiel pasa hoy día por el problema literario más difícil de los
escritos proféticos. Se ha intentado incluso interpretarlo como pseudoepígrafo de la época de
Esdras y Nehemías o del s. III. Sin embargo, la sentencia communior de los comentadores tiende
hoy día de nuevo a atribuir la sustancia del libro al profeta del exilio llamado Ezequiel. Según
esa sentencia, dos escritos independientes de Ezequiel (palabras a Israel y palabras a las
naciones) forman el núcleo del libro, que luego fue elaborado y ampliado, en parte, por el mismo
profeta y, en parte, por sus discípulos. Se cuenta particularmente con una reelaboración o
redacción final de tipo sacerdotal, que se deja notar sobre todo en los cap. 38-48.
La difundida hipótesis de que Ezequiel trabajaba también en Jerusalén está desechándose
modernamente. Era sacerdote originario de Jerusalén, sabemos con certeza que una vez
deportado de su patria (597) trabajó como profeta entre los desterrados; primeramente, como
profeta de desgracias y, después de la catástrofe del año 586, que él había predicho, más bien
como profeta de salvación o de gracia. Parece que su persona se caracterizaba por fuertes
tensiones interiores, gran irritabilidad y rara alternancia de fantasía exaltada y sobria sequedad,
que raya en pedantería.
Esta particularidad (que no es anormalidad) se refleja también en su estilo y conducta.
Ezequiel es, p. ej., el profeta con más acciones simbólicas. Aunque en algunos aspectos dependía
de sus antecesores y era tributario tanto de la teología deuteronómica como de la sacerdotal, fue
hombre de gran originalidad que echó también mano como ningún otro profeta de tradiciones
cananeo-fenicias (cf. cap. 16, 23, 28s) y mesopotámicas (cf. 1-3, 9, 28s, etc.) y bajo este aspecto
operó una especie de renacimiento de todo el mundo oriental en Israel. Por eso los que lo señalan
como «padre del judaísmo» van demasiado lejos, teniendo en cuenta además que él es a la vez
gran testigo de la revelación y gran teólogo. Como tal, llevó el mensaje de la santidad de Yahveh
a su más alta cúspide. Su visión del carro de Dios, como muchos rasgos francamente
superrealistas, atestigua que, en principio, la presencia divina es separable de la tierra prometida
y del templo. A pesar de su amor al culto, la unión con Dios presenta en Ezequiel rasgos
fuertemente personales e individuales (cf. 18, lss; 33, lss). En la carta de la alianza está para él
revelada la voluntad esencial de Dios y, por eso, la idolatría es una «abominación», y todo
pecado contra el prójimo es un «delito de sangre». Pero, detrás del Dios santo y juez,
precisamente en Ezequiel aparece el Dios «que no quiere la muerte del pecador, sino que se
convierta de su mal camino y viva» (18, 23).

d) Daniel. Este libro sólo pertenece al cuerpo profético según la tradición grecolatina. En


realidad, hay que situarlo en el género de los apocalipsis. El profeta Daniel de la era de la
cautividad es sólo el «héroe» de este escrito. En su forma actual el libro procede del tiempo entre
el año 170 y el 160 a.C.

e) El libro de los doce profetas. Los escritos proféticos contenidos en esta colección (que
Eclo 49, 12 supone ya como tal), son también llamados por su escaso volumen «profetas
menores». Su ordenación, que difiere en la tradición hebrea y en la griega, sin duda obedece al
punto de vista cronológico. Sin embargo, la tradición sobre este punto ya no era plenamente
segura.

- Oseas. 
El libro que lleva este nombre (mal conservado en su texto) ha de tenerse por auténtico (a
excepción de 2, lss, 10, 14 y algunas pocas glosas judaicas), es decir, se remonta a Oseas mismo
(p. ej., cap. 3) y a sus más inmediatos discípulos. El profeta procedía del reino del norte y
cumplió su ministerio aproximadamente entre el año 745 y el 720 a.C. Fundamental para su
predicación es la acción simbólica de su matrimonio con Gomer, una iniciada en el culto de la
fecundidad. La mujer simboliza a Israel, que se ha pasado a Baal. A pesar de haberse separado
adúlteramente de él, Oseas tiene que recibirla y atestiguar, por este acto extraordinario, la
voluntad de perdonar por parte de Yahveh como Dios de la alianza. Los castigos de Israel son
medios para purificarlo y educarlo. La alianza entre Yahveh e Israel está estructurada según
Oseas como una alianza de amor y de matrimonio, que el amor creador de Yahveh realizará un
día plenamente (cf. 2, 16-25). Todas las huellas de baalización de la religión de Yahveh tienen
que desaparecer, y el antiguo derecho de Dios (= materia del «conocimiento de Dios») debe
restablecerse («misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios y no holocaustos»: 6,
6). En la historia de la revelación, Oseas fue el heraldo del «amor de Yahveh» y ejerció gran
influjo en la posteridad (sobre todo Jer y Dt).

- Joel. 
Es un librillo postexílico (s. IV), de cuyo autor no se tienen noticias. Se cuenta incluso con
dos autores (1, 1-2, 2, 3-4). 4, 4-8 parece ser una interpolación. El texto tiene por base una
liturgia de penitencia con ocasión de una plaga de langostas. Sin embargo, el esquema litúrgico
fue sin duda pensado por el autor sobre todo como forma literaria de su predicación, orientada
fuertemente al «día de Yahveh», que trae salvación para el pueblo de Dios (abundancia de
fecundidad: 2, 21ss; 4, 18ss, efusión del Espíritu de Dios: 3, ls, reino victorioso de Sion: 4, 16ss)
y desdicha para las naciones, es decir, el juicio de Dios en el valle de Josafat que tendrá también
efectos cósmicos (4, 9ss). Por su contenido Joel se aproxima a la apocalíptica del judaísmo
tardío.

- Amós.
Este libro, cuyo texto se ha conservado bien, es considerado auténtico por casi todos los
exegetas, a excepción del oráculo sobre Judá: 2, 4s, de la conclusión: 9, 11-15 y de las
doxologías: 4, 13; 5, 8s; 9, 5s. Amós, que era pastor y cultivador de sicómoros en el sur de Judá,
recibió de Dios un mandato profético para el reino del norte, sumamente floreciente bajo
Jeroboán II (hacia los años 785-745). Junto al santuario del reino en Betel tiene un grave choque,
por razón de la predicación del castigo contra la casa reinante, con el sumo sacerdote Amasías,
que destierra a Amós del país. Es notable que este primer «profeta escritor» sólo impugna
ligeramente el culto sincretista, y acomete en cambio con vehemencia la infracción de la alianza
en el terreno de la «segunda tabla mosaica». Según él, la exigencia principal de Yahveh a Israel y
también a las naciones (cf. sobre todo 2, ls) es el misfát, es decir, la ordenación de la vida entre
los hombres mediante la justicia. Israel no debe fiarse de su elección, que puede incluso
acarrearle un castigo más grave por una infracción de la alianza (3, 2), ni refugiarse en el culto de
los sacrificios (5, 21ss). Por la ruptura de la alianza, el día esperado de la salvación de Yahveh
traerá «tinieblas y no luz» (5, 18), de forma que sólo para un resto exiguo hay esperanza de
salvación (5, 15; 9, 8s). Si 9, llss fuera auténtico, esta esperanza recibiría ya en Amós un colorido
mesiánico.

- Abdías. 
Este escrito profético, el menor de todos (21 versículos), ostenta dos estratos: 1-14 + 15b
(maldición contra Edom por su actitud hostil frente a Judá y Jerusalén durante y después de la
catástrofe del año 587); y 15a + 16-21 (la ruina de Edom inicia el día de Yahveh como día de
juicio sobre todas las naciones y trae así la hegemonía de Sion sobre Palestina). Probablemente,
sólo la primera parte procede del profeta de salvación llamado Abdías (sobre los años 550-500),
mientras la segunda parte ha de situarse en el s. V (ambiente de Joel). La brevedad del texto no
permite un juicio sobre la actividad total de este profeta que está encuadrado en la vertiente
profética de los «oráculos sobre las naciones» y tiene sus más inmediatos paralelos en Jer 49, 7-
22 (inauténtico) y Ez 25, 12ss, 35, lss.

- Jonás. 
El librito artísticamente compuesto es una narración profética, la cual, hacia el año 400 a.C.,
recibió su forma actual por mano de un desconocido de alto talento poético y teológico. El
mensaje contenido en este «midrahs» resalta en forma impresionante la ocasional predicación de
los profetas sobre la universal voluntad salvadora de Yahveh. Bajo este aspecto, «Jonás» es uno
de los testimonios más luminosos de la revelación de Dios en la antigua alianza.

- Miqueas. 
La participación de este profeta, que trabajó en Jerusalén desde el año 725 hasta el 700
aproximadamente, en el libro de Miqueas es muy discutida. De él proceden seguramente los cap.
1-3; pero pueden atribuírsele también 4, 14-5, 5; 6, 1-16; 7, 1-7. La conclusión 7, 8-20 es una
«liturgia profética» del tiempo postexílico.
Lo que había sido Amós para el reino del norte lo fue Miqueas, de origen igualmente
campesino (de la región de Gat), para Judá, a saber: el predicador inexorable del derecho de
Dios, es decir, sobre todo, de la justicia entre los hombres en un tiempo de «abandono del
campesino» y de explotación desvergonzada del pueblo por las capas superiores. Su oráculo de
castigo sobre la destrucción del templo (3, 12) se imprimió hondamente en la memoria de la
posteridad (cf. Jer 26, 18). La célebre sentencia: «que obres con justicia, que ames la
misericordia, y que andes solícito en el servicio de tu Dios» (6, 8), resumen en forma lapidaria
las principales instrucciones proféticas de Amós, Oseas e Isaías.

- Nahúm. 
Entre los tres capítulos de este escrito se discute la autenticidad de 1, 1-8. Del profeta mismo
nada se sabe con precisión. Como su predicación se dirigía ordinariamente contra Nínive, «la
ciudad sanguinaria» (3, 1), tuvo que trabajar lo más tarde en el último decenio antes de su
destrucción (612 a.C.). Las reminiscencias litúrgicas del texto hacen pensar en un profeta de
gracia, que se sentía estrechamente ligado con el culto. Estuvo sin duda animado de fuerte
patriotismo, pero, para enjuiciarlo, hay que recordar también hasta qué punto Asiria se burló por
su cruel dominación de todo derecho de pueblos y hombres y cómo, por eso, fue completamente
aborrecida en todo el oriente. El «Ay sobre Asur» (= Is 10, 5) está fundado en estas impías
«rapiñas sin fin» (2, 14; cf. 3, 1). Por su fuerza retórica de expresión, Nahúm descuella sobre la
mayoría de los otros profetas.

- Habacuc. 
El librito conservado bajo este nombre ostenta como Nahúm algunos rasgos litúrgicos, pero
difícilmente podemos admitir que fuera compuesto para la «liturgia». A lo sumo, más tarde se
hizo uso litúrgico del escrito (tal vez con transposiciones que condujeron al orden actual del
texto).
El salmo del cap. 3 pudiera ser auténtico. Se discute la interpretación del «impío» y del
«pecador». Muchas cosas abogan en favor de la idea de que el enemigo descrito por Habacuc
(cap. 1) y maldecido en quíntuple «ay» (2, 6-19) son los neobabilonios bajo Nabucodonosor, de
modo que la acción de Habacuc como profeta de salvación caería por los años 601-598. Su
principal intención es ofrecer para el problema de teodicea de la historia de las naciones la
solución de la doctrina tradicional de la retribución: «El justo vivirá por su fidelidad» (= «fe» en
Gál 3, 11 y Rom 1, 17).

- Sofonías.
Por lo menos la sustancia de los tres capítulos de este escrito (a excepción del final 3, 14-20,
añadido posteriormente) debe atribuirse al profeta que trabajó poco antes de la reforma del rey
Josías, es decir, hacia el año 630 a.C. En todo caso, las hipótesis contrarias no han logrado
imponerse. Dándose la mano con sus antecesores, sobre todo con Isaías, Sofonías anunció el
juicio o castigo sobre la ciudad de Jerusalén corrompida por el culto astral, por las prácticas
cananeas y por la violación del derecho de Dios (injusticia de toda especie: cf. 3, 1; 1, 2s; 3, 1-8),
pero también el castigo divino contra los pueblos enemigos (2, 4-15). Sin embargo, el «día de
Yahveh» inaugurará para el «resto» un «pueblo pobre y humilde» (3, 12), una nueva época de
gracia divina. La predicación de este profeta, abierto a un culto purificado, sin duda contribuyó
mucho a la reforma deuteronomista bajo el rey Josías.

- Ageo. 
En sus dos capítulos este librito ofrece cinco textos proféticos cronológicamente ordenados y
fechados exactamente (pronunciados entre el 29.8 y el 19.12 del año 520 a.C.) y algunos textos
narrativos («relatos en tercera persona»: 1, 12ss; 2, 10-14). La redacción final del texto, auténtico
en su conjunto, operó probablemente algunas transposiciones menores (p. ej., 1, 15a pertenece a
2, 14ss). La intención principal de este profeta, más bien epígono 4, que se halla entre los padres
del judaísmo postexílico y de su aislamiento, es la construcción del templo; de la cual, sin
embargo, quedan excluidos los samaritanos y las clases superiores que se quedaron en el país (2,
10-14). El templo, carente del antiguo esplendor, pero edificado con entero empeño para gloria
de Yahveh, es la garantía de la bendición futura y hasta de una era de salvación con gloria
mesiánica que surgirá de una conmoción de las naciones. Ya ahora Zorobabel, descendiente de
David, es «como un anillo de sellar» en el dedo de Yahveh (2, 23).

- Zacarías.
El libro profético transmitido bajo este nombre, según la tesis unánime de la actual
investigación, sólo en los cap. 1-8 se remonta al contemporáneo más joven de Ageo. Los cap. 9-
14 reciben el nombre de Deutero-Zacarías y hasta se habla de un Trito-Zacarías (12, 14).

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Que sigue las enseñanzas de otro.
a) Los cap. 1-8 contienen fundamentalmente ocho «visiones nocturnas» (1, 7-6, 8), cuyo
objeto es la construcción del templo y la comunidad de Yahveh sin pecado y victoriosa. A ellas
sigue, en 6, 9-16, la coronación de Zorobabel o el sumo sacerdote Josua. El capítulo 7 trata sobre
el verdadero culto de Dios, y el cap. 8 se refiere a la era futura de bendición. Él actual texto de 1-
8 es auténtico en su conjunto, pero está reelaborado en algunos pormenores. Zacarías, por una
parte, está muy cerca de Ageo y, por otra parte, en lo relativo a su insistencia en todo el
Decálogo, se halla más cercano a la profecía anterior. A la vez en su predicación cobran mayor
importancia la forma literaria y los rasgos apocalípticos.

b) Los cap. 9-14 en su forma actual sin duda deben atribuirse a un autor único, que, sin
embargo, usó muy posiblemente algunos materiales preformados. El fondo histórico que
simplemente parece reflejarse en el texto es el de la época posterior a Alejandro Magno. El arco
de los temas está muy tendido. Así, el capítulo 9 trata del juicio de Yahveh sobre las naciones y
del rey de paz en Sion; el capítulo 10 se refiere a liberación de Israel; el 11 habla de la alegoría
del buen pastor; el 12 y 13 versan sobre la salvación y purificación de Jerusalén; y el tema del
cap. 14 es el «día de Yahveh» con su salvación y perdición.

- Malaquías.
Todavía los LXX tradujeron esta palabra en sentido apelativo (= «por mi mensajero»). Así,
pues, seguramente no era un nombre propio, como después se creyó, sino que de 3,1 pasó a la
inscripción. Aunque anónimo, el autor adquiere firmes contornos proféticos por su predicación.
Fuera de la conclusión (3, 22ss) y de algunas interpolaciones (1, 14; 2, 7; 2, llb-13a), el texto
debe considerarse como autentico. La forma de discurso que el autor prefiere es la discusión
(tesis, objeción, razonamiento de la tesis y conclusión). Su librito contiene 6 discursos: 1) 1, 2-5
(la predilección por Jacob y la reprobación de Esaú [= Edom] ), 2) 1, 6-2, 9 (crítica al sacerdocio
y exigencia de un sacrificio perfecto), 3) 2, 10-16 (la santidad del matrimonio), 4) 2, 17-3, 5 (la
venida de Yahveh para juzgar), 5) 3, 6-12 (la violación del precepto de los diezmos y sus
efectos), 6) 3, 13-21 (la retribución individual en el «día de Yahveh» ). Por su contenido
«Malaquías» debe situarse en el tiempo anterior a las reformas de Nehemías y Esdras (hacia el
año 460). Su acción se mueve en la línea del Deuteronomio, pero no en la del escrito sacerdotal.
Como el Dt, no sólo se interesa por el templo y el culto, sino en igual medida por el «temor de
Dios», que debe acreditarse mediante una aceptación viva de los deberes morales de la carta de
la alianza. Según Malaquías, Yahveh renuncia a todo culto de los sacrificios en que se echen de
menos la reverencia y el amor. Según 1, 11, se llegará en todo el mundo al culto puro y perfecto
que Dios pide.

Fuente:

La primera la desconozco

- https://www.mercaba.org/Mundi/1/los_libros_profeticos.htm

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