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(KEN WILBER)
1
A. BRUSCO, Madurez humana y espiritual, San Pablo, Madrid 2002, p. 37
2
WHO, Cáncer Pain Relief and Pallialive Care, Report of a WHO Expert Committee. Technical Report
Series, 804, Geneva 1990.
3
C. JOMAIN, Morir en la ternura, San Pablo, Madrid 1987
1
Algunos autores pueden ayudarnos a dar definición o concreción a dichas experiencias,
aunque se han desarrollado más en el ámbito de los enfermos al final de su vida, por la
importancia que éstos le conceden a la dimensión espiritual. C. Jomain define así las
necesidades: «necesidades de las personas, creyentes o no, en busca de un crecimiento del
espíritu, de una verdad esencial, de una esperanza, del sentido de la vida y de la muerte, o que
están todavía deseando transmitir un mensaje en su vida»4.
C. Saunders se refiere a lo espiritual como el campo del pensamiento que concierne a los
valores morales a lo largo de toda la vida, donde se dan cita recuerdos de defecciones y cargas
de culpabilidad, apetencia de poner en primer lugar lo prioritario, de alcanzar lo que se
considera como verdadero y valioso, rencor por lo injusto, sentimiento de vacío, etc.5
Torralba refiere que poco a poco se está introduciendo en ciertos contextos culturales «lo que
ya se ha denominado el “paradigma de lo espiritual”. La cuestión del espíritu está adquiriendo
un peso específico en la reflexión en torno al cuidar, pues se ha puesto de relieve que el
ejercicio de cuidar no puede referirse exclusivamente a la exterioridad del ser humano, sino
que requiere también una atención a su realidad espiritual, es decir, a lo invisible del ser
humano». Y añade que, incluso en culturas pragmáticas y utilitaristas, «la cuestión del espíritu
está adquiriendo una cierta trascendencia»7.
Leonardo Boff, para hacer un recorrido sobre la espiritualidad, comienza por considerar el
pensamiento del Dalai Lama al respecto, el cual entiende por espiritualidad «aquello que
produce en nuestro interior una transformación»8. El teólogo diferencia unas transformaciones
superficiales, que no modifican nuestra estructura fundamental, de unas transformaciones que
son interiores, que son transformaciones alquímicas, capaces de dar un nuevo sentido a la vida
o de abrir nuevos campos de experiencia y de profundidad rumbo al propio corazón y al
misterio de todas las cosas.
4
Ibídem 3
5
C. SAUNDERS, «Spiritual Pain»: Journal ofPalliative Care 4 (1988), p. 3.
6
P.w. SPECK, «Spiritual issues in palliative care», en (D. Doyle - G.W.C. Hanks) Oxford Textbook of
Palliative Medicine, Oxford University Press, Oxford 1993.
7
F. TORRALBA, «LO ineludiblemente humano. Hacia una fundamentación de la ética del cuidar»: Labor
Hospitalaria 253 (1999), p. 267.
8
L. BOFF, Experimentar a Dios, Sal Terrae, Santander 2003, p. 41.
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sólo no debiéramos avergonzarnos, sino que deberíamos saber que hay ahí una eficacia de
otro orden: la eficacia del corazón», han afirmado De Hennezel y Leloup9.
Si bien contamos con «ministros» religiosos para atender a la dimensión espiritual y religiosa
de quienes se adhieren a un grupo determinado, la dimensión estrictamente espiritual no es
tarea exclusiva de los llamados «agentes de pastoral» (sacerdotes, pastores, capellanes,
religiosos, seglares), sino que es tarea de todo profesional sanitario estar atento a la dimensión
espiritual de los pacientes, de modo especial en la última fase de la vida, cuando esta
dimensión cobra una especial relevancia.
9
M. DE HENNEZEL - J.-Y. LELOUP, El arte de morir. Tradiciones religiosas y espiritualidad humanista
frente a la muerte, Helios, Barcelona 1998, p. 38
10
J. BARBERO, «El apoyo espiritual en cuidados paliativos»: Labor Hospitalaria 263 (2002), pp. 6-7.
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EJERCICIO
Amalia, joven enfermera contagiada por el virus del Sida y COVID, escribe en un cuaderno que
tiene en la mesa de luz y que le sirve para comunicar lo que desea, ante la dificultad de hablar.
Además, en sus ratos de soledad escribió este texto:
«Tengo que morir. Lo sé, pero tengo miedo. He visto morir a mucha gente, y siempre pensé
que morir era fácil; y lo es, según creo, pero este miedo a desaparecer bajo tierra es una
espina. Me traes medicinas, me controlas la tensión, me miras y miro. Porque quiero adivinar
en tus ojos el cariño. Un enfermo resulta siempre una persona extraña. Pero cuando el
enfermo es una enfermera, como yo, alguien como ustedes, miran en mi cama y sentís
espanto. Y yo te pregunto: ¿de qué tienes miedo? Decídmelo, por favor. Soy yo la que se va a
morir, no ustedes.
A la puerta de este hospital he dejado mi papel de enfermera y he entrado sólo como enferma.
En casa he dejado todo menos las preguntas. ¿Por qué todo esto? ¿Es posible encontrarle un
sentido?
Podes estar segura de que nadie, tampoco yo, espera una respuesta. A menudo me he sentido
desilusionada porque no encontraba palabras convincentes para consolar a los enfermos. No
las encontramos nunca. Esta es la causa de que nos refugiemos en la rutina.
Ahora, la enferma soy yo. Espera. No te vayas. Esto es todo lo que te pido. Lo que me interesa
saber es si tendré a mi lado a alguien que me tome la mano cuando lo necesite, porque, te lo
repito, siento mucho miedo.
Puede que para vos la muerte sea una rutina. Para mí es algo nuevo. No sé cómo me veras. No
sos mi espejo. Ni siquiera me das tiempo para mirarme en tus ojos. Es posible que no veas
nada especial, pero yo no me he muerto nunca antes. He amortajado a muchos. Los he dejado
que se fueran muriendo, para entrar a lavarlos después. Nunca se me ocurrió que esto de
morir fuera algo que sucede una sola vez en la vida.
El otro día te oí cuchichear a la puerta diciendo que yo era joven. Y yo pregunto: ¿es una
realmente joven cuando se está muriendo?
Entras y salís deprisa. Hablas a la enferma que tienes delante, no a Amalia. Le decís lo que a
todos: “Esto va mejor”. Y salís precipitadamente. No quiero robarte tu tiempo. Estas cansadas,
hartas a menudo; pero, ya que estás dentro, ¿no podrías superar tu miedo y tomarme la
mano?
Yo también he vivido el riesgo del contagio, y aquí me ves; pero, te lo suplico, tienes guantes
de protección, te has lavado al entrar y volverás a desinfectar tus manos al salir. Atrévete a
tomarme la mano.
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Ya sé que en un hospital no se debe llorar. Pero ¿perderías tu profesionalidad por llorar
conmigo? A lo mejor, con un poco más de humildad, no resultaría tan duro morir en un
hospital.
Amalia»
-Reflexionar y ver hasta qué punto nos sentimos preparados para el acompañamiento
espiritual al final de la vida.
-¿En qué sentido es cierta la afirmación de que «sólo una relación madura puede acompañar
espiritualmente a una persona en fase terminal»?
-Identificar, si los hay, prejuicios en la dimensión espiritual por su posible relación con la
dimensión religiosa.
Ejercicio N° 3
«Érase una ciudad que no estaba habitada por personas, sino por pozos. Pozos vivientes...,
pero pozos al fin y al cabo.
Los pozos se diferenciaban entre sí, no sólo por el lugar en que estaban excavados, sino por el
brocal. Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol... y de todo tipo, hasta los
más pobres y humildes, que eran agujeros pelados que se abrían en la tierra.
5
La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal, y las noticias cundían
rápidamente de punta a punta del poblado.
Un día, llegó al poblado una moda que seguramente había nacido en algún poblado humano:
La nueva moda prescribía que todo ser viviente que se preciara debería cuidar mucho más el
interior que el exterior. Lo importante no era lo superficial, sino el contenido.
Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de joyas, monedas
de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaros de electrodomésticos y aparatos
mecánicos. Algunos optaron por el arte y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y
sofisticadas esculturas postmodernas. Finalmente, los intelectuales se llenaron de libros, de
manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.
Los pozos no eran todos iguales, así que, si bien algunos se conformaron, hubo otros que
pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior.
Un pozo pequeño y alejado del centro de la ciudad empezó a ver cómo sus camaradas se
ensanchaban de manera desmedida. Él pensó que, si seguían hinchándose de tal manera,
pronto se confundirían los bordes, y cada uno perdería su identidad... Quizás a partir de esta
idea se le ocurrió otra manera de aumentar su capacidad: crecer, no a lo ancho, sino hacia lo
profundo. Hacerse más hondo, en lugar de más ancho. Pronto se dio cuenta de que todo lo
que tenía dentro le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo, debía
vaciarse de todo contenido... Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego, cuando vio que no
había otra posibilidad, lo hizo.
Vacío de posesiones, el pozo que crecía hacia dentro tuvo una sorpresa. Muy en el fondo...
¡encontró agua! Nunca antes otro pozo había encontrado agua. El pozo superó la sorpresa y
empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo las paredes, rociando los bordes y, por
último, salpicando el agua hacia fuera.
La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante escasa, así
que la tierra de alrededor del pozo, revitalizada por el agua, comenzó a despertar. Las semillas
de sus entrañas brotaron en pasto, en tréboles, en flores y en árboles. La vida explotó en
colores alrededor del alejado pozo, al que llamaron “El Vergel”.
Todos se preguntaban cómo había conseguido el milagro. “No hay ningún milagro -contestaba
él-; hay que buscar en el interior, hacia lo profundo”.
Muchos quisieron seguir el ejemplo del vergel, pero rechazaron la idea cuando se dieron
cuenta de que para ir más profundo debían vaciarse. Siguieron ensanchándose cada vez más,
para llenarse de más y más cosas.
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En la otra parte de la ciudad, otro pozo decidió correr el mismo riesgo del vacío. Y también
empezó a profundizar y se llenó de agua... y salpicó hacia fuera, creando un segundo oasis
verde en el pueblo.
“¿Qué harás cuando se termine el agua?”, le preguntaban. “No sé lo que pasará; pero, por
ahora, cuanto más saco, más agua hay”.
Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento. Un día, por casualidad, los dos
pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de ellos era la
misma. Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno pasaba también por el otro. Se
dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían comunicarse de brocal
en brocal, superficialmente, como todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado
un nuevo y secreto punto de contacto».
- El cuento nos refiere la interioridad y evoca la dimensión espiritual. Hay algo común en los
seres humanos, lo más genuino, que evoca el espíritu. Reflexionar a partir del cuento.
- Algunas personas descubren al final de la vida que han llenado ésta de cosas, y al repasar
dicha vida, cuando la muerte está próxima, se generan cuestionamientos. Reflexionar y
compartir al respecto.
- ¿Cómo acompañar a quien siente que ha llenado su vida de cosas y al final de la vida se da
cuenta de que no era eso lo más importante?