Desde los inicios de la literatura, la muerte ha sido un tema recurrente desde
diferentes perspectivas y géneros. Los autores de las diferentes corrientes literarias a lo largo de los siglos han dado su toque especial a este tema, donde exponen la muerte desde varios puntos de vista, como la muerte por amor, la muerte como un acto heroico, la muerte natural y el suicidio. La muerte se hace patente de formas muy diversas, llenando de inquietudes a los hombres, que realizaron una profunda meditación sobre el poder de la muerte, rechazándola en unas ocasiones y aceptándola en otras, pero siendo siempre conscientes de su llegada segura. En la lírica primitiva no se encuentran grandes referencias a la muerte, más allá de la muerte por amor que se pueda narrar en alguna jarcha o cantiga. Por otro lado, dentro de la poesía épica podemos encontrar la muerte representada en los enemigos de los héroes, que deben asesinarles para completar sus aventuras. En el mester de clerecía podríamos encontrar grandes referencias a las muertes de los santos o de Jesucristo, es decir, muertes extraídas de los pasajes bíblicos o en relación con la religión. Con el acceso masivo de los nobles a la cultura escrita surge una corriente de literatura cortesana, hecha por y para los nobles. Este tipo de literatura se recoge en cancioneros y principalmente tiene una temática amorosa. En esta corriente aparece oficialmente el concepto de amor cortés: un sentimiento convencional, artificioso y sujeto a unas normas muy rígidas. El caballero siente un gran amor hacia una dama superior social y moralmente. Es un amor inevitable (para el caballero es imposible no amar a la dama) que nunca va a ser correspondido, lo que terminará produciéndole un gran sufrimiento al enamorado que solo podrá terminar con la muerte. Aquí podemos encontrar otro caso de muerte por amor. En el siglo XV encontramos algunos poetas que harán referencia a la muerte de formas muy diversas, adornando el trágico final con metáforas u otras técnicas literarias. Uno de los ejemplos más famosos es Jorge Manrique, con su obra Coplas a la muerte de mi padre, una obra que sirve de literatura consolatoria por la muerte de un ser querido. En la obra aparece el tópico Ubi Sunt, que viene a traducirse como la clásica pregunta “¿qué hay después de la muerte?”. Este tópico será muy recurrente a lo largo del Renacimiento. Además, Jorge Manrique retrata las “Danzas de la Muerte” o “Danzas Macabras”: un baile que hace la muerte con las personas fallecidas. El autor defiende la capacidad de la muerte para igualar a todos los seres humanos. También encontramos un componente religioso: lo importante es el final. Además, en su obra encontramos también el tópico preparatio mortis: la preparación para la muerte, la orientación de los actos para el bien morir. Avanzando en el tiempo, nos encontramos ante La Celestina de Fernando de Rojas. Esta obra, problemática debido a su autor, su género y su difusión, fue traducida a todas las lenguas romances de la época y dio lugar al género celestinesco y a múltiples imitaciones. En esta obra, la muerte aparece como un elemento sentencioso. La muerte es el castigo, el final que espera a todos aquellos que incurren en el loco amor, en la deificación de la dama, y en la avaricia. De este modo, la avaricia acabará, como una fuerza inexorable, con Pármeno, Sempronio y Celestina, del mismo modo que el amor lujurioso terminará con la vida de Calisto, y finalmente con la de Melibea, generando en el lector (u oyente) una gran impresión. El Siglo de Oro es la época por excelencia en la que se experimentan nuevas formas de narración, la cual, lejos de la visión optimista del siglo anterior, pretende mostrar los aspectos más sórdidos de la realidad. De este modo, en el Siglo de Oro tendrá lugar uno de los mayores acontecimientos de la historia de la literatura: el nacimiento de la novela moderna. En el siglo XVI tenemos dos grandes conjuntos de literatura. Uno de ellos, la vertiente más habitual, más común, es la novela idealista. Dentro de esta categoría encontramos las novelas de ficción, de carácter fantástico, caballeresco y amoroso, que describen un mundo ideal de personajes, paisajes, acontecimientos y sentimientos. Los maravillosos mundos que retrata la novela idealista, los modelos de perfección de sus personajes y el optimismo que expresan en sus argumentos van a desatar una fuerte crítica en un contexto histórico en el que la literatura no se ajusta al ambiente decadente que prima en este siglo. Es así como surgirá la novel realista, la otra vertiente, como un intento por parte de la sociedad de ver retratada su verdadera situación en la literatura. Dentro de la novela realista encontramos la novela picaresca. A este subgénero pertenece El Lazarillo de Tormes, un libro anónimo, probablemente por temor a las represalias derivadas de la crítica social. En esta obra podemos observar como la muerte acecha al protagonista constantemente, aunque nunca logra terminar con su existencia en el mundo terrenal. El protagonista, consciente de sus peligros, siempre logra encontrar una salida a sus males y termina viviendo una vida que denomina estable. El Barroco es un movimiento oscuro. La paulatina decadencia entre un siglo y otro se traducirá en una actitud pesimista frente al optimismo del Renacimiento. El Barroco expresa el artificio confuso e impuro, de capricho de la naturaleza y de extravagancia del pensamiento, tan característicos de la época. La oposición de las ideas barrocas con respecto a las del siglo anterior se dará a todos los niveles. Los cambios de perspectiva se van a reflejar claramente en la lírica del periodo. De algún modo, el Barroco va a continuar muchos de los motivos renacentistas, y los va a desfigurar hacia una descripción mucho más grotesca de la realidad. En este periodo se tratará con profundidad la fugacidad de la vida y la reflexión sobre la existencia. Dentro del teatro barroco cabe destacar a Calderón de la Barca y su obra La vida es sueño, una representación que trata enteramente sobre lo que es o no la verdad y cuyo tema principal de la obra es el destino y el libre albedrío. Esta obra tiene un protagonista muy característico, Segismundo, un hombre con alma reprimida, muy reflexivo y alterado por su larga reclusión. A lo inicio de la obra, el protagonista declara en numerosas ocasiones que sería mejor estar muerto que ser él mismo. Como consecuencia de su personalidad, que su propio padre tacha de cruel, amenaza constantemente con matar a todas las personas que se atrevan a llevarle la contraria o que incumplan sus órdenes. A lo largo de esta obra, se hacen numerosas apelaciones a la muerte: algunos personajes la observan como vía de escape y otros personajes como forma de venganza, como es el caso de Rosaura. Por último, cabe destacar que Cervantes también incluyó la muerte en sus obras. En El Quijote, el autor declara que la muerte es una posibilidad presente en cualquier acción. Se concibe la vida como un camino, un mero trance, hasta llegar a la muerte. El personaje de Don Quijote escapa de la muerte numerosas veces, pero, realmente, es un final inevitable para todo ser humano.