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ASPECTOS SUBJETIVOS EN LAS PROBLEMÁTICAS DE CONSUMO

Las problemáticas de consumo ponen en tensión múltiples variables. Hablar del


tema requiere considerar al menos tres aspectos: sujeto, objeto-droga/práctica de
consumo y contexto.
Este módulo tiene como finalidad aportar una lectura no sólo de los aspectos
subjetivos, sino también, de lo que supone un conjunto de características o
circunstancias con que lo subjetivo aparece en determinado contexto, incluyendo sus
procesos de constitución y su relación con las problemáticas de consumo en tanto
padecimiento mental.
Para ello hemos organizado el contenido en dos apartados:
I. Diversas configuraciones para pensar la constitución subjetiva. Hacerse
un cuerpo.
II. Subjetividad y problemáticas de consumo: modos del padecimiento
psíquico.
La presentación de este material de ningún modo es exhaustiva, por el
contrario, pretende sostener el debate en torno al tema a fin de poner en el banquillo
nuestras prácticas y los conceptos que forman parte de ellas, ya que como dice Lacan
(1956): “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad
de su época”. (p. 308).

I. Diversas configuraciones para pensar la


constitución subjetiva. Hacerse un cuerpo.

La subjetividad en los bordes de la Salud Mental.

1
El contexto actual, en tanto marco legal1, establece la inclusión de las “adicciones
como parte integrante de las políticas de salud mental” y, el uso problemático de
drogas/objetos, como padecimiento mental: “entiéndase por éste a todo tipo de
sufrimiento psíquico de las personas y/o grupos humanos (…) como proceso complejo
determinado por múltiples componentes…” que afecta el modo de las personas de
estar en el mundo.
Sabemos que los modos de enfermar tienen un matiz histórico y las
problemáticas de consumo no escapan a las incidencias de los discursos. En este
sentido, no siempre fueron consideradas como padecimiento mental, esa concepción
es efecto de crisis de paradigmas anteriores y de las transformaciones en las prácticas
sociales; orientación que supone no desconocer la subjetivación de ese padecer e
incluir dicho proceso como siendo parte del abordaje y/o tratamiento.
Podemos ubicar esta conceptualización dentro de una corriente de pensamiento
más amplia, el enfoque médico-social/salud colectiva latinoamericanos2, que coincidió,
a nivel mundial, “con la crisis de eficacia de la Salud Pública tradicional por su
imposibilidad de dar respuesta a los problemas que se generaban en los colectivos
humanos (…).”
Cabe mencionar, que “las corrientes y tendencias del campo de la Salud en
general suelen ser consideradas e historizadas como específicas cuando se analiza la
salud mental (…) Todas ellas son propuestas políticas y técnicas que forman parte de
complejas articulaciones entre el Estado, lo social y las políticas en salud, que se
manifestaron en el campo de la Salud Mental de manera particular.” 3 Sabemos que
formas institucionales específicas de salud mental develan, más claramente, la
imbricación entre mandatos sociales de orden y propuestas curativas, y esto tiene una

1
Ley Nacional de Salud Mental, 26.657/10. Decreto Reglamentario 603/13. Ley 26.934/14 Plan Integral
para el Abordaje de los Consumos Problemáticos (Plan IACOP).
2
A. Stolkiner; S. Ardila Gómez(2012), “ Conceptualizando la salud mental en las prácticas:
consideraciones desde el pensamiento de la medicina social/salud colectiva latinoamericanas”, en
Vertex- Revista Argentina de Psiquiatría, 2012 ( en prensa).
3
Ídem.

2
incidencia directa sobre el modo en que se va a considerar lo subjetivo y su implicación
en los modos del padecimiento.
Por un lado, asistimos a procesos de transformación de la atención en Salud
Mental, en los cuales se propone “una práctica integral que incorpora la dimensión
subjetiva, histórica y social tanto en el abordaje de poblaciones como de sujetos
singulares.” Pretendiendo así desplazar los modelos mecanicistas, biologicistas, la idea
de salud como “normalidad” y la concepción de enfermedad como ahistórica y asocial.
Por otro lado, la construcción social de los problemas de salud está siendo
reemplazada por la construcción corporativa de la enfermedad, existe un empuje
constante y vertiginoso que incluye desde generación de lenguajes hasta estrategias
de mercado, pasando por una exaltación a la vida, y su prolongación a cualquier costo;
la vida como objeto mercantil. A su vez, la salud se transforma en un imperativo, una
nueva “moral de lo cotidiano” que pasa por el control del cuerpo y de los hábitos.”4
Esto va muy bien de la mano con el concepto foucaultiano de “biopoder” y su
derivación en la biopolítica.
Es importante advertir entonces que los cambios sociales, económicos y
subjetivos interpelan a repensar las prácticas que se desprenden, por un lado, de la
“construcción de discursos neo-biologicistas que, una vez más, tienden a reducir la
enfermedad a la unicausalidad o priorizan arbitrariamente una causa específica. Se
trata de discursos que forman parte de prácticas concretas ligadas a las necesidades de
expansión de mercados y al cuidado de la rentabilidad del aseguramiento en salud,
entre otros fenómenos.”5 Las prácticas de salud no pueden seguir centradas en la
suposición que atienden “cuerpos biológicos” cuando se trata de sujetos en
situaciones de padecimiento.
Siguiendo a G. Canguilhem: “la definición de salud que incluye la referencia de la
vida orgánica al placer y al dolor experimentados como tales, introduce

4
Ídem.
5
Ídem.

3
subrepticiamente el concepto de cuerpo subjetivo en la definición de un estado que el
discurso médico cree poder describir en tercera persona”.
Por otro lado, las prácticas que se enmarcan en la conceptualización del proceso
salud-enfermedad-cuidado, el enfoque de derechos y la perspectiva de integralidad,
que ponen el acento en el desplazamiento del eje de la enfermedad al sujeto, el que
ha llevado a introducir el concepto de “sufrimiento psíquico” o “padecimiento
subjetivo” enfatizando la subjetividad en el sentido social y singular. En esta dirección,
el marco legal no implica solamente un nuevo ordenamiento jurídico, constituye un
elemento nodal en los aspectos técnicos y de gestión, y liga indefectiblemente con la
ética en la clínica singular.
Esta mirada permite abarcar, en contraste con la tendencia a la
objetivación/medicalización, las formas de relación entre las personas y/o las
instituciones que conforman las redes y los lazos sociales. En consecuencia, el abordaje
de la salud mental y las adicciones, debe alcanzar a diversos sectores, a los distintos
niveles de la atención en salud pública o privada, a distintas organizaciones
comunitarias, a colectivos de familiares y usuarios.
De lo anteriormente expuesto se desprende que no hay un único modo de ubicar
la subjetividad en relación a las problemáticas de salud mental. Tampoco hay un único
modo de pensar su conceptualización.
En este trabajo, partimos desde los aportes del psicoanálisis, como discurso que
subvierte los valores del capitalismo, para pensar la subjetividad como el modo en
que cada ser hablante se hace un cuerpo. No hay un modo de subjetivarse sin el
acceso a la apropiación de un cuerpo, experiencia siempre singular. Esto nos permitirá
también pensar el padecimiento como la relación perturbada del sujeto con su propio
cuerpo; dicho en otras palabras, el goce.

La constitución subjetiva en la configuración de los lazos sociales.


De modo general, la construcción de la subjetividad está vinculada a los aspectos
imaginarios, simbólicos y culturales que hacen a la conformación de los colectivos

4
sociales; por lo tanto, intervienen en su configuración los discursos de cada época. Esta
determinación vía el lenguaje trae consecuencias para el ser que habla y su cuerpo.
Muy tempranamente Freud da cuenta de las inconsistencias que acontecían
entre un cuerpo afectado por las representaciones y un cuerpo biológico u organismo
–el mecanismo de conversión en la histeria, es un ejemplo de ello. Es precisamente ese
enlace peculiar entre cuerpo y representación patógena la novedad del psicoanálisis.
¿Cuál es la manera en que se engancha el organismo y el cuerpo de
significaciones en la constitución subjetiva? Para responder esta pregunta vamos a
tomar la referencia de El Malestar en la cultura. En 1930, Freud escribe acerca de la
carencia e inconsistencia del ser humano debido a su particular constitución psíquica.
Por el hecho de civilizarse el individuo encuentra pérdida y renuncia. La estructura
psíquica se configura alrededor de una falta existencial producto de la pérdida de
naturalidad del ser vivo. Los seres humanos nacemos desvalidos, prematuros y
desarraigados instintivamente. Lo que civiliza esa cuestión, es el encuentro con otros
seres hablantes, donde las palabras y las miradas erotizan un cuerpo dividiéndolo de lo
puramente biológico. Las necesidades vitales pasan por la interpretación de otro/a y el
instinto, característico del animal, queda coartado por la demanda y el deseo
humanos.
Esta constitución, atravesada por la presencia de otro/a que habla, su imagen y
el aparato del lenguaje, complejiza la trama existencial de cada individuo. Y Freud
sostiene que, por esta condición estructural, a la humanidad le está vedada la felicidad
completa, hay una renuncia forzosa a ser uno con el todo y, tal como nos ha sido
impuesta, la vida nos resulta pesada. Tres fuentes de sufrimiento nos amenazan: el
mundo externo, el cuerpo y la relación con los otros y esta última, quizás, sea más
dolorosa que cualquier otra.
La tesis freudiana plantea que el ser humano cae en su neurosis porque no
logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales.
El sujeto al principio es un ser social, y en pos de una comunidad –pareja, familia,

5
escuela, trabajo– restringe y renuncia a sus posibilidades de completa satisfacción, no
por ello es más feliz, persiste aún un deseo íntimo reprimido.

Del “cachorro humano”


al sujeto como ser hablante.

Lacan retoma esta tesis y nos dice que el sujeto6 que habla queda dividido
entre el discurso –es decir, los lazos sociales–, y su verdad inconsciente, singular. Un
sujeto dividido entre su parte colectivizada y colectivizable y la que no; entre lo que
cree que “debe hacer” y lo que quiere; entre los dichos que vienen del cuerpo social y
el decir de su propio cuerpo; entre su goce y el sentirse culpable, inhibido o empujado
al acting o al acto por ello.
Esta división psíquica estructural requiere de satisfacciones sustitutivas, dirá
Freud, de paliativos o calmantes para aliviar el dolor de existir.
Una forma de alivio de ese malestar es, paradójicamente, el síntoma o los
síntomas, que funcionan como formaciones de compromiso entre lo inconsciente y lo
consciente, como una forma de tratar la falta y la culpa.
Otro calmante frente al sufrimiento es la intoxicación, y quizás sea el método
más tosco y a la vez más eficaz. “Es notorio –dice Freud– que esa propiedad de los
medios embriagadores –la ganancia de placer y la independencia del mundo exterior–
determina justamente su carácter peligroso y dañino”. (Freud, 1996, p. 78). Resulta al
menos curioso que, para lograr la independencia del mundo exterior, haya que recurrir
a un medio tóxico; quizás ese propósito muestra en parte que, la configuración
subjetiva mediada por el Otro que habla, vía los discursos y el lazo social, implica una
sugestión enorme.

6
Conservamos el término sujeto para sostener la rigurosidad teórica de los autores trabajados. En
psicoanálisis, el término sujeto no refiere a género, sino a la incidencia del inconsciente en la
configuración de un individuo.

6
C. Soler (2015) utiliza la expresión de Lacan
“apalabrado” para designar el proceso de socialización, el
hecho que un sujeto entra en el discurso y se socializa.

Esta determinación del discurso no es sólo verbal, el lazo social también regula
las prácticas corporales desde el principio de la vida, las costumbres, lo que se
encuentra prescripto o prohibido en cada momento de la historia… por eso no hay que
sorprenderse que hoy los sujetos hablan y actúan los valores del capitalismo.
Pero, si un primer sentido del apalabrado es la sugestión, hay otro aspecto que
indica la posición que el sujeto toma en ese discurso: su consentimiento. Y éste es un
acto implícito de adhesión, sin lo cual no existe tal discurso. Un discurso no se puede
sostener sin los sujetos que prestan su pensamiento, su cuerpo, que sin ellos no sería
nada, las palabras serían ruidos vacíos sin sentido. La determinación que hay entre el
discurso y los sujetos deja subsistir procesos de diferenciación entre los individuos,
procesos sin los cuales solo existirían masas amorfas, indiferenciadas. Estos procesos
de diferenciación muestran que la relación de determinación de los lazos sociales, los
sujetos y sus cuerpos es no-toda. Algo se sustrae al apalabramiento y eso que se
sustrae tiene que ver con la verdad subjetiva singular. Y es tan singular que proviene
del inconsciente de cada uno/a.

Esa verdad inconsciente, que el sujeto no sabe, la articula en la palabra


consciente de sí. Es un saber sin sentido que toca el cuerpo; un saber inconsciente que

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nos introduce a la dimensión del goce. El goce es una satisfacción paradójica, una
regulación económica subjetiva entre el placer y el displacer: lo mismo que hace bien,
hace mal y eso se cifra en el síntoma o se muestra a “cielo abierto”. El goce es la
relación perturbada que el ser hablante tiene con su cuerpo y que está en relación con
la verdad singular que resiste al discurso, dando cuenta de la división del sujeto entre
las prácticas del cuerpo socializado por el lenguaje y un inconsciente que afecta su
cuerpo.
Gabriel Lombardi (2018) dice: (…) han pasado cuarenta años del último escrito
de Lacan y en ese tiempo, pasaron algunas cosas. Entre ellas, cambios deslumbrantes
que opacan paradigmas previos de los lazos sociales, civilizaciones enteras forzadas a
globalizarse por las seducciones del discurso científico y su instrumentación capitalista
(…) Drones, ordenadores y smartphones reconfiguran nuestra antigua morada de
lenguaje (…) Por suerte, está el inconsciente, es decir, la reacción del parlêtre (ser
hablante) a las coerciones del lenguaje de máquina. El inconsciente, (…) nos permite
equivocar la perspectiva y, de paso, zafar de la programación, hacer un uso
diversamente ambiguo de cualquier lenguaje, jugar con él, extender lalengua si se nos
ocurre, (…) Siempre, siempre tenemos a nuestro alcance la activación de esa
desconexión viviente que somos, esa posibilidad radical de “decir que no”.
Y cabe preguntarnos: ¿cómo un sujeto se inscribe en el discurso? ¿Cómo acepta
todo eso? Vía las identificaciones. Freud nos dice, en Psicología de las masas y análisis
del yo, que un sujeto toma posición frente a un rasgo de otro/a vía la identificación. Y
esta identificación primaria constituye el primer lazo afectivo con un objeto de amor;
primera de las modalidades de lazo con el otro/a. Por eso luego en la clínica nos
encontramos con todo el problema de la separación, de la independencia del mundo
exterior.
Al inicio, hay un encuentro del niño/a con el cuerpo de otro/a portador/a de los
rasgos identificatorios, que es pre-subjetivo: huellas de voz o mirada (objetos
pulsionales); luego esas huellas se borran y aparecen trazas o rasgos que el sujeto
asume como propio en la alienación significante. Esa estructura condiciona el modo en

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que el sujeto se va a ubicar en el discurso y ante un cuerpo extraño que debe adoptar
como propio.
Podemos advertir que, en el proceso de subjetivación, se produce un
entramado psíquico complejo que supone averiguar, caso por caso, cuáles son las
condiciones estructurales de la existencia de un sujeto, a partir del modo peculiar en
que ha accedido al lenguaje, con las palabras con que sus padres dejaron sentado (en
una memoria inconsciente) el deseo o el rechazo que acompañó su llegada al mundo,
de los términos en que se jugó la relación sexual que lo produjo y también de la
posición del sujeto ante esos datos. (G. Lombardi).
La constitución subjetiva tiene efectos paradójicos, por un lado hacemos todo
lo posible por “ser parte” de… ser reconocidos/as y amados/as en y por la familia,
pareja, amigos, trabajo… la identificación funciona así, al menos un rasgo nos da
pertenencia. Y en ese proceso, sin percatarse demasiado, uno queda alienado al
discurso del Otro. Por otro lado, también hacemos lo posible por “ser” diferentes,
únicos/as, queremos ser reconocidos/as por nuestra singularidad.
Hacerse un cuerpo
Y ¿Qué decir acerca de un cuerpo extraño que el sujeto debe asumir como
propio? Podemos remitirnos a los antecedentes freudianos que establecen la
articulación entre narcisismo, libidinización del cuerpo e investidura de objeto y
constitución del yo.
En 1914, Freud define al narcisismo como “aquella conducta por la cual el
individuo da a su cuerpo un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual”.
Se esboza aquí la ajenidad que entraña para el ser humano su propio cuerpo, en tanto
puede tratarlo como si fuera otro objeto e investirlo libidinalmente. El narcisismo
permitiría entonces el anudamiento entre yo y cuerpo, haciendo de ese organismo un
cuerpo propio, un cuerpo erógeno y que paradójicamente puede volverse lo más
ajeno.
Se establece así un juego entre lo propio y lo ajeno donde la imagen del cuerpo
cobra un valor fundamental. Esta fase, Lacan la denomina del espejo. Hay una función

9
identitaria de la imagen antes que advenga un sujeto propiamente dicho. Freud dirá
que es requerido un nuevo acto psíquico para que esta acción tenga lugar. El ideal del
yo es la instancia psíquica que soporta la identificación simbólica, primera
identificación a un rasgo del otro, con sustrato en la imagen de un yo ideal. La imagen
se convierte así en el primer objeto de amor y la identificación, como hemos dicho, en
el instrumento de socialización.
¿Qué es lo que funda la importancia de esta primera identificación? El amor a la
imagen del cuerpo, vía el narcisismo. Lo que preside a la unidad del yo, es un
autoerotismo feliz, satisfecho, el placer experimentado en el propio cuerpo en paralelo
a las funciones vitales. El yo se constituye en base a una satisfacción sexual. El cuerpo
se experimenta a través de las pulsiones parciales, que en principio no significa ningún
malestar, siempre y cuando no interfiera la exigencia del otro/a, la demanda del Otro
Social. La interferencia de otro/a o del Otro produce modificaciones pulsionales que
trastocan el cuerpo, no olvidemos que Freud menciona el cuerpo propio como una de
las fuentes de sufrimiento y malestar.
De esta manera vemos cómo se va enganchando, soldando dice Freud, la libido
puesta en la organización narcisista del cuerpo con la demanda del Otro social, un
cuerpo erógeno construyendo un lazo. Claro está, que en esa “soldadura” hay fallas, y
vemos generarse toda la gama y diversidad de síntomas con su fijación de goce.

II. Subjetividad y problemáticas de


consumo: modos del padecimiento
psíquico.

Subjetividad: entre lo actual y la repetición de lo mismo.


De hecho hay todo un discurso en relación a la patologización del narcisismo:
“personalidad narcisista”, “afecciones narcisistas”, “psiconeurosis narcisistas”. De lo
que sucede cuando un sujeto queda fijado a un goce “autoerótico”, que es una forma

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muy actual de pensar clínicamente la problematización del consumo, dado que las
condiciones de la época propician el aflojamiento del entramado simbólico y el
estallido de los lazos sociales.
Las nuevas presentaciones sintomáticas se caracterizan por actos irrefrenables
que buscan desesperadamente tener un lugar en el lazo social, intentos fallidos que
arrojan a la búsqueda de atenuantes, paliativos para soportar el dolor de existir.

La subjetividad y sus formas de padecimiento no están por fuera de los efectos


del capitalismo y su promoción a un orden económico de carácter ilimitado, pero el
capitalismo no establece ningún orden subjetivo, las verdades singulares resisten a ese
ordenamiento. Asistimos a la aparición de síntomas singulares que escapan a la
programación del orden neoliberal; dice Lacan, lo forcluido en lo simbólico reaparece
en lo real. Expresión que connota una abolición contundente respecto a lo simbólico.
Dice Freud: "Existe un tipo de defensa mucho más enérgica y mucho más eficaz, que
consiste en que el yo rechaza (verwirft) la representación intolerable,
simultáneamente con su afecto, y se comporta como si la representación no hubiera
llegado jamás al yo". Puede entonces suceder que algo primordial en lo tocante al ser
del sujeto no entre en la simbolización, y sea, no reprimido, sino rechazado...
Y tendemos hablar de “nuevos síntomas”, pero en realidad no son más que
formas de goce fijado como inventiva del sujeto para responder al malestar en la
cultura. Son síntomas que muestran la crisis del lazo social: “narcisismo”, depresión,
abulia, consumo nocivo, hedonismo, sentimiento de “estar en falta”, angustia de
“estar en deuda”, actitud de huida, “acting” (sujetos actuando en posición de objeto
que eventualmente divide al otro, no a sí mismo), padecimientos subjetivos que tocan
y trastocan el deseo humano, cuerpos tomados por el discurso capitalista que deja por
fuera el amor.

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Subjetividad entre la falta y el exceso.
Lacan establece la idea que el capitalismo introduce una nueva relación entre la
falta y el exceso, una nueva relación entre la insatisfacción del deseo y el exceso de
goce.
“Esta nueva relación hace que podamos captar que en el siglo XXI ha surgido un
nuevo tipo de subjetividad neoliberal, que podemos caracterizar como el empresario
de sí mismo”. (Alemán, 2016, p. 33). Como alguien que está todo el tiempo desde la
relación consigo mismo, gestionando y organizando modos de rendimiento que van
más allá del principio del placer, empujados a un plus de gozar, más allá de las propias
limitaciones. “El confín clínico de esta experiencia del empresario de sí es la depresión
o la adicción, para aquellos a los que la adicción ayuda a sostenerse en esa carrera
ilimitada y circular (…).”
El objeto droga es homólogo al objeto del mercado: se oferta a un consumo
siempre renovado que pretende agotar el orden de la falta. El objeto droga funciona
en solidaridad con la exclusión de la falta, lo que también se traduce en la tendencia a
la exclusión del lazo y promueve un goce “autista”. El sujeto, que padece de la
dependencia al objeto droga, se arma con una máscara yoica (organización narcisista)
que puede llegar a una inflación maníaca del yo, y permite sortear la angustia, el dolor,
la inhibición y el síntoma, que son marcas de la división subjetiva; división que da
cuenta de la falta y que traduce lo que estructuralmente es un punto de imposibilidad,
de límite o de castración.

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Esta envoltura formal del síntoma como efecto de los imperativos actuales,
también ha sido abordada por Zygmunt Bauman bajo la figura de la “liquidez”. Cierta
tonalidad maníaca –aunque sobre un fondo depresivo y de aburrimiento– acompaña
esta liquidez generalizada, que se traduce privilegiadamente en un empuje a la
diversión. La tonalidad maníaca y el empuje a la diversión acompañan el consumo de la
época.
Nos encontramos con sujetos, que en virtud del recurso defensivo al que
apelan y su fijación a ese narcisismo vacilante e inestable, parecen poco proclives a la
intervención de otro/a y a la modificación de la posición subjetiva.
El tóxico y la manía pueden devenir como consecuencia de esa estasis de la
libido en el cuerpo, los narcóticos están destinados a sustituir el goce sexual faltante.
Un discurso que aboga por eludir esa falta va instituyendo un modo de lazo (o de des-
lazo) bastante particular, porque lleva al aislamiento, y eso es una paradoja.

Subjetividad: eludir la falta (ser-para-el-sexo).


Los lazos sociales suponen un orden entre los sujetos y eso conlleva alguna
forma de confrontar con la falta. Se entiende así, que la relación con otros/as sea una
fuente de sufrimiento. Freud adjudica a las toxicomanías la posibilidad de
independencia del mundo exterior, como calmante, cumpliendo la función de defensa
contra un goce más doloroso o angustiante.
Entramos en un terreno donde las formas de repetición del padecimiento,
inherente a la condición humana, se enreda con la compulsión al consumo de algo o
alguien; un terreno diverso y complejo del encuentro o desencuentro con lo diferente,
distinto, dispar pero también semejante.
Lo cierto es que también con otros/as hacemos pareja y practicamos el amor, a
pesar del capitalismo y sus efectos de segregación. Nadie podría negar los cambios
acontecidos en las formas típicas de relacionarse entre los sexos, la diversidad de
posiciones sexuadas, las maneras de encuentro entre los cuerpos, de hacer pareja y
decir el amor.

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Lacan sostiene que cuando se trata de biología el genotipo del cuerpo
transporta algo que determina el sexo, pero eso no basta, ya que, a partir que
interviene el lenguaje en el ser vivo, eso se dramatiza porque “el ser hablante, es esa
relación perturbada con su propio cuerpo que se denomina goce”. (Lacan, 2012, p. 41).
En el espinoso campo de la sexualidad, el ser hablante lidia con los mandatos
del discurso, con los ideales transmitidos de generación en generación, con las
limitaciones que cada cultura impone y que determina los modos de funcionar
conforme a los tipos hombre y mujer. Y, a todo ese cúmulos de palabras e imágenes,
tenemos que agregarle un cuerpo sexuado, extraño, que le fue dado y hablado.
Los individuos, en principio, se distinguen sexualmente vía las identificaciones,
es decir: “se los distingue, no son ellos quienes se distinguen.” (Lacan, 2012, p.16). Tal
como se diga una niña o niño tendrá relación según el valor que tome esa diferencia,
“(…) que estaba allí para los padres desde mucho antes, y que pudo ya tener efectos
sobre la manera en que fueron tratados como hombrecito y mujercita.” (Lacan, 2012,
p.16). Es un error común creer que cada quien se distinguirá como sexuado a partir de
esos criterios, no considerando la “vocación prematura, que cada uno experimenta con
su sexo” y que eso no anda, porque la sexualidad adolece de una falta, jamás puede
ser toda dicha vía el lenguaje, escapa a la simbolización. “Los encuentros sexuales
siempre son fallidos, incluso y sobre todo cuando son un acto.” (Lacan, 2012, p. 27).
Lacan, en 1967, utiliza la expresión ser-para-el-sexo para nombrar lo que
designamos como castración, y lo hace en relación al goce sexual que falta, es decir
que por condición de la estructura humana nunca se podrá completar, sí suplir, pero
siempre será no-todo. Y aclara: “(…) cuando somos dos, la castración que descubre el
sujeto no puede ser sino la suya.” (Lacan, 1967, p. 385).
Ese descubrimiento subjetivo se conjuga con una posición ética, y cada sujeto
hará su elección, tarde o temprano: las fantasías, el síntoma, las muletas, la cobardía
moral, la huida, la droga, el acto, el acting, y la lista podría seguir… serán soluciones
subjetivas para la castración.

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Una de esas opciones para eludir el pasaje por la castración, y que es bien de
época, es “drogarse”. El tóxico sirve de muleta para levantar la inhibición o producir
excitación y hace que algo funcione para estar con otro, aunque sea engañando al
partenaire en el encuentro sexual de los cuerpos.
Eludir el pasaje por la falta, en el padecer de estar intoxicado, muchas veces
asume la forma de rechazo de la palabra como aquello que podría representarlo en el
lazo social. En la misma medida en que resulta eludida la castración, se elude también
la vía del deseo y del amor. Esa forma de goce muestra una modalidad de satisfacción
deserotizada del otro, autoerótica, que en el extremo coincide con el empuje-hacia-la-
muerte, tanto en su faz ligada a la destrucción y a la violencia, como en el apagamiento
de la apatía-anhedonia, hasta llegar a la apariencia espectral. El objeto droga o práctica
compulsiva permite eludir la pregunta por la diferencia sexual.

Diferentes usos subjetivos del consumo. Particularidades de los tipos de


síntomas
“El consumo problemático se produce cuando una situación de vida exige
aliviar un dolor, evadir un vacío, anestesiar condiciones de vida insoportables o
propiciar estímulos o intensidades que no se están encontrando por otras vías, a través
del recurso de una sustancia y/o actividad que promete sin demora un alivio o
bienestar.”(SEDRONAR)
No todos los usuarios de drogas, “legales o ilegales”, se sienten “mal” afectados
por su consumo y no llegan a problematizarlo.

En otros, aparece una negación del


padecimiento: no se quiere ver, no se quiere oír o
no se quiere hablar de eso.

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La diversidad de presentación de las problemáticas de consumo está dada por
la relación entre el sujeto y el objeto droga/práctica compulsiva. Allí interfieren: las
condiciones del contexto social, lo cultural, lo histórico y la estructura subjetiva
particular: hablamos de neurosis, psicosis y perversión, como una forma de ubicar los
síntomas típicos compartidos por algunos. Luego advendrá lo más singular del sujeto,
que es su posición en esa estructura: ética y nodal.
En las neurosis, por ejemplo, el consumo excesivo puede responder a la
estructura de metáfora, muestra un síntoma en sustitución de otro. Puede representar
un sustituto para suprimir la angustia, aliviar un dolor, resolver inhibiciones frente a la
subjetivación de la posición sexual, demorar un duelo, obturar o producir una falta
como efecto de la división subjetiva.
Otra lógica del uso o abuso de sustancias y/o prácticas, se corresponde con las
coordenadas de las particularísimas escenas que requiere un goce perverso en su
eficacia fantasmática.
En las psicosis, el uso de drogas suele tener el valor de “remedio” o solución
como un modo de tratar las consecuencias de la condición de estructura. Esa práctica
de consumo, que aparenta ser nociva, tiene en sí misma un valor restitutivo o resulta
un medio para soportar el vacío de significación o el dolor de existir; es decir que, a
través del consumo se ordena o localiza la relación al goce, que es otro exceso mucho
más complicado de recortar en su relación al cuerpo o a los otros. Freud dice algo
similar en lo que respecta a los llamados “síntomas productivos” de la psicosis: “lo que
nosotros consideramos la producción patológica, la formación delirante, es, en
realidad, el intento de curación”. Si el psicótico sabe curarse por sí solo con su síntoma,
tal vez podamos acompañarlo en ese trabajo, pero precisamente no deberíamos ir en
contra.
Los diferentes usos subjetivos de las drogas y/o prácticas nos advierte de la
pertinencia del uso diagnóstico, ya que, cuando se habla de problemáticas de
consumo, se tiende a ubicarlas en un abordaje de tanta especificidad que se las eleva a
una categoría diagnóstica (trastornos relacionados con sustancias: F10 intoxicación por

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alcohol, F12 intoxicación por cannabis, F14 intoxicación por cocaína, F19 consumo de
múltiples sustancias, etc.), despojándola de toda subjetividad. Por ejemplo, es
bastante frecuente que se piense que todas esas “F” 10, 12, 14 “tienen personalidad
narcisista”, y sin más eso se replica en cada historia clínica.
En primer lugar, es importante diferenciar que una cosa es hablar de
personalidad y otra suponer un estado o afección de la organización narcisista, que
como hemos dicho, refiere a un elemento de la constitución subjetiva, y que de
acuerdo a como haya resultado esa configuración en cada una de las estructuras
(porque la constitución del yo es diferente en las neurosis, las psicosis y la perversión)
serán diferentes la organización del cuerpo, el estatuto y mantenimiento de su imagen
y los lazos y relaciones con la realidad.
En segundo lugar, el diagnóstico debería tomar el valor de una conjetura o
hipótesis como herramienta para pensar las variantes de la función que el
objeto/droga cumple, y la posición singular en un ser capaz de elegir, donde se pone
en juego la ética en el ejercicio de la libertad, “la determinación subjetiva no pasa por
el saber, sino por el acto y que lo que se repite por azar –en un ser capaz de elegir– es
el punto que esta determinación toca lo real”. (Lombardi, 2018, p.13).
Clínicamente, esa singularísima posición ética, que está anudada a las
coordenadas existenciales del sujeto, será el punto de entrada y salida de resolución o
no frente al padecimiento. En ese punto “sólo importan los signos subjetivos, los signos
del desacuerdo o del acuerdo del sujeto con su deseo, de su rechazo o resignación ante
los efectos invasores de un goce confusionante e insoportable, de su cobardía o de su
coraje ante un vaciamiento de goce que pueda volver árida y triste la vida cuando la
fantasía ya no suple esa carencia.” (Lombardi, 2012, p. 9).

La singularidad del síntoma: Lo que un sujeto conoce de sí sin reconocerse en


ello
En este último tramo, presentaremos brevemente los estatutos del síntoma en
relación a esa singularísima posición ética con la que el ser hablante expresa su

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protesta ante las coordenadas que definen su ser-para-la-muerte y su ser-para-el-sexo;
hablamos de la subjetividad en su punto más irreductible y diferencial.
Los síntomas se definen a partir de dos coordenadas fundamentales: una toma
de posición del sujeto respecto del padecimiento; y, ese padecimiento es irreductible
frente a soluciones cotidianas que se puedan ofrecer; es decir, no se han encontrado
otras vías de alivio o estimulación.
Si las problemáticas de consumo se consideran un padecimiento subjetivo y, el
sufrimiento psíquico se define como un proceso complejo determinado por múltiples
componentes, podemos servirnos de la analogía de Lacan, que intentó tomar esos
múltiples del sufrimiento y cernirlos en un nudo de tres cuerdas, luego agregó una
cuarta para mostrar la complejidad tanto de la estructura psíquica como la
sintomática, que llegado un punto no son discernibles.

Dice Lombardi (2009): “Si uno intenta discernir rápidamente la


estructura de estas cuerdas, tironeando de ellas para saber si pueden
desanudarse, se enredarían más y más”. Así la estructura del síntoma
es algo muy enmarañado, no solamente hay nudo sino que el mismo
está enredado. En el abordaje de una dolencia así, inicialmente uno
está en problemas y ni siquiera sabe cuál es el que importa solucionar.
Sagastizábal, 2003

El consumo problemático se presenta de la misma manera: comprometido con


las cuerdas del nudo sintomático, enredado y anudado tanto a la estructura psíquica
como al cuerpo sufriente; por lo tanto, intentar suprimirlo rápidamente sería tensar los
hilos subjetivos y provocar más dolor.
Aunque fuéramos todos neuróticos, todos perversos o todos psicóticos y todos
consumiéramos, la forma en que padeceríamos de eso, nos distinguiría, porque “el
síntoma es la forma de gozar del inconsciente” y lo inconsciente se escribe en singular.
A esa forma de gozar del inconsciente, le debe el síntoma su carácter de
alteridad: es íntimo y éxtimo a la vez. Hay algo de extrañeza en el síntoma: al sujeto le

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es ajeno algo de su sufrimiento aunque íntimamente sabe que le concierne. “El
síntoma es lo que un sujeto conoce de sí sin reconocerse en ello.” (Lacan, 1976, p.
156).
El síntoma tiene una función primaria que se relaciona con la evitación del
conflicto; y una función secundaria, donde opera una especie de acomodación al
síntoma, egosintonía, donde las presentaciones del padecimiento no presentan ningún
enigma para el sujeto, sosteniendo así esa extraterritorialidad del síntoma y la función
de desconocimiento propia del yo.
Otro estatuto del síntoma aparece cuando el sujeto se perfila algo que le
sugiere que hay una causa para su padecimiento, algo que muestra un desarregle no
sólo con el otro/a sino consigo mismo. El síntoma es mal recibido, no cumple ningún
cometido útil, Freud dice que: “Los síntomas son actos perjudiciales, o al menos
inútiles para la vida en su conjunto, a menudo la persona se queja de que los realiza
contra su voluntad, y conlleva displacer y sufrimiento para ella.” (Freud, 1916/17, 326).
El malestar empieza a irrumpir y da muestra de la división psíquica, el síntoma
se transforma en egodistónico, aquello que no anda: lo que se opone o resiste al
discurso y también al orden del lazo social.
Dice Lacan (2004): “Llamo síntoma a todo lo que viene de lo real, y real a todo
aquello que anda mal, que no funciona, que se opone a la vida del hombre y al
enfrentamiento de su personalidad.”
Cuando un sujeto habla dice más de lo que quiere, trastabilla, se enreda, se
equivoca, hace chiste, se corrige y al querer rectificarse… solo consigue ratificar su
decir: el sujeto expresa en su síntoma un malestar legítimo, tal vez incurable, pero
hablando la gente se entiende…en el mejor de los casos, con su síntoma.

“Usted puede saber lo que dijo,


nunca lo que el otro escuchó.” J. L

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Bibliografía Obligatoria
I. Diversas configuraciones para pensar la constitución subjetiva. Hacerse un
cuerpo.
Stolkiner A., Ardila Gómez S., (2012), “Conceptualizando la salud mental en las
prácticas: consideraciones desde el pensamiento de la medicina social/salud colectiva
latinoamericanas”, en Vertex- Revista Argentina de Psiquiatría, 2012 (en prensa).
II. Subjetividad y problemáticas de consumo: modos del padecimiento psíquico.
Apartado
Soler, C. (2015), Conferencia: “Apalabrados por el capitalismo”,
https://youtu.be/3VYcRCPLhV8
Soler, C. (2017), “Nueva economía del narcisismo”, Publicaciones FARP

Bibliografía sugerida
Anexo. Para conversar: Subjetividad y problemáticas de consumo en contexto de
pandemia por COVID-19.
Ley de 26.657
Decreto Reglamentario 603/13

20
Ley 26.934/14 Plan Integral para el Abordaje de los Consumos Problemáticos
https://parletre.org/2016/07/19/entrevista-desconocida-con-jacques-lacan-por-
emilio-granozotto/.
Alemán, J. (2016), Horizontes neoliberales en la subjetividad. Grama Ediciones,
Buenos Aires.
Freud, S. (1929-30), El Malestar en la cultura en Obras Completas, tomo III, Ed. EL
Ateneo, Buenos Aires, 2003.
Lacan, J. (1972-72), El seminario 19, …O peor, Paidós, Buenos Aires, 2012.
Lombardi, G. (2004), “Singular, particular, singular. La función del tipo clínico en
psicoanálisis”. En (comp): Singular, particular, singular. La función del diagnóstico en
psicoanálisis. Publicación de la Cátedra I de Clínica de Adultos, Facultad de
Psicología, UBA.
Lombardi, G. (2012), La clínica del psicoanálisis. Las Psicosis, Atuel, Buenos Aires.
Zupancic A., Copjec J., Cevasco R., (2013), Ser-para-el-sexo. Diálogo entre filosofía y
psicoanálisis, Ediciones S&P, Barcelona.

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