Está en la página 1de 11

Mutaciones de la experticia en un mundo de usuarios

Eduardo Apodaka, Mikel Villarreal & Itziar Ugarteburu


Universidad del País Vasco

In
Eduardo Apodaka, Lucia Merino & Mikel Villarreal (eds.) (2012), Crisis y mutaciones

de la expertise. Escenarios, políticas y prácticas del conocimiento experto, Ascide:

Zarautz, 59-71.

I. Introducción

La producción social del conocimiento, su circulación y difusión están variando


rápidamente, con ello la figura del experto va mutando. Aunque el experto clásico no
desaparece, y continúa ejerciendo una función de acumulación de conocimientos,
habilidades, competencias y apariencias, su capital carece de relevancia si no se vincula
en redes de transferencia. El nuevo experto es más bien un guía: su función es establecer
relaciones y conexiones. Y, sobre todo, no dejar de circular. Conecta en sistemas de
relaciones a las partes precisas para producir la sinergia y la emergencia de soluciones,
anima y motiva a las partes estáticas para que se produzcan flujos, encuentros e
intercambios, y no siempre de forma intencional. El nuevo experto puede ser algún tipo
de artilugio técnico o simbólico. Por ello, abandonando personificaciones, podemos
referirnos a una “función experta”. El experto muta en función dentro de una economía
general informacionalizada (Lash, 2005).

II. Experticia moderna: entre el sabio y el experto

La experticia moderna se fue fraguando en la progresiva diferenciación de


círculos de construcción de la realidad y en sus luchas por la legitimidad y la
hegemonía. Esto es algo conocido. Hay una recurrente competencia entre tradiciones de
representación, vamos a resumirlas en las figuras del sabio y del experto.
El experto es parte de nuestro mundo, de la modernidad avanzada y sus
desarrollos postmetafísicos, pero hunde sus raíces en la primera modernidad y se
desarrolló con fuerza en la modernidad tecno-industrial del siglo XIX y XX. Aún así
debe mucho de lo que ha sido y es a la figura del sabio, de la que deriva y en la que
adquiere sentido y legitimidad. En la corriente de tradición humanista, de raíces
platónicas, el sabio es aquél que ha conseguido arribar a la cima del desarrollo humano
y contempla desde allí la Verdad, el Bien y la Belleza. Está en el vértice donde
confluyen el conocimiento correcto, el comportamiento moral y la destreza estético-
técnica. Durante el siglo XIX, la racionalización instrumental, o lo que Castoriadis
denominó en más de una ocasión la Razón productiva o la expansión ilimitada del
dominio “racional”, da prioridad a una versión limitada de la última vía: la de la
destreza técnica. El siglo XIX, tanto en sus aspectos productivo-industriales, como en
sus revoluciones político-culturales, se volvió hacia la transformación práctica y
material del mundo, hacia el trabajo. Bajo la lógica del dominio y de la maximización se
desplegó la ciencia aplicada, la tecnología. Recordemos, no empero, que el origen de lo
que denominamos técnica se encuentra tanto en la Ciencia, compañera del Arte, como
en las humildes actividades artesanas. La τέχνη o el ars agrupaban actividades
espirituales y manuales, todas bajo la categoría “artesanal”. El artista es una persona
individual, el artesano es anónimo y colectivo. Aquél, ya en la academia, ya en la
vanguardia, desarrolla estilos personales sujetos a reglas o contra ellas, reelabora
códigos. El artesano no innova, no tiene porqué tener estilo personal, implementa
códigos que han surgido de manera cooperativa y no intencional. El artesano resuelve
problemas buscando soluciones prácticas. El artista (y el sabio y el científico
“metafísico”) buscan la verdad-belleza-bien: su representación, su conocimiento, su
práctica. A medio camino entre el sabio (artista-santo; el “inspirado”) y el artesano,
nace el experto moderno. Heredero de los oficiales gremiales, de los curanderos
populares o incluso de los viejos cargados de experiencia, pero necesitado de la
legitimación de la ciencia, de la filosofía y del arte moderno. A medio camino, pues,
entre el artesano tradicional y el artista moderno, siendo parte de uno (incorporación de
habilidades resolutivas) y de otro (legitimado por la Academia oficial).

III. Escolástica cartesiana: la conquista de la certidumbre y del saber universal


El paradigma moderno de experticia especulativa, al que podemos llamar
cartesiano, se figura un sujeto que posee un conocimiento universal, abstracto y además
escrito: un conocimiento que escapa de lo local, de lo particular, de lo oral y de lo
temporal (Toulmin, 2001: 60). Así se fue elaborando un conocimiento que huía de la
práctica empírica pura “pegada a la vida” hacia la teoría abstracta y general, hacia las
leyes universales de lo real... En ese viaje el conocimiento “verdadero” se fue alejando
también de lo colectivo (hacia lo individual), de lo anónimo (hacia el autor), de lo viejo
(hacia lo nuevo), de la repetición (hacia la innovación y la invención), de lo heredado
(hacia lo construido e inventado), del cuerpo (hacia la mente), de la vida cotidiana y sus
problemas concretos (hacia la teoría general y los problemas teóricos, progresivamente
más incomprensibles para los legos)... Casi todas esas oposiciones se resolvieron de
manera contradictoria: por un lado, el proyecto filosófico-científico y por otro, el
proyecto tecno-científico se opusieron con efímeras síntesis y repetidos desencuentros
pero avanzando de la mano en una “historia progresiva” a la que correspondía la
adquisición de un conocimiento universal y abstracto, fruto del descubrimiento y la
experimentación, expresado en una lengua universal, acumulativa y estable (a ser
posible unívoca) compartida y legitimada por una comunidad de discurso
“monológico”.

IV. El conocimiento en la hora postmetafísica

Estamos en la hora del abandono generalizado y popular de la metafísica. En un


universo de superficies sin fundamentos profundos o causas trascendentales. La mirada
que en su tiempo se trasladó de lo sagrado-alto a lo laico-profundo, se ha vuelto a
levantar para quedarse en la superficie horizontal de las prácticas. Motivos e intereses
han sustituido a causas y razones. El Sujeto trascendental se ha reducido a sujeto
psicológico. La visión externa teorética pura ha sido vencida por la práctica dialógica.
De modo que la perspectiva, la mirada con sentido, no se adquiere ahora situándose
fuera, en un punto de fuga, ni tomando altura sobre un valle, ni siquiera consiste en
bajar a escrutar e indagar los detalles, los signos de lo profundo. La mirada con sentido
se consigue en los contextos hipermodernos por medio de la circulación veloz, en el
paso rápido entre secuencias. Es así como se consigue sentido: en el desplazamiento, lo
1
suficientemente rápido para no quedar anclado y perder visión.
La escritura sirve de ejemplo: adquiere rasgos orales, va obviando
progresivamente las reglas generales y su carácter sagrado para establecer acuerdos y
normas “dialectales” y lo que es más importante, abandona su carácter “transcontextual”
para caer presa de las necesidades de comunicación “instantánea”. Esta sustitución es
una vuelta al terreno local, a la práctica inmanente y a la actitud natural hacia el
lenguaje: estamos en él, no sobre o frente a él, “habitamos el lenguaje”. Lo mismo cabe
decir del conocimiento: por un lado, ha dejado de ser algo que debamos acumular en
nosotros mismos, no debemos cargar con conocimientos y habilidades que seguramente
dejen de tener valor mañana, por otro, ha dejado de ser socialmente importante tener un
conocimiento abstracto, se demandan “competencias” pegadas al terreno de juego. En
consecuencia, parte fundamental de nuestros conocimientos, son (como siempre, pero
hoy de manera “positiva”) hábitos de uso de prótesis externas: manejo de aparatos,
máquinas y otros dispositivos “externos”, incluidos los códigos de comunicación
naturales (lenguas) o inventados (informáticos, etc.). El uso de los dispositivos
“cognitivos” o “manuales” es cada vez más importantes: la usabilidad es cada vez más
un criterio de “experticia”. Y, por último, hoy no se concibe el conocimiento sin red
social.

V. La experticia postcartesiana: de la incorporación a la disponibilidad

La Sabiduría cedió su lugar al Conocimiento que a su vez está siendo sustituido


por la Información. A diferencia de la Sabiduría y del Conocimiento que se presentan
como universales (cada uno a su estilo: Sabiduría como certidumbre ilimitada y
universal, Conocimiento como certidumbre limitada abierta a lo universal), la
información es contextual y práctica. La información adquiere sentido y carácter (es
información) en el uso práctico. Hasta ese momento permanece ciega y muda, sin valor
(la información “depositada” sólo es valida en tanto y en cuanto se mueve y sólo
entonces es estrictamente información, mientras “duerme en el deposito” la información
se resume en datos cuya característica principal es el tamaño, su cantidad y peso, no el
contenido in forma). La disposición eficaz y eficiente de esa información es lo que

1
Estas palabras siguen en lo fundamental a Alessandro Baricco, Los bárbaros. Ensayo sobre una
mutación.
podemos denominar función experta. En numerosas ocasiones es obra de un usuario.
Aparece así la función del usuario experto: una especie de gestor de datos que pone en
movimiento datos o transfiere informaciones atrapadas en contextos particulares, de
manera que el usuario no experto pueda tener a su disposición (a mano) aquel
conocimiento (solución) que precisa.
Una de las claves para entender la experticia moderna es precisamente la
legitimación de los saberes prácticos dentro del universo social de la igualdad y de la
meritocracia y del universo cultural de la Razón Universal y del Discurso Especulativo.
La industria capitalista y lo que la separa de las industrias premodernas nos hablan de la
diferencia entre la experticia moderna y la experticia tradicional, del mismo modo los
modelos de producción, distribución y registro-uso actuales, postindustriales, nos
hablan de la diferencia entre la experticia moderna e “hipermoderna”. En síntesis, de la
acumulación como principio de valor (el valor se crea por acumulación) estamos
pasando a la circulación (el valor se crea en la circulación). Todo esto no es nuevo. El
saber y el conocimiento moderno también crecieron y adquirieron valor en la
circulación y también fueron asediados por las demandas de los legos que producían su
propio saber y que exigían paridad en los contratos de “experticia”. Lo que varia
sustancialmente es el principio de incorporación del saber, ahora entendido como mera
disponibilidad y accesibilidad a recursos. Un experto actual no es tanto alguien que ha
incorporado habilidades y conocimientos como alguien que dispone de esas habilidades
y conocimientos. Las competencias expertas se diferencian del cuerpo y de la mente,
superan el encierro cartesiano, y se abren en redes sociales o colectivas; se traducen, por
tanto, en competencias de manejo de personas, de relaciones, de datos, de aparatos, de
fármacos, etc. El experto hipermoderno es alguien o algo que “sabe disponer y servir”.
La adquisición de esa disposición básica se figura como algo producto de una mezcla
entre trabajo y esfuerzo por un lado y de diversión y afición por el otro. El creciente
ludismo de la vida escolar (incluso en la universidad se debe entretener y divertir) es un
síntoma más de la desventura de la “escolástica cartesiana”. La aventura del
sufrimiento y del esfuerzo continuado se reserva para unos pocos que se proponen como
contrapunto y modelo para la masa de usuarios, son, más que expertos, usuarios
experimentados.
VI. La mente del experto en un mundo sin hábitos

¿Qué sustituye a la escolástica cartesiana? Una mente abierta, social, interactiva


e intersubjetiva. El paradigma cartesiano y la inteligencia computacional, la tradición
racionalista de una conciencia externa al mundo y a las prácticas sociales, fundamento
de la racionalidad de lo real, se va sustituyendo por una nueva representación de la
mente. Una mente “vertida”. Ahora bien, esta idea todavía esta lejos de ser
generalmente admitida, aunque se este legitimando en la práctica a contra-discurso. De
momento la neuro-psicología nos dice que los niveles de actividad neuronal descienden
cuanto más experto somos en la tarea que estamos realizando. El lego, el novato, el
aprendiz, sin embargo, mantiene durante la tarea en la que carece de pericia altos
niveles de activación y excitación neuronal. En realidad no necesitamos del auxilio de la
psico-neurología para constatar que cuando no somos muy expertos en algo sustituimos
esa pericia de la que carecemos con atención, focalización y buenas dosis de
nerviosismo. Sea cual sea el tipo de actividad, la pericia se traduce en una suerte de
automatismo y de relajamiento o descenso en la actividad neuronal (y, por ende,
debemos suponer cognitiva). Estamos acostumbrados a considerar el aprendizaje y la
adquisición de pericia como un proceso de “incorporación” cuyo primeros pasos son la
apertura conciente e intencional del aprendiz hacia el objeto de aprendizaje. Sin
embargo, no estamos fuera de las formas de vida y su práctica. La diferencia entre el
fútbol y jugar al fútbol, como la diferencia entre lenguaje y lengua, imponen un sesgo
intelectualista: aprender es incorporar un sistema de normas de “cómo hacer” antes que
practicar formas de vida. Es absurdo considerar la relación entre el sujeto de la práctica
y su objeto sólo en términos especulativos o intelectuales. Tal como han señalado
Schutz o Gibson, Garfinkel o Bourdieu, la relación es una relación natural, implicada e
interesada, bien surtida de intenciones (habitus) y posibilidades (affordances), de
“usabilidad práctica” nacida en la actividad práctica.
Los expertos son hábitos. Los legos, los aprendices, gente que debe habituarse.
El experto está demasiado habituado, demasiado adaptado a la tarea, a la actividad y al
hábitat. ¿Qué ocurre cuando el medio se modifica? Los expertos caen. Y los legos
sobreviven. Evidentemente no somos expertos en todos los aspectos de la vida. Es
normal que seamos “hábitos” en algunos campos de “juego social” y que nos
encontremos “extrañados” y “ajenos” en otros. Pero hay medios más estables que otros
y modos de estabilizar los medios. Supongamos que es cierto que en general la
Modernidad es cambio e innovación y que la hipermodernidad se caracteriza por el
consumo masivo de cambio e innovación y por la aceleración del tiempo y la superación
relativa del espacio. Las formas de vida hipermodernas son, como señala Scott Lash
(2005), formas de vida tecnológicas caracterizadas por la mediación masiva de
“interfaces” que posibilitan o constriñen la vida a distancia. ¿Qué psiquismos surgen en
los procesos de adaptación cultural a ese medio? ¿Queda lugar para la habituación
intensiva?
Aún hay sitios para las formas de vida instaladas en tiempos y espacios
comunes: pero son un aspecto de la vida, no toda la vida. Todos somos, por tanto,
expertos tradicionales en algún aspecto. Pero la importancia de esta experticia no es
muy relevante en el horizonte ideológico y sociológico de la hipermodernidad. Lo que
hoy se considera es más bien la disposición para la re-habituación precaria. Así pues,
aunque en la hipermodernidad se recupere la idea de una experticia que la tradición
intelectualista había dejado al margen (la experticia entendida como adaptación
psicosomática y fenomenológica, en y al medio) el problema es que el medio ha dejado
de ser estable y de estar dado sin más. El medio es más bien un conjunto inestable de
tendencias de las que no es fácil adivinar su futuro. En un medio así la función experta
se traslada de las disposiciones (los hábitos en tanto que estructuras psíquicas estables) a
dispositivos externos. Es decir, vuelve a la lógica del usuario que hunde sus raíces en la
relación práctica del artesano o del guerrero con sus útiles, vuelve a una inteligencia
somática.
La disposición es por tanto la de una apertura inteligente pero no intelectual
(esto es, capaz de detectar y de entender lo que viene de un golpe y aprehenderlo en la
práctica); luego vendrán la teoría y el discurso, además como parte de esas prácticas y
no como una posición meta-física. Esto es más o menos lo que los deportistas o los
actores denominan “trabajar la técnica”. No se refieren a una posición de mero
observador externo, sino al refinamiento mediado de la práctica. Es un tipo de teoría
práctica que encontramos en los llamados libros prácticos (guías, etc.) y en los de
autoayuda. En esas actividades la teoría entendida como visión reflexiva, atenta y
focalizada no se encuentra fuera de la práctica viva, es inmanente e interna, pertenece al
mismo juego y a sus movimientos (a su “physis”). ¿Significa esto que vivimos en una
sociedad menos reflexiva que la de las modernizaciones previas? Un conjunto de
sociólogos defiende la tesis contraria, es decir, defiende que la sociedad ha crecido en
reflexividad.
U. Beck, por ejemplo, habla de la desmonopolización del conocimiento experto
como síntoma de relativización del poder de la razón: así se corrigen los excesos de una
razón ingenua o se avisa de las consecuencias no deseadas de nuestras razonables
acciones. La reflexividad entendida así se equipara con evaluaciones de riesgo, análisis
de impacto, etc., y con procesos de retrocorreción constante. Pero nada en esta forma de
reflexividad nos devuelve al sujeto ajeno que contempla el objeto de sus críticas desde
la lejanía de una posición no implicada en la acción. La reflexividad hipermoderna es un
tipo de movimiento distinto a al flexión estática. No consiste en reflexionar sobre uno
mismo o sobre la misma acción en una contraposición entre sujeto y objeto, tampoco es
una flexión de la imagen (de la intención o la disposición subjetiva) en la superficie
especular (de la acción o las consecuencias de la misma). Cuando el conocimiento
consiste en la movilización de información o de sujetos entre distintos textos, la
velocidad y la capacidad de generar movimiento impide posiciones estáticas o flexiones
in situ; entonces, la reflexión es el paso recurrente por las mismas secuencias, por las
mismas posiciones y por los mismos itinerarios. Paso que normalmente va acompañado
o pro-mocionado por comentarios y discursos “recurrentes”. De esa manera se van
mezclando las figuras tradicionales del experto y el experimentado: el experto es el que
sabe desde fuera, o posee un saber que se sabe a sí mismo, que se publica como saber,
no como actividad, es un interprete, un adivino, mientras que los experimentados tienen
un saber que se desconoce (una docta ignorancia) que consiste en saber hacer sin saber
interpretar o adivinar lo que hacen.
En circunstancias de hipermodernidad reflexiva este último actor ignorante de su
arte/acción desaparece: los movimientos sociales son muy reflexivos, buscan y trabajan
con expertos, los artistas se dedican a interpretar su obra, los literatos son des-
constructores de su trabajo, la cultura se convierte en estudios culturales, el enfermo
discute con el médico, etc. Y el experto “intelectual” desaparece en la fusión con el
experimentado, a veces con el experimentador. La propia forma de adquirir experiencia
se ha transformado. La experiencia incorporada tiene poco valor si se convierte en peso,
en anclaje. Es mejor disfrutar (experimentar) experiencias consistentes en deambular o
transitar lo suficientemente rápido para poder descubrir superficies con figura y sentido.
Y si no estamos en posición de arranque, podemos recurrir a expertos experimentados:
podemos usar, comprar o contratar servicios expertos. En general, todo el mundo se
considera en situación de proclamarse experto de la acción en la que está implicado. No
desaparecen los expertos, pero deben renegociar su estatuto. Y es esas renegociaciones
triunfan, están triunfando aquellos que no pretenden sustituir en la decisión y el
dictamen al sujeto de la acción, son los expertos “guía”, los expertos “conductores”.

VII. Lógica del usuario

El conocimiento entendido como información movilizada (en y para la práctica,


en y para las formas de vida) es el conocimiento práctico intersubjetivo del “usuario”:
conocer es aprender en el uso o práctica, el aprendizaje no produce conjuntos de
conocimientos acumulados, sino la progresiva sustitución de unos conocimientos por
otros y el adiestramiento para que dicha sustitución sea rápida, emocionalmente
positiva, motivada de forma endógena, etc. Más que “aprender a aprender” se trata de
ser diestro en el desaprendizaje progresivo e indefinido, de manera que saber es saber
hacer de otra manera, saber hacer otra cosa, saber transformar y saber transferir.
La “lógica del usuario” determina quién es y quién no es experto en medios
hipermodernos. Repasemos algunos sus criterios: la relación entre el usuario, el útil y su
uso debe ser intuitiva, debe abrir la puerta a la práctica sin perder el tiempo en grandes
reflexiones sobre las utilidades del dispositivo, el dispositivo se debe adaptar al uso y
éste a las disposiciones psicosomáticas del usuario, el uso inteligente descubre
“virtudes” que el diseño inicial no había tenido en cuenta, el útil debe ir integrando
dichas funciones en versiones ulteriores (esa es su naturaleza, su utilidad).
Es evidente que el diseño no es intuitivo per se, que es el producto de una gran
elaboración. Pero incluso en esos procesos de alta tecnología y diseño pormenorizado se
van imponiendo los criterios del usuario. Entre otra cosas porque el trabajo en esas
“fronteras tecno-científicas” esta constantemente asistido por dispositivos o útiles
pensados con esa lógica. Usabilidad, manejabilidad, utilidad, ergonomía..., todos estos
términos indican la importancia del diseño de dispositivos (equipamientos, artefactos,
dispositivos cognitivos...) y en nuestra opinión son el vocabulario básico de la experticia
de la hipermodernidad.
Los expertos hipermodernos son sobre todo usuarios habituados a la
deshabituación y rehabituación algo que se puede constatar fácilmente en su práctica de
consumo y uso de dispositivos de todo tipo. Ser un usuario experto no es ser un
experimentado usuario, con una gran destreza en el uso de algún dispositivo concreto,
es ser un experto en el cambio de dispositivos y en la innovación. Y, sobre todo, lo que
distingue al experto usuario del que no lo es, es su forma práctica de entender y de
transitar de unos dispositivos a otros, de unos contextos a otros, de unos círculos o
campo de práctica-discurso a otros. La metáfora (aunque a veces sea literalmente así) de
esta experticia son los IGU: la interfaz gráfica de usuario cuya función básica es dar
sentido e inteligibilidad allí donde de otra manera sólo contemplaríamos un tumulto de
impresiones (Nöe 2010). De esa manera, dando al caos una figuración anclada o
soportada en imágenes, conceptos y disposiciones familiares, inmediatamente
inteligibles, el experto recompone cursos de acción, facilita el flujo del comportamiento
y propone sentido en dicho flujo (Shotter, 2001)

Bibliografía

Lash, Scott (2005) Crítica de la Información. Buenos Aires: Amorrortu.


Toulmin, Stephen (2001) Cosmópolis. El Trasfondo de la Modernidad. Barcelona: Península.
Baricco, Alessandro (2008) Los bárbaros. Ensayo sobre una mutación. Barcelona: Anagrama.
Noë, Alva (2010) Fuera de la cabeza. Por qué no somos el cerebro. Y otras lecciones de la
biología de la conciencia. Barcelona: Kairos.
Shotter, John (2001) Realidades Conversacionales. Buenos Aires: Amorrortu.

También podría gustarte