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La existencia de Dios ante la inteligencia humana

La tradición de la Iglesia ha mantenido desde siempre, a lo largo de los Siglos, que


el hombre tiene la obligación moral objetiva de buscar a Dios. Precisamente porque
el hombre es un ser de naturaleza moral -es decir, que tiene inscrito en su
naturaleza el concepto del bien y del mal, en lo que se distingue de los animales-,
está obligado a conocer las verdades que afectan a su persona y los deberes que
dimanan de su naturaleza individual y social. Sobre este argumento hablo con el
padre agustino recoleto José Antonio Galindo, profesor de Teodicea en la Facultad
de Teología de Valencia y autor de un interesante libro titulado Dios no ha muerto.
La existencia y la bondad de Dios frente al enigma del mal (editorial San Pablo), en
el que se trata ampliamente el tema de la existencia de Dios

¿Cuál es la actitud del hombre actual sobre el tema de la existencia de Dios?

El hombre postmoderno parece que está desentendido del tema de la existencia de


Dios. El ser humano, en el primer mundo, vive entregado al goce de los bienes de
esta vida sin pensar ni en el futuro ni en el más allá; sólo le interesa el aquí y
ahora, y sacarle al máximo el jugo a la vida en forma de placer, dinero y poder.

A pesar de lo dicho, sobre todo en las situaciones límite (enfermedad incurable de


sí o de una persona muy querida, por ejemplo), es muy difícil que no se plantee el
tema de Dios, lo cual desembocará en su negación o en su afirmación.

Influidos por el ambiente actual de poco aprecio de la razón humana (el


pensamiento débil), los creyentes hemos infravalorado el poder y la función de la
misma en el tema de la existencia de Dios. Y es tal la influencia de la increencia,
que ha llevado a muchos creyentes a una fe vergonzante; como si fuera ésta algo
meramente subjetivo, imposible de defender racionalmente, quién sabe si
incompatible con la inteligencia. Esta actitud es inaceptable para el cristiano, como
ha puesto de manifiesto la reciente encíclica Fides et ratio.

¿SE PUEDE CONOCER, O NO, LA EXISTENCIA DE DIOS?


¿Qué nos pueden decir la ciencia, la filosofía y la teología sobre la existencia de Dios?

En primer lugar, conviene observar que el método científico no es apto para tratar
el tema de la existencia de Dios. La ciencia no toca ni puede tratar este tema, no
está a su alcance porque todo eso es inexperimentable, y la ciencia versa sólo
acerca de lo experimentable. La ciencia se ocupa del cómo y del cuándo de las
cosas, de su descripción en todos los aspectos; pero la ciencia no se ocupa del por
qué último y definitivo del ser y existir de esas mismas cosas, y sólo dentro de ese
por qué cabe la pregunta sobre Dios. Eso sí, los datos que aporte la ciencia acerca
de la realidad material pueden ser en ocasiones muy útiles como base sobre los
que la filosofía y la teología pueden actuar a continuación, la filosofía desde la
razón, y la teología desde la razón iluminada por la fe.
¿Se puede conocer y probar la existencia de Dios?

En el Catecismo de la Iglesia católica se nos dice que el ser humano descubre


ciertas vías para acceder a Dios si busca a Dios. Hay personas que, por diversos
motivos, no se plantean con seriedad el tema de la existencia de Dios. Estos
motivos no siempre tienen su origen en la culpa personal, sino que están en la
dificultad del tema, la incapacidad intelectual, el ambiente general de la sociedad,
etc. Otros motivos, no tan inculpables, se deben a que se está tan enfrascado en
los bienes de este mundo (placeres, dinero, poder y prestigio social) que no se
tiene tiempo, actitudes ni ganas para plantearse con seriedad el tema. Sin embargo
hay una grave obligación moral objetiva de buscar a Dios.

LA OBLIGACIÓN MORAL OBJETIVA DE BUSCAR A DIOS


El Catecismo también nos dice que las pruebas de la existencia de Dios no hay
que entenderlas en el sentido de las pruebas propias de las ciencias naturales. Por
no tener en cuenta esto último se producen muchas confusiones entre la gente en
general, y aun entre personas cultas. Estamos cansados de oír o leer en los
medios de comunicación que no hay pruebas de la existencia de Dios. Esta
peligrosa media verdad oculta la verdad completa, esto es, que no hay pruebas de
la existencia de Dios de tipo científico, aunque sí las hay de otro tipo, el filosófico y
humano.

Las pruebas de la existencia de Dios, prosigue el Catecismo, son argumentos


convergentes y convincentes que permiten llegar a verdaderas certezas sobre la
misma. Estamos, en efecto, ante la certeza de una verdad al estilo de otras
humanas, como la del amor, la de la amistad, y las que se incluyen en las muchas
certezas de tipo humano de las que no tenemos pruebas científicas, pero sí
suficientes y convincentes, aunque sean de otro tipo.

No obstante, conocer la existencia de Dios y aun probarla tiene sus dificultades


provenientes del misterio de Dios, que supera todo el orden de las cosas que
conocemos, y porque compromete totalmente a la persona. Debido a esto toda la
historia de la vida, todas las tendencias y opciones libres son factores que influyen
en la actitud definitiva que se tome respecto a Dios. A todas estas dificultades
alude el Catecismo cuando dice que la Revelación es necesaria para que todos
conozcan la existencia de Dios sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de
error.

«PRUEBAS» DE LA EXISTENCIA DE DIOS


¿Cuáles serían las pruebas de la existencia de Dios?

Dentro de la creación, nos dice el Catecismo, se distinguen dos vías para


acercarse a Dios: el mundo material y la persona humana.

El mundo material, dice el Catecismo, tiene unas características en su movimiento


y devenir, en su contingencia, en su orden y belleza, que, a través de ellas, se
puede conocer a Dios como origen y fin del universo.
El argumento sacado del orden en el mundo y en los vivientes, una vez
modernizado con el auxilio de las ciencias actuales, puede ayudarnos a descubrir
la existencia de Dios. El azar, precisamente porque no es sino simple ausencia de
acción inteligente, no puede explicar ninguna cosa mínimamente ordenada; menos
aún la complejísima y ordenadísima composición de los seres vivientes; por eso la
razón exige la existencia de un ser inteligentísimo y poderosísimo que sea el origen
de todo ello.

Del hecho de que todos los seres que conocemos no tienen la existencia por sí
mismos, sino que la reciben de otros anteriores, concluimos que tiene que haber
un ser que no recibe la existencia, sino que la tiene de por sí, que no la recibe pero
la produce y la da a los demás. La objeción que, desde Kant, se ponía contra este
argumento, esto es, la inabarcabilidad para la mente humana de la larguísima serie
o cadena, que podría ser infinita, que va desde las cosas actuales hasta el ser
necesario que da inicio a todo, ha sido anulada por la ciencia más reciente que nos
describe un universo que ha tenido comienzo (el big bang), es decir, que no existe
esa serie infinita. Desde ese dato científico, si bien el ateo sigue diciendo que el
universo se ha hecho solo, el creyente afirma que lo ha hecho otro ser distinto y
superior, que es Dios, lo cual es sin duda más razonable.

EL HOMBRE ES UN SER NORMAL

Los resultados obtenidos por medio de esas pruebas son básicamente valiosos; sin
embargo no inciden suficientemente en las vivencias interiores, en la vida personal.
Pero tenemos otros argumentos obtenidos de la esencia más profunda e
inalienable del ser humano (es decir, que no cambia, ni se puede perder).
Observamos que se da en la persona una inagotable tendencia hacia lo ilimitado
bajo la forma de la verdad completa, hacia el bien absoluto, hacia la total y
auténtica felicidad. Y porque todos esos anhelos no consigue el ser humano ni
evitarlos ni satisfacerlos por sí mismo, quiere esto decir que su ser reclama (pues
de lo contrario su naturaleza sería absurda) la existencia de un ser que tenga todas
esas cualidades infinitas, esto es, Dios.

¿Son más fuertes los argumentos a favor de la existencia de Dios que sus contrarios?

Los argumentos apenas aquí esbozados nos ponen de manifiesto que las razones
a favor de la existencia de Dios son superiores a las aducidas en su contra por el
ateísmo. Las primeras nos dan la explicación definitiva de la existencia del
universo, y del ser, misterio e inquietud de la persona, mientras que las del ateísmo
no explican nada.

Pero entonces, si Dios existe, ¿por qué existe el mal?

El problema del mal es uno de los más complicados que se puede plantear el
pensador cristiano. Anotamos que el sufrimiento le viene al ser humano del mal
uso de su libertad (el pecado), y de su propia naturaleza imperfecta
(enfermedades, accidentes, muerte, etc.) o de la naturaleza del mundo (desastres
naturales). Pues bien, los creyentes tenemos motivos para pensar que Dios ha
dado la libertad al hombre y ha establecido la naturaleza humana y la del mundo
en que habita con el equilibrio más conveniente de aspectos positivos o negativos,
mejor dicho, de bienes mayores y menores, para que se cumpla su designio de
que el ser humano pueda adherirse a Él con la total plenitud de su ser en la
perpetua comunión de la incorruptible vida divina (Concilio Vaticano II, Gaudium et
spes).

Porque Dios nos ha creado para él (san Agustín, Confesiones), no para ninguna
otra cosa, sino para Él sólo en definitiva, supedita a este fin todo lo demás, incluso
cosas muy buenas de esta vida que tanto queremos nosotros: la salud, el placer, el
bienestar, la vida misma, etc. Y tenemos motivos para pensar que Dios todo lo
hace y permite para nuestro mayor y definitivo bien, si tenemos en cuenta que el
que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos dará con Él graciosamente todo lo demás?

Dios ve las cosas de modo diferente a nosotros. Dios quiere, ante todo, nuestra
felicidad eterna con Él para siempre, mientras que nosotros valoramos demasiado
la vida temporal en este mundo. Si ajustáramos nuestro modo de pensar al de
Dios, no nos causarían escándalo las cosas que Dios hace o permite, por muy
dolorosas que fueran.

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