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En primer lugar, conviene observar que el método científico no es apto para tratar
el tema de la existencia de Dios. La ciencia no toca ni puede tratar este tema, no
está a su alcance porque todo eso es inexperimentable, y la ciencia versa sólo
acerca de lo experimentable. La ciencia se ocupa del cómo y del cuándo de las
cosas, de su descripción en todos los aspectos; pero la ciencia no se ocupa del por
qué último y definitivo del ser y existir de esas mismas cosas, y sólo dentro de ese
por qué cabe la pregunta sobre Dios. Eso sí, los datos que aporte la ciencia acerca
de la realidad material pueden ser en ocasiones muy útiles como base sobre los
que la filosofía y la teología pueden actuar a continuación, la filosofía desde la
razón, y la teología desde la razón iluminada por la fe.
¿Se puede conocer y probar la existencia de Dios?
Del hecho de que todos los seres que conocemos no tienen la existencia por sí
mismos, sino que la reciben de otros anteriores, concluimos que tiene que haber
un ser que no recibe la existencia, sino que la tiene de por sí, que no la recibe pero
la produce y la da a los demás. La objeción que, desde Kant, se ponía contra este
argumento, esto es, la inabarcabilidad para la mente humana de la larguísima serie
o cadena, que podría ser infinita, que va desde las cosas actuales hasta el ser
necesario que da inicio a todo, ha sido anulada por la ciencia más reciente que nos
describe un universo que ha tenido comienzo (el big bang), es decir, que no existe
esa serie infinita. Desde ese dato científico, si bien el ateo sigue diciendo que el
universo se ha hecho solo, el creyente afirma que lo ha hecho otro ser distinto y
superior, que es Dios, lo cual es sin duda más razonable.
Los resultados obtenidos por medio de esas pruebas son básicamente valiosos; sin
embargo no inciden suficientemente en las vivencias interiores, en la vida personal.
Pero tenemos otros argumentos obtenidos de la esencia más profunda e
inalienable del ser humano (es decir, que no cambia, ni se puede perder).
Observamos que se da en la persona una inagotable tendencia hacia lo ilimitado
bajo la forma de la verdad completa, hacia el bien absoluto, hacia la total y
auténtica felicidad. Y porque todos esos anhelos no consigue el ser humano ni
evitarlos ni satisfacerlos por sí mismo, quiere esto decir que su ser reclama (pues
de lo contrario su naturaleza sería absurda) la existencia de un ser que tenga todas
esas cualidades infinitas, esto es, Dios.
¿Son más fuertes los argumentos a favor de la existencia de Dios que sus contrarios?
Los argumentos apenas aquí esbozados nos ponen de manifiesto que las razones
a favor de la existencia de Dios son superiores a las aducidas en su contra por el
ateísmo. Las primeras nos dan la explicación definitiva de la existencia del
universo, y del ser, misterio e inquietud de la persona, mientras que las del ateísmo
no explican nada.
El problema del mal es uno de los más complicados que se puede plantear el
pensador cristiano. Anotamos que el sufrimiento le viene al ser humano del mal
uso de su libertad (el pecado), y de su propia naturaleza imperfecta
(enfermedades, accidentes, muerte, etc.) o de la naturaleza del mundo (desastres
naturales). Pues bien, los creyentes tenemos motivos para pensar que Dios ha
dado la libertad al hombre y ha establecido la naturaleza humana y la del mundo
en que habita con el equilibrio más conveniente de aspectos positivos o negativos,
mejor dicho, de bienes mayores y menores, para que se cumpla su designio de
que el ser humano pueda adherirse a Él con la total plenitud de su ser en la
perpetua comunión de la incorruptible vida divina (Concilio Vaticano II, Gaudium et
spes).
Porque Dios nos ha creado para él (san Agustín, Confesiones), no para ninguna
otra cosa, sino para Él sólo en definitiva, supedita a este fin todo lo demás, incluso
cosas muy buenas de esta vida que tanto queremos nosotros: la salud, el placer, el
bienestar, la vida misma, etc. Y tenemos motivos para pensar que Dios todo lo
hace y permite para nuestro mayor y definitivo bien, si tenemos en cuenta que el
que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos dará con Él graciosamente todo lo demás?
Dios ve las cosas de modo diferente a nosotros. Dios quiere, ante todo, nuestra
felicidad eterna con Él para siempre, mientras que nosotros valoramos demasiado
la vida temporal en este mundo. Si ajustáramos nuestro modo de pensar al de
Dios, no nos causarían escándalo las cosas que Dios hace o permite, por muy
dolorosas que fueran.