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Boris Loayza M.

RESUMEN DE TEORÍA GENERAL DEL CONTRATO


JUAN ANDRÉS ORREGO

CAPÍTULO I: ASPECTOS GENERALES

1. El concepto moderno de contrato

El contrato es un acto jurídico bilateral o convención que crea derechos y obligaciones. Se atri-
buye, entonces, a la voluntad un poder soberano para engendrar obligaciones.

En este sentido, adquiere particular importancia el principio de la autonomía de la voluntad, en


virtud de la cual la voluntad es fuente de obligaciones y medida de dichas obligaciones, en cuanto fija
el alcance o extensión de las mismas.

Para la doctrina, este principio fundamental de la autonomía de la voluntad, se descompone, funda-


mentalmente, en dos subprincipios: el consensualismo y la libertad contractual, los que operan en
el momento en que nace el contrato.

2. El concepto de contrato en el Código Civil Chileno

Nuestro Código Civil en su artículo 1437 menciona los contratos como una de las cinco fuentes clá-
sicas de las obligaciones. A su vez, el artículo 1438 define al contrato “o convención” (haciendo
sinónimas ambas expresiones) como un acto por el cual una parte se obliga para con otra a dar,
hacer o no hacer alguna cosa.

Esta última norma ha sido criticada porque confunde el concepto de contrato con el de convención,
en circunstancias que los contratos son una especie del género convención (acuerdo de voluntades
encaminado a crear, modificar, transferir o extinguir derechos y obligaciones). En esta línea, se debe
recordar que todo contrato es una convención, pero no toda convención es un contrato. Así, por
ejemplo, la resciliación, el pago o la tradición son convenciones, pero no contratos.

Sin perjuicio de lo anterior, no todos concuerdan con dicha crítica. Así, PATRICIO CARVAJAL señala
que la identificación del concepto contrato con convención se refiere a las fuentes de las obligaciones,
regulado en el artículo inmediatamente precedente (art. 1437 CC). De esta manera, desde la perspec-
tiva de las fuentes de las obligaciones, convención funciona como concepto delimitador, adoptando
la acepción más restringida de contrato: contrato o convención tienen, por tanto, un mismo signifi-
cado.

Una segunda crítica que es posible adjudicarle a la definición que formula el artículo 1438 CC, es en
cuanto al objeto del contrato. Debemos recordar que el objeto de todo acto jurídico –y el contrato


Para el estudio del curso ‘Contratos civiles’ resumo, en lo principal, a ORREGO (2015), Teoría general del
contrato. Sin embargo, para complementar se añadirán otros autores, los que están individualizados al final del
presente resumen.

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entre ellos– son los derechos y obligaciones que surgen de él, mientras que tales derechos y obliga-
ciones tienen a su vez por objeto una prestación que puede consistir en un dar, hacer o no hacer
(art. 1460 CC). De ahí que cuando el artículo 1438 dice que en el contrato una parte se obliga para
con otra a dar, hacer o no hacer una cosa, se salta una etapa, desde el momento que se hace referencia
a la prestación como objeto del contrato, en circunstancias que la prestación es el objeto de la obli-
gación y no del contrato.

En consecuencia, una definición de contrato más precisa, siguiendo JORGE LÓPEZ SANTA MARÍA,
sería la siguiente: el contrato es un acto jurídico bilateral que engendra obligaciones y éstas, a su
vez, tienen por objeto una prestación, que puede consistir en un dar, hacer o no hacer alguna
cosa.

3. Elementos del contrato

En estas ideas preliminares en torno al contrato, debemos tener presente también que el artículo 1444
CC establece que se distinguen en cada contrato las cosas que son de su esencia, las que son de su
naturaleza y las puramente accidentales.

a) Elementos o cosas que son esenciales

Son aquellos sin los cuales el acto jurídico (o contrato) no produce efecto alguno o degenera en
otro diferente. En otras palabras, de faltar, no nace el acto jurídico o muda en otro distinto al inicial-
mente propuesto.

Sobre esta materia distinguimos elementos generales o comunes a todo acto jurídico, es decir, los
requisitos de existencia y validez de todo acto jurídico (art. 1445 CC); y elementos de la esencia
especiales o particulares de determinados actos jurídicos, cuales son aquellos que permiten singula-
rizar un determinado acto jurídico, atendida su naturaleza o estructura.

b) Elementos o cosas de la naturaleza

Son aquellos que no siendo esenciales en un acto jurídico, se entienden pertenecerle sin necesidad
de una cláusula especial. En otras palabras, están en la ley, y si las partes lo desean, pueden modifi-
carlos o excluirlos.

c) Elementos o cosas accidentales

Son aquellas que ni esencial ni naturalmente le pertenecen al acto jurídico, pero que pueden agre-
garse en virtud de una cláusula especial que así lo estipule.

4. Funciones de los contratos

Muy amplio es el campo de acción de los contratos. Abarca todo acuerdo de voluntades destinado
a crear obligaciones, tanto en el campo de los derechos patrimoniales como de los derechos de fa-
milia, sin que tenga importancia si sus resultados son permanentes o transitorios. En otras palabras,

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el campo de acción de los contratos no se restringe al aspecto patrimonial, a los bienes, sino que
también abarca a las personas. Con todo, es en el campo patrimonial en donde el contrato domina
como dueño, y en específico, domina más en los derechos personales, pues en los derechos reales la
ley tiene un rol limitador.
En términos generales, los autores hablan de dos funciones que cumplen los contratos: económica y
social.

El contrato cumple sin duda una función económica de la mayor importancia: es el principal vehículo
de las relaciones económicas entre las personas. La circulación de la riqueza –principio fundante del
Código Civil–, el intercambio de bienes y servicios, se cumple esencialmente a través de los contratos.
Pero el contrato también cumple una función social: no sólo sirve el contrato para la satisfacción de
necesidades individuales; además, es un medio de cooperación entre los hombres. Desde otro punto
de vista, la función social de los contratos se relaciona directamente con el principio de la buena fe,
que impone a cada contratante el deber de lealtad y corrección frente a la otra parte durante todo el
iter contractual, vale decir, de las negociaciones o conversaciones preliminares –fase precontractual–
pasando por la celebración del acto jurídico hasta la ejecución del contrato y abarcando incluso las
relaciones posteriores.

5. Clasificación de los contratos

Al respecto, debemos recordar en primer lugar aquellas clasificaciones legales, contenidas en el Có-
digo Civil (arts. 1439 a 1443), y en segundo lugar, aquellas que ha ido elaborando la doctrina reco-
giendo la cambiante realidad social, cultural y económica.

5.1. Clasificaciones del Código Civil chileno

A) Contratos unilaterales y bilaterales (art. 1439 CC)

El artículo 1439 CC se refiere a esta clasificación de la siguiente forma: el contrato es unilateral


cuando una de las partes se obliga para con otra que no contrae obligación alguna; y bilateral,
cuando las partes contratantes se obligan recíprocamente.

De esta manera, los contratos se denominan unilaterales o bilaterales según impongan obligaciones a
una sola de las partes o a ambas. No se atiende –como sucede en los negocios jurídicos– al número
de partes que se requieren para la formación del acto, pues siempre se requieren al menos dos (el
contrato es una convención, es decir, un negocio jurídico bilateral), sino más bien, al número de
partes que resultan obligadas.

No es lo mismo, entonces, un acto jurídico bilateral y un contrato bilateral, pero siempre el contrato,
como acto jurídico, será bilateral, aun cuando como contrato pueda ser a su vez unilateral o
bilateral.

Por lo tanto, tenemos que contrato unilateral es aquel por el cual una de las partes se obliga para
con otra que no contrae obligación alguna, como la donación, comodato, depósito, mutuo, prenda,
hipoteca o la fianza.

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Por su parte, contrato bilateral es aquel en que ambas partes se obligan recíprocamente, adquiriendo
obligaciones que son interdependientes. Por ejemplo, la promesa, la compraventa o el arrendamiento.

Trascendencia de la clasificación

Los contratos bilaterales tienen particulares efectos que los unilaterales no tienen o, que al menos,
operan en mucha menor medida.

1. Resolución del contrato por incumplimiento: sostiene el artículo 1489 CC que en los con-
tratos bilaterales va envuelta la condición resolutoria de no cumplirse por uno de los contra-
tantes lo pactado. En este sentido, la resolución sería inoperante en los contratos unilaterales,
habida cuenta del tenor literal de la norma (art. 19 CC). Sin embargo, existen casos de excep-
ción, como en el contrato de comodato (art. 2177 CC) o en la prenda (art. 2390 CC). En
ambas disposiciones, se regula que si el comodatario o acreedor prendario infringen su obli-
gación, el comodante o constituyente podrá resolver el contrato.
Tradicionalmente la doctrina había entendido que bastaba cualquier incumplimiento para
que la resolución fuera procedente. Sin embargo, en base al principio de equidad y al de
buena fe, se fue pasando a una interpretación más restrictiva a la procedencia de esta institu-
ción. Así, en un primer momento, se sostuvo que sólo se podía resolver un contrato en que se
infringiera una obligación principal y no cuando el incumplimiento recayera en una obliga-
ción secundaria. Sin embargo, hoy en día la doctrina está conteste en que no cualquier in-
cumplimiento da lugar a la resolución del contrato, sino nada más aquellos en que existe un
incumplimiento esencial1;
2. En cuanto a los riesgos: sólo en los contratos bilaterales se plantea el problema de los riesgos
(arts. 1550 y 1820 CC), el cual consiste en determinar si al extinguirse la obligación de una
de las partes por caso fortuito, se extingue también la obligación de la contraparte o,
por el contrario, esta subsiste. En el derecho chileno se dice que la regla es que subsiste,
pues el riesgo es del acreedor (res perit creditori). En los contratos unilaterales el problema
no ocurre, pues se extingue la obligación de la única parte obligada;
3. Principio de la mora purga la mora: contemplado en el artículo 1552 CC, se aplica sólo a
los contratos bilaterales. Respecto al remedio indemnizatorio, al menos, se aplica la norma
expresa (art. 1552 CC), en cambio, en el cumplimiento forzado se aplica la excepción de
contrato no cumplido, en base a la interdependencia de las obligaciones, ya que en estos
contratos las obligaciones recíprocas se sirven mutuamente de causa;
4. Cesión de contrato; y
5. Resolución y revisión del contrato: sólo en los contratos bilaterales se aplicaría la teoría de
la imprevisión por excesiva onerosidad sobreviniente.

Contratos sinalagmáticos imperfectos

En el contrato propiamente bilateral o sinalagmático perfecto, todas las obligaciones nacen al mismo
tiempo: al momento de perfeccionarse el contrato por la formación del consentimiento, o si se trata
de contratos solemnes al cumplirse la solemnidad, o si se trata de contratos reales, con la entrega de
la cosa. Además, dichas obligaciones son interdependientes, de manera que lo que ocurre con una,
afecta a las otras.

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DE LA MAZA y VIDAL (2018), Cuestiones de Derecho de Contratos

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Puede ocurrir, sin embargo, que ciertos contratos que nacen como unilaterales, por circunstancias
posteriores a su generación originen obligaciones para aquella de las partes que inicialmente
no contrajo obligación alguna. Tales son los denominados contratos sinalagmáticos imperfectos.
Así ocurre, por ejemplo, con el comodato (arts. 2191 y 2192 CC).

La doctrina critica esta clasificación, ya que los contratos siguen siendo unilaterales, y tal naturaleza
la debemos buscar al momento de su nacimiento o formación. Las nuevas obligaciones, por lo demás,
no tienen su fuente en el contrato, sino en la ley, siendo independientes de las obligaciones primitivas.

Contratos plurilaterales o asociativos

Son aquellos contratos que provienen de la manifestación de voluntad de dos o más personas, todas
las cuales resultan obligadas en vista de un objetivo común.

B) Contratos gratuitos y onerosos (art. 1440 CC)

El artículo 1440 CC define unos y otros: el contrato es gratuito o de beneficencia cuando sólo tiene
por objeto la utilidad de una de las partes, sufriendo la otra el gravamen; y oneroso, cuando tiene
por objeto la utilidad de ambos contratantes, gravándose uno a beneficio del otro.

El aspecto fundamental, entonces, reside en la utilidad que preste el contrato a las partes. Así, el
contrato es oneroso cuando ambas partes reciben un beneficio a cambio de una contraprestación ac-
tual o futura. En cambio, será gratuito cuando una de las partes se procura una ventaja sin que ello le
demanda sacrificio alguno.

Para LÓPEZ SANTA MARÍA el criterio diferenciador entre ambos contratos es la utilidad. Por el con-
trario, para SOMARRIVA el criterio que diferencia unos y otros es el gravamen. En este sentido, será
oneroso si ambas partes se gravan recíprocamente.

Ahora bien, la regla general es que los contratos bilaterales sean onerosos, sin embargo, existen
excepciones de contratos bilaterales gratuitos, como el mandato no remunerado o la donación con
cargas. Por su parte, la regla general es que los contratos unilaterales sean gratuitos, pero esto tam-
bién tiene excepciones, en donde existen contratos unilaterales onerosos, como el mutuo en la Ley
N° 18.010 (según el artículo 12, la gratuidad no se presume), o el depósito, o el comodato en pro de
ambas partes.

Trascendencia jurídica de la clasificación

1. Para determinar el grado de culpa de que responde el deudor: tratándose de contratos


onerosos, el deudor responde de culpa leve (arts. 1547 y 44 CC). En cambio, en los contra-
tos gratuitos se debe prestar atención a quién recibe la utilidad. Así, si sólo se reporta utilidad
al deudor, este responderá de culpa levísima; si el contrato solo reporta utilidad al acreedor,
el deudor responderá de culpa grave art. 1547 CC);
2. Tratándose de la obligación de saneamiento de la evicción: generalmente procede en los
contratos onerosos;

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3. En los contratos gratuitos, la persona con quien se contrata es de relevante importancia:


se trata de contratos intuito personae. En consecuencia, el error en cuanto a la persona vicia
el consentimiento (arts. 1455, 1681 y 1682 CC);
4. En los contratos gratuitos imponen ciertos deberes de conducta;
5. La circunstancia de ser gratuito u oneroso el contrato determina las condiciones en que
es atacable por medio de la acción pauliana o revocatoria: en efecto, conforme al artículo
2468 CC, para revocar los contratos gratuitos celebrados por el deudor en perjuicio de los
acreedores, basta la mala fe del primero; los contratos onerosos, en cambio, son revocables
en la medida que estén de mala fe el otorgante y el adquirente; y
6. En los contratos gratuitos la liberalidad es causa suficiente (art. 1467 CC).

Podemos, entonces, sintetizar el contrato oneroso como aquel que implica enriquecimiento y empo-
brecimiento recíprocos, y al contrato gratuito como aquel que implica enriquecimiento para una de
las partes y falta de beneficio para la otra (gratuitos desinteresados) o incluso empobrecimiento para
la otra (gratuitos propiamente tales).

C) Contratos conmutativos y aleatorios (art. 1441 CC)

Lo que básicamente distingue a los contratos conmutativos y aleatorios, es que sólo en los primeros
pueden las partes, al perfeccionar el contrato, apreciar o estimar los resultados económicos que
traerá consigo. En los contratos aleatorios, en cambio, las partes no pueden hacer ningún cálculo
racional en relación a las consecuencias económicas que producirá el contrato. El destino del
contrato queda supeditado al azar, a la suerte, a la más completa incertidumbre.

Por ello, contratos conmutativos son todos aquellos en los que cada una de las partes tiene en cuenta
la adquisición de un equivalente de su prestación, pecuniariamente apreciable, y bien determinado
desde el momento mismo de la celebración del contrato, y aleatorios o de suerte, todos aquellos en
que cada una de las partes tienen también en cuenta la adquisición de un equivalente de su prestación,
pecuniariamente apreciable, pero no bien determinado en el momento del contrato, corriendo los
contratantes un riesgo de ganancia o pérdida.

Debe señalarse, además, que existe una diferencia entre los contratos aleatorios de aquellos condi-
cionales. En los aleatorios no queda supeditada a una contingencia la existencia o inexistencia de
las obligaciones, como sí ocurre con los condicionales, sino que queda supeditada a la contingencia
el resultado económico del contrato, es decir, la mayor o menor utilidad que obtendrán las partes,
pero el contrato aleatorio es puro y simple.

Trascendencia jurídica de la clasificación

1. Aplicación de la lesión enorme en algunos contratos conmutativos: excepcionalmente, el


equivalente debe fijarse dentro de ciertos límites. Tal es el caso de la compraventa de bien
inmueble (arts. 1888 a 1896 CC), la cláusula penal enorme (art. 1544 CC), el mutuo con
interés (art. 8 Ley N° 18.010), la partición (art. 1348 CC), la aceptación de la herencia (art.
1234 CC); y
2. Aplicación de la imprevisión: dicha teoría se suele aplicar a los contratos conmutativos,
en donde una de las prestaciones pierde el equilibrio al volverse excesivamente onerosa.

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D) Contratos principales y accesorios (art. 1442 CC)

El artículo 1442 CC los define como: el contrato es principal cuando subsiste por sí mismo sin
necesidad de otra convención; y accesorio, cuando tiene por objeto asegurar el cumplimiento de
una obligación principal, de manera que no pueda subsistir sin ella.

Son contratos principales, por ejemplo, la compraventa, la promesa o el arrendamiento. En cambio,


son accesorios, la fianza, hipoteca o la prenda.

Cabe recordar que existe una diferencia entre garantía y caución. Así, toda caución es una garantía,
pero no toda garantía es una caución, puesto que existe una relación de género a especie. Por
ejemplo, el derecho de prenda general (art. 2465 CC) es una garantía, pero no una caución.

Importancia de la clasificación

Esta clasificación importa para determinar la extinción de un contrato, de acuerdo al aforismo lo


accesorio sigue la suerte de lo principal. En tal sentido, el contrato accesorio tiene una vida refleja
en relación al contrato principal (arts. 2516, 1536, 2381, 2434 CC).

PEÑAILILLO2 agrega que tratándose de la nulidad, surge aquí la denominada “nulidad consecuen-
cial”, que es aquella por la cual un acto es nulo debido (o como consecuencia de) que otro lo es.
El Código la dispone expresamente en el art, 1536 para la cláusula penal. En otras situaciones esa
nulidad puede fundarse en una regla más amplia, como cuando se dispone que extinguida la obliga-
ción principal se extingue la accesoria (recordando que la nulidad es un modo de extinguir las
obligaciones). Por último, suele agregarse (al tratarse el tema de la nulidad de los actos jurídicos) que
esta llamada nulidad consecuencial es una verdadera nulidad, porque al acto accesorio le ha faltado
un propio requisito (tal vez mejor un supuesto): un acto u obligación principal al que accede (así
lo dispone expresamente el art. 2385 para la prenda).

Cláusula de garantía general

Si bien la lógica indica que el contrato principal debe celebrarse antes o al menos coetáneamente al
contrato accesorio, en ocasiones puede celebrarse un contrato accesorio no obstante que la obligación
principal aún no existe. Tal es el caso de la cláusula de garantía general, cuya validez, respecto de
la fianza y la hipoteca, admiten expresamente los artículos 2339 inc. 2° y 2413 inc. 3°, respectiva-
mente.

En otras palabras, la ley admite la posibilidad de que se celebren contratos accesorios para caucionar
obligaciones principales futuras, que aún no existen y que no es seguro de que vayan a existir, y de
un monto también indeterminado.

Los actos jurídicos dependientes

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PEÑAILILLO (2003), Obligaciones

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Son aquellos en que si bien requieren para cobrar eficacia la existencia de un contrato principal, del
que dependen, no están destinados a garantizar el cumplimiento de este último. Tal ocurre, por
ejemplo, con las capitulaciones matrimoniales (art. 1715 CC).

PEÑAILILLO3 sostiene que en base al artículo 1442 CC se puede entender que obligación principal
es la que subsiste autónomamente, sin necesidad de otra (por ej., la obligación del comprador de
pagar el precio); y obligación accesoria es la que tiene por finalidad asegurar el cumplimiento de
otra, de manera que no puede subsistir sin ella (por ej., la obligación del fiador de cumplir la
obligación del deudor principal si éste no la cumple, que no puede subsistir, precisamente, sin la del
deudor principal). A estos dos miembros se les puede agregar un tercero, cual es el de la obligación
dependiente, que es aquella que no puede subsistir sin una principal, pero no tiene por finalidad
asegurar su cumplimiento (por ej., la que emana de las capitulaciones matrimoniales –art. 1715 del
CC–, las cuales dependen del matrimonio, no producen efectos mientras no se celebre, pero no tienen
por objetivo asegurar que ese acto se celebrará o que se cumplirá alguna determinada obligación).

E) Contratos reales, solemnes y consensuales (art. 1443 CC)

Esta clasificación dice relación con el momento en que nace el contrato y la manera en que este
se perfecciona. Naturalmente que en todo contrato es requisito la voluntad, es decir, el consenti-
miento. Sin embargo, este se manifiesta de diversas formas según el tipo de contrato de que se trate.

Así, el contrato será consensual, cuando para su perfección baste el consentimiento. Será real,
cuando se perfeccione con la entrega de la cosa. Y, será solemne, cuando para que el contrato se
perfeccione se requiera una solemnidad objetiva, en atención a la naturaleza o especie del acto o
contrato que se celebra.

La regla general es que los contratos sean consensuales. De hecho, las normas que dispone el Código
de Comercio sobre formación del consentimiento sólo se aplican a este tipo de contratos, guardando
silencio respecto de los reales y solemnes.

5.2. Clasificaciones doctrinarias de los contratos

A) Contratos nominados o típicos y contratos innominados o atípicos

Los contratos típicos (o nominados) son aquellos que han sido expresamente reglamentados por
el legislador en el Código o en leyes especiales. En cambio, los contratos atípicos (o innominados),
son aquellos que carecen de reglamentación legal específica, como los contratos de talaje, cuota
litis, opción, leasing, franquicia, etc.

Los contratos atípicos no están configurados por la ley y van surgiendo como creación de los parti-
culares, fruto de la autonomía de la voluntad y del aforismo en el Derecho privado sólo no puede
hacerse aquello que la ley expresamente prohíbe.

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PEÑAILILLO (2003), Obligaciones

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Boris Loayza M.

En definitiva, las partes, autónomamente, van moldeando figuras contractuales en función de sus
intereses, lo que es propio de su libertad contractual, siempre que no pugnen con los preceptos
jurídicos de orden público.

Clasificación del contrato atípico

A la luz del artículo 1545 CC, ninguna diferencia existe desde el punto de vista de la obligatoriedad
de las partes, entre contratos típicos y atípicos: ambos son una ley para los contratantes, y tienen
plena fuerza obligatoria.

El problema se plantea respecto a sus efectos, es decir, cómo quedan regulados los efectos de los
contratos atípicos, si las partes no tuvieron en cuenta las dificultades sobrevinientes y, por ende, no
acordaron para tales casos estipulaciones pertinentes. De esta forma, corresponde preguntarse ¿cuáles
son las normas supletorias por las cuales han de regirse los contratos atípicos?

El criterio que se ha utilizado es asimilar el contrato atípico al contrato o a los contratos típicos
más parecidos. Para ello se necesita aplicar las normas de interpretación contractual (arts. 1560 y ss.
CC). Por lo tanto, se debe recurrir a criterios de analogía, y en un segundo plano, a la equidad (art.
170 N° 5 CPC).

B) Contratos de ejecución instantánea, de ejecución diferida, de tracto sucesivo y de duración


indefinida

El criterio diferenciador de este tipo de contratos está en atender a su permanencia en el tiempo.

Los contratos de ejecución instantánea son aquellos en los cuales las obligaciones se cumplen ape-
nas se celebra el contrato que las generó. De esta forma, producen sus efectos inmediatamente
después de celebrados, de manera que realizada la prestación debida, desaparece el vínculo contrac-
tual que las generó. En otras palabras, el contrato nace y se extingue de inmediato, quedando las
partes liberadas.

Los contratos de ejecución diferida son aquellos cuyos efectos se cumplen de una sola vez (un
actu) o se van cumpliendo progresivamente (diversos actos), pero en ambos casos, en el plazo
estipulado por las partes o el que corresponde a la naturaleza de la obligación. Dicho plazo puede
ser expreso o tácito.

Los contratos de tracto sucesivo son aquellos en que en el periodo de tiempo establecido por la
ley o acordado por las partes, van renovando sus efectos. En otras palabras, en este tipo de con-
tratos, su cumplimiento va escalonándose en el tiempo, durante un lapso prologando, de tal suerte
que las obligaciones van naciendo y extinguiéndose con la llegada del plazo.

Los contratos de duración indefinida son aquellos que nacen sin que las partes fijen un plazo
(expreso o tácito) de vigencia de los mismos, teniendo las partes la pretensión de que se prolonguen
en el tiempo, por periodos extensos. Sin embargo, esta cualidad no implica perpetuidad, pues las
partes pueden “salirse” del contrato por medio del desahucio.

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Boris Loayza M.

[Para PEÑAILILLO4, los contratos –las obligaciones– de ejecución instantánea, son aquellos cuyo
cumplimiento se efectúa en un acto, sin prolongación en el tiempo. En cambio, las de ejecución
duradera son aquellas cuyo cumplimiento se desenvuelve en el tiempo.

Las obligaciones (contratos) de ejecución duradera, pueden ser, a su vez, continuos y a tractos.

Es obligación continua la que se ejecuta desenvolviéndose en el tiempo, ininterrumpidamente.


Es a tractos la que, desenvolviéndose su cumplimiento en el tiempo, se ejecuta a intervalos me-
diante actos sucesivos.]

Interés jurídico de la clasificación

1. Respecto de la nulidad y la resolución: tratándose de los contratos de ejecución instantá-


nea y de ejecución diferida, la nulidad y la resolución operan con efecto retroactivo (arts.
1687 y 1487 CC). En cambio, en los contratos de tracto sucesivo y de duración indefinida,
por regla general, la nulidad y la resolución (que toma el nombre de terminación) operan
hacia el futuro, a partir de la fecha en que queda ejecutoriada la respectiva sentencia;
2. En materia de riesgos: tratándose de contratos de ejecución instantánea, no se presenta el
problema de los riesgos; si se trata de contratos de ejecución diferida, la extinción de la
obligación por caso fortuito o fuerza mayor deja pendiente el problema de la obligación co-
rrelativa, la cual se resuelve en favor del deudor, ya que el riesgo es del acreedor (arts. 1550
y 1820 CC: res perit creditori). Por su parte, en los contratos de tracto sucesivo o duración
indefinida, la extinción por caso fortuito o fuerza mayor extingue, a su vez, la obligación
correlativa (art. 1950 CC);
3. En relación a la teoría de la imprevisión: la doctrina de la alteración sobrevenida de las
circunstancias opera sólo respecto de los contratos de ejecución diferida, tracto sucesivo o
de término indefinido;
4. Respecto de la resciliación (art. 1567 inc. 1° CC): respecto de los contratos de ejecución
instantánea no puede operar, pues este modo de extinguir requiere que al menos una de las
obligaciones se encuentre pendiente; nada obsta, en cambio, a que opere en los contratos de
ejecución diferida, siempre que una obligación se encuentre pendiente. Tratándose de los
contratos de tracto sucesivo y de término indefinido, este modo de extinguir puede operar
sin problemas e, incluso, pero excepcionalmente, puede tener lugar el término unilateral del
contrato mediante el desahucio; y
5. En cuanto a la caducidad convencional del plazo: la cláusula de aceleración sólo puede
tener lugar en los contratos de tracto sucesivo o de ejecución diferida.

C) Contratos individuales y contratos colectivos

Los contratos individuales son aquellos que requieren el consentimiento unánime de las partes
a quienes vincularán. Así, este tipo de contrato sólo crea derechos y obligaciones para aquellos que
consintieron en él. Por su parte, los contratos colectivos son aquellos que crean obligaciones para
personas que no concurrieron a su celebración, que no consintieron o que incluso se opusieron
a la conclusión del contrato.

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PEÑAILILLO (2003), Obligaciones

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D) Contratos libremente discutidos y contratos por adhesión

El contrato libremente discutido es aquel fruto de una negociación o deliberación por parte de los
contratantes en cuanto a su contenido, en un mismo plano de igualdad y libertad. En este sentido, la
autonomía de la voluntad sólo se verá limitada por la ley, el orden público, la moral y las buenas
costumbres.

El contrato por adhesión es aquel cuyas cláusulas son redactadas por una sola de las partes,
limitándose la otra a aceptarlas en bloque, adhiriéndose a ellas. En este tipo de contratos existe
una disparidad, una asimetría en las posiciones.

Los contratos por adhesión tienen una mejor regulación en la Ley N° 19.496 sobre protección de los
derechos de los consumidores. En esta ley, el legislador intentó morigerar sus efectos mediante la
implementación de la sanción a las cláusulas abusivas (art. 16).

Características de los contratos por adhesión

1. Se trata de contratos estrictos o rígidos: el adherente nada puede cambiar, pues se encuen-
tra ante un contrato tipo. Existe, por tanto, una asimetría en la posición de los contratantes;
2. Son generales o impersonales: usualmente, aunque no necesariamente, van dirigidos al pú-
blico en general;
3. Permanentes; y
4. Minuciosos.

E) Contratos preparatorios y contratos definitivos

Contrato preparatorio es aquel mediante el cual las partes estipulan que en el futuro celebrarán
otro contrato, que por ahora no pueden concluir o está sujeto a incertidumbre, siendo dudosa su
factibilidad. En cambio, el contrato definitivo es aquel que se celebra cumpliendo con la obliga-
ción generada por el contrato preparatorio.

Algunos ejemplos de contratos preparatorios son los siguientes:

1. Contrato de promesa (art. 1554 CC);


2. Contrato de opción: consiste en la oferta unilateral de contrato que formula una de las partes,
de manera temporal, irrevocable y completa, en favor de otra que de memento se limita a
admitirla, reservándose libremente la facultad de aceptarla. En otras palabras, sólo una parte
tiene el derecho a exigir que se estipule el futuro contrato, mientras que la otra parte no
tiene derechos, sólo obligaciones, subordinadas a la voluntad del primer contratante (un
ejemplo es la venta a prueba del artículo 1823 CC);
3. Pacto de retroventa (art. 1881 CC); y
4. Contrato de arbitraje o con cláusula compromisoria: las partes disponen que ante un even-
tual litigio, se acatarán a la jurisdicción arbitral.

F) Contratos intuito personae y contratos impersonales

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Boris Loayza M.

En los primeros la persona es un elemento esencial del contrato, pues las partes contratan, específi-
camente, porque cierta persona está dotada de cualidades o aptitudes particulares, o de una especial
pericia técnica. En cambio, cuando la persona concreta del contrato es indiferente, estamos ante un
contrato impersonal.

Dentro de las consecuencias importantes de esta clasificación contractual encontramos las siguientes:

1. El error en la persona como vicio del consentimiento (art. 1455 CC);


2. La pretensión del otro contratante a que el contrato sea ejecutado personalmente por
la contraparte y no por otros, con el consiguiente derecho a rehusarse a recibir la pres-
tación si ésta fuere de otra persona (arts. 1553 y 1572 CC);
3. La intransmisibilidad del contrato al heredero del sujeto a quien incumbe la prestación;
y
4. La imposibilidad de ceder los derechos y obligaciones que origina el contrato.

G) Contratos de familia y contratos puramente patrimoniales

Los contratos de familia se refieren a la situación de una persona dentro de su familia, y a sus rela-
ciones con los restantes integrantes de la misma. Por ejemplo, el matrimonio o el acuerdo de unión
civil.

Los contratos puramente patrimoniales son aquellos destinados a crear, modificar, transferir o ex-
tinguir un derecho patrimonial o avaluable en dinero.

H) Contratos de formación instantánea y contratos de formación progresiva

Se formula esta clasificación según si el contrato nace de una sola vez o por un solo acto, o bien, si
el contrato requiere para nacer de un proceso de negociación previo.

I) Contratos puros y simples, y sujetos a modalidades

Atendiendo a si los actos y contratos producen de inmediato sus efectos normales, o si se insertan en
ellos modalidades, se clasifican de esta manera. De esta forma, contratos puros y simples, son aque-
llos que inmediatamente celebrados hacen nacer un derecho, que puede ejercerse sin más dilación.
Por el contrario, contratos sujetos a modalidades, son aquellos en donde sus efectos están supedita-
dos a una modalidad (plazo, condición y modo).

CAPÍTULO II: LAS CATEGORÍAS CONTRACTUALES

Hablamos de categorías contractuales para referirnos a ciertas figuras que pueden presentarse en
todo tipo de contratos, sin importar su clase. Son, por ende, figuras que tienen un carácter genérico.
Poseen, sin embargo, un rasgo común: estas categorías afectan o alteran algunos de los principios
generales de la contratación, como la fuerza obligatoria de los contratos o la libertad contractual.

12
Boris Loayza M.

1. El contrato dirigido

La regla general es que las normas legales relativas a los contratos sean supletorias de la voluntad de
las partes, es decir, que se apliquen en silencio de los contratantes. Sin embargo, puede suceder que
las normas legales asuman el carácter de imperativas. En este caso, las partes no pueden alterarlas,
sea en materia de su contenido o efectos, sea en cuanto a las personas con las cuales debe celebrarse
el contrato.

De esta manera, los contratos dirigidos son aquellos en los cuales el legislador impone normas
respecto del contenido o las partes del contrato, y que no pueden ser alteradas por las partes.
Por ejemplo, el contrato de trabajo, el contrato de matrimonio o lo que sucede en la Ley sobre Socie-
dades Anónimas, en donde se establece a favor de los accionistas el derecho de compra preferente de
las nuevas acciones que se emitan.

2. Contrato forzoso

Los contratos forzosos, en palabras de LÓPEZ SANTA MARÍA, son aquellos en donde el legislador
obliga a celebrar un contrato o lo da por celebrado.

Así las cosas, el contrato forzoso constituye una severa restricción al principio de la autonomía de la
voluntad, y particularmente, a uno de sus subprincipios: la libertad contractual. En efecto, el con-
trato forzoso afecta de manera directa a uno de los aspectos de la libertad contractual, esto es, la
libertad de conclusión (la libertad de celebrar o no un contrato) e incluso puede incidir en la libertad
de configuración (la libertad de regular el contenido contractual).

La ley, en los casos de contratos forzosos, nos obliga a concluirlo o, en algunos casos extremos, los
da por concluidos, como si las partes hubieran manifestado su voluntad.

Se han distinguido dos tipos de contratos forzosos:

1. Contratos forzosos ortodoxos (o propiamente tales): estos contratos se forman en dos eta-
pas. En la primera, interviene un mandato de autoridad que exige contratar. En la segunda,
quien recibió dicho mandato y celebra el contrato respectivo, puede, generalmente, elegir a
la contraparte y negociar las condiciones del contrato; y
2. Contratos forzosos heterodoxos (o forzosos fictos): este contrato se caracteriza por la pér-
dida completa de la libertad contractual, ya que el legislador constituye el contrato de un solo
golpe, sin que distingamos etapas, y sin que el contrato precise de intercambio de voluntades.
Tanto el vínculo jurídico como las partes y el contenido negocial se determinan de manera
heterónoma por un acto único del poder público.

3. Contrato tipo

Es un acuerdo de voluntades en cuya virtud las partes predisponen las cláusulas de futuros con-
tratos o las condiciones generales de la contratación. En este sentido, al celebrar un contrato tipo,

13
Boris Loayza M.

se adopta por los contratantes un formulario o modelo, destinado a ser reproducido sin alteraciones
importantes en diversos casos posteriores que equivalen, cada uno, a un contrato pre-redactado.

Ahora bien, el contrato tipo puede ser unilateral o bilateral. Los primeros son aquellos en donde
quienes concluyen el contrato tipo destinado a fijar condiciones generales del tráfico comercial son
grupos económicos o empresas cuyos intereses son convergentes. En cambio, los segundos son aque-
llos en donde las partes que participan en la conclusión del contrato tipo tienen intereses divergentes.

4. Contrato ley

En virtud del mecanismo de los contratos leyes, el Estado garantiza que en el futuro no modificará ni
derogará ciertas franquicias contractuales vigentes. Sin embargo, hoy en día, en virtud de una inter-
pretación del artículo 24 de la CPR, se ha entendido que los créditos derivados de los contratos son
intangibles y, por tanto, el legislador carece de facultades para modificar los contratos en curso.

5. El subcontrato

Se trata de un nuevo contrato, derivado y dependiente de otro contrato previo de la misma naturaleza.
Se ha definido también como aquel contrato que da lugar a una figura análoga a la filiación de un
derecho de otro derecho (derecho hijo o subderecho), o sucesión constitutiva, es decir, al nacimiento
de un contrato de contenido igual (contrato hijo) al del contrato del cual deriva (contrato padre o
contrato base).

Para que esté presente esta figura es necesario que concurran los siguientes requisitos:

1. Debe tratarse de un contrato de ejecución diferida o de tracto sucesivo o de término


indefinido; y
2. El contrato base no debe ser traslaticio de dominio: si lo es, se forma un nuevo contrato
autónomo e independiente.

Partes que intervienen en la subcontratación

Desde un punto de vista subjetivo, intervienen tres partes:

1. El primer contratante o causante: es parte del contrato base o inicial;


2. El segundo contratante o intermediario o causahabiente inmediato: es parte de ambas
relaciones jurídicas, el contrato base y el subcontrato; y
3. El tercer contratante o causahabiente mediato: es ajeno al contrato base, y celebra el sub-
contrato con el intermediador.

Relación entre el contrato base y el subcontrato

Desde un punto de vista objetivo, aparece la dependencia del subcontrato frente al contrato base. Así,
el subcontrato nace modelado y limitado por el contrato base.

14
Boris Loayza M.

En esta materia no existe una regla uniforme en cuanto a la posibilidad de que el primer contratante
o causante pueda accionar directamente en contra del tercer contratante o causahabiente mediato o
que éste pueda accionar directamente contra el primero, por lo que se deberá distinguir en concreto,
dependiendo de la figura en la que se esté.

1. Subarrendamiento: en principio, el arrendador carece de acción en contra del subarrenda-


tario. En el derecho nacional, las responsabilidades del arrendatario y del subarrendatario son
independientes. El primero responde frente al arrendador, y el segundo responde ante el
arrendatario (art. 1947 CC). Con todo, existe un caso en el cual el arrendador tiene acción
directa contra el subarrendatario (art. 1973 CC). Finalmente, el subarrendatario carece de
acción contra el arrendador, debiendo dirigirse en contra del arrendatario; y
2. Delegación del mandato: el mandante podrá ejercer contra el delegado o submandatario, las
acciones del mandatario que le ha conferido el encargo (art. 2138 CC). A la inversa, el dele-
gado sólo tendrá acción contra el mandante, si éste autorizó la delegación a determinada per-
sona (art. 2137 CC). En caso contrario, es decir, si no autorizó la delegación a una persona
determinada (el submandatario), este carecerá de acción contra el mandante.

6. El autocontrato

Es el acto jurídico en virtud del cual un sujeto celebra consigo mismo, no siendo necesaria la
intervención de otra persona. Es aquél en que la actividad y la declaración de una sola parte, en dos
distintas calidades, basta para entender celebrado el contrato.

En el autocontrato, el único sujeto actúa ya sea como (i) parte directa y como representante de otra
parte; ya sea como (ii) representante de ambas partes; ya sea como (iii) titular de dos patrimonios
sometidos a regímenes distintos.

7. El contrato por persona a nombrar y el contrato por cuenta de quien corresponda

A) Contrato por persona a nombrar

Es aquel en que una de las partes se reserva la facultad de designar, mediante una declaración
posterior, a la persona que adquirirá retroactivamente los derechos y asumirá las obligaciones
inicialmente radicadas en el patrimonio del primero.

Esta figura es inconcebible en los contratos intuito personae, por lo que sólo cabe en los contratos
impersonales.

Finalmente, la declaración del contratante fungible (sustituible), designando a la persona que lo su-
brogará y ocupará su mismo lugar jurídico, debe formularse dentro de un plazo determinado. Si esta
declaración no se realiza en el plazo estipulado, el contrato tendrá fuerza obligatoria respecto de los
contratantes originarios. Por el contrario, si tal declaración se realiza en el plazo pactado por las
partes o el plazo establecido por la ley, la persona nombrada adquiere la posición del contratante
con efecto retroactivo al día de la formación del contrato, como si hubiese estipulado en propia
persona. De esta manera, en ningún momento existe falta de certeza jurídica acerca de la persona del

15
Boris Loayza M.

contratante: un contratante existe siempre, ab origine, es decir, el contratante originario, o es, con
efecto retroactivo, la persona nombrada.

B) Contrato por cuenta de quien corresponda

También llamado contrato in incertam personae, es aquel en el cual una de las partes inicialmente
queda indeterminada o en blanco, en la seguridad de que después quedará individualizada. Se
trata de un contrato a beneficio de un tercero (mientras tanto indeterminado) mediante el cual es
posible cautelar un interés suyo, en espera de que se revele quién es el sujeto de tal interés (sujeto en
blanco).

Por tanto, al momento de celebrarse el contrato uno de los participantes tan solo tiene formal o apa-
rentemente el carácter de parte, puesto que necesaria y forzosamente será reemplazado más tarde por
el verdadero contratante, por quien corresponda.

Diferencias entre el contrato por persona a nombrar y el contrato por cuenta de quien corresponda

1. En el primero, las partes son el contratante inmutable o definitivo, y el contratante fungible.


Este último es parte desde la celebración del contrato, y puede serlo si no nombra válida y
oportunamente al reemplazante. En cambio, en el segundo tipo de contrato, el llamado con-
tratante formal no es parte: las partes serán siempre el contratante conocido desde el comienzo
y el contratante desconocido inicialmente; y
2. En el contrato por persona a nombrar, la designación del reemplazante (si acontece), es obra
de una de las partes, quien se reservó el derecho a nominarlo. En el contrato por cuenta de
quien corresponda, la individualización del contratante sustancial, que necesariamente se pro-
ducirá, no es obra de una de las partes, sino que el resultado de un suceso extrínseco, en cuya
virtud se determina a la persona que estaba en blanco o permanecía incierta.

CAPÍTULO III: PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE LA CONTRATACIÓN

1. La autonomía de la voluntad: su formulación original y su declinación

BARCIA5 señala que puede definir la autonomía privada como el poder o la facultad de los indivi-
duos para crear actos jurídicos o someterse a un estatuto legal o particular, si lo desean de esta
forma, y regular los efectos del acto jurídico o someterse a un estatuto jurídico preexistente.

El principio de la autonomía de la voluntad se formula en el marco de la doctrina según la cual toda


obligación reposa esencialmente sobre la voluntad de las partes. Esta es la fuente y medida de los
derechos y obligaciones que el contrato produce.

5
BARCIA (2007), Lecciones de Derecho Civil chileno. Tomo II, De las fuentes de las obligaciones

16
Boris Loayza M.

En este sentido, BARCIA6 indica que este principio se funda en la siguiente idea matriz: la voluntad,
que se basta a sí misma y que no es contraria al ordenamiento jurídico, da lugar a la autonomía de la
voluntad como fuente de los derechos personales que emanan de los contratos.

Decir lo anterior, significa afirmar que la voluntad es libre para crear los derechos y obligaciones
que le plazcan: la voluntad se basta a sí misma.

La doctrina de la autonomía de la voluntad sirve de telón de fondo a la mayoría de los principios


fundamentales de la contratación. Tales son:

1. Principio del consensualismo;


2. Principio de la libertad contractual;
3. Principio de la fuerza obligatoria del contrato; y
4. Principio del efecto relativo del contrato.

El otro principio fundamental en materia de la contratación es el principio de la buena fe (art. 1546


CC).

De esta manera, el consensualismo y la libertad contractual dicen relación con la formación o na-
cimiento del contrato; en tanto que la fuerza obligatoria y el efecto relativo de los contratos con-
ciernen a los efectos del contrato.

La buena fe, por su parte, se proyecta en todas las fases contractuales o iter contractual, exigiéndose
a las partes que se porten leal y correctamente desde los tratos precontractuales hasta el cumplimiento
íntegro de sus obligaciones e, incluso, en la fase postcontractual.

La autonomía de la voluntad, desde el siglo XVIII en adelante, ha sido el fruto del liberalismo eco-
nómico. De hecho, según los juristas de esa época, lo contractual necesariamente es justo o, bien, de
otra forma: quien dice contractual, dice justo. Sin embargo, hoy en día la doctrina no cree en la nece-
saria identidad de lo contractual con lo justo (por ejemplo, en las relaciones de consumo, aquel afo-
rismo que señalaba quien dice contractual dice justo, se pone de cabeza, y podría llegar a afirmarse
que quien dice contractual, dice injusto).

De ahí que en los últimos decenios, sin perjuicio de reconocer el importante papel jurídico de la
voluntad, se concluye que esta no es soberana. Es ostensible la declinación de la autonomía de la
voluntad.

Finalmente, BARCIA7 indica que la autonomía de la voluntad está presente –al igual que la buena
fe– está presente en todas las etapas del contrato: la formación, vigencia y término del mismo.

1. Formación del contrato: la autonomía privada se manifiesta tanto en el principio de la li-


bertad contractual y el consensualismo. No obstante, de la lectura de los artículos 1708 y
1709 CC se puede sostener que en Chile, el principio es el formalismo;

6
BARCIA (2007), Lecciones de Derecho Civil chileno. Tomo II, De las fuentes de las obligaciones
7
BARCIA (2007), Lecciones de Derecho Civil chileno. Tomo II, De las fuentes de las obligaciones

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Boris Loayza M.

2. En los efectos del contrato: la autonomía privada se manifiesta en el principio de la fuerza


obligatoria de los contratos. En dicho sentido, una vez formado el consentimiento y produ-
cido el acuerdo de voluntades de las partes no pueden modificarlo por su sola voluntad. Sin
embargo, este principio (de la fuerza obligatoria del contrato) se ve morigerado por el prin-
cipio de la buena fe;
3. En cuanto a la interpretación del contrato: la autonomía privada se manifiesta, principal-
mente, en los artículos 1560 y 1564 inciso 3° CC; y
4. En cuanto a la extinción del contrato: mediante el modo de extinguir resciliación (arts.
1567 inc. 1° y 1545 CC).

2. El principio del consensualismo contractual y su deterioro

El examen de este principio consiste en averiguar si los contratos surgen a la vida jurídica como
simples pactos desnudos, por la sola manifestación de la voluntad de las partes o, por el contrario, si
es menester cumplir con ritualidades externas, para que los contratos tengan existencia y produzcan
efectos.

En principio, para ser consecuente con el dogma de la autonomía de la voluntad, ha debido afirmarse
la vigencia del principio del consensualismo contractual. Así, los contratos quedarían perfectos por
la sola manifestación de las voluntades internas de las partes. No obstante, dicha premisa es falsa. A
través de los siglos, casi siempre los contratos han sido formales, aun cuando ello no implique que se
materialicen por escrito. Por consiguiente, la idea del contrato como simple acuerdo verbal de volun-
tades es reciente.

En nuestro Derecho, es posible distinguir dos tipos de contratos consensuales. El primero, esto es, los
contratos consensuales propiamente tales, se compone por aquellos pactos que requieren sólo la
manifestación de voluntad interna de las partes para nacer. El segundo grupo son los contratos con-
sensuales formales, es decir, contratos que siendo consensuales (no son ni reales, ni solemnes) están,
sin embargo, inmersos en un universo de formulismos, pues requieren, para tener plena eficacia, de
formalidades habilitantes, de prueba, de publicidad y convencionales.

Lo anterior permite pensar en las excepciones y atenuantes al principio del consensualismo. En este
sentido, las excepciones a este principio las conforman los contratos solemnes y los contratos
reales. En estos tipos contractuales, ya sea por la imprescindible formalidad requerida en atención a
la naturaleza del acto jurídico, o por el acto externo consistente en la entrega material del objeto, el
acto jurídico ya no nace por el mero consentimiento.

Las atenuantes al consensualismo están conformadas por el resto de las formalidades que no dicen
relación con la naturaleza del acto o contrato, vale decir, las formalidades habilitantes, las de prueba,
de publicidad y aquellas convencionales.

3. El principio de libertad contractual y su deterioro

La libertad contractual comprende la libertad de conclusión (o libertad para contratar) y la libertad


de configuración interna (libertad de contractual propiamente tal) de los contratos. En base a la

18
Boris Loayza M.

libertad de conclusión, las partes son libres de contratar o no contratar, y en caso afirmativo, para
escoger con quién contratar. En base a la libertad de configuración interna, las partes pueden fijar
las cláusulas o contenido del contrato como mejor les parezca.

En el derecho comparado los principales límites a la libertad contractual han sido la ley, la moral, el
orden público y las buenas costumbres.

En nuestro derecho, en cambio, la mayor ruptura o deterioro de la libertad contractual, desde el punto
de vista cuantitativo, está hoy configurada por el contrato dirigido (que atenta contra la libertad de
configuración interna); igual acontece con el contrato forzoso (que atenta contra la libertad de con-
clusión), especialmente los contratos forzosos heterodoxos (o fictos), donde en verdad se produce un
quiebre total en la libertad contractual.

[BARCIA8 sostiene que este principio se ve morigerado por el principio general de la buena fe. De
esta manera, conforme a este último precepto, los contratos obligan no sólo a lo que en ellos se ex-
presa, sino a todas las cosas que emanan de la naturaleza de la obligación, y que por la ley o costumbre
pertenecen a ella. Lo anterior se puede ver claramente con el reconocimiento de la teoría de la im-
previsión.

Además, en junto al principio de la fuerza obligatoria, regulado en el artículo 1545 CC se encuentra


en el principio de la intangibilidad del contrato, el cual consiste en que una vez que este nace a la
vida del Derecho válido y perfecto no puede ser modificado por las partes, al menos, no unilate-
ralmente.

Finalmente, sostiene que el principio de la fuerza obligatoria del contrato alcanza a todos los nego-
cios jurídicos, y no solo a los contratos].

En síntesis, cada vez que el legislador, por razones de orden público social o económico, fija impe-
rativamente las cláusulas más relevantes de ciertos contratos (contratos dirigidos) u obliga a las
partes a celebrarlos (contratos forzosos), se produce una ruptura del principio de la libertad
contractual.

4. El principio de la fuerza obligatoria de los contratos. Ley y contrato

a) Relación entre el contrato y la ley

El principio de la fuerza obligatoria de los contratos se expresa en el aforismo pacta sunt servanda:
los pactos deben observarse, deben cumplirse estrictamente. En nuestro derecho, está consagrado
explícitamente en el artículo 1545 CC, el cual señala, básicamente, que lo pactado obliga.

Para subrayar la obligatoriedad del contrato se alude a la metáfora tradicional de compararlo con la
ley. No obstante, existen diferencias entre aquél y esta.
b) Consecuencias del principio de la fuerza obligatoria del contrato

8
BARCIA (2007), Lecciones de Derecho Civil chileno. Tomo II, De las fuentes de las obligaciones

19
Boris Loayza M.

Las consecuencias de este principio se pueden apreciar desde dos perspectivas: entre las partes, y
respecto del juez.

1. Entre las partes: desde el momento en que un contrato no contiene nada contrario a las leyes,
ni al orden público ni a las buenas costumbres, las partes están obligadas a respetarlo, así
como están obligados a respetar la ley. De esto se siguen dos aspectos:
a. Los contratos se pueden revocar por el consentimiento mutuo de ambos contra-
tantes o por causas legales: esto es, mediante el modo de extinguir resciliación
(arts. 1567 inc. 1°, 1545 y 728 CC). Sólo excepcionalmente se puede resolver unila-
teralmente un contrato; y
b. Los contratos deben ser ejecutados de buena fe: las partes deben, en el cumpli-
miento de la convención, portarse honesta y lealmente.
2. Respecto del juez: el respeto a la ley creada por la voluntad de las partes se impone, también,
a los jueces encargados de interpretar la convención. De esta manera, los jueces no pueden
modificar los términos de la convención ni cambiar sus elementos, como no podrían cambiar
el texto de la ley, cuyo cumplimiento tienen por misión asegurar. De esto se siguen tres as-
pectos:
a. Cuando una nueva ley, dictada con posterioridad al nacimiento del contrato,
modifica una disposición jurídica de la convención, el juez no debe aplicar dicha
ley (art. 22 Ley sobre el Efecto Retroactivo de las Leyes);
b. El juez debe buscar siempre la voluntad de las partes con miras a determinar
su sentido exacto; y
c. El juez no puede modificar los elementos del contrato o los términos de este, so
pretexto de que las condiciones impuestas a una de las partes son contrarias a
la equidad.

c) La fuerza obligatoria del contrato frente al legislador y al juez

La obligatoriedad del contrato se traduce en su intangibilidad, vale decir, que el contrato válidamente
celebrado no puede ser tocado ni modificado ni por el legislador ni por el juez. Estos, al igual que las
partes, deben respetar las estipulaciones convenidas por los contratantes. No obstante, la intangi-
bilidad no es absoluta. Así, existen algunas excepciones:

1. Frente al legislador: en algunas ocasiones es el mismo legislador quien ya sea mediante


leyes de emergencia, disposiciones normas permanentes (por ejemplo, los artículos 1879,
2180, 1559, 2396, 1826 CC, 10 de la Ley N° 18.010, 4 y 5 de la Ley N° 18.101, etc.) o bien,
mediante leyes que modifiquen contratos en curso (acá toman relevancia los artículos 22 de
la Ley sobre el Efecto Retroactivo de las Leyes, el artículo 9 CC y el artículo 24 CPR); y
2. Frente al juez: también el juez está subordinado a la fuerza obligatoria de los contratos. Los
tribunales, por ende, no pueden modificar los contratos, aún a pretexto del cambio de las
circunstancias existentes al momento de la celebración de la convención. Con todo, la apli-
cación irrestricta del artículo 1545 CC podría verse morigerada en virtud de la teoría de la
imprevisión, según la cual los jueces podrían llegar a la revisión del contrato e, incluso, a
la resolución del mismo, cuando circunstancias imprevistas para las partes al momento de
contratar (contratos de tracto sucesivo o ejecución diferida o, al menos con una obligación
pendiente) generen que una prestación se vuelva excesivamente onerosa, quebrando el equi-
librio contractual. Dicha teoría tendría aplicación en virtud del artículo 1546 CC.

20
Boris Loayza M.

5. El principio del efecto relativo de los contratos

Los contratos sólo generan derechos y obligaciones para las partes contratantes que concurren a su
celebración, sin beneficiar ni perjudicar a terceros. Para éstos últimos los contratos ajenos son indife-
rentes, son res inter allios acta.

Este principio es consecuencia lógica y necesaria del dogma de la autonomía de la voluntad. Si se


predica de la voluntad el poder de ser la fuente y medida de los derechos y obligaciones contractuales,
eso sólo puede concretarse a condición de que haya voluntad; por ende, quienes nada dicen, no
pueden verse afectados por contratos ajenos.

Pues bien, en relación al principio del efecto relativo de los contratos, se puede observar que concu-
rren distintos sujetos: las partes y los terceros.

1. Situación de las partes: son partes en un contrato aquellos que concurren a su celebración,
ya sea personalmente o representados (legal o convencionalmente). Por tanto, hablamos
de partes (o autores) para referirnos a aquellos que generan con su voluntad el acto jurídico.
A estos podemos agregarles los sucesores a título universal, es decir, los herederos (arts.
1097 y 951 CC). Finalmente, existen casos en donde no es posible transmitir los derechos y,
por tanto, los herederos no se considerarán partes, pues en estos casos no representarán a
la persona del causante. Tales casos son:
a. Contratos intuito personae;
b. Contratos en que se hubiera estipulado expresamente su terminación por el fa-
llecimiento de uno de los contratantes;
c. Herederos que aceptan la herencia con beneficio de inventario; y
d. Obligaciones contractuales que por disposición de la ley no pasan a los herede-
ros.
2. Situación de los terceros: el concepto de tercero es un concepto negativo, es decir, se da
por la antítesis de la voz parte. Por consiguiente, se entiende que es tercero toda persona
que no ha participado ni ha sido válidamente representada en la generación del acto.
Pues bien, respecto de los terceros podemos subdistinguir en:
a. Terceros absolutos: aquellos que fuera de no participar en el contrato, ni personal-
mente ni representados, no están ligados jurídicamente con las partes por vínculo
alguno; y
b. Terceros relativos: también llamados interesados, son aquellos que si bien no han
generado con sus voluntades el acto jurídico, están o estarán vinculados jurídica-
mente con las partes, sea por su propia voluntad o por disposición de la ley. Final-
mente, respecto a estos terceros relativos, es posible encontrar dos situaciones:
i. Causahabientes a título singular: son aquellos que suceden a una persona
ya sea por acto entre vivos (compraventa, permuta, donación, mutuo, etc.) o
acto por causa de muerte (legatarios) en un bien determinado y no en la
totalidad de su patrimonio. La pregunta acá es la siguiente: ¿qué ocurre con
el principio del efecto relativo de los contratos respecto a estas personas? La
situación se presenta en aquellos actos celebrados por el causante sobre la
cosa o derecho que específicamente se transfiere o transmite a título singular,

21
Boris Loayza M.

antes de que el sucesor pase a ocupar su lugar. La respuesta dependerá de si


tiene o no regulación legal. Así, en ciertos casos, el acto afectará a los aque-
llos que suceden en el bien, por ejemplo, el artículo 1962 CC. Sin embargo,
en aquellos casos no regulados por el legislador, la respuesta debiera ser ne-
gativa: las obligaciones contraídas por el causante no empecen al cau-
sahabiente a título singular, el acto les será inoponible; y
ii. Acreedores de las partes: la doctrina mayoritaria estima que los acreedores
de las partes, que no disponen de preferencia (privilegios o hipotecas (art.
2470 CC)), es decir, los valistas, son terceros absolutos y, por tanto, los
contratos que su deudor celebre con otras personas no generan derechos
ni obligaciones para los acreedores valistas. Lo anterior es sin perjuicio de
las distintas acciones que podrían llegar a tener estos acreedores, por ejem-
plo, las acciones de simulación o acción pauliana (art. 2468 CC).

Finalmente, existe dos situaciones particulares: el contrato en perjuicio de terceros, y el contrato


sobre el patrimonio del tercero. El primer caso será usualmente ilícito, por lo cual podría llegar a
generar distintas acciones, como la acción de simulación o pauliana, o bien, podría generar responsa-
bilidad extracontractual. El segundo caso si bien es lícito, será inoponible al propietario de la cosa a
que se refiere (art. 1815 CC).

Excepciones al efecto relativo de los contratos

Estamos ante excepciones al principio citado cuando un contrato genera derechos o impone obli-
gaciones a terceros absolutos. Así, podemos mencionar como ejemplo la situación de los contratos
colectivos, o aquellos de reorganización o renegociación de la Ley N° 20.720. También se han plan-
teado dos hipótesis: la estipulación a favor de un tercero y la promesa de hecho ajeno.

A) Estipulación a favor de un tercero (art. 1449 CC)

Como primera prevención, cabe señalar que en la medida en que se acoja la doctrina de la creación
directa del derecho, la estipulación a favor de un tercero será una excepción al principio del efecto
relativo de los contratos, puesto que en dicho caso se originarán efectos en beneficio de un tercero.

Es posible definir esta figura como un contrato entre el estipulante y el promitente, en el que el
estipulante impone al promitente el deber de obligarse a una prestación para con un tercero
beneficiario. De esta manera, tenemos que en la estipulación a favor de un tercero, el estipulante
contrata en su nombre, pero el efecto de su contrato se produce en beneficio de otro.

Dicha figura está consagrada en el artículo 1449 CC, el cual –a diferencia de otros ordenamientos–
no requiere de que el estipulante tenga algún interés pecuniario. Por lo mismo se ha dicho que nuestro
Código consagra esta figura en términos amplios.

A su vez, es posible advertir que dicha figura es incausada, al menos en la relación entre el promitente
y el tercero beneficiario. La causa sólo se presenta entre el estipulante y el promitente o entre el
estipulante y el tercero beneficiario, pero no respecto del vínculo que nace a resultas de la estipula-
ción, es decir, entre el promitente y el beneficiario.

22
Boris Loayza M.

Naturaleza jurídica de la estipulación a favor de un tercero

Cuatro son las principales teorías doctrinarias que se han formulado para explicarla. Para entenderlas,
cabe tener presente que en esta figura intervienen tres personas: estipulante, promitente y tercero
beneficiario.

1. Teoría de la oferta: en virtud de esta teoría, la estipulación a favor de un tercero se descom-


pone en dos convenciones. El primer acuerdo es entre el estipulante y el promitente; luego,
existe un segundo contrato, ahora entre el estipulante, quien le ofrece su crédito al tercero
beneficiario, quien sólo en virtud de su aceptación lo integrará a su patrimonio;
2. Teoría de la agencia oficiosa: el estipulante actuaría como un gestor de los negocios del
tercero, es decir, como su agente oficioso (art. 2286 CC);
3. Teoría de la declaración unilateral de voluntad: habría en la estipulación por otro una
expresión de la voluntad unilateral del deudor (promitente) como fuente de obligaciones. En
este caso, el promitente adquirirá el rol de deudor del beneficiario por su sola declaración
unilateral de voluntad; y
4. Teoría de la adquisición directa del derecho: esta teoría considera la estipulación en favor
de un tercero lisa y llanamente como una excepción al efecto relativo de los contratos. De
esta manera, el derecho se crea en favor del tercero desde el instante mismo en que se
celebra el contrato entre estipulante y promitente, aunque el tercero desconozca la esti-
pulación. La aceptación o declaración del tercero beneficiario, sólo es un requisito para que
dicho tercero pueda exigir la prestación, pero el derecho en su favor ya nació, independiente
de su voluntad. En otras palabras, la aceptación no es sino un presupuesto de la exigibilidad
del derecho por el mismo tercero, pero no para su nacimiento.

Efectos de la estipulación por otro

Al respecto, es posible distinguir distintas situaciones que concurren entre los intervinientes:

1. Efectos entre estipulante y promitente: son las partes del contrato. Sin embargo, al tenor
del artículo 1449 CC sólo el tercero beneficiario podrá demandar lo estipulado; el estipulante,
por sí mismo, no puede hacerlo. De esta manera, es posible advertir que ante el incumpli-
miento del contrato, el estipulante podrá demandar la resolución del contrato (art. 1489 CC)
o la indemnización de perjuicios (arts. 1489 o 1553 CC), pero no podrá solicitar el cumpli-
miento forzado, remedio que sólo queda para el tercero beneficiario. Además, en virtud del
artículo 1536 CC, se desprende que si se fija una cláusula penal en caso de incumplimiento
de la estipulación, el estipulante, por sí mismo, puede ejecutar la pena.
A su vez, si quien incumple es el estipulante, el promitente tendrá los remedios generales
frente al incumplimiento.
Finalmente, las partes que celebran el contrato, antes de la aceptación del tercero beneficia-
rio, pueden resciliar el contrato, es decir, dejarlo sin efecto (art. 1567 inc. 1° y 1545 CC).
Por consiguiente, es posible señalar que la estipulación a favor de un tercero está sujeta a una
condición resolutoria ordinaria, consistente en que las partes no revoquen (rescilien) la
estipulación antes de la aceptación de dicho tercero.
2. Efectos entre promitente y beneficiario: el promitente se encuentra directamente obligado
frente al tercero beneficiario. Este, aunque no es parte del contrato, es acreedor del primero
desde el momento en que se celebra la convención. Por consiguiente, desde que el tercero

23
Boris Loayza M.

beneficiario acepta (expresa o tácitamente), puede exigir el cumplimiento de la prestación.


Dicha aceptación no hace más que confirmar el derecho de crédito ya existente en su prove-
cho. Así, la aceptación genera dos efectos. El primero es hacer exigible el cumplimiento de
la obligación. El segundo, es terminar la posibilidad de que las partes rescilien el contrato.
Ahora bien, lo que no puede hacer el tercero beneficiario es demandar la resolución o la
indemnización, pues estos remedios son del estipulante; y
3. Efectos entre estipulante y tercero beneficiario: jurídicamente son sujetos extraños, pues
no media entre ellos ninguna relación jurídica. El derecho del tercero beneficiario nunca se
radica en el patrimonio del estipulante.

Características de la estipulación a favor de un tercero

1. El tercero beneficiario con la estipulación debe ser ajeno a la relación jurídica entre
promitente y estipulante: de esta manera, el estipulante no puede estar representando al
tercero, pues si aquel fuera mandatario de este, el tercero sería parte del contrato;
2. El estipulante debe obrar a nombre propio: si actuara a nombre del tercero sería un agente
oficioso;
3. Solo el tercero beneficiario puede demandar lo estipulado: como vimos en los efectos,
sólo este tiene la acción de cumplimiento forzado. No obstante, no tiene las demás acciones
frente a un eventual incumplimiento del promitente. El tercero tiene un derecho exclusivo y
directo; y
4. Las partes contratantes (promitente y estipulante) pueden resciliar la estipulación,
mientras el tercero no acepte expresa o tácitamente.

Requisitos para que opere la estipulación a favor de un tercero

BARCIA9 agrega los siguientes requisitos:

1. El estipulante debe tener capacidad para contratar y no debe tratarse de un represen-


tante legal o convencional del tercero beneficiario;
2. El promitente debe tener capacidad para contratar y debe tener la intención de crear
un derecho a favor del tercero beneficiario; y
3. El beneficiario sólo necesita capacidad de goce y que sea una persona determinada o
determinable.

B) La promesa de hecho ajeno (art. 1450 CC)

La doctrina nacional concluye que esta figura no es una excepción al principio del efecto relativo de
los contratos, ya que no crea ningún derecho y menos una obligación a cargo del tercero absoluto.
El único que resulta obligado es el promitente, quien se compromete a obtener que otra persona
acepte efectuar una prestación en favor del acreedor. En verdad, lo que hace el deudor es prometer
un hecho propio: lograr que otro consienta en dar, hacer o no hacer algo en favor del acreedor.

Las partes que intervienen son el promitente, el prometido o acreedor, y el tercero, que solamente
se obliga con su ratificación. El promitente es el que pretende que el tercero realice o celebre un

9
BARCIA (2007), Lecciones de Derecho Civil chileno. Tomo II, De las fuentes de las obligaciones

24
Boris Loayza M.

determinado acto o contrato. El acreedor, en cambio, es aquel en cuyo favor se obliga el promitente,
a que el tercero celebrará dicho contrato o convención.

Estamos, entonces, frente a una obligación de hacer que adquiere el promitente, consistente en que
el tercero ratifique; mientras ello no acontezca, el tercero no contrae obligación alguna.

Ahora bien, si el promitente fracasa en su intento, nace una obligación de indemnizar los perjuicios
resultantes, cuya fuente es la ley. Por el contrario, si el tercero ratifica, y después no cumple la pres-
tación prometida, el acreedor tendrá los remedios generales contra el tercero, sin que el acreedor
pueda demandar al promitente.

Además, se puede pactar una cláusula penal (art. 1536 CC), que será una eficaz herramienta de
presión del estipulante o acreedor para con el promitente. Así, el incumplimiento faculta al acreedor
para exigir una acción indemnizatoria respecto de la primera disposición o exigir la pena, de estipu-
larse una cláusula penal.

[BARCIA10 señala que los requisitos de la promesa de hecho ajeno son aquellos del acto jurídico en
general, y los específicos del acto prometido.].

Efecto absoluto o expansivo de los contratos

Al margen de la voluntad de las partes, a veces un contrato puede ser invocado por un tercero a su
favor o, también, oponerse a un tercero en su detrimento. En alguna medida, el contrato, en cuanto
es un hecho, puede alcanzar a todos: tiene vigencia erga omnes.

De esta manera, el efecto absoluto o expansivo de los contratos, se da en aquellos casos en donde
el contrato puede ser invocado frente a un tercero ajeno, o un tercero puede oponerse a aquel.

Un ejemplo de lo anterior es la acción pauliana (art. 2468 CC): cuando existe un contrato fraudulento
celebrado por el deudor, dichos actos pueden ser atacados por los acreedores. O bien, la situación
regulada por el artículo 1817 CC, relativa a las ventas sucesivas: el comprador que no es preferido
por la ley resulta perjudicado por el efecto reflejo o expansivo de la compraventa de la cual no fue
parte.

La inoponibilidad de los contratos

Se ha definido la inoponibilidad como la ineficacia de un acto jurídico o de su nulidad respecto


de ciertos terceros por no haber las partes cumplido algún requisito externo de eficacia dirigido
precisamente a proteger a esos terceros. O bien, como la sanción civil que impide que se haga
valer ante terceros un derecho.

En nuestro derecho, la inoponibilidad carece de un tratamiento sistemático, por lo que tratar sus con-
secuencias se hace complejo.

10
BARCIA (2007), Lecciones de Derecho Civil chileno. Tomo II, De las fuentes de las obligaciones

25
Boris Loayza M.

En general, las medidas de protección que articulan la inoponibilidad están enfocadas principalmente
en favor de los terceros relativos, vale decir, los causahabientes a título singular (y, para algunos, los
acreedores). Sin embargo, también es posible aplicar dicha sanción a los terceros absolutos.

Causales de inoponibilidad

La inoponibilidad tiende a cumplir dos funciones: la protección de los terceros ante los efectos de un
acto válido; y, la protección de los terceros ante los efectos de la declaración de nulidad de un acto.

1. Inoponibilidad por incumplimiento de las formalidades de publicidad sustanciales: estas


formalidades están destinadas a divulgar ante un tercero la celebración de un acto o contrato
o el acaecimiento de un determinado suceso de relevancia jurídica. El incumplimiento de
dichas formalidades de publicidad, trae como consecuencia la inoponibilidad del acto frente
a terceros. Por ejemplo, los artículos 1707, 1902, 2513 CC, 297 y 453 CPC;
2. Inoponibilidad por falta de fecha cierta;
3. Inoponibilidad por falta de consentimiento o por falta de concurrencia: un ejemplo es el
caso de la venta de cosa ajena (art. 1815). Acá el acto es válido, peor inoponible al verdadero
dueño de la cosa, que no concurre con su voluntad y, por tanto, puede reivindicar la cosa
mientras el tercero (poseedor) no adquiera por prescripción adquisitiva. Otro ejemplo es la
inoponibilidad de los actos ejecutados por el mandatario cuando se excede en los límites
de su mandato (art. 2160 y 2136 CC);
4. Inoponibilidad por fraude: los casos típicos son la simulación y la acción pauliana (art.
2468 CC);
5. Inoponibilidad por lesión de derechos adquiridos: art. 94 sobre la muerte presunta;
6. Inoponibilidad por lesión de las asignaciones correspondientes a los legitimarios: los
legitimarios pueden recurrir a la acción de reforma de testamento, cuando el causante no
respetó las asignaciones forzosas a que lo obliga la ley en favor de los legitimarios (hijos,
personalmente o representados; cónyuge sobreviviente; ascendientes; conviviente civil so-
breviviente). Prosperando dicha acción, el testamento será inoponible a los reclamantes;
7. Inoponibilidad derivada de la nulidad de un acto jurídico: de conformidad al artículo
1689 CC la nulidad judicialmente declarada confiere acción reivindicatoria contra terceros
poseedores, aunque se hallen de buena fe (a diferencia de la resolución: arts. 1490 y 1491
CC);
8. Inoponibilidad por simulación: en principio, en los contratos simulados, la voluntad real es
inoponible a los terceros, a menos que estos quieran valerse de dicho acto, caso en el cual
deberán probarlo (el acto disimulado); y
9. Inoponibilidad por lesión de los intereses de los incapaces.

Sujetos activos y pasivos de la inoponibilidad

Pueden invocarla sólo aquellos terceros a quienes la ley ha intentado proteger, vale decir, a quie-
nes perjudican los efectos del acto o la nulidad del mismo.

Por regla general, la inoponibilidad puede invocarse contra todo aquel que intente valerse del acto
o de su nulidad. Excepcionalmente, la inoponibilidad por fraude no alcanza a terceros adquirentes
por a título oneroso, que están de buena fe (art. 2468 N° 1 CC).

26
Boris Loayza M.

Forma de hacer valer la inoponibilidad

La regla general es que se haga valer mediante una excepción. Sin embargo, existen casos en que se
deberá hacer valer como acción, como en la acción de reforma de testamento o la acción pauliana.

Cabe señalar que la inoponibilidad es el fundamento de la acción, pero en pocas ocasiones es una
“acción” per se. Es decir, la inoponibilidad funcionará como el fundamento jurídico para ejercer la
acción, por ejemplo, la reivindicatoria por venta de cosa ajena (arts. 1815 y 889 CC).

La inoponibilidad produce como efectos que el acto o declaración de nulidad no puede perjudicar
a terceros, pero sí puede aprovecharles. Sin embargo, nada impide que un tercero renuncie a su
derecho a aprovecharse de la inoponibilidad (art. 12 CC).

Extinción de la inoponibilidad

1. Saneamiento: se extingue por el cumplimiento de las formalidades omitidas, siempre que


ello sea posible;
2. Prescripción: en todos aquellos casos en que la inoponibilidad deba ejercerse como acción
o como fundamento de la acción; y
3. Renuncia: al ser un beneficio que mira al personal interés del tercero, se puede renunciar
siempre que su renuncia no esté prohibida por la ley (art. 12 CC). Tal renuncia puede ser
expresa o tácita.

6. El principio de la buena fe contractual

Mencionar la buena fe es evocar la idea de rectitud, corrección, de lealtad. En términos generales,


alude al carácter ético del acto, de estar actuando o actuar correcta y lealmente.

Proyectada en el Derecho Civil, asume dos vertientes: la primera es la buena fe subjetiva; la segunda,
la buena fe objetiva.

A) Buena fe subjetiva

En este sentido, la buena fe (bona fides) consiste en la creencia que tiene una persona de actuar
lícitamente, de que su conducta no peca en contra del Derecho. Para PEÑAILILLO11, el principio rector
consiste en que el derecho protege las actuaciones de buena fe; protege a quien actúa de buena fe.
Y, por lo mismo, se repudia la actuación de mala fe. Lo anterior es posible desprenderlo, por ejemplo,
de los artículos 706 y 707 CC relativos a la posesión, o a los artículos 1576 CC (sobre el pago), o los
artículos 1842 y 1859 CC (sobre las obligaciones de saneamiento en la compraventa).

B) Buena fe objetiva

11
PEÑAILILLO (2003), Obligaciones

27
Boris Loayza M.

A ella se remite el artículo 1546 CC, cuando establece que los contratos deben ejecutarse de buena
fe. Para PEÑAILILLO12 consiste en la conducta socialmente exigible en la actuación del sujeto, es
decir, el comportamiento que en el medio social de que se trata se entiende por actuación recta.

El principio de la buena fe objetiva impone a los contratantes el deber de comportarse correcta y


lealmente en sus relaciones mutuas, desde el inicio de sus tratos preliminares hasta incluso des-
pués de la terminación del contrato. La buena fe equivale a la obligación de cooperación, a la lealtad
a la palabra dada, y a la exclusión del dolo y del uso abusivo de los derechos subjetivos.

Pues bien, la buena fe objetiva, regulada en el artículo 1546 CC autoriza al tribunal para determinar
los efectos jurídicos del contrato en discusión, ya sea ampliando, precisando o restringiendo el
tenor del acto jurídico, según las circunstancias.

Funciones de la buena fe contractual

DE LA MAZA y VIDAL señalan que no todo lo que obliga contractualmente ha sido acordado por
las partes; y no todo lo que ha sido acordado por las partes obliga. En este sentido, la buena fe
opera como un elemento integrador del contenido contractual, y así, los contratos obligan a lo que
en ellos se expresa, pero también a lo que pertenece a la naturaleza de la obligación o a lo que por
la ley o costumbre pertenecen a ella. Pero no sólo eso, sino que la buena fe también opera como
factor de exclusión del contenido contractual, y por consiguiente, se pueden eliminar del contrato
las cláusulas abusivas. 13

De esta manera, tenemos que la buena fe puede operar de las siguientes formas:

1. Como un canon o criterio para la interpretación de los contratos: la interpretación ha de


hacerse de tal manera que el sentido que se atribuya a los contratos sea el más apropiado para
llegar a un desenvolvimiento leal de las relaciones contractuales. Así, la interpretación
debe hacerse de buena fe, lo que deriva del propio tenor del artículo 1546 CC;
2. Como un canon o criterio para limitar el ejercicio abusivo de derechos subjetivos: en
este sentido, morigerará el principio de la fuerza obligatoria de los contratos (art. 1545 CC).
Por ejemplo, operando como un límite a la ejecución específica, de forma tal que si el acree-
dor dispone de un remedio alternativo menos gravoso para el deudor e igualmente idóneo
para la satisfacción de su interés, debe ir por este y no por aquel más oneroso al deudor (límite
económico). Lo anterior es en atención a la buena fe, pero también en base a la gestión ra-
zonable de los remedios y al principio de mitigación14; y
3. Como un criterio de conducta, conforme al cual deben ser cumplidas las obligaciones.

Diversas manifestaciones de la buena fe en el iter contractual

1. En las tratativas preliminares: la buena fe ayuda a precisar el marco de la responsabilidad


precontractual (el cual al no estar regulado por el Código Civil debe ejercerse por el régimen

12
PEÑAILILLO (2003), Obligaciones
13
DE LA MAZA y VIDAL (2018), Cuestiones de Derecho de Contratos
14
DE LA MAZA y VIDAL (2018), Cuestiones de Derecho de Contratos

28
Boris Loayza M.

de responsabilidad extracontractual). En este sentido, si existen (i) negociaciones, (ii) pro-


ducto de las mismas se genera una confianza razonable, (iii) una de las partes se retira
unilateral e injustificadamente, (iv) atentando contra la buena fe (es decir, atente contra la
confianza creada con los propios actos), (v) existe daño, y (vi) causalidad, se genera el deber
de indemnizar el interés negativo (gastos de confianza).15 Lo anterior es en gran medida por
aplicación del principio de la buena fe objetiva, que está presente en todo el iter contractual
(art. 1546 CC). En el mismo sentido, CORRAL16 ha señalado que la buena fe objetiva sirve
para establecer deberes precontractuales de información, como aquellos que nacen del
contrato de seguro (art. 556 N° 1 del Código de Comercio) y, podríamos agregar, aquellos
que nacen de la acción de responsabilidad por vicios redhibitorios (art. 1861 CC).
Incluso, hay quienes sostienen que de violarse los deberes precontractuales de información,
se estaría incurriendo en culpa in contrahendo, por lo que se genera el deber de indemnizar
(por responsabilidad contractual) (postura de VON IHERING);
2. En la celebración del contrato: en este sentido, un ejemplo es que se impone el deber de
redactar la convención de manera clara (arts. 1546 y 1566 CC). Otro caso es la aplicación del
nemo auditur: la mala fe al momento de otorgar un celebrar un contrato impediría que aquel
que incurrió en ella demande la nulidad del contrato (arts. 1683 y 1468 CC);
3. En el cumplimiento del contrato: en primer lugar, el artículo 1558 CC, en cuanto si la in-
corrección o deslealtad llega a ser constitutiva de dolo, se responderá de los perjuicios pre-
vistos e imprevistos al momento de contratar. Además, se pueden dar las siguientes situacio-
nes:
a. Desestimar la acción resolutoria y la excepción de contrato no cumplido: ambas
acciones requieren de un incumplimiento, pero un incumplimiento calificado, es de-
cir, un incumplimiento esencial, en el primero, y un incumplimiento con cierta en-
tidad o proporcional, en el segundo caso. Ambas nociones de “gravedad” se basan
en la buena fe;
b. Desestimar la indemnización de perjuicios: en caso de que la buena fe determinare
una causal de inexigibilidad de la obligación; y
c. Revisar los contratos o resolverlos en aplicación de la teoría de la imprevisión.
4. En las relaciones postcontractuales: en estos casos, la buena fe impone diferentes deberes
que son específicos, como si terminado el contrato de arrendamiento de oficinas o locales
comerciales, el propietario debe permitir al antiguo arrendatario del local, colocar un aviso
anunciando que mudó su negocio. Así, CORRAL17 señala como ejemplo un caso en donde el
acreedor prendario procedió a rematar las acciones de una empresa que tenía en prenda para
garantizar el pago de un saldo de precio de su compra. Resulta que producto del remate, el
valor de las acciones superó el monto asegurado con la prenda y, por tanto, se generó una
nueva obligación para el acreedor prendario: abonar a la empresa deudora el saldo de valor.
La cuestión para lo que resulta útil el criterio de la buena fe contemplado en el artículo 1546
del Código Civil es para determinar si por la demora en el pago de este reembolso deben
pagarse intereses moratorios y si su monto es el establecido en general por la ley para las
obligaciones de dinero (art. 1559 CC) o el pactado convencionalmente en el contrato y apli-
cable al crédito principal. En tal sentido, la Corte sostuvo que el principio de buena fe impone

15
DE LA MAZA y VIDAL (2018), Cuestiones de Derecho de Contratos
16
CORRAL (2006), La aplicación jurisprudencial de la buena fe objetiva en el ordenamiento civil chileno
17
CORRAL (2006), La aplicación jurisprudencial de la buena fe objetiva en el ordenamiento civil chileno

29
Boris Loayza M.

que los intereses sean los mismos que aquellos pactados contractualmente para el crédito
principal.

[Respecto de la buena fe objetiva en las tratativas preliminares conviene profundizar. Para esto
seguimos, fundamentalmente, a la profesora LILIAN SAN MARTÍN.18

Tenemos un caso resuelto por la Corte Suprema, el cual consiste en que las partes iniciaron negocia-
ciones para celebrar un contrato de compraventa sobre un inmueble, correspondiente a un estableci-
miento comercial. Frente a la imposibilidad técnica de celebrar el contrato definitivo de compraventa,
las partes acordaron suscribir un contrato de promesa de compraventa. En este sentido, las partes
estaban contesten en el precio del bien ($125.000.000) y en la intención de celebrar la compraventa,
pero no estaban de acuerdo en la forma en que se pagaría el saldo de precio ($25.000.000) y el monto
de la cláusula penal. Además, se tiene presente que las tratativas preliminares se encontraban en una
fase avanzada, disponiéndose las partes a celebrar el contrato de promesa en una notaría. Sin embargo,
el demandado no llegó a firmar el contrato, puesto que este “no le convenía”.

Atendida la naturaleza solemne del contrato de promesa, no obstante haberse formado el consenti-
miento (pues hubo oferta y aceptación), el demandado no ha incurrido en un incumplimiento del
contrato, pues este no se perfeccionó (requería la escrituración), sino que simplemente incurrió en
una ruptura injustificada de negociaciones.

a) Fundamento de la responsabilidad precontractual

La responsabilidad precontractual supone la ausencia de vínculo obligatorio previo entre las par-
tes, ya sea porque estaban todavía en la fase de negociación o bien porque para que el contrato se
perfeccionara era necesario el cumplimiento de una solemnidad o bien la entrega de la cosa (en los
contratos solemnes y reales). En efecto, la responsabilidad precontractual no surge cuando las partes
no han alcanzado el consentimiento, sino cuando el contrato aún no se ha perfeccionado.

En este sentido, DE LA MAZA Y VIDAL19, señalan que una peculiaridad del escenario de lo precon-
tractual es lo que denominan “anomia”, es decir, falta de normas (no obstante la existencia del prin-
cipio general del Derecho, la buena fe), por lo cual, las consecuencias jurídicas del retiro unilateral,
no sólo impregnarían a las tratativas preliminares, sino que además, a la retractación de la oferta
en los contratos solemnes y reales (retractación que está consagrada en el artículo 100 del Código
de Comercio).

Pues bien, pese a la inexistencia de un vínculo obligatorio entre las partes, no es posible decir, así sin
más, que la responsabilidad precontractual se funda en el deber genérico de no dañar a otros (neminem
laedere), es decir, el escenario de lo extracontractual, puesto que entre las partes existen ciertos de-
beres de cooperación y lealtad en sus negociaciones. En otras palabras, no se trata de deberes de
cuidado que se tienen entre extraños absolutos, sino de quienes han sido invitados a contratar o con
quienes se negocia actualmente un contrato.

18
SAN MARTÍN (2013), Responsabilidad precontractual por ruptura injustificada de negociaciones. “Jiménez
Mira, David Alejandro con Armijo Cerda, Antonio de Los Ángeles. Corte Suprema, Rol 1872/2010”
19
DE LA MAZA y VIDAL (2018), Cuestiones de Derecho de Contratos

30
Boris Loayza M.

Producto de lo anterior es que se ha dicho que existe un deber de negociar de buena fe, esto es, con
el propósito efectivo de celebrar un contrato, lo que también supone deberes de cuidado al terminar
la negociación, cuando se ha creado en la contraparte la confianza de que se celebrará el contrato.

En síntesis, el fundamento último de la responsabilidad precontractual es la violación del deber de


negociar de buena fe, la cual –a juicio de DE LA MAZA Y VIDAL20– debe ser matizada: deben atenerse
al contexto en que se dan las negociaciones, pues es ese contexto el que puede determinar que las
exigencias de la buena fe sean particularmente intensas (como si negocian dos personas que mantie-
nen relaciones cercanas, familiares, desde hace mucho tiempo) y, en otras, casi inexistentes (como si
negocian dos empresas sofisticadas que jamás han tenido relación alguna). Y la manifestación más
conspicua del deber de buena fe en las negociaciones es no defraudar la confianza razonable que
se ha suscitado en la otra parte.

b) Naturaleza jurídica de la responsabilidad precontractual

DE LA MAZA Y VIDAL21 sostiene que los contratos imponen a las partes deberes de cooperación y
lealtad. Más allá del contrato, en el escenario de lo extracontractual, tales deberes resultan más bien
excepcionales. La cuestión, por lo que toca al estatuto aquiliano, consiste en general en no dañar a
otros, no en colaborar con su bienestar. De esta manera, la pregunta que se plantea es ¿en cuál de
estos dos escenarios –el de la colaboración o la indiferencia– debemos situar los problemas que sus-
cita el retiro unilateral de las tratativas preliminares, o como señala SAN MARTÍN22, la ruptura injus-
tificada de las negociaciones?

Al respecto, se ha dicho que la doctrina ampliamente mayoritaria (postura que es apoyada por la Corte
Suprema en el fallo en comento) aboga por el carácter extracontractual de la responsabilidad pre-
contractual. En este sentido, DE LA MAZA Y VIDAL23 indican que si únicamente existen dos estatutos
de responsabilidad civil y uno de ellos, ineludiblemente, exige la existencia de un contrato, a falta de
éste, solamente puede acudirse al estatuto de la responsabilidad aquiliana.

Sin embargo, una parte minoritaria ha sostenido que la responsabilidad precontractual adquiere
sus contornos más apropiados en la de carácter contractual, que, además –para esta postura– es
el régimen de responsabilidad general y subsidiario en el Derecho civil (es de esta posición el MINIS-
TRO MUÑOZ de la Corte Suprema, y también, VON IHERING, con su doctrina de la culpa in contra-
hendo).

En consecuencia, la sentencia en comento asume que en sede precontractual el deber de comportarse


de buena fe constituye una especificación del precepto más general del neminem laedere, es decir,
asume que se está en el escenario de lo extracontractual.

c) Requisitos de la procedencia de la responsabilidad precontractual

20
DE LA MAZA y VIDAL (2018), Cuestiones de Derecho de Contratos
21
DE LA MAZA y VIDAL (2018), Cuestiones de Derecho de Contratos
22
SAN MARTÍN (2013), Responsabilidad precontractual por ruptura injustificada de negociaciones. “Jiménez
Mira, David Alejandro con Armijo Cerda, Antonio de Los Ángeles. Corte Suprema, Rol 1872/2010”
23
DE LA MAZA y VIDAL (2018), Cuestiones de Derecho de Contratos

31
Boris Loayza M.

Hasta ahora es posible sostener lo siguiente: la responsabilidad precontractual se rige bajo el régimen
jurídico de la responsabilidad extracontractual; su fundamento es el quebrantamiento al deber de
buena fe objetiva, que impera durante todo el iter contractual (desde la etapa de las tratativas prelimi-
nares, la celebración del contrato, ejecución del mismo, interpretación contractual e inclusive el pe-
riodo postcontractual). Sin embargo, cabe cuestionarse hasta qué punto la buena fe objetiva obliga a
mantener la palabra dada, es decir, hay que determinar cuándo, o cómo, las partes llegan al punto
de no retorno en virtud del cual ya no les resulta legítimo retirarse unilateralmente de las ne-
gociaciones. En otras palabras, bajo qué condiciones el retiro genera la obligación de indemnizar
el daño causado.

Al respecto se ha dicho que los contratantes son libres para decidir arbitrariamente si celebrar o no el
contrato que están negociando (lo cual es una manifestación de la autonomía de la voluntad, en par-
ticular, del principio de la libertad contractual –de conclusión–), pero solo mientras no hayan gene-
rado en el otro negociante la razonable confianza de que concluirán el proceso de negociación
positivamente.

De esta forma, es posible señalar que el derecho a romper las negociaciones se encuentra limitado
por el principio de la buena fe y lealtad en las negociaciones. Y, determinar en qué momento se llega
al punto en que ya no es posible dar marcha atrás dependerá de las circunstancias del caso (como se
señaló, la buena fe es algo contingente), especialmente del grado de confiabilidad que una de las
partes pueda obtener, como resultado de la conducta de la otra parte.

Por tanto, los negociantes dejan de tener liberad absoluta para decidir si concluirán o no el contrato,
y el retiro unilateral solo será legítimo cuando sea justificado, es decir, cuando hayan razones que
autoricen la ruptura de las negociones; en caso contrario, surge la responsabilidad precontractual.

Finalmente, y respecto del supuesto de hecho de la responsabilidad precontractual (o el retiro unila-


teral de las tratativas preliminares) queda configurado por los siguientes requisitos:

1. Existencia de negociaciones;
2. La creación de una razonable confianza en la conclusión o perfeccionamiento del con-
trato proyectado: es una manifestación del principio general de la buena fe objetiva;
3. El carácter injustificado e intempestivo de la ruptura de los tratos preliminares (o la
existencia de negociaciones paralelas y/u ocultas): esta es la manifestación del principio
de la buena fe objetiva. En este sentido, el retiro unilateral y arbitrario determina una conducta
de mala fe (sin necesidad de que exista una mención explícita a la buena fe);
4. La producción de un daño en el patrimonio de una de las partes; y
5. La relación de causalidad entre el daño al patrimonio por un lado y la confianza que
fue promovida y resultó defraudada por el otro negociante.

En conclusión, es posible señalar que la manifestación del principio general de buena fe es por
medio de la tutela de la confianza razonable que se ha suscitado en la otra parte. De esta forma,
en opinión de DE LA MAZA Y VIDAL24, tratándose de contratos reales o solemnes, en cuya negociación
se ha llegado a acuerdo sobre el contenido del negocio restando nada más la entrega o la solemnidad,

24
DE LA MAZA y VIDAL (2018), Cuestiones de Derecho de Contratos

32
Boris Loayza M.

la posibilidad de retirarse se torna excepcional. Y se torna excepcional pues las partes ya han alcan-
zado el acuerdo, por lo mismo puede confiar razonablemente en que, salvo alguna circunstancia ex-
cepcional, el contrato se celebrará.

d) Quantum respondeatur de la responsabilidad precontractual

Establecida la procedencia de la responsabilidad precontractual, el aspecto más relevante está dado


por sus consecuencias, es decir, el alcance o extensión del daño resarcible.

Sobre esto, se ha dicho que los daños objeto de esta responsabilidad se encuentran limitados a los
gastos en que incurrió una parte en la confianza creada por la otra, en orden a que el contrato
se celebraría, gastos que no habrían tenido lugar de no haber mediado la confianza creada por la
conducta de la otra parte y el acuerdo sobre los puntos del contrato objeto de la negociación. Por lo
mismo, la indemnización tiene por finalidad ubicar a la víctima en la misma posición como si el
ilícito precontractual no hubiere tenido lugar: ella sólo protege el interés negativo.

Sin perjuicio de esto, en la sentencia de la Corte Suprema se admite la posibilidad de que en el


interés negativo vaya incluido, también, el lucro cesante, derivado de la pérdida de oportuni-
dad, como lo sería, por ejemplo, una oferta rechazada a otros negociadores.].

[Finalmente, respecto al principio de buena fe objetiva, es posible señalar –siguiendo a HERNÁN


CORRAL25– que está presente en las etapas anteriores a la celebración del contrato (negociaciones
precontractuales) y las fases posteriores a su terminación (efectos postcontractuales), como también
en el curso de su ejecución o cumplimiento, extendiendo su ámbito de aplicación incluso fuera de
las fronteras del contrato, como por ejemplo, para inhibir acciones reales o personales, en la ejecu-
ción de actos administrativos, en el desarrollo de los litigios y respecto de tratados internacionales.
En este sentido, la buena fe objetiva aparece como un principio general del Derecho.

Sostiene CORRAL26 que la buena fe en la vigencia de la relación contractual se puede apreciar en las
siguientes situaciones:

1. Reforzamiento de la fuerza vinculante del contrato: muchas veces el principio de buena


fe, contemplado en el artículo 1546 CC, sirve para reforzar la fuerza obligatoria de lo pac-
tado contractualmente (art. 1545 CC). En este sentido, junto con el principio de no ir con-
tra los propios actos, la ejecución de buena fe se interpreta como una exigencia primaria de
no desconocer a posteriori lo que libremente fue convenido en el contrato;
2. Creación de deberes contractuales no explícitos: el principio de buena fe sirve, en este
caso, para afirmar la existencia de deberes contractuales que, aunque no han sido explicita-
dos, son accesorios de la obligación principal declarada en el contrato o a su propósito
práctico. Por ejemplo, se celebra un contrato de compraventa y se efectúa la inscripción en
el RCBR, sin embargo, no se efectúa la entrega material. La Corte Suprema sostuvo que la
obligación de entregar materialmente el inmueble debía entenderse implícita en el contrato
de compraventa por estar exigida por la naturaleza de la obligación de efectuar la tradi-
ción, en atención a la finalidad de la compraventa;

25
CORRAL (2006), La aplicación jurisprudencial de la buena fe objetiva en el ordenamiento civil chileno
26
CORRAL (2006), La aplicación jurisprudencial de la buena fe objetiva en el ordenamiento civil chileno

33
Boris Loayza M.

3. Calificación de la naturaleza del contrato: el principio de buena fe es invocado, también,


cuando se trata de resolver sobre la exacta calificación jurídica del contrato. Así, por ejemplo,
se ha discutido acerca de si un contrato es de arrendamiento de servicios inmateriales o uno
de trabajo;
4. Interpretación de cláusulas contractuales: existen numerosos fallos en donde se ha resuelto
que la buena fe es una herramienta de interpretación de contratos;
5. Morigeración de la literalidad del contrato: el principio de buena fe sirve para moderar el
rigor de los términos explícitos de un contrato, usando el estándar jurídico como un contra-
peso al principio pacta sunt servanda. En este sentido, la Corte Suprema ha resuelto que los
contratos deben ejecutarse de buena fe, y así, ninguno de los contratantes debe asilarse en su
literalidad inflexible para dar menos ni para exigir más, arbitrariamente, al influjo de un in-
terés propio y mezquino;
6. Integración del contrato: la buena fe sirve para integrar el contenido del contrato cuando se
detectan vacíos o lagunas en la regulación contractual, pues en el contrato se debe integrar lo
que es de su naturaleza, o lo que por la ley o la costumbre pertenecen a ella; y
7. Prueba del contrato: finalmente, el principio general de la buena fe puede ser utilizado para
probar la existencia de algún contrato.

En conclusión, la buena fe es una herramienta eficaz no sólo para profundizar y flexibilizar la regla-
mentación del contrato sino, también, para aportar criterios éticos de comportamiento tanto en las
fronteras del contrato (antes y después) como más allá de sus dominios (derechos reales, tratados,
negociaciones colectivas laborales, conductas procesales, actos de administración, fuero laboral,
etc.)27].

7. Principio de la igualdad entre las partes

En realidad este no es un principio autónomo del Derecho de los contratos, sino que se desprende de
la autonomía de la voluntad.

En todo caso, este principio no puede entenderse como una igualdad real entre las partes, sino sim-
plemente como una igualdad que permite negociar el contenido del contrato. En virtud de este
principio, ninguna de las partes debe estar en condiciones de imponer el estatuto regulador del con-
trato.

CAPÍTULO IV: INTERPRETACIÓN DE LOS CONTRATOS

Interpretar un contrato es determinar el sentido y alcance de sus estipulaciones. Y tiene lugar,


generalmente, en tres hipótesis fundamentales:

1. Cuanto sus términos son oscuros o ambiguos;


2. Cuando siendo claros sus términos, no se concilian con la naturaleza del contrato o con
la verdadera intención de las partes; y

27
CORRAL (2006), La aplicación jurisprudencial de la buena fe objetiva en el ordenamiento civil chileno

34
Boris Loayza M.

3. Cuando relacionando las cláusulas del contrato surgen dudas acerca del alcance parti-
cular de alguna o algunas de ellas.

De esta forma, no estando, en principio, dentro de ninguna de estas tres hipótesis, el juez no debe
interpretar, sino que deberá aplicar el contrato.

Cabe mencionar, como lo hace BARCIA, que las reglas de interpretación del contrato se extienden
al acto jurídico en general, salvo el testamento que tiene reglas propias (arts. 1069, 1056, 1057,
1064 y 1065 CC).28

Ahora bien, se discute si las reglas contenidas entre los artículos 1560 y 1566 del Código Civil son
imperativas, o bien, criterios orientadores para el juez.

Al respecto, ALESSANDRI señala que las normas relativas a la interpretación contractual no son obli-
gatorias para el juez, en el sentido en que esté obligado a aplicarlas en un orden prestablecido, ya
que son verdaderos consejos dados por el legislador en la labor interpretativa del juez. En cambio,
LÓPEZ SANTA MARÍA señala que el legislador no actúa dando consejos; por tanto, las normas sobre
interpretación tienen un carácter imperativo, cuya inobservancia por parte del juez puede ser im-
pugnada mediante casación.

a) Carácter de las reglas de interpretación

Los artículos 1560 y siguientes del Código Civil tiene un carácter imperativo. En este sentido, co-
rresponde a los jueces del fondo (de primera y segunda instancia) interpretar los contratos, y escapa
al control de la Corte Suprema. De lo anterior surge la siguiente pregunta: ¿la interpretación de los
contratos es una cuestión de hecho o de derecho?

Al respecto, se ha sostenido que las leyes relativas a la interpretación de los contratos son normas
dadas a los jueces del mérito a fin de que escudriñen la verdadera intención de los contratantes. Y la
determinación de dicha intención es una cuestión de hecho, que generalmente escapa al control de
la Corte Suprema, y si ella se determina o establece sin incurrir en un error de derecho, no cabe el
recurso de casación en el fondo.

Así las cosas, se ha sostenido en Chile que la Corte Suprema sólo interviene cuando se infringe una
ley vinculada al contrato de que se trate. De esta manera, la interpretación del contrato y la deter-
minación de la intención de los contratantes es una cuestión de hecho, es decir, no puede ser revisada
por la Corte Suprema. Sin embargo, una vez determinado lo anterior, el examen de la naturaleza
jurídica de esos hechos, y de los efectos que el contrato produce son cuestiones de derecho, y por
tanto, pueden ser revisados por la Corte Suprema.

b) Métodos de interpretación

Dos métodos se conciben: subjetivo y objetivo.

28
BARCIA (2007), Lecciones de Derecho Civil chileno. Tomo II, De las fuentes de las obligaciones

35
Boris Loayza M.

1. Método subjetivo: busca determinar cuál es la voluntad real de los contratantes. Se trata
de indagar acerca del verdadero pensamiento de los contratantes, el cual debe primar por
sobre la voluntad declarada, considerando que no pocas veces los contratantes expresan una
voluntad que no se concibe con su voluntad real (por ejemplo, los actos iocandi causa, la
resera mental o la simulación). Este método de interpretación se concibe como una conse-
cuencia lógica del dogma de la voluntad, y generalmente operará el principio de la buena
fe subjetiva; y
2. Método objetivo: plantea que no interesa la voluntad que tuvieron las partes al concluir el
contrato, debiendo fijarse el alcance de las cláusulas discutidas de acuerdo al sentido normal
de la declaración, de manera que los efectos jurídicos serán los que cualquier hombre
razonable atribuiría a la convención. En otras palabras, la declaración de voluntad tiene
un valor en sí misma. Lo anterior es una aplicación del principio de la buena fe objetiva.
BARCIA29 añade que este método de interpretación está destinado a proteger a terceros y la
certeza jurídica.

BARCIA30 señala que el tenor literal del artículo 1560 CC, contra la opinión mayoritaria, parece incli-
narse por la interpretación objetiva, puesto que de ser claro el tenor del contrato y no existir ante-
cedentes de peso que den a entender que existe un consentimiento contrario, el juez debe abstenerse
de interpretar. Asimismo, sostiene que el juez sólo podrá recurrir al fuero interno en la medida que
conozca claramente la intención de los contratantes. En otras palabras, el juez, al interpretar, puede
apartarse de los términos claros del contrato, pero sólo en la medida que descubra una intención con-
traria “evidente” de las partes.

Sin embargo, sostiene que en el derecho chileno predomina el sistema de interpretación subjetivo.

c) Objetivo fundamental: intención de los contratantes

Dispone el artículo 1560 CC que conocida claramente la intención de los contratantes, debe estarse
a ella más que a lo literal de las palabras. En este sentido, ALESSANDRI sostuvo que es más impor-
tante aquello que las partes quisieron estipular, que aquello que las partes digan.

Pues bien, el intérprete debe buscar la verdadera voluntad de las partes. Sin embargo, cuando esta sea
conocida claramente, si no hay ambigüedad en ninguna de las expresiones de estas, no habrá necesi-
dad de indagar más allá. En dichos casos, el juez no deberá interpretar el contrato, sino más bien,
deberá aplicar el contrato. Así, la labor de interpretación del juez se verá claramente limitada a
aplicar los artículos 1545 y 1560 CC.

En síntesis, la interpretación del contrato es la actividad encaminada a descubrir la común intención


de las partes que las ha determinado a celebrar el contrato.

d) La integración del contrato

29
BARCIA (2007), Lecciones de Derecho Civil chileno. Tomo II, De las fuentes de las obligaciones
30
BARCIA (2007), Lecciones de Derecho Civil chileno. Tomo II, De las fuentes de las obligaciones

36
Boris Loayza M.

Sostiene BARCIA31 que al igual que respecto de la ley se discute si es posible integrar el contrato.
En la integración de éste lo que se busca es determinar el verdadero sentido de una manifestación
de voluntad aparentemente absurda o ambigua o simplemente hacer frente a un vacío de regu-
lación. De esta manera, la integración sirve para crear y complementar la reglamentación que las
partes han querido otorgarse a través del contrato.

Respecto de lo anterior, DE LA MAZA y VIDAL indican que un criterio de integración al contrato es el


principio de buena fe, regulado en el artículo 1546 CC. Así, la buena fe opera como un elemento
integrador del contenido contractual, y así, los contratos obligan a lo que en ellos se expresa, pero
también a lo que pertenece a la naturaleza de la obligación o a lo que por la ley o costumbre perte-
necen a ella. Pero no sólo eso, sino que la buena fe también opera como factor de exclusión del
contenido contractual, y por consiguiente, se pueden eliminar del contrato las cláusulas abusivas. 32

e) Reglas de interpretación de los contratos

1. Regla de interpretación restringida del texto contractual (art. 1561 CC)

Art. 1561. Por generales que sean los términos de un contrato, sólo se aplicarán a la materia sobre
que se ha contratado.

Se refiere al alcance de los términos generales del contrato, es decir, a la extensión del contrato,
ya que lo restringe a la materia que le es propia. En el mismo sentido, el artículo 2462 CC a propósito
de la transacción, se sostiene que si la transacción recae sobre uno o más objetos específicos, la
renuncia general de todo derecho, acción o pretensión deberá sólo entenderse de los derechos, ac-
ciones o pretensiones relativas al objeto u objetos sobre que se transige.

Así, por ejemplo, si se celebra una transacción entre A y B, donde el primero se obliga a pagar al
segundo una suma de $1.000.000, expresándose que las partes se declaran libres de todas sus preten-
siones respectivas, los términos generales del contrato no perjudican a los derechos de A contra B
que surjan después de la convención, ni tampoco a aquellos que ya existían, pero que no se refieren
al objeto transigido.

2. Regla de la natural extensión de la declaración (art. 1565 CC)

Art. 1565. Cuando en un contrato se ha expresado un caso para explicar la obligación, no se enten-
derá por sólo eso haberse querido restringir la convención a ese caso, excluyendo los otros a que
naturalmente se extienda.

En principio, fijaría una regla opuesta a la anterior. Sin embargo, dicha contradicción es aparente. Lo
que en realidad fija esta norma es que los ejemplos puestos en un contrato, no implican que se aplique
sólo al caso que se coloca como ejemplo, es decir, no se entiende que las partes han querido limitar
los efectos del contrato al caso o los casos especialmente previstos.

3. Regla del objetivo práctico o utilidad de las cláusulas (art. 1562 CC)

31
BARCIA (2007), Lecciones de Derecho Civil chileno. Tomo II, De las fuentes de las obligaciones
32
DE LA MAZA y VIDAL (2018), Cuestiones de Derecho de Contratos

37
Boris Loayza M.

Art. 1562. El sentido en que una cláusula puede producir algún efecto, deberá preferirse a aquel en
que no sea capaz de producir efecto alguno.

Si una cláusula por su ambigüedad o por su oscuridad puede llevar a dos conclusiones diversas, pero
una de estas no tiene significado alguno, y solamente alguna de ellas puede producir algún efecto,
deberá preferirse esta última interpretación, porque es lógico suponer que las partes estipula-
ron esa cláusula para que produjera algún efecto. Lo anterior, claro está, será sólo posible en
aquellos casos en que exista otra interpretación racional que le otorgue validez o eficacia a una
determinada cláusula del contrato.

4. Regla del sentido natural (art. 1563 inc. 1° CC)

Art. 1563 inc. 1°. En aquellos casos en que no apareciere voluntad contraria deberá estarse a la
interpretación que mejor cuadre con la naturaleza del contrato.

Cuando en un contrato los términos son susceptibles de dos sentidos, debe entendérselos en el sentido
más conveniente a la naturaleza del contrato. Así, por ejemplo, si se fija que la renta del arrenda-
miento de un inmueble urbano será de $400.000, debe concluirse, aunque no se haya dicho, que se
trata de una renta mensual y no anual o por el periodo que dure el contrato, pues es de la naturaleza
de los arrendamientos de predios urbanos destinados a la habitación, que la renta se pague mensual-
mente.

ALESSANDRI y MEZA BARROS incluyen en esta regla al artículo 1563 inc. 2° CC, es decir, a las cláu-
sulas de uso común.

5. Regla de la armonía de las cláusulas (art. 1564 inc. 1° CC)

Art. 1564 inc. 1°. Las cláusulas de un contrato se interpretarán unas por otras, dándose a cada una
el sentido que mejor convenga al contrato en su totalidad.

Los contratos forman un todo único, que debe interpretarse en su conjunto, desde la primera hasta
la última cláusula. De esta manera, el juez no puede interpretar las cláusulas contractuales de manera
aislada, desatendiendo el todo.

Para BARCIA33, esta regla se refiere a aquellos contratos sucesivos. Así, en caso de duda sobre el
alcance del último contrato, se puede recurrir a lo estipulado respecto de los anteriores.

6. Regla de la interpretación de un contrato por otro (art. 1564 inc. 2° CC)

Art. 1564 inc. 2°. Podrán también interpretarse por las de otro contrato entre las mismas partes y
sobre la misma materia.

Se puede recurrir a otros contratos celebrados por las mismas partes sobre una idéntica materia. La
convención susceptible de ser considerada en la interpretación puede ser anterior o posterior. Esta

33
BARCIA (2007), Lecciones de Derecho Civil chileno. Tomo II, De las fuentes de las obligaciones

38
Boris Loayza M.

regla tiene especial aplicación en los negocios que sólo llegar a realizarse mediante una serie de con-
tratos, todos ellos referentes a la misma materia.

Finalmente, se ha dicho que esta regla interpretativa es facultativa para el tribunal, pues el legislador
empleó la voz “podrán también”, a diferencia del resto de reglas sobre interpretación que son impe-
rativas.

7. Regla de interpretación auténtica (art. 1564 inc. 3° CC)

Art. 1564 inc. 3°. O por la aplicación práctica que hayan hecho de ellas ambas partes, o una de las
partes con aprobación de la otra.

Se ha dicho que esta regla importa en las obligaciones de dar y hacer, ya que nada puede indicar con
más acierto la voluntad de las partes en esta materia que la ejecución llevada a cabo por ellas de las
cosas que, con arreglo a lo pactado, estaban obligadas a dar o hacer.

DE LA MAZA Y VIDAL34 explican que el hecho de que el contenido de la prestación pueda quedar
determinado por conductas (como las declaraciones publicitarias) previas al perfeccionamiento del
contrato parece intuitivamente correcto. Menos intuitivo, aunque igualmente correcto, resulta ser que
las conductas de las partes, posteriores a la celebración del contrato contribuyan a determinar la
fisonomía de la prestación.

Añaden que la importancia de la interpretación auténtica para determinar el contenido de la presta-


ción no debe subestimarse. Así, los tribunales la han utilizado con asiduidad, y no sólo la han em-
pleado para asignar significado a disposiciones ambiguas del contrato, sino que, además, para
modificar el contenido de la prestación establecida con claridad en el texto del contrato.

De esta forma, si en un contrato de arriendo se establece que el arrendatario no podrá subarrendar y,


a pesar de ello, el arrendatario toma pensionistas con el conocimiento del arrendador, transcurrido un
lapso suficiente este último no podrá alegar incumplimiento de contrato.

8. Regla de las cláusulas usuales (art. 1563 inc. 2° CC)

Art. 1563 inc. 2°. Las cláusulas de uso común se presumen aunque no se expresen.

El objetivo perseguido por la disposición consiste en incorporar en el contrato las cláusulas usua-
les, silenciadas en la declaración. En la práctica, sin embargo, se ha tendido a restringir su campo de
aplicación, estimándose aplicables sólo a las cláusulas usuales de las cosas de la naturaleza de la
obligación, o sea, aquellas cláusulas que se entienden incorporadas al contrato sin necesidad de una
manifestación expresa de voluntad.

Pero tal aplicación no se condice con el espíritu de la norma, que busca incorporar al contrato los
usos consuetudinarios, independientes de la ley.

9. Regla de la última alternativa (art. 1566 CC)

34
DE LA MAZA y VIDAL (2018), Cuestiones de Derecho de Contratos

39
Boris Loayza M.

Art. 1566. No pudiendo aplicarse ninguna de las reglas precedentes de interpretación, se interpreta-
rán las cláusulas ambiguas a favor del deudor.
Pero las cláusulas ambiguas que hayan sido extendidas o dictadas por una de las partes, sea acree-
dora o deudora, se interpretarán contra ella, siempre que la ambigüedad provenga de la falta de una
explicación que haya debido darse por ella.

Esta norma es supletoria, es decir, debe aplicarse en último término, como recurso final para dirimir
la contienda relativa al alcance del contrato.

De esta manera, el inciso primero se debe relacionar con la regla general del onus probandi, el artículo
1698 CC, en cuanto incumbe probar las obligaciones a quien las alega.

Respecto al inciso segundo, quien dicta o redacta el contrato, sea deudor o acreedor, debe res-
ponder por la ambigüedad de la cláusula. Generalmente se utiliza en los contratos por adhesión.

Para BARCIA35, más que interpretarse el contrato a favor del deudor, debe interpretarse a favor del
contratante más débil.

En síntesis, LÓPEZ SANTA MARÍA distingue:

1. Principio general (art. 1560 CC): conocida la real intención de las partes, deberá estarse a
ella más que a lo literal de las palabras;
2. Reglas relativas a elementos intrínsecos del contrato: sirven para interpretar el contrato
por sí mismo, considerando sólo los elementos que se encuentran en la declaración contrac-
tual.
a. Regla del objetivo práctico o utilidad de las cláusulas (art. 1562 CC);
b. Regla del sentido natural (art. 1563 inc. 1° CC); y
c. Regla de la armonía de las cláusulas (art. 1564 inc. 1° CC).
3. Reglas relativas a los elementos extrínsecos del contrato: permiten recurrir a otros instru-
mentos o hechos externos al contrato.
a. Regla de la aplicación restringida del texto contractual (art. 1561 CC);
b. Regla de la interpretación de un contrato por otro (art. 1564 inc. 2° CC);
c. Regla de la interpretación auténtica (art. 1564 inc. 3° CC); y
d. Regla de la natural extensión de la declaración (art. 1565 CC).
4. Reglas subsidiarias de interpretación contractual: sólo han de aplicarse cuando las reglas
relativas a los elementos intrínsecos y extrínsecos no permitan dilucidar la controversia.
a. Regla de las cláusulas usuales (art. 1563 inc. 2° CC); y
b. Regla de la última alternativa (art. 1566 CC).

CAPÍTULO V: DISOLUCIÓN DE LOS CONTRATOS

35
BARCIA (2007), Lecciones de Derecho Civil chileno. Tomo II, De las fuentes de las obligaciones

40
Boris Loayza M.

Se desprende de los artículos 1545 y 1567 CC, que los contratos pueden disolverse de dos maneras:
o por el mutuo consentimiento de las partes o por causas legales. Estas últimas son la resolución,
nulidad, la muerte de uno de los contratantes en los contratos intuito personae y el plazo extin-
tivo.

La disolución del contrato no debe confundirse con los modos de extinguir. En tal caso, no puede
decirse que el contrato se disuelve, sino que la obligación se extingue y produce todos sus efectos. En
cambio, en la disolución, por una circunstancia determinada el contrato no pudo producir todos
sus efectos.

A) Disolución por mutuo consentimiento de las partes: resciliación o mutuo disenso

Se puede definir la resciliación como una convención en que las partes interesadas, siendo capaces
de disponer libremente de lo suyo, consisten en dejar sin efecto una convención o contrato, ex-
tinguiéndose las obligaciones vigentes.

Es importante destacar que las obligaciones del contrato que se pretende resciliar deben estar vigen-
tes, esto es, no cumplidas en su totalidad, pues si así fuere ya no podría resciliarse, por la sencilla
razón de que no existirían obligaciones destinadas a extinguirse.

Efectos de la resciliación

1. Respecto de terceros: frente a terceros, la resciliación sólo produce efectos hacia el futuro.
Por tanto, los derechos constituidos en favor de terceros en el tiempo que media entre la
celebración del contrato y la resciliación no pueden ser alterados o modificados, es decir,
subsisten; y
2. Entre las partes: la resciliación produce efecto retroactivo, es decir, las partes deben ser
restituidas a la situación previa a la celebración del contrato.

B) Causales legales de disolución de los contratos

Son las siguientes:

1. La resolución;
2. La nulidad;
3. La muerte de uno de los contratantes en los contratos intuito personae: por ejemplo, el
mandato (art. 2163 N° 5 CC), la sociedad (art. 2103 CC), el comodato (art. 2180 N° 1 CC);
y
4. El plazo extintivo: por ejemplo, en la sociedad, el arrendamiento y el comodato.

BIBLIOGRAFÍA

1. BARCIA (2007), Lecciones de Derecho Civil chileno. Tomo II, De las fuentes de las obliga-
ciones;

41
Boris Loayza M.

2. CORRAL (2006), La aplicación jurisprudencial de la buena fe objetiva en el ordenamiento


civil chileno;
3. DE LA MAZA y VIDAL (2018), Cuestiones de Derecho de Contratos;
4. PEÑAILILLO (2003), Obligaciones; y
5. SAN MARTÍN (2013), Responsabilidad precontractual por ruptura injustificada de negocia-
ciones. “Jiménez Mira, David Alejandro con Armijo Cerda, Antonio de Los Ángeles. Corte
Suprema, Rol 1872/2010”.

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