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MÓDULO 1

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LENGUA, SOCIEDAD Y REALIDAD:


¿PALABRAS DIFERENTES, MUNDOS
DIFERENTES?1
Suzanne Romaine
En El lenguaje en la sociedad: una introducción a la
sociolingüística. Barcelona: Ariel, 1996.
El lenguaje en la sociedad. Una introducción a la sociolingüística (
Romaine, Suzanne (libreriaaurea.com)

Las relaciones entre lengua y sociedad no son necesariamente tan estrictas como para que se
correspondan elemento por elemento. Como presupuesto de trabajo, sin embargo, podemos aceptar
1
Hay un juego de palabras en el original, puesto que el vocablo inglés words (palabras) es casi igual en su
forma a worlds (mundos).
que probablemente no existe ninguna comunidad de habla en la que la sociedad no tenga en
absoluto influencia sobre el lenguaje. Es tarea de la sociolingüística examinar las varias conexiones
posibles entre los dos aspectos. Hace algún tiempo comentaba un lingüista que no existen dos
lenguas lo suficientemente parecidas como para considerar que representan la misma realidad
social. Tal afirmación supone un reconocimiento del papel crucial que tiene el lenguaje como
transmisor de la cultura. A menudo se repite que el vocabulario de una lengua constituye el
inventario de las entidades de las que se habla en una determinada cultura, inventario ordenado y
categorizado de modo que establezca un cierto orden sobre el mundo. Sin embargo, el lenguaje no
es simplemente el reflejo de una realidad “objetiva” que cada lengua modela a su manera. La lengua
nos ayuda a dar sentido al mundo. Al clasificar las cosas les damos una estructura, y el lenguaje nos
ayuda a construir el modelo. Un buen ejemplo lo tenemos en la concepción occidental de la semana
de siete días, con cinco laborables y dos de descanso. El tiempo no está dividido así por su propia
naturaleza, sino que esos conceptos reflejan la interacción de los seres humanos con su entorno y el
acuerdo consciente de varias sociedades para fraccionarlo de esa manera. Pero otras culturas tienen
una visión distinta del tiempo.

Todas las lenguas dan nombre a conceptos que tienen relevancia cultural y marcan en su
gramática ciertas categorías conceptuales, como la diferencia entre macho y hembra, la diferencia
entre uno y más de uno, etc. Las múltiples lenguas del mundo son, pues, una rica fuente de datos
sobre la estructura de las categorías conceptuales. Quizás el ejemplo más tópico sea la existencia en
esquimal de varias palabras para referirse a la ´nieve´, cuando en inglés (y en español) tenemos solo
básicamente una. Es fácil ver, desde luego, el porqué de algunas de esas diferencias. La nieve es
importante para el esquimal, mientras que para la mayoría de los hablantes de inglés (o de español)
el estado de la nieve es accesorio, salvo cuando van a esquiar. Pero debemos manejar con cuidado
generalizaciones de este tipo. Los anglohablantes (y los hispanohablantes) son perfectamente
capaces de hablar de diferentes clases de nieve, aunque para ello tengan que usar expresiones de
más de una palabra, como nieve en polvo, nieve helada, etcétera. Palabras inglesas como slush
´nieve semiderretida´ y sleet ´nieve granulada´ se refieren a la nieve según el estado en que se
encuentre, y son de uso común. Lo más probable es que de variaciones léxicas de este tipo no
resulten diferencias conceptuales importantes. Piénsese que, dentro de una misma lengua,
especialistas como los biólogos, los decoradores o los lingüistas tienen un amplio vocabulario para
hablar de sus propios temas, y que esas diferencias se subsumen con naturalidad bajo la noción de
registro.

El análisis de la terminología del parentesco en las diferentes lenguas sí puede revelar algo
sobre la conceptualización de la realidad social en la cultura correspondiente. Incluso, lenguas muy
próximas como el inglés y el sueco difieren a este respecto. El inglés tiene términos como aunt ´tía´,
grandfather ´abuelo´, grandmother´abuela´ que distinguen el sexo de ciertos parientes 2, mientras
que lo que al sueco le importa no es eso, sino si una tía es hermana del padre ( faster, literalmente
una combinación de las palabras para ´padre´ y ´hermana´) o de la madre (moster, combinación de
las palabras para ´madre´ y ´hermana´), y si un abuelo es el padre del padre (farfar, repetición de la
palabra para ´padre´) o de la madre (morfar, combinación de los términos que significan ´madre´ y
´padre´).

La categorización del mundo a través del lenguaje es una actividad social continua, puesto
que constantemente aparecen nuevas cosas que han de ser nombradas. Cuando clasificamos las
cosas y los conceptos solo parcialmente lo hacemos por las semejanzas que percibimos entre ellos.
La categorización tiene también una base cultural, de modo que entidades percibidas como
similares en una cultura pueden no serlo en otras. Aunque existen, desde luego, considerables

2
Esta distinción es también la que importa en español. Se recoge sobre todo mediante procedimientos
morfológicos (tío/a, primo/a) y, más raramente, léxicos (yerno/nuera; madre/padre).
coincidencias a este respecto en las lenguas humanas. Un vistazo a lenguas no occidentales revela
clasificaciones para nosotros sorprendentes, y a veces muy complejas.

Una forma útil de conceptualizar las diferencias entre las lenguas es fijarse no tanto en lo
que cada una puede decir, sino en lo que es inevitable que diga. El inglés es una lengua
relativamente pobre si la comparamos con otras como el javanés en términos de las distinciones
sociales que tienen que ser expresadas gramaticalmente, pero hay otras lenguas con gramáticas
mucho más permeables a los aspectos sociales. En japonés, por ejemplo, la referencia a uno mismo
está en función de las relaciones sociales. Donde el inglés dice “I” (y el español “yo”), el japonés
puede emplear cuatro pronombres según la formalidad de la ocasión y la naturaleza del interlocutor.

En lenguas tales, los hablantes no pueden hablar de sí mismos sin tener en cuenta su lugar
en la sociedad. Un estudiante coreano que hablaba también inglés me dijo que cuando se encontraba
en Estados Unidos con coreanos bilingües prefería conversar en inglés, puesto que así evitaba el
escollo de adivinar el estatus y la edad del interlocutor. En inglés podría decir simplemente “I” y
“you”. Igual que en japonés, no es posible referirse a uno mismo sin hacer ciertas distinciones
sociales, en español y otras muchas lenguas europeas no es posible decir “you are tired” sin aludir al
sexo y relación con el interlocutor. Porque, en efecto, decir estás cansada hace algo más que aludir
al cansancio de la otra persona: indica, además, que estamos hablando con una mujer y que el
hablante tiene con ella la suficiente confianza como para usar la forma tú.

Ya hemos visto que el inglés no, pero la mayor parte de las lenguas de Europa obligan al
hablante a elegir entre más de un pronombre de segunda persona de acuerdo con la situación de
hablante y oyente en un espacio social multidimensional, donde entran en juego consideraciones de
solidaridad, estatus, edad, etc.

Si comparamos a este respecto el español y el inglés vemos que los hablantes de español,
por el simple hecho de hablar español, tienen que hacer constantes distinciones de estatus y sexo.
Tales distinciones se pueden expresar en inglés (por ejemplo, a través de los títulos), pero no están
“gramaticalizadas” y por ende no son obligatorias como en español, que las codifica en sus
pronombres (y de rebote en su sistema verbal). Los pronombres son una parte importante de la
gramática de las lenguas y es precisamente en ellos donde se gramaticaliza a menudo este tipo de
distinciones, que pueden ser usadas para mantener, crear o transformar las relaciones sociales.

El inglés sí ha codificado ciertas distinciones sociales: así sus pronombres de tercera


persona (she/he “ella/él”; her/him “la/lo”; hers/his “suya/suyo”) varían en género, mientras ello no
ocurre, pongamos por caso, en finlandés. Más adelante, examinaremos la afirmación hecha por
muchas mujeres de que el inglés y otras lenguas han codificado una visión sexista de la sociedad, y
consideraremos qué se puede hacer al respecto. Además, veremos cómo los cambios en la
codificación gramatical de las distinciones sociales reflejan cambios en el concepto que la sociedad
tiene de sí misma.

De los ejemplos expuestos podemos concluir que ninguna lengua puede ostentar el
privilegio de ver el mundo “como es en realidad”. El mundo no es como es, sino como lo hacemos
nosotros a través del lenguaje. Las lenguas gramaticalizan los dominios de experiencia más
importantes para la cultura a la que sirven, de modo que los conceptos gramaticalizados pueden
considerarse fundamentales, mientras que los conceptos solo asociados con palabras (o “ítems
léxicos”, como a veces se dice) lo son menos. La comprensión de unos y otros nos facilita el acceso
a las categorías cognitivas. Conste, de todos modos, que las múltiples perspectivas que podemos
tener sobre la realidad no son solo producto de hablar diferentes lenguas con diferentes categorías
asociadas a cada una de ellas, sino que son permanentemente accesibles a todos nosotros, de modo
que, en cierto sentido, toda comunicación es intercultural. Por ejemplo, si un grupo de personas ve a
un hombre cortando el césped el sábado por la mañana a una hora temprana y les preguntamos qué
está haciendo ese hombre, algunos lo considerarán como un buen ciudadano que contribuye al buen
aspecto de la vecindad, mientras que otras personas, por ejemplo, el que vive a su lado y le gusta
levantarse tarde los sábados, pensará que su actitud es poco sociable. Podríamos preguntarnos, por
otra parte, si ese hombre está “trabajando”. (…) ¿Entra o no entra “cortar el césped” en las
definiciones de “trabajo”?

Este ejemplo pone de manifiesto la relatividad contextual de toda observación y demuestra


que hay que contar con el contexto social y la intención a la hora de juzgar qué significa “trabajar”.
Y más que decir que una interpretación es la “correcta” y corresponde a “la verdad”, hay que pensar
que los diversos individuos aportan a la interpretación de un acto o situación esquemas
conceptuales, presupuestos y asunciones distintas, y acaban por interpretar lo más consistente con
las posibilidades de que disponen. Existen entre nosotros conceptualizaciones múltiples de los
“mismos” eventos incluso cuando hablamos la misma lengua. Y todo ello es parte de nuestra
competencia comunicativa.

En virtud de su competencia comunicativa, los hablantes eligen no solo qué van a decir,
sino también cómo y cuándo decirlo.

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