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Índice
1Características
o 1.1Capital, trabajo y régimen de propiedad
o 1.2Contrato libre, ganancias y movilidad social
o 1.3Libre mercado, empresas, competencia y trabajo.
o 1.4La empresa por sociedad de capitales
o 1.5Crecimiento económico
o 1.6Organizaciones por interés individual
o 1.7Liberalismo y papel del Estado
2Origen
3Tipos de sistemas capitalistas
o 3.1Mercantilismo
o 3.2Capitalismo de libre mercado
o 3.3Economía social de mercado
o 3.4Capitalismo corporativo
o 3.5Economía mixta
o 3.6Capitalismo de riesgo
o 3.7Capitalismo mortuorio
4Críticas al capitalismo
o 4.1Marxismo
4.1.1Capitalismo e imperialismo
4.1.2El mercado como institución no natural
4.1.3Capitalismo como religión
o 4.2Ecologismo
5Véase también
6Referencias
7Bibliografía
8Enlaces externos
Características[editar]
Si bien el capitalismo no encuentra su fundador en un pensador sino en las relaciones productivas
de la sociedad, la obra La riqueza de las nacionesconcedió a Adam Smith el título de fundador
intelectual del capitalismo.
John Locke, con su obra Dos tratados sobre el gobierno civil, establece los principios que
posteriormente servirán para identificar el capitalismo como sistema productivo y el liberalismo como
sistema de pensamiento que lo respalda.
Origen[editar]
Skyline de la ciudad inglesa de Mánchester en 1857. Durante el siglo XIX en medio de la Revolución
industrial esta ciudad desarrolló tal cantidad de industria textil que fue llamada Cottonopolis, y se
convirtió en modelo de la prosperidad provocada por el capitalismo de libre empresa para el
movimiento social y político denominado Escuela de Mánchester.
Artículo principal: Historia del capitalismo
Tanto los mercaderes como el comercio existen desde que existe la civilización, pero el
capitalismo como sistema económico, en teoría, no apareció hasta el siglo XVII en
Inglaterra sustituyendo al feudalismo. Según Adam Smith, los seres humanos siempre han
tenido una fuerte tendencia a «realizar trueques, cambios e intercambios de unas cosas
por otras». De esta forma al capitalismo, al igual que al dinero y la economía de mercado,
se le atribuye un origen espontáneo o natural dentro de la edad moderna.37
La sustitución del feudalismo tuvo como impulso a poderosas fuerzas del cambio que
sirvieron para introducir de forma gradual la estructura de una sociedad de mercado,
dentro de las principales fuerzas se encuentran: 38
Mercantilismo y proteccionismo
Laissez faire y capitalismo deregulado
Capitalismo corporativo
Economía social de mercado
Economía mixta
En gran medida en la mayoría de países modernos predominan formas de capitalismo más
cercanas a las dos últimas formas, la economía social de mercado y la economía mixta. El
mercantilismo y el proteccionismo parecen casi universalmente abandonados aunque
tuvieron su auge durante los siglos XVIII y XIX.
Mercantilismo[editar]
Artículos principales: Mercantilismo y Proteccionismo.
Esta es una forma nacionalista del capitalismo temprano que nació aproximadamente en el
siglo XVI. Se caracteriza por el entrelazamiento de intereses comerciales de interés para el
Estado y el imperialismo y, consecuentemente, por el uso del aparato estatal para
promover las empresas nacionales en el extranjero. Un buen ejemplo lo entrega el caso
del monopolio comercial impuesto por España a sus territorios de ultramar en 1504
prohibiéndoles comerciar con otras naciones.
El mercantilismo sostiene que la riqueza de las naciones se incrementa a través de
una balanza comercial positiva (en que las exportaciones superan a las importaciones).
Corresponde a la fase de desarrollo capitalista llamada Acumulación originaria de capital.
Capitalismo de libre mercado[editar]
Artículos principales: Laissez faire y Libre mercado.
Críticas al capitalismo[editar]
Pyramid of Capitalist System, póster del sindicato Industrial Workers of the World. Critica el
capitalismo representándolo como una estructura jerárquica de clases sociales.
Para el materialismo histórico (el marco teórico del marxismo), el capitalismo es un modo
de producción. Los marxistas creen que las desigualdades sociales se deben a una
continua lucha social, la "lucha de clases" que tendría una inevitable evolución en
el comunismo, en este sistema se plantea una mejora en las relaciones socio-económicas
que mejoraría las condiciones laborales de los trabajadores y evitaría la injusticia social
que ellos creen que tiene lugar en el capitalismo.
Esta construcción intelectual es originaria del pensamiento de Karl Marx (Manifiesto
Comunista, 1848, El Capital, 1867) y deriva de la síntesis y crítica de tres elementos:
la economía clásica inglesa (Adam Smith, David Ricardo y Thomas Malthus), la filosofía
idealistaalemana (fundamentante la dialéctica hegeliana) y el movimiento obrero de la
primera mitad del siglo XIX (representado por autores que Marx calificaba de socialistas
utópicos).
Capitalismo e imperialismo[editar]
Los críticos del capitalismo lo responsabilizan de generar numerosas desigualdades
económicas. Tales desigualdades eran muy acusadas durante el siglo XIX, sin embargo, a
lo largo de la industrialización (principalmente en el siglo XX) se experimentaron notables
mejorías materiales y humanas. Los críticos del capitalismo (John A. Hobson, Imperialism,
a study, Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo) señalaron desde finales del
siglo XIX que tales avances se obtuvieron por un lado a costa del colonialismo, que
permitió el desarrollo económico de las metrópolis, y por otro lado gracias al Estado del
Bienestar, que suavizó los efectos negativos del capitalismo e impulsó toda una serie de
políticas cuasisocialista.
Otras críticas al capitalismo que se enlazan a décadas anteriores con el mismo
matiz antiimperialista (a partir del pensamiento centro-periferia) provienen de los
movimientos antiglobalización, que denuncian al modelo económico capitalista y las
empresas transnacionales como el responsable de las desigualdades entre el Primer
Mundo y el Tercer Mundo, teniendo el tercer mundo una economía dependiente del
primero.
El mercado como institución no natural[editar]
Desde una perspectiva no estrictamente marxista, Karl Polanyi (La gran transformación,
1944) insiste en que lo crucial en la transformación capitalista de economía, sociedad y
naturaleza fue la conversión en mercancía de todos los factores de producción (tierra, o
naturaleza y trabajo, o seres humanos) en beneficio del capital.
Capitalismo como religión[editar]
Artículo principal: Capitalismo como religión
Capitalismo como religión es un escrito póstumo de 1921 del filósofo alemán Walter
Benjamin que contiene una crítica profunda al capitalismo. El texto indaga en la naturaleza
religiosa del capitalismo como una dogmática inhumana: la identificación del pecado y
la culpa religiosa y la deuda impuesta por el capitalismo (el término alemán utilizado en el
escrito Schuld significa a la vez deuda y culpa). Para Michael Löwy el escrito es una
lectura anticapitalista de Max Weber.5253 En este sentido, se ha afirmado con relación al
vínculo entre capitalismo y religión:
Con relación a la percepción religiosa de la riqueza, podría decirse que el dilema del capital —su
pecado capital cabría decir— y el origen de la hostilidad que en ocasiones genera, podría explicarse
por su desapego crónico hacia la auténtica riqueza: toda aquella que no consista en dinero. Algo
que ha quedado sintetizado en el conocido adagio atribuido al emperador Vespasiano: «pecunia non
olet». Frente a este planteamiento, resulta comprensible que haya quien entienda que la
acumulación de riquezas nada tiene que ver con la moral (aunque, en realidad, esta tenga que ver
con todo), sin embargo, no cabe duda de que un rasgo del capitalismo es el de desatender el origen
y destino del capital, sirviendo lo mismo para financiar un hospital para refugiados que para financiar
la guerra que los ha convertido en tales.54
Ecologismo[editar]
La crítica ecologista argumenta que un sistema basado en el crecimiento y la acumulación
constante es insostenible, y que acabaría por agotar los recursos naturales del planeta,
muchos de los cuales no son renovables. Más aún si el consumo de estos recursos es
desigual entre los países y en sus respectivas clases económicas. Hasta hace algunas
décadas, se pensaba que los recursos naturales eran virtualmente inagotables y que la
contaminación, pérdida de la biodiversidad y de paisajes eran costes asumibles del
progreso.
Actualmente existen dos tendencias principales relacionadas con la crítica ecologista:
aquella que defiende un desarrollo sostenible de la economía (que consistiría en adaptar el
actual modelo al nuevo problema medioambiental), y otra que defiende
un decrecimiento de la economía (que apunta directamente a nuevos sistemas de
organización económica).55
Como contraparte al ecologismo colectivista, surge el ecologismo de mercado con base en
la libertad individual. Este ecologismo plantea la protección de los ecosistemas desde el
punto de vista del capitalismo libertario, los libertarios dicen que una definición de la
propiedad privada en todos los recursos escasos, cada recurso escaso es usado más
eficientemente, y por lo tanto, es regulado por el mercado, de igual manera el propietario
siempre está interesado en que su tierra y animales estén sanos, usan el ejemplo de la
privatización de los elefantes en Kenia y la recuperación de la población de estos para
demostrar que una economía de mercado con propiedad privada, siempre tiene interés en
un ecosistema sano. Desde el punto de vista de los libertarios, cuando no hay derechos de
propiedad definidos ocurre la denominada tragedia de los comunes, donde el recurso es
usado por todos de manera irresponsable y este se agota.
Véase también[editar]
Anexo:Lista de ideas políticas
Capital
Capitalista
Fordismo
Libertad económica
Capitalismo de Estado
Capitalismo cognitivo
Capitalismo financiero
Distribución de la riqueza
Liberalismo
Libre empresa
Empresa capitalista
Propiedad privada
Orden espontáneo
Plutonomía
Anticapitalismo
Estatismo
Sistema de producción
Socialismo
Comunismo
Taylorismo
Referencias[editar]
1. ↑ Definición minimalista elaborada de forma que concuerde
con las principales definiciones esencialistas, tanto
posteriores (Sombart, 1902; Weber, 1904) como previas a
la invención del término (Ricardo, 1817; Proudhon, 1840;
Marx, 1848) y a la elaboración del concepto (Smith, 1776) y
concordante con la definición del diccionario de la
Enciclopedia Británica: «Capitalism», Merriam-Webster's
Collegiate Dictionary
2. ↑ Shigeto Tsuru, Institutional Economics Revisited,
University of Cambridge, 1993, p. 26
3. ↑ Joseph Lajugie, Los sistemas económicos, Eudeba, 1987,
pp. 13-14
4. ↑ Oliver E. Williamson, Las instituciones económicas del
capitalismo, Fondo de Cultura Económica, 1989, pp. 93-137
5. ↑ John Maynard Keynes, La teoría general del empleo, el
interés y el dinero, Aosta, 1998, pp. 22-23
6. ↑ Mohammed Bensald, «The centralist organization of
Marx» en art. «The organizational indetermination of
spontaneous order in Hayek»
7. ↑ «Capitalismo», TheFreeDictionary.com.
Fuente: Diccionario Enciclopédico Vox, tomo 1, Larousse
Editorial, 2009. Consultado el 16 de junio de 2011
8. ↑ Fernand Braudel, La dinámica del capitalismo, Fondo de
Cultura Económica, 2006, pp. 52-55
9. ↑ Oskar Lange, «El principio económico como producto
histórico de la empresa capitalista», La economía en las
sociedades modernas, Grijalbo, 1966, pp. 70-73
10. ↑ Ludwig von Mises, «El capitalismo», La acción humana,
Unión Editorial, 1995, pp. 322-328
11. ↑ Eduardo Cordero Quinzacara y Eduardo Aldunate Lizana,
«Evolución histórica del concepto de propiedad», Revista
de estudios histórico-jurídicos, Valparaíso, ISSN 0716-5455,
Nº 30, 2008
12. ↑ Richard Pipes, Propiedad y libertad, Fondo de Cultura
Económica, 1999, pp. 72-73 y 157-160
13. ↑ Paul Lafargue, «Feudal Property» and «Bourgeois
Property», The Evolution of Property, caps. VI & V
14. ↑ La era del Capital, 1848 - 1875. Biblioteca E.J. Hobsbawm
de Historia Contemporanea. Grupo Editorial Planeta. 5 ta.
ed. Buenos Aires: Crítica 2006.
15. ↑ Max Weber, «Introducción general a los “Ensayos de
sociología de la religión” (1920)», La ética protestante y el
espíritu del capitalismo, Fondo de Cultura Económica, 2008,
pp. 53-70. Sobre la misma cuestión véase también el
resumen temático de la obra principal en: «Notes on Max
Weber», Introduction to Social Theory (Sociology 250),
October 11, 2002, Department of Sociology and Social
Studies, University of Regina
16. ↑ La sociología clásica coincide en esta categorización con
diferencias de matices: en Marx se propone una secuencia
histórica de sociedades clasistas, las primeras de las cuales
se forman por causas económicas pero se sostienen
mayormente sobre funciones y relaciones extraeconómicas,
mientras que su punto de llegada es la sociedad burguesa
en la cual todas las clases son de naturaleza económica;
esta diferencia se vuelve más relevante en la perspectiva de
Weber, por la cual solo en el capitalismo debería hablarse
propiamente de clases sociales como principio
estratificador, mientras que en todas las demás el
determinante sería estamental incluso por su origen. Véase:
Val Burris, «La síntesis neomarxista de Marx y Weber sobre
las clases», Zona abierta, ISSN 0210-2692, Nº 59-60, 1992
(Ejemplar dedicado a: Teorías contemporáneas de las
clases sociales), págs. 127-156; ó Ibídem, Cuadernos de
Sociología No. 4, 1993, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires; citado y analizado en: Perla
Aronson, «La visión weberiana del conflicto
social», Conflicto social, Año 1, No. 0, noviembre 2008, p.
118
17. ↑ Ricardo López Ruiz y Carmen Pellicer Lostao, «Modelos
matemáticos de la riqueza», Revista Investigación y
Ciencia, marzo 2011
18. ↑ Karl Polanyi, La gran transformación, Fondo de Cultura
Económica, 2011, pp. 89-90 y 188
19. ↑ Christoph Deutschmann, «A pragmatist theory of
capitalism», Socio-Economic Review, Oxford Journals,
2011, Volume 9, Issue 1, cap. 3, p. 90
20. ↑ Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y causas
de la riqueza de las naciones, Fondo de Cultura Económica,
2010, libro segundo, intr., pp. 250-251
21. ↑ Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política,
Fondo de Cultura Económica, 2010, libro primero, tomo I,
cap. XXV, pp. 650-651
22. ↑ Joseph Schumpeter, Teoría del desenvolvimiento
económico, Fondo de Cultura Económica, 1976, cap. V, pp.
162-212
23. ↑ Joseph Schumpeter, Teoría del desenvolvimiento
económico, Fondo de Cultura Económica, 1976, cap. IV, pp.
135-161
24. ↑ Juan Sebastián Landoni, «Empresario y capitalista: nota
para una teoría austriaca de la firma», Journal of
Management for Value
25. ↑ Werner Sombart, El apogeo del capitalismo, Fondo de
Cultura Económica, 1984. Ver resumen de la referencia en:
Christoph Deutschmann, op. cit., cap. 4, p. 94
26. ↑ Macmillan Dictionary of Modern Economics, 3rd Ed., 1986,
p. 54.
27. ↑ Bogdanor, Vernon (1991). The Blackwell Encyclipedia of
Political Institutions. Madrid: Alianza. ISBN 8420652385.
28. ↑ Robert E. Lucas Jr. «The Industrial Revolution: Past and
Future». Federal Reserve Bank of Minneapolis 2003 Annual
Report. Archivado desde el original el 16 de mayo de 2008.
Consultado el 20 de noviembre de 2009.
29. ↑ J. Bradford DeLong. «Estimating World GDP, One Million
B.C. – Present». Archivado desde el original el 7 de
diciembre de 2009. Consultado el 20 de noviembre de 2009.
30. ↑ European Competitiveness Report, 2001 y 2003
31. ↑ Clark Nardinelli. «Industrial Revolution and the Standard of
Living». Consultado el 20 de noviembre de 2009.
32. ↑ J. E. Stiglitz: "Frontiers of Development Economics: The
Future in Perspective", ed. Gerald M. Meier, World Bank,
mayo 2000.
33. ↑ George Reisman. «Freedom Is Slavery: Laissez-Faire
Capitalism Is Government Intervention, A Critique of Kevin
Carson’s Studies in Mutualist Political
Economy». Capitalism.net. Consultado el 20 de noviembre
de 2009.
34. ↑ La frase «laissez faire, laissez passer» es una expresión
francesa que significa «dejad hacer, dejad pasar»,
refiriéndose a una completa libertad en la economía: libre
mercado, libre manufactura, bajos o nulos impuestos, libre
mercado laboral, y mínima intervención de los gobiernos.
Fue usada por primera vez por Jean-Claude Marie Vicent
de Gournay, fisiócrata del siglo XVIII, contra el
intervencionismo del gobierno en la economía.
35. ↑ Franklin D. Roosevelt, "Appendix A: Message from the
President of the United States Transmitting
Recommendations Relative to the Strengthening and
Enforcement of Anti-trust Laws", The American Economic
Review, Vol. 32, No. 2, Part 2, Supplement, Papers Relating
to the Temporary National Economic Committee (Jun.,
1942), pp. 119-128.
36. ↑ Walberg, Herbert (2001). Education and Capitalism.
Hoover Institution Press. pp. 87-89. ISBN 0-8179-3972-5.
37. ↑ Guillermo Hirschfeld. «Refundar el capitalismo: Una
misión imposible». Hispanic American Center for Economic
Research. Consultado el 20 de noviembre de 2009.
38. ↑ Heilbroner, Robert (1999). «Capítulo 3». En Marisa de
Anta. La evolución de la sociedad económica. México:
Prentice Hall. p. 56. ISBN 970-17-0275-1.
39. ↑ George Reisman. «Algunas nociones fundamentales
sobre la naturaleza benévola del Capitalismo». Mises
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42. ↑ Sennett, Richard. The corrosion of character: The
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43. ↑ Bauman, Z. (1998). Globalization: The human
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44. ↑ Bauman, Z. (2007). Consuming Life. Cambridge; Polity
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45. ↑ Bauman, Z. (2011) La Sociedad Sitiada. [The Besiege
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47. ↑ Sather-Wagstaff, J. (2011). Heritage that hurts: Tourists in
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48. ↑ Tzanelli Rodanthi. (2016) Thanatourism and
Representations of Risk. Abingdon: Routledge,
49. ↑ Ariès, P., & Armiño, M. (1983) El hombre ante la muerte
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50. ↑ Skoll, G. (2010). Social Theory of Fear. Palgrave
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51. ↑ Bauman, Z., & Lyon, D. (2013). Liquid surveillance: A
conversation. John Wiley & Sons.
52. ↑ Los fundamentos onto-teológico-políticos de la mercancía
y del dinero. Una incursión en los orígenes de la religión
capitalista, Fabián Ludueña Romandini, UAB, en
Recordando a Benjamin, Justicia, historia y verdad, III
Seminario Internacional Políticas de la Memoria
53. ↑ Le capitalisme comme religion: Walter Benjamin et Max
Weber (enlace roto disponible enInternet Archive; véase el historial y
la última versión)., par Michael LÖWY, Presses de Sciences
Po, Raisons politiques, 2006/3 - N° 23, ISSN 1291-
1941, ISBN 2-7246-3048-4, pages 203 à 21
54. ↑ Maestro Cano, Ignacio C. (2018). «La tesis de Weber en
torno al capitalismo en el 500 Aniversario de la Reforma
Protestante». 'Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones 23:
149-174.
55. ↑ Ideológicamente plurales pues no consistiría en una única
receta a nivel mundial, sino según la región.
Bibliografía[editar]
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Información.
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La conclusión va más allá del marco económico de los análisis anteriores para
señalar diversos elementos (jurídicos, políticos, represivos e ideológicos) que
actúan conjuntamente para contribuir a la reproducción del capitalismo.
(5 diciembre 2011)
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"Los fundamentos de la economía capitalista. Introducción al análisis
económico marxista del capitalismo contemporáneo", Jacques Gouverneur,
2005 (PDF - 4.1 Mo)
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Introducción.
Hablar de crisis económicas hoy resulta tan baladí y, sin embargo, al mismo tiempo, tan
complejo, que escribir sobre el tema se hace necesario en vista de la enorme cantidad de
prejuicios, distorsiones y frivolidad que predominan.
En tiempo de crisis por guerras, clima o enfermedad, el griego se lanzaba a los torneos, al
teatro, a la lucha libre y al deporte en general, así como a los festivales de oratoria y artes
dramáticas. Los romanos exacerbaron los avances de los griegos y los substituyeron por el
circo. El peso específico del poder de la racionalidad y de la espiritualidad humana para
atender a las épocas de crisis cedió su lugar, en la Edad Media, al poder de Dios. El
feudalismo era un sistema económico y social en el que la fuerza de la solidaridad era tal
que se le dejaban a Dios la solución de las crisis, de aquí su enfoque un poco más allá de
la ética, y un poco más acá de la metafísica aristotélicas. Se volvía contemplativo frente a
las crisis, el hombre del medioevo.
La burguesía, en cambio, más avariciosa que ahorrativa, más emprendedora que reflexiva,
obsesionada con la medición del tiempo y la cuantificación de sus gastos convirtió a la
crisis en una tragedia, porque era una tragedia que tenía que ver con sus procesos y
mecanismos de acumulación de riqueza. Y la acumulación era la esp ina dorsal de ese
sistema económico que vino al mundo en la segunda parte del siglo XVI y que, hoy, entre
los estertores y el barullo de una crisis total, trata de hacer frente a sus limitaciones y de
salir adelante, no como lo hacían los griegos, en medio de la algarabía de la esperanza, ni
como lo hacían los monjes contemplativos medievales, en medio de rezos y sahumerios,
sino, todo lo contrario, sirviéndose del despojo y el arrinconamiento del que menos tiene.
Siempre se acumula a costa de otros, y, cuando así no sucede, aparece la crisis, según la
burguesía. Veamos por qué.
Desde el momento de su eclosión histórica, en la segunda mitad del siglo XVI, el sistema
económico se abrió lugar a golpes y trompicones, contra los últimos resabios de un
régimen feudal que nunca se acostumbró a depender tanto de la madre naturaleza para
reproducirse a sí mismo. Hasta la segunda parte del siglo XVIII las crisis económicas, más
bien de abastecimiento que otra cosa, fueron el resultado de un desenganche entre la
capacidad productiva de los hombres y la capacidad reproductiva de la naturaleza. Crisis
de antiguo régimen, de coyuntura, más bien focalizadas en zonas específicas del mundo,
en este caso en Europa, tenían que ver mucho con los circuitos de la circulación de las
mercancías, con el abastecimiento antes que con la capacidad de consumo de los grupos
humanos.
Según el autor ruso se puede establecer algún tipo de relación entre los hechos sociales y
el comportamiento del ciclo. Sostiene que durante el período de expansión y crecimiento
de las fuerzas económicas más decisivas se producen las grandes guerras y revoluciones.
Agrega, además, que en los largos períodos de inflexión o recesión de los ciclos largos, se
produce un gran número de descubrimientos importantes y de invenciones en las técnicas
productivas y comunicativas, las que se aplican en masa durante la etapa de ascenso del
ciclo siguiente. Estas ideas le facilitaron a Schumpeter la ampliación de su argumento
sobre la importancia de la innovación, que apenas mencionamos arriba.
El comportamiento de los ciclos largos viene medido por el ritmo de las innovaciones; de
esta manera el ciclo 1783-1842, abarca la totalidad dinámica de la Primera Revolución
Industrial; el ciclo 1842-1897, comprende a los años del vapor y del acero, pero sobre todo
a la época de la “manía ferroviaria” en el mundo occidental y sus prolongaciones
coloniales. Finalmente, la media onda larga, que detona hacia 1897, es la onda de la
electricidad, la química y el automóvil[6].
Ahora bien, desde la perspectiva del método, para la economía y la historia económica de
inspiración marxista, son fundamentales los procesos de acumulación y de producción
capitalista, antes que los problemas relacionados con los precios y el comportamiento
monetario de la economía capitalista, más propios de los estudios realizados por analistas
de formación burguesa. Hacemos esta distinción porque en el estudio de las ondas largas
del sistema económico, son decisivas las estadísticas sobre la expansión y contracción del
mercado capitalista a escala mundial, en lo que compete a sus ingredientes más
estructurales, es decir, la acumulación y la producción de mercancías[7].
Por otro lado, hay ingredientes externos e internos en la interrelación que podría
establecerse entre diferentes ondas largas del sistema económico, como hemos
mencionado arriba, al hablar de que no todos los componentes de una crisis o de una
condición depresiva pueden medirse estadísticamente. Ello facilita, sin embargo, que se
puedan establecer paralelismos entre la relativa hegemonía de Inglaterra en el mercado
mundial en el período 1848-1873, seguido de una depresión para los años 1873-1896; la
hegemonía de nuevo del imperialismo inglés en el período 1893-1914, prolongado por una
caída precipitada entre los años 1914-1940, y la fuerte hegemonía del imperialismo
norteamericano durante los años 1948-1966, continuado por un deslizamiento irreversible
desde entonces[8]. Por eso debe tomarse en cuenta que es de las interrupciones del ciclo
económico de donde el capitalismo toma sus impulsos para expandirse a nivel mundial,
antes que de las disfunciones de los mercados[9]. Con esto claro es posible hacer
comparaciones entre las distintas expresiones hegemónicas del imperialismo, para
relacionar el comportamiento de los mercados, la expansión internacional del capitalismo y
el ciclo económico.
Para los países pobres, esos son aspectos esenciales, que deben ser comprendidos en su
justa medida, esto es, que el ciclo económico en el centro, una vez ubicado en su fase
depresiva, tiende a engullirse todo aquello que se encuentra en la periferia; y que las
relaciones capitalistas dependientes no son únicamente el producto histórico de la
expansión imperialista, sino, por encima de todo, de las mal formaciones del sistema
económico, las cuales podrían ser explicadas y comprendidas en virtud de nuestro mejor
tratamiento del ciclo.
Si, por ejemplo, la depresión de 1825 es, en gran medida, producto de la quiebra
financiera de Gran Bretaña a raíz de sus excesos inversionistas en América Latina, nadie
podrá sostener jamás que la crisis se haya iniciado aquí, sino, todo lo contrario, fue una
crisis que tuvo su punto de detonación en el relajamiento del sistema bancario y monetario
inglés, que sacudió también a la industria y al comercio por supuesto[10]. Lo mismo
sucederá con las depresiones de 1847-1848 y, particularmente, con la gran depresión de
1873-1896[11], que, a la larga, se convertirá en la plataforma de experimentación teórica
más expedita, para que la economía burguesa cristalice su ruptura con la economía
política clásica, abriendo el camino hacia una economía de corte positivista y cortoplacista.
Está de más anotar que el grueso de las crisis y de las grandes depresiones que han
impactado al sistema económico, durante los últimos ciento cincuenta años, han
encontrado su punto de partida en las grandes economías industrializadas, centros
financieros y punto de llegada de los procesos de acumulación a escala mundial.
Si está claro, entonces, que el comportamiento cíclico del sistema económico es inevitable,
así como su tendencia general a experimentar hundimientos, crisis y depresiones, para
quienes diseñan estrategias e instrumentos de contra peso en tales situaciones, no está
igualmente claro el punto de origen, y el trayecto que esta últimas puedan seguir.
Los marxistas, por ejemplo, alguna vez, creyeron que tales perturbaciones podrían
conducir al derrumbe histórico del sistema capitalista como una totalidad, es decir, no sólo
en sus niveles económicos y financieros, sino también sociales, políticos y culturales.
Estos analistas siguen sosteniendo que las políticas económicas, coyunturales o
estructurales, y la propia modificación interna del sistema, pueden atenuar algunas
manifestaciones del ciclo, pero no pueden eliminarlo de raíz, como decíamos atrás, ya que
forma parte del carácter intrínsecamente contradictorio del sistema.
Para el ciclo 1972-1978, nos encontramos con una recesión (1974-1975) que vendrá
definida, de nuevo, por la superproducción de mercancías, capitales y valores, de acuerdo
con el ritmo seguido desde 1816[14]. Fue una recesión que resumió muy bien el retroceso
experimentado por las economías capitalistas centrales, en la onda larga de expansión
que las había caracterizado, desde 1940 en los Estados Unidos, y desde 1948 en Europa
y Japón. La nueva onda larga sería definida, en el mediano y largo plazo, por una tasa de
crecimiento hasta un 50% menor a la de los años cincuenta y sesenta[15].
Este deterioro de la acumulación haría que los gobiernos de Ronald Reagan (1911-2004)
en Estados Unidos y Margaret Thatcher (1925) en Inglaterra se convirtieran en los
puntales de las políticas neoliberales, que liquidarían sin piedad muchos de los logros
alcanzados por los trabajadores desde la Segunda Guerra Mundial[16]. Sin embargo, bajo
el signo de mayo 68 en Francia y del triunfo de la revolución en Viet-Nam (1975), el
crecimiento de la capacidad de lucha de los trabajadores organizados en Portugal, Italia,
Inglaterra, España y México, iría a darle nuevas dimensiones a la lucha de clases la cual,
al calor de la crisis económica del sistema, se exacerbaría y encontraría nuevos
escenarios revolucionarios en América Central y el Caribe.
Pero cuando las economías del capitalismo dependiente latinoamericano hacían crisis
debido a su deuda externa, durante los ochenta, en gran parte adquirida para pagar la
factura por los problemas con el abastecimiento de combustibles, las economías
metropolitanas, por su parte, alcanzaban el punto álgido de su proceso de expansión
desde la Segunda Guerra Mundial, momento a partir del cual se volvía imparable el
deslizamiento hacia la situación actual, cuando, se suponía, el escenario era más
beneficioso, pues muchos de los problemas políticos, sociales e ideológicos de la llamada
Guerra Fría habían sido resueltos durante los años noventa.
Quedaba claro, de esta forma, que el sistema capitalista tendría que darse a sí mismo las
respuestas requeridas para readecuar los procesos de acumulación, producto de una
nueva división del trabajo cada vez que el sistema entraba en crisis. Si desde 1945 la tasa
de explotación se medía por el predominio de la extracción de la plusvalía relativa, llegaría
el momento en 1980, cuando sería posible volver a hablar de tasas de explotación de
plusvalía absoluta, consideradas por mucho tiempo como típicas del capitalismo
decimonónico[17].
Con un escenario así era ineludible hallar un conjunto de nuevas respuestas políticas y
sociales al hecho de que, el capitalismo emergente en los países del viejo socialismo,
presentaba un nuevo desafío a las tradicionales economías industrializadas abrumadas
por un neoliberalismo sin cortapisas. La década de los noventa, entonces, terminaría por
prepararle la tramoya al capital ficticio, con el cual los procesos de producción terminarían
por colapsar, abriendo el camino a una crisis financiera sin precedentes desde la gran
depresión de 1930[18].
Pero la cuestión no es tan sencilla. Ya hemos visto en la sección anterior que las crisis le
convienen al sistema capitalista, y a su clase social más representativa, la burguesía, los
patronos, los dueños y amos de los medios de producción. De tal forma que será inevitable
un conflicto cada vez que la productividad decae, o se genera una superproducción de
mercancías, valores o dinero, porque esa burguesía acusará a los trabajadores de ser los
culpables, pues sostiene que les está pagando muy bien, que tienen un montón de
derechos y que no cumplen con sus deberes a cabalidad. A la burguesía patronal le
aterroriza el descenso de la productividad, porque de esta forma se reduce también su
capacidad de acumulación de riqueza, para seguirse reproduciendo como clase social,
como grupo humano, con sus gustos, su forma de vida, sus patrones culturales y sus lujos.
Entre tanto, los trabajadores buscan organizarse de la mejor manera posible, porque de lo
contrario sus salarios pueden reducirse física o nominalmente, pueden perder el empleo.
La contradicción emerge entonces, porque una crisis de superproducción es acompañada
de desempleo[19].
Los ciclos de negocios, entonces, o ciclos industriales, o ciclos económicos, todo depende
dónde pongamos el énfasis, ya sea en la actividad financiera, productiva o de realización
de la cuota de explotación de los trabajadores, ciclos cuya duración es relativa, como
hemos visto, y por lo cual han recibido distintos nombres, de acuerdo al estudioso que los
haya investigado con más detalle y atención, son ciclos que serán sacudidos
periódicamente por crisis que socavan una de las mayores aspiraciones de los capitalistas,
esto es, el equilibrio para seguir acumulando. Pero resulta que la historia ha demostrado
que, antes y después de una crisis, en el sistema capitalista nunca ha existido equilibrio;
éste no es más que una aspiración utópica de los ricos y poderosos. De tal manera que,
con frecuencia, al menos durante los últimos cien años, el estado, al cual los capitalistas
tanto critican, tiene que estar interviniendo, como hoy lo hace el Presidente de los Estados
Unidos, para devolverle a la economía su “equilibrio”.
¿Equilibrio para qué o entre quiénes? Desde el siglo XVIII se nos viene diciendo que en la
medida en que cada individuo busque y satisfaga sus propios intereses, la sociedad toda
se verá beneficiada. Es la famosa “mano invisible” según la cual, el sistema económico
estará equilibrado, en el tanto y cuanto cada persona se deje guiar por sus propios afanes.
Pero esta tesis más bien ha provocado grandes injusticias. Y sobre todo un tremendo
desorden económico, social, político, ideológico y jurídico. Resulta que con la “mano
invisible” hemos olvidado que el sistema capitalista reposa esencialmente sobre una
tremenda y devastadora avaricia. A lo largo de su historia, en el sistema han aparecido
pequeños grupos los cuales, armados de aparatos ideológicos, ejércitos bien armados, y
una tremenda voracidad por acumular riqueza, han arrinconado al resto de la humanidad y
la han reducido a niveles intolerables de pobreza, humillación y necesidad.
El equilibrio que han buscado por siglos el señor patrono burgués, terrateniente o
comerciante, es aquel equilibrio que le permita explotar, con la mayor libertad posible, a
sus trabajadores, a los que contrata por un salario con el cual puedan reproducirse como
especie nada más, para que lo continúen enriqueciendo. En algunos capítulos de esta
historia, el trabajador llegó a laborar hasta 16 horas diarias por salarios ridículos. Pero los
logros, arrancados a sangre y fuego, jamás concesión gratuita y amorosa de los patronos,
les permitieron a los trabajadores reducir la jornada laboral, y atemperar los sacrificios que
representa cotidianamente en sus vidas. Aunque en ciertas partes del mundo
subdesarrollado todavía persisten estas jornadas de trabajo, hoy no se trabaja 16 horas
diarias en algunas grandes ciudades; pero la tecnología ha hecho posible que el producto
que antes se obtenía en ese tiempo, ahora se extraiga en la mitad, con un desgaste mayor
para la sociedad toda y las familias de los trabajadores particularmente.
Durante el siglo XIX fue la economía británica la que jugó este papel. Pero, de acuerdo con
el criterio decenal, el ciclo ha experimentado cortapisas en 1977, 1989, 1997, y la última en
2009. Cada una de estas interrupciones críticas de la acumulación, con el consabido
descenso de la tasa de beneficio, ha tenido su expresión ineludible en un crecimiento
desmedido de la tasa de desempleo. La relación directa que establece Schumpeter entre
índices de innovación tecnológica y crecimiento de la productividad, está condicionada, a
lo largo del ciclo, por la capacidad de acumulación y de reproducción del sistema. Pero
dicha relación directa puede ser desviada y distorsionada por la intermediación financiera
de un grupo de personas que no produce nada, pero que se aprovechan habilidosamente
de las crecidas tasas de acumulación que aquella relación genera. Esta clase de
actividades la lleva a cabo el capital financiero, los bancos, las grandes transnacionales
que comercian y trafican con el conocimiento y el desarrollo acumulado por otros.
Mas esta serie de problemas económicos, los cuales tienen repercusiones sociales,
políticas y culturales importantes en nuestra población, tienen un origen muy preciso.
Estamos en crisis decimos: no hay créditos porque el dinero es muy caro, o sea, las tasas
de interés son muy altas, se ha contraído la construcción de casas, los combustibles
suben, la comida cada día es más cara, a los jóvenes se les han reducido las posibilidades
de encontrar trabajo, en la profesión que tantos años de estudio les ha tomado, y,
finalmente, se corre el riesgo de perder el empleo, que se ha vuelto el bien más preciado
que tiene una persona hoy día. Pues bien, toda esta situación, que tanta inseguridad e
incertidumbre le producen al costarricense promedio, procede de los Estados Unidos. Y
veamos por qué.
Contra tanta riqueza, los Estados Unidos empezaron a emitir masas descomunales de
dólares, con los cuales prácticamente inundaron el mercado mundial, una estrategia
pensada para compensar los indicios de contracción de su capacidad de pago en oro,
debida a las demandas procedentes de las economías europeas y asiáticas que buscaban
reactivar y fortalecer sus actividades bancarias y financieras. De esta forma, en la década
siguiente, los años setenta, el dólar entró en crisis, y aceleró una revisión del sistema
monetario y del sistema internacional de pagos. Con la guerra de Viet-Nam (1969-1975),
Estados Unidos intentó contra pesar el impacto que la situación estaba generando en su
capacidad de acumulación y en el proceso de reproducción capitalista, puesto que la crisis
del dólar (1974-1977) era simplemente el síntoma de un mal mayor: la acerada tendencia
que tiene la economía norteamericana al sobre endeudamiento y al sobre consumo, a
través de los cuales se crea a sí misma cuellos de botella que son, finalmente,
desbloqueados por la economía internacional.
Es decir, Estados Unidos desvaloriza el dólar y de esta manera les pasa la factura a las
economías emergentes y dependientes o semi coloniales[22]. La crisis de la deuda en
América Latina (1980-1982) formó parte de este proceso, con el cual la economía
norteamericana buscó remontar sus propios problemas financieros internos. Cuando,
durante estos años, los países latinoamericanos se declararon insolventes, fue porque las
corporaciones bancarias internacionales, con residencia en Estados Unidos, habían
acelerado el proceso de endeudamiento de estos países para financiar su propio patrón de
crecimiento. Esto no ha cambiado hasta el presente.
De acuerdo con los neoliberales dicha estrategia financiera era perfectamente normal,
puesto que, desde finales de los años setenta, venían sosteniendo que la menor
ingerencia del Estado en los negocios, era la actitud más saludable para que deudores y
acreedores saldaran sus desacuerdos sin traumas ni conflictos escandalosos. Resulta, sin
embargo, que el endeudamiento externo hizo colapsar a la economía latinoamericana,
provocando un retroceso descomunal en áreas tan decisivas, socialmente hablando, como
vivienda, acueductos, educación y salud. El desplome de economías, otrora tan
progresistas como la argentina, la mexicana y la brasileña, fue un espectáculo que dejó
lecciones todavía insalvables, y que explican mayormente, el auge de la economía social
que se está operando en América Latina hoy.
Los años ochenta, por su lado, la década perdida en América Latina, son también, al
mismo tiempo, aquellos durante los cuales cristalizó una readecuación importante de las
economías hegemónicas a escala internacional. Con su fracaso en la guerra de Viet-Nam,
los Estados Unidos tendrían que negociar con la vieja Unión Soviética y con China la
distribución geoestratégica que le esperaría al mundo del siglo XXI, donde una Alemania y
un Japón con nuevos bríos emergerían para participar, como en el pasado, en el reparto
del botín.
Igualmente en la URSS, con la Perestroika de 1984, tendría lugar un ajuste de cuentas sin
precedentes en la historia universal de los imperios, pues se trataba del primero que
cometía suicidio y repartía los pedazos al mejor postor. En 1989, China también
experimentaba la primera gran sacudida de un modelo de desarrollo económico-social y
político que empezaba a operar en dos vertientes, no siempre armónicas, la economía y la
institucionalidad política, como se verá después, durante los años noventa, cuando la
restauración capitalista despegaba con consecuencias sociales todavía por verse.
En la década siguiente, en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón y otras potencias
industriales, así como en China, el nuevo “taller del mundo”, se desataba un auge
espectacular de la construcción, que solo hacía más notoria una de las contradicciones
históricas del sistema capitalista: el problema de la sobre producción y el sub consumo. El
sobre endeudamiento y el sobre consumo, por su parte, como corolarios de aquella
contradicción básica, evidenciaban, que la llamada “burbuja financiera”, el capital ficticio,
que no siempre tiene relación directa con la economía real, era una nueva forma de
expresarse la sincronía alcanzada, a través de la globalización financiera, de las
economías centrales a escala mundial.
La crisis asiática de 1997 y el “efecto tequila”, procedente de México en 1995, así lo hacían
notar. En pocas palabras, lo que queremos decir es que hoy, más que nunca antes, una
crisis en el centro capitalista, tiene efectos directos en las otras economías ancilares y
periféricas del sistema. Y para continuar hablando de burbujas, la “burbuja inmobiliaria”
será también uno de los detonantes de la crisis en Japón y México. Hubo momentos en
que en el centro de Tokyo un metro cuadrado de construcción costaba US$300,000. Para
construir, sin embargo, se requerían grandes masas de crédito, y para que éste estuviera
disponible se necesitaban ciertos patrones de consumo y rentabilidad y ésta, a su vez,
estaba en relación directa, supuestamente, con la capacidad productiva de la economía
que la hacía posible.
Con este escenario, era inevitable el colapso bancario. Pero de la esfera financiera, la
crisis se traslada rápidamente a la economía real, donde la mayor parte de las empresas
operan, crecen y se reproducen con dinero prestado. Entonces, si se contrae el crédito, se
reduce al mínimo la contratación de nuevos trabajadores, o se despiden los que están
empleados, pues no hay forma de que la empresa continúe su reproducción. Y si no se
producen mercancías, el comercio exterior se contrae también, con lo cual la economía
roza los niveles de la depresión.
Estamos entonces frente a una espiral depresiva que ha sido recurrente en la historia
económica del sistema capitalista desde hace unos ciento cincuenta años, según se vio en
la sección anterior. Como ha sido igual de recurrente el que estas situaciones críticas a
quienes más perjudican es a los trabajadores, que ponen los muertos en este proceso,
pues los capitalistas, para recuperar su capacidad de acumulación y reproducción,
saquean la plusvalía acumulada, y despiden a sus empleados o recortan sus salarios, se
deterioran las condiciones de trabajo, y los avances logrados por los trabajadores se
bloquean o se limitan considerablemente.
Por otro lado, esta nueva crisis contradice los postulados de aquellos que sostenían que
después del último evento similar en los años setenta, las economías europea, asiática, la
de los países emergentes, como los del viejo socialismo, y la de los países dependientes o
semi coloniales, no iban a verse impactadas por el episodio tal y como se ha ido
desplegando en los Estados Unidos. Los procesos de globalización han globalizado, más
que nunca, los mecanismos de acumulación a escala mundial, y las economías están hoy,
como jamás lo estuvieron en el pasado, perfectamente sincronizadas. De tal forma que la
teoría del “desacople” carece de sustancia si pensamos en que, los Estados Unidos
continúan siendo, aunque precariamente, la locomotora de la demanda a escala
internacional, y cualquier catástrofe en los patrones de consumo de la sociedad
norteamericana, debería leerse como un derrumbe en los otros componentes de la
acumulación a escala internacional.
Si partimos del principio de que dos de las características más notables del capitalismo del
siglo XXI son precisamente un aumento espectacular de la tasa de ganancia y la
imposibilidad de una expansión de la acumulación, que permita ampliar y profundizar los
procesos de reproducción del sistema, nos daremos de frente con el problema que
representa para este último el que la desvalorización del capital, y su consecuente
incremento en la extracción de plusvalor, impida la gestación de una nueva ola de
modernización capitalista, tal y como la había pensado Schumpeter en sus mejores
ensueños.
Además, la caída del socialismo real, supuestamente, iba a lanzar unos 800 millones de
nuevos consumidores sobre los bienes manufacturados por las naciones industrializadas
del viejo capitalismo, pero tal cosa sólo ha generado una nueva ola de preocupaciones
para países como Austria, España , Francia, Alemania, Suiza y otros, quienes han
prestado enormes cantidades de dinero a los viejos aliados de la fenecida Unión Soviética;
y en estados como Hungría, la crisis ya asestó sus primeros golpes reduciendo de forma
traumática su capacidad de pago, con lo cual se reducen también las posibilidades reales
de la restauración capitalista en estas naciones.
La situación con China es igualmente aleccionadora. Este gigantesco taller de
manufacturas es el principal abastecedor comercial de Europa y los Estados Unidos, tanto
así como para que ciudades enteras hayan surgido en menos de veinte años, en su
totalidad estructuradas para alojar principalmente a trabajadores extranjeros, procedentes
de Hong Kong e Indochina, y dedicarse por completo a la fabricación de juguetes por
ejemplo. La sobre acumulación[23] en China no ha tenido eco en su descomunal y lenta
maquinaria política y administrativa, y, aunque la expansión comercial ha posibilitado
alguna modernización de la estructura productiva, este país padece serios problemas
laborales y sociales que están al borde de provocar una explosión sin precedentes en
época de restauración capitalista, sobre todo en las ciudades costeras, totalmente
volcadas a la satisfacción del comercio internacional.
Por otro lado, aunque realmente nadie puede decir a ciencia cierta qué fue lo que pasó con
el experimento soviético, después de más de ochenta años la única sensación real que
queda de todo eso es que el régimen de planificación central pudo haber fallado en todo,
menos en el cálculo de larga duración respecto a las orientaciones posibles de la teoría del
valor, para justificar la represión del consumo y una cotidianidad en la que no contaban las
opciones personales sino las preocupaciones estatales de largo plazo[24]. Es decir, la
supuesta “acumulación socialista”[25] en países como China y la Unión Soviética nunca
remontó los designios de la teoría del valor y se agotó en el impulso de una estructura
productiva que ponía el énfasis sobre las cosas, antes que en las personas[26].
La producción y transferencia del excedente agrícola para impulsar el desarrollo industrial,
postulado clave del régimen de planificación central, y todavía vigente en la mayor parte de
los países que se declaran a sí mismos como países socialistas, colapsaron en razón de
los atajos burocráticos que tomaba el mencionado excedente. Era así, como entre otros
recursos, se servía el socialismo burocrático de inspiración soviética para escamotear las
crisis, según ocurriera en los años treinta y setenta del siglo pasado.
Ahora resulta que la mayor parte de los países del viejo socialismo real se han convertido
en los principales clientes del crédito generado en Europa Occidental, Estados Unidos y
Asia, con lo cual todos los mecanismos de la acumulación socialista se han transferido a
una “nueva acumulación primitiva”, que tiende a fortalecer los sectores secundario y
terciario, pero dejando intactos los lazos y relaciones de la vieja y corrupta burocracia del
socialismo fracasado.
La mayor parte de los grandes magnates que han surgido en Rusia, Ucrania, la República
Checa, Polonia, Hungría y otras de estas naciones, está constituida por un grupo de
funcionarios que asaltaron y cooptaron las estructuras burocráticas del socialismo real casi
inmediatamente después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en
1956, cuando Nikita Kruschev (1894-1971) hiciera las denuncias sobre los atroces
crímenes de Stalin (1879-1953); una labor que esmeradamente se continuaría durante el
régimen de Brezhnev (1906-1982), y se coronaría con éxito total durante la pomposa
Perestroika impulsada por Gorbachov (1931- ), a partir de 1984 hasta el colapso definitivo
de la Unión Soviética en 1991. Todo esto prueba que el socialismo burocrático estaba
perfectamente bien preparado para recibir la restauración capitalista, y asestar a la clase
trabajadora, de paso, uno de los golpes políticos más letales de que tenga memoria la
historia social de los últimos doscientos años.
Pero a lo largo del siglo XX, América Latina se haría célebre por la serie de problemas
económicos, financieros, políticos y sociales que caracterizaron su desarrollo, y , como
irónicamente lo apunta el último premio Nobel de economía, para quien dichas dificultades
nada tuvieron que ver con las agencias más agresivas del imperialismo norteamericano en
esta parte del mundo[29], la mayoría de ellas se debe a malas decisiones políticas, malos
gobiernos, “populismo macroeconómico” en clara alusión a los gobiernos de Chaves en
Venezuela, Morales en Bolivia, y otros de igual factura, sin olvidar el “antiamericanismo” de
esos que el Ex Presidente Ronald Reagan llamaba “países tan diferentes”, y tan reacios a
las bondades del neoliberalismo.
Precisamente, uno de los ejemplos más conspicuos de lo que pudo ser capaz de realizar
el neoliberalismo en nuestros países, lo constituye el mal llamado “Consenso de
Washington”, el cual estaba constituido por un conjunto de medidas que, no sólo
recuerdan las aristas más afiladas del panamericanismo de entre guerras, sino también a
lo que puede llegar el imperialismo cuando se encuentra acorralado por su propia
incapacidad para resolver los excesos del sistema económico[30].
Decía el Profesor Michael Reid, eminente “experto” en asuntos de América Latina del
prestigioso The Economist de Londres, que ninguno de los puntos del Consenso de
Washington fue jamás impuesto por ninguna de las instituciones que los estaba
catapultando, pues el grueso de los resultados al que llegaron las economías
latinoamericanas durante la década perdida de los años ochenta, fue producto de sus
propias decisiones y nunca de imposiciones hechas por el FMI o el BM, con quienes más
bien negociaron y a los cuales los gobiernos latinoamericanos siempre les fallaron[31].
Habría que recordarle al Prof. Reid que en Costa Rica a los comisarios del Fondo
Monetario Internacional se los declaró non gratos y se los expulsó del país, durante el
gobierno del Ex Presidente Rodrigo Carazo Odio (1978-1982).
El punto de origen del Consenso de Washington, uno de los instrumentos mejor
elaborados de los neoliberales del momento para retomar el control en la economía
latinoamericana, estaba en la crisis de la deuda latinoamericana de 1982. De acuerdo con
ellos, América Latina había estado viviendo hacía mucho rato por encima de sus
posibilidades reales, con dinero prestado desde mediados de los años setenta. Sin
embargo, algunos expertos latinoamericanos y banqueros extranjeros creyeron por un
momento que la crisis de la deuda era un asunto pasajero, un ligero y transitorio problema
de liquidez, hasta que su estallido en el caso de México, los puso frente a la evidencia de
que se trataba de una de los eventos más serios que hubiera afectado a un solo país
desde 1929.
Al inicio de los años ochenta, la economía mundial se topó de frente con una desagradable
combinación de factores, entre los que estaban los altos precios del petróleo, un
crecimiento lento y retardatario, inflación, tasas de interés crecientes, y una caída de los
precios de las materias primas. Esta combinación, contribuyó mucho para que la crisis de
la deuda fuera disparada, e hiciera cualquier proceso de recuperación sumamente difícil.
Los años, como decíamos atrás, de vivir por encima de sus posibilidades reales, se habían
acabado para América Latina.
De esta manera, la región se vio lanzada a una salvaje miríada de intentos para ajustar la
situación. Algunos gobiernos, tomaron medidas para reducir con violencia las
importaciones, el gasto público y la demanda interna, con lo cual pensaban impulsar las
exportaciones para reducir la brecha del endeudamiento y así poder dar la talla con los
acuerdos de readecuación del mismo. Esto tuvo un impacto inversamente proporcional en
el flujo de dinero, pues el ingreso neto de capital promedió entre 1976 y 1981 unos $12
billones de dólares, y los egresos netos promediaron unos $26.4 billones durante los cinco
años siguientes.
Para el latinoamericano de a pie un escenario así era realmente dramático, pues en 1986
el ingreso per cápita se acercó al 0.7% por debajo del alcanzado en 1982; y, para 1992,
aún no había recuperado el nivel de los diez años anteriores. La inflación, un componente
crónico en la historia económica reciente de América Latina, despegó sin precedentes, y la
devaluación que la acompañó luego incrementó el precio de las importaciones. Los
recortes presupuestarios fueron anulados por la recesión, la cual, a su vez, redujo los
ingresos por impuestos, obligando a los gobiernos a imprimir dinero de manera
impresionante.
La inflación promedio anual en unos 19 países de la región fue de 33% en 1970 y de 437%
en 1980. Algunos de esos países experimentaron una devastadora hiperinflación, lo cual
nos hace recordar que la inflación actúa como una especie de impuesto contra los pobres,
pues los más ricos, si ahorran divisas, propiedades o valores, quedarán protegidos contra
cualquier inestabilidad monetaria, pero los más desprotegidos carecen de cualquiera de
estas alternativas. Una tasa inflacionaria de esta naturaleza crea una gran desconfianza
contra los gobiernos, dispara los conflictos sociales, e impide la planificación financiera, los
pactos sociales de cierta duración, y la toma de decisiones en el corto plazo, que beneficie
a la mayor parte de la población.
Entonces, a mediados de los años ochenta se lanzaron una serie de propuestas que
buscaban atacar este problema de manera estructural en países como Brasil, Argentina y
Perú, con las cuales se buscaba quebrar la espiral inflacionaria y controlar más de cerca a
los mecanismos monetarios y de precios. Se creía que gran parte de la situación
inflacionaria inédita era debida a la insuficiencia de la demanda, y a la incapacidad de los
productores para innovar. Se sabe, sin embargo, que para finales de la década, la
situación había empeorado. Con este escenario, algunos gobiernos optaron por la salida
más neoliberal posible, como en el caso de Chile, donde los éxitos económicos de la
dictadura de Pinochet, le fueron atribuidos a la gran capacidad de la clase empresarial, a
su talento para aprender de lo que estaba sucediendo en Asia, y a que toda la seguridad
social fue sometida a revisión y a un desmantelamiento progresivo, en el que se fueron de
por medio, líderes sindicales, organizaciones populares y partidos políticos ligados alguna
vez con el Presidente Salvador Allende.
Este abandono de prácticas económicas en las cuales el Estado había jugado un papel
esencial, hizo factible la promoción del famoso documento preparado por John Williamson,
que recogió en diez puntos las aspiraciones neoliberales más sentidas por un conjunto de
políticos, intelectuales, empresarios, economistas y técnicos que creían en la posibilidad
de superar la situación económica y social que vivía América Latina, en aquel momento, a
través de tres ejes vertebrales:
1. La estabilidad macroeconómica.
2. Desmantelar el proteccionismo y abrirse totalmente al comercio exterior, la
competencia y la inversión extranjera.
3. Reformar el papel del estado y reforzar el de los mercados con el fin de hacer más
confiables su capacidad para reasignar recursos y capacidades.
Estos tres ejes serían el resultado de una estrategia compuesta por los diez puntos
mencionados y que eran los siguientes:
1. Déficit fiscal lo menor posible para que pudiera ser financiado sin acudir a
tácticas inflacionarias.
3. Reforma fiscal que ampliara la base impositiva y redujera sus tasas marginales.
4. Liberalización financiera, con la intención de que fueran los mercados los que
establecieran las tasas de interés.
El Consenso de Washington, que bien podría ser llamado también Bretton Woods II, era la
expresión neoliberal de un nuevo régimen financiero que habría surgido después de la
crisis de 1975-1977, y que se extendería hasta los inicios de la crisis actual. Recordemos,
al mismo tiempo, que Bretton Woods I, era el resultado del triunfo de los Estados Unidos
en la Segunda Guerra Mundial, que puso en sus manos el control de la estructura
financiera internacional[33].
Para América Latina, este cambio de régimen marcaba la diferencia de haber aplicado un
modelo perverso que separaba lo económico de lo social, ponía el énfasis sobre la
estabilidad contra el crecimiento, y diferenciaba la responsabilidad de la justicia, creando
una clase de desesperación social en nuestros países, que los condujo inevitablemente a
buscar nuevos caminos y a retomar los viejos donde se habían detenido, debido a golpes
de estado y dictaduras militares. Eran las dos caras de una misma moneda: de haber sido
el campo de batalla experimental para las más exacerbadas expresiones del
neoliberalismo, América Latina tenía ahora que enfrentar las consecuencias de su más
sonado fracaso[34].
Para el año 2004, prácticamente, la nueva plataforma panamericanista de los Estados
Unidos, el ALCA, estaba muerta, y se daba inicio así a una nueva era de gobiernos
progresistas, de izquierda y centro-izquierda que pretendían iniciar una nueva era en la
cual las abrumadoras diferencias económicas, sociales, políticas y culturales de la región
podían ser superadas. Recordemos, finalmente, que el único país de América Latina y del
Caribe, para el cual el neoliberalismo era extraño, fue Cuba, cuyo maltrecho socialismo
tuvo que hacer las mejoras y modificaciones requeridas con tal de que la debacle soviética
no se la tragara.
Para el 2002, en el mundo subdesarrollado, América Latina era la región donde el proceso
de privatización había alcanzado niveles insospechados, tanto así como el 40% del total
de las ganancias obtenidas fuera del mundo desarrollado. El proceso no sólo fue masivo
en lo que respecta a su escala sino también con relación a su velocidad, pues, mientras
Gran Bretaña vendía unas veinte firmas estatales en cuestión de diez años, en México se
vendían ciento cincuenta en seis años. Con la excepción de Chile después de 1973, donde
la velocidad y profundidad de la privatización durante la dictadura alcanzó niveles
excepcionales, en el resto de América Latina, la estampida de la privatización arrasó con
todo, durante los años noventa. La propiedad estatal y el control de los bancos,
telecomunicaciones, petróleo, gas, petroquímicos, agua, transporte público y electricidad
fueron parte de un botín festivo en países como México, Argentina, Brasil, Perú, Bolivia,
Venezuela y Paraguay[35].
Esta privatización no fue únicamente el producto de presiones externas, según se ha visto
al hablar del Consenso de Washington, sino sobre todo de una nueva hornada de
coaliciones del capital interno y externo que emergería en América Latina, poco después
de la crisis de la deuda al empezar la década de los años ochenta. Para ello había que
hacer importantes modificaciones al aparato de Estado, tal y como hubiera surgido
después de la Segunda Guerra Mundial, y ello exigía igualmente una transformación a
fondo de la estructura sindical, de las distintas estrategias de negociación laboral, así
como de los partidos políticos, que volvían, algunos, a la vieja modalidad clientelista y
caudillista del pasado.
Ahora bien, si la presente crisis del sistema capitalista mundial es el tiro de gracia a las
prácticas neoliberales, ese es un asunto que todavía está por verse, pero hay algo que sí
es tangible y que está empezando a mortificar a la mayoría de los grupos sociales
dominantes en América Latina, nos referimos a la rearticulación de ciertas organizaciones
de izquierda, que pudieran haber venido a menos debido a la gran capacidad represiva
desplegada por las alianzas cívico-militares, que tiñeron de sangre a nuestros países
durante los últimos treinta años del siglo veinte. Pero este es un tema para otro momento.
IV. Conclusiones.
¿Era previsible esta crisis que ya tenemos encima, con toda su violencia y su injusticia?
¿Se veía venir desde que México, allá por 1995, nos diera los primeros indicios de lo que
podría ser una nueva recesión de gran envergadura? Debemos tener algo bien claro: en la
sociedad capitalista, los académicos, y especialmente los economistas al servicio del
sistema, no tienen interés alguno en escamotear las crisis periódicas en que se hunde el
mismo. Se vuelven apasionados y sumamente interesados en el estudio del fenómeno, al
ritmo dictado por esa misma periodicidad, como si se tratara de un cometa que cada cierto
tiempo, según la vieja creencia, se acercara a la Tierra y amenazara con su destrucción
total.
Esos académicos, científicos sociales, humanistas, políticos, empresarios y estrategas
políticos, sólo tienen interés en controlar la crisis, no en preveer sus efectos o desviarlos.
Es que durante mucho tiempo ha estado meridianamente claro que las crisis son
sumamente útiles al sistema capitalista. Le permiten, a sus promotores y merodeadores,
sacar partido de la situación, y de la destrucción total que se produce, en todos los
terrenos imaginables, buscan salir más fortalecidos y visionarios, nunca más previsores,
para prepararse a recibir el nuevo impacto del cometa.
Hemos visto, a lo largo de este ensayo, que existe toda una teoría y un conjunto de
métodos para estudiar el ciclo económico y sus crisis. Pero tales herramientas teóricas y
analíticas, solo permiten un conocimiento libresco de la situación. La vivencia cotidiana de
una realidad crítica con estas características, las dimensiones trágicas del escenario
desplegado debido a la irresponsabilidad histórica de los dueños del poder y de la riqueza
es de tal magnitud, que las implicaciones humanas son sólo perceptibles en el largo plazo.
No podía ser de otra forma, pues en el sistema capitalista quienes pagan el costo de la
recuperación son precisamente los trabajadores. Sin embargo ellos, en cada crisis
periódica pueden también variar su abanico de opciones políticas, y plantearse nuevas
rutas y nuevas vías para que la crisis no los liquide. Así lo prueban las experiencias
recientes de varios países de América Latina, donde el neoliberalismo, tal vez el principal
responsable de todo este desmadre financiero, crediticio y económico, hizo todos sus
esfuerzos y dio lo mejor de sí, para que la sociedad latinoamericana fuera una de las más
desiguales del planeta.
Sin embargo, la mayor parte de estos gobiernos populistas latinoamericanos han tenido
que negociar con las burguesías nacionales, para que el espacio de maniobra política no
se les redujera y les impidiera impulsar los planes de trabajo que tenían pensados al
servicio de las grandes mayorías. En esas negociaciones se han sacrificado una gran
cantidad de conquistas de los trabajadores, aunque los avances en otros terrenos
legitiman las medidas de recuperación nacional, a pesar de que dejan intacto el
funcionamiento del sistema económico.
En América Latina la lucidez de algunos líderes políticos es suficiente como para dejarnos
ver que, como decía Lenin, en épocas de crisis hay que construir utopías, para que las
transformaciones posibles de la realidad produzcan la menor cantidad de situaciones
traumáticas, las cuales, como siempre, serán bien aprovechadas por los dueños del
capital. Hoy, en Bolivia, Venezuela, Brasil, y otros países con gobiernos de centro-
izquierda, se intenta volver a las épocas cuando las personas eran más importantes que
las mercancías. Dejémoslos crecer….ya veremos.
Pero entre tanto, habría qué preguntarse también lo que pueden haber estado haciendo
Brasil, Argentina y México en el último encuentro del G-20 en Londres, cuando es bien
sabido que la reestructuración del endeudamiento externo, la reactivación del crédito y el
nuevo aliento que se espera dar a los flujos internacionales de capital, siempre perjudican
a los países pobres. Pudiera ser que los grupos poderosos de esos tres países
latinoamericanos busquen participar de las migajas que arrojarán los herederos de Bretton
Woods, cuando se anuncia un “nueva era de prosperidad y progreso para los pueblos
libres del planeta”. Tan estrecha y condicionada noción de libertad es la misma que ahora
trae a la quinta cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, el Presidente Obama de los
Estados Unidos, heredero paniaguado de la tradición “clintoniana”, uno de los soportales
del Consenso de Washington.
Notas.
[1] Historiador costarricense (1952), Catedrático jubilado de la Universidad Nacional,
Heredia, Costa Rica. Cursó estudios doctorales en la Universidad de Londres, Inglaterra.
Profesor invitado de la Universidad Libre de Berlín y de la Universidad de Wisconsin.
Premio Nacional (1998) de la Academia de Geografía e Historia de su país Muchas de sus
publicaciones se encuentran en revistas de América Latina, Europa y Estados Unidos. Ha
publicado varios libros sobre historia económica, social y cultural de América Central y el
Caribe. Su libro más reciente se titula Ideas económicas en Costa Rica. 1850-2005 (San
José, Costa Rica: EUNED. 2008).
[2] Paolo Guerrieri. 1990. P. 14.
[3] Renato Giannetti. 1988. P. 9.
[4] Joseph Schumpeter. 2005. Tomo I. Ver la Introducción.
[5] Renato Giannetti. Op. Cit. P. 26.
[6] Ibídem. Loc. Cit.
[7] Ernest Mandel. 1995. P. 6.
[8] Ibídem. P. 25.
[9] Richard Day. 1981. P. 30.
[10] Carlos Marichal. 1988. Capítulo 2.
[11] Alessandra Pescarolo. 1991. P. 30.
[12] Pierluigi Ciocca. 1988. P. 27.
[13] Manuel Castells. 1978. P. 13.
[14] Ernest Mandel. 1978. P.34. Mandel menciona unas veinte crisis de super producción:
1816,1825,1836,1847,1857,1866,1873,1882,1891,1900,1907,1913,1921,1929,1937,1949,
1953,1958,1961,1970. El año indicado es el punto de despegue.
[15] Ibídem. P. 12.
[16] Andrew Gamble y Paul Walton. 1980. Pp. 292 y ss.
[17] Christian Palloix.1980. P. 268.
[18] André Gunder Frank. 1988. Capítulo II.
[19] Paul Mattick. 1977. “Los capitalistas viven la crisis como falta de demanda para las
mercancías, los trabajadores como falta de demanda de su fuerza de trabajo”. P. 99.
[20] Ernest Mandel. 1980. Capítulo XXV.
[21] Homa Katouzian. 1982. P. 48.
[22] Juan Chingo. Diciembre 2008-Enero 2009.
[23] Isaac Joshua define de esta manera una crisis de sobre acumulación: “[...]una
acumulación del capital que se efectúa a un ritmo tal que no puede sostener en el tiempo
la tasa de ganancia que esperan los que aportan el capital. La sobre acumulación es, de
cierto modo, una acumulación que no supo detenerse a tiempo. La inversión resulta al
principio del período de ascenso, en tasas de ganancias muy altas. Pero después, por el
hecho mismo del ascenso, las cosas se degradan: por ejemplo, los nuevos kilómetros de
vías de ferrocarril instalados son menos rentables que los viejos, el mercado potencial es
sobreestimado o se estanca más rápido que lo previsto, otros países empiezan a producir
con precios más bajos (y comienzan a captar el mercado), los costos de producción (entre
los cuales están los salarios) aumentan fuertemente, etc. La acumulación tendría que
reducirse. Pero, envalentonados por las tasas de ganancias elevadas, atraídos por el afán
de ganancias, llevados por la euforia, la inversión sigue con la esperanza de que lo que
funcionó una vez seguirá funcionando en el futuro, que nos irá mejor que a la competencia,
etc. Una parte de las ganancias termina de acumularse en puras pérdidas. La oferta se
incrementa, cuando los precios están demasiado bajos para asegurar la rentabilidad
esperada de las capacidades ya en funcionamiento. Una coyuntura pasajeramente
favorable, un endeudamiento renovado, políticas gubernamentales de apoyo, etc. pueden,
durante un tiempo, enmascarar la situación y postergar los ajustes. Pero, tarde o
temprano, la realidad se impondrá sola y el ajuste será aun más brutal ya que la sobre
acumulación habrá sido llevada a niveles muy altos”. 2006. P.182. Citado por Juan Chingo
en Crisis y contradicciones del capitalismo del siglo XXI. 2007. Nota 4. P. 14.
[24] Paul Krugman. 2009. P. 11.
[25] Diego Azqueta Oyarzún. 1983. Capítulo 5.
[26] “The emancipatory interests, on the other hand, are oriented to the growth,
differentiation and self-realization of the personality in all dimension of human activity. They
demand above all the potentially comprehensive appropriation of the essential human
powers objectified in other individuals, in objects, modes of behaviour and relationships,
their transformation into subjectivity, into possession not of the juridical person, but rather
of the intellectual and ethical individuality, which presses in its turn for more productive
transformation” . Rudolf Bahro. 1978. P. 272.
[27] Carlos F. Díaz Alejandro. 1984. Capítulo 2. P.46.
[28] Daniel Díaz Fuentes. 1998. Capítulo 15. P. 445.
[29] Paul Krugman. “For generations, Latin American countries were almost uniquely
subject to currency crises, banking failures, bouts of hyperinflation, and all the other
monetary ills known to modern man. Weak elected governments alternated with military
strongmen, both trying to buy popular support with populist programs they could not afford.
In the effort to finance these programs, governments resorted either to borrowing from
careless foreign bankers, with the end result being balance-of-payments crisis and default,
or to the printing press, with the end result being hyperinflation. To this day, when
economists tell parables about the dangers of “macroeconomic populism”, about the many
ways in which money can go bad, the hypothetical currency is by convention named the
“peso”. Op. Cit. 2009. P. 31.
[30] Michael Reid.2007. Capítulo 6. Este libro está considerado por algunos analistas,
como uno de los mejores que se ha escrito sobre el tema en los últimos veinticinco años.
[31] Idem. P. 134.
[32] Idem. Loc. Cit.
[33] Robert Wade. 2008. P.5.
[34] Emir Sader.2008. P.5.
[35] Carlos Aguiar de Medeiros.2009. P.109.
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contiendas/146-las-crisis-economicas-en-el-sistema-capitalista-prisma-latinoamericano-
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