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Capitalismo

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Maquinaria de una empresa capitalista del siglo XIX.

El capitalismo es un orden o sistema social y económico que se encuentra en constante


movimiento, derivado del usufructode la propiedad privada sobre el capital como
herramienta de producción, que se encuentra mayormente constituido por relaciones
empresariales vinculadas a las actividades de inversión y obtención de beneficios, así
como de relaciones laborales, tanto autónomas como asalariadas subordinadas libres, con
fines mercantiles.1
En el capitalismo, los individuos y las empresas usualmente representadas por los
mismos, llevan a cabo la producción de bienes y servicios de forma privada e
interdependiente, dependiendo así de un mercado de consumo para la obtención de
recursos.2 El intercambio de los mismos se realiza básicamente mediante comercio libre y,
por tanto, la división del trabajose desarrolla de forma mercantil y los agentes económicos
dependen de la búsqueda de beneficio.3 La distribución se organiza, y las unidades
de producción se fusionan o separan, de acuerdo a una dinámica basada en un sistema
de preciospara los bienes y servicios.4 A su vez, los precios se forman mayoritariamente
en un mercado que depende de la interacción entre una oferta y una demanda dadas por
las elecciones de productores y consumidores,5 y estos a su vez, son necesarios para la
coordinación ex-post de una economía basada en el intercambio de mercancías. 6
El origen etimológico de la palabra capitalismo proviene de la idea de capital y su uso para
la propiedad privada de los medios de producción,78 sin embargo, se relaciona
mayormente al capitalismo como concepto con el intercambio dentro de una economía de
mercado que es su condición necesaria,910 y a la propiedad privada absoluta o burguesa11
que es su corolario previo.1213 El origen de la palabra puede remontarse antes de 1848
pero no es hasta 1860 que llega a ser una corriente como tal y reconocida como término,
según las fuentes escritas de la época.14
Se denomina sociedad capitalista a toda aquella sociedad política y jurídica originada
basada en una organización racional del trabajo, el dinero y la utilidad de los recursos de
producción, caracteres propios de aquel sistema económico. 15 En el orden capitalista, la
sociedad está formada por clases socioeconómicas en vez de estamentos como son
propios del feudalismo y otros órdenes pre-modernos.16 Se distingue de aquel y de otras
formas sociales por la posibilidad de movilidad social de los individuos, por
una estratificación social de tipo económica,17 y por una distribución de la renta que
depende casi enteramente de la funcionalidad de las diferentes posiciones sociales
adquiridas en la estructura de producción. 18
El nombre de sociedad capitalista se adopta usualmente debido a que
el capital como relación de producción se convierte dentro de esta en un elemento
económicamente predominante.19 La discrepancia sobre las razones de este predominio
divide a las ideologías políticas modernas: el enfoque liberal smithiano se centra en
la utilidad que el capital como relación social provee para la producción en una
sociedad comercial con una amplia división del trabajo, entendida como causa y
consecuencia de la mejora de la oferta de consumo y los mayores ingresos por vía
del salario respecto del trabajo autónomo,20 mientras que el
enfoque socialista marxista considera que el capital como relación social es precedido (y
luego retroalimentado) por una institucionalizada imposibilidad social de sobrevivir sin
relacionarse con los propietarios de un mayor capital físico mediante el intercambio de
trabajo asalariado.21
La clase social conformada por los creadores y/o propietarios que proveen de capital a la
organización económica a cambio de un interés22 se la describe como "capitalista", a
diferencia de las funciones empresariales cuyo éxito se traduce en forma de ganancia23 y
de las gerenciales ejecutadas a cambio de un salario.24 Vulgarmente se describe desde el
siglo XVIII como "burguesía" tanto a este conjunto social como al de los empleadores de
trabajo de una moderna sociedad industrial, pero la burguesía se origina en las ciudades
de la sociedad rural medieval y está constituida por propietarios auto-empleados cuya
naturaleza da origen al capitalismo moderno. 25
Existen diferentes apreciaciones sobre la naturaleza del capitalismo según la perspectiva
social e ideológica desde la cual se lo analice.

Índice

 1Características
o 1.1Capital, trabajo y régimen de propiedad
o 1.2Contrato libre, ganancias y movilidad social
o 1.3Libre mercado, empresas, competencia y trabajo.
o 1.4La empresa por sociedad de capitales
o 1.5Crecimiento económico
o 1.6Organizaciones por interés individual
o 1.7Liberalismo y papel del Estado
 2Origen
 3Tipos de sistemas capitalistas
o 3.1Mercantilismo
o 3.2Capitalismo de libre mercado
o 3.3Economía social de mercado
o 3.4Capitalismo corporativo
o 3.5Economía mixta
o 3.6Capitalismo de riesgo
o 3.7Capitalismo mortuorio
 4Críticas al capitalismo
o 4.1Marxismo
 4.1.1Capitalismo e imperialismo
 4.1.2El mercado como institución no natural
 4.1.3Capitalismo como religión
o 4.2Ecologismo
 5Véase también
 6Referencias
 7Bibliografía
 8Enlaces externos

Características[editar]
Si bien el capitalismo no encuentra su fundador en un pensador sino en las relaciones productivas
de la sociedad, la obra La riqueza de las nacionesconcedió a Adam Smith el título de fundador
intelectual del capitalismo.

John Locke, con su obra Dos tratados sobre el gobierno civil, establece los principios que
posteriormente servirán para identificar el capitalismo como sistema productivo y el liberalismo como
sistema de pensamiento que lo respalda.

El capitalismo, o más concretamente los sistemas económicos capitalistas, se caracterizan


por la presencia de unos ciertos elementos de tipo socioeconómico, si un número
importante de ellos está ausente el sistema no puede ser considerado como propiamente
capitalista. Entre los factores que acaban haciendo que un sistema sea considerado
capitalista están:

 El tipo de propiedad de los medios de producción y el tipo


de acceso a los factores de producción.
 La presencia de dinero, capital y acumulación capitalista.
 La presencia de mercados de capital y mercados
financieros así como el papel asignado a los mismos.
 La existencia de salarios monetarios y una estructura de
clases ligada a las diferentes funciones dentro de la
actividad económica.
 Factores macroeconómicos varios.
En términos más descriptivos, los sistemas capitalistas son sistemas socioeconómicos
donde los activos de capital están básicamente en manos privadas y son controlados por
agentes o personas privadas. El trabajo es proporcionado mediante el ofrecimiento de
salarios monetarios y la aceptación libre por parte de los empleados. La actividad
económica frecuentemente está organizada para obtener un beneficio neto que permita a
las personas propietarias que controlan los medios de producción incrementar su capital.
Los bienes y servicios producidos son además distribuidos mediante mecanismos de
mercado. Si bien todos los sistemas capitalistas existentes presentan un mayor o menor
grado de intervención estatal y se alejan por diversas razones del modelo de mercado
idealmente competitivo, razón por la cual se definen conceptos como la competitividad o el
índice de libertad económica, para caracterizar hasta qué punto difieren unos sistemas
capitalistas de otros.26
Capital, trabajo y régimen de propiedad[editar]
En los sistemas capitalistas la titularidad de la mayor parte de medios de producción es
privada, entendiéndose por esto su construcción sobre un régimen de bienes de
capital industrial y de tenencia y uso de la tierra basado en la propiedad privada.
Los medios de producción operan principalmente en función del beneficio y en la de los
intereses directivos. Se acepta que en un sistema capitalista, la mayor parte de las
decisiones de inversión de capital están determinadas por las expectativas de beneficio,
por lo que la rentabilidad del capital invertido tiene un papel muy destacado en la vida
económica. Junto con el capital, el trabajo se refiere al otro gran conjunto de elementos de
producción (algunos autores añaden un factor tradicionalmente llamado «tierra» que en
términos generales puede representar cualquier tipo de «recurso natural»). El papel
decisivo del trabajo, junto el capital, hacen que uno de los aspectos importantes del
capitalismo sea la competencia en el llamado mercado de trabajo asalariado.
Sobre la propiedad privada, los sistemas capitalistas tienden a que los recursos invertidos
por los prestadores de capital para la producción económica, estén en manos de las
empresas y personas particulares (accionistas). De esta forma a los particulares se les
facilita el uso, empleo y control de los recursos que se utilizan la producción de bienes y
servicios. En los sistemas capitalistas se busca que no existan demasiadas restricciones
para las empresas sobre como usar mejor sus factores de producción (capital, trabajo,
recursos disponibles).
Entre las características generales del capitalismo se encuentra la motivación basada en el
cálculo costo-beneficio dentro de una economía de intercambio basada en el mercado, el
énfasis legislativo en la protección de un tipo específico de apropiación privada (en el caso
del capitalismo particularmente lockeano), o el predominio de las herramientas de
producción en la determinación de las formas socioeconómicas.
Contrato libre, ganancias y movilidad social[editar]
El capitalismo se considera un sistema económico en el cual el dominio de la propiedad
privada sobre los medios de producción desempeña un papel fundamental. Es importante
comprender lo que se entiende por propiedad privada en el capitalismo ya que existen
múltiples opiniones, a pesar de que este es uno de los principios básicos del capitalismo:
otorga influencia económica a quienes detentan la propiedad de los medios de producción
(o en este caso el capital), dando lugar a una relación voluntaria de funciones y de mando
entre el empleador y el empleado. Esto crea a su vez una sociedad de clases móviles en
relación con el éxito o fracaso económico en el mercado de consumo, lo que influye en el
resto de la estructura social según la variable de capital acumulada; por tal razón en el
capitalismo la pertenencia a una clase social es movible y no estática.
Las relaciones económicas de producción y el origen de la cadena de mando —incluyendo
la empresaria por delegación— es establecida desde la titularidad privada y exclusiva de
los propietarios de una empresa en función de la participación en su creación en tanto
primeros propietarios del capital. La propiedad y el usufructo queda así en manos de
quienes adquirieron o crearon el capital volviendo interés su óptima utilización, cuidado y
acumulación, con independencia de que la aplicación productiva del capital se genere
mediante la compra del trabajo, esto es, el sueldo, realizado por los asalariados de la
empresa.
Una de las interpretaciones más difundidas señala que en el capitalismo, como sistema
económico, predomina el capital —actividad empresarial, mental— sobre el trabajo —
actividad corporal— como elemento de producción y creador de riqueza. El control privado
de los bienes de capital sobre otros factores económicos tiene la característica de hacer
posible negociar con las propiedades y sus intereses a través de rentas, inversiones, etc.
Eso crea el otro distintivo del capitalismo que es el beneficio o ganancia como prioridad en
la acción económica en función de la acumulación de capital que por vía de la compra del
trabajo puede separarse del trabajo asalariado.
Libre mercado, empresas, competencia y trabajo.[editar]
El capitalismo se basa ideológicamente en una economía en la cual
el mercado predomina, esto usualmente se da, aunque existen importantes excepciones
además de las polémicas sobre qué debe ser denominado libre mercado o libre empresa.
En este se llevan a cabo las transacciones económicas entre personas, empresas y
organizaciones que ofrecen productos y las que los demandan. El mercado, por medio de
las leyes de la oferta y la demanda, regula los precios según los cuales se intercambian las
mercancías (bienes y servicios), permite la asignación de recursos y la distribución de la
riqueza entre los individuos.
La libertad de empresa propone que todas las empresas sean libres de conseguir recursos
económicos y transformarlos en una nueva mercancía o servicio que será ofrecido en el
mercado que estas dispongan. A su vez, son libres de escoger el negocio que deseen
desarrollar y el momento para entrar o salir de este. La libertad de elección se aplica a las
empresas, los trabajadores y los consumidores, pues la empresa puede manejar sus
recursos como crea conveniente, los trabajadores pueden realizar un trabajo cualquiera
que esté dentro de sus capacidades y los consumidores son libres de escoger lo que
desean consumir, buscando que el producto escogido cumpla con sus necesidades y se
encuentre dentro de los límites de su ingreso. Esto en un contexto teórico capitalista es
denominado cálculo económico.
Competencia se refiere a la existencia de un gran número de empresas o personas que
ofrecen y venden un producto (oferentes) en un mercado determinado. En dicho mercado
también existe un gran número de personas o empresas (demandantes), las cuales, según
sus preferencias y necesidades, compran o demandan esos productos o mercancías. A
través de la competencia se establece una «rivalidad» o antagonismo entre productores.
Los productores buscan acaparar la mayor cantidad de consumidores/compradores para
sí. Para conseguir esto, utilizan estrategias de reducción de precios, mejoramiento de la
calidad, etc.
Al hacer referencia a una fuerza de trabajo libre, se entiende a una mano de obra con la
libertad de vender su capacidad de trabajo a cambio de un salario a cualquier patrono
potencial27
La empresa por sociedad de capitales[editar]
El tipo de empresa actual suele resultar de una asociación. A principios del siglo XIX, las
empresas eran generalmente de un individuo que invertía en ellas capitales, fueran estos
propios o procedentes de préstamos, y los ponía al servicio de una capacidad técnica, que
generalmente él mismo tenía. Sin embargo, el posterior desarrollo o auge del capitalismo
demostraron claramente la superioridad de la empresa, que supera los límites de la
personalidad individual o de la continuidad familiar. Este sistema permite al mismo tiempo
agrupar capacidades que se completan y disociar las aportaciones de capital de las
aptitudes puramente técnicas, antes confundidas. Hay que distinguir dos grandes
categorías de sociedades:
1. Las de personas, constituidas por un pequeño número de individuos que aportan al
fondo social capitales, llamados (partes) o capacidades técnicas (caso del socio industrial
opuesto al capitalista), que, como son en realidad fracciones casi materiales de la empresa
no pueden ser cedidas sin el acuerdo de los copartícipes.
2. Las de capitales, en las que las partes llamadas (acciones),se consideran como simples
pruebas materiales de la aportación de cierto capital por los asociados, en general
numerosos y tienen por tanto la posibilidad de transmitirse o negociarse libremente en la
bolsa de valores.
Crecimiento económico[editar]
Teóricos y políticos han enfatizado la habilidad del capitalismo para promover
el crecimiento económico buscando aumentar los beneficios, tal como se mide por
el Producto Interno Bruto (PIB), utilización de la capacidad instalada o calidad de vida. Sin
embargo, debe notarse el análisis de la tasa de crecimiento ha revelado que el progreso
técnico y causas no asignables a la intensividad del capital o la asignación de trabajo,
parecen ser responsables de gran parte de la productividad (ver productividad total de los
factores). Igualmente los sistemas de economía planificada lograron entre 1945-1970
tasas muy superiores a la mayor parte de países capitalistas. Aun dejando a un lado el
peso de los diferentes factores en el crecimiento económico, la posible benéfica influencia
de la organización capitalista de la producción ha sido históricamente el argumento central,
por ejemplo, en la propuesta de Adam Smith de dejar que el libre mercado controle los
niveles de producción y de precio, y distribuya los recursos.
Diversos autores han sostenido que el rápido y consistente crecimiento de los indicadores
económicos mundiales desde la revolución industrial se debe al surgimiento del
capitalismo moderno.2829 Aun cuando parece que parte del crecimiento recogida dentro de
la productividad total de los factores no necesariamente está ligada al modo de
organización capitalista, sino podría deberse simplemente a factores técnicos cuyo
desarrollo obedece a causas más complicas. 30 Los defensores de que la organización
capitalista es el factor principal en el crecimiento argumentan que incrementar el PIB (per
cápita) ha demostrado empíricamente una mejora en la calidad de vida de las personas, tal
como mejor disponibilidad de alimentos, vivienda, vestimenta, atención médica, reducción
de horas de trabajo, y libertad de trabajo para niños y ancianos. 31
Sí parece ampliamente demostrado, que la especialización tanto en la agricultura como en
otras áreas, produce un aumento de la producción existente, y la actividad comercial de
materias primas aumenta. La consecuencia de este hecho, es el incremento de la
circulación de capital, que fue un estímulo a la banca, y por tanto de la riqueza de la
sociedad, aumentando el ahorro y con ello la inversión. Este fue fundamentalmente el
origen de la banca actual, la cual tenía dos funciones: prestar el dinero que custodiaban a
cambio de un interés y la emisión de "promesas de pago al contado al portador" que
circulaban como dinero.
Argumentos favorables al capitalismo también afirman que una economía capitalista brinda
más oportunidades a los individuos de incrementar sus ingresos a través de nuevas
profesiones o negocios que otras formas de economía. Según esta manera de pensar,
este potencial es mucho mayor que en las sociedades feudales o tribales o en las
sociedades socialistas.[cita requerida] Igualmente, diversos trabajos modernos han enfatizado
las dificultades de los sistemas capitalistas no sometidos a regulación, los efectos de
la información asimétrica, y la ocurrencia de crisis económicas cíclicas.32
Organizaciones por interés individual[editar]
De acuerdo con los argumentos de los defensores del capitalismo, cada uno de los actores
del mercado actuaría según su propio interés; por ejemplo, el empleador, quien posee
recursos productivos y capital, buscaría maximizar el beneficio económico por medio de la
acumulación y producción de mercancías. Por otra parte, los empleados, quienes estarían
vendiendo su trabajo a su empleador a cambio de un salario; y, por último, los
consumidores, que estarían buscando obtener la mayor satisfacción o utilidad adquiriendo
lo que desean o necesitan en función a la calidad del producto y de su precio.
De acuerdo con numerosos economistas, el capitalismo podría organizarse a sí mismo
como un sistema complejo sin necesidad de un mecanismo de planeamiento o guía
externa.33 A este fenómeno se lo llama laissez faire.34 Otros economistas modernos han
señalado la conveniencia de las regulaciones, especialmente si se tienen en cuenta que
las economías están insertas en sistemas sociopolíticos y medioambientales que también
es necesario preservar. A este respecto el propio presidente Franklin D. Roosevelt, en un
mensaje al Congreso del 29 de abril de 1938 llegó a afirmar:
la libertad de una democracia no está a salvo si la gente tolera el crecimiento del poder en manos
privadas hasta el punto de que se convierte en algo más fuerte que el propio estado democrático. 35

En cualquier caso es innegable, que para unos y otros el proceso de búsqueda de


beneficios tiene un rol importante (ya se prefiera una economía con cierta regulación o una
totalmente desregulada). Se admite que a partir de las transacciones entre compradores y
vendedores emerge un sistema de precios, y los precios frecuentemente surgen como una
señal de cuáles son las urgencias y necesidades insatisfechas de las personas, si bien
algunos autores señalan que pueden existir fallos de mercado bajo circunstancias
específicas. La promesa de beneficios les da a los emprendedores el incentivo para usar
su conocimiento y recursos para satisfacer esas necesidades. De tal manera, las
actividades de millones de personas, cada una buscando su propio interés, se coordinan y
complementan entre sí.36
Liberalismo y papel del Estado[editar]
La doctrina política que históricamente ha encabezado la defensa e implantación de
este sistema económico y político ha sido el liberalismo económico y clásico del cual se
considera sus padres fundadores a John Locke, Juan de Mariana y Adam Smith. El
pensamiento liberal clásico sostiene en economía que la intervención del gobierno debe
reducirse a su mínima expresión. Solo debe encargarse del ordenamiento jurídico que
garantice el respeto de la propiedad privada, la defensa de las llamadas libertades
negativas: los derechos civiles y políticos, el control de la seguridad interna y externa
(justicia y protección), y eventualmente la implantación de políticas para garantizar el libre
funcionamiento de los mercados, ya que la presencia del Estado en la economía
perturbaría su funcionamiento. Sus representantes contemporáneos más prominentes
son Ludwig von Mises y Friedrich Hayek por parte de la llamada Escuela austríaca de
economía; George Stigler y Milton Friedman por parte de la llamada Escuela de Chicago,
existiendo profundas diferencias entre ambas.
Existen otras tendencias dentro del pensamiento económico que asignan al Estado
funciones diferentes. Por ejemplo los que se adscriben a lo sostenido por John Maynard
Keynes, según el cual el Estado puede intervenir para incrementar la demanda efectiva en
época de crisis. También se puede mencionar a los politólogos que dan al Estado y a otras
instituciones un papel importante en controlar las deficiencias del mercado (una línea de
pensamiento en este sentido es el neoinstitucionalismo).

Origen[editar]

Skyline de la ciudad inglesa de Mánchester en 1857. Durante el siglo XIX en medio de la Revolución
industrial esta ciudad desarrolló tal cantidad de industria textil que fue llamada Cottonopolis, y se
convirtió en modelo de la prosperidad provocada por el capitalismo de libre empresa para el
movimiento social y político denominado Escuela de Mánchester.
Artículo principal: Historia del capitalismo

Tanto los mercaderes como el comercio existen desde que existe la civilización, pero el
capitalismo como sistema económico, en teoría, no apareció hasta el siglo XVII en
Inglaterra sustituyendo al feudalismo. Según Adam Smith, los seres humanos siempre han
tenido una fuerte tendencia a «realizar trueques, cambios e intercambios de unas cosas
por otras». De esta forma al capitalismo, al igual que al dinero y la economía de mercado,
se le atribuye un origen espontáneo o natural dentro de la edad moderna.37
La sustitución del feudalismo tuvo como impulso a poderosas fuerzas del cambio que
sirvieron para introducir de forma gradual la estructura de una sociedad de mercado,
dentro de las principales fuerzas se encuentran: 38

 El papel del mercader ambulante en la introducción del


comercio, el dinero y el espíritu adquisitivo.
 El proceso de urbanización como una fuente de actividad
económica y como punto central de un poder nuevo y
orientado al comercio.
 Las cruzadas como una interrupción de la vida feudal y la
introducción de nuevas ideas.
 El surgimiento de estados nacionales que apoyaban y
facilitaban el comercio.
 El estímulo de la edad de la exploración y del oro.
 El surgimiento de nuevas ideas religiosas que
simpatizaban más con la actividad de los negocios que
con el catolicismo.
 La monetización de los tributos dentro del sistema feudal.
Todas estas fuerzas del cambio crearon un aspecto económico en la vida de las personas
que antes no existía, con estos cambios se empieza a marcar la separación del aspecto
social de la vida con el aspecto económico, con este nacimiento del aspecto económico la
sociedad empieza a tener fuertes transformaciones, por ejemplo, el siervo ya no está atado
a la tierra sino que se convierte en un trabajador libre, el maestro gremial ahora es un
empresario independiente, el señor feudal se convierte ahora en un simple arrendatario,
estas transformaciones son cruciales para el nacimiento del capitalismo ya que empiezan
a introducir las bases de este nuevo sistema económico. El nacimiento de estos
trabajadores libres, capitalistas y terratenientes cada uno vendiendo sus servicios en el
mercado del trabajo, el capital y la tierra hicieron que nacieran los "factores de
producción".
El orden económico resultante de estos acontecimientos fue un sistema en el que
predominaba lo comercial o mercantil, es decir, cuyo objetivo principal consistía en
intercambiar bienes y no en producirlos. La importancia de la producción no se hizo
patente hasta la Revolución industrial que tuvo lugar en el siglo XIX.
El camino hacia el capitalismo a partir del siglo XIII fue allanado gracias a la filosofía
del Renacimiento y de la Reforma. Estos movimientos cambiaron de forma drástica la
sociedad, facilitando la aparición de los modernos Estados nacionales que proporcionaron
las condiciones necesarias para el crecimiento y desarrollo del capitalismo en las naciones
europeas. Este crecimiento fue posible gracias a la acumulación del excedente económico
que generaba el empresario privado y a la reinversión de este excedente para generar
mayor crecimiento, lo cual generó industrialización en las regiones del norte.

Tipos de sistemas capitalistas[editar]


Como se ha indicado anteriormente, existen distintas variantes del capitalismo que se
diferencian de acuerdo a la relación entre el mercado, el Estado y la sociedad. Por
supuesto, todas comparten características como la producción de bienes y servicios por
beneficio, asignación de recursos basada principalmente en el mercado, y estructuración
en torno a la acumulación de capital. Es importante destacar que entre los círculos ligados
a la Escuela austríaca de economía se conoce como «capitalismo» a su variante más
pura, el laissez faire.39 Otros defensores del capitalismo han adoptado visiones del
capitalismo más moderadas y más matizadas con respecto a su implementación práctica.
Algunas de las formas de capitalismo históricamente existentes o propuestas son:

 Mercantilismo y proteccionismo
 Laissez faire y capitalismo deregulado
 Capitalismo corporativo
 Economía social de mercado
 Economía mixta
En gran medida en la mayoría de países modernos predominan formas de capitalismo más
cercanas a las dos últimas formas, la economía social de mercado y la economía mixta. El
mercantilismo y el proteccionismo parecen casi universalmente abandonados aunque
tuvieron su auge durante los siglos XVIII y XIX.
Mercantilismo[editar]
Artículos principales: Mercantilismo y Proteccionismo.

Esta es una forma nacionalista del capitalismo temprano que nació aproximadamente en el
siglo XVI. Se caracteriza por el entrelazamiento de intereses comerciales de interés para el
Estado y el imperialismo y, consecuentemente, por el uso del aparato estatal para
promover las empresas nacionales en el extranjero. Un buen ejemplo lo entrega el caso
del monopolio comercial impuesto por España a sus territorios de ultramar en 1504
prohibiéndoles comerciar con otras naciones.
El mercantilismo sostiene que la riqueza de las naciones se incrementa a través de
una balanza comercial positiva (en que las exportaciones superan a las importaciones).
Corresponde a la fase de desarrollo capitalista llamada Acumulación originaria de capital.
Capitalismo de libre mercado[editar]
Artículos principales: Laissez faire y Libre mercado.

El capitalismo laissez faire se caracteriza por contratos voluntarios en ausencia de


intervención de terceros (como pudiere ser el Estado). Los precios de los bienes y
servicios son establecidos por la oferta y la demanda, llegando naturalmente a un punto de
equilibrio. Implica la existencia de mercados altamente competitivos y la propiedad privada
de los medios de producción. El rol del Estado se limita a la producción de seguridad y al
resguardo de los derechos de propiedad.
Economía social de mercado[editar]
Artículo principal: Economía social de mercado

En este sistema la intervención del Estado en la economía es mínima, pero entrega


servicios importantes en cuanto a la seguridad social, prestaciones de desempleo y
reconocimiento de derechos laborales a través de acuerdos nacionales de negociación
colectiva. Este modelo es prominente en los países de Europa occidental y del norte,
aunque variando sus configuraciones. La gran mayoría de las empresas son de propiedad
privada.
Capitalismo corporativo[editar]
Artículo principal: Capitalismo corporativo

Caracterizado por la dominación de corporaciones jerárquicas y burocráticas. El término


«capitalismo monopolista de Estado» fue originalmente un concepto marxista para
referirse a una forma de capitalismo en que la política de estado es utilizada para
beneficiar y promover los intereses de corporaciones dominantes mediante la imposición
de barreras competitivas y la entrega de subsidios.
Economía mixta[editar]
Artículo principal: Economía mixta

Una economía mixta está basada en gran medida en el mercado, y consiste en la


convivencia de la propiedad privada y la propiedad pública de los medios de producción, y
en el intervencionismo a través de políticas macroeconómicas destinadas a corregir los
posibles fallos de mercado, reducir el desempleo y mantener bajos los niveles de inflación.
Los niveles de intervención varían entre los diferentes países, y la mayoría de las
economías capitalistas son mixtas hasta cierto punto.
En términos políticos informales se considera que los sistemas capitalistas son opuestos a
los sistemas de inspiración socialista. Presuntamente los sistemas socialistas difieren de
los sistemas capitalistas en varias maneras: propiedad pública de los medios de
producción, los recursos monetarios obtenidos mediante la producción pueden ser
utilizados con fines sociales no relacionados con la inversión o la obtención de beneficios.
En muchos sistemas históricos de inspiración socialista muchas decisiones importantes de
producción fueron directamente planificadas por el estado lo cual dio lugar a sistemas
de economía planificada.
Tampoco pueden considerarse sistemas capitalistas muchos sistemas socioeconómicos
de la antigüedad y la edad media, ya que en ellos tenía un papel destacado la mano de
obra forzada (como en el feudalismo) o directamente la mano de obra esclava (presente
en la antigüedad, la edad moderna e incluso perduró inicialmente en las sociedades
capitalistas). Tampoco existía en muchos de esos sistemas movilidad social, al tratarse de
sociedades estamentarias; ni la producción estaba orientada o racionalizada a la obtención
de beneficio económico o a crear sistemas de acumulación capitalista, sino que otros
objetivos socialmente deseables para una parte de la sociedad podían tener mayor peso
en las decisiones de producción y la actividad económica.
Capitalismo de riesgo[editar]
Comprendido también como sociedad de riesgo, ha sido un vocablo introducido por el
sociólogo alemán Ulrich Beck quien comprendía que luego de Chernobyl la sociedad entró
en una nueva fase de producción. El riesgo era la base angular de la sociedad que hacía a
todas las clases iguales. Este proceso de desjerarquización ha llevado a un fenómeno
conocido como proceso de reflexibilidad. En el capitalismo descrito por Beck, los sistemas
de producción son descentralizados, en parte como resultado del proceso de reflexibilidad
que da origen a formas donde el lego tiene acceso a información que en épocas anteriores
eran exclusivas de los expertos. No obstante, la introducción de la tecnología para detectar
y reducir ciertos riesgos, engendraba otros no tenidos en cuenta o planificados por los
expertos.40 Anthony Giddens explora el capitalismo del riesgo como una consecuencia del
empalme entre la globalización y el mercantilismo.41 Por su parte, Richard Sennet sugiere
que la discursividad del riesgo es útil para que los grupos privilegiados no asuman los
riesgos de sus decisiones. El ciudadano moderno debe gestionarse su propia seguridad
como signo de estatus, que le permite ingresar al mundo de los buenos ciudadanos.
Quienes así no pueden gestionarlo, son tildados de «incapaces» o «personas
vulnerables». Ser vulnerable implica no tener autonomía respecto de otros que si pueden
autoprotegerse. Este cambio en las políticas de protección se asocia a una tendencia
económica que pondera y valoriza a quienes no se apegan a una empresa por muchos
años. Los expertos en organizaciones o sociología laboral sugieren que las personas
deben cambiar de trabajo en forma periódica debido a que ello sugiere una adaptación
sana a lo diferente. Más allá de este discurso subyace una lógica de explotación que
intenta romper con los lazos sociales y con el apego tradicional de un sujeto a una
organización. Por ese motivo, no es extraño observar que dentro del culto al cambio prime
una atmósfera de precarización laboral. 42 Ante el mismo problema Zygmunt Bauman acuña
el término «sociedad líquida» para expresar la dinámica del capitalismo moderno. En la
sociedad sólida las economías y los lazos institucionales estaban orientados a largo plazo,
en forma de una producción de escala. Pero la modernidad ha cambiado a formas más
descentralizadas, móviles y menos estables en los canales productivos. Eso ha dado como
resultado una sociedad donde los lazos sociales son adaptables al momento y a los
intereses individuales de las personas. En la sociedad líquida la seguridad es empleada
como una forma discursiva que denota exclusividad y estatus social. Los medios
tecnológicos vigentes son usados por los grupos privilegiados no solo para protegerse de
ciertos grupos marginales, sino para demostrar ejemplaridad. 434445
Capitalismo mortuorio[editar]
George H. Mead afirmaba que existía una fascinación por las malas noticias, los periódicos
y los accidentes porque de esa forma el "yo" exorciza a la muerte. Se siente una sana
alegría ante la tragedia de los demás debido a que se ha evitado ser afectado por el
evento.46 En este sentido, Joy Sather-Wagstaff sugiere que los desastres provocados por
el hombre o naturales generan un gran trauma para la sociedad, el cual debe ser regulado
por medio de la solidaridad entre las víctimas y los supervivientes. En ciertas ocasiones, el
poder político intenta manipular el discurso con el fin de ganar legitimidad frente a los
miembros de la comunidad. Se da, entonces, una patrimonialización del dolor que
distorsiona las razones reales del desastre. Rememorar la muerte es el primer hecho
político que da origen a la cultura.47 Estas mismas observaciones fueron validadas por la
profesora Rodanthi Tzanelli de la Universidad de Leeds, quien sostiene que el cine ha
hecho de la muerte una principal mercancía (en inglés, commodity) para ser
comercializado por los diferentes agentes del capitalismo al punto de imponer mensajes
discursivos hegemónicos. En diversas prácticas como la visita a lugares de extrema
pobreza, o a santuarios donde abunda la muerte masiva, estos dispositivos apelan al
sufrimiento humano para dotar al consumidor de una realidad apocalíptica. La función de
retratar la miseria ajena radica en el reforzamiento de la propia posición de clase ejercida
por la élite capitalista.48 Phillipe Aries por su parte sostiene que el hombre moderno ha
perdido la familiaridad con la muerte y a diferencia de sus predecesores ha hecho de ella
algo incontrolable, cuyos efectos adquieren una naturaleza desestabilizadora. 49 Por último,
la muerte funcionaría según Geoffrey Skoll como un importante discurso para mantener a
la masa trabajadora bajo control.50 Zygmunt Bauman sostiene que el estado de hiper-
vigilancia que se ha fundamentado en el uso de tecnologías cumple una doble función. Por
un lado protege a los ciudadanos deseables de los indeseables, pero también sirve como
criterio de exclusión donde solo unos pocos se aíslan del resto de la sociedad. La
exclusividad confiere estatus a ciertos grupos y la vigilancia es el instrumento por medio
del cual ese estatus se hace visible a otros quienes no poseen los recursos necesarios
para protegerse.51

Críticas al capitalismo[editar]
Pyramid of Capitalist System, póster del sindicato Industrial Workers of the World. Critica el
capitalismo representándolo como una estructura jerárquica de clases sociales.

Artículo principal: Anticapitalismo

Parte de la crítica al capitalismo es la opinión de que es un sistema caracterizado por la


explotación de la fuerza de trabajo humano al constituir el trabajo como una mercancía
más. Esta condición sería su principal contradicción: medios de producción privados con
fuerza de trabajo colectiva, de este modo, mientras en el capitalismo se produce de forma
colectiva, el disfrute de las riquezas generadas es privado, ya que el sector privado
"compra" el trabajo de los obreros con el salario. La alternativa histórica al capitalismo con
mayor acogida ha estado representada por el socialismo.[cita requerida]
Marxismo[editar]
Artículo principal: Modo de producción capitalista

Para el materialismo histórico (el marco teórico del marxismo), el capitalismo es un modo
de producción. Los marxistas creen que las desigualdades sociales se deben a una
continua lucha social, la "lucha de clases" que tendría una inevitable evolución en
el comunismo, en este sistema se plantea una mejora en las relaciones socio-económicas
que mejoraría las condiciones laborales de los trabajadores y evitaría la injusticia social
que ellos creen que tiene lugar en el capitalismo.
Esta construcción intelectual es originaria del pensamiento de Karl Marx (Manifiesto
Comunista, 1848, El Capital, 1867) y deriva de la síntesis y crítica de tres elementos:
la economía clásica inglesa (Adam Smith, David Ricardo y Thomas Malthus), la filosofía
idealistaalemana (fundamentante la dialéctica hegeliana) y el movimiento obrero de la
primera mitad del siglo XIX (representado por autores que Marx calificaba de socialistas
utópicos).
Capitalismo e imperialismo[editar]
Los críticos del capitalismo lo responsabilizan de generar numerosas desigualdades
económicas. Tales desigualdades eran muy acusadas durante el siglo XIX, sin embargo, a
lo largo de la industrialización (principalmente en el siglo XX) se experimentaron notables
mejorías materiales y humanas. Los críticos del capitalismo (John A. Hobson, Imperialism,
a study, Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo) señalaron desde finales del
siglo XIX que tales avances se obtuvieron por un lado a costa del colonialismo, que
permitió el desarrollo económico de las metrópolis, y por otro lado gracias al Estado del
Bienestar, que suavizó los efectos negativos del capitalismo e impulsó toda una serie de
políticas cuasisocialista.
Otras críticas al capitalismo que se enlazan a décadas anteriores con el mismo
matiz antiimperialista (a partir del pensamiento centro-periferia) provienen de los
movimientos antiglobalización, que denuncian al modelo económico capitalista y las
empresas transnacionales como el responsable de las desigualdades entre el Primer
Mundo y el Tercer Mundo, teniendo el tercer mundo una economía dependiente del
primero.
El mercado como institución no natural[editar]
Desde una perspectiva no estrictamente marxista, Karl Polanyi (La gran transformación,
1944) insiste en que lo crucial en la transformación capitalista de economía, sociedad y
naturaleza fue la conversión en mercancía de todos los factores de producción (tierra, o
naturaleza y trabajo, o seres humanos) en beneficio del capital.
Capitalismo como religión[editar]
Artículo principal: Capitalismo como religión

Capitalismo como religión es un escrito póstumo de 1921 del filósofo alemán Walter
Benjamin que contiene una crítica profunda al capitalismo. El texto indaga en la naturaleza
religiosa del capitalismo como una dogmática inhumana: la identificación del pecado y
la culpa religiosa y la deuda impuesta por el capitalismo (el término alemán utilizado en el
escrito Schuld significa a la vez deuda y culpa). Para Michael Löwy el escrito es una
lectura anticapitalista de Max Weber.5253 En este sentido, se ha afirmado con relación al
vínculo entre capitalismo y religión:
Con relación a la percepción religiosa de la riqueza, podría decirse que el dilema del capital —su
pecado capital cabría decir— y el origen de la hostilidad que en ocasiones genera, podría explicarse
por su desapego crónico hacia la auténtica riqueza: toda aquella que no consista en dinero. Algo
que ha quedado sintetizado en el conocido adagio atribuido al emperador Vespasiano: «pecunia non
olet». Frente a este planteamiento, resulta comprensible que haya quien entienda que la
acumulación de riquezas nada tiene que ver con la moral (aunque, en realidad, esta tenga que ver
con todo), sin embargo, no cabe duda de que un rasgo del capitalismo es el de desatender el origen
y destino del capital, sirviendo lo mismo para financiar un hospital para refugiados que para financiar
la guerra que los ha convertido en tales.54

Ecologismo[editar]
La crítica ecologista argumenta que un sistema basado en el crecimiento y la acumulación
constante es insostenible, y que acabaría por agotar los recursos naturales del planeta,
muchos de los cuales no son renovables. Más aún si el consumo de estos recursos es
desigual entre los países y en sus respectivas clases económicas. Hasta hace algunas
décadas, se pensaba que los recursos naturales eran virtualmente inagotables y que la
contaminación, pérdida de la biodiversidad y de paisajes eran costes asumibles del
progreso.
Actualmente existen dos tendencias principales relacionadas con la crítica ecologista:
aquella que defiende un desarrollo sostenible de la economía (que consistiría en adaptar el
actual modelo al nuevo problema medioambiental), y otra que defiende
un decrecimiento de la economía (que apunta directamente a nuevos sistemas de
organización económica).55
Como contraparte al ecologismo colectivista, surge el ecologismo de mercado con base en
la libertad individual. Este ecologismo plantea la protección de los ecosistemas desde el
punto de vista del capitalismo libertario, los libertarios dicen que una definición de la
propiedad privada en todos los recursos escasos, cada recurso escaso es usado más
eficientemente, y por lo tanto, es regulado por el mercado, de igual manera el propietario
siempre está interesado en que su tierra y animales estén sanos, usan el ejemplo de la
privatización de los elefantes en Kenia y la recuperación de la población de estos para
demostrar que una economía de mercado con propiedad privada, siempre tiene interés en
un ecosistema sano. Desde el punto de vista de los libertarios, cuando no hay derechos de
propiedad definidos ocurre la denominada tragedia de los comunes, donde el recurso es
usado por todos de manera irresponsable y este se agota.

Véase también[editar]
Anexo:Lista de ideas políticas

 Capital
 Capitalista
 Fordismo
 Libertad económica
 Capitalismo de Estado
 Capitalismo cognitivo
 Capitalismo financiero
 Distribución de la riqueza
 Liberalismo
 Libre empresa
 Empresa capitalista
 Propiedad privada
 Orden espontáneo
 Plutonomía
 Anticapitalismo
 Estatismo
 Sistema de producción
 Socialismo
 Comunismo
 Taylorismo

Referencias[editar]
1. ↑ Definición minimalista elaborada de forma que concuerde
con las principales definiciones esencialistas, tanto
posteriores (Sombart, 1902; Weber, 1904) como previas a
la invención del término (Ricardo, 1817; Proudhon, 1840;
Marx, 1848) y a la elaboración del concepto (Smith, 1776) y
concordante con la definición del diccionario de la
Enciclopedia Británica: «Capitalism», Merriam-Webster's
Collegiate Dictionary
2. ↑ Shigeto Tsuru, Institutional Economics Revisited,
University of Cambridge, 1993, p. 26
3. ↑ Joseph Lajugie, Los sistemas económicos, Eudeba, 1987,
pp. 13-14
4. ↑ Oliver E. Williamson, Las instituciones económicas del
capitalismo, Fondo de Cultura Económica, 1989, pp. 93-137
5. ↑ John Maynard Keynes, La teoría general del empleo, el
interés y el dinero, Aosta, 1998, pp. 22-23
6. ↑ Mohammed Bensald, «The centralist organization of
Marx» en art. «The organizational indetermination of
spontaneous order in Hayek»
7. ↑ «Capitalismo», TheFreeDictionary.com.
Fuente: Diccionario Enciclopédico Vox, tomo 1, Larousse
Editorial, 2009. Consultado el 16 de junio de 2011
8. ↑ Fernand Braudel, La dinámica del capitalismo, Fondo de
Cultura Económica, 2006, pp. 52-55
9. ↑ Oskar Lange, «El principio económico como producto
histórico de la empresa capitalista», La economía en las
sociedades modernas, Grijalbo, 1966, pp. 70-73
10. ↑ Ludwig von Mises, «El capitalismo», La acción humana,
Unión Editorial, 1995, pp. 322-328
11. ↑ Eduardo Cordero Quinzacara y Eduardo Aldunate Lizana,
«Evolución histórica del concepto de propiedad», Revista
de estudios histórico-jurídicos, Valparaíso, ISSN 0716-5455,
Nº 30, 2008
12. ↑ Richard Pipes, Propiedad y libertad, Fondo de Cultura
Económica, 1999, pp. 72-73 y 157-160
13. ↑ Paul Lafargue, «Feudal Property» and «Bourgeois
Property», The Evolution of Property, caps. VI & V
14. ↑ La era del Capital, 1848 - 1875. Biblioteca E.J. Hobsbawm
de Historia Contemporanea. Grupo Editorial Planeta. 5 ta.
ed. Buenos Aires: Crítica 2006.
15. ↑ Max Weber, «Introducción general a los “Ensayos de
sociología de la religión” (1920)», La ética protestante y el
espíritu del capitalismo, Fondo de Cultura Económica, 2008,
pp. 53-70. Sobre la misma cuestión véase también el
resumen temático de la obra principal en: «Notes on Max
Weber», Introduction to Social Theory (Sociology 250),
October 11, 2002, Department of Sociology and Social
Studies, University of Regina
16. ↑ La sociología clásica coincide en esta categorización con
diferencias de matices: en Marx se propone una secuencia
histórica de sociedades clasistas, las primeras de las cuales
se forman por causas económicas pero se sostienen
mayormente sobre funciones y relaciones extraeconómicas,
mientras que su punto de llegada es la sociedad burguesa
en la cual todas las clases son de naturaleza económica;
esta diferencia se vuelve más relevante en la perspectiva de
Weber, por la cual solo en el capitalismo debería hablarse
propiamente de clases sociales como principio
estratificador, mientras que en todas las demás el
determinante sería estamental incluso por su origen. Véase:
Val Burris, «La síntesis neomarxista de Marx y Weber sobre
las clases», Zona abierta, ISSN 0210-2692, Nº 59-60, 1992
(Ejemplar dedicado a: Teorías contemporáneas de las
clases sociales), págs. 127-156; ó Ibídem, Cuadernos de
Sociología No. 4, 1993, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires; citado y analizado en: Perla
Aronson, «La visión weberiana del conflicto
social», Conflicto social, Año 1, No. 0, noviembre 2008, p.
118
17. ↑ Ricardo López Ruiz y Carmen Pellicer Lostao, «Modelos
matemáticos de la riqueza», Revista Investigación y
Ciencia, marzo 2011
18. ↑ Karl Polanyi, La gran transformación, Fondo de Cultura
Económica, 2011, pp. 89-90 y 188
19. ↑ Christoph Deutschmann, «A pragmatist theory of
capitalism», Socio-Economic Review, Oxford Journals,
2011, Volume 9, Issue 1, cap. 3, p. 90
20. ↑ Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y causas
de la riqueza de las naciones, Fondo de Cultura Económica,
2010, libro segundo, intr., pp. 250-251
21. ↑ Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política,
Fondo de Cultura Económica, 2010, libro primero, tomo I,
cap. XXV, pp. 650-651
22. ↑ Joseph Schumpeter, Teoría del desenvolvimiento
económico, Fondo de Cultura Económica, 1976, cap. V, pp.
162-212
23. ↑ Joseph Schumpeter, Teoría del desenvolvimiento
económico, Fondo de Cultura Económica, 1976, cap. IV, pp.
135-161
24. ↑ Juan Sebastián Landoni, «Empresario y capitalista: nota
para una teoría austriaca de la firma», Journal of
Management for Value
25. ↑ Werner Sombart, El apogeo del capitalismo, Fondo de
Cultura Económica, 1984. Ver resumen de la referencia en:
Christoph Deutschmann, op. cit., cap. 4, p. 94
26. ↑ Macmillan Dictionary of Modern Economics, 3rd Ed., 1986,
p. 54.
27. ↑ Bogdanor, Vernon (1991). The Blackwell Encyclipedia of
Political Institutions. Madrid: Alianza. ISBN 8420652385.
28. ↑ Robert E. Lucas Jr. «The Industrial Revolution: Past and
Future». Federal Reserve Bank of Minneapolis 2003 Annual
Report. Archivado desde el original el 16 de mayo de 2008.
Consultado el 20 de noviembre de 2009.
29. ↑ J. Bradford DeLong. «Estimating World GDP, One Million
B.C. – Present». Archivado desde el original el 7 de
diciembre de 2009. Consultado el 20 de noviembre de 2009.
30. ↑ European Competitiveness Report, 2001 y 2003
31. ↑ Clark Nardinelli. «Industrial Revolution and the Standard of
Living». Consultado el 20 de noviembre de 2009.
32. ↑ J. E. Stiglitz: "Frontiers of Development Economics: The
Future in Perspective", ed. Gerald M. Meier, World Bank,
mayo 2000.
33. ↑ George Reisman. «Freedom Is Slavery: Laissez-Faire
Capitalism Is Government Intervention, A Critique of Kevin
Carson’s Studies in Mutualist Political
Economy». Capitalism.net. Consultado el 20 de noviembre
de 2009.
34. ↑ La frase «laissez faire, laissez passer» es una expresión
francesa que significa «dejad hacer, dejad pasar»,
refiriéndose a una completa libertad en la economía: libre
mercado, libre manufactura, bajos o nulos impuestos, libre
mercado laboral, y mínima intervención de los gobiernos.
Fue usada por primera vez por Jean-Claude Marie Vicent
de Gournay, fisiócrata del siglo XVIII, contra el
intervencionismo del gobierno en la economía.
35. ↑ Franklin D. Roosevelt, "Appendix A: Message from the
President of the United States Transmitting
Recommendations Relative to the Strengthening and
Enforcement of Anti-trust Laws", The American Economic
Review, Vol. 32, No. 2, Part 2, Supplement, Papers Relating
to the Temporary National Economic Committee (Jun.,
1942), pp. 119-128.
36. ↑ Walberg, Herbert (2001). Education and Capitalism.
Hoover Institution Press. pp. 87-89. ISBN 0-8179-3972-5.
37. ↑ Guillermo Hirschfeld. «Refundar el capitalismo: Una
misión imposible». Hispanic American Center for Economic
Research. Consultado el 20 de noviembre de 2009.
38. ↑ Heilbroner, Robert (1999). «Capítulo 3». En Marisa de
Anta. La evolución de la sociedad económica. México:
Prentice Hall. p. 56. ISBN 970-17-0275-1.
39. ↑ George Reisman. «Algunas nociones fundamentales
sobre la naturaleza benévola del Capitalismo». Mises
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2014. Consultado el 11 de octubre de 2014.
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41. ↑ Giddens, Anthony. (1991) Modernity and self-identity: Self
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42. ↑ Sennett, Richard. The corrosion of character: The
personal consequences of work in the new capitalism. New
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43. ↑ Bauman, Z. (1998). Globalization: The human
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44. ↑ Bauman, Z. (2007). Consuming Life. Cambridge; Polity
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45. ↑ Bauman, Z. (2011) La Sociedad Sitiada. [The Besiege
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46. ↑ Mead, G. H. (1934). Mind, self and society (Vol.
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47. ↑ Sather-Wagstaff, J. (2011). Heritage that hurts: Tourists in
the memoryscapes of September 11 (Vol. 4). Left Coast
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48. ↑ Tzanelli Rodanthi. (2016) Thanatourism and
Representations of Risk. Abingdon: Routledge,
49. ↑ Ariès, P., & Armiño, M. (1983) El hombre ante la muerte
(No. 229). Madrid: Taurus.
50. ↑ Skoll, G. (2010). Social Theory of Fear. Palgrave
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51. ↑ Bauman, Z., & Lyon, D. (2013). Liquid surveillance: A
conversation. John Wiley & Sons.
52. ↑ Los fundamentos onto-teológico-políticos de la mercancía
y del dinero. Una incursión en los orígenes de la religión
capitalista, Fabián Ludueña Romandini, UAB, en
Recordando a Benjamin, Justicia, historia y verdad, III
Seminario Internacional Políticas de la Memoria
53. ↑ Le capitalisme comme religion: Walter Benjamin et Max
Weber (enlace roto disponible enInternet Archive; véase el historial y
la última versión)., par Michael LÖWY, Presses de Sciences
Po, Raisons politiques, 2006/3 - N° 23, ISSN 1291-
1941, ISBN 2-7246-3048-4, pages 203 à 21
54. ↑ Maestro Cano, Ignacio C. (2018). «La tesis de Weber en
torno al capitalismo en el 500 Aniversario de la Reforma
Protestante». 'Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones 23:
149-174.
55. ↑ Ideológicamente plurales pues no consistiría en una única
receta a nivel mundial, sino según la región.

Bibliografía[editar]
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nuestros días. traducción de Manuel Serrat. Barcelona:
Ariel.
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traducción de Rafael Tusón Calatayud. México: Fondo de
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 Milton Friedman (1966). Capitalismo y libertad. Madrid:
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 John Kenneth Galbraith (1968). El capitalismo americano.
traducción de Jaume Berenguer Amenós. Barcelona: Ariel.
 Anthony Giddens (1977). El capitalismo y la moderna
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 Jack Goody (2005). Capitalismo y modernidad. traducción
de Cecilia Belza. Barcelona: Crítica.
 Friedrich Hayek, Thomas Ashton, Louis Hacker, Ronald
Hartwell, Bertrand de Jouvenel y William Hutt (1997). El
capitalismo y los historiadores. Madrid: Unión Editorial.
 Rodney Hilton (1987). La transición del feudalismo al
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Crítica.
 Joseph Lajugie (1960). Los sistemas económicos. Buenos
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 Henri Lepage (1979). Mañana, el capitalismo. Madrid:
Alianza Editorial.
 Fernando Luengo Escamilla (2003). Mercado de trabajo y
competitividad en los capitalismos emergentes de Europa
Central y Oriental. Madrid: Editorial Complutense.
 Karl Marx, ed. Friedrich Engels (1995). El capital: crítica
de la economía política. D.F.: Fondo de Cultura
Económica.
 Reinhard Marx (2011). El capital. Un alegato a favor de la
Humanidad. Planeta. ISBN 978-84-08-10070-6.
 Ludwig von Mises (1981). Seis lecciones sobre el
capitalismo. Madrid: Unión Editorial.
 Ayn Rand, Alan Greenspan, Robert Hessen y Nathaniel
Branden (2007). Capitalismo: el ideal desconocido.
Buenos Aires: Grito Sagrado.
 Joseph Schumpeter (1952). Capitalismo, socialismo y
democracia. México: Aguilar.
 Joseph Schumpeter (1965). Imperialismo. Clases sociales.
Madrid: Tecnos.
 Arthur Seldon (1994). Capitalismo. Madrid: Unión Editorial.
 Jesús Seminario (2006). El capitalismo peruano español.
New York: Editorial Bruño.
 Hernando de Soto (2001). El misterio del capital.
Barcelona: Península.
 Werner Sombart (1998). El burgués: contribución a la
historia espiritual del hombre económico moderno. Madrid:
Alianza Editorial.
 Werner Sombart (1984). El apogeo del capitalismo.
D.F.: Fondo de Cultura Económica.
 Gabriel Tortella (1973). Los orígenes del capitalismo en
España: banca, industria y ferrocarriles en el siglo XIX.
Madrid: Tecnos.
 Max Weber (1998). Economía y sociedad. D.F.: Fondo de
Cultura Económica.
 Max Weber (2011). La ética protestante y el espíritu del
capitalismo. D.F.: Fondo de Cultura Económica.
 Oliver Williamson (2011). Las instituciones económicas
del capitalismo. D.F.: Fondo de Cultura Económica.
 Juan Miguel Aguado (2011). Sociedad de masas y cultura
de masas. D.F.: Fundamentos de la Comunicación y la
Información.

Enlaces externos[editar]

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"Los fundamentos de la economía


capitalista. Introducción al análisis
económico marxista del capitalismo
contemporáneo", de Jacques Gouverneur,
2005
"Argumento sencillo sobre la explotación", Rolando Astarita
lundi 5 décembre 2011, par Redacción
El libro constituye una introducción al análisis económico marxista del sistema
capitalista. Los primeros seis capítulos estudian la estructura de la economía
dentro de una perspectiva esencialmente estática. Estos capítulos analizan
sucesivamente : 1 el fundamento de los bienes y servicios (el trabajo, en
combinación con la naturaleza) ; 2 el fundamento de los ingresos (el valor, o sea el
trabajo dedicado a la producción de mercancías) ; 3 el fundamento de la ganancia
(el plusvalor, la plusvalía) ; 4 las relaciones económicas fundamentales (tasa de
plusvalía, composición del capital, tasa de ganancia) ; 5 la competencia por la
distribución de la plusvalía entre empresas y entre ramas ; 6 las relaciones entre el
sector capitalista y los sectores no capitalistas. Los últimos tres capítulos aplican
un punto de vista esencialmente dinámico y analizan diversas facetas del
crecimiento. El capítulo 7 considera sucesivamente el desarrollo de la
mecanización, la contradicción entre socialización del producto y concentración
del capital, la expansión del trabajo asalariado y de la producción mercantil, los
costos humanos y ecológicos del crecimiento. El capítulo 8 enfoca los conflictos en
torno a la tasa de plusvalía ; se muestra cómo los avances en la productividad
general permiten teóricamente conciliar los aumentos en las ganancias, en los
salarios reales y en el gasto público. El capítulo 9 enfoca el problema de las crisis ;
se muestra cómo los cambios en las relaciones de fuerza, combinados con la
evolución de la productividad general, han efectivamente permitido o impedido
dicha conciliación en los países avanzados después de la Segunda Guerra Mundial.

La conclusión va más allá del marco económico de los análisis anteriores para
señalar diversos elementos (jurídicos, políticos, represivos e ideológicos) que
actúan conjuntamente para contribuir a la reproducción del capitalismo.

Cada capítulo finaliza con un resumen y una selección de ejercicios, tanto


"teóricos" como "prácticos" : los primeros permiten evaluar la comprensión de
la materia, los segundos permiten relacionar la teoría con las realidades
concretas conocidas por el lector.

Debido a su gran calidad pedagógica, el libro constituye un manual de primera


clase para estudiantes, educadores y docentes, así como para toda persona
interesada en el tema, aun sin conocimientos previos en la materia. Al mismo
tiempo, el libro presenta (y justifica en los apéndices) numerosos aspectos
teóricos originales que llamarán la atención de los especialistas.

"Los fundamentos de la economía capitalista. Introducción al análisis económico


marxista del capitalismo contemporáneo", Jacques Gouverneur, 2005

Argumento sencillo sobre la explotación


Rolando Astarita
Buenos Aires, 2011
En tiempos en que mucha gente (incluidos intelectuales de izquierda y
dirigentes sindicales) se empeña en “dar las gracias” al gobierno por tal o cual
concesión, y en que otra mucha gente nos llena de promesas electorales, es
conveniente subrayar que la sociedad capitalista es una sociedad asentada en la
explotación. Esto significa, entre otras cosas, que lo que reciben los trabajadores
como salario no es más que una parte del producido por ellos mismos. Por
supuesto, ésta es una idea intragable para los defensores del orden existente. Es
que si existe explotación, los explotados no tienen nada que agradecer, ya que
siempre están recibiendo una pequeña parte de lo que generan. Y si esta idea se
generalizara, los trabajadores terminarían considerando a sus gobernantes y a
los políticos del sistema, no como almas caritativas preocupadas por el bienestar
del pueblo, sino como lo que son, defensores del orden social explotador. De ahí
el empeño de los ideólogos del sistema en negar validez a la teoría marxista. A
fin de aportar elementos al debate, reproduzco (con ligeras modificaciones) una
nota que escribí en noviembre de 2008. Es una argumentación sencilla a favor
de la tesis que dice que en la sociedad capitalista el trabajo asalariado es
explotado. Fue presentada por Marx (en El Capital) y aquí me limito a exponerla
con cierto detalle, y a establecer sus conexiones con la llamada superestructura,
así como sus consecuencias para lo que usualmente se enseña en economía. El
argumento no sólo es lógico, sino también histórico.
Situación A : una sociedad feudal ideal
Partimos de un modelo de pequeña sociedad feudal. Hay un señor feudal que
posee una extensión de tierra. Esta extensión de tierras se divide en dos partes.
Una parte es tierra del señor ; otra parte, de igual extensión que la del señor,
está ocupada por 20 familias campesinas. Cada una de las 20 familias posee un
lote de tierra. Con el trabajo en el lote, cada una obtiene (descontada la semilla
para volver a sembrar) una unidad neta de cereal, que consume íntegramente,
elaborando el pan. Los campesinos no son propietarios de los lotes ; pero los
poseen “de hecho”, así como sus herramientas de trabajo. Legalmente los lotes
son propiedad del señor. Por ese motivo los campesinos están obligados a pagar
un tributo al señor, que consiste en trabajar la tierra del señor ; y no pueden
abandonar las tierras. Propiamente, son siervos campesinos.

Los siervos campesinos trabajan 6 días ; 3 en sus lotes, y 3 en la tierra del


señor ; los domingos descansan. En la tierra del señor producen (también
descontada la semilla para volver a sembrar) 20 unidades netas de cereal que,
naturalmente, van para el señor. El señor y su familia consumen 7 unidades de
cereal (están mejor alimentados que los campesinos). El señor utiliza otras 1,5
unidades de cereal para mantener a un intelectual, quien explica a los
campesinos que el orden social deriva de la voluntad de dios, y no tiene sentido
intentar cambiarlo. También emplea 7,5 unidades de cereal para alimentar a 5
soldados (los soldados también consumen un poco más que los campesinos) que
cuidan que los siervos campesinos no se rebelen, y cumplan con sus
obligaciones. Por último, vende las 4 unidades de cereal restantes a un
comerciante que viene de lejos. Éste le provee de armas para sus soldados ; de
algún libro para el intelectual ; y de bienes de lujo (por ejemplo, a la señora del
señor feudal le encantan las sedas).

Cómo se juzga : Un marxista dirá que los campesinos no reciben remuneración


alguna por los 3 días semanales que trabajan en la tierra del señor. El señor se
apropia de un excedente por el que no ha trabajado, y del que vive él mismo, su
familia, los soldados y el intelectual. Por lo tanto los campesinos son explotados.
Un intelectual economista neoclásico acordará en esto.

Situación B : trabajo asalariado y capitalismo


El modo de producción capitalista se ha instalado. El señor se las ha ingeniado
para despojar –violencia mediante, pero esto apenas es un “detalle histórico”– a
los campesinos de sus lotes de tierra y sus instrumentos de trabajo. Los
campesinos han dejado de ser siervos, y pasaron a ser trabajadores libres. Son
libres porque han sido “liberados” de los medios de producción y de la tierra, y
pueden vender su fuerza de trabajo. La tierra, los instrumentos de trabajo y la
semilla son propiedad privada del señor. Pero éste ya no es “señor”, sino
“empresario capitalista”.
Los 20 campesinos trabajan toda la tierra (la que antes propiamente era del
señor y la que conformaba sus lotes) y producen 40 unidades netas de cereal. A
cambio reciben una masa salarial en dinero, que equivale a 20 unidades de
cereal. Lo suficiente para que cada familia se mantenga. El empresario lleva las
40 unidades de cereal al mercado más cercano. Los campesinos asalariados
concurren a ese mercado y compran 20 unidades de cereal con el salario que
han recibido. Con el dinero recibido el empresario paga el siguiente salario a los
campesinos ; que éstos gastarán comprando de nuevo cereal ; con lo que el
dinero volverá a manos del empresario, y así de seguido. El salario es una
asignación dada a los campesinos para participar del producto que ellos mismos
reproducen constantemente con su trabajo. Pero además en cada ronda al
empresario le queda el equivalente de 20 unidades de cereal, que realiza en
dinero al vender el producto en el mercado. Ese excedente en dinero es la
plusvalía. Ahora, como antes, emplea el equivalente de 7 unidades para el
consumo. Le quedan 13 para impuestos y otros gastos. Paga impuestos por una
suma de dinero equivalente a 9 unidades del cereal que vendió. Con esto pueden
mantenerse 5 soldados y un intelectual, que están contratados por el Estado. El
intelectual, que ahora es economista, explica que los campesinos reciben una
paga por su trabajo, y que la ganancia se debe al sacrificio que realiza el
capitalista al postergar su consumo ; esto es, la ganancia proviene de su
abstinencia. Después de consumir y pagar impuestos, al empresario le queda el
equivalente a otras 4 unidades. Pero en lugar de gastarlo en lujos, ahora está
dispuesto a invertir ese dinero productivamente, arrendando tierras vecinas y
contratando más campesinos para trabajar. Ya habrá tiempo para disfrutes.
Está a un paso de convertirse en una máquina dedicada a acrecentar el capital
que adelanta en cada ciclo de producción. De manera que tiene razón el
economista. Su ganancia es un premio por su abstinencia. Nadie se sacrifica
como él por el avance del progreso humano. Su lema pasa a ser “acumular y
acumular”.

Cómo se juzga : Un marxista dirá que con respecto a la situación A, donde la


explotación aparecía de manera diáfana, sólo se modificó la forma social, esto
es, la relación social. En A los campesinos producían 20 unidades de cereal que
consumían directamente ; y 20 unidades de cereal que entregaban al señor. En
B los trabajadores campesinos siguen produciendo 20 unidades de cereal para
su consumo. Y otras 20 unidades por las que no se les paga. Ahora, como antes,
los productores entregan trabajo sin recibir nada a cambio. Éste es el secreto de
la plusvalía, o ganancia del capitalista. Tampoco desapareció la coerción sobre
los campesinos. Antes los campesinos estaban sujetos a la tierra y eran
obligados por los soldados a trabajar en la tierra del señor. Ahora son libres ;
pero si no trabajan como asalariados del empresario, se mueren de hambre. Por
lo tanto están obligados a contratarse como asalariados. Se ve que la ganancia
no proviene de que el empresario se abstenga de consumir (¿alguien ha hecho la
prueba de dejar de consumir para ver si lo ahorrado crece por sí mismo ?).

Muy distintas serán las conclusiones del economista neoclásico moderno.


Heredero de aquel viejo intelectual que teorizaba sobre la abstinencia, dirá que
aquí no hay explotación alguna. Provisto de sus correspondientes funciones de
utilidad y producción, explicará que lo que gana el empresario se debe al
“rendimiento marginal de la tierra y del capital” (el “capital” es el arado y demás
herramientas, que parecen “rendir” sin que haya trabajo humano). Y dirá
también que lo que gana el campesino es igual a la productividad marginal de su
trabajo. ¿Explotación ? ¿Lucha de clases ? ¿Relaciones sociales de producción ?
Palabrería marxista para confundir a los jóvenes y desviar a la ciencia de su
recto camino. Queda sin embargo por responder la pregunta clave : Si no hay
explotación en la sociedad capitalista, ¿qué diferencia de fondo se establece
entre la situación A y B descritas ? Éste es el problema a resolver por quienes
impugnan la teoría de la explotación de Marx.

(5 diciembre 2011)

Documents joints
 "Los fundamentos de la economía capitalista. Introducción al análisis
económico marxista del capitalismo contemporáneo", Jacques Gouverneur,
2005 (PDF - 4.1 Mo)

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Las crisis económicas en el


sistema capitalista
Prisma latinoamericano: elementos
para su historia
Rodrigo Quesada Monge[1]
El capitalismo es un sistema económico y social en el que las crisis constituyen un
componente vertebral de sus expansiones y contracciones. Sería imposible comprender su
funcionamiento sin el debido estudio de sus crisis periódicas. Sin embargo, a pesar de la
riqueza teórica y metodológica de la economía burguesa, así como de la marxista, las
crisis económicas del sistema siguen siendo un misterio. En este ensayo se intenta una
aproximación a tales problemas, con referencia particular a la crisis que se iniciara a
principios de los años noventa del siglo pasado.

Palabras clave: Crisis económicas, Historia económica, Historia financiera, Ciclos


económicos, Economía marxista, Economía burguesa

Introducción.
Hablar de crisis económicas hoy resulta tan baladí y, sin embargo, al mismo tiempo, tan
complejo, que escribir sobre el tema se hace necesario en vista de la enorme cantidad de
prejuicios, distorsiones y frivolidad que predominan.

Para los griegos de la Antigüedad Clásica el concepto de crisis invitaba a pensar


inmediatamente en su superación, pues venía aspergeado de una buena dosis de
optimismo y, sobre todo, provocaba la reflexión hacia las distintas posibilidades de
superación que el concepto exigía. Aristóteles hablaba de crisis cuando se trataba de
fracturas en la racionalidad con que los hombres pueden desenvolverse en los asuntos
civiles. Para él la crisis quebraba esa lógica y obligaba a los hombres a imaginar nuevas
salidas, nuevas alternativas para mejorar la solución de los problemas y los desacuerdos
sociales. Pero nunca pensó la crisis como una forma de quietismo, de estancamiento. De
tal forma que, con los griegos, aprendimos algo que en la cultura occidental se ha olvidado
por completo: la crisis exige cambio, aproximarse a los asuntos de los hombres y de la
sociedad con la fuerza de la esperanza, y la absoluta confianza en el poder humano para
resolver conflictos y debates, criterios y argumentos distintos.

En tiempo de crisis por guerras, clima o enfermedad, el griego se lanzaba a los torneos, al
teatro, a la lucha libre y al deporte en general, así como a los festivales de oratoria y artes
dramáticas. Los romanos exacerbaron los avances de los griegos y los substituyeron por el
circo. El peso específico del poder de la racionalidad y de la espiritualidad humana para
atender a las épocas de crisis cedió su lugar, en la Edad Media, al poder de Dios. El
feudalismo era un sistema económico y social en el que la fuerza de la solidaridad era tal
que se le dejaban a Dios la solución de las crisis, de aquí su enfoque un poco más allá de
la ética, y un poco más acá de la metafísica aristotélicas. Se volvía contemplativo frente a
las crisis, el hombre del medioevo.

La burguesía, en cambio, más avariciosa que ahorrativa, más emprendedora que reflexiva,
obsesionada con la medición del tiempo y la cuantificación de sus gastos convirtió a la
crisis en una tragedia, porque era una tragedia que tenía que ver con sus procesos y
mecanismos de acumulación de riqueza. Y la acumulación era la esp ina dorsal de ese
sistema económico que vino al mundo en la segunda parte del siglo XVI y que, hoy, entre
los estertores y el barullo de una crisis total, trata de hacer frente a sus limitaciones y de
salir adelante, no como lo hacían los griegos, en medio de la algarabía de la esperanza, ni
como lo hacían los monjes contemplativos medievales, en medio de rezos y sahumerios,
sino, todo lo contrario, sirviéndose del despojo y el arrinconamiento del que menos tiene.
Siempre se acumula a costa de otros, y, cuando así no sucede, aparece la crisis, según la
burguesía. Veamos por qué.

I. Descripción histórica de las crisis en el


capitalismo.
Una de las características históricas más perceptibles del capitalismo como sistema
económico y en tanto que conjunto articulado de procesos de civilización, es su
inestabilidad. A lo largo de los siglos, ha probado tener una enorme capacidad para lidiar
con la incertidumbre, la recurrencia, la circularidad y, al mismo tiempo, ha sabido producir
y reproducir los mecanismos más acerados de su existencia, como lo son la acumulación
de riqueza, la explotación de la fuerza de trabajo, la depredación y una excepcional
capacidad de reinvención ideológica cada vez que se encuentra frente a frente con un
estado sorpresivo de crisis.

Desde el momento de su eclosión histórica, en la segunda mitad del siglo XVI, el sistema
económico se abrió lugar a golpes y trompicones, contra los últimos resabios de un
régimen feudal que nunca se acostumbró a depender tanto de la madre naturaleza para
reproducirse a sí mismo. Hasta la segunda parte del siglo XVIII las crisis económicas, más
bien de abastecimiento que otra cosa, fueron el resultado de un desenganche entre la
capacidad productiva de los hombres y la capacidad reproductiva de la naturaleza. Crisis
de antiguo régimen, de coyuntura, más bien focalizadas en zonas específicas del mundo,
en este caso en Europa, tenían que ver mucho con los circuitos de la circulación de las
mercancías, con el abastecimiento antes que con la capacidad de consumo de los grupos
humanos.

Entre la crisis de coyuntura, o crisis de inventario y la crisis estructural no existen


solamente diferencias de carácter teórico, que podrían encontrarse en los libros de texto,
existen diferencias que tienen que ver con la ejecución histórica de sus posibilidades,
perfectamente registradas en la cronología dinámica del sistema capitalista. Pero, la forma
más abstracta de la crisis y, en consecuencia, la posibilidad formal de la misma, consiste
en la metamorfosis de la mercancía misma, en la separación entre compra y venta
implícita en su unidad, entre valor de cambio y valor de uso, entre dinero y mercancía. Por
eso, debemos dejar constancia de que, el primer análisis sistemático del ciclo económico
lo encontramos en Marx. Ni Ricardo ni la escuela clásica habían llegado más allá de las
simples observaciones marginales, a tratar el tema de las fluctuaciones constantes de la
acumulación capitalista[2].
Las dificultades, por otra, parte que presenta una teoría general de la crisis y del ciclo
económico vienen derivadas de la conocida Ley de Say, según la cual cada oferta crea su
propia demanda; de esta manera cualquier crisis se ve simplemente como una
perturbación temporal del ciclo productivo, y no como un componente estructural de la
naturaleza histórica del sistema. El ciclo económico, por su lado, adquiere estatura teórica
con Marx, como hemos anotado, quien tempranamente en el siglo XIX describiría su
comportamiento decenal, y la naturaleza estructural de los desplomes recurrentes del
sistema. Su periodicidad decenal también ya había sido intuida por Marx y, a pesar de que
Clement Juglar (1819-1905) el conocido médico y estadístico francés, había sostenido,
alrededor de 1860, que era posible establecer ciclos económicos con una periodicidad
aproximada de entre 7 y 12 años, no era posible olvidar que la mayor parte de los autores
coincidían en que la presencia de las crisis, fácilmente detectables, a todo lo largo del siglo
XIX, poseían fechas muy precisas: 1816, 1825, 1836-37, 1847, 1857, 1866, 1873, 1893,
1896.

Tal nivel de precisión en la medición y cálculo de la presencia de tales crisis se debía, en


gran medida, a una mayor y mejor comprensión de los factores productivos involucrados,
como detonantes de las mismas. La experiencia había enseñado que no era factible tener
una visualización justa y clara del comportamiento de las crisis, así como de su
periodicidad, si la dinámica interna de los procesos de industrialización no estaba aislada.
El problema de los precios, de los salarios, de los costos del capital y del dinero, de los
índices de transferencia tecnológica y otros, eran componentes que debían ser
individualizados, medidos y luego cuantificados para establecer su impacto sobre
mercados y capacidad productiva en algunas sociedades industriales; particularmente en
aquellas donde la Revolución Industrial había traído consigo la incertidumbre de la crisis,
pero no los ingredientes para su comprensión y superación. Por eso el trabajo de Juglar
fue esencial, porque la historia de las crisis se puede partir en dos, antes y después de la
fijación teórica del ciclo. Antes, la crisis era entendida como una calamidad aislada.
Después, la crisis empezaría a ser estudiada como parte de la naturaleza cíclica del
sistema[3].
Para Joseph Schumpeter (1883-1950), el ciclo es la forma específica del desarrollo
económico capitalista. En este él distinguía cuatro grupos de factores de enorme
importancia para poder establecer los distintos niveles de inestabilidad del sistema
económico, así como las distintas vías hacia el equilibrio. El primer grupo estaba
compuesto por factores externos, como la demanda de los gobiernos por nuevo equipos
militares, el segundo grupo lo componían las modificaciones permanentes de la población,
el tercero estaba integrado por el ahorro y la acumulación, y el último estaba compuesto
por la capacidad innovadora del sistema[4].
Para nuestro autor el último ingrediente era vertebral en el desenvolvimiento capitalista
hacia una economía de equilibrio, pues el peso de la innovación descansa sobre las
espaldas de hombres imaginativos, visionarios para quienes la toma de decisiones viene
medida por su osadía para correr riesgos en épocas de inestabilidad. La teoría del riesgo
en Schumpeter es un hallazgo colateral a sus grandes intuiciones sobre el ciclo. Una vez
establecidos los conjuntos de factores a que nos hemos referido arriba, él procede a medir
la duración posible en que podrían operar articulados o no, dependiendo, de nuevo, de los
niveles de riesgo. Y encuentra que, a lo largo del último siglo y medio, podrían
establecerse tres tipos de ciclos: 1-ondas largas de alrededor de 50 años (ciclos
Kondratiev); 2-ciclos intermedios con una duración de 7 a 12 años (ciclos Juglar); y 3-
ciclos cortos de unos 48 meses (ciclos Kitchin)[5].
A pesar de las serias objeciones que se le han hecho al ciclo Kondratiev, debido al sobre
énfasis puesto sobre el material estadístico, en virtud de que en los ciclos largos entran a
jugar factores subjetivos de enorme importancia, autores como Schumpeter lo tomaron
muy en cuenta, para sus propios cálculos y valoraciones sobre el ciclo productivo en el
sistema económico capitalista. Según Kondratiev, a partir de finales del siglo XVIII, era
posible verificar la presencia de dos ondas largas y una media, en el trayecto de los
precios y de la producción capitalista, cada una de ellas con una duración de 50-60 años.
La primera habría iniciado alrededor de 1780-1790, con un punto culminante en 1810-
1817, y un punto más aterrizado en los años 1844-1851. La segunda onda se habría
extendido entre los años 1844-1851 y 1890-1896, con un punto pico en los años 1870-
1875. La onda media por su lado se habría extendido entre los años 1890-1896 y un punto
de inflexión entre 1914-1920.

Según el autor ruso se puede establecer algún tipo de relación entre los hechos sociales y
el comportamiento del ciclo. Sostiene que durante el período de expansión y crecimiento
de las fuerzas económicas más decisivas se producen las grandes guerras y revoluciones.
Agrega, además, que en los largos períodos de inflexión o recesión de los ciclos largos, se
produce un gran número de descubrimientos importantes y de invenciones en las técnicas
productivas y comunicativas, las que se aplican en masa durante la etapa de ascenso del
ciclo siguiente. Estas ideas le facilitaron a Schumpeter la ampliación de su argumento
sobre la importancia de la innovación, que apenas mencionamos arriba.

El comportamiento de los ciclos largos viene medido por el ritmo de las innovaciones; de
esta manera el ciclo 1783-1842, abarca la totalidad dinámica de la Primera Revolución
Industrial; el ciclo 1842-1897, comprende a los años del vapor y del acero, pero sobre todo
a la época de la “manía ferroviaria” en el mundo occidental y sus prolongaciones
coloniales. Finalmente, la media onda larga, que detona hacia 1897, es la onda de la
electricidad, la química y el automóvil[6].
Ahora bien, desde la perspectiva del método, para la economía y la historia económica de
inspiración marxista, son fundamentales los procesos de acumulación y de producción
capitalista, antes que los problemas relacionados con los precios y el comportamiento
monetario de la economía capitalista, más propios de los estudios realizados por analistas
de formación burguesa. Hacemos esta distinción porque en el estudio de las ondas largas
del sistema económico, son decisivas las estadísticas sobre la expansión y contracción del
mercado capitalista a escala mundial, en lo que compete a sus ingredientes más
estructurales, es decir, la acumulación y la producción de mercancías[7].
Por otro lado, hay ingredientes externos e internos en la interrelación que podría
establecerse entre diferentes ondas largas del sistema económico, como hemos
mencionado arriba, al hablar de que no todos los componentes de una crisis o de una
condición depresiva pueden medirse estadísticamente. Ello facilita, sin embargo, que se
puedan establecer paralelismos entre la relativa hegemonía de Inglaterra en el mercado
mundial en el período 1848-1873, seguido de una depresión para los años 1873-1896; la
hegemonía de nuevo del imperialismo inglés en el período 1893-1914, prolongado por una
caída precipitada entre los años 1914-1940, y la fuerte hegemonía del imperialismo
norteamericano durante los años 1948-1966, continuado por un deslizamiento irreversible
desde entonces[8]. Por eso debe tomarse en cuenta que es de las interrupciones del ciclo
económico de donde el capitalismo toma sus impulsos para expandirse a nivel mundial,
antes que de las disfunciones de los mercados[9]. Con esto claro es posible hacer
comparaciones entre las distintas expresiones hegemónicas del imperialismo, para
relacionar el comportamiento de los mercados, la expansión internacional del capitalismo y
el ciclo económico.
Para los países pobres, esos son aspectos esenciales, que deben ser comprendidos en su
justa medida, esto es, que el ciclo económico en el centro, una vez ubicado en su fase
depresiva, tiende a engullirse todo aquello que se encuentra en la periferia; y que las
relaciones capitalistas dependientes no son únicamente el producto histórico de la
expansión imperialista, sino, por encima de todo, de las mal formaciones del sistema
económico, las cuales podrían ser explicadas y comprendidas en virtud de nuestro mejor
tratamiento del ciclo.

Si, por ejemplo, la depresión de 1825 es, en gran medida, producto de la quiebra
financiera de Gran Bretaña a raíz de sus excesos inversionistas en América Latina, nadie
podrá sostener jamás que la crisis se haya iniciado aquí, sino, todo lo contrario, fue una
crisis que tuvo su punto de detonación en el relajamiento del sistema bancario y monetario
inglés, que sacudió también a la industria y al comercio por supuesto[10]. Lo mismo
sucederá con las depresiones de 1847-1848 y, particularmente, con la gran depresión de
1873-1896[11], que, a la larga, se convertirá en la plataforma de experimentación teórica
más expedita, para que la economía burguesa cristalice su ruptura con la economía
política clásica, abriendo el camino hacia una economía de corte positivista y cortoplacista.
Está de más anotar que el grueso de las crisis y de las grandes depresiones que han
impactado al sistema económico, durante los últimos ciento cincuenta años, han
encontrado su punto de partida en las grandes economías industrializadas, centros
financieros y punto de llegada de los procesos de acumulación a escala mundial.

Si está claro, entonces, que el comportamiento cíclico del sistema económico es inevitable,
así como su tendencia general a experimentar hundimientos, crisis y depresiones, para
quienes diseñan estrategias e instrumentos de contra peso en tales situaciones, no está
igualmente claro el punto de origen, y el trayecto que esta últimas puedan seguir.

Los marxistas, por ejemplo, alguna vez, creyeron que tales perturbaciones podrían
conducir al derrumbe histórico del sistema capitalista como una totalidad, es decir, no sólo
en sus niveles económicos y financieros, sino también sociales, políticos y culturales.
Estos analistas siguen sosteniendo que las políticas económicas, coyunturales o
estructurales, y la propia modificación interna del sistema, pueden atenuar algunas
manifestaciones del ciclo, pero no pueden eliminarlo de raíz, como decíamos atrás, ya que
forma parte del carácter intrínsecamente contradictorio del sistema.

La caída de la tasa de ganancia, los problemas del subconsumo, y las desproporciones en


las que incurre el sistema económico, cuando se trata de inversiones reproductivas y de
ajustes sustanciales en la composición orgánica del capital, siguen siendo los ingredientes
ineludibles en el enfoque marxista de la crisis y del ciclo, con los cuales se aspira a tener
una comprensión más acabada de las posibles respuestas políticas, sociales y culturales
que se le puedan oponer al sistema como un todo[12].
Ya lo decía Manuel Castells en 1978: “La crisis que sacude al mundo capitalista en los
años setenta es multifacética: política, ideológica y económica. En consecuencia, la única
teoría susceptible de explicarla será aquella que integre esos diferentes niveles de la
realidad social dentro de una perspectiva que entienda el desarrollo histórico como un
proceso contradictorio. La tradición marxista es, en nuestra opinión, la única que intenta
sintetizar el movimiento del capital y el proceso de cambio social, según su determinación
simultánea por la lucha de clases en la producción, el consumo, el poder y los valores
culturales”[13].
Otras elaboraciones interpretativas se han preparado también desde las tiendas de los
neoclásicos y los keynesianos, para quienes la teoría del ciclo aporta muy poco a la
comprensión del por qué los instrumentos de política económica fallan en un determinado
momento. De aquí que se fijen tanto en las dificultades de la oferta y de la demanda para
atender el consumo, en la relación precio-salario cuando las organizaciones sindicales no
ejercen ning una presión real sobre los mecanismos de la acumulación, o cuando insisten
obsesivamente en que la teoría del ciclo no explica los desajustes monetarios en una
economía industrializada y progresista. Este es el momento en que, para estos teóricos, la
gran depresión de 1929-1933 sigue siendo un laboratorio de extraordinaria relevancia,
para hacerse una idea sobre qué se puede prever, analizar e instrumentar cuando la crisis
hace su aparición. Pero siguen evaluando el ciclo como una anomalía y no como un
componente estructural del sistema económico.

Para el ciclo 1972-1978, nos encontramos con una recesión (1974-1975) que vendrá
definida, de nuevo, por la superproducción de mercancías, capitales y valores, de acuerdo
con el ritmo seguido desde 1816[14]. Fue una recesión que resumió muy bien el retroceso
experimentado por las economías capitalistas centrales, en la onda larga de expansión
que las había caracterizado, desde 1940 en los Estados Unidos, y desde 1948 en Europa
y Japón. La nueva onda larga sería definida, en el mediano y largo plazo, por una tasa de
crecimiento hasta un 50% menor a la de los años cincuenta y sesenta[15].
Este deterioro de la acumulación haría que los gobiernos de Ronald Reagan (1911-2004)
en Estados Unidos y Margaret Thatcher (1925) en Inglaterra se convirtieran en los
puntales de las políticas neoliberales, que liquidarían sin piedad muchos de los logros
alcanzados por los trabajadores desde la Segunda Guerra Mundial[16]. Sin embargo, bajo
el signo de mayo 68 en Francia y del triunfo de la revolución en Viet-Nam (1975), el
crecimiento de la capacidad de lucha de los trabajadores organizados en Portugal, Italia,
Inglaterra, España y México, iría a darle nuevas dimensiones a la lucha de clases la cual,
al calor de la crisis económica del sistema, se exacerbaría y encontraría nuevos
escenarios revolucionarios en América Central y el Caribe.
Pero cuando las economías del capitalismo dependiente latinoamericano hacían crisis
debido a su deuda externa, durante los ochenta, en gran parte adquirida para pagar la
factura por los problemas con el abastecimiento de combustibles, las economías
metropolitanas, por su parte, alcanzaban el punto álgido de su proceso de expansión
desde la Segunda Guerra Mundial, momento a partir del cual se volvía imparable el
deslizamiento hacia la situación actual, cuando, se suponía, el escenario era más
beneficioso, pues muchos de los problemas políticos, sociales e ideológicos de la llamada
Guerra Fría habían sido resueltos durante los años noventa.

Quedaba claro, de esta forma, que el sistema capitalista tendría que darse a sí mismo las
respuestas requeridas para readecuar los procesos de acumulación, producto de una
nueva división del trabajo cada vez que el sistema entraba en crisis. Si desde 1945 la tasa
de explotación se medía por el predominio de la extracción de la plusvalía relativa, llegaría
el momento en 1980, cuando sería posible volver a hablar de tasas de explotación de
plusvalía absoluta, consideradas por mucho tiempo como típicas del capitalismo
decimonónico[17].
Con un escenario así era ineludible hallar un conjunto de nuevas respuestas políticas y
sociales al hecho de que, el capitalismo emergente en los países del viejo socialismo,
presentaba un nuevo desafío a las tradicionales economías industrializadas abrumadas
por un neoliberalismo sin cortapisas. La década de los noventa, entonces, terminaría por
prepararle la tramoya al capital ficticio, con el cual los procesos de producción terminarían
por colapsar, abriendo el camino a una crisis financiera sin precedentes desde la gran
depresión de 1930[18].

II. Problemas de teoría y método.


Al lector poco informado le cuesta distinguir entre ciclo y crisis. Algunos economistas, por
su parte, hacen todo lo posible por confundirnos todavía más, puesto que les conviene a
ellos, y a los sectores sociales a quienes representan, que la gente de a pie no entienda de
estas cosas. Sentimos la crisis en cuanto visitamos el supermercado, cuando nos pagan el
mismo salario durante años y cada vez compramos menos alimentos, se nos hace más
difícil que nuestros hijos puedan estudiar, que podamos atender debidamente nuestras
deudas. Entre tanto los patronos, los políticos a sueldo y los ideólogos gratuitos de la
prensa argumentan que el problema es que los trabajadores, los educadores, los
estudiantes, no quieren hacer sus deberes, simplemente, porque son una bola de
holgazanes, los sindicatos son la guarida de los corruptos y las huelgas la expresión de un
inconformismo irracional y sin sentido. En fin, ¡todo es culpa de los comunistas!

Pero la cuestión no es tan sencilla. Ya hemos visto en la sección anterior que las crisis le
convienen al sistema capitalista, y a su clase social más representativa, la burguesía, los
patronos, los dueños y amos de los medios de producción. De tal forma que será inevitable
un conflicto cada vez que la productividad decae, o se genera una superproducción de
mercancías, valores o dinero, porque esa burguesía acusará a los trabajadores de ser los
culpables, pues sostiene que les está pagando muy bien, que tienen un montón de
derechos y que no cumplen con sus deberes a cabalidad. A la burguesía patronal le
aterroriza el descenso de la productividad, porque de esta forma se reduce también su
capacidad de acumulación de riqueza, para seguirse reproduciendo como clase social,
como grupo humano, con sus gustos, su forma de vida, sus patrones culturales y sus lujos.
Entre tanto, los trabajadores buscan organizarse de la mejor manera posible, porque de lo
contrario sus salarios pueden reducirse física o nominalmente, pueden perder el empleo.
La contradicción emerge entonces, porque una crisis de superproducción es acompañada
de desempleo[19].
Los ciclos de negocios, entonces, o ciclos industriales, o ciclos económicos, todo depende
dónde pongamos el énfasis, ya sea en la actividad financiera, productiva o de realización
de la cuota de explotación de los trabajadores, ciclos cuya duración es relativa, como
hemos visto, y por lo cual han recibido distintos nombres, de acuerdo al estudioso que los
haya investigado con más detalle y atención, son ciclos que serán sacudidos
periódicamente por crisis que socavan una de las mayores aspiraciones de los capitalistas,
esto es, el equilibrio para seguir acumulando. Pero resulta que la historia ha demostrado
que, antes y después de una crisis, en el sistema capitalista nunca ha existido equilibrio;
éste no es más que una aspiración utópica de los ricos y poderosos. De tal manera que,
con frecuencia, al menos durante los últimos cien años, el estado, al cual los capitalistas
tanto critican, tiene que estar interviniendo, como hoy lo hace el Presidente de los Estados
Unidos, para devolverle a la economía su “equilibrio”.

¿Equilibrio para qué o entre quiénes? Desde el siglo XVIII se nos viene diciendo que en la
medida en que cada individuo busque y satisfaga sus propios intereses, la sociedad toda
se verá beneficiada. Es la famosa “mano invisible” según la cual, el sistema económico
estará equilibrado, en el tanto y cuanto cada persona se deje guiar por sus propios afanes.
Pero esta tesis más bien ha provocado grandes injusticias. Y sobre todo un tremendo
desorden económico, social, político, ideológico y jurídico. Resulta que con la “mano
invisible” hemos olvidado que el sistema capitalista reposa esencialmente sobre una
tremenda y devastadora avaricia. A lo largo de su historia, en el sistema han aparecido
pequeños grupos los cuales, armados de aparatos ideológicos, ejércitos bien armados, y
una tremenda voracidad por acumular riqueza, han arrinconado al resto de la humanidad y
la han reducido a niveles intolerables de pobreza, humillación y necesidad.
El equilibrio que han buscado por siglos el señor patrono burgués, terrateniente o
comerciante, es aquel equilibrio que le permita explotar, con la mayor libertad posible, a
sus trabajadores, a los que contrata por un salario con el cual puedan reproducirse como
especie nada más, para que lo continúen enriqueciendo. En algunos capítulos de esta
historia, el trabajador llegó a laborar hasta 16 horas diarias por salarios ridículos. Pero los
logros, arrancados a sangre y fuego, jamás concesión gratuita y amorosa de los patronos,
les permitieron a los trabajadores reducir la jornada laboral, y atemperar los sacrificios que
representa cotidianamente en sus vidas. Aunque en ciertas partes del mundo
subdesarrollado todavía persisten estas jornadas de trabajo, hoy no se trabaja 16 horas
diarias en algunas grandes ciudades; pero la tecnología ha hecho posible que el producto
que antes se obtenía en ese tiempo, ahora se extraiga en la mitad, con un desgaste mayor
para la sociedad toda y las familias de los trabajadores particularmente.

En el ciclo económico, entonces, sea éste Kondratiev, Juglar, Kitchin, Mandel, o


Schumpeter, habrá siempre una etapa de despegue, otra de auge, y una de descenso que,
a veces, abre el camino a la crisis, seguida con frecuencia, de un colapso o de una
parálisis general de la actividad productiva. El último ciclo, que se inicia allá por 1966, es
en gran medida, producto de los avances alcanzados por la economía norteamericana,
después de la Segunda Guerra Mundial, cuando pasó a ser la locomotora de la economía
mundial.

Durante el siglo XIX fue la economía británica la que jugó este papel. Pero, de acuerdo con
el criterio decenal, el ciclo ha experimentado cortapisas en 1977, 1989, 1997, y la última en
2009. Cada una de estas interrupciones críticas de la acumulación, con el consabido
descenso de la tasa de beneficio, ha tenido su expresión ineludible en un crecimiento
desmedido de la tasa de desempleo. La relación directa que establece Schumpeter entre
índices de innovación tecnológica y crecimiento de la productividad, está condicionada, a
lo largo del ciclo, por la capacidad de acumulación y de reproducción del sistema. Pero
dicha relación directa puede ser desviada y distorsionada por la intermediación financiera
de un grupo de personas que no produce nada, pero que se aprovechan habilidosamente
de las crecidas tasas de acumulación que aquella relación genera. Esta clase de
actividades la lleva a cabo el capital financiero, los bancos, las grandes transnacionales
que comercian y trafican con el conocimiento y el desarrollo acumulado por otros.

La economía norteamericana, entonces, literalmente “empapela” con dólares al planeta,


después de la última gran guerra y se endeuda de forma descomunal, una deuda que
debió ser saldada parcialmente involucrándose en la guerra de Viet-Nam (1969-1975)[20].
Pero junto a la crisis del petróleo de 1973-1975, la crisis de la deuda externa en América
Latina en 1980-1984, la crisis por la llegada de los nuevos países surgidos de la caída del
socialismo en 1991, la crisis financiera de Asia en 1997, y la crisis por las invasiones de
Afganistán en 2001 e Irak en 2003, el sistema económico ha puesto en evidencia que la
economía norteamericana ya no es la locomotora que fue en el pasado, y desde finales de
la década de los setenta, cada vez es más cristalina una nueva regionalización
imperialista, en la que sobresalen Europa Occidental, Japón y China. Aún así sería
ineludible que la última crisis, esta en la que estamos inmersos, tuviera su punto de partida
en los Estados Unidos, debido a que en este país se encuentran la mayor parte de los
bancos y de las casas matrices que hicieron posible una globalización financiera con la se
tejió la red de intercambios que, a la larga, significó también la trampa en la que está
metido el resto de las economías del planeta.

III. La crisis actual. Orígenes y evolución.


Algunos economistas tienden a olvidar, con mucha facilidad, que la ciencia social que han
estudiado es eso precisamente, una ciencia social, y buscan enfrascarse en discusiones
peregrinas sobre los orígenes y trayectoria de una crisis que cualquier hijo de buen vecino,
más o menos enterado, veía venir desde hacía rato. Todos los componentes ideológicos
de las humanidades salen a flote en esta clase de discusiones, y nos ayudan poco a
comprender el verdadero meollo de la cuestión[21]. Otros, dichosamente, cumplen a
plenitud con el propósito cierto de toda ciencia social y humanística, es decir ayudar a la
gente a entender mejor el mundo en el que le ha tocado vivir.
En los pequeños países del capitalismo periférico como Costa Rica se nota que algunas
cosas están cambiando violentamente, porque casi de la noche a la mañana, quiso saltar
hacia el futuro de progreso y prosperidad prometido por los ideólogos del neoliberalismo,
orientando una parte importante de su estructura económica hacia la producción,
promoción y expansión del turismo; pero, sin sorpresa, se encuentra hoy con que casi la
mitad de sus hoteles, playas y centros de recreación para turistas está vacía. Ese mismo
país se vio a sí mismo con el problema entre sus manos de que, habiendo sido
tradicionalmente agrario, un grueso importante de sus exportaciones de frutas se ha
contraído de manera decisiva. El desempleo lo está afectando, y con ello la criminalidad se
apura a superar el ritmo que traía, debido a la desprotección de una legislación obsoleta
para atender los nuevos retos que las mafias internacionales le han planteado. Esas son
algunas de las consecuencias que la estrecha y paralizante dependencia de la economía
norteamericana le ha ocasionado a este pequeño país que se llama Costa Rica.

Mas esta serie de problemas económicos, los cuales tienen repercusiones sociales,
políticas y culturales importantes en nuestra población, tienen un origen muy preciso.
Estamos en crisis decimos: no hay créditos porque el dinero es muy caro, o sea, las tasas
de interés son muy altas, se ha contraído la construcción de casas, los combustibles
suben, la comida cada día es más cara, a los jóvenes se les han reducido las posibilidades
de encontrar trabajo, en la profesión que tantos años de estudio les ha tomado, y,
finalmente, se corre el riesgo de perder el empleo, que se ha vuelto el bien más preciado
que tiene una persona hoy día. Pues bien, toda esta situación, que tanta inseguridad e
incertidumbre le producen al costarricense promedio, procede de los Estados Unidos. Y
veamos por qué.

La economía norteamericana salió excepcionalmente fortalecida de la Segunda Guerra


Mundial (1939-1945). Incluso se dio el lujo de crear instituciones que vigilarían el
comportamiento del capitalismo financiero de ahí en adelante, tales como el Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial, que fueron pensadas, en gran parte, para
impedir que Estados Unidos perdiera su hegemonía sobre el sistema económico mundial.
Y se dio una época de prosperidad sin precedentes en ese país, entre los años de 1948 y
1966 debida, con mucho, a las fuertes inversiones de recuperación económica que los
norteamericanos habían impulsado en Europa y Asia, a través del mal conocido Plan
Marshall. No sólo llegó a ser el principal acreedor del planeta, sino que también las
mayores reservas de oro del mundo quedaron en sus manos.

Contra tanta riqueza, los Estados Unidos empezaron a emitir masas descomunales de
dólares, con los cuales prácticamente inundaron el mercado mundial, una estrategia
pensada para compensar los indicios de contracción de su capacidad de pago en oro,
debida a las demandas procedentes de las economías europeas y asiáticas que buscaban
reactivar y fortalecer sus actividades bancarias y financieras. De esta forma, en la década
siguiente, los años setenta, el dólar entró en crisis, y aceleró una revisión del sistema
monetario y del sistema internacional de pagos. Con la guerra de Viet-Nam (1969-1975),
Estados Unidos intentó contra pesar el impacto que la situación estaba generando en su
capacidad de acumulación y en el proceso de reproducción capitalista, puesto que la crisis
del dólar (1974-1977) era simplemente el síntoma de un mal mayor: la acerada tendencia
que tiene la economía norteamericana al sobre endeudamiento y al sobre consumo, a
través de los cuales se crea a sí misma cuellos de botella que son, finalmente,
desbloqueados por la economía internacional.

Es decir, Estados Unidos desvaloriza el dólar y de esta manera les pasa la factura a las
economías emergentes y dependientes o semi coloniales[22]. La crisis de la deuda en
América Latina (1980-1982) formó parte de este proceso, con el cual la economía
norteamericana buscó remontar sus propios problemas financieros internos. Cuando,
durante estos años, los países latinoamericanos se declararon insolventes, fue porque las
corporaciones bancarias internacionales, con residencia en Estados Unidos, habían
acelerado el proceso de endeudamiento de estos países para financiar su propio patrón de
crecimiento. Esto no ha cambiado hasta el presente.
De acuerdo con los neoliberales dicha estrategia financiera era perfectamente normal,
puesto que, desde finales de los años setenta, venían sosteniendo que la menor
ingerencia del Estado en los negocios, era la actitud más saludable para que deudores y
acreedores saldaran sus desacuerdos sin traumas ni conflictos escandalosos. Resulta, sin
embargo, que el endeudamiento externo hizo colapsar a la economía latinoamericana,
provocando un retroceso descomunal en áreas tan decisivas, socialmente hablando, como
vivienda, acueductos, educación y salud. El desplome de economías, otrora tan
progresistas como la argentina, la mexicana y la brasileña, fue un espectáculo que dejó
lecciones todavía insalvables, y que explican mayormente, el auge de la economía social
que se está operando en América Latina hoy.

Los años ochenta, por su lado, la década perdida en América Latina, son también, al
mismo tiempo, aquellos durante los cuales cristalizó una readecuación importante de las
economías hegemónicas a escala internacional. Con su fracaso en la guerra de Viet-Nam,
los Estados Unidos tendrían que negociar con la vieja Unión Soviética y con China la
distribución geoestratégica que le esperaría al mundo del siglo XXI, donde una Alemania y
un Japón con nuevos bríos emergerían para participar, como en el pasado, en el reparto
del botín.

Igualmente en la URSS, con la Perestroika de 1984, tendría lugar un ajuste de cuentas sin
precedentes en la historia universal de los imperios, pues se trataba del primero que
cometía suicidio y repartía los pedazos al mejor postor. En 1989, China también
experimentaba la primera gran sacudida de un modelo de desarrollo económico-social y
político que empezaba a operar en dos vertientes, no siempre armónicas, la economía y la
institucionalidad política, como se verá después, durante los años noventa, cuando la
restauración capitalista despegaba con consecuencias sociales todavía por verse.

En la década siguiente, en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón y otras potencias
industriales, así como en China, el nuevo “taller del mundo”, se desataba un auge
espectacular de la construcción, que solo hacía más notoria una de las contradicciones
históricas del sistema capitalista: el problema de la sobre producción y el sub consumo. El
sobre endeudamiento y el sobre consumo, por su parte, como corolarios de aquella
contradicción básica, evidenciaban, que la llamada “burbuja financiera”, el capital ficticio,
que no siempre tiene relación directa con la economía real, era una nueva forma de
expresarse la sincronía alcanzada, a través de la globalización financiera, de las
economías centrales a escala mundial.

La crisis asiática de 1997 y el “efecto tequila”, procedente de México en 1995, así lo hacían
notar. En pocas palabras, lo que queremos decir es que hoy, más que nunca antes, una
crisis en el centro capitalista, tiene efectos directos en las otras economías ancilares y
periféricas del sistema. Y para continuar hablando de burbujas, la “burbuja inmobiliaria”
será también uno de los detonantes de la crisis en Japón y México. Hubo momentos en
que en el centro de Tokyo un metro cuadrado de construcción costaba US$300,000. Para
construir, sin embargo, se requerían grandes masas de crédito, y para que éste estuviera
disponible se necesitaban ciertos patrones de consumo y rentabilidad y ésta, a su vez,
estaba en relación directa, supuestamente, con la capacidad productiva de la economía
que la hacía posible.

Pero, si el grueso del dinero en los bancos y financieras norteamericanos es capital-dinero


procedente de inversionistas asiáticos y europeos, o de corporaciones multinacionales con
sede en los Estados Unidos, para hacerlo circular hay que pagarle elevadas tasas de
interés al verdadero propietario de tales capitales, con lo cual el sistema bancario
norteamericano se torna en uno de los más endeudados del planeta y su población asume
igual condición de endeudamiento.
En algún punto de la cadena crediticia, esta situación hará crisis puesto que la capacidad
productiva de la sociedad, sus patrones de acumulación, quedarán por debajo de las
demandas y expectativas del capital financiero, de tal forma que la brecha se superará de
forma ficticia acudiendo al sobre consumo y estrangulando a la gente con préstamos y
más préstamos…¡Es la edad de oro de las tarjetas de crédito, de los automóviles de lujo
del año, de las grandes mansiones con piscina, de los viajes turísticos familiares a
carísimos hoteles en las playas de Costa Rica!

Con este escenario, era inevitable el colapso bancario. Pero de la esfera financiera, la
crisis se traslada rápidamente a la economía real, donde la mayor parte de las empresas
operan, crecen y se reproducen con dinero prestado. Entonces, si se contrae el crédito, se
reduce al mínimo la contratación de nuevos trabajadores, o se despiden los que están
empleados, pues no hay forma de que la empresa continúe su reproducción. Y si no se
producen mercancías, el comercio exterior se contrae también, con lo cual la economía
roza los niveles de la depresión.

Estamos entonces frente a una espiral depresiva que ha sido recurrente en la historia
económica del sistema capitalista desde hace unos ciento cincuenta años, según se vio en
la sección anterior. Como ha sido igual de recurrente el que estas situaciones críticas a
quienes más perjudican es a los trabajadores, que ponen los muertos en este proceso,
pues los capitalistas, para recuperar su capacidad de acumulación y reproducción,
saquean la plusvalía acumulada, y despiden a sus empleados o recortan sus salarios, se
deterioran las condiciones de trabajo, y los avances logrados por los trabajadores se
bloquean o se limitan considerablemente.

Por otro lado, esta nueva crisis contradice los postulados de aquellos que sostenían que
después del último evento similar en los años setenta, las economías europea, asiática, la
de los países emergentes, como los del viejo socialismo, y la de los países dependientes o
semi coloniales, no iban a verse impactadas por el episodio tal y como se ha ido
desplegando en los Estados Unidos. Los procesos de globalización han globalizado, más
que nunca, los mecanismos de acumulación a escala mundial, y las economías están hoy,
como jamás lo estuvieron en el pasado, perfectamente sincronizadas. De tal forma que la
teoría del “desacople” carece de sustancia si pensamos en que, los Estados Unidos
continúan siendo, aunque precariamente, la locomotora de la demanda a escala
internacional, y cualquier catástrofe en los patrones de consumo de la sociedad
norteamericana, debería leerse como un derrumbe en los otros componentes de la
acumulación a escala internacional.

Si partimos del principio de que dos de las características más notables del capitalismo del
siglo XXI son precisamente un aumento espectacular de la tasa de ganancia y la
imposibilidad de una expansión de la acumulación, que permita ampliar y profundizar los
procesos de reproducción del sistema, nos daremos de frente con el problema que
representa para este último el que la desvalorización del capital, y su consecuente
incremento en la extracción de plusvalor, impida la gestación de una nueva ola de
modernización capitalista, tal y como la había pensado Schumpeter en sus mejores
ensueños.
Además, la caída del socialismo real, supuestamente, iba a lanzar unos 800 millones de
nuevos consumidores sobre los bienes manufacturados por las naciones industrializadas
del viejo capitalismo, pero tal cosa sólo ha generado una nueva ola de preocupaciones
para países como Austria, España , Francia, Alemania, Suiza y otros, quienes han
prestado enormes cantidades de dinero a los viejos aliados de la fenecida Unión Soviética;
y en estados como Hungría, la crisis ya asestó sus primeros golpes reduciendo de forma
traumática su capacidad de pago, con lo cual se reducen también las posibilidades reales
de la restauración capitalista en estas naciones.
La situación con China es igualmente aleccionadora. Este gigantesco taller de
manufacturas es el principal abastecedor comercial de Europa y los Estados Unidos, tanto
así como para que ciudades enteras hayan surgido en menos de veinte años, en su
totalidad estructuradas para alojar principalmente a trabajadores extranjeros, procedentes
de Hong Kong e Indochina, y dedicarse por completo a la fabricación de juguetes por
ejemplo. La sobre acumulación[23] en China no ha tenido eco en su descomunal y lenta
maquinaria política y administrativa, y, aunque la expansión comercial ha posibilitado
alguna modernización de la estructura productiva, este país padece serios problemas
laborales y sociales que están al borde de provocar una explosión sin precedentes en
época de restauración capitalista, sobre todo en las ciudades costeras, totalmente
volcadas a la satisfacción del comercio internacional.
Por otro lado, aunque realmente nadie puede decir a ciencia cierta qué fue lo que pasó con
el experimento soviético, después de más de ochenta años la única sensación real que
queda de todo eso es que el régimen de planificación central pudo haber fallado en todo,
menos en el cálculo de larga duración respecto a las orientaciones posibles de la teoría del
valor, para justificar la represión del consumo y una cotidianidad en la que no contaban las
opciones personales sino las preocupaciones estatales de largo plazo[24]. Es decir, la
supuesta “acumulación socialista”[25] en países como China y la Unión Soviética nunca
remontó los designios de la teoría del valor y se agotó en el impulso de una estructura
productiva que ponía el énfasis sobre las cosas, antes que en las personas[26].
La producción y transferencia del excedente agrícola para impulsar el desarrollo industrial,
postulado clave del régimen de planificación central, y todavía vigente en la mayor parte de
los países que se declaran a sí mismos como países socialistas, colapsaron en razón de
los atajos burocráticos que tomaba el mencionado excedente. Era así, como entre otros
recursos, se servía el socialismo burocrático de inspiración soviética para escamotear las
crisis, según ocurriera en los años treinta y setenta del siglo pasado.

Ahora resulta que la mayor parte de los países del viejo socialismo real se han convertido
en los principales clientes del crédito generado en Europa Occidental, Estados Unidos y
Asia, con lo cual todos los mecanismos de la acumulación socialista se han transferido a
una “nueva acumulación primitiva”, que tiende a fortalecer los sectores secundario y
terciario, pero dejando intactos los lazos y relaciones de la vieja y corrupta burocracia del
socialismo fracasado.

La mayor parte de los grandes magnates que han surgido en Rusia, Ucrania, la República
Checa, Polonia, Hungría y otras de estas naciones, está constituida por un grupo de
funcionarios que asaltaron y cooptaron las estructuras burocráticas del socialismo real casi
inmediatamente después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en
1956, cuando Nikita Kruschev (1894-1971) hiciera las denuncias sobre los atroces
crímenes de Stalin (1879-1953); una labor que esmeradamente se continuaría durante el
régimen de Brezhnev (1906-1982), y se coronaría con éxito total durante la pomposa
Perestroika impulsada por Gorbachov (1931- ), a partir de 1984 hasta el colapso definitivo
de la Unión Soviética en 1991. Todo esto prueba que el socialismo burocrático estaba
perfectamente bien preparado para recibir la restauración capitalista, y asestar a la clase
trabajadora, de paso, uno de los golpes políticos más letales de que tenga memoria la
historia social de los últimos doscientos años.

Con el eufemismo de “países emergentes” se nos quiere vender la idea de que la


restauración capitalista fue todo un éxito en naciones como Rusia, donde las quiebras y un
sonado fracaso de la política monetaria, impulsada por el Fondo Monetario Internacional, a
finales de los años noventa del siglo anterior, se sucedieron sin límite de consecuencias,
estableciendo un récord, pues los rusos no sabían lo que era una situación crítica desde
los años veinte, durante el llamado “comunismo de guerra”, para enfrentar a la invasión
extranjera, luego del triunfo de la revolución bolchevique. Todo para convertirlos en los
nuevos consumidores de mercancías, bienes de capital y valores gestados en Alemania,
Inglaterra, Austria, España y los Países Escandinavos. De esta forma, un nuevo
protagonista se unía a la sincronía crítica que se venía preparando desde principios de la
presente década. Los nuevos recién llegados fortalecían así y daban sentido al
triunfalismo capitalista, que iría a estar presente en nuestra vida cotidiana a todo lo largo
de las últimas dos décadas.

Pero ni la crisis latinoamericana ni la asiática de los años ochenta y noventa hicieron


posible que los lugares centrales del capitalismo avanzado se percataran de que algo
mayor se avecinaba. México y Argentina, así como Japón, posiblemente la nación
capitalista asiática que experimentara las mayores transformaciones imaginables entre
1953 y 1973, quedaron atrapados en una espiral de endeudamiento, de la cual les iría a
resultar sumamente difícil escapar, antes de que terminara la primera década del siglo XXI;
aunque Japón daba algunos indicios de recuperación desde el 2003. Pero el camino
recorrido por América Latina, merece un análisis distinto, debido a las peculiaridades de
sus diversas formas de inserción en la economía mundial.

IV. Balance para América Latina.


No todos los intentos latinoamericanos de innovación en política económica obtuvieron los
resultados esperados, durante la crisis de los años treinta. Y lo mismo podría decirse del
centro, si recordamos el nazi-fascismo en Alemania e Italia, España y Portugal, así como
el militarismo en Japón[27]. Pero las resemblanzas que se irían a operar con las dictaduras
militares que sacudieron a gran parte de los países de América del Sur, durante los años
setenta, no eran la pura coincidencia histórica, sino el resultado de que muchas cosas
seguían practicándose igual, a la vuelta de cincuenta años.
La gran depresión de 1930 fue un fenómeno importado que afectó a la América Latina, al
menos en cuatro aspectos esenciales:

1. Restricciones financieras como resultado de las estrictas medidas monetaristas


adoptadas por el gobierno de los Estados Unidos en julio de 1928, las cuales provocaron
la fuga de capitales y la pérdida de las reservas obligando a los latinoamericanos a
desprenderse del patrón oro.
2. Contracción del comercio internacional que dio como resultado la introducción de
medidas proteccionistas en la mayor parte de los países latinoamericanos.

3. Deterioro de los términos de intercambio y un debilitamiento de los precios de las


materias primas y de los alimentos.

4. Una deflación generalizada incrementó el peso de la deuda externa[28].


Esta secuencia de eventos, detonados mayormente por decisiones y golpes de mano en
los Estados Unidos, obligaron a los diseñadores de política económica en América Latina,
es decir, a los técnicos, expertos y estrategas políticos, a tomar consciencia de la profunda
dependencia de nuestros países con relación a la economía norteamericana. Los
supuestos “científicos”, como se les conocía en la dictadura de Porfirio Díaz en México
(1876-1911), cuyos afanes de modernización fueron arroyados por el vendaval de la
revolución que los removió del poder, no encontrarían eco en una generación posterior que
aspiró esencialmente a marcarles el terreno a los empresarios norteamericanos, de ahí en
adelante. Quedaba claro, con la crisis del 30, que en América Latina eran urgentes las
medidas de política económica requeridas, para sostener cierto margen de maniobra
respecto a los aconteceres de la economía mundial y particularmente de la
estadounidense. Tales cambios de estrategia serían apuntalados por modificaciones
vertebrales en la política monetaria, como el abandono del patrón oro.

Pero a lo largo del siglo XX, América Latina se haría célebre por la serie de problemas
económicos, financieros, políticos y sociales que caracterizaron su desarrollo, y , como
irónicamente lo apunta el último premio Nobel de economía, para quien dichas dificultades
nada tuvieron que ver con las agencias más agresivas del imperialismo norteamericano en
esta parte del mundo[29], la mayoría de ellas se debe a malas decisiones políticas, malos
gobiernos, “populismo macroeconómico” en clara alusión a los gobiernos de Chaves en
Venezuela, Morales en Bolivia, y otros de igual factura, sin olvidar el “antiamericanismo” de
esos que el Ex Presidente Ronald Reagan llamaba “países tan diferentes”, y tan reacios a
las bondades del neoliberalismo.
Precisamente, uno de los ejemplos más conspicuos de lo que pudo ser capaz de realizar
el neoliberalismo en nuestros países, lo constituye el mal llamado “Consenso de
Washington”, el cual estaba constituido por un conjunto de medidas que, no sólo
recuerdan las aristas más afiladas del panamericanismo de entre guerras, sino también a
lo que puede llegar el imperialismo cuando se encuentra acorralado por su propia
incapacidad para resolver los excesos del sistema económico[30].
Decía el Profesor Michael Reid, eminente “experto” en asuntos de América Latina del
prestigioso The Economist de Londres, que ninguno de los puntos del Consenso de
Washington fue jamás impuesto por ninguna de las instituciones que los estaba
catapultando, pues el grueso de los resultados al que llegaron las economías
latinoamericanas durante la década perdida de los años ochenta, fue producto de sus
propias decisiones y nunca de imposiciones hechas por el FMI o el BM, con quienes más
bien negociaron y a los cuales los gobiernos latinoamericanos siempre les fallaron[31].
Habría que recordarle al Prof. Reid que en Costa Rica a los comisarios del Fondo
Monetario Internacional se los declaró non gratos y se los expulsó del país, durante el
gobierno del Ex Presidente Rodrigo Carazo Odio (1978-1982).
El punto de origen del Consenso de Washington, uno de los instrumentos mejor
elaborados de los neoliberales del momento para retomar el control en la economía
latinoamericana, estaba en la crisis de la deuda latinoamericana de 1982. De acuerdo con
ellos, América Latina había estado viviendo hacía mucho rato por encima de sus
posibilidades reales, con dinero prestado desde mediados de los años setenta. Sin
embargo, algunos expertos latinoamericanos y banqueros extranjeros creyeron por un
momento que la crisis de la deuda era un asunto pasajero, un ligero y transitorio problema
de liquidez, hasta que su estallido en el caso de México, los puso frente a la evidencia de
que se trataba de una de los eventos más serios que hubiera afectado a un solo país
desde 1929.
Al inicio de los años ochenta, la economía mundial se topó de frente con una desagradable
combinación de factores, entre los que estaban los altos precios del petróleo, un
crecimiento lento y retardatario, inflación, tasas de interés crecientes, y una caída de los
precios de las materias primas. Esta combinación, contribuyó mucho para que la crisis de
la deuda fuera disparada, e hiciera cualquier proceso de recuperación sumamente difícil.
Los años, como decíamos atrás, de vivir por encima de sus posibilidades reales, se habían
acabado para América Latina.

De esta manera, la región se vio lanzada a una salvaje miríada de intentos para ajustar la
situación. Algunos gobiernos, tomaron medidas para reducir con violencia las
importaciones, el gasto público y la demanda interna, con lo cual pensaban impulsar las
exportaciones para reducir la brecha del endeudamiento y así poder dar la talla con los
acuerdos de readecuación del mismo. Esto tuvo un impacto inversamente proporcional en
el flujo de dinero, pues el ingreso neto de capital promedió entre 1976 y 1981 unos $12
billones de dólares, y los egresos netos promediaron unos $26.4 billones durante los cinco
años siguientes.

Para el latinoamericano de a pie un escenario así era realmente dramático, pues en 1986
el ingreso per cápita se acercó al 0.7% por debajo del alcanzado en 1982; y, para 1992,
aún no había recuperado el nivel de los diez años anteriores. La inflación, un componente
crónico en la historia económica reciente de América Latina, despegó sin precedentes, y la
devaluación que la acompañó luego incrementó el precio de las importaciones. Los
recortes presupuestarios fueron anulados por la recesión, la cual, a su vez, redujo los
ingresos por impuestos, obligando a los gobiernos a imprimir dinero de manera
impresionante.

La inflación promedio anual en unos 19 países de la región fue de 33% en 1970 y de 437%
en 1980. Algunos de esos países experimentaron una devastadora hiperinflación, lo cual
nos hace recordar que la inflación actúa como una especie de impuesto contra los pobres,
pues los más ricos, si ahorran divisas, propiedades o valores, quedarán protegidos contra
cualquier inestabilidad monetaria, pero los más desprotegidos carecen de cualquiera de
estas alternativas. Una tasa inflacionaria de esta naturaleza crea una gran desconfianza
contra los gobiernos, dispara los conflictos sociales, e impide la planificación financiera, los
pactos sociales de cierta duración, y la toma de decisiones en el corto plazo, que beneficie
a la mayor parte de la población.

Entonces, a mediados de los años ochenta se lanzaron una serie de propuestas que
buscaban atacar este problema de manera estructural en países como Brasil, Argentina y
Perú, con las cuales se buscaba quebrar la espiral inflacionaria y controlar más de cerca a
los mecanismos monetarios y de precios. Se creía que gran parte de la situación
inflacionaria inédita era debida a la insuficiencia de la demanda, y a la incapacidad de los
productores para innovar. Se sabe, sin embargo, que para finales de la década, la
situación había empeorado. Con este escenario, algunos gobiernos optaron por la salida
más neoliberal posible, como en el caso de Chile, donde los éxitos económicos de la
dictadura de Pinochet, le fueron atribuidos a la gran capacidad de la clase empresarial, a
su talento para aprender de lo que estaba sucediendo en Asia, y a que toda la seguridad
social fue sometida a revisión y a un desmantelamiento progresivo, en el que se fueron de
por medio, líderes sindicales, organizaciones populares y partidos políticos ligados alguna
vez con el Presidente Salvador Allende.

Este abandono de prácticas económicas en las cuales el Estado había jugado un papel
esencial, hizo factible la promoción del famoso documento preparado por John Williamson,
que recogió en diez puntos las aspiraciones neoliberales más sentidas por un conjunto de
políticos, intelectuales, empresarios, economistas y técnicos que creían en la posibilidad
de superar la situación económica y social que vivía América Latina, en aquel momento, a
través de tres ejes vertebrales:

1. La estabilidad macroeconómica.
2. Desmantelar el proteccionismo y abrirse totalmente al comercio exterior, la
competencia y la inversión extranjera.

3. Reformar el papel del estado y reforzar el de los mercados con el fin de hacer más
confiables su capacidad para reasignar recursos y capacidades.

Estos tres ejes serían el resultado de una estrategia compuesta por los diez puntos
mencionados y que eran los siguientes:

1. Déficit fiscal lo menor posible para que pudiera ser financiado sin acudir a
tácticas inflacionarias.

2. Gasto público redireccionado para reforzar la inversión en educación, salud e


infraestructura.

3. Reforma fiscal que ampliara la base impositiva y redujera sus tasas marginales.

4. Liberalización financiera, con la intención de que fueran los mercados los que
establecieran las tasas de interés.

5. Una tasa de cambio uniforme lo suficientemente competitiva como para inducir el


rápido crecimiento de las exportaciones no tradicionales.

6. Sustitución de las restricciones cuantitativas al comercio por tarifas, las cuales


serían progresivamente reducidas hasta lograr una tarifa uniforme con un rango del 10% al
20%.

7. Eliminación total de las barreras que impidan el ingreso de la inversión extranjera


directa.

8. Privatización de las empresas del Estado.

9. Abolición de todas las restricciones para el ingreso de nuevas firmas extranjeras


que pudieran competir con firmas nacionales, incluso en el nivel laboral.

10. Provisión para proteger todos los derechos de propiedad, especialmente en el


sector informal[32].
Este ideario neoliberal, apoyado en algunos de sus puntos, por organizaciones como la
CEPAL, de supuesta trayectoria estructural y ortodoxa, haría saltar en pedazos a la
economía Argentina, durante los años noventa, y produciría serias transformaciones
políticas y sociales en Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Paraguay y Uruguay
(recientemente también en El Salvador) calificadas de populistas por aquellos que vieron
en el retorno de estos pueblos a la cuestión social y a una renovada participación del
Estado, como la gran pérdida del terreno avanzado por los comisarios del capital, liderados
por el ahora considerado obsoleto Fondo Monetario Internacional.

El Consenso de Washington, que bien podría ser llamado también Bretton Woods II, era la
expresión neoliberal de un nuevo régimen financiero que habría surgido después de la
crisis de 1975-1977, y que se extendería hasta los inicios de la crisis actual. Recordemos,
al mismo tiempo, que Bretton Woods I, era el resultado del triunfo de los Estados Unidos
en la Segunda Guerra Mundial, que puso en sus manos el control de la estructura
financiera internacional[33].
Para América Latina, este cambio de régimen marcaba la diferencia de haber aplicado un
modelo perverso que separaba lo económico de lo social, ponía el énfasis sobre la
estabilidad contra el crecimiento, y diferenciaba la responsabilidad de la justicia, creando
una clase de desesperación social en nuestros países, que los condujo inevitablemente a
buscar nuevos caminos y a retomar los viejos donde se habían detenido, debido a golpes
de estado y dictaduras militares. Eran las dos caras de una misma moneda: de haber sido
el campo de batalla experimental para las más exacerbadas expresiones del
neoliberalismo, América Latina tenía ahora que enfrentar las consecuencias de su más
sonado fracaso[34].
Para el año 2004, prácticamente, la nueva plataforma panamericanista de los Estados
Unidos, el ALCA, estaba muerta, y se daba inicio así a una nueva era de gobiernos
progresistas, de izquierda y centro-izquierda que pretendían iniciar una nueva era en la
cual las abrumadoras diferencias económicas, sociales, políticas y culturales de la región
podían ser superadas. Recordemos, finalmente, que el único país de América Latina y del
Caribe, para el cual el neoliberalismo era extraño, fue Cuba, cuyo maltrecho socialismo
tuvo que hacer las mejoras y modificaciones requeridas con tal de que la debacle soviética
no se la tragara.

Para el 2002, en el mundo subdesarrollado, América Latina era la región donde el proceso
de privatización había alcanzado niveles insospechados, tanto así como el 40% del total
de las ganancias obtenidas fuera del mundo desarrollado. El proceso no sólo fue masivo
en lo que respecta a su escala sino también con relación a su velocidad, pues, mientras
Gran Bretaña vendía unas veinte firmas estatales en cuestión de diez años, en México se
vendían ciento cincuenta en seis años. Con la excepción de Chile después de 1973, donde
la velocidad y profundidad de la privatización durante la dictadura alcanzó niveles
excepcionales, en el resto de América Latina, la estampida de la privatización arrasó con
todo, durante los años noventa. La propiedad estatal y el control de los bancos,
telecomunicaciones, petróleo, gas, petroquímicos, agua, transporte público y electricidad
fueron parte de un botín festivo en países como México, Argentina, Brasil, Perú, Bolivia,
Venezuela y Paraguay[35].
Esta privatización no fue únicamente el producto de presiones externas, según se ha visto
al hablar del Consenso de Washington, sino sobre todo de una nueva hornada de
coaliciones del capital interno y externo que emergería en América Latina, poco después
de la crisis de la deuda al empezar la década de los años ochenta. Para ello había que
hacer importantes modificaciones al aparato de Estado, tal y como hubiera surgido
después de la Segunda Guerra Mundial, y ello exigía igualmente una transformación a
fondo de la estructura sindical, de las distintas estrategias de negociación laboral, así
como de los partidos políticos, que volvían, algunos, a la vieja modalidad clientelista y
caudillista del pasado.

Ahora bien, si la presente crisis del sistema capitalista mundial es el tiro de gracia a las
prácticas neoliberales, ese es un asunto que todavía está por verse, pero hay algo que sí
es tangible y que está empezando a mortificar a la mayoría de los grupos sociales
dominantes en América Latina, nos referimos a la rearticulación de ciertas organizaciones
de izquierda, que pudieran haber venido a menos debido a la gran capacidad represiva
desplegada por las alianzas cívico-militares, que tiñeron de sangre a nuestros países
durante los últimos treinta años del siglo veinte. Pero este es un tema para otro momento.

IV. Conclusiones.
¿Era previsible esta crisis que ya tenemos encima, con toda su violencia y su injusticia?
¿Se veía venir desde que México, allá por 1995, nos diera los primeros indicios de lo que
podría ser una nueva recesión de gran envergadura? Debemos tener algo bien claro: en la
sociedad capitalista, los académicos, y especialmente los economistas al servicio del
sistema, no tienen interés alguno en escamotear las crisis periódicas en que se hunde el
mismo. Se vuelven apasionados y sumamente interesados en el estudio del fenómeno, al
ritmo dictado por esa misma periodicidad, como si se tratara de un cometa que cada cierto
tiempo, según la vieja creencia, se acercara a la Tierra y amenazara con su destrucción
total.
Esos académicos, científicos sociales, humanistas, políticos, empresarios y estrategas
políticos, sólo tienen interés en controlar la crisis, no en preveer sus efectos o desviarlos.
Es que durante mucho tiempo ha estado meridianamente claro que las crisis son
sumamente útiles al sistema capitalista. Le permiten, a sus promotores y merodeadores,
sacar partido de la situación, y de la destrucción total que se produce, en todos los
terrenos imaginables, buscan salir más fortalecidos y visionarios, nunca más previsores,
para prepararse a recibir el nuevo impacto del cometa.

Hemos visto, a lo largo de este ensayo, que existe toda una teoría y un conjunto de
métodos para estudiar el ciclo económico y sus crisis. Pero tales herramientas teóricas y
analíticas, solo permiten un conocimiento libresco de la situación. La vivencia cotidiana de
una realidad crítica con estas características, las dimensiones trágicas del escenario
desplegado debido a la irresponsabilidad histórica de los dueños del poder y de la riqueza
es de tal magnitud, que las implicaciones humanas son sólo perceptibles en el largo plazo.

No podía ser de otra forma, pues en el sistema capitalista quienes pagan el costo de la
recuperación son precisamente los trabajadores. Sin embargo ellos, en cada crisis
periódica pueden también variar su abanico de opciones políticas, y plantearse nuevas
rutas y nuevas vías para que la crisis no los liquide. Así lo prueban las experiencias
recientes de varios países de América Latina, donde el neoliberalismo, tal vez el principal
responsable de todo este desmadre financiero, crediticio y económico, hizo todos sus
esfuerzos y dio lo mejor de sí, para que la sociedad latinoamericana fuera una de las más
desiguales del planeta.

Sin embargo, la mayor parte de estos gobiernos populistas latinoamericanos han tenido
que negociar con las burguesías nacionales, para que el espacio de maniobra política no
se les redujera y les impidiera impulsar los planes de trabajo que tenían pensados al
servicio de las grandes mayorías. En esas negociaciones se han sacrificado una gran
cantidad de conquistas de los trabajadores, aunque los avances en otros terrenos
legitiman las medidas de recuperación nacional, a pesar de que dejan intacto el
funcionamiento del sistema económico.

En América Latina la lucidez de algunos líderes políticos es suficiente como para dejarnos
ver que, como decía Lenin, en épocas de crisis hay que construir utopías, para que las
transformaciones posibles de la realidad produzcan la menor cantidad de situaciones
traumáticas, las cuales, como siempre, serán bien aprovechadas por los dueños del
capital. Hoy, en Bolivia, Venezuela, Brasil, y otros países con gobiernos de centro-
izquierda, se intenta volver a las épocas cuando las personas eran más importantes que
las mercancías. Dejémoslos crecer….ya veremos.

Pero entre tanto, habría qué preguntarse también lo que pueden haber estado haciendo
Brasil, Argentina y México en el último encuentro del G-20 en Londres, cuando es bien
sabido que la reestructuración del endeudamiento externo, la reactivación del crédito y el
nuevo aliento que se espera dar a los flujos internacionales de capital, siempre perjudican
a los países pobres. Pudiera ser que los grupos poderosos de esos tres países
latinoamericanos busquen participar de las migajas que arrojarán los herederos de Bretton
Woods, cuando se anuncia un “nueva era de prosperidad y progreso para los pueblos
libres del planeta”. Tan estrecha y condicionada noción de libertad es la misma que ahora
trae a la quinta cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, el Presidente Obama de los
Estados Unidos, heredero paniaguado de la tradición “clintoniana”, uno de los soportales
del Consenso de Washington.

Para conjurar la profunda tristeza de su lamentable tradición histórica en materia


diplomática, la burguesía costarricense se vuelve ahora una de las grandes abanderadas
en favor de levantar el bloqueo contra Cuba, cuando nuestros gobiernos siempre jugaron
el más nefasto papel de corifeos al servicio de Washington. Y más de cuarenta años de
servilismo así lo prueban. Discutir sobre el bloqueo contra Cuba, sin que Cuba y Puerto
Rico estén presentes en la mencionada cumbre, sólo indican lo poco que han avanzado
las clases dominantes en América Latina, cuando se trata de presentar un frente opositor
común a los desmanes del imperio. Por eso, no debería sorprendernos la presencia de
Brasil, Argentina y México en el foro del G-20, que terminó siendo el lacrimoso responso
por la muerte del neoliberalismo. ¿Qué dirán entonces estos nostálgicos de nueva
generación, a los nostálgicos que después de la muerte del socialismo real enjugaron sus
lágrimas con el pañuelo de la restauración capitalista?

Notas.
[1] Historiador costarricense (1952), Catedrático jubilado de la Universidad Nacional,
Heredia, Costa Rica. Cursó estudios doctorales en la Universidad de Londres, Inglaterra.
Profesor invitado de la Universidad Libre de Berlín y de la Universidad de Wisconsin.
Premio Nacional (1998) de la Academia de Geografía e Historia de su país Muchas de sus
publicaciones se encuentran en revistas de América Latina, Europa y Estados Unidos. Ha
publicado varios libros sobre historia económica, social y cultural de América Central y el
Caribe. Su libro más reciente se titula Ideas económicas en Costa Rica. 1850-2005 (San
José, Costa Rica: EUNED. 2008).
[2] Paolo Guerrieri. 1990. P. 14.
[3] Renato Giannetti. 1988. P. 9.
[4] Joseph Schumpeter. 2005. Tomo I. Ver la Introducción.
[5] Renato Giannetti. Op. Cit. P. 26.
[6] Ibídem. Loc. Cit.
[7] Ernest Mandel. 1995. P. 6.
[8] Ibídem. P. 25.
[9] Richard Day. 1981. P. 30.
[10] Carlos Marichal. 1988. Capítulo 2.
[11] Alessandra Pescarolo. 1991. P. 30.
[12] Pierluigi Ciocca. 1988. P. 27.
[13] Manuel Castells. 1978. P. 13.
[14] Ernest Mandel. 1978. P.34. Mandel menciona unas veinte crisis de super producción:
1816,1825,1836,1847,1857,1866,1873,1882,1891,1900,1907,1913,1921,1929,1937,1949,
1953,1958,1961,1970. El año indicado es el punto de despegue.
[15] Ibídem. P. 12.
[16] Andrew Gamble y Paul Walton. 1980. Pp. 292 y ss.
[17] Christian Palloix.1980. P. 268.
[18] André Gunder Frank. 1988. Capítulo II.
[19] Paul Mattick. 1977. “Los capitalistas viven la crisis como falta de demanda para las
mercancías, los trabajadores como falta de demanda de su fuerza de trabajo”. P. 99.
[20] Ernest Mandel. 1980. Capítulo XXV.
[21] Homa Katouzian. 1982. P. 48.
[22] Juan Chingo. Diciembre 2008-Enero 2009.
[23] Isaac Joshua define de esta manera una crisis de sobre acumulación: “[...]una
acumulación del capital que se efectúa a un ritmo tal que no puede sostener en el tiempo
la tasa de ganancia que esperan los que aportan el capital. La sobre acumulación es, de
cierto modo, una acumulación que no supo detenerse a tiempo. La inversión resulta al
principio del período de ascenso, en tasas de ganancias muy altas. Pero después, por el
hecho mismo del ascenso, las cosas se degradan: por ejemplo, los nuevos kilómetros de
vías de ferrocarril instalados son menos rentables que los viejos, el mercado potencial es
sobreestimado o se estanca más rápido que lo previsto, otros países empiezan a producir
con precios más bajos (y comienzan a captar el mercado), los costos de producción (entre
los cuales están los salarios) aumentan fuertemente, etc. La acumulación tendría que
reducirse. Pero, envalentonados por las tasas de ganancias elevadas, atraídos por el afán
de ganancias, llevados por la euforia, la inversión sigue con la esperanza de que lo que
funcionó una vez seguirá funcionando en el futuro, que nos irá mejor que a la competencia,
etc. Una parte de las ganancias termina de acumularse en puras pérdidas. La oferta se
incrementa, cuando los precios están demasiado bajos para asegurar la rentabilidad
esperada de las capacidades ya en funcionamiento. Una coyuntura pasajeramente
favorable, un endeudamiento renovado, políticas gubernamentales de apoyo, etc. pueden,
durante un tiempo, enmascarar la situación y postergar los ajustes. Pero, tarde o
temprano, la realidad se impondrá sola y el ajuste será aun más brutal ya que la sobre
acumulación habrá sido llevada a niveles muy altos”. 2006. P.182. Citado por Juan Chingo
en Crisis y contradicciones del capitalismo del siglo XXI. 2007. Nota 4. P. 14.
[24] Paul Krugman. 2009. P. 11.
[25] Diego Azqueta Oyarzún. 1983. Capítulo 5.
[26] “The emancipatory interests, on the other hand, are oriented to the growth,
differentiation and self-realization of the personality in all dimension of human activity. They
demand above all the potentially comprehensive appropriation of the essential human
powers objectified in other individuals, in objects, modes of behaviour and relationships,
their transformation into subjectivity, into possession not of the juridical person, but rather
of the intellectual and ethical individuality, which presses in its turn for more productive
transformation” . Rudolf Bahro. 1978. P. 272.
[27] Carlos F. Díaz Alejandro. 1984. Capítulo 2. P.46.
[28] Daniel Díaz Fuentes. 1998. Capítulo 15. P. 445.
[29] Paul Krugman. “For generations, Latin American countries were almost uniquely
subject to currency crises, banking failures, bouts of hyperinflation, and all the other
monetary ills known to modern man. Weak elected governments alternated with military
strongmen, both trying to buy popular support with populist programs they could not afford.
In the effort to finance these programs, governments resorted either to borrowing from
careless foreign bankers, with the end result being balance-of-payments crisis and default,
or to the printing press, with the end result being hyperinflation. To this day, when
economists tell parables about the dangers of “macroeconomic populism”, about the many
ways in which money can go bad, the hypothetical currency is by convention named the
“peso”. Op. Cit. 2009. P. 31.
[30] Michael Reid.2007. Capítulo 6. Este libro está considerado por algunos analistas,
como uno de los mejores que se ha escrito sobre el tema en los últimos veinticinco años.
[31] Idem. P. 134.
[32] Idem. Loc. Cit.
[33] Robert Wade. 2008. P.5.
[34] Emir Sader.2008. P.5.
[35] Carlos Aguiar de Medeiros.2009. P.109.

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contiendas/146-las-crisis-economicas-en-el-sistema-capitalista-prisma-latinoamericano-
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