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El amor es el principio pedagógico esencial. De muy poco va a servir que un docente se haya
graduado con excelentes calificaciones en las universidades más prestigiosas, si carece de este
principio. En educación es imposible ser efectivo sin ser afectivo. No es posible calidad sin calidez.
Ningún método, ninguna técnica, ningún currículo por abultado que sea, puede reemplazar al
afecto en educación. Amor se escribe con “a” de ayuda, apoyo, ánimo, aliento, asombro,
acompañamiento, amistad. El educador es un amigo que ayuda a cada alumno, especialmente a
los más carentes y necesitados, a superarse, a crecer, a ser mejores.
Amar significa aceptar al alumno como es, siempre original y distinto a mí y a los demás alumnos,
afirmar su valía y dignidad, más allá de si me cae bien o mal, de si lo encuentro simpático o
antipático, de si es inteligente o lento en su aprendizaje, de si se muestra interesado o
desinteresado. El amor genera confianza y seguridad. Es muy importante que el niño se sienta en
la escuela, desde el primer día, aceptado, valorado y seguro. Sólo en una atmósfera de
seguridad, alegría y confianza podrá florecer la sensibilidad, el respeto mutuo y la motivación, tan
esenciales para un aprendizaje autónomo. Hacer niños felices es levantar personas buenas. Educar
es un acto de amor mutuo. Es muy difícil crear un clima propicio al aprendizaje si no hay
relaciones cordiales y afectuosas entre el profesor y el alumno, si uno rechaza o no acepta al otro.
El amor es también paciente y sabe esperar. Por eso, respeta los ritmos y modos de aprender de
cada alumno y siempre está dispuesto a brindar una nueva oportunidad. La educación es una
siembra a largo plazo y no siempre se ven los frutos. De ahí que la paciencia se alimenta de
esperanza, de una fe imperecedera en las posibilidades de superación de cada persona. La
paciencia esperanzada impide el desánimo y la contaminación de esa cultura del pesimismo y la
resignación que parecen haberse instalado en tantos centros educativos.
Para ser paciente, uno tiene que tener el corazón en paz. Sólo así será capaz de comprender, sin
perder los estribos, situaciones inesperadas o conductas inapropiadas, y podrá asumir las
situaciones conflictivas como verdaderas oportunidades para educar. La paciencia evita las
agresiones, insultos o descalificaciones, tan comunes en el proceso educativo cuando uno “pierde
la paciencia”. El amor paciente no etiqueta a las personas, respeta siempre, no guarda rencores,
no promueve venganzas; perdona sin condiciones, motiva y anima, no pierde nunca la esperanza.
Amar no es consentir, sobreproteger, regalar notas, dejar hacer. El amor no se fija en las carencias
del alumno sino más bien, en sus talentos y potencialidades. El amor no crea dependencia, sino
que da alas a la libertad e impulsa a ser mejor. Busca el bien-ser y no sólo el bienestar de los
demás. Ama el maestro que cree en cada alumno y lo acepta y valora como es, con su cultura, su
familia, sus carencias, sus talentos, sus heridas, sus problemas, su lenguaje, sus sueños, miedos e
ilusiones; celebra y se alegra de los éxitos de cada uno aunque sean parciales; y siempre está
dispuesto a ayudarle para que llegue tan lejos como le sea posible en su crecimiento y desarrollo
integral. Por ello, se esfuerza por conocer la realidad familiar y social de cada alumno para, a partir
de ella, y a poder ser con la alianza de la familia, poder brindarle un mejor servicio educativo.
Algunos, en vez de hablar de la pedagogía del amor, prefieren hablar de la pedagogía de la
ternura para enfatizar ese arte de educar con cariño, con sensibilidad, para alimentar la
autoestima, sanar las heridas y superar los complejos de inferioridad o incapacidad. Es una
pedagogía que evita herir, comparar, discriminar por motivos religiosos, raciales, físicos,
sociales o culturales. La pedagogía de la ternura se opone a la pedagogía de la violencia y en vez
de aceptar el dicho de que “la letra con sangre entra”, propone más bien el de “la letra con
cariño entra”; en vez de “quien bien te quiere te hará llorar”, “quien bien te quiere te hará
feliz”.
Características:
Ser consciente de que la educación tiene como objetivo fundamental el desarrollo integral
de la personalidad del educando.
Ser sumamente comprensivo, ya que reconoce las necesidades e intereses del educando,
atiende su problemática, sabe que la efectividad ocupa un lugar relevante en la psicología.
Se apresura a resolver los conflictos y lo hace del modo más eficaz posible, es decir, de
manera serena y reflexiva, utilizando siempre el diálogo e intentando convencer mediante
argumentos racionales.
Importancia
La pedagogía del amor es consciente de que la educación tiene como objetivo fundamental el
desarrollo integral de la personalidad del educando y, por ello, no reviste un carácter
reduccionista, limitándose a ser una nueva transmisora de conocimientos, sino que, además de
esa dimensión informativa e instructiva, procura atender a la dimensión formativa, facilitando al
educando la interiorización de los valores necesarios para afrontar la vida conforme a su dignidad
de persona.
Hemos de tomar conciencia de que necesitamos sentirnos útiles, valorados, amados y aceptados
por las personas significativas de nuestra vida. Necesitamos ser vistos, apreciados y reconocidos. Y
los continuos avances en el estudio de las emociones han confirmado que no hay aprendizaje sin
emoción. Las emociones negativas producidas por el miedo, la inseguridad, sentirse rechazado, y
no tener un rol positivo en el aula, cierran y bloquean la inteligencia. Y un clima emocional
positivo, de bienestar, seguridad, aceptación, abre la inteligencia y facilita los aprendizajes.
Fases
-Afectiva
-Cognitiva
-Expresiva
Principios
-Comunicación
-Cercanía
-Entusiasmo
-Ternura
Ventajas
Desventajas
Que el docente pierda el control del grupo por aplicar erróneamente la libertad. (dejando a un
lado la disciplina.
Representantes
La pedagogía del amor o la ternura implica que el educador, además de amar a todos y cada uno
de sus alumnos, se ama y ama lo que hace; ama su profesión y ama la materia que enseña. Si el
educador ama la materia que enseña, será capaz de transmitir ese amor a sus alumnos, les
comunicará su propia pasión. Estará siempre buscando, aprendiendo, formándose, y de este modo
provocará en los alumnos su hambre de aprender.
Para Paulo Freire (1921-1997) uno de los mayores y más significativos pedagogos del siglo
XX. Con su principio del diálogo, enseñó un nuevo camino para la relación entre profesores y
alumnos. Sus ideas influenciaron e influencian los procesos democráticos por todo el mundo. Fue
el pedagogo de los oprimidos y en su trabajo transmitió la pedagogía de la esperanza. Influyó en
las nuevas ideas liberadoras en América Latina y en la teología de la liberación, en las renovaciones
pedagógicas europeas y africanas, y su figura es referente constante en la política liberadora y en a
educación. Fue emigrante y exilado por razones políticas por causa de las dictaduras. Por mucho
tiempo, su domicilio fue el Consejo Mundial de las Iglesias en Ginebra, Suiza.
Asimismo, Francisco Tintos Lomas refleja bastante bien los rasgos de esa pedagogía del amor y
que me permito traer casi en su integridad. La “ pedagogía del amor” no se trata de una doctrina
nueva. No es una teoría propiamente dicha. Es, más bien, un estilo educativo, un talante, una
actitud que todo educador debe encarnar. Su validez es pues extensible tanto a los padres como a
los profesores.
El eje fundamental que vertebra la pedagogía del amor es, obviamente, el amor, porque él
constituye uno de los pilares básicos en los que ha de sustentarse la educación, ya que el amor
genera un movimiento empático que provoca en el educador la actitud adecuada para
comprender los sentimientos del educando y, en cierto modo, prever su comportamiento. Es
necesario, pues, reflexionar sobre el amor y analizar sus implicaciones, exigencias o
manifestaciones en el proceso educativo, a fin de perfilar algunos de los rasgos más sobresalientes
que configuran la pedagogía del amor, sin la pretensión de agotar el tema y como una mera
invitación a la reflexión.
En este sentido, la pedagogía del amor exige reconocer y aceptar al educando tal cual es y
no como nos gustaría que fuera, porque sólo conociendo y aceptando sus valores y sus defectos,
sus aptitudes y sus carencias propenderemos a potenciar y desarrollar los primeros y a corregir y a
enderezar los segundos. Es demasiado frecuente la tendencia de los padres a establecer
comparaciones entre los hermanos y de los profesores entre los alumnos. Pero es un error, porque
las comparaciones son siempre odiosas y no benefician ni al que es elogiado, porque fomentan en
él sentimientos de superioridad y orgullo, ni al que es censurado, porque disminuyen su
autoestima. Cada uno es como es y en toda persona hay siempre un acervo de cualidades valiosas.
Si le aceptamos, le enseñamos a aceptarse a sí mismo y le demostramos que no le queremos por
sus éxitos, sino por él mismo. La aceptación constituye, pues, el punto de partida del proceso
educativo.
Preguntas
A la luz de este texto y de lo que hemos reflexionado en esta jornada, ¿qué comportamientos y
actitudes debemos evitar, qué debemos mejorar, en qué debemos insistir?
¿A qué me comprometo yo como educador que quiere seguir a Jesús con mayor entrega?