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Salas, Ernesto, (1994), “Cultura popular y conciencia de clase en la resistencia peronista”, en Ciclos, año lV, Vol.

LV,
Nº 7, 2º semestre.

Salas postula la existencia de ciertos valores de la cultura popular que se habrían consolidado después del 55, a partir
de las acciones materiales de los grupos políticos y sindicales que dieron lugar a lo que se conoció como “la
Resistencia”.

El autor plantea que durante el periodo 55-58 existió una resistencia cultural construida de manera compleja, y que los
contenidos de esa resistencia cultural se transmitían mediante una red de estructuras informales de organización y
comunicación formada por los comandos, las comisiones internas y las organizaciones políticas juveniles, que
ocupaban “espacios seguros”, barrios, clubes. Fabricas, casas, cárceles, estadios de futbol, etc.

El resultado es la conformación de significados complejos que se han formado en el presente investigado, tanto como
son resabio de la experiencia previa, y constituyen una conciencia de clase no siempre homogénea ni determinada sólo
por las relaciones materiales entre las clases. (157-158)

La Revolución Libertadora

La Resistencia Peronista

“¿Se trataba del mismo peronismo existente hasta 1955 o era una nueva realidad (…)?”

Es el mantenimiento y crecimiento de la organización popular en condiciones de clandestinidad, exclusión e ilegalidad


y se basa en dos estructuras interrelacionadas: los comandos clandestinos y las estructuras de base de los sindicatos.
(160-161)

Los comandos fueron grupos pequeños organizados por dirigentes de 2da o 3ra línea que habían escapado a la cárcel
por ser desconocidos. Comienzan como reuniones políticas pero rápidamente pasan a la acción: sabotajes a la
producción, pintadas, atentados contra organismos del estado, etc. En general no había contacto entre los diferentes
grupos. Compartían la desconfianza a integrarse en estructuras no surgidas de ellos mismos. (161)

Una primera etapa de su existencia estuvo signada por la esperanza en un golpe de estado encabezado por militares
leales a Perón. La convicción en la inminencia de este golpe los llevaba a actuar con audacia, sin tomar medidas
mínimas de seguridad. Muchos caen rápidamente en manos de las fuerzas de seguridad. A partir del fracaso del intento
golpista de Valle estas expectativas se disipan y los grupos de comandos comienzan a ser estructurados a partir de la
iniciativa de Cooke.

A pesar de la represión, para 1957 sus actividades habían incorporado la población de prensa propia y la elaboración de
explosivos en laboratorios, suplantando el primitivo “caño” casero.

La mayoría de los comandos estaban integrados por obreros y por ende estrechamente conectados con las estructuras
sindicales clandestinas. Por esto, una de sus principales actividades era el sabotaje industrial y los atentados en apoyo a
las huelgas. (162)

Las estructuras de base sindicales: comisiones internas y cuerpos de delegados

La práctica de nombrar delegados existía desde los inicios del movimiento obrero, sin embargo es durante el peronismo
que las comisiones internas y los cuerpos de delegados se consolidan definitivamente. Su acción supuso “en el ámbito
mínimo de la vida obrera, la representación de una efectiva participación en el poder y una experiencia concreta que
quedaría grabada en la conciencia de la clase obrera.” (164)

Durante la segunda mitad de 1956 se realizaron elecciones de autoridades en los sindicatos y se inició la discusión de
partes en las paritarias. En este contexto se generalizan las medidas de fuerza en torno a tres reclamos: aumento salaria,
rechazo de la pretensión patronal de eliminar automáticamente los artículos que afectaran el aumento de productividad
y la discusión del convenio en su totalidad durante las paritarias. Los conflictos también respondían al reclamo de
reconocimiento por las patronales y el estado de las “estructuras paralelas”. (165-166)
Resistencia y cultura popular

A partir de esta presentación de las “acciones de los sectores en pugna” Salas se propone abordar “una perspectiva
diferente y complementaria”: la de los “valores culturales, simbólicos, que motivaban las acciones populares y los
significados que se construían históricamente en los actos de resistencia, y que modificaban o reafirmaban aspectos
previos de la experiencia de la clase obrera.” Cita respecto de esta concepción de la clase a Thompson.

Se trata de “abordar los aspectos de la cultura popular en su relación dinámica y contradictoria con la cultura de la
clase dominante”. Cita aquí a Stuart Hall, que propone que “lo popular” se estructura a partir de “las tensiones y
oposiciones” respecto de la “cultura dominante”. Se trata así de un fenómeno históricamente construido y dinámico,
fruto de las cambiantes relaciones de fuerza por la hegemonía, en el cual pueden identificarse momentos de
“resistencia” y de “contención” de la cultura popular por la dominante, y momentos ubicados entre ambos polos. Esto
implica rechazar una definición de la cultura popular a partir de valores “intrínsecos”, proponiendo en cambio que esta
es fruto de la lucha por la hegemonía. La relación entre la clase y la cultura popular no es lineal ni directa, ya que “las
culturas de clase tienden a cruzarse y coincidir en el mismo campo de lucha”. EL uso del término “popular” apuntar
precisamente a identificar esta relación “un tanto desplazada” entre la cultura y las clases. (166-167)

La resistencia peronista es una etapa excepcional porque en ella se han reafirmado, establecido y cristalizado una serie
de aspectos importantes de la cultura popular y el imaginario colectivo. (167)

Desde estas premisas teóricas, Salas analiza el significado diversos elementos de la cultura popular del período:

Tener retratos y nombrar públicamente a Eva y Perón, vinculados al efecto antagónico del decreto 4161; la
construcción de una religiosidad popular que convirtió a Evita en Santa Evita, multiplicándose los altares y velas
encendidas en los hogares junto a su foto.

La reformulación de la cruz y la “v” de la victoria adoptadas como símbolos de la unión entre iglesia y ejército por el
nuevo gobierno, de la que surge el símbolo “por excelencia” de la Resistencia, reemplazando la cruz por la “P”,
dándole el sentido de “Perón vuelve”.

La adopción del término “gorilas” para designar a los antiperonistas, reafirmando así la propia identidad por oposición.

La utilización de la Marcha Peronista o el Himno como “herramientas de resistencia”.

Conclusiones

Más que “creación popular autónoma” se trata de una “argamasa contradictoria de mensajes y significados” a partir de
la cual Salas propone dos conclusiones

En primer lugar, que “Una paradoja no siempre comprendida parece circular al peronismo. (...) la identidad resistente
del peronismo y el recuerdo colectivo tendieron a gestar el mayor enfrentamiento clasista de la argentina moderna: aun
incluido dentro del marco del sistema, el movimiento tendió permanentemente a salirse de el. Un imaginario colectivo
plagado de tradicionalismo pero inconciliable a partir de los reclamos obreros, se convirtió históricamente en un
movimiento dinámico y contradictorio, que se opuso efectivamente a la hegemonía de la clase dominante y gesto en su
seno contradicciones insolubles que estallarían poco después” (pp. 171)

En segundo lugar, “una tendencia a la unidad del movimiento que esta expresada no tanto en el reconocimiento de la
mismidad, en la autorreferencia-basada en iguales acciones y la misma cosmovisión- sino por oposición dentro del
campo peronismo-antiperonismo. La descripción a la que alude el termino ‘gorila’ no solo identifica de manera general
al adversario, sino que unifica también todo lo ‘no-gorila’, aun cuando se trate de ‘duros’ o ‘blandos’, ‘combativos’ o
‘participacionistas’. De ello también que la única autoridad para establecer el ‘adentro’ o el ‘afuera’ residiera cada vez
más en la figura de Perón” (pp. 172)
En tercer lugar, la reafirmación de ciertas experiencias históricas de la clase obrera, en particular la revalorización de
las estructuras de base como lugar desde el cual “se articula la búsqueda de poder” y la diferenciación entre aquellos
que actúan mediante la búsqueda de alianzas con el estado y aquellos que usan los sindicatos con un sentido político
más amplio. (172)

La exclusión generó muchas respuestas diferentes, pero todas ellas estaban unidas por el reconocimiento de común de
un pasado mejor “que se transfiere al presente como bandera del futuro”. La unidad y sentido de las diferentes acciones
estaban dados por “aspectos a la vez simbólicos y materiales construidos en común”. (172)

El sentido de la resistencia fue transmitido entre los sectores populares y de generación en generación. Eliminadas las
fuentes formales de organización, comenzaron a tener un papel preponderante las organizaciones informales, los
ámbitos mínimos de la vida cotidiana, mucho más impermeables a la represión. Las fábricas, y en ellas las comisiones
internas y cuerpos de delegados; el barrio, los clubes de fútbol, las organizaciones vecinales, los lugares de
esparcimiento, las casas. (173) Progresivamente fue adquiriendo importancia la palabra escrita, primero las directivas
de Perón, más tarde la prensa clandestina o semi clandestina. Por última, la cárcel sirvió para comunicar a los distintos
grupos de la resistencia. (174)

Esto no significa que todos participaran de la Resistencia y de los significados por ella construidos. Sin embargo, los
sectores obreros participaron de una u otra forma. Preservando la memoria, participando en una manifestación,
cantando en la cancha, teniendo una foto, utilizando las palabras y los significados construidos por la resistencia. Y,
sobre todo, compartiendo ese mito de un pasado mejor que pretendían recuperar. (174)

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