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Retornar a Engels.

Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 17


Por Alejandra Ciriza
Hoy, el gran ejército único, el ejército internacional de los socialistas, que avanza
incontenible y crece día por día en número, en organización, en disciplina, en claridad de
visión y en seguridad de vencer. El que incluso este potente ejército del proletariado no
hubiese podido alcanzar todavía su objetivo, y, lejos de poder conquistar la victoria en un
gran ataque decisivo, tuviese que avanzar lentamente, de posición en posición, en una
lucha dura y tenaz, demuestra de un modo concluyente cuán imposible era, en 1848,
conquistar la transformación social simplemente por sorpresa (Engels, 1957 (1895): 78).
Es evidente que si Colletti hubiera revisado la documentación arriba referida, que como
señala Kellog era bien conocida ya en los años 30, buena parte de la evidencia sobre la que
reposaba su interpretación se hubiera visto conmovida (Kellog, 1985). O tal vez no. Pero
en todo caso es claro que la lectura de lo que los socialdemócratas transformaron, no sin
mala fe, en el Testamento que justificaba, investido de la autoridad de Engels, sus
estrategias políticas, constituye en realidad el punto de partida para una serie de reflexiones
mucho más complejas acerca de las condiciones de la práctica revolucionaria. Engels
advertía que ya no habría trincheras para el proletariado, ni combates decisivos, sino más
bien guerra de posiciones en un mundo en cual no habría derrumbes, sino en todo caso
batallas ganadas y perdidas en la larga lucha de los nadies por conquistar un lugar en el
mundo12.

Segunda parte. Sobre las relaciones entre marxismo y feminismo.


Cualesquiera sean las contradicciones del movimiento
feminista en el mundo, la verdad es que las consecuencias
de su existencia ya son, felizmente, irreversibles.
Dora Coledesky, feminista y marxista argentina, 27 de julio 2000

2.1.Pasado y presente.
Cuando acepté escribir un breve texto acerca de “El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado” realizaba un gesto que condensaba, en el deseo de retornar a Engels,
una buena parte de mi biografía política, una biografía que sólo me pertenece
personalmente en algunas singularidades, pero que es, en otros aspectos, una biografía
social y colectiva, producto de los recorridos personales y políticos de alguien que forma
parte de una generación de mujeres nacidas mujeres en una coyuntura de singular
movilización social y política. En suma, de una generación sobre la cual pesó de manera
decisiva un tipo de práctica que entonces llamábamos la “doble militancia”, esto es, la
tensión entre la percepción de cuánto de personal había en las formas de nuestra
subalternidad como mujeres y la formación en el clima intelectual y las herramientas
conceptuales del marxismo, en la convicción de que muchas de ellas eran una guía
indispensable para orientar la praxis política en un sentido emancipatorio.
Francisco Fernández Buey señala que:
“feminismo, ecologismo y pacifismo han nacido en el marco y al rebufo de un movimiento
social más amplio, el movimiento estudiantil… tienen su origen en las capas medias
ilustradas de las sociedades llamadas de capitalismo tardío o avanzado, en una fase de
crecimiento económico relativamente acelerado, de acentuada generalización de la

12
Engels responde de esta manera a un interrogante que será retomado por Gramsci: el de la densidad de la
historia y la complejidad de los obstáculos que los procesos de lucha llevados a cabos por los sectores
populares implican. Engels, como ha apuntado Boron, se ocupa de formular a la luz de los acontecimientos
posteriores a la Comuna una reevaluación de las estrategias a seguir en el contexto de las transformaciones del
capitalismo, y del estado burgués que hacían necesario considerar los alcances, potencialidades (y a pesar de la
socialdemocracia) límites del uso de la legalidad como estrategia política para la clase obrera alemana (Cfr.
Boron, 2000)
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enseñanza universitaria… y de incorporación relativamente rápida de la mujer al trabajo
externo (no exclusivamente doméstico). Los tres… han crecido, sobre todo por lo que hace
a Europa, discutiendo, polemizando y/o dialogando con el movimiento social crítico (e
inicialmente alternativo) de la sociedad capitalista más implantado en la época, es decir,
con el movimiento obrero y sindical. Los tres… han nacido y se han desarrollado
criticando a la vez "la democracia realmente existente" (en EEUU y Europa occidental) y
el "socialismo realmente existente"… En su origen fueron básicamente movimientos
antiautoritarios, antiburocráticos, antimilitararistas, antiimperialistas, antiproductivistas,
antipatriarcales; y, por extensión, fueron también a la vez anticapitalistas (entendiendo por
tal su oposición crítica al complejo industrial/patriarcal/militar del industrialismo
productivista de la época) y antisocialistas (entendiendo por tal, básicamente, el modelo
soviético de socialismo existente en la URSS, no todo socialismo)(Fernández Buey,
2005:91).
Esto es: no se trata sólo de un asunto personal, de la particular percepción acerca de las
relaciones entre feminismo y marxismo que alguna feminista porte, sino de algo más: un
clima de época que nos sujetaba a la tensión entre nuestro interés en el feminismo, ligado a
la percepción de que la opresión de las mujeres se extiende más allá de los límites de la
clase, y se explica en razón de mecanismos de explotación y dominación específicos, que
dimos en llamar patriarcado; y la evidencia de que la opción por el feminismo no ha
implicado necesariamente una posición anticapitalista, ni tan siquiera vagamente
izquierdista. Para decirlo brevemente: del mismo modo que el marxismo ha estado y está
aun atravesado por elementos patriarcales -ligados no sólo a la subsunción de la llamada
“contradicción de las mujeres” en la lucha de clases, sino también a las trayectorias de las
experiencias revolucionarias, a las prácticas organizativas de los partidos de izquierda y a
la reproducción de subalternidades que no alcanzaban tan siquiera la posibilidad de ser
puestas en palabras- el feminismo está cruzado de contradicciones y tensiones con otros
movimientos de emancipación pues como es sabido la sensibilidad hacia la causa de las
mujeres no es necesariamente afín con una sensibilidad semejante ante otras formas de
opresión, dominación o explotación.
La década del 60, incluso avanzados los 70, constituye un hito relevante en el cruce entre
marxismo y feminismo pues las revueltas juveniles de esos años pusieron en cuestión
muchas de las certezas transmitidas, tanto en lo relativo a la cuestión del sujeto político de
la revolución como a los alcances de los procesos de transformación revolucionaria. Es
decir: no sólo se trataba ahora de un colectivo formado por obreros, sujetos con una
localización precisa en cada formación social en función de las contradicciones tópicas del
capitalismo, sino de sujetos diversos que portaban demandas ligadas a la vida cotidiana y a
la subjetividad, al cuestionamiento de las consecuencias de la expansión colonial de Europa
y Estados Unidos sobre el planeta, a las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza,
a la sexualidad, el trabajo doméstico, el cuerpo, la paz. Estas demandas se encarnaban en
mujeres, jóvenes, negros y negras en Estados Unidos, mujeres, jóvenes y movimiento
obrero en Europa; jóvenes, trabajadores, intelectuales, tanto varones como mujeres
comprometidos en la lucha antiimperialista o anticolonial en los países latinoamericanos y
africanos. En América Latina el impacto del mayo francés se articuló a la herencia de la
revolución cubana; al ejemplo político y las formas organizativas de los movimientos de
emancipación en África y a la larga resistencia vietnamita ante la colonización francesa
primero y ante la invasión norteamericana después.
Las condiciones de movilización social y política de esa época permitieron poner en
cuestión algunas de las tesis de la concepción transmitida por la vulgata marxista e hicieron
relevante la pregunta sobre la relación entre producción y reproducción de la vida humana
poniendo sobre el tapete un asunto crucial para la vinculación entre feminismo y
marxismo: el carácter heterogéneo de los sujetos de la revolución y las relaciones entre las
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condiciones estructurales y la división sexual del trabajo, entre el mundo público y el
privado, entre lo personal y lo político, entre capitalismo y patriarcado. Como la mayor
parte de las veces esos debates sobre el presente iluminaban zonas oscuras y olvidadas del
pasado obligándonos a revisar algunos asuntos teóricos y echando nueva luz sobre algunos
puntos ciegos en nuestras propias prácticas y en la historia del marxismo y del movimiento
obrero, en la historia de las relaciones entre cuerpo y política13.
En ese clima es que se produjo un amplio debate acerca de los alcances de la noción de
patriarcado. La pregunta por el patriarcado obligaba a pensar la cuestión planteada por
Engels: los orígenes de la familia monogámica estaban ligados a la apropiación privada de
los excedentes socialmente producidos, al ingreso en la historia escrita y a la imposición de
relaciones de dominio de los varones sobre las mujeres. La pregunta por la relación entre
propiedad privada y organización familiar, entre relaciones de producción y reproducción
de la vida humana, que durante mucho tiempo había sido objeto de respuestas más o menos
automatizadas pues se suponía (a partir de una lectura simplificada del texto de Engels) que
la cuestión de las mujeres se resolvería con el ingreso masivo de las mujeres al mundo del
trabajo productivo, se puso a la orden del día.
Por esos años se produjo un debate en torno de la noción de patriarcado que involucró tanto
a teóricas inscriptas en la tradición marxista, como Zillah Eisenstein como a autoras ligadas
a la tradición del feminismo radical, como Shulamith Firestone y Kate Millet (Eisenstein,
1978; Firestone, 1970, Millet, 1995 (1969)). La categoría patriarcado proporcionaba
herramientas para dar cuenta del control que los varones ejercen sobre el conjunto de la
reproducción humana, esto es: la sexualidad (pues el dominio patriarcal, a través de
complejos dispositivos de poder, establece determinadas relaciones de parentesco que,
como dirían las italianas, clasifican a las mujeres en putas y santas), la reproducción
humana sexuada y las relaciones de reproducción social (que comprenden el cuidado de los
seres humanos en la unidad doméstica y las tareas de producción de bienes de uso). Es
preciso tener en cuenta, además, que las particulares formas como se relacionan los
procesos de reproducción y producción social producen variaciones en las relaciones de
sujeción - subordinación que afectan a las llamadas mujeres (Ciriza, 1993: 153-4).
La categoría de patriarcado, es preciso decirlo, forma parte de aquellas palabras cuyo
significado, en palabras de Raymond Williams, está sujeto a variación, pues “encarnan
diferentes experiencias y lecturas de la experiencia” (Williams, 2000: 28). En los años 70
las dificultades teóricas y políticas derivaban de la inscripción de la categoría patriarcado

13
El texto de Sheila Rowbotham, Donne, Resistenza e rivoluzione, un libro que condensa riqueza en la
presentación de los procesos históricos y un planteo teórico complejo, es un ejemplo de esa tarea. El libro
procura establecer un panorama de las controvertidas y complejas relaciones entre las mujeres y los
movimientos revolucionarios, desde las impúdicas mujeres protestantes, entre ellas, en el siglo XVII, Anne
Hutchison, una joven mujer protestante que vivía en Massachusetts y creía y predicaba que Dios habitaban en
cada individuo, varón o mujer, subvirtiendo de ese modo el dogma calvinista sobre la superioridad masculina.
Fue procesada por la autoridad civil y religiosa y obligada a arrepentirse de tamaña herejía. Sin embargo no
estaba sola: otras, como Anne, incurrieron en herejías y aberraciones interpretativas. Y es que la idea de
insubordinación caía en un terreno fértil en el siglo XVII. Los seres humanos salían del “vientre de la
ballena” gritando: “Naturaleza, Razón, Justicia, Derechos, Libertad, Propiedad, Independencia”, y las
mujeres se sumaban. Representaban un aspecto de una revolución más amplia, del mismo modo que
sucedería en el clima agitado de la Gran Revolución y en tiempos de las luchas sociales en Francia.
Rowbotham repasa los clásicos del marxismo y la inclusión de las mujeres en los programas oficiales de la
socialdemocracia para avanzar en la lectura del lugar de las mujeres en las luchas por el sufragio, hacia fines
del siglo XIX y su sitio en los meses de gestión de la Comuna de París. Los procesos revolucionarios del
Siglo XX, la experiencia de la revolución rusa (y la mención inevitable de la notable Alexandra Kollontai), la
revolución china e incluso la situación de las mujeres en la revolución argelina y vietnamita completan el
libro, escrito en los años 70, cuyo subtítulo reza: “Un análisis histórico para una discusión actual”
(Rowbotham, 1976 (1972).
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en dos tradiciones distintas, la marxista y la radical, que leían la noción de maneras
diferentes.
La idea de que lo personal es político, así como el énfasis en el carácter político de la
dominación masculina, proporcionó una particular iluminación de época al debate sobre el
patriarcado: por una parte se produjo un interés minucioso en la cuestión de la sexualidad,
los afectos, el amor, las experiencias maternales, las relaciones entre las mujeres y por la
otra abrió el horizonte a la utopía de la hermandad entre las mujeres, basada en la idea de la
existencia de un sustrato de experiencia común: la dominación masculina.
Si en los 60 y 70 algunas feministas estaban interesadas en el diálogo con el marxismo, los
años 80 y 90 abrieron un abanico de preguntas en direcciones muy diferentes. Las
feministas ingresaron en la academia, y la idea de teoría feminista, o de estudios de mujeres
fue cediendo lugar a la noción de género que adquirió (a partir del predomino de la
academia norteamericana a nivel mundial) carta de ciudadanía en una serie de disciplinas.
Es por demás conocido el célebre artículo de la historiadora norteamericana Joan Scott.
Para Scott la noción de género abre un horizonte de crítica hacia la perspectiva edificada
por los estudios de mujeres en su campo disciplinar específico: el de la historia. Si la
historia de las mujeres había buscado visibilizar lo invisibilizado, la de género es una
categoría relacional que permite advertir el carácter asimétrico de las relaciones de poder
entre sujetos sexuados. Para Scott el tenor relacional del género permite introducir, en cada
momento histórico, especificaciones relativas al modo como se articula la diferencia de
género con otras determinaciones inherentes al lugar social de los sujetos: la clase, la raza,
la cultura (Scott, 1993).
Si el uso de la noción de género, a partir de los ’80 comenzó a extenderse a diversos
campos disciplinares: no sólo la historia, la sociología, la psicología y la antropología, sino
también la literatura e incluso la filosofía y la epistemología misma, ello se debió a una
serie de razones tanto sociales como académicas. En los inaugurales sesentas la irrupción
del feminismo en los países capitalistas avanzados había dado lugar a transformaciones en
el campo intelectual: los Women’s Studies en Canadá y Estados Unidos y los estudios
feministas en Europa, sobre todo en Inglaterra, Francia, Italia. Profundamente ligados a los
movimientos feministas y de mujeres, estos estudios tenían un sentido militante y
procuraban elaborar respuestas a las preguntas surgidas de las prácticas y demandas de las
mujeres.
En los años 80, en Estados Unidos, los estudios de mujeres se habían academizado
suficientemente como para necesitar establecer una ruptura respecto del pasado militante a
fin de lograr legitimación como especialidad académica deshaciendo la pregunta sobre el
lugar de las mujeres en la sociedad de dos compañías incómodas: la de la sexualidad y la
de la política.
En un clima de atenuación de las pasiones políticas las preferencias temáticas se fueron
desplazando en dirección a la llamada “sensibilidad ante las diferencias” y hacia los temas
ligados a la cuestión de la identidad y el reconocimiento. Fueron años en que una nueva
forma de legitimación del capitalismo tardío, el llamado posmodernismo, instaló en la
agenda de debates la crítica de los universalismos, del llamado falogocentrismo occidental
y de las utopías14. El asunto de la dominación capitalista entró en un cono de sombras

14
La noción de falogocentrismo procede inicialmente de la filosofía de Jacques Derrida, quien la acuña a
partir de la idea, sostenida en su texto clásico, De la gramatología, de que la filosofía occidental ha sido
edificada sobre la base de la legitimación de una serie de identificaciones que han posibilitado la creencia de
que la violencia, la materialidad, la diferencia, la corporalidad, constituirían una especie de “agregado”
respecto de un logos inocente, pura espiritualidad El fonologismo otorga a la razón, a la ciencia, al lenguaje,
un lugar por encima y más allá de la materialidad, la escritura, la posición , el cuerpo. Este mecanismo de
legitimación ha hecho posible identificar sin más la palabra de los varones, blancos, europeos, educados, con
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opacado por temas como el de los consumos culturales, la proliferación de las diferencias,
la densidad del lenguaje.
En el campo de la teoría feminista vale la pena señalar la presencia vigorosa de una línea
de pensamiento surgida de la reflexión en torno de las particulares experiencias de las
mujeres. En las antípodas de los dichos de De Beauvoir, muchas feministas afirmaron la
posibilidad de construcción de un mundo diverso, ya no de apropiarse del mundo que hasta
ahora han edificado los varones de la especie proclamándolo como el único mundo
universal y humano, sino de socavar e incluso invertir la perspectiva falogocéntrica.
Luce Irigaray, entre las francesas, Carol Gilligan entre las estadounidenses, las italianas
nucleadas en torno de la librería de Mujeres de Milán, entre otras, han producido una
conmoción en la idea de que la utopía feminista consista simplemente en ingresar al mundo
masculino. Sus puntos de vista han complejizado la mirada introduciendo registros en otros
tiempos impensados acerca de los avatares de la subjetividad y el deseo de las mujeres.
Irigaray, por ejemplo ha producido una crítica de la teoría freudiana sobre la constitución
de la subjetividad femenina según la cual la lectura de Freud pone de manifiesto los límites
de una mirada sobre las mujeres que se produce a partir de un modelo (la masculinidad)
sobre el cual y a partir del cual las mujeres se representan como “lo otro” misterioso,
ininteligible. Freud procede a partir de la lógica de lo mismo situando a las mujeres en el
sitio de lo innominado, pues su teoría supone un modelo único de deseo: el del joven varón
Edípico por la madre, y un único modelo de placer y de órgano sexual. Nada se dice de la
vulva y la vagina, que son descriptas en términos de “ausencia de”. Ahora bien, el a-priori
y el deseo de lo mismo no se sostienen sino gracias a la dominación de un único deseo, el
masculino, que deja a las mujeres o bien por debajo o bien por fuera del "modelo". Ni
iguales ni inferiores, las mujeres son diferentes. En nuestra cultura, como ha subrayado
Luce Irigaray, no sólo falta alguna forma de conceptualización que permita pensar a las
mujeres y sus deseos, sino formas de situar las genealogías de mujeres pues “Las relaciones
madres-hijas en las sociedades patrilineales quedan subordinadas a las relaciones entre
hombres” (Irigaray, 1974; Irigaray 1992: 14).
A comienzos de los años 80 Carol Gilligan publicó un texto de psicología evolutiva en el
cual describía el desarrollo moral de las niñas. En In a Different Voice Gilligan intenta,
según sus propias palabras, “ensanchar la comprensión del desarrollo humano” (Gilligan,
1985:17) procurando comprender la especificidad de las experiencias morales de las
mujeres, habida cuenta de que “es difícil decir diferente sin decir mejor o peor… como esta
escala (de medición) se ha derivado de datos de investigación tomados predominantemente
con varones… los psicólogos han solido considerar el comportamiento masculino como la
norma y el comportamiento femenino como una especie de desviación de tal norma”
(Gilligan, 1985: 33s.). El desvío sistemático en las respuestas de las mujeres no obedece a
la imposibilidad de logro en una única medida de desarrollo moral, sino a que existe una
manera diferente, característica de las mujeres, de resolver problemas morales. De lo que
se trata es que las mujeres tienden a pensar los conflictos morales como responsabilidades
en conflicto y no como derechos competitivos, de allí que su manera de resolverlos no se
guíe por principios abstractos y formales, sino por un modo de pensar contextual y
narrativo (Gilligan, 1985: 42). La idea de que el sujeto está arraigado en sus condiciones de
vida y determinado por sus vínculos con otros y otras es uno de los temas centrales de lo
que Gilligan ha llamado la ética del cuidado, que ella distingue de la ética de la justicia,
ligada a ideales de imparcialidad e igual consideración en el sentido abstracto del término.
Aunque lo que Gilligan propone es describir dos modelos alternativos de evolución moral
diferenciándolos sin jerarquizarlos, el hecho de que ella se haya ocupado de sistematizar

una suerte de discurso neutral por cuya boca habla lo universal, fuera de toda posición marcada por el cuerpo
o situada, y por ello sospechosa (Derrida, 1984 (1967)).
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las respuestas de las mujeres ha conducido a leer su teoría como una ética femenina con
tintes esencialistas15.
Más allá de las críticas que pudieran hacerse a las teóricas del llamado feminismo de la
diferencia, mucho más complejo de lo que una rápida exposición en este lugar permite
vislumbrar, lo que ellas ponen de manifiesto es la dificultad para interpretar en términos
teóricos los efectos sociales y políticos de las diferencias corporales, así como una
tendencia, dentro del campo de la teoría feminista, a enfatizar las relaciones sinuosas entre
lo personal y lo político y a explorar en el terreno incierto de la teorización de la diferencia.
Los tiempos que corren, recogen en parte los señalamientos de las teóricas de la diferencia,
pero sospechan del esencialismo que subyace a sus posiciones. La llamada tercera ola ha
visto estallar la cuestión de la heterogeneidad entre las mujeres: la raza, la cultura, la
orientación sexual, ser mujeres biológicas o no serlo, son temas que se han transformado en
asuntos de la mayor relevancia, al mismo tiempo que una cierta versión del feminismo
occidental recorre el mundo bajo el signo de la serie de Conferencias Internacionales que
culminaron en Beijing. En los últimos años se ha producido un amplio proceso de
expansión internacional de lo que desde el punto de vista de la tradición podríamos llamar
los derechos democrático-burgueses para las mujeres en el plano civil mientras se
desfondan para las más pobres, tanto en los países centrales como en la periferia del otrora
denominado tercer mundo, las condiciones materiales para su ejercicio, y la ampliación se
cumple en unos términos y en un contexto que nos hacen sospechar sobre su significación
emancipatoria16.
Es por ello que poner a la orden del día la cuestión de las relaciones posibles entre
feminismo y marxismo no puede residir en la repetición de la letra muerta de los clásicos,
sino en la búsqueda de herramientas que permitan interpretar las transformaciones habidas
en la situación de las mujeres en los últimos años, en los cuales se ha producido también
una profundización de la explotación de los sujetos subalternos varones y mujeres. Un
instante de peligro en que la ferocidad homicida del capitalismo amenaza al planeta y a la
humanidad toda.

2.2.Leer a Engels, preservar la ambivalencia


“La reposesión de nuestros cuerpos por parte de las
mujeres… el libre ejercicio por parte de todas las mujeres
de la elección sexual y procreadora catalizará enormes
transformaciones sociales sólo puede ocurrir codo con
codo, no antes ni después, con otras demandas que se han
negado durante siglos a las mujeres y algunos hombres: el
derecho a ser personas, el derecho a compartir justamente
los productos de nuestro trabajo, no ser usadas sólo como
un instrumento, un papel, un útero, un par de manos, una
espalda o un conjunto de dedos; a participar plenamente

15
Lo cierto es que muchas filósofas y teóricas feministas se han ocupado y se ocupan de poner en términos
densos las experiencias de las mujeres, sus prácticas y valores, entre ellas, la experiencia de la maternidad.
Sara Ruddick, por ejemplo, considera que la experiencia del trabajo maternal habilita para el desarrollo del
pensamiento maternal, una unidad de emoción, juicio y reflexión mutuamente implicados entre sí que
constituye la base de un tipo de conducta ética y política sobre la que es preciso reflexionar a fin de contribuir
a la construcción de prácticas éticas y políticas futuras. Desde el punto de vista de Ruddick el cuidado atento,
propio del pensamiento maternal, puede encarnar en varones y mujeres proporcionando otros modelos de
resolución de conflictos orientados a la preservación de la paz (Ruddick, 1989).
16
Jules Falquet, pone en cuestión que la ONU sea efectivamente aliada de las mujeres. Desde su punto de
vista más bien se trata de un lento y seguro trabajo de imposición de su agenda a través de una operación de
desviación (en provecho de los organismos internacionales) de la legitimidad ganada por el activismo
constante y sostenido por el movimiento de mujeres y las feministas (Falquet, 2004: 38-43).
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en las decisiones de nuestro lugar de trabajo, nuestra
comunidad, a hablar por nosotras mismas, por derecho
propio”(Adrienne Rich, 1986: 21 s.)

Sin lugar a dudas “El origen”, inscripto como está en el corazón de la tradición marxista,
puede ser objeto de múltiples lecturas. Desde aquellas interesadas en analizar la relación
entre marxismo y antropología, un asunto no menor a la luz de la relevancia que han
adquirido los debates en torno del carácter eurocéntrico de la tradición marxista, y los
singulares avatares de la antropología, una disciplina nacida del interés práctico político de
dominación colonial por parte de los países centrales, hasta la pregunta por la teoría
marxista del Estado.
Este estudio preliminar se orienta preferentemente hacia la cuestión de las relaciones entre
feminismo y marxismo bajo la idea de que en el texto de Engels condensa uno de los
asuntos más controvertidos en orden a la producción de teoría crítica: el de la pregunta por
las relaciones entre clase y género, entre la opresión de las mujeres -que cruza todas las
clases sociales y hace sumamente diversas sus experiencias- y la explotación clasista bajo
el capitalismo como experiencia común a las clases sociales subalternas.
Para nosotras, feministas, es preciso dar cuenta de aquello que nos afecta como mujeres,
pues de mujeres se trata en el infanticidio de fetos femeninos en China e India, en la
infibulación y la clitoridectomía, en el feminicidio, es decir, el asesinato selectivo sólo por
ser mujeres, que afecta a miles de latinoamericanas asesinadas en Ciudad Juárez de manera
notoria, pero también en otros países de la región, es mayoritariamente de mujeres jóvenes
y pobres que se trata cuando se hace referencia al tráfico de seres humanos. De feminismos
se trata cuando ponemos en el centro de nuestras reflexiones nuestros cuerpos y las
consecuencias políticas de nacer en un cuerpo de mujeres.
El texto de Engels es uno de los pocos que los “cofundadores del marxismo”, por retomar
la expresión de Labica, dedicaron al asunto específico de la situación de las mujeres en la
sociedad. El Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado es un texto complejo
carente de una única dirección de lectura pues a la vez que por una parte liga la cuestión de
las mujeres y de su lugar en el orden social a los temas habituales para la tradición: la
relación entre producción y reproducción de la vida humana y sus efectos sobre la vida de
los sujetos, las vicisitudes históricas de las relaciones de producción, los cambios en
relación seres humanos y naturaleza, la emergencia de la sociedad de clases y la formación
del Estado como una entidad autonomizada respecto de la sociedad civil, por la otra se
ocupa de asuntos inhabituales: la transformación en los lazos de parentesco y la división
sexual del trabajo considerada como algo más que un mero avatar en el desarrollo histórico
de la división social del trabajo, una breve historia del amor moderno, el matrimonio, la
prostitución, el asunto del patriarcado como mecanismo específico de opresión de las
mujeres.
Engels presta especial atención al proceso de transición de la barbarie a la civilización
como momento en que se producen una serie de transformaciones significativas para la
humanidad en su conjunto: la aparición de una forma de organización de las relaciones
familiares marcada por el predominio masculino que derivarán en monogamia, la historia
escrita, la emergencia de las sociedades clasistas y del Estado.
En la lógica habitual de la tradición marxista se pueden incorporar sin dificultad muchas de
las reflexiones de Engels, desde sus consideraciones sobre el efecto de inversión fetichista
que provoca la producción mercantil sobre la vida de los sujetos, hasta el análisis del
proceso de descomposición de la sociedad gentilicia que condujo, en los casos analizados
(Grecia, Roma antigua, Celtas y Germanos) a la organización del Estado como una entidad
separada e incluso la hipótesis del matriarcado (o las familias matrilineales como forma
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propia de organización de las relaciones de parentesco en sociedades con economía de
subsistencia), sin embargo es inevitable la tensión cuando de la noción de patriarcado se
trata. Volveremos sobre el asunto más adelante.
El texto de Engels busca, a la luz de los conocimientos existentes en su época,
explicaciones sobre la relación entre organización familiar y propiedad privada en un
momento histórico, hacia fines del siglo XIX, en que la burguesía escribía la elegía de la
mujer doméstica y el varón productivo, un momento en el cual los efectos del avance de las
fuerzas productivas se hacía sentir sobre las vidas de las mujeres de la clase obrera, tal
como Engels mismo lo había advertido en su conocido escrito sobre la situación de la clase
obrera inglesa publicado en 1845, un momento, por añadidura, de ascenso de la moral
llamada victoriana, que controlaba a ultranza la moral sexual de las mujeres a la vez que
manifestaba abierta tolerancia hacia la doble moral masculina, un tiempo en que, como
bien señala Engels, nada podía decirse sobre prostituyentes, sino sólo sobre prostitutas.
(Engels, 2002 (1845); Engels 1971 (1884), 1977 (18884); 2001 (1884)).
Se trata, en la perspectiva de Engels, de proporcionar explicaciones acerca de las
articulaciones entre el avance de las fuerzas productivas, la transformación en las
relaciones de producción y los lazos de parentesco que han desembocado en sociedades en
las cuales las mujeres han perdido el control sobre sus capacidades productivas y
reproductivas, sobre su trabajo y el producto de su trabajo, devenido irrelevante, y también
sobre sus propios cuerpos a partir de una singular forma de organización de las relaciones
familiares: la familia patriarcal y monogámica.
Para Engels en “el origen de la familia” patriarcal monogámica se encontraría también el
origen de la sujeción femenina, una hipótesis que se va desplegando a través de sucesivos
núcleos temáticos en los cuales Engels da cuenta tanto de las investigaciones llevadas a
cabo por Morgan y Bachofen como de la perspectiva de Marx, visible en el capítulo IX,
“Barbarie y Civilización”, donde el autor procura una respuesta teórica y política a los
diversos asuntos trabajados en el libro.
A lo largo de 9 capítulos Engels va desarrollando una serie de nudos temáticos que podrían
sintetizarse de este modo:
1. una explicación acerca de los orígenes de la forma actual de la organización de la
sociedad, tanto en lo referido a la producción como a la reproducción de la vida humana
que recurre a una triple genealogía, por una parte el trabajo antropológico de Morgan, del
cual toma es célebre esquema de los estadios prehistóricos de la cultura (salvajismo,
barbarie y civilización), el trabajo de Bachofen relativo a la teoría de la existencia de una
organización matriarcal primitiva que se habría disuelto en la transición del salvajismo a la
barbarie para dar lugar a un tipo de organización familiar en la cual, por citar a Engels, la
supremacía incondicional de los varones sobre las mujeres parece ser la única ley
proclamada como fundamental para la organización de la sociedad (Cfr. Engels, 1971
(1884); 1977 (1884), 2000 (1884), C.II.). Finalmente, desde luego, la crítica que tanto el
propio Engels como Marx habían elaborado respecto de la sociedad capitalista, centrada en
la crítica de los efectos del fetichismo de la mercancía sobre la vida real de los sujetos
humanos, varones y mujeres.
2. una reflexión recurrente sobre las relaciones entre naturaleza y cultura, pues la división
sexual del trabajo, la organización familiar, la emergencia de la propiedad privada ponen
en el tapete la cuestión recurrente de la relación entre naturaleza y cultura, un asunto ante el
cual Engels ofrece por cierto una respuesta ambivalente.
3. una explicación acerca de los orígenes de la organización de la familia patriarcal que
anuda una serie de asuntos relacionados entre sí, como la vinculación entre las diversas
formas de organización del parentesco, la herencia y las formas de propiedad; la cuestión
de la división sexual del trabajo y los efectos que sobre las mujeres ha tenido su lugar
Retornar a Engels. Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 25
Por Alejandra Ciriza
especializado como productoras de bienes de uso y responsables fundamentales de la
organización de la vida cotidiana y el trabajo doméstico; el tema no menos complejo de los
efectos de la organización de la familia monogámica, no sólo sobre la división social del
trabajo, sino sobre la situación de las mujeres, cuya única carrera posible, una vez
desposeídas del valor social de su trabajo, pasa por la carrera matrimonial para las unas y
mientras la prostitución se convierte en destino inevitable para las otras. Engels no olvida
realizar valiosas observaciones sobre el contrato matrimonial moderno: sobre la igualdad
formal entre varones y mujeres en los regímenes políticos modernos y sus efectos
desiguales sobre las mujeres, realizando una comparación entre contrato matrimonial y
contrato de trabajo.
La perspectiva de Engels, marcada por la mirada histórica hacia los procesos a través de los
cuales se disolvieron las organizaciones gentilicias, se despliega a lo largo de cinco
capítulos en los cuales da cuenta de las transformaciones en la producción de los medios de
vida y la organización familiar que derivaron, entre los iroqueses, los griegos, los romanos,
los celtas, los germanos, en procesos específicos a través de los cuales se produjo el
estallido de las costuras de la antigua sociedad gentilicia dando lugar a la formación de
sociedades clasistas y del estado como una entidad autonomizada y separada.

En cuanto al primer nudo temático, Engels se vale de los postulados de Morgan para
ordenar la historia de la humanidad desde un esquema que podría considerarse como
“evolutivo” en una primera lectura: la humanidad ha transitado estadios diversos, a través
de los cuales la organización social se ha ido complejizando: desde el salvajismo a la
barbarie, y desde la barbarie a la civilización.
Escrito sobre la base de los conocimientos existentes sobre el tema en su tiempo, Engels
toma en cuenta los avances en el campo de la antropología y el derecho a través de la
lectura crítica y el análisis de las obras de Morgan y Bachofen. Si monogamia, poliandria y
poligamia son reconocidas como distintas formas de familia, hasta la obra de Morgan y su
estudio sobre la organización familiar de los iroqueses, había sido imposible establecer
ninguna clase de ordenamiento histórico. La aparición de la monogamia y la caída del
derecho materno, lo que Engels llama la “derrota histórica de las mujeres”, vino
acompañada de la emergencia de la familia patriarcal, de la profundización en la división
sexual del trabajo y de la aparición del estado como una entidad separada respecto de la
sociedad civil (Cfr. Engels, 1971 (1884): 61, 1979 (1884): 63; 2000(1884): CII, § 4)
La caída del derecho materno no sólo tuvo efectos ligados al borramiento de la filiación
femenina, sino que trajo aparejada una forma diferente de regulación de las relaciones
sexuales y de organización de la división sexual del trabajo. Bachofen, señala Engels, traza,
a partir de la Orestíada la “descripción dramática” del pasaje del hetairismo a la
monogamia, y de las sociedades de derecho materno a las sociedades de derecho paterno
(Engels, 1971 (1884): 14s., 1979 (1884): 16; 2000(1884): Preface to the Fourth Edition).
Si el asunto del esquema evolutivo puede prestarse a una lectura en términos de “progreso
inevitable” ligado al tránsito por las etapas de salvajismo, barbarie y civilización, Engels,
debido a su aguda sensibilidad histórica, realiza observaciones que desmienten una simple
lectura evolucionista.
La primacía acordada a Marx en la lectura de los procesos históricos, según lo señala en el
capítulo 9, permite a Engels advertir que el tránsito por diversos estadios no tiene siempre
ni necesariamente tuvo un sentido único en dirección al “progreso” de la humanidad. Para
las mujeres la transición de la barbarie a la civilización ha traído como consecuencia la
emergencia de una forma específica de dominación: el patriarcado. Dice Engels:
“…la dama de la civilización, rodeada de homenajes simulados ha devenido extraña a
todo verdadero trabajo, y tiene una posición social muy inferior a la de la mujer de la
Retornar a Engels. Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 26
Por Alejandra Ciriza
barbarie que, trabaja de firme y se ve en su pueblo conceptuada como una verdadera
‘dama’…” (Engels, 1971(1884):58; 1977 (1884):59; 2000 (1884) C.II.§3.).

No menos complejas son las reflexiones engelsianas relativas a la cuestión de las relaciones
entre naturaleza y cultura: no existe, señalará Engels en las primeras páginas del extenso
capítulo II, destinado a dar cuenta de las transformaciones de la familia desde la familia
consanguínea, pasando por la familia punalúa y la sindiásmica hasta desembocar en la
familia monogámica, datos contundentes que permitan derivar la organización familiar de
las comunidades humanas de la “naturaleza” (Cfr. Engels, 1971, 1977, 2000 (1884) CII).
Situadas en el orden de la cultura, las diversas formas de organización familiar de los seres
humanos se vinculan al proceso de hominización, que se cumple a partir del trabajo pues
de hecho, como señala el autor ni bien abrimos el texto: de todos los seres, el ser humano
es el único que ha llegado a convertirse en dueño casi absoluto de la producción de los
medios de subsistencia (Engels, 1971 (1884): 27; 1977 (1884): 27; 2000 (1884), C I).
Desde la perspectiva de Engels un ser tan indefenso como el ser humano debió reemplazar
la insuficiente capacidad defensiva del individuo por la fuerza unida de la acción colectiva
de la horda: es la sociabilidad lo que hace del antiguo animal solitario un ser humano que
atraviesa una etapa de promiscuidad en ese período en el cual transita de la animalidad a la
humanidad. Es este proceso complejo, no determinado por la biología, sino ligado a las
formas de organización del trabajo, el que Engels procura explicar. Se trata de asuntos,
como veremos más adelante, en los que es preciso preservar la ambivalencia pues son esos
temas ante los cuales la teoría oscila. ¿deriva la división sexual del trabajo de la
“naturaleza”? ¿en qué sentido se dice naturaleza? El tránsito de la animalidad a la
humanidad, el proceso de hominización, está transido de las tensiones entre nuestra
naturaleza animal, como parte de la naturaleza y la historización que sobre ella y sobre
nosotros y nosotras mismas hemos producido, transformándonos y transformando e
historizando la naturaleza, por así decir, exterior.

El tercer punto de anudamiento temático es el de las formas de articulación entre relaciones


de parentesco y organización social de la producción, un asunto que se desdobla en una
serie de cuestiones sumamente complejas. La idea de que la emergencia de la familia
patriarcal monogámica está ligada a la necesidad de transmitir la herencia muestra una
articulación compleja entre filiación y propiedad pues se trata de señalar en una dirección
hasta entonces impensada. Desde el punto de vista de Engels el patriarcado implica el
establecimiento de relaciones de dominación sobre las mujeres, sobre sus capacidades
reproductivas y sobre su sexualidad, que también afecta de un modo singular su ubicación
en la división social del trabajo.
Sin lugar a dudas lo que mayor atención ha merecido por parte de la tradición marxista es
la relación entre mujeres y división social del trabajo bajo la idea de que la división sexual
del trabajo es la primera forma de división social del trabajo. Engels indica que el tránsito
del matrimonio por grupos hacia la organización de la familia monogámica implicó, por
parte de las mujeres, la pérdida del valor social de su trabajo: productoras de bienes de uso,
las mujeres quedarán recluidas en el espacio doméstico. Es el hecho de que el trabajo de las
mujeres haya perdido relevancia social lo que las convierte en siervas domésticas: en las
sociedades bárbaras la economía doméstica era la base de la subsistencia del grupo, y en
ellas la mayor parte de las mujeres pertenecía a una gens y los varones se dividían en gens
diferentes. Tal era la base concreta del predominio de las mujeres en los tiempos
primitivos: el control que ellas tenían sobre sus vidas, su propio trabajo, su descendencia,
que finaliza con la emergencia de la familia patriarcal.
Retornar a Engels. Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 27
Por Alejandra Ciriza
La hipótesis engelsiana, más allá de los debates en torno de la existencia efectiva de
sociedades matriarcales, implica una lectura de las sociedades patriarcales como edificadas
sobre el control del trabajo, la sexualidad y las capacidades reproductivas de las mujeres,
una hipótesis compartida (por cierto con matices diferenciales) por muchas feministas que
han utilizado y aún utilizan el término patriarcado17.
El trabajo de las mujeres se halla ligado a la reproducción social de la especie, una vez
finalizada la reproducción biológica. En la mayor parte de las sociedades ellas se han
ocupado de la crianza, las tareas domésticas y el cuidado. En las sociedades llamadas
bárbaras estas actividades eran de tipo comunitario, y consideradas socialmente relevantes,
en el capitalismo en cambio, se hallan exclusivamente en manos de las mujeres, son
consideradas como un asunto privado y como un tipo de trabajo socialmente irrelevante
que, por añadidura, la ideología burguesa presenta como actos de amor, y no como
explotación del trabajo doméstico impago. Ahora bien: no sólo de explotación se trata, sino
de dominación sexual pues la familia monogámica se organizó con el expreso propósito de
producir niños cuya paternidad fuera indisputable pues esos niños serían más tarde los
naturales herederos de la propiedad de su padre.
La crítica a la familia procede pues en una doble dirección: por una parte la muestra en sus
orígenes históricos desnaturalizándola, por la otra desnuda sus funciones en el presente
mostrando el trasfondo del sentimentalismo burgués, que la presenta como si sólo fuera
refugio de los afectos. La familia porta en el presente las contradicciones del pasado, es por
ello que, por tomar las propias palabras de Engels, nada tiene que ver con la percepción
burguesa:
“el ideal del filisteo contemporáneo hecho de sentimentalismo y escenas domésticas, ni
siquiera se aplica, entre los romanos, a la pareja y sus hijos, sino más bien a los esclavos,
Famulus quiere decir esclavo doméstico y la familia son los esclavos que pertenecen a un
mismo hombre” (Engels 1971(1884): 74; 1979 (1884): 71; 2000(1884): CII, § 4. “The
Monogamous Family”).
Engels es preciso: el patriarcado, está ligado tanto a la necesidad de mantener bajo control
la propiedad tanto como a la de vigilar la sexualidad de las mujeres. La forma de
organización familiar compatible con ambos objetivos es la familia monogámica cuyo par
complementario es la prostitución. Dice Engels:
“Esta forma de familia marca el paso del matrimonio sindiásmico a la monogamia. Para
asegurar la fidelidad de la mujer, y por consiguiente la paternidad de los hijos, la mujer es
entregada sin reservas al poder del hombre: cuando éste la mata no hace sino ejercer su
derecho (Cfr. Engels, 1971 (1884):67; 1977(1884):70, 2000 (1884), C II §3)
El hecho de que la familia esté orientada al control de la propiedad y la paternidad explica
tanto el hecho de que otorgue al varón el derecho de infidelidad de maneras más o menos
expresa, como el de que las mujeres se clasifiquen en putas y esposas.
Las mujeres han devenido doblemente vulnerables: como trabajadoras y como mujeres.
Ellas no serán libres bajo el capitalismo pues la articulación entre producción y
organización de la familia las condena o bien a venderse a un solo hombre en calidad de
esposa doméstica, o bien a varios, en calidad de prostituta (Cfr. Engels, 1971 (1884): 71-

17
A manera de breve señalamiento conviene indicar que uno de los texto clásicos del feminismo de la
segunda ola, Política Sexual, de Kate Millet, caracteriza el patriarcado como un conjunto de estratagemas
destinadas a sostener la dominación política del colectivo de los varones sobre el colectivo de las mujeres: los
dos elementos claves de la dominación serán los mismos señalados por Engels: la explotación del trabajo
doméstico impago y la dominación sexual. Millet indica también lo siguiente: “No se conoce en la actualidad
ninguna sociedad matriarcal. La descendencia matrilineal que, según ciertos antropólogos constituye un
residuo o una fase transitoria del matriarcado, no excluye el dominio patriarcal, sino que tan sólo canaliza el
poder ejercido por los varones en función de la descendencia femenina (asignándoselo, por ejemplo, a través
de los tíos por línea materna)” (Millet, 1995 (1969):70).
Retornar a Engels. Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 28
Por Alejandra Ciriza
86; 1979 (1884): 74-89; 2000 (1884) C. II., § 4). La familia monogámica está organizada
sobre la base de la opresión patriarcal de todas las mujeres, que impone sobre unas, las
mujeres destinadas a esposas, control y vigilancia sexual, a la vez que destina a las otras a
la prostitución pública. Es interesante relevar las observaciones de Engels pues no se trata
tan sólo del señalamiento de la pérdida del valor social del trabajo doméstico, sino de sus
efectos sobre las vidas de las mujeres en términos de sus libertades y su sexualidad: no hay
demasiadas alternativas para las mujeres, que se ven condenadas, por la pérdida de valor
social de su trabajo, a venderse como prostitutas, privadas o públicas, con el agravante de
que es sobre ellas (cuando ejercen la prostitución pública) que recae el peso de la
reprobación social (Cfr. Engels, 1971 (1884): 77; 1979 (1884): 80; 2000 (1884), C. II., §
4).
La mayor parte de las lecturas realizadas sobre el texto de Engels, en su afán crítico, sin
dudas a menudo iluminador de los puntos ciegos de la teoría (es indudable que en algunos
asuntos Engels es un hombre de su tiempo) olvidan uno de sus rasgos más provocativos y
fértiles: la lectura de las determinaciones históricas, minuciosamente establecidas en
función de los conocimientos existentes en la época, la preocupación por una perspectiva
atenta a las relaciones entre familia, propiedad privada y Estado18. La evidencia histórica y
antropológica aportada por Engels no pertenece simplemente, como alguien apresurado/a
podría pensar, al conjunto de las “curiosidades envejecidas a descartar”, sino que es indicio
de una forma de concebir el conocimiento de lo social que procede a partir de las
determinaciones históricas, mostrando las conexiones de sentido entre diversos procesos
sociales al interior de una formación social específica. Ello le permite diferenciar la
constitución de las organizaciones gentilicias en Atenas y en Roma y entre los Celtas y los
Germanos especificando, en cada caso, las modalidades históricas de organización del
Estado, la forma como se llevó a cabo la separación entre la ciudad y el campo, los avatares
singulares que siguió el desarrollo de la división sexual del trabajo, que ha culminado, en
las sociedades llamadas civilizadas, con la pérdida de significación social del trabajo
llevado a cabo por las mujeres.
Las observaciones de Engels incluyen la percepción de las transformaciones en el
patriarcado: si en Roma el marido tenía sobre su mujer derecho de vida o muerte, el
matrimonio moderno está ligado a la idea de libre consentimiento y de amor sexual. Sin
embargo las mujeres no se hallan en condiciones de elegir en libertad: las dificultades para
ganarse la vida por sí mismas hacen del matrimonio burgués una singular variación de la
prostitución, con sus peculiaridades: el adulterio, en los países católicos y el aburrimiento
en los protestantes.
La forma contrato, propia de las sociedades modernas, presenta las relaciones entre los
sujetos como si se tratara de relaciones libremente consentidas entre individuos
formalmente iguales. Del mismo modo que el contrato de trabajo, el contrato de
matrimonio presenta las relaciones asimétricas de poder y propiedad bajo el velo del libre
consentimiento de los oprimidos. Sin embargo ni obreros ni mujeres son libres en el
momento de contratar, pues las condiciones de las partes contratantes no son iguales sino
como una ficción jurídica (Cfr. Engels, 19761(1884): 83-84; 1977 (1884): 87; 2000 (1984),
C II § 4).

18
Mac Kinnon, por ejemplo, señala repetidamente lo que ella considera como el moralismo masculinista de
Engels, evidente en las observaciones relativas a la necesidad de las mujeres de mantener relaciones
monógamicas, pues los varones habrían sido incapaces de renuncia a los placeres del matrimonio por grupos.
Sin lugar a dudas puede leerse de esta manera. Creo sin embargo que es preciso considerar el texto en el
contexto de su producción y en ese contexto, el cuidadoso señalamiento que Engels realiza de las relaciones
entre monogamia y hetairismo, así como su insistente desmitificación de la edulcorada visión burguesa acerca
de la familia, cumplieron una función crítica relevante.
Retornar a Engels. Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 29
Por Alejandra Ciriza
Si el matrimonio fuera, efectivamente, un contrato libre entre partes efectivamente iguales,
ambas partes debieran tener los mismos derechos; señala Engels. De hecho eso no sucedía:
las mujeres se hallaban privadas del derechos de herencia, del de decidir sobre sus bienes,
accedían de manera muy limitada a la educación y a la propiedad, carecían de derechos
políticos y la mayor parte de las leyes de matrimonio civil existentes otorgaban de manera
expresa al varón el derecho de infidelidad y de propiedad sobre los hijos nacidos dentro del
matrimonio.
La comparación entre mujeres y proletarios es recurrente: tanto a las mujeres como los y
las proletarios y proletarias se hallan, en las situaciones contractuales, en condiciones de
efectiva desigualdad real aún cuando la ley los considere como si fueran iguales.
Situadas en posición de desventaja, las mujeres habían ido perdiendo poder a lo largo de la
historia. Del mismo modo que Fourier y los socialistas utópicos, Engels no podía dejar de
observar los efectos que la pérdida de valor social del trabajo de las mujeres tenía sobre sus
vidas. De allí que depositara en el amor proletario, como relación entre dos sujetos capaces
de ganar la propia subsistencia, la utopía de emancipación para las mujeres. Suponía
Engels que, por una suerte de paradoja, si la articulación entre patriarcado y capitalismo
había despojado de valor el trabajo de las mujeres, ellas podrían, ingresando al mercado de
trabajo, satisfacer sus propias necesidades emancipándose de la necesidad de vender su
propio cuerpo, ya fuera en el matrimonio monogámico o en la prostitución.
Es claro que Engels, no puede concebir la libertad como mera capacidad de elección sin
que esa libertad esté sustentada por la capacidad de cada sujeto (varón o mujer) para
satisfacer las propias necesidades materiales. Es la capacidad para satisfacer las propias
necesidades vitales lo que hace a un sujeto humano libre: no es libre quien debe venderse a
cambio de su sustento, ya sea que lo realice a un varón en particular, como esposa privada,
o a varios varones, como prostituta pública. De allí la relevancia asignada a la
incorporación al mundo del trabajo asalariado, pues este es el punto de partida para la
conquista de la autonomía económica, paso necesario para el debilitamiento de la autoridad
patriarcal y puerta hacia un mundo en el que las relaciones amorosas no estuvieran
constreñidas por la necesidad.
El complejo anudamiento trazado por Engels entre organización de la producción y
organización del parentesco, entre patriarcado y capitalismo (que apunta a establecer que si
las mujeres han estado desde el estadio superior de la barbarie sujetas a dominio patriarcal,
la dominación masculina no es eterna, sino histórica y socialmente situada) precipita, en el
capítulo IX, Barbarie y civilización en conclusiones demasiado apresuradas.

2.2.1. Notas sobre “Barbarie y Civilización”


Como ha dicho Jane Flax la urgencia por hallar respuestas a menudo produce
desencadenamientos rápidos. La tensión entre ideas difíciles de articular entre sí obliga a
buscar un orden de alguna manera prematuro. Conviene recuperar la inimitable manera en
que Flax señala la importancia de la ambivalencia ante los razonamientos teóricos
complejos:
“La ambivalencia hace referencia a los estados afectivos a los que se confiere una energía
emocional intensa a deseos o ideas intrínsecamente contradictorios o excluyentes entre
sí…,no es necesariamente un síntoma de debilidad o confusión en su pensamiento. Con
frecuencia supone una resistencia a que el material complejo y contradictorio se derrumbe
en un conjunto ordenado. De hecho los errores mas frecuentes… surgen justo cuando se
intenta reprimir (la) ambivalencia... imponiendo un orden represivo e inapropiado sobre el
material” (Flax, 1995: 115 s.)
La serie de argumentos trazados a lo largo del libro se precipitan en una serie de
consideraciones que pueden sintetizarse del siguiente modo, y que, desde mi punto de
Retornar a Engels. Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 30
Por Alejandra Ciriza
vista, no están exentos de dificultad, una dificultad que exige de alguna manera preservar,
como lo sugiere Flax, la ambivalencia.
El capítulo promete, bajo la invocación de la prioridad de Marx sobre Morgan, aportar una
explicación que permita situar las relaciones de parentesco en el contexto de una
perspectiva más amplia. Retorna, entonces Engels, a la cuestión de la relación entre
naturaleza y cultura y al asunto de la división sexual del trabajo, a la vez que asegura, como
rápida salida ante la pregunta acerca de cuál es la solución política de la cuestión de las
mujeres que en la sociedad socialista, cuando las mujeres estén asociadas a la producción
social, se llegará a una verdadera igualdad con los hombres en todas las esferas de la vida
social: ellas se emanciparán de las tareas domésticas y se afirmará un tipo de familia
nuevo, superior, basado en la total igualdad entre los sexos. En pocas palabras: la cuestión
de las mujeres, efecto de una contradicción tópica del capitalismo se resolverá con la
llegada del socialismo, sin más.
En lo referido a la cuestión de la división sexual del trabajo la lectura de Engels no hace
sino presentarla como natural proyectando los principios de división del mundo propios de
las sociedades del siglo XIX en principios de visión del mundo. De ello deriva un párrafo
célebre que naturaliza la asignación del trabajo doméstico a las mujeres, y el mundo
exterior a los varones. Es verdad que el párrafo remite sólo al tiempo idílico del
matriarcado, al de la división “espontánea” o “primitiva” del trabajo anterior a las
sociedades productoras de excedentes, sin embargo se ha convertido en un argumento
poderoso acerca del natural sexismo de la tradición marxista. Dice Engels:
“La división del trabajo entre los sexos es puramente espontánea. El hombre va a
la guerra, se dedica a la caza y a la pesca, procura las materias primas para el
alimento y produce los objetos necesarios para dicho propósito. La mujer cuida de
la casa, prepara la comida y hace los vestidos; guisa, hila y cose. Cada uno es el
amo en su dominio: el hombre en la selva, la mujer en la casa.(Engels, 1971
(1884): 184)19.
Desde mi punto de vista se trata, es verdad, de naturalización de lo dado, pero también de
la opacidad que rodea algunos objetos de conocimiento: las relaciones entre naturaleza y
cultura, la división sexual del trabajo, la asignación de las tareas de cuidado a las mujeres,
“evidencias” todas asentadas sobre la idea de que se trata, ni más ni menos, que de
emanaciones de la anatomía, derivadas del destino de maternidad de las mujeres20.
Trazada a grandes rasgos la disolución de la organización gentilicia, que condujo a la
formación del Estado como efecto de las condiciones económicas que la minaron durante
el estadio superior de la barbarie, las nuevas sociedades avanzan a pasos agigantados desde
el estadio superior de la barbarie hacia la conformación de un nuevo tipo de sociedad. Las
nuevas sociedades caracterizadas por una división territorial y no gentilicia de los
ciudadanos, la institución de una fuerza pública, un sistema de impuestos y de funcionarios
y mandatarios separados de la sociedad y sobre puestos a ella son a la vez las sociedades en
las cuales las mujeres se verán recluidas en el mundo doméstico, mientras se profundiza la
división de la sociedad en clases.
Familia, propiedad privada, sociedad de clases, división social del trabajo son producto de
procesos históricos y sociales densos y contradictorios.
Y sin embargo Engels precipita hacia el razonamiento demasiado apresurado de que, con el
desarrollo de las fuerzas productivas, que hará necesario el ingreso masivo de las mujeres

19
La edición inglesa señala en cambio: “The division of labor is purely primitive, between the sexes only”
(Engels, 2000 (1884): C.IX). “La division du travail est toute spontanée et elle n’existe qu’entre les deux
sexes” (Engels, 1979 (1884): 189)
20
Conviene no olvidar que el texto es de fines del siglo XIX, y que entonces era sumamente dificultoso
desligar sexo de sexualidad y sexualidad de reproducción.
Retornar a Engels. Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 31
Por Alejandra Ciriza
al mercado de trabajo, ellas se emanciparán del dominio patriarcal pues la autoridad de los
varones ha estado basada en la preponderancia masculina en el mundo del trabajo
productivo. Su razonamiento tiende a acentuar la dimensión exclusivamente económica del
conflicto, que se disolverá cuando las mujeres accedan al trabajo productivo y “el trabajo
doméstico privado devenga industria pública”, según las palabras del autor (Cfr. Engels,
1971 (1884): 187 s.; 1979 (1884): 193; 2000 (1884); C. IX.)
En la sociedad de productores libres que se avecina finalizará la división de la sociedad en
clases, que hizo del Estado una necesidad histórica.

Del mismo modo que otros efectos de la abstracción y de la fetichización de la actividad


humana, el Estado, como un espacio separado se extinguirá, del mismo modo que nació un
día.
La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una
asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que
entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de
bronce. (Engels, 1971 (1884): 201; 1979 (1884): 207 s.; 2000 (1884): C.IX ).
Sin embargo en el conjunto del texto la cuestión no es tan sencilla: Engels no reduce el
conflicto de la dominación de las mujeres sólo a un problema tópico del capitalismo: en él
la tensión entre producción y parentesco recurren. Aún cuando la emergencia de la
propiedad privada se ligue a una forma particular de organización de las relaciones de
parentesco, el parentesco es equivalente a filiación y alianza, y no sólo a organización del
trabajo doméstico, implica la existencia de lazos complejos entre los sujetos, lazos que han
ido variando históricamente, tanto como los criterios de alianza, como es visible en el caso
del amor moderno, un producto histórico inexistente en otras sociedades.
Los señalamientos de Engels apuntan, en el capítulo, a construir un nexo entre topía y
utopía , entre la descripción casi febril de los efectos de la producción mercantil sobre el
mundo social, con sus leyes ciegas y sus crisis comerciales periódicas, con los productos
del trabajo humano y los trabajadores mismos convertidos en mercancía, con la emergencia
del estado como fuerza política autonomizada y la utopía de una sociedad de productores
libres, una sociedad que no podía sino nacer de las ruinas del presente.
Si la mayor parte de los marxistas considera que de la lectura del texto de Engels deriva la
inespecificidad de la opresión de las mujeres, pues ellas se emanciparán con el
advenimiento del socialismo, para muchas feministas la incomodidad reside en la cuestión
de la clase, pues no pocas parecen ignorar el modo en que la clase modela de manera
diferencial las experiencias y las vidas de las mujeres. Viene al caso señalar la curiosa
posición de Catharine MacKinnon, una autora que dedica a su peculiar interpretación de
Engels un capítulo completo de su conocido libro Hacia una teoría feminista del Estado
(Mackinnon, 1989 (1995)21.

21
Mackinnon destina un capítulo el segundo de su libro, titulado “Crítica feminista de Marx y Engels” a
realizar una lectura de la teoría marxista (Mackinnon, 1995 (1989) pp. 43-81.Allí señala que: “Marx y Engels
dan por sentados rasgos cruciales de las relaciones entre los sexos, Marx porque la mujer es naturaleza y la
naturaleza viene dada y Engels porque las mujeres es la familia y porque no critica apenas el trabajo y el rol
sexual de la mujer dentro de la misma” (Mackinnon, 1995(1989): 44). En lo referido a Engels,
específicamente, la autora señala que la dificultad mayor reside en que, al poner énfasis en la explotación
clasista Engels no puede hallar la clave de la especificidad de la subordinación de las mujeres, pues se vuelve
ciego respecto de la situación de las mujeres proletarias apostando a la simbiosis entre emancipación respecto
del capitalismo y emancipación de las mujeres (Mackinnon, 1995 (1989): 54). Si en este último punto es
indudable que Mackinnon indica en un sentido correcto, el capítulo merece ser leído por la manera como la
autora lee algunas de las interpretaciones de Engels. Desde su punto de vista los señalamientos realizados por
Engels sobre la situación de las mujeres en las sociedades patriarcales, que compara con la esclavitud, sus
observaciones sobre la prostitución, así como también la idea de que, en la familia, el hombre es el burgués y
la mujer el proletario, no son otra cosa que “espectaculares referencias”, pero “básicamente metafóricas”. En
Retornar a Engels. Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 32
Por Alejandra Ciriza
La pretensión de tomar como punto de partida “Las mujeres como tales, las mujeres no
modificadas por las distinciones de clase y alejadas de la naturaleza eran sencillamente
inconcebibles para Mill como para la mayoría de los liberales y para Rosa Luxemburgo
como para la mayoría de los marxistas” (MacKinnon, 1989 (1995): 32). Indudablemente la
pretensión de MacKinnon de considerar algo así como a “las mujeres como tales” puede
resultar sencillamente desconcertante para cualquiera que se sitúe siquiera en las
proximidades del marxismo. Y no sólo. La llamada tercera ola ha mostrado además las
diferencias de puntos de vista entre mujeres occidentales y tercermundistas, para llamarnos
de algún modo, entre ciudadanas europeas con papeles y mujeres migrantes, entre mujeres
políglotas y nómades o ciudadanas del mundo y mujeres hablantes de lenguas africanas u
originarias del continente americano, que sólo serán migrantes sin papeles.
Si es verdad que la tradición marxista es portadora de una perspectiva sexista, y que es
precisamente en el esfuerzo por apresurar una solución política a la opresión de las mujeres
fusionándola sin más con la emancipación del proletariado que Engels se equivoca,
también lo es que muchas de sus observaciones continúan siendo fértiles: no basta con
atender a nuestra subjetividad como feministas, no basta con el análisis de las formas de
organización familiar, ni con la crítica del modo como la familia patriarcal y monogámica
clasifica a las mujeres, no basta con advertir el anudamiento entre patriarcado y propiedad
privada, no basta con advertir cómo la lógica de la producción mercantil arrasó con el valor
social asignado al trabajo de las mujeres, cada uno de esos elementos por separado sólo
puede darnos una perspectiva parcial del asunto. El interés que mantiene el trabajo de
Engels consiste en el esfuerzo de haber realizado lo que Marx hubiera llamado un proceso
de destotalización analítica (un largo proceso de desmenuzamiento de las relaciones entre
naturaleza y cultura, entre determinadas formas de organización familiar y división social
del trabajo, entre sexualidad, producción y reproducción de la vida humana, que nos
permite situar la opresión de las mujeres en relación con las relaciones de explotación de
clase) seguido de uno de retotalización sintética. Engels, por decirlo en términos
contemporáneos, situó las consecuencias políticas de las diferencias entre los sexos en
relación con la explotación clasista en un horizonte de totalidad, esto es, en una perspectiva
que nos permite advertir no sólo la específica opresión de las mujeres, sino los modos
como está cruzada por relaciones de clase.
Sin lugar a dudas la relación entre la atención a las consecuencias políticas de las
diferencias entre los sexos y la atención a otras fuentes de desigualdad y conflicto social
existe una tensión inocultable, que se materializa a menudo en las tensiones entre
marxismo y feminismo, algo de “doble” permanece en la alternativa, que tiene aristas
problemáticas.

2.3. Todavía Engels


Los últimos procesos sociales han tensado en muchos puntos la cuerda: derechos
específicos y feminización de la pobreza, conquista del derecho a la representación para las
ciudadanas europeas (el célebre asunto de la paridad en la Comunidad Europea) en un
continente en el que las mujeres migrantes, las más pobres, las que realizan las tareas de
cuidado, carecen incluso de los papeles que podrían permitirles acceder a un trabajo legal;
ampliación del horizonte de visibilidad de las cuestiones ligadas al reconocimiento
(multiculturalidad, derecho a la preservación de la propia lengua, políticas de
reconocimiento de la llamada “diversidad sexual”) y endurecimiento de las políticas
migratorias, derechos formales y pobreza, cada vez más pobreza para las mujeres, cada vez

pocas palabras: cuando la evidencia textual desmiente su interpretación no es un mal expediente barrerla bajo
la alfombra (Cfr. Mackinnon, 1995 (1989): 60)
Retornar a Engels. Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 33
Por Alejandra Ciriza
más violencia sobre sus cuerpos y sobre sus vidas (Sassen, 2003; Butler, 2000; Collin
2006). Las mujeres no somos una clase, sino que nos hallamos en los intersticios de la
sociedad. Asumir el cruce entre clase y diferencia sexual, entre las formas históricas y
sociales específicas que asuma el dominio patriarcal y la explotación clasista en cada
formación social no es sencillo ni desde la teoría, ni desde las prácticas organizativas. La
sensibilidad ante las diferencias sexuales, ante el derecho a la diversidad, ante la
subjetividad lacerada de mi prójim@, mi herman@, no necesariamente abre la mirada
hacia la profundización de la explotación capitalista, que expulsa a las mujeres, pero
también humilla y arrasa la dignidad de los varones de sectores subalternos, incluidos los
rigurosamente heterosexuales.
Algo en el texto de Engels produce incomodidad, una incomodidad ligada a la recurrencia
de una hipótesis, repetida por estudiosas feministas, tanto marxistas y no marxistas: el texto
de Engels nada tiene de específico que decir sobre la opresión de las mujeres. Su lectura no
puede sino advertir el costado ligado a la relación asimétrica surgida de la división sexual
del trabajo que recluyó a las mujeres en el hogar y las condenó, en palabras de Engels, a la
esclavitud doméstica. La emancipación derivará de la incorporación masiva al mundo del
trabajo y de la colectivización de las tareas domésticas.
Para decirlo en palabras de Ellen Meiksins Wood, pero con las cuales coincidiría
plenamente Mackinnon: el capitalismo es ciego a las identidades de los seres humanos que
explota, de allí que la lucha por la emancipación de las mujeres sea irrelevante: el
capitalismo puede sostenerse con mujeres emancipadas, pero no puede sobrevivir en modo
alguno sin llevar al extremo la lógica de la guerra y la explotación de la naturaleza
(Meiksins Wood, 1992). Es más, la estructura actual de producción y explotación del
capitalismo tiende a fragmentar la lucha de clases, a domesticarla, haciéndola local y
particularista (Meiksins Wood, 2000: 115). Esto es: mientras el capitalismo se globaliza las
luchas políticas tienden a ser presentadas como asuntos locales y dispersos, escaramuzas
circunscritas a un lugar, intempestivas irrupciones, o luchas simplemente identitarias, como
es el caso de la lucha de las mujeres, en las escasas fisuras del capitalismo global.
En la misma dirección apunta Heidi Hartmann: si el capitalismo es efectivamente ciego a
las identidades de los trabajadores pues los considera como despojados de determinaciones
cualitativas (sólo se trata de vendedores abstractos de fuerza de trabajo abstracta en el
mercado) es lógico que sea indiferente al sexo. Para Hartmann, del mismo modo que el
capital es indiferente a las características de las personas que ocupan los lugares que su
lógica produce y es indiferente a las características de los individuos que explota, el
marxismo es ciego al sexo. En sus propias palabras: “Las categorías marxistas, como el
capital en sí mismo es ciego al sexo” (Hartmann, 1987: 123).
Desde el punto de vista de quienes siguen este razonamiento, si la especificidad de una
lectura feminista sobre lo social se liga a la puesta en foco de las consecuencias políticas de
las diferencias entre los cuerpos sexuados de la humanidad, entonces ningún aporte puede
esperarse del marxismo, que en cuanto inversión de la visión capitalista del mundo, (en el
sentido de mirada centrada exclusivamente en los procesos de producción, en lo que
vulgarmente podríamos llamar “la economía”) no puede percibir asuntos en alguna medida
marginales o alejados, como podría serlo la dominación patriarcal. Si esto es verdad,
entonces Engels sólo pudo haber leído la cuestión de las mujeres en función de su lugar en
la división sexual del trabajo.
Insensible a la especificidad de la pregunta por los efectos políticos de las diferencias entre
los sexos, su análisis se limitaría a establecer que, una vez derrotadas las mujeres a partir
del advenimiento de la monogamia y de la consideración de su trabajo como trabajo
improductivo y socialmente insignificante, su liberación sólo sería posible cuando
desapareciera esta forma de organización de la división social del trabajo que recluye a las
Retornar a Engels. Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 34
Por Alejandra Ciriza
mujeres en el mundo doméstico. De allí se infiere que Engels establece que emancipación
femenina y lucha por el socialismo son equivalentes pues la cuestión de las mujeres no
tiene especificidad alguna. A ello se pueden agregar diversos argumentos, para mayor
verosimilitud.
Engels sería, en esta lectura, un representante cabal de una tradición incapaz de considerar
la cuestión de las consecuencias políticas de las diferencias entre los sexos, y menos aún
los efectos sociales de la sexualidad, pues el economicismo marxista y el reduccionismo de
clase lo harían ciego a la problemática de las mujeres. Y sin embargo Engels, insisto, ha
ocupado y ocupa un lugar paradojal en la tradición, en buena medida porque muchas de sus
preocupaciones estaban centradas en asuntos que podían ser considerados como
marginales: esos asuntos donde es preciso mantener una cierta tensión, temas como la
dominación patriarcal, la organización familiar, la relación entre trabajo productivo y
reproductivo, donde las ideas no son precisamente claras y distintas.

Si bien es indudable que la tesis de Engels postula un correlato fuerte entre emergencia de
la propiedad privada y sujeción de las mujeres, el asunto no se agota en una reflexión
general sobre la desigualdad entre las clases, sino que avanza en dirección a la cuestión de
las bases materiales de la opresión de las mujeres, teorizando acerca de las conexiones
entre apropiación privada de los excedentes de la producción y emergencia de
determinadas formas de organización del parentesco, la familia monogámica, que no ha
hecho sino profundizar el dominio patriarcal sobre la sexualidad de las mujeres (de allí la
clasificación en esposas y putas) y sobre sus capacidades de reproducción biológica (pues
la organización patriarcal está orientada a controlar el producto de los embarazos
garantizando la paternidad de la descendencia y asegurando de ese modo la transmisión de
la propiedad). La organización patriarcal permite, por añadidura, regular las posibilidades
que las mujeres tengan de acceder (o no) a los trabajos socialmente valorados. De esto
último se infiere la existencia de un nexo entre emancipación femenina y abolición de las
relaciones capitalistas de producción.
Engels traza un nudo complejo entre propiedad privada, capitalismo, y patriarcado que no
es sencillo de comprender. El texto excede la pregunta acerca de la dominación ejercida
sobre las mujeres en el capitalismo, desborda los límites del presente para buscar en el
pasado la respuesta a las formas de organización económica, social y familiar
contemporánea, inscribe la cuestión de las mujeres en un entramado de relaciones que
incluyen la organización de la producción y la reproducción social, la reproducción de la
especie humana y las formas de dominio y control sexual: prostitución y monogamia como
pares complementarios.
El marxismo, entonces, no parece tan ciego al sexo como dice Hartmann. O al menos
Engels parece haber advertido que las diferencias entre los sexos acarrean consecuencias
políticas: en las distintas formas de organización patriarcal los varones no sólo controlan el
trabajo de las mujeres, su acceso al espacio público y sus capacidades reproductivas, sino
que disponen de una libertad sexual mayor pues la familia monogámica no es, en su
perspectiva, sino el correlato de la prostitución. Las mujeres disponen, sólo por ser
mujeres, de menos libertad, los derechos a los que se supone accederían en las sociedades
edificadas sobre la base de la igualdad formal de los sujetos entre sí no son tales para las
mujeres.
Vale la pena detenerse en un asunto: si la división sexual del trabajo -que establece para las
mujeres la reproducción biológica de la especie y las tareas reproductivas y de cuidado y
para los varones las productivas- es la primera forma de división del trabajo, y si las
mujeres, a partir de la organización de la familia patriarcal (ligada al origen de la propiedad
privada) fueron sometidas a esclavitud doméstica, y su trabajo considerado como no
Retornar a Engels. Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 35
Por Alejandra Ciriza
trabajo, conviene examinar con algo más de detenimiento este tema recurrentemente
repetido.
La solución más habitual, en la tradición marxista, ha sido la de trazar un nexo entre
diagnóstico y solución del problema: si existe una relación estructurante entre propiedad
privada y sujeción de las mujeres, es la abolición de la propiedad privada la que conducirá
la emancipación de las mujeres. De allí deriva la idea de que nada de específico habría en
la desigualdad de las mujeres. Sólo cuando las mujeres estén asociadas a la producción
social, será instaurada una verdadera igualdad con los hombres en todas las esferas de la
vida social. Ello supone mujeres “productivas”, emancipadas del cuidado de la vida de
otros y otras frágiles, ancianos ancianas, y niñas y niños, y de las tareas domésticas, que la
sociedad asumirá en un grado creciente. Sólo entonces se afirmará un tipo de familia
nuevo.
Más allá de la serie de interrogaciones que derivan de las transformaciones de fin de siglo,
que han dado lugar a la discusión sobre el significado del trabajo mismo en la fase actual
del capitalismo, del propio análisis de Engels derivan no pocos asuntos de debate: la
cuestión acerca del trabajo doméstico es un asunto no menor, pues la producción de bienes
de uso no se realiza ya en una comunidad de subsistencia, sino inscripta en un sistema de
dominación patriarcal, la familia monogámica, que implica la apropiación privada del
producto de dicho trabajo y, al mismo tiempo, en el contexto de la dominación capitalista
en la que cada familia contribuye, a través de la reproducción de la fuerza de trabajo, a la
reproducción ampliada del capital, pues el trabajo gratuito de las mujeres es el que provee
la mano de obra, y el que suple, tras la retirada del Estado de bienestar, los beneficios
sociales con más trabajo doméstico y más tareas de cuidado a su cargo22.
Aún más compleja es la implicancia de la incorporación de las mujeres al trabajo
productivo: de hecho la igualación formal de los sujetos bajo el capitalismo ha permitido la
incorporación de las mujeres al trabajo productivo. Engels mismo había denunciado en su
texto juvenil sobre la situación de la clase obrera inglesa los efectos letales que la
incorporación al trabajo productivo tenía sobre las mujeres, sus vidas y sus familias
(Engels, 2002 (1845)). La tensión entre igualdad abstracta y desigualdad / efectos de las
diferencias bajo el capitalismo han llegado al paroxismo en los últimos años… mientras
corre la locomotora del progreso las viejas formas mueren dejando por delante un mundo a
menudo escasamente feliz. Por decirlo a la manera de Benjamin, es su tesis 9:
“Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus... Tiene los ojos desencajados, la
boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto... En lo que

22
En un texto, ya clásico, que aboga por la plena incorporación de las mujeres al trabajo productivo, por la
colectivización de las tareas domésticas, y por el combate ideológico contra el romanticismo y sus efectos
ideológicos: el liberalismo sexual (que sostiene la existencia de una moral privada como opuesta a la
formación de una moral colectiva) y el “economismo femenino”, Isabel Larguía analiza las dificultades
derivadas de la articulación entre capitalismo y patriarcado, la relevancia del combate contra los mecanismos
ideológicos, y la necesidad de analizar científicamente la cuestión de las mujeres pues ella (la mujer), señala
Larguía “es el producto humano más deformado de la sociedad de clases… deben sobreponerse a una
cobardía ideológica profundamente inculcada” (Larguía, 1988: 37). Desde luego las objeciones al texto de
Larguía pueden ser muchas. Sin embargo vale la pena tenerlo en cuenta, no sólo por el detalle con que analiza
las actividades llevadas a cabo en al familia -reproducción biológica, educación y cuidado de hijos, enfermos
y ancianos y reproducción diaria de la fuerza de trabajo (Larguía, 1988:12) sino porque el texto fue publicado
por primera vez entre 1970 y 1973, cuando se organizó en Argentina una asociación feminista la Unión
Feminista Argentina (UFA), cuyo grupo editor, liderado por Mirta Henault, se llamaba Nueva Mujer. La
editorial publicó el primer libro escrito por feministas argentinas: Las mujeres dicen Basta, que incluye un
artículo de Henault, un trabajo de Peggy Morton “El trabajo de la mujer nunca se termina” y el ensayo de
Isabel Larguía ( Henault, s/f: 11-40; Morton, s/f: 41-67; Larguía, s/f: 71-130). Se puede consultar para mayor
información sobre la experiencia de UFA el texto de Alejandra Vassallo, “Las mujeres dicen basta’:
movilización, política y orígenes del feminismo argentino en los 70” (Vassallo, 2005).
Retornar a Engels. Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 36
Por Alejandra Ciriza
nosotros vemos una cadena de acontecimientos él ve una catástrofe única, que acumula sin
cesar ruina sobre ruina y las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los
muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se
arremolina en sus alas.... Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al
cual vuelve las espaldas mientras el cúmulo de ruinas sube hasta el cielo. Tal tempestad es
lo que llamamos progreso” (Benjamin, 1982: 113 s.).
Bajo el signo del capitalismo el efecto fetichista de la mercancía produce de manera
acelerada un mundo cada vez más abstracto, un mundo en el que todo lo sólido se ha
desvanecido en el aire: los teóricos de la postmodernidad lo ponen en discurso soñando un
mundo posthumano de sujetos nómades y trashumantes, haciendo referencia a la
ficcionalización de las guerras reales, el capital mismo ha devenido impalpable y las
fronteras, se dice, se han borrado, desde luego para la circulación de mercancías. Es por
ello que es indispensable retornar hacia los clásicos, recordar que, si el mundo se ve
invertido es porque lo está, si el mundo actual parece una sutil ficción es porque la
abstracción lo ha penetrado todo transformando, como el rey Midas, todo en mercancía. La
lógica de la igualación formal y su compañera inseparable, la profundización de la
desigualdad real, penetran nuestro mundo mucho más profundamente de lo que había
sucedido ya en el de Marx y Engels. Engels había advertido que, sobre mujeres y
proletarios, la igualdad formal no hace sino encubrir la dominación y el llamado
“consentimiento libre” de obreros y mujeres no es más que una ficción (Cfr. Engels,
1971(1884): 83-84; 1979 (1884): 87; 2000 (1884): C.II, § 4).
En el mundo burgués del capitalismo tardío el “consentimiento” cubre con un piadoso
manto violaciones, trata de mujeres y prostitución, estas últimas transformadas en el gran
negocio de fin de siglo. Como señalara Engels el capitalismo y la reforma han producido
dos determinaciones históricas de nuestro mundo, la producción capitalista, que tiende a
transformar todas las cosas en mercancía, reemplazando las costumbres hereditarias por el
libre contrato y haciendo del derecho, como alguna vez señalara Michel Pêcheux, la lengua
de madera del mundo moderno (Cfr. Engles, 1971(1884): 92; 1979 (1884): 94; 2000
(1884): C.II, § 4. Para contratar se necesitan personas que puedan disponer libremente de
su persona, de sus acciones y sus bienes… con iguales derechos. Sin embargo los derechos
lo han sido “sólo del hombre,… excepcionalmente de la mujer” (Engels, 1971(1884): 94;
1979 (1884): 97; 2000 (1884): C.II, § 4).
En su tiempo, hacia fines del siglo XIX, Engels imaginaba el ingreso al trabajo productivo
y la colectivización de las tareas domésticas como vías de emancipación de la mujer. Sin
embargo, mucho más agudo que muchos de sus herederos era capaz de advertir cuán
profundamente la opresión cala en la subjetividad. Las relaciones entre hombres y mujeres
habrán cambiado cuando:
“… haya crecido una nueva generación: una generación de hombres que nunca se hayan
encontrado en el caso de comprar a costa de dinero, ni con ayuda de ninguna otra fuerza
social, el abandono de una mujer; y una generación de mujeres que nunca se hayan visto
en el caso de entregarse a un hombre en virtud de otras consideraciones que las de un
amor real, ni de rehusar entregarse a su amante por miedo a las consecuencias
económicas que ello pueda traerle” (Engels, 1971(1884): 96; 1979 (1884): 99; 2000
(1884): C.II, § 4)

Sin lugar a dudas las condiciones entre fines del siglo XIX y este comienzo de siglo han
cambiado mucho. La dominación capitalista se ha profundizado sin contrapartidas fuertes,
y la situación de las mujeres ha cambiado: muchas de nosotras hemos ingresado al mercado
de trabajo en puestos antes impensados para una mujer. Sin embargo, y simultáneamente,
para muchas mujeres de sectores populares las condiciones de trabajo han retrotraído al
siglo XIX, habitantes de la periferia sin agua y sin servicios, privadas de educación,
Retornar a Engels. Notas sobre las relaciones entre feminismo y marxismo 37
Por Alejandra Ciriza
servicios adecuados de salud, derechos sociales mínimos. La llamada liberación sexual, esa
que tanta inquietud promovió entre l@s militantes de la moral soviética, se ha cumplido,
salvo para las mujeres en Oriente, claro, cada día más acorraladas en sus libertades por el
resurgimiento del fundamentalismo. Mientras la prostitución se legaliza en muchos países
(el inolvidable ejemplo de Alemania durante el mundial de fútbol es un claro ejemplo de al
menos uno de sus efectos) la trata de mujeres crece y las condiciones de venta de seres
humanos (mujeres y niñas, fundamentalmente) da tantas ganancias como la industria de la
guerra… Mientras el derecho a disponer del propio cuerpo y la idea de maternidad
voluntaria se afirman en el norte y la célebre consigna feminista de los años 60: “Un bebé
cuando yo quiero y con quien quiero” es a menudo reemplazada, biotecnologías mediante,
por la idea del “Bebé que yo quiero”; lo cierto es que en los países latinoamericanos, por
ejemplo, el aborto es aún ilegal, y se halla penalizado, en buena medida debido a la presión
ejercida por la poderosa Iglesia Católica y a la organización de un movimiento denominado
“pro- vida” de alcance internacional.
Lo cierto es que, a menos que lo tomemos en un sentido muy restringido, el capitalismo
parece escasamente compatible con la emancipación de las mujeres, lo cierto es que el
marxismo, o al menos algunas de las herramientas conceptuales de su tradición pueden
dotarnos de una perspectiva capaz de iluminar los complejos desafíos a los que las
feministas nos hallamos enfrentadas.
Las últimas palabras de Engels, aquellas con las que cierra El origen de La familia, la
propiedad privada y el Estado, palabras que toma de Morgan continúan desafiándonos, de
un modo mucho más complejo:
La disolución de la sociedad se yergue amenazadora ante nosotros, como el
término de una carrera histórica cuya única meta es la riqueza, porque semejante carrera
encierra los elementos de su propia ruina. La democracia en la administración, la
fraternidad en la sociedad, la igualdad de derechos y la instrucción general, inaugurarán
la próxima etapa superior de la sociedad, para la cual laboran constantemente la
experiencia, la razón y la ciencia. Será un renacimiento de la libertad, la igualdad y la
fraternidad de las antiguas gens, pero bajo una forma superior. [(Morgan, La Sociedad
Antigua, pág. 552) Citado por 1971(1884): 207; 1979 (1884): 213; 2000 (1884): C IX)]
Hacia adelante, pero también hacia atrás, al modo como lo dicen nuestros pueblos
originarios, nos hallamos ante un mundo en el que el afán de riqueza recorre el mundo ante
el silencio del viejo fantasma; la ciencia, que entonces sólo se perfilaba como promesa
emancipatoria, ha sido en buena parte subsumida por la lógica del capitalismo y devenido
en muchos casos una herramienta privilegiada de la mercantilización y la
instrumentalización de la vida humana; “la razón” occidental ha evidenciado su parcialidad
eurocéntrica y sexista. Sin embargo, aún así, es preciso continuar en procura de una
sociedad que sea capaz de afirmar para los seres humanos, para todos y todas, un mundo en
el que quepamos, un mundo de igualdad, libertad y fraternidad para los y las oprimidos y
oprimidas de la tierra.

Bibliografía

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