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4.

LAS REGLAS DE DISCERNIMIENTO DE LA PRIMERA SEMANA

No vamos a pretender agotar el comentario a estas reglas, sino hacer


un comentario sencillo que ayude al lector interesado a introducirse él mis-
mo en su contenido y le ayuden así en su praxis. La curiosidad intelectual
no tiene nada que ver con la práctica de los ejercicios de San Ignacio.

4 .1 . De qué se trata: El título (n.° 313)

«Reglas para en alguna manera sentir y conocer las varias mociones


que en ánima se causan: las buenas para percibir y las malas para lanzar».
4.1.1. «... en alguna manera...»: No pretenden agotar el tema, sino
dar las pistas adecuadas y suficientes para el ejercitante, en la situación
concreta que va recorriendo, la de la primera semana, sienta y conozca
las varias mociones que en la ánima se causan. Ignacio está suponiendo
que el ejercitante se encuentra en una dinámica de examen de oración
(n.° 77) y de examen de vida (n.° 24 a 44). Es aquí donde va a sentir,
conocer y reconocer las mociones. Es por eso mismo que al principio la
lectura de las mismas reglas por parte del ejercitante será una lectura gruesa,
captándolas con más finura y profundidad según vaya avanzando en su
proceso de conversión (n.° 9).
4.1.2. «... las varias mociones que en la ánima se causan...»: No se
trata solamente de saber si es consolación o desolación, sino también de
quién vienen, qué sentido tiene, y de actuar en consecuencia.
Le basta al ejercitante, en esta etapa, que se le platique sobre la situa-
ción en que se encuentra y cómo actúan el buen y el mal espíritu en esa
situación, que se aclare suficientemente lo que es consolación y desola-
ción, qué pasa y qué hacer cuando se encuentra en cada una de ellas,
cómo interpretarlas dentro del contexto y de la dinámica en que se desen-
vuelve, y a qué debe estar atento.

4 .2 . Cuadro hermenéutíco (314)-(315)

El ejercitante se sitúa y hace conscientes los elementos protagonistas


de su situación; la percepción depende de la orientación vital del sujeto.
{Véase «supra» el comentario a las tres situaciones tipo).
Si el sujeto va a mejor la acción del buen espíritu tenderá a favorecer
y la del mal espíritu a contrariar; si el sujeto va a peor la acción del buen
espíritu tenderá a contrariar y la del mal espíritu a favorecer.

4 .3 . Descripción de las experiencias tipo (316)-(317)

Consolación y desolación, clave para que el ejercitante discierna la pro-


pia experiencia*que va teniendo. Es una ampliación de lo ya apuntado en la
regla segunda (n.° 315) por Ignacio. Y hay una referencia clara al Princi-
pio y Fundamento (23) y a la sólita oración preparatoria (46).
Desolación y consolación vienen vistas y descritas desde y en el cpn-
texto fundamental de la relación interpersonal del sujeto y Dios. Todo otro
tipo de consolación y desolación será discernido desde aquí. Son expe-
riencias normales del hombre normal y normalmente reconocibles. Unas
veces porque siente la cercanía o lejanía, la presencia o la ausencia de
Dios, y así descubre e identifica lo que le sucede como consolación o deso-
lación; otras porque la armonía o desarmonía internas le llevan a decirse
«por aquí anda Dios», «por aquí no anda Dios». Ignacio da al ejercicitante
estas descripciones de lo que son la consolación y la desolación para que
este vaya aprendiendo a discernir su experiencia y, según ese discerni-
miento, actúe para adelante. Esto no quiere decir que el ejercitante no se
pueda equivocar, sino que las experiencias posteriores le iluminarán sobre
el discernimiento anteriormente hecho. Y así irá percibiendo cada vez con
más finura lo que es consolación y desolación.
Dicho de otra manera: En la auténtica consolación hay siempre una
dimensión fundamental de sentirse en Dios, y en la desolación de ausen-
cia de Dios.
Pero el ejercitante no debe enredarse «rizando el rizo» de estas cosas.
Consolación es ei estar bien, con ánimo para seguir el camino empezado,
en paz, sereno, en armonía, sintonizando con lo que va haciendo, etc.
Desolación es todo lo contrario, estar «hecho polvo», sentirse impotente
para continuar el camino, sentirse con ganas de abandonar, triste, etc.
La dinámica pedagógica ignaciana expresada en la anotación segunda (2)
también está presente en la introducción del ejercitarnte en el discerni-
miento.
Estelare que no hay que confundir consolación con euforia (14), ni
desolación con depresión. En las últimas líneas del número (317) Ignacio
nos proporciona un elemento muy importante: «Porque así como la con-
solación es contraria a la desolación, de la misma manera los pensamien-
tos que salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que
salen de la desolación». Preguntas, por tanto, que el ejercitante puede hacer-
se: ¿Qué pensamientos surgen de mi estado de ánimo y hacia dónde me
conducen? ¿Me hacen avanzar o me apartan de mi camino hacia Dios?
Referido, en concreto, a la desolación, advierte Ignacio al ejercitante de
cómo se puede dejar envolver por ios pensamientos que salen de ella, ali-
mentando así él mismo la desolación.
Teniendo presente esto formulará Ignacio las reglas (318) a (321) y
(323)-(324).

4 .4 . Cómo comportarse en ia desolación (318) a (321)

Son una especie de normas de circulación para cuando el ejercitante


está en desolación. No son otra cosa má que la aplicación de un principio
de sentido común que Ignacio formula en diversas ocasiones, el «hacer
contra», el «hacer el oppósito per diametrum» {(13), (16), (157), (321),
(325)).
Hay en Ignacio una llamada a no asustarse, a no perder la tranquilidad
en la desolación, sino a saber reaccionar con temple, a saber desenvol-
verse en ella, a descubrir su sentido y actuar en consecuencia en el cami-
no hacia Dios. Pongamos un ejemplo: El néofito en el arte de la navega-
ción a vela cuando el tiempo es bueno, luce el sol, la mar está en calma,
el viento sopla a favor... no tiene dificultad ninguna para desenvolverse
en su navegar; pero si el cielo se nubla, la mar se encrespa, el viento cambia
de dirección y empieza a soplar en contra o de través... el navegante neó-
fito se asusta, se debate, grita, se siente impotente, pierde el rumbo; en
cambio, un marino avezado no pierde la serenidad, conoce el mar, cono-
ce el barco, y empieza a tomar las medidas adecuadas para capear el tem -
poral y seguir avanzando sin perder el rumbo y sabe cómo hacerlo. Pues
bien, Ignacio quiere que el ejercitante se convierta en un marino avezado
a navegar en el mar de la vida, también en las hora malas y difíciles.

4.4.1. No cambiar (318)


La desolación, es claro, indica que algo anda mal y, por tanto, que
algo hay que cambiar. Y, sin embargo, la primera indicación para el ejer-
citante va a ser «no cambiar». ¿Qué es lo que no hay que cambiar y por
qué? Y ¿qué es lo que hay que cambiar y por qué?
Es rasgo típico de la desolación el perder la objetividad; con la sensa-
ción además de que es entonces cuando se ven las cosas verdaderamen-
te como son. El sujeto en desolación se ve a sí mismo mucho más peque-
ño y débil, sin valor y abandonado de lo que es en realidad; y ve la vida
mucho más grande, difícil y negra de lo que en realidad es. Sentimientos,
por tanto, en el sujeto de impotencia para seguir adelante en el camino
comenzado, de haberse equivocado en determinaciones tomadas ante-
riormente, sentimiento de que, por verdad y honradez, debe cambiar, ser
más «realista», no ser un «iluso», no ser un «soñador», etc. Ignacio, que
ya ha dicho en la regla segunda {315) que «en las personas que van inten-
samente purgando sus pecados y en el servicio de Dios nuestro Señor de
bien en mejor subiendo» propio es del mal espíritu morder, tristar y poner
impedimentos inquietando con «falsas» razones, para que no pase ade-
lante; que ha hablado de la desolación en la regla cuarta {317; y que al
final de ella ha advertido de tener cuidado con «los pensamientos que salen
de ella»... parece decir ahora el ejercitante: ¿No te das cuenta de que eso
es precisamente lo que te está pasando? Por tanto, «en tiempo de desola-
ción nunca hacer mudanza, mas estar firm e en los propósitos y determi-
nación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la deter-
minación en que estaba en la antecedente consolación». Y aquí Ignacio
se refiere tanto a la determinación fundamental que el ejercitante está vivien-
do «en el servicio de Dios nuestro Señor de bien en mejor subiendo», como
a determinaciones concretas que ha ido tomando {véase la regla décima,
{n.° 323)). «Porque así como en la consolación nos guía y aconseja más
el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no pode-
mos tomar camino para acertar».
Pero, si la desolación indica que algo anda mal, indica también que
algo hay que cambiar. ¿Qué es lo que hay que cambiar y por qué? A esto
Ignacio responderá en la regla novena {n.° 322), que veremos más
adelante.

4 .4 .2 . Reaccionar en contra (319)


Ante la tentación de dejarse vencer, de tumbarse a llorar las penas,
de sentirse como arrastrado a abandonarse que viene de ese encontrarse
como sin fuerzas propio de la desolación... poner cuajo y no dejarse aba-
tir, reaccionar, sacando fuerzas de flaqueza y hacer, no solo lo debido,
sino hasta más de lo debido. Es decir, mantener la entereza. En ejercicios
esto se concretará en instar más en la oración, en cuidar las adiciones,
etc., como se le aconsejará al ejercitante, por ejemplo, en las anotacio-
nes doce y trece (12)-(13).

4 .4 .3 . Saberse en prueba (320)


Llamada al ejercitante para que no olvide el contexto vital en el que
se mueve, es decir, que no olvide el protagonismo de Dios y del «enemigo
de natura humana» en su vida. La desolación es propia del enemigo (315),
pero no viene si Dios no quiere, si Dios no la permite; Dios le ama (53);
por tanto, si permite la desolación es porque le conviene por algo y para
algo. La desolación no es mala sin más; es dura. El que Dios permita la
desolación es una gracia, como todo lo que viene de Dios. Es salvación.
Es bueno tener dificultades si estas curten y maduran, si ayudan a sacar
a la luz «lo que no va» (63). Y Dios, que le ama, no le deja sin las fuerzas
suficientes para continuar su camino «intensamente purgando sus peca-
dos y en el servicio de Dios nuestro Señor de bien en mejor subiendo».
En toda desolación hay una componente más o menos acentuada de
abandono o de ausencia de Dios. Como si Dios desapareciese del hori-
zonte del sujeto, desapareciendo así la razón de aquello que vive, el fun-
damento en el que se apoya su caminar, el sentido del camino que reco-
rre. Y se siente solo y abandonado y como viviendo un sin-sentido
precisamente cuando más siente la necesidad de salvación. Por eso, esta
regla es una llamada de atención al ejercitante para que no se olvide de
Dios, y del amor que Dios le tiene; para que siga fiándose de El «a pesar
de todo», para que siga confiando en que está con él aunque no lo sienta,
aunque esté en desolación.
Y desde aquí podrá el ejercitante preguntarse: ¿Qué me quiere Dios
mostrar permitiendo esta desolación?

4 .4 .4 . Tener paciencia (321)


Ante el nerviosismo, la prisa, la impaciencia, el mal genio típicos de
quien está en desolación «trabaje de estar en paciencia, que es contraria
a las vejaciones que le vienen». Ante la desesperanza, el no ver salida al
túnel en el que se siente inmerso, etc., «piense que será presto consola-
do». Son la paciencia y el pensar que surgen desde la convicción de la
bondad y el amor de Dios. «Y ponga las diligencias contra la tal desola-
ción, como está dicho en la sexta regla».

4 .5 . Interpretar la desolación (322)

En la práctica con cuánta frecuencia pensamos que Dios está presen-


te y actúa sólo en la consolación. Tendemos, de hecho, a pensar que solo
la consolación es tiempo de gracia. Pues bien, todo es tiempo de gracia.
Toda vicisitud humana encierra una llamada vocacional de Dios que habrá
que descifrar. Toda experiencia tiene desde Dios una clave vocacional,
una llamada a algo, que hemos de entrenarnos en interpretar. También
la desolación es un tiempo de gracia.
La regla novena es la invitación a interpretar la desolación en la clave
de la relación fundamental interpersonal del ejercitante y Dios, desde ese
caminar «intensamente purgando sus pecados y en el servicio de Dios nues-
tro Señor de bien en mejor subiendo». El sentido más profundo y verdade-
ro de la desolación aparece cuando se la descubre como la palabra de
Dios al sujeto en la situación concreta que éste está viviendo.
Como lo propio del buen espíritu en este caminar del ejercitante es la
consolación, la aparición de la desolación en la experiencia del sujeto es
como una luz roja que le advierte «¡Alto! Algo pasa, algo no funciona. Si
las cosas marchasen como es debido no tendría por qué aparecer esto».
Así pues, la desolación es un favor que se le hace (debería sentirse agra-
decido) para que experiencialmente caiga en la cuenta de algo. La deso-
lación denuncia que algo no marcha, permite el pararse a descubrir qué
es lo que no funciona y por qué, y posibilita el ponerle remedio. Funda-
mentalmente la desolación va a ser una llamada a la conversión. Mostrando,
además, experiencialmente la verdad de lo expresado en la petición del
triple coloquio del tercer ejercicio, en el número (63).
Nos dice Ignacio: «La nona: tres causas principales son por qué nos
hallamos desolados: la primera es por ser tibios, perezosos o negligentes
en nuestros ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la con-
solación espiritual de nosotros». Si en un momento en que está pidiendo
descubrir y experimentar el amor misericordioso de Dios (61) (71), la pre-
sencia, fuerza y maldad del «enemigo de natura humana» (45 a 54) (63),
su propio pecado (55 a 61), pidiendo sentir dolor y lágrimas (48) (55),
y colocándose junto a Cristo crucificado (54), el ejercitante está siendo
tibio, perezoso y negligente en lo único que entonces se le pide, en sus
ejercicios espirituales, es claro que está siendo poco serio, está cayendo
en la frivolidad y en un consciente o inconsciente querer instrumentalizar
a Dios. La desolación le descubre esta actitud, este comportamiento; pone
a prueba su seriedad, purifica su actitud. Y puede ser que esto descubra
al ejercitante que estas actitudes, que este tipo de relación con Dios frívo-
la, poco seria, es la que predomina en su vida ordinaria. Si esto le ocurre
el sentido de llamada a la conversión de la desolación es muy claro.
«La segunda, por probarnos para cuánto somos, y en cuánto nos alar-
gamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones
y crecidas gracias». En el ejercitante que va «intensamente purgando sus
pecados y en el servicio de Dios nuestro Señor de bien en mejor subien-
do» el ángel bueno le regala con «ánimo, fuerzas, consolaciones, lágri-
mas, inspiraciones, quietud, facilitando y quitando todos impedimentos
para que en el bien obrar proceda adelante». Por esto mismo, existe el
peligro de que se apegue a la consolación e inconscientemente camine
más motivado por ella que por Dios mismo, o de que inconscientemente
piense ser suyos el ánimo y las fuerzas... con que se encuentra caminan-
do. Y así Dios permite la desolación para que experiencialmente caiga en
la cuenta de su engaño, y así probarle para cuanto es, es decir, para cuán
poco, y en cuanto se alarga, es decir, en cuán poco, en su servicio y ala-
banza sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias.
«La tercera, por darnos vera noticia y conocimiento para que interna-
mente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor
intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, más que todo es
don y gracia de Dios nuestro Señor, y porque en cosa ajena no pongamos
nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atri-
buyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consola-
ción». El peligro latente siempre en el sujeto que está en consolación es
el de atribuírsela a sí mismo y, desde ahí, empezar a, de alguna manera,
considerarse un «superman». La desolación le pone en su sitio. Le quita
todas sus seguridades y todos sus agarraderos y no le deja más opción
que volverse a Dios. Por eso, la desolación es un llevar experiencialmente
al ejercitante a una mayor «sabiduría», y así a una conversión: conversión
a Dios y a Dios sólo, y siempre, en consolación y en desolación; conver-
sión a la gratuidad. La experiencia de desolación le ayuda al ejercitante
a liberarse de todo elemento interesado en su relación con Dios, de todo
voluntarismo y de todo engreimiento, y le ayuda a descubrir experiencial-
mente que la salvación no está en ningún otro sitio sino en Dios. Es una
llamada a vivir la vida abandonado en Dios.

4 .6 . Cómo comportarse en la consolación (3 2 3)-(3 24 )

Estas dos reglas son muy sencillas, pero muy importantes.

4.6.1. (323) Un peligro de la consolación es el dormirse en ella, olvidar-


se de que lo que se está haciendo es recorrer un camino, un camino que
conlleva una lucha. El «enemigo de natura humana» no renuncia. Por tan-
to, ahora, en la consolación, que es cuando en verdad puede el ejercitan-
te ser objetivo, cuando puede ver la realidad sin distorsionarla y a sí mis-
mo con verdad, «piense cómo se habrá en la desolación que después
vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces». Y cuando llegue la deso-
lación acuérdese de lo aquí visto al aplicar lo dicho en la regla quinta (318),
«en tiempo la desolación no hacer mudanza».
4.6.2. (324) El peligro, en la consolación y en la desolación, es olvi-
darse de los protagonistas presentes en la vida de uno: «mi Criador y Señor»
y el «enemigo de natura humana». Cuando esto sucede el sujeto empieza
a atribuirse a sí mismo tanto la consolación como la desolación, en el pri-
mer caso creyéndose un super-mán y en el segundo un infra-mám. Igna-
cio, en esta regla, le dice al ejercitante que no se olvide de que no es ni
super ni infra, es un hombre, es él mismo, se encuentre en consolación
o en desolación: «El que está consolado procure humillarse y baxarse cuanto
puede, pensando cuan para poco es en el tiempo de la desolación sin la
tal gracia o consolación. Por el contrario, piense el que está en desolación
que puede mucho con la gracia suficiente para resistir a todos sus enemi-
gos, tomando fuerzas en su Criador y Señor». (Véanse las reglas séptima
y novena).

4 .7 . Atención, el enemigo anda rondando (3 2 5)-(3 27 )

En las tres últimas reglas San Ignacio nos proporciona una visión de
conjunto de la estrategia general del enemigo: «el enemigo se hace
como...», es el comienzo de cada una de las reglas. Con estas pistas se
persigue preparar al ejercitante para la lucha haciéndolo más lúcido y más
resuelto para rechazarlas. El conocimiento del enemigo, de cómo actúa
y de cómo hacerle contra reduce la dimensión de miedo, disminuye el sen-
timiento de impotencia y proporciona mayor seguridad.
En un momento en que el ejercitante está recorriendo el camino de la
primera semana de ejercicios, sintiendo el ánimo y la fuerza de Dios (53),
pidiendo el conocimiento experiencial del enemigo (63), y viviendo con tanta
intensidad la historia del mal (1.° ejercicio) y el proceso de sus pecados
(56)..., la simple exposición de estas tres reglas permite inmediatamente
al ejercitante a experiencias presentes o pasadas que se le iluminan desde
aquí y le hacen captar experiencialmente su verdad y su sentido.
Es bueno tener presentes estas reglas siempre, en desolación para
«hacer contra» y en consolación para prevenir.

4.7.1. Fuerza aparente (325)


Por medio de un ejemplo, el ejemplo del comportamiento de la «arpía»,
Ignacio nos expresa el comportamiento del «enemigo», conocido por él
en su experiencia y que remite al ejercitante a su propia experiencia.
«Flaco por fuerza y fuerte de grado»: El Poder —con mayúscula— es
sólo de Dios. El enemigo cifra su poder en su capacidad de seducción y
engaño, nada más y nada menos. El enemigo tiene una fuerza mucho más
aparente que real. Puede engañarme, pero la fuerza auténtica está en Cristo,
que ha vencido con su resurrección el pecado, la mentira y la muerte. La
falacia del enemigo está en presentar las dificultades como una montaña
insuperable, como una empresa utópica, inalcanzable, que es ocioso aco-
meter. Se presenta con la apariencia de un poder que de hecho no tiene.
Ese es su engaño.
Y así, «es propio del enemigo enflaquecerse y perder ánimo, dando
huida sus tentaciones, quando la persona que se exercita en las cosas espi-
rituales pone mucho rostro contra las tentaciones del enemigo haciendo
el oppósito per diametrum; y por el contrario, si la persona que se ejercita
comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las tentaciones, no hay
bestia tan fiera sobre la haz de la tierra como el enemigo de natura huma-
na, en prosecución de su dañada intención con tan crecida malicia».

La regla de oro de Ignacio para enfrentarse y vencer al enemigo será


el «hacer el oppósito per diametrum». En este caso «poner mucho rostro»,
hacer lo que es debido a pesar de las dificultades que parezcan envolverlo
y así verá el sujeto cómo éstas se diluyen y quedan reducidas a sus justos
términos. En cambio, si se acobarda y se encoge, si comienza a tener temor
y perder ánimo, cada vez se encuentra el sujeto como más enredado y
envuelto y le resulta más difícil hacer lo debido.

Es una llamada a la valentía, a la entereza, pero no apoyándonos sin


más en nuestras propias fuerzas, cosa que también busca el enemigo, sino
en la fuerza de Dios, que siempre está con nosotros.

4.7.2. Clandestinidad del enemigo (326)

Con el ejemplo del comportamiento del «seductor» nos muestra Igna-


cio el comportamiento del enemigo y su por qué, y cómo ha de ser en
consecuencia nuestro comportamiento. Es una regla muy sencilla y de la
que el ejercitante tendrá seguro experiencia..

La «mentira», el «engaño» buscan siempre el secreto. En cuanto se las


expone a la luz se las descubre en su verdad, es decir, en su mentira, en
su engaño. La tentación de quien empieza a sentirse envuelto y enredado
por el enemigo y en desolación es la de encerrarse en sí mismo, dar vuel-
tas y enredarse en el asunto, sentir la necesidad de comunicarlo al mismo
tiempo que le vienen pensamientos de la inutilidad de hacerlo, o de apuro
y vergüenza por el «qué pensará», «qué dirá», etc. El «enemigo», como
no tiene más fuerza que la seducción y el engaño, tiene que ampararse
en el secreto para enredar al incauto con su mentira y seducción®.

La táctica, el consejo de Ignacio será siempre el mismo: «agere con-


tra», «oppósito per diametrum». No mantenerlo secreto, comunicarlo, des-
cubrirlo «a su buen confesor o a otra persona espiritual que conozca sus
engaños y malicias». Así, «mucho le pesa al enemigo, porque colige que
no podrá salir con su malicia comenzada, en ser descubiertos sus enga-
ños manifiestos».

En una invitación a ia transparencia. Y en el proceso de los ejercicios,


a la transparencia en la entrevista.

7 Expresiones de Ignacio que a lo largo de esta primera semana van caracterizando la actua-
ción del «enemigo»: «cosas mundanas y vanas» (63), «delectaciones y placeres sensuales» (314),
«falsas razones» (315), «flaco por fuerza y fuerte de grado» (325), «se hace como vano enamora-
do» (326), «querer ser secreto y no descubierto» (326).
4.7.3. Los puntos flacos (327)
Es una de las reglas donde más claramente formulada aparece la dimen-
sión personal de la vida del hombre de fe. Cada uno es cada uno. El ejer-
citante, con su nombre y apellidos, es distinto de todos los demás. Y lo
mismo Dios que el «enemigo» actúan teniéndolo en cuenta. Podemos for-
mular modos generales de comportamiento, pero estos se concretarán al
aparecer la persona concreta a la que se dirigen. Pongamos algún ejem-
plo: «Mi madre es mi madre y es como es. Nosotros somos seis herma-
nos y cada uno es distinto de los demás. Ella es siempre la misma, pero
su relación con cada uno de nosotros se personaliza de modos diferentes
porque cada uno de nosotros es como es». Otro ejemplo: «Supongamos
un vendedor, un buen vendedor. No solamente debe tener una serie de
cualidades, las cualidades del buen vendedor, y saber una serie de técni-
cas, las técnicas de venta, ha de tener además la capacidad de captar
al cliente concreto que tiene delante, descubrir sus debilidades o sus nece-
sidades, ofrecer una respuesta atractiva a ellas y de una manera que resulte
atractiva para esa persona concreta...»
El ejercitante de primera semana se encuentra también en un proceso
de personalización. Del primer ejercicio, «meditación del 1 .°, 2 .° y 3.°
pecado», pasando por el coloquio (53), llega al segundo ejercicio, «medi-
tación de los pecados», y en su punto primero (56) se detiene en ver el
«proceso de sus pecados». En este ir viendo el proceso de sus pecados,
el ejercitante va a ir descubriendo también los puntos débiles de su estruc-
tura personal. Descubriendo también lo constante y repetitivo, tantas veces,
de sus pecados. Y desde esta experiencia percibe la verdad expresada
en esta regla por Ignacio: «Asimismo se hace como un caudillo, para ven-
cer y robar lo que desea; porque así como un capitán y caudillo del cam-
po, asentando su real y mirando las fuerzas o disposición de un castillo,
le combate por la parte más flaca; de la misma manera el enemigo de natura
humana, rodeando mira en torno todas nuestras virtudes teologales, car-
dinales y morales; y por donde nos halla más flacos y más necesitados
para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos».
Hay una llamada clara a personalizar la fe, a estar atento a lo que uno
es y uno vive, tanto para percibir la voz de Dios como para descubrir las
maquinaciones del enemigo. Un estar atento no obsesivo, sino desde la
paz y la serenidad de quien vive su vida y su lucha descansando en los
brazos de Dios (322)®.

RESUMEN

1. ¿Qué suele entenderse por discernimiento personal en ejercicios?

® No es este el momento para tratar de los exámenes general y particular de los Ejercicios
(24)-(43). Pero permítaseme al menos apuntar como desde el caminar «intensamente purgando
los pecados y en el servicio de Dios nuestro Señor de bien en mejor subiendo» y en la perspecti-
va del discernimiento ambos exámenes se densifican y enriquecen. Y quizás el más devaluado
de los dos, el examen particular, visto desde esta regla 14 9327) cobra mucho más sentido como
fruto del discernimiento de la voluntad de Dios y en una aplicación del «agere contra» frente al
enemigo. Quede como apunte.
¿Saber unas reglas y aplicarlas? ¿Qué fue para Ignacio? A Ignacio le fue
la vida en ello. Es fruto de la experiencia expresado en reglas y otros docu-
mentos pero desde su experiencia fundamental, la «ilustración del
Cardoner».
2. El discernimiento es un don, es una gracia que hay que buscar
y pedir, y no tanto unas reglas y un método: es la «sabiduría».
3. El discernimiento supone una dinámica fundamental de conver-
sión: io realmente fundamental para ser una persona de discernimiento
es el estar unido a Dios. El «saber» depende fundamentalmente de esto.
4. Contexto clave de discernimiento: la única historia, la historia de
salvación; el sujeto protagonista en y de la historia de salvación.
— Dios ama al hombre, a todos, a cada uno. Dios es la VERDAD y
la VIDA. Así se presentará al hombre y así lo experimentará éste.
— El «enemigo de natura humana» es la MUERTE y la MENTIRA. Por
tanto, se presentará al hombre como verdad y como vida, pero el
resultado para el hombre será la muerte.
— El hombre es fundamentalmente un buscador empedernido de vida.
Irá allí donde crea encontrarla. Y experimenta y siente en sí mismo
cuándo encuentra la muerte y cuándo la vida.
Discernir es desenmascarar al «enemigo» y descubrir a Dios en lo que
nos pasa, y actuar en consecuencia. Las reglas de discreción de espíritus
no son sino la formulación del sentido común del hombre de Dios en este
contexto.
5. Tres situaciones tipo en que el sujeto se puede encontrar: en diná-
mica de pecado, en dinámica de conversión y en dinámica de seguimiento.
6. Reglas para en alguna manera sentir y conocer las varias mocio-
nes que en la ánima se causan: las buenas para recibir, y las malas para
lanzar; y son más propias para la primera semana, es decir, para las per-
sonas que van intensamente purgando sus pecados y en el servicio de
Dios nuestro Señor de bien en mejor subiendo.
La experiencia da que el ir apartándose de Dios o el ir buscándole pro-
vocan mociones contradictorias. En el primer caso, en dinámica de peca-
do, el Mundo tienta por placeres aparentes y el Buen espíritu provoca inquie-
tudes razonables. En ei segundo caso, en dinámica de conversión, el Mundo
actúa en contra del sujeto con falsas razones y el Buen espíritu ciando áni-
mo y fuerza.
Este ánimo, esta fuerza, etc., es lo que llamamos consolación. La deso-
lación es lo contrario.
¿Qué hacer cuando uno está en desolación No cambiar; reaccionar
en contra; saberse en prueba; y tener paciencia. E interpretar la desola-
ción, porque también en la desolación habla Dios. Es una llamada a la con-
versión y a no descansar en las propias fuerzas sino en los brazos de Dios.
¿Qué hacer cuando uno está en consolación? Prepararse y ser humilde.
¿Y cuando se detecta la presencia del «enemigo»? No asustarse, ser
animoso; y no mantenerlo secreto, sino comunicarlo.
Y estar atento a los puntos flacos.

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