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BIENES COMUNES.
ARTICULO 972.
CONCORDANCIAS:
Comentario
1. Preliminares.
El artículo en cuestión regula la administración judicial de los bienes comunes,
supuesto que se configura como uno de gestión indirecta de los mismos, en
atención a que la administración es realizada por un tercer sujeto, designado por
un juez dentro de un procedimiento ordenado a dicho fin y legitimado para
actuar sobre los bienes comunes a efectos de satisfacer la expectativa o interés
de los copropietarios en la conservación y explotación de los mismos.
Ordinariamente, la necesidad de resolver los problemas que la gestión de los
bienes comunes plantea da lugar a que se recurra a la administración judicial de
los mismos. Sin embargo, es importante destacar que dicha opción exige la
presencia de los siguientes presupuestos: La falta de explotación de los bienes o
la existencia de desavenencias entre los copropietarios sobre la gestión común
directa. La falta de acuerdo entre los copropietarios para la designación de un
administrador convencional.
ARTICULO 973.
CONCORDANCIAS:
Comentario
1. Preliminares.
El artículo que será objeto de estudio, siguiendo nuestra clasificación de los
distintos tipos de gestión de los bienes comunes, se ocupa de lo que hemos dado
en denominar "gestión indirecta de hecho". Se trata de un precepto relativamente
novedoso en nuestra legislación, por cuanto si bien los artículos 908 y 909 del
Código Civil de 1936 se referían al copartícipe que emprende la explotación,
referían su actuación solo respecto de determinados bienes inmuebles comunes:
"un fundo, una nave o un negocio industrial", La novedad traspasa nuestras
fronteras pues otras legislaciones no reconocen esta figura, al menos con la
amplitud y la autonomía conceptual que la nuestra le confiere. Así tenemos que
el artículo 2709 del Código Civil argentino y el artículo 2099 del Código Civil
paraguayo hacen referencia a la administración sin mandato, pero remiten la
regulación de la misma a la figura de la gestión de negocios ajenos. En tal
sentido, puede afirmarse que el legislador de 1984 ha conseguido recoger una
figura fruto de la realidad, aplicable en los casos de inexistencia de las otras dos
formas de gestión indirecta reconocidas por el Código Civil, como son la gestión
convencional y la gestión judicial. Los casos que se dan en la práctica son muy
comunes, sobre todo en las comunidades de origen incidental, como es el caso
de los herederos que devienen en copropietarios de un edificio de departamentos
arrendados, supuesto en el cual todos tendrán interés por mantener la
regularidad de los pagos por parte de los arrendatarios, pero siempre habrá
copropietarios que por múltiples razones se encontrarán impedidos de participar
de la gestión directa de dichos bienes, del mismo modo que siempre habrá
alguno que por su disposición, por sus calidades o experiencia o por otras
razones, esté dispuesto a hacerse cargo de la gestión: nadie lo habrá nombrado
como administrador pero él actuará como tal, atendiendo los reclamos de los
arrendatarios, el pago de los impuestos, la recaudación de la renta, las
reparaciones que sean necesarias, etc.
b) Retribución.
La compensación al copropietario por las labores efectuadas durante el
tiempo en que actuó como administrador de los bienes comunes se
determina, según el artículo que comentamos, sobre base de la utilidad que
se genere como resultado de haber emprendido trabajos y por realizar la
explotación normal de estos. Cabe aclarar que el legislador ha sido enfático
al mencionar que la retribución se deduce de la utilidad obtenida por la
administración de los bienes. En efecto, según el texto del artículo 973 del
CC los "servicios serán retribuidos recuérdese que en este caso la única
fuente del contenido del estatus del administrador será la ley, porque aquí,
por la naturaleza de los hechos que configuran el supuesto, están excluidos
los acuerdos de los interesados homologados y las decisiones del juez. parte
de la utilidad, fijada por el juez".
El Código Civil parece dar una respuesta negativa. La situación no parece
que pueda ser resuelta de manera tan simple. Pensemos por ejemplo en el
gestor de hecho que a través de su administración logra precisamente
evitar que los bienes, por lo menos, se hayan conservado o en los casos en
que por razón de controles tarifarios o de precios en general, no hay forma
en que la gestión redunde en utilidades, sino que por el contrario se registran
pérdidas. En casos como los planteados creemos que lo justo está en
entender que utilidad, para estos efectos, no debe concebirse como excedente
repartible sino simplemente como beneficio obtenido y habrá beneficio
siempre que el actuar diligente del administrador haya podido mantener y
conservar los bienes con el mismo grado o nivel de eficiencia que fueron
explotados los demás bienes similares en el mercado, dentro de determinado
periodo económico. No es equitativo que las pérdidas generadas, en o por el
mercado, al margen de la diligencia y cuidados de quien tuvo el
desprendimiento de asumir la administración de los bienes cuando era
necesaria por la carencia de un gestor nombrado convencional o
judicialmente, sea absorbida con cargo al trabajo de alguien que en todo caso
ha evitado que el daño sea mayor.
5. Extinción.
Al final del primer párrafo del artículo que comentamos se menciona que la
administración de hecho se mantiene mientras no sea solicitada la
administración convencional o judicial, cuestión que merece un primer
cuestionamiento de carácter conceptual y un segundo de carácter práctico,
por las consecuencias que acarrea.
Sobre lo primero tenemos que resultar un sin sentido jurídico hacer referencia,
como hecho determinante de la cesación de la administración de hecho, a la sola
solicitud de administración convencional, dado que esta no se solicita sino que
se negocia y se acuerda, y si no hay acuerdo, jurídicamente, no hay ningún
hecho relevante, a diferencia de la solicitud de administración judicial que sí
puede ser identificada como un acto relevante en el procedimiento judicial
respectivo, pero que, incluso, solo adquiere efectos respecto? del actual
administrador en el momento que le es notificada, porque es este el momento en
que aquel se entera de la existencia de dicha solicitud y en que queda entablada
la relación procesal correspondiente.
En cuanto a lo segundo, lo grave de la opción legislativa es que al haberse
referido la cesación en el cargo al momento de la solicitud se pone en riesgo la
continuidad de la explotación de los bienes e incluso se puede llegar a una
situación de abandono de los bienes, por cuanto se tendrá que esperar a que los
copropietarios lleguen a un acuerdo para nombrar al administrador convencional
o, en su caso, que el órgano jurisdiccional designe un administrador judicial.
Ciertamente que, en el caso de solicitarse la administración judicial, algunas
medidas urgentes pudieran tomarse a través de la adopción de medidas
cautelares adecuadas, pero aun así nuestra práctica nos demuestra que algún
tiempo importante pudiera perderse. Con seguridad, en la práctica lo común será
que el administrador de hecho permanezca en el ejercicio fáctico de
sus atribuciones y obligaciones, caso en el cual el problema al que venimos
aludiendo, al menos en cuanto a los bienes, no tendrá relevancia: alguien se
ocupará de ellos hasta la designación del nuevo administrador. La dificultad se
presentará con relación a la retribución de este último, porque los demás
copropietarios podrían alegar que solo están obligados a retribuir hasta el
momento de la solicitud y, a más, hasta el momento de la notificación o
requerimiento formulado a dicho copropietario. En esos casos pensamos que el
juez, al margen del texto literal del artículo 973, debería tener en cuenta lo
siguiente: (i) el hecho de que el artículo 777 del CPC, al regular la figura de la
remoción del administrador judicial, ha recogido el principio de continuidad en
el cargo, y si el administrador de hecho ha sido equiparado a un administrador
judicial debe igualmente operar dicho principio; y, (ii) el hecho de que, en última
instancia, la situación a la que nos venimos refiriendo tiene su explicación final
en el principio patrimonial según el cual nadie debe enriquecerse a expensas de
otro, y si bien el cese debió producirse a la notificación de la solicitud, lo cierto
es que ha continuado el aprovechamiento del servicio ajeno, el cual por dicha
razón debiera ser retribuido en su integridad.