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Pérez Avilés Eduardo

Filosofía de la Historia ll

La capacidad política y la incapacidad educadora del historiador.

¿De qué hablamos cuando hablamos de política? Al referirnos a la política ya sea

encasillándola como un mal o un bien necesario, solemos tratarla como una

materia ajena a nosotros, muchas veces sin pensar que somos nosotros quienes

moldeamos esta materia mucho antes de que ella nos moldee a nosotros.

Hablar de política es tratar a todas las relaciones de poder que ejercen unos sobre

otros, y son estas relaciones en las que participamos nosotros muchas veces sin

darnos cuenta, ahora mismo como estudiantes ejercemos relaciones de

conveniencia con profesores en dónde en muchas ocasiones, más allá de la

admiración, existe un interés particular por obtener beneficios en un futuro

cercano.

Hablar de la política de una sociedad es hablar de la historia de la misma, pues

cuando hablamos de ella no solo nos referimos al círculo selecto que mueve los

hilos en las decisiones gubernamentales, sino a todas las relaciones que

conforman y estructuran a dicha comunidad. Como menciona el mismo John

Pocock; hablar de la historia de una comunidad es hablar de política, y hablar de

su política es hablar de historia.

Nosotros, como historiadores en proceso, partimos como los principales

responsables de este trabajo, al ilustrar la historia de una comunidad, nación o


demás, estamos trabajando sobre las relaciones que mantienen integrados a

estos grupos, y al realizar nuestra labor y las conjeturas que elaboramos de

nuestras investigaciones, resulta casi imposible no tomar partido o postura sobre

los acontecimientos que estamos estudiando. Y el trabajo resulta cada vez más

viciado cuando el historiador se da cuenta del papel político que ejerce al estudiar

a las sociedades y las ventajas y desventajas que esto conlleva.

La historia se relaciona directamente con la política cuando los grupos de poder

buscan el auxilio de esta primera para elaborar los discursos que legitimen su

poder. Una historia oficial que muestran como gloriosa y unificadora pero que más

bien sirve para validar los métodos de violencia y sometimiento ejercidos por

determinado grupo político. Y es aquí cuando el historiador ejerce su papel

político, en la elaboración de dichos discursos.

Cuando Max Weber habla sobre las relaciones de poder en “El político y el

científico” y habla sobre el papel político que ejercen los periodistas y como es que

utilizan su labor para hacerse de un puesto en el poder o al menos para seguir

escalando en estas relaciones políticas, viene a mi mente el trabajo del historiador,

que cada vez se aleja más de su ejemplar vocación y solo se deja llevar por la

búsqueda de una mejor posición política, un puesto más alto, o por colocarse cada

vez más arriba en estas relaciones y conseguir más servidores que gente a quien

servir. Una labor que no solo ha venido a menos con la afiliación a las corrientes

que sustituyen a las ideas individuales, ahora también tiene que sopesar a sus

trabajadores que solo la utilizan para obtener beneficios materiales y personales, y

que por tanto, trabajan solo para responder y obedecer a ciertas posturas, e
inclusive ahora son ellos quienes se encargan de defenderlas y divulgarlas. Esos

son los historiadores que viven de la historia y no para ella.

Pareciera que la Historia queda como un asunto aparte entre sus profesionistas, o

por mero trámite para quienes la utilizan como herramienta en la búsqueda de

ingresar a puestos de poder. Y es que entre los mismos círculos de poder deben

aceptar que tener a los hacedores de la Historia cerca, resulta benéfico, pues en

ellos encuentran los personajes idóneos en quienes sostener sus discursos y

prácticas, en la capacidad que tienen para poder hacer llegar sus mensajes a la

comunidad.

Estas afiliaciones, estos partidismos, esta búsqueda por ejercer una superioridad

dentro de las relaciones de poder que construyen nuestra comunidad, han logrado

que nuestra labor se apegue cada vez más al trabajo de un político, se han

convertido en historiadores funcionarios, mientras que la humilde pero honrosa

labor del educador parece quedar en el olvido.

Dentro de todos los males arrogados por la comunidad con los que sopesan las

nuevas generaciones, deberían ser los educadores quienes trabajen por liberar o

al menos alejar a sus estudiantes de dichos malestares, pero ocurre justo lo

contrario, parecen ser dichos profesores los máximos exponentes de todos estos

males y quienes inducen en sus alumnos todas estas molestias. El profesor

resulta estar tan ocupado trabajando por conseguir mejores puestos, por intentar

desbancar a sus similares y servir fielmente a sus superiores, que se ha olvidado

de sus escuchas, de quienes quieren obtener de ellos el ejemplo del buen


comportamiento, del buen ciudadano, del buen obrar y del buen pensar. Y cuando

el profesor se dedica a impartir sus lecciones, estas terminan siendo viciadas por

la misma lucha interna que afronta el profesor que se aleja cada vez más de su

vocación por educar y que ahora se mantiene únicamente enfocado en la

persecución de bienes egoístas.

Todos estos males van en aumento cuando son los mismos historiadores quienes

desde su formación ya desprecian la labor del educador, lo que resulta paradójico,

pues es justo la enseñanza una de las principales labores del historiador. Y

entonces, todo se convierte en un círculo vicioso, pues en lugar de aprovechar

nuestra materia y nuestros conocimientos para orientar a las nuevas generaciones

y a través del ejemplo crear en ellas una conciencia de los males actuales y las

posibilidades de cambio, parece que solo desahogamos en ellas dichos

malestares y los ilustramos como problemas sin solución alguna, ni a mediano ni a

largo plazo, dejando en las nuevas generaciones nada más que incertidumbres y

un terrible primer (y tal vez único) acercamiento a la disciplina histórica y a las

demás humanidades que también se han envuelto en esta problemática.

La educación, la enseñanza y la ejemplificación en el historiador han quedado

atrás, dejando en ellas lo que considero su más honrosa labor, ahora al historiador

no le basta con la honra, ahora es solo un trabajador más, un servidor más del

poder, que en la búsqueda por una mejor posición solo pasa a colaborar como un

instrumento más en el discurso y la justificación de sometimiento por parte de los

grupos políticos.

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