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Apología a la docencia

En las escuelas, que tanto enorgullecían al pasado siglo, no ha podido hacerse otra cosa que
enseñar a las masas las técnicas de la vida moderna, pero no se ha logrado educarlas. Se les han
dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos;
se les han inoculado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios modernos, pero no el
espíritu.
José Ortega y Gasset.

Como transformadora de sociedades, la docencia se erige en un silencioso pedestal


inadvertido. Su papel trasciende espacios y tiempos. Su compromiso con la
sociedad es incuestionable. A este importante rol social le hace falta, más que
conexión con la realidad, una reflexión profunda sobre sus implicaciones en la
cotidianidad. Le hace falta filosofar más y exigir menos. Como docente yo misma, y
preparándome para educar a otros docentes, considero que una formación que
ahonda en filosofía, explora implicaciones políticas y conecta con nociones
económicas, es imprescindible en la vía preparatoria para liderar a otras personas, a
otros docentes.

Durante los últimos 10 años he liderado un importante y muy serio espacio político
dentro del salón de clases. La ‘polis’, muy apegada a su etimología, de los salones
de clases, precisa de un liderazgo que haga consciencia de las diferencias y enseñe
a trabajar en las adversidades. Esta minúscula ciudad del salón responde a una
organización más grande (la institución educativa), que muchas veces ordena
instrucciones que van en contra de la formación eficaz de ciudadanos. En ese
momento el docente tiene la obligación de instruir a los ciudadanos que forma para
que levanten su voz y se conviertan en individuos que luchan por sus convicciones.
Por ideal que suene, la práctica real y la misma formación que el docente ha tenido,
lo fuerzan a actuar de otra manera. En situaciones así, y teniendo que escoger entre
el patrón y unos indirectos clientes, el docente escoge por el patrón y violenta así su
rol. Enseña entonces que la fuerza puede más que la justicia y modela que el orden
político está condenado a sucumbir a los atropellos y arbitrariedades.
Esta situación del docente considerándose a sí mismo empleado primero y formador
después, nace de una profunda inconsciencia sobre las implicaciones que tiene la
enseñanza a otras personas, y cómo enseñamos más con el ejemplo que con los
contenidos académicos. Sus consecuencias son variadas, pero una de ellas que
vale la pena resaltar es la formación de ciudadanos insensibles que, tal como han
visto modelado por sus docentes, solo se preocupan por su estabilidad laboral,
financiera y social, a expensas de los otros, sin importarle su sufrimiento ni el abuso
que puedan sufrir a manos de alguien que ostenta el poder.

Considero que las necesidades de minorías étnicas y personas en situación de


vulnerabilidad se verían mejor atendidas con seres humanos forjados en ambientes
educativos que sean más congruentes con lo que enseñan y lo que la sociedad
necesita. Cuando se enseña a respetar las diferencias, por minúsculas que sean, y
se modela con el ejemplo, es más sencillo empatizar con las diferencias más
grandes. Se genera un espíritu que, sensible al otro, es capaz de verlo y apreciarlo
por lo que es, más que por su aspecto o condición migratoria. Cuando se entiende,
desde una conciencia histórica, que la mayor parte de las minorías étnicas ha
sufrido persecución sobre la base de creencias irracionales, se genera una auténtica
voluntad de ayudar y promover caminos de aceptación. Asimismo, cuando se
evalúan las causas multifactoriales que pueden conducir a la migración por crisis, a
través del arte, se sensibiliza a las personas a entender las complejas razones por
las cuales muchos seres humanos, de diversa condición social y nacionalidad,
emprenden la migración a países con los que nunca antes habían tenido alguna
conexión.

Como migrante yo misma, entiendo las vicisitudes y dificultades que significa iniciar
una vida de cero en un país del que poco sabía. Cuando uno parte de la experiencia
y de la vivencia propia, es más sencillo modelar sensibilidad al otro. Pero no es la
única manera ni tampoco podría afirmar que sea la más efectiva. Por eso considero
que la educación es tan poderosa, pero debe reflexionarse en su práctica más
importante, la cotidiana, para encontrar allí los espacios donde los docentes no
están modelando sensibilidad y empatía, y por el contrario proyectan una
desconexión social e indiferencia a lo que sufre el otro, el que no tiene poder, el
vulnerable.
Los adolescentes, en particular, constituyen una población vulnerable que pasa
desapercibida con muchísima frecuencia. Son objeto de críticas universales y
ancestrales. Es una etapa donde el niño deja de serlo, pero el adulto aún no
emerge, un punto intermedio por el que todos hemos transitado y que con
frecuencia olvidamos rápidamente de tal suerte que nos es fácil echarle piedras y
atacarla con todas nuestras fuerzas. Como mujer, en un mundo de hombres, y como
lesbiana invisibilizada por muchos años, puedo entender la vulnerabilidad de los
adolescentes y empatizar con ella. De nuevo, nuestras experiencias y vivencias
conforman un marco que nos ayuda a entender a otras personas, a grupos sociales
con los que nos sentimos identificados de alguna manera. Y ser más empáticos con
los demás es la vía segura para liderar con integridad y congruencia.

Son las razones antes expuestas, así como la descripción que de mi persona hago,
las que me motivan a postularme al programa de Maestría en Filosofía, Política y
Economía. Es la percepción de cómo una formación de esta naturaleza puede
impactar en mi consideración de la sociedad, de mi rol como docente y de los
alcances que puede tener mi proyecto de formación a otros docentes, en el marco
de tanta necesidad política actual de líderes integrales y congruentes. Es muy difícil
pedirle a una sociedad fracturada por la incongruencia y la insensibilidad, que
produzca líderes realmente preocupados por los grupos a quienes dirigen. De ahí
que el rol de la educación, y del docente en particular, sea tan importante para
nuestra época.

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