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Antelo, Estanislao (1999), Instrucciones para ser profesor. Pedagogía para aspirantes, Buenos Aires, Santillana .

c) Hay un otro sesgo en la tarea del profesor entendida como función intelectual.
Se trata del estatuto mismo del pensamiento como acontecimiento. Como bien dice
Milner, un pensamiento es aquello que se impone a quien no lo pensó (Milner, 1996).
Imponer es un verbo. Más que reunir, la intervención intelectual tendería en ciertos
aspectos a desunir. Hemos visto además que una enseñanza es enseñanza en tanto
sacude la modorra de las percepciones domesticadas. De allí que los teóricos, cuando se
refieren a las teorías, usen las siguientes metáforas: desconstruir, disolver, hacer extraño
lo habitual, pensar de otro modo, pensar en contra de las convenciones, problematizar lo
obvio, introducir una diferencia en una cadena de repetición, hacer tajos, desnaturalizar,
reactivar, des-sedimentar. Es que la misma idea de metáfora pareciera tener ese estatuto
de imposición.
Dice Abraham que un intelectual: "Es alguien que tiene una formación filosófica
dispuesta y ejercida en una problematización política. Problematizar es construir un
obstáculo en lo que por hábito se considera cierto; este escollo o roca resulta de marcar
una diferencia en un mecanismo de repetición; introduce, además, una inquietud en un
universo de creencias. Construir problemas, implantar obstáculos, provocar inquietud. La
filosofía es la política de la verdad, decía Foucault" (Abraham, 1997).

“De hecho, se podría argumentar que los sitios más importantes de aprendizaje hoy abarcan tanto
la televisión como la radio. Esto sugiere una redefinición fundamental del rol del intelectual público
y de los lugares donde él o ella concentra su trabajo. Los intelectuales públicos críticos deben
redefinirse a sí mismos no sólo como figuras marginales, profesionales, académicos que actúan
en soledad, sino como ciudadanos cuyas acciones y conocimiento colectivo presuponen una
visión específica de la vida pública, de la comunidad y de la responsabilidad moral. La mismísima
definición de lo que significa ser un intelectual público debe vincularse a los imperativos de
trabajar política y educativamente para extender y profundizar las posibilidades de una vida
pública democrática. Ésta es una tarea eminentemente pedagógica [...]. Los progresistas
necesitan una noción más expansiva de educación y pedagogía como una forma de trabajo
cultural que tiene lugar a lo largo de los diversos sitios de aprendizaje, incluyendo escuelas,
lugares de trabajo, guarderías infantiles, iglesias locales, centros de jóvenes, hospitales, estudios
de filmación, programas de TV, etc. [...] Como trabajadores culturales, necesitamos encontrar
modos de usar múltiples enfoques, estilos, estéticas y formas de compromiso para llegar a las
diversas audiencias.”
Henry Giroux. Talk Radio, Public Intellectual and Right Wing Pedagogy, 1995.

11. Para enseñar, usted tiene que aceptar que los profesores cuando enseñan
hacen política.
Fue también quizá Paulo Freire el que se atrevió a hipotetizar sobre la naturaleza
política de nuestro oficio. Freire, sin temor ni obediencia, hizo el intento de combinar esas
dos palabras. ¿Por qué el que enseña hace política? Sabemos del rechazo generalizado
a esta proposición. Se suele decir incluso que el tema educativo "no debe ser politizado".
Para nosotros la educación es quizás una forma de la política. Pero vayamos despacio y
escribamos cómo pensamos nosotros a la política. Veamos trabajar a una experta que se
llama Chantal Mouffe. El escalpelo de Mouffe apunta contra la negación de lo político: la
autora, como Ernesto Laclau, Claude Lefort, Jacques Ranciere y otros profesores que se
ocupan de estos temas, sostiene que es necesario diferenciar lo político de la política. Lo
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político es para ellos una cierta hostilidad inherente a toda relación humana. No hay
ninguna sociedad ni ninguna relación que no sea conflictiva No hay ninguna sociedad ni
ninguna relación que sea plena, armónica, definitiva. No hay manera de poner esta
hostilidad entre paréntesis. Mouffe piensa en el Dr. Freud: existen los instintos de vida y
de muerte. Hay mucho -dice, y lo repetimos- para aprender de ello. La hostilidad inherente
a todo lazo social tiene status ontológico: no es en modo alguno un paréntesis. ¿Qué
querrá decir que lo político es ontológico? Quiere decir que no hay hombres sin la
presencia de lo político. Y si cierto es que los hombres, como los nombres, abren
caminos, el de Mouffe tiene espinas. Lo político no es una esfera o nivel de la sociedad a
la que se accede estudiando abogacía o sacando fotocopias en un centro de estudiantes.
Lo político tiene otro nombre: pasión, aquella de la que se suele decir que no tiene futuro,
que no puede planificarse. Lo político es entonces parte de un bello título compartido por
Arendt y Malraux: La condición humana.

Un profesor, cuando enseña, hace política. Hacer política no es lo mismo que participar de algún
partido político. Hacer política es una actividad. Ésta se entiende cuando pensamos en las
razones por las cuales queremos que nuestros estudiantes sean algo en la vida. Queremos que
se transformen, que se desplacen, que les vaya bien en la vida. Por eso ofrecemos una
enseñanza, porque creemos que pueden ser otra cosa distinta, mejor, de lo que son. Y cuando lo
hacemos formamos un "nosotros", es decir, formamos identidades colectivas. Toda enseñanza
involucra la existencia y obliga a preguntarnos en qué mundo, en qué país, en qué ciudad
queremos vivir nosotros y en cuáles queremos que vivan nuestros hijos.

Pasemos ahora a la política. Es una actividad. ¿Cuál es su fin? Establecer un


orden (que incluye racionalidades, pero no se agota en ellas). La política es aquello que
hace posible la convivencia humana pero con la presencia inefable de lo político. En su
libro The Return of the Political (1993), Mouffe asevera que aceptar la necesidad de lo
político es aceptar a la vez la imposibilidad de un mundo sin antagonismos. Los conflictos
no son, entonces, perturbaciones que la mala fortuna impide eliminar. Conflicto es uno de
los nombres de lo que conocemos como pasión, y no tiene mucho sentido, como
proponen algunos, relegarlos al ámbito privado. No son impedimentos empíricos que
socavan los sueños armónicos. Son lo que hay, lo que habrá de haber. Negar lo político
no hace que su desaparición se torne posible. Por último, si la política es aquella actividad
que procura domesticar a lo político para establecer un orden, siempre ha de vérselas con
el conflicto y con el antagonismo. Sigamos ahora a Puiggrós. Sabemos que muchas de
sus preguntas se construyen en el mismo terreno que las de Laclau y Mouffe. Dice la Dra.
Puiggrós, en una proposición quizá compleja: "La política es el arte de la marcación de
diferencias en un terreno de lucha. Una forma de esa lucha es la educación, y la política
sería el hecho mismo de la producción de las diferencias/articulaciones. Sería el momento
de producción de los sujetos, simultáneo al de su reproducción, muerte y transformación.
La educación sería el proceso de transmisión/adquisición, el acto de
enseñanza/aprendizaje, de las formas de diferenciación/articulación culturalmente
acumuladas, donde se manifiesta la imposibilidad de sincronía, de encaje, de cierre entre
educador, saber y educando”. ¿Qué significa esto? Quiere decir que un profesor, en tanto
enseña, pasa formas culturales, ofrece un orden, un lazo, un lenguaje común. Quiere
decir que si la política es el acto mismo de institución contingente del vínculo social, la
educación será siempre -incesantemente-, como vimos en el capítulo 1, la tarea/operación
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de reparto, muestra de cartas y apropiación de aquello que se ha instituido. El problema


que se nos presenta es el siguiente: ¿Qué contenido, aun considerándolo transitorio,
viene a ocupar "mejor" el lugar del fundamento? ¿Qué proceso de transmisión es
políticamente correcto? Ninguno. Si bien sabemos que todo contenido es una
construcción social, no hay ninguna pedagogía, no hay ninguna instrucción, que nos diga
a priori qué es lo políticamente correcto. Y esto para nada quiere decir que dejemos de
intentar ponernos de acuerdo acerca de lo que creemos mejor para nuestra existencia. Si
bien no hay una continuidad entre la pedagogía y la política, si bien no hay un pasaje
necesario, el que enseña, el que estampa, el profesor, hace política cuando enseña.
Dewey dijo: "(…) correcto es sólo un nombre abstracto para la multitud de exigencias en
acción que otros estampan en nosotros y a las cuales estamos obligados, si vivimos, a
tomar en cuenta" (Rorty, 1997). Cuando usted enseña, cuando pasa y da, cuando ofrece y
pide ser seguido, hace política. La escuela es una fábrica de ordenar las pasiones.

“Habíamos decretado que las pasiones no eran importantes y que eran de una época que estaba
terminada. Por suerte luego apareció Freud, que puso el tema de nuevo sobre el tapete. Los
instintos de vida y de muerte existen, no se pueden negar. Hay mucho para aprender de eso
todavía. Uno tiene que aceptar que hay que tener una visión muy amplia de la política para darse
cuenta de que hay muchas cosas que no nos gustan, muchas, pero también que no es cerrando
los ojos como se solucionan. Cuando uno hace ciertas afirmaciones, los buenos demócratas se
quedan horrorizados, pero creo que una visión realista es lo único que vale para saber cuáles son
las verdaderas preguntas que uno debe hacerse para defender a la democracia. Los buenos
sentimientos no hacen buena literatura, dicen los franceses. Yo creo que los buenos sentimientos
no hacen buena política tampoco.”
Chantal Mouffe. Análisis racional (y muy cercano) de la pasión en política, 1996.

¿Para qué estudiar, entonces, pedagogía?


Reconocer que no hay un pasaje necesario de la pedagogía a lo políticamente
correcto, lejos de introducirnos en la desesperanza, desafía el pensamiento. Desafía
nuestra capacidad de imaginarnos y redescribir el mundo en el que vivimos. Y eso es la
pedagogía y en eso consiste estudiarla. Estudiar pedagogía es, a mi entender, una
operación política e intelectual en tanto obliga al profesor a:
• Pasar lo dado y dar lo que pasa. Operar sobre la herencia y sobre la tradición.
• Transmitir órdenes, formas de articulación.
• Pasar el lenguaje, es decir, testimoniar lo heredado.
• Apuntar a diversas audiencias y ofrecer variedad de léxicos.
• Construir gramáticas e intervenir activamente en la lucha por los significados.
• Ofrecerse y ofrecer su clase, como superficie y como horizonte de inscripción.
El profesor se ocupa de las pasiones y los conflictos.
• Hacer lazo, reunir.
Un profesor, entonces, debe admitir que no hay transmisión posible, enseñanza
posible, a menos que, como en un juego de dados, agite su cubilete pedagógico y se
disponga a lanzar, a crear, a reinventar, es decir, a enseñar.
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