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Equidad y género
Una teoría integrada de estabilidad y cambio
EDICIONES CÁTEDRA
UNIVERSITAT DE VALENCIA
INSTITUTO DE LA MUJER
Feminismos
Consejo �esor:
tt
CAPÍTULO I
Introducción
CUESTIONES GENERALES
Niveles de análisis
En el párrafo anterior se decía que la mayoría de las
teorías sobre los sexos eran parciales en el sentido de que
se centran en su mayor parte en un solo nivel de análisis.
Por lo tanto, la primera cuestión se refiere al significado
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del término «niveles de análisis» y a mis razones �ra
mantener que la teoría de los sexos debería integrarlos.
Los sociólogos distingtJen con frecuencia entre micro
y macro procesos, instituciones, teorías, etc. Algunos ña
blan también del nivel medio. Aunque la distinción en
tre niveles no es precisa, existe un entendimiento general
con respecto a qué fenómenos sociales pertenecen a cada
uno. El «micronivel» se refiere a fenómenos intrapsíqui
cos tal como quedan afectados por factores sociales y
culturales y a las interacciones cara a cara entre indivi
duos, sobre todo dentro de parejas y grupos pequeños.
Para los sociólogos de los sexos, la familia constituye la
institución de micronivel más importante. En el otro ex
tremo, el «macronivel» se refiere normalmente a fenó
menos que afectan a toda la sociedad (y para algunos teó
ricos a todo el mundo), tales como sistemas económicos
y políticos, sistemas de estratificación de clases y sexos e
ideologías y sistemas de creencias ampliamente acepta
dos. Las organizaciones, las comunidades y los grupos
raciales/étnicos son ejemplos de los fenómenos de «nivel
medio».
Las distinciones entre niveles están desdibujadas
porque estos interactúan profundamente los unos en los
otros. Por ejemplo, la interacción dentro de la familia,
un fenómeno de ostensible nivel «micro», está modelada
por definiciones y expectativas sociales generales, por
oportunidades económicas, por trabas legales, por fenó
menos raciales/étnicos y de clase -es decir, por proce
sos y estructuras de niveles «macro» y «medio». En el ex
tremo opuesto, las estructuras de tipo macro y mezo son,
en sentido básico, abstracciones derivadas de interaccio
nes de microfenómenos repetidas. Casi todo lo que los
sociólogos observan directamente son atributos, conduc
tas y expresiones lingüísticas de individuos. Cuando és
tas son recurrentes y siguen un determinado patrón -es
decir, cuando reflejan propiedades que, de una forma
coherente, surgen de la interacción entre miembros de
un grupo- se les asigna una etiqueta que es típicamente
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de naturaleza macro o medio. Decir que un sistema de
desigualdad entre los sexos existe es fundamentalmente
otra forma de decir que, en millones de interacciones
diarias entre las gentes, las mujeres se encuentran en des
ventaja y son infravaloradas repetida y sistemáticamen
te con respecto a los hombres, en una amplia variedad de
contextos distintos.
Junto con la edad, el sexo es, y probablemente haya
sido siempre, el marcador más destacado de los seres hu
manos en prácticamente todas las sociedades. El sexo
parece impregnar todos los aspectos de la vida tanto so
ciocultural como individual e intrapsíquica. En resu
men, el sexo da forma a procesos y estructuras y es mo
delado por ellos en los tres niveles de análisis. Teniendo
esto en cuenta, junto con la interactuación fundamental
de los niveles mismos, cualquier teoría que intente expli
car la estabilidad o el cambio en los sistemas de la estrati
ficación de los sexos, debe incorporar e integrar estructu
ras y procesos de todos los niveles. Una meta principal
de la teoría de los sexos en sociología debería ser la expli
cación sistemática de cómo exactamente se vinculan los
procesos micro, medio y macro y estructuras sociales
para producir los sistemas de sexos.
La importancia relativa de los fenómenos de cada ni
vel para la perpetuación o el cambio de un sistema de es
tratificación de los sexos es, en última instancia, una pre
gunta empírica. Ante la carencia de una teoría que inten
te integrar las diversas teorías parciales, es difícil enmar
car la investigación que puede ser de ayuda para deter
minar la importancia relativa. Por ejemplo, los estudio
sos cuyo marco de referencia es principalmente el nivel
micro dan por hecho con frecuencia que los procesos de
sexualización de la infancia, combinados con reforza
miento posterior, constituyen las variables clave que
perpetúan los sistemas de los sexos ·y son, por lo tanto,
los blancos más importantes del cambio. Los teóricos de
lo macro postulan a menudo que la posición de las muje
res dentro del sistema económico de una sociedad, cons-
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tituye la barrera fundamental ante la que choca la igual
dad de los sexos. Debido a que las distintas personas nor
malmente trabajan sobre todo con una sola perspectiva,
rara vez se le ocurre a nadie enmarcar un proyecto de in
vestigación que aborde explícitamente el impacto relati
vo de los procesos de sexualización y de las oportunida
des económicas sobre el mantenimiento o el cambio del
status quo de los sexos. Es típico el hecho de que los so
ciólogos apliquen una teoría específica, con frecuencia ex
post facto, a un conjunto de descubrimientos, más que
intentar probar explicaciones alternativas de un fenóme
no. La teoría que incorpora explícitamente procesos de
todos los niveles alerta a los investigadores de la necesi
dad de reunir datos a todos los niveles. La colección de
un conjunto más amplio de datos, a su vez, podría per
mitir a los investigadores, determinar hasta qué punto
algunas variables explican mejor la discrepancia que
otras y son, así, más importantes para el mantenimiento
y/o el cambio de los sistemas de los sexos.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, la teoría
de la estabilidad y el cambio desarrollada en este libro se
basa en teorías de todos los niveles de análisis. Uno de
mis objetivos principales es integrarlas de tal manera
que los futuros investigadores puedan comprobar con
mayor facilidad la capacidad explicativa relativa de las
diversas partes. Ante la escasez actual de tales pruebas
directas, voy a ser ecléctica en cuanto a las estructuras
teóricas incluidas más allá de aquellas que pueden llegar
a demostrar empíricamente ser necesarias.
Teorías marxistas-feministas
El enfoque teórico dominante que insiste en el aspec
to coercitivo de los sistemas de los sexos es el desarrolla
do por las marxistas-feministas (por ejemplo, Sacks,
1 974; Eisenstein, 1 979; Vogel, 1 983; Hartmann, 1 979,
1 984). Aunque disienten en detalles concretos, las estu
diosas marxistas-feministas comparten una perspectiva
que hace hincapié en el apoyo mutuo de los sistemas ca
pitalista y patriarcal en el sostenimiento de la opresión
femenina. A diferencia de otros marxistas, no obstante,
perciben estos dos sistemas como independientes desde
el punto de vista analítico, con el sistema patriarcal con-
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virtiendo al capitalismo en su presa. La defunción del ca
pitalismo, aunque necesaria, no ha sido ni puede ser su
ficiente para erradicar la opresión femenina (Sacks,
1974; Eisenstein, 1979).
Las marxistas-feministas defienden que el capitalis
mo exige dos cosas: primero, la producción de una plus
valía (beneficio) por parte de una mano de obra que tra
dicionalmente es masculina, pero que cada vez cuenta
con más mujeres y segundo, el mantenimiento y la repro
ducción de una mano de obra relativamente dócil, y que
las mujeres sean la parte fundamental de la mano de
obra que realiza el trabajo no pagado del ámbito domés
tico. El capitalismo busca una mano de obra barata con
el fin de obtener los máximos beneficios. Esta es la razón
de que las mujeres trabajen cada vez más fuera de casa,
pero en trabajos mal pagados. Al pagar más a los hom
bres que a las mujeres, el capitalismo contribuye a man
tener la dependencia de las mujeres respecto a los hom
bres y, por lo tanto, estabiliza la familia y la sociedad (Ei
senstein, 1979). Los hombres de la clase trabajadora son
«comprados» por medio del mantenimiento del patriar
cado, que produce ventajas para ellos (comparados con
las mujeres de su clase social) tanto en el mundo del tra
bajo como en eJ hogar. Por lo tanto, es menos probable
que desafíen el sistema capitalista (Hartmann, 1984).
Como esposas, las mujeres proporcionan servicios a sus
maridos dentro de la organización familiar y también
apoyan el capitalismo en su papel de consumidoras de
esa organización. Más aún, mantienen y reproducen la
mano de obra sin costarle nada al capitalismo.
Debido a que el patriarcado es ventajoso para el capi
talismo, las élites económicas proponen una ideología
que lo mantenga. La ideología patriarcal es un aspecto
fundamental en el mantenimiento del sistema capitalista
y de la opresión femenina. Esta ideología define a las
mujeres principalmente como madres, lo que ayuda a
mantener la segregación con respecto a los empleos y los
sueldos bajos para las mujeres, así como su compromiso
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con el trabajo no pagado de la casa y la familia (Eisens
tein, 1 979). Definidos en primer lugar como los que ga
nan el pan para la familia, los hombres dedican sus ener
gías a producir una plusvalía para el capitalismo.
En conclusión, las marxistas-feministas defienden
que la opresión femenina en el mundo contemporáneo
se ve sostenida por el poder de los capitalistas para pro
teger y realizar sus intereses, que incluyen los sueldos ba
jos para las mujeres y el trabajo doméstico no pagado y
familiar, llevado a cabo por las mismas; una ideología
patriarcal, desarrollada, apoyada y extendida por los ca
pitalistas; y el apoyo de los miembros masculinos de la
clase trabajadora del sistema de patriarcado capitalista,
por las ventajas relativas -en casa y en el trabajo- que
les pueden aportar. Para las marxistas-feministas, la eli
minación de la opresión femenina exige la muerte tanto
del capitalismo como del patriarcado, como ideología y
como forma de relación entre marido y mujer. Exige que
el trabajo de mantenimiento/ reproducción social deje
de ser de la incumbencia exclusiva de las mujeres y que
éstas compartan con los hombres el trabajo que implica
la producción con fines de intercambio (Sacks, 1 974).
Teoría medio-estructural
Las marxistas-feministas se ocupan fundamental
mente de sociedades totales, es decir, que sus análisis se
centran en el macronivel. Arguyen que la estructura eco
nómica de las sociedades es el fenómeno más importante
para la comprensión de la situación de desventaja feme
nina en las sociedades contemporáneas. La obra de Ro
sabeth Kanter ( 1 977) ejemplifica un pequeño número de
teorías que se vuelven hacia la estructura de la organiza
ción -o el nivel medio-, para entender por qué las mu
jeres se encuentran en desventaja. Kanter se centró en
tres variables para explicar las conductas de trabajo y las
motivaciones de la gente dentro de una organización:
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hasta qué punto los empleados se encuentran en un pues
to desde la que la movilidad ascendente es posible frente
al estar «bloqueado»; hasta qué punto los empleados po
seen el poder necesario para llevar a cabo sus objetivos; y
el número relativo de personas dentro de un grupo de
trabajo de iguales que pertenece al «tipo social» de uno
(en este caso las mujeres) frente a algún otro «tipo»
(hombres). La respuesta y la productividad del trabaja
dor, así como las futuras oportunidades de movilidad y
aumento de poder, se ven realzadas cuando los trabaja
dores reciben poder, tienen una oportunidad de movili
dad y no son «muestras» (esto es, de un tipo escaso).
Kanter argumenta que independientemente de los
atributos personales, incluyendo el sexo, la gente respon
de de manera similar cuando su situación de empleo es
similar. Sin embargo, los hombres y las mujeres no dis
frutan generalmente de niveles similares de oportunidad
y poder, y en trabajos de responsabilidad, prestigio e in
gresos altos, son probablemente las mujeres las que cons
tituirán muestras. Por lo tanto, la conducta laboral y la
dedicación de mujeres y hombres viene a diferenciarse
como consecuencia de los puestos distintos que ocupan
dentro de una organización. A su vez, los resultados dife
rentes refuerzan los estereotipos sobre sexo y trabajo,
contribuyendo a mantener un sistema que sitúa a hom
bres y mujeres en posiciones distintas dentro de la orga
nización.
En general, el enfoque medio-estructural defiende
que las diferencias entre las actitudes y conductas de
hombres y mujeres se producen por el hecho de que de
sempeñen papeles sociales diferentes y desiguales. A su
vez, las diferencias producidas de este modo, incremen
tan la probabilidad de que los papeles sean distribuidos
diferencialmente en razón del sexo, para la desventaja
continua de las mujeres (ver también Miller et al., 1 98 3 ;
Kohn y Schooler, 1 98 3 ; Epstein, 1 98 8, capítulo 4; Cha
fetz, 1 984; BarronyNorris, 1 976; Schur, 1 984, pags. 38-42).
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Teoría microestructural
El enfoque microestructural fija su atención en la for
ma en que la desigualdad entre los sexos, generada en los
niveles medio y macro, produce desigualdad en las inte
racciones directas hombre-mujer, sobre todo entre mari
dos y mujeres. La orientación teórica principal que se
usa para este tipo de explicación es la Teoría del Inter
cambio (por ejemplo, Curtís, 1 986; Parker y Parker,
1 979; Chafetz, 1 980).
La Teoría del Intercambio argumenta que para que
unas relaciones continúen a lo largo del tiempo de una
manera estable, los participantes deben proporcionarse
mutuamente valores aproximadamente iguales. Cuando
uno de los miembros de la relación tiene acceso a recur
sos superiores necesitados o deseados por el otro, debe
ofrecerse algo a cambio para equilibrar el intercambio si
se busca la continuación de la relación. El miembro que
tiene menos acceso a los recursos apreciados equilibra el
intercambio ofreciendo deferencia o satisfaciendo las
peticiones del que proporciona los recursos (Blau, 1 964;
Parker y Parker, 1 979). En sociedades donde los sexos
muestran una situación de estratificación, lo general es
que los hombres tengan un mayor acceso a los recursos
escasos y apreciados de los que las mujeres -sobre todo
las esposas- dependen. Por lo tanto, las mujeres tienen
que ofrecer deferencia y satisfacción a los hombres.
Curtís ( 1 986) hace una distinción entre intercambio
económico y social, argumentando que éste último es ca
racterístico de los intercambios conyugales. El intercam
bio económico se basa en un acuerdo susceptible de ha
cerse cumplir entre partes y depende de un sistema im
personal de obligación de cumplimiento. Los detalles de
qué se va a cambiar y por qué se especifican en el mo
mento de la transacción. El intercambio social consiste
en el intercambio de regalos y favores y es más implícito
que explícito. Depende «de la buena voluntad del deu
dor en algún momento futuro» (Curtís, 1 986, págs. 1 7 5-
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76). La confianza en el individuo es la base de este tipo
de intercambio. El intercambio social establece una deu
da difusa a cargo del receptor de regalos y favores, una
deuda que se puede exigir en cualquier momento poste
rior. Lo que es más, nunca queda claro cuándo se ha sal
dado la deuda. El resultado es que la persona que acumu
la deudas sociales adquiere poder interpersonal, de una
manera que excede con mucho el poder del que contrae
sólo deudas económicas. Debido a sus papeles extrafa
miliares, lo normal es que sean los maridos los que a•d
quieran recursos superiores a aquellos de sus esposas y
que adquieran tal poder interpersonal sobre sus mujeres.
Algunos otros teóricos empiezan por asumir que los
hombres poseen un poder superior en sus interacciones
con las mujeres, y estos teóricos exploran las consecuen
cias de esta asimetría de poder en términos de la natura
leza de las interacciones hombre-mujer. Por ejemplo,
Fishman ( 1 982) arguye que los hombres usan su poder
para obligar a las mujeres a trabajar en interacción con
ellos, de una forma no recíproca. El resultado es que «la
definición de lo que es una conversación apropiada se
convierte en una elección del marido. Es elección de él,
no de ella, la parte del mundo hacia la que los interfacto
res se orientan, cuya realidad construyen y mantienen»
( 1 982, pág. 1 7 8 ; ver también West y Zimmerman, 1 9 7 7 ;
Ferguson, 1 980).
Teorías de voluntariedad
Las teorías repasadas en la sección anterior hacen
hincapié en que la desigualdad entre los sexos se mantie
ne principalmente porque los hombres cuentan con los
medios para hacerlo, independientemente de lo que las
mujeres puedan desear. La desigualdad estructurada,
por la que los hombres adquieren recursos superiores a
aquellos a los que las mujeres tienen acceso, permite a
los hombres coaccionar o sobornar a las mujeres para
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que se comporten como ellos quieren. Con todo, en la
mayoría de las épocas y lugares, la gente no percibe tal
coerción y las mujeres no piensan conscientemente que
estén más oprimidas que los hombres. Las teorías de vo
luntariedad se refieren a cómo y por qué tienden las mu
jeres a desear hacer aquello que se verían obligadas a ha
cer de todas formas. No quiero sugerir que las teorías de
voluntariedad «culpen a la víctima» o afirmen que las
mujeres son las responsables de su situación de desven
taja. Estas teorías reconocen que tras los procesos sobre
los que se centran, existe un sistema injusto de los sexos.
Lo que hacen, más bien, es dar por hecho ese sistema y
avanzar en la exploración de los efectos psicológicos so
ciales que el mantenimiento del sistema produce, sobre
todo en las mujeres.
Teoría de socialización
A diferencia de la teoría neofreudiana, los diversos
acercamientos que se califican de teorías de «socializa
ción» se concentran en los esfuerzos más conscientes y
deliberados de sobre todo los adultos encaminados a en
señar a los niños formas de pensar, de sentir y de actuar
socialmente definidas y diferenciadas por sexos. Esta
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perspectiva incluye tanto la Teoría de Interacción Sim
bólica, tal como la desarrollan los sociólogos, como las
teorías de Aprendizaje Social y Desarrollo Cognitivo,
que pertenecen primordialmente al terreno de los psicó
logos. Aunque difieren en detalles concretos, estas teo
rías centran su atención en la forma en que las personas,
cuando son niños, adoptan normas socialmente defini
das para su sexo y hacen del sexo un componente funda
mental del concepto de sí mismas. Los procesos clave
son las recompensas y los castigos (tanto directos como
indirectos) por parte de «otras personas significativas»
y, sobre todo, el dar forma a las conductas de las perso
nas con las que el niño se identifica (por ejemplo, Cahill,
1 98 3 ; Lever, 1 976; Constantinople, 1 9 79; Lewis y Wein
raub, 1 979). Aparte de los padres, los iguales son consi
derados fundamentales en el proceso. Además, se consi
deran elementos contribuyentes los medios de comuni
cación, los juegos, los deportes, las escuelas, los estilos de
vestir, la lengua y una serie de fenómenos sociales y cul-
turales.
El enfoque de la socialización del sexo asume que las
conductas, actitudes, prioridades y elecciones de los
adultos se entiendan en su mayor parte como expresio
nes directas de las concepciones internas del yo. En la
medida en que la generación adulta «logra con éxito» ha
cer de los niños seres sociales conforme a las concepcio
nes aceptables del sexo, esos niños se convertirán en
adultos que harán elecciones coherentes con su propia
identidad sexuada. De esta forma, el sistema de los sexos
se ve repetido de generación en generación.
Resumen
En esta sección se han repasado varios enfoques teó
ricos parciales ampliamente usados con respecto a las
cuestiones del sexo (para un estudio más completo de és
tas y otras teorías feministas en sociología, ver Chafetz,
1 9 8 8 a). La división en tipos coercitivo y voluntario no
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se debería tomar estrictamente. En ambos tipos se en
cuentran elementos de los dos, lo qÚe varía es dónde se
pone el énfasis. Del mismo modo, las divisiones dentro
de cada tipo no son estrictas. Todas las teorías de volun
tariedad son de micronivel en cuanto a su preocupación
primordial. Las teorías coercitivas tienden a ser de nive
les medio y macro, pero también incluyen teorías de mi
cronivel. De lo que todas las teorías parciales carecen es
de vínculos detallados y sistemáticos con otros tipos y ni
veles de análisis.
Sexo
Durante los últimos veinte años ha· habido cierta
confusión con respecto a los significados de la palabra
«sexo». En una acepción se ha venido a aceptar general
mente como un término que significa diferencias bioló
gicas (como mínimo cromosómicas, hormonales y mor
fológicas) entre hombres y mujeres. La otra acepción ha
venido a significar los componentes socioculturalmente
construidos que se atribuyen a cada sexo. El término
«sexo» en su segunda acepción se va a usar a lo largo de
todo el libro para distinguir entre hombres y mujeres.
Con el uso de este término, transmito mi opinión de que,
por lo que se refiere a las cuestiones teóricas que aquí se
abordan, la biología no constituye una variable relevan
te. Son, más bien, las definiciones socioculturales del
sexo biológico y las reacciones ante el mismo las que pro
ducen y refuerzan la desigualdad entre hombres y muje
res. Las diferencias biológicas -sean las que sean- se
mantienen básicamente constantes a través del tiempo y
el espacio históricos. Los fenómenos de los que trata este
libro son aspectos del sistema de los sexos que pueden
variar y han variado y que, por lo tanto, deben explicarse
por medio de fenómenos que varíen.
Poder y autoridad
El «poder» se define en el sentido weberiano como la
habilidad de personas o grupos de provocar la obedien
cia de otras personas o grupos, incluso ante la oposición.
El poder exige recursos superiores que controlan los obe
dientes. Los que detentan el poder deben tener en su
mano algo que los obedientes valoren y necesiten o quie
ran y no puedan conseguir en cantidad suficiente de nin
guna otra forma. Puede ser dinero o bienes materiales,
aprobación o amor, servicios, sentirse a salvo de cual
quier daño físico o similares. Dicho de otra forma, los
que detentan el poder tienen (o así lo creen por lo menos
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los que obedecen) los medios para sobornar o castigar a
los que vienen a obedecer sus exigencias. La medida en
que algunos son capaces de extraer obediencia de otros
es una variable, que depende del grado de la discrepan
cia entre recursos relevantes para el poder al alcance de
distintos actores. Todos los sistemas de estratificación
son, por definición, sistemas de injusticia de poder. Sin
embargo, las bases (tipos de recursos) y d grado de inj us
ticia de poder varían de una forma de estratificación a
otra y de una sociedad o época a otra. Por definición, un
sistema de estratificación de los sexos implica el poder su
perior de los hombres. Las cuestiones teóricas y empíri
cas son las siguientes: ¿Qué es lo que constituye la base
del superior poder masculino y cómo adquieren los
hombres recursos de poder superiores? ¿ Cómo usan los
hombres su poder para rp.antener el status quo y bajo qué
condiciones se reduce su ventaja relativa de poder sobre
las mujeres?
La «autoridad» también se define en su sentido we
beriano como poder legitimado. La «legitimidad» hace
referencia a una percepción, por parte tanto del que de
tenta el poder como del que obedece, merced a la cual el
primero tiene el derecho de tomar decisiones vinculan
tes o de expresar exigencias y el segundo tiene la obliga
ción moral de obedecerlas. Las relaciones de poder esta
bles tienden a estar legitimadas por el tiempo, pero in
cluso si tal legitimación se retira, en la mayor parte de los
casos los que tienen la autoridad también poseen recur
sos de poder superiores a los que recurrir. La legitimidad
del poder masculino está arraigada en la ideología se
xual, que se va a explicar en breve. Las cuestiones teóri
cas se ocupan tanto de los procesos por medio de los cua
les el poder masculino se convierte en autoridad como
de aquellos que funcionan a veces para producir el re
chazo generalizado de la legitimidad del poder mascu
lino.
El poder y la autoridad existen en todos los niveles de
análisis. En el micronivel, el poder existe cuando los ma-
41
ridos, o cualquier hombre individual, puede extraer obe
diencia de las esposas o de otras mujeres con las que inte
ractúa personalmente. Cuando las mujeres se sienten
obligadas por el deber a obedecer las peticiones o exigen
cias de los participantes masculinos en la interacción,
existe la autoridad. Las principales cuestiones teóricas se
refieren una vez más a las bases de tal poder y autoridad:
¿Cómo es que, como individuos, los hombres poseen
mayores recursos de poder que las mujeres? ¿Cómo lle
gan las mujeres a sentirse obligadas a obedecer las exi
gencias de los compañeros de interacción masculinos?
También está la cuestión teórica de cómo usan los hom
bres su poder/autoridad de micronivel para mantener
sus ventajas, y las condiciones bajo las que las mujeres
ganan en sus recursos de poder en el micronivel.
En los niveles medio y macro, el poder y la autoridad
se acumulan en aquellos que se benefician de los roles de
élite, particularmente en las instituciones sociales domi
nantes. En sociedades modernas industrializadas, las or
ganizaciones políticas y económicas constituyen las ins
tituciones sociales dominantes, siendo las organizacio
nes religiosas, educativas y otras productoras de cultura,
instituciones secundarias, aunque, no obstante, impor
tantes. En las sociedades donde se da la estratificación
de los sexos, los roles de élite son y han sido desempeña
dos por una abrumadora mayoría masculina. Los que
pertenecen a la élite pueden tener otros atributos comu
nes en determinadas sociedades (por ejemplo, raza, reli
gión, clase social), pero que son hombres es un hecho his
tóricamente casi uniforme a través de todas las culturas.
Los «roles de élite» son aquellos cuyos sujetos controlan
los recursos de sus organizaciones (incluyendo, en el te
rreno político, los de naciones enteras). Sirven de guar
dianes sociales, distribuyendo oportunidades y recom
pensas concretas. En algunos casos, las élites pueden ser
libres para usar abiertamente criterios particulares en la
asignación de los recursos y oportunidades bajo su con
trol. Pueden, por lo tanto, dar preferencia descarada-
42
mente a los de su «propia clase» -que, entre otros atri
butos, incluye el hecho de ser hombre. Sin embargo, lo
más corriente, sobre todo en sociedades industrializadas
contemporáneas, es que las élites tengan que justificar y
legitimar los criterios en que se basan para la distribu
ción de las recompensas socialmente apreciadas que
controlan. Esto nos lleva al útlimo conjunto de estructu
ras teóricas que se van a definir en este capítulo, aquellas
que hacen referencia a los fenómenos de definición.
Poder de microdefinición
El estudio anterior del poder se ha centrado en el po
der de los recursos. El de fenómenos de definición en los
niveles medio y macro de ideologías, normas y estereoti
pos ampliamente compartidos. Las dos estructuras se in
terseccionan en el concepto de «poder de micro
definición». Aunque arraigado en el poder de los recur
sos, el poder de micro-definición es conceptualmente
distinto. Es el poder de definir la realidad o la situación
hacia la que se orientan las personas que interactúan;
qué es y qué no es digno de atención y sobre todo de estu
dio; qué es y qué no es conducta «adecuada» en la situa
ción de interacción concreta. En resumen, es la habili
dad de dar forma a lo que se revela durante un episodio
de interacción interpersonal. Debido a su profundo
arraigo en el poder de los recursos, que a su vez se acu
mula desproporcionadamente en los hombres, en las so
ciedades que presentan estratificación de los sexos, el
poder de microdefinición también tiende a pertenecer
principalmente a los hombres en las interacciones hom
bre-mujer. Si los hombres poseen mayor poder para
orientar las interacciones con mujeres, sobre todo con
sus esposas, en términos de sus propios intereses, valo
res, creencias y percepciones, surgen las siguientes cues
tiones teóricas: ¿Cuál es el impacto de este tipo de poder
en la división sexual del trabajo, sobre todo dentro de la
familia? ¿Ayuda el poder masculino de microdefinición
a reforzar sustancialmente las definiciones sociales se
xuales y a reducir las posibilidades de desarrollo de la
conciencia sexual?
47
CONCLUSIÓN
49
Bosquejo del libro
Los restantes nueve capítulos están divididos en dos
partes separadas. En la Parte I se presenta una teoría de
los procesos principales que mantienen y reproducen los
sistemas de la desventaja femenina. Los elementos coer
citivos del mantenimiento del sistema constituyen el as
pecto central del Capítulo 2, en el que la división sexual
del trabajo y el poder masculino de macronivel surgen
como las estructuras explicativas clave. El Capítulo 3 se
centra en los componentes de voluntariedad del mante
nimiento del sistema, con el énfasis puesto en las defini
ciones sociales sexuales y los procesos de sexualización.
En el capítulo cuarto los argumentos teóricos desarrolla
dos en los Capítulos 2 y 3 se entretejen en una teoría ge
neral de cómo se mantienen los sistemas de estratifica
ción de los sexos. En este modelo se pone mayor énfasis
sobre los fenómenos coercitivos que sobre los de volun
tariedad. A lo largo de la Parte I, el nivel de estabilidad
en los sistemas de los sexos se exagera sistemáticamente
como recurso para ayudar a clarificar los procesos fun
damentales que contribuyen al mantenimiento del sis
tema.
La Parte I hace de trampolín a la Parte 11, mucho más
larga, en la que el cambio del sistema de los sexos consti
tuye el centro de atención. El Capítulo 5 es el que hace de
puente entre los dos análisis. Empleo la teoría de la esta
bilidad para identificar cuatro blancos potenciales del
cambio, que podrían servir como mecanismos que pren
den la mecha para el cambio, en el sistema de los sexos a
mayor escala. La conclusión de este capítulo es que el
mejor candidato a variable independiente más impor
tante, en una teoría del cambio, es la división sexual del
trabajo.. El Capítulo 6 explora el cambio inintencionado
en los sistemas de los sexos que se da como consecuencia
de fenómenos demográficos, económicos y, en menor
grado, políticos. El cambio en ambas direcciones, au
mento así como disminución de la estratificación de los
50
sexos, se ve principalmente como el resultado del impac
to de estos fenómenos de macronivel sobre la división
sexual no doméstica del trabajo. El capítulo concluye
con un modelo del proceso por medio del cual una dis
minución en el acceso de las mujeres a trabajos que gene
ran recursos, afecta a otros elementos del sistema de los
sexos (por ejemplo, relaciones de micropoder, definicio
nes sociales sexuales, sexualización) conforme la desi
gualdad entre los sexos aumenta. Los esfuerzos de cam
bio intencionados, dirigidos a la reducción de la desven
taja femenina, constituyen el tema del Capítulo 7. El
centro de atención de este capítulo son los movimientos
feministas, pero también se exploran los esfuerzos de las
élites políticas masculinas por producir un cambio tal en
algunas épocas y lugares. El cambio en la división sexual
del trabajo se define como un aspecto primordial para la
aparición, el crecimiento y el éxito en la consecución del
objetivo de los movimientos feministas. En el Capítulo
8, las ideas de los Capítulos 6 y 7 que atañen a la reduc
ción de las desigualdades entre los sexos, se ven integra
das en un modelo general. Los cambios macroestructu
rales, principalmente en variables económicas, tecnoló
gicas y demográficas, aparecen como disparadores de un
cambio en la división sexual del trabajo por el que las
mujeres ven incrementado su acceso a los roles de traba
jo generador de recursos. A su vez, este cambio lleva a la
aparición y al crecimiento de los movimientos feminis
tas. Tales movimientos, junto con los efectos inintencio
nados de los cambios en los roles de trabajo femeninos,
ponen en marcha una serie de cambios en el sistema de
los sexos que reduce el nivel de desigualdad entre los
mismos: cambios en definiciones sociales sexuales, se
xualización, relaciones de micropoder, etc. El modelo
integrado se da en forma de sistema e incluye un número
considerable de mecanismos de feedb&ck. Por lo tanto,
podría parecer que, una vez que un proceso de cambio
ha empezado, tendría que continuar indefinidamente
hasta que se alcanzara la igualdad entre los sexos. En el
51
Capítulo 9, se exploran las razones por las que esto no
ocurre. La atención se centra en por qué, tanto los movi
mientos de mujeres como el apoyo público y de las élites
al cambio del sistema de los sexos, inexorablemente se
apagan. En el Epílogo, se aborda la cuestión de la desi
gualdad entre los sexos en roles de élite, salvaguarda, dis
tribución de recursos y oportunidades y creación de defi
niciones sociales, junto con las perspectivas con las que
cuenta el activismo en movimientos feministas en el fu
turo. Se presentan dos guiones muy distintos para las
próximas décadas en Estados U nidos.
PARTE I
ESTABILIDAD DEL SISTEMA
DE SEXOS
CAPÍTULO 2
55
LA DIVISIÓN SEXUAL DEL TRABAJO
Y PODER DE LOS RECURSOS
Microprocesos
Cualquier división del trabajo exige algún grado de
cooperación e interdependencia entre las personas que
se especializan en la realización de sólo algunas de las ta
reas necesarias para poder vivir. A su vez, la interdepen
dencia implica intercambio, por el que los especialistas
intercambian bienes y servicios (o sus equivalentes en
dinero) mutuamente, de modo que todos logren satisfa
cer sus necesidades y, en distintos grados, sus deseos.
Desde el comienzo de las formas agrarias y de pasto
reo de producción económica (si no en muchas socieda
des hortícolas, tecnológicamente más sencillas), se ha
dado una estratificación de los sexos generalizada, aun
que en grados variables. En la mayoría de las sociedades
que presentan estratificación de los sexos, la división se
xual del trabajo ha situado desproporcionadamente a los
hombres, en comparación con las mujeres, en roles de
trabajo que generan acceso directo a los recursos mate
riales, incluyendo pero no limitándose al dinero. En la
mayor parte de las sociedades agrarias y prácticamente
en todas las que se basan en el pastoreo, los hombres lle
van a cabo el peso general del trabajo necesario para la
producción ( como concepto diferente al tratamiento y la
preparación) de los alimentos. La posesión y, sobre todo,
el control de los medios y productos de la producción
con frecuencia se acumulan en una minoría relativamen
te pequeña de personas, pero esa minoría es abrumado-
56
ramente masculina (ver Chafetz, 1 984; Martín y Voor
hies, 1 97 5 ; O'Kelly, 1 980). Incluso cuando los producto
res masculinos no controlan los medios y productos de la
producción, lo normal es que reciban cierta cantidad de
productos y/o dinero por su trabajo (con la excepción de
los esclavos, para los que esta teoría no es relevante). En
las sociedades industriales, al menos hasta hace muy
poco, los hombres han constituido el conjunto de mano
de obra pagada más importante y una minoría principal
mente formada por hombres constituye aquellas élites
económicas (en las sociedades capitalistas) o políticas
(en las socialistas) que controlan los medios y productos
de la producción. En los casos en que las mujeres produ
cen bienes que no se dedican al consumo doméstico, o
entran a formar parte del conjunto de mano de obra pa
gada, en todos estos tipos de sociedades, las labores de
las que son responsables normalmente generan menos
recursos que aquellas de las que se responsabilizan los
hombres.
Debido a que los hombres constituyen el conjunto
principal de mano de obra extradoméstica, las tareas res
tantes que hay que llevar a cabo -las necesarias para la
crianza de los hijos y el mantenimiento de la familia/
hogar- se convierten en especialidad de las mujeres. La
mayor prioridad (aunque no necesariamente la única) de
las mujeres ha sido trabajar dentro del ámbito domésti
co. Sin embargo, este trabajo no produce ningún acceso
directo al dinero u otros bienes materiales. Las mujeres
pueden cuidar del jardín, crear productos de artesanía o
proporcionar servicios para personas que no forman
parte de la familia (por ejemplo, admitir huéspedes, la
var ropa ajena, cuidar de los niños de otros; ver Strasser,
l 982). De esta forma pueden ganar dinero o producir
bienes materiales para la venta o el intercambio. No obs
tante, cuando hacen estas cosas, se involucran en uno de
los dos tipos siguientes de trabajo. En la medida en que
producen bienes para el consumo familiar (comida, ro
pas u otros trabajos de artesanía), no adquieren recursos
57
que se puedan intercambiar por otros fuera de la familia.
Se dedican a la producción de subsistencia, lo que otorga
pocas recompensas y escaso reconocimiento social en so
ciedades cuyas economías están estructuradas en torno a
la producción y al intercambio de una plusvalía (ver
Chafetz, 1984; Blumberg, 1988). En la medida en que
venden al público los bienes y servicios que producen,
están añadiendo el trabajo equivalente de una mano de
obra a su carga de tareas domésticas. Sobre todo en las
sociedades modernas, enormemente industrializadas,
las mujeres hacen esto cada vez más comúnmente de
una manera más formal y obvia, asumiendo puestos en
el conjunto de la mano de obra pagada. Con todo, cuan
do hacen esto no abrogan la responsabilidad de las labo
res domésticas y familiares (para un repaso general de la
bibliografía relativa a la división familiar del trabajo, ver
Coleman, 1988). En las familias de hoy día, en que son
dos los que ganan dinero, las mujeres realizan la gran
mayoría de tales labores, mientran que sus maridos con
tribuyen a la crianza de los hijos y sobre todo al trabajo
de la casa muy poco más que los maridos de mujeres que
no forman parte del conjunto de mano de obra pagada
(ver Berch, 1982 ; Schwartz, 1980; Huber y Spitze, 1983;
Coverman y Sheley, 1986; Berk y Berk, 1979).
En términos de la Teoría del Intercambio, los hom
bres de este tipo de sociedades (esto es, al menos en so
ciedades agrarias, de pastoreo e industriales) aportan a la
familia una mayoría sustancial, y en algunos casos prác
ticamente todos, los recursos materiales necesarios para
la supervivencia de sus miembros. Dependiendo de la
naturaleza de su trabajo, y por ende del nivel de recom
pensas materiales, los hombres también proporcionan la
mayor parte de los recursos necesarios para la adquisi
ción de aquellas cosas deseadas -aunque no necesaria
mente necesitadas- por los miembros de la familia. Por
lo tanto, pueden establecer una deuda difusa proporcio
nando a sus esposas los regalos de los que habla Curtis
( 1986) (ver Capítulo 1). Para equilibrar el intercambio,
58
las mujeres proporcionan servicios a sus maridos en tér
minos de cuidarse de las necesidades personales de estos,
las de otros miembros de la familia y del hogar físico y
los objetos que éste contiene. Pero este intercambio es
desigual. Como individuos, las mujeres dependen sus
tancialmente de sus maridos para adquirir el acceso a los
bienes materiales, dependencia que no se ve fácilmente
sustituida por otras personas que no sean los maridos en
la mayoría de las sociedades que presentan estratifica
ción de los sexos. Incluso en los casos en que los subsi
dios gubernamentales pueden ser sustitutos de los mari
dos en la provisión de los recursos (por ejemplo, asigna
ciones familiares, beneficencia), en la mayoría de las
ocasiones son mucho más bajos que un sueldo masculi
no medio y pueden no sobrepasar el límite de la pobreza.
Sin embargo, dado su acceso sustancialmente mayor a
los recursos materiales, muchos hombres podrían com
prar u obtener por medio de trueque al menos los servi
cios necesarios proporcionados por sus esposas. Aunque
la calidad de vida de los hombres podría declinar si sus
esposas retiraran sus servicios, siempre sería para ellos
menos costoso que los problemas a los que se enfrentan
las mujeres si pierden o se les retira el apoyo material de
sus maridos (ver Weitzman, 1 987). Más aún, en la ma
yoría de las sociedades que presentan estratificación de
sexos es generalmente más fácil para un hombre divor
ciado volverse a casar que para su ex mujer, y en muchas
sociedades los hombres, pero no las mujeres, han podido
casarse con más de una esposa.
Recuérdese la exposición de la Teoría del Intercam
bio del Capítulo 1 . Cuando los maridos proporcionan
más recursos apreciados y escasos (esto es, más difícil
mente reemplazable) a la familia que las mujeres, éstas
equilibran el intercambio ofreciendo deferencia u obe
diencia ante las exigencias de sus cónyuges. La medida
en que las esposas muestran deferencia y obedecen es
así, al menos en parte, una función de la medida en que
los maridos aportan una cantidad desproporcionada de
59
los recursos materiales que entran en la familia (ver
Blumberg, 1 984, 1 98 8). En los casos en que las mujeres
no aportan tales recursos, la deferencia y la obediencia
alcanzan los grados más altos. Cuanto mayor es la pro
porción de la contribución de recursos materiales lleva
da a cabo por las mujeres con respecto a la realizada por
los hombres, menor es la deferencia/obediencia de las
mujeres a sus maridos. En resumen:
Proposición 2. 1 . Cuanto mayor es la división sexual
del trabajo por lo que respecta a roles que acumulan los
recursos materiales (esto es, la macrodivisión del traba
jo), más son los recursos de micropoder al alcance de los
maridos en relación con sus mujeres.
Proposición 2. 2. Cuanto mayor es el acceso a los re
cursos de micropoder de los maridos con respecto a sus
mujeres, más deferencia y obediencia muestran éstas
para con las exigencias de aquéllos.
England y Kilbourne (de las que se hablará en breve)
señalan razones adicionales por las que el intercambio
entre maridos y mujeres es desigual cuando los primeros
proporcionan la mayor parte o todos los recursos mate
riales y las segundas son cuidadoras del hogar a tiempo
completo. En primer lugar, los beneficiarios de los servi
cios de las mujeres son los niños y otros parientes, ade
más de los maridos. Por lo tanto, los hombres pueden no
percibir o definir alguna porción del trabajo de las muje
res como parte de un intercambio entre ellos y sus espo
sas. Además, las inversiones que las mujeres realizan en
su trabajo doméstico son más específicas de la relación y
menos cuantificables que aquellas que sus maridos reali
zan en el trabajo no doméstico. Las mujeres aprenden a
agradar a una persona específica cocinando sus platos fa
voritos, cuidándose de sus pertenencias como él desea,
etc. A diferencia de la mayoría de las habilidades labora
les no domésticas, éstas no son relevantes para un socio
en el intercambio distinto. Incluso habilidades más ge
nerales (por ejemplo, cocinar, limpiar) sólo se pueden
transferir a otro matrimonio. Las habilidades desarrolla-
60
das a través del trabajo no doméstico normalmente son
transferibles a otros empresarios e incluso a otros tipos
de ocupaciones y los recursos ganados son fácilmente
transferibles a otro matrimonio. Debido a que las habili
dades de las mujeres son escasamente cuantificables, es
para éstas mucho más importante el matenimiento de un
matrimonio que para sus e�posos, cuya acumulación de
recursos procedentes del trabajo es mucho más objetiva
ble. Tal como Willard Waller señaló originalmente hace
más de medio siglo en su «principio de menor interés»,
el cónyuge cuyo compromiso para con la relación es me
nor gana poder sobre el cónyuge más comprometido (ver
Waller con Hill, . 1 95 1 ).
El punto hasta el que los servicios proporcionados
por las esposas son apreciados por sus maridos sin duda
alguna varía en las diferentes culturas y en el tiempo his
tórico. En el siglo x1x, conforme la industrialización
trasladó de la casa a la fábrica tareas tales como el proce
samiento básico de los alimentos y la fabricación de ve
las, jabón, tejidos y ropa, el valor percibido de las contri
buciones domésticas de las mujeres probablemente de
clinó. Esta percepción se ha exacerbado todavía más en
este siglo debido a la introducción de los aparatos «que
ahorran trabajo» y las comidas preparadas. Las cuidado
ras de la casa a tiempo completo de hoy día trabajan tan
tas horas como sus abuelas (Strasser, 1 98 2), pero la natu
raleza de su trabajo es muy distinta. La compra, el hacer
de chófer de los niños y proporcionarles «enriqueci
miento» (por ejemplo, visitas a museos, al zoo; provi
sión de clases; clubes y deportes dirigidos por adultos ta
les como los boy-scouts), atender las necesidades emo
cionales y organizar las vidas sociales de los miembros
de la familia, atender la salud y la educación de los ni
ños, conectar a la familia con agencias y servicios comu
nitarios -todas estas se han convertido en tareas de im
portancia primordial (y consumidoras del tiempo) de las
modernas cuidadoras del hogar en las sociedades ricas.
Con frecuencia, son importantes para el mantenimien-
6t
to de un estatus elevado o la consecución de una movi
lidad ascendente para la familia. No obstante, los mari
dos y posiblemente las propias esposas probablemente
las perciban con menos frecuencia como «trabajo real»
que los tipos de tareas físicamente onerosas que las mu
jeres llevaban a cabo hace 1 00 años. A su vez, el inter
cambio entre compañeros maritales aparece incluso más
desequilibrado y necesitado de recompensa por parte de
las esposas en las naciones modernas ricas que en otras
épocas y lugares. Tal recompensa viene dada en la forma
de la deferencia que las mujeres muestran para con sus
maridos.
¿Qué hacen los hombres con su mayor poder de mi
cronivel de los recursos? Muchas cosas, entre ellas una
que es particularmente importante para el manteni
miento de la división sexual del trabajo. Gran parte del
trabajo que implica la crianza de los hijos y el cuidado de
los miembros de la familia y del hogar es, en gran medi
da, repetitivo, aburrido, sucio y generalmente poco de
seable. Las comidas deben prepararse varias veces cada
día. La ropa, los platos y otros objetos físicos deben lim
piarse, algunos diariamente, otros regularmente, si bien
con menor frecuencia. Hay que satisfacer prácticamente
todas las necesidades físicas de los enfermos, los bebés y
los niños pequeños muchas veces al día. Otras tareas son
más divertidas, tales como jugar con niños más mayores
o ir de compras. Dado su poder, los hombres se encuen
tran en una posición que les permite decidir en cuáles, si
es que en alguna, de estas tareas van a participar. En el
siguiente capítulo se va a desarrollar el argumento de que
los hombres normalmente no necesitan usar su poder
para evitar hacer la mayor parte del trabajo familiar y
doméstico. Con todo, independientemente de los deseos
de sus esposas, los hombres cuentan habitualmente con
los medios para no realizar dentro del hogar y la familia
los trabajos que no les apetecen. El resultado de esto tie
ne tres vertientes: los hombres realizan muy poco de ta
les trabajos; lo que hacen es más ocasional que el trabajo
62
de las mujeres (por ejemplo, cuidar del coche, atender el
jardín, cortar el césped); y/o realizan tareas que son me
nos aburridas, sucias y repetitivas y más intrínsecamente
interesantes (ver Coleman, 1 9 88; Berk y Berk, 1 979;
Hood, 1 9 8 3 ; Meissner, 1 97 7).
Los hombres también pueden usar su micropoder su
perior para determinar si sus esposas deben o no comple
mentar su trabajo dentro del hogar con trabajo fuera del
mismo. Una vez más, pueden no verse en la necesidad
de ejercer poder para mantener a las mujeres en casa o
con trabajo fuera sólo a media jornada, un tema en el
que se centrará el próximo capítulo. De lo que se trata es
de que poseen el poder para hacerlo, independientemen
te de los deseos de sus mujeres. Si un hombre desea man
tener una cantidad y calidad específicas de los servicios
proporcionados por su mujer, dado su poder superior,
puede insistir en que se mantenga al margen de la activi
dad económica dirigida al intercambio o el sueldo o que
se haga cargo de un trabajo a tiempo parcial. Si las muje
res dejan el trabajo fuera de casa, la ventaja relativa de
poder de los maridos sobre sus esposas se mantiene, por
que las mujeres siguen dependiendo de los recursos pro
porcionados por sus maridos. Si las mujeres deciden tra
bajar fuera de casa, dado un sistema de estratificación de
los sexos, como argumentan las marxistas-feministas, las
recompensas materiales que reciben probablemente
sean menores que aquellas que acumulan sus maridos.
Esta discrepancia es especialmente cierta en los casos en
que las mujeres realizan un trabajo a tiempo parcial fue
ra de casa. Cuando las mujeres trabajan fuera de casa, el
micropoder del marido se reduce, pero ni mucho menos
se elimina (ver Blumberg, 1 984, 1 98 8). Consiguiente
mente, los hombres siguen siendo capaces de imponer a
sus esposas la responsabilidad abrumadora del trabajo
familiar y doméstico, negándose a participar o haciéndo
lo sólo en grado mínimo y de acuerdo con sus preferen
cias. Cuando las mujeres trabajan fuera de casa, asumen
Por lo tanto una jornada laboral doble, una jornada que
63
sus maridos no tienen obligatoriamente que afrontar.
El hecho de que las esposas que trabajan fuera de
casa mantengan la responsabilidad principal -si no
abrumadora- de la familia y el hogar, afecta de forma
adversa a sus oportunidades económicas (Sacks, 1 974;
Hartmann, 1 984; Schlegel, 1 977; Curtis, 1 986, pág.
1 80). Las mujeres pueden elegir trabajos peor pagados o
que ofrezcan menos oportunidades con· el fin de contar
con un horario más flexible y de permanecer cerca de
casa o de la escuela de sus hijos. Es poco probable que las
mujeres puedan competir de forma efectiva con los
hombres en el plano de los trabajos deseables y bien re
munerados si también son responsables, y ellos no, de
otro conjunto importante de tareas. El tiempo, la energía
y la atención de las mujeres se ven divididos allí donde
los de los hombres no. Shelton y Firestone ( 1 989) encon
traron, tras controlar una serie de variables relevantes
para el trabajo, que el tiempo necesario para las tareas
del hogar es el causante del 8,2% de la diferencia sexual
de sueldo en Estados U nidos. En comparación con los
hombres, las mujeres también tendrán menos tiempo
para dedicarlo a aumentar su formación o a esfuerzos
cooperativistas, tales como los sindicatos que podrían
incrementar las recompensas que extraen del trabajo ex
tradoméstico. Así, hemos trazado el círculo completo:
Una división sexual injusta del trabajo fuera de casa se
mantiene porque los recursos de micropoder superiores
que proporciona a los maridos, permiten a los hombres
ya sea mantener a las mujeres alejadas del trabajo ajeno
a la familia o mantenerlas en una desventaja competiti
va gracias a sus responsabilidades domésticas en su ma
yor parte no compartidas.
Proposición 2. 3. Cuanto mayor es el grado de obe
diencia de las mujeres a las exigencias de los maridos,
menos contribuyen estos al trabajo familiar y del hogar y
especialmente a las tareas repetitivas, onerosas y aburri
das de ese trabajo.
Proposición 2. 4. Cuanto menos contribuyen los
64
División sexual del Recursos masculinos Obediencia de la
trabajo de macronivel de m icropoder superiores esposa a las exigencias
del marido
F1GURA 2 . 1 . Modelo de estabilidad de la división sexual del trabajo, con la atención centrada
en los recursos de poder de miconivel.
69
i'
D i v isión sex ual
del t rabajo Participación Distribución desigual de
en n i veles macro � m ascul i n a en � oponunidades y recompensas en
y micro puestos de élite roles de trabajo no doméstico
¡
Atributos de trabajador
negativo para las m ujeres;
a t ributos positivos para
los hombres
FIGURA 2 . 2 . Modelo de estab il idad en la d i v isión sexual del t rabajo. con el centro de atención
en los recursos de macropoder y poder medio.
Microprocesos
En la sección anterior, defendía yo que uno de los as
pectos para los que sirve el poder de recursos superior en
el micronivel es el mantenimiento de una división del
trabajo de la casa que pone la mayoría de las tareas, y so
bre todo las más onerosas, en manos de las mujeres. Los
hombres también son capaces de convertir el poder de
los recursos en poder de microdefinición (Ferguson,
1980; McConnell-Ginet, 1978; Fishman, 1982; West y
Zimmerman, 1977; Sattel, 1976). Un corpus en aumen
to de bibliografía empírica procedente de Estados Uni
dos apoya esta afirmación. West y Zimmerman ( 1977)
70
encontraron que los hombres interrumpen a las mujeres
con mayor frecuencia que al contrario, usando las inte
rrupciones para controlar el contenido y la dirección de
una conversación. Otra investigación ha demostrado
que las mujeres tienen que trabajar activamente para ga
narse la atención de los compañeros de interacción mas
culinos, haciendo preguntas y utilizando expresiones
como «Mira, esto es interesante... » como introducción a
sus comentarios (por ejemplo, Fishman, 1 982; Lakoff,
1 97 5). Es típico que los hombres simplemente hagan
afirmaciones. Los hombres apoyan a su compañero en la
conversación con pequeñas formas verbales y no verba
les de ánimo, tales como «ya», «ajá», «y entonces, ¿qué
pasó?» y asentir con la cabeza y sonreír con menos fre
cuencia que las mujeres (por ejemplo, Fishman, 1 982;
Mayo y Henley, 1 9 8 1 ; Henley, 1 97 7). De todas estas for
mas, los hombres normalmente dan forma a la defini
ción de la situación y a la realidad en la que se orientan
los compañeros en la interacción, y a la longitud y al con
tenido de la interacción, todo ello presumiblemente en la
dirección que más les interesa.
Dado un poder de microdefinición, ¿cómo tienden
los hombres a emplearlo? Un aspecto muy importante es
el refuerzo de su poder y sus gratificaciones. Los hom
bres usarán, con toda probabilidad, su poder de defini
ción para reforzar y legitimar las definiciones sociales se
xuales, en la medida en que se benefician del estatus quo
que les proporciona el sistema de los se�os. A su vez,
como ya he sugerido en el Capítulo I y estudiaré con ma
yor detalle en el capítulo siguiente, las definiciones so
ciales sexuales apoyan la división sexual del trabajo y la
deferencia femenina ante los hombres. Cuanto más ais
ladas estén unas mujeres de otras, mayor probabilidad se
da de que las definiciones de sus compañeros de interac
ción masculinos sean las únicas a su alcance y, por tanto,
más probable es que esas definiciones sean aceptadas
como válidas y ciertas. Las mujeres que se dedican al ho
gar a tiempo completo, sobre todo en las sociedades in-
71
dustriales, donde las familias nucleares están relativa
mente aisladas, tienden a verse sustancialmente priva
das de contacto con otros adultos que no sean sus mari
dos y algunas otras mujeres que se encuentran en la mis
ma posición, de plena dedicación al hogar. Tienen ma
yor inclinación a aceptar las definiciones de la realidad
de sus maridos (ver Bell y Newby, 1 976). Las mujeres
que trabajan en puestos ocupados por una mano de obra
tradicionalmente femenina en interacción directa pri
mordialmente con hombres que ocupan puestos de más
categoría, también pueden ser especialmente vulnera
bles ante este proceso (ver el estudio de Kanter sobre las
secretarias privadas, 1 97 7).
Proposición 2. 9. Cuanto mayor es la ventaja de po
der de los recursos de micronivel de los hombres, mayor
es su poder de microdefinición en las interacciones con
las mujeres (sobre todo sus esposas).
Proposición 2. 1 O. Cuanto mayor es el poder de mi
crodefinición de los hombres y cuanto más aisladas es
tán de otros adultos sus compañeras de interacción fe
meninas, más probable es que esas mujeres acepten las
definiciones masculinas de la realidad.
En la medida en que las mujeres aceptan las defini
ciones de realidad y conducta apropiada impuestas por
sus compañeros de interacción masculinos, sobre todo
sus maridos, estas mujeres tienden a escoger trabajar en
tareas tradicionales sexuales, incluyendo, sobre todo,
aquellas que lleva consigo el hogar y la familia. Llegado
este punto, empieza a aparecer en el horizonte la dimen
sión de voluntariedad del mantenimiento de los sistemas
de los sexos, una dimensión que se va a desarrollar más
plenamente en el Capítulo 3. Para completar este análi
sis de la relación d� micronivel entre las dos formas de
poder, basta decir que tales elecciones por parte de las
mujeres, apoyan a su vez la ventaja masculina en cuanto
al acceso al poder de los recursos. De nuevo hemos cerra
do el círculo.
Proposición 2. 1 1. Cuanto más aceptan las mujeres
72
Poder de los recursos
masculino superior Poder de Aceptación femenina de las definiciones
de realidad del compañero
m icrodefinición de interacción mascul i no
masculino
superior
FIG U R A 2 . 3 . Un modelo del proceso de la relación entre el poder de los recu rsos y el po
der de definición de m ic ron ivel.
76
Distribución desigual
de oportunidades
Participación y recompensas en
m ascu lina en Definiciones roles no domést icos
roles de élite sociales
que valoran
la masculinidad
Legitimación de la
desigualdad de oportun idades y
recompensas en función del sexo
FIGURA 2.4. Modelo del proceso de la relación entre el poder masculino de los macrorrecur
sos, tal como lo expresa la participación en las élites y el poder social de defin ición.
CONCLUSIÓN
H
Divisió n sexual
del trabajo Aceptac1ó n teme n ma
de macro n ivel Poder de
"microd � fi n i ció n de las de fi n i c i o n es
de real i dad _ del compa_ ñero
masculi n o
'e i n teracción mascuh n o
Leg i t i mació n
FIGURA 2. 5 . Modelo resumen del proceso de los aspectos coercitivos del ma n ten i mie n to del sistema de los sexos.
pleto de micronivel -de los recursos o de definición
sobre las mujeres, ni siquiera sobre mujeres que sean sus
esposas y que no ganen dinero en absoluto. Las élites no
tienen el poder unilateral para desarrollar y difundir de
finiciones sociales, normalmente ni siquiera tienen el
poder de distribuir las oportunidades y las recompensas
de acuerdo sólo a sus propias preferencias. La exagera
ción es necesaria para clarificar la lógica téorica princi
pal del mantenimiento de los sistemas de los sexos. En
realidad, los sistemas de los sexos probablemente no
sean nunca totalmente estables, porque las estructuras
no adoptan, ciertamente, los valores extremos implica
dos en gran parte de mi análisis. Esta advertencia sirve
también para los dos capítulos siguientes.
79
CAPÍTULO 3
Las bases voluntarias de la desigualdad
del sistema de sexos
DEFINICIONES SOCIALES
SEXUALES
Distribución desigual de oportunidades y
recompensas en roles de trabajo no doméstico
Estereotipos
sexuales Participación masculina en los
uestos de élite
FIGURA 3 . 1 . Modelo del proceso de estabilidad en las definiciones sociales sexuales y los fenó
menos sexuales macroestructurales.
90
ciones sociales sexuales en ambas dimensiones, mayor es
la división sexual del trabajo en los dos niveles.
En la Figura 3. 1 . aparece un modelo resumen del
proceso que incorpora las Proposiciones 3. 1 . a 3. 5.
EL PROCESO DE SEXUALIZACIÓN
La perspectiva de la socialización
El enfoque teórico que constituye la Perspectiva de la
Socialización se centra en variables destinadas a enseñar
características «apropiadas» para cada sexo, sobre todo
a los niños ( ver Capítulo 1 ). Se suele considerar a los ni
ños como agentes relativamente activos que se ocupan
en la búsqueda de información sobre quiénes son y, eso
dado, qué formas de conducta deben mostrar. Se les con
sidera inmersos en un mar sexual lingüístico, de conduc
ta, y simbólico desde el momento de su nacimiento en
adelante, conforme las personas de su entorno constan
temente emiten sexo al tiempo que reaccionan ante los
niños en función de su sexo. Los niños desarrollan paula
tinamente la capacidad de dividir el mundo según el
sexo, de identificar el yo como perteneciente a una cate
goría y de adoptar atributos socialmente asignados a ese
sexo. Su identidad se vuelve así profundamente sexuada.
Son tres los fenómenos que crean este proceso: mode
lado, sanciones positivas (recompensas) y sanciones
negativas (castigos). Además, las sanciones se pueden ex
perimentar directamente y también indirectamente
cuando los niños observan respuestas (positivas y negati
vas) a la conducta de los demás. En la medida en que los
niños están rodeados de adultos que se diferencian pro
fundamente desde el punto de vista sexual, el modelado
y las sanciones, tanto positivas como negativas sin duda
provocarán una sexualización sustancial de la genera
ción más joven. Los miembros de la misma van a contar
92
con un amplio surtido de posibles modelos entre los que
elegir, todos los cuales muestran los mismos rasgos espe
cíficos de su sexo. En las naciones contemporáneas, los
medios de comunicación con frecuencia exponen fuerte
mente a los niños a más ejemplos de modelos cuyo com
portamiento está agudamente diferenciado en función
del sexo. Lo que es más, sobre todo los padres pero tam
bién otros parientes, vecinos, maestros, eclesiásticos,
etc., suelen reaccionar de la misma manera, definiendo y
respondiendo al comportamiento en función del sexo de
los niños. La decoración de la habitación, la ropa, los es
tilos de pelo, los regalos, los libros, las maneras de jugar y
las demás costumbres, probablamente comuniquen un
contenido sexual constante y coherente. Y lo mismo se
puede decir con respecto a las recompensas y castigos,
explícitos en respuesta a los comportamientos y el uso
del lenguaje por parte de los niños. Las reacciones ante
los demás que los niños pueden observar reforzarán to
davía más este proceso.
Separada desde el punto de vista analítico, pero ob
viamente relacionada con la medida en que la genera
ción adulta se encuentra sexualmente diferenciada, está
la medida de la división sexual del trabajo. Cuando
hombres y mujeres llevan a cabo roles de trabajo profun
damente distintos, ofrecen modelos que sugieren a los
niños los tipos de trabajo que pueden y no pueden hacer
cuando sean adultos, dado su sexo. La investigación ha
demostrado que a una edad temprana los niños tipifi
can, según el sexo, una amplia gama de tareas -dentro y
fuera del hogar- y expresan preferencia por aquéllas
asociadas con su propio sexo (por ejemplo, ver Beuf,
1 9 74; Siegel, 1 9 7 3 ; Tremaine, Schau y Busch, 1 9 82;
Schlossberg y Goodman, 1 9 7 1 -72).
Por último, en la medida en que las definiciones so
cial es sexuales son fuertes en ambas dimensiones, el as
pecto sancionador del proceso de socialización, tenderá
a ser fuerte. Allí donde se dé un acuerdo general en cuan
to a que los sexos son y deben ser diferentes, los adultos y
93
los demás niños van a ridiculizar, a condenar al ostracis
mo y a castigar de cualquier otra forma a los que se com
portan de modo que indique desviación de su sexo.
También es lo normal que admiren, y por lo demás hon
ren y recompensen, a los que se comportan de forma
adecuada según su sexo. Sin embargo, como la conducta
sexual normativa se percibe como «natural», «normal»
y/o mandada por Dios, las sanciones negativas por trans
gresión, serán más corrientes que la recompensa activa
de la conformidad.
Tres proposiciones expresan este análisis del proceso
de socialización:
Proposición 3. 6. Cuanto mayor sea la diferencia
ción sexual de la generación adulta, mayor será la dife
renciación sexual de la generación siguiente, basada en
modelado y sanciones positivas y negativas.
Proposición 3. 7. Cuanto mayor es la división sexual
del trabajo, mayor es la diferenciación sexual basada en
el modelado.
Proposición 3. 8. Cuanto más fuertes sean las defini
ciones sociales sexuales en ambas dimensiones, mayor
será la diferenciación sexual basada primordialmente en
sanciones negativas y, en segundo lugar, en sanciones
positivas.
DIFERENCIACIÓN SEXUAL
Y MANTENIMIENTO DEL SISTEMA DE LOS SEXOS
CONCLUSIÓN
Participaci ón m � sculina
en puestos de éhte I -----7
i.c ►
-I
División sexual
del trabajo (nivele<
_ � ....J DIFERENCIACIÓN SEXUAL
macro y micro)
.BASADA EN: Diferenciación sexual
de la generación adulta
a
Modelado
Sanciones
Psicodinámica
Distribución desigual
de oportunidades
y recompensas en roles
de trabajo no doméstico
--
a. Estos vínculos están tomados del Capítulo 2.
o FIGURA 3.3. Modelo resumen del proceso de los aspectos de voluntariedad del manteni m iento del sistema de los sexos
do que la división sexual del trabajo (tal como se ha ana
lizado en el último capítulo) y las definiciones sociales
sexuales refuerzan la participación masculina en los
puestos de élite.
El objetivo principal de este capítulo no debería in
terpretarse como echar la culpa a la víctima. Más bien, el
mismo macropoder de los recursos que los hombres pue
den potencialmente usar coercitivamente para mantener
el sistema de los sexos, engendra un conjunto de proce
sos que mitigan su necesidad de emplear abiertamente el
poder de los recursos. Estos procesos funcionan para le
gitimar el sistema de los sexos, para oscurecer sus injusti
cias y para alentar a las mujeres a hacer elecciones que
inadvertidamente refuercen el propio sistema, que las
pone en desventaja y las devalúa. En estas circunstan
cias, las mujeres pueden no percibir más trabas que sus
contrapartidas masculinas en una sociedad dada. Sin
embargo, si los componentes de voluntariedad del siste
ma fallaran, la lógica de la teoría, tal como ha quedado
presentada en el último capítulo, sugiere que los hom
bres poseen recursos de poder suficientes -en los nive
les macro y micro- como para mantener su posición
ventajosa ante una posible resistencia por parte de las
mujeres. Dadas estas consideraciones, el término «vo
luntario» no debería tomarse demasiado literalmente.
Tal como señala Epstein ( 1 988, pág. 99) «Los individuos
hacen elecciones pero son los patrones institucionales los
que dan forma a las alternativas y hacen que una tenga
más posibilidades que otra de ser escogida.»
102
CAPÍTULO 4
División
sexual Distribución desigual de
del t rabajo oport u n i dades y recom pensas en
de mac ron i vel roles de t rabajo no doméstico
Atributos de trabajador
negat ivos para las mujeres,
positivos para los hombres
D i ferenciación
sexual
( Sexua l ización)
FtGURA 4. 1 . Modelo integrado de los principales factores que mant ienen y reproducen los sistemas de estrati ficación de los sexos.
na en los puestos de élite (es decir, poder de recursos de
macronivel), junto con la distribución desigual de opor
tunidades y recompensas en roles no domésticos, son de
hecho indicadores parciales de un sistema general de de
sigualdad entre los sexos. Todos ellos son mecanismos
cruciales para entender el proceso por el que los sistemas
de los sexos se mantienen. De alguna manera, la separa
ción de los mismos resulta una tautología: la ventaja
masculina produce ventaja masculina. Sin embargo,
como mi objetivo es entender cómo ocurre esto, las par
tes del fenómeno más general de la injusticia sexual de-
ben especificarse por separado.
Del mismo modo, la estructura «ausencia de esposas
de roles de trabajo no doméstico o jornada laboral do
ble» no es más que un aspecto de la estructura más gene
ral «división sexual del trabajo». Por lo tanto, es tautoló
gico decir que la primera contribuye a la segunda, como
hice en el Capítulo 2 y vuelvo a hacer en la Figura 4. 1 .
No obstante, para entender los procesos por los que la di
visión sexual del trabajo, dentro y fuera del hogar, se
mantiene hace falta separar este aspecto de la estructura
más general.
En el Capítulo 2, se analizaron por separado los mi
croprocesos y los medio/macropocesos. La consecuencia
fue que la distribución desigual de oportunidades y re
compensas en roles de trabajo no doméstico se explicó
en una sección (la medio/macro) y la superioridad mascu
lina en los recursos de micropoder, en otra. Es evidente
que la distribución desigual en el ámbito no doméstico
es, de hecho, una razón importante de que los hombres
posean recursos de micropoder superiores (la otra razón
es la división sexual del trabajo que hace que las mujeres
se queden en casa). Por consiguiente, en la Figura 4. 1 . se
h a añadido un nuevo vínculo entre la distribución desi
gual de oportunidades y recompensas en el trabajo no
doméstico y el poder masculino de los micro-recursos.
Cuando se combinan las Figuras 2. 5. y 3. 3. se hacen
obvios dos vínculos nuevos que antes no eran posibles.
1 05
En la medida en que la diferenciación sexual apoya la di
visión sexual del trabajo, tal como se argumenta en el
Capítulo 3, también apoya ese aspecto de la división del
trabajo separado en la estructura «ausencia de las espo
sas del trabajo no doméstico o jornada laboral doble».
Además, en la medida en que las mujeres (pero no los
hombres) desarrollan atributos negativos de trabajador
en respuesta a oportunidades y recompensas pobres, el
sistema de definiciones sociales sexuales que favorece a
los hombres se ve reforzado, sobre todo los estereotipos
sexuales que se refieren a los rasgos relevantes en el tra
bajo. Este vínculo se ha incorporado en la Figura 4. 1 . y
se puede formular como una proposición nueva:
Proposición 4. 1. Cuanto más negativos son los atri
butos de trabajador desarrollados por las mujeres en res
puesta a las oportunidades y recompensas pobres, más
fuertes son las definiciones sociales sexuales en ambas
dimensiones y sobre todo, más fuertes son los estereoti
pos sexuales.
En el Cuadro 2 . 5 . quedaron plasmados tres aspectos
específicos de los tipos más generales de variables de
definición social: la devaluación del trabajo de las muje
res; la legitimación de oportunidades y recompensas de
siguales; y mayor valor atribuido a los rasgos de masculi
nidad en comparación con los de la feminidad. En la Fi
gura 4. 1 . estos quedan integrados en la estructura más
general «definiciones sociales sexuales». Del mismo
modo, los detalles de las estructuras «definiciones socia
les sexuales» y «diferenciación sexual» presentados en la
Figura 3 . 3 . quedan omitidos en la Figura 4. 1 ., junto con
la estructura «diferenciación sexual de la generación
adulta». Para un modelo resumen, el nivel de detalle
ofrecido por tales aspectos específicos lleva a más confu
sión de lo que ayuda.
Por último, en el Capítulo 2 se expuso el argumento
de que los hombres usan el poder de micro-definición
para convencer a las mujeres de lo correcto de la división
del trabajo en el hogar. Señalé en ese contexto que este
1 06
vínculo introduce un elemento de voluntariedad en el
análisis de fenómenos, por lo demás coercitivos. Cuando
se combina con el material del Capítulo 3, este vínculo se
puede volver a conceptualizar de una forma más cohe
rente con el resto del modelo. Los hombres usan su po
der de micro-definición para alentar a las mujeres a
aceptar las definiciones sociales sexuales, que incluyen
cuestiones de la división del trabajo en casa, pero no se
limitan a ellas. Este es el vínculo mostrado en la Figura
4. 1 ., mientras que el vínculo anterior se omite. El efecto
del poder masculino de micro-definición sobre la divi
sión sexual del trabajo es ahora más indirecto, pero no
obstante, sigue existiendo.
La lógica principal de la Figura 4. 1 . se puede resumir
de la siguiente manera. La división sexual del trabajo de
macronivel es el fenómeno fundamental, a partir del
cual surge el superior poder masculino de los recursos,
tanto en el nivel micro de, sobre todo, la familia, como
en el nivel macro a través del virtual monopolio masculi
no de los roles de élite. En el micronivel, los hombres
usan su poder superior de los recursos para mantener la
división sexual del trabajo y su poder de definición para
reforzar y legitimar las definiciones sociales sexuales,
que a su vez son creadas y difundidas por las élites mas
culinas en los niveles medio y macro. En todos los niveles,
los hombres pueden usar el poder con estos fines de for
ma más bien inconsciente o pueden hacerlo con una
comprensión sustancial de las ramificaciones de su com
portamiento. En cualquier caso, los efectos son los mis
mos. Las élites masculinas también distribuyen oportu
nidades y recompensas concretas en contextos no do
mésticos, poniendo así en marcha procesos cuya conse
cuencia es el mantenimiento de la división sexual del tra
bajo en ambos niveles. La división sexual del trabajo y
las definiciones sociales sexuales llevan a la diferencia
c ión sexual. A su vez, la feminidad sexualmente 'diferen
ciada alienta a las mujeres a comportarse de formas que
mit igan la necesidad de que los hombres usen el poder
107
de los recursos para mantener el status quo que les da el
sistema de los sexos. La mayoría de las mujeres elige ser
y hacer lo que de otro modo se vería coercionadas por los
hombres a ser y hacer. De esta forma, la división sexual
del trabajo y el superior poder masculino se perpetúan y
legitiman. Las injusticias que se producen en todos los
niveles del sistema permanecen en gran medida ocultas y
sin cuestionar.
Al conceder primacía a la estructura «división sexual
del trabajo» y argumentar que la dependencia económi
ca de las mujeres respecto a los hombres constituye el
bastión principal de los sistemas de desigualdad entre los
sexos, sigo la senda abierta por una serie de teorías es
tructurales desarrolladas por estudiosas feministas en los
últimos años. Las marxistas-feministas, tales como
Sacks ( 1 9 7 4), Eisenstein ( 1 9 7 9) y sobre todo Vogel
( 1 983) y Hartmann ( 1 984), se muestran claramente ex
plícitas en esta argumentación. Otras teorías estructura
les afirman esta postura, aunque algunas veces sólo de
forma implícita (por ejemplo, Lipman-Blumen, 1 976;
Holter, 1 970; Blumberg, 1 984; Curtis, 1 986; Chafetz,
1 984). Tampoco el centrarse en la división sexual del
trabajo implica limitarse a teorías de los niveles mezo y
macro que ponen el énfasis en la naturaleza coercitiva
del mantenimiento del sistema de los sexos. Las micro
teorías que se centran en la sexualización hacen hincapié
del mismo modo en la importancia básica de la división
sexual del trabajo, tanto para el proceso de la sexualiza
ción (por ejemplo, Chodorow, 1 97 8) como para propor
cionar un aspecto fundamental del contenido específico
de las definiciones sociales sexuales cuya aceptación
constituye la sexualización (ver especialmente Coser,
1 975, 1 986).
1 08
UNA DIGRESIÓN SOBRE LA COERCIÓN FÍSICA
Y SOBRE LA PREFERENCIA SEXUAL
CONCLUSIÓN
1 19
PARTE 1 1
CAMBIO DEL SISTEMA DE LOS SEXOS
CAPÍTULO 5
CONCLUSIÓN
138
CAPÍTULO 6
Procesos de cambio inintencionados
La industrialización
Factores demográficos
Supongamos la asunción de un sistema de desigual
dad entre los sexos, incluyendo una división sexual del
trabajo por la que los hombres disfrutan de un mayor ac
ceso que las mujeres a los recursos como recompensa por
su trabajo: Mientras exista un número suficiente de hom
bres en edad de trabajar, disponible para hacer frente a la
de m anda de trabajo que lleva a cabo tradicionalmente,
no se dará ningún cambio en la división sexual del traba
jo. Lo que es más, si aparecen nuevos tipos de roles de
t rabajo generador de recursos, mientras haya un número
sufi ciente de hombres disponible para hacer frente a la
1 57
nueva demanda, las mujeres no obtendrán el acceso a es
tos roles de trabajo. La cuestión, pues, es bajo qué cir
cunstancias habrá un número demasiado escaso de hom
bres para afrontar esa demanda, dándose una cantidad
constante por ahora de roles de trabajo generador de re
cursos (es decir, en ausencia de una expansión en el nú
mero de tales roles, en relación con el número de hom
bres en edad de trabajar).
El cambio en la división sexual del trabajo se puede
dar como respuesta a un cambio sustancial en el tamaño
de la población total que está en edad de trabajar, en re
lación con los roles de trabajo generador de recursos ase
quibles. Si, en ausencia de una expansión suficiente de la
asequibilidad de tales roles, el tamaño de la población en
edad de trabajar crece de forma significativa, muchas
personas quedarán infraempleadas o desempleadas.
Esta situación es característica de gran parte del actual
Tercer Mundo. Teniendo en cuenta las diferencias en el
tamaño del grupo afectado, esta situación ha afectado
periódicamente a naciones más ricas también. No obs
tante, el excedente de población masculina se distribuye
con frecuencia de modo diferente según la clase social y
el nivel de educación/formación. En algunas naciones
occidentales, en la actualidad y en el pasado reciente, se
ha dado un excedente de personas con una educación re
lativamente buena. En las naciones pobres, se suele dar
con mayor frecuencia un excedente de personas pobres y
con una educación pobre. Bajo tales condiciones de su
perpoblación y, por lo tanto, de números significativos
de hombres infraempleados o desempleados, se da cier
ta tendencia entre los hombres a la invasión de aquellos
relativamente escasos roles de trabajo reservados a las
mujeres que ofrecen recompensas razonablemente altas
para el segmento concreto de la población masculina in
fraempleada o desempleada. Los hombres con una for
mación universitaria normalmente no invadirán em
pleos femeninos que requieran escasa cualificación y que
estén pobremente recompensados (por ejemplo, servicio
1 58
doméstico, trabajo de oficina de nivel inferior), igual que
hombres con una educación pobre no pueden invadir los
trabajos que exigen cualificaciones y conllevan mejores
recompensas (por ejemplo, profesor). Sin embargo, los
hombres tenderán a invadir los empleos típicos de la se
gregación femenina a un nivel proporcionado. Por ejem
plo, ha habido un pequeño descenso en la segregación se
xual de los empleos en la fuerza de trabajo de Estados
Unidos a lo largo de las tres últimas décadas. A pesar de
la atención pública prestada al influjo de las mujeres en
puestos de trabajo tradicionalmente masculinos, hay
más parte del cambio que se debe a la invasión por parte
de los hombres de las escasas reservas tradicionalmente
reservadas a las mujeres (por ejemplo, enseñanza en es
cuelas públicas, trabajo social, carreras médicas aparte
de la de doctor en medicina, operadoras telefónicas, ven
dedoras al detalle, bibliotecarias) (Jusenius, 1 976;
Berch, 1 982). Más aún, conforme los hombres han en
trado en estos campos, se han ido haciendo cargo en gran
medida de los roles de más alto nivel, de supervisión y
administración, que son las únicas avenidas tradiciona
les para la movilidad profesional que estaban abiertas a
las mujeres. Esa invasión ha sido consecuencia, en una
parte importante, del hecho de que un número sin prece
dentes de personas que forman parte de la generación del
baby boom, han estudiado en la universidad. Los cam
pos tradicionalmente masculinos que ofrecen empleos
proporcionados con ese nivel de formación no han podi
do absorber la enorme cantidad de hombres con estu
dios. Por lo tanto, muchos de ellos se han vuelto hacia
aquellos campos dominados por las mujeres que estaban
en expansión y ofreciendo recompensas que, aunque no
eran equivalentes a las ofrecidas por las ocupaciones do
minadas por los hombres, eran mejores en una serie de
aspectos que no tener trabajo o tener un empleo que exi
giera una formación sustancialmente inferior. En ese
momento, los empleos dominados por las mujeres esta
ban en un proceso de expansión lo bastante rápido como
1 59
para que las mujeres en general no perdieran sus puestos.
Sin embargo, si la superpoblación y la infrautilización de
la fuerza de trabajo masculina ocurrieran en una econo
mía de estado estable, el resultado sería que las mujeres
se verían apartadas de los roles de trabajo generador de
recursos.
Proposición 6. 1. Manteniendo constante el número
de roles de trabajo disponible que genera recursos, cuan
to mayor es el crecimiento de la población en edad de
trabajar, más probable será que las mujeres sean aparta
das por los hombres de aquellos roles que ellas han ocu
pado tradicionalmente.
Si la superpoblación puede producir el desplaza
miento de las mujeres, es razonable asumir que la esca
sez de población, con respecto a las oportunidades de
trabajo asequibles, produciría el efecto contrario. Cuan
do un grupo generacional muy pequeño, tal como el
«baby bust», que comenzó en los años 60 en Estados
Unidos, alcanza la edad de trabajar, puede que no haya
suficientes hombres para ocupar los puestos de trabajo
disponibles (manteniendo la demanda constante). En un
caso semejante, las mujeres pueden lograr un acceso in
crementado a puestos de trabajo tradicionalmente mas
culinos. De hecho, el pequeño grupo nacido durante la
depresión de los años 30, no pudo proporcionar hom
bres bastantes para hacer frente a la demanda en expan
sión de trabajo tras la Segunda Guerra Mundial, propor
cionando así un aumento sustancial en el número de
puestos de trabajado destinados a mujeres mayores, casa
das durante los años 50 (Michel, 1 985; Easterlin, 1 987,
capítulo 4).
Proposición 6. 2. Manteniendo constante el número
disponible de roles de trabajo que generan recursos,
cuanto mayor sea la disminución de la población en
edad de trabajar, más probabilidades tendrán las muje
res de lograr el acceso a puestos de trabajo tradicional
mente masculinos.
Sin embargo, la Proposición 6. 2. requiere hacer una
1 60
salvedad. Es completamente posible que una escasez de
trabajadores no se resuelva reclutando mujeres, sino re
clutando hombres de otra sociedad. Los esclavos captu
rados en otros lugares o los inmigrantes pueden ser utili
zados para hacer frente a esa demanda. Esto se da sobre
todo en el caso de trabajos que exigen relativamente po
cas cualificaciones. En un mundo lleno .de naciones su
perpobladas, esta respuesta es al menos tan probable
como la de abrir nuevas oportunidades a las mujeres en
una sociedad que presente una estratificación elevada de
los sexos. En el mundo contemporáneo, la esclavitud ge
neralmente no es una opción. El que una nación recurra
a los extranjeros o a sus propias mujeres, depende sus
tancialmente tanto de la adecuación que se dé entre los
niveles de educación, cualificaciones y clase de sus muje
res desempleadas, como de los tipos de roles de trabajo
que haya que ocupar. En parte, también, probablemente
refleje el grado de homogeneidad étnica, racial y religio
sa de la nación. Las naciones con gran homogeneidad
pueden ser más reacias a admitir a personas de diferen
tes orígenes culturales que las naciones con una pobla
ción que ya esté bastante diversificada. Por último, hay
otros aspectos de la nación donde la demanda de traba
jadores es alta que pueden afectar a la disposición de los
trabajadores extranjeros a emigrar allí. La falta de liber
tad política o religiosa, por ejemplo, puede disuadir a la
inmigración incluso cuando las oportunidades económi
cas sean generosas.
Hasta este momento, el estudio se ha centrado en el
tamaño de la población total en edad de trabajar, igno
rando la ratio sexual. Independientemente del tamaño
total de la población, una ratio sexual que venga a ser
sustancialmente sesgada también puede afectar a la divi
sión sexual del trabajo, asumiendo una vez más una de
manda constante de trabajadores. El cambio profundo
de la ratio sexual entre los adultos suele ser consecuencia
principal de dos fenómenos: la guerra y la emigración.
La guerra en la época contemporánea desplaza a un
16 1
gran número de hombres de su trabajo normal. Durante
el periodo de las hostilidades, esta extracción resulta con
frecuencia en el reclutamiento de mujeres para esos roles
(asumiendo que no haya un excedente de hombres o una
población masculina infra-empleada y desempleada que
no absorba el aparato militar). No obstante, el impacto a
largo plazo de la guerra depende de la tasa de bajas mas
culinas. Cuando es relativamente baja (por ejemplo, en
Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial), el sta
tus quo adquirido es difícil de mantener una vez llegada
la paz (Trey, 1 972; Chafe, 1 9 72). Cuando las bajas son
muy elevadas, resultando en una ratio sexual baja (es de
cir, una escasez de hombres) durante toda una genera
ción, tal como ocurrió en Europa del Este y la Unión So
viética durante y tras la Segunda Guerra Mundial, las
oportunidades ampliadas para las mujeres perviven lar
go tiempo después de que la guerra haya terminado
(Scott, l 979, págs. 1 80-8 1 ).
Las ratios sexuales también pueden resultar sustan
cialmente sesgadas debido a una emigración diferente
según el sexo. En particular, la emigración del campo a la
ciudad y la internacional son a menudo sumamente es
pecíficas de un sexo (ver Smith, Khoo y Go, 1 984, Tabla
2. 1 ). Allí donde los hombres constituyan el grueso de los
emigrantes, la comunidad que los envía (comunidad de
origen) experimentará una ratio sexual baja entre perso
nas en edad de trabajar. Esto podría abrir nuevas oportu
nidades a las mujeres. Sin embargo, cuando se da una
emigración masculina a gran escala, los hombres nor
malmente emigran como individuos aislados (esto es, no
como parte de una familia), precisamente por la ausen
cia de oportunidades económicas en el lugar de origen.
La que marcha es una población excedente, generalmen
te joven y masculina, que presumiblemente deja atrás
suficientes hombres como para hacer frente a la deman
da local (Massey et al., 1 98 6). Si los emigrantes masculi
nos comparten uno o unos pocos lugares de destino co
munes, elevarán la ratio sexual de las comunidades que
162
lo s reciban. Como su motivación es sobre todo económi
ca, estos hombres suelen estar dispuestos a aceptar cual
quier trabajo disponible (Piore, 1 979). Dependiendo de
los tipos de trabajo que las mujeres realicen en las comu
nidades de llegada, los inmigrantes masculinos las des
plazarán o les impedirán adquirir nuevas oportunidades
de trabajo. Por ejemplo, aunque las mujeres constituye
ron el primer grupo de trabajadores de fábricas en Nue
va Inglaterra, fueron desplazadas rápidamente por hom
bres que emigraban tanto de las áreas rurales como del
extranjero (Huber, 1 976).
Cuando son las mujeres las que constituyen el grueso
de la emigración, como sucede en muchas naciones del
Tercer Mundo, estas mujeres serán normalmente jóve
nes y solteras y en busca de trabajo que no está a su al
cance en sus comunidades de origen (Thadani y Todaro,
1 9 84). Normalmente, acaban ocupando puestos de tra
bajo tradicionalmente femeninos, de escasa cualifica
ción, en el mercado de trabajo «informal» (Shah y
Smith, 1 984). Este mercado incluye trabajos tales como
empleo doméstico privado (por ejemplo, irlandesas en
Gran Bretaña y Estados U nidos en el siglo x1x; hispanas
en muchas partes de Estados U nidos hoy día), chicas de
batTa, venta ambulante y prostitución (Arizpe, 1 9 7 7 ;
Chincilla, 1 97 7). También acaban, cada vez más, traba
jando en la «línea de montaje global» produciendo bie
nes para las corporaciones multinacionales a cambio de
salarios de explotación (Berch, 1 982, aporta los siguien
tes salarios a la hora, en 1 976, para las trabajadoras in
dustriales: Hong Kong, 5 5 centavos; Corea del Sur, 52
centavos; Filipinas, 32 centavos; Indonesia, 1 7 centa
vos). En las naciones más ricas, las inmigrantes femeni
nas suelen dirigirse a ciudades importantes que ofrecen
un gran número de trabajos de oficina y administración
de bajo nivel, tales como Nueva York y Washington,
D.C. En ninguno de los dos casos compiten en números
importantes por los mismos tipos de trabajo que tradi
cio nalmente llevan a cabo los hombres. Sin embargo, la
163
afluencia de mujeres puede crear competencia entre las
recién llegadas y la población indígena femenina por tra
bajos escasos, privando a algunas de las antiguas trabaja
doras de su trabajo extradoméstico y produciendo un
descenso de los salarios de todas ( o manteniéndolos ba
jos). Normalmente, la comunidad que las envía pierde el
trabajo doméstico no pagado de las mujeres, a menudo
su trabajo hortícola de subsistencia en naciones del Ter
cer Mundo y su asequibilidad como esposas para los
hombres de la región. Irónicamente, el efecto de la esca
sez de mujeres (una ratio sexual elevada) en la comuni
dad de origen puede ser una restricción aún mayor de la
autonomía de aquéllas que se quedan atrás. Guttentag y
Secord ( 1 983) argumentan que, dada una desigualdad
entre los sexos, una ratio sexual elevada (escasez de mu
jeres) tiene como consecuencia un «poder de pareja»
considerable para las mujeres frente a sus maridos, debi
do al valor que adquieren como bien escaso. Pero ese
mismo valor significa que van a ser celosamente guarda
das y que va a restringírseles fuertemente el acceso a ro
les extradomésticos que podrían ponerlas en contacto
con otros hombres. Y a la inversa, si la ratio sexual de la
comunidad de llegada se vuelve excesivamente baja (ex
ceso de mujeres), el valor que reciben las mujeres dismi
nuye y se sustituye por la misoginia y la explotación se
xual. Por lo tanto, la pequeña cantidad de independen
cia ganada por las mujeres emigrantes que logran algún
tipo de empleo, se ve recortada por el tratamiento excesi
vamente negativo que reciben por parte de los hombres.
Proposición 6. 3. Una reducción a largo plazo de la
ratio sexual (por debajo de la paridad) de la población en
edad de trabajar, consecuencia principalmente de la gue
rra o la emigración, tiende a aumentar el acceso de las
mujeres a roles de trabajo generador de recursos debido
a la ausencia de una población excedente masculina.
Proposición 6. 4. Un aumento a largo plazo de la ra
tio sexual de la población en edad de trabajar (por enci
ma de la paridad) tiende a incrementar las restricciones
1 64
impuestas en el trabajo extradoméstico de las mujeres, al
competir los hombres por el trabajo disponible e inten
tar guardar el acceso a sus esposas.
173
Resumen
La Figura 6. 1 . muestra un modelo resumen de los
procesos por medio de los que los cambios demográfi
cos, tecnológicos y económicos afectan a la división
sexual del trabajo. Incorpora la lógica de todas las propo
siciones presentadas hasta el momento en este capítulo.
Dependiendo del tipo de cambio macroestructural, las
oportunidades de las mujeres de lograr el acceso a roles
de trabajo generador de recursos se ven realzadas o redu
cidas, o el trabajo que llevan a cabo puede descualificar
se. Las variables demográficas se han mantenido separa
das de las variables tecnológicas y económicas. Los dos
conjuntos de variables pueden modificarse en algunos
casos concretos, de manera que se contrarrestan mutua
mente, reduciendo así la probabilidad de cualquier cam
bio en la división sexual del trabajo. Por ejemplo, el
cambio tecnológico y la expansión económica pueden
quedar compensados por la expansión de la población,
de manera que haya hombres de sobra disponibles para
hacer frente a la demanda crecida. En otros ejemplos, los
dos conjuntos de variables pueden reforzarse mutua
mente, produciendo un cambio profundo en la división
sexual del trabajo. Por ejemplo, un declive en la ratio se
xual de la población en edad de trabajar, combinado con
el cambio tecnológico y la expansión económica, po
drían incrementar drásticamente las oportunidades de
las mujeres. Y a la inversa, una población creciente y la
recesión económica podrían reducir drásticamente di
chas oportunidades. Sin embargo, en general las varia
bles económicas probablemente sean más importantes
que las demográficas. En su análisis del impacto de la ra
tio sexual sobre una serie de variables dependientes, en
un muestreo de 1 1 7 naciones, South y Trent ( 1 98 8) en
contraron que el nivel de desarrollo económico explica
ba en mayor medida que la ratio sexual, la variación en
cuestión, para la variable dependiente «tasa de partici
pación femenina en la fuerza de trabajo».
1 74
Factores demográficos,
manteniendo constantes los Factores tecnológicos/económicos,
económicos/tecnológicos: manteniendo constantes los demográficos:
....
--.J
V, FIGURA 6. 1 . Modelo resumen del proceso del cambio i n i ntencionado en la d i visión sexual del t rabajo.
En general, los cambios tecnológicos importantes
que producen alteraciones a largo plazo en la economía
son los más importantes para entender los cambios en la
división sexual del trabajo y los sistemas de estratifica
ción de los sexos. Las fluctuaciones económicas a corto
plazo, normalmente tienen ramificaciones a corto plazo
para las oportunidades de las mujeres. La guerra realza
directamente el acceso de las mujeres a nuevos roles de
trabajo sólo de forma temporal. Incluso cuando reduce
la ratio sexual debido a una tasa de bajas masculinas
muy elevada, los efectos disminuirán paulatinamente
conforme la generación que luchó en la guerra va enveje
ciendo. La variable demográfica que más puede afectar
fuertemente a la división sexual del trabajo es la super
población continuada, como la experimentada por mu
chas naciones contemporáneas del Tercer Mundo. En
estas naciones, la expansión económica no ha podido su
perar -ni siquiera mantener el mismo ritmo- que el
crecimiento de la población. Las oportunidades de las
mujeres han seguido siendo pocas o han disminuido aún
más. La ausencia de roles de trabajo extradoméstico en
tales casos puede llevar a las mujeres a elevados grados
de fertilidad, que mantienen o exacerban la superpobla
ción y, por lo tanto, su falta de acceso al trabajo extrado
méstico. U na vez que comienza un ciclo de superpobla
ción y el declive de las oportunidades en el campo del
trabajo extradoméstico para las mujeres, puede, por lo
tanto, resultar exacerbado por la elección de las mujeres
de aumentar su fertilidad, tal como muestra la doble fle
cha de la Figura 6. 1. En el mundo contemporáneo, las
naciones que más han experimentado la expansión eco
nómica han sido naciones ricas, con un crecimiento bajo
de la población. En estos casos, las oportunidades de las
mujeres de acceder a roles de trabajo generador de recur
sos se han vista realzadas, aunque generalmente en nive
les de cualificación relativamente baja y recompensas
pobres, si se comparan con el trabajo al alcance de hom
bres con un nivel de estudios comparable. Las oportuni-
t 76
dades de expansión de las mujeres se pueden volver au
to-reforzadoras, cuando las mujeres que trabajan fuera
de casa optan por tener menos hijos, aumentando así la
futura demanda del trabajo realizado por mujeres. Esto
también queda plasmado por la doble flecha en la Fi
gura 6. 1 .
1 80
ConRicto externo Escasez de hombres
(guerra) para hacer frente a
la demanda laboral Adquisición temporal de
roles de trabajo generador
de recursos para las mujeres
Conflicto interno
(racial/
religioso/
étnico)
Polftica pro-natalista
fomentada por las Pérdida de roles
élites de trabajo generador
de recursos para
las mujeres
CONCLUSIÓN
Refuerzo de la
nueva división
Descanso en el trabajo se,ual del trabajo
generador de recursos
para las mujeres:
Pérdida económica
Confianza/
Pérdida de prestigio aspiraciones/
dedicación
femeninas
dismunuidas
FIGUR A 6.3. Modelo del proceso de los efectos. a lo largo del t iempo, del descenso del acceso
de las mujeres a los roles de trabajo generador de recursos.
187
la Figura 6.4. se resumen las secciones primeras de este
capítulo en tanto en cuanto hacen referencia a la cues
tión: ¿Qué es lo que produce un descenso del acceso de
las mujeres a los roles de trabajo generador de recursos?
Esta figura muestra cómo los factores económicos, tec
nológicos, demográficos y de conflicto político pueden
reducir las oportunidades de las mujeres. En el Capítulo
8 se van a presentar procesos modelo resumen que deli
nean los factores que producen un aumento del acceso
de las mujeres a los roles de trabajo generador de recur
sos, junto con sus efectos sobre otros aspectos del siste
ma de los sexos. Las razones que me llevan a dejar aque
llas figuras para un capítulo posterior fueron explicadas
al comienzo de la sección anterior. Combinando los dos
últimos gráficos, la clara conclusión es que cuando las
fuerzas de macronivel que no tienen nada que ver con el
sexo ponen en marcha procesos que reducen el acceso de
las mujeres a un trabajo generador de recursos, todos los
aspectos de un sistema de los sexos injusto quedan exa
cerbados. La pérdida de oportunidad por parte de las
mujeres comienza rápidamente a afectar a otros aspec
tos del sistema de los sexos, sobre todo incrementando el
poder masculino de micronivel. Las mujeres también
pueden incrementar su fertilidad, conforme pierden el
acceso a roles de trabajo no doméstico, lo que puede re
sultar en un aumento de la población y, por lo tanto, en
oportunidades aún más menguadas para ellas con el
paso del tiempo. Más lentamente, las definiciones socia
les sexuales y la diferenciación se ven reforzadas. En últi
ma instancia, surge un nuevo sistema estable de estratifi
cación de los sexos en el que las mujeres sufren mayores
desventajas que en generaciones anteriores.
Los cambios macroestructurales que producen los
procesos que exacerban la desventaja femenina han sido
puestos en marcha por procesos endógenos -sobre todo
tecnológicos- en muchas épocas y lugares. En los últi
mos siglos, tales cambios fueron con frecuencia resulta
do de la presión externa ejercida por las potencias colo-
1 88
Descalificación del trabajo de las
Cambio
tecnológico mujeres en comparación con el de
imponante los hombres
Caída en desuso de
Conflicto externo
Conflicto interno
Incremento de la ratio
sexual por encima de
la paridad
...
� FIGURA 6.4. Modelo resumen de los procesos inintencionados que disminuyen el acceso de las mujeres a roles de trabajo generador de recursos .
niales. Hoy día, las naciones del Tercer Mundo los expe
rimentan a menudo, como consecuencia de una presión
externa por parte de las economías en expansión de las
naciones centrales. Allí donde las fuerzas externas han
precipitado el cambio, también muchos hombres, si no
la gran mayoría, se han convertido en víctimas. No obs
tante, las tensiones políticas, económicas y/o demográfi
cas resultantes, normalmente afectan a las mujeres de
una forma doblemente negativa: como miembros de la
población indígena junto con los hombres y como muje
res que quedan aún más subordinadas a los hombres. Ni
siquiera las naciones centrales ricas son inmunes a cam
bios macroestructurales que podrían poner en marcha
los procesos descritos en cuanto que sirven para incre
mentar la estratificación de los sexos, una perspectiva
que se va a analizar en el último capítulo.
1 90
CAPÍTULO 7
Hacia la igualdad de los sexos:
procesos de cambio intencionados
DESDE ARRIBA:
ESFUERZOS DE CAMBIO FOMENTADOS POR LAS ÉLITES
193
Los partidos marxistas han sido especialmente adep
tos a reclutar mujeres con promesas de igualdad entre los
sexos y a reducir o abandonar después ese compromiso
en respuesta a la resistencia de los hombres (para un re
sumen de esta historia, ver Chafetz y Dworkin, 1986, so
bre todo el Capítulo l ; para Gran Bretaña, Foreman,
1977, y Rowbotham, 1976; para Alemania, Jancar,
1978, Heitlinger, 1979 y Boxer y Quataert, 1978; para
Rusia, Jancar, 1978 y Boxer y Quataert, 1978; para Chi
na, Croll, 1978 y Johnson, 1978).
A pesar del hecho de que las élites masculinas tien
den a despachar las cuestiones de la igualdad entre los
sexos en nombre de prioridades «más amplias», con fre
cuencia las mujeres han obtenido, con todo, éxitos limi
tados como resultado de las acciones iniciadas por las
élites. Unos cuantos ejemplos breves bastarán para de
mostrar los dos tipos de circunstancias enumerados an
teriormente.
En interés de la nación
A finales del siglo XIX, muchos hombres de élite de
China, Japón y la India emprendieron esfuerzos por
«modernizar» y occidentalizar sus empobrecidas socie
dades. Llegaron al convencimiento de que el «retraso»
de sus naciones era, en parte, consecuencia del estatus
sumamente reprimido de sus mujeres. En China se pu
sieron a la labor para terminar con el vendaje de los pies
y para abrir oportunidades de formación para las muje
res. Junto con mujeres extranjeras, los intelectuales, la
clase acomodada y los funcionarios del gobierno de Chi
na (aunque rara vez las mujeres chinas) formaron la Un
bound Feet Society (Sociedad de Pies sin Vendar) en
1892, que llegó a alcanzar el número de l 0.000 miem
bros (Croll, 1978, capítulo 3). Justo después de la entra
da del nuevo siglo, lograron abrir escuelas para niñas. En
Japón, el periodo comprendido entre el 1868 y el 19 12
1 94
fue una época de compromiso oficial gubernamental en
pro de la modernización nacional, conocida como el Pe
ríodo Meiji. Aunque el gobierno no se inclinaba a permi
tir ningún cambio en cuanto al rol tradicional de las mu
jeres, muchos hombres privilegiados lucharon especial
mente por conseguir oportunidades educativas para ellas
(Sievers, 1 983, capítulo 2; Robins-Mowry, 1 983, pág.
42). Del mismo modo, en India fue un grupo de hombres
privilegiados el primero en buscar oportunidades educa
tivas para las mujeres y en abolir los matrimonios entre
niños, el sati (suicidio de la viuda) y el purdah (reclusión
de las mujeres). Argumentaron que estos cambios incre
mentarían la «eficiencia de las mujeres», reforzarían las
tradiciones familiares y sociales y contribuirían por lo
tanto a la modernización de la sociedad india (Mazum
dar, 1 979, pág. x1; Everett, 1 979, capítulo 4). Bajo el li
derato de Gandhi, el partido del Congreso fue especial
mente activo en el trabajo dirigido a estos tipos de refor
mas del estatus de las mujeres, con el fin de reformar la
totalidad de la sociedad (Thomas, 1 964, capítulo 1 1 ;
Everett, 1 979, capítulo 4).
En los tres casos, los hombres trabajaron para organi
zar a las mujeres que se unirían a la lucha por sus propios
derechos. En el espacio de un par de décadas, surgieron
los movimientos feministas. Paulatinamente también se
obtuvieron las reformas básicas que los hombres occi
dentalizados y privilegiados buscaban para las mujeres,
beneficiando mayoritariamente a las mujeres urbanas,
de clase media y alta (es decir, a sus esposas e hijas). Sin
embargo, en ninguno de estos casos buscaron los hom
bres la igualdad entre los sexos en general o la restructu
ración de la división sexual tradicional del trabajo. En
realidad, las desventajas más graves de las mujeres ha
b ían de mejorarse para hacer de ellas mejores esposas y
madres en una sociedad «modernizada» (Chafetz y
Dworkin, 1 986, capítulo 4).
Proposición 7. 1. Dado un nivel sumamente elevado
de estratificación de los sexos y pobreza nacional, cuanto
1 95
más empeñadas están las élites de una sociedad en el
cambio de la nación para que se parezca a otras más ri
cas, más se inclinan a instituir políticas que mejoran las
desventajas más extremadas de las mujeres.
El centro de atención de los hombres de las élites es la
educación para las mujeres. Puesto que asumen que las
mujeres seguirán funcionando principalmente como es
posas y madres, su objetivo es producir madres que críen
hijos no tradicionales -en realidad, hijos varones- y
esposas que constituyan un apoyo adecuado para los ma
ridos «modernos». Para que las niñas y las jóvenes pue
dan recibir una educación, las prácticas tradicionales ta
les como la reclusión y los matrimonios entre niños de
ben abandonarse también. Tales hombres asumen sin lu
gar a dudas, que el proceso de cambio debería terminar y
terminará, con la concesión de derechos y oportunidades
para las mujeres limitados y fundamentalmente forma
les. No obstante, como animan a las mujeres a organizar
se para perseguir estos cambios, la consecuencia, pasado
el tiempo es normalmente la aparición de un movimien
to feminista relativamente autónomo -con frecuencia
pequeño- que desarrolla un conjunto más amplio de
blancos del cambio y algún grado de conciencia sexual.
Más avanzado el capítulo regresaré a esta cuestión.
Conclusión
La Figura 7 . 1. es un modelo de proceso que muestra
cómo las élites masculinas acaban algunas veces traba
jando en favor de una mayor justicia entre los sexos
-que consiguen parcialmente. En esta figura, se han
añadido dos vínculos que conectan las secciones anterio-
200
Compromiso de la élite
para con la reforma v,cial
Facciones de élite
Intento de movilizar Promesas de Apoyo
el apoyo femenino mejora de las femenino
en contienda
()
desventajas
amenaza al poder femeninas
de la élite
de facto Prcw..""CSOs que
in intencionada Descenso rtal
mente
aumentan JaS Je la
u estratificación
L--------------- d�is �!j��!: b de los SCKOS
Aparición y crecimiento
Dworkin y yo (Chafetz y Dworkin, 1 986, 1 989) he
mos desarrollado, y por medio de un test parcial hemos
podido sostener, una teoría que explica por qué los mo
vimientos feministas surgen y crecen (y por implicación
por qué no surgen ni crecen). Su aplicación, es de alguna
manera, distinta para los movimientos de la Primera y
de la Segunda Ola. Esa diferencia se analizará después de
haberse presentado el perfil básico de la teoría (para más
detalles sobre la teoría y el test, ver 1 986, capítulos 3 y 6).
206
El impulso para el desarrollo y posterior crecimiento
de los movimientos feministas es el cambio macroes
tructural. Las variables específicas son los incrementos
en la industrialización, la urbanización y el tamaño de la
clase media, todas las cuales interaccionan mutuamente.
Los movimientos feministas de prácticamente todas las
naciones y de las dos olas, están constituidos en su abru
madora mayoría y sobre todo, dirigidos por mujeres de
clase media. Los tres cambios macroestructurales, pero
principalmente la industrialización, permiten o induc�n
la aparición de oportunidades de roles nuevos, no do
mésticos y no familiares para las mujeres de clase media.
En la terminología de este libro, las mujeres experimen
tan una acceso incrementado a los roles generadores de
recursos. Conforme algunas mujeres asumen roles públi
cos que no son tradicionales de su sexo, se les plantean
dilemas relativos a su estatus/rol. Estos dilemas consis
ten en contradicciones entre normas sexuales tradicio
nalmente asignadas y aquellas asociadas con sus roles so
ciales de reciente aparición. Las mujeres normalmente
reciben un trato acorde con expectativas tradicionales,
que son inapropiadas para sus nuevos roles. Puede espe
rarse que se comporten de maneras cada vez más inapro
piadas o contradictorias. Además, mientras desempeñan
sus nuevos roles entran en contacto creciente con otros
hombres aparte de los miembros y los amigos de la fami
lia. Estos hombres, que con frecuencia desempeñan roles
no domésticos semejantes, pueden ser igual o menos
competentes que las mujeres, pero reciben recompensas
y oportunidades considerablemente mejores. Antes de
asumir sus nuevos roles, la mayor parte de las mujeres
comparaban su suerte con la de otras mujeres que com
partían roles domésticos y un estatus social similares.
Sus nuevas experiencias provocan un cambio de grupo
de referencia comparativo hacia los hombres. A su vez,
suelen experimentar una sensación de pérdida relativa
(ver también Holter, 1 970; Safilios-Rothschild, 1 979;
Zanna, Crosby y Loewenstein, 1 98 7).
207
Los movimientos feministas empiezan en ciudades
grandes y hasta que no se acercan a un nivel de masas no
penetran en las áreas rurales y los pueblos pequeños. De
bido a la densidad de la vida urbana y los tipos de roles
en los que ahora participan, las mujeres que experimen
tan roles en expansión, dilemas de estatus/rol y una sen
sación de pérdida relativa, suelen entrar en contacto mu
tuo. Conforme intercambian sus experiencias y percep
ciones, al menos algunos miembros de este grupo cre
ciente de mujeres tienden a desarrollar la concepción de
que sus problemas no son individuales, sino un fenóme
no compartido en función del sexo, de que esos proble
mas son creados por un sistema social injusto, de que la
estructura de recompensas y oportunidades es injusta e
ilegítima y de que el cambio social del sistema de los se
xos debe ser un objetivo a perseguir. En resumen, un
cuadro de mujeres desarrollará una conciencia sexual.
Cuanto mayor sea el grupo de mujeres que experimenten
los roles en expansión, mayor será el número de ellas que
desarrollen una conciencia sexual, aunque es evidente
que muchas no lo harán. U na vez que existe un cuadro
con conciencia sexual, éste puede servir como nuevo
grupo de referencia normativo para otras mujeres, que
tradicionalmente habían dirigido la vista principalmen
te hacia los hombres, para definir el comportamiento se
xual adecuado para ellas (tal como se vio en la Parte 1).
La conciencia sexual proporciona a las mujeres la
motivación para organizarse en la búsqueda del cambio
del sistema de los sexos. Sin embargo, para que surja
cualquier movimiento social, deben existir otros dos fac
tores: un sentido de la eficacia potencial y recursos. La
eficacia, o la percepción de que los esfuerzos organiza
dos tienen el potencial para producir los cambios desea
dos, resulta al menos en parte de los nuevos roles a los
que las mujeres están accediendo. Como pioneras, es
probable que muchas experimenten un aumento de la
confianza en sí mismas y una sensación creciente de que
la consecución del objetivo es posible. Los datos de Poo-
2os
le y Zeigler sobre las mujeres americanas muestran que
desde 1 9 5 2 hasta 1 980, las mujeres que trabajan fuera
de casa han tenido unos índices de eficacia política más
elevados que las que se ocupan del hogar ( 1 98 5, pág.
1 3 7). Sus nuevos roles también contribuyen a la acumu
lación de los recursos necesarios. Al menos algunas de
las mujeres desarrollan conexiones más amplias con
miembros de la comunidad, incluso de las élites; capaci
dad de expresión organizativa y pública; experiencia en
los medios de comunicación, obtención de fondos y pre
sión; acceso a su propio dinero; y otros recursos que las
organizaciones requieren para perseguir objetivos colec
tivos. Tal como se ha descrito en la sección anterior, en
algunos casos, hombres comprensivos aceleran este pro
ceso, aportando sus propios recursos materiales y no ma
teriales a los primeros esfuerzos organizativos. Incluso
cuando las mujeres dan comienzo a su movimiento, los
mismos cambios macroestructurales que aumentan las
oportunidades con respecto a nuevos roles para las mu
jeres pueden animar a algunos hombres a apoyar activa
mente el cambio del sistema de los sexos y, por lo tanto,
el nuevo movimiento feminista. Un apoyo tal es espe
cialmente posible entre hombres cuyas mujeres queridas
están experimentando la expansión de los roles y sus
problemas consiguientes. Con la combinación de la con
ciencia sexual, una sensación de eficacia y los recursos,
surge el movimiento feminista. Cuanto mayor sea el gru
po de mujeres que experimenta el aumento de roles pro
ducido por el cambio macroestructural, más grande se
vuelve el movimiento.
El proceso anterior presupone una situación política
nacional propicia a la formación y el crecimiento del
movimiento. Dworkin y yo encontramos que hay dos si
tuaciones políticas extremas que impiden o retrasan ese
desarrollo: la represión y la co-opción. La represión exis
te cuando los gobiernos prohíben las organizaciones raí
ces en general (las que no patrocina el gobierno o el parti
do gobernante) o cuando prohíben específicamente la
209
actividad u organización política de las mujeres. Las téc
nicas de represión gubernamental han mejorado sensi
blemente en el transcurso de este siglo. En la época de la
Segunda Ola, los gobiernos represores han sido bien ca
paces de impedir la aparición de movimientos indepen
dientes de mujeres. Sin embargo, en el período de la Pri
mera Ola, sólo fueron capaces con frecuencia de retrasar
su desarrollo. En el comienzo de los movimientos de la
. Primera Ola, Alemania, Rusia, China y Japón tenían le
yes que negaban específicamente a las mujeres el dere
cho a unirse a organizaciones políticas, asistir a asam
bleas políticas o discutir públicamente cuestiones políti
cas. Estos movimientos fueron pequeños y permanecie
ron encubiertos hasta que se levantaron las restricciones,
tras lo cual algunos crecieron con gran rapidez. En algún
momento de su historia, los movimientos en marcha de
la Primera Ola en Francia, Rusia, China, Japón, Persia/
Irán, Brasil y Perú fueron· temporalmente reprimidos.
La co-opción existe cuando las élites políticas mascu
linas dan rápidamente los pasos necesarios para conce
der algunas exigencias planteadas por un movimiento de
mujeres de reciente aparición, aparentando así exponer
a debate el movimiento en sí. Nueva Zelanda, Australia,
Noruega y Finlandia cooptaron eficazmente sus movi
mientos feministas de la Primera Ola concediendo rápi
damente a las mujeres el derecho al voto antes de la
Primera Guerra Mundial. Estos movimientos nunca al
canzaron su máximo tamaño potencial, tal como permi
tía calcular la magnitud de la industrialización, la urba
nización y el tamaño de la clase media en cada uno de los
casos.
Las siguientes proposiciones resumen los aspectos
fundamentales de la teoría parcialmente verificada de
Dworkin y mía, relativa a la aparición y el. crecimiento
de los movimientos feministas. Dada una situación polí
tica propicia:
Proposición 7. 7. Cuanto mayor es el crecimiento de
la industrialización, la urbanización y el tamaño de la
210
clase media, más son las mujeres de clase media que ex
perimentan mejores oportunidades de roles fuera del ho
gar y la familia.
Proposición 7. 8. Cuanto mayor es la expansión de
las oportunidades de roles para las mujeres de clase me
dia, en mayor medida tendrán que hacer frente a dile
mas de estatus/rol, tendrán que adquirir un sentido de la
eficacia así como recursos materiales y n·o materiales y
tendrán que cambiar sus grupos de referencia.
Proposición 7. 9. Cuantas más mujeres cambien sus
grupos de referencia, más probable es que experimenten
una sensación de pérdida relativa.
Proposición 7. 1 O. Cuanto más contacto mutuo
mantengan las mujeres que experimentan dilemas de es
tatus/rol y pérdida relativa, mayor será el número de
mujeres que desarrollarán una conciencia sexual.
Proposición 7. 1 1 . Cuantas más sean las mujeres
que desarrollen una conciencia sexual y un sentido de la
eficacia, y adquieran recursos, más probable es que un
movimiento de mujeres surja y crezca.
El proceso del desarrollo del movimiento de mujeres
se puede plasmar en un modelo, tal como aparece en la
Figura 7.2.
Cambio ñ,acr�
esuuctural
21 1
La Primera Ola y la Segunda fueron ideológicamente
bastante distintas, en gran parte porque los tipos de ex
pansión de roles experimentados por las mujeres de clase
media fueron muy diferentes. Durante las primeras eta
pas de la industrialización, las oportunidades de empleo
para las mujeres casadas de clase media fueron práctica
mente inexistentes. Sin embargo, las mujeres solteras de
clase media fueron capaces de entrar a formar parte de la
mano de obra pagada en muchos casos. Las fundadoras
de los movimientos de la Primera Ola experimentaron
un incremento de oportunidades educativas y una ex
pansión de los roles públicos no pagados. Las mujeres de
clase media comenzaron a mostrarse como filántropas
activas y francas, revivalistas religiosas, trabajadoras por
el bienestar social, organizadoras y miembros de clubes y
activistas en pro de la abolición de la esclavitud, la opo
sición al consumo de alcohol, y los movimientos pacifis
tas, nacionalistas y socialistas. Antes de la primera gene
ración de pioneras en estos roles, las mujeres de la mayor
parte del mundo -incluidos Estados Unidos y Europa
Occidental- debían permanecer calladas en público. El
activismo, en nombre de sus ideales, quedaba confinado
a la familia. Para ellas, la asunción de roles activos públi
camente en pro de sus ideales, representó una expansión
considerable de sus roles. Sus nuevos roles pueden no
haber aumentado sus recursos materiales, pero sí que au
mentaron los no materiales. No obstante, tanto ellas
como sus maridos continuaron asumiendo que la prime
ra prioridad y el compromiso de las mujeres casadas era
para con el hogar y la familia. Los movimientos feminis
tas creados por estas pioneras reflejaban en gran medida
esta asunción. Más que buscar el fin de las «esferas sepa
radas» para hombres y mujeres, se dedicaron principal
mente a mejorar las desventajas educativas, jurídicas y
políticas más extremas de las mujeres, asegurando que
redundaría en un trabajo mejor como esposas y madres.
Sin embargo, ha de advertirse que en muchas naciones,
algunas de las líderes eran mucho más radicales ideológi
camente hablando que lo que sugería la ideología de la
212
organización proclamada en público. De hecho, casi to
das las cuestiones planteadas por los movimientos, más
radicales, de la Segunda Ola habían tenido quien las pro
pusiera en la Primera. Sencillamente, había poco poten
cial de seguimiento con respecto a ideas y objetivos más
radicales (para más detalles sobre la ideología de la Pri
mera Ola, ver Chafetz y Dworkin, 1 986, capítulo 4).
La expansión de roles que produjo la Segunda Ola
fue en gran parte la ampliación drástica de la participa
ción de mujeres casadas en la fuerza de trabajo. Mientras
las mujeres de clase media estuvieran en su mayoría em
pleadas sólo temporalmente, en tanto aguardaban al ma
trimonio y los hijos, los co-trabajadores masculinos no
podían constituir el grupo de referencia comparativo.
Más bien, las mujeres jóvenes y solteras que trabajaban,
se comparaban unas con otras y con sus hermanas mayo
res casadas, que eran creadoras de hogar a tiempo com
pleto. Asumían mayoritariamente -y correctamente
que el trabajo pagado era un suceso temporal de sus vi
das. Con el empleo creciente de mujeres casadas de clase
media, se hizo cada vez más aparente que la mayoría de
las mujeres pasarían una gran proporción de sus vidas
dentro de la fuerza de trabajo. En estas circunstancias,
comienza a parecer plausible para las mujeres el compa
rarse con los hombres que encuentran en sus lugares de
trabajo. Las desventajas que las mujeres sufren allí y el
peso desigual de labores domésticas que soportan en
casa, se evidencian con el cambio de grupo de referencia.
La ideología resultante se ha·predicado sobre la asunción
de que los hombres y las mujeres habitan básicamente
las mismas esferas, pero de una forma muy desigual.
Impacto
Una vez que un movimiento de mujeres surge y crece
más allá de un pequeño grupo local de miembros social
mente privilegiados, ¿cómo lleva a cabo algunos de sus
213
objetivos de cambio? Hay dos caminos, que están in
terrelacionados, a través de los que puede potencialmen
te efectuar el cambio: por medio• de la presión sobre las
élites y afectando a la opinión pública.
Con el fin de reducir la desigualdad entre los sexos,
los movimientos feministas persiguen objetivos que lle
van consigo el cambio de las políticas que ponen en prác
tica las élites. También pueden perseguir otros objetivos
(por ejemplo, el establecimiento de grupos de ayuda mu
tua de mujeres, refugios, centros culturales o sus propios
medios de comunicación feministas), pero como míni
mo los movimientos feministas buscan cambios jurídi
cos concretos, normalmente políticos, y con frecuencia,
cambios de las políticas que regulan la economía, la edu
cación, la religión y otras instituciones culturales. Las or
ganizaciones del movimiento funcionan como grupos de
interés que intentan influir directamente en la forma
ción de las políticas de la élite (Costain, 1 982). Los mo
vimientos también funcionan como agentes del cambio
para la opinión pública, intentando galvanizar una pre
sión con buena base sobre las élites para cambiar las po
líticas. Para poder entender la importancia relativa de
estos dos caminos, a la hora de producir los cambios de
seados, es importante advertir que, incluso en aquellos
pocos casos en que los movimientos feministas han al
canzado proporciones claramente masivas, sólo un 3 por
1 00 (o menos) de la sociedad es miembro de organiza
ciones y grupos cuya razón de ser es la reducción o elimi
nación de la desigualdad entre los sexos (Chafetz y
Dworkin, 1 986, capítulos 4, 5).
Comienzo con la asunción de que las élites cambia
rán las leyes y las políticas en la dirección perseguida por
un movimiento feminista principalmente porque ad
vierten que hacerlo puede reportar gratificaciones y/o no
hacerlo puede resultar costoso. Dada la proporción rela
tivamente pequeña de miembros de la sociedad que se
involucran en organizaciones que son específicamente
parte del movimiento feminista, su capacidad de recom-
214
pensar o castigar directamente a las élites es limitada. Tal
como se ha analizado anteriormente en este capítulo,
cuando las facciones de la élite luchan por el poder, el
apoyo de las mujeres puede constituir el margen necesa
rio para la victoria. Bajo tales circunstancias, algunos de
los objetivos de las activistas pueden lograrse. Sin em
bargo, es evidente que no hay apenas probabilidad algu
na de que, de esto, se derive con el tiempo un cambio
sustancial del sistema de los sexos.
¿Cuáles han sido algunas de las tácticas empleadas
por los movimientos feministas para aumentar las re
compensas o costes de las élites? Empiezo por señalar
una táctica que prácticamente no se ha usado: la violen
cia, incluida la destrucción de la propiedad. Esta táctica
-que probablemente haya producido en alguna ocasión
al menos cambios simbólicos para colectividades como
las de trabajadores, estudiantes y negros americanos (por
ejemplo, durante los disturbios de finales de los años
60)- fue empleada solamente por una minoría de (bien
conocidas) sufragistas británicas, que recibieron la desa
probación de sus colegas activistas (para datos que justi
fican la eficacia general de esta estrategia, ver Gamson,
1 97 5, capítulo 6). Por alguna razón que ignoro, la vio
lencia y la destrucción de la propiedad parecen ser espe
cialmente antitéticas con respecto a una conciencia
sexual.
Desde que se concedió a las mujeres el derecho al
voto, los grupos de los movimientos feministas han in
tentado aJgunas veces obtener objetivos específicos (por
ejemplo, el ERA, equidad de salarios para empleados es
tatales) por medio del apoyo activo o la oposición a can
didatos concretos a unas elecciones. En general, no obs
tante, es poco frecuente que los candidatos hayan gana
do o perdido unas elecciones específicamente debido a
los esfuerzos de un movimiento feminista. El alabado
«desequilibrio sexual» de las preferencias políticas de
hombres y mujeres americanos en años recientes no ha
incluido cuestiones centradas explícitamente en la justi-
21s
cía sexual, sino las de defensa, gastos sociales, cuestiones
medioambientales y otros programas sociales. Más aún,
ese desequilibrio ha sido relativamente pequeño, siendo
las diferencias de educación, estatus, etc., mayores que
las diferencias sexuales (Poole y Zeigler, 1 98 5, Capítulo
2). Mucho más que la mayor parte de los grupos en des
ventaja, las mujeres constituyen una colectividad suma
mente heterogénea. Se diferencian enormemente en to
das las variables sociales excepto el sexo. Los partidos
políticos y los candidatos apoyan políticas que son rele
vantes para muchas categorías sociales distintas. Por lo
tanto, las mujeres se tienen que enfrentar con lealtades
transversales, con mayor frecuencia que otros grupos
desfavorecidos. ¿Es razonable suponer que una madre
negra, que no ha terminado su educación secundaria y
vive del subsidio social, y una mujer soltera, blanca y
con una profesión, votarán lo mismo sólo porque com
parten un sexo? ¿Es razonable suponer que las cuestiones
sexuales serán más importantes para ellas que las relati
vas a la clase social o raza? Asimismo, a diferencia de
muchos otros grupos desfavorecidos, las mujeres no vi
ven en áreas segregadas. Están diseminadas geográfica
mente por todos los distritos electorales. Esto reduce aún
más su influencia potencial en unas elecciones.
Los movimientos feministas han empleado en oca
siones la estrategia laboral del boicot (por ejemplo, de los
estados que no ratificaron el ERA; de Nestlé por tirar ali
mentos infantiles en naciones del Tercer Mundo). Aun
que lograron el éxito en última instancia en el caso de
Nestlé, el boicot más importante del ERA no consiguió
sus objetivos. A diferencia de los sindicatos que com
prenden primordialmente mujeres, los movimientos
feministas no han empleado la táctica laboral de la huel
ga, excepto ocasionalmente como acontecimientos sim
bólicos de un día. La táctica gravosa que los grupos de
movimientos feministas sí han empleado ampliamente y
con un índice de éxito bastante elevado ha sido la denun
cia legal contra la discriminación y el acoso en el trabajo.
216
Este tipo de acción, no obstante, presupone la existencia
de una legislación antidiscriminatoria, que simboliza ya
una acción de las élites en pro de las mujeres. En resu
men, los movimientos feministas no han logrado afectar
gravemente a la recompensa o al coste de las élites y, por
lo tanto, han tenido un impacto directo relativamente
pequeño sobre la formación de las políticas de las éli
tes.
Dicho esto, debe señalarse ahora que, desde su pri
mera aparición en el siglo x1x, muchos objetivos concre
tos propuestos y por los que han trabajado los movi
mientos feministas se han logrado. En la Primera Ola,
las mujeres de un gran número de naciones obtuvieron
un acceso sustancialmente mejorado a las oportunidades
educativas; algunos cambios jurídicos importantes de
los derechos, sobre todo de las mujeres casadas, especial
mente en términos de propiedad, control de sus propios
ingresos y custodia de los hijos; el voto; y otros cambios
diversos específicos de casos concretos (por ejemplo, el
fin del vendaje de los pies en China, del suicidio de la
viuda en la India). En el caso de los movimientos de la
Segunda Ola, las mujeres de varias naciones han logrado
el control sobre su reproducción por medio de un mejor
acceso a los métodos anticonceptivos y al aborto; una le
gislación que declara ilegal la discriminación en el traba
jo y la educación; cambios jurídicos y de políticas que
atañen a la violación y otras formas de violencia mascu
lina contra las mujeres; y una serie de otros cambios de
políticas, programas y legislación específicas de cada na
ción. Además, esos cambios no se limitan a lo que las éli
tes políticas pueden instituir por medio de la legislación,
o los jueces a través de sus decisiones. Las cadenas y esta
ciones de televisión han llevado a cabo cambios de pro
gramación. Los periódicos y las revistas evitan ahora, en
gran medida, el lenguaje sexista. Los publicistas han
cambiado sus descripciones de ambos sexos en cierta
medida. Las universidades han aumentado su oferta, in
cluyendo cursos sobre mujeres y en muchos casos han es-
211
tablecido programas de estudio femeninos. Muchos hos
pitales han cambiado su política en lo que se refiere al
dar a luz, cambios en las direcciones originalmente pro
puestas por activistas de movimientos feministas (por
ejemplo, desarrollando centros de maternidad, haciendo
que sean las comadronas las que asistan en los partos
normales). Diversas fundaciones y agencias comunita
rias han aportado los fondos necesarios para crear nue
vos tipos de proyectos que hagan frente a las necesidades
de las mujeres (por ejemplo, refugios para mujeres mal
tratadas). Muchas religiones han cambiado las palabras
que expresan sus doctrinas y han admitido a las mujeres
en rituales y roles organizativos que hasta ahora disfruta
ban los hombres en régimen de exclusividad. La policía,
así como los tribunales, han cambiado su trato a las víc
timas de violación. Y esto no es sino una lista parcial de
los cambios que han tenido lugar en las últimas décadas
en una serie de naciones que experimentan la existencia
de movimientos feministas. En casi todos los casos, la
sugerencia y el ímpetu iniciales para tales cambios pro
cedieron de organizaciones o grupos que formaban parte
de un movimiento feminista.
Si los movimientos feministas son en su mayor parte
incapaces de conseguir directamente sus objetivos, ¿qué
es lo que ha producido tantos cambios en la ley, la políti
ca y los programas que están bajo el control de élites ma
yoritariamente masculinas? Sugiero que el aspecto más
importante de los movimientos feministas es que articu
lan un conjunto de objetivos específicos de cambio y una
ideología que legitima el cambio del sistema de los sexos.
En una situación en que grandes cantidades de mujeres
experimentan una expansión de los roles y, por lo tanto,
dilemas de estatus/rol y cierta sensación de pérdida rela
tiva, estas mujeres estarán preparadas para «oír» el men
saje emitido por el movimiento feminista, al igual que
algunos de los hombres a los que se están unidas por rela
ciones emocionales. El grupo de mujeres afectadas será
siempre mucho mayor que el número relativamente pe-
218
queño de las que se convierten en miembros activistas de
organizaciones del movimiento. La difusión de una ideo
logía de conciencia sexual y un conjunto de objetivos espe
cíficos constituyen el mecanismo más importante que per
mite a los no activistas reafirmar en términos sociales y
políticos, sus definiciones de los orígenes de problemas ex
perimentados personalmente y soluciones a los mismos.
En los movimientos de la Segunda Ola, este proceso se
ha llamado «despertar de la conciencia». Es crucial en
tender que se da no sólo en grupos de activistas conscien
tes de su misión, sino en diversos grados entre segmentos
significativos de la sociedad (como se analizará en el si
guiente capítulo; ver Poole y Zeigler, 1 98 5). La concien
cia sexual se extiende principalmente a través del acceso
del movimiento a los medios de comunicación de masas
(sobre todo revistas y periódicos en la Primera Ola, más
radio y especialmente televisión en la Segunda). Sin em
bargo, en ausencia de un número considerable de muje
res que experimenten la expansión de los roles y los pro
blemas que ésta lleva consigo, el mensaje de lo que nor
malmente es un movimiento que comprende una frac
ción diminuta de la población, cae mayoritariamente en
oídos sordos. Holter ( 1 970, págs. 3 3-34, 2 1 7) argumenta
que muchas sociedades contemporáneas son particular
mente vulnerables a este tipo de cambio en la opinión
pública. Sobre todo las naciones occidentales ponen el
énfasis en el logro, como la base principal de la estratifi
cación. El sexo es un estatus asignado y se alza en contra
dicción con los valores subyacentes en tales sociedades.
Por lo tanto, es fácil que la desigualdad entre los sexos se
perciba como una violación de los baremos de la justicia,
una vez que un movimiento feminista ha planteado la
cuestión.
Uno de los recursos que las activistas han desarrolla
do normalmente ( o aumentado), antes de que surja el
movimiento feminista es los vínculos con organizacio
nes comunitarias. En este contexto, son especialmente
importantes los vínculos con organizaciones co-opciona-
219
bles en potencia formadas en su mayoría o totalmente
por mujeres, tales como grupos mercantiles y profesio
nales, organizaciones de servicios sociales, sindicatos
que comprenden mayoritariamente mujeres, otros tipos
de organizaciones de movimientos sociales, incluso or
ganizaciones religiosas de mujeres. Son co-opcionables
en potencia, en la medida en que sus miembros también
han experimentado unos roles incrementados. Las acti
vistas de movimientos son a menudo capaces de desper
tar la conciencia sexual de los miembros y sobre todo de
los líderes de organizaciones con las que tenían vínculos
preexistentes. Por consiguiente, tales organizaciones se
convierten en aliados del movimiento feminista, al me
nos en la búsqueda de determinados objetivos (Free
man, 1 97 5, especialmente el capítulo 2). Por ejemplo,
los movimientos feministas de la Primera Ola, en una se
rie de naciones formaron una alianza con la Unión An
tialcohólica Cristiana de la Mujer para conseguir el dere
cho al voto de las mujeres (Chafetz y Dworkin, 1 986, ca
pítulos 1 , 4; Epstein, 1 98 1 ; Mitchinson, 1 98 1 ; Grims
haw, 1 972; Summers, 1 97 5 ; Croll, 1 97 8 ; Robins
Mowry, 1 98 3). El movimiento de Estados Unidos de la
Segunda Ola fue capaz de desarrollar alianzas con orga
nizaciones de tan larga tradición como el YWCA, la Fe
deración de Clubes de Mujeres Comerciantes y Profesio
nales (Federation of Business and Professional Women's
Clubs), la Liga de las Mujeres Votantes (League of Wo
men Voters), la Unión Americana de Libertades Civiles
(American Civil Liberties Union) y la Asociación Ameri
cana de Mujeres Universitarias (American Association
of University Women), que colectivamente representan
a muchos millones de mujeres (Banks, 1 98 1 , pág. 24 7;
Carden, 1 974, págs. 3, 1 44 y siguientes; Freeman, 1 97 5 ,
págs. 2 1 4 y siguientes; Gelb y Palley, 1 982, págs. 1 4, 2 7).
Por medio de la co-opción de organizaciones enteras, un
movimiento feminista incrementa drásticamente el apo
yo a los objetivos específicos que persigue, así como los
recursos que se pueden usar para perseguirlos. Además,
220
los grupos que mantienen este tipo de relación, a menu
do tienen vínculos de presión establecidos desde hace
tiempo con las élites políticas, vínculos que se pueden
explotar eficazmente para algunas de las nuevas cuestio
nes planteadas por el movimiento.
Antes he señalado que los movimientos feministas
especialmente numerosos suelen caracterizarse por una
diversidad considerable de objetivos, ideología, priori
dades, tácticas, etc. Los miembros no activistas de la so
ciedad tienden a apoyar la ideología y tácticas menos ra
dicales (Giele, 1 9 78). Escogen, entre los muchos objeti
vos concretos en potencia, aquellos que parecen incum
bir más directamente a los problemas específicos a los
que han de hacer frente. Es la presión de la opinión pú
blica, incluyendo a las organizaciones preexistentes,
ahora en co-opción, la que hace cambiar el comporta
miento de las élites. La mayoría de las organizaciones e
instituciones, así como los gobiernos, tienen votantes de
cuyo apoyo y buen nombre dependen. Tenderán a res
ponder a las demandas expresadas por esa sección de vo
tantes, si hay una proporción lo bastante grande que los
apoye. Desde luego, hay muchas cuestiones a las que las
élites políticas y de otros tipos no responden, a pesar de
un fuerte consenso público (por ejemplo, legislación que
controle la tenencia de armas). No pretendo sugerir que
las élites vayan a acceder automáticamente a los cam
bios que se dan en la opinión pública. Más bien, como
también son parte de la población y están sujetos a los
mismos procesos que los demás, actuarán sobre algunas
de las demandas de los movimientos feministas que pa
rezcan cada vez más «razonables» a sus ojos, así como a
los de la mayoría de sus votantes. Al hacer esto, las élites
no sólo encuentran un riesgo pequeño de alienar a sus
votantes, sino que suelen ser recompensados por su con
formidad ante la opinión pública cambiada. Conforme
las élites cambian sus opiniones, así como las leyes y po
líticas, actúan para legitimar todavía más la ideología y
los objetivos del movimiento feminista. De esta forma,
22 1
el cambio entre la élite acelera el cambio de la opinión
pública. Por lo tanto, las élites tienden a realizar cambios
que reducen las desventajas de las mujeres, pero, al igual
que la mayor parte de la sociedad, serán aquellas que re
presenten respuestas a los objetivos menos radicales del
movimiento. Tal como Boneparth y Stoper ( 1 9 8 8 , pág.
1 4) destacan, «Si una política es estrecha de miras, se
ajusta a los valores vigentes y se ocupa de cuestiones re
ducidas, goza de más oportunidades que si [tuviera las
características contrarias]». La importancia de la diver
sidad dentro del movimiento radica en que la propia
existencia de exigencias, ideologías y tácticas sumamen
te radicales, hace que las de los moderados parezcan más
razonables y legitimar de lo que de otra manera parece
rían (ver Ferree y Hess, 1 98 5). Esta legitimidad aumenta
la probabilidad de que se consiga al menos algún cambio
en la dirección deseada.
Proposición 7. 1 2. Cuanto mayor sea la proporción
de mujeres que experimentan la expansión de los roles,
mayor será la aceptación pública de los objetivos y la
ideología de un movimiento feminista.
Proposición 7. 1 3. Cuanta más diversidad de ideolo
gías, objetivos concretos, prioridades y tácticas haya en
los grupos de los movimientos feministas, más legítimos
y aceptables parecerán los de los grupos más moderados
ante la opinión pública.
Proposición 7. 14. Cuanto mayor sea el apoyo públi
co en favor de objetivos concretos perseguidos por orga
nizaciones de movimientos feministas, más probabilida
des hay de que las élites introduzcan cambios j urídicos,
de política y programas que hagan disminuir las desven
tajas de las mujeres, aunque se trate de aquellos cambios
buscados por el ala moderada del movimiento.
Proposición 7. 15. Cuanto mayor sea el apoyo de la
élite al cambio del sistema de los sexos, más legítimo
parecerá tal cambio a los ojos de los miembros de la
sociedad.
222
CONCLUSIÓN
Sensación
incrementada
de la eficacia
Políticas, programas,
Recursos in
Cambio
crementado� 1 >1 leyes de las élites que
mejoran parcialmente
las desventajas
macro tados para de las mujeres
estructural las m ujeres
Dilema de
estatus/rol para Co-opción de
las mujeres organizaciones
de m ujeres
preexisten tes
Sensación de
pérd ida relativa
de las muj eres
movim iento
fem i n ista
FIGURA 7.3. Modelo resumen de los procesos intencionados principales que reducen la est ratificación de los sexos.
comparación con las demandas exigidas por activistas
radicales. Por lo tanto, dichas activistas radicales tien
den a percibir el cambio como algo más aparente que
real -el vaso más vacío que lleno. Sin embargo, otros
defensores del cambio pueden tender igualmente a perci
bir un cambio real y significativo -un vaso considera
blemente más lleno de lo que lo estaba antes.
225
CAPÍTULO 8
Hacia la igualdad de sexos:
una teoría integrada
227
MEDIO LLENO , MEDIO VACÍO :
CAMBIOS RECIENTES EN LAS NACIONES
ALTAMENTE INDUSTRIALIZADAS
Cambio
tecnológico
importante
a. Temporalmente Conflicto
politico
FIGURA 8. 1 . Modelo resumen de los procesos inintencionados que aumentan el acceso de las
mujeres a los roles de trabajo generador de recursos.
Acceso incrementad_L-....Jlll,,,J
de las m ujeres a los
roles de t rabajo
generador de
recursos
Sistema de estrati
Abuso físico ficación de los sexos
a las m ujeres estable, pero reducido
aumentado
TIEMPO
Modelo de los efecros a lo largo del tiempo del incremento del acceso de las mujeres a los roles de trabajo generador de recursos .
....
F1GURA 8.2.
�
decidir cómo ha de gastarse el dinero de la familia) au
mentan considerablemente cuando éstas logran el acceso
a un trabajo generador de recursos (ver también Wilkie,
1 98 8, págs. l 52-5 3). A largo plazo, las Proposiciones
3. 7., 3.9. y 3. 1 0 implican lógicamente que, en la medida
en que se reduce la división sexual del trabajo, el proceso
de sexualización cambia para disminuir la diferencia
ción sexual. Los datos aportados en la sección anterior
sobre las actitudes de los adolescentes apoyan esta opi
nión. Lo que es más, tal como también ha quedado de
mostrado en dicha sección, las definiciones sociales se
xuales cambian, para adecuarse más a la nueva realidad,
volviéndose por tanto menos tradicionales. La implica
ción lógica de la Proposición 3. 8. es que una reducción
de las definiciones sociales sexuales resulta en un debili
tamiento creciente de la diferenciación sexual. Con el
poder masculino de micronivel disminuido y menos di
ferenciación sexual, la división del trabajo doméstico y
familiar comienza, con el tiempo, a volverse más iguali
taria. A su vez esto provoca una reducción aún mayor de
la diferenciación sexual y el aumento de las oportunida
des de las mujeres para competir en los roles de trabajo
extradoméstico. El resultado final, unas cuantas genera
ciones más tarde, es un sistema de los sexos estable, con
un nivel reducido de estratificación de los mismos.
La Figura 8. 3. resume las partes principales del argu
mento total, relativo a cómo se reduce el nivel de estrati
ficación de los sexos. Esta figura resume y abrevia las dos
anteriores, junto con las Figuras 7 . 1 . y 7 . 2. Recuerde que
la «estratificación de los sexos» hace referencia a la me
dida en que hombres y mujeres son iguales en cuanto al
acceso que tienen a los recursos escasos y apreciados de
la sociedad -materiales y no materiales. Cuando los
hombres contribuyen más al trabajo doméstico, el acce
so relativo de las mujeres al ocio -un recurso escaso y
generalmente muy apreciado- se incrementa. Por defi
nición, cuando el poder masculino de micronivel dismi
nuye, existe una igualdad mayor. También por defini-
242
Contribución
masculina
incrementada
al trabajo
domést ico/familiar
FIGURA 8.3. U n modelo resumen d e proceso de los principales factores q u e producen u n a reducción de l a est rat ificación de los sexos.
ción, un acceso incrementado de las mujeres a los roles
que generan recursos implica una mayor igualdad entre
los sexos. Las leyes, políticas y programas específicos
pueden afectar prácticamente a cualquier forma de in
justicia sexual en cuanto al acceso a los recursqs escasos
y apreciados, incluido el trabajo generador dé recursos
(por ejemplo, legislación relativa a la promoción y la
contratación, la acción afirmativa y la equidad de sala
rios), el poder formal (por ejemplo, concediendo a las
mujeres derechos políticos de los que antes carecían), la
autonomía, el acceso a la mejora de las cualificaciones y
las oportunidades educativas, etc. Lo que esta figura su
braya, una vez más, es el papel fundamental de la expan
sión de las oportunidades no domésticas para las muje
res, a la hora de explicar el cambio del sistema de los se
xos. A su vez, tal expansión de roles se deriva de cambios
del sistema a mayor escala que la nación está experimen
tando. Cuando otros aspectos del sistema de los sexos
cambian, sirven también para reforzar y posiblemente
aumentar aún más las oportunidades extradomésticas de
las mujeres. Los movimientos feministas surgen de esta
transformación de los roles de las mujeres. Sirven para
acelerar y reforzar el proceso que está en marcha del
cambio del sistema de los sexos, principalmente a través
de su efecto sobre los fenómenos de definición (es decir,
la opinión pública). Aunque de forma indirecta, el im
pacto de los movimientos feministas puede, con todo,
ser extenso, en tanto en cuanto las élites de todos los ám
bitos institucionales principales cambian sus prácticas y
los ciudadanos de a pie, sus definiciones sociales sexua
les. Estos cambios se pueden entonces extender por todo
el sistema de los sexos, impulsando a su vez otros cam
bios. A esta figura se ha añadido un vínculo directo entre
las definiciones sociales sexuales debilitadas y el apoyo
público al cambio. De hecho, son una parte fundamental
del mismo fenómeno -la conciencia sexual incrementa
da. Por último, los cambios ganados en este proceso tien
den a ser moderados y desiguales, con lo que quedan aún
244
injusticias sexuales importantes contra las que deberá lu
char una generación futura.
CONCLUSIÓN
253
CAPÍTULO 9
OPOSICIÓN ORGANIZADA:
MOVIMIENTOS ANTIFEMINISTAS
DINÁMICA INTERNA
DE LOS MOVIM IENTOS FEMINISTAS
27 1
APATÍA PÚBLICA
275
FACTORES SOCIO POLÍTICOS Y ECONÓMICOS
278
CONCLUSIÓN
279
N
00
o
Apat ía públ ica
Con flicto incrementada en cuanto
interno en el a cuestiones de igualdad
entre los sexos
Diversidad de
movimientos
femin istas
Acción de la élite
en a poyo de una
igualdad entre los
sexos en aumento
I �I Reducción del
movim iento fem i n i sta
(sobre todo grupos
más jóvenes)
Movimiento antifemin ista
organizado
a
Descenso general
de la econom ía
a. Ver Cuadro 9 . 1 .
FIGURA 9.2. Modelo resumen de la desaceleración. la parada o la inversión de un proceso de cambio del sistema de los sexos. orientado hacia
una igualdad incrementada.
Una breve digresión sobre las olas del movimiento
Llegado a este punto, un lector cauto podría pregun
tar cómo puedo argumentar que los movimientos femi
nistas se desvanecen inexorablemente, basándome como
mucho sólo en dos datos (uno por cada ola del movi
m iento), uno de las cuales todavía no ha terminado. Un
lector semejante podría también preguntar cómo se po
dría demostrar una teoría tal en ausencia de olas poste
nores.
Un examen más profundo de los casos de la Primera
Ola sugiere que, en muchos ejemplos, esa ola parece uni
taria sólo echando una mirada histórica retrospectiva.
Los movimientos de la Primera Ola en varias naciones
(por ejemplo, Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania,
Japón) se extienden desde medio siglo hasta casi tres
cuartos de siglo. Durante ese tiempo, el apoyo público a
esos movimientos aumentó y disminuyó, y los objetivos
del movimiento, las ideologías y el éxito variaron (ver
Chafetz y Dworkin, 1 98 6 , capítulo 4 ). Un examen más
cercano de las historias de esos casos, podría resultar en
una descripción de al menos dos y posiblemente más
«olillas» dentro de lo que se denomina comúnmente la
Primera Ola. De hecho, Dworkin y yo ( 1 9 8 6 , capítulo 6 ,
1 989) dividimos los movimientos de la Primera Ola de
cinco naciones en dos fases, basándonos en un cambio
drástico de ideología y/o tamaño. Una comprobación
parcial de algunas de las ideas presentadas en este capí
tulo podría llevarse a cabo, exam inando en mayor deta
lle las olillas dentro de aquellas naciones que experimen
taron un movimiento de Primera Ola relativamente pro
longado y/o discontinuo. Es posible que desde los prime
ros años de los 80, el activismo de la Segunda Ola haya
estado en un período de tranquilidad temporal del que
resurgirá en unos cuantos años, que los primeros quince
28 1
años de este movimiento hayan constituido sólo la pri
mera olilla de lo que demostrará ser una ola mucho má s
prolongada.
282
CAPÍTULO 10
Epílogo: la cuestión de las élites
290
UNA DIGRESIÓN PERSONAL
El libreto optimista
El primer libreto asume, en el peor de los casos, rece
siones periódicas de longitud y profundidad moderadas,
pero ningún giro económico sostenido y profundo. Este
es el libreto optimista. Los trabajos tradicionalmente
masculinos, razonablemente bien pagados y sindicados
del sector secundario continuarán disminuyendo en
cuanto a porcentaj e de la fuerza de trabajo pagada, como
consecuencia tanto de la automatización como de la ex
portación de fábricas a naciones con bajo coste laboral.
294
Hasta aproximadamente el año 2000, el nivel de la de
manda superará la oferta de trabajadores jóvenes, que
son miembros del grupo del «descenso demográfico»
(aquellos nacidos entre más o menos 1 964 y 1 980). Los
trabajos del sector servicios (terciario) continuarán su
expansión, pero incluso aunque el rápido índice de ex
pansión de las últimas décadas no continuara, el peque
ño tamaño del grupo debería tener como consecuencia
amplias oportunidades en la fuerza de trabajo para mu
jeres jóvenes. Entre el 20 1 O y el 2020, el gran grupo per
teneciente al «boom demográfico» empezará a jubilarse
y hacia el 203 5 la totalidad del grupo estará jubilada. La
salida de esa generación de la fuerza de trabajo ayudará a
mantener elevados índices de demanda en la fuerza de
trabajo, acelerando la movilidad profesional del siguien
te grupo y probablemente aliviando los problemas del
grupo llamado «echo boom», más grande, de los nacidos
después de 1 980. Lo que es más, dado el pequeño tama
ño del grupo del «descenso demográfico» la generación
que siga al «echo boom» debería ser relativamente pe
queña, sobre todo si las mujeres del primero, experimen
tando amplias oportunidades de trabajo, restringen su
fertilidad. Por lo tanto, las mujeres continuarán tenien
do una oportunidad considerable de involucrarse en el
trabajo extradoméstico hasta bien entrado el próximo
siglo.
Los trabajos del sector terciario cubren toda la gama
de salario, prestigio y nivel de cualificaciones. Van desde
trabajos mal pagados y que exigen escasas cualifica
ciones (por ejemplo, en ventas al detalle y servicios per
sonales) hasta ocupaciones muy bien recompensadas,
prestigiosas y que exigen un elevado nivel de cualifica
ciones, en las áreas técnicas y científicas, las profesiones
liberales, la economía, la administración, etc. Con una
población cada vez más vieja, los campos de la medici
na, el ocio y la gerontología van a florecer. La mayoría de
estos campos ya han proporcionado oportunidades sus
tancialmente mejoradas para las mujeres, que, con todo,
295
siguen manteniéndose apartadas de áreas que implican
un alto nivel técnico, tales como la ingeniería y el diseño
o reparación de ordenadores. Las mujeres van a lograr
afianzarse en esas ocupaciones del sector terciario en las
que ya han penetrado o llevan tiempo dominando, y van
a entrar en muchas otras, porque la demanda laboral va
a superar la capacidad de los hombres de hacerle frente.
En el libreto optimista, la elevada demanda conti
nuada de trabajo extradoméstico para las mujeres, refor
zará las tendencias dirigidas al descenso de las definicio
nes sociales sexuales y la diferenciación sexual, y servirá
en general para seguir reduciendo la estratificación de
los sexos. Dado el pequeño tamaño del grupo del «des
censo demográfico», las mujeres de esa generación que
tengan estudios, pueden constituir el primer grupo de
mujeres que gane un acceso significativo a los roles de
élite. La entrada general en los roles de élite podría ocu
rrir en la mitad de su vida, comenzando alrededor del
20 10- 15. Si (como es lo más probable) no consiguen en
trar en las filas de las élites en números considerables, las
participantes con estudios y orientadas a promocionar
su propia carrera de la fuerza femenina de trabajo de este
grupo, podrían constituir los agentes principales de una
nueva ola de activismo feminista. Habrían experimenta
do el gran optimismo que viene con el comienzo de la ca
rrera profesional durante un período de escasez de traba
jadores y la desilusión de ver su movilidad ascendente
frustrada en mitad de su carrera por razón de su sexo.
Tal como se ha sugerido anteriormente, es posible imagi
nar a muchas de las activistas y seguidoras de la Segunda
Ola buscando caminos, para llegar a ocupaciones muy
bien recompensadas. El simple hecho de «llegar» es muy
satisfactorio. Para una generación futura, la entrada se
dará por hecho y no será suficiente, especialmente si al
principio de sus carreras profesionales, las mujeres pre
vieron oportunidades aún mayores.
296
El libreto pesimista
El libreto deprimente asume problemas económicos
graves a largo plazo, que resultarán en una reducción
más que temporal de la demanda general. de trabajo. El
giro descendente prolongado y grave de la economía po
dría ser consecuencia de una competencia creciente y
con éxito por parte de extranjeros en busca de mercados
(externos e internos), de los fenómenos económicos glo
bales, del peso de la deuda nacional o de algunas otras
causas. Combinando esto con un descenso de los traba
jos en las ocupaciones de fabricación mayoritariamente
masculinas, y a pesar de grupos más pequeños en edad
de trabajar, las mujeres se verían excluidas despropor
cionadamente de la fuerza de trabajo. En este libreto, los
hombres infraempleados y desempleados invaden las
ocupaciones dominadas por las mujeres del sector tercia
rio, al tiempo que emplean su macropoder para resistir a
la incursión femenina en sectores dominados por los
hombres. Privadas cada vez más de oportunidades de
trabajo extradoméstico, las mujeres experimentan rápi
damente una pérdida de poder de los recursos y la estra
tificación de los sexos aumenta.
CONCLUSIÓN
298
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3 16
Sobre la autora
318
Índice
PREFACIO . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . 9
Capítulo I: Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
PARTE I
ESTABILIDAD DEL SISTEMA DE SEXOS
Capítulo 2: Las bases coercitivas de la desigualdad
entre los sexos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 5
Capítulo 3: Las bases voluntarias de la desigualdad
del sistema de sexos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8 1
Capítulo 4: Una teoría integrada de estabilidad
en sistemas de estratificación de sexos . . . . . 1 03
PARTE 1 1
CAMBIO DEL SISTEMA D E LOS SEXOS
Capítulo 5: Disminución de la desigualdad entre
los sexos: principales blancos . . . . . . . . . . . . . . 1 23
Capítulo 6: Procesos de cambio inintencionados . 1 39
Capítulo 7: Hacia la igualdad de los sexos: proce-
sos de cambio inintencionados . . . . . . . . . . . . 191
Capítulo 8: Hacia la igualdad de sexos: una teoría
integrada . . . . . ·. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2 26
Capítulo 9: Los límites del cambio: reacción y
apatía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2 53
Capítulo 1 O: Epílogo: la cuestión de las élites . . 28 1
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 297
SOBRE LA AUTORA . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 15