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BREVE HISTORIA DE LA

LITERATURA INFANTIL Y
JUVENIL

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ALEJANDRO GAMERO — 03/04/2019

Imagen vía Shutterstock.


La literatura infantil tiene hoy en día el mismo estatus que la adulta. Bibliotecas y
librerías le dedican una buena parte de su espacio en secciones separadas, es objeto
de análisis de la crítica y de estudio por parte de los círculos académicos, tiene sus
propios premios y sus listas de bestsellers independientes a la literatura adulta. Los
niños son una audiencia lectora reconocida por la industria, que representa una parte
sustancial de los ingresos que genera el mundo editorial. Sin embargo, aunque ya
asentado, si observamos la historia de la literatura de forma general, descubriremos
que la literatura dirigida a niños es un fenómeno bastante reciente.

Antes del siglo XVI no había libros para niños. Los niños aprendieron a leer con textos
religiosos o con libros para adultos. Nos sorprende descubrir, por ejemplo, que lo
hicieran con libros que advertían sobre la inminencia de la muerte. No había
diferencias entre escribir un libro para niños o un libro para adultos.

Caperucita Roja en ilustración de Gustave Doré.

Los primeros libros que podríamos considerar dirigidos a un público infantil fueron,
además de los religiosos, las colecciones de cuentos tradicionales y cuentos de hadas,
recogidos de la tradición oral, aunque también estaba pensado para que lo leyeran las
personas de la tercera edad. Una de esas primeras colecciones fue Lo cunto de li cunti
overo lo trattenemiento de peccerille, de Giambattista Basile, publicado en dos
volúmenes en 1634 y 1636 de forma póstuma por su hermana. Este libro fue escrito
siguiendo el modelo del Decamerón de Boccaccio, así que desde 1674 se le conoce
popularmente como el Pentamerón. En él Basile recoge cuentos de sus viajes entre
Creta y Venecia, como «Cenicienta» o «Rapunzel». Sesenta años después, Charles
Perrault se inspiraría en algunos de los cuentos de Basile para hacer su propia
colección en francés, aunque en su momento no consiguió en el éxito de su
predecesor. Los cuentos de Perrault sobrevivieron pasando a formar parte de la
cultura popular y sirvieron de inspiración para los hermanos Grimm. Así nos han
llegado historias tan célebres como el «Gato con Botas», «Caperucita Roja» o la «Bella
Durmiente».

Página del Orbis Pictus de Juan Amos Comenius.


De todos modos, la primera vez que un escritor se planteó hacer un libro dirigido a
niños nunca tuvo en mente la idea de entretener sino de instruir y educar. Con esa
intención se hicieron las primeras recopilaciones de cuentos tradicionales y el puritano
John Cotton escribía en 1656 su Spiritual Milk for Boston Babes, el primer catecismo para
niños publicado en Estados Unidos. Frente a las 100 preguntas y respuestas para llevar
una vida correcta y conforme a Dios que solían contener los catecismos para adultos,
esta versión reducida contaba con 64. El libro fue publicado tanto en Boston como en
Inglaterra y finalmente pasó a formar parte de The New England Primer, que siguió
siendo usado de forma masiva hasta el siglo XIX.

Solo dos años después que el libro de Cotton, en 1658, se publicaba el Orbis Pictus de
Juan Amos Comenius, el filósofo y teólogo considerado como el padre de la educación
moderna. Este libro, cuyo título en latín podría traducirse como El mundo en imágenes,
puede considerarse como el primer libro ilustrado para niños ‒eso sí, recordemos que
con intención educativa‒. Orbis Pictus está dividido en capítulos, cada uno con
ilustraciones sobre diferentes temas como la religión, la botánica o la zoología.
Página del Little Pretty Pocket-Book de John Newbery.

El primer libro que carece de intención didáctica y cuyo objetivo es el puro


entretenimiento es A Little Pretty Pocket-Book, escrito en 1744 por John Newbery. Llama
la atención el hecho de que si lo comparamos con libros más actuales podría pasar
bastante desapercibido: se trata de un pequeño libro de bolsillo, lleno de colorido, que
contenía rimas sencillas con ilustraciones infantiles, cada una de ellas dedicada a una
letra del alfabeto. Junto con el libro Newbery puso en marcha una sorprendente y
pionera estrategia de marketing: al comprarlo regalaba un alfiletero para niñas y una
pelota para niños. Las innovaciones de Newbery fueron tan importantes en el
nacimiento del género que, de hecho, se lo conoce como el padre de la literatura
infantil. La Medalla Newbery, otorgada cada año a una destacada obra de literatura
infantil estadounidense, fue nombrada en honor a él.

De ahí ya pasaríamos a principios del siglo XIX, momento en el que Hans Christian
Andersen viajó por toda Europa recopilando cuentos de hadas que incluían «La
Sirenita», «Blancanieves», «El traje nuevo del emperador» o «Pulgarcito» ‒lo mismo que
harían los hermanos Grimm‒. Por esa misma época E.T.A. Hoffmann publicó una
colección de cuentos infantiles que contenía el clásico navideño «El cascanueces y el
rey de los ratones». Aunque en las anteriores recopilaciones de historias se dejaba una
puerta abierta para la magia y la fantasía, el relato de Hoffmann llevó el asombro a un
nuevo nivel.
Página del manuscrito de Alicia en el País de las Maravillas.

A mediados del siglo XIX, concretamente en 1865, apareció una de las novelas
infantiles más importantes de la historia de la literatura: Alicia en el país de las
maravillas de Lewis Carroll. La obra, considerada una obra maestra maestra casi desde
su aparición, utilizaba elementos anteriores ‒como la niña perdida o los animales
mágicos‒ pero los presentó de una manera insólita, llena de imaginación y
extravagancia, jugando además con otros componentes como las matemáticas, la
lógica o el lenguaje. Baste decir que el libro de Carroll cambió para siempre las reglas
de la literatura para niños y sirvió de inspiración para infinidad de escritores
posteriores.

Tras él vinieron unos cuantos libros más que nos permiten hacer un balance
inmejorable de la literatura infantil y juvenil a finales del siglo XIX y principios del
XX: Mujercitas de Louisa May Alcott en 1868, Las aventuras de Tom Sawyer de Mark
Twain en 1876 ‒y Las aventuras de Huckleberry Finn en 1885‒, Las aventuras de
Pinocho de Carlo Collodi entre 1882 y 1883, La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson
en 1883, El libro de la selva de Rudyard Kipling en 1984, El maravilloso mago de Oz de L.
Frank Baum en 1900, El cuento de Pedro Conejo de Beatrix Potter en 1902, El viento en
los sauces de Kenneth Grahame en 1908, El jardín secreto de Frances Hodgson Burnett
en 1910, Peter Pan y Wendy de J.M. Barrie en 1911, solo por mencionar algunos. Además
de clásicos, muchos de esos libros fueron verdaderos bestsellers en su época, aunque
difícilmente llegarían al grado de fenómeno que supuso el libro de A.A. Milne, Winnie-
the-Pooh, publicado en 1926. Los libros de Milne, centrado en uno temas característicos
del género como es la fugacidad de la niñez y el difícil paso a la edad adulta, continúa
siendo una fuente de inspiración para el cine, la música, los cómics o la televisión.

Libros de Dr. Seuss (vía Shutterstock).

La importancia que tuvo Milne en la literatura solo encontraría parangón en la obra


de Dr. Seuss. En 1937 tuvo un brillante debut con Y pensar que lo vi por la calle Porvenir,
pero lo que estaba por venir, nunca mejor dicho, era algo impensable. Después
llegarían sus grandes éxitos, llenos de imágenes surrealistas e icónicas
ilustraciones: ¡Cómo el Grinch robó la Navidad!, El Lorax y El gato en el sombrero. Su
contribución a la literatura infantil fue reconocida en 1984 con uno de los galardones
más importantes del panorama literario, el premio Pulitzer.

El Hobbit (vía Shutterstock).

También en las décadas de 1920 y 1930, concretamente al final de una y al principio


de la siguiente, un escritor revolucionaba la historia de la literatura, y no solo la infantil
y juvenil. Se trata de J.R.R. Tolkien, cuyo libro El hobbit, precuela de El señor de los anillos,
dio origen a muchos de los tópicos y convenciones del género fantástico. Para la
celebérrima secuela Tolkien colaboró, en una lluvia de ideas, con su buen amigo C.S.
Lewis, que en la década de los cincuenta publicaría otro de los clásicos de la literatura
juvenil, el primero de los libros de Las crónicas de Narnia: El león, la bruja y el armario.
En esa década, por cierto, también vería la luz La telaraña de Carlota de E.B. White ‒
nominada al Newbery, aunque no consiguió hacerse con él‒ y, como libro de literatura
juvenil, El guardián entre el centeno de J.D. Salinger.
Libros de Roald Dahl (vía Shutterstock).

Las siguientes décadas, las de los sesenta y los setenta, están dominadas sobre todo
por Roald Dahl, autor de Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón
gigante, Matilda, El gran gigante bonachón, Las brujas y Relatos de lo inesperado. Junto a
Dahl, que puede ser considerado como uno de los escritores británicos más
importante de todos los tiempos, aparecen otros autores como Susan Cooper o Judy
Blume. El término «Young Adult», aplicado a jóvenes de entre 12 y 18 años, fue acuñado
en 1975, cuando la Asociación de Bibliotecas de los Estados Unidos dio lugar a la
Asociación de Servicios de Bibliotecas para Jóvenes Adultos. Hasta ese momento, los
adolescentes tenían que recurrir a libros para adultos, con excepciones como El
guardián entre el centeno.

Rebeldes de Susan Eloise Hinton fue publicado en 1967, y a partir de ese momento
los editores comenzaron a descubrir el filón que había en la audiencia adolescente. El
libro de Hinton, que de hecho era adolescente cuando se publicó, simbolizaba lo que
los editores buscaban en YA: conversaciones directas sobre los desafíos a los que se
enfrentan los adolescentes y una gran carga emocional. Por otra parte, Judy Blume
destapó para un público adolescente temas hasta entonces enormemente
controvertidos, como el racismo, la menstruación, el sexo entre adolescentes, el
divorcio o la masturbación. Blume no disimuló ni adornó los detalles desagradables de
crecer, y resultó que eso es exactamente lo que los adolescentes estaban
buscando. ¿Estás ahí Dios? Soy yo, Margaret se publicó en 1970, y fue seguida
rápidamente por el anónimo Pregúntale a Alicia, que trataba sobre la adicción a las
drogas entre los adolescentes. La «edad de oro de YA» comenzaba.

Imagen vía Shutterstock.

La tendencia continuó en la década de 1980, cuando aparecieron series de libros


como las de Sweet Valley High o El club de las canguro. Pero no solamente iba dirigidos
a un público femenino, los lectores masculinos también contaban con autores como
Robert Cormier o Walter Dean Myers. Lo cierto es que a finales de la década el mercado
estaba saturado de libros de «problemas» que generalmente terminaban de una forma
excesivamente moralista. La literatura YA experimentó una pequeña depresión en los
años 90, pero aún así vieron la luz algunos clásicos que los adolescentes siguen leyendo
hoy en día. La serie Pesadillas de R.L. Stine volvió a encender el YA a través del horror,
mientras que El dador de Lois Lowry nos daba una muestra de un futuro distópico o
Tamora Pierce y Garth Nix llevaban a los jóvenes lectores al mundo de la fantasía.
Y así llegamos hasta la actualidad. Como un fénix renaciendo de sus cenizas, la
literatura YA resurgió en el nuevo milenio, con más vida incluso que en las décadas
anteriores, gracias en gran parte a Harry Potter, que vendió tantas copias en su día que
hizo que la literatura infantil y juvenil pasara a tener su propia lista de bestsellers,
separada de la lista para adultos. Pero los lectores adolescentes de J.K. Rowling
necesitaban otros libros para leer y los editores estaban muy dispuestos a
complacerles.

Desde entonces, decenas de autores y de libros han vendido millones de copias en


todo el mundo. La serie Crepúsculo de Stephenie Meyer en 2005 comenzó un todo un
género de novelas románticas paranormales y Suzanne Collins dio inicio a la ola
distópica en la que todavía estamos hoy en día. Autores como Rick Riordan, cuyos
libros ya van dirigidos a un lector con una edad mucho menos definida, de 20 años en
adelante. No es tan extraño que estos libros sean leídos por adultos, porque muchos
de los jóvenes que aprendieron a amar la literatura con ellos han seguido leyéndolos
al crecer. De hecho, es un fenómeno cada vez más normal y ningún adulto debería
avergonzarse por leerlos, como tampoco debería hacerlo por leer clásicos como Alicia
en el país de las maravillas o cualquiera de los que he mencionado anteriormente.

Con más libros infantiles y juveniles que nunca en la historia de la literatura,


podemos decir que estamos asistiendo a un boom del género sin precedentes, no solo
en cantidad sino en calidad y en cuidado de la edición. Las tendencias actuales en
literatura YA favorecen las novelas independientes, con una mayor diversidad de
autores y personajes de todas las identidades raciales, étnicas y sexuales. En los
últimos tiempos hemos visto incluso cómo editoriales se han arriesgado a dar voz a
realidades que hasta hace poco hubieran sido impensables en este tipo de libros. Solo
el tiempo dirá hacia dónde evolucionará el género para adaptarse a los nuevos
lectores.

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