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Breve Historia de La Literatura Infantil y Juvenil
Breve Historia de La Literatura Infantil y Juvenil
LITERATURA INFANTIL Y
JUVENIL
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Antes del siglo XVI no había libros para niños. Los niños aprendieron a leer con textos
religiosos o con libros para adultos. Nos sorprende descubrir, por ejemplo, que lo
hicieran con libros que advertían sobre la inminencia de la muerte. No había
diferencias entre escribir un libro para niños o un libro para adultos.
Los primeros libros que podríamos considerar dirigidos a un público infantil fueron,
además de los religiosos, las colecciones de cuentos tradicionales y cuentos de hadas,
recogidos de la tradición oral, aunque también estaba pensado para que lo leyeran las
personas de la tercera edad. Una de esas primeras colecciones fue Lo cunto de li cunti
overo lo trattenemiento de peccerille, de Giambattista Basile, publicado en dos
volúmenes en 1634 y 1636 de forma póstuma por su hermana. Este libro fue escrito
siguiendo el modelo del Decamerón de Boccaccio, así que desde 1674 se le conoce
popularmente como el Pentamerón. En él Basile recoge cuentos de sus viajes entre
Creta y Venecia, como «Cenicienta» o «Rapunzel». Sesenta años después, Charles
Perrault se inspiraría en algunos de los cuentos de Basile para hacer su propia
colección en francés, aunque en su momento no consiguió en el éxito de su
predecesor. Los cuentos de Perrault sobrevivieron pasando a formar parte de la
cultura popular y sirvieron de inspiración para los hermanos Grimm. Así nos han
llegado historias tan célebres como el «Gato con Botas», «Caperucita Roja» o la «Bella
Durmiente».
Solo dos años después que el libro de Cotton, en 1658, se publicaba el Orbis Pictus de
Juan Amos Comenius, el filósofo y teólogo considerado como el padre de la educación
moderna. Este libro, cuyo título en latín podría traducirse como El mundo en imágenes,
puede considerarse como el primer libro ilustrado para niños ‒eso sí, recordemos que
con intención educativa‒. Orbis Pictus está dividido en capítulos, cada uno con
ilustraciones sobre diferentes temas como la religión, la botánica o la zoología.
Página del Little Pretty Pocket-Book de John Newbery.
De ahí ya pasaríamos a principios del siglo XIX, momento en el que Hans Christian
Andersen viajó por toda Europa recopilando cuentos de hadas que incluían «La
Sirenita», «Blancanieves», «El traje nuevo del emperador» o «Pulgarcito» ‒lo mismo que
harían los hermanos Grimm‒. Por esa misma época E.T.A. Hoffmann publicó una
colección de cuentos infantiles que contenía el clásico navideño «El cascanueces y el
rey de los ratones». Aunque en las anteriores recopilaciones de historias se dejaba una
puerta abierta para la magia y la fantasía, el relato de Hoffmann llevó el asombro a un
nuevo nivel.
Página del manuscrito de Alicia en el País de las Maravillas.
A mediados del siglo XIX, concretamente en 1865, apareció una de las novelas
infantiles más importantes de la historia de la literatura: Alicia en el país de las
maravillas de Lewis Carroll. La obra, considerada una obra maestra maestra casi desde
su aparición, utilizaba elementos anteriores ‒como la niña perdida o los animales
mágicos‒ pero los presentó de una manera insólita, llena de imaginación y
extravagancia, jugando además con otros componentes como las matemáticas, la
lógica o el lenguaje. Baste decir que el libro de Carroll cambió para siempre las reglas
de la literatura para niños y sirvió de inspiración para infinidad de escritores
posteriores.
Tras él vinieron unos cuantos libros más que nos permiten hacer un balance
inmejorable de la literatura infantil y juvenil a finales del siglo XIX y principios del
XX: Mujercitas de Louisa May Alcott en 1868, Las aventuras de Tom Sawyer de Mark
Twain en 1876 ‒y Las aventuras de Huckleberry Finn en 1885‒, Las aventuras de
Pinocho de Carlo Collodi entre 1882 y 1883, La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson
en 1883, El libro de la selva de Rudyard Kipling en 1984, El maravilloso mago de Oz de L.
Frank Baum en 1900, El cuento de Pedro Conejo de Beatrix Potter en 1902, El viento en
los sauces de Kenneth Grahame en 1908, El jardín secreto de Frances Hodgson Burnett
en 1910, Peter Pan y Wendy de J.M. Barrie en 1911, solo por mencionar algunos. Además
de clásicos, muchos de esos libros fueron verdaderos bestsellers en su época, aunque
difícilmente llegarían al grado de fenómeno que supuso el libro de A.A. Milne, Winnie-
the-Pooh, publicado en 1926. Los libros de Milne, centrado en uno temas característicos
del género como es la fugacidad de la niñez y el difícil paso a la edad adulta, continúa
siendo una fuente de inspiración para el cine, la música, los cómics o la televisión.
Las siguientes décadas, las de los sesenta y los setenta, están dominadas sobre todo
por Roald Dahl, autor de Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón
gigante, Matilda, El gran gigante bonachón, Las brujas y Relatos de lo inesperado. Junto a
Dahl, que puede ser considerado como uno de los escritores británicos más
importante de todos los tiempos, aparecen otros autores como Susan Cooper o Judy
Blume. El término «Young Adult», aplicado a jóvenes de entre 12 y 18 años, fue acuñado
en 1975, cuando la Asociación de Bibliotecas de los Estados Unidos dio lugar a la
Asociación de Servicios de Bibliotecas para Jóvenes Adultos. Hasta ese momento, los
adolescentes tenían que recurrir a libros para adultos, con excepciones como El
guardián entre el centeno.
Rebeldes de Susan Eloise Hinton fue publicado en 1967, y a partir de ese momento
los editores comenzaron a descubrir el filón que había en la audiencia adolescente. El
libro de Hinton, que de hecho era adolescente cuando se publicó, simbolizaba lo que
los editores buscaban en YA: conversaciones directas sobre los desafíos a los que se
enfrentan los adolescentes y una gran carga emocional. Por otra parte, Judy Blume
destapó para un público adolescente temas hasta entonces enormemente
controvertidos, como el racismo, la menstruación, el sexo entre adolescentes, el
divorcio o la masturbación. Blume no disimuló ni adornó los detalles desagradables de
crecer, y resultó que eso es exactamente lo que los adolescentes estaban
buscando. ¿Estás ahí Dios? Soy yo, Margaret se publicó en 1970, y fue seguida
rápidamente por el anónimo Pregúntale a Alicia, que trataba sobre la adicción a las
drogas entre los adolescentes. La «edad de oro de YA» comenzaba.