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En el siglo V, Agustín de Hipona postuló en su libro “La ciudad de Dios” que dicha

ciudad, espera a los cristianos piadosos después de la muerte y quince siglos


después sus ideas aún alientan a los creyentes. Por eso Montaigne opinaba: “El
perpetuo trabajo de la vida es elaborar los fundamentos de la muerte.” Pero, a
pesar de haberse capacitado para hablar por teléfono de un continente a otro,
girar por los cielos alrededor del planeta, hacer añicos un atolón con una bomba
nuclear, cambiarse las válvulas del corazón por otras de material plástico y poder
averiguar de qué murió Tutankamon hace tres mil años, el ser humano sigue
siendo incapaz de vencer a la muerte.

Hay quien piensa que nuestro inconsciente no acepta la idea de la propia muerte.
Creemos que sí concebimos nuestro fin, aunque nuestro inconsciente nos declare
inmortales. En realidad, cuanto más débil se siente un sujeto, más cree en las
fantasías de inmortalidad, que también lo protegen del dolor frente a la pérdida de
los seres queridos. No es educado hablar de la muerte del otro, el que murió
siempre era bueno, cuando muere un ser querido morimos con él.

Frente al dolor por la idea de la propia muerte o la del ser amado, el hombre
primitivo inventó los espíritus y por su culpabilidad los imaginó peligrosos. Las
alteraciones físicas del muerto le sugirieron la división entre el cuerpo y el alma.
Se consideró al alma como la más valiosa, ya que era la sobreviviente. El
mandamiento que dice “no matarás” aparece para negar el sentimiento de triunfo
que el vivo tiene acerca del muerto, muestra el linaje agresivo de la humanidad, ya
que no existiría una prohibición si no existiera el deseo de matar.

Desde la más remota antigüedad la elaboración de esa angustia se ha ido


enriqueciendo con la meditación de poetas y filósofos, literatos y dramaturgos, y
por supuesto, sin que en ella jacte la aportación del humor. Por ejemplo, dos
rabinos, acostumbrados a charlar de sus curiosidades sobre el Más Allá,
convienen en que el primero que muera regresará para contarle al otro cómo es la
cosa. En un momento dado, uno fallece y cierta noche, golpetea en la ventana del
otro:
“¡Rabino Meyer, rabino Meyer! Soy Morris, ¿recuerda nuestro pacto? Pues bien,
esto es de lo más aburrido. Comemos, comemos, comemos, todo el santo día. Al
siguiente continuamos comiendo, comiendo, comiendo, y al otro día volvemos a lo
mismo. Por ahí tenemos un rato de actividad sexual, pero luego continuamos
comiendo, comiendo, comiendo.” “¿Así que ése es el Más Allá?” comenta
resignadamente el rabino Meyer. “¡No, ¡qué Más Allá ni qué ocho cuartos! –
prosigue el rabino Morris– Le hablo desde una llanura de Wisconsin: ¡Estos
malditos me han reencarnado en un búfalo!”.

El origen del día de muertos se remonta a mucho antes de que los españoles
llegaran, entre las etnias que tienen registro de esta celebración tenemos a los
mayas, purépecha, nahua, mexica y totonaca. Estos grupos celebraban rituales
desde hace más de 3,000 años ¿Alguna vez imaginaste que la celebración del día
de muertos tenía tantos años de celebrarse?

Las festividades eran precedidas por dos dioses: Mictecacíhuatl y Mictlantecuhtli


ambos esposos. La primera, conocida como la Dama de la Muerte a quién
relacionamos hoy en día con la Catrina y el segundo conocido como el Señor de la
Tierra de los Muertos celebrando a niños y adultos fallecidos.

ancestros no pertenecían a la religión católica por lo tanto, las celebraciones que


realizaban para los muertos no existían ideas de infierno y paraíso sino que
dependiendo del tipo de muerte que haya tenido cada persona era el lugar al que
llegaría. A continuación se describen 4 direcciones que podían tomar los difuntos
dependiendo del tipo de muerte que hubieran tenido.

Las personas que morían por la enfermedad de la gota, ahogados, de sarna o


víctimas de algún rayo, tenían algo en común: el agua. Por lo tanto estas personas
viajaban con Tláloc, al sitio denominado Tlalocan.

Las personas que tenían alguno de estos decesos eran enterradas ya que se les
consideraba semillas que en algún momento germinarían. El Tlaloc era descrito
como un lugar de reposo y abundancia.
Una segunda dirección era para aquellos que morían en la guerra o para las
mujeres que fallecían durante el parto ya que a estas últimas se les consideraba
como guerreras. Estos difuntos se dirigían hacía el Omeyoacan lugar gobernado
por el dios de la guerra: Huitzilopochtli.

Se creía que todos estos difuntos se convertían en compañeros del sol durante
todo su recorrido regresando 4 años después convertidos en aves de plumas
hermosas por lo tanto, según los mesoamericanos, habitar en el Omeyoacan era
todo un privilegio.

El tercer destino era conocido como Mictlán, lugar gobernado por Mictacacíhuatl
Mictlantecuhtli descrito como un lugar cerrado y oscuro. A este destino llegaban
todas aquellas personas que morían por causa natural, que a diferencia de las
otras direcciones, es un camino difícil de transitar por lo tanto, el difunto se
enterraba junto con un perro que lo ayudaría a cruzar el río.

Por último se encuentra Chichihuacuauhco destino para todos aquellos niños


difuntos. En este lugar existe un árbol del cuál gotea leche que sirve de alimento
para los residentes de este lugar.

Cuando se enterraba a los muertos, se les adornaba con dos clases de objetos:
aquellos que fueron utilizados en vida y los que podrían ayudar a los difuntos
durante su recorrido al inframundo.

La celebración del día de muertos es una tradición mexicana que forma parte de
nuestro bagaje cultural que se encuentra presente a lo largo y ancho del país esta
celebración tiene características muy específicas que la distinguen en el mundo.
La colocación de un altar de muertos con semillas, flores, comida, colores, música
etc. Son solamente algunos rasgos característicos de esta celebración.

Sin embargo no debemos olvidar la particularidad que tienen cada uno de los
estados de la república lo que otorga una variedad a la celebración del día de
muertos dependiendo del lugar en que se festeje.
La celebración del día de muertos en Guanajuato se realiza al igual que en otros
estados los días 31 de octubre, 1 de noviembre y 2 de noviembre siendo una de
las celebraciones más populares en el Estado.

En las casas y lugares públicos de la ciudad, se colocan los tradicionales altares


con semillas de colores, flores, la fotografía del difunto, su comida favorita, etc. Es
tradición de la ciudad de Guanajuato Capital asistir a la Plaza de Fernando donde
se realiza la venta de artesanías como:

Juguetes de madera y cartón

Calaveras

Dulces típicos de temporada

Pan de muertos

Cajeta

En esas fechas, la ciudad también ofrece actividades culturales en museos y


diversas asociaciones invitando a la los habitantes y turistas a que participen.
Durante hace algunos años, la ciudad ofrece recorridos nocturnos por uno de los
panteones más conocidos de la ciudad, el panteón de Santa Paula.

El culto a los muertos por Alfredo Pérez Bolde

Las costumbres, que durante milenios habían servido para formar la tradición
común que permite la supervivencia de la nacionalidad, van perdiendo terreno
paso a paso y ante la indiferencia de las autoridades y el pueblo en general, ante
la imposición de costumbres extrañas importadas de los Estados Unidos e
impuestas por los medios masivos de comunicación, las grandes tiendas de
espíritu transnacional y algunos cursis.

El tradicional día de muertos, o de los fieles difuntos, celebración que en México


había tenido una honda tradición que se hunde en los abismos del tiempo, ha sido
prácticamente desplazada por la celebración de festejos incomprensibles, ajenos a
nuestras idiosincrasia que, hasta pésimamente pronunciados, llaman “jalogüin”.
Puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que casi todos aquellos que en nuestro
país participan en ese tipo de celebraciones, no tienen ni la menor idea de su
verdadero significado y, de paso, ignoran el origen de la tradición mexicana, con
su sincretismo pagano-religioso, como son muchas de las costumbres de nuestro
pueblo. En primer lugar, la palabra Halloween o mejor dicho Allhallowseve,
simplemente significa: “Víspera de todos Santos”, o sea el 31 de octubre.

El origen de esta celebración, se encuentra en Inglaterra e Irlanda, siendo una


tradición que recuerda el Gran Sabat o Aquelarre de las brujas, aquella reunión
que se celebraba en lo alto de algunas montañas o en los cementerios, donde las
brujas y brujos invocaban a Satanás; entregándose a los más increíbles excesos y
depravaciones, cubiertos los cuerpos desnudos con el ungüento de las brujas,
elaborado con grasa de ahorcado, mezclado con belladona, Cannabis Indica y
otros alcaloides, que al ser absorbidos por la piel deben haberles producido
atroces alucinaciones.

Los campesinos, por estas fechas, hacían máscaras con ciertos frutos, como las
calabazas, recortándoles ojos y bocas mostrando fieros dientes, colocando en su
interior una luz, para proteger sus propiedades de la presencia de las brujas y de
los malos espíritus. Para el siglo XIX, la tradición, como casi todas las de ese
mundo del liberalismo económico, se hizo un negocio y empezaron a venderse
disfraces y calabazas con rostros amenazantes y muy pronto bandas de niños
vestidos de brujas, trasgos y duendes, recorrieron las calles con gritos de: “Candy,
gift or trick” (Dulce, regalo o travesura).

Definitivamente, la tradición mexicana, tiene raíces mucho más hermosas,


realmente es una fiesta que plantea algo que también estamos perdiendo, la
unidad familiar. La tradición es pues, una fiesta de comunión entre los vivos y los
muertos, esos muertos que al ser recordados, no habrán muerto del todo.

La festividad que celebramos en México, como casi todos nuestros rasgos


culturales, tiene un doble origen que es imposible negar: el prehispánico y el
español. Los pueblos prehispánicos tuvieron un acendrado culto a los muertos; en
sí, la muerte para ellos no era algo espantable o temido, sino en verdad algo
natural que significaba la finalidad del hombre que tenía solamente la vida para
prepararse para la muerte.

Dicha idea la encontramos plasmada en un poema nahoa que dice:

Sólo venimos a dormir

Sólo venimos a soñar

No es verdad, no es verdad

Que venimos a vivir en la tierra

Cuando fallecía alguien, el cadáver era preparado colocándolo en la posición fetal,


se le rodeaba de ofrendas consistentes en alimentos, ropa, papel, armas, escudo,
una esferita de jade que se colocaba en la boca del muerto, un perro de color
leonado y algunas otras cosas, llevándose a cabo el ritual de la incineración del
cadáver, cosa que estaba a cargo de los ancianos. Cuando ya se tenía el cadáver
envuelto en un petate, uno de los viejos derramaba una poca de agua sobre la
cabeza del muerto, al tiempo que decía: “Esta es de la que gozaste en el mundo”,
luego ponían frente al muerto un recipiente con agua diciéndole: “He aquí con qué
has de caminar”.

La ofrenda y el cadáver eran incinerados junto con el perro al cual se le había


atado previamente con un hilo de algodón rojo. Sobre las cenizas se vertía agua
diciendo: “Lávese el difunto”, colocándose éstas en una urna de barro que era
sepultada. Se decía que el alma (Teyolia) tardaría cuatro años en efectuar un viaje
hasta la tierra de los muertos (Mictlan) que tenía todas las características de un
viaje iniciático.

Por supuesto, estoy hablando de las ceremonias de que era objeto un hombre
muerto en su casa, posiblemente de alguna enfermedad. Este tipo de muertos,
tenía como destino el Mictlan (lugar de los muertos). Para llegar a él, el espíritu
tenía que recorrer peligrosísimos sitios, así,
El primer peligro que tenía que superar era cruzar un caudaloso río llamado
Apanoayan (donde se pasa el río) Aquí era necesaria la ayuda del izcuintli (perro)
que le acompañaba en la tumba.

El segundo peligro que se presentaba al espíritu en su viaje, era que, despojado


de su ropa, tendría que cruzar por entre dos montes que chocaban entre sí y
engañar a los Tepememonamictia (cerros que chocan) con unas figuras
recortadas en papel que habían sido colocadas en la ofrenda (papel picado).

En tercer lugar, tenía que pasar por un cerro erizado de cortantes pedernales
(lztepetl) donde, para protegerse, sería usada la ofrenda de mantas.

El cuarto sitio era el Cehuecayan (lugar donde hiela) que consistía en ocho
collados donde siempre había nieve; por esa razón en la ofrenda se colocaba ropa
de abrigo.

En el quinto sitio, había que cruzar ocho páramos en donde el viento cortaba como
navajas de obsidiana; ese sitio recibía el nombre de Itzehecayan (Viento de
obsidiana) y para protegerse de éste se continuaba utilizando la ropa de la
ofrenda.

En el sexto sitio, se encontraba el espíritu con un jaguar que comía los corazones
de los hombres: Tea Oylehualorano. Aquí era donde se utilizaba la esfera de jade
que entregaban al jaguar en lugar del corazón.

Luego se caía en un lago de agua negra, el Apanhuiayo, en donde se encontraba


el lagarto Xochitonal (Flor del Espíritu) que debía ser burlado nadando
rápidamente, auxiliado aún por el perro.

Habiéndose librado de todos los peligros anteriores, aún tenía el espíritu que
cruzar otro caudaloso río llamado Chiconauhapan (Nueve Río) donde de nueva
cuenta la ayuda del izcuintli (que debería ser de color leonado) era vital.
Al fin, después de cuatro años de viaje, el alma llegaba frente al dios Mictlantecutli
(Señor de los muertos) en el sitio llamado Mictlan, en donde permanecería en
eterno reposo.

Todas estas penalidades las sufrían los hombres comunes o macehualli; los que
no habían sido guerreros, ya que los que lo habían sido, si morían en la guerra o
en la piedra de los sacrificios, pasaban directamente al paraíso del sol, el
Tonatiuhichan (la casa del Sol), en donde acompañarían al dios en jardines llenos
de flores, entre cantos y simulacros guerreros, siendo los privilegiados a quienes
el sol ha elegido para su séquito; permaneciendo entre delicias y pudiendo venir a
la tierra encarnados en colibríes.

Las mujeres muertas durante el parto pasaban al paraíso colocado en el


occidente, por considerarse que habían muerto en una lucha por dar vida a un
nuevo ser. Dicho paraíso recibía el nombre de Cincalco (la casa del maíz). Esos
espíritus, llamados Cihuateteo (mujeres divinas), habían de bajar a la tierra
convertidas en monstruos espantosos si los hombres dejaban de cumplir con el
culto a los dioses.

Los que morían ahogados, por un rayo o por alguna enfermedad que se
atribuyese al agua, pasaban al Tlalocan (lugar de Tláloc), sitio amenísimo, cubierto
de flores y frutas, con agua en abundancia, donde todo era alegría y alabanza al
dios de la lluvia (Tláloc).

Los niños que morían sin uso de razón, pasaban inmediatamente al


Chichihuacuauhco (árbol nodriza) donde mamaban la leche que eternamente
manaba de cientos de senos, para regresar a la tierra algún día encarnando en
otro ser.

Aparte de los ritos funerarios, había dos fiestas que duraban un mes (veinte días)
cada una, la primera recibía el nombre de Micailhuiltontli (Fiesta de los Muertos
Chicos) y la otra Hueymicailhúitl (Fiesta de los Muertos Grandes). Probablemente
estas festividades en relación con el calendario actual, serán entre Julio y agosto.
Durante estas festividades se llevaba a cabo la ofrenda muy similar a la que se
coloca en nuestros días.

Al llegar al país los españoles, portadores de la cultura occidental, introdujeron la


práctica católica de honrar a los fieles difuntos el 2 de noviembre, con un culto de
fuerte tradición iniciada en la prehistoria en que el rito principal consistía en cubrir
con polvo rojo de cinabrio los cuerpos sepultados.

En Egipto, la tradición del culto funerario, adquirió una fuerza enorme, los
cadáveres se momificaban para que el Ka (espíritu) pudiera sobrevivir y pudiera
llegar hasta la presencia de Rha quien lo castigaría o premiaría según la vida que
hubiese llevado. Se construían las grandes pirámides, mastabas, hipogeos y
tumbas para preservar los cuerpos eternamente, acompañando a las momias, con
una enorme cantidad de ofrendas. Claro que el número de éstas variaba
dependiendo de la clase social del muerto. Estas creencias de una vida después
de la muerte fueron asimiladas por el judaísmo, de donde pasaron a ser parte
integrante del cristianismo.

Con la invasión árabe a España (711 a 1492), sufrió la creencia citada un


reforzamiento, ya que los árabes o moros, tuvieron un gran contacto con la cultura
egipcia.

Los españoles trajeron a México una costumbre muy acendrada de dar culto a los
muertos, la cual, al encontrarse con una tradición similar, se fundió con ella,
sufriendo la autóctona solamente pequeñas modificaciones, tales como el cambio
en la fecha de la celebración colocándose en el 1 y 2 de noviembre, fechas de la
celebración cristiana.

La costumbre más generalizada fue, pues, la colocación de una ofrenda desde el


día 1 de noviembre, consistente en ciertos alimentos especiales, ya fuera sobre
una mesa o bien sobre un altar hecho exprofeso.

El altar se forma tradicionalmente con carrizos, que están vinculados con


Quetzalcóatl (Serpiente Emplumada), deidad de la cultura y de la resurrección
siendo su nombre mágico-calendárico Ce Acatl (Uno-carrizo), se adorna el altar
con flor de muertos, que nosotros llamamos “cempasúchil”, cempoalxóchitl (Veinte
flor), conocida también como “clavel de Indias”; en lugar preferente se coloca el
retrato de la persona recordada, poniéndose la ofrenda propiamente dicha,
consistente en cajeta de camote, pan de muerto, jícama, frutas diversas y los
alimentos predilectos del difunto.

Por lo regular se coloca un vaso con agua, un plato con sal, bebidas alcohólicas,
objetos de uso personal y ropa nueva, como la que habitualmente usaba el
difunto.

Hay que hacer notar que en la ofrenda abundan alimentos que se desentierran,
como el camote o la jícama que son calaqui (enterrado), que es incluso la palabra
náhuatl que designa a la muerte como Calaca.

En la ofrenda se ponen algunos juguetes de azúcar de los llamados alfeñiques,


palabra derivada del árabe Al-fassid (dulce de azúcar frágil) para los Muertos
Chicos que llegan el 1 de noviembre, ya que los Muertos Grandes llegan a visitar a
sus deudos el día 2 de noviembre.

El espíritu toma de la ofrenda la esencia de los objetos ofrecidos y la familia y los


visitantes que durante la noche. del día 2 han estado rezando ante el altar
ofreciendo velas encendidas, tienen la obligación de comer, pasado el día 2, los
alimentos que conformaron la ofrenda, para tener una especie de comunión con
los muertos; se dice que la persona que se niegue a tomarlos contraería una grave
enfermedad que lo llevaría a la tumba.

Otra tradición muy nuestra y que desgraciadamente, como casi todas se está
perdiendo irremisiblemente, es la publicación de versos satíricos dedicados a las
personalidades más conspicuas de las poblaciones; composiciones literarias
llamadas calaveras, muchas de las cuales fueron ilustradas magistralmente por
José Guadalupe Posada.

Se acostumbra igualmente comer por esas fechas el fiambre, platillo elaborado


con encurtidos, carnes frías, rebanadas de jícama, guayaba y naranja.
En fin, sintéticamente, estas son las principales tradiciones que rodean la
celebración mexicana de los muertos. Por supuesto, habría que mencionar que la
tradición urbana ha, sido, además de esto, ofrecer un reponso en la iglesia y visitar
la tumba de los muertos queridos para llevar una ofrenda de flores y casi siempre
remozarla, lavándola o dándole una mano de pintura.

Como hecho insólito, habría que mencionar que ya hace muchos años la
costumbre de estos días en el pueblo de San Bartolo Tutotepec, Hgo., resultaba
además de insalubre, tremendamente macabra, porque desde el día 1 de
noviembre, los familiares desenterraban los cadáveres en el estado en que se
encontraran y con copiosas libaciones charlaban con ellos sobre los últimos
acontecimientos fa- miliares. Tengo entendido que fue un verdadero problema
para las autoridades erradicar tan salvaje costumbre.

Por supuesto, sin llegar a esos extremos, la fiesta de los muertos, así como
muchas otras que forman nuestro tras- fondo cultural, nuestras tradiciones, se
están perdiendo, siendo substituías por costumbres extrañas, traídas a nuestro
país por el más dañino de los contrabandos: el cultural, que está imponiendo esas
costumbres extrañas, que lenta- mente van minando nuestra nacionalidad.

Verdaderamente es vergonzoso que en ciertas escuelas, maestros esnobs e


ignorantes, se empeñen en hacer “Halloweens”, disfrazando a los niños con trajes
ridículos de brujas, calabazas, y otras sandeces, o sea bandas de niños que piden
su “jalogüin”, cuando lo acostumbrado era pedir su calavera.

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