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Hay quien piensa que nuestro inconsciente no acepta la idea de la propia muerte.
Creemos que sí concebimos nuestro fin, aunque nuestro inconsciente nos declare
inmortales. En realidad, cuanto más débil se siente un sujeto, más cree en las
fantasías de inmortalidad, que también lo protegen del dolor frente a la pérdida de
los seres queridos. No es educado hablar de la muerte del otro, el que murió
siempre era bueno, cuando muere un ser querido morimos con él.
Frente al dolor por la idea de la propia muerte o la del ser amado, el hombre
primitivo inventó los espíritus y por su culpabilidad los imaginó peligrosos. Las
alteraciones físicas del muerto le sugirieron la división entre el cuerpo y el alma.
Se consideró al alma como la más valiosa, ya que era la sobreviviente. El
mandamiento que dice “no matarás” aparece para negar el sentimiento de triunfo
que el vivo tiene acerca del muerto, muestra el linaje agresivo de la humanidad, ya
que no existiría una prohibición si no existiera el deseo de matar.
El origen del día de muertos se remonta a mucho antes de que los españoles
llegaran, entre las etnias que tienen registro de esta celebración tenemos a los
mayas, purépecha, nahua, mexica y totonaca. Estos grupos celebraban rituales
desde hace más de 3,000 años ¿Alguna vez imaginaste que la celebración del día
de muertos tenía tantos años de celebrarse?
Las personas que tenían alguno de estos decesos eran enterradas ya que se les
consideraba semillas que en algún momento germinarían. El Tlaloc era descrito
como un lugar de reposo y abundancia.
Una segunda dirección era para aquellos que morían en la guerra o para las
mujeres que fallecían durante el parto ya que a estas últimas se les consideraba
como guerreras. Estos difuntos se dirigían hacía el Omeyoacan lugar gobernado
por el dios de la guerra: Huitzilopochtli.
Se creía que todos estos difuntos se convertían en compañeros del sol durante
todo su recorrido regresando 4 años después convertidos en aves de plumas
hermosas por lo tanto, según los mesoamericanos, habitar en el Omeyoacan era
todo un privilegio.
El tercer destino era conocido como Mictlán, lugar gobernado por Mictacacíhuatl
Mictlantecuhtli descrito como un lugar cerrado y oscuro. A este destino llegaban
todas aquellas personas que morían por causa natural, que a diferencia de las
otras direcciones, es un camino difícil de transitar por lo tanto, el difunto se
enterraba junto con un perro que lo ayudaría a cruzar el río.
Cuando se enterraba a los muertos, se les adornaba con dos clases de objetos:
aquellos que fueron utilizados en vida y los que podrían ayudar a los difuntos
durante su recorrido al inframundo.
La celebración del día de muertos es una tradición mexicana que forma parte de
nuestro bagaje cultural que se encuentra presente a lo largo y ancho del país esta
celebración tiene características muy específicas que la distinguen en el mundo.
La colocación de un altar de muertos con semillas, flores, comida, colores, música
etc. Son solamente algunos rasgos característicos de esta celebración.
Sin embargo no debemos olvidar la particularidad que tienen cada uno de los
estados de la república lo que otorga una variedad a la celebración del día de
muertos dependiendo del lugar en que se festeje.
La celebración del día de muertos en Guanajuato se realiza al igual que en otros
estados los días 31 de octubre, 1 de noviembre y 2 de noviembre siendo una de
las celebraciones más populares en el Estado.
Calaveras
Pan de muertos
Cajeta
Las costumbres, que durante milenios habían servido para formar la tradición
común que permite la supervivencia de la nacionalidad, van perdiendo terreno
paso a paso y ante la indiferencia de las autoridades y el pueblo en general, ante
la imposición de costumbres extrañas importadas de los Estados Unidos e
impuestas por los medios masivos de comunicación, las grandes tiendas de
espíritu transnacional y algunos cursis.
Los campesinos, por estas fechas, hacían máscaras con ciertos frutos, como las
calabazas, recortándoles ojos y bocas mostrando fieros dientes, colocando en su
interior una luz, para proteger sus propiedades de la presencia de las brujas y de
los malos espíritus. Para el siglo XIX, la tradición, como casi todas las de ese
mundo del liberalismo económico, se hizo un negocio y empezaron a venderse
disfraces y calabazas con rostros amenazantes y muy pronto bandas de niños
vestidos de brujas, trasgos y duendes, recorrieron las calles con gritos de: “Candy,
gift or trick” (Dulce, regalo o travesura).
No es verdad, no es verdad
Por supuesto, estoy hablando de las ceremonias de que era objeto un hombre
muerto en su casa, posiblemente de alguna enfermedad. Este tipo de muertos,
tenía como destino el Mictlan (lugar de los muertos). Para llegar a él, el espíritu
tenía que recorrer peligrosísimos sitios, así,
El primer peligro que tenía que superar era cruzar un caudaloso río llamado
Apanoayan (donde se pasa el río) Aquí era necesaria la ayuda del izcuintli (perro)
que le acompañaba en la tumba.
En tercer lugar, tenía que pasar por un cerro erizado de cortantes pedernales
(lztepetl) donde, para protegerse, sería usada la ofrenda de mantas.
El cuarto sitio era el Cehuecayan (lugar donde hiela) que consistía en ocho
collados donde siempre había nieve; por esa razón en la ofrenda se colocaba ropa
de abrigo.
En el quinto sitio, había que cruzar ocho páramos en donde el viento cortaba como
navajas de obsidiana; ese sitio recibía el nombre de Itzehecayan (Viento de
obsidiana) y para protegerse de éste se continuaba utilizando la ropa de la
ofrenda.
En el sexto sitio, se encontraba el espíritu con un jaguar que comía los corazones
de los hombres: Tea Oylehualorano. Aquí era donde se utilizaba la esfera de jade
que entregaban al jaguar en lugar del corazón.
Habiéndose librado de todos los peligros anteriores, aún tenía el espíritu que
cruzar otro caudaloso río llamado Chiconauhapan (Nueve Río) donde de nueva
cuenta la ayuda del izcuintli (que debería ser de color leonado) era vital.
Al fin, después de cuatro años de viaje, el alma llegaba frente al dios Mictlantecutli
(Señor de los muertos) en el sitio llamado Mictlan, en donde permanecería en
eterno reposo.
Todas estas penalidades las sufrían los hombres comunes o macehualli; los que
no habían sido guerreros, ya que los que lo habían sido, si morían en la guerra o
en la piedra de los sacrificios, pasaban directamente al paraíso del sol, el
Tonatiuhichan (la casa del Sol), en donde acompañarían al dios en jardines llenos
de flores, entre cantos y simulacros guerreros, siendo los privilegiados a quienes
el sol ha elegido para su séquito; permaneciendo entre delicias y pudiendo venir a
la tierra encarnados en colibríes.
Los que morían ahogados, por un rayo o por alguna enfermedad que se
atribuyese al agua, pasaban al Tlalocan (lugar de Tláloc), sitio amenísimo, cubierto
de flores y frutas, con agua en abundancia, donde todo era alegría y alabanza al
dios de la lluvia (Tláloc).
Aparte de los ritos funerarios, había dos fiestas que duraban un mes (veinte días)
cada una, la primera recibía el nombre de Micailhuiltontli (Fiesta de los Muertos
Chicos) y la otra Hueymicailhúitl (Fiesta de los Muertos Grandes). Probablemente
estas festividades en relación con el calendario actual, serán entre Julio y agosto.
Durante estas festividades se llevaba a cabo la ofrenda muy similar a la que se
coloca en nuestros días.
En Egipto, la tradición del culto funerario, adquirió una fuerza enorme, los
cadáveres se momificaban para que el Ka (espíritu) pudiera sobrevivir y pudiera
llegar hasta la presencia de Rha quien lo castigaría o premiaría según la vida que
hubiese llevado. Se construían las grandes pirámides, mastabas, hipogeos y
tumbas para preservar los cuerpos eternamente, acompañando a las momias, con
una enorme cantidad de ofrendas. Claro que el número de éstas variaba
dependiendo de la clase social del muerto. Estas creencias de una vida después
de la muerte fueron asimiladas por el judaísmo, de donde pasaron a ser parte
integrante del cristianismo.
Los españoles trajeron a México una costumbre muy acendrada de dar culto a los
muertos, la cual, al encontrarse con una tradición similar, se fundió con ella,
sufriendo la autóctona solamente pequeñas modificaciones, tales como el cambio
en la fecha de la celebración colocándose en el 1 y 2 de noviembre, fechas de la
celebración cristiana.
Por lo regular se coloca un vaso con agua, un plato con sal, bebidas alcohólicas,
objetos de uso personal y ropa nueva, como la que habitualmente usaba el
difunto.
Hay que hacer notar que en la ofrenda abundan alimentos que se desentierran,
como el camote o la jícama que son calaqui (enterrado), que es incluso la palabra
náhuatl que designa a la muerte como Calaca.
Otra tradición muy nuestra y que desgraciadamente, como casi todas se está
perdiendo irremisiblemente, es la publicación de versos satíricos dedicados a las
personalidades más conspicuas de las poblaciones; composiciones literarias
llamadas calaveras, muchas de las cuales fueron ilustradas magistralmente por
José Guadalupe Posada.
Como hecho insólito, habría que mencionar que ya hace muchos años la
costumbre de estos días en el pueblo de San Bartolo Tutotepec, Hgo., resultaba
además de insalubre, tremendamente macabra, porque desde el día 1 de
noviembre, los familiares desenterraban los cadáveres en el estado en que se
encontraran y con copiosas libaciones charlaban con ellos sobre los últimos
acontecimientos fa- miliares. Tengo entendido que fue un verdadero problema
para las autoridades erradicar tan salvaje costumbre.
Por supuesto, sin llegar a esos extremos, la fiesta de los muertos, así como
muchas otras que forman nuestro tras- fondo cultural, nuestras tradiciones, se
están perdiendo, siendo substituías por costumbres extrañas, traídas a nuestro
país por el más dañino de los contrabandos: el cultural, que está imponiendo esas
costumbres extrañas, que lenta- mente van minando nuestra nacionalidad.