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Mundo Barbie

Las niñas y las mujeres como sujeto de consumo


Por Gabriela Bard Wigdor

Sé que cuando vea una película voy a llorar.


Hollywood destruyó la ilusión de mi infancia.
Siempre los malos de las películas morían o quedaban tullidos,
ninguno se salvaba de su cruel destino.
Cuando vi morir a King Kong supe que era a mí a quien la industria estaba matando.
No se puede ser tan grande, tan fea y vivir en el centro de la ciudad.

Claudia Rodríguez (2016: 7)

Tomando a Claudia en el epígrafe, Barbie ha confirmado mis prejuicios sobre los productos
culturales dominantes de Hollywood por completo. Antes de conversar sobre ello, es necesario
recuperar brevemente cierto contexto e historicidad respecto a lo que implica el cine mainstream
como fenómeno social. El cine es una gran industria económica, históricamente dominada por los
Estados Unidos, país que nos ha educado por décadas en sus valores, gustos, intereses y sobre todo,
en un constante adoctrinamiento político. Así nos impuso, entre tantas otras formas de colonialidad
imperialista, un modelo de buena vida asociado al éxito personal, a la meritocracia como valor
principal, el sueño americano de la casa, el perro y la familia heterosexual, escenario en el cual el
acceso a mercancías es central para la felicidad.

En ese sentido, el cine dominante es un artefacto político e ideológico que aporta a la colonialidad
cultural, que produce activamente subjetividad y puede ser abordado desde al menos tres
dimensiones: en principio, en lo que significa a nivel de relaciones geopolíticas, sociales y
económicas como industria global. Por otro lado, como dispositivo de poder, como texto y discurso,
como narrativa audiovisual. Finalmente, como una experiencia que impacta y es apropiada por las
audiencias, en tanto que atraviesa el cuerpo y las emociones, que se vive desde diferentes
posiciones de clase, género, racialidad -entre otras-, así como desde nuestras historias singulares.

La película Barbie ha adquirido una dimensión de masividad a nivel mundial y en la propia escena
pública de Argentina que la convierte en un fenómeno social que no debiéramos ignorar. Como
producto cultural del mercado rosa destinado a públicos feminizados, promueve la industria de toda
una batería de mercancías que vendrían a satisfacer necesidades y demandas de estos públicos.
Desde la narrativa, antes que una mirada feminista crítica sobre las relaciones de género, propone
un discurso simplista donde las mujeres parecen “empoderarse” cuando prescinden del amor, de la
sexualidad y son tan autosuficientes que no necesitan de nadie ni de nada.

El mundo Barbie es de consumo tanto en lo ficcional como en lo que produce fuera de la pantalla.
Junto con la película se adquieren numerosos productos como ropa, comida y, por supuesto,
muñecas. “Vamos a comprarnos algo rosa para ir a ver Barbie”, escucho entre conocidas, amigas y
en relatos de otras mujeres. Se difunden miles de fotos de Barbie en redes sociales y virales en
Instagram o TikTok de grupos de jóvenes vestidas completamente de rosa, mientras que en el
mundo se vende una Barbie cada tres segundos. Para ser una película teóricamente feminista y, por
tanto, incómoda para el mundo heteropatriarcal y capitalista, es un rotundo éxito del mercado
dominado, paradójicamente, por hombres.
Existe un cine de mujeres que no es necesariamente feminista, o más bien es un feminismo
liberal. No combate el sistema: quiere incluirse en la lógica de ese sistema.

La colonialidad cultural del neoliberalismo funciona así: mientras unx piensa que ciertas luchas de
sentido fueron ganadas o al menos puestas en la agenda de preocupación social, ocurre que los
símbolos, disputas y propuestas de los colectivos contrahegemónicos vuelven en formatos
culturales despolitizados, digeridos por el orden capitalista y resignificados acorde a los intereses de
ganancia económica y hegemonía cultural de la industria. En el caso de Barbie, ciertos discursos
disruptivos de los feminismos en torno a los derechos de las mujeres, las disidencias sexo-genéricas
y la conquista de mayores grados de justicia social para todxs, son traducidas en slogans de
superación personal, mercado de coaching y autoayuda.

Barbie, creada en la década de los 50, ha sido ícono de lo que sería una mujer joven, bella,
consumidora y exitosa. La Barbie hegemónica es adicta a la ropa, que ella misma paga con su
profesión, es rubia, alta, de ojos azules y con un cuerpo de medidas inalcanzables. Parece millonaria,
con casa de lujo y auto haciendo juego con el rosado que abunda en todo, el verdadero sueño
americano a la medida de “la mujer”, así en singular, como si todas fuéramos o quisiéramos lo
mismo. Esta mujer-muñeca ha operado como modelo a seguir para millones de niñas: no olvidemos
la frase popular “parece una Barbie” -ese producto carísimo para el sur global al que pocas podían
acceder-. Atenta como siempre a los cambios de época, la industria, en este caso la marca Mattel,
comenzó a agregarle a la muñeca algunos elementos nuevos: ahora Barbie no sólo es linda, también
es profesional y empoderada; tiene diferentes cuerpos y colores de piel. Ahora, para que alguien
se empodere otra parte se desempodera. ¿Son realmente los varones quienes ceden poder en esta
nueva versión de Barbie? ¿Qué nuevos mandatos de época trasmite esta nueva imposición de mujer
empoderada?

Concentrémonos en la película en sí. Durante la primera escena nos encontramos con un homenaje
a 2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick. Observamos numerosas niñas jugando con
bebotes que, según nos relata la voz de la narradora, solían ser las únicas muñecas disponibles para
las niñas. De pronto en la escena aparece una muñeca gigante en traje de baño. Es la nueva Barbie
Estereotípica, un cuerpo de plástico que condensa el canon de la belleza occidental moderno e
irreal: ella es delgada, blanca, alta, sonriente y complaciente; es exitosa pero no es narcisa, es
independiente y sobre todo, no es madre ni esposa. Es un sujeto deseante y deseado, lo que no
quiere decir que disfrute o sea gozosa. Como sostiene Ruiz (2023) la idea de felicidad actual es que
confundimos placer con deseo. El placer no precisa de rendimiento, es subjetivo y rebelde;
mientras que el deseo supone movimiento, desarrollo, búsquedas incesantes. Allí la película hace
foco, en esa escena de niñas que abandonan su juego maternal para arrojarse al sueño y al deseo
del éxito capitalista en rosita, como deben ser las cosas para nenas.

El cine como dispositivo cultural

El cine es una manifestación discursiva y artística que se produce desde una cultura determinada y
un momento histórico concreto. Es parte de un régimen de verdad: está ligado a los sistemas de
poder que lo producen y lo mantienen, y a los efectos de poder que induce y acompaña (Foucault,
2008). Como toda producción cultural, tiene como objetivo promover el funcionamiento del sistema
y los valores hegemónicos de una sociedad concreta para naturalizarlos e indicar a cada unx cuál es
su lugar y su papel en el entramado social.

En ese escenario, las producciones del llamado “cine de mujeres” -no cine feminista- lejos de
interpelarnos o mostrarnos otra realidad, satisface una especie de necesidad de confirmar cierto
lugar para nosotras y reafirma una estructura de emociones: somos buenas, dulces, frágiles y quizás
aventureras. En el caso de Barbie, la trama se sostiene sobre una estética y una política
conservadora, donde los temas son parodiados y los discursos tan explícitos que no hay espacio
para identificaciones múltiples, críticas o apropiaciones personales. Sin duda la recepción de estas
producciones depende de las experiencias singulares, somos espectadoras desde nuestra situación
socialmente determinada, pero la película nos muestra una sola forma de ser mujer, fijando un
canon de deseo, expectativas y cuerpo. Esta representación produce una función política que
apuntala las estructuras dominantes del sentir (Williams, 2000) de periodos históricos concretos; en
este caso, una mundialización de un feminismo que no lucha por cambiar el orden social sino que
por ingresar y adaptarse a él.

En ese sentido, Barbie es una chica norteamericana exitosa, presentada como un modelo de
conducta y de vida. En la normalización de este personaje, se desconocen otros modos de querer
ser mujeres y de confrontar con las imposiciones patriarcales, otros modos menos rosas,
dialoguistas o funcionales. En efecto, dentro incluso del mundo del cine dominante, personajes
como Cruela o Merlina resultan personajes femeninos más complejos y desafiantes que una muñeca
que sonríe todo el tiempo y es exageradamente dulce y sensible. Además, debiéramos hablar del
imperativo heterosexual que no se cuestiona en esta película, principalmente por aquello mismo
que se celebra: la sexualidad esta fuera de la escena. Al no meterse con los modos heterosexuales
en que nos enganchamos las mujeres, de alguna manera se cierra el debate y nos da tranquilidad
pensar en la absurda posibilidad de que no nos importe la mirada y el amor de los varones. Desde
esta película, los alcances representacionales de la sexualidad blanca, virilizante y metropolitana se
universalizan como en cualquier otra gran narración de la identidad en la modernidad y se expanden
imperialmente sobre las periferias imponiendo un modo de liberación basado en imágenes, códigos
y estéticas coloniales.

Sobre la recepción del público

Greta Gerwig, excelente actriz y directora que se ha dedicado a reivindicar la literatura y la cultura
que históricamente ha sido denominada mujeril o rosa, lanza esta película al mismo tiempo que
otro tanque cinematográfico Oppenheimer. Ambos productos sirvieron para tapar la lucha de lxs
guionistas en Hollywood por condiciones laborales decentes y por el cese de su reemplazo por la
inteligencia artificial. Miren el video que circula en las redes de la actriz Fran Drescher conocida por
su personaje en La Niñera, representante sindical del sector de actores/actrices1 en huelga.
Claramente estas situaciones no ingresan en el mundo ficcional de Barbilandia ni de la vida real a la
que accede la muñeca en la trama de la película, porque su universo es de armonía, en él impera el
símbolo del poder blanco del capitalismo estadounidense, el estilo de vida moderno, relajado y
canchero. Allí las Barbies son las que mandan desde diferentes roles como profesionales y políticas.
Las Barbies viven en su mundo feliz, todas son mujeres exitosas que conviven pacíficamente. Ellas
“pueden ser lo que quieran”, a diferencia los Ken, que simplemente se dedican a pasar el tiempo en

1
https://cnnespanol.cnn.com/video/fran-drescher-discurso-huelga-de-actores-dig-showbiz/
la playa o admirando a las Barbies.

Para nuestra sorpresa, los Ken y Barbies no pueden vincularse sexualmente y tampoco se aman…
¿Qué clase de sociedad paradisíaca es esa, donde nadie se desea y no existen conflictos ni debates
por el orden deseado? Al evadir hablar de la sexualidad, del amor y del deseo, de los conflictos entre
pares y de clase, la película pierde densidad y potencia. Además, a diferencia del patriarcado que
muestra la película, el de la vida real no es sostenido mayoritariamente por rubios hegemónicos con
dinero, deseoso de ser mirado por las mujeres. En verdad, los varones quieren ser mirados por otros
varones y ejercen violencias mucho más profundas que el acoso callejero. El mundo que nos toca
afrontar a las mujeres es el de la brecha laboral, donde nos emplean en oficios y profesiones menos
valoradas y la diferencia de salario con los hombres es del 27,7 %. En todos los ámbitos económicos,
judiciales y sindicales de Argentina, los hombres hegemonizan la escena y cuando aparece una
mujer que ejerce el poder, la historia reciente muestra que se la intenta aniquilar en el sentido literal
de la palabra. Digamos que ser médicas o profesoras no ha representado necesariamente un gran
cambio para muchas mujeres: la relación de subyugación a la violencia o la posición de debilidad
frente a las decisiones de poder subsisten. Hay mujeres que teniendo un buen salario vuelven a su
casa y son golpeadas, otras ganan menos que un hombre en un mismo puesto laboral, otras pasan
por abortos clandestinos aun siendo ley en la Argentina.

Sin embargo, muchas mujeres argentinas se sintieron conmovidas ante escenas de Barbilandia, el
lugar donde mujeres cisgénero jóvenes son felices, exitosas y acceden a toda la promesa
desarrollista del capitalismo norcentrado. La aspiración de las mujeres a ser libres parece
visualizarse sólo saliendo del papel de madre y de novia. Pero, ¿cuál es el nuevo mandato de época
que refleja esta película? Ser libre es equiparado a ser exitosa en una profesión, a no desear
sexualmente a un varón -y tampoco a una mujer-, ser irrealmente autónoma o no vulnerable.
Lamentable, porque los feminismos hemos luchado por décadas para impulsar la revolución de lo
familiar, de lo doméstico, porque allí es donde se gestan las relaciones de poder capitalistas. La base
del sistema son las relaciones de género adulto céntricas, entonces ¿por qué abandonar esta lucha?
¿Por qué no politizar la maternidad, la pareja, el amor y las relaciones heteronormadas ¿Por qué
debiera ser el abandono de las relaciones entre diferentes la única respuesta?

Creo que Barbie perdió la oportunidad de politizar temas muy importantes para las mujeres cis y
trans, como por ejemplo la maternidad, las relaciones afectivas y sexuales, la pareja, la relación con
el propio cuerpo que siempre es en relación con otrx y los efectos de la mirada de esx otrx. Tal vez
se trate de lidiar con la mirada de quienes nos importan y de mirarnos desde otros lugares.
Trabajemos la angustia y no la tapemos.

Al transcurrir la película, Barbie acepta ser humana para pertenecer a la maquinaria capitalista de
la civilización occidental. Lo humano le llega porque adquiere conciencia de la muerte, la angustia
y la celulitis. Luego atraviesa la decisión de aceptar ser quién ella es: “yo soy Barbie tu eres Ken”
dicen en la película. Una lástima, porque no saber quiénes somos es permitirse una incerteza que
abre nuevas posibilidades para transformarnos. El psicoanálisis suele decir que hay que traicionarse,
porque combatir el discurso del amo es ir contra nosotrxs mismxs también. De hecho, sobre
identificarse con lo que creemos que es la propia identidad es encarcelarse. Como hemos desafiado
al género proponiéndolo en fluctuación, la identidad también podría serlo, en el sentido de una
oportunidad para escaparse de una misma. Quizás, se trataba de que Barbie se diera cuenta que no
quería ser Barbie o, mejor, que ser ella y ser Ken era el problema, no la solución. Por eso, no hay
construcción de una nueva subjetividad en la película, simplemente porque liberarse no es una tarea
en soledad: debemos liberarnos junto a otrxs, porque somos seres intersubjetivos. ¿Por qué Barbie
no se propone transformar el mundo real en un mundo menos patriarcal y violento? ¿Por qué la
felicidad se cumple cuando ella se realiza individualmente en el mundo real y el resto de las muñecas
queda en el mundo ficcional? ¿Por qué no se quiere modificar a los Ken? ¿Se puede pensar en un
mundo mejor sin todxs involucradxs?

No alcanza con el deseo individual de cambio, ni con que nos ofrezcan referentes inalcanzables que
destacan por su belleza, talento o excelencia personal. La epidemia de depresión que vemos en el
mundo se debe al triunfo del capitalismo emocional, a la cultura de aspirar a una vida que no es
posible, a la constatación de las diferencias entre expectativas y realidades. Por eso, la apuesta más
arriesgada es despertar en nosotrxs todo aquello que disrumpe con el sistema, que nos hace
incompatible con el orden y por eso más libres.

Para seguir en conversación

La empresa Mattel y la directora Gerwig lograron una película que parece una crítica a la propia
empresa, que se ríe de Barbie y de su uso, que muestra que es un sector comercial manejado por
hombres. Pero, lejos de acabar desnudados, estos empresarios se ven fortalecidos por el
relanzamiento de la muñeca y sus ganancias extraordinarias. Sin embargo, la directora dice que “a
veces estas películas pueden tener cierta cualidad propia del capitalismo hegemónico. Es como
dotar a hurtadillas de humanidad a algo que a todo el mundo le parece un trozo de plástico".
Déjenme dudar de la eficacia de atacar el capitalismo y el discurso del amo desde una propuesta
que no hace más que engordar el bolsillo de los mismos de siempre.

Lo que está sucediendo es que existe un cine de mujeres que no es necesariamente feminista, o más
bien es un feminismo liberal. Un discurso que habla de igualdad sin cuestionarse ni querer modificar
el mundo heteropatriarcal capitalista que nos coopta desde dentro. No combate el sistema: quiere
incluirse en la lógica de ese sistema. Así, el “empoderamiento” de la mujer blanca vía el mercado y
el autorreconocimiento parece ser el mandato de época. Sobre esta dimensión del “quererse”, me
pregunto cómo podemos valorarnos en un mundo donde todos los días nos explotan, maltratan y
destruyen emocionalmente.

Creo que esta película nos deja presxs de la terapéutica neoliberal de la diversidad y de la
autosuperación. Es una aspiración terapéutica a "sentirnos bien con quién somos" que ya sabemos
a qué intereses responde. Apuesto a que podamos crear narrativas más complejas y anticoloniales
que nos provean de sueños anticapitalistas y antipatriarcales para descubrir nuevas formas de
pensarnos en comunidad desde nuestras tierras y códigos culturales.

Bibliografía

Bard Wigdor Gabriela y Artazo Gabriela (2021) “Subjetividades del capitalismo tardío: expresiones
locales del neoliberalismo en su dimensión cultural y simbólica”. Revista Oikos Polis. Vol. 5.
https://www.iies.uagrm.edu.bo/oipo/
Bard Wigdor Gabriela(2020) “Controversias y reflexiones feministas en el centro del Capitalismo
Tardío Sudamérica”. Revista de Ciencias Sociales. p. 213 – 237.
https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/sudamerica/article/view/4260

Cano, José (2023) “Solo queremos a los otros para que validen nuestra identidad”. Entrevista a José
Carlos Ruiz. Revista Etich. https://ethic.es/2021/03/jose-carlos-ruiz-
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De Lauretis, Teresa (1992) Alicia ya no. Feminismo, semiótica y cine. Madrid:Kats.

Exposto, Emiliano & Rodríguez Varela (2020) El goce del capital. Crítica del valor y
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Illouz, Eva (2007) Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo, España, Kats.

Foucault, Michel (2008) Historia de la sexualidad 1: la voluntad de saber, Buenos Aires, Siglo XXI.
Han, B. C. (2000) Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, España, Herder.

Williams, Raymond (2000) Marxismo y literatura. Barcelona, Ediciones Península.

Poemarios

Rodríguez, Claudia (2015) Manifiesto Horrorista y otros escritos, Santiago de Chile: Autoedición.

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