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La primera civilización itálica. Antes de que Roma impusiese su poderío, en Italia se había
formado una floreciente civilización que tenía por centro la Toscana: la civilización etrusca. Los
etruscos son para Roma lo que los cretenses fueron para Grecia: un pueblo del que no se conocen
los orígenes ni la lengua, que alcanzó en las artes un alto nivel y que desapareció después por
falta de organización, luego de haber, probablemente, dominado a la misma Roma y haberle
cedido sus tradiciones. Debía ser un pueblo extraño: litigioso, burlón, vocinglero, obsesionado por
imágenes de belleza mezcladas con imágenes infernales e inspirado por una fantasía a veces
felicísima, pero desordenada. Exactamente lo opuesto del pueblo romano. Las ciudades etruscas
estaban diseminadas por la Toscana, por la Emilia y por el Lacio y no consiguieron unirse. Debían
ser bellas porque eran ricas y se extendían ante hermosos panoramas naturales. Pero la belleza
de la naturaleza no calmaba el ánimo de los habitantes, siempre en discordia.
Los etruscos encuentran la línea curva. No existe duda alguna sobre el hecho de que los
etruscos estaban en relación con los griegos y que fueron influidos por el arte helénico. Pero en
arquitectura, habían hallado un motivo original: la línea curva, el arco.
Los griegos no habían llegado a la línea curva en sus estructuras. Su arquitectura era un
conjunto de líneas rectas, llena de ángulos, atenuada únicamente por el torneado de las columnas,
seguramente e inspirada por su paisaje áspero y rocoso. El paisaje casi siempre tiene una gran
influencia sobre las construcciones del pueblo que lo habita. Los etruscos, en cambio, se dieron
cuenta de que la línea curva podía constituir el fundamento de un conjunto arquitectónico, y la
estudiaron a fondo, perfeccionando lentamente este motivo que presenta problemas para el
constructor.
El túmulo etrusco. Se ha dicho que la arquitectura nació no para los vivos, sino para los
muertos, y que los primeros edificios no fueron casas, sino tumbas. Seguramente es cierto. Los
etruscos inventaron el arco para construir sus tumbas que estaban concebidas poco más o menos
como las egipcias. En ellas predominaba la idea de la montaña, en cuyo interior reposaba el
muerto. Los egipcios crearon la pirámide, más los etruscos mantuvieron su forma de cúpula y
crearon el ‘túmulo’. Pero para conseguirlo tuvieron que resolver un importante problema de
construcción.
El anfiteatro. Pero en Roma tenían espectáculos que no habían sido conocidos por los
griegos: los combates de gladiadores, entre sí y con las fieras. Para estos espectáculos no había
ninguna necesidad de la escena del teatro, porque todas sus incidencias se desarrollaban sobre
una arena que podía ser vista por todas partes. Los romanos tuvieron, pues, además del teatro, el
anfiteatro, o sea, el doble teatro, con graderías circulares alrededor de una arena también circular.
El modelo más caracterísitico de este tipo de edificios es el Coliseo, construido alrededor del año
80 de nuestra Era.
LA ESCULTURA Y LA PINTURA
Los etruscos eran grandes escultores. También en la escultura los romanos aprovecharon
las enseñanzas de los etruscos y los griegos, consiguiendo, no obstante, obras en las que supieron
infundir su propio espíritu. Los etruscos, bajo el influjo del arte griego, habían realizado grandes
progresos en la escultura. Formaban un pueblo de inteligencia aguda y de fina sensibilidad que no
llegó a elevarse a las altas concepciones de los griegos, pero que conocía el alma humana y tenía,
en arte, una capacidad expresiva incluso extremada. Algunos de sus monumentos funerarios, en
los que el difunto o los dos difuntos, marido y mujer, están representados
tendidos sobre un lecho, son bellísimos y revelan en aquellos antiguos
escultores una humanidad profunda.
Los romanos, maestros del retrato y del boceto. Los romanos, por su
parte, guardaban un culto íntimo a los muertos. Desde los tiempos más
remotos conservaban las imágenes de sus antepasados, considerándolas
como tutelares de la casa. Esto determinó que, lo mismo que los egipcios, los
romanos tuviesen una notable tendencia al retrato. Fueron grandes retratistas y
en los bustos por ellos esculpidos buscaron ante todo representar la verdad,
incluso en sus más nimios detalles, pero dando siempre una expresión viril de
severa energía típicamente romana.
Estimaron en gran manera las pequeñas estatuillas que representaban
figuras de la vida cotidiana. Su sentido profundamente realista les llevaba a
reproducir la vida en sus formas más concretas, más pintorescas. El influjo de
la escultura griega de la decadencia, inspiró algunas obras de la más alta
concepción, que están, no obstante, marcadas por una señalada frialdad. En
algunos de estos casos es difícil determinar si se trata de escultores romanos o
de escultores griegos emigrados a Roma.
La escultura. Las esculturas de este arte no tienen, por lo general, una originalidad.
Acostumbran a ser relieves que decoran los sarcófagos, las grandes urnas de mármol que
contenían los restos de los difuntos. Pero los cristianos, obligados a mantener el secreto de su
religión, se valían muchas veces de sarcófagos paganos que son, a menudo, bellísimos, pero que
no son representativos de la escultura cristiana.
Rara vez las estatuas cristianas de este periodo presentan alguna característica propia, por
ejemplo, la famosa estatua de Cristo docente, que se encuentra en el Museo de Letrán, podría ser
de un joven romano, pagano.
Arte cristiano: ‘Cristo enseñando’ (Museo de Letrán) y ‘El Buen Pastor” (M. de Letrán)
La pintura. Pero la pintura, realizada en las catacumbas por artistas cristianos, es la
auténtica expresión de un arte popular, ingenua y animada por el fervor de la religión, todavía
naciente. Son frescos, realizados con mano rápida, con grandes manchas de color, con tintas
generosas, más groseros, pero más robustos que los frescos pompeyanos. Pero, incluso dentro de
su sencillez, mantienen aquel sentido de la realidad que siempre caracterizó a la pintura romana.
Una célebre imagen de la Virgen, por ejemplo, nos presenta una sólida matrona romana que
carece de aquella languidez, de aquel patetismo que aparecerá más tarde, durante la Edad Media
y el Renacimiento, cuando la Virgen será considerada como un símbolo de mansedumbre y de
gracia.
Tienen un especial interés los ‘símbolos’ que decoran profusamente las paredes de las
catacumbas. Son temas decorativos paganos que adquieren un nuevo significado: palomas, pavos,
peces, ciervos y amorcillos que van sucediendo para representar la resurrección del alma en la
nueva religión, su salvación y Aquel que la ha redimido.
Esta antigua pintura cristiana es seguramente la más pura pintura romana que haya llegado
hasta nosotros. El pueblo que fue el primero en adoptar el cristianismo, supo evocar, en plena
decadencia del Imperio, el espíritu rudo y genuino de la antigua Roma.
FUENTE: Mi amigo: enciclopedia juvenil, volumen III, director: Juan Sapiña, editorial Renacimiento, S. A., 1ª. Edición en
español, México, 1963, páginas 71-86.