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”El arte de Roma

LA ARQUITECTURA: LOS ETRUSCOS Y EL ARCO


Los romanos, herederos de la civilización antigua. ¡Con cuánta nostalgia los romanos de
la espléndida edad del emperador Augusto pensaban en sus antepasados campesinos que vivían
en pequeñas casas de piedra, junto al fuego siempre encendido, símbolo de la serenidad familiar, y
que cada mañana llevaban ofrendas de frutos al tosco numen agreste que se levantaba
representado por un palo, apenas trabajado, en su huerto! Era una gente ruda que sabía introducir
bien a fondo el arado en la fértil tierra del Lacio, que honraba a sus abuelos y que respetaba la
unidad de la familia en la que el padre tenía la autoridad de un soberano. Gente animada de un
profundo sentido del deber, de un sólido buen sentido que despreciaba las frivolidades y sentía la
dignidad de sus vestidos de burda lana hilada y tejida en su propia casa.
Ahora, en los comienzos de la edad imperial, los descendientes de aquellos rústicos padres
se habían convertido en ricos dueños del mundo, se rodeaban de cosas bellas y, a pesar de todo,
muy a menudo añoraban la primitiva simplicidad de su gente, tan honesta y tan sólida. En realidad,
lo mejor que tuvieron los romanos estuvo siempre unido a las dotes de sus orígenes: el sentimiento
del deber, el culto a la familia y de las leyes y el sentido práctico y de organización. No fueron
nunca unos soñadores ni tuvieron jamás una fantasía férvida.
Pero, a pesar de todo, también en las artes los romanos realizaron una misión importante.
Cuando llegaron a la grandeza encontraron en Grecia, en Egipto, en Asia e incluso en la propia
Italia un mundo que había alcanzado la plena madurez o iniciado su decadencia cuando ellos
apenas habían nacido. Dieron a aquel mundo, que estaba amenazando ruina, una organización
perfecta y una vida nueva. Se apropiaron de sus artes y les dieron la impronta de su energía y de
su fuerza.

La primera civilización itálica. Antes de que Roma impusiese su poderío, en Italia se había
formado una floreciente civilización que tenía por centro la Toscana: la civilización etrusca. Los
etruscos son para Roma lo que los cretenses fueron para Grecia: un pueblo del que no se conocen
los orígenes ni la lengua, que alcanzó en las artes un alto nivel y que desapareció después por
falta de organización, luego de haber, probablemente, dominado a la misma Roma y haberle
cedido sus tradiciones. Debía ser un pueblo extraño: litigioso, burlón, vocinglero, obsesionado por
imágenes de belleza mezcladas con imágenes infernales e inspirado por una fantasía a veces
felicísima, pero desordenada. Exactamente lo opuesto del pueblo romano. Las ciudades etruscas
estaban diseminadas por la Toscana, por la Emilia y por el Lacio y no consiguieron unirse. Debían
ser bellas porque eran ricas y se extendían ante hermosos panoramas naturales. Pero la belleza
de la naturaleza no calmaba el ánimo de los habitantes, siempre en discordia.

Los etruscos encuentran la línea curva. No existe duda alguna sobre el hecho de que los
etruscos estaban en relación con los griegos y que fueron influidos por el arte helénico. Pero en
arquitectura, habían hallado un motivo original: la línea curva, el arco.
Los griegos no habían llegado a la línea curva en sus estructuras. Su arquitectura era un
conjunto de líneas rectas, llena de ángulos, atenuada únicamente por el torneado de las columnas,
seguramente e inspirada por su paisaje áspero y rocoso. El paisaje casi siempre tiene una gran
influencia sobre las construcciones del pueblo que lo habita. Los etruscos, en cambio, se dieron
cuenta de que la línea curva podía constituir el fundamento de un conjunto arquitectónico, y la
estudiaron a fondo, perfeccionando lentamente este motivo que presenta problemas para el
constructor.

El túmulo etrusco. Se ha dicho que la arquitectura nació no para los vivos, sino para los
muertos, y que los primeros edificios no fueron casas, sino tumbas. Seguramente es cierto. Los
etruscos inventaron el arco para construir sus tumbas que estaban concebidas poco más o menos
como las egipcias. En ellas predominaba la idea de la montaña, en cuyo interior reposaba el
muerto. Los egipcios crearon la pirámide, más los etruscos mantuvieron su forma de cúpula y
crearon el ‘túmulo’. Pero para conseguirlo tuvieron que resolver un importante problema de
construcción.

Túmulo etrusco del siglo VI a. C., en la necrópolis de Cerveteri

Arcos, bóvedas y cúpulas. ¿Qué es un arco? Una serie de


piedras o de ladrillos de forma trapezoidal, colocados uno junto al otro,
de forma que la parte más estrecha esté abajo y la parte más ancha
arriba. Con ello se consigue un cuerpo curvo con la curvatura en lo
alto. Si los dos extremos reciben un sólido apoyo y la curva no es
excesiva, aquellas piedras no sólo se sostendrán por sí mismas, sino
que incluso soportarán grandes pesos, porque todo peso no hará más
que comprimir las piedras una contra la otra, sin que ninguna de ellas
se pueda caer. Sencilla, pero ingeniosa, como todas las invenciones
útiles, es esta luminosa idea etrusca.
Una serie de arcos unidos uno con otro forma una bóveda. Un
haz de arcos que tengan un centro común, constituye una cúpula. La
cúpula fue precisamente la invención de los etruscos cuando quisieron
construir sus túmulos que, cubiertos de tierra, constituían pequeñas
montañas vacías en su interior. Se ha de reconocer que la cúpula de
los etruscos no era una verdadera cúpula, ya que resultaba no de un
haz de arcos, sino de una serie de arcos concéntricos, tal como
aparece en la figura. A pesar de todo, con ellos se abría el camino para
una nueva forma arquitectónica. Los romanos tomaron este motivo de
los etruscos y lo unieron a los del arte griego, para formar su
arquitectura.

LOS EDIFICIOS ROMANOS


La arquitectura de la fuerza. Podemos afirmar que la arquitectura
romana es la resultante de los elementos de la arquitectura griega
unidos al arco etrusco. Pero se ha de reconocer que los romanos se sirvieron
de estos elementos influyéndolos
con su personalidad, poniendo en
la obra su propio espíritu: una
regularidad y una fuerza que no
habían tenido ni los etruscos ni los
griegos. Los primeros, eran un
pueblo genial, pero desordenado y
sin una verdadera consistencia; los
segundos, unos idealistas, unos razonadores, pero fiaban
demasiado en la inteligencia. Nadie mejor que los griegos
supieron expresar en el arte el valor de la idea; pero nadie
mejor que los romanos expresó el valor de la potencia.
Ruinas del Foro Romano
El templo. El templo y el teatro fueron las típicas
construcciones romanas. En el templo, los romanos imitaron
en su esencia la construcción griega, pero la exaltaron
edificándola sobre un alto basamento que la hacía más
majestuosa. Los griegos no habían pensado en ello porque
para ellos el culto constituía parte de la vida misma. Para los
romanos, por el contrario, era algo excepcional. Más tarde,
cuando Roma adoptó el modelo del templo griego de la
decadencia, de forma circular, se construyeron templos
circulares coronados por una gran cúpula, como el Panteón,
construido hacia el año 130 y que es el modelo más célebre
de este tipo.
El Panteón, en Roma, de forma
circular, sugerida por los templos
El teatro. El teatro es todavía más característico de la
griegos de la decadencia.
arquitectura romana. Los romanos, en lugar de seguir la
usanza griega de construir el teatro adosado a una colina (con el objeto de no edificar más que el
interior), elevaron sus teatros sobre un terreno plano. Se
siguieron los modelos griegos colocando los teatros en
planos superpuestos e insertando en ellos el arco. De esta
forma, se levantaron vastos edificios de tres pisos, cada
uno de los cuales estaba constituido por una serie de arcos
sostenidos por columnas. Para dar variedad al conjunto,
distribuyeron los tres ‘órdenes clásicos’ en los tres pisos. El
primer piso tenía, en general, columnas de tipo dórico, el
segundo de tipo jónico y el tercero de tipo corintio.

Teatro de Marcelo, en Roma

El anfiteatro. Pero en Roma tenían espectáculos que no habían sido conocidos por los
griegos: los combates de gladiadores, entre sí y con las fieras. Para estos espectáculos no había
ninguna necesidad de la escena del teatro, porque todas sus incidencias se desarrollaban sobre
una arena que podía ser vista por todas partes. Los romanos tuvieron, pues, además del teatro, el
anfiteatro, o sea, el doble teatro, con graderías circulares alrededor de una arena también circular.
El modelo más caracterísitico de este tipo de edificios es el Coliseo, construido alrededor del año
80 de nuestra Era.

El Coliseo Anfiteatro de Verona Anfiteatro de Pola

LA ESCULTURA Y LA PINTURA
Los etruscos eran grandes escultores. También en la escultura los romanos aprovecharon
las enseñanzas de los etruscos y los griegos, consiguiendo, no obstante, obras en las que supieron
infundir su propio espíritu. Los etruscos, bajo el influjo del arte griego, habían realizado grandes
progresos en la escultura. Formaban un pueblo de inteligencia aguda y de fina sensibilidad que no
llegó a elevarse a las altas concepciones de los griegos, pero que conocía el alma humana y tenía,
en arte, una capacidad expresiva incluso extremada. Algunos de sus monumentos funerarios, en
los que el difunto o los dos difuntos, marido y mujer, están representados
tendidos sobre un lecho, son bellísimos y revelan en aquellos antiguos
escultores una humanidad profunda.

Los romanos, maestros del retrato y del boceto. Los romanos, por su
parte, guardaban un culto íntimo a los muertos. Desde los tiempos más
remotos conservaban las imágenes de sus antepasados, considerándolas
como tutelares de la casa. Esto determinó que, lo mismo que los egipcios, los
romanos tuviesen una notable tendencia al retrato. Fueron grandes retratistas y
en los bustos por ellos esculpidos buscaron ante todo representar la verdad,
incluso en sus más nimios detalles, pero dando siempre una expresión viril de
severa energía típicamente romana.
Estimaron en gran manera las pequeñas estatuillas que representaban
figuras de la vida cotidiana. Su sentido profundamente realista les llevaba a
reproducir la vida en sus formas más concretas, más pintorescas. El influjo de
la escultura griega de la decadencia, inspiró algunas obras de la más alta
concepción, que están, no obstante, marcadas por una señalada frialdad. En
algunos de estos casos es difícil determinar si se trata de escultores romanos o
de escultores griegos emigrados a Roma.

Los relieves. Pertenecen, sin ningún género de duda, a escultores


romanos los numerosos relieves que decoran sarcófagos, altares y otros
monumentos. Los romanos apreciaron este género escultórico que se prestaba
a representaciones de escenas de guerra o de acontecimientos ciudadanos, y
lo trataron con un alto sentido del volumen y del movimiento, agrupando gran
número de figuras. Raramente nos encontramos ante obras insignes, pero El Apolo de Veio,
incluso cuando se trata del sencillo trabajo de artesanos, las escenas no del escultor etrusco
carecen de vida, las formas tienen un bello relieve y son sólidas y jugosas como Vulca (500 a. C.)
frutos maduros.

Cabeza masculina (terracota), del sarcófago


de los esposos, de Cerveteri

Escultura romana. Arriba: Fragmento del


‘Ara Pacis?. En el centro: cabezas de
Cicerón y Mario. Abajo: sarcófago del s. III
La pintura etrusca. También en la pintura encontramos, en
primer lugar, la producción de los etruscos, una de las más
importantes del mundo antiguo, que recuerda la cretense y no es
muy inferior a ella. Los más notables y abundantes restos de
pintura etrusca han sido hallados en algunas tumbas de Tarquinia:
cámaras subterráneas espléndidamente decoradas con escenas
de banquetes y de juegos o con imágenes de la vida ultraterrena.
En estas pinturas, que van, aproximadamente, desde el año
500 al 100 a. C., se observan evidentes influencias del arte griego.

Los etruscos conocían la


música, como lo demuestra
Fresco etrusco en la tumba Otro fresco en Turquina, con la este fresco de Tarquinia
de los Toros, Tarquinia (s. V a. C) figura del difunto comiendo

La pintura de los romanos. Han llegado hasta


nuestro tiempo numerosas obras de la pintura romana
correspondientes al periodo imperial, es decir, a los primeros
siglos de nuestra Era. Encontramos ejemplos de la
capacidad retratista de los romanos en Egipto, donde se
acostumbraba pintar el retrato del muerto en el sarcófago
que encerraba a la momia. Cuando Egipto fue conquistado
por Roma, estos retratos fueron pintados, con mucha
frecuencia, por artistas romanos o que habían adoptado la
tradición romana. Son de un impresionante realismo.
Pero los más altos documentos de la pintura romana
los ofrecen los frescos de Pompeya y de Herculano. Estas
dos ciudades, para su desgracia (pero para gran fortuna de
la historia del arte), quedaron sepultadas en el año 79 bajo
las cenizas y la lava del Vesubio, durante una terrible
erupción. Estuvieron cubiertas y protegidas por la lava que
las había sepultado, pero no destruido, y las excavaciones
las han ido restituyendo, poco a poco, a la luz del día.
Retrato de Próculo y de su esposa,
pintura romana del siglo I
Los frescos pompeyanos. De esta forma, ha ido
apareciendo, casi de una manera mágica, dos ciudades romanas
del siglo I de nuestra Era, con sus calles casi intactas, con sus
tiendas con vivas y pintorescas inscripciones, con las trazas de su
vida interrumpida de súbito. En las bellas villas patricias, se han
encontrado muchos frescos que de otra forma se habrían perdido
y que nos dan una idea muy precisa de lo que era la pintura mural
(esto es, pintada al fresco sobre los muros), de los primeros
tiempos del Imperio. Son escenas de gran elegancia, airosos
paisajes, perspectivas arquitectónicas que crean la ilusión de
interiores suntuosos, alegres campiñas en las que se levantan las
magníficas villas donde los ricos romanos iban a pasar el verano y
bellísimas escenas de caza.
‘Amorcillos y delfines’, pintura hele-
nística de Pompeya (casa de los Vetios)
Es evidente que los autores de estos frescos eran en su
mayoría griegos o educados en las escuelas de los pintores
griegos del período alejandrino (llamado así porque
Alejandría, en Egipto, pasó a ser el centro de cultura). Pero ya
no representaban un gusto puramente helénico.

El arte cristiano antiguo. Llegó el momento de la


difusión del cristianismo. La nueva religión llega al pueblo. La
han llevado a Roma los soldados que regresan de Palestina,
los enviados de los apóstoles, las predicaciones de San
Pablo. Ha penetrado profundamente entre los humildes que
han visto en ella nuevos horizontes y nuevas esperanzas. Con
el cristianismo nace un nuevo arte: un arte popular que
probablemente hasta aquel momento se había limitado a
componer bastas pinturas y burdos relieves sobre las paredes
de cualquier taberna y que al llegar este momento se inspira
en nuevos y más dignos temas, conservando todavía su
simplicidad, su sinceridad, su feliz ingenuidad.
Durante más de dos siglos los cristianos han de
Escenas de iniciación religiosa permanecer escondidos y se ven obligados a celebrar sus
(fresco de la Villa de los Misterios, ritos y a cavar sus sepulturas en lugares no conocidos. Para
Pompeya) ello buscan las antiguas canteras abandonadas que se
extienden por el subsuelo de Roma en una inextricable red de
corredores: las catacumbas. Estas cuevas subterráneas son decoradas con esculturas y con
pinturas, en señal de piadoso homenaje de humildes artistas a las tumbas de los mártires que
están allí escondidos. Aquellas obras que se han conservado en el secreto de aquel mundo
subterráneo, han llegado hasta nosotros para que podamos conocer el arte cristiano antiguo o
‘paleocristiano’.

La escultura. Las esculturas de este arte no tienen, por lo general, una originalidad.
Acostumbran a ser relieves que decoran los sarcófagos, las grandes urnas de mármol que
contenían los restos de los difuntos. Pero los cristianos, obligados a mantener el secreto de su
religión, se valían muchas veces de sarcófagos paganos que son, a menudo, bellísimos, pero que
no son representativos de la escultura cristiana.
Rara vez las estatuas cristianas de este periodo presentan alguna característica propia, por
ejemplo, la famosa estatua de Cristo docente, que se encuentra en el Museo de Letrán, podría ser
de un joven romano, pagano.

Arte cristiano: ‘Cristo enseñando’ (Museo de Letrán) y ‘El Buen Pastor” (M. de Letrán)
La pintura. Pero la pintura, realizada en las catacumbas por artistas cristianos, es la
auténtica expresión de un arte popular, ingenua y animada por el fervor de la religión, todavía
naciente. Son frescos, realizados con mano rápida, con grandes manchas de color, con tintas
generosas, más groseros, pero más robustos que los frescos pompeyanos. Pero, incluso dentro de
su sencillez, mantienen aquel sentido de la realidad que siempre caracterizó a la pintura romana.
Una célebre imagen de la Virgen, por ejemplo, nos presenta una sólida matrona romana que
carece de aquella languidez, de aquel patetismo que aparecerá más tarde, durante la Edad Media
y el Renacimiento, cuando la Virgen será considerada como un símbolo de mansedumbre y de
gracia.
Tienen un especial interés los ‘símbolos’ que decoran profusamente las paredes de las
catacumbas. Son temas decorativos paganos que adquieren un nuevo significado: palomas, pavos,
peces, ciervos y amorcillos que van sucediendo para representar la resurrección del alma en la
nueva religión, su salvación y Aquel que la ha redimido.
Esta antigua pintura cristiana es seguramente la más pura pintura romana que haya llegado
hasta nosotros. El pueblo que fue el primero en adoptar el cristianismo, supo evocar, en plena
decadencia del Imperio, el espíritu rudo y genuino de la antigua Roma.

Detalle de un fresco romano de una catacumba (s. IV), ‘Dama orante’ ”

FUENTE: Mi amigo: enciclopedia juvenil, volumen III, director: Juan Sapiña, editorial Renacimiento, S. A., 1ª. Edición en
español, México, 1963, páginas 71-86.

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